EL RAPTO DE EUROPA

Desde las antípodas. Australia.

Desde las antípodas. Australia.

EL RAPTO DE EUROPA

Europa y más allá

¿Qué es España vista desde el otro lado del mundo? En un ejercicio de contorsionismo global, se distinguen, a la inversa, los perfiles de un polígono –tumbado en el Atlántico y con el Mediterráneo a sus pies- que sella al oeste Europa, se llama en su conjunto Iberia, aparece como embarcadero hacia América y es puente, con frecuencia involuntario, respecto a África.

En Australia, una maestra solicita que le aclaren la duda de si España se encuentra en Sudamérica. Otra colega suya pregunta si está rodeada de agua. No es extraño. Muy pocos españoles situarían, en el país de las antípodas, Queensland, Tasmania, Ayers Rock, o localizarían, respecto a éstas, Nueva Zelanda. También es cierto que, en el inconsciente global, la Península Ibérica ha ido, durante los últimos años, deslizándose hacia latitudes de menor desarrollo. La percepción austral se complementa con hitos televisivos que sustituyen, con la virtualidad telemática, esa realidad, la auténtica que se amasa con las formas de vida cotidianas de millares de seres.

Darth Vader ( véase medusa australiana letal). Los malos son cosmopolitas.

Darth Vader ( aquí medusa australiana letal).
Los malos son cosmopolitas.

Los llamativos hitos que puntean, con sus vivos colores, la conciencia que se tiene del país lejano son la roja tomatina, el fuego de unas corridas y carreras con toros que, al parecer, van a prohibirse y la ruidosa presencia en la arena mediática de dos tribus que reclaman la independencia. Algunos australianos recuerdan que, durante el preceptivo viaje por Europa de dieciocho días, un guía catalán les explicaba que los castellanos, saqueadores habituales, eran generalmente detestados por el resto de los españoles. Tras estas preguntas, los ciudadanos de Perth, Sydney y Melbourne pasan a otros terrenos menos propicios para la mitología y se inquietan por la vertiginosa decadencia económica de España, por su inmigración descontrolada en cuyos brotes de peligrosidad ven las amenazas que ya apuntan en la suya propia, se preocupan por la proximidad hispánica a la bancarrota griega y por los bandazos e incertidumbre en los que se debate el navío europeo, hacen preguntas sobre el terrorismo que, como el rayo, puede descargar en cualquier parte pero que todos saben dónde se cría, de dónde viene y con qué creencias se empareja.

A Australia todavía no la han raptado, sin duda por falta de tiempo, conserva sus rasgos de pueblo trabajador y libre, de manejo directo de las cosas y de los hechos, pero ya participa, desde hace unas décadas, del proceso en el que se debate, con el agua al cuello, la cepa de la que sus colonizadores vienen. La civilización fue un largo logro que se ha extendido, desde el apéndice al oeste de Asia, por el conjunto del planeta por una razón tan simple como que comporta mucho mejores formas de vida y, por ello, esas formas han sido deseadas, imitadas, adoptadas y defendidas por una parte sustancial de la Humanidad, que las considera, con razón, también su patrimonio. Se basaba en la visión lúcida de objetos y fenómenos y en la capacidad de definirlos, estudiarlos y utilizarlos, en el pensamiento del individuo libre y en la confianza en sus posibilidades, en el rechazo del miedo y de las sumisiones y en el valor de las obras, en la responsabilidad intransferible y concreta de los propios actos, en la búsqueda de la felicidad a la par que la de ese particularísimo gozo del conocimiento en sí, en la plenitud del hallazgo y enunciado de verdades que, por sí mismas, no reportan ventaja personal alguna y que, sin embargo, en sus oscuras, profundas raíces, son el cimiento mismo del progreso.

Ideario europeo actual. (tumba armenia)

Ideario europeo actual.
(tumba armenia)

Algo ha ocurrido para que sobre todo aquello haya caído un velo de silencios y temor, de asentimiento coral a falsedades obligatorias y de mansa aceptación de barbaries de las que no se osaría decir el nombre. En algún momento comenzó el proceso que lleva hoy a lo que fue Europa, y al área que recibe por doquier los efectos como las ondas de un tsunami, al blando deslizamiento hacia territorios cada vez más ingratos, marchitos, menos libres, hacia personas, palabras, escuelas, instituciones y libros incapaces de nombrar los hechos, la cruda realidad que los ojos ven y las manos tocan, hacia ciudades pobladas por seres que ya, instintivamente, se abstienen de expresar la percepción inmediata y el juicio espontáneo, condicionan a la conveniencia el uso de la lógica y al marco de tópicos sociales el ejercicio, externo e interno, del intelecto. Tienen que proceder de algún sitio los barrotes que se han forjado e instalado en donde antes hubo espacios ilimitados de actividad, energía, errores, aciertos e ideas.

In principio erat verbum

La pista conduce a una gigantesca, pertinaz ficción dual que ha sido ariete, y es instrumento, de la plaga más temible, en cuanto puramente parasitaria, del siglo pasado y del todavía en sus comienzos. Es sistema en absoluto reducido al campo de ideas y convicciones, sino, por el contrario, guiado por la lógica del botín, de la gratuidad y disfrute de los bienes indebidos por medio del establecimiento de la más segura de las cárceles, multiplicada por una extensión de comunicaciones que, a causa de la catarata incesante y la masa misma de los mensajes, reduce considerablemente el espacio crítico.

El primer rapto ha sido el del lenguaje y, con él, de los conceptos. Porque el que se ha encargado de secuestrar a Europa es un toro formado por palabras, aunque divinidades y liturgia de tipo social ocupen en escena espacio preferente. Lo que ha desaparecido es el individuo como tal, junto con el aquí y el ahora. Han desaparecido la responsabilidad y el albedrío, la capacidad de observar, expresar y juzgar hechos reales, de respetar la evidencia, de percibir sin la coacción previa de un filtro que marca el bien y el mal. Todo ello ha sido sustituido por un mecanismo dual completamente ficticio, de extrema facilidad en el automatismo de su manejo, generador de falsas certidumbres y dotado de la inmediatez operativa que proporciona la indiferencia ante lo que los ojos ven y la lógica elemental demuestra.

Aquel tiempo de universidades. Salamanca.

Aquel tiempo de universidades. Salamanca.

Se trata de algo sin parangón. Europa, su civilización ampliamente compartida, ha pasado por violaciones, invasiones, intentos de destrucción física y periodos de destrucción moral; superó tanto los ataques externos que pretendían desguazarla como los internos de la corrupción acumulada, salió adelante de regresiones hacia la barbarie y de contradicciones insostenibles entre valores excelsos y prácticas del peor jaez. Por cenagosas y adversas que se manifestaran las circunstancias, había un horizonte superior y deseable, una excelencia reconocible y confesa en iniciativas, empresas y personas, en la valoración de éstas y de sus obras; había espontaneidad, franqueza, confianza en la expresión del propio juicio. Podían cometerse aberraciones en nombre de la civilización, alegar, para bajos intereses, altos principios morales, pero existía conciencia de lo que hubiera sido deseable.

En un lapso relativamente breve, individuo, valores, precio, riesgo, evidencia, sucesos, historia, datos, crimen, mérito han desaparecido para dejar lugar a términos paralelos, pero distantes, de valor exclusivamente ocasional y rigor conceptual nulo. La perfecta tesis doctoral sería hoy aquella que demuestra, con igual empeño, una premisa y su contraria y que somete, si es posible, las verdades de todos los tamaños a previa votación, desde las mutaciones climáticas hasta la fecha de fundación de las ciudades.

En el espacio temporal contemporáneo, conformado recientemente por la especial aceleración histórica telecomunicativa, cuanto existe debe acomodarse a una imposición dual de Buenos y Malos que ha raptado, junto con el lenguaje, la libertad, no ya sólo de expresión, sino la más importante: la de nombrar explícita, e incluso mentalmente, la realidad. Blanco, negro, crimen, guerra, raza, muerte, robo, ataque, defensa, lucha, pobre, rico, saber, ignorancia, trabajo, paro, verdad, mentira son lo que se admitió previamente que sean y se distribuyen con la docilidad de fichas en las casillas de un tablero conocido, mientras discurre frente al sujeto así adiestrado la corriente viva de los hechos.

El movimiento de la Razón y de las Luces es el primero en gestar su contrapartida sombría que, en la práctica, se llamará el Terror. Se trata de la imposición dual y permanente de un reino que, a diferencia del cristianismo, es muy de este mundo y esta llamado a abarcar, en el tiempo y en el espacio, cuanto existe. Tiene, además de todas las respuestas, la forma de todas las preguntas, delimita tanto las parcelas perceptivas y cognitivas a tratar como la óptica en la forma de abordarlas, porque el sujeto estará marcado de origen con el marchamo que indica su pertenencia al polo positivo (el ciudadano, cuantos no pertenecen a forma alguna de aristocracia, el desprovisto de categoría, rango, dotes y bienes) o al negativo. Se trata de una entelequia, una utopía de termitero, tan insostenible como fugaz. Pero marca un comienzo, inicia el secuestro del lenguaje. La Razón, como se arrastra la propia sombra, incluye exactamente su contrario, un remedo de ella misma en el que libertad y saber han sido sustituidos por opresión, represión y miedo. Este joven credo posee, de forma harto más peligrosa que el culto a dioses en el Olimpo, los rasgos de la estructura religiosa. Los ha heredado, capitalizado y ha añadido a ellos el poderoso argumento de la construcción de la felicidad futura.

Sin embargo en conjunto los de las Luces fueron muy buenos tiempos para la gente y para las palabras. Se multiplicaron los conceptos y la transmisión de las ideas, la sed de saberes y las formas de satisfacerla, los receptores y los proyectos. El mundo se descubría cada mañana y aún podía ser nombrado sin temor a censura y repulsa, la civilización era deseable, el horizonte asequible y su dominio cuestión de años y de empeño, las personas eran determinadas por sus actos y tenían conciencia de alzarse sobre lo alcanzado por generaciones pasadas de las que reivindicaban con orgullo lo mejor de la herencia. Había que saber, lo más posible, en la escuela, en los libros, desde muy temprano, siempre. Los conocimientos eran la clave, la puerta que, para la fe no poco ingenua de los Ilustrados en el poder de la Educación Universal, conduciría a paraísos. El Terror, los terrores, invasiones y ambiciones eran localizables y circunscritos a lugares concretos en tiempo y espacio; no sentaban doctrina ni extendían incansablemente el mismo mensaje. Los monstruos que llevaban en sus genes el totalitarismo eran aún pequeños, de influencia limitada y poder breve. El crimen no es aquí todavía la supresión benéfica en pro de órdenes mejores, ni el respetable ejercicio de usos y costumbres. Es violación, tortura, robo y asesinato, lo ve quien lo tiene delante, lo nombra quien lo mira, y lo pinta Goya. Francia jugó a la terrible utopía, pero al otro lado del Atlántico América establecía en vastos espacios una República de personas dueñas de sí mismas y tan sólo sometidas a su propio albedrío, compromisos y acuerdos.

 

La deuda interminable

La primera entelequia ya realmente operativa, perdurable y llamada a distribuir en dos campos todo el universo cognitivo es probablemente La Clase, la existencia de un ente perdurable social que reina sobre los individuos, los determina y condiciona. Poco tiene que ver con el sustantivo habitual, el indicador sociológico que explica la adscripción social. La Clase pertenece necesariamente a un mundo dual, está en perpetua lucha con su contrario en la dinámica Opresor/Oprimido, Obreros/Patronos, Pobres/Ricos y cubre la vida entera, de forma que hoy diríamos genéticamente determinada. Es religión de fidelidad exigente, su enemigo es el Otro como entre los maniqueos el principio del Mal respecto al Bien, legitima las acciones por su agente de origen y no por la calidad de éstas, domina el futuro, posee todas las respuestas. Suya es la palabra, todas y cada una de las expresiones verbales, lo que puede o no ser expresado desde el origen mismo en el que en la mente toma forma, en su recipiente de sonidos y letras, el concepto. La Clase, y la idea de clase tomada en este sentido ontológico, es tan falsa como el corolario de su necesaria y continua lucha con la clase enemiga. Una cosa son las condiciones concretas sociales y económicas en las que se encuentran éstas y aquéllas personas en un momento dado y otra la creencia en que el pobre y el obrero pertenecen per se a un especial género dotado de superior ciencia y virtudes. Jamás existieron El Obrero, El Pobre, El Oprimido, no más que, tampoco, las Dos Españas, ni la encarnación real del obrero o el pobre tiene la menor intención de permanecer en su ser, que es el de la Clase Buena, de la cuna a la tumba puesto que son seres humanos ajenos al determinismo zoológico de la oveja o la hormiga. Una vez sobrepasa los límites de su utilidad para los estudios sociológicos y las referencias históricas, la Lucha de Clases es una entelequia, pero una entelequia singularmente útil en la que la más vieja de las pasiones, la envidia, constituye el combustible que alimenta los motores en el cuarto de máquinas.

Se desplazan de esta forma, al principio lentamente y de manera parcial y localizada, luego a ritmo acelerado y con clara finalidad de monopolio, la percepción, descripción y análisis de seres y hechos concretos, de visión, valores, educación e historia, hacia una dinámica que impone la previa clasificación, en cualquier circunstancia y respecto a cualquier suceso y objeto, según la pertenencia a dos grandes bloques, Amigos o Enemigos, de la buena clase social. Se parte de la nada, de la injusticia primigenia; se tiene derecho a todo, se es víctima de un robo que fue perpetrado, desde los orígenes de la especie, por cualquier ser humano que consiguió más que sí mismo, que inventó, elaboró, halló, obtuvo beneficios de los que el otro no dispone. La doctrina de la deuda interminable dará un salto de gigante con la era de la comunicación y de su inevitable corolario, la propaganda en todas sus formas. De éstas la más importante llegará pronto a ser, no lo que explícitamente se dice, sino la frecuencia de las repeticiones, la omisión sistemática y la proporción distributiva del tipo de mensajes en un medio de receptores abrumados por la abundancia de ellos.

Los atracadores benéficos

El proceso por el que se pasa del rapto del lenguaje al de la realidad, y del de ésta al de la acción nada tiene de etéreo, místico, filosófico. Su magnitud misma incita, para abarcarlo y describirlo, a la distante elaboración de análisis, expresiones abstractas, conceptos, pero en sí el agente es, en cada ocasión y lugar, la suma de individuos que se procuran así beneficios sin relación con la labor, valía, trabajo, hechos y mérito personal. A ellos se suma un cuerpo generalmente nutrido (en ambos sentidos del término) de compañeros de viaje. Se trata de un fenómeno lento, acumulativo y recurrente, de imposible existencia sin las previa siembra y cosecha de la visión dual del mundo y la regular exaltación de la envidia bajo innumerables avatares. El igualitarismo compulsivo, sin relación con el de derechos y deberes sino meta de filias, fobias y de la fidelidad debida al dogma de fe, se acompaña de entelequias no menos nocivas que las ya citadas, como El Buen Salvaje, El Amigo del Planeta, El Edén Natural, La Comuna Fraterna, el Clan Originario, el Protector Gratuito y El Ladrón Apacible. Pero el Terror camina de la mano de las entelequias de obligada alabanza: La comuna es fraternal siempre y cuando reciba gratis et amore placa solar, fondos ecológicos, coche todo terreno y asistencia hospitalaria de alta tecnología. De lo contrario, si cesan los dones y no se corean sus consignas, hasta las gallinas echan dientes. La dualidad verbal y moral obligatoria, con estigmatización de un bloque y sacralización de su contrario, se construye sobre una base ciudadana insistentemente trabajada por la selección reiterativa de los mensajes y por la extensión de una red de intereses de nuevo cuño, capilar, blindada, anónima, cuya fuerza reside en cierta blanda aceptación general de su bondad y en el nuevo elemento que, junto con la igualdad rencorosa, alimenta ahora los motores de la sala de máquinas: el Miedo.

En poco más de un siglo, con aceleración vertiginosa en sus últimas décadas y extensión globalizadora en la época actual, Europa pasa, de la Razón, el Humanismo y las Luces, de la impronta de un Cristianismo que, con todas sus miserias, es el primero en reivindicar la universalidad de los derechos humanos, a la generalizada sumisión a entelequias y a la anulación de la percepción directa y del espíritu crítico. En un caso casi prodigioso de ceguera voluntaria, en la Europa del libre albedrío y el humanismo, de la visión grecorromana guiada por la lógica y el rechazo a sátrapas y a dioses, la de la iniciativa individual y la claridad del pensamiento, se rinde al culto de un puñado de palabras-icono que sustituyen a personas y a realidad. La percepción es encauzada de raíz hacia un esquema en el que cuanto ha sido previamente situado en el polo negativo sólo existe para abominarlo, para hacer resaltar por contraste las bondades del oponente y para justificar, como Enemigo necesario, la existencia de los Representantes del Bien.

El verbo se ha transformado en un arma de la mayor eficacia, de un solo filo, una sola dirección de ataque y un envés basado fundamentalmente en la dosificación del silencio. La dualidad discurre por el cauce originario de la lucha de clases y su caudal ha adquirido grandes proporciones a base de Izquierdas/Derechas, Revolucionarios/Conservadores, Progresistas/Reaccionarios, Socialistas/Capitalistas y, a partir de la Segunda Guerra Mundial, en una concentración utilitaria en el general epíteto fascista, aplicado a cualquier oponente de las Fuerzas del Bien. Las cajas de resonancia del credo agente del rapto de Europa son, cada vez en mayor medida, la Educación y Cultura, el sistema comunicativo y los productos más variopintos puestos en el mercado y exhibidos como filosofía (que ha cambiado de uso y de contenido conceptual) y arte (también definido según las exigencias del guión). Algunos de los epítetos benéficos, comunista, revolucionario, se difuminan y pasan a disolverse en productos genéricos de presentación más suave para el gusto de los tiempos. Porque se ha llegado a otra etapa, difícilmente concebible hace medio siglo, de completa anulación del sistema de valores en que se basaba lo mejor del impulso y de los logros europeos, ese impulso, invenciones, convicciones y hallazgos que, a pesar de los pesares, representa  una mejora sustancial en las condiciones de vida del conjunto de la Humanidad. Ya no hay que correr con los riesgos e incomodidades de la toma de palacios de invierno. Éstos se desguazan y reparten desde su interior mismo, con aplausos de un público amante de las experiencias vicarias y con generosa ayuda financiera de los que lo ocupaban y que levantaron, decoraron y mantuvieron los edificios. No habrá gasto de fusilamientos ni de balas porque el Enemigo es precisamente el manso ganado que, hoy grey y antaño individuos, producirá los bienes de consumo que nutran a la inextinguible tribucracia agrupada bajo las banderas de un Bien que, en la práctica, se centra en la apropiación de bienes ajenos, la inexistencia de méritos propios y en la persecución, anulación y despiece de la persona, del ciudadano y del libre albedrío.

A los sones del himno coral de clanes de víctimas, de denuncias que no son del muy concreto y actual terrorismo sino de agravios tan antiguos como la formación de la corteza terrestre, al ritmo de la diferencia y la queja, de la presión del ruido y la amenaza, llegan los Atracadores Benéficos.

 

Atraco Perfecto

Las últimas décadas se resumen en el creciente poder y predominio de quienes asoman cabeza por el desgarrado tejido de lo que fueron valores universales, igualdad de derechos, predominio de la libertad individual en todos los órdenes y marco constitucional que garantizaba el mismo trato para todos los ciudadanos y la solidaria y justa distribución de los fondos públicos. Se trata de las Clientelas de la Utopía, fruto aberrante del Estado de Bienestar, pagadas por él y en simbiosis con las variantes más nocivas del populismo. Su credo, con fleco de ismos tan hueros como peligrosos del tipo multiculturalismos, buenismos, indigenismos, etc., tiene muy poco de corpus filosófico. El ideario que a veces enarbolan no pasa de ser maquillaje, que no causa, del acceso al poder –y sobre todo a los fondos públicos-por parte de una masa, amorfa, y por ello inatacable, de gentes que obtienen dinero, cargos, salarios, prestigio, nombramientos, empleos, audiencia, fama, nóminas, privilegios, promoción personal y espacio mediático que por sí mismos, por trabajo, conocimientos, iniciativas, currículum académico y valía profesional no hubieran obtenido jamás. Los ingredientes necesarios para que el atraco sea legal, efectivo y duradero son la anulación del sujeto responsable, de los valores universales y del ciudadano semejante a los demás en derechos y deberes como referentes y la adscripción de esas mónadas indefinidas (antes personas) que flotan en la nueva sopa primordial y social a una entelequia colectiva preferentemente localista, gremial, tribal y gregaria. Esto comenzó a hacerse con la Clase, se continuó con Izquierdas/Derechas, y no ha cesado de practicarse de manera intensiva, y exponencial, con etnias, nacionalismos, culturas, victimismos históricos y un largo etcétera.

El Populismo Telemático ha abierto, en estos terrenos, grandes horizontes. Como los recursos son  limitados y las entelequias tan exigentes como prolíficas, el efecto irremediable es el atropello, el saqueo y la injusticia social más insolidaria y cruda debido a la preferencia de que disfrutan los dueños del espacio mediático, la calle y el ruido y a los chantajes políticos a que da lugar el peso abusivo de minorías parlamentarias y el oportunismo y falta de escrúpulos de los partidos de mayor peso. La presión mafiosa se agudiza con el paso del tiempo por las exigencias de la nueva generación que espera heredar y perpetuar el buen vivir gratuito de sus mayores. Mientras, también se agudiza la descapitalización intelectual, profesional, laboral y financiera del país, la cosecha educativa es cada vez más mediocre, la oferta técnica menos atractiva, la nación menos relevante. Por la debilidad peculiar de su largo sometimiento a la dualidad izquierdas-clientelas subvencionadas buenas/derechas-franquistas fachas-malos, España se erige en ejemplar paradigma del proceso y eslabón más débil del incierto conjunto europeo.

Es la era de los ladrones de plantilla, de un sistema nuevo que supera, con mucho, la peligrosidad de las viejas corrupciones y latrocinios porque es capaz de desangrar, de desvalijar enteramente, a un país sin mayor ruido ni violencia que la esporádica de las correas de transmisión, oportuna agitación y matonismo eventual. Es el papel asignado a representantes de la cultura-propaganda, gobiernos localistas de terruño, sindicatos oficiales, mantenidos lujosamente por el Régimen. Hoy por hoy, la utopía sirve a una distopía letal. Se han raptado, en España, y en Europa en un sentido menos agudo y más amplio, los iconos que fueron bandera de nobles intenciones, de defensa real de trabajadores y débiles, de luchadores valientes. Las clientelas utópicas a cargo del erario están lejos de arriesgar, como antaño, vidas y haciendas en pro de un ideal. Gozan del derecho a sagrado y del manto protector de un lenguaje secuestrado por la corrección política, tienen la impunidad asegurada, escenifican, monopolizan e imponen frente al sometimiento silencioso del público, son alabadas, fabricadas, promocionadas y pagadas por y para pertenecer a la entelequia de turno, al bloque pasado, presente o futuro de Los Buenos, en un rosario de núcleos victimarios, de guerreros virtuales contra la burguesía, el capitalismo, el dinero y los enemigos de la Madre Naturaleza, al que, en el caso español, se suman los innumerables expertos en alancear moros fallecidos. El común denominador es el parasitismo, ni ocasional ni coyuntural sino en su último, novísimo y más perfecto grado: Sin contrapartida alguna de estudios cursados, de datos profesionales apreciables, de producción rentable, de actividad laboral reconocida, de obras concretas de individuos reales y diferenciados. La regla –y ésa es otra gran diferencia respecto a cualquier situación anterior- es el filtro a contrario, la imperiosa necesidad de tomar la mediocridad como norma, la sordidez como baremo, la falta de luces y de currículum como condición necesaria, el feísmo como canon, la anomia como garantía de la obediencia a una estructuración basada en la fidelidad a los intereses del grupo y la repetición de consignas. El contraste con la aspiración a la grandeza, a la belleza, a la excelencia que se observa en otros lugares y latitudes es sangrante: mientras se proyectan y erigen edificios maravillosos, ciudades autosuficientes, en España el menguado caudal va a la construcción de pequeños e innecesarios aeropuertos para satisfacer las coimas y la vanidad de reyezuelos locales.

Los botines que resultan de este rapto de Europa y su sustitución por la Europa sin atributos pueden clasificarse en categorías. Hay los regularmente entregados a aquéllos sin otros méritos que el lugar de nacimiento, la genealogía, la preferencia sexual, los agravios ancestrales, el color de la piel, la elaboración de productos culturales atentos al credo oficial y a la ley del mínimo común denominador cualitativo, la pertenencia a clanes de alforja y terruño con los que se negocia la subasta de votos parlamentarios. Esto en cuanto al consumo interno. La degradación política y debilidad extrema hacen a España botón de muestra, caso ejemplar; no único. Se mueve a impulsos de un mar de fondo común incluso respecto a países de extrema lejanía. Porque la zozobra de Europa, su retroceso medroso ante los señores de nuevas y muy diferentes guerras, su abandono de lo que le dio valor, bienestar, porvenir y sustancia produce corrientes muy largas, mareas de gran calado que tocan las Américas y lamen las playas de sistemas tan vitales y prósperos como los de la tierra austral.

El rapto de Europa como civilización, la Europa amplia que desde su pequeña extensión y la cuna mínima de Grecia, el cercano Oriente y Roma ha sabido dar a las demás partes del mundo mejores formas de vivir, aparece hoy como un fenómeno degenerativo, prácticamente botánico, de la raíz a las hojas. La visible y alarmante crisis económica es mal menor y resultante de la debilidad de su sistema de defensas y de la pobreza de nutrientes y de arraigo. De hecho, la crisis está actuando como arma estratégica, es toda beneficio para potencias que no se distinguen por sus inclinaciones democráticas pero sí por sus enormes reservas de liquidez, deuda extranjera, fondos del tesoro y riquezas petrolíferas. Véase, por ejemplo, el caso de China y países de Oriente Medio. La penuria económica ha dejado en inferioridad y dependencia manifiestas de sistemas dictatoriales a una Europa ya desnortada respecto a sus propios valores, indigente en conocimientos, transformados en aparcamientos sus centros de enseñanza, abrumada por capas de población improductiva y adicta al mínimo esfuerzo y a la rendición previa. Nunca hubo una generación mejor comida y más atemorizada ante la idea de la erosión de seguridades cotidianas o el esfuerzo reproductivo. La oportuna crisis económica ha dado un frenazo al establecimiento operativo de sistemas de lucha contra el terrorismo, las mafias organizadas y la inmigración ilegal. El segundo toro rijoso puede hogaño llevarse a lomos a una espantada anciana en vez de a la doncella de antaño.

El segundo botín, allende todas las fronteras, se negocia a otra escala, entre los representantes de las clientelas de la utopía, los mercaderes del todo a cien, la paz gratis y el estado de bienestar perpetuamente asegurado y los que están repartiéndose ya, in péctore o de forma descaradamente explícita, un territorio y gentes que fueron los de las libertades y el saber y que no volverán a serlo sino en apariencia. El segundo botín se va cobrando en la rendición por parcelas de la igualdad de derechos ciudadanos, en el retroceso ante el absurdo lógico, la opresión, la injusticia, la barbarie, la manipulación histórica, la censura multiforme, la ignorancia preceptiva, el miedo y la fuerza. Sus agentes tienen un papel impagable –pero muy bien pagado- de intermediarios entre los países del área occidental y los potentados de otras latitudes amigos de las sumisiones de su gente y de quien se tercie y encantados de la debilidad confesa del oponente. Los beneficiarios se cobran su tributo diario en las calles, prensa y centros de enseñanza europeos, distribuyen coimas, determinan la política exterior, rompen la alianza atlántica y buscan, invariablemente, el abandono del viejo y noble modelo de ideales universales, el salto sobre ciudadanía, mecanismos de representación y garantes de las libertades, para reducir a todos a una masa coral pastoreada por el sentimiento y la consigna, amiga del balido de la representación directa y de la identificación con el que ofrezca más pasto, menos riesgos y el afable entendimiento con los lobos.

La implantación durable de una red de clientelas coronadas por un Gobierno que las nutre  y al que, a su vez, nutren y sostienen necesita, además de del Estado de Bienestar, de una escenografía permanente y amplia. Porque en la estructura así creada la molesta pregunta ¿quién paga qué? no tiene cabida. Sólo se admite la visión del dinero público como un maná inagotable, mientras no se demuestre lo contrario, enviado por la Justicia Distributiva para reparar los incontables entuertos de la Historia. Es una indemnización de Clase, de Género, de Tribu y de Subtribu (tratados como intemporales modelos platónicos) repartida por el providencial y generoso Líder Benéfico. No se precisa, como en los añejos sistemas totalitarios, del férreo control de Educación y Cultura; simplemente es necesario asegurarse de la emisión diaria y abundante del adecuado tipo de mensajes en el limitado marco de las horas del día, los canales de comunicación fáciles y disponibles, los horarios de colegios y escuelas y los libros y programas de Enseñanza. A mayor localismo mayor control, mayor dependencia del poder y menor horizonte intelectual. La escenografía reemplaza a la substancia en política interior y exterior, en aplicación de la Ley y en planificación financiera, y silencia la molesta verdad de que no existe plato de comida gratis ni subvención sin pagano detrás. El mascarón de proa de este tipo de Gobierno asentado sobre la pirámide de comensales es quien con mayor habilidad hace identificar al público el puñado de iconos ideológicos con la realidad objetiva. No podría ser de otra forma. Poco importa, llegados a este punto, si en su fuero interno los responsables nominales de la necesaria bancarrota y del aún más grave desastre educativo ignoran voluntaria o involuntariamente la tenacidad de los hechos. Desde el vacío sólo queda sustituir éstos y la ética por el simulacro, por la continua aspersión de imágenes enviadas, por encima de las instituciones democráticas, a una masa que se quiere acrítica, irreflexiva, plebiscitaria y ayuna de nociones elementales de historia, lengua, ciencias, literatura, y geografía, un ser gregario que debe identificarse emocionalmente, por medio del discurso buenista, con el líder, de forma que haga suyos los fracasos y errores del Presidente.

No de otra forma puede explicarse la renuncia colectiva al ejercicio de la razón y de elementales principios morales. En cuestión de pocos años se ha extendido en Europa la aceptación de la desigualdad radical en el trato de hombres y mujeres, la opresión de los más débiles, la aceptación estólida, so pretexto de rasgos culturales y respeto a la diferencia, de usos que son pura barbarie. Se ha tenido a bien, porque era útil importar trabajadores, embolsar petrodólares y mimar terroristas, aceptar, bajo manto de tolerancia religiosa, a un Islam que significa grupos numerosos y crecientes de población que actúa de forma incompatible con los más elementales principios de la igualdad y derechos de las personas. Al hacerlo, se ha renunciado a dar la protección debida a los muchísimos individuos, mujeres, niños, hombres, venidos de esos países de Oriente pero no por ello definidos exclusivamente por la claustrofóbica forma social de la religión islámica de la cual no pocos consciente o inconscientemente huyen, gentes que aspiran a vidas mejores y más libres en sociedades que nunca debieron traicionar la herencia de la Ilustración. Relativismo, multiculturalismo y afines convergen en la misma distopía donde segregar, maltratar, torturar, coser el sexo de las  hembras, violar niños, quemar libros, prohibir los desplazamientos, degollar a las hijas, comerse al enemigo, asesinar al prójimo no es, según el país de que se trate, sino expresión de diferencia cultural que sólo cabe observar como quien contempla un hormiguero y, todo lo más, tratar con la comprensiva actitud del que espera sólo del paso del tiempo la evolución inevitable. Los muertos y los oprimidos, que siempre son los más débiles, quedarán, durante esos años, siglos o milenios, a beneficio de inventario.

La rendición preventiva de Europa ante la amenaza, la violencia y el terrorismo, la traición que, por cobardía e intereses, se está cometiendo contra inmigrantes a los que se abandona a sus opresores es una peste que probablemente nadie ha denunciado como la escritora somalí Ayaan Hirsi, Ali.[1] Precisamente en la enseñanza –nunca en escuelas religiosas que adoctrinan en la segregación-, en la igualdad ante la ley y en la persecución de los atropellos está una de las claves del rescate de Europa, de lo que la educación en Europa fue, siempre debió ser y no es, asfixiada por consignas que sustituyen a los conocimientos y por la inseguridad ante sus propios valores. Ayaan Hirsi Ali denuncia la tímida protección contra la violencia tribal, familiar y religiosa que en Holanda –y no es la única- se ofrece a las mujeres musulmanas, las cifras devastadoras de crímenes y abusos de los que son impunemente objeto los millones de víctimas de un apartheid, el femenino en el Islam, mucho peor que el que sufriera comunidad negra alguna, la negligencia de los centros educativos cuando de defender los principios de igualdad ciudadana se trata y la torpeza de políticos occidentales que no saben ver el enorme potencial liberador que late en las mujeres musulmanas. Educación y protección, sin multiculturalismos aberrantes ni supuesto e hipócrita respeto a  singularidades religiosas, podrían contribuir a rescatar, con ellas, no sólo a Europa, sino a los propios países de origen de estas mujeres, a sus hijos abocados ahora a drogas, violencia y fundamentalismo terrorista por el enorme (y bien fundado) complejo de inferioridad y frustración que tales núcleos esconden. Por el contrario, el progreso e igualdad de las mujeres transformaría el fantasma de demografía invasora y servicios sociales colapsados en trabajo útil, sangre nueva y en defensores, cara a sus países de origen, de la laicidad, los derechos humanos y el progreso. En ellas, a las que hoy no osa defender Europa y a las que incluso insulta con la afirmación de que son esclavos contentos de su suerte, y en la defensa valiente de la igualdad y libertad de todos está el fermento de la integración en los países de Occidente de esas poblaciones inasimilables.

Para ello la Educación debe ir de la mano de la Ley y tener aquélla clara la importancia de la tradición en la cual se asienta y a la que debe Europa lo mejor de sí misma. No es una coincidencia que en Oriente y en África civilización y desarrollo estén ligados a la equidad en el trato de la mujer y a su peso social. Es, a ojos vistas, el caso de las comunidades cristianas de Sudán, de Etiopía, del área budista asiática y de la población cristiana de países de tanto peso como Indonesia. Nada más ilustrativo que observar, por una parte, en la calle a la hembra cubierta de ropajes y la cabeza inclinada por el ronzal del pañuelo que camina unos pasos por detrás del marido y, por otra, al matrimonio que se sienta a la par, con sus mejores galas y sin  más tocado que el elegido por coquetería, en una celebración religiosa del templo de asistencia común, en el que no hay, para la admisión, distingo alguno entre sexos y nacionalidades.

Flaco favor les hacen los empeñados en pagar su ingreso en el clan de los Buenos cuando resumen en Palestinos/Imperialistas, Árabes/Judíos, Islam/Sionismo la dicotomía que viene a sustituir a la fe de sus antiguas fidelidades. Bajo ese Islam, musulmán, árabes, hay un mundo complicado y diverso, que no es con frecuencia ninguna de esas tres cosas, con problemas y seres muy concretos y un inmenso volumen de opresión hacia el cual harían muy bien en volcar atención, denuncias y esfuerzos. Gobiernos, prensa, ONGs, caciques nacionalistas y mercaderes de todo pelaje se unen en Europa, en esta conspiración del silencio, con las Clientelas de la Utopía y el Multiculturalismo, siempre dispuestas a entenderse con el jeque de turno, a ceder terrenos para escuelas coránicas y mezquitas y a recibir subvenciones. Lejos de tratarse de una cuestión anecdótica, el empeño en minimizar la importancia del velo es sintomático porque su imposición es la de una barrera portátil constante, en escuela, trabajo, actividades diversas, ocio y servicios públicos. El tema no tiene nada de banal, pero la polémica sobre él en Occidente es todo un símbolo: La familia, el medio ambiente islámico, transforman a lo que era ser humano concreto en anónimo miembro de la grey, en el mejor de los casos esclavo contento de la seguridad que su amo le procura, y anuncian, desde lejos, su sumisión a los más fuertes: el padre, el marido, el hermano, el imán, la parroquia de la Umma[2], caracterizada por la identificación de los preceptos religiosos con las leyes y derechos de la sociedad civil.

Pero en esos millones de mujeres, al lado de cuya indignidad, ropajes negros y estatus servil la estrella amarilla de los judíos era más cómoda y llevadera, está una parte sustancial del rescate de Europa. Y del futuro.

El robo más grande jamás contado

Se pueden robar todo el oro del Banco de Inglaterra, el tren correo, las Minas del Rey Salomón y la caja de los huérfanos de la Guardia Civil, pero nada iguala al robo de un país desarrollado completo, de su PIB, erario público, de cuanto se firma, negocia y otorga, del Tesoro y hasta de la indefinida posibilidad de la Deuda. El ocurrido en España ha sido empresa de gran aliento, jalonada en etapas, sometida a esperas y retrocesos, pero con una clara meta final en la que brilla, en todo su esplendor, la máxima de las Clientelas: apropiarse de lo indebido, de lo ajeno. A la Enseñanza pública española le correspondió el papel inestimable de vanguardia, aunque, al tratarse de rendimientos a largo plazo y presencia mediática discreta, el fenómeno no gozó de la atención que debiera. Pero justo es reconocer que a la cosecha de la reforma educativa, ya implantada anticipadamente por el Gobierno a partir de los años ochenta, se debe el perfecto hundimiento actual, el puesto vergonzoso que en formación ocupan escolares y universitarios españoles (desconocedores de quién fue Cervantes, o El Quijote, pero finos exégetas de programas televisivos) y la paralela promoción socioeconómica de las clientelas electorales, socialistas pero no sólo, y de los clanes autonómicos. Jamás se hubiera impuesto la LOGSE (y su no menos nefanda continuación, la LOE, nada más llegar el Presidente actual -octubre de 2010- al poder) de no haber servido para desplazar a los profesores de cuerpos profesionales académicamente bien calificados y, en un maremágnum de todos enseñando a todos de todo, sin distinción de edades de los alumnos, especialidades, rendimiento y rango académico, colocar a las gentes de los dos sindicatos, Comisiones Obreras y UGT, correas de transmisión y de subvención del Partido Socialista, asegurarles un continuo maná de remuneraciones por cursillos y garantizar a clientelas nacionalistas y no nacionalistas votos y manipulación histórica y política. El maquillaje de tópicos estilo maoísmo retro no fue sino aditamento de la maniobra okupa todavía en curso, porque la magnitud de la trama de intereses así creados es monumental y se entremezcla con sus homólogas caciquiles de las diecisiete autonomías, feudos municipales, cultura de nómina y canales comunicativos.

Hay un hilo conector, incluso físicamente, entre los hitos que en España jalonan el descenso del país y la Enseñanza. Ni el nombre ni el individuo valen la pena de ser mencionados, pero es significativo que la misma persona, siempre en el Gobierno o sus aledaños durante las últimas décadas, sea la foto fija de quien apoyó la LOGSE, y ello muestra hasta qué punto esa hermana pobre de los titulares, la Educación, ha sido el revelador hilo de Ariadna de un largo rosario de traiciones que se suceden, hasta el día de hoy, y tienen como marchamo el mismo rostro que ilustra un historial de encubrimiento de crímenes de Estado y de corrupción masiva, aprovechamiento de la matanza del 11 M para acosar al entonces Gobierno y logar el poder, negociación con terroristas y utilización discrecional, y teatral, de la policía. Con el fin de que, en una mezcla de caricatura y esperpento, la carátula se hinche de poder y se agrande acumulando, finalmente, cuantos cargos garantizan el control, información y espionaje desde los organismos del Estado, la representación parlamentaria y la gubernamental. No es menos significativa la exigüidad de las fuerzas políticas que intentaron luchar en sentido contrario, salvar el conocimiento. A la luego Presidenta de la Comunidad de Madrid y entonces Ministra de Educación corresponde el honor y el valor de haber defendido, en solitario, la única iniciativa decente, una Ley de Enseñanza de las Humanidades que fue laminada por socialistas y nacionalistas e ignorada por el PP, su propio partido. Sin embargo la denuncia persiste: la destrucción del buen sistema español de enseñanza pública ha funcionado como revulsivo, despertado la conciencia e inextinguible indignación de los que lo presenciaron, como es el caso –no único- de un muy conocido periodista y escritor famoso tanto por su capacidad comunicativa como por su honestidad profesional.

Si España ha caído donde se encuentra no es por azar, ni por la crueldad de la mundial crisis económica. Es por la rapacidad, en todos los órdenes, de los que llevan más de tres décadas viviendo de la ubre del victimismo y del chantaje postfranquista. La dictadura, fenecida con su fundador en 1975, tras una rampa de salida democrática impulsada por buena voluntad general, ilusión y gente de talla, ha incubado un vivero inagotable de parásitos que imponen como único mérito la reivindicación a contrario. La sencillez del mecanismo dual Buenos/Malos, Bondad/Bien, trabajado sin descanso por la aceitada maquinaria de propaganda interior y exterior, les ha permitido, armas de la censura de fachas, reaccionarios, derechistas y franquistas siempre en mano, apropiarse de cuanto, en condiciones normales, por sí mismos les hubiera resultado inalcanzable. Y ha producido además, cuando el botín se resistía, clones ruinosos por millares en organismos y cargos públicos, florilegio de jeques y harkas, empresas privadas paralelas a las homónimas del Estado, ministerios, diplomas y presidentes inútiles, nombramientos ficticios y líderes producto de una esmerada fabricación de imagen populista capaz, por su inanidad misma, de captar simpatías y votos. Es imposible comprender, si no, una regresión tan acusada, una Educación que proscribe el saber, la capacidad y el esfuerzo, un sistema social que se ha esforzado en hacer creer que el dinero de los servicios no es de nadie, que se debe dar a todos todo por nada, que no produce ni profesionales calificados ni titulaciones fiables, que impone películas incomibles pagadas para que se atengan al puñado de tópicos de rigor y no fía sino en los matones mediáticos y en la venta coyuntural al mejor postor. Sin un vistazo a la radiografía económica que muestra, tras la epidermis de, mitos, exorcismos y anatemas del Gran Monstruo Postfranquista creado y nutrido al efecto, la captación, distribución y deglución ávida del PIB, es inexplicable la disolución del país en taifas, la insólita prohibición del uso y de la enseñanza de la lengua española en algunas de ellas, el mimoso coqueteo con dictadores impresentables, el servilismo ante los autócratas y el lógico desprestigio internacional.

Llegado el bloque parásito a las impaciencias de la segunda generación y a las sombrías perspectivas del final, por caducidad, del tiempo de chantaje, no basta la estrategia del despojo cíclico de las arcas que otros han vuelto a llenar. Se imponen tácticas de choque.

El 11 M como trabajo coral.

Desde el otro lado del mundo, la gente hace memoria y recuerda, a muy amplios trazos, aquel suceso de las bombas que causaron tantos muertos en una estación de trenes de Madrid, y lo enlaza, naturalmente, con los atentados terroristas más cercanos que ellos han vivido y contra los que reaccionaron de inmediato investigando hasta la saciedad, volcándose en improperios y en firmeza contra los autores de las matanzas y apoyando, fuesen del partido que fuesen, a quienes dirigían por entonces el país. Es inimaginable, y por ello no lo imaginan, que lo que ocurrió en la capital, cada vez internacionalmente más lejana, de un extremo de Europa fuera distinto, que allí partido entonces de la oposición y afines lanzaran a personas enardecidas y/o sabedoras de consignas muy precisas a sitiar las sedes del partido en el Gobierno, que las cubrieran de insultos y basura, que llamaran asesino, no a los que pusieron las bombas, sino al que era Presidente, por elección democrática, del país. En otros países desconocen que en España la entonces oposición concentrara la táctica denigratoria y culpabilizadora en la proximidad de las elecciones del 14 de marzo de 2004, que el día 13, de reflexión, lo fuera de acoso y agitación organizada, y que los terroristas consiguieran plenamente su finalidad con el vuelco electoral y cambio de Gobierno. Nada se sabe ni se supone, allende fronteras, de la rápida destrucción de los vagones del siniestro, del puñado de pequeñas muestras en que se resumen una docena de bombas y varias toneladas metal, y no digamos de la vistosa radicalidad de las primeras iniciativas del nuevo grupo en el poder, entre las cuales estuvo, y no por azar, el hincapié continuista en el desastre educativo. La propaganda y lo inimaginable de las circunstancias del suceso han blindado su percepción misma externa e interna, lo han coloreado automáticamente con una causalidad del mismo signo que los atentados de reivindicación islamista de Nueva York, Bali y Londres y lo han clasificado en la estantería de las ya lejanas catástrofes.

En España, la matanza de Madrid transparenta bajo tierra sin que la versión oficial de exclusiva autoría de terroristas islámicos alcance, en las capas extendidas sobre ella, a cubrirla. Aflora, siempre, el recuerdo de que fue utilizada por un grupo sociopolítico para excitar a la población y ganar elecciones. Descansan, en algún lugar que no es el del olvido, los restos de aquellos trenes, cargados con las pruebas químicas del atentado, que se hicieron destruir a los pocos días. Se alza, como una prueba tremenda que no precisa de sensacionales revelaciones, el silencio vivido, impuesto, extendido, integrado sólo parcialmente en la inconsciencia colectiva. El silencio ensordecedor de manifestaciones de miles de personas que apenas medio de comunicación alguno transmitía, de gritos de ¡Queremos saber la verdad! sin más auditorio que la calle, de conmemoraciones apresuradas, diluidas, minimizadas. El enorme silencio de la práctica mayoría de los políticos, el de los huecos dejados por una investigación cortada a la medida de asesinos oportunamente muertos y de una sentencia sin cerebro culpable, el de un lamentable monumento a las víctimas de la Estación de Atocha que evoca al papel burbuja de una gran mordaza.

Pasados, desde el 11 de Marzo de 2004, varios años, quedan dos elementos cuya observación no precisa de elaboradas técnicas de espionaje: Quedan el botín y la omisión de las referencias al tema. Éste forma parte, junto con la ruina insostenible del sistema de las Autonomías, los episodios de la historia real y la trama nutricia de (y nutrida por) ETA, de los tabúes evitados, disfrazados e ignorados por la gran mayoría de los medios de comunicación y de los políticos. En su lugar, se rellena el espacio con falsas banderas de mitos duales que delatan, por sí mismas, la pobreza en valores y hechos auténticos que exhibir de sus portadores.

En las antípodas no saben gran cosa de España, pero les preocupa que siga su bancarrota a la de Grecia. Tienen la vaga idea, y aciertan, de que fue un país solvente y serio. Su impresión se hubiera visto corroborada de conocer que, a partir de la primavera de 2004, muchos españoles no dudaban de que las cajas del erario público que se traspasaron al nuevo Gobierno llenas las dejarían sus sucesores vacías de haberes y repletas de deudas. El 11 M ha producido, para sus beneficiarios, tres cosechas: La inmediata puso a su disposición el dinero de los fondos de Estado, cajas y bancos, unidos en el interés de estar a bien con el vencedor. A corto y medio plazo significó una plétora de nóminas, empleos y cargos a libre disposición. A largo inversiones, pensiones, leyes, programas educativos, compromisos y pactos blindados. Esto a un ritmo, además, exponencial y tribal de autonomías ávidas de arrancar trozos cada vez mayores de la débil presa pero nada proclives a asumir los gastos que la real independencia o el auténtico federalismo conllevan. El proceso no se identifica ni mucho menos con un partido, ni con políticos en el poder. De hecho, el éxito del 11 M fue tan completo que no sólo cambió radicalmente Gobierno y política interna y externa, sino que, al cabo de pocos años, el partido de la oposición se había deshuesado y reducido a un manso grupo de pacíficos inversores sin más ideario que el cobro regular de dividendos. Con ello confirmaban un implícito reparto muy anterior a 2004, en virtud del cual el partido entonces en el Gobierno, el PP, jamás rescató a Educación del desastre derogando y dictando leyes, ni planteó medidas que denunciaran y atajaran el insostenible desguace tribal.

La masa de clientela parásita española es, sociológicamente, inigualada e inigualable por naciones que han luchado contra enemigos externos, que no han podido ni querido arroparse en victimismos ni en belicismos post mortem y en las cuales la Educación no se ha se secuestrado, mistificado y troceado en un auténtico plan de destrucción del conocimiento. El botín logrado gracias al gran golpe, que ha dejado en una ruina mucho más grave que la de la crisis global económica a España, carece de parangón y es difícilmente superable precisamente por su legalidad formal, por la perspectiva de sus réditos y la pluralidad de sus metástasis que garantizan, por la técnica del dividendo y la vileza asumida, edificios de una solidez vulnerable tan sólo a la completa bancarrota y la implosión.

Parafraseando el título de una antigua serie radiofónica, el criminal siempre gana, o, como reza la sabiduría popular, Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos. La fiel infantería de los malos es simplemente la tropa del menor esfuerzo, intelectual incluido, a la que basta con prometerle subvenciones indefinidas, colegios sin estudio, diploma automático, virreinato autonómico, trabajo tardío, siempre remunerado e intermitente, guerras exclusivamente florales, amenazas nucleares iraníes resueltas en festivas batallas de moros y cristianos, terroristas islámicos comprensivos, mujeres deseosas de llevar velos, inglés y sexo sin esfuerzo,  bicicletas solares, antiimperialismo virtual y máster en Estados Unidos a cargo del gobierno local correspondiente. Una vez ocupado por entero, verbalmente, el territorio ético de los Buenos en la guerra retrospectiva del Nunca Acabar, nada se opone, mientras los acreedores no echen abajo la puerta, a la oferta futurible del paraíso esbozado, perdido pero recobrado por el líder redentor. El cual se conforma, a cambio, con algo tan insignificante como la cesión de la libertad individual, la memoria y el raciocinio.

El líder es sólo el mascarón de proa. También, en realidad, lo es el país. Porque tras su claudicación como respuesta al atentado están dictaduras sombrías, feudalismos cercanos, intereses petrolíferos, totalitarismo islámico incrustado impunemente en las democracias europeas, debilitamiento de la Alianza Atlántica, distanciamiento de los Estados de Derecho y giro hacia autocracias de las que se espera comercio, favores o, al menos, la inocuidad del desprecio.

Ha habido un plan de inversión, una bolsa, un jugoso botín; unas vidas, muchas; unas bombas armas del crimen, un finiquito, un exoesqueleto de los hechos y un endoesqueleto que se ignora. Aunque, al estilo del Asesinato en el Oriente Express cuesta poco imaginar a la larga hilera de criminales-beneficiarios haciendo cola para clavar, en el mismo cuerpo, el puñal.

La especie sin individuos

La Europa raptada ha llegado lejos y parece destinada a confundirse con un rebaño de cabalgaduras. El individuo se supedita a la grey, sistemáticamente, cada día, de manera que el pensamiento se vea condicionado, desde su formación misma, al imperio de la corrección, no definida por valores y hechos, sino filtrada desde, por y para culturas, identidades, tribus y etnias. Más allá, por primera vez en Estados Unidos se eligió a un Presidente, no por sí mismo, por su programa y cualidades, sino por el color de su piel, por su pertenencia a un grupo racial. Este mismo presidente pronunció un significativo discurso en la Universidad de El Cairo, y englobó al magma diverso que es el mundo árabe en una sola grey y en el Islam. No habló, también, en otro lugar de la misma zona pero plural y abierto; no hizo dos discursos: Ignoró absolutamente a demócratas, laicos, aspirantes a la modernización y a las libertades apoyó de forma vergonzosa y vergonzante la discriminación femenina. No hubo para los individuos discurso alguno.

En la Europa previa al rapto existían, en las décadas que van hasta principios de los noventa del siglo XX, junto con los intereses económicos que llevaron de la Comunidad del Carbón y del Acero a la CEE y de ahí a la UE, un fondo de leyes y valores comunes y un puente de atlantismo en buena parte cimentado por éstos, que se basaba en la creencia, y en la defensa, de las posibilidades de cada uno, en la universalidad e igualdad de los derechos y en la confianza en el ejercicio de la razón y la capacidad de adaptación, cambio y progreso. El ataque, subvencionado por mafias gubernamentales populistas, clanes, multiculturalismos y relativismos étnicos, sociales y religiosos, localismos de terruño y dictaduras en nombre de identidades de diverso signo, la progresiva claudicación e indefensión ante atrocidades, irracionalidad, tiranos y barbarie adquirieron, desde los noventa, el ritmo de una inversa aceleración histórica, ocuparon el espacio mediático con la comodidad dulzona de su mensaje y recibieron el impulso ficticio del dinero fácil, de la rampa del gasto indefinido destinada, forzosamente, al apagón del final de la feria y a la sumisión ante gentes de otros lugares del planeta que trabajan, estudian, crían hijos y se esfuerzan mucho más que los que se pensaban herederos naturales de la abundancia. La competencia no es sólo los lamentables, sórdidos talleres repletos de esclavizados asiáticos: Los centros de enseñanza trabajan en Vietnam a tres turnos diarios para responder a la demanda de aprendizaje, la prosperidad se teje, en otras tierras, con la presteza en fundar y defender la empresa propia, está en el empeño de sobresalir en técnica y universidades, brilla en los mapas nocturnos de Asia en la proliferación de proyectos energéticos rentables y en el rechazo de las utopías que no son sino distopías de nómina.

Europa ignora hoy a qué comunidad pertenece, y su ignorancia de qué debe defender, en qué se fundamenta, sobre qué bases se ha formado y en qué debe apoyarse en el futuro es, mucho más que la crisis económica, la mayor de sus carencias. A ello debe, por ejemplo, España la parálisis y transformación en bloque improductivo y parásito de lo que debía ser su motor vital: la masa de población que, en la flor de la edad, entre los dieciocho y los treinta y muchos años, no ejerce actividad productiva alguna ni invierte la energía imprescindible para una formación seria. Éste sería un proceso parasitario incomprensible para los habitantes de buena parte del mundo, pero aquí florece por la conjunción del durable, progresivo y tribal desastre de la Enseñanza, el relativismo a cargo del contribuyente, por la ausencia de la mejor maestra, la necesidad, y por la creencia difusa en la garantía de un indefinido paternalismo de la familia-Estado. Al lado de esto, pretender productividad y competitividad externa prolongando dos años las jubilaciones no pasa de ser pura anécdota. En tales contextos no son precisos enemigos organizados ni conjuras de gran calado. Basta con el drenaje de recursos y la parálisis, nacida de la inseguridad y del lógico endeudamiento, frente a la única baza de Europa: la apuesta cualitativa y creativa, la internacionalidad de sus descubrimientos y valores asumida como un logro.

Los interesados mitos duales han sido, aún son vistos desde otros países desarrollados, con la simpatía y el vago placer que procuran las bellas utopías distantes, y pagadas con la piel ajena. Es bueno recordar una romántica Guerra Civil española, de crímenes y barbarie exclusivamente en el lado de los Malos mientras que, desde el principio al fin, en los Buenos sólo hubo una heroica lucha por el progreso y la libertad. Es reconfortante considerar la Transición española como el impecable fruto, sin tacha de error ni mal alguno, de la aparición, surgida mágicamente, de la democracia. Pero no es cierto, y su misma laxitud y euforia iniciales empujaron rápidamente la balanza hacia la codicia de una maraña de clanes que traicionaron -legalmente y con toda facilidad puesto que ellos interpretaban la Constitución- la confianza depositada y han procedido, a ritmo hoy acelerado a repartirse lo que era nación como botín. Los corresponsales extranjeros veían lo que querían ver, lo que a ellos les abría más puertas, lo que hubiera debido existir y lo que a sus lectores, utópicos por control remoto, les complacía: El agradable país de gentes simpáticas donde se vivía y bebía bien. Además los acunaba, paseaba y recibía su homólogo, el periódico-bandera del Régimen, de los nuevos ricos y su grupo mediático, diseñado para identificarse a sí mismos con la modernidad, la nueva España y la luminosa salida de las cavernas. Un viaje por la amplia geografía española les hubiese bastado para anotar la evidencia, que salta a los ojos, de las zonas desfavorecidas en pro de los cambalaches parlamentarios y las supuestas, y prósperas, víctimas de la opresión. Una mirada sin complejos ni hipotecas ideológicas les hubiera hecho denunciar hacer décadas, y no tímida, escasa y recientemente, aberraciones –como la imposibilidad en España de estudiar en español- inconcebibles en el resto de Europa. Tenían a su disposición la radiografía económica de los beneficiarios, las pruebas de su, por lo general, absoluta falta de méritos, la muy larga constatación de quién llevaba lustros y décadas firmando algo tan poco glamuroso como significativo: el desastre de la Enseñanza, transformada en un saco de propaganda y clientelismo.

Todavía menos quisieron ver la radiografía internacional del 11 M, hasta qué punto marcó un hito en las rendiciones frente a muy reales peligros totalitarios, las dictaduras del Magreb y Oriente Medio (e incluso Extremo Oriente, en el que China puede manejar a voluntad, con los fondos que posee, el grifo de las crisis). Pero los mitos son agradables y venden, como el de una ETA tantas veces presentada como disidentes políticos y luchadores nacionalistas, aunque nada tuviera que ver con el IRA, asesinara a cientos de personas en plena democracia y jamás hubiera tenido frente a sí una facción armada al estilo guerra contra guerra. Sí, hubiese sido bello que los casi cuarenta años de franquismo transcurrieran en una lucha heroica de la mayoría de los ciudadanos contra la dictadura, en un continuo clamor por votos y urnas. Pero no fue cierto, y sí lo fue que el que se cita como único adversario serio, el Partido Comunista, tenía como paradigma el peor totalitarismo que ha conocido el siglo XX, al lado de el cual Franco hubiera parecido el colmo de lo liberal, y que el plan de ETA fue siempre el establecimiento de una camboyita cantábrica. Hubiese sido hermoso una república sin asesinatos en las calles y en las personas de los opositores políticos, civiles y religiosos, un gobierno libre de alianzas y de guías que veían como ideal el modelo que imperó luego en Cuba y en los países del Este, una república con la alegría de 1931 y con la honestidad e inteligencia de los mejores de su Edad de Plata. Pero no fue así, nunca lo fue, y es posible que hoy los mitos duales sean aventados, con sus respectivas clientelas y las miríadas de pequeños organismos simbióticos, por la primera ráfaga que sople en el momento oportuno.

Un rapto de ida y vuelta

-A ustedes les llegan muchos emigrantes. ¿Tienen también problemas como nosotros? Los musulmanes no se asimilan, piden otras leyes.

-Quizás nos equivocamos en un principio. Cuando llegaron, no era así.

-Muchos creemos que la política de los últimos años respecto a los aborígenes no es la adecuada.

-Estamos vaciando el país de nuestra mayor riqueza, los minerales, para embarcarlos rumbo a Japón, China, Corea. Deberían haberse tratado aquí, crear industria. ¿Y las generaciones futuras? ¿Y dentro de cien años?

-Antes no había delincuencia juvenil. Y ha bajado el nivel en las escuelas.

Dicen a miles de kilómetros.

Por mucho que se rapte a Europa, el recorrido ya es pequeño. La civilización y luego riqueza que un día trajo comporta problemas semejantes en un mundo que parece en ocasiones tan diminuto como el instante que precedió al Big Bang, un abanico de meridianos y paralelos que se pliega, roza, encuentra y superpone con la afinidad de las circunstancias. Las antípodas están muy cerca, desde cualquier punto, siempre. Australia, la grande, la joven, distinta, brusca, fuerte, abierta, muestra ahora su desconcierto, y el descontento de una parte no pequeña de su población, ante lo que no es sino resultado del credo bienpensante, del fantasma (esta vez sonriente, dulcísimo y de color de rosa) que ha recorrido uno tras otro todos los continentes desarrollados (los demás no pueden permitirse tales lujos). Su prosperidad se ha construido en parte con el excelente aporte de laboriosa y activa población asiática. Pero cuando las exigencias islámicas, venidas con los inmigrados desde Malasia, Indonesia y más allá y crecientes en número y en virulencia desde hace tres décadas, rechazaron las leyes y formas de la vida civil del país de acogida, las autoridades claudicaron y cedieron terreno. Hoy la portada de los periódicos es ocupada, como una esquela, por la negra figura de una mujer de la que sólo se distingue la ranura de los ojos y que rechaza acudir a su cita en los tribunales descubierta. El correo de los lectores y las columnas de opinión se enzarzan en polémicas. Muchas veces se citan las palabras multiculturalismo y tolerancia. Muy pocas barbarie, despropósito, opresión, ilegalidad o fanatismo. Está fresco el recuerdo del atentado terrorista de Bali, en el que muchos australianos fueron asesinados. Su patria no ha claudicado, como España sí lo hizo, pero queda un remanente de desconcertada indefensión ante la brutalidad pura, ante un salvajismo para cuya denuncia se han perdido las armas primeras, las más elementales: las palabras. Y crece el temor porque crecen las amenazas, las imposiciones, los velos, y crecen las mujeres indefensas, los que llegaron buscando una vida libre, digna y mejor, los verdaderos oprimidos, aquéllos que no son terroristas, religiosos, fundamentalistas ni violentos y que desaparecen como individuos tras los colectivos de comunidad, cultura y grey.

Los aborígenes no salen mucho mejor parados. La plaga, que recorre no ya Europa sino el mundo, de menosprecio de corte y alabanza de aldea (glosada por vates que suelen disponer de los avances modernos y vivir bastante bien) ha impuesto en Australia en los últimos tiempos la loa al paleolítico y el establecimiento de reservas físicas e ideológicas en las que, nutridos de la subvención gubernamental a título de reparación de los yerros pasados, los ex-miembros de tribus primitivas vegetan, como las absortas almas de Dante, en un no-estar en sitio alguno de los comunes a la vida ciudadana y ser ocasionalmente presentados como depositarios de los primigenios valores del terruño. Arrastran por parques y paradas de autobuses sus miradas de extrañeza y su extrañísima morfología sobre la que es imposible hallar en museos y centros científicos información objetiva y veraz escrita o gráfica, tal es el terror y el tabú impuestos por la corrección política. Hay que irse a materiales de hace, al menos, veinticinco años para hallar textos y fotos en los que no se tema expresar lo que espontáneamente se piensa o se ve. Se ha creado toda una armazón de eufemismos destinada a mantener a esas gentes en un parque temático intemporal y reiterado, una eterna película de sus usos y costumbres, de mitos previos al razonamiento lógico, el tipo de políticas que se quieren benéficas y bienpensantes y que en realidad privan a los supuestos protegidos de la necesaria adaptación y cambio, el sueldo, el trabajo, la necesidad y la dignidad de ganarse la vida, la evolución y sus aprendizajes imprescindibles. Los aborígenes, que en algún momento llegaron también a esas tierras y no han nacido de ellas como los eucaliptos, son ahora los dueños originarios, a los que se paga una renta que les permite vegetar en un limbo paralelo pero no tangencial con la civilización moderna. Lo que se lleva es denigrar a misioneros y a maestros, que en tiempos cometieron el crimen de apartar a los niños de sus ancestrales culturas, y lo conveniente es no interferir jamás cuando comen hormigas, se cubren de cenizas o dan muestras de otros rasgos admirables de adaptación al medio. No hay personas, seres susceptibles de opciones, derechos, responsabilidades, mejoras. Hay culturas, indígenas, colectivos. Se han rebautizado algunos árboles porque su nombre original contenía el adjetivo negro, la brujería debe codearse en los museos con las explicaciones científicas sobre el origen de las cadenas montañosas para pagar el tributo preceptivo a la multiculturalidad, hay que entusiasmarse ante las dietas de reptiles e insectos, paralizar obras públicas para mantener el tabú de lugares sagrados y, una vez cumplidos los ritos, ignorar cortésmente el lamentable espectáculo de las desdichadas sombras.

La censura destiñe hoy hasta cualquier latitud y era, Atapuerca incluida. Anteriormente, siempre y por doquier, había prejuicios, pero también espontaneidad y reductos de libertad de expresión. Ahora esa posibilidad está cortada de raíz, expurgada de origen. El descubrimiento del canibalismo habitual en los homínidos de la Gran Dolina halló no pocos obstáculos para su publicación. Ni los neandertales ni prácticamente el último homínido pueden ser primitivos, atrasados, estancados en la evolución, que, de por sí, pronto será una palabra-anatema por lo lineal, aunque ahora todavía no quede más remedio que emplearla. No está lejos el momento en el que se sugiera descolgarla del nombre del Museo de la Evolución Humana, en Burgos. Hablar de determinación o influencia genética está bien para la gamba, es reprobable para el hombre. En un mundo de igualdad preceptiva y nichos multiculturales la idea del Sapiens sobra, todo son formas de ser, no hay avances, descubrimientos, etapas, superioridades precisamente por la misma razón por la que, más delante, la idea de la civilización está de más porque introduce parámetros molestos de valores. Así, se minimiza la capacidad de la especie de crearse a sí misma con sus opciones y actos, su descubrimiento del individuo, su potencial de progreso y de estancamiento o regresión. Los restos de homínidos con enanismo insular de la isla de Flores, en Indonesia, son una evidencia, incomoda por lo reciente, de una pluralidad evolutiva ahora en sí filosóficamente rechazable per se, por cuanto bordea cenagosos terrenos político-éticos y el término raza está en el diccionario de palabras prohibidas. En la actualidad, se está censurando el uso del término Prehistoria, asociado a épocas anteriores a la Historia escrita, para no ofender a pueblos ágrafos. En Australia como en múltiples lugares, pensamiento, mentes y escritura están hoy encerrados en una habitación limitada por las paredes, que no hay ni que rozar, de la blasfemia por racismo, xenofobia y por algunos ismos coyunturales. La autocensura es feroz, y su aliado y necesario doblete desciende hasta el reino animal, con la proliferación excesiva de tiburones y cocodrilos que, incluidos en la doctrina de la multiculturalidad, disponen, protegidos y felices, de alimento humano. Aunque justo es reconocer que, en ocasiones, se ven en televisión víctimas del ataque de un escualo que se hacen acreedoras a la medalla de honor del síndrome de Estocolmo, cuando hacen gala, al tiempo que de la mutilación de sus miembros, de su iniciación, tras el ataque, al comprensivo descubrimiento de estos admirables depredadores.

Con la triste esperanza que da el mal compartido, más allá, muy más allá, de Europa se descubre que ellos comienzan a su vez, como Holanda, Alemania, Francia, a enfrentarse a las facturas de sus propias clientelas utópicas y a los largos años de rendición acomodaticia ante usos inaceptables. Recorriendo el ancho mundo, sin embargo también se descubre que España, al menos lo que era esa nación antes del actual desguace, tiene un extraordinario caudal de simpatía externa. Reducida a un punto en la lejanía del mapa, goza empero de un enorme capital exterior. Los que, de una forma u otra, han pasado por la Península Ibérica guardan, por lo general, un grato recuerdo en el que influye de manera decisiva el modo de vida, cierto humanismo visceral amasado de pequeño comercio, gente en la calle, comida y bebida baratas y excelentes y el pálpito de las ganas de vivir. El buen vasallo español se somete a muy malos señores, sirve a la pasión inútil de la envidia, pero aún guarda, quizás, en el fondo, una posibilidad de reacción defensiva, digna e indignada, es todavía capaz de un sobresalto de honradez, más por puro instinto y afirmación de la libertad individual que por sentido de la ciudadanía o exigencia democrática. De forma parecida a la reacción de estudiantes que, en principio, parecen abocados al embrutecimiento y el hastío pero a los que un profesor, un libro, unas palabras, hacen repentinamente despertar, alzarse, sacudir lejos la facilidad cansina de su mediocre horizonte.

El rescate

Teseo y el Minotauro

Europa podría ser la vieja dama que, recostada en el apéndice asiático, nadie se tomaría ya la molestia de raptar. Estados Unidos le habría vuelto la espalda para inclinarse hacia el Pacífico. Ya no contará con el amigo americano, ni con el mito, exhausto, del progreso indefinido, ni vendrán en su socorro los que, tras adoptar sus avances, se han convertido en acreedores. Hay una buena noticia en la pobreza: Se acaba el dinero fácil con el que pagar a los parásitos de la utopía. Hay una mala: Se esboza (porque la Historia jamás se repite; simplemente imita maneras) una forma política que podría denominarse neofascismo de última generación, un híbrido de nacionalsocialismo interno y agitprop comunista felizmente apareado con mercantilismo de beneficio rápido, cohecho y trueque.

Lo primero que tendría que saber ahora Teseo es a qué Minotauro se enfrenta. Porque el híbrido es experto en laberintos cuya simplicidad y comodidad aparentes llevan a una jungla animal de nuevo cuño. Se trata de un ataque en toda regla contra la idea de civilización en sí, contra la percepción de un proceso lineal efecto-causa, descubrimiento-avance, y su sustitución por la visión, desligada del espacio y del tiempo, de un mosaico de tribus, manifestaciones vitales, actos, pactos y ocasionales intercambios. Los valores y frutos culturales considerados como superiores y de una envergadura que atañe al conjunto de la especie implican necesariamente linealidad, universalidad y concepto de excelencia. La anticivilización procede a sumergir el concepto civilización en ácido, de manera que la percepción del tejido social y cultural se atomice y disperse, con el resultado de una animalización enmascarada por las formas técnicas y manejada con extrema facilidad por los señores de la guerra y los caciques y mercaderes circunstanciales. La categoría de humano es deseable y defendible, pero se inserta en una secuencia, se va adquiriendo, y existen continuos riesgos de regresión, de los cuales probablemente el primero es la negación a enfrentarse a la barbarie.

La especie se caracteriza por haber dado un paso más allá del instinto de los animales, la determinación biológica y el mimetismo del grupo. El humano se vuelve humano en la medida en que ejerce, y progresa, como tal, en un arriesgado y largo camino que incluye adaptaciones, rechazos, avances y retrocesos. La humanización de esos seres a los que identifica un ir haciéndose a sí mismos no excluye el riesgo y el fracaso, el lado oscuro de degradaciones y regresiones. El racismo de última generación encierra a los grupos de culturas en el gueto de la diferencia, encarcela a sus integrantes en los usos de la manada, hace depender a los débiles del brujo y de los machos dominantes, utiliza las pinzas profilácticas del eufemismo respeto y preconiza, con cobardía infinita, la observación distante y el aprovechamiento coyuntural. Ofrece a cambio, amén de baratijas, el placer de Procusto, el grado cero de la envidia, cuyo poder no hay que subestimar jamás, llevado a la generalizada negación de superioridad alguna. El 11 S, la destrucción de las Torres Gemelas, fue, sobre todo, un monumento a la Envidia, un enorme pedestal oscuro, hueco, inverso, sólo colmado de furor e impotencia ante el bien ajeno.

El neofascismo de última generación estará dotado de estructuras verticales perfectamente impregnadas por simulacros de educación y por propaganda, recorridas por redes capilares de beneficiarios y coronadas por el fruto de la cooptación, reconfortantemente igualitaria, de parásitos elegidos por sus pares en alianza fraterna con los nuevos ricos del Régimen. La cúpula visa oro y el partido, aderezado probablemente de terminología socialista y tal vez desdoblado para dar impresión de pluralidad, flotaría sobre un cuerpo social vasto y amorfo, de sopa boba y espectáculo 24 horas, animado por grandes dosis de permisividades aparentes que incluirán, como en el mundo feliz de Huxley, la oferta, en porciones garantizadas e inocuas, del placer sexual y el simulacro de opciones infinitas en la esfera privada. Naturalmente esto significa la ruptura del Estado de Derecho, la democracia real y la dignidad ciudadana, y la implantación del descarado clientelismo, la legislación directa, la justicia intervenida, el estado policial y el indispensable asambleísmo populista multiplicado por las células de nacionalismo caciquil. La política exterior reposará en el servilismo respecto a desdeñosos, pero acaudalados, jerarcas de dictaduras y el laissez faire de perfil bajo con democracias que ven, aunque con desprecio, con buenos ojos la decadencia de lo que pudo haber sido un rival económico. La débil España es quien tiene hoy  en Europa mayores posibilidades de convertirse en vanguardia del nuevo sistema.

No es inevitable. Hay terapias. La lingüística en primera fila porque, en cuanto un vendaval oportuno hiciera caer, como en un bosque en otoño, todas las hojas de izquierdas, derechas, progresismo, reaccionario, fascista, etc., etc. la desnudez y variedad de hechos y de responsabilidades se revelarían en todo su esplendor, el lenguaje y el pensamiento darían un inmenso suspiro de alivio y las personas se encontrarían con que las rejas que las rodean caerían como cayó el Muro de Berlín. Las clientelas se hallarían sin mecenas, confrontadas a la penosa obligación de ganarse la vida y la imposibilidad de refugiarse en los mitos y en los términos que durante tan largo tiempo utilizaron y pervirtieron. Ahí, en ese punto de recuperación esperan historiadores, directores de cine, profesores, científicos, humanistas capaces de vivir de su esfuerzo, conocimientos e inteligencia, aquéllos a los que está encomendada la tarea de, una vez lavada y raspada la mugre de la interesada hemiplejia dual, investigar, enseñar, exponer, descubrir, narrar los siglos XX y XXI, la guerra, la paz, los descubrimientos, la Transición, las interesadas utopías y los nobles, irrenunciables ideales. Para iluminar a esos cronistas alborean las esperanzadoras concesiones de premios Nobel a un disidente chino tan tenaz como honesto, a un escritor latinoamericano siempre fiel a la libertad, a un cubano dispuesto a pagar la protesta con la erosión de su cuerpo. No son minorías representativas, no son clases ni tribus ni etnias. Son individuos. Y por ello su dignidad es la de todos nosotros.

De vuelta de su rapto, Europa se enfrenta al final del mito del Progreso, pero no de éste en sí, sino del del progreso sin precios. Puede ser época del final, no de las utopías, sino de sus clientelas subvencionadas. Hay muchas cosas secuestradas que languidecen en oscuros zulos, como la Educación, el Humanismo, la Historia, el Lenguaje, a las que es tiempo de rescatar. Para defender algo, un modo de vida más feliz, pero no desprovisto de tensión, indignación y angustia, más lúcido, más libre y más solidario, pero también más solitario en las elecciones y luchas de la existencia; un mundo que vale inmensamente la pena.

Mercedes Rosúa Delgado

Madrid, 22-X-2010

Este artículo se publicó en “Foro de Educación. Nº 12. Edit. por José Luis Hernández Huerta.  Salamanca 2010.

[1] Ayaan Hirsi Ali, refugiada primero en Holanda y luego en Estados Unidos, ha publicado The Caged Virgin, Infidel, Nomad..

[2] Umma: Comunidad Islámica en el sentido más amplio.