EL FINAL DEL CHANTAJE

ESPAÑA,  JUNIO DE 2014

 EL FINAL DEL CHANTAJE

M. Rosúa

 

Hay muchos Santos Oficios, de nómina

Hay muchos Santos Oficios, de nómina

No se trata de un tópico: Vivimos, en efecto, una época importante porque significa, amén del final de la Transición (ya era hora) como dicen -que también lo es-, el final de algo nefasto: del chantaje. El de Izquierdas/Derechas, la gran manipulación a base demonizar, de distribuir etiquetas (bien remuneradas) de Buenos/Malos, de preconizar utopías a costa de otros, de populismo fácil, de un mecanismo verbal e intelectual nefasto bajo el que han brotado y pululado tribus que han vampirizado recursos y energía, copado educación y cultura y llenado el espacio cognitivo y perceptivo con mensajes instantáneos e intrascendentes que no piden el menor esfuerzo e implicación personales. Éste es buen momento de abrirse a una época nueva, más veraz y sana, en la que se vea quién paga qué, cuál el precio real de la forma de vivir, en la existencia cotidiana, de lo que realmente se quiere.

No es creíble que el bálsamo milagroso sean ahora la República ni la reforma de la Constitución en sí como primera medida porque ésta en realidad nunca se aplicó en diversos puntos, en aquéllos que protegen al individuo igual ante leyes iguales y con iguales derechos en todo el territorio, ni es garante de la separación de poderes, menos todavía ante la perfecta indefensión de los ciudadanos respecto al latrocinio legal y sistemático ejercido desde el poder. La revisión tendría que comenzar por el análisis de cuándo, cómo y por qué no ha sido aplicada la Constitución actual. De lo contrario un pretendido partir de cero sería una burda maniobra para consagrar y potenciar, en el nuevo texto, las prebendas de las tribus y el blindaje de los dueños del Boletín Oficial del Estado.

¿Volveremos a recurrir a Isis?

¿Volveremos a recurrir a Isis?

La Monarquía y su representante, hoy por hoy, es una inversión hecha durante muchos años y sería contraproducente desperdiciar semejante capital y el peso que tiene en el exterior. En el futuro puede plantearse el tema, pero ahora hay que rentabilizar lo invertido en institución y en Príncipe sin que la última década anule la visión de lo logrado en las anteriores. Cuanto de malo pulula nada tiene de nuevo, se sembró a conciencia multiplicando virreinatos, destruyendo el sistema educativo desde el final de los años 80 y abandonando de una forma criminal a los niños y los jóvenes a la propaganda, el desconocimiento de los saberes de envergadura y la manipulación tribal y sindical en las aulas. Un sistema que, bajo el nombre de República, fuese el juguete de plutócratas populistas dueños de buena parte de los medios de comunicación sería indigno y un fracaso regresivo con apariencia de revolución y modernidad.

España tiene una enorme debilidad identitaria y, por lo tanto, simbólica y las formas son, en las naciones, importantes. Lo son el rito, la belleza y solemnidad cara al público, las figuras representativas. En un país tan acomplejado e inseguro como para avergonzarse con harta frecuencia de su bandera, carecer de palabras en su himno y evitar su nombre mismo desde luego no sobra el reducto de simbología formal que la Monarquía proporciona. Es un andamiaje que podrá retirarse cuando el edificio tenga fachada sólida y presentable, que no es el caso actual, y que es preciso y precioso cara al exterior en un mundo global.

Hay activos que potenciar cuando se retire el manto del chantaje merced al que tantos sin mérito, oficio ni beneficio han vivido desde los años ochenta. No es detalle menor una herencia de la Transición que, discretamente, sobrevive: El rechazo, amplio aunque no lo valiente y activo que debiera, a la violencia y confrontación civiles. A ello se suma la ausencia de xenofobia organizada. Esto no es poco en Europa hoy, y se trata de algo de lo que sentirse orgulloso. Por el contrario, poco orgullo inspira el conservadurismo cerril de tribus locales y sociológicas que llevan muchos años cayendo de hoz y coz, por comodidad, oportunismo o interés, en el falso mito dual.

Piedras de toque y referentes de por dónde va la brújula podrían ser la manifestación de interés y el contacto de la Corona con partidos aún no corrompidos por el uso y abuso del monopolio, como Ciudadanos, UPyD, Vox, la atención visible e insistente a zonas del país que no por necesitadas se han dedicado a hacer negocio del victimismo, y airear el armario donde reposa un muerto muy vivo, el 11 M, caso sobre cuya voluntad de silenciamiento no hay más que ver el polvoriento cilindro gris frente a la estación de Atocha, verdadero monumento al cierre y el olvido, y respecto al que, para comprobar su vigencia en el desván del inconsciente colectivo, basta con advertir el tabú que impide su simple mención.

No hay más; se siente.

No hay más; se siente.

Incluso con una mala situación económica y con numerosos casos de corrupción por resolver, la definitiva incineración del viejo mundo dual empedrado de reaccionarios/progresistas y de continuas y rentables sesiones de espiritismo político basado en agitar los fantasmas de la Guerra Civil es un avance de enorme envergadura, un suspiro de alivio y un adiós a las cadenas que han retenido energías, ideas, libertades. Sólo por ello ya valdrían la pena los acontecimientos de las semanas últimas. Porque marcan el final del tiempo de chantaje.