11/6/22

Una vaca entre nosotros.

Una vaca entre nosotros

 

-¡Es una lady!- confió la nueva portera del inmueble a una vecina, compartiendo con ella su admiración y descripción de la señora que acababa de pasar, dejando a su paso, como reza la canción latinoamericana, un rastro de lisura y del perfume que en su pecho llevaba.

Sensible y avezada a las apariencias de los inquilinos y a su propio gusto por el buen vestir, repitió:

-¡Es una lady!

Y lo era. Lady X llevaba en aquella ocasión, y en todas, vestido de fiesta, que la ignorante plebe hubiera calificado de bodas y bautizos, y que en ella a ninguna hora del día resultaba impropio porque lo distribuía en una percha corporal imponente y alta, sin llegar a resultar fornida, lo manejaba, con sus encajes, veladuras, brocados y joyas, con la natural gracia y hábito con los que una flamenca domina en el tablado su bata de cola. Pisaba fuerte y rápido y dejaba que el amplio escote lo coronasen rubia melena, blanca piel, ojos de agudo mirar que siempre, cualesquiera que fuese su color, parecían claros, azules, grises o verdes, cuando dirigían al interlocutor un vistazo de inconsciente dominio, el de quien sabe y acostumbra a transitar entre los afanes de los angustiados por las cosas y deja planear sobre su cabeza sin que desciendan, prohibiéndoles con un gesto el aterrizaje, los aviones cargados de preocupaciones y disgustos que pueblan el espacio aéreo de lo cotidiano.

Lady lo era por instinto, lo poseía, no por genética ni nombramiento sino por palmito, educación y costumbres. El título parecía impreso de alguna forma en ella y cuanto la rodeaba. El cristal, raso, mármoles y oro formaban parte de su hábitat. Y, lo mismo que las rimas de Bécquer son, amén de bellas, inimitables porque bordean, sin traspasarla,  la frontera del territorio de lo que en otro sería insoportable cursilería, en ella no se rozaba la línea sutil donde, sin remisión, se extiende más allá el lujo insoportable del hortera rico. Venía, y vivía, en ese plano por el que, como en las nubes, transitan las clases altas, de familias y amigos de sólido patrimonio e importante actividad profesional, avalado en su caso por diploma y trabajo cotidiano, con el telón de fondo de vastos jardines y mansiones. Nadaba con tarjetas VIPS en aguas de buques insignia urbanos que fondeaban en hoteles de cinco estrellas, con la tripulación de colegas y servicio. Conocía a la perfección sus portulanos, distinguía, y evitaba, a los piratas, veía lo necesario, y los necesarios, para moverse en su mundo. Los demás pertenecían a otra, necesaria en algunas ocasiones y generalmente invisible, realidad. Iba a la oficina, Atendía a sus próximos con instintiva fidelidad tribal. Escapaba a veces en navíos de placer.

La señal

Sobrepasado ampliamente, il mezzo del cammin della sua vita, cuando ya los años han dejado en los que planeaban sobre su cabeza un saldo de aviones negros -el habitual peaje familiar, conyugal, físico que se paga por cumplirlos- y se ha impuesto el sentido de realidad, muy fuerte en lady X, de raspar la felicidad ocasional de cada día, ocurrió lo inesperado, el amor tardío con todo el esplendor de las rosas de otoño, el cambio, la pareja, el futuro que de repente existe. En un marco perfectamente clásico: Un crucero.

 

Al ritmo del mar y de la luna

En el barco para la cena se vestían ellas de largo, ellos de oscuro, gemelos, chaqueta y pajarita. Lady X brillaba con la desenvuelta elegancia que dan el hábito y mejores firmas en la ropa. Él, Mr. W., compartía con ella dignidad y porte y tenía el atractivo de lo opuesto, del inglés social y laboralmente preocupado y activo, de extracción humilde y evangélica sensibilidad ante la indigencia acompañada de  indiferencia similar a lo ajeno a su mundo. El pasado del uno y de la otra encajaron como piezas que se ensamblan naturalmente, por coincidencias de sus respectivos peajes negros pagados por ir cumpliendo años. Lenguas, costumbres, relaciones, ambientes fueron secundarios. Nada que salvar no pudieran aviones, coches, voluntad, llaves de ambos domicilios. Juntos, a partir de entonces. Porque había ocurrido lo impensable, la pareja para el resto de la vida, fuese ésta corta o larga, y la realidad es la que se hace. Amor, amor, amor.

Los destinos se cruzan

Hasta que un día se alzó entre los dos un serio enemigo.

La adaptación a ambos medios, inglés e hispano, había requerido buena parte de la discreción y flema británica, y no menos filigranas sociales y en el estilo diario por parte de la lady. No se dieron realmente batallas y si conato de alguna hubo fue ganada en su mismo comienzo. Hasta que la pesadez del animal se cruzó en su camino.

Los transportes aéreos, que en su momento fueron una grata experiencia, tiempo ha que han derivado en calvario: Larguísimas esperas, anónimo mercado de precios, sumisión a inspectores y a imprevistos, extensiones kilométricas sembradas de pantallas y ajenas al contacto profesional humano. A Mr. W. le llegó de su país una perentoria citación profesional para una reunión física ineludible. Lady X descubrió con asombro que por un billete de avión a la población natal de él se pedían cifras astronómicas y, con indignado sentido económico, se negó tanto a pagarlas como a quedarse ella en tierra. Volarían juntos. Para ello encontró, escala y malas conexiones mediante, un vuelo en KLM con el que, finalmente, inseparables, llegaron ambos al lugar.

Pero la vuelta….

También ella tenía compromisos laborales. Era imperativo regresar como previsto. Y ahí empezó el asalto a la fortaleza de su amor. KLM modificó el vuelo diez minutos antes de salir hacia el aeropuerto.

-No importa. Venceremos, llegaremos, los demandaremos- aseguró, y se aseguró lady X. En peores plazas habían toreado en su ajetreada vida juntos.

Pero la alternativa era volar desde Londres. Se precipitaron a la estación para coger un tren.

-Vamos en primera.- Lady X se recogió el borde de la falda, de fino estampado y corte, decidida a esquivar a los muchos que parecían  igualmente empeñados en sacar su billete.

Mr. W. era de natural reposado, flemático y afable, solía adaptarse y condescender sin mayor esfuerzo, pero esa vez estaba en pleno en su territorio, el de la lucha cotidiana de los trabajadores en la estación inglesa de un pueblo inglés otrora más próspero que cumplía el rito laboral del largo desplazamiento. Mr. W. sintió que debía mantener su conciencia de clase. Y se negó a coger billetes de primera. Había que llegar a Londres, y a España.  Ningún otro transporte ofrecía alternativa alguna. Irían en el tren como iba todo el mundo, sin VIPS  ni tarjetas oro. Como cualquiera.

Descubrieron que el tren estaba atestado de viajeros, que rebosaban de ellos todos los vagones. Ningún asiento libre. El trayecto de horas habría que pasarlo de pie.

El agraciado y bien cuidado rostro de lady X había adquirido una inusual calidad pétrea que desconcertó al bondadoso Mr. W.

-¿Estás incómoda?- osó preguntar.

No hubo la cariñosa, y comprensiva, respuesta habitual. Sólo una mirada de glacial desdén hacia el espacio que ellos dos y su equipaje, sorteado por los que iban y venían a los servicios, ocupaban en el atiborrado pasillo. Tras unos, largos, minutos ella pidió y examinó los billetes de segunda clase, y se los devolvió como quien espera en el póker la jugada siguiente de su contrincante.

 

La temperatura emocional aumenta, peligrosamente.

Había apuesta. Mr. W., aunque realista y poco imaginativo, vio dibujarse en su cerebro una escena de naufragio que se superponía a la romántica noche en el crucero. El barco, en forma de incómodo tren, se hundía en las oscuras aguas de la banal desdicha cotidiana. ¿Perderla a ella? Jamás. Bracearía, de vagón en vagón, en busca de un bote salvavidas.

-Pregunta al revisor si hay, pagando la diferencia, asientos en primera.- indicó lady X, dotada siempre de buen sentido práctico, cuando lo vio partir, viva imagen del desconcierto.

Encontraron.

Ella estaba cansada, mucho más que de costumbre porque tras una jornada laboral intensa antes de dejar Madrid la esperaba otra igualmente dura al volver y le había fallado, como el peldaño de una escalera, el orden, pago mediante, que siempre solía dominar y con el que contaba para navegar diestramente por una vida con múltiples focos que requerían atención. Había acompañado, en un viaje de última hora que se había revelado azaroso, a Mr. W. a su ciudad natal inglesa, que no se distinguía, cerveza aparte, por especiales atractivos turísticos. Sufrió luego la afrenta del cambio en el vuelo. Se movía en el espacio del Derecho, reclamación y demanda. Con su eficaz sistema de reacciones rápidas, se sabía capaz de vencer los imprevistos. Y entonces se encontró con la negativa absurda de Mr. W. a sacar billetes de tren de primera clase, en una especie de declaración solidaria de apoyo social a la masa que atiborraba el tren.

Sólo al advertir la dureza nada usual de su rostro adquirió él conciencia del peligro. Convivencias, amores, matrimonios son edificios con múltiples  pisos, balcones, paredes, cañerías y puertas. Diariamente hay grietas, fisuras, cables que precisan revisión, humedades que afloran, fatiga de materiales. Y la corriente amorosa no siempre calibra adecuadamente peso, dirección y probabilidades. Sentados, al fin, en un vagón de primera, ambos observaron la hora y verificaron el tiempo, bastante justo, entre su llegada a Londres y la salida en el aeropuerto.

En el ambiente, pese a la temporal solución, vibraba  en sordina un rumor, aún soterrado, de peligro, el crujido que pone sobre aviso al habitante de una casa con presumibles problemas estructurales que aflorarían con el tiempo. La vaca aún no lo sabían pero estaba por llegar, como ese toro peligroso que es el último en salir de los toriles. Miraron por la ventanilla para no mirarse mucho. Se había roto la mortecina capa blancuzca del cielo y ahora navegaban por él algunas nubes espesas con forma de navíos que se rozaban y separaban sin alejarse ni superponerse. Tal era su relación, como tantas otras. Afortunadamente ellos dos no planeaban en el mismo nivel ni compartían formación ni origen. De haber sido así su amorosa relación nunca hubiera prosperado, habrían surgido, inevitablemente, confrontaciones de intereses, luchas por territorios, diminutos pero los más importantes: los que determinan la vida cotidiana. Podían deambular, sin enfrentarse, por diferentes espacios, y esencialmente sus planos de formación, referencia y origen no eran tan distintos como podía parecer: En ambos casos  la galaxia tribal de élite de la lady ocupaba una zona de referencia, opuesta pero paralela a la idealización aséptica de él de un mundo beatífico de desfavorecidos al que servir, a conveniente distancia, con la ayuda inestimable de las pinzas y virtualidades telemáticas. Eran planos de ninguna manera antagónicos, sin exigencias de confrontación, entre los que se extendía un enorme territorio, que era el de las gentes medias, los individuos concretos que no cuentan sino con un medido ingreso al mes y carecen de relaciones con influencia. Con esa masa anónima de vulgaridad sin remedio ni siquiera se planteaba implicarse porque para eso estaban la organización del Estado y las Leyes. Ambas nubes podían perfectamente fusionarse por momentos y parcelas, abrazarse en sus bordes, navegar luego con la vista puesta en sus distintas percepciones del cielo, coexistir apaciblemente adaptándose a los cambios de viento y forma. Entre vastos espacios, y nubes, intermedios para ellos dos transparentes.

La vaca estaba, mientras, avanzando por el esponjoso y verde campo inglés, maciza, gruesa, puro principio de realidad.

Nubes amenazantes

Con la engañosa indiferencia de la moderación británica, Mr. W. sobrellevaba, asimilaba, aceptaba las exigencias de tardía adaptación a país, lengua y costumbres ajenas. Pero eso cuando y con quien correspondía: Con ni uno más, ni una conversación, relación, minuto  empleados en algo ajeno a lo que se incluía en la aceptación imprescindible y necesaria al círculo de su pareja o a sus conveniencias laborales, facilitadas, sin fronteras, por la red de la telemática. No existía para ninguno de ambos otra opción. Era el precio de cariño, presencia,  apoyo en una época de la rampa de los años en la que tales encuentros tenían la lógica de lo milagroso. La compañía puede hacer la vida cotidiana mucho más agradable por mucha tribu que se tenga, por confortables que puedan ser los hábitos de los amigos y el pub.  Se estrecharon las manos sobre el asiento. Aún notó él los dedos fríos. Ella, siempre dulce, sonreía sin convicción, con la educada reserva propia de las de su clase, y procuraba cepillar de su vestido el polvo de la batalla. En su interior imponía silencio al genio maléfico que desde lo profundo, más allá de la conveniencia y del respeto a las formas, le decía “Pero ¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste, tan vulgar y desagradable, y corriendo desde hace  horas, días, para no llegar tarde a tus obligaciones en Madrid?”. El tren atravesaba un paisaje monótono, neblinoso, turbio, techado por un cielo bajo  y sin horizonte.

El amor, los amores carecen de lógica. Se ama a lo inconveniente, a lo incómodo. Se ama a los que ya tienen muchos años. Se ama a los que ya han muerto y se los sigue amando, aunque no estén, ni sean excepto en nosotros, en la onda en el espacio y en el tiempo que quizás todos somos. Puede que el absurdo del amor no sea tan ilógico después de todo. Permite sobrevivir, expandirse de la única forma posible, la que pertenece al individuo irreemplazable, no al planeta, al futuro ni a la especie. Sólo el amor, en su  absurdo, tiene sentido.

Pero el amor no es tan aleatorio como parece. Se trata de un terreno irregular, de formaciones diversas compuestas, en distintas proporciones, por los mismos materiales. Hay un ingrediente de empatía y otro de imaginación que aparecen en cada caso en cantidades muy distintas y son determinantes en la adaptación mutua. La imaginación puede ocupar una gran parcela de la zona de la empatía o ser en ella  casi inexistente, y ocurre que, sin aquélla no hay comprensión posible y menos aún implicación activa en la problemática de otros. Por esto la fría  defensa de los intereses propios es inseparable de la escasez de las zonas empática e imaginativa, la implicación externa, conmoverse, ponerse en el lugar del prójimo y actuar en consecuencia es imposible. Un amor brotado en los terrenos  del gris pero sólido manejo de la realidad coexistirá a la perfección con alguien similar, estará bien administrado y no admitirá mezclas de afectos gratuitos ni estériles emociones. Tendrá porvenir.

Ambos consultaron, simultáneamente, los relojes, ella el siempre exacto del móvil, que llevaba permanentemente al cuello como un escapulario negro y rectangular; él el que utilizaba en los viajes y era un recuerdo de algo, porque a cierta edad casi todas las cosas lo son y se adhieren al poseedor como caparazones de moluscos a las rocas.

“El tiempo justo”. Ambos lo pensaron, anticipando las nuevas incomodidades, apresuramientos, quizás imprevistos que los esperaban al llegar a Londres y luego coger el avión y aterrizar, por fin, en Madrid.

“En un estado tan lamentable” pensó ella, ajada la frescura del atuendo y la del maquillaje, porque la elegancia requiere espacio  y pausa.

_Llegaremos bien-dijo él. Y se arrellanó con ademanes de tranquilidad excesiva en el asiento tan difícilmente conseguido para infundir la impresión de que los problemas habían acabado y estaban en el eficaz regazo de la puntualidad británica.

El tren frenó súbitamente. No había ninguna parada prevista. Mr. W. consultó guía y horarios. Lady X interrogó a la mágica superficie del móvil. Sin respuesta.

Con retraso respecto a otros viajeros, que buscaban información por pasillo y ventanillas, ella se sumó, a su pesar, a la nerviosa masa de viajeros impacientes. Llegaron al fin explicaciones, que en principio no comprendió. El tren no se movía.

-Una vaca- explicó alguien.

Lady X creyó haber entendido mal. Mr. W tradujo

-Una vaca en medio de las vías del tren..

-¿Y…?-

-Hay que esperar a que se resuelva. El pobre animal está asustado.

Mr. W procuró evitar la mirada de su pareja. En ella se concentraban hasta alcanzar el punto de ebullición las penalidades últimas, los esfuerzos de adaptación acumulados, el escaso aprecio por la exquisita consideración inglesa que permitía detener un tren repleto de viajeros en obediencia al protocolo de retirada del animal de la vía férrea. Ésta se alzaba como un ser totémico indiferente a las consideraciones humanas, adorada por pueblos absurdos que reverenciaban al ganado, la cerveza tibia y el rosbif.

Mr. W esbozó una sonrisa de comprensión que elevó la temperatura de una cólera fría que crecía en ella como la espuma en al leche. El barco, las noches en el crucero, las galantes atenciones, las cenas a la tibia luz de una vela y el amor asegurado en los días futuros de una vida que no por estar rodeada de tribu familiar extensa dejaba de presentar incómodos espacios de soledad, todo aquello se tambaleó como si lo hubiese corneado la fatídica vaca que se alzaba entre ellos.

Mr. W comenzó a intentar explicarle los rasgos del carácter británico que impedían la acción directa respecto al bóvido, que permanecía frente al tren, indiferente al retraso, las conexiones perdidas, los incumplimientos  laborales, las citas fallidas.

-¡!Y no se puede demandar a nadie!. ¡A nadie!- Ella abandonó la búsqueda de un responsable, del revisor y de la observación del exterior, que ofrecía un paisaje mortecino, grisáceo, de cielo opresivo y bajo, y marcó distancia respecto a su pareja, quien optó por salir al pasillo y cambiar impresiones con otros viajeros. La vaca estaba ahí, con sus cuatro patas firmemente ancladas en la vía,  Toda una proclama de que en el mundo existían desagradables, inexcusables realidades que no siempre podían sortearse, denunciarse, olvidarse. La vaca era lo que era, antes de transformarse en filete, caldo, bolso o chuleta.

–¡No llegamos! ¡Perderemos, también, este avión!-Lady X consultaba el móvil con frenesí.

Oscuro horizonte.

Él, en el pasillo,  intercambiaba opiniones con los viajeros sobre temas que a veces no tenían  que ver con el ganado.

Los edificios de uno y otra habían empezado a cuartearse, de una manera banal. Podía no tratarse más que de una pequeña grieta, pero nada garantizaba que no se transforme en fallo estructural.

En el vagón hubo un suspiro de alivio. La vaca, por intervención externa o por aburrimiento e insuficiencia de pastos, había sido retirada y el tren continuó su camino.

 

El sol está detrás

La carrera en Londres fue frenética. Lo más rápido para llegar al aeropuerto era el metro.

De nuevo lady X se halló en una situación francamente impropia. Con su modelo de marca, chaqueta y dos piezas, compartían vagón con la variada muestra de la multiculturalidad inglesa: Una señora negra con turbante, un punky de cresta rosa, dos muchachas cubiertas de velos y una apenas cubierta por cuero negro a la que acompañaba otra con atuendo vagamente colegial. Un sin techo, pero  no sin transporte, monologaba y compensaba los efectos del alto contenido etílico manteniéndose agarrado a la barra. Al otro extremo del vagón charlaba con su móvil una oriental indiferente al resto.

Se abren claros.

 

Al fin el aeropuerto. Con lentitud, empezó a abrirse ante ellos dos el mundo acostumbrado. No aún debidamente pulcro, pero con tan poco tiempo no podían hacer objeciones. Volaron. Llegaron a Madrid.

Las calles, su calle, les parecieron cálidas, sin sorpresas, retrasos ni vacas. Entran en el piso. Podían calentar algo para la cena, comprar pan en la gasolinera, abrir una botella de vino. La grieta, ahora apenas visible, se iba cerrando, era una simple estría en la pared de su relación. El cuadrúpedo tenaz que se alzaba en medio del camino de su felicidad se fue difuminando, El barco, la noche del crucero, que habían zarandeado las olas, emergieron del proceloso mar. Al tiempo que la vaca se perdía de vista en la vía muerta de los recuerdos.

 

Y la vida sigue

 

Rosúa

Octubre 2022

 

.

 

 

07/9/22

Breve Crónica de la Gran Nieve

Breve Crónica de la Gran Nieve

8 de enero de 2021

La otra acera se ha vuelto inalcanzable. Alguien se está empolvando furiosamente en las alturas. Una diosa particularmente mala sacude su vestido de lunares y éstos caen, incesantes, sobre losas y bordillos no acostumbrados a ello.

Impera, en segundo plano, tras la aparente inocencia de la ausencia de colores, la negra perspectiva de la condena a prisión por plazo indefinido.

Un señor con su perro, pequeño y muy bien abrigado, me ofrece su ayuda para atravesar la carretera tan carente de apoyo como un brazo del ancho mar. Acepto de inmediato.

El puerto del portal abre sus puertas.

Comienza la clausura forzosa.

9 de enero de 2021.

No amanece. Todavía no amanece. En cuanto baje el embozo el enemigo se me echará encima. La cama cálida es casa, iglesia, cueva, brazos amantes, hoguera ancestral con danza de chicos de la tribu.

Ofrecen seguridad y refugio Humphrey, mi edredón, y la espesa y protectora colcha-buti que me permite dormir cada día con el príncipe gracias a su bordado de castillo, caballero, dragón, doncella y toda la nómina, sin madrastra mala ni importunos enanitos.

 

05/8/21

La ciudad amanece libre. 5 de Mayo de 2021, tras las elecciones del 4 de mayo.

La ciudad amanece libre

 

Madrid, 5 de mayo de 2021,

tras las elecciones del día anterior

Escribir estas líneas es una curiosa, insólita experiencia. Nada tiene de impostada, intelectual, elaborada, dirigida a alguna finalidad, motivada por algún deseo, por vago que éste fuere, de adhesión a un grupo, de necesidad social, de perspectivas futuras. Es, incluso, vulgar puesto que cuanto trata de política y políticos concretos debe, indefectiblemente, serlo, y es tema reñido con la reflexión distanciada, la tibieza y escepticismo de buen tono y el elegante desapego del hastiado especialista en crítica, observación y contabilidad de ilusiones perecederas.

Exterior inquietante

Y sin embargo, en la orilla misma y la corriente por donde discurre el caudal de la vida, el de la inocente, espontánea alegría del pueblo llano, se produjo un cambio enorme en el Madrid, España, del 5 de mayo de 2021, consecuencia de la radical disolución de una situación imposible estancada en un tiempo que ya parecía inmemorial y con visos de irremediable y eterno. La gente estaba secuestrada, por un Gobierno nefasto, el peor que nunca habían tenido, al que nadie había votado en elecciones generales y que parecía controlar hasta tal punto todos los resortes de propaganda y poder que nada podría abrir brecha en el muro que a los ciudadanos separaba de la libertad. La libertad, a cada nueva disposición abusiva, ridícula, arbitraria, se hacía más lejana, más débil, más confinada tras la pared a la que se añadían nuevos ladrillos, no para preservar de la pandemia sino para aumentar la indefensión, el control y el vago temor a penas infinitas, a sanciones, denuncias, comisarios instalados en la espesa cúpula totalitaria que se iba coagulando sobre sus cabezas.

Amanece, que es mucho.

Y en Madrid, capital de esa España maltratada, desmembrada y risible para quien desde el exterior considere que es un espécimen de nación fallida donde se rechazan nombre, bandera y lengua propias, apareció, como en los cuentos, una mujer que hacía y defendía la buena política, de ilusiones, libertad e ideas. Es reconfortante, y nuevo para la escritora, que siempre ha rechazado la cita de nombres propios, que sabe de la condena por mal gusto y la inmediata sospecha de adulación y personales intereses que la alabanza personal conlleva, permitirse ahora, tras el hartazgo de mediocridad, grisura y cobardía, citar a la única en tantos años que, al fin, le permite sentir como propio, de nuevo, el país que habita, la ciudad que ama, la gente que ha visto como nunca ansiosa de votar al fin, tras habérselo impedido por todos los medios. Ha habido algo de milagro en el operado por la Presidenta de la Comunidad, que ha sacudido el fango de anteriores componendas, el mísero, pálido y constante temor de su partido y otros a presentar batalla, los diezmos de la venta de derechos y tierra, y ha hecho retroceder, caer, verse reducidos a las reales dimensiones de sus mezquinos términos a los malos de esta pobre y que siempre fue falsa película dual Nosotros Buenos Ellos Malos. El comienzo del fin del chantaje, del final del reino parásito ha comenzado.

Elecciones del 4 de Mayo de 2021

Memorial a las víctimas de la pandemia. Plaza de La Cibeles. Madrid

Quien esto escribe, y escribe desde que tiene uso de razón y lo hará hasta el final y siempre, tiene que saldar una deuda con Isabel Ayuso, y por primera vez no le importa poner el nombre propio. Le debe haber recuperado el aprecio por su país, por sus paisanos, a ella, a quien ha convocado en Madrid las elecciones y luchado sola. Gracias a ella me he despojado de la capa de vergüenza que sentía al decir mi nacionalidad, al leer y oír las noticias, al palpar en la calle la mansedumbre, el acobardamiento, el acomodo con la indignidad, la falsedad notoria y el cacique. No es poca deuda. Quien esto escribe comenzó al sentir por primera vez sonrojo al mostrar el “España” de su pasaporte a raíz y desde el 11 de Marzo de 2004, cuando un tropel llenó las calles manifestándose, no contra los asesinos que pusieron las bombas en los trenes de la estación de Atocha de Madrid y se embolsaron doscientos muertos y un cambio en las inminentes elecciones, sino contra el Gobierno legítimo. A partir de aquellas inmensas vergüenzas y tristezas la distancia gélida y el exilio interior no la abandonaron ya nunca, y a ello se añadían paletadas impunes de propaganda burda mediante la cual una masa parásita pretendía, lograba y logró, en su beneficio, obtener cuanto ni merecía ni por sí hubiera merecido. La falsa dualidad impuesta e impostada, el chantaje mísero, rentable y perdurable, el secuestro de las palabras, de la educación, la difusión y la cultura ha durado largas décadas. Hoy parece haber sido breve, fútil, insustancial, como una niebla oscura y aceitosa que de repente se levanta. Y la ciudad se llena de luz, y descubre que aquella nube espesa, cargada de rencor y envidia, no es eterna. Hay un sentimiento de liberación tan evidente, tan difícil de expresar con palabras que probablemente en los cuidados círculos del cuidado pensamiento será omitido. Porque es de mal gusto alabar, agradecer a un político, y hay que desdeñar los placeres del vulgo y conviene redactar, levantado el dedo meñique, en el prístino reino de las ideas. Pero quien esto escribe sólo cree en los actos concretos de individuos concretos, ha residido en cinco países y viajado sola por más de un centenar, viviéndolos más en profundidad y tiempo que en extensión, y sabe del valor de la libertad y del suave roce roce de su ala, que nunca se olvida.

En Chamberí, tras la gran nevada Filomena

Hubo suerte

La mañana del cinco era como si las gotas de luz hubieran disuelto un hechizo, el hechizo mísero, barato, de mercadillo provinciano de país de provincias, que mantenía bajo su red y trama, encadenada a su chantaje Nosotros Buenos, Ellos Malos, a la población entera, obligada a inclinarse, temblar y enmudecer para que no se les atacara con huecos dardos verbales, instrumentos adiestrados, como canes, para servir al dueño y garantizar a los que los prodigaban el disfrute inmerecido de bienes ajenos, de guerras que no ganaron jamás, de riesgos que no corrieron, .El día 5 todavía resonaba el eco de la caída del pesado decorado, zurcido y repintado hasta la náusea, el retablo de la representación, frente a un público cautivo, del esperpento de héroes de ninguna batalla. Del enjambre ruidoso y ocioso que ocupaba la escena llegan el eco y el polvo, los actores aferrados a la lágrima de mártires y víctimas de pago desaparecen confundidos con la polifonía de la calle y el latido de algo que comienza. El hechizo se disuelve con rapidez, en la transparencia de una mañana no como las otras y que sabe como el aire que se aspira, tras, en el mar, tocar fondo, darse impulso y salir a la superficie.

El 5 de mayo en la calle Fuencarral, entre las glorietas de Bilbao y Quevedo, se respiraba un aire distinto, la bañaba distinta luz, y no sólo la que descendía, como de millones de pinceles de Velázquez, de un cielo azul y raso sobre cada uno de los ciudadanos de la Villa, siempre ansiosos de estar en la calle, de fatigar asfalto, de exprimir cada losa, cada mesa y cada silla de su ración de sol, todavía tierno y ya insistente, del comienzo de la primavera. Nada va a volver a meter en una botella opaca, estrecha y sucia al genio de la vida. A Isabel Díaz Ayuso la votaron abrumadora, mayoritariamente, con afán de resurrección, los que caminaban erguidos y los que lo hacían en silla de ruedas, los que confían en el trabajo de sus manos y los que no aceptan que les eliminen ningún día ni posibilidad de disfrute de los que de existencia les queden. En la cafetería-panadería centenaria cuatro señoras de muy avanzada edad, cuidadosamente vestidas y peinadas, se reúnen para dar cuenta de un rico menú del día a diez euros. En sitio alguno del planeta salen tanto las mujeres mayores solas, en ninguno hay menú de pan a manteles, con dos platos bien cocinados, pan, bebida y postre por diez euros. Es la calle propia y querida, moderna y antigua de grandes superficies y tiendas chicas, de viejos joyeros con talleres de los que ya no quedan y nuevas boutiques con jóvenes que luchan por su puesto de trabajo, proceden de diversos lugares, encuentran su rincón y le cogen apego. La cafetería-panadería tiene poco y bien aprovechado espacio que ha visto bastantes reformas. Junto a los ventanales el techo se sustenta en bloques de granito del Guadarrama que por su peso, aspecto y volumen ciclópeo parecen de cuando eran jóvenes los Toros de Guisando. En la misma acera, la casa del jamón embriaga con sus efluvios, más arriba Francisco de Quevedo se distrae con el tráfico, considera que del ayer al hoy no hay tanto espacio y que las parejas continúan besándose como si no existiera la ceniza. En la terraza de un bar alguien diseña lo que mañana serán ilustraciones de su nuevo libro y más abajo la sala Paz defiende cine y sueños y lucha para así y por los que esperan que vuelva a iluminarse la pantalla.

En el café

En la corriente que fluye calle abajo hay una distinta ligereza del aire, un todavía tímido entusiasmo, un agradecimiento y orgullo tácitos pero perceptibles, los de quienes se creen también agentes del cambio, del sabor inconfundible de la libertad, tanto más intenso cuanto soterrado durante largo tiempo. Lo que era falso aparece, al fin, como falso; árboles, viandantes, fachadas de edificios tienen un perfil más nítido. Los ciudadanos han mascado anteriormente cada día, todos los días, la obligación de asentir al abuso, a la ignorancia sacralizada, a la estupidez preceptiva, a las consignas de obligado asentimiento so pena de herejía, han entregado a manera de tributo retazos de su privacidad y albedrío en el pensamiento y la palabra, como si una mano se introdujera cada noche bajo sus sábanas. De repente, en horas veinticuatro, nada es ni será como era. Vendrán miserias, vendrán los mortecinos de fábrica, haciendo ascos a la papeleta de voto, vendrá la espuma sucia que también arrastran las grandes mareas. Pero se acabó la prisión dual, se acabó el miedo. Late el cambio, en las calles como en Santa Engracia, que ha visto el empeño de los ciudadanos en sentarse a beber en sillas y mesas que alzan su modesto Everest entre los montones de nieve de la tempestad Filomena. No será un país de caciques. La pequeña calle es tan ancha que en ella todos caben, millones.  Y apuran el más seguro antídoto contra las dictaduras: El gusto de la vida y de la libertad.

M. Rosúa

01/12/21

EL MAR, BACH Y LOS REYES MAGOS

EL MAR, BACH Y LOS REYES MAGOS

Madrid, 6 de enero de 2021

 

De repente toda la belleza del mundo se levanta como una ola. Ha quedado atrás la costa oceánica, el tiempo, el espacio, la circunstancia. Y sin embargo  la ilusión, las más pura del año,  la expectativa de algo maravilloso traído por unos reyes de oriente, el empeño compartido de quienes se despojan de la capa de briznas de parda realidad, del polvo y las esquirlas de afanes y luchas mascados por relojes de afiladas agujas para transformarse en hacedores de magia, esa ola no desaparece. Se agranda, toma por base la del océano, la de Bach, el brillo de los ojos que aún desconocen la red de las arrugas, la transformación, que vibra en el aire y augura, tras la nieve, primaveras, el rescate, por un día y una noche, de la generosidad y la alegría gratuita de observar la alegría en otro, la certidumbre de que en el fondo del oscuro mar de lo que serán juventud, madurez, vejez, inexistencia se ha depositado la piedra blanca de un brillante recuerdo, de un perdurable reflejo de absoluta felicidad.

El mar, su simple existencia, su recuerdo. inundan en este día de los Reyes Magos la ciudad mesetaria, cubre y se alía con su cielo del azul más puro, intercambia tonos y ribetes de vapor y espuma. Mientras, del suelo en el que innumerables aprendices y becarios de los Reyes Magos ensayan sus encantamientos, se eleva una niebla benigna, inusitada, de inocencia completa y perecedera, de olvido del mar y de generosidad gratuita. El sol, largo y oblicuo, ha levantado las sábanas al comenzar, con la impaciencia del descubrimiento y el regalo, el día, y ahora deja al ponerse un fino embozo de sorpresas y paz.. El mar, siempre cercano, la ciudad, las estepas y montañas acunan con el viento las mareas, de agua, de aire cristalino, de frío, de hojas con escarcha y pensamientos. El océano, abajo, continúa otorgando su alimento, moviéndose con Bach y con cuanto se piensa y se percibe. Formando incluso el significado de cuanto y cuantos lo contemplan.

Sal, dispersión, ácidos, inacabable descenso donde la luz jamás llega. Todo está está en ti en el seno de la ola que seguirá a la cresta de este día en que el borde de la tregua y la ilusión tocan el cielo. Mientras, se intenta sujetar el caballo desbocado de Neptuno, las riendas de un Poseidón que no conoce quietud alguna, ni siquiera en la aparente firmeza de la meseta, de las montañas que tienen sus puertos, de las paredes con ventanas que ofrecen refugios y se abrieron de par en par a la magia, transformadas durante unas horas en el acceso regio a la esperanza, adornadas de dulces y sonrisas, del más bendito insomnio, de un sueño que escapaba en burbujas donde todo podía reflejarse.

30 del XII de 2020. Teguise. Llovió por la noche, como predije ayer por el movimiento de las ramas de los árboles.

Y resulta que es 30, y mañana 31, el último de este año nefasto.

Pero me han alimentado, cada día, la fuerza y belleza del mar, su fidelidad por estar simplemente ahí y dejar que lo contemple. En toda su grandeza, con el lenguaje de matices de azul con los que me habla cada día su superficie. El mar, que es la libertad misma, pertenece, sin embargo, a cada individuo que lo mira, entabla con él una relación personal, se absorben. Todo el mar cabe en cada humano que lo experimenta, contempla, toca, deja entrar y circular por su cuerpo el aire y las sales que él envía. El mar todo cabe en unos ojos, en las manos que lo tocan y lo saborean llevándolo a los labios, en su ritmo de cuna y de latido. El ancho pecho del océano moldea por un instante el del que lo mira, se adhiere a su piel, lava sus pensamientos oscuros con la blancura de su espuma. El mar es el gran camino donde la gravedad y las pesadas ataduras de la tierra no existen y todo es llanura accesible para viajeros y mercancías. El mar es muerte y peligro pero al tiempo enseña cómo se hacen, disueltos en su sustancia, los elementos que formarán nuevas vidas. El mar es el gran amigo, hosco, respetado, distante pero dispuesto para incontables abrazos, para dejar en los labios la presión y pasión de su sal.

Sólo él es capaz de ofrecer el círculo perfecto del horizonte, la curva planetaria de la Tierra; sólo él concede la completa ausencia de fronteras, la promesa de nuevos litorales, la audaz inocencia de quien pretende descubrirlo todo. Sólo él acepta sin reservas a cuantos lo penetran. Él, el arisco, encrespado en su orgullo sin arados ni rebaños, es sin embargo repartido entre millones y guarda al tiempo siempre una virginidad intacta, un amanecer tras otro distintos siempre, con trajes nupciales bordados de rosa por el amanecer y la espuma. Y guarda, él guarda en su fondo, un desconocido planeta inverso, abrigado por el fango abisal donde empezó todo y donde, en días sin luz ni amaneceres, la tierra exhalaba calor, lava, humaredas, y acoge animales y plantas, que ocupan las raíces de los que, en la superficie, brotaron de su árbol genealógico.

Ahí estás, mar, tu pecho ancho, resonante, respirando, chocando sin descanso y sin fatiga, danzando con la luna en las mareas, dejando alfombras vivas de hierbas y animales a tu paso.

Y te poseo.

Rosúa

11/12/20

LA INESPERADA BELLEZA DE MADRID

La inesperada belleza de Madrid.

Yo iba al Museo del Prado a ver los cuadros de El Greco que se habían traído provisionalmente de la iglesia en obras de Illescas. Crucé en Neptuno aún indiferente, o casi ajena, a la variable composición del espacio que sobre las cabezas se desarrollaba, nieblas de noviembre coaguladas ya en nubes, ejércitos de plumas perdidos en ese día de la Almudena, patrona de la Villa, y llevados al azar, modelados con diversas formas. Había arietes de vientre redondo, infantería ligera, prolongaciones en lanzadas finas, destacamentos en espera. Todos en pacífico asalto de la superficie intacta del cielo, pulida de extremo a extremo, con el azul pétreo de una piedra preciosa, de una meseta paralela que siempre ofrecía a la de abajo seguridad y refugio.

 

 

 

 

 

Iba a ver los cuadros del Greco y antes de llegar me detuvieron  los árboles de las anchas y siempre libres, pese a las conjuras infinitas contra su serena grandeza, avenidas. Ramas, verdes, rojos, dorados, gotas temblando en las agujas de los pinos, transparencia, formas, roce, a guisa de saludo, de especies vecinas. Caían blandamente, suspendidas como el polvo y como la vista de quien las contemplaba, marcaban un ritmo en los escasos paseantes, mermados por la peste, algunas figuras, en vez de las multitudes habituales.

El pincel más oblicuo, el del sol que se aproxima al solsticio, derrama  en estas breves horas y días de noviembre la mayor riqueza de tonos, vuelca una cesta otoñal, perecedera, como el recuerdo de cuantos el mes evoca,, fugaz y al tiempo eterna, e infinita como la belleza percibida, en todo su poder abrumador, por quien, sin esperarla, la recibe. La belleza, la repentina marea luminosa, el gratuito don de un milagro de colores y formas, ha desplazado cualquier triste sombra, ha cubierto desde los troncos hasta las más altas ramas, ha arrinconado con su desprecio la espuma sucia de las acciones bajas, de la miseria de covachuelas y contubernios, de la pobre ambición de roedores que luchan entre sí por su mendrugo. A ras de las losas de piedra de un gris nítido, fiable, resistente, lamido por los pasos y las lluvias, hoy ha avanzado la marea alta de pura luz y, tras llenarlo todo, ha chocado con las paredes y columnas nobles del Museo, real y neoclásico, ha dejado su huella en las ventanas y pintó en los cristales la arboleda.

Desciende de  las ramas un relato de sosiego, un tapiz vertical de hilos cambiantes que protegen, abrigan y resguardan de la mediocridad que anida fuera. Hay poca gente, algunos paseantes que andan lentamente y se detienen, observan a los pájaros, examinan enfrente el volumen de limpia geometría que defiende al Arte y a la Historia, que con cada columna y cada friso aspira a eternidad y a inteligencia, intuición oscura, temblorosa, de que hay un más allá de aspiraciones que no podrá cegar la sucia espuma.  Todo se da en El Prado en este día, todo se ofrece a quien acepta verlo y que a ello se abre sin esfuerzo. Cae la hoja, desciende hasta posarse en el fondo interior del pecho abierto. Caen las hojas, pentágonos, triángulos, rojos de terciopelo que duplican en las salas de enfrente los de El Greco, verdes inalterables de los pinos, sembradas sus agujas del cristal de las gotas de la niebla, dorados fastuosos que añaden esplendor renacentista al sendero de piedras y se hermanan con alas de los ángeles que están en el Museo.. El oscuro marrón, sus transiciones hasta el ocre, el marfil, el casi blanco, cuenta historias de tiempo y de modestia, aún cantan juventud las ramas de hojas todavía verdes, emerge del dorado las seriedad madura de los troncos, que miran esos juegos por el aire, el vuelo de las hojas desprendidas, con la condescendencia de los años.

 

Sobre el banco de piedra, el alma de Velázquez ha pintado una precisa constelación de hojas. A su lado un  espeso lugar de aterrizaje donde se van posando y descansando las hijas de los árboles, liberadas en un único vuelo que les permite conocer reposo y tierra. Arriba, en la fina escritura de las ramas, hay semillas, hay frutos que allí esperan con la tranquilidad de su paciencia, con la generosidad de quien da todo, en acuerdo perfecto con cada cuadro, con cada columna, con la ciudad, con el azul de un cielo pintado arriba por muchos velázquez, cada día, cada hora. Con el pincel bañado en la luz del Madrid indestructible.

Rosúa, 9-XI-2020

[i ]A unos metros, en lo que fueron Las Cortes, se han arremolinado los desechos, basura, ajena y enemiga del esplendor vecino, nido de insectos ansiosos de sorber la materia descompuesta, parodia de justicia y hoy remanso de lo que fue Gobierno y es reparto. Zumbido de parásitos que lamen, rascan, tragan los escaños. A unos metros tan sólo del glorioso morir de la arboleda, del granito que alberga la excelencia y la esperanza de lo perdurable. Ya no hay escalinatas, sólo rampas con el pliegue curvado de una espalda. Los leones contemplan los insectos chupando de la piel desamparada, cortando trozos, para su despensa. Y olfatean hedores del cadáver que otros días llamaron Parlamento, y es alijo, botín, febril subasta de los despojos que el señor les deje.

 

04/1/17

MONUMENTO AL VOTANTE DESCONOCIDO

EL MONUMENTO AL VOTANTE DESCONOCIDO

 (17-Mayo-2015. Madrid, una semana antes de las elecciones)

Luz de Gas

Luz de Gas

La llama tiembla, avanza y retrocede en el estrecho cuenco de piedra que la acoge y alimenta. Fluctúa, como un barco en alta mar, pero no se extingue. La alimentan historias que no figuran en la prensa, no enmarcan las pantallas, no tienen la menor audiencia. Paralelamente, pero en un monumento historiado sobre el que convergen todos los focos, crepita la voluminosa pira de los fabricantes y recolectores de votos, que chispea con la grasa abundante de la piara nutrida de impuestos nunca anunciados como tales a la voz pública, lancetas que sangran a la res enorme de la controlada y laboriosa población. Continue reading