UN SABOR CONOCIDO. Y EL CIELO VACÍO. 3 y 4 de diciembre de 2010

UN SABOR CONOCIDO

Y el cielo vacío

3 y 4 de Diciembre de 2010

 

Mercedes Rosúa

 

 

Todo el cielo para ella

Todo el cielo para ella

Hay un sabor conocido,      irremediablemente conocido, en   la gran novedad de cerrar el    espacio aéreo de España, de    dejar a miles de personas sin    previo aviso alguno bloqueadas   en los aeropuertos, con sus    proyectos, vacaciones,  compromisos, dinero y días  perdidos; lo hay en el desastre y el sentimiento de impotencia ante lo súbito y, cualesquiera que sean las opciones posteriores, en sí irremediable. Es el sabor de una masa de indignación elevada a temperatura crítica, fermentada con la larga adición de ingredientes previos, y aproximada al fulminante justo en el día y momento precisos. Entonces la llama justiciera se acerca a la mecha larga y aceitada que ha zigzagueado durante meses, camuflada entre procesos paralelos resueltos en la impunidad. Pero la mecha siempre estuvo allí.

Llega el día 3 de diciembre y hay una deserción repentina, coordinada y voluntaria de un servicio esencial, el control de los aeropuertos. Caos, descrédito y pérdidas. No es una huelga, ni siquiera una salvaje. Es un abandono que roza el sabotaje por sus efectos. Los responsables no son doncellas engañadas ni paniaguados de salario escaso y cultura mínima. Se trata de adultos muy formados y de bragados profesionales. Por supuesto, se debería despedir a cada uno de ellos y condenarlo a pagar indemnizaciones. No hay nadie previsto, en años de conflicto, para reemplazarlos adecuadamente. La situación pide obligarles a reanudar de inmediato su tarea. Para ello estarían las fuerzas del orden público, policía y guardia civil en España. Se opta por la participación militar y por un decreto que conlleva la suspensión sine die del normal funcionamiento parlamentario, la congelación en sus puestos y atribuciones de un Gobierno al que se debe, desde hace dos legislaturas, la decadencia acelerada del país.

Oculto tras lo urgente, se ha sacrificado lo importante. Por poner sólo algún ejemplo: La simple prolongación garantizada de los actuales gestores del Estado puede significar pérdidas mucho mayores que las de la crisis del primer fin de semana, y breves vacaciones, de diciembre: La liquidación y privatización de empresas estatales se apunta, en este final del año 2010 y principios del que viene, como el último posible botín rentable. La continuación de un sistema y planes educativos que son, desde sus comienzos experimentales en los años ochenta e implantación oficial en 1990, fruto exclusivo del Partido Socialista es otra consecuencia de prolongar las directivas en vigor. Educación no es un tema menor. Aunque se la trate como un pariente pobre porque no llama a manifestaciones ni representa masas de votantes, es medular en los principales problemas, hoy en día, de España. Posponer la posibilidad, por leve que ésta fuere, de un cambio en los que, de la LOGSE a la LOE, de nacionalistas a sindicalistas y políticos de éste no en vano apodado Régimen, vienen manipulando la Enseñanza para acomodar a los suyos y mantener sus intereses, es colocar más lejos la salida del túnel de la ignorancia.

Se ha tirado, como reza el dicho, el bebé con el agua del baño, y en ella va gran parte de la libertad de los individuos porque se ha instalado una censura implícita feroz contra el que ose analizar de manera crítica la medida gubernamental. Al que se atreva a ello se le tachará, de tertulias radiofónicas abajo, de aguafiestas en el muy fácil y popular coro de improperios, de defensor irresponsable de los controladores y de elitista  insensible al sufrimiento de cerca de seiscientos mil ciudadanos atrapados en tierra.

Desde el 5 de diciembre España está en una situación mucho menos angustiosa y muchísimo más peligrosa que el 3 y el 4. Se ha reparado lo urgente, que era abrir los cielos al tráfico; se ha anulado lo importante: la capacidad de acción del Estado Democrático. A partir de ahora el Parlamento es un convidado de piedra, el Gobierno y clientelas que han hundido al país pueden disponer de la prolongación de los presupuestos, de la parte del león en las privatizaciones que les plazcan (después de haber llevado al sector público a la degradación y la completa ruina), pueden pagarse, con vistas al futuro, todas las impunidades, blindar pensiones y cargos, maquillar disposiciones arbitrarias, multiplicar su ya abundante presencia en los medios y disponer, vía excepción, de los derechos ciudadanos. La necesidad de solucionar el conflicto, de hacer volver por la fuerza a los que, con soberano desdén hacia al daño que causaban, abandonaron sus puestos y para los que no había sustituto era tan apremiante que la intervención de fuerzas del orden público resultaba plenamente justificable. No así la enorme libra de carne exigida con el lote: la proclamación del estado de Alarma Nacional.

Hay un sabor conocido en la obligación del consenso, un gusto ya largamente paladeado en ocasiones anteriores con el pacifismo a ultranza en contra de la guerra de Irak (de ésa guerra), la ecología maltratada por el humano malo o la indispensable receta pederastia-represión-clero. En el caso actual, las tres grandes fuerzas de decisión y de opinión confluyen en competir en quién muestra con mayor fervor sentimiento y asentimiento: El Gobierno, y los suyos, tienen que justificar el mayor tiempo posible la vigencia de la hibernación institucional decretada. La oposición se ve obligada a apoyar la medida so riesgo de parecer insolidaria y ajena al clamor popular. Los comentaristas, hasta los que son, o creen ser, más sabios y virtuosos precisan, ante todo, de ser escuchados, vistos y leídos, y para que se vendan sus periódicos y no se cambie de frecuencia la radio y el televisor hay que sumarse al populismo coyuntural. El tráfico aéreo se ha restablecido. Ha comenzado la ola de de restricción y acoso a las libertades; con sorprendente agresividad, respecto a los que se muestran reticentes en cuanto a los medios, que no siempre justifican los fines. Los apóstoles de las libertades se disputan el micrófono para clamar a herejía ante la voz que, además de asentir a la pública condena, pretende exponer su visión de los hechos.

Ni siquiera extremos, manifiestos y obvios, de estupidez y soberbia, de egoísmo y codicia, de elitismo y de cerrazón corporativa bastan para explicar el abandono súbito de su trabajo de los controladores aéreos. Los dioses ciegan a los que quieren perder, pero lo hacen ofreciéndoles antes el cumplimiento de sus deseos. Cabría preguntarse qué dioses se les aparecieron, qué auriga cercano no les recordó en su momento que eran sólo hombres, hombres de los que dependían muchos otros, desde quien ahorró todo el año para poder ver a su familia hasta el médico que se dirigía a operar a un paciente, qué representantes sindicales no les pusieron ante los ojos el callejón sin salida y las obvias consecuencias de un acto indigno e irresponsable, que los iba a machacar, más allá de condenas legales, por el simple recuerdo y por la presión de la animosidad de los afectados, el resto de sus vidas. A tal grado de necedad y prepotencia es casi imposible llegar solo.

Hay, en lo ocurrido en España a principios de diciembre, un sabor conocido porque se paladeó en la labor, metódica y siempre concentrada en el adversario político, de la agitación social contra la guerra de la Irak; en la utilización del estallido final de la burbuja, esa vez sangrienta (que tanto se ha querido luego olvidable; nunca olvidada) del 11 M; en el ya lejano pero cercano 23 F, inquietante, turbio y zarzuelero. Más allá de las engañosas dualidades Derechas/Izquierdas, Reaccionarios/Progresistas a las que se pretende constreñir la realidad y con las que se secuestra el pensamiento y se desvirtúa el discurso, hay, siempre hubo, una vasta mafia de clientelas que quiere, y logra, apropiarse de cuanto jamás obtendría por méritos propios, existe un bloque parásito para el cual la finalidad única es mantener en mano el cofre del reparto, la apropiación de cuanto hay mientras lo hubo, de los endeudamientos cuando ya no hay y se ha sorbido hasta el poso de la riqueza nacional, de los puestos, sueldos y beneficios adquiridos que urge dejar atados para siempre. Porque su nicho ecológico es la colmena de intereses, sean de las taifas autonómicas o de las infinitas redes paralelas arracimadas a las Administraciones, se trate de una Educación envilecida y troceada hasta el infinito o de una cultura de tal indigencia propia que no puede subsistir sin anular, denigrar y pulverizar los  verdaderos Cultura, Arte e Historia. El clan de referencia no consiste en un partido, en Derechas o Izquierdas. Se trata de la férrea hermandad de los parásitos, de las utopías a sueldo, sindicatos del régimen, luchadores sociales de nómina, militantes de tribu y consigna. Es lo que ha venido proporcionando poder, relevancia social, presencia mediática, nombramientos, tarjetas de crédito y firma del BOE a quien no tiene profesión, envergadura personal, títulos, obra, categoría, inteligencia. Y esto se amalgama en un bloque que es implacable respecto a cuanto le impide el postrer reparto.

El 3 y 4 de diciembre la situación tenía algo de 11-14 M fundidos. El panorama anterior imponía a los expertos en gestión y reciclado de desastres la necesidad de abortar la posibilidad misma de inminente cambio; había que difuminar, velar, desactivar la evidencia de los daños ocasionados. Para continuar subsistiendo, endeudándose, legislando, repartiendo se necesitaba de la creación rápida de una masa crítica de cólera popular y de la desviación de ésta hacia enemigos externos o encapsulados en el rechazo del grueso del cuerpo social. La enorme, violenta, irrefrenable e irreflexiva corriente de frustración e ira de miles de personas debe dirigirse hacia una diana indiscutible.

Nadie ha demostrado, no ya sólo en los últimos siete años, sino también en los anteriores, una capacidad semejante a la del Partido Socialista para crear, dosificar y servirse de estados de opinión. Lo ocurrido en diciembre de 2010, el abandono de sus puestos de los controladores aéreos y la paralización de unos cielos repentinamente sin aviones, en plena salida del puente de (ironías de la vida) la Constitución tiene un regusto a dejà vu: el del virtuosismo en la manipulación de la cólera popular. Es una técnica que se degustó largamente con el ¡No a la guerra! como fanfarria de fondo, goza en España de amplio rodaje y ha tenido ahora un éxito probado en sus tres etapas: Exaltación de la animosidad pública contra el enemigo. Labor escalonada y persistente de creación y mantenimiento de la sesión de odio, perfectamente descrita por George Orwell. Aceleración súbita mezclada con la ola de un suceso propicio de manera que reviente el absceso contra el rostro del oponente. En poco más de horas veinticuatro. Para que la táctica funcione hay premisas: la indignación popular será genuina, su objeto previsible, con antecedentes y claramente condenable, la causa detonante tendrá que ser propicia al gran tratamiento mediático y, last but not least, la dualidad buenos/malos será nítida, sin medias tintas susceptibles de embotar la animosidad despertada.

Ya tenemos en España lo más peligroso que se puede tener: un Salvador. Y con la misma fachada del eficaz equipo encargado de la destrucción educativa y de cuantas turbias maniobras desde la Transición han sido. El militarizador de los aeropuertos, en pleno olor de multitud de ciudadanos agradecidos, no se conformará con restablecer el tráfico. Ha deslizado, con la Paz y el Orden (suele ocurrir) una parcelita totalitaria con derecho a engorde envuelta en la Alarma Nacional, que va a aprovechar prolongando hasta el máximo la parálisis forzosa del Parlamento. Ya no se puede cambiar el Gobierno, convocar elecciones, modificar la Constitución. Ya le es imposible dimitir al actual Presidente aunque quiera. El estado de alarma no era imprescindible, su prolongación precisa de la aprobación del Congreso de los Diputados, pero ¿cuándo le han faltado apoyos al partido dirigente gracias a oportunas concesiones y dádivas? Éste es el tipo de barco que se hunde con sus ratas. Aunque al queso no le queden más que los agujeros, mientras haya un átomo que rascar los roedores no lo abandonan. Al Bloque Parásito, aferrado al poder, el BOE y el erario como una lapa, le hacía falta, indispensablemente, ampliar el contrato en La Moncloa. Es más laborioso de lo que parece dejar hasta al último inepto colocado, cubrir las espaldas al que lo ha menester, afianzar con sueldos perpetuos nulidades, consumar el status y privilegios de las taifas, consolar clientelas, terminarse el chalet en la vecindad del sultán, esperar a que se enfríe la trituradora de documentos comprometedores.

También tenemos unos Malos malísimos, sin remisión ni atenuantes, los controladores, cuya culpabilidad se multiplica por todas y cada una de las personas a las que han perjudicado y por cada euro de los que han hecho perder a ellas y al país. Lo que no va a impedir que, en breve plazo, la mayor parte de ellos, imposibles de sustituir sin las ausentes políticas de formación y contratación de reemplazo, se transformen en una grey en extremo sumisa a las indicaciones del Hombre Fuerte. En los gremios cerrados el cambio de jefe y la transposición de la fidelidad feudal no son raros. Antecedentes no faltan. Para el Gobierno siempre ha sido vital mantener, en ambos sentidos de la palabra, a los dos sindicatos pilares y correas de transmisión social de su partido. La creación de una, o varias, UGT más iría acorde con las necesidades de componer la red de clientelas futuras.

Al Salvador lo trae la Providencia, y a la Providencia se la trabaja uno con el mantenimiento, durante años y meses, de un vacío de sustitución en labores indispensables, con la creación de entidades ruinosas en todo excepto en su generación de dependencias y clientelas, con la confluencia, en fin, de oportunas casualidades. Véanse ejemplos: El comienzo del largo puente como fecha elegida para hacer público un decreto cuya conflictividad explosiva era obvia, la presencia inusitada de todos los Ministros en Madrid a diferencia del desértico Parlamento en puentes pasados, la ausencia física del Rey y la visual del Presidente imago mortis del Gobierno, la aparente garantía de impunidad vistos los anteriores conflictos laborales (transportes de la Comunidad de Madrid, piquetes de las dos centrales sindicales sustentadas por el partido en el poder, innumerables transgresiones a la igualdad de los españoles y a la Constitución en Cataluña y en el País Vasco). En tal atmósfera de lenidad se recostaron, evidentemente, los controladores; hasta la explosión que respondía cumplidamente a la barbarie de su acto y que tenía como escenario la inmensa agresividad acumulada en tierra y en un cielo súbitamente vacío y silencioso, del que estaba ausente hasta el habitual helicóptero de La Moncloa.

El protagonista, hoy y antes, de la merma de las libertades, de una bancarrota que va mucho más allá de la económica, no es un Partido. Lo son los miembros de él, y clientelas adyacentes, que han traspasado la fina línea roja del perjuicio ajeno a cambio del interés propio, aquéllos que, adultos sin inocencia ni ignorancia, han apoyado con su presencia y su voto, a cambio de beneficios personales o por miedo a perder los ya adquiridos, la destrucción de Educación y de Nación, todos y cada uno de cuantos franquearon la siempre perceptible frontera de la lucidez y la honradez. A ellos se debe la más que previsible liquidación de eficaces sectores públicos del Estado, de la democracia genuina de mérito, esfuerzo y oportunidades. Nadie habrá servido mejor al capitalismo más chapucero, oportunista e improductivo. Ellos son culpables, a cambio de monedas de plata cobradas en distintas lenguas en la troceada geografía española pero siempre de curso legal, de la implantación de una enseñanza de mediocridad preceptiva y raquitismo localista, ajena a la amplitud intelectual y a la libertad de cátedra. A ellos se debe la eliminación de algo tan básico para la democracia como eran los buenos centros públicos, que ofrecían un programa general basado en materias esenciales, calidad y superación de las condiciones sociales del alumno. En el Bloque de las Clientelas, hoy todavía en el poder, revertirán los beneficios de la indiscriminada ola de privatizaciones que va a llevarse  por delante, junto con entidades, aeropuertos y cargos inútiles, servicios que no son rentables financieramente hablando pero sí son, si bien gestionados, absolutamente necesarios, como las líneas de transporte con pocos usuarios pero para éstos imprescindibles, la atención sanitaria, el personal de verdadero apoyo para la integración en una sociedad moderna y libre, destinado especialmente a los inmigrantes que vienen aspirando a mejores y más dignas vidas individuales y no a las alianzas de civilizaciones con tiranos, imanes y con lo más oscuro de la Edad Media.

La bien pagada Clientela de la Utopía necesitaba, aún, tiempo. Y quizás la degustación de su poder.