Caganets en África

CAGANETS EN ÁFRICA

2010-M. Rosúa

  (La figurita del Belén se llama Caganer, pero aquí se prefiere caganet por razones –tan necesarias- de eufonía y como apropiado genérico de la tribu.)

IMG_2003   M. R. parte de Madrid hacia    Malí y Burkina Fasso para      un circuito navideño de 18  días en todo terreno que  incluye –condición sine qua  non– ese Tombuctú frontera  de caravanas por cuyas sílabas  el viajero también viaja.  Acostumbra a moverse sola,  pero las dificultades de transporte en el extenso país la han llevado a contratar por agencia, con otras cinco personas que no conoce.

Muchas han sido las gentes con las que los azares del ancho mundo le han hecho compartir habitación, coche, embarcación y guías; nada tiene contra el turista anual que disfruta de sus merecidas vacaciones al calor del grupo y la seguridad garantizada, pero ni las indefensas tribus ni ella estaban preparadas para la nueva especie. He aquí que aparecen tres integrantes del periplo que se identifican como barceloneses y funcionarios de la Generalitat, actúan en homogéneo bloque y monopolizan de inmediato el espacio comunicativo, el decisorio y las porciones ventajosas, presumibles y regateables de cuanto a su alcance se pone. Se lanzan en plancha, sin pudor alguno, hacia los asientos más cómodos, los vehículos de mejor apariencia, las llaves de los alojamientos, las tazas de los desayunos, el pan, la mantequilla y la imposición al chófer de horarios e itinerarios.

Son una especie extraña, que parece desplazarse en burbuja propia de su condición, a cuyas paredes reducen su limitadísimo horizonte y desde la que proyectan eventuales pseudópodos para captar bocados apetecibles.

-¿Hablas catalán?-preguntan de inmediato a la viajera de Madrid.

-No.

-Ya lo hablarás.

-No creo. Pero hablo, además de español, francés, inglés, algo de italiano…

No siguen más preguntas.

Los otros dos viajeros, novicios en grandes viajes y llegados desde pequeños pueblos de Castilla y Andalucía, se rinden preventivamente, con armas y bagajes, a la obvia y agresiva voluntad de imposición y al extraordinario nivel de grosería y falta de escrúpulos del trío. Hay que salvar, sin conflictos abiertos, las vacaciones.

Cumple, sin embargo, presentar a cada uno de los tres miembros de la especie extraña para que se pueda seguir adecuadamente el relato. Sus usos verbales, insistentes en escatología, coprofilia, muletillas malsonantes y exabruptos que ocupan de forma abrumadora su discurso (en el que parecen desconocerse los temas de orden cultural, económico, universal) confluyen, junto con la apariencia física del de edad avanzada, en un claro fenotipo. Es difícil saber quién imita a quién, si J. P., a partir de ahora denominado Caganet Mayor, a la figurita de señor defecando que constituye el aporte lírico de la iconografía catalana a los belenes o la figurita a Caganet Mayor El Africano. Con ligeros retoques de atuendo, la semejanza es incuestionable, y más todavía el mensaje fecal que Caganet Mayor se empeña, con risas cómplice, en hacer oír al silencioso auditorio, sobre todo durante los desayunos, en los que, por ejemplo, se embarca en prolijas descripciones sobre la forma de combatir el estreñimiento introduciéndose el dedo en el ano. Debe empero reconocerse, en honor a la verdad, que el resto de su uso verbal, cuando no está ocupado con el anuncio a grandes voces de la buena nueva (que más adelante describiremos) a los indígenas, se dedica a erotismo del tipo rupestre y a alabanzas, secundadas por el coro, a una fuerza viril que promete dejar el negro continente sembrado de preservativos.

A. G., Caganet Adjunta, reproduce, en voluminoso, informe y junior avatar femenino, el modelo platónico y las maneras del admirado líder. Naturalmente, en su afán sobreactúa, pero lo hace con la inocencia de quien es completamente ajena a los usos de urbanidad más elementales excepto si le reportan intereses. Todavía no ha descubierto que por la mañana se dice buenos días, y que se desea al acostarse buenas noches, pero ameniza las horas de sueño, en la habitación de obligada convivencia, con un despliegue de gruñidos, ronquidos, bufidos y guturalidades varias. No soporta el más ligero rumor que provenga de la cama vecina porque eso le produce stress traumático, y, cuando una de las usuales pero virulentas enfermedades tropicales ataca a la compañera de cuarto, está mucho más atenta a quejarse de la molestia que oírla le produce que a interesarse por su estado. Nunca antes, ni entre los viajeros británicos, eficaces y serios, ni entre los franceses, españoles, e incluso chinos, árabes o etíopes, había observado M. R. que, al dar, a regañadientes, unas cápsulas de medicamento, se pidan, en primer lugar, tijeras para recortar del envase solamente dos y se insista en que el enfermo busque rápidamente una farmacia y reintegre la minúscula porción que se le presta. A la mañana siguiente los dos chicos de pequeños pueblos entregan, sin el menor regateo, las medicinas que tienen y M. R. devuelve a Caganet Adjunta su cápsula.

B. G., Caganet Consorte, por servidumbres amorosas ejerce de callado e incondicional seguidor del vetusto líder, pero no es caganet por naturaleza. Circunstancias, Generalitat, ambiente y compañía la rebajan a niveles a los que tal vez nunca hubiera descendido por sí misma. No manifiesta, sin embargo, el más mínimo asomo de divergencia y juicio propio, comulga con todos y cada uno de los clichés y posturas caganéticos, pero hay en su mirada esa vaga distancia que se observa a veces en el concurrido club de féminas incondicionales.

-Hagamos un fondo común para simplificar.

Caganet Mayor, bebedor de grandes y abundantes cervezas, y la Adjunta son rápidos y expeditivos en la disposición de lo ajeno.

IMG_2066Malí y Burkina Fasso   pertenecen a los  países en la cola de los  más pobres del  planeta. Situados en  África Occidental, en lo  que fue la antigua área francesa de Níger y Alto Volta, tienen la forma de un cuchillo por el que corre el gran río y que hunde su punta, al norte, en el límite del Sahel y el desierto, adornado con la gema quimérica del Tombuctú que costó la vida (el mito de la tolerancia y las alianzas multiculturales se deshace como un puñado de arena en contacto con la realidad y la historia) a los exploradores del XIX. Burkina es una empuñadura de sabana con ribetes de trópico, y ambos están cosidos, desde las independencias de los años sesenta, en unas fronteras de escuadra y cartabón. Ahí han bullido y bullen islamismos, espíritus, animismos, fetiches, temor omnipresente a la brujería, vastas extensiones de prehistoria que llega hasta ayer, neolítico salpicado de sobras del siglo XXI y mitología del Buen Salvaje tan cara a los amantes de las reservas de aborígenes puros, tan rentable para las agencias de viajes etnoauténticos, tan excitante y pasajera como el chapuzón ocasional en un spa de agua caliente y fría. En realidad se trata de un territorio en el que afloran muy ocasionales islas urbanas y que, por lo demás, es una sucesión de mercados junto a las carreteras y de poblados de adobe en los que cada cual construye su casa. Las misiones y las organizaciones internacionales brotan, esporádicamente, en un lugar caracterizado por la carencia de servicios públicos. El comercio y el trueque, a niveles mínimos, el regateo, la suciedad y la petición constante al hombre blanco de dinero y objetos son de rigor. Las vías de comunicación –escasas, irregulares y anegadas con frecuencia en la estación de las lluvias- son un incesante y afanoso hormiguero que se desplaza a pie con sus cargas. La diferencia en la escasez de vehículos entre Malí y Burkina y la abundancia en otros países de África, especialmente en el área antes británica del Este, es llamativa. Y no sólo respecto al parque móvil, sino en cuanto concierne a la implantación de estructuras que, mal que bien, van favoreciendo el crecimiento, nada fácil, del tejido de un país moderno.

Por eso resaltó más, en el viaje del relato, la gestión caganet del dinero del fondo.

Se llega a uno de los pocos parques naturales oficiales de Burkina Fasso. Un letrero y una caseta a la que acude con retraso el guarda anuncian Extranjeros 1000 cefas, nacionales 500 (la cefa es moneda oficial de la Banca del Oeste de África y se usa en toda la zona. Un euro equivale a 650 cefas). Caganet Mayor se empeña en pagar 3000 cefas por los seis visitantes y el guarda, tímido ante el hombre blanco, no osa insistir. Ahí queda, el pobre país con su cartel y los seis tickets por la mitad de una cantidad oficial (¡y hay tan pocas cosas oficiales!) regateada e irrisoria que no alcanza, ni por asomo, a la que, por ejemplo, en la Catedral de Palma de Mallorca se pide a los españolitos no residentes en la isla. M. R. tose y luego pide su parte para retirarse del fondo y no participar en las cuentas de los caganets jamás.

Tanto Malí como Burkina Fasso hablan, además de variadas lenguas indígenas, francés. Han tenido la inteligencia de dejarse de pruritos del terruño y conservar, como vehículo de escolarización, administraciones, relaciones, comercio y, en suma, desarrollo, el de los antiguos colonizadores. Los caganets, en especial Caganet Adjunta, rellenan su ignorancia de idiomas con una continua catarata de tacos, con certificado de origen, que, expresada por lo habitual a voces, resulta especialmente llamativa entre gentes que –como suele ocurrir en países pobres y medios modestos- dan gran importancia a las buenas maneras, la apariencia y el trato.

Pero las tribus, salpicadas en extensiones de comunicación precaria, escondidas al final de pistas, afanadas (siempre las mujeres; los hombres sólo miran) en moler, trillar, cargar, barrer, cocinar, hacer cerveza de mijo y parir bebés de existencia efímera, no saben aún lo que les espera.

Porque en los poblados de lobis, mosis, senufos, bobos, diolas, de los muy codiciados como pieza turística dogones, de los descendientes de los bambara y de los hasta hace bien poco esclavos de los tuaregs desembarcan inesperados misioneros de nuevas, si no buenas, sí ruidosas.

Cuando la media docena de visitantes llega al puñado de chozas y de graneros tocados de sombreritos circulares de paja y, tras presentación del chófer a la autoridad local, camina entre los que les piden con insistencia desde botellas de plástico vacías hasta las prendas y zapatos que llevan puestos. Entonces comienza el espectáculo para un público, español y africano, involuntario e indefenso: Caganet Mayor se pone, alternativamente, a dar vivas al Barça club de fútbol, a hacer repetir a la tribu su himno y glorias y a enseñar a los niños, que acuden en enjambres, Barça, y butifarra, esta última desglosada, a efectos de coro, en dos partes de dos sílabas. La procesión conmemorativa discurre a gritos por el poblado, entre el estupor de los adultos, que guardan una educada contención, el alborozo de algunos niños y el llanto de los más pequeños desconcertados ante el curioso proceder del hombre blanco. Caganet Adjunta filma los eventos y la Consorte admira la expresividad creativa de su pareja. Los otros viajeros, sabedores de que, para el auditorio, ellos son seres de pareja condición a la del bardo del Real Club Barcelona, intentan otros recorridos que los alejen de multitud y griterío, desean con intensidad que la abrasada tierra tropical los devore y, finalmente, se refugian en el coche.

Sunisión a la magia

Sumisión a la magia

Esto se repite con  lobis, mosis,  senufos, bobos y  dogones, ocurre  cuando se entabla  una ceremoniosa  presentación al  brujo local, se pronuncia, como un mantra, cuando el Rey (que lo es de la totalidad de los que viven en el mundo, habita en una de las aldeas, tiene trece esposas y un poder, mágico y autoridad regia hereditaria que no conocen fronteras), les expone los orígenes de su estirpe y los principios de su gobierno. Ni el Brujo Mayor ni el Rey se libran, en este rincón de la profunda África a miles de kilómetros de Europa y a años luz de los parámetros de la historia conocida, de las alabanzas al Barça, los vivas en catalán y las consignas barcelonesas de rigor. Hay momentos en que casi parece escucharse la risa irónica de Luis Buñuel, Jardiel, Berlanga o Mihura. El absurdo, la incapacidad caganet de percepción externa, de la medida y del ridículo superan todas las descripciones, y serían simplemente incómodas para los obligados a soportar una y otra vez la imposición caganética en el espacio común si no tuviera facetas menos risibles: las de esos aborígenes que se apiñan en torno a los visitantes pidiendo desesperadamente medicinas, colirios para ojos nublados ya sin remedio por cataratas o tracoma, alivio para asma, infecciones, tripa, pupas. O el silencio, cuando dejan de cantar a coro buti-farra, de niños semidesnudos de vientres y ombligos prominentes. No reciben, nunca, sino el espectáculo, a mayor gloria barcelonesa, y sus gritos.

El Parlamento oscuro

El Parlamento oscuro

En una tribu, en otra tribu, en otra, en otra, en otra. El fervor Caganet alcanza el éxtasis cuando encuentra indígenas que lucen camisetas del club barcelonés. M. R. se pregunta si son beneficiarios de un vasto programa caritativo de la Generalitat a costa del infeliz contribuyente hispánico. Lamentablemente en el Camerún próximo, enfadados con el tratamiento de que ha sido objeto un jugador compatriota suyo, han organizado una monumental quema de prendas con los colores del citado club.

Caganet Mayor hubiera deseado contrincantes, un trasunto del Real Madrid en boca de los demás viajeros. Pero éstos, que sin duda han ido a África por otros motivos, no están por la labor, el momento, el nivel del tema ni el adversario. Frustrado por un público que hubiera querido más vasto, Caganet Mayor repite con frecuencia en voz sonora la alta idea que tiene de sí mismo, Soy cojonudo, apreciación que se suma a las proezas sexuales con las que, al parecer y según su bardo Caganet Adjunta, desafía la resistencia de los preservativos.

En la viajera se despierta un vago sentimiento de compasión hacia los potenciales secuestradores de otros caganets.

Como no halla respuesta ni beligerancia, Caganet Mayor tienta algunos tópicos de obligado cumplimiento: insultar a políticos del Partido Popular (que quedan inmediatamente ennoblecidos por ello), repartir alguna etiqueta de facha y declararse a sí mismo, como era de esperar, nacionalista pero no independentista. Es de una lógica aplastante: Nada beneficia más a su especie, que tendría una relevancia mínima por cuenta exclusivamente propia, que la combinación del chantaje numérico parlamentario y la extracción de privilegios de la medrosa ubre del todavía Estado español. Olvida sin embargo el pequeño detalle de que, comprensiblemente, es el resto de los españoles, y no él y sus mariachis, quien cada vez desea con mayor ardor la independencia completa, profiláctica y absoluta del vivero de Caganetlandia, una región en la que la lengua española no se enseña, su uso se proscribe, y que insiste, hasta provocar el más absoluto hastío en los demás integrantes de lo que fue país común, en la superioridad y muy especiales esencias que la adornan.

M. R. consulta el calendario de viaje: Siempre nos quedará Tombuctú, se dice.

El 29 de diciembre el chófer anuncia que ha recibido una llamada telefónica del director de la agencia expresando su inquietud por los potenciales peligros de tal desplazamiento. Propone alternativas, de interés muy menor, como paseos en barca por el Níger o posible avistamiento de elefantes. M. R. subraya que la ciudad del desierto figuró siempre en el contrato, firmado por todos, adultos, en posesión de sus facultades mentales y sabedores de las condiciones de la zona. Recalca que no se  ha producido, en los últimos tiempos, suceso alguno que aumente la peligrosidad, ningún nuevo secuestro, robo ni noticia en prensa, Internet o Ministerio de Asuntos Exteriores. Insiste en su derecho a ir, para lo que ha pagado una elevada cantidad y firmado. Se da, además, el caso de que tal supresión, no avalada por dato real alguno, significa casi mil kilómetros menos de trayecto, entre carretera, pista y ferry ida y vuelta, y dos noches en hotel más costoso que lo que lo serían los de campamento de los poblados. La alegación es inútil porque, so pretexto de votación por mayoría, los caganets, que no se distinguen por su arrojo pero sí por el desprecio hacia los individuos y los derechos ajenos, optan por eliminar la ciudad mítica del circuito.

Ha caído ya la rápida noche de los trópicos en Douetza, el cruce de donde sale la ruta hacia el desierto, esa dirección norte que no se tomará, nunca. No hay transporte ni tráfico en Malí. Los caganets deciden todo a su guisa con el chófer. Cuentan con la sumisión temerosa de los otros dos integrantes del grupo.

Y ocurre el milagro. Aparcan en la solitaria Douetza el caballo blanco y los aguerridos caballeros que van a rescatar a la dama de un destino caganético. Los dos viajeros franceses vienen, en su todo terreno, desde Londres, por España, Marruecos, Mauritania, Malí, y se dirigen, al alba del 31, a pasar, al final de los casi quinientos kilómetros de senda que otrora fue de las caravanas, en Tombuctú el fin de año. M. R. les pide que la lleven, propone compartir gastos (le pedirán, luego, bien poco), expone que, a diferencia del medroso grupo, ella no tiene miedo. Se produce ese bienaventurado reconocimiento, esa aceptación entre sí de la raza de los viajeros. La admiten. Junta sus escasos bagajes, previene al chófer (que, en unos días con los caganets, ha encanecido notablemente) y, apenas lucen los claros del día (ixíe el sol, ¡Dios, qué fermoso apuntaba!), M. R. está en el sólido vehículo, repleto de ruedas de repuesto y provisto de una brújula que luego ellos le regalarán como recuerdo, y enfila ruta, dejando a su derecha la extraña arquitectura montañosa de unas formaciones que parecen cortadas a cuchillo. Avanzan sorteando baches y hoyos, rebaños de cabras, ovejas, vacas y numerosísimos asnos, mientras la sabana se convierte en sahel y el sahel en la vecindad del desierto. A veces hay un tuareg que observa desde la altura regia de su dromedario. Otras cruzan poblados de chozas circulares de nómadas. El polvo se desplaza en torbellinos que son los djinn y las djinni, los genios masculinos y femeninos del desierto. Los tres suben, sin peligros ni obstáculos, hacia el norte, hasta que surge el gran milagro de las irregulares aguas del río, se pasa en un desvencijado ferry, hacen el puñado de kilómetros que resta. Y Aparece Tombuctú, bajo cuya luna llena brindan esa noche de Fin de Año y se desean feliz 2010.

 

Las puertas lejanas y prohibidas

Las puertas lejanas y prohibidas

Devorada  lentamente por los  lengüetazos de la  arena y, sobre todo,  por los aún más  irrefrenables del  tiempo y del cambio,  la que fue punto de llegada de caravanas, de sal, esclavos, marfil, oro y nueces de cola guarda un recuerdo en forma de coranes (muchos andalusíes), de objetos de sus señores tuaregs, de sus esclavos negros, sus guarniciones magrebíes y del puñado de occidentales que arriesgaron -y en general perdieron- sus vidas y dejaron una lápida, un libro, un relato contando, como Heinrich Barth, su inimaginable expedición de cinco años y veinte mil kilómetros, del este al oeste de África, mediado el siglo XIX, en la que murieron sus tres compañeros y él pudo residir seis meses en Tombuctú. Barth pertenece a esos hombres de una talla probablemente extinta, hablaba, además de cuatro grandes lenguas europeas, otra docena de africanas, incluidos sus dialectos, y realizó un estudio y descripción minuciosos de cuanto y cuantos halló en su recorrido. Esos mismos hombres tenían entre las metas de la expedición estrangular, bajando hasta más allá del Tchad, las vías seculares de la trata de esclavos africana. Hoy se hubieran enfrentado con los que, desde la comodidad de las instituciones europeas, defienden los rasgos culturales y tradiciones aborígenes, entre los que desde luego estaba la esclavitud y están la amputación del clítoris, la esperanza de vida de cuarenta años, la mortalidad infantil, la servidumbre femenina y la sumisión temerosa a brujos, magias, vudú y demás ritos ancestrales y prácticas tendentes por sistema a la anulación del individuo.

Más tarde la viajera logrará visitar, por sus propios medios y gracias a la solidaridad de gentes, como un matrimonio italiano, que también pertenecen a ese club invisible que lleva en el corazón una brújula, Djenné, con su gran mezquita y sus grandes montones de basura entre los que asoma el monumento a una desgraciada adolescente a la que se sacrificó, por iniciativa de su propio padre, para apaciguar a los genios malos durante la construcción del templo. Asimismo buscará y hallará medios para ver un pueblo dogón, e incluso –pero ya la vuelta se aproxima- deberá compartir fugazmente tres días con el resto del grupo.

Sin embargo, en el caso de los Caganets, no puede menos de pasar de la anécdota a la categoría. No se trata de simples turistas carentes de educación y de cultura., ni sólo de acomplejados que cubren el provincianismo del que son conscientes con cierta imposición agresiva de bajeza ruidosa. Hay en ellos una curiosa mezcla de egoísmo cerril, exhibición de la propia zafiedad y prepotencia de la clase dominante de regímenes sin otro mérito que la cooptación y exaltación, como señas de identidad, de lo más mediocre. Esta delegación oficiosa de funcionarios de la Generalitat es fruto de una era, la zapateril, caracterizada por el filtro inverso, la promoción de los peores, la imposición como criterio del mínimo común denominador, la aversión hacia el saber, el valor y el mérito. Practican la política que está destrozando en Europa, y muy especialmente en España, los Estados de igualdad ciudadana y derechos individuales para sustituirlos por clanes parásitos sin otra profesión, formación ni dotes que la fidelidad a los jeques de la tribu que los mantiene. Su credo es la defensa de la grey, la etnia y la aldea sobre y contra lo que ha, trabajosamente, hecho posibles la civilización y el progreso: los grandes principios universales, los derechos de la Persona. De ahí su complacencia, so pretexto de comprensión, con cualquier rasgo de barbarie. Les conviene (y es útil para hacer negocios y fotos) ver en África y en otras latitudes el colectivo silvestre, antítesis del ser humano real que, en todas partes, evoluciona, cambia y es responsable, para bien y para mal, de sus actos.

Hubo sin duda, quizás todavía, soterrada, existe en el lugar de donde los Caganets proceden, una gente muy distinta, normal, correcta, que se encuentra en las catacumbas o en el exilio. Caganetlandia reemplaza, recubre a la Barcelona de antaño. El estanque no es dorado sino simplemente fétido, e imbuido del orgullo de serlo. El precio por ventajas, prebendas y chantajes ha sido muy alto. Y gana Mefisto. Da escalofríos imaginar el baremo que ha permitido la promoción de Caganet Mayor, de Caganet Adjunta, de la parroquia cuyos méritos consisten en la adhesión a lengua y rasgos del terruño. Estremece la suerte que habrán corrido, que estarán corriendo, los que tengan por fuerza y por imperativos de su trabajo soportarlos. Además, un belén exclusivamente de caganets debe de ser muy aburrido.

 

La niña sacrificada a la magia

La niña sacrificada a la magia

Este relato es real, y actual, como la vida misma. Y evoca, más allá, un sórdido transfondo económico, visiones de un África inundada de gratuitas camisetas azulgrana, de actos publicitarios y de embajadas oficiosas, todo a cargo del involuntario y esquilmado contribuyente. En el periódico ABC del diez de enero de 2010 un gran oftalmólogo, que dedica cada año unos meses de su trabajo a operar a la gente en el Sahara, denunciaba el marketing nacionalista que allí llevan a cabo grupos catalanes y vascos, aprovechándose de la pobreza y necesidad de gentes ante las que se presentan como benévolos dispensadores de ayuda. Las tribus tendrán que aprender a defenderse de estas tribus occidentales nuevas: Las del mínimo común denominador, criadas, y educadas con una Educación hecha trizas, a los pechos del Gobierno de España los últimos cinco-ya casi seis- años, los frutos de la más espesa cosecha de parásitos que nuestra historia recuerda.

 

Los hermosos muros de arena

Los hermosos muros de arena

La viajera vuelve. Con el recuerdo de los caballeros del 4×4, de los italianos, de los malienses y de los de Burkina, con la urgencia de seguir indagando en ese misterio de África que no está en los supuestos conocimientos de estrellas oscuras por los dogones, ni en rituales mágicos, iniciaciones esotéricas o en perdidas etnias paleolíticas que disfrutan de niveles de vida dignos de Atapuerca. La gran interrogación que este duro continente dibuja en el mapa es la de su despegue, la de la influencia benéfica o nefasta que en sus grupos humanos y lugares ejercen creencias, sistemas, religiones, iniciativas, contactos.        Enfrentada a sus propios problemas y al moderno racismo conservadurista y ecológico de los que la quisieran inalterable, paralizada en el tiempo inmemorial de los animales y parque temático del zoológico humano y los vistosos usos prehistóricos, África, sin embargo, rehúsa la animalidad y el Buen Salvaje y se sigue planteando la incógnita del acceso, como lo ha hecho Asia, a una vida mejor. M. R. continuará observando los cambios hacia esa África.

Los Caganets podrán llevarse los collares por kilos, las mantas a cientos; podrán haber regateado todo a precios mínimos y conseguido comer los primeros, la habitación con ducha, el mejor asiento. Podrán hacer miles de fotos, disponer del tiempo y el dinero ajenos y manipularlos como suyos; podrán invertir en propaganda y camisetas.

Pero siempre nos quedará Tombuctú.

Mercedes Rosúa

Madrid, enero de 2010.