11/23/19

DIARIO DE A BORDO

DIARIO DE A BORDO

 

LIBROS

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DIARIO DE A BORDO

 

Mercedes Rosúa

 

 

 

ÍNDICE

 

1-Con el diario en las manos.

 

2-El discurso del siglo XXI.

 

3-Consignas para un motín.

 

4-El salón de los ritos excitantes.

 

5-Oda rátida al episodio del buque correo.

 

6-La entrega de llaves.

 

7-El reparto del cofre.

 

8-El enviado de Piratas Irredentos.

 

9-Reparto de cargos.

 

10-Los Mercenarios Light.

 

11-Noticias internacionales.

 

12-La rampa viscosa.

 

13-Rueda de prensa.

 

14-Diktátor.

 

15-Gal

 

16-El Galeón de los Ritos Oscuros.

 

17-El cofre sin tesoro.

 

18-Camino de la Cala de los Malditos.

 

19-La Gabarra de los Lisiados.

 

20-Asamblea en la Sala Místico-Planetaria.

 

21-El dúo de la solución final.

 

22-La cruzada sexual.

 

23-Y en superficie…

 

24-La flota imperial.

 

25-El Congreso.

 

26-Himno del PIL

 

27-Confidencias.

 

28-Cónclave.

 

29-Las armas del Imperio.

 

30-Offing agente secreto.

 

31-El Hallazgo.

 

32-Traición y rapto.

 

33-Dulcita y el Imperio de la Felicidad.

 

34-Reparto de papeles.

 

35-Tercer grado.

 

36-El Foso de las Medusas Venenosas.

 

37-Duelos en Diktátor.

 

38-Hazañas Bélicas.

 

39-Asuntos de familia.

 

40-Santabárbara bendita.

 

41-De entre los muertos.

 

42-Lepóridos versus Mustélidos.

 

43-De Profundis

 

44-El final del imperio.

 

45-Testigos peligrosos.

 

46-Agitprop.

 

47-Desconcierto.

 

48- ¡Exclusiva! ¡Exclusiva!

 

49-El arma infantil.

 

50-Currículum.

 

51-La bandera engañosa.

 

52-Cuerpo a cuerpo-

 

53-Siempre nos quedará Diktátor.

 

54-Descubrimiento de la altura.

 

55- ¡Largad lastre! ¡Royendo amarras!

 

56-El mar era una fiesta.

 

57-El Club de la Eterna Venganza.

 

58-Gente’s News.

 

59-Migración

 

60-El Atolón de la Perfecta Igualdad.

 

61- Faros.

 

62-Los náufragos felices.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DIARIO DE A BORDO

 

 

1

Con el diario en las manos

 

Queridas ratas:

Estáis saltando del barco. Hasta ahí todo es normal. La diferencia es que en el barco que, al fin, se hunde la tripulación estaba compuesta exclusivamente por ratas. Y, por muy náufragos que seáis, no puedo compadecerme de ninguna de vosotras.

Pero sí escribir vuestra historia.

 

Hay multitud de galeotes todavía remando en la flota que habéis, si no aprovisionado, sí dirigido mientras roíais hasta la sombra del tocino y el último grano de las bodegas bien provistas cuando os hicisteis con el mando.

En este mar no existen fronteras, ni recuerdos, ni calendarios. Los galeotes acaban amando sus cadenas porque son lo único firme que recuerdan, y les habéis repetido tantas veces los nombres y la orientación que, sin esa referencia, babor, estribor, a mi izquierda, a mi derecha, se sentirían terriblemente perdidos. Por eso alzan a veces la vista sin detenerse en formas intermedias: el cuenco mermado y escaso, el remo cansino y el cómitre sentado sobre un queso enorme. Miran directamente el Mito Negro que ondea en lo alto, el mito inverso, como el cliché de una fotografía, tejido exactamente con lo opuesto al valor, el tesón, la originalidad, el humor, la inteligencia, la libertad, el genio, la belleza. La tripulación de la nave capitana, ésa que ahora se disputa los mejores puestos en el barco de emergencia, eligió cuidadosamente su símbolo, que campea en lo alto del mástil y es una versión rencorosa de las filas de estrellas utilizadas al otro lado del océano. Optó por un estampado de múltiples cabecitas rátidas sin mancha de león alguno.

Comprendo, ratas, cuán duro ha debido resultaros coexistir con quienes os superaban (o a poco que hicieran podían superaros) por estudios, trabajo, esfuerzo, dotes, honradez, mérito. Era esencial que los galeotes no mirasen hacia arriba, que amasen el grillete porque los colocaba a todos en los mismos bancos y les prometía un mundo tan plano como la cubierta. Para vosotras, que ahora sois un festón negro pespunteando cada superficie, bote salvavidas, camarote, soga, jarcia, claraboya, y que cubrís incluso el casco en vuestro afán de huida del naufragio, la total igualdad era una cuestión de supervivencia, porque ¿cómo si no hubierais logrado destacar de alguna forma, tomar el mando, someter a la antigua población cuando eran todavía ciudadanos de un país?

Quiero cantar para la posteridad el relato de vuestras tácticas, porque tal vez pronto no quede, de lo que creíais dominio indefinido, más que los huecos dejados por la voracidad de vuestros incisivos en cuanto era susceptible de roerse. Utilizasteis, de segunda mano o de nuevo cuño, la creación de múltiples clientelas, la dispersión de vileza asumida, la potenciación del viejo recurso a la ceguera voluntaria, la sacralización de la cobardía, la promesa de quesos inagotables y del imperio de sectas cortadas a la medida de vuestro tamaño, alimentadas por quienes no tendrían más horizonte que la superficie que les mostrabais, ni otros recuerdos que los difundidos, con leves variantes, por los diversos altavoces.

De Euralia habéis seleccionado, en su apéndice oeste, el No País, la pieza más fácil para vuestra cacería, ese último animal lacerado por mordeduras aún recientes que los chacales escogen como presa. Ninguna se ajustaba mejor al Mito Negro del que ibais a presentaros como los salvadores. Los materiales de una conciencia histórica renqueante, amedrentada, confusa estaban ahí; sólo faltaba ensamblarlos, imponerlos como patrón continuo y podar enormes trozos de memoria. Vuestra talla, la envergadura de vuestros bigotes, crecían según seccionabais del pasado, del presente, de las aspiraciones y vivencias de los habitantes cuanto era grande. Sin anclas ya en sitio alguno, fraccionada la superficie del país en apriscos y cada uno de sus hatos de ganado convencido de su condición de víctima y anhelante del pienso, sólo quedaba zarpar para hacerse con el barco. Fue sencillo separar del continente la península, desligarla de la estrechez de la cadena montañosa como quien se suelta un cinturón. Y disfrutar, sin más contactos ni referencias que los que juzgabais oportunos, en exclusiva del botín.

Ratas, sois numerosas, peligrosas, intercambiables, miméticas con el gris de una mediocridad interminable que solíais disfrazar de afán igualitario y devoción por los humildes. No soportáis a otras especies, que existan animales de dos patas, que difieran sus goces y sus hábitos, que gusten a veces de la soledad, que prefieran la altura al agujero y que rechacen, con la porción de tocino, la alegría complacida del cerdo. Os habéis, sin embargo, apoderado del timón, la bodega y la santabárbara, y habéis hecho la ley durante una muy larga travesía hasta que llegó la hora de saltar. Pero yo tengo vuestro diario de a bordo.

 

 

2

El discurso del siglo XXI

 

El barco cabeceaba suavemente y el Alto Mando Rátida había escogido aquella ocasión de mar estable y apenas brisa para convocar asamblea informativa en el salón principal. En el público hervía la expectación. No se esperaban novedades pero había, desde hacía tiempo, una clara tensión en el ambiente, rumores, vagas alusiones a correos del extranjero e incluso, lo que era más preocupante, los galeotes descuidaban sus obligaciones, aunque desde luego eran inmediatamente llamados al orden, sancionados o hechos desaparecer rumbo a naves de castigo o lugares de no retorno en la temida Costa de las Brumas.

El tema base a exponer, según costaba en la convocatoria, para información y sin derecho a preguntas dada la amplitud de los asuntos a tratar, consistía en una recapitulación general del presente, de los proyectos futuros y de un pasado que no era conocido suficientemente bien por la población y al cual debían, sin embargo, su bonanza actual.

Hubo cerrada salva de aplausos a la aparición de los dirigentes, que no solían prodigar su presencia conjunta. Ahí estaba, en el centro, Rata Primera, que respondía asimismo a los títulos de Igualísima y Rata Máxima entre otros. A su lado, pero sin rozarla y a un nivel levemente inferior, Rata Segunda, conocida como Eminencia Gris, y alrededor lo más granado de la Junta, Rata Ecónoma, Rata Parda, Rata Mayor, Rata Pedagoga y algunas más que no se presentaban habitualmente en público.

Rata Máxima, que resplandecía de una blancura escogida para la ocasión, tras agradecer los aplausos y dar, con un gesto, por iniciado el acto, dejó graciosamente la exposición a Rata Segunda:

“Compañeras, nunca se nos ofrecerá mejor oportunidad en terreno más propicio. Y, lo mejor, estamos en el siglo XXI, y cuanto creíamos obsoleto revive con nuevos bríos gracias al aliado informático. Vivan la comunicación infinita, la omnisciencia a pie de tecla y la ubicuidad sin esfuerzo. Nada de reflexión, búsqueda y contraste. Los galeotes ignorarán todo y creerán saberlo todo desde la infancia. Su aprendizaje consistirá, de la guardería a las aulas universitarias, en fragmentos dispersos suministrados de forma aleatoria, escogidos según el sistema del mínimo común denominador preceptivo y las prioridades coyunturales de nuestra tropa. En vez del Yo sé que no sé nada, estarán convencidos del Ningún saber vale más que otro. Compañeras, creced y multiplicaos. El campo es nuestro hasta extremos que nunca hubiéramos soñado. Arriba la democracia instantánea y mudable.”

“La era, si manejamos adecuadamente los rasgos que la caracterizan al nivel ras de tierra que nos corresponde, en el cual es imprescindible mantener al público que nos sigue, nos es propicia. Porque, gracias a la telemática, nunca la dependencia de la gente en su vida diaria respecto a algo que no puede controlar había sido tan absoluta. Jamás la sensación de omnipotencia había estado tan íntimamente asociada a la completa indefensión ante una pantalla muda, un bloqueo, la interrupción de un suministro.”

“Acostumbrados al mecanismo sin esfuerzo de la nueva magia, a la devoción por el ruido, a la multitudinaria, instantánea compañía que depende tan sólo de la presión de su dedo, ya aspiran casi más a ser sometidos que nosotras a su conquista.”

“Nuestro reino será asambleario o no será, y ruidoso, vistoso, abrumador, festivo, indiscutible. Olvidad los caminos hacia la dictadura igualitaria que soñaron, llevados por el ideal de mejorar nuestra condición, respetables abuelas. Se abren ante nosotras atajos gloriosos. Dictaduras ecológica, informática e indigenista même combat. Tribus unidas nunca serán saciadas ni vencidas.”

“Y ahora, os ruego que, además de los nuevos mapas y organigramas de las sectas y la recopilación de indispensables jaculatorias, admiréis esta galería de retratos:”

“He aquí los Viejos de la Montaña, indispensables para nuestra tarea (lamentablemente no hemos podido localizar Viejas de igual altura). No sé si recordáis a inspirados profetas de dunas, grutas y caseríos, a abades y prelados de masías y monasterios imbuidos de las esencias del terruño, al noble anciano que asesora hoy con su indignada visión anticapitalista y su pureza ecoloplanetaria a la generosa juventud. Ocupan un merecido lugar en la serie de mascarones de proa. Porque, por detrás, su cuerpo no puede estar formado sino por millones de los nuestros.”

“Ni por un instante olvidéis el código, las respuestas y consignas que, al ser idénticas por diferente que sea la situación de cada una de vosotras, constituyen nuestra fuerza. Nadie, y antes que nadie los galeotes, debe ni por un solo instante pensar que el universo se divide en más de las dos partes desde tiempo inmemorial establecidas: babor y estribor, ni podrá caber la menor duda de que los justos líderes están situados, y los conducen, hacia la parte buena.”

“Resumamos, compañeras, resumamos: Nosotras comeremos, comeremos gratis, comeremos todo. Dispondremos como nuestro de cuanto produzca el país, dejando a sus habitantes lo calculado para su reproducción y mantenimiento. Debéis recordar, siempre, con las jaculatorias adecuadas, el Mal con el que vosotras solas os habríais enfrentado, al Viejo Dictador erigido en icono negativo imprescindible, al Enemigo, el que es desigual, activo, brillante, laborioso, del que nosotras defendemos a la masa, prometedoramente informe, de los ciudadanos.”

“Ratas asistentes y ratas del orbe, tened presente en todo momento que ninguna debe sobresalir, distinguirse, haberse ganado el pan y el mérito con su esfuerzo. Y, para que no quepa discrepancia, vuestros chillidos ocuparán las ondas, la repetición rítmica de los términos loables o reprobables llenará el espacio. Debéis chillar sin reposo, sin descanso de un día ni una hora, porque ahí está la clave de nuestro éxito, manutención, proliferación y gloria”.

“Rechazaremos y perseguiremos cuanto nos sobrepasa: arte, catedrales, museos, buenos cuadros, grandes obras literarias, belleza de un rostro, escritura límpida, pensamientos altos, reflexiones profundas, seres excepcionales. Y, a ser posible, lo haremos cada hora y cada día, en cada fotograma y cada columna de prensa, en cada escaño de los órganos de Gobierno y cada sillón de magistrados y jueces.”

“Veo llegar el día, compañeras,….:”

(En este punto, el rostro de Rata Primera, la más igual de las iguales, se iluminó desde el hocico a las orejas, al tiempo que el orador, Rata Segunda, se erguía en postura bípeda y brillaban, mientras entrechocaba mandíbulas y dientes, sus ojuelos ávidos. El auditorio, al unísono, lanzó el hurra de un chillido coral.)

“…veo llegar el día en el que nada ni nadie sobrepasará nuestra altura, degustará manjares distintos de las ralladuras de queso, percibirá algo fuera del alcance de nuestros bigotes. Las vestiduras y colores serán eliminados de los gustos, y se impondrá entre cuantos habitantes posee esta tierra el gris de nuestra especie. Veo…Pero quizás el entusiasmo ante el futuro radiante, ya alcanzado en numerosos aspectos desde que ganamos la batalla del Atentado Oportuno, me ha llevado a extenderme en demasía. Dejo la palabra a nuestro máximo representante electo.”

Y, saludada por una ovación atronadora, Rata Primera, la Más Igual de los Iguales, se dirigió, con su modestia acostumbrada, a la asamblea resumiendo, en breves palabras, lo ya expuesto, garantizando el bienestar y prosperidad crecientes, la globalización de su victoria y su propia fidelidad inquebrantable a servirlas a ellas y a la causa.

Igualísima no gustaba de prodigarse. Además, cuantas más declaraciones más posibles contradicciones posteriores, fácilmente justificadas pero molestas. Lo importante era mantener, y exhibir, los atributos del cargo y reforzar los lazos de fidelidad y dependencia. Así pues el final de su breve intervención de clausura fue una grande y afable sonrisa mirando a las asistentes a los ojos de manera que el mensaje se sintiera como personal.

Aunque no se había previsto coloquio alguno y la guardia ya se ocupaba de canalizar al público hacia las salidas, una joven rata de las de las últimas filas que anhelaba explicar al líder su plan trabajosamente elaborado para reforzar el control sobre los galeotes logró llegar hasta Rata Máxima, le tendió los esquemas y balbuceó emocionada minuciosas explicaciones. El documento mereció una breve ojeada de Igualísima, que lo pasó a una asistente; luego posó su pata unos instantes en el hombro de la autora y le dijo:

– Excelente. Estamos en contacto.

La joven de la audaz iniciativa palideció visiblemente y su hocico rezumó esa viscosidad que en su especie equivale a las lágrimas. Había oído la frase fatal, Estamos en contacto, la que indefectiblemente, pronunciada por alguien de importancia, equivalía a no volveremos a hablarnos nunca más. Como así fue.

Y la Junta Suprema salió de la sala.

 

 

 

3

Consignas para un motín

 

En las bodegas de bajeles secundarios, donde unos galeotes se hacinaban y sorbían las raciones de rancho y otros simplemente vegetaban y se distraían con videojuegos de experiencias virtuales, había empezado a circular un peligroso documento en cuyo encabezamiento se leía: Consignas para un motín.

El contenido era tan insólito y violento que al principio los lectores palidecieron y experimentaron el vertiginoso terror a lo desconocido. Pero luego pudo en ellos la pequeña llama, no totalmente extinta, de la curiosidad; y continuaron leyendo.

“1-Rechazar, por la fuerza si es preciso, el uso de los términos babor, estribor excepto en el caso de situación física en el buque. Desconfiar de cualquiera que los emplee.

“2-Rechazar a cualquiera que se valga, como medida de valor, de una categoría, ajena a las propias de rasgos individuales”.

“3-Desconfiar de inmediato, y negar subvención y privilegio alguno, a quien se integre explícitamente en el rango de víctima genérica o histórica.”

“4-Negar los agravios ancestrales. Desposeer, acto seguido, de bienes y prebendas a cuantos se valen de ello como medio de vida.”

“5-Renunciar a los planteamientos duales buenos, malos, y marcar como objeto de escarnio a cuantos los usen  para ejercer el parasitismo en todas sus formas.”

“6-Acosar, con mofa, befa y denuncia pública, al que medra a costa de dictadores muertos, batallas en las que nunca participó y riesgos que no corrió jamás.”

“7-Establecer salidas regulares de pateras dirección única norte-sur, en las que serán condenados a embarcarse cuantos obtienen beneficios pecuniarios y sociales de la loa de los usos del Oriente Feliz. El pasaje incluirá un bono para la escolarización obligatoria de las hijas de los viajeros en los países de destino. Durante el trayecto, se rifarán puestos de trabajo doméstico en la Casa Real Saudí.”

“8-Cualquiera que se dirija a los galeotes con las expresiones galeotes y galeotas, estudios transversales sobre la Mar Oceana, ideólogos de la pedagogía marítima, oprimidos vitalicios, veteranos eternamente retribuidos o salvadores de la gente será inmediatamente encadenado al banco de remo penoso.

“9-Quien, tras revisión pormenorizada de sus calificaciones, trabajo y obras, no haya vivido sino de las apariencias será condenado a fregar la cubierta, zurcir el velamen y pulir los mástiles.”

“10-Cualquiera que se haya aprovechado del atentado del Buque Correo para lograr poder, dinero y puestos será pasado inmediatamente por la quilla.”

 

Los galeotes descifraban con dificultad el escrito. Todos habían superado con éxito los cursos de formación inversa destinados a mantenerlos en una incultura, no ya absoluta, sino retrospectiva en cuanto al punto cero, caracterizada por la extrema simplicidad y los contados personajes y sucesos que debían colocarse a babor o a estribor.

De hecho, en el silencio de la navegación nocturna, llegaban hasta las naves de la flota situadas más lejos los sonidos del barco-escuela y del bajel universitario. En uno y otro los alevines de galeotes repetían sus lecciones, que consistían sustancialmente en tres premisas:

“Yo soy un amante de la paz.”

“Salvemos el planeta.”

“Viva, mejor que ninguno, mi pueblo.”

Resonaban alegremente las fichas de trabajos manuales con las que, según sus colores rojos o azules, se reproducían perfiles, no exactamente de países pasados o actuales ni de accidentes geográficos, sino de la adecuada clasificación sociopolítica del orbe. En la universidad se elaboraban cuadros mayores que incluían el futuro glorioso de la igualdad completa.

Con mal disimulado orgullo, los diseñadores pedagógicos contemplaban el progreso del alumnado. Las preguntas no eran respondidas erróneamente jamás desde que se inventó la réplica uniforme:

“- ¿Cuántos continentes tiene el mundo?”

“-Babor bueno. Estribor malo.”

“- ¿Qué son los estados de la materia?”

“-Babor bueno. Estribor malo.”

“- ¿Cuándo empieza la Historia?”

“-Babor bueno. Estribor malo.”

La sensación de seguridad y contento se mantenía, entre el alumnado, de curso en curso, sin que la empañaran las cuestiones matemáticas:

“- ¿Cuántas son dos y dos?”

“-Lo que babor diga.”

Existían todavía, empero, algunas preguntas más complejas que requerían respuestas elaboradas:

“- ¿Si de veinte empresarios se eliminan diez cuántos quedan?”

“-Demasiados.”

Las Consignas para un motín eran leídas a los más jóvenes por aquéllos que habían superado la edad de alfabetización. Ésta fue, en su momento, objeto de largas discusiones porque, por muy tarde que se empezara el aprendizaje de lectura y escritura, siempre había quienes superaban rápidamente a los otros y pasaban, sin permiso, de la cartilla a los libros contraviniendo el deseable ideal de total igualdad. Primero se establecieron los cinco, luego los siete, a continuación los diez y los quince años como edad para aprender a leer. Los más avanzados pedagogos incluso propugnaban lo que se llamó analfabetismo de consenso como medida idónea, idea revolucionaria y del babor más puro

Ahora corrían malos tiempos, escaseaba la pólvora para cañones y salvas. Las ratas aseguraban que no había crisis alguna, pero se habían sustituido los fuegos artificiales por bengalas y los faroles de proa por velas de cumpleaños que, según premisa de la campaña económico-saludable, para menor contaminación de la brisa y mayor aprovechamiento, había que encender sólo las noches sin luna. Ese año no habría, quizás, los acostumbrados festejos y celebraciones. Al menos era el rumor que se había extendido desde que alguien preguntó tímidamente a los jefes de la nave capitana dónde estaban las reservas. Las ratas al mando respondieron drásticamente, mientras iban cargando de provisiones sus botes salvavidas, que no había el menor problema y la situación estaba controlada y era la prevista.

 

 

4

El salón de los ritos excitantes

 

En la Alegre Galera de la Revolución Gratuita (que, en su momento, debería extenderse al orbe y resplandecer desde el empobrecido extremo de Euralia hasta, como mínimo, las lunas de Júpiter) reinaba el jolgorio. Alguna rata había reparado en que estaban chapoteando en el agua, pero eso añadía lustre a su pelaje. Rata Primera, la Igualísima entre los representantes de todas las ratas del país, animaba, si no con su presencia física –porque estaba ocupada en la supervisión de la puesta a punto de su yate de emergencia-, sí con la multiplicación de su imagen, el evento. La sonrisa inalterable y el gesto siempre pacificador de sus manos brillaban en paredes, solapas, bitácoras, astrolabios y brújula, que señalaba permanentemente a babor. Su vate preferido había tomado la guitarra. Agrupados por sectores según las diversas pancartas, los asistentes se balanceaban al ritmo de las estrofas equitativamente alusivas: Vivimos como ricos sin palas y sin picos. La Enseñanza al hoyo y a repartirse el bollo.  Los antis a la lucha. Todo para la hucha. El diploma está mal; peor el capital. Abajo oposiciones, vivan las subvenciones. Los yates ocupados; todos gastos pagados. Es eso, es eso, birlarles todo el queso.

A altas horas de la noche, cuando la cuajada embriagadora había producido su efecto, era tiempo de descender hasta el salón de la bodega destinado a los excitantes ritos de los Heroicos Luchadores Contra Estribor. Todas se disputaban el hueco para morder representaciones del Mal Antiguo, del Dios de la Desigualdad, horrendo hasta en el nombre. Todas brincaban y danzaban, al ritmo de la guitarra del vate, orinaban y azotaban con sus colas a las momias de los seres altos y distintos. Luego, en el salón contiguo, las esperaba siempre el gratuito y abundante refrigerio compuesto de sabrosas pilas de papeles. Diplomas, títulos y certificados ya inservibles desde que el reparto automático produjo la deseada igualdad absoluta. Algunas recordaban la primera etapa, anterior a la abolición de los saberes. Fue hermoso anular lo que antes se entendía por educación especializada en temas, edades de los alumnos, asignaturas, categorías profesionales; fue bello perseguir, fragmentar, eliminar a los más calificados; para, acto seguido, simplemente repartir las horas de clase diaria entre los fieles, que llenarían espacios y cobrarían haciendo cualquier cosa con alumnos de cualquier nivel. Mientras, los más calificados del profesorado antiguo eran destinados a la limpieza de retretes.

La siguiente etapa produjo la espléndida cosecha de papeles para todos de tal forma multiplicada que, actualmente, los comensales de la bodega elegían antes de roer, con prurito gastronómico, los pliegos más apetecibles:

-Yo devoro la Física.

– ¿Y eso qué es?

-Algo que impusieron los Antiguos a la clase entera antes de que nuestro Comité Igualitario lo sustituyera por cinco horas en Peluquería, dos en prácticas de Gastronomía Local, tres en Reciclaje de Libros de Literatura y Ciencias en Pro del Bosque Amazónico y diez en diversos refuerzos, permanentes.

-Sé que fue una gran victoria de la que, aunque muchos lo ignoren, proviene nuestro acceso y toma del poder- dijo una rata culta que había ya despachado media tesis doctoral de Filosofía.

-Nunca se agradecerá bastante al Comité su labor, indispensable para invadir los territorios de la antigualla llamada Educación, sustituirla por el A. A., el Adoctrinamiento Adecuado, expulsar o degradar a sus docentes y colocar a los que nada o menos sabían. ¡Ah, el gulag, las purgas de intelectuales! No podíamos llegar físicamente a ello, no disponíamos de medios para la eliminación y el confinamiento. Pero lo hicimos mejor.

– ¿Mejor todavía? – La representante del Gremio Ni Un Día Sin Consigna se atragantó con las migajas de la Antología de Lengua, tosió y luego juzgó de buen tono eructar para dejar patente su inquebrantable igualitarismo social.

-. Mucho mejor. Simplemente nadie podía reaccionar en contra; bueno, hubo individuos aislados, a los que fue fácil injuriar, sobornar o condenar al ostracismo.

– ¡Recuerdo! ¡Recuerdo! –la rata de la tesis filosófica volvió a atragantarse, pero era el momento de citar el papel del Movimiento de Todos a mi Altura, sección del Gremio al que pertenecía. – ¿Para qué estudiar si puedes aprobar?, El puesto será tuyo y el cátedra al trullo., Primaria Universal. Saber más está mal. Éste es el paraíso, sin trabajar y fijo. Con la tribu y con el clan pan y vino que nos dan. No a la discriminación: todos pasta y botellón.

Alguien del fondo, que se aburría por lo conocido de las consignas y estaba ahíto de su legajo, gritó:

¡Compañeras, recordemos el ideal que nos une: ¡Rátidas unidas nunca serán vencidas!

Y el conjunto lo repitió tres veces con entusiasmo.

-Nada tendríamos sin la sagaz estrategia planteada y llevada a cabo con éxito hace décadas. Muchas de vosotras no lo recordáis, pero había ratas flacas. -terció una rata oronda que se deleitaba con las ilustraciones de la reproducción de un códice miniado. –Aunque debo reconocer que en realidad fue mucho más sencillo de lo que esperábamos. No teníamos enemigo. Bastó con hacer a la mayoría, a diversos niveles, mercenarios, y con asustarlos con la continua amenaza de encasillar al que disintiera con Eres de Estribor. Dominamos los cables, ya sabéis que, desde tiempo secular, roerlos es lo nuestro. Simplemente aprendimos a mordisquearlos hasta ciertos límites, de forma que la gran mayoría de la comunicación pública, y, en apariencia, privada pasase por nuestros hocicos.

-A veces hubo que dar un empujoncito. –quien había intervenido, dejando de lado el fajo de hemeroteca, pertenecía a las muy discretas pero siempre presentes Fuerzas de Choque, y tenía una cola singularmente larga y afilada que utilizaba en artes marciales. –Como el Gran Salto Adelante. Ya sabéis, la casual y oportuna explosión, y hundimiento, del Buque Correo.

Hubo un coro de risas sofocadas y chillidos de puro gozo en el que se mezclaban apostillas diversas:

-Sí, sí. El que se atribuyó a un ataque terrorista de Piratas Irredentos. Los que están ahora colocados en la red de Autonomías Sublimes y celebran regularmente concursos de levantamiento de sacas de billetes, explosiones controladas y Juntas Gastronómicas a las que, como miembros de la sección “Amigos del Caviar Beluga”, nos hemos unido en algunas ocasiones.

-El episodio lo sabemos pero, ¡es tan bonito! ¡Cuéntanoslo otra vez! ¡Cuéntanos la peli! -parte de los presentes se había vuelto hacia un ejemplar menudo, de pulidas uñas, especializado en la dieta de grabaciones de filmografía.

Y, reforzando la petición, entonaron juguetonas:

– ¡Euros mil en el cofre del Muerto! ¡Ha, ha, ha, la botella de ron!

-Acompáñame, Rata Cantora.

La interpelada sacó su instrumento y comenzó a pulsar delicadamente las cuerdas, ora con el rabo ora con la fina garra. El barco se balanceaba y el subir y bajar del mar aumentaba el efecto del ritmo de los párrafos y creaba un ambiente hipnótico en cuya penumbra tomaba cuerpo visible el relato.

 

 

 

 

5

Oda rátida al episodio del Buque Correo

 

Reinó el silencio en la sala, anexa a la de juntas, donde se desarrollaba el acto informativo. En la oscuridad, las superficies parecían tapizadas por la afelpada cubierta de ratas y salpicadas por el brillo de centenares de ojos. Toda la atención se concentraba en las imágenes, el recitado y las explicaciones añadidas por las responsables de revivir la memoria histórica. Los grandes episodios que marcaron su ascenso al poder tomaron cuerpo ante el auditorio.

Las más jóvenes seguían, fascinadas, la proyección, levemente brumosa, del episodio de la explosión del buque correo, acompañado por los versos y la música de fondo.

 

Había una vez un tesoro

de más quilates que el oro,

un botín de mucho peso.

¡Era un país como un queso!

 

La incertidumbre reinaba entonces en el reino de las ratas. Antes habían vivido, se habían reproducido durante largos años en el país de la seguridad y la abundancia, eran las reinas destronadas de reinos que habían inventado, y, por ello, había que mantenerlas, rendirles pleitesía y cantar con regularidad, sus alabanzas. Los súbditos trabajaban, se sometían en silencio, dejaban entre sus patas regularmente ricas porciones de quesitos y palidecían cada vez que eran amenazados con la invasión de Estribor. Pero la inseguridad y la gula se apoderaron, con justo motivo, del corazón de los roedores. A sus hocicos llegaba el olor al cambio de los tiempos, el final del periodo dorado durante el que su superioridad, la del Babor Salvador, no era por nadie discutida. Algunos súbditos se habían habituado a alzar la cabeza y descubrían que había múltiples direcciones, y no sólo dos, en la amplia superficie del mar, comprobaban que incluso se podía mirar arriba y abajo. Musitaban que tal vez el relato de las dos fuerzas primordiales de Estribor Oscuro y Babor Benéfico no era sino un mito. Y entonces ¿por qué servirles a ellas queso, proporcionarles confortables cubiles, instalarlas de por vida en despachos, distribuirles diplomas, pasear a sus representantes por los actos públicos, premiar sus obras?

A la inquietud se sumaba la glotonería. El Pobre No País ya no era pobre, su cofre se había ido llenando y rebosaba de los más apetecibles bienes: nombramientos, sueldos, promociones, dietas, homenajes, palmarés, divisas de todos los colores, doradas tarjetas de crédito, premios cinematográficos, ediciones en papel satinado, estrados, micrófonos, cámaras, coros exclusivamente dedicados a repetir sus palabras y denigrar a sus tímidos adversarios. El todo envuelto en un aroma a tocino sin tasa que afilaba los ansiosos hocicos. El inimaginable peligro había llegado; la masa anónima, medrosa, desconcertada, podía optar porque se mantuvieran al mando los que habían llenado el cofre y que refutaban el derecho de las ratas al eterno y gratuito queso.

En ese momento crucial la unidad las salvó. ¡Ah la vieja consigna, la máxima que no había que olvidar jamás!: ¡Rátidas unidas nunca serán vencidas!

 

Vino la oportunidad

en víspera de elecciones.

Por todos los galeones

se difundió la consigna

porque así el pueblo se indigna

contra el monstruo de Estribor:

¡Muertos a más y mejor!

 

El ya lejano episodio del Buque Correo revivía en la pantalla brumosa de la evocación. Avanzaba el bajel un día cualquiera, con el viento a favor de las primicias primaverales, confiado en la rutina de su derrotero, animados sus ocupantes por el desayuno reciente y por el afán laborioso de mejorar, mediante el trabajo, su suerte y, quizás, vencer a las ratas en las que, de forma todavía confusa, comenzaba a percibirse, más que a un salvador, a una carga y a un enemigo.

En los periódicos del día, preparados para su reparto en la bodega, se leían las noticias habituales sobre ataques de Piratas Irredentos al grito de ¡Terror is beautiful! ¡Que los unos maten a los otros! Entre los Piratas Irredentos había un grupo de especial peligrosidad porque servía al Dios del Aburrimiento Sumo y, por lo tanto, precisaba compensarlo con mortíferos brotes de excitación. La aleatoriedad de sus ataques los hacía particularmente útiles para las ratas, ya que todo podía achacárseles. Los piratas extendían a sus refugios y puertos francos la estricta disciplina que reinaba en sus bajeles, en los cuales estaban abolidos canciones e instrumentos musicales, ropajes y adornos vistosos, danzas y juegos de azar y, por supuesto, lecturas otras que las de sus peculiares ordenanzas y salmodias. En las islas consideradas su hogar y en aquéllas en las que atracaban y se reponían las mujeres eran sustituidas, a todos los efectos, por mamíferos hembra que caminaban, con ronzal y correa, rienda o cadena, detrás de sus dueños. Para la reproducción se las reemplazaba temporalmente por hembras humanas sin que la diferencia se advirtiera, dado que iban convenientemente cubiertas por espesas túnicas de pelo de cabra. Los ritos, abundantes, regulares y de estricto cumplimiento, encauzaban su energía y su fervor. Debían mostrar su entrega a la Divinidad tirándose al suelo y dando tres vueltas sobre él diez veces al día y cinco en el transcurso de la noche, al tiempo que gritaban con toda la fuerza de sus pulmones ¡Sí, sí, Él está aquí! Sólo durante los periodos de abordaje, asalto, exterminio y reparto estaban exentos de tales obligaciones, y esto influía positivamente en su eficacia.

-Y entonces se presentó la oportunidad de hacernos con el cofre- La rata del Taller de Historia cuidaba los tiempos, dejó crecer la expectativa del auditorio, dio unos pasos atrás:

 

-Había habido varias acciones de los Adoradores del Dios del Aburrimiento Sumo, con el resultado de una gran sensación de inseguridad y numerosas víctimas en las poblaciones de los Desiguales, los humanos, que nos despreciaban y pretendían, ¡imaginad!, que estudiáramos, trabajáramos y que nos comiésemos solamente el queso ganado por nosotras mismas. Tras la última, espectacular e imprevista en la que, por cierto, disfrutamos viendo reducirse altas torres a unas cenizas y escombros entre las que nos encontrábamos en nuestro ambiente, los Desiguales decidieron unirse en una gran coalición para presentar batalla a Piratas Irredentos. ¿Qué mejores oportunidad y lugar para tomar el poder que la provocación a los santos guerreros?

– ¿Por qué no en Camemberia, el vecino? Los quesos son mejores. – preguntó alguien del público.

-Porque no hubiera resultado. Tened en cuenta que en el pobre No País hay numerosos adoradores pasivos de la igualación, cuanto más baja mejor porque así menos sujetos sufren viendo que otros los sobrepasan. En cualquiera de los demás sitios los ataques tenían el efecto de unir a la gente con los que los representaban. Sólo en el No País, cuyas tramas habíamos roído sin obstáculos, se nos presentaban grandes posibilidades de éxito. Y lo tuvimos.

En el brumoso plasma de la bodega se materializó el Buque Correo que avanzaba tranquilo con su carga mañanera sobre las ondas hasta que un inesperado despliegue de truenos, llamas, humo, vidrios, metal y cuerpos proyectados atrajo la atención de la flota, de la población entera y de los siete mares.

De inmediato las ratas se hicieron con una situación para la que se habían preparado desde hacía meses, entrenadas en la canalización del miedo, la indignación y la sumisión. Sólo podía haber para la opinión pública un culpable, el habitual de los diversos atentados anteriores. Pero el auténtico, y cercano, responsable no sería el brutal, incontrolable e inasible jefe de Piratas Irredentos sino el Gobierno del No País, que había provocado la ira de los Adoradores del Dios del Aburrimiento Sumo.

-Y esto a tres días de la ceremonia de Entrega de las Llaves del Cofre. – apostilló la Rata del Taller de Historia.

– ¡Qué cálculo! ¡Qué precisión! -llovieron los comentarios admirativos.

La oradora prosiguió:

que nos fueron entregadas por decisión popular.

 

El barco hundimos después

con extrema rapidez.

Por pruebas no comprobables

quedan nombrados culpables

unos piratas de Fez.

 

A los tres días está

la hazaña finalizada.

La masa aclama a Babor,

por temor y con fervor,

se expulsa al vil Estribor

y aquí no ha pasado nada.

 

Los restos del Buque Correo descienden lentamente bajo las aguas. Pero el pecio no se ha destruido de forma tan completa como se quisiera. Quedan grandes fragmentos que flotan al albur de las olas. Distraídos los galeotes por urgentes menesteres, nadie repara en las curiosas maniobras de la armada de barquichuelas y roedores; especialmente porque desde largos meses atrás ya se estaba produciendo un ajetreo febril, una continua reiteración de alarmas sobre el peligro de excitar la furia de Piratas Irredentos con la belicosa alianza contra sus Acciones de Igualación. Por ello pocos se extrañan cuando, apenas apagado el fragor de las explosiones, las calles se llenan de gritos, reproches e improperios no dirigidos contra los autores del hundimiento del buque y de la muerte del pasaje, sino contra los dirigentes del No País que gestionan, según las leyes en vigor, y creen poder seguir gestionando, el contenido del cofre.

La noche misma del trágico evento la superficie se llena de diminutos puntos luminosos en los que nadie de los grandes barcos repara. Son los ojillos de escuadrones de ratas que navegan entre los pecios y los golpean y lastran para que se hundan. De cuando en cuando examinan alguno con más detenimiento a la luz de un farol medio cubierto.

-Esto podría ser un resto de la dinamita.

– ¡Húndelo, húndelo bien! ¡Ponlo en un saco con piedras!

El mar parecía casi fosforescente a causa de la abundancia y rápidos movimientos de las ratas, porque en la espesa oscuridad sólo se distinguían ojos y dientes. Habían llegado refuerzos con órdenes drásticas y precisas, y golpeaban con las palas de los remos, no ya los trozos de madera y enseres, sino también a los malheridos náufragos que aún se aferraban a ellos.

– ¡A la cabeza! ¡En los nudillos! ¡Que no quede ni uno!

Y el cuerpo baja desmadejado, y con cara de asombro, rodeado de cartas procedentes de las destripadas sacas de correo.

En el fondo del océano reposan los restos del barco. Poco antes de rayar el día el escuadrón de ratas artificiosas despliega con sumo cuidado banderas de Piratas Irredentos y las coloca sobre algunas tablas de forma que puedan ser halladas a las pocas horas con toda facilidad.

 

 

 

6

La entrega de llaves

 

Sólo faltaban tres días hasta la Ceremonia de Entrega de Llaves. No se desperdició ninguno. Crecía como la espuma el clamor popular para que entregaran a las ratas el cofre. Los todavía sus depositarios legales eran cubiertos de inmundicias cada que vez que osaban salir al exterior.

 

-El cofre nos lo abrirá

-hoy el pueblo soberano

-para que metamos mano,

-y nada les quedará

-al cabo de algunos años

-sino las deudas y engaños,

-miseria y precariedad.

-Porque nuevos amos somos

-de la nueva situación

-y no habrá sublevación

que tengamos ni temamos

-ni queja, juicio o rencor.

-Todo les va a dar igual

-pues los salvamos del mal

-de la perversa Estribor.

 

Tras la ceremonia de la entrega de llaves, que los representantes del amedrentado pueblo presentaron de rodillas para estar a la altura de las ratas, y antes incluso de introducir éstas en la cerradura, Rata Máxima anunció cuáles serían las líneas maestras de su gobierno:

El cofre les había sido entregado por voluntad popular. Su queso nunca ya sería incierto, ni se les exigiría contrapartida alguna por los excelentes cubiles, la dieta refinada de tocino de bellota y los honores garantizados para ellas y su prole.

Las ratas sabían que su largo esfuerzo había sido recompensado. Habían ganado.

 

-Ganamos. Y, presurosos,

-por la labor de las ratas

-apaciguando piratas,

-los ciudadanos dichosos

-mucho nos felicitaron.

-Las llaves nos entregaron

-con el cofre y la despensa

-por el miedo del que piensa

– “Hay que estar bien avenido

-con los grandes criminales”.

-En la gesta me recreo.

-Que figure en los anales.

-Es de lo más divertido

-el éxito que ha tenido

-el naufragio del Correo.

 

 

 

 

7

El reparto del cofre

 

 

– ¿A cuántas botellas de ron tocamos?

– ¿Nos garantizan el derecho al ron vitalicio?

– ¡Todo el garrafón para el pueblo!

– ¡Quesitos para todas!

– ¡Todo el poder a las ratas!

 

En la espaciosa sala, donde reinaba la euforia, cada grupo pedía y aclamaba. Recibían con aplausos los objetos que, como botón de muestra, el Comité de Administración y Reparto les mostraba. Era una parte ínfima del tesoro que contenía el cofre porque aquella gran caja que parecía inagotable tenía la peculiaridad de reproducirse y mantenerse mientras fuese nutrida por el fluido laboral de los individuos ajenos al pueblo de las ratas. La caja maravillosa fabricaba por sí misma papel moneda, nóminas, rentas vitalicias, gratificaciones, contratos, dones, premios, asignaciones, dietas, mercedes. De común acuerdo la asamblea convino, a efectos contables, en denominar al variado conjunto del que esperaban vivir lujosamente numerosos años El Botimagno, y, con un comprensible prurito de orgullo, se propusieron exhibirlo ante los homólogos del mundo entero. Porque ¿qué asalto de buque correo, qué joyas de la corona, qué desfalco, rescate de hijo de millonario, partida de cocaína, comisiones astronómicas, rentas de mal obtenido capital, fructuoso tráfico de armas podía compararse a la posesión sine die de cuanto contenía y podría en el futuro ofrecer un país de talla media?

De hecho, como la memoria de las ratas es corta, se veían a sí mismas como las únicas propietarias, pasadas, presentes y futuras, del Cofre Nacional. Sus pequeñas patas delanteras se hundían en él sin alcanzar ni por asomo el fondo, sus hocicos lo olfateaban en todas direcciones y, corriendo por su superficie, creían hallarse ante un paisaje que ellas habitaban en exclusiva. Imaginaban la envidia de Piratas Irredentos porque ningún botín de los ataques de aquellos sanguinarios bucaneros podía ni lejanamente compararse con el suyo. ¡Todo un país, allí, a su disposición, con lo acumulado por el malvado Estribor y por los que pronto serían galeotes o, como mucho, mercenarios de categorías diversas!

-Ha llegado la hora de las recompensas. Cuantas estáis aquí presentes habéis participado, en grados diversos, en el suceso que nos ha llevado al poder. Procedamos, con orden, al reparto actual de nuestros territorios. Es indispensable verificar, compañeras, que se reúnen las dotes necesarias, que se posee el adecuado programa político y la recta visión social. Ocupad vuestros asientos y mostrad los tocados propios de cada sector- dijo la coordinadora de la mesa.

Siguiendo las directivas de Igualísima para evitar el peligro de que alguien se erigiera en jefe, la asamblea, obediente y ansiosa de recibir su parte del botín, se distribuyó en sectores claramente distinguibles por los gorros que lucían. Los había rojos, picudos y con forma de hucha. Eran las Insaciables del Rincón Este, parientes de las norteñas Servidoras de Aitor, que se tocaban con un adoquín negro en cuyo centro llevaban clavado el escudo nobiliario: la manzana de Adán, que reivindicaban como robada de su huerto, y el hacha de sílex, con la que acostumbraban sacrificar a sus víctimas y sembrar el terror entre los ex-ciudadanos del No País. Su presencia solía inspirar una mezcla de temor, por su presteza en morder a las ratas poco colaboradoras, y avidez gástrica dadas sus dotes culinarias en la preparación del tocino poco hecho y con rico tufillo sanguinolento. El sector Afectados por Discriminaciones se veía obligado, dado su gran número, a enviar representantes de las tres ramas, Ancestrales, del Sistema y Diversas, y se subdividía en delegaciones que mostraban visiblemente los símbolos de sus quejas estampados en tocados con la forma de una gran lágrima. La Cofradía de Danzas, Pelis y Coros insistía en su papel crucial en la preparación de un ambiente favorable al odio hacia los anteriores administradores del Cofre, y agitaba sus vistosos sombreros, triplemente reversibles, que producían un zumbido musical mezcla de La Cósmica Laboral, Verde que te quiero verde y de la conocida tonadilla ¡Viva mi dueño!

– ¡Orden! ¡Igualdad! ¡Orden! –se pedía desde el estrado. Pero la euforia era excesiva y la contención difícil. Hubo de recurrirse a la intervención inesperada de Igualísima, que se lanzó en un vuelo rasante sobre el público, planeó limpiamente con la membrana lechosa que unía al cuerpo sus extremidades y volvió a posarse para recibir con humildad la atronadora ovación. (Hay que decir que en el Diario de a bordo el nombre de Igualísima es el único en escribirse con floreadas letras de oro).

-Compañeras, todas servís para hacer lo que yo hago. Soy cada una de vosotras. -proclamó desde el estrado. Sus ojos, más límpidos que los del resto, brillaban empañados por la más ejemplar modestia. Abrió los brazos. En uno de ellos se posó un loro convenientemente teñido de blanco paloma al que sólo se le permitía repetir ¡Paz, paz, paz infinita!

– ¡Paz! –dijeron al unísono Igualísima y sus adláteres.

El grito fue coreado por la asamblea con un corolario:

– ¡Paz, paz, paz…y la botella de ron!

Igualísima acarició el albo plumaje del loro, que miraba, inquieto, los ramitos de olivo con los que habían decorado su percha. Rata Segunda se inclinó, esquivando al ave, para susurrar en la oreja de su compañera entre risitas contenidas:

-Habrá que ocuparse de los galeotes.

– ¿Para qué? Todavía están desfilando con carteles de ¡Rendición sin discriminación! Se los ve encantado de habernos entregado las llaves. Los organizaremos como previsto. –Y, dirigiéndose a la sala, – ¡Tomemos, troceemos y disfrutemos!

– ¡He aquí los principios de base! -Rata Máxima, por otro título la Víctima entre las Víctimas, se preparó para anunciar el programa en vigor a partir de aquella jornada histórica, pero antes precisaba asegurarse, con un somero examen, de que los asistentes dominaban los conocimientos y aptitudes imprescindibles. El método, rápido y debidamente colectivo, consistía en ir exhibiendo ante la audiencia palabras que expresaban conceptos-clave para el buen funcionamiento del que esperaban su largo reino. La reacción de cada rata del público debía expresarse de forma inmediata y perfectamente audible, y todo miembro de la vasta asamblea tenía la obligación de escuchar además lo que respondían sus compañeras de alrededor, y, en caso de discordancia, denunciarla al punto.

El test oral fue tan vertiginoso como satisfactoria la catarata de respuestas:

– ¿Héroes?

– ¡Jamás!

– ¿Grandes?

– ¡Nunca!

– ¿Mediocres?

– ¡Viva!

– ¿Individuos?

– ¡Colectivo!

– ¿Belleza o asco?

– ¡Asco, asco, asco por igual!

– ¿Monumentos?

– ¡Alcantarillas!

– ¿Cultura?

– ¡No, nunca, ninguna!

– ¿Habéis estudiado?

– ¡Nooo!

– ¿Tenéis alguna un diploma?

– ¡Nooo! –Pero hubo una incidencia. Al fondo se levantaron chillidos acusadores – ¡Ésta, ésta se calla! ¡Tiene uno!

La mesa rectora se dirigió con severidad a la interpelada, que intentaba en vano ocultarse en un hueco. – ¿Es cierto?

-Yo, yo…Residí en la fiambrera de un galeote en el tiempo de los estudios primarios. Daba paseos por el aula. Me aficioné al sabor de la tiza…Hace muchos años de aquello, ya no recuerdo nada. Soy igual a las compañeras.

-Te cortarás a ras los bigotes y con ellos barrerás la sala. –sentenciaron en la mesa.

Se reanudó la prueba:

– ¿Nación?

Se produjo un revuelo indignado porque, no contentos con pronunciar aquellas palabras, Rata Máxima y Rata Segunda habían exhibido el nombre propio, e incluso la bandera, que habían caracterizado en tiempos al No País en el que se hallaban.

– ¡Nación fuera! ¡País fuera! ¡Sólo tribus! ¡Nuestras tribus!, ¡Clan! ¡Nuestro clan! ¡Hato! ¡Hatajo!

Satisfechas por la reacción, las dirigentes arrojaron al público, desde el estrado, la bandera única e ignominiosa que hasta la entrega del cofre había simbolizado al No País. Abajo todas las ratas se precipitaron sobre ella, comenzaron a roer la tela ávidamente, y ésta pronto quedó reducida a hilachas desperdigadas. En su lugar se había desplegado sobre el escenario la enseña multicolor, rematada con una cenefa de rosa-tocino y estampada de cabecitas rátidas.

Continuaron:

– ¿Trabajo?

– ¡Jamás!

– ¿Lucha?

– ¡En ningún caso! -El auditorio recitó sabiamente la consigna: – Rendición, mano tendida, cola bajada, tocino a discreción y soborno.

– ¿Justicia, crímenes, robos?

– ¡Amor y paz para todos!

Hubo aquí un silencio. La asamblea hizo corro en torno a cinco asistentes. La acusación contra ellas brotó de varios puntos y su tono agudo llegó hasta la mesa:

– ¡Son las que no gritan amor y paz con la fuerza debida!

– ¡Sabotean la asamblea!

– ¡Ya lo han hecho otras veces!

Desde el estrado, Igualísima clavó en las culpables la tranquila dulzura de sus ojos verdes. Sonrió. Alzó las garras suaves para imponer silencio y dijo:

-No deberían tener la oportunidad de hacerlo otra vez.

-Ya habéis oído. Proceded-ordenó Rata Segunda sin sonrisa alguna. Por el contrario, se habían erizado sus bigotes y enseñaba los colmillos.

Las cinco acusadas intentaron rectificar, pero era demasiado tarde. Las rodeaban, estrechándose hacia ellas, filas concéntricas que repetían ¡Paz! ¡Amor! frotándose las uñas. Dada su avidez y gran número, formaron pronto una pila cambiante en la que sólo resaltaban, según el movimiento de los individuos, la blancura de los colmillos y los jirones de carne con sangre a que habían quedado prestamente reducidas las condenadas. ¡Paz! ¡Amor! también surgía del montón entre chillidos de competencia y gruñidos satisfechos.

– ¡Brigada de limpieza! –ordenó el comité auxiliar.

De inmediato se dispersó la masa ejecutora y el escuadrón gris oscuro encargado normalmente de tales menesteres lamió el pavimento hasta eliminar pelos, piltrafas y manchas.

Prosiguió la sesión.

– ¿Quiénes son nuestros enemigos?

– ¡Aquéllos a los que no ganamos, a los que no robamos, con los que no nos colocamos!

La unanimidad era ejemplar.

– ¿Qué contestaréis a cualquier pregunta?

– ¡Viva babor! ¡Sólo babor! ¡Somos babor!

 

 

 

 

8

El enviado de Piratas Irredentos

 

-Alguien quiere hablar contigo, bueno, con un representante ejecutivo de la asamblea –musitó a su compañero una de las ratas de la mesa, la cual preguntó en el mismo tono apenas audible:

– ¿Son…ellos? Sabíamos que vendrían a por su parte.

-Es una muy pequeña parte. Realmente sólo han servido…digamos que para un derecho de uso.

-Pero no quieren quedarse fuera. Y algo se les debe. Aunque sea para que no se inmiscuyan.

En otra habitación esperaba el enviado de Piratas Irredentos, y, mientras lo hacía, observaba con curiosidad las fotos y relatos de la explosión y hundimiento del Buque Correo.

Las ratas dialogantes entraron con grandes sonrisas y estrecharon efusivamente su mano al tiempo que aparentaban sorpresa:

– ¡Vosotros aquí! Os creíamos preparando alguna explosión en la plaza de San Pedro.

-Pues lleváis usando nuestra franquicia bastante tiempo. Lo de la bandera fue descarado.

-Elemental estrategia que en nada os perjudica y no hace sino aumentar vuestro prestigio y el terror que inspiráis.

-Aunque esperamos que ninguno de los galeotes os ha visto entrar.

-No. Estaban muy ocupados pidiendo amor y paz. No hablaremos con nadie del tema. Nos contentaremos con nuestra parte.

-Al fin y al cabo, todos nos enfrentamos al malvado Estribor, ¿no es cierto? -afirmó la rata más locuaz.

El enviado de Piratas Irredentos recibió su porción del botín, la guardó en la bolsa de la que se había provisto y, con cierta ironía, dijo antes de salir:

-Afuera tenéis una larga fila de colaboradores esperando.

Y así era. Tan abundantes como los granos de trigo desperdigados al romperse un saco.

Eran los subgrupos de toda clase y especie que habían visto su oportunidad, desde hacía ya tiempo, en la serie de maniobras que culminaron en la explosión del Buque Correo, los focos de sublevaciones que ardieron acto seguido como la yesca y la entrega forzada de las llaves del Cofre. Esperaban gozosos su recompensa, como activos o pasivos colaboradores, los clanes y tribus criados o engordados a efectos de cobro. También las más variopintas asociaciones: Analfabetos Vocacionales, Analfabetos Funcionales, Mujeres Desdeñadas, Hombres Fofos, Bizcos Discriminados (con un gran cartel ¡Bizco is beautiful ¡), Bajitos Segregados (con pancarta ¡Espejos de los lavabos a nuestra altura ya!), Adoradores del Planeta, Feos Irremediables, Orgullosos de la Ignorancia, Prehistoria Ya, Por el Derecho a Roncar, Nadie Sin Doctorado, La Guerra Me Aterra.

 

 

 

9

Reparto de cargos

 

Afortunadamente lo mejor del cofre no era tanto las riquezas que encerraba sino las que generaría, en años venideros, continuamente. Hasta tocar un fondo que a las alegres ratas les parecía tan inalcanzable como el silencioso pecio del Buque Correo, que reposaba, junto con los restos y los testigos lastrados por piedras, en el fondo del mar.

En el salón de actos se continuaba con los puntos previstos:

– ¡Reparto de Ministerios!

– ¿Por qué deberíamos continuar con el sistema antiguo y caduco, que insulta a la igualdad y reproduce el sistema de los galeotes? A este paso volverán a tener un País en vez de El No País que hemos logrado con esfuerzo, tirando y royendo por todas sus junturas. -se objetó.

-Compañeras, compañeras, el mañana es nuestro, y también el presente desde hoy, pero no debemos olvidar que nos hallamos en una fase de transición. Es importante que mantengamos a los galeotes en los estrictos límites que requiere el establecimiento del paraíso de nuestras congéneres. Por ello habrá Ministerios, y la entrada en ellos se llevará a cabo bajo severas normas.

-Comenzaré por lo esencial

– ¿Economía?

-No. Ministerio de Educación: Vosotros, los de la Comisión por la Enseñanza Simple y vosotros, los de la Unión de Simple Enseñanza, organizaréis, dispondréis, amenazaréis, colocaréis y expulsaréis. ¿Quiénes forman el grueso de vuestros simpatizantes?

-Los maestros de A A. de Adoctrinamiento Adecuado.

-Se les otorgarán de inmediato diplomas de profesor, doctor, catedrático.

– ¿Y los que antes tenían diplomas y enseñaban a jóvenes y adolescentes?

-Pasarán a las clases de básica mínima, los catedráticos cuidarán la higiene de las letrinas y los doctores enseñarán manicura y vigilarán los pasillos.

– ¿Y El programa de estudios? Es difícil mantener siempre al alumnado en la etapa infantil.

– ¡Aunque lo conseguiremos! –se alzó una voz entusiasta al fondo entre el público.

-Por lo pronto, de las seis horas diarias, se dedicarán cuatro a lo propio de nuestros seguidores de primaria: generalidades, manualidades, sumas simples, alfabetización somera, talleres de cultivo en latas, de fabricación de cestos, peluquería….

– ¿Y las otras dos horas?

-Tras los segmentos de ocio, habrá No Historia y No Geografía. Se votará democráticamente si la Tierra es o no plana, cuántos son los continentes, quién gira alrededor de quién entre los planetas, la conveniencia de contar sólo hasta donde alcancen los dedos, la existencia de esos extraños personajes –César, Cristo, Platón, Colón, Miguel Ángel- cuyos nombres olvidarán en breve y que serán declarados ficticios.

– ¡Maravilloso!

– ¡Genial!

-Nuestros seguidores y simpatizantes nos otorgarán, y os otorgarán, su incondicional apoyo.

El orador se inclinó. Una de sus compañeras de estrado tomó la palabra para resaltar el mérito de la planificación y del planificador.

-Quiero haceros notar, aunque ya lo sabéis sin duda, que los programas de todos nuestros Ministerios responden al giro revolucionario: Sus premisas se resumen en ofrecer los puestos a los nuestros. El contenido es un punto meramente secundario. ¿Que el gremio de Cortadores de Setos apoya a nuestros ayudantes, síndicos y uniones? Entonces de las seis horas de clase dos irán a teoría y práctica del seto recortado y a nociones de pedagogía sobre el seto y sus afines respectivamente, y ahí se colocarán los que nos votan. ¿Qué los Maestros de Nivel Mínimo nos secundan? Los alumnos tendrán por decreto nivel mínimo hasta los veinte años y los puestos de enseñanza serán para nuestra gente.

-Es forzoso que también hablemos de la Universidad.

– ¡Fuera, fuera! Doctorado para todas y se acabó.

-Estamos en ello. Algunas de nuestras compañeras, aquí presentes vienen de la antigua zona universitaria, en la cual habitan. Es ya difícil distinguirla porque la cubre un grueso estrato de cascos de botellas, panfletos, latas, plásticos, bocatas semiconsumidos y demás detritus. La Ley del Botellón Obligatorio y Gratuito, en la que tanto hemos insistido, ha dado sus frutos.

– ¿Y Cultura? ¿Y Propaganda?

-Magníficas fuentes de empleo. En esta fase precisamos de Ministerios innumerables: de Reflexión Igualitaria, de Vigilancia Doméstica, de Fraternidad Cósmica, de Climatología Universal, de Nueva Historia, de Nueva Geografía. Sin olvidar las Direcciones Generales de Eventos Diversos: la de leyes de acuerdos dialogados, que permitirá la satisfacción y paz más completas, y la de Indiferenciación Absoluta, que consagre lo que entre nosotras es una realidad: la igualdad física.

Las ratas se vanagloriaban de la inexistencia entre ellas de signos excesivamente aparentes que atentaran contra la homogeneidad sexual. Eran ratas, exclusivamente ratas, de la primera a la última, sin asomo, por lo tanto, de discriminación alguna.

-Y más, compañeras. Tenemos puestos para todas. Ministerios de la Alegría y de Distracciones y Ocio. Aquí tratamos un punto esencial. Las masas, como la mayonesa, se cortan si no se agitan, de forma superficial, continuamente. Nos hallamos, además, ante una mesa de infinitos manjares ofrecida a los nuestros y a sus instintivas habilidades. El dinero correrá, para estos fines, sin control. Concursos, visitas intempestivas a los lugares más inesperados como el antiguo salón del trono, los lavabos del Congreso, circuitos de madrugada y a tientas por las grandes bibliotecas –mientras éstas aún existan -, carreras en patinete por las salas, que serán kilométricas, de los museos de arte moderno, escalada nocturna de esculturas y fachadas de centros públicos, submarinismo en fuentes, carreras urbanas, a pie y en bicicleta, arrollando a cuantos se opongan a tan sano impulso, Noche del Decibelio Sin Medida, Noche de Loquillas al Poder, Noche del Tanga Obligatorio, Concurso de Basuras, Conciertos de Toses, Día del Gorrón Exigente, Maratones Sin Fronteras (cualquier día, a cualquier hora, con participantes de uno a unos miles, los corredores tendrán preferencia a cualquier otra actividad civil, excepto las de Bicicletas Sin Descanso).

Hubo risitas porque muchos recordaban el chistoso evento de la señora que había osado intentar atravesar una calle y a la que le habían pasado por encima los ciclistas de la última carrera urbana, decretada ésta por una dirigente de la capital siempre ansiosa de atraerse la simpatía de las ratas.

-Je, je. Se lo mereció. ¿Pues no dijo que prefería los coches?

-Y también, justo antes de que la arrollaran, que estaba harta de que no hubiera autobuses y se paralizara por fuerza el tráfico.

-Lo mejor fue aquel padre que iba con sus hijos, en pequeñas bicicletas, y sujetó el manillar de la de su niña para que no se cayera al tropezar con el cuerpo y pasara por encima sin impresionarse.

-He ahí alguien que sabe educar en la vida sana.

-Antes de cruzar la señora había gritado, a los de televisión, que se empeñaban en entrevistar a la gente para que expresara su satisfacción por el Enésimo Día Peatonal, que en la ciudad no aguantaban a ese alcalde que los freía a impuestos.

-Lo del alcalde por supuesto lo borraron en las noticias. Y subrayaron la fanática incomprensión, propia de Estribor, del solaz y sano esparcimiento de las masas. Y su típica hostilidad hacia el planeta verde.

El alcalde citado gozaba de grandes simpatías entre las ratas. No en vano les había construido, en mármol, una red subterránea de autopistas enlazando las rutas del alcantarillado.

-Estuvo bien, pero aún quedó más lucido el Día del Orgullo Calvo.

La Mesa llamó al orden:

-Venga, venga. A lo que estamos. Ministerio de Política Exterior….

-Eh, eh. Que hay que tratar primero lo más importante. –terció la Rata Adjunta de Proyección de las Administraciones Territoriales. –Aquí tengo –y desplegó listas de nombres para cuya confección había utilizado numerosos rollos de papel higiénico. –a los que tenemos que colocar. Por lo tanto, al efecto, hará falta el número de embajadas, consulados, secretarías, direcciones generales, representaciones y cargos que garantice un puesto muy bien remunerado para cada una de las ratas que aquí cito, las cuales llevarán su correspondiente corte auxiliar y serán tratadas con rango principesco: Equipos Gubernoautónomos de Tufillos del Rey, de Barrilete Alto, de Barrilete Bajo, de Pancetoak, de Panceta y Peseta, de Salazones Divinas, de Mordisquillos, de…

-Basta, basta. Lo pasarás por Registro. Continuamos. Como os decía, compañeras, Ministerio de Política Exterior, con especial atención a la Subdirección de Imagen en el Extranjero y a la de Concordia Universal. Como sabéis, la tarea está casi hecha. Es lo que hemos venido promoviendo, con notable éxito, desde hace no pocos años, aunque de forma irregular según las circunstancias. No siempre hemos tenido acceso a una parte substancial del Cofre.

-Pero siempre hemos dominado el chantaje y las técnicas para paralizar de miedo a Estribor. –reivindicó con legítimo orgullo una de las presentes.

-Cierto. Repasemos el programa. Toda inversión es poca para mantener en el exterior la imagen que nos interesa. Somos para los extranjeros la reserva de lo que les parece, a conveniente distancia, ideal y divino, pero que de manera alguna querrían tener en sus casas donde, desde luego, no vivirían, aunque aquí se pasen estupendas vacaciones. En el No País reina la libertad múltiple de las más variadas y coloridas tribus, luchan, matan y vencen valerosos guerrilleros montaraces, enfrentados al antiguo rey perverso y a sus sucesores. Aquí reparte flores, leche y sonrisas el nominal Ejército, no hay delincuente reprobable ni ley que no se adapte a sujetos y conveniencias, es inminente el advenimiento de la socialización ideal, de la comunidad perfecta y de la abolición de competencia, laboriosidad y esfuerzo. Los peligrosos y temibles Piratas Irredentos nos miran con benevolencia. Los violentos y brutales asesinos pactan con nosotros indefinidas treguas a cambio de honores, dietas y lujosas pensiones vitalicias. ¿Quién no canta, allende fronteras, nuestras alabanzas?

-Nuestro dinero nos cuesta. Es decir, el de los galeotes. –refunfuñó la Rata Ecónoma.

-Pero está muy bien empleado. Repartimos ejemplares innumerables, en varias lenguas, de “Aquí sol, tribus felices y jauja social”, hacemos llegar el periódico oficioso El No País Avanzado hasta el último quiosco de la aldea más lejana de Europa, lo reciben, de forma gratuita, todas las embajadas, miles de organismos. Invitamos a observadores y agasajamos a periodistas, paseándolos por los lugares oportunos y haciéndoles valorar nuestra continua y difícil lucha contra la malvada Estribor, que no ceja en su empeño por resucitar edades pasadas y dictadores y prácticas despóticos. Competimos, lamentablemente sin ganar, en festivales donde cantantes, actores y cineastas glosan y alaban nuestra gesta secular contra el Eterno Enemigo.

Por otra parte, la Subdirección de Cordialidad Universal no puede sino ser alabada por la población, ya que le garantiza, sin el menor gasto –sobornos aparte- y esfuerzo, la existencia más despreocupada. Los ciudadanos del No País gozan por doquier de cierta benevolencia y, aunque no se les respeta e incluso son objeto de extrañeza y risa por su afán de denigrar lo propio, sí son tolerados como nosotras, a quienes ya se parecen en extremo. A ambos se nos mira como a aquéllos que, por su insignificancia y medrosidad, no constituyen adversario ni competencia alguna y carecen de talla, valor, obras que tener en cuenta y capacidad de respuesta cuando se les aparta o se les pisa.

Se escucharon algunas protestas:

– ¿Pisarnos? De eso nada.

-Pisarlos a ellos quise decir. Nosotras no nos dejamos

Pese a la extensión del discurso, el auditorio escuchaba embebido. Tal vez ellas no hubieran crecido un ápice, ni fueran a hacerlo, pero los antiguos propietarios del Cofre menguaban a ojos vistas y estaban a su merced.

 

 

 

 

10

Los Mercenarios Light

 

– ¡Hemos encontrado un infiltrado! Estaba aquí, en uno de los barriles del ron de la Victoria, el que distribuimos tras el hundimiento del Buque Correo.

Hubo enorme revuelo entre las ratas.

¡Ah!, ¡Ah!, ¡Ah! ¿Qué es? ¿Quién es?

Se encontraron, desconcertadas, conque no era fácil saberlo. Por supuesto un galeote, pero con tantos rasgos semejantes a los de ellas mismas que parecía un gran peluche de rata. Era gris y suave, los ojos brillantes y casi sin pestañeo, los dedos encorvados y finos y sienes y orejas cubiertas de una fina cabellera que se prolongaba en el belfo. Advirtieron que no iba solo; un murmullo bajo los toneles de cecina del fondo delató a lo que parecía su guardia, seres semejantes a él, pero toscos y de tamaño intermedio. Llevaban pegatinas que los relacionaban con tribus urbanas que habían sido extraordinariamente activas en los meses que precedieron y en los días siguientes a la explosión del barco correo. Estaban Alienados en lucha, Kasas y koches okupados, Profesores al paredón, Mandar, cobrar y beber y una delegación de Amantes del Planeta, sector delta del Ebro y selvas amazónicas. Se mantenían silenciosos y acurrucados, simple telón de fondo de de su líder, que se adelantó unos pasos, identificándose como Rata Aspirante.

Éste se dirigió directamente a la Mesa con sorprendente familiaridad:

-Vengo para ahorraros trabajo. –dijo.

– ¿Por qué aquí y hoy? Hasta ahora nos hemos entendido con discreción. ¿Qué propones que necesite público? -inquirió Rata Segunda.

-Habéis elaborado un plan de transición sabio y extenso; incluso habláis de Ministerios, programas y política. Lo que habéis dicho se resume, sin embargo, en premisas muy simples que hace tiempo gozan de nuestra aprobación: Cuanto se disponga tendrá como fin primero colocar a vuestra gente para que roa a placer sin aportar sino sus uñas y colmillos. Nosotros os imitaremos y recibiremos lo que nos proporcionéis por nuestra fidelidad y servicios. Lo que acostumbraba a denominarse ideas, teorías, proyectos, propuestas, normas, leyes, no es sino el decorado de la premisa anterior y servirá exclusivamente a ese fin.

-O sea, que vosotros os encargaréis de las tareas de mantenimiento, repetición, distribución, aislamiento o eliminación de galeotes molestos…

-Naturalmente. Tal y como llevamos haciéndolo desde mucho antes de…preparar el ambiente para la entrega de las llaves del Cofre.

– ¿Sois suficientes?

-Nos crecemos gracias a vuestra generosidad. Con la inestimable ayuda de estos compañeros Síndicos de los Gremios A y B, que me han acompañado para tener el honor de saludaros. Y también contamos con el apoyo de las amplias masas de base, los ML.

Procedentes del grupo agazapado en el fondo, avanzaron dos colegas de Rata Aspirante que se distinguían por llevar sendas gorritas idénticas en colores y forma, pero con la visera en un caso a cuadros y en el otro a rayas. Los asistentes recordaron que ya habían reparado en ellos. Resultaban algo molestos por su costumbre de tocar el silbato cada pocos minutos y ejercer estiramientos de brazos. Los dos dijeron a coro:

-Dispuestos estamos a coger lo que pactamos: El barril de tocino, las galletas y el vino.

Y, a un gesto de Rata Segunda, cargaron con las vituallas y se encaminaron, sin dar la espalda, hacia la puerta con grandes reverencias.

– ¿Quiénes son los ML? –preguntó una rata del público.

-Los Mercenarios Light. –le respondió otra dos filas más atrás.

Rata Tercera, especialista en tareas de contabilidad y aprovisionamientos, aclaró:

-Las recompensas, primas y sueldos de mantenimiento pueden ser de varios tipos. Por ejemplo, los síndicos y capataces, como los que habéis visto, obtienen beneficios directos a cambio de elegir a nuestros representantes, asentir a nuestras propuestas y llevar a cabo nuestras iniciativas. Son los Mercenarios, e indispensables hoy por hoy. Sin embargo nuestro imperio reposa sobre un pedestal sólido y extenso constituido por los muchos que, sin obtener un pago, se consideran pertenecientes, y por ello mejores, a la Tribu Babor, la nuestra, que, con mensajes cotidianos incontables, es la Buena y Perfecta en oposición a la Estribor Malvada. Los Mercenarios Light desconocen su categoría, se conforman con los títulos de Amigo de los Igualísimos o piden puestecillos de poca monta, migajas, retazos; incluso algún que otro gesto de condescendiente familiaridad les basta.

-Salen baratos. ¿Nunca exigen?

-No, porque han participado en nuestras empresas, se han embarcado en nuestros buques y ayudado ellos mismos a mantener a los demás en las calas inferiores.

– ¿Siempre podremos utilizarlos?

La mayoría se rascó la tripa, que es la forma que tienen las ratas de encogerse de hombros. Las preguntas sobre el futuro a largo plazo no tenían sentido cuando se nadaba en la victoria y la abundancia.

Rata Tercera echó una mirada a sus libros de cuentas y otra al Cofre.

-Qué importa. Es nuestro imperio, el reparto inagotable, las abundantes migajas. Ellos están encantados, se miran en nuestro espejo con envidia, evitan pensar en el Buque Correo, temen siquiera mencionar el tema. Simplemente ruegan en sus plegarias que nada excite de nuevo la ira de Piratas Irredentos. Aunque no hay prueba alguna de que ellos planearan la explosión.

– ¿Y la bandera?

– ¿La que apareció flotando entre los restos, mucho después? –Hubo un guiño de entendimiento entre orador y sala. Simultáneamente los focos se centraron en el goloso contenido del Cofre, en el variado amasijo de cuanto contenía y podía ofrecer el No País. Montañeses Sangrientos, especie de ratas de las alcantarillas más al norte que solían reclamar, y obtener, los mejores bocados de las víctimas, soltaron la carcajada. Y, sin decir palabra, los miembros de la Mesa comenzaron a aplaudir al auditorio, el auditorio a ellos, y todos durante largo rato se dieron una prolongada ovación al éxito del plan y a sí mismos.

– ¡La rueda de prensa, la rueda de prensa! –recordó Rata Parda, encargada de Comunicación-Propaganda. –La prensa extranjera ya ha amarrado sus botes a nuestro costado y espera en la cubierta de recepciones. –Se inclinó con deferencia. –Por favor, Rata Máxima….:

Igualísimo, con los mesurados gestos que lo caracterizaban pero revelando cierto nerviosismo en la voz, ordenó sobre los hombros los pliegues de su membrana planeadora, se atusó bigote y cejas con la lengua y ordenó:

-Vamos.

 

 

 

11

Noticias internacionales

 

Aunque en apariencia descuidadas e incluso caóticas, las ratas tenían un plan preciso. El Alto Mando daba gran importancia a la imagen en el extranjero, así que el trato a la prensa había sido estudiado con detalle y programado en etapas en las que el grado de seducción iría de menor a mayor: Información escueta primero, en un decorado sobrio, con aparición, sin prodigarse, de los líderes y quizás irreprimible éxtasis de Rata Primera. Refrigerio inicial sin escatimar la bebida. Distribución de documento. A continuación segunda, e inesperada, fase.

Los representantes de Albinia News y Le Monde c’est moi, en primera fila, aparentaban, como sus colegas, no sentirse sorprendidos por el aspecto, zoomorfo, pequeño y gris de sus interlocutores. Eran, a fin de cuentas, reporteros duchos en el oficio y que tenían a gala mostrar su soltura en el contacto con diversas civilizaciones y en su carencia de prejuicio alguno sobre rasgos físicos diferenciales. A todos les resultaba simpático el No País precisamente por serlo, por el trato sencillo y campechano con los múltiples contactos deseosos de abrumarles con información e invitaciones a espectáculos, viajes, copas y cenas. Les encantaba no verse obligados a investigar sobre la explosión y rápido hundimiento, con cientos de víctimas, del Buque Correo y por haber recibido con tal presteza, y prácticamente en correos sucesivos, la instantánea seguridad de que los autores de la carnicería eran, una vez más, Piratas Irredentos en una de sus muchas ramas de acción rápida e imprevisible. Con los cadáveres aún flotando dulcemente camino de la gabarra-morgue y los restos del buque desaparecidos, hasta el último clavo, en el fondo, pasaban, en la misma página del bloc de notas, del tema del naufragio al veloz cambio de Gobierno tras la inesperada entrega de llaves del Cofre.

-Observo, tras el cambio de poderes, la impecable limpieza de las calles. –apuntó el periodista alemán.

-Si. –abundó otro colega- Llegaron unas fotos de vías públicas ocupadas por una multitud que tiraba barro y excrementos a los anteriores guardianes de las llaves del Cofre. Las paredes estaban cubiertas de improperios, y también de excusas y súplicas de clemencia a los piratas.

-Infundios. –se apresuró a puntualizar Rata Parda. –Simples infundios de los enemigos de la igualdad, que envidian nuestro sistema y abrumadora victoria.

– ¿Cuánto tiempo os haréis cargo del Cofre?

Rata Máxima se colocó en primer plano con esa discreción que le permitía emerger con el más apacible de los gestos entre los suyos. Y respondió:

-Cuanto tiempo sea necesario para garantizar las completas paz, igualdad y felicidad en el conjunto de la flota.

Pausa. Su actitud se hizo más íntima, su voz baja y dulce. Anunció:

-Les comunicaré una primicia.

Mantuvo durante unos instantes la expectativa. Sus acompañantes se frotaron las garras y emitieron chillidos de reprimido gozo y excitación.

-Ya hemos emprendido negociaciones con Piratas Irredentos. Sus actitudes violentas, nacidas de la injusticia social y la secular opresión, pasarán a la historia. ¡Diálogo! ¡Fraternidad! ¡Paz infinita!

– ¡Diálogo! ¡Fraternidad! ¡Paz infinita! –repitió al completo el grupo dirigente. La frase, según las consignas emitidas, fue coreada de barco en barco. La prensa, impresionada por el eco y el griterío, la apuntó y subrayó en sus cuadernos de notas. Poco más tarde aparecería en los diarios de sus países, un recuadro en páginas interiores porque el origen no merecería más ni despertaba otra curiosidad que la de lo anecdótico, ligeramente aureolado de exotismo por la distancia y el atraso. No dejaba de resultar llamativa la regresión del No País, que, por perder, había perdido hasta nombre, fronteras, insignias y territorio.

– ¿Cómo ven ustedes el futuro? ¿Cuáles son sus planes, una vez asentados en el poder? –preguntó el enviado de Babuinolandia.

Rata Segunda comenzó a recitar la larga lista de propósitos bien aprendidos, pero se produjo una interrupción. Igualísima había entrado en trance. Sus claros ojos giraban en las órbitas color de rosa, hasta que se detuvieron clavados en un punto del horizonte. Temblorosa, babeante el lustroso belfo y tersa la piel del tono del pulido metal, clamó ante el auditorio:

– ¡He tenido un sueño! La noche pasada tuve un sueño que responde a todas sus preguntas. Soñé que cuanto gobernamos, y gobernaremos, era un pan, una hogaza enorme llena de rica miga blanca. Su superficie, cuadriculada, dura, la mantenía aislada de los deseos de las masas; una red de represión, órdenes y reglamentos convertían en coraza su dorada superficie. Hasta que llegamos nosotras, todas mis compañeras, a las que represento, de las que soy, no ya sólo parte, sino porción intercambiable con cada una de ellas. Entonces, mientras los galeotes cantaban nuestras alabanzas, empujamos, deslizamos la hogaza hasta un charco igualmente enorme. Y esperamos sentadas en la orilla. El agua, turbia y profunda, iba convirtiendo en blanda sustancia la dorada corteza. Esperamos, y… ¡Oh! ¡Qué momento! ¡Inmensas cantidades de miga! ¡El más equitativo reparto! Nada dejamos. –Igualísima brincaba por el escenario, subía y bajaba, llevada por la euforia, por mesas, sillas y cortinas. Repetía

– ¡He tenido un sueño! ¡Gris, gris; gris todo el pan, que ya no es pan, que es migas, infinitas migas! ¡Gris, gris! El pan desaparece, lo hacemos desaparecer. ¡Migas iguales, migas idénticas, grisáceas, húmedas, a nuestra medida! ¡Tuve un sueño! ¡Tuve un sueño!

– ¿Será el suyo un gobierno tripartito? –preguntó la enviada de Cosmopueblo News– Se lo digo porque hemos visto al venir, al pairo a pocas millas de aquí, una galera de Piratas Irredentos y uno de los pesqueros de la temible facción Montaraces Boinapétrea.

– ¿Ah? ¡Oh! –La pregunta intempestiva pareció desconcertar a Igualísima, sacarla bruscamente del éxtasis aéreo, hasta tal punto que se soltó de la cortina, descendió arañando el tejido sin conseguir aferrarse y aterrizó por fortuna en los brazos extendidos de Rata Tercera y Rada Segunda. Inmediatamente éstas la colocaron en un segundo plano y anularon posteriores intervenciones, mientras ambas afirmaban a coro.

-Nada tienen que ver esas naves en nuestras decisiones y proyectos. Ni hay ni ha habido ni habrá acuerdos con sus capitanías. Sin duda esperan el mejor momento para rendirse. Sabemos de fuentes solventes que si no lo han hecho antes ha sido por retrasos en la entrega del pedido de banderas blancas.

-Vimos… -la voz de la periodista fue ahogada por la entrada, en aquel preciso momento, de numerosos portadores de botellas, copas y bandejas de riquísimos canapés. El evento había sido sincronizado con los acordes, a todo volumen, del Himno. Y así se dieron por acabadas las preguntas. Simultáneamente se distribuyó a cada uno de los asistentes el opúsculo Mi Singladura, En él se exponía el ambicioso ideario que diseñaría, desde ese mismo instante, el mundo futuro. Algunos, mientras daban cuenta del refrigerio, se pusieron a hojearlo. Era breve y comenzaba con un Mi miniado, metáfora del sujeto colectivo, que ocupaba todo el ancho y alto de la página. En la mayúscula trepaban, jugueteaban y se mordían ratas en todas las posiciones, para girar luego en una esfera terrestre que era el punto de la i. Acto seguido se exponía, con un sencillo gráfico, la parte medular de la teoría. A=Pasado. B=Futuro. A=Era injusta. B=Paraíso Nova Rata. La zona intermedia entre B y A no podía, pues, sino consistir en el diseño, imposición y utilización de la Nova Memoria, de seres injustamente tratados y despojados, mientras que, cara al futuro, no cabía sino la eliminación, física u operativa, de los maléficos seres antiguos, los cuales, sea dejarían paso, sea serían transformados en Seres Novos propios del Paraíso reciente. En un arranque irreprimible de inspiración y entusiasmo, se habían dedicado algunos párrafos a explayarse sobre la teoría de la Rata Primigenia, modelo de la especie, subyugada y mantenida en servidumbre, desprecio y sombra por cuantos poderosos en el mundo han sido y rescatada, al fin, por sus congéneres.

La rueda de prensa se había enmarcado en un ambiente austero y con poca luz. Los dirigentes parecían haberse esfumado, como si el acto hubiese terminado bruscamente. Sin embargo lo mejor estaba por llegar.

 

 

 

12

La rampa viscosa

 

Y vino la sorpresa. Grande, fastuosa, inesperada por el conjunto de la prensa (excepto por el grupo comunicativo oficioso El No País Avanzado), por algunas de las ratas y por la totalidad –ratas peluche exceptuados- de los galeotes. Vigías y altavoces habían anunciado de barco a barco la inminencia de la buena nueva, dispuesto la presencia en proa de la orquestina, que ya ensayaba sus violines, solicitado que las embarcaciones se situaran en círculos concéntricos en torno a la nave capitana.

La prensa extranjera se dedicaba ya con fruición a los exquisitos canapés y bebidas que habían sido prestamente dispuestos para el evento. El tiempo ayudaba porque la superficie del mar era una balsa de aceite, tal y como si los implicados en el evento hubieran sabido con notable anticipación el parte meteorológico. Los periodistas locales explicaban a sus compañeros foráneos la naturaleza y calidad de los manjares y la graduación y añada de los espirituosos, de forma que en el lapso previo al evento ya reinaba un clima de cálida y difusa euforia.

Las ratas presentaban un aspecto espléndido. No habían crecido, pero sí dominaban la forma de trepar y mantenerse unas sobre otras, de manera que la altura les permitía vestir diversos uniformes, pisar fuerte con las botas que anteriormente hubieran roído y agitar sombreros de ceremonia que se balanceaban sobre las enhiestas orejas.

Sincronizadamente, sonaron las sirenas.

Las naves hicieron pasillo. Surgida de las brumas de la media tarde, avanzaba una galera de un blanco impoluto, empavesada de pequeñas, múltiples banderas en las que doradas ratas rampantes sonreían en un fondo azul marino.

El mascarón de proa era un ave de brillo metálico y gran tamaño, híbrida de paloma y mítico grifo, que cobijaba bajo sus alas a sendas ratas, se posaba en un grupo de sonrientes galeotes y sostenía en el enorme pico junto con una rama de olivo la parte central de la amplia banderola desplegada de proa a popa con el lema PAZ ETERNA. Éste se repetía en banderines de todos los tamaños acompañado de un pie, artísticamente trazado y coloreado en los siete tonos del arco iris, en el que se leía RENDICIÓN IS BEAUTIFUL.

El albo navío se situó, todas sus velas desplegadas, en el centro del círculo. Sonó la música suavísima de los violines, y entonces surgió una plancha que conectó su cabina de mando con la de la nave capitana.

-Acompañadme. –dijo Rata Máxima. Y compañeras y periodistas la siguieron por la empinada rampa, que estaba cubierta de una substancia resbaladiza y viscosa porque el barco había atravesado un banco de calamares.

 

 

 

13

Rueda de prensa

 

-Apreciamos profundamente vuestro esfuerzo e interés por informar a la opinión internacional y os rogamos aceptéis esta modesta prueba de nuestra gratitud, destinada a contribuir a los gastos del desplazamiento.

La rata-chambelán, seguida de miembros del cuerpo diplomático provistos de cestas y bandejas, había recibido con estas cordiales palabras a los representantes de la prensa y ahora hacía llover sobre ellos y llenaba sus manos de vales diversos: Hotel Dos mil y dos noches, fin de semana en Isla Mulatas Divinas, citas de trabajo con barra libre en El Rey de los Cócteles, boletos para una rifa del puesto, excelentemente remunerado, de consejero…

Desde el techo, se desplegó súbitamente una enorme pieza de tela.

– ¡Ooohhh! – exclamó sorprendido el auditorio.

-Permitidnos, antes de que comience el espectáculo, presentaros la que será nuestra enseña nacional- anunciaron a coro las ratas dirigentes- ¡Igualdad es diversidad!

La bandera, que cubría todo el ancho y alto de la estancia, reunía los motivos que, en pequeño formato, adornaban la galera. Consistía en filas de diminutas cabezas de rata cada una con un tocado diferente. Había conos rojos con forma de hucha, rectángulos con aspecto y color de adoquín, turbantes sembrados de hortalizas, gatos disecados a los que atravesaba con su lanza un rátida victorioso, manos de fieltro en posición de aplauso, enormes claveles en la oreja, pañuelos empapados de lágrimas que goteaban sobre el portador gracias a un ingenioso dispositivo…Quedaba en la bandera un espacio libre en el que el globo terrestre, sub specie de caja de quesitos, aparecía rodeado de roedores que unían sus colas y alzaban brazos y hocicos.

La enseña se plegó para que comenzara el espectáculo.

El cantor Pasta Supina afinaba su arpa. El comité central de las Rátidas, conscientes de su valía, le habían preparado un sitial, modesto porque se trataba de un vate que tenía a gala ser popular en extremo, pero imponente en el decorado de su rampa de acceso, que simbolizaba el colectivo esfuerzo y universal valía de su nación. No se habían regateado mármoles, chapados de oro, cristales de roca y alfombra oriental.

Vestía el vate con cuidada sencillez: Chaqueta de seda salvaje imitación pana, camiseta firmada por pintor célebre y bordada a mano con el rostro de un líder selvático muerto por una alta causa, pantalón negro con cinturón de calaveras de brillantes marca Chic Paris, alpargatas de diseño florentino y, al alcance de la mano, sin darle mayor importancia, el Stradivarius que había requisado Rata Ecónoma de los antaño fondos artísticos nacionales. En el gozo del reparto, se había propuesto utilizar para añadido de los bigotes las cuerdas, pero finalmente se pospuso la moción en espera de medidas de tipo más general.

El vate templó instrumento y atacó, sin más preámbulos la Oda Rátida, que efectuaba, según se explicó, tendido en el suelo para ponerse a la altura de los más modestos entre las masas y acercar su voz a los desfavorecidos. Porque el acto era el anuncio al resto del planeta del vigor, proyectos y radiante futuro del Nuevo Sistema.

Hubo un problema: su voz, pese a los amplificadores y debido en gran parte a ellos, consistía mayormente en los agudos chillidos propios del idioma de la especie, y resultaba difícilmente audible, penosa e indescifrable para el auditorio extranjero. Sin embargo éstos siguieron, acompañaron y despidieron al vate con aplausos. El desconcierto inicial desapareció en cuanto algunos manifestaron en frases que cundieron por la sala:

– ¡Distinto!, ¡Rompedor!, ¡Nuevo!

– ¡Es una cultura diferente!

– ¡Pasó el arpegio! ¡Viva el chillido!

– ¡Recibimos las primicias!

– ¿Por qué no aplaudes? ¡Nunca más la marginación cultural!

-Vate, tú eres el instrumento.

Y en verdad lo era, porque tañía las cuerdas con la punta de la cola y lograba efectos de percusión mordiendo rítmicamente el estrado.

Contribuyó a la euforia la generosa distribución de viandas y caldos de añada y la promesa de cruceros gratuitos y dádivas sin cuento. Los periodistas sintieron una cálida ola de simpatía por las Ratas. Quien recordaba el hámster que había alegrado su niñez, quien los cuentos sobre ratones sabios, quien la militancia en grupos para la defensa del derecho al voto de los animales, sector mamíferos, quien los pliegos de firmas para habilitación del centro urbano para solípedos. Lo cierto es que, según la noche y el festejo avanzaban, el Sistema Nuevo gozaba de más partidarios dispuestos a defender, de vuelta a sus países, la noble causa de masas oprimidas diminutas que al fin estaban logrando el ideal antiguo de la perfecta igualdad. Todos los periodistas, agradecidos por las invitaciones prometidas, recordaban pasadas luchas juveniles de ellos y de sus lectores, desteñidas luego por el tiempo y por el ingrato y crudo principio de realidad. Por ello ahora se proyectaban en el mundo gris y anónimo de las ratas múltiples utopías, envidias, rencores e ideales que ya no eran decepciones, errores, callados fracasos, sino valientes iniciativas de futuro. Tanto más gratas cuanto, finalmente, más ajenas en distancia, circunstancia y raza, y, por ello, perfectas para la ovación y el sueño.

El volumen creciente del sonido, y de la graduación de las bebidas, no había permitido percibir con detalle la proyección que se desplegaba en el escenario. Las ratas exhibían el cortometraje de su proyecto, mezclado con paisajes planetarios, del sistema solar y luego del planeta azul al que había que salvar a toda costa de los desmanes cometidos por la civilización humana. Se precisaba la vuelta a lo diminuto, el troceado de los siempre agresivos países, asociaciones y naciones, para llegar a los millones de comunidades, cada una en su agujero, nutridas por el generoso botín procedente de la organización y el trabajo de seres humanos, diferenciados, agresivos, exigentes y defensores de formas incompatibles con la homogeneidad perfecta. ¡Había tanto para repartir!

En la pantalla, ahora en forma de película de dibujos mezclada con paisajes del planeta azul, las ratas desplegaban, con el título El Queso Global, las etapas de su proyecto. Comenzarían royendo en el norte la cadena montañosa fronteriza. Separado el No País del Continente de las Abominaciones Individuales, aquél bogaría entre galeras, juntándose, por natural afinidad, con las secciones del Feliz Sur Tribal. Al tiempo, y desde diversos ángulos, se derramaba desde paredes y techo un espectáculo de luz y sonido. La luz no cubría todo el espectro del arco iris.

-Se diría que faltan…-insinuó Rata Cuarta en la mesa directiva.

– ¿Cómo que falta? Nuestra Líder, junto con sus asesores y secretarias, le dio su visto bueno. Perfecto para un plan perfecto que ilumina la senda de la felicidad universal.

-Ya, ya los distingo, los siete. Al principio el amarillo y el violeta me parecieron….

Rata Cuarta se deshizo en excusas, mientras la mesa de la directiva se dirigía al entregado público:

– ¿Acaso no los veis?

– ¡Los vemos, vemos los siete! ¡Oh el brillante dorado y el tierno malva! – afirmaron los invitados apuntando a los inexistentes colores que las ratas, a causa de su peculiar órgano de visión, no habían logrado proyectar.

El detalle se hundió en el olvido, excepto para Rata Cuarta, que recibió bajo la mesa un aviso de cita para remar en la galera XXVI desde el amanecer del día siguiente.

La rata de relaciones públicas consultó sus notas y tuvo la impresión de que había olvidado un punto que solía figurar en las reuniones con los medios:

– ¿Hay alguna pregunta?

Se trataba de una interrogación retórica, sin embargo, un enviado abstemio y comedido dijo, después de comprobar lo que figuraba en su cuaderno:

– ¿No fue cerca de estas aguas donde se hundió el Buque Correo?

-Una gran catástrofe. Un atentado.

-Muchos muertos.

Añadieron algunas voces.

– ¿Correo? ¿Buque? – La portavoz de la Junta Rátida, y luego la Junta en pleno, no supieron durante unos instantes disimular su desconcierto. – ¿Atentado? ¿Atentado?

-Lo publicó toda la prensa. Por muy poco tiempo. Curioso. No se habló más. Está clasificado en la t, terrorismo. Nos distribuyeron la ficha. Zanjado. ¿No fue poco antes de las elecciones? – Voces diversas se alzaron en la sala.

Las ratas se recuperaron con prontitud, fueron respondiendo:

-Ah, el terrible atentado.

-Pasó hace mucho tiempo.

-Nadie se acuerda.

-Fue una plaga mundial.

-Como la peste.

– ¿Y los culpables? – se interesó Jean-Claude, columnista de Le peuple c’est moi.

-Piratas Irredentos, por supuesto. – le respondieron al unísono –Un abominable acto terrorista.

-Pero nunca se encontraron a los planificadores, ni se analizaron pruebas- insistió Jean-Claude.

-Los culpables, en realidad, fueron….¡los culpables del hambre, los culpables de la opresión de tribus indefensas, de jeques abocados a la más negra desesperación, de clanes benéficos frustrados en sus legítimas aspiraciones, los eternos enemigos de la desigualdad que combatimos y que erradicaremos en el próximo y radiante futuro!-Las ratas de las fuerzas especiales de momentos críticos habían tomado oportunamente la iniciativa y acompañadas por los acordes del vate Pasta Supina, habían ofrecido al auditorio una explicación apasionada que selló el tema. Además, prácticamente ninguno de los extranjeros recordaba sino muy vagamente el suceso, del que la publicidad había sido mínima una vez zanjado oficialmente por el nuevo gobierno rátida, con el que la mayoría consideraban conveniente congraciarse.

– ¡Que siga la fiesta! -pidió la mayoría.

Una catarata de luces y de lo que parecían serpentinas y confeti descendió del techo. Se trataba de largos cheques al portador y de brillantes y valiosas monedas doradas y diminutas. El cantor repitió estrofas escogidas de sus anteriores actuaciones y derrochó energía y cabriolas en el escenario. Se proyectó un vuelo tridimensional de palomas provistas de ramos de olivo y una música dulcísima acompañó a la invocación, a los presentes, para que se cogieran de las manos y rodearan un mechero gigante en cuya llama aparecía y desaparecía un globo del mundo verde y sonriente y diversas constelaciones del zodiaco rátida.

Llevado por la necesidad de expresar su gratitud hacia los espléndidos anfitriones y su simpatía por el vasto programa desplegado, cada cual comenzó a reclamar la presencia del autor del espectáculo y la de Rata Primerísima, que se mantenía en la sombra. La presentadora dio unos brincos hasta el borde del escenario y resumió:

-Éste es el futuro: Bondad, Comunidades, Tradición, Esencias, Iguales, Idénticos, Felices, Paz, Paz, Mucha Paz, Paz Infinita.

– ¡Viva, viva, hijo de Siva! – gritó un periodista indostánico, y, como iba achispado, tarareó el himno de su grupo Pro Culturas Ancestrales:

Las viudas se queman alegremente

con vítores y aplausos de la gente.

A la pira con empeño

porque tradición es

que abolió el malvado inglés.

Del fondo de la sala, un reportero de “Enfriemos el norte antes de que sea demasiado tarde” expresó también sus sentimientos:

-Las ciudades y los coches

asco profundo me dan.

Me vuelvo al vikingo clan.

– ¡Small is beautiful! – Apuntó, para no ser menos, el enviado del “Saxon News”.

 

 

 

14

Diktátor

 

Grandes eran el gozo, la euforia, los aplausos y el buen ambiente a cuya muelle sensación parecía contribuir el suave balanceo del barco. Por ello ninguno de los asistentes se esperaba el brusco, pero bien planeado cambio. En cuestión de segundos se extinguieron alegres colores, cantos, conversaciones, porque una espesa sombra que parecía casi sólida y rezumaba del techo y paredes laterales de la parte delantera de la enorme sala descendía, se agazapaba y se diría dispuesta a avanzar hacia el auditorio.

– ¡Diktátor! ¡Diktátor! – clamó el agudo timbre de algunas ratas.

Y hubo desconcierto, que rayó en el pánico.

-¡Dictator! ¡The King of Estribor! ¡The Evil, the Evil!

-¡The Mother of all Evil!

De un extremo a otro de la sala se elevaba un clamor que parecía querer oponerse a la negra, inesperada presencia del Mal.

-No puede ser. Diktátor murió hace muchos años. -aventuró un periodista.

-En efecto. El terrorífico, pavoroso, letal tirano pertenece al pasado. Pero nosotras somos las únicas que se interponen entre el hoy feliz y su resurrección-

La respuesta venía de lo que en ese momento iluminaban los focos. Las ratas habían formado, las unas sobre las otras, una barrera de pelo gris y ojos brillantes que, con un sabio efecto visual, se levantaba entre la negra sombra del ancestral enemigo y el intimidado público. La ola negra se plegó, se redujo a ojos vistas y acabó siendo triunfalmente pisoteada por la Junta Rátida Directiva.

– ¡Pero a partir de ahora somos fuertes! ¡El Bien cuenta con vuestra ayuda! – dijo Rata Segunda desde el ápice de la pirámide de relucientes cuerpos y hocicos sonrientes color de rosa. Igualísima, con su acostumbrada modestia, había quedado en un segundo plano. Rata Segunda extendió los brazos hacia los representantes de la prensa

¡Venceremos al Mal como lo hicieron vuestros padres, vigilaremos sus brotes negros, denunciaremos y denunciaréis las múltiples manifestaciones de Estribor!

Sin solución de continuidad, cambió el escenario. Lo ocupaban ahora las Ratas del Conjunto, que danzaban alegremente y hacían llover sobre los asistentes paquetes-regalo, sobres-sorpresa y condecoraciones a título prematuro. Los periodistas comentaban en grupos excitados, halagados, optimistas y febriles hazañas bélicas de ellos y de sus antepasados en las fuerzas contra Estribor, acosos gloriosos a parlamentarios estribonitas, apoyos incondicionales al lejano líder oriental Kim El Radiante, que desde hacía ya tres generaciones estaba empeñado en la noble causa de la Igualdad Suma, sin reparar en medios ni en que la población hubiera mermado más de un cincuenta por ciento. Kim El Radiante, ¡ay!, estaba lejos, pero el No País ofrecía, ya durante su Guerra Civil y ahora con el advenimiento Rátida, la oportunidad de excitantes batallas lidiadas, a conveniente distancia, en tierra ajena. Y gratis total.

– ¿Quién es Diktátor? – preguntó tímidamente Offing, un periodista de Albinia joven, flaco y rubio.

Su compañero, entrado ampliamente en la madurez, inclinó la cabeza, guardó grabadora y notas y se acomodó en el asiento del fondo donde, en la penumbra y separados de los numerosos corrillos, tenía lugar la charla.

-Diktátor….Claro, ellos lo dan por sabido, pero no es cierto. Es verdad que basta con citarlo para sembrar el pánico. Algunos de nuestros abuelos lucharon en la cruenta guerra civil que hubo en estas latitudes.

– ¿Te refieres a la epopeya de Babor contra Estribor?

-A uno de sus capítulos, porque como sabes, Offing, se trata de una batalla ancestral, el Mal y el Bien, aunque en estos tiempos revueltos ya las cosas se confundan y no haya dos frentes con la claridad de antaño.

-Creía que eran ya una especie de sagas del pasado, relatos que cambian. Fíjate, en mis islas antes los vikingos eran piratas que mataban, robaban y quemaban. Ahora son fundadores de nuevos reinos, audaces pobladores de lejanas tierras.

-La historia ha sido distinta en estos mares. Aquí venció la Maldad, Estribor, en la batalla. Y su jefe, Diktátor, reinó como líder supremo durante décadas.

– ¡Y su pueblo huyó, se rebeló en masa, mendigó el pan y la sal de los que se apropiaban los servidores del tirano! Los caminos estaban sembrados sin duda, en las fiestas conmemorativas, de ajusticiados de Babor. ¡Debo escribir algo sobre esto! – Offing se estaba entusiasmando ante la crónica retrospectiva de los terribles sucesos, más trágicos por lo repetidos durante años innumerables y, sin embargo, extrañamente sepultados por el polvo del olvido.

-Tranquilo- le dijo su compañero, que se llamaba Metáforos y procedía de un pueblo costero del sur. -No fue así…exactamente. Al menos eso creo. No, los habitantes no huyeron en tropel, ni se batieron, tras la victoria de las huestes de Estribor, hasta la última gota de su sangre.

-Sin duda les separaba de la libertad el alto muro construido por el terrible régimen, vigilado por mastines rabiosos y armas automáticas.

-Pues no, Offing. No hubo, no ahí, muro. Salían, entraban y salían. Ya sabes que la gente olvida, se acomoda. Los padres de un colega mío estuvieron en el No País antes de serlo, de vacaciones. No les iba tan mal.

-Pero acabaron asesinando al tirano horrendo.

-Efectivamente murió.

– ¡Ah! ¡Lo sabía! Justicia, merecida justicia.

-Diktátor murió de vejez. -apuntó Metáforos, más apesadumbrado por la decepción de su compañero que por el final de la historia.

-Estribor fue aplastado por Babor sin duda.

-Los últimos años han sido confusos. El No País aún no lo era, cada vez se distinguía menos de los demás países. Y con Babor y Estribor pasaba lo mismo. Hasta que Igualísima y los suyos comenzaron a imponerse y a establecer la cadena de Monumentos Defensivos….

– ¿Contra quién? – Offing seguía el relato con dificultad.

-Contra Diktátor, sus manifestaciones, sus encarnaciones. Todo Estribor, cada fragmento de Estribor es, puede ser él.

Offing consultó sus notas. Propuso lleno de entusiasmo:

– ¡Investiguemos! La oportunidad es excelente, primera invitación oficial del alto mando rátida. Buena parte de la flotilla está desplegada alrededor. No hemos visto ni a uno solo de los galeotes. A mí no me convence…

-Baja la voz- Metáforos miró a su alrededor con inquietud. Su joven compañero estaba menos afectado que el resto por el generoso servicio de espirituosos, la larga e intensa jornada y el viaje previo. Offing había heredado de sus antepasados vikingos la resistencia al alcohol. Vibraba de curiosidad y energía.

-Subamos a cubierta- propuso Metáforos.

 

 

 

15

Gal

 

Su idea era continuar la conversación en un ambiente más discreto. Nadie vigilaba las escaleras porque los encargados de hacerlo yacían embriagados por el generoso reparto de esencia de tocino rancio de la cosecha del siglo pasado.

-La cecina ciega mis ojos….- tarareaba uno de ellos. Otro, que en tiempos había trabajado de enlace en el sindicato Galeotes Sin Fronteras, repetía con insistencia etílica fragmentos de una de las canciones de Pasta Supina: -Me pagan por eso….Me pagan por eso….-

Afuera reinaba el silencio. Demasiado silencio. Se acodaron en la borda.

Una sombra recorría el barco, un susurro metálico rozó la escalerilla, una mano introdujo un papel arrugado en el bloc de notas de Offing, que sobresalía del bolsillo de su chaqueta.

Metáforos había oído algo y se volvió hacia cubierta. La sombra se escabulló rápidamente, pero no lo bastante como para que ambos no distinguieran a alguien de pequeña talla que desaparecía por una escotilla.

-Parece un niño. Pero la población del anterior sistema no está en este barco-comentó a Offing.

Los dos periodistas olfatearon oportunidad, misterio y noticia. Sabían que las ratas eran pueblo celoso de sus asuntos internos, que no comunicaban sino lo acordado y anunciado con pompa y preparaciones, pero aquella noche la tripulación de la lujosa galera de recepciones y grandes eventos se había entregado a la confianza y la ebriedad, al reposo que sucede a conquista, puesto que consideraban afianzado su régimen y abierto el camino al mundial reconocimiento y a los grandes proyectos de expansión. Paralelamente, Juventudes Rátidas y Rátidas Primera Regional disfrutaban mascando diminutos trozos de la bandera, en tiempos anteriores a la gesta del Hundimiento del Buque Correo, del No País, la cual se habían divertido desgarrando y apostando a ver quién lograba separar el trozo más pequeño.

Ambos periodistas dudaron.

-Vamos.

Y descendieron ambos por la escotilla.

Todo estaba húmedo, ligeramente viscoso y sombrío. Oyeron cerrarse puertas excepto una mal encajada. En el interior no había sino oscuridad y moho, un espacio pequeño con viejas cuerdas y algunos barriles. Repentinamente de un tablón desprendido muy cercano, surgió un brazo que atenazó el de Offing. Era un galeote, un tipo grande, ciertamente no el que habían entrevisto arriba. Sus ojos brillaban en la oscuridad. El encuentro fue tan breve que apenas intercambiaron algunas palabras. Dijo:

– ¿La habéis visto? A la sirena, ¿verdad?

– ¿Sirena? Había alguien pequeño….

-Es ella, la que huye, aparece y desaparece. Sabemos que va de barco en barco. Es de los nuestros. La persiguen. Se escapó un día y se escapa siempre.

Alguien que parecía también surgido de la pared apoyó familiarmente la mano en el hombro de Metáforos. Entonces pudieron verlos: Dos tipos con el cabello largo y costroso de sal, de hombros anchos que les hacían parecer más altos de lo que eran.

– ¿Qué queréis? ¿Quiénes sois?

-Huidos. Prófugos. Proscritos. Éste es, era, el Remo número 32, nombre actual Orky, y yo el Remo número 24, Kraky.

-Es que hemos elegido, llamarnos como grandes animales asesinos, Kraken y Orca; pero sin exagerar. -puntualizó Orky-, nombres que den un poco de miedo.

– ¡Prófugos! ¿De un sistema donde reinan la felicidad y, sobre todo, la igualdad, según nos dijeron? ¿Verdad, Offing? -Metáforos se volvió hacia su compañero, quien, tras la sorpresa inicial, había sacado su bloc de notas y comenzaba a escribir.

-Bueno…-respondió éste- Lo de la felicidad y la igualdad absolutas….En el País de la Reina Eterna somos muy pragmáticos, algo desconfiados, no lo tenemos claro. Había que investigar. Es una prioridad asegurar el comercio marítimo.

-Ni la medusa más tonta se lo hubiera creído-Había no poca ironía en la voz de Kraky.

-Sin embargo era mucho peor, muchísimo peor, en la época de Diktátor.

-La era de la Dictadura Horrenda.

Los dos periodistas habían hablado casi a coro porque hasta en los más elementales libros de historia existían un antes y un después que explicaban, antes, ahora y para siempre, cuanto ocurrió, ocurría o podría ocurrir en el No País y la flota rátida. Hemerotecas, diarios, textos escolares, medios sonoros y publicaciones diversas se nutrían del regular flujo informativo que llegaba desde la flota. Hasta la Reina Eterna del país de Offing, entre sorbo y sorbo de licor de la juventud imperecedera mezclado con su té, lo leía en el boletín por las tardes.

-Sois felices-insistió Metáforos-; y es hermoso saber que hay un lugar así y que os apoyamos, y navegamos por vuestros cálidos mares disfrutando del mejor marisco. ¡Es bello que haya paraísos!

-Siempre y cuando estén a cierta distancia….-Offing era un tipo reticente. – ¿Y la sirena?

-Ella…Nosotros os enseñaremos muchas cosas. Si os atrevéis. -dijo el ex Remo número 24-Hablad. Escribid. Podéis hacerlo. ¡Cuidado!

Las ratas de guardia chillaban arriba; se habían despejado lo suficiente como dar un breve paseo de reconocimiento. De un tirón brusco hacia dentro, los dos visitantes se encontraron en un pasillo estrecho mientras el tablón se ajustaba al resto ocultando la entrada. El hombre – ¿era un galeote? Y si no lo era, ¿quién? – corría delante. Iban dejando atrás pasillos laterales y huecos que al principio intentaron contar para luego volver sobre sus pasos, pero desecharon la tarea por imposible.

-Bajad. -les dijo.

Eran escalones, no las escalerillas habituales. Algo se cerró sobre sus cabezas. Hubo un chapoteo. Gentes que no distinguían trajeron una luz. Había agua en el charco de la esquina, y sentada en su orilla se encontraba una figura menuda, vestida de gris excepto la parte inferior del cuerpo, de un verde brillante y embutida en algo tubular.

– ¡La sirena!

-O tritón.

– ¡Qué reportaje!

Metáforos se acercó y se presentó educadamente. Su familiaridad con los mitos grecolatinos le permitía considerar con notable amplitud de criterio la existencia de seres especiales, mixtos y diversos.

-Corresponsal del Odiseo Incansable y del semanal Club Pericles.

– ¿Del Viejo Continente? ¿Del mundo externo? -la voz era femenina y no tenía nada de infantil. Se expresaba con tono cristalino y un leve burbujeo de fondo.

Offing alargó a su vez la mano en saludo:

-Escribo para el News from the Continent y para la gaceta de la Reina Eterna. La Reina de mi país lo es; eso da mucha estabilidad a las instituciones.

-Soy Gal, y era galeote antes.

La mano que estrechó no estaba fría ni resbaladiza.

– ¿Era galeota?

Gal azotó la superficie del charco con la extremidad verde y pareció encolerizada. Subió el tono:

– ¡Qué galeota ni qué nada! ¿También os ha aquejado en vuestro lejano país la peste de la vocal final que usaron las ratas como consigna? ¿los ballenos y las ballenas, los delfines y las delfinas? Mi nombre era Galerna, en vez de ser galeota, pero escogí Gal.

Offing observó que nada tenía de niña. Se sentó cerca, bloc en mano.

Comenzó una larga y un tanto frenética conversación. Gal quería explicarles todo, enseñarles todo, y el tiempo apremiaba.

– ¿Conocéis la cámara acorazada de los almacenes de memoria?, ¿la gabarra de los lisiados?, la santabárbara para dinamitar embalses y carreteras de la época de Diktátor?, ¿la central M.O.P.I., Ministerio de Obras Públicas Inútiles?, ¿las salas ocultas donde está la máquina de fabricar tribus?, ¿los planos para hacer todos los ríos circulares, con su virrey en el medio? ¿Y la reproductora gigante de agravios ancestrales? Mira el mapa que te di de cuanto transporta la flota.

Offing sacó el papel arrugado de su cuaderno. Era mucho más minucioso y cuidadoso en su dibujo de lo que en principio hubiera podido creer. Él y su compañero anotaban febrilmente. Gal usaba un vocabulario amplio, de inusitada riqueza. Parecía que no iba a terminar la enumeración nunca.

En el fervor de la conversación, Gal echó la cabeza hacia atrás y la capucha gris se deslizó sobre sus hombros. Su cabeza estaba muy cerca de la de Offing y él vio que los ojos parecían contener los reflejos cambiantes del agua, y que su pelo era de tres colores diferentes y ondeaba en una corta melena de bucles amplios que recordaban a la rizada superficie del mar.

A él se le cayó el bloc de notas, y Gal observó mientras se inclinaba para recogerlo que aquel extranjero tenía cráneo y barbilla cubiertos de fino cabello rubio, sin pizca de salitre, que la piel parecía de gran suavidad y que sin embargo sus manos y brazos daban sensación de valor e incluso de atrevimiento. Algo que no comprendía la impulsó a coger, al tiempo que Offing, el cuaderno y rozar sus dedos. El rostro de él cambió, sorprendentemente, de color como ocurre con las medusas cuando pasan del azulado al rosáceo. Las cejas también eran rubias, los ojos oscuros del tono de la madera de navío, y estables como ésta.

¿Eres….eres realmente una sirena?

– ¿Ya te dijeron que soy la sirena fantasma?

-Las sirenas matan, embrujan y matan-terció Metáforos, y añadió en un susurro:

– ¿Y si es una espía de los antiguos partidarios de Diktátor? Se cuenta que existen. Terribles, temibles, estriboritas extremos.

No hubo tiempo para respuestas. Se encontraron rodeados por el sonido de artilugios de dos ruedas que golpeaban pasillos y escaleras en su avance

– ¡Persecución, persecución! No saben dónde estamos pero sospechan, y las Ratas han enviado a las fuerzas de búsqueda de disidentes en varios destacamentos.

– ¡Qué ruido infernal! -Offing se tapó los oídos.

-Es una de sus armas. Son los Rataciclos.

Entonces se sumergieron en el charco, bucearon brevemente y emergieron en recónditas dependencias. Allí, mientras algunos exgaleotes discutían el plan de fuga, otros les explicaron en qué consistían las Fuerzas Represivas Rátidas. Cuando introdujeron el rataciclo aseguraron que era para mejorar la salud física y mental de las tripulaciones. Pronto se reveló su siniestra función, su agresividad arrolladora. Ninguna cabina, pasillo, cubierta, estaba libre a hora alguna de su ataque. En cualquier instante un rataciclo conducido con febril y prepotente pedaleo por vigorosas ratas aferradas con dientes y rabo al manillar podía arrollar al humano, machacar al menos rápido y más débil, privarle de transporte y comida, someterlo a tratos degradantes y a insultos por oponerse a la salud y al progreso, hacer pasar sobre él a toda la manada triunfal que le escupiría además desde la altura de las dos ruedas. Su llegada era anunciada por la bocina de timbre desgarrador, la parálisis general del público y el altavoz que denunciaba los vergonzosos medios de transporte, de cuatro ruedas, del tiempo pasado, devoradores de la energía de la bondadosa Madre Naturaleza. Cualquier galeote debía, cuando se aproximaban, detenerse y permanecer, sonriente, en posición de saludo. A continuación, solía llegar el carromato de retirada de víctimas: lisiados, ancianos, torpes peatones, gentes variadas de mediana edad todavía reticentes ante las bondades del nuevo y sano régimen. Los cuerpos desaparecían rumbo a un trillado del que no se solía volver.

La tropa entonó el largo himno del Destacamento Rataciclo. Los ecos de sus voces agudas multiplicados por el eco de los pasillos y por el estruendo de su paso producían pavor.

 

No hay nada igual

al pedal, al pedal.

Arrollemos con desdén.

Al peatón que le den,

que le den su merecido

y que sea escarnecido.

Cuatro ruedas es senil,

enemigo, torpe y vil.

Nuestra es la superficie.

Combatamos la molicie.

Las especies inferiores

tiemblan ante los señores

del manillar poderoso.

El pedaleo, ¡qué hermoso!

¡Rataciclos sin fronteras

ocupando las aceras!

Elimínese el transporte.

Todo el mundo a hacer deporte.

Desde la proa a la quilla

impere la zapatilla.

Sométete o te reciclo.

¡Viva, viva el Rataciclo!

 

– ¡Qué memoria tienen! -se dijo Metáforos recordando a los aedos de antaño. Pero, al aguzar el oído, se dio cuenta de que había solistas y coro, de forma que los fragmentos del himno se repartían al cantar y finalizaban todos luego, a modo de estribillo, con la alabanza al pedal, la amenaza de reciclaje y los vivas al Rataciclo.

-Hay que salir de aquí. Las ratas tienen olfato. – ¡Rápido!

Kraky había cogido del brazo a Metáforos mientras Gal hacía lo propio con su compañero. Era tiempo, porque el estruendo se aproximaba. Los agentes se detenían de cuando en cuando y golpeaban las paredes para verificar posibles escondites.

Comenzó entonces una carrera desaforada que desde cubierta los dos periodistas nunca hubieran creído posible. Las bodegas parecían abrigar incontables espacios comunicantes. Offing advirtió que los dedos de Gal se clavaban en la palma de su mano y que las uñas tenían un tono azulado. Ella se desplazaba como deslizándose por todas las superficies. No sabía si la joven, suponiendo que lo fuese, le inspiraba atracción o repulsión.

– ¿Eres una sirena? -acertó a preguntar de nuevo sin detenerse en la huida.

-No. -respondió en un tono bastante seco.

Ahora estaban en una especie de almacén de géneros apilados en montones grises cubiertos de lonas. Sin que mediaran explicaciones, a toda velocidad, los galeotes disidentes se enfundaron prendas que llamaron “de camuflaje”. El cuerpo de Gal ya no se prolongaba en el tubo verde brillante sino en anchos pantalones de algas.

-Las ratas tienen buen oído y buen olfato, pero no tan buena vista-explicaron.

-No eres una sirena…-Offing sentía una mezcla de alivio y de decepción.

Por primera vez Gal esbozó algo que se parecía a una sonrisa:

-Pero estuve a punto de serlo-respondió-. Cuando tenemos alguna enfermedad en las piernas nos reciclan para adaptarnos exclusivamente al remo y utilizarnos de la cintura para arriba. La etapa siguiente es la escotilla de desechos, la Cueva del Lastre o la Cala de los Malditos para los que se fugan y consiguen llegar a ella. Ahí estuve yo.

– ¿Qué nos ponemos nosotros? -preguntó Metáforos.

-Nada. Os enseñaremos el camino de vuelta. La patrulla va en dirección contraria. Es importante que lleguéis a aquí- Gal señaló un punto en el arrugado pero legible mapa de la flota.

-Asegurémonos de que todos han pasado.

Miraron por una rendija. Había aún ratas rezagadas, que cruzaban tarareando el himno y agitando la banderita diminuta, con dos largas orejas enlazadas, que distinguía a la policía. Llevaban camisetas con la imagen de una sonriente y paternal Rata Primera y una Rata Segunda que lucía la banda del Pedal de Oro Honorífico. Pasó el último, que compensaba su escasa velocidad cantando el himno con pasión.

– ¡Ahora! -dijeron a los periodistas.

– ¿Cuándo nos veremos? -preguntaron ellos.

-Pronto. ¡Seguid a Orky antes de que vuelvan!

Nueva zambullida. Emergieron en estancias oscuras que no tenían apenas tiempo de mirar. Pasillos iluminados por un leve resplandor. Offing observó que la huella de las uñas azules de Gal había quedado marcada en la palma de su mano. Orky iba muy deprisa y les señalaba huecos y pasadizos con un ademán.

De repente su guía desapareció, los ruidos cesaron, palparon una escalerilla próxima.

Metáforos y Offing se encontraron con sorpresa de nuevo en la cubierta de la galera, con un cielo encapotado bajo el que se adivinaban los bultos de la numerosa flota. De uno de ellos, apenas perceptible, se filtraba por las claraboyas una curiosa luz azul.

La observaron con fijeza, apoyados en la borda. Y, al bajar la vista, vieron la chalupa amarrada al costado. Miraron el arrugado mapa cuya tinta, calamar de primera calidad, no parecía haber sufrido por el contacto con el agua.

El mar era una balsa de aceite.

– ¿Y si…? – Offing comenzó a buscar una escala de cuerda.

-Nos cogerán. Nos quitarán el permiso. Nos…tal vez nos morderán. – Metáforos negaba con el antiguo gesto de su pueblo de origen, hincando la barbilla en el pecho, pero al tiempo sus gestos lo traicionaban y, acostumbrado al medio marinero, encontró pronto la escala.

Bajaron.

 

 

 

16

El Galeón de los Ritos Oscuros

 

La galera, que parecía próxima, estaba lejos y la navegación se les hizo larga. Procuraban hundir los remos sin hacer el menor ruido. De todas formas el griterío e iluminación de la nave de las grandes recepciones ahogaba cualquier otra señal cercana.

-Hemos bajado, sin pensar, por el lado de estribor -susurró Metáforos temeroso- ¡El lado del Mal!

Alzaron los remos. El regreso, a plena luz según se acercaran, de los focos multicolores de la fiesta, era arriesgado. Convenía esperar a que, como los guardianes, se durmieran casi todos. No podían permanecer, estúpidamente, al pairo mientras la noticia, el posible reportaje, se escondía en alguno de aquellos bultos negros que se balanceaban en la zona prohibida. Más tarde subirían, sin riesgos, por la borda reglamentaria. Continuaron. Sólo cuando estaban ya muy cerca de la luz espectral, tenue, un tanto metálica se dieron cuenta de algo que les erizó el cabello. No estaban solos. Su bote no era el único, pero sí el menor. Flotando tranquilamente había otros, al parecer vacíos, como si hubieran depositado y esperaran de nuevo a sus pasajeros.

Llegaron a la nave, se deslizaron a su alrededor y miraron por las claraboyas. De las inferiores venía la luz, que parecía proceder de multitud de pequeños objetos. Éstos se desplazaban a veces.

Offing estaba fascinado por el silencio misterioso y el riesgo, pero Metáforos tomó la iniciativa:

-Subamos.

Era grande el silencio, nadie en cubierta. Lo opuesto del jolgorio en la galera de recepciones. Ni siquiera vigilantes, y escasa la iluminación de los faroles en proa, popa y el mástil principal. Como si existiera la completa seguridad de que nadie podía querer ir allí. Los dos humanos se movieron por la cubierta, a distintos niveles, de un compartimento a otro. No era un barco usual hecho para que lo habitaran tripulaciones. De cuando en cuando encontraban un dibujo, signos extraños, indicaciones en las que se repetía una garra gris con una uña larga que apuntaba hacia el esquema de un pedestal y una especie de medalla de oro. Los siguieron. Pronto les llegó otro indicio: el olor a humo, un humo especial, cargado del fuerte olor de la grasa de las ofrendas. Habían oído hablar de nuevos ritos imitados de los antiguos usos por los rátidas. Entonces supieron que la nave era, toda ella, un templo.

No se sabía que hubiese religiones en la nación rátida. Más aún: sus dirigentes abominaban de aquellas creencias opresoras a las que antes se entregaban los humanos. Rata Máxima concentraba, en toda su pureza, los ideales, era la Víctima entre las víctimas, la Igualísima entre los iguales, la Etérea Defensora de la Paz Planetaria, la Humildísima Servidora de los Sufrientes. Llegados a estado tan benéfico, no podía haber otros dioses. Y, sobre todo, ella, junto con Rata Primera, Rata Segunda, Rata Ecónoma, Rata Mayor, Ratas Insaciables de la Montaña Este, Ratas Purasangre de la Montaña Norte y Rata Parda de Propaganda Multicultural, habían luchado y vencido a Diktátor, el abominable tirano muerto hacía décadas pero en el que se encarnó todo el Mal, la esencia estriborita. Los galeotes, el antiguo No-País, Euralia y el mundo entero habían así contraído una deuda impagable con la nación Rátida y nadie se atrevía a discutir detalles.

La pasada experiencia les había servido para manejarse en el interior de aquellos curiosos laberintos flotantes. Guiados por el olor y por un lejano murmullo mezcla de siseos y chillidos, despacio y con gran prudencia, sin seguir las indicaciones de manera directa, ascendieron por una escalerilla, luego se arrastraron por rampas tras las que se abrían en la pared respiraderos en forma de claraboyas, pequeños, en círculos de cinco en cinco., todo a lo largo en una vasta extensión. Miraron, y les recorrió un escalofrío.

Abajo, como un estanque lodoso, se situaban ondulantes filas de ratas en una formación sin gran orden, rota por movimientos, gestos, palmas una contra otra de las patas. Parecían excitadas, atentas y felices. A su felicidad contribuían la embriaguez del humo espeso, las bandejas de vituallas –con quesos mucho más variados que los del festejo a la prensa y además exóticos embutidos foráneos- y los cuencos de líquidos que lamían chupándose luego los bigotes.

-Son pocas-susurró a su compañero Metáforos.

-Con demasiados dientes. No creo que nos acogieran con entusiasmo. -respondió él.

Bajaron por otra rampa para, sin perder perspectiva, verlas más de cerca. Entonces advirtieron que no eran ratas ordinarias sino de especial categoría, con insignias de diversos cargos y títulos, colgados del cuello, de delegadas de los departamentos de información, educación, difusión y elaboración histórica. Repentinamente se hizo un silencio expectante, las filas se apretaron dejando paso a los dirigentes que saludaban y enseñaban a manera de sonrisa la blancura de sus colmillos. Eran las Ratas Máximas, los conocidos líderes de la Nación Rátida. Se situaron, en un pequeño grupo, en cabeza, al pie de algo que parecía un gran monumento cubierto por gruesas telas. Brillaron lámparas que sustituían a los pequeños faroles de luz azul. Se cerraron herméticamente, con un largo rechinar, todas las entradas.

– ¿Tendremos, hacia atrás, salida, Offing?

-No vamos a irnos ahora.

– ¿Tú no tienes miedo?

-Miedo no. Estoy aterrado, Metáforos. Pero me quedo. Además, luego podremos guiarnos con el mapa.

-Calla. Empiezan.

Escucharon. Y se dieron cuenta con sorpresa de que les favorecía el escaso nivel de ruido y la sonoridad de la sala que, con su forma oval, parecía recoger, devolver las voces, de manera que, aunque se hablaba en tono menor, como quien no desea ser oído en el exterior y además mantiene una actitud reverencial, podían seguir el discurso. Comenzaron a fotografiar y tomar notas febrilmente.

-Compañeras, escogidas compañeras del Ministerio de la Devoción Secreta, nos hemos reunido, como acostumbramos en fechas importantes, para rendir el merecido tributo de agradecimiento y homenaje al ser sin el cual nunca gozaríamos del poder del que disfrutamos.

Los líderes rátidas hablaban de pie frente al auditorio, sin pódium pero cuidando muy mucho el presentarse a la misma altura, por lo que calzaban suelas de distinto grosor en pro de la imagen igualitaria. A su espalda la superficie velada se iluminaba lentamente y las gruesas telas comenzaban a ondular.

-Compañeras, entonemos nuestra acción de gracias:

Sin abandonar el medido tono de voz, el breve himno se elevó acompañado por la vibración de algunos instrumentos, que eran en realidad el fino rabo de las encargadas de la música de cámara:

 

Luz de nuestra especie, ser providencial

que siempre nos haces Buenos frente al Mal,

gracias a tu guerra, gracias a tu historia,

estamos y estaremos en la gloria.

Como una sola rata tus pies beso.

A ti debemos voz, poder y queso.

 

Y comenzó una danza lenta. Los reunidos avanzaban y retrocedían, tras lamer el pavimento sobre el que reposaba el borde del enorme telón. Pronto el suelo adquirió un húmedo brillo.

-Permitamos que también los representantes de las antiguas, desiguales y atrasadas naciones se aproximen para presentar sus respetos. -dijo la rata que parecía hacer las veces de maestra de ceremonias.

Desde el fondo, con paso tímido, comenzaron a aproximarse algunos galeotes, muy distintos de los pocos que los dos periodistas habían tenido ocasión de ver. Ni su cabello tenía costras de sal ni su ropa estaba descuidada. Vestían austeras pero limpias túnicas grises con un pequeño remo amarillo cosido a la manga. Llegados al frente, entonaron:

 

¡Todo el amor a Babor!

¡Odiemos siempre a Estribor!

 

– ¿A quién te recuerda el de la izquierda, en la segunda fila?

Metáforos reflexionó. En principio a nadie, pero luego dijo:

-A Orky, se parece a Orky, pero más joven.

Offing le pasó una nota escrita en el reverso de la hoja del mapa que le había dado Gal en la que se leía “Cuidado con las juventudes de galeotes aspirantes a rátidas. Son los más peligrosos”.

Eran, desde luego, los más ardientes porque aquél y otro joven galeote habían avanzado unos pasos y, en un breve discurso lleno de emoción y cortado por los sollozos, agradecían a las ratas dirigentes la confianza que les habían demostrado al permitirles compartir el gran secreto y participar en la periódica acción de gracias. Renegaban de sus turbios orígenes desiguales, de su retrógrada e insolidaria especie, y recordaban, una vez más, que a las legiones salvadoras de la nación rátida y a sus líderes, democráticamente elegidos entre aclamaciones tras el episodio del criminal hundimiento del Buque Correo y el acoso a los instigadores de la catástrofe, debían y deberían todos un futuro luminoso y una próspera e igualitaria existencia.

-No entiendo. ¿Qué es lo que agradecen? -Offing estaba desconcertado. Aunque las noticias eran a veces confusas, se sabía que el gobierno rátida había sido mayoritariamente elegido y que a ello había contribuido no poco su persecución implacable de los causantes del episodio del Buque Correo y su inmaculada defensa del Bien, de los principios baboritas, frente al estriborismo, desde hacía ya más de medio siglo representado por el fenecido pero siempre temido y abominable símbolo del Mal Sumo.

Sus preguntas se transformaron en un interrogante aún mayor porque en el escenario, despejado para la ocasión, comenzaba la parte principal del evento. Los galeotes colaboradores, sin cesar de mostrar con gestos su agradecimiento y emoción, se habían retirado a una esquina y estaban de rodillas, los líderes imponían respetuoso silencio al auditorio y varias ratas se habían lanzado sobre el telón y lo empujaban hacia abajo con los dientes. Se abrió la tela, y una figura enorme, de rasgos humanoides pero mezclados con incisivos y garras de tipo claramente depredador y provista de símbolos de mando con aire militar fue apareciendo despacio entre los pliegues.

– ¡De esto nos salvasteis! ¡De esto! -sollozaron los galeotes colaboradores, mientras del auditorio rátida se elevaba, como una oración, un solo nombre:

– ¡Diktátor!, ¡Diktátor!, ¡Diktátor!

 

 

 

17

El cofre sin tesoro

 

¿Diktátor?…Imposible. Era imposible, absurdo, increíble e impensable. Diktátor era el gran enemigo desaparecido hacía décadas, pero al que las crónicas citaban como ejemplo de todos los males, concentrado de tiranías, símbolo de una época que no se citaba siquiera en los libros de Historia y se sustituía por negros iconos de la perversidad. No había, o no se conocían testigos, de tan nefasto pasado. Sin embargo sirvió para que se alzara como salvadora la nación rátida frente los tímidos y humanos, luego galeotes, a los que bastaba con amenazar con el tratamiento de simpatizantes retrospectivos de Diktátor (¡diktatofista!, ¡retrofista! silbaban las ratas) para que entraran en un estado de pánico, parálisis social y disposición para la servidumbre.

– ¡No puede ser! -exclamaron a la vez, por lo bajo pero horrorizados, los dos periodistas.

Y se asomaron aún más sin advertir que la hoja del mapa, que estaba colocada bajo el cuaderno de notas, se deslizaba hacia fuera. Había en el piso alto cierta corriente de aire marino. Antes de que pudieran impedirlo, vieron como el papel descendía planeando lentamente sobre el auditorio rátida. Una rata levantó la vista, advirtió a una segunda, siguieron la trayectoria, vieron desde donde parecía haber caído. Se levantó un clamor:

– ¡Espías entre nosotras!

– ¡Corramos! -dijeron los periodistas.

Pero la madera era ruidosa y ahora carecían del mapa que les señalizaba el camino de regreso. Huyeron en una dirección, luego en otra. El estruendo se oía cada vez más cerca. Entonces vieron el cofre, en una esquina donde había viejas velas de chalupas. Era enorme, sorprendentemente alto y ancho, y en un escrito apenas legible clavado en la parte de atrás se leía “Pagos hundimiento Buque Correo” y debajo, en letra más pequeña, “Propinas a Piratas Irredentos”. Se cerraba con una llave imponente y herrumbrosa, parecía una antigua caja fuerte que podría haber contenido en sus buenos tiempos el tesoro de varios piratas. Estaba vacío, la llave giraba pero la madera de abajo se desmenuzaba carcomida y su fondo había sido roído y parcialmente devorado por las antepasadas, hambrientas, repudiadas y oprimidas, de la nación rátida.

-Tengo una idea. No nos buscarán en un cofre cerrado por fuera.

Metáforos era hombre de recursos. Se aseguraron de dar varias vueltas a la llave, se introdujeron en el arcón poniéndolo de lado y cuidándose de colocar alrededor telas viejas en las que también ellos se envolvieron, lo pusieron de nuevo de pie y contuvieron la respiración.

Las ratas llegaron, algunas de ellas. Husmearon en todos los sentidos, pero la humedad, el moho y la herrumbre de viejos objetos de metal cubrían otros olores. La reunión había sido secreta, y por ello no estaban presentes en la nave de los ritos oscuros más que pequeños y escogidos cuerpos de guardia. No se oía el estruendo de los rataciclos ni de los escuadrones entrenados en la persecución, por el olor, de posibles disidentes, en cuya detección y caza se habían especializado. La eficacia rátida en la creación de tales cuerpos policiales había traspasado las fronteras. Se trataba de los temibles Hermafroditas Radicales, de los Ecologistas Implacables y, los peores, de los miembros del Corpus Nígrum, que se hacían llamar a sí mismos asesores pedagógicos y sometían a sus prisioneros a audiciones innumerables de los principios igualitarios y de los discursos de Rata Máxima.

Los dos hombres contenían la respiración. Las oyeron alejarse, pero no se atrevieron a dejar su escondite. Cuando, tímidamente, comenzaban a levantar el cofre escucharon pasos diferentes. Por las voces supieron que esta vez se trataba de los galeotes colaboradores. Uno de ellos, precisamente el de las Juventudes Aspirantes a Rátida que tenía manifiesto parecido con Orky, se quedó rezagado. Estaba de espaldas. Había sacado de entre sus ropas algo comestible, escamoteado del festín previo al acto ritual, y aprovechaba para hacerlo desaparecer, en solitario, a grandes bocados.

-Necesitamos un guía-se dijeron los periodistas.

Y, a la desesperada, con una madera aguzada y clavos de los que habían hecho armas provisionales, se lanzaron sobre él, le taparon la boca y le aseguraron que si hacía el menor ruido era galeote muerto.

– ¡Vas a guiarnos hasta la borda menos vigilada!

Él negó con la cabeza y susurró:

– ¡Me enviarán a la Cala de los Malditos! O, peor, a la gruta de las medusas venenosas.

– ¿Cómo te llamas? -preguntó Metáforos.

-Remosumiso 14.

– ¡Tu nombre verdadero, el anterior!

-Óskar, Óskar Brey.

-Pues nosotros te enviaremos más cerca, al baúl de los cangrejos hambrientos.

Offing hizo a su compañero un signo de absoluta ignorancia y desconcierto. No existía tal cosa, y además él era, o había sido hasta hacia pocos minutos, un pacifista militante. Metáforos le hizo señas tranquilizadoras imitando a los inexistentes cangrejos con la mano y haciéndole ver que procedían de su imaginación. Luego, en tono de amenaza terrible, apremió, señalando un rincón sombrío:

– ¡Decídete!

-Os guiaré.

Lo maniataron con jirones de la vieja lona.

Óskar se había teñido parte del pelo en gris plomo y se dejaba crecer las uñas. Hacía cuanto podía para asemejarse a las ratas, pero desde luego no lo conseguía. Tenía los ojos de un azul cándido y cierta impresión de inseguridad y alerta que en nada concordaba con quien está del lado de los vencedores.

– ¿Así que eres el hermano de Orky y estás sirviendo en la policía rátida? -En la voz de Metáforos no había un ápice de complacencia y una de sus manos jugueteaba con un palo del montón de desechos.

-Yo…no tenía opción. Me aseguraron que mi hermano formaba parte del peligroso comando terrorista, afín a Piratas Irredentos, que hundió el Buque Correo. Eso justificó que, respaldadas por nuestro juramento de fidelidad, las ratas se llevasen las Llaves de Mando y todo el tesoro.

-Por lo pronto sácanos de aquí. Ya hablaremos.

Pero no era tan fácil. Una vahada de olor entre rancio y corrompido les anunció un nuevo peligro. Además de a los Rataciclos, el enemigo recurría al armamento químico y había enviado en su busca, como les explicó Óskar, al comando de los Naturalistas Fétidos.

Los tres se introdujeron en una celdilla abandonada, se cubrieron de restos de bacalao para anular su propio olor y Offing, que tomaba febrilmente notas, inquirió:

– ¿Quiénes son los Naturalistas Fétidos?

-Galeotes de la rama Adaptados y Adoptados como ratas honorarias. Jamás usan desodorante, persiguen a cuantos no llevan la vida natural, aquéllos que no procuran asimilarse a las nobles bestias que antes de la aparición, artificial y depredadora, del poder homínido, señoreaban la Tierra.

– ¡Ah! -respondieron los dos periodistas a coro.

El hedor se aproximaba.

– ¡Huyamos! Hay que descolgarse-Óskar parecía aterrorizado-El castigo de un traidor es terrible. ¡Por esta claraboya!

El agua espejeaba tranquila, el barco apenas se mecía y era fácil avanzar por el reborde que sobresalía en el casco. Todo transcurrió muy deprisa; huyeron en un bote tras cortar las amarras de los demás para dificultar la persecución. A tiempo, porque se movían faroles y escuchaban chillidos y voces que delataban la composición mixta, humano-rátida, de los perseguidores. Les llegó un fuerte olor a pachulí que los extranjeros creyeron técnica de camuflaje de Naturalistas Fétidos.

Pero no lo eran.

-Se trata de Hermafroditas Radicales -Óskar había palidecido y parecía aún más aterrado que ante la proximidad del comando anterior. Sin embargo, como si el miedo tuviese sobre él un efecto propulsor, el muchacho se había revelado un guía estimable. Continuó en voz baja y temblorosa:

-Están movilizando a sus mejores efectivos. No quieren que estas noticias transciendan hasta la opinión planetaria. Su plan, que presentarán como benéfico e ilustrado, es geoglobal.

– ¿Quiénes son Hermafroditas Radicales? ¿Ratas? ¿Galeotes?

-Galeotes adoptados, fuerzas de choque, encargados de la acción directa vía rápida para el Paraíso Igualitario. Si nos apresan se asegurarán de que nuestros….atributos sexuales -la palidez de Óskar se tiñó levemente con un rubor de doncella -tienen estrictamente la misma dimensión -Imitó con los dedos el movimiento de unas tijeras.

Los fugitivos maniobraron con desesperación, pero ésta no bastaba para otorgarles la habilidad náutica de la que carecían.

-Yo pensaba que los de Megas Musakia eran un pueblo de marineros-dijo Offing sardónico.

– ¡Y a mí me suena lo de “¡Rule, Britannia! Britannia rule the waves!”. Además, no todos somos Ulises-respondió Metáforos.

La noche era tan oscura que sólo distinguieron al enemigo cuando una garra gris se clavó en la borda.

 

 

 

18

Camino de la Cala de los Malditos

 

Estaban perdidos. En efecto, las ratas habían planeado la operación de forma silenciosa para que no llegara el escándalo hasta los demás corresponsales extranjeros, los cuales, por cierto, dormían apaciblemente con el pesado sueño producido por las bebidas espirituosas, los abundantes canapés y la deliciosa perspectiva de viajes a paradisíacos parques temáticos de Paz, Bondad y Amor gracias a los cheques-regalo distribuidos.

Los tres, incluso Óskar, decidieron vender cara su vida, y su integridad física. La primera rata cayó al agua con un chillido, la garra atravesada por el bolígrafo de Offing. Un Hermafrodita Radical lanzó un quejido lastimero cuando Metáforos le golpeó con el remo. El medroso Óskar parecía estar sacando fuerzas de flaqueza y, sea insultaba hábilmente en su peculiar jerga de la policía acción violenta a los adoptados, sea les hacía confundirle en la oscuridad con uno de los suyos.

Pero estaban perdidos. Una mezcla tibia de pachulí, sudor y piel de rata los cubrió.

Entonces se produjo el abordaje salvador. Algo estaba haciendo volcar los botes de la flotilla rátida desde el agua. En ella se movían formas amigas y humanas, espaldas poderosas empujaban las quillas y hacían zozobrar las embarcaciones.

Las ratas no eran diestras en la natación. Estaban acostumbradas a la escasa profundidad de las alcantarillas, a la seguridad del grupo y a la variedad de residuos flotantes que les servían de apoyo y, en tiempos pasados, de alimento. Por su parte los galeotes adoptados que formaban los cuerpos especiales no habían recibido el entrenamiento conveniente porque buena parte de sus horas de formación se había dedicado al aprendizaje de consignas, a sesiones de corrección genérica y a identificación de individualidades adversas.

Offing, que se debatía con el valor de las causas perdidas, notó disminuir la presión enemiga, como si el aire marino soplara de nuevo entre su cuerpo y el tejido de pieles y sonidos. Ellos retrocedían, Orky y Metáforos le devolvieron, sudorosos, el gesto de alivio. Miró al agua.

Y allí vio, como si la encontrara por vez primera, el cuerpo de Gal marcado por las prendas mojadas que la cubrían, su rostro que flotaba con el cabello esparcido. Ella también lo vio, y sonrió. En aquel mismo instante, como un silencio instantáneo en el tumulto, el periodista de Albinia supo que había encontrado su propio continente.

Con el que tomó contacto de forma brusca porque la perentoria orden ¡Saltad todos ya! y el empujón habían sido casi simultáneos y, aunque sabía nadar, se encontró con el brazo firme de ella que lo sujetaba impulsándolo lejos, hacia donde los cubrían la acogedora oscuridad y la bruma. A su lado vio a Metáforos y a Óskar, que no parecían necesitar ayuda alguna.

– ¿Qué hacéis? ¿Por qué hemos dejado los botes? A los rátidas les será más fácil encontrarnos, pescarnos…-preguntó.

-No. Tranquilo. Ya vienen en nuestra ayuda. -reconoció la voz de uno de los galeotes prófugos que había encontrado anteriormente.

– ¿Ayuda? Ellas tienen barcos, tienen lanchas, faroles. Irán rápido.

-También nosotros. -le respondieron.

En efecto. De la nada, como si hubiera surgido del fondo, aunque en realidad había bogado silenciosamente, apareció una extensa mancha negra sobre la que se movían figuras humanas que les hacían señas y les tiraban escalas de cuerda.

La consigna era no delatar su ruta con sonido alguno ni moverse por cubierta hasta que llegaran a su destino final, al refugio. Los extranjeros, acostumbrados a suelos inmóviles, debían permanecer tumbados y aferrados a las tablas mientras aumentaba la velocidad y en el mar, antes tranquilo, se levantaban rizos de espuma.

Metáforos, incapaz en ninguna circunstancia de total silencio, intercambiaba gestos y monosílabos con los exgaleotes más próximos. Así supieron que se encontraban en la Gabarra de los Lisiados, camino de La Cala de los Malditos.

 

 

 

19

La Gabarra de los Lisiados

 

-Tranquilos. Somos, aquí donde nos veis, los desechados por los Rátidas de Aprovechamiento de Recursos Humanos.

– ¿Quiénes? -Metáforos estaba desconcertado y empezaba a creer que cuanto les ocurría era fruto de su imaginación, un delirio provocado por el stress, la fatiga acumulada y las resacas del cóctel de bienvenida. Su interlocutor era un galeote sorprendentemente frágil, delgado, con pelo largo recogido en dos trenzas, ojuelos vivos y cierto aire que hubiera podido llamarse intelectual.

-Me llamo Segis.

Y le tendió la mano izquierda, que él y Offing estrecharon, advirtiendo entonces que la derecha tenía los dedos atrofiados.

-Su nombre me suena- dijo el periodista albinio, aficionado a historias y libros antiguos. Su país se caracterizaba por tener los mayores mercadillos de segunda mano del planeta y él rebuscaba en las pilas de publicaciones.

-Primero fui Segis, de Segismundo; y oficialmente Remo 72. Lo escogí por incordiar. Las referencias tradicionales o se desconocen o molestan. Nada odia más la Nación Rátida que el que alguien sepa más que otro. Firmo las comunicaciones de resistencia galeote con él. Pero ahora no es momento de más explicaciones. Esperad a que nos hayamos alejado suficientemente.

La gabarra era grande, mucho más de lo esperado, y extraordinariamente rápida. Aunque no había luna se movía como si patinara sobre el agua y conociera con exactitud su camino, guiada al parecer en parte por el sonido lejano de invisibles arrecifes. Algo la impulsaba, no sólo el remo. Había mucha gente en cubierta, y otros en una especie de cabina central. Acostumbrada ya la vista a la oscuridad, los rescatados distinguieron a personas de ambos sexos y advirtieron que muchos tenían deficiencias físicas: A aquél le faltaba un pie sustituido por una prótesis mezcla de aleta y rueda, otro se desplazaba con torpeza, varios tenían vendas o se cubrían ojo, nariz u orejas con parches.

Entonces Offing reparó en que Gal, ocupada en explicar algo a un pequeño grupo, no manejaba con soltura sus extremidades inferiores.

-Sirena al fin-se dijo, a sabiendas de que nunca lo había sido. Es más, no sintió disminuir por ello el atractivo extraño que hacia ella había experimentado desde que la vio en el agua, y que ahora lo llevaba a buscar su rostro, que encontraba con frecuencia vuelto hacia él. Gal, como a ráfagas, lo repelía, le inspiraba cierto temor. “Seguro que sabe a anguila” se dijo. Aunque su brazo era cálido cuando le ayudó a subir a la Gabarra de los Lisiados.

– ¿Los Lisiados? -preguntaba muy bajito a Óskar Metáforos.

-Sí -respondió-Ya los ves. Las ratas van desechando material cuando encuentran que no les conviene y les sale gravoso. Lo hacen con extrema discreción, como si nos enviaran a centros de reposo, pero lo sabemos. Hay una trampilla y allá van, después de que una amable acogida y explicación pedagógica sobre las ventajas de la adaptación y el diálogo en el Taller de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Sin embargo los prófugos se las arreglaron para….

-Eso se les explicará cuando hayamos llegado. No ahora. -Segis cortó la conversación.

Se aproximaba el ruido de arrecifes, formas que los extranjeros apenas alcanzaban a distinguir. Pronto se encontraron en lo que parecía ser un laberinto de pasadizos y cuevas. La gabarra ancló en una pequeña cala y desde allí caminaron hasta el fondo, siguieron corredores de roca, comenzaron a oír voces, avistar a lo lejos una luz. Y finalmente se encontraron en un espacio amplio, bien acondicionado, al que parecían tener acceso, como si de un vasto salón de entrada se tratara, numerosas viviendas.

Se rompió el silencio. A los recién llegados y a los que ya se encontraban en la sala se fueron uniendo personajes diversos, que resultaban tanto más llamativos cuanto que nada tenían que ver con la uniformidad gris de las ratas. A los periodistas les llamó particularmente la atención un alegre grupo con gorras de colores, barbas y camisetas negras en las que la calavera y dos tibias había sido tachada y a su lado se leía ¡De muerte nada! ¡Vivan los P.I.L.!

– ¿Quiénes son éstos? ¿Quiénes son todos? ¿Dónde estamos? ¿Qué…

Gal se acercó, con aquella sonrisa que Offing veía por vez primera. Le puso la mano en el hombro y él observó que no olía a anguila. Explicó:

-Estáis a salvo. Mañana se os explicará todo. Ahora tenéis que dormir. Os encontráis en La Cala de los Malditos.

Y durmieron, el pesado sueño del cansancio y tensión acumulados, del que no los despertó la juerga que se había organizado en el salón.

 

 

 

19

La Gabarra de los Lisiados

 

-Tranquilos. Somos, aquí donde nos veis, los desechados por los Rátidas de Aprovechamiento de Recursos Humanos.

– ¿Quiénes? -Metáforos estaba desconcertado y empezaba a creer que cuanto les ocurría era fruto de su imaginación, un delirio provocado por el stress, la fatiga acumulada y las resacas del cóctel de bienvenida. Su interlocutor era un galeote sorprendentemente frágil, delgado, con pelo largo recogido en dos trenzas, ojuelos vivos y cierto aire que hubiera podido llamarse intelectual.

-Me llamo Segis.

Y le tendió la mano izquierda, que él y Offing estrecharon, advirtiendo entonces que la derecha tenía los dedos atrofiados.

-Su nombre me suena- dijo el periodista albinio, aficionado a historias y libros antiguos. Su país se caracterizaba por tener los mayores mercadillos de segunda mano del planeta y él rebuscaba en las pilas de publicaciones.

-Primero fui Segis, de Segismundo; y oficialmente Remo 72. Lo escogí por incordiar. Las referencias tradicionales o se desconocen o molestan. Nada odia más la Nación Rátida que el que alguien sepa más que otro. Firmo las comunicaciones de resistencia galeote con él. Pero ahora no es momento de más explicaciones. Esperad a que nos hayamos alejado suficientemente.

La gabarra era grande, mucho más de lo esperado, y extraordinariamente rápida. Aunque no había luna se movía como si patinara sobre el agua y conociera con exactitud su camino, guiada al parecer en parte por el sonido lejano de invisibles arrecifes. Algo la impulsaba, no sólo el remo. Había mucha gente en cubierta, y otros en una especie de cabina central. Acostumbrada ya la vista a la oscuridad, los rescatados distinguieron a personas de ambos sexos y advirtieron que muchos tenían deficiencias físicas: A aquél le faltaba un pie sustituido por una prótesis mezcla de aleta y rueda, otro se desplazaba con torpeza, varios tenían vendas o se cubrían ojo, nariz u orejas con parches.

Entonces Offing reparó en que Gal, ocupada en explicar algo a un pequeño grupo, no manejaba con soltura sus extremidades inferiores.

-Sirena al fin-se dijo, a sabiendas de que nunca lo había sido. Es más, no sintió disminuir por ello el atractivo extraño que hacia ella había experimentado desde que la vio en el agua, y que ahora lo llevaba a buscar su rostro, que encontraba con frecuencia vuelto hacia él. Gal, como a ráfagas, lo repelía, le inspiraba cierto temor. “Seguro que sabe a anguila” se dijo. Aunque su brazo era cálido cuando le ayudó a subir a la Gabarra de los Lisiados.

– ¿Los Lisiados? -preguntaba muy bajito a Óskar Metáforos.

-Sí -respondió-Ya los ves. Las ratas van desechando material cuando encuentran que no les conviene y les sale gravoso. Lo hacen con extrema discreción, como si nos enviaran a centros de reposo, pero lo sabemos. Hay una trampilla y allá van, después de que una amable acogida y explicación pedagógica sobre las ventajas de la adaptación y el diálogo en el Taller de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Sin embargo los prófugos se las arreglaron para….

-Eso se les explicará cuando hayamos llegado. No ahora. -Segis cortó la conversación.

Se aproximaba el ruido de arrecifes, formas que los extranjeros apenas alcanzaban a distinguir. Pronto se encontraron en lo que parecía ser un laberinto de pasadizos y cuevas. La gabarra ancló en una pequeña cala y desde allí caminaron hasta el fondo, siguieron corredores de roca, comenzaron a oír voces, avistar a lo lejos una luz. Y finalmente se encontraron en un espacio amplio, bien acondicionado, al que parecían tener acceso, como si de un vasto salón de entrada se tratara, numerosas viviendas.

Se rompió el silencio. A los recién llegados y a los que ya se encontraban en la sala se fueron uniendo personajes diversos, que resultaban tanto más llamativos cuanto que nada tenían que ver con la uniformidad gris de las ratas. A los periodistas les llamó particularmente la atención un alegre grupo con gorras de colores, barbas y camisetas negras en las que la calavera y dos tibias había sido tachada y a su lado se leía ¡De muerte nada! ¡Vivan los P.I.L.!

– ¿Quiénes son éstos? ¿Quiénes son todos? ¿Dónde estamos? ¿Qué…

Gal se acercó, con aquella sonrisa que Offing veía por vez primera. Le puso la mano en el hombro y él observó que no olía a anguila. Explicó:

-Estáis a salvo. Mañana se os explicará todo. Ahora tenéis que dormir. Os encontráis en La Cala de los Malditos.

Y durmieron, el pesado sueño del cansancio y tensión acumulados, del que no los despertó la juerga que se había organizado en el salón.

 

 

 

20

Asamblea en la Sala Místico-Planetaria

 

Entre las ratas reinaba gran inquietud. Habían aparentado indiferencia para mantener ante propios y foráneos la imagen de tranquilo dominio y felicidad generalizada que pretendían transmitir al exterior, pero, tras la fallida expedición naval sin los prisioneros que esperaban, eran de suma urgencia medidas excepcionales. Precisaban de una estrategia que blindara sus planes y su poder y garantizara la desaparición de molestos testigos. Habían olfateado por vez primera la amplitud de los grupos de resistencia, la posibilidad de que la mención de Diktátor y de la culpabilidad del anterior gobierno en la matanza del episodio del Buque Correo estuvieran perdiendo su eficacia en otorgarles el control del No-País. Tal vez su número y su gloriosa oferta de completa igualdad no bastasen. Necesitaban consejo.

Se habían reunido, en el Galeón de los Ritos Oscuros, en la estancia a la que sólo se tenía acceso por pasos hábilmente roídos, vecinos al altar de Diktátor, pero disimulados por el fleco dorado del sagrado paño, y estaban el colectivo dirigente en pleno y lo más escogido de la tropa. Animaban la austeridad monacal del recinto algunos carteles de campañas pasadas: Termiteros Sin dinero. Rátidas au visage humain. Cómitres for ever. ¡Larga vida a los ecologistas implacables! La planète c’est nous. Apoyemos a la Policía Pedagógica. La propiedad de conocimientos es un robo. La memoria es un crimen. ¡Cubiles con despensa ya! El regimiento de los Mustélidos, siempre fieles mientras los alimentaran con los manjares que su dieta carnívora pedía, montaba vigilancia en previsión del avistamiento de enemigos externos y reforzaban su celo por si fuera preciso eliminar a algún elemento indeseable de los rátidas.

Los Mustélidos eran un regimiento particularmente feroz. Consideraban que habían sido ancestralmente agraviados por la raza de mamíferos primates homo que, en el musteliceno, habían ocupado sus territorios y les habían arrebatado el puesto egregio que por sus méritos les correspondía. Vivían, pues, en un perpetuo estado de agravio nacional y amargura por sus fueros prehistóricos perdidos y el teórico dominio que hubiera debido corresponderles en el Continente. Compartían los ideales de desguace, desmigajamiento y reparto de las ratas, y degustaban, no sólo con buen apetito sino con fruición gastronómica, los trozos de galeotes no aprovechables que les proporcionaban sus jefes. Eran muy apreciados como mercenarios por las Insaciables del Rincón Este y por las Ratas Purasangre de la Montaña Norte, que hallaban deliciosas las generosas raciones llamadas de compensación del agravio que el Comité Central Rátida les asignaba.

El Comité se sentía, pues, seguro y estaba preparado para recurrir a la más alta instancia. La sala no era muy grande, bastaba para albergar a los escogidos frente a los cuales, en la oscuridad, había un cubo de notables proporciones en el cual, mecido por el líquido que contenía, se iba perfilando un ser que no era rátida, que no parecía de este mundo.

Sólo en las grandes ocasiones, en las especiales emergencias, se recurría al Gran Calamar Inteligente. Las ratas no lo eran, pero sí listas y avispadas en la imitación y el aprendizaje. En especial Rata Segunda, la eminencia gris plomo, y Rata Parda, encargada de la propaganda multicultural. Sabían que los galeotes estuvieron convencidos, durante décadas, de que la especie humana era un deleznable subproducto evolutivo, vergüenza de las otras formas de vida que poblaban el universo. Muchos de los ahora galeotes practicaron la adoración platónica de reptiles, infusorios gigantes y amasijos variados de células caracterizados todos por venir del espacio exterior y poseer un grado de sabiduría, progreso y bondad cósmica de calidad óptima en comparación con el bestial atraso, abominables tendencias y civilización nefasta de los humanos. Nada más natural, así pues, que la sumisión a los consejos del Gran Calamar Inteligente, ser de origen incierto, probablemente extraterrestre, pero que en cualquier caso había aprendido a superar los dos años de esperanza de vida propios de los habitantes de su especie en los mares conocidos y que, por lo tanto, poseía el más refinado lenguaje tentacular y una exquisita capacidad de discernimiento.

– ¡Ilumínanos! ¡Aclara nuestras mentes! ¡Guía nuestros pasos, oh criatura de superioridad infinita! -Rogó Rata Segunda.

– ¡Que la sibila traduzca sus mensajes! -Añadió Rata Parda.

Y la sibila se mostró a ellas.

– ¡Gorgony! ¡Gor-go-ny!. ¡Gor-go-ny! -Corearon todas.

El alboroto cesó súbitamente y fue sustituido por un siseo mitad admirativo mitad temeroso. Porque la figura que había aparecido y se deslizaba alrededor del cubo parecía rodeada de un halo fosforescente, un resplandor variable que correspondía con sus destellos a los de la criatura que se adivinaba al otro lado de la pared transparente y en aquel lenguaje sin sonido se comunicaba con ella.

Gorgony se movía con oscilaciones que despertaban en el auditorio un placer visiblemente sensual que se mezclaba con el miedo. Tenía una figura indeterminada, difícil de adivinar en la penumbra, con los rasgos flexibles de una grande y esbelta rata y al tiempo las extremidades y el rostro de una galeote hembra lampiña. La cubría un tejido de color semejante al del líquido del cubo, surcado por los reflejos que a veces se concentraban en el terrible brillo de los ojos.

– ¡Háblanos! -suplicó Rata Primera, consciente de su obligación como Líder. A su súplica se unió Rata Segunda y tras ella la totalidad del cuerpo de miembros políticos dirigentes.

La figura dio una vuelta completa. Hubo un silencio expectante, un intercambio de reflejos que sólo podía interpretarse como transmisión a la sibila del Gran Calamar Inteligente. Y Gorgony habló:

 

La tinta y el desconcierto

son armas de la victoria.

Quien las use con acierto

logrará fortuna y gloria.

 

El Secretariado Rátida tomaba notas afanosamente. Todos callaron en espera de explicaciones:

 

Dice el sabio Calamar,

Dios del espacio estelar,

que el humano miserable

es especie indeseable.

Borrad pues del Universo

un animal tan perverso.

La igualdad es imposible

con esa bestia terrible.

Salvemos pues al planeta

de la destrucción completa.

Fuera manos. Sólo patas.

¡Todo el poder a las ratas!

 

Hubo vítores entusiastas. Luego humildemente se rogó a la sibila que obtuviese del Gran Calamar Inteligente algunas puntualizaciones para llevar a cabo la tarea. Verdad era que la Nación Rátida había hasta entonces obrado tímidamente, por etapas, se sentía insegura. Ahora comprendía que había llegado el momento de pasar a la gran etapa final: Un mundo sin humanos de gran igualdad rátida.

– ¡Oh, Gorgony!, ¿cómo haremos? Debemos evitar ser atacados por el resto de países a la vez. Hasta ahora hemos llevado una sagaz política de propaganda basada en el culto a la Igualdad Suprema, la Alianza de Paz y Amor baborita, el Respeto Multiforme y la victoriosa lucha ancestral contra el horrible Diktátor.

La respuesta se materializó en una nube de tinta expulsada por el Gran Calamar. Estaba claro: Había que repetir cuantas veces fuera necesario acciones de choque diversas, algunas de gran calado, como el Hundimiento del Buque Correo, otras menores pero reiterativas, continuas y numerosas.

– ¡Mojad uñas y rabo en la tinta! ¡Comenzad a propagar directivas! ¡Afirmad incansables vuestro eterno papel de luchadoras contra todo diktátor pasado, presente y futuro! Ése es el mensaje. -Gorgony se erguía ahora categórica, cercana, símbolo de los suyos. La miraron con adoración.

– ¿Qué es la tinta? ¿Para qué sirve? -preguntó una voz indecisa.

Se oyó una risa mezclada con burbujas y gorgoteo. Y la voz de la sibila, con un tono más alto, festivo y diferente:

-La tinta os muestra las mil formas de enturbiar la visión del enemigo, de dividir hasta el infinito su fuerza como en gotas un tintero. La tinta son los mensajes contrarios, incesantes, halagadores, que enviaréis al resto del planeta, tan abundantes que ya no habrá transparencia en el agua. Habéis utilizado, aprovechado sabiamente a los adversarios, os habéis apropiado de su queso. Llegó el momento de confundirlos y enfrentarlos primero y exterminarlos después. ¡Al trabajo!

Comenzaba el tiempo de las deliberaciones y de las estrategias. El cubo y su ocupante se fueron hundiendo hacia atrás en la oscuridad, pero las ratas habían comprendido. La tinta les mostraba el camino. Sonó una música casi festiva a la que eran muy aficionadas las ratas, que, relajada la tensión y gozosas ante la perspectiva, habían pasado a actuar con febril energía. Se abrió la puerta, pasado el tiempo del alto secreto, a numerosos miembros del grupo que habían permanecido en el exterior, se movieron muebles hasta formar corros que dialogaban y trazaban esquemas con el rabo y uñas mojados en tinta. Rata Primera, Igualísima, se mantenía en un silencio satisfecho, fiel a au papel de líder ideológico que encarnaba la suprema bondad del Reino Futuro cuyo advenimiento era inminente. Las directivas más importantes del plan corrían a cargo de Rata Segunda y su cuerpo escogido de Baboritas Sumas. El resumen de cada directiva y su esquema de puesta en práctica se pasaba acto seguido a los diversos responsables de aplicaciones prácticas, que a su vez los resumían y distribuían a la tropa.

-Atención, compañeras-dijo Rata Segunda, y fue atentamente escuchada. Nadie dudaba de su autoridad, por supuesto inferior en rango a la alta categoría ideológica de Primera, pero en la práctica era el hocico visible y la garra palpable de la Nación Rátida. Tenía todas las cualidades: rápida, astuta, eficaz y también implacable cuando apuntaba la menor disidencia. La aplaudieron antes de que comenzara a hablar. Con la modestia que acostumbraba, ella aceptó las inquebrantables muestras de adhesión que siempre precedían y seguían a sus propuestas, y las enunció lentamente para que nadie alegara ignorancia. Los detalles eran esenciales:

-Los galeotes nunca se habrán sentido más mimados-Rata Segunda sonreía con todos los dientes al resumir los puntos esenciales del plan, acogido con chillidos de satisfacción.

-Ofreceremos dones y beneficios distintos y especiales, mejores en cada caso que los de las demás, a cada galera de la flota. A la tripulación de cada una le diremos que su superioridad respecto al resto obedece, sin mayores merecimientos, a su ubicación marítima según latitud y longitud y al origen, que se ha investigado, de sus tatarabuelos, grandes remeros (hubiera o no litoral, río o puerto) dotados, como ellos, por herencia, de un material sanguíneo de especial densidad y capaces de silbar en una docena de tonos.

-Cuidaremos, mucho más de lo que hasta ahora lo hemos hecho, de las relaciones extranjeras. El equipo de propaganda se está ya empleando a fondo y sigue un régimen energético de hígado de bacalao en vez del tocino habitual. Ofreceremos fructuosos intercambios comerciales y apertura de mercados marinos y nuestra buena voluntad se manifestará en el reparto, junto con la nuestra propia, de banderas de diversos tamaños y diseños que correspondan a cuantos grupos potenciales o imaginarios podamos crear o localizar. Esta maniobra será paralela a un reparto similar a los galeotes.

Hubo un murmullo de desconcierto, e incluso asomos de crítica:

– ¿Su propia bandera? Nos llevó tiempo buscar y desmenuzar la que tenían, difundir la inexistencia del No-País. ¿Y vamos a apoyar, además, las del exterior, dificultando nuestro posterior avance?

-No entendéis-aclaró Rata Segunda, condescendiente -Es el paso, la “tinta” de nuestra posterior etapa. Imaginada en qué van a emplear su energía, qué va a ocupar la mayor parte de sus conversaciones, de su tiempo. En realidad, ellos no han asimilado el ideal de la igualdad completa, suspiran por que su remo sea mejor que el del vecino, o que al menos la cadena del vecino brille menos que la suya. De nada sirve con ellos la tinta de los halagos si no se acompaña de reparaciones inacabables unidas a la afirmación de que cuando a uno lo supera otro individuo de su especie sólo es siempre por manifiesta injusticia.

– ¿Y los países extranjeros? El mundo es grande, nuestro dominio aún reducido.

La Rata del Ministerio de Superficies Exteriores intervino:

-No estamos solas, compañeras. El hecho de que seamos poco visibles esconde nuestro poder, basado en el número, la oportunidad y la prudencia. Hemos establecido fructuosos contactos con los gobiernos rátidas en la sombra, quienes, desde las alcantarillas más lejanas, nos aseguran su apoyo y adhesión a nuestra causa. Por lo pronto, como prueba de fidelidad, han comenzado a erosionar las zonas estrechas que separan algunas naciones (las anchas ya se andará) siguiendo nuestra táctica, en realización muy avanzada, de roer montes con el noble fin de dejar el No-País definitivamente aislado, no ya de Camemberia, sino de Euralia. Pronto nuestra flota bogará alrededor de lo que fue la tierra firme origen de las tripulaciones que ahora nos sirven y para la que tenemos, cuando flote a gran distancia y esté convenientemente remojada y apta para el troceo, grandes proyectos de uso para la producción de queso y otras delicias, porque nuestra gastronomía omnívora ha variado y mejorado notablemente. Tarea por supuesto a cargo de la mano de obra que seleccionemos al efecto.

Rata Primera intervino, brevemente:

-Soy, como sabéis, no sólo la que veis aquí sino la concentración misma del pueblo rátida. La única voluntad es la vuestra, y no la de delegación ni institución alguna. Por ello, y como prueba del ideal de igualdad y unanimidad baborita que nos caracteriza, votad a cola alzada, las que estén a favor de cuanto se ha propuesto.

Como un único cuerpo gris erizado de apéndices, se alzó la unánime y afirmativa respuesta. Igualísima agradeció la confianza y el Secretariado pareció tomar nota.

Continuaron durante algún tiempo y, una vez el trabajo distribuido y las siguientes citas fijadas, se disolvió la asamblea en un ambiente casi de euforia. Lo acompañó la alegre música a cuyos sones se abandonó el recinto. A las ratas les gustaban especialmente los solos de flauta. Tras una cortés reverencia dirigida a la mesa de notables y, con inclinación más profunda, al oscuro fondo tras el que habían desaparecido Calamar Gigante Inteligente y su sibila, salieron siguiendo el sonido que se desplazaba hacia el pasillo contiguo y luego continuaron, tras él, por los restantes pasadizos.

El grupo dirigente se aseguró de que sus miembros eran los únicos que quedaban en el salón y que se había cerrado por dentro el acceso. Entonces entró por el agujero de ventilación situado al fondo el jefe de los Mustélidos.

-Hay un trabajo urgente por terminar. -le dijo la Secretaria.

-Nosotros no fallamos, tenéis pruebas-aseguró el vigoroso carnívoro.

-Para eso os pagamos, espléndidamente por cierto. Os lleváis los mejores bocados. Estás engordando.

Mustélido One no se dignó responder, pero se relamió los bigotes.

-Los dos periodistas deben desaparecer; sin rastros. Ni un pelo ni una uña. Y queremos a la chica viva; ella nos llevará a los otros. -continuó la Secretaria, y procedió a concretar estrategia, datos y recompensa.

Con la agilidad y discreción que le eran propias, el mustélido deslizó por la abertura su flexible cuerpo.

– ¿Podemos confiar en él? -preguntó Rata Tercera.

-Podemos, porque podemos pagarle. Con nadie hubieran engordado tanto.

– ¿No hubiera sido mejor recurrir a Piratas Irredentos? Al menos, que sean culpables oficiales caso de problemas. Como en lo de la explosión del Buque Correo, cuando….

– ¡Calla! Ese episodio ni lo nombres. Olvidado, enterrado, cubierto para siempre por el agua. Atente a la versión oficial. Malvados terroristas.

-Providenciales diría yo. Los galeotes, y su queso, se echaron en nuestros brazos.

-Piratas Irredentos pueden valer como mano de obra asociada, en trabajos concretos, pero son simples sin estabilidad alguna. Excepto los PIL, los Piratas Irredentos Libres, la rama disidente, y peligrosa.

-Muchos Irredentos están incorporándose a los PIF, Piratas Irredentos Fundamentalistas. Con ellos, para exterminaciones urgentes, se puede contar.

-Por lo pronto, nos atendremos a los Mustélidos, y ya veremos si el asunto se complica.

El mar, hasta entonces tranquilo, respondió a la suave brisa meciendo la embarcación. Los dirigentes rátidas agotaron algunas botellas de bebidas espirituosas acompañadas de tocino de la mejor calidad y se entregaron al plácido sueño de un merecido descanso.

 

 

 

 

21

El dúo de la solución final

 

Pero Rata Segunda no descansaba. Esperaba en un discreto reservado amueblado con comodidad, al estilo de las antiguas viviendas del No-País, que ella conocía bien porque su trabajo como Censora Principal le daba acceso a documentos prohibidos por afines al Estriborismo y propios de la época nefanda de Diktátor. El mobiliario de épocas periclitadas, infame muestra, como cuadros, libros y vestidos, de la destrucción del Sagrado Planeta y sus vastas selvas, había ido alimentando hornos de cocinas y salas de máquinas.

Rata Segunda tenía una cita. Pasado el tiempo prudencial para asegurarse de que sus compañeras estaban en un profundo sueño, la que esperaba apareció sin hacer el menor ruido, con su acostumbrada eficacia y puntualidad en los encuentros, imprescindibles para el intercambio de información. Esta vez eran más importantes que nunca. De esa noche tenía que surgir un minucioso plan respecto al que la matanza del Buque Coreo no dejaba de ser una ínfima, aunque excelente, muestra y entrenamiento para la gestión de acciones futuras.

Gorgony parecía otra sin serlo. Era un ser flexible, fosforescente, dúctil y verdoso que se cubría con manto y capucha, de forma que era difícil clasificarla según la lista de entes rátidas puros, colaboradores, adaptados, mimetizados o provenientes, quizás, de una rama especial evolucionada en tiempos remotos a partir de los calamares inteligentes –siempre infinitamente más inteligentes que cualquier humano- venidos del espacio exterior. Gorgony se echó hacia atrás la capucha y dejó deslizarse la capa, que se diría ondeaba por sí misma. La Adjunta a Igualísima, pues tal era el rango del interlocutor, observó sus ojos chispeantes, la pequeña cabeza siempre alerta y las dos figurillas de rata, forjadas en eléctrum, que adornaban ambos hombros y cuyos rabos se prolongaban hacia arriba, en una fina cadena, enlazando con los colgantes del mismo brillante material que adornaban sus orejas con ratas diminutas. Ella sacó una mano en cuyos delgados apéndices no se advertía el comienzo y final de las uñas, aunque terminaban en una punta aguda, y acarició levemente de arriba abajo, empezando por las orejas, a Rata Segunda, que se dejaba hacer llevado por su poder de seducción.

-Debemos establecer prioridades, trazar cuidadosamente nuestros planes, asegurar nuestras fuerzas-mientras hablaba, jugaba con los pendientes de Gorgony y con el eslabón dorado que los unía a la ratita de su hombro.

-Habéis subestimado al enemigo- aseguró ella.

-Tal vez, pero no parecían ya representar peligro alguno. La población estaba tan contenta de que la salváramos de los que habían hecho explotar el Buque Correo, los galeotes tan satisfechos de que garantizáramos su seguridad y su igualdad…Incluso se ofrecen con entusiasmo para participar en la demolición de las ciudades, calles, carreteras, centros urbanos, casas de mayor altura que los habitáculos preceptivos, de los muchos restos que, desgraciadamente, aún persisten y se llamaban anteriormente Educación y Cultura.

Gorgony la animó:

-Los Elegidos siempre van a contracorriente. Y los demás acaban siguiendo, y eliminando a los odiosos, los individuos, los que no comprenden el gran futuro selvático que a la Tierra aguarda, cubierto, como por un manto de pelo, y quizás plumas, -hay que ser amplios de criterio- por animalidades tan sanas como la nuestra.

Los finos dientes de Gorgony y los incisivos de Rata Segunda entrechocaron, se alejaron y volvieron a encontrarse, varias veces, en un itinerario que consistía en recorrer con sus puntas afiladas los recovecos y superficies de una y otra.

No por ello descuidaban su tarea, cuyos planes iban trazando en diversas superficies.

Con pausas. Y caricias.

 

 

 

22

La Cruzada Sexual

 

El pueblo rátida era de una sexualidad difusa, separada de su frecuente y prolífica reproducción, centrada aquélla en olores, sabores, sonidos rítmicos y tacto. Para la especie antiguamente en el Gobierno admitían el coito como fuente, controlada, de nueva mano de obra y, sabedoras del poder que los atractivos pasionales podían ejercer, habían hallado la fórmula para erosionar, como quien roe un muro hasta hacerlo caer, la peligrosa dimensión de individualidad que las diferencias de sexo y consiguientes derivados podía favorecer en los galeotes, creando incluso zonas impermeables a la igualdad que escaparían a su control. Previsores, los departamentos rátidas de Orden y Propaganda, asistidos por los HLCE (Heroicos Luchadores Contra Estribor) habían puesto en marcha la Cruzada Sexual: Bajo el lema sexo obligatorio igual para todos (y todas/es), estaban logrando, con sesiones incansables de adoctrinamiento masivo, crear en los galeotes epidemias de frigidez cuya gravedad y extensión aumentaban en proporción al hastío, aburrimiento y rechazo fruto de la Cruzada. Las lecciones sexopedagógicas eran abundantes, largas y por supuesto obligatorias. El control de actividades sexuales igualitariamente polimorfas semanal y preceptivo, de manera que si no se demostraba haber fichado sucesivamente en prácticas homo, hetero, bi, pluri, animal, vegetal y solitarias, con el atrezzo correspondiente en cada caso, no se obtenían bonos de comida ni descansos laborales. Aunque no pocos galeotes se disfrazaban de travestis falsos para aparentar que habían cumplido las cuotas, las protestas en general eran menores y centradas en enfermedades imaginarias. Cualquier excusa que permitiese escapar a las implacables normas enumeradas en los manuales de sexualidad sanamente pluridisciplinar era bienvenida. Se recordaban con melancolía vocablos como erotismo, pasión, deseo, amor y se acariciaban con fruición las imágenes de algunos calendarios clandestinos que se pasaban de mano en mano y respondían a los títulos El camionero feliz o Bomberos de Madrid.

Las lecciones de aprendizaje y práctica genital comenzaban en la más temprana infancia y ocupaban lo que otrora se llamó estudios de asignaturas de base, con la diferencia de que, si en la Oscura e Insolidaria Época Prerrátida no había que repetir curso cuando se suspendían Matemáticas, Literatura o Lengua, en la actualidad era imprescindible aprobar Orgullo Hermafrodita, Promiscuidad Igualitaria: Teoría y Práctica o Kamasutra aplicado a Fauna y Flora para obtener el pase.  El destacamento de Genitopedagogos defendía con singular fiereza sus territorios laborales, en continua expansión hemanada con SS (Sanidad Suma) y PC (Pureza Ciclista). Los galeotes, tanto machos como hembras, consideraban Promiscuidad Igualitaria la materia más dura porque el criterio era que la pareja poseyera las menores cotas de atractivo posibles.

Con Gorgony y Rata Segunda no era el caso. Las punzadas de uñas y dientecillos se traducían en delicioso cosquilleo que alimentaba en ambos la materialización de su plan y nada era tiempo ni energía perdidos. Anotaban en sus cuadernos, pegaban en las paredes consignas inspiradoras, volvían al sofá aún más excitados ante la perspectiva de la Solución Final y del paisaje, ya trazado en esquemas, de un mundo de alcantarillas, confortables cubiles calentados por la putrefacción y piscinas de aguas estancadas con deliciosos residuos flotantes. Arriba, una vez ultimado el trabajo roedor, habría sólo espacios troceados fácilmente controlables, patrullados por rataciclos que se deslizarían por la red de carriles que cubrirían por completo los territorios donde otrora se alzaron edificios, carreteras, vehículos y viandantes y los individuos, carentes de conciencia igualitaria, habían circulado según su libre albedrío. Los Agentes Rataciclo, que estaban adquiriendo por momentos nuevas cotas de poder, tendrían ante sí una gran misión: Señalar a los elementos prescindibles que no colaborasen con entusiasmo en el Proyecto Planetario Rátida, en espera de su definitiva eliminación.

 

 

 

23

Y en superficie….

 

Offing se había despertado con la presencia de Gal, pero sin oír su voz. Ella estaba de pie, junto a la entrada, con una timidez que no le era propia y que cambió en gestos decididos cuando él abrió los ojos.

-Pensé que estarías despierto.

-No. Sí. Gracias.

Y ella se aproximaba, tras dejar algo sobre la repisa.

-Tendrás hambre.

-Sí.

Pasado el tiempo, bastante tiempo, cada uno intentó recordar con detalle cómo transcurrió aquel primer encuentro real, sin urgencias ni compañía.

Gal no era una sirena, de ninguna de las maneras, se había dicho Offing. Descubrió una piel pálida y brillante bajo la tela que llevaba, tersa, sí, pero sin asomo de escamas.

Ésos eran los hombres exteriores, pensó ella de Offing, muy distintos unos de otros por cierto, bastaba con ver a Metáforos, que aún dormía bajo los efectos de las bebidas de la noche anterior. La falsa sirena y miembro del RG (Resistencia Galeote) y del comando GP (Galeotes Prófugos) le tendió ropa seca.

-No hay sal, es estupendo-observó Offing al cogerla y dar las gracias- ¿Cómo os arregláis para el agua dulce?

-Tenemos toda la que queremos. Hay, cerca, la desembocadura de un río. Además disponemos de almacenes con lo que hemos ido consiguiendo. También nos gusta vestirnos, ¿sabes?

Y, mucho después, recordaron que, cuando se rozaron, algo como el paso de una anguila chispeó entre uno y otra.

Por un hueco se filtraba luz, y al periodista de Albinia le pareció sorprendente porque se creía en el fondo de cavernas, en el subsuelo. Puso la mano en la hendidura, por donde llegaba aire y el rumor del mar.

– ¿No estábamos escondidos en el fondo?

-Es un laberinto de acantilados que hemos acondicionado un poco. Te enseñaré cuando comas y te vistas.

Le llevó de la mano, y la electricidad seguía ahí. – “¿Y si es de otra especie?”-pensaron ambos. Desde los tiempos de la Gran Confusión y ruptura de las comunicaciones existía una extensa ignorancia de la situación y características de otros países. Las ratas habían roído, astutamente, cables y conductores de forma selectiva, procurando siempre que la responsabilidad recayera sobre Piratas Irredentos o fenómenos atmosféricos. Caminaron por pasillos unos amplios, otros estrechos con entradas cuya altura le obligaba a él a agacharse. Y al salir de uno de ellos la luz le deslumbró.

Sólo entonces advirtió el mucho tiempo que llevaba, junto con Metáforos y los otros, en la penumbra, parcial o casi completa, en espacios cerrados, bajo cielos cubiertos y sobre aguas oscuras como la tinta. Ella, entregada a su existencia vertiginosa habitual, cambiando con frecuencia de lugar y reuniéndose en rincones secretos, también pareció darse cuenta del final de la noche, del despliegue de los lentos colores del día sobre las olas, en la altura y hasta en los recovecos de los arrecifes. Nunca se había sentido así. Avanzaron descalzos hacia la orilla.

Like as the waves make towards the pebbled shore,

So do our minutes hasten to their end;[1]

Offing parecía dirigir sus extrañas palabras al mar. Gal le miró desconcertada.

– ¿Qué dices? ¿Qué es?

-Algo antiguo, sobre las olas y las piedras.

Dieron unos pasos. La temperatura del agua era gélida.

– ¡Qué mar tan frío! -dijo Offing-Ven. Mejor nos sentamos.

La llevó hasta una roca y al bajar la vista observó que no era tan acuática como esperaba: tenía los pies enrojecidos y, además, sobre los cantos y algas no caminaba tan segura como de una luchadora clandestina él hubiera esperado. Le calentó los pies frotándolos entre sus manos. A ella la fascinaba el pelo de Offing, ahora inclinado. Parecía suave plumón de un tono amarillo rojizo peinado ahora por la brisa y las gotas de espuma. No resistió la tentación de tocarlo.

No resistieron ninguna tentación.

 

Había pasado un tiempo indefinido durante el que les parecía que hubiese enmudecido hasta el mar. Entonces les sacudió un espectáculo de gestos y gritos. Corriendo por la playa se aproximaba Metáforos, que hacía honor a su nombre saltando con agilidad envidiable sobre rocas y piedras. No le seguía el enemigo, sino gente que estaba en la cueva durante la fiesta de la noche anterior. Offing se levantó sacudiéndose restos de algas y acogió a su compañero jadeante, que respondió a las preguntas antes de que se las plantearan:

– ¡Están impacientes por poner en práctica la atención a las diversidades! Tenían cursos obligatorios, les habían hecho practicar con especies de flora y fauna de varios tipos, edad y condición, incluida una tal Medusa Bondadosa Venenosa que, al parecer, es de lo más temible. Fue uno de los motivos de su desesperada huida. Ahora parece que nuestra llegada les ha abierto nuevas perspectivas. Yo, anoche….bebimos bastante. ¡Qué bodegas hay en los naufragios!. Por lo visto dije, expliqué, ofrecí cosas…Y hoy no estoy por la labor.

Los prófugos de diversos sexos habían ido llegando. No parecían agresivos, simplemente desconcertados y víctimas, como Metáforos, de la resaca. Offing les propuso a todos ellos una refrescante y breve inmersión en las gélidas olas, tras la que era precisa una gran reunión. Se había sabido que las ratas estaban planeando su ataque final, la completa toma de poder en nombre de la armonía ecoplanetaria. Acudían representantes y miembros de a pie del PIL, la facción de Piratas Irredentos que se habían proclamado Libres, los cuales, abandonando su imprecisa posición de vago anarquismo, deseaban explicar lo que los llevaba a escindirse de sus antiguos compañeros y sus propuestas ante la inminencia del peligro.

-Son de fiar-susurró Gal al oído de Offing- Saben que si no actúan acabarán en la Galera de Aprovechamiento de Recursos Humanos.

– ¿De qué?

-Enseguida vamos-dijo Gal a los otros. Y a él-Ahora te explico.

Le llevó hasta una zona, al pie de las rocas, donde había unos metros de arena lisa, y se puso a dibujar con un tallo de alga seca, marcando con piedras las naves de una flota. El periodista observó que tenía buen conocimiento de cartografía marítima, maquetas de barcos, distancias y estrategia. Se explicó que tuviera un puesto directivo en la resistencia galeote.

 

 

 

24

La flota imperial

 

Hasta entonces los periodistas, y en general los países de los que procedían, habían mirado con curiosidad no exenta de simpatía los sucesos ocurridos en el que, desde hacía unas décadas, se hacía llamar PNP (Pobre No País). Al parecer allí estaban más cerca que nadie de lograr lo que, tras las últimas lluvias de mensajes, se había convertido en meta ideal: El diálogo constante, la igualdad completa y la fusión entre especies en una gran alianza de paz, colaboración y amor. Precisamente Euralia bullía en controversias sobre los medios más rápidos para lograr un sistema de felicidad gratuita, instantánea y duradera. Desde Albinia a Bosquimania pasando por Litoralia y Camemberia las manifestaciones sobrepasaban las horas del reloj y los días del calendario, de forma que en los lugares de población más numerosa habían debido habilitarse carriles viarios de doble dirección al efecto. A tal efervescencia no le faltaban contestatarios, aunque se trataba de minorías miradas con recelo por los defensores del supremo y nuevo bien para cuyo advenimiento era forzoso pagar grandes peajes. Offing y Metáforos no habían viajado juntos casualmente al acto de presentación internacional del Imperio Rátida. Ambos se conocían, aunque a distancia, por artículos de disidencia y manifiestos de rebeldía ciudadana. Offing se había negado a incorporar a su ajuar la alarma detectora de la soledad, que comunicaba de inmediato a la Central de Auxilios Psicosociales si alguien se encontraba desconectado de los habituales medios comunicativos y sin presencia muy cercana de seres de la misma especie. Pese a haber manifestado en numerosas ocasiones su negativa, no se sentía ya cómodo en lo que sabía que era un predelito; de ahí su torpeza y desconcierto en las primeras horas con Gal.

A Metáforos poco le había faltado para acabar en una prisión tradicional (los modestos medios de su país, Megas Musakia, no habían todavía permitido reemplazar los tradicionales centros penitenciarios por los modernos Recintos de Esparcimiento y Libertad Relativa Dosificada). Se había negado, con contumacia y reincidencia, a firmar el manifiesto de amor eterno a todos y todas, sin distinción, y había llegado en su osadía a suprimir de sus artículos las imprescindibles distinciones de género y la oda final a la diversidad benéfica, lo cual constituía delito de leso odio.

Ahora descubría, mientras las ágiles manos de Gal manejaban piedras y marcaban distancias sobre la húmeda arena de la playa, que la nación rátida sabía perfectamente qué hacer y a dónde ir, y que su plan, bien trazado, era incompatible con el gran bien general basado en el amoroso coloquio, consigna clave diariamente repetida en Euralia.

– ¿Y esto? – señaló dos cantos oscuros, grandes y de igual tamaño, que ella había rodeado de una cohorte de piedras más pequeñas, de tamaños diversos, dispuestas en formación.

-Son el Buque Nodriza y los Almacenes de Memoria.

Aparecían, ambas naves, unidas por largos filamentos de algas.

-Se comunican continuamente y trabajan en conjunto-continuó Gal.

– ¿Los conoces?

-Los Almacenes no. Están perfectamente vigilados. Lo dirige el mejor cuerpo de asesores rátidas y al frente está Heston, temible, poderoso.

– ¿Una rata tremenda, supongo?

-No. Un exgaleote que también preside el directorio colaborador.

-Pero sí has estado en el Buque Nodriza.

-Cuando era pequeña. Tuvimos allí tratamientos intensivos. Y los más viejos nos contaron sus salidas pedagógicas. Fundamentalmente había que ignorar y despreciar, en vistas a su aniquilación, lo que llaman Queso Rancio, Venenosa Cultura Opresora, y para ello había que demostrar indiferencia y repulsión a la vista de edificios y objetos, algunos grandes, con torres, que llaman palacios, castillos, templos, catedrales. Otros de menor tamaño, inútiles, frágiles, absurdos. Todos molestos estorbos que impiden la expansión de la Naturaleza.

– ¿Y lo creías?

-Repitieron siempre esto, y la relación de grandes héroes del pasado.

-Que eran…

-Hace tiempo, no recuerdo bien. Algunos se llamaban Atila, Nerón, Hitler, Stalin, Lenin, Chacal, Drácula, Ben o Bin algo. Yo ya no creo nada de eso, me escapé muy pronto.

– ¿Cómo?

-A mí me salvó que me despreciaran, por problemas físicos. Las ratas me marcaron para pasar a la Gabarra de los Lisiados y acabar en la Galera de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Lo supe enseguida, hice contactos, conseguimos otra embarcación, ya lo has visto. Llegamos a los arrecifes.

Apartada del diseño general de la flota, y con trozos de roca negra, Gal había esbozado el plano del lado oscuro de la Nación Rátida, las naves que separaban, trataban y hacían desaparecer a los galeotes peligrosos o inservibles. Entre ellas también se encontraba el Galeón de Castigo, al que servía de enlace con el resto la flotilla Lamentábilis.

– ¿Por qué La-men-ta-bi-lis? -Offing terminó de deletrear el nombre escrito en la arena.

Gal sonreía raramente, pero esta vez una chispa de burla brilló en sus ojos.

-Oh, las ratas no son siempre buenas en cuestión de cálculo. Primero quisieron algo pomposo, muy grande, con mascarón de proa de Gran Rata rampante y Sémper Víctor en letras doradas en el costado, según unos planos que habían encontrado. Demasiado tarde comprobaron que, en el Régimen Anterior, ese barco se había hundido nada más botarlo. Estaban sin embargo empeñadas en que la idea, de Rata Máxima asesorada por el Líder Cósmico, era excelente. Entraba agua por todas partes y la tripulación debía turnarse para achicarla. Salvaron justo algunos trozos del pecio, que sirvieron para construir la pequeña flotilla Lamentábilis.

A lo lejos, en una de las calas, resonó un ruido extraño, respondido por otros sólo en parte semejantes. Gal se sumó al concierto escogiendo y soplando con rapidez en tres caracolas.

-Nos llaman-dijo-A todos. Es la reunión para decidir la estrategia de ataque.

Sin embargo ninguno de los dos tenía grandes deseos de volver. Les parecía llevar muy poco tiempo solos. Solucionada la duda sobre las escamas, el periodista de Albinia se preguntaba si habría en alguna parcela insuficientemente explorada del cuerpo de ella algo peculiar.

-Antes de ir quiero enseñarte algo. Me lo hice yo. Las cosas del mar tienen varios usos.

Gal le llevó hasta una oquedad de la entrada, levantó una piedra, apartó la arena y allí, protegido su tesoro por dos grandes valvas, estaban sus joyas, un collar de diminutos caracoles del azul pálido al violeta oscuro en el que se intercalaba el nácar de las conchas y del que pendía un trozo de vidrio común. Se lo puso.

-Así empezaron los palacios, templos y catedrales que te dijeron que había que eliminar porque estorbaban. Tampoco esto es Naturaleza. -dijo Offing.

Les sobrevino un tiempo sin tiempo, del que les sacó el sobresalto de una voz muy cercana:

-Vaya, haciendo planos y discutiendo estrategias…-Segis había hablado prácticamente a su lado, tras aproximarse sin hacer el menor ruido.

Le saludaron. Él observaba el dibujo en la arena y la disposición de las piedras. En su tono y en su mirada había suspicacia. El extranjero podía ser un espía, un vendido a la nación rátida que estaba sonsacando información a Gal.

Sin embargo la breve charla que siguió a su llegada, los antecedentes de la fuga y la disposición de ambos periodistas a arriesgarse por la liberación galeote y la derrota rátida acabaron convenciéndole. Segis daba gran importancia a la información sobre su causa a la opinión pública mundial. Había llegado el momento de presentar batalla, en todos los frentes.

-Vamos. La reunión es la más importante que hemos tenido.

Y dejaron a sus espaldas el bronco ruido del mar.

 

 

 

25

El Congreso

 

Metáforos observaba con interés la gran variedad de caracolas y sus diferentes sonidos y formas de emplearlas. Unas, grandes y de color violeta, se utilizaban para reclamar la atención de los presentes, otras, estriadas de rosa y gris, anunciaban la llegada de nuevos asistentes, y las de tono más agudo, pequeñas y rojizas, se distribuían para pedir la palabra. El ambiente era formal, sobre todo en comparación con el de la noche anterior, pero ruidoso. En mesas laterales se habían dispuesto cuencos y vasijas con bebidas, entre las que no faltaban botellas de origen y añada diversos. Más allá, separados puesto que se destinaban a la pausa y el final, los que se adivinaban como alimentos aunque estaban cubiertos de un tejido.

Metáforos hablaba animadamente con Kraky y Orky, que ya le parecían viejos conocidos dado el aceleradísimo transcurso del tiempo.

– ¿Y tu hermano, Óskar, el que antes estuvo en la policía rátida y ahora parece que se ha reconvertido? -preguntó a Orky, antes remo 32.

-La verdad es que no lo sé. Creo que vendrá. Le necesitamos y lo sabe. Los conoce desde dentro.

-Seguro que llega a la pausa alimenticia. A eso no falta nadie. -aseguró Kraky- Los mariscadores llevan haciendo un muy buen trabajo con los pecios, sin contar con el mercado negro pirata y las incursiones en la Galera de los Manjares Prohibidos.

– ¿Los manjares prohibidos?

-Lo mejorcito, claro, y las ratas lo saben.

Segis, que recorría los grupos dando y recibiendo información y tomaba notas cuidadosamente, terció para ofrecer un análisis político del tema.

-El baborismo siempre ha dado gran importancia al control cotidiano, los detalles de la vida de todos los días que pueden parecer triviales pero ocupan la mayor parte del tiempo y de la atención. Insistieron en la saludable costumbre de roer, mucho más solidaria que morder grandes bocados, que ellas sí dan cuando se reúnen en sus banquetes a puerta cerrada.

– ¿Qué tiene eso que ver con la Galera de los Manjares?

-La consigna de mantener el cuerpo libre de materias pesadas e impuras, y por lo tanto rentable, consumible y aprovechable, se repite sin cesar desde la infancia. Hay desfiles, conferencias y loas a la vida sana, y ceremonias de abominación de antiguos productos en los que se basaba buena parte de la dieta del Pobre No País. La consigna final era delatar a los degenerados que sueñan con pan francés, carne, vino, café, copa y cigarrillo, en vez de con las hamburguesas de lentejas, el zumo de algas y el pan negro elaborado con la madre de todas las masas. -Mira -Segis sacó de la gran bolsa que llevaba hojas con unas imágenes de tiempos pasados -Algunos de los nuestros lograron infiltrarse y nos informaron sobre las comidas y bebidas que estuvieron al uso y con las que se nutrían las gentes y disfrutaban, y se reunían al hacerlo.

Melancolía y saliva se unieron en un mismo sabor en la boca de Metáforos.

-Y ésta es la lista de alimentos de vida longeva y sana -continuó Segis-, que las ratas, por cierto, comen cada vez menos porque, una vez terminada la publicidad y el discurso, se retiran a sus reductos aprovisionados con cuanto les place. Hay ahí alguien que os lo explicará mejor. ¡Eh, Pesofijo, acércate, por favor!

Y aclaró a su auditorio:

-Pesofijo era hasta hace poco Remo 45. Se fugó justo cuando su óptimo estado corporal le había colocado entre los primeros del siguiente lote de Aprovechamiento de Recursos Humanos.

Pesofijo se aproximó. Metáforos, que gozaba del instinto de asociaciones poéticas, pensó que tenía aspecto de alga triste. Era un joven filiforme, que se desplazaba incluso a cortas distancias dando saltitos y manteniendo una especie de lenta carrera. Explicó con un hilo de voz que se había alimentado, bajo la estrecha vigilancia de las ratas para las que realizaba tareas administrativas y contables y que practicaban con él al cien por cien sus consignas, con materias vegetales de origen diverso, algunas huevas de erizo en días señalados y raspaduras de queso, regado todo ello con agua reciclada o desalinizada. Nada más escaparse y llegar al refugio de los galeotes prófugos se había ofrecido como voluntario para acciones suicidas, que le aseguraron allí no existían, porque le obsesionaba el panorama de longevidad que, según las ratas, le garantizaba su dieta. Veía con dificultad y tropezaba con frecuencia porque los preceptos de la existencia natural prohibían aditamentos artificiales como lentes o dientes postizos. Le había correspondido atender a la organización de grandes recepciones rátidas con visitas de otros buques de importancia y observó que ellas llevaban una vida en extremo malsana, sin privarse de transporte, chapuzones en agua dulce tibia y alimentos cuyo color, origen y textura nada tenían que ver con sus pastosas raciones cotidianas. No veía, por tan repetida transgresión de los sagrados principios de la vida saludable, a las ratas morir en breve, y, agotada su paciencia, decidió utilizar para la fuga el contenedor de basuras.

Ahora a Pesofijo, en su categoría de último de los fugados, se le escuchaba con atención, alguien le había acercado una bebida, espirituosa, le explicaron, por su alto valor moral, y algunas de las vituallas reservadas para mucho más tarde, que él mascaba con la lentitud de la pérdida del hábito. Sin embargo aquellas atenciones parecieron cambiarle a ojos vistas, como si el vino comenzara a fluir por su sangre pálida y fría y el rosa fuera subiendo hasta las pupilas vítreas con transparencia de pescado. Por fin contaba su historia y descubría que tenía una, y que incluso podía prolongarse por algún tiempo y cambiar de forma imprevisible pero influida por su participación en las actividades que se avecinaban.

-Me siento otro-dijo. Y lo era.

La asamblea tenía poco de la seriedad que se esperaba de ocasión semejante. Al menos eso pensó Offing, acostumbrado por su trabajo a frecuentar las células sociopolíticas de amplio pero siempre extremo espectro, caracterizadas por la dureza diamantina de sus tomas de posición, la división dual implacable entre ellos y el Enemigo y el ritual de excomuniones y purgas periódicas. Los concienciados militantes albinianos de Cambio Radical, Antisistema Sistemático, Rebelión con Subvención y la más de moda Desarrollo Físico y Belleza Igualitarios hubieran mirado con desdén el ambiente de la gran sala-cueva, en el que reinaba cierta sana acracia.

Segis quería imponer el orden y le dijo, con tono de disculpa, al pasar:

-Espero que no tendrás una mala imagen de nuestra causa. Desde luego esto no pasa en las asambleas rátidas. Aquí al fin la gente es gente, y se relaja.

-Tranquilo. Lo entiendo. Y lo entenderé mejor si me pasas una cerveza. ¡Benditos naufragios!.

Estaba encantado de su inesperado papel de reportero de guerra. Su especialidad periodística le había llevado a que se le asignara cubrir el reportaje sobre el Caso Rátida. Se dudaba aún sobre cómo denominar la última revolución, y las ratas mismas, temerosas de atraer hostilidad inicial, preferían Nación Rátida a Imperio e insistían en que la palabra rátida misma sólo era el común denominador de individuos solidariamente hermanados en sus ideales.

De repente un silencio expectante y tenso se hizo en la amplia cueva que servía de sala. Había corrido anteriormente el rumor, pero muchos aún optaron por no creerlo: Iba a llegar una delegación, prófuga a su vez pero de la terrible y temible organización central de Piratas Irredentos. Increíble, sobre todo desde que se habían convertido en aliados fácticos de las ratas y además sembraban con sus ataques suicidas, bajo la dirección y el credo de líderes iluminados, el terror en los mares.

Y sin embargo allí estaban, entrando por la puerta y saludando con cierta cordialidad. Hubo en los asistentes una ola de retroceso instintivo. Eran cuatro, con el atuendo que les era propio pero cuidado para la ocasión. Se colocaron en lugar alto y visible para tomar la palabra y, antes de que hablasen, para sorpresa de la concurrencia, Segis y otros les estrecharon la mano y luego explicaron:

-No hay de qué temer; al contrario. Vienen para que seamos más fuertes. Su combate ahora se asemeja al nuestro. Son el P.I.L., Piratas Irredentos Libres, y rechazan al P.I.F., Piratas Irredentos Fundamentalistas. Van a explicároslo.

Entonces tres de los piratas sacaron sus instrumentos, acordeón, armónica y guitarra mientras que el cuarto, que se había mantenido en segundo plano, en la sombra, se colocó al frente y un murmullo mezcla de miedo y desconcierto recorrió la sala. Era el temible Muerte Súbita, conocido por su pericia en el manejo de las armas y su elegancia en el vestir. Aquel día había elegido del cofre la camisa de rayas azules y rojas hecha a la medida por un sastre chino, pantalones con estampado de pata de palo, sombrero negro de ala ancha con falsos agujeros de bala estéticamente repartidos y pañuelo de encaje con sus iniciales primorosamente bordadas por una condesa del Caribe. Calzaba zapatos gris plomo con hebilla de oro macizo. Comenzó la presentación:

-Nos alegra estar con vosotros, galeotes prófugos, exiliados del No-País, observadores extranjeros. Es tiempo de grandes cambios, para todos. También queremos vencer al imperio rátida y tenemos planes importantes para emprender, en todos los sentidos de la palabra, otros derroteros. Pero antes de entrar en detalles de estrategia mis compañeros van a ofreceros, con música, un resumen de nuestros planteamientos.

El trío avanzó, afinó instrumentos y anunció

-Himno del P.I.L.

Y comenzó la actuación. Cada estrofa la interpretaba uno de ellos como solista y los tres cantaban a coro el estribillo.

 

 

 

26

Himno del PIL

 

Somos valientes piratas.

No servimos a las ratas

ni nos va la calavera

que figura en la bandera.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Nos ha impuesto su conquista

la ley fundamentalista:

austeridad sin placeres,

vino, música o mujeres.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Basta de sexualidad

en la negra oscuridad

y evitar derroche vil

de la energía viril.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Estoy hasta la bandera

de la leche de palmera.

Aburre hasta a las ovejas

la salida sin parejas.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

Es norma dura y amarga

ir limpiando con la barba

las tablas de la cubierta.

Tal uso nos desconcierta.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

La plaga de santidad

gusta una barbaridad

al pirata millonario

harto de caviar diario

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Nos dicen que las sirenas

nos esperan por docenas

si nos tiramos de un salto

del precipicio más alto.

Es un plan agotador.

Mejor playa con amor.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Un día con emoción

descubrimos el jamón

pero nos dijo el gurú

que no estaba en el menú.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

El paraíso y la muerte

no son nuestro plato fuerte.

Mucho mejor que estar muerto

una novia en cada puerto.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Ni salvador ni opresión.

Triunfará la rebelión.

A la insoportable horda

tiraremos por la borda.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Nos gusta el mar y la tierra.

Hartos estamos de guerra.

Sobre el barco que transita

que salte y se estrelle Rita.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

La libertad por delante,

ya no hay rata que me espante

ni galeote traidor

de babor o de estribor.

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Aquí estamos, compañeros,

los hermanos marineros

unidos a vuestra lucha,

que la recompensa es mucha.

¡Viva la temeridad!

¡Goce, risa y libertad!

 

Se acabó la prohibición.

¡Queremos ron! ¡Queremos ron!

 

 

Y la sala se deshizo en aplausos.

 

 

 

27

Confidencias

Alguien levantó la mano:

– ¿No erais vosotros los que habíais cometido el atentado contra el Buque Correo?

El ambiente cambió de forma radical, como el paso de una corriente de agua cálida a otra fría.

Una voz había planteado la incómoda pregunta, y ésta parecía flotar sobre las cabezas sin materializarse en palabras. El reflejo adquirido era integrado, profundo y simple. Sin mirarse, la mayor parte de los asistentes supieron que temían la aparición de la Policía del Silencio. Cada vez que se había aludido, tras la catástrofe, el suceso del BC (siempre reducido a siglas y alusiones y raramente al siniestro y víctimas reales) simplemente había sido borrado de expresión ni difusión alguna. Las Ratas del Silencio, un destacamento suave y afelpado, del mismo gris que el entorno, aparecían, como surgidas de la nada, e iban borrando, absorbiendo y eliminando cualquier alusión a las explosiones y hundimiento. No había violencia explícita, sino en algunos casos en los que arrastraban a elementos ruidosos o tenaces fuera de la sala. Bastaba con su eficaz labor de borrado de alusiones, difusión, conversaciones incluso que enmudecían cuando las agentes clavaban en alguno su mirada gélida.

Esperaron verlas aparecer incluso allí, en la seguridad relativa de la Cueva de los Prófugos, y los exgaleotes se miraron luego con desconfianza porque les parecía que hasta las ratas podían adoptar la apariencia de uno de ellos.

Y finalmente a la primera pregunta siguieron otras:

-Hubo cientos de víctimas. De mi familia entre ellos.

-Y un amigo.

-Fue horrible. Se hundió entre explosiones.

-Nadie pudo salvarse.

-No quedaron testigos.

-Ni pruebas. Se hundió todo.

-El Destacamento de Seguridad, que llevaban eficaces funcionarios rátidas, nos aseguró que no pudo recuperarse ni un solo bote salvavidas.

Algunos que hasta entonces habían permanecido callados decidieron intervenir:

-Nos dijeron que era culpa del Gobierno, que os había irritado sin motivo, una lógica y legítima represalia.

-Aseguraron que nunca hubiese ocurrido de estar Babor al mando.

-Que los baboritas nos salvarían y habría siempre paz y amor por doquier.

-Y entonces la población, irritada. atemorizada, y confusa, les dio las llaves del Cofre del Tesoro y del poder y gobierno.

-Nos acordamos, sí, nos acordamos.

Segis miró con inquietud, de soslayo, a Muerte Súbita, pero ni él ni sus compañeros parecían incómodos por la situación. Por el contrario, simplemente levantaron la mano para solicitar silencio, Muerte Súbita se quitó el sombrero y, a guisa de respuesta, interpretaron con sus instrumentos una breve y triste melodía terminada por largos y profundos acordes. Luego dijeron:

-Os vamos a explicar lo que ocurrió, o al menos lo que de ello sabemos, en aquella funesta ocasión. Preguntad cuanto queráis. Nosotros nada tuvimos que ver con aquel suceso, pero ignoramos si una facción pirata lo aprovechó para cobrar como mercenarios. Supimos que el mando rátida nos presentaba como culpables para difundir el terror porque somos imprevisibles. El P.I.F. pensó que nos beneficiaba, pero se mantuvo distante del asunto. Ya entonces el P.I.L. manifestó su disconformidad. No era nuestro estilo, teníamos proyectos de vivir de otra manera, cada vez lo pasábamos peor. La Dirección Irredenta impuso el juramento público varias veces al día todos reunidos en cubierta y siempre con la cabeza cubierta por el gorro negro con borlas de calaveras. Luego nos os obligó a hacer prácticas de fidelidad kamikaze tirándonos de una tabla cada vez más alta en bajíos de escasa profundidad.

– ¿Y no os rebelabais? -preguntó el público.

-Las rebeliones, parece que no, pero llevan su tiempo. Y el tiempo llegó cuando el Comité de Pureza Extrema pasó a la etapa de completo dominio y exterminio.

-Ah, la de los vuelos divinos-recordó alguien.

-En efecto. Para acabar con barcos y tripulantes enemigos, que lo eran todos menos nosotros, los piratas agraciados con la posibilidad de muerte heroica debían tirarse desde los acantilados cuando las naves pasaban por debajo, de manera que, si calculaban correctamente, perforaran la cubierta e incluso el casco y eliminaran a cuantos navegantes fuese posible por el impacto de su cuerpo transformado en proyectil.

-Brillante idea-dijo uno.

-Economiza pólvora-añadió otro.

– ¿Y a cambio?

-Nos matábamos. Y entonces íbamos al paraíso verde marino donde nos esperaban, a cada uno, ochenta y dos sirenas purísimas pero libidinosas.

El auditorio, desconcertado, apuntó:

-Pues no valía mucho la pena.

-Vaya plan.

-Y eso para los elegidos.

-Imagínate el infierno entonces.

-Vamos a lo esencial: Si vosotros no fuisteis responsables de lo del Buque Correo, ¿quién lo fue?.

-Se ignora- Muerte Súbita se cubrió de nuevo la cabeza. Los tres guardaron sus instrumentos y Segis dijo:

-Visto. Cambiemos de tema. Ahora lo que importa es la elaboración del plan.

Comenzó una actividad febril. El gran golpe debía ser definitivo, radical y simultáneo. La fuerza de las ratas estaba en su número, en su reproducción vertiginosa y en la sagaz política de difusión y división que llevaban a cabo entre propios y extraños, de manera que nadie estaba seguro de la fidelidad de nadie y, por sectores compartimentados, agrupaciones, destacamentos de apoyo y galeras, se repartían, simultáneamente pero guardando formas de información confidencial y privilegiada, incentivos de participación en cofres del tesoro, promesas de perfecta igualdad y mascarones de proa personalizados.

Hacía falta unir a los galeotes, estar seguros de su apoyo. Y esto no era nada fácil. Por lo pronto las Chicas de la Técnica, que había sido galeotes en salas de máquinas y compartimentos de calderas, estaban calculando efectivos de flotación suplementaria que serían liberados en el momento preciso. Y la Sección de Comunicaciones se enfrentaba a la tarea, esencial, de obtener respuestas fiables de los galeotes, sin olvidar los llamados mutantes, que en realidad no eran sino aspirantes, por semejanza y asimilación, a unirse a la nación rátida. A ellos había pertenecido el hermano de Orky, Óskar, al que se buscó para que los orientara sobre la organización policial interna.

-No lo encuentro-dijo Orky.

-Ni yo. Y eso que durmió conmigo-añadió Glamy, la joven que la noche anterior había compartido hasta altas horas copas y canciones con él.

– ¿Cuándo se separó de ti?

-Al despertarnos con la llamada comentó que todavía tenía mucho sueño, sólo habíamos dormido dos horas. Dijo que iba a bañarse en un rincón tranquilo para ver si así se despejaba, que desayunara yo sin él.

-Probablemente está aún durmiendo la borrachera en alguna playa.

La noche anterior Glamy y los demás habían formado parte del más ruidoso y alegre grupo, al que se había unido con entusiasmo la delegación de Piratas Irredentos Libres al grito de ¡Queremos vino y mujeres! ¡Comida, comida y música! Hubo brotes de encendidas protestas por algunas feministas, pero se disolvieron pronto en el jolgorio general y los piratas hallaron incluso una acogida particularmente cálida. Algunos contaron historias que conmovieron y asombraron a su auditorio. Los exgaleotes estaban sorprendidos de que aquellos tipos, que bogaban por los siete mares gozando de la libertad que ellos no habían tenido, tuviesen tristes experiencias de opresión.

– ¿Cómo pudo ocurrir?

Pero ellos se mostraron reacios a dar pormenores hasta que a la mañana siguiente explicara a la asamblea los principios básicos P I L. su delegado, y los demás prefirieron no ahondar en la herida. Sólo finalmente, y al calor de numerosas copas, con voz aguardentosa uno de ellos se puso a rememorar, como quien murmura a sí mismo, algún episodio de su triste pasado:

-Pasó varios días en el extremo del palo mayor….Lo oíamos hablar muy fuerte…Al cielo…Alzaba la mano para tocarlo… ¿Días? Sí, no sé cuántos….¿Comida?…Tal vez se llevó comida y agua….Cuando bajó no tenía mal aspecto pero entonces ya era Iluminado Magnífico, así había que llamarle…Tenía su grupo…Se propagó cuanto decía.

-También daban bastante miedo sus guardias…los controladores de la pureza y la fidelidad, el Clero Tinta Negra, apodados Los Chipirones.

Desde la silla vecina, echado completamente borracho sobre la mesa, otro de los piratas quiso intervenir en un brote de apasionada insistencia.

-Sí, los Chipirones…Los llamábamos así por las túnicas y las capuchas grandes….Me dieron un palo, aquí, aquí.

Señaló la zona afectada y luego volvió a dormirse sin conseguir alcanzar la botella más próxima.

El primer pirata continuó su relato:

-La gente estaba muy aburrida con la calma chicha…Comíamos poco…de mujeres nada…Mucho sol…muchas visiones…Ya no seríamos piratas vulgares…Todos creerían en nosotros, o trabajarían para nosotros, o los aplastaríamos nosotros…Las sirenas….las ochenta y dos sirenas…No queríamos tantas sirenas….¡No, no, no!

Se echó a llorar con lágrimas etílicas, pero los demás lo consolaron.

-Tranquilo, compañero. Nada de eso va a ocurrir.

La voz pausada y llena de autoridad pareció ejercer un efecto de instantáneo apaciguamiento en la sala. Muerte Súbita no había hablado apenas anteriormente y ahora mostraba un aspecto y atuendo particularmente impecables por contraste con el de los demás. El representante de los PIL se dirigía al auditorio desde una mesa de poca altura en un lateral, pero todas las miradas se volvieron hacia él. Que no estaba solo. Lo. acompañaba una figura que, sin esperar presentaciones, avanzó unos pasos y se despojó de sombrero y capa. Hizo una reverencia:

-Os presento a Pirata Prófuga-dijo él.

-Me llamo Angelina-añadió ella- ¡Se acabaron las no-mujeres! ¡No más banderas ambulantes!

– ¡Bien dicho! – animó desde debajo de la mesa donde yacía el borracho, que se despertaba de cuando en cuando para lanzar consignas de apoyo:

– ¡Programa, programa, programa! ¡Vino, jamón, mujeres simpáticas y guitarras para todos! – y volvió a sumirse en profundo sueño.

El auditorio no entendía, comenzó a comprender cuando entre los asistentes otros piratas se despojaron igualmente de sombreros y mantos color arena y de los parches que en vez de un ojo les tapaban la boca y se declararon también prófugas.

-Los de Fundamentalistas Puros decidieron hace tiempo que era muy práctico utilizar a las hembras como banderas, de forma que los extraños a la causa pudieran a simple vista, todos los días, a cualquier hora y en cualquier ocasión, en mar y en tierra, comprobar la fuerza y existencia de los de Iluminado Máximo. -aclaró Muerte Súbita.

– ¡Estabais también en los barcos! -dijeron algunos piratas asombrados.

-Y en todas partes, En mar y en tierra. -afirmó Angelina- Hemos sido la propaganda más eficaz para infundir miedo porque no hay bandera tan numerosa. Nuestra ausencia o nuestra presencia como un bulto extraño, una sombra, era el mejor signo de poder del tronco originario PIF. Hubo variantes, pero sin que pudiese faltar jamás la estrella parda cosida a la ropa desde la infancia.

– ¿Nadie de los extranjeros lo descubrió?

-Estaba descubierto desde siempre, era tan evidente como la luz del día, pero había mucho miedo y las quintas columnas de atemorizados, muy numerosas, defendían la estética del bozal, el respeto a los usos tradicionales y la comodidad del manto arenoso, según aquello de reivindicar las raíces étnicas que obligaron a los habitantes de las dunas, según el mito de la Opresión Ancestral, a echarse al mar.-explicó la oradora prófuga.

– ¡Programa, rebelión, programa! -gritó el borracho antes de dormirse de nuevo.

– ¡Ahora se acabó la bandera gratuita! Vamos a ir a por ellos. -Y Angelina selló su discurso con un apasionado beso que desveló a la concurrencia su relación con Muerte Súbita.

Hubo ovación, aplauso general y no pocas imitaciones.

 

 

 

28

Cónclave

 

Las fuerzas rátidas no estaban ociosas y celebraban también en esos momentos una reunión general en la que se proponían sopesar alianzas y calibrar fuerzas. Los aliados y asimilados, entre los que se encontraban los jefes de Mustélidos y de Mercenarios Light, esperaban órdenes. Los Galeotes Colaboradores, se sorprendieron al encontrar una faceta nueva en alguien muy conocido entre los dirigentes rátidas. Para la ocasión todos ellos lucían sus condecoraciones, y Rata Máxima, que se sentaba modestamente a la misma altura y junto a Rata Segunda como si gozase de similar categoría, llevaba el pecho cubierto de ellas. En su fuero interno, echaba de menos la que se prendería en el futuro, tras la victoria indiscutible: Un barco cargado de sobres que desaparecía entre las olas. Rata Igualísima, antes Rata Tonta, había sido seleccionada en principio como miembro dirigente por su escasez de luces entre una camada de crías particularmente torpes y afanosas. Instalada y alimentada durante largo tiempo en cubículo aparte, Rata Tonta fue presentada en sociedad en el momento oportuno. Había sido declarada imagen ideal, creía con firmeza poseer las dotes y estar predestinada a cumplir los fines para los que se la había investido. Era gris perla, a veces marfileña según las circunstancias, angelical, inocente, rebosante de fe en el paraíso de paz universal y tribus armónicas al que había sido llamada a llevar a los suyos. Jamás podría ser enemigo; atraería, como el canto de los ruiseñores y las placas solares, la simpatía general. El tono de su pelaje fue aclarándose hasta el blanco más cándido. Primero fue para el público Rata Etérea. Luego se prefirió el título, más comprometido con los cambios sociales que se avecinaban, de Igualísima. Mi corazón es un copo de nieve sin más ley que la del agua pura. Mi mente es un estanque donde reposan las aves peregrinas. Mi aliento es aire que se une al del eterno sufridor de la injusticia anunció en la primera proclama. Y todos aplaudieron su programa de gobierno.

Ahora buscaban en ella esa sublime comprensión, superior, global, de los sucesos. Rata Segunda era hábil, expeditiva, ordenada, inapelable una vez daba directivas y marcaba pautas y estrategia. Pero la voz de Igualísima transcendía al ruido y la atropellada sucesión de los acontecimientos, les protegía como las nubes porque nada importaban los actos concretos, las realidades ni las bajas si se observaban desde su altura, como simples y pasajeras espumas del oleaje que en nada serían capaces de cambiar la masa del poder rátida y la convicción de su victoria en todos los frentes.

-Somos las gotas del mar, somos la clase innumerable semejante a las algas, somos lo que siempre flota, como las hojas, como los fragmentos de madera, como….

Rata Segunda consideró oportuno dar paso a las preguntas y cortar la enumeración de símiles en la que se había embarcado en pleno éxtasis Rata Primera, con las acolchadas patas delanteras cruzadas sobre el pecho y las garras hundidas en su largo y claro pelaje.

-Decid, decid, compañeras.

– ¿Hay realmente peligro? Los galeotes están controlados, están incluso convencidos de que la igualdad que les ofrecemos merece cualquier precio; y, sobre todo, están divididos.

La Rata Portavoz del Secretariado expresaba las dudas de gran parte de las reunidas. Estaban sorprendidas por la brusquedad de formas de la convocatoria, por la repentina alarma ante un peligro que les parecía imaginario, por el colofón abrupto de la agradable embriaguez de la reciente fiesta. Acababan de recibir pruebas de la inminencia de su reconocimiento como nación por parte de la comunidad mundial. Y he aquí que, en lugar de las luminarias del festejo, se encendían las luces rojas de emergencia.

-Lo hay. Y debemos prevenirlo. Pero somos muchas más que el lamentable, desunido, desigual elemento humano.

Rata Segunda se expresaba con voz tranquila. Se expuso el plan, que no debía reflejarse en documento alguno y que sólo se comunicaría a los aliados de manera fragmentaria. Los puntos de base de la autocrítica eran corregir los errores cometidos en la cadena Escuela-Propaganda-Selección-Aprovechamiento de Recursos Humanos. La etapa final, altamente ecológica, ergonómica, económica y nutritiva, no se había llevado a cabo con discreción, rapidez y eficacia suficientes. Muchos eran los prófugos, elementos indeseables, caducos, defectuosos, de escasa o nula rentabilidad previsible, dados a actividades de placer personal, lúdicas, que incluían aspirar el humo de hierbas, ingerir manjares del Antiguo Régimen y recordar viejas libertades.

-No puede haber tantos prófugos. Los aprovechamos. -protestó Rata Ecónoma.

-Vaya si los aprovechamos-afirmó al fondo alguna, mientras se relamía el hocico.

-Por lo pronto, respecto a estos elementos peligrosos…-la estratega bajó la voz para comentarles la lista de nombres y el plan.

La sesión fue muy larga. Y sólo cuando tripulaciones, tareas, armamento y tácticas sucesivas se definieron el cónclave rátida decidió pasar a la etapa de comunicación y coordinación con sus aliados.

-Que entren.

La delegación de Piratas Irredentos apareció con su nuevo jefe a la cabeza, Muertesana, estaba exultante. Había logrado su sueño, desbancar al odioso y popular Muerte Súbita, hacerse con la confianza de Iluminado Magnífico y servir de enlace al temible Clero Tinta Negra. Ahora llevaba la calavera honorífica cosida al jubón de terciopelo y rodeada, bordado en oro, del lema “Sólo quedarán los nuestros”, al que se había añadido apresuradamente en punto de cruz “Y los hermanos rátidas, claro”.

-Mi barco, el más veloz y silencioso, está a vuestra disposición. -dijo.

– ¿Cuánto? -preguntó Rata Ecónoma.

-Oh, menos de lo acostumbrado. Luchamos contra el mismo enemigo, somos hermanos…o casi.

Desde el fondo, avanzó un grupo recién llegado que quería hacerse oír. Algunas ratas los miraron perplejas y pidieron explicaciones con la mirada al Secretariado.

-Tranquilas. Aunque no parezcan de los nuestros trabajarán para nosotros-se les dijo.

Eran un vistoso y curioso conjunto, amalgama más bien de grupos diversos, con una miríada de tocados, banderines y pancartas entre las cuales una mucho más grande parecía ser el lema común, lo que no impedía que disputaran entre sí sobre el lugar que en las filas les correspondía. Ésta rezaba “¡Contra el centralismo invasor!” y más abajo en caracteres pequeños “Apoyemos la diversidad rátida. Même combat”.

Se trataba de las nanotribus de galeotes colaboradores, y comenzaron a ofrecer sus servicios y fidelidades de una forma algo atropellada.

– ¿Deseáis algo a cambio o es pura generosidad y convencimiento? -preguntó, con cierto deje irónico, la Rata Escribiente.

En lugar de contestar directamente, algunos que vestían tocados diversos se adelantaron y, tras anunciar

-Primero cumplamos nuestros ritos.

se pusieron a efectuar una especie de danzas, diferentes según origen. Unos daban en solitario grandes saltos, amagaban golpearse con largos bastones y amenazaban al aire, al techo y a los asistentes dando patadas al vacío. Otros, a cierta distancia y tomados de la mano, se hacían continuas reverencias, escenificaban, desplazándose circularmente de rodillas, la adoración del suelo indígena y besaban, por último, el centro, que llamaban ónfalos euralio.

El secretariado rátida los observaba con estupor. Cuando acabaron, los dirigentes de las nanotribus avanzaron y dijeron:

-Comprendemos, y compartimos, la opresión del imperialismo centrista humano que vosotras habéis sufrido. Nos embarga la satisfacción ante la perspectiva de la lucha contra el enemigo común.

Rata Máxima, hasta entonces silenciosa, pidió:

-Que se adelanten las principales víctimas.

Estalló un tumulto considerable porque los colaboradores de las nanotribus se atropellaban unos a otros. En su fuero interno Rata Máxima sintió que su superioridad sobre los galeotes estaba plenamente justificada.

Entre los miembros de aquel grupo algunos habían hallado la compensación a su escasa estatura y dominaban la técnica de construir pirámides humanas. Lo hicieron con rapidez y, desde esa altura, imponiéndose al resto, anunciaron:

-Nuestros precios son modestos y, como siempre, negociables. Seremos vuestros intermediarios en la adquisición de los mejores quesos. Por una módica tarifa.

– ¿Cómo os llamáis? -preguntó Rata Escribiente.

-Nuestro lugar se llama Butifalia. También se nos conoce como Los Insaciables del Rincón Este.

Manejando diestramente el hacha de deforestación que solían utilizar como navaja multiusos y dando de nuevo grandes y desconcertantes saltos, intervino otro jefe nanotribal:

-Despreciamos las mezquinas recompensas. Aceptaremos simplemente la cesión eterna de colinas, mares y ríos ancestrales que desde los albores de la creación nos corresponden. Con sus minas, pepitas auríferas y manzanos descendientes de la fruta bíblica cuyo árbol, naturalmente, se encontraba en uno de nuestros valles. Guardado por la famosa serpiente cuya progenie no ha cesado de multiplicarse en nuestras idílicas tierras. Somos los BIPS.

– ¿Quiénes?

-Los Brincadores Incesantes Pura Sangre-aclaró el representante de la nanotribu de la Montaña Norte.

Rata Ecónoma, que apuntaba costes, interrogó respetuosamente, pero con inquietud, a los directivos:

– ¿Hacen falta realmente? Son muchos gastos. Puede que baste con prevenir sin más. Quizás si tienen miedo…Un buen susto….Los galeotes nos verían de nuevo como a sus salvadores, rechazarían a sus jefes, delatarían a los prófugos. Algo como lo del Buque Correo….

Las orejas y bigotes de Rata Máxima se habían tensado y sus dulces ojos verdes estaban inyectados en sangre. Cortó la palabra a Rata Ecónoma:

-No hay que citar jamás aquel desgraciado incidente, el lamentable acto terrorista, de origen desconocido y obra de elementos incontrolables, Piratas Irredentos y asociados…Nosotras trajimos la paz.

-Ah, no. Mi jefatura no admite mezclas con aquel asunto-protestó Muertesana.

-Pues en su momento os vino muy bien la atribución. Poder, gloria y recompensas. ¿Quién no os teme? ¿Olvidas la rendición preventiva, el derecho de peaje secreto que el Gobierno os acordó en todos los estrechos de los siete mares? -se le respondió.

-Atendamos al presente.

Gorgony, hasta entonces silenciosa y alerta, y Rata Segunda casi hablaron a coro y desplegaron los planos que asignaban a cada uno su tarea. La estrategia era tan minuciosa que todos quedaron impresionados. No se limitaba a un enfrentamiento. La dirección rátida aprovechaba la ocasión para eliminar toda disidencia, extenderse por el mundo y aumentar su fuerza y su prestigio de forma que en breve serían imperio dominante.

 

 

 

 

29

Las armas del Imperio

 

La relación del armamento dejó a los congregados estupefactos. Ni las ratas ni sus aliados habían pensado seriamente que pudieran ser algún día tan poderosas. Las nanotribus decidieron tomar notas y añadir sus símbolos a la previsible y victoriosa insignia imperial. La exaltación llegó al máximo cuando Rata Segunda anunció:

-Además del nuevo armamento, de reciente diseño, hace tiempo que hemos establecido secretas y poderosas alianzas. Kimyrata III del Norte nos apoya con entusiasmo. En su reducto del Lejano Oriente han hecho grandes progresos en unidad homogénea perfecta. Su doctrina se encierra en los quinientos mil volúmenes de sus obras ideológicas que, recubiertas de resistente metal, son disparadas con regularidad hacia otras naciones. En cuanto a las armas, hemos recurrido a las biológicas.

Varias ayudantes procedieron a repartir copias del nuevo diseño armamentístico. En unos modelos se mostraban, bajo el nombre de “Rata peluche”, amorosos muñecos ratoniles con mochilitas cargadas de peste bubónica. En otros figuraba una simple bola de pequeño tamaño envuelta en brillante y atractivo papel rojo.

-Es un bombón-dijo alguien, y lo olfateó-Huele a chocolate.

Gorgony sonrió y lo puso en la palma de su mano.

-Está todavía en etapa experimental, pero casi listo. Lo debemos a la inspiración de Gran Calamar Inteligente. Los fabricaremos por millares. Contienen huevas de la especie más letal de calamar feroz, una raza extrasolar con un gran futuro en nuestra galaxia

Llovieron los elogios.

-Tiene todo el aspecto de un bombón de licor con cereza.

-Está muy conseguido.

– ¿Y si nos muerde?

Gorgony los tranquilizó:

-Éste es sólo un prototipo inofensivo.

Eran armas sofisticadas que entretuvieron largo rato a la concurrencia. Hasta que aparecieron, transportados por varios porteadores, gruesos fajos de papel que recordaban a las antiguas ediciones diarias de prensa.

– ¡Mirad! No nos hemos dedicado exclusivamente a la logística ocasional ni hemos esperado a que el peligro y la inminencia de la batalla llamase a nuestras puertas. Llevamos más tiempo del que creéis preparando el terreno. ¡Miedo! ¡Temor! ¡Amenaza! ¡Salvación! -proclamó la Directiva en pleno con legítimo orgullo por su trabajo.

La sala había quedado cubierta de hojas de todos los tamaños. No correspondían a los habituales carteles, folletos y avisos que se distribuían en abundancia, por diversos medios y con regularidad entre los galeotes, y en los que solía leerse, con diversas variantes.

 

Diktátor puede volver

si no hay ratas al poder.

 

Estribor es el horror.

¡Vivan la paz y el amor!

 

Estriborita es lo mismo

que el crimen del elitismo.

 

Sólo hay un gran criminal:

El sistema desigual.

 

Tened siempre en la memoria

los agravios de la Historia.

 

Las ratas nos han salvado

de aquel Gobierno malvado.

 

Las encargadas de transmisión cultural e histórica explicaron:

-Hemos variado nuestras técnicas al ritmo de los tiempos. El lenguaje puede ser un instrumento útil, previa reducción y elaboración, pero no deja de ser un estorbo. Impera la….¡imagen!

-Efectivamente-añadió una de sus compañeras- Querámoslo o no, la época de la tiranía de Diktátor, su figura y existencia mismas, el episodio del Buque Correo, el pánico y ola de movilizaciones públicas de entonces se van desdibujando en la memoria colectiva. No sabemos por cuánto tiempo los galeotes responderán aún a las palabras clave, las consignas de rechazo, los conjuros contra el Mal, los resortes de incondicional adhesión. No tienen suficiente miedo. Les han llegado noticias de otras referencias.

-No tienen suficiente miedo localizado, pero tienen muchos más miedos de menor tamaño- terció Rata Segunda-, cosas que pueden perder, que no saben bien cómo nombrar, confusión respecto a los enemigos, desorientación temporal…No hicimos suficientemente bien nuestro trabajo pedagógico.

– ¡Textos, textos! Farragoso, aburrido. Aunque hayamos eliminado ya buena parte del vocabulario del antiguo sistema- la encargada de transmisión cultural defendió con entusiasmo su obra. – ¡Época de claridad, sin medias tintas! ¿No hemos adaptado la labor física y ecológica, de gran valor formativo, de los galeotes y al tiempo la mecanización de nuestros barcos? ¡Imágenes, sólo imágenes! Mirad.

Y señaló lo que el auditorio tenía entre sus manos. Efectivamente, de forma instantánea se percibían en las ilustraciones mensajes de sentido inequívoco, la figura amenazadora y voraz de Diktátor alzándose sobre un paisaje de ciudades en ruinas, ciudadanos esqueléticos y familias crucificadas, con un primer plano en vivos colores de ratas y galeotes salvadores que se preparaban para hacerle frente, islas paradisiacas hacia las que bogaban engalanadas carabelas, piratas irredentos que se hundían en las olas gracias a la oportuna intervención de los cómitres de Mercenarios Light, países, penínsulas y gigantescos cuerpos y rostros compuestos, si se miraban con cierta atención, por miles de puntos que eran sonrientes cabezas de rata cubiertas a veces por tocados diversos como gorras, boinas chatas, boinas puntiagudas, boinas enormes, boinas con extremo de arco iris, boinas peludas, boinas negras y rojas reversibles, sombreros de copa plegables en versión boina. Incluso había, además de material en papel, grandes colchas y tapices en tejido que reproducía los mismos motivos, de manera que los fieles se sintieran arropados por los millares que compartían sus sentimientos.

-Tenemos, además, otra arma. Pero para utilizarla hará falta un golpe de mano. -dijo Gorgony.

Hubo expectación. Rata Máxima dijo:

-El salto al reconocimiento internacional nos es ahora imprescindible, y para ello, como con el manejo de la imagen, debemos filtrar las noticias, tanto la información de consumo externo como la proyectada hacia el exterior. Nada debe transcender hasta la victoria. Sabemos que hay elementos foráneos incontrolados. Pero también sabemos cómo hacerles entrar en razón; y que transmitan lo que nos conviene. Gorgony se encarga del asunto.

Le dio a ella la palabra. Gorgony rezumaba seducción, y nadie era ajeno a ello. Menos que nadie Rata Segunda y no pocos del comité directivo. Contribuía a esto su naturaleza ambigua, las mutaciones lábiles de su aspecto, el brillo cambiante de su piel, la fijeza de sus ojos, la vida propia que parecía tener su cabellera y la agilidad de las manos, a veces en un reposo cálido sobre el brazo o el hombro de algún asistente, otras dispuestas a saltar como si tomara impulso con sus largas uñas.

Gorgony les descubrió que el enemigo disponía de más información de la que pensaban.

-…Una mujer…una galeote prófuga. Capaz de trazar los planos esenciales de nuestra flota. Podía parecer inofensiva, pero la hemos subestimado, como a otros. Casi estaba entre los desechos, debería haber sido eliminada, aprovechada en Recursos Humanos en el momento adecuado. Pero no se hizo, huyó, con los conocimientos que poseía. Nuestro espía nos informa de que está confabulándose con los elementos foráneos.

La inquietud recorrió, como una ola, la gran sala.

Con un ademán casi maternal, los directivos y Gorgony apaciguaron sus temores.

-Tranquilos. Sabemos perfectamente cómo hacer.

 

 

 

30

Offing agente secreto.

 

En la playa reinaba la calma del final del atardecer. Offing caminaba solo camino de la pequeña cala, algo alejada, que ya conocía y que podía resultar desapercibida entre dos entrantes de rocas. Junto a la pared casi vertical de uno de los extremos se había hundido el lecho marino y el agua era honda y formaba una corriente que, tras chocar con las elevaciones laterales, refluía de nuevo hacia el mar y se adentraba en él en un rápido río visible por la inclinación de las algas.

Offing conocía ahora, instruido por algunos piratas y galeotes, por Metáforos y por sus propias dotes como nativo de un país de larga tradición naval y hombre acostumbrado a largos viajes, las corrientes de la zona. Le interesaba una en concreto, la del Golfillo, que sabía llegaba, en aquella época del año, a las costas de Albinia. Había preferido no compartir su idea con nadie para no despertar las burlas de sus compañeros ni mezclar a Gal en algo que, inexplicablemente, le unía, por su misma carencia de seguridad ni lógica, a ella. Cuando no estaban juntos la veía en todas partes, era consciente de que Gal observaba las olas, el cielo, el perfil oscuro de las rocas y la aparición de la luna al tiempo que él, lo mismo que él, en algún momento, y le parecía tocarla en cada superficie por donde pasaba la mano. Nunca le había ocurrido nada semejante. Naturalmente había estado con chicas, e incluso practicado, como buen inglés, vicios inocuos de categoría menor, como hacerles vestirse de colegialas con uniformes escolares comprados en M&Smith, pero aquello era tan distinto…

Su plan privado de transmisión de mensajes era su reducto de meditación, soledad y de aquella nueva libertad que consistía en estar libre de sentirse apegado a alguien y de dedicarse a tareas sin probable futuro ni fundamento.

Aunque, ¿quién sabía? Aquello podía funcionar. La comunicación con Albinia, con las naciones exteriores, era difícil, podía ser interceptada, la corriente de Golfillo era rápida, segura y discurría lejos del territorio rátida. En la Cala de los Malditos se apilaban innumerables botellas rescatadas de bodegas de naufragios y repescadas, y consumidas por los prófugos. Offing introdujo sus mensajes explicando la situación, fecha, latitud y longitud y finalizando con un toque de alarma y de premura ante el peligro que representaba en realidad la dulce, pacífica e igualitaria nación rátida. Añadía peticiones de auxilio y su identificación como periodista. Una vez bien sellada la botella la confiaba a la rápida corriente, una tras otra, con mensajes semejantes. Alguna hallaría su destinatario.

A la vuelta, ya en la oscuridad, corrió hacia él una figura que reconoció desde lejos por la forma de andar y porque, en un intento de coquetería, Gal se había puesto últimamente un chal, encontrado en el almacén de restos de naufragios, de fino encaje que ondeaba al viento.

– ¿Dónde estabas? Éstos son momentos importantes. Hay mucho que decidir. Se está planeando la primera ofensiva, algo rápido que les prive de un elemento esencial.

Offing la besó primero y luego le pidió que continuara con sus explicaciones. Había reunión general. Se elegiría a los miembros del comando y la forma de ataque. El resultado dependía de la coordinación y de la rapidez. Además Muerte Súbita y Angelina les habían anunciado que pensaban darles una sorpresa, una prueba contra las ratas con la que no contaba nadie.

Se apresuraron, entraron en la sala y avanzaron, no sin trabajo porque la masa era casi compacta, hasta colocarse al lado de Metáforos. Reinaba un atento fervor que contrastaba con la anterior frivolidad del ambiente festivo. Habían llegado noticias precisas, con documentación incluida, sobre la galera de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Desde hacía largo tiempo se comentaba la insistencia rátida, aliada con un Gobierno humano temeroso y oportunista, en imponer absolutamente a todos la obtención de un cuerpo ejemplar e impecablemente sano, avezado en la continua marcha a pie, a ser posible con alguna carga como bolsas, maletas y artilugios rodantes. Se impusieron además el consumo de algas, los productos superbióticos de huertos urbanos y la ingestión del rocío de prados municipales. Las leyes de protección y recuperación del agro y de abominación de los agresivos transportes introducidos desde el siglo XIX habían ido produciendo ya la silenciosa fosilización de algunas ciudades, por cuyos espacios sin transporte deambulaban escasos y fatigados viandantes que se refugiaban en los portales cuando anunciaban su paso los escuadrones rataciclo. El plan rátida, discreto, insistente y de largo alcance, daba sus frutos; Civilización, libertad y autonomía individual se iban desvaneciendo con la lenta muerte de las ciudades. El programa de regreso al neolítico y culto a la Madre Naturaleza hizo su efecto: Empezaron a desaparecer gente de edad, disidentes y en general cualquiera que no deseara, quisiera o pudiera desplazarse a pie por el desierto pavimentado en el que se convertían las otrora animadas vías, cines, bares, restaurantes y comercios. Los humanos deportivos, prepotentes y mimados por donaciones y propaganda, desfilaban con frecuencia en maratones cotidianos que privaban del poco espacio aún disponible al ciudadano habitual.

-No entendemos. ¿Las ratas pudieron hacer esto solas, someter a todo el mundo a condiciones cada vez peores? ¿Sin protestas? -preguntaron varios.

-Protestas hubo, pero pocas, tímidas, silenciosas, rápidamente acalladas por un diluvio de improperios como ¡Estriboritas!, ¡Diktatoristas!, ¡Enemigos de las ballenas!, ¡Corruptores del éter! –se les respondió.

-Además las ratas no estaban solas. -Segis había tomado a su cargo la exposición pormenorizada- Durante largo tiempo el camino fue allanado por sus colaboradores humanos con cuartel general en la Dirección Urbana de la capital del No-País. Había allí un grupo singularmente eficaz identificado por completo, incluso físicamente en su líder femenina, con los principios de Rata Máxima. Esperaban llegar a altos y confortables destinos una vez conseguidos el igualitarismo total y la completa destrucción de cuanto antes hubiese destacado. Tras su victoria por aclamación popular después del episodio del Buque Correo, las ratas dieron el siguiente paso, justificado con las consignas de regreso completo al estado primigenio. Su teoría era que la sociedad no podía permitirse el desperdicio de elementos aprovechables y que el cuerpo era un cultivo como cualquier otro que debía contemplarse en función de su beneficio social. Por lo tanto el lema “cadáveres impecables” se impuso, así como el escarnio, la persecución y la denuncia de cuantos se resistieran al ideal del sano primate neolítico, de vida breve pero adecuada a su utilidad para el planeta Tierra y a cuyas virtudes de respeto al medio sólo faltaba el dominio de la bicicleta.

Lo que eran rumores, y se había tachado de propaganda antirrátida, se veía ahora confirmado por datos y testimonios sobre el significado final de “Aprovechamiento” y el destino que esperaba a los habitantes del mundo. Los concurrentes supieron, sin embargo, dominar su indignación para, como se impuso en consigna, transformar aquella energía en estrategia que devolviese a ciudades y ciudadanos la vida que se les robaba.

No convenía perder tiempo en denuestos, demostraciones de horror, gritos y llantos. Se procedió a distribuir en grupos de acción a los asistentes. Iba a atacarse en primer lugar a los puntos donde las ratas menos lo esperaban, al Galeón de los Almacenes de Memoria, al Buque-Escuela, para poner a los niños a salvo en lugar seguro, y al Galeón de Castigo y su conexión con Aprovechamiento de Recursos Humanos. Era importante, antes de destruirlos, obtener material que sirviera como prueba contra los opresores, que se habían mostrado siempre sumamente hábiles en proyección de imagen y propaganda.

-Será difícil atraer a nuestra causa a la mayoría. Muchos creen que pueden obtener beneficios, pese a todo, de la situación simplemente dejando ocupar a las ratas amplios territorios y sirviéndoles gratuito y abundante queso. -opinaron varios con aire mortecino.

Los asistentes se dividieron. La exaltación indignada y la euforia habían dado paso, como las crestas de una ola, al agua baja que arrastraba el oscuro lodo del fondo.

-La seguridad no es la que era-dijo Segis, y Gal, Offing y Metáforos asintieron, pero sin dejarse llevar y convencidos de que sería fugaz el pesimismo.

– ¿Qué dice el PIL? ¿Dónde están los representantes de Piratas Irredentos Libres? – la pregunta recorrió la sala.

Y encontró respuesta en la entrada, por donde avanzaban Muerte Súbita y Angelina, diciendo:

-Estoy aquí. Y os traemos algo.

 

 

 

31

El Hallazgo

 

Cumpliendo lo prometido, el jefe pirata disidente se dirigía hacia el centro de la asamblea llevando en la mano un objeto cuidadosamente envuelto.

-Os prometí un arma. No lo es exactamente, pero puede ser mucho más eficaz que los cañones.

Cundió la expectación. Las filas se apretaron alrededor de Muerte Súbita. Angelina intervino:

-El uso del arma requiere una explicación. En sí os parecerá poca cosa, pero fue mucho lo que comenzó con ella, marcó la época del gran cambio, la entrega de las llaves del Cofre a la nación rátida y la sumisión del No-País. Mirad:

Desplegó un antiguo mapa en el cual estaban marcadas las aguas territoriales y los litorales del anterior régimen.

– ¿Recordáis dónde se hundió, bueno, hundieron con aquella explosión asesina el Buque Correo?

-Aproximadamente ahí- señalaron varios.

-Nunca se hallaron los restos, ni hubo expediciones investigadoras, ¿verdad? – continuó Muerte Súbita.

-No. Se aceptó enseguida la denuncia popular contra el Gobierno de entonces, apoyada ésta por las ratas, que prometieron seguridad y condena de los culpables. Lástima que los pocos detenidos murieran tan rápidamente. – Los de más edad llevaban el peso del relato mientras que los jóvenes escuchaban con curiosidad una historia que les era o desconocida o dada por zanjada y caduca.

-Pues bien, nosotros hemos encontrado esto.

Desenvolvió el paquete y hubo un rumor de decepción. Sobre la mesa no había sino un trozo de madera viejo, astillado y ennegrecido, con algunos signos.

– ¡No es un arma! -exclamaron.

-Pero sí una prueba. Se trata de un trozo del Buque Correo. Examinadlo.

Se lo fueron pasando. Efectivamente, en él, visible, aunque cubierto de una capa ennegrecida, se distinguía el logotipo característico. Y la marca de algo que no eran dedos humanos, sino uñas de roedores.

-Bien. Y ¿qué hacemos con eso? Las marcas nada prueban, en los barcos siempre ha habido ratas. Sabemos que hubo una explosión y es normal que esté ennegrecido. -dijo un escéptico al que se sumaron numerosas voces críticas.

Angelina señaló un punto en el mapa:

-Lo encontramos aquí. Conocemos las profundidades, mareas y corrientes. Hemos estudiado el asunto. Son fuertes y cambian según la época del año. Creemos que ahora se puede encontrar, y examinar, gran parte del pecio. ¿No tiene eso importancia?

La tenía. Todos asintieron en ello. Porque significaba rescatar de la espesa capa de agua y olvido un decisivo evento que había marcado el devenir, no ya sólo del No-País, sino también de los limítrofes y cambiado radicalmente el reparto de poderes. Había, además, no poca curiosidad precisamente porque aquel episodio trágico parecía no haber existido según los relatos oficiales rátidas y su simple mención resultaba llamativa, inquietante y provocadora.

El pecio, según lo que Muerte Súbita denominó Plan Arquímedes, aparecería dónde conviniese y cuándo llegara el momento, para observación general y confirmación de datos que, por entonces, se mantenían en secreto. El reflote requeriría un trabajo de ingeniería minucioso, el conocimiento de los fondos marinos y sobre todo preparación estratégica y el esfuerzo de todos, prófugos y no prófugos, piratas libres y extranjeros unidos a la causa.

-Aquí está el gran problema -explicó Segis- Los galeotes se encuentran muy divididos en grupos de signo contrario. Unos se arriesgarían a cualquier cosa, para otros lo más conveniente es el diálogo, la colaboración y el reparto con las ratas. Muchos se han acostumbrado a la seguridad de la galera, la memoria prefabricada y las directivas del cómitre y prácticamente han olvidado el No-País. Cada cual, además, no responde de sí mismo sino que delega su responsabilidad en algún jefe y colectivo.

-Nos queda la llamada individual-dijeron Kraky, Orky y Metáforos.

El abucheo fue general. ¿Una gran campaña sin coordinación, estrategia, mandos ni planes de batalla? ¿Sirviendo en bandeja al enemigo las formas y fechas de ataque puesto que habría con toda seguridad filtraciones, traidores y desertores? Se había propuesto el caos, el absurdo, no ya la derrota anticipada sino la aniquilación de la resistencia prófuga.

– ¡Estáis borrachos! – gritaron.

No lo estaban. Había que ofrecer a los galeotes algo tan nuevo, especial y excitante como la libertad personal, la posibilidad de un acto, un mismo acto, en un momento preciso, sin el apoyo previo de explicaciones y consignas, sin normas marcadas por el jefe del grupo ni la seguridad de la participación del resto de sus compañeros. Cada galeote recibiría secretamente, bien enumeradas y especificadas respecto a lugar y tiempo, las acciones que debería llevar a cabo, y la explicación de la importancia de guardar silencio hasta la hora precisa y, llegada ésta, actuar sin vacilación fuera o no seguido por otros. Pesofijo y algunos compañeros se habían ofrecido para deslizarse en las naves y hacer llegar a las manos de cada uno el mensaje crucial. Actuarían pronto, en tres etapas. Harían falta fuerza y destreza, conocimiento del interior de la flota, de la zona marítima en la que debía producirse la exhibición de la prueba final contra la nación rátida y, finalmente, rapidez para exterminar a las ratas y salvar las vidas de los galeotes. La apuesta era arriesgada, pero factible.

El plan, los sucesivos planes, se discutieron en voz baja en el centro de la sala, donde se habían desplegado mapas y se dibujaba la disposición interior de las principales galeras así como el litoral y el lecho marino. Fueron horas de trabajo febril, pero el entusiasmo por la empresa iba ganando a los asistentes. Apenas se interrumpían para comer y beber y sólo advirtieron la llegada de la noche por la necesidad de alumbrarse.

El margen de incertidumbre se volvió uno de los incentivos, la reacción de los galeotes no prófugos ante esta inesperada, e inusitada, opción de libertad, llena de soledad y riesgo, presentaba para los resistentes un particular atractivo. Sin confesárselo abiertamente, no confiaban en sus compañeros de las galeras, sentían profunda reticencia a asociarse con ellos en una lucha en la que, de vencer, tal vez se hicieran con los mejores frutos e incluso buscaran pactos con elementos asimilados a las ratas. Obligarlos a saltar en solitario, a renunciar a las concesiones y temores de su vida pasada permitiría a los prófugos confiar en ellos, compartir aquello que, si triunfaban, esperaban obtener, recuperar, reconstruir y disfrutar de cuanto se les había arrebatado hasta el punto del olvido.

-No va a ser fácil. – Pesofijo era de tendencia más bien pesimista por aquello del optimista bien informado. Sin embargo tanto él como los compañeros reunidos a su alrededor y que compartían pasado y fines semejantes estaban dispuestos a ir hasta el final.

-Pero ¿podréis hacerlo? – le preguntaron- ¿Llegará la consigna, y las instrucciones, a cada galeote?

-La tendrán en la mano en el momento oportuno. Y cada cual deberá decidir; por su cuenta.

Intervino Gal, que, buena conocedora de cartografía y del organigrama y estructura interna de la flota rátida, se aseguró de que no habría en el comando ni errores ni pérdidas de tiempo.

-Tened bien presentes las tres etapas: Cambio en la dirección y agrupación. Acción desde diversos puntos desde el mar y difusión de la evidencia. Sabotaje y abandono.

Todos asintieron, excepto el borracho habitual, que pidió varias veces que le fuera repetido el plan.

Entonces llegó la excelente noticia del éxito en el ataque a los Almacenes de Memoria y el Buque-Escuela. El alborozo fue general.

Lo hubiera sido menos de haber sabido que las fuerzas aliadas pro rátidas eran más numerosas de lo que pensaban y que, además, precisamente entonces iba a llevarse a cabo, con éxito, un golpe de mano del enemigo.

 

 

 

32

Traición y rapto.

 

Tras las tensión y concentración vividas, prófugos, PIL y extranjeros, integrados ya éstos últimos perfectamente al grupo y su lucha, decidieron que había que celebrar su primer éxito. Se distribuyeron vituallas y bebidas y alguien sacó su guitarra e improvisó coplillas sobre las sesiones rátidas de adoctrinamiento para llevar una existencia ecovirtuosa y dejar un cadáver impecable.

Van mis coplas en honor

del cerdo benefactor

y canto con sentimiento

a esa fuente de sustento.

de la Humanidad sostén.

Y a las ratas que les den.

 

Siempre de ti me acuerdo

bendito cerdo.

 

Nos tenían sometidos,

sin los manjares prohibidos

y con sus sanos consejos

nos volvíamos conejos.

Ni huertecillos ni nada.

Algas a la mar salada.

 

Si te muerdo resucito,

cerdo bendito.

 

Y me privan tus andares

por los prados y encinares

mientras mascas las bellotas.

Por eso, con estas notas

de mi guitarra proclamo

que te estimo, alabo y amo.

Y a las ratas huerto urbano.

 

¡Qué lamentable!

¡Qué lamentable

que la vida de rata

no es tolerable!

¡Qué triste es eso!

¡Qué triste es eso

el que las ratas quieran

darnos con queso!

 

Un compañero le cogió la guitarra y, tras inclinarse ante la concurrencia, entonó, con mucho sentimiento:

 

Sincero,

te digo que soy sincero.

Las chuletas de cordero

también las quiero,

las quiero.

Que yo no rechazo nada

de tierra o de mar salada.

 

El cantor acabó su improvisación con grandes aplausos. Offing estaba entusiasmo y achispado por la tercera ronda procedente de las bodegas de un carguero portugués. Se inclinó para besar a Gal y compartir con ella su alborozo. Y no la encontró.

– ¿Dónde está Gal?

Ni Metáforos ni los otros la habían visto hacía rato. Pasado cierto tiempo comenzaron a inquietarse, a preguntar y a mirar en las estancias interiores. Ella no estaba pero sí todas sus pertenencias.

Algo desconocido y angustioso se había instalado en el pecho de Offing y la opresión crecía a cada minuto. Entonces Orky recordó un detalle que le había parecido sin importancia:

-Óskar, mi hermano, le dijo que quería enseñarle algo curioso que había depositado el mar en la playa.

– ¿De noche? – La oscuridad ya era total y no había luna. – ¿Sólo se lo dijo a ella?

-No parecía importante. Simplemente salir un momento.

– ¿Dónde está él?

Le buscaron en vano en la sala y luego salieron al exterior, Offing el primero, y la llamaron.

Las voces se perdían en el ruido bronco del mar, que estaba agitado, con viento que soplaba hacia tierra y formaba pálidas líneas de espuma sobre la negrura de su superficie. Trajeron faroles. En el interior, cerca del acantilado, había huellas, aún frescas, no tocadas por la marea, los pies pequeños de Gal, que produjeron en Offing una dolorosa punzada de ternura, y los de Óskar probablemente. Se alejaban bastante de la entrada de la cueva. En un recodo encontraron el chal de Gal y prendido en él un mensaje:

Se dirigía al periodista de Albinia, pero también al resto, y se trataba de un rapto y de un chantaje.

Comprendieron que Gal había sido secuestrada gracias a la complicidad de Óskar, que no era un ex policía rátida arrepentido sino que había optado por continuar colaborando activamente con las ratas, hacerse espía y agente doble y vender a sus compañeros.

– ¿Tú también, hermano mío? – Exclamó Orky desolado. Había habido otros, pero aquel era el caso más inesperado, grave y que le era cruelmente cercano. El traidor había escondido una lancha, llevado hasta ella a Gal con engaños y, una vez en alta mar, se la había entregado a ratas venidas al encuentro antes de que ella, en la oscuridad, hubiera podido apercibirse de la trampa.

En el mensaje se explicaba claramente la situación: La prisionera moriría en la fosa de las medusas venenosas, tras ser sometida a interrogatorio, si no se paralizaban de inmediato los planes de los disidentes y se entregaban sus jefes y los extranjeros, que debían comprometerse a llevar a sus países y defender ante la opinión mundial la bondad universal del proyecto rátida.

El comité de emergencia sabía que las ratas no querían arriesgarse a un ataque en tierra, en terreno desconocido, y que, por lo tanto, era altamente improbable una invasión de La Cala de los Malditos. Tampoco contaban con las informaciones de Óskar porque el agente llevaba muy poco tiempo allí y carecía de conocimientos sobre los refugios. Instalaron sin embargo numerosos puestos de vigilancia. No iban a ceder al chantaje, continuarían con el plan, pero con mayor rapidez y en secreto. Mientras, un comando se lanzaría al rescate de Gal, para el que, sin esperar más, ya se estaba preparando Offing y hubo que convencerle para que aguardase a que se trazara la estrategia y se repartieran las tareas.

Incapaz de contenerse y llevado por una premura angustiosa, Offing se fue a la orilla y, adentrándose unos pasos en el agua, golpeó con los puños la superficie, con la furia inútil con la que un rey de la antigüedad lejana había azotado el mar, que obraba contra sus deseos.

Millas más allá, mientras Gal forcejeaba en el fondo de la lancha que la conducía a su fatal destino, en un mar color de tinta la galera capitana rátida acogía a una visita singular.

 

 

 

33

Dulcita y el Imperio de la Felicidad

 

La fatiga estaba produciendo sus efectos en Rata Primera, y Rata Segunda conocía bien que a las grandes euforias, sucedía el sueño. Igualísima solía caer en una agradable somnolencia al final de cada ambicioso discurso. En esa ocasión, y dirigiéndose al escogido Comité Directivo, la gran Líder les había reiterado sus planes universales. Las presentes circunstancias, el enemigo potencial al que apenas consideraba digno de atención y que sería sometido con mayor facilidad aún que en el pasado, eran detalles deleznables.

-No debemos reducir nuestro horizonte a las conquistas inmediatas. La igualdad, la verdadera, la única igualdad, la igualdad rátida se impondrá en toda la superficie del planeta, de éste y de aquéllos que se conquisten. Tengo un maravilloso sueño. Nuestro ideal, en parte realizado, se halla tan sólo en sus comienzos. Hay que ser audaces, compañeras. Algunas de las nuestras parecen temer, dudar de nuestro destino.

Los miembros del Comité Directivo se habían mirado con cierta inquietud. Las divergencias de opinión no siempre eran bien aceptadas por Igualísima y algunas desapariciones daban fe de ello. Corrían, en el mayor secreto, relatos sobre ratas de alto rango a las que se había invitado a un paseo por la borda para discutir estrategias y que parecían haberse evaporado sin dejar más rastro que el ruido apagado de un breve chapoteo.

Habían convencido a Rata Máxima para que se tomara un merecido descanso y se prepara así para las duras pruebas que las esperaban y la Líder dormía apaciblemente, mecida por las olas y por la certidumbre de su victoria, no ya sobre unos rebeldes de poca monta, sino en todo el orbe.

Ahora las que estaban más cerca de ella entre los miembros del Secretariado podían hablar. Rata Segunda y Rata Parda sabían que el hermoso ideal del universo rátida, de la Nación Igualitaria, que englobaría a los receptivos países actuales era indiscutible en la teoría pero que en la práctica había que proponerse metas más asequibles y cercanas. Actualmente no tenían posibilidad de extenderse y fundar rápidamente su imperio por doquier luchando solas. Su porvenir, por lo pronto, estaba en ocupar zonas de dominio de extensión razonable y compartir el planeta con no-rátidas de semejantes visión y ambición. Había para todos. Las diferencias entre los grupos con los que habían tomado contacto eran salvables y la alianza provechosa. Esa misma noche esperaban mucho de una inminente visita. Que les fue anunciada por los guardias.

Dulcita entró en la sala. Era humana. De pequeña le pusieron Dulce María del Escapulario, trauma que luchó por superar toda su vida, así que se llamaba Dulcita, aunque también era conocida como Rata Gorda por el curioso efecto circular que producía: Llenaba la estancia, se movía ondeando los ropajes que la cubrían, en los que se alternaban dibujos infantiles y el blanco y el negro. Siempre lucía algunas florecitas en el pelo y un broche con un iceberg en vías de desaparición roído por el cambio climático.

La acompañaba un reducido séquito, en el que llevaba la voz cantante su joven y probable sucesora, Kimy, a la que unas apodaron Ratafina y otras Pijirrata. Ambas se complementaban notablemente. Dulcita se expresaba con aparente moderación y consideración hacia sus adversarios y solía interrumpir su discurso con llamadas a la paz, la fraternidad y el amor que desconcertaban a sus oyentes. Entonces Kimy tomaba la palabra y, en un tono cantarín en el que se transparentaba su conmiseración por la ignorancia del oponente, cubría de improperios y denuncias a cuantos no pertenecían a su movimiento de la Felicidad y la Bondad Completas.

-Al fin hemos llegado. No ha sido un viaje fácil, pero el afecto, el entendimiento, el gran ideal que nos une acorta las distancias. -Dulcita se había lanzado efusivamente a abrazar a las dirigentes rátidas, que, no acostumbradas a tales demostraciones físicas de afecto, imitaban torpemente sus gestos.

Kimy se mantuvo más distante y se limitó a estrecharles las patas, eso sí, con gran energía, y a dirigirles un breve saludo durante el que, por unos instantes, se detuvo desconcertada. Dudaba respecto al tratamiento a emplear. Acostumbrada, con una férrea disciplina, a decir todos los nombres y adjetivos -tenía un ambicioso plan lingüístico para modificar asimismo adverbios y verbos- por partida doble haciéndolos terminar en -a y en -o, en la presente circunstancia advertía la dificultad de hacerlo con la palabra rata. Tal vez el muy apreciadas y apreciados ratas hembras y ratas macho no fuese del agrado de sus interlocutores e incluso la acusaran de innecesaria discriminación de género, desigualdad ya superada en la nación rátida. Se limitó a un ¿Qué tal? y a una sonrisa.

Dulcita, expansiva y segura de sí, se lanzó enseguida al punto principal: La configuración futura del mundo, o buena parte de él, tras su alianza.

El reparto se basaría en las zonas de ocupación y/o decisiva influencia.

– ¿Igualísima descansa? -se interesó por la salud de la Líder- Oh, sí, que esté en la mejor forma posible. Su presencia y la fuerza de sus ideales son y serán nuestras mejores armas. Vosotras, queridas compañeras, ofrecéis la igualdad suma. Bien, bien. Pero mi partido, mi numeroso grupo, tiene como primer y principal punto la Felicidad Completa, noche y día, para todos y cada uno de los seres. Y la programamos con todo rigor.

– ¿Qué acciones habéis desarrollado últimamente? – Rata Tercera apuntaba con aplicación.

-Nuestro mayor éxito ha sido la fundación, extensión e implantación urbi et orbi del Club de Víctimas, en muchos aspectos autónomo de nuestro partido. Trabajamos de manera incansable para crear, avivar y promover la conciencia del ancestral, radical y ubicuo agravio. Nos llueven los militantes, sin oposición alguna por parte de los sistemas establecidos porque ¿quién se atrevería a declararse contrario a la bondad de nuestro propósito, a la popularidad de nuestras reivindicaciones, a la lluvia de resarcimientos en prestigio, titulaciones, cargos, al reparto a los agraviados de oro y bienes?

– ¿Cómo haréis para entregar tantos dones a las masas que se vayan sumando? Porque, si hemos comprendido bien, la balanza entre víctimas y los que las resarcen con pagos se irá desequilibrando. -Rata Ecónoma solía ser lógica y precisa.

Kimy Ratafina intervino oportunamente porque Dulcita parecía proclive a dudas y vaguedades y estaba murmurando algo sobre el amor planetario.

-Trabajamos para el FUTURO -subrayó la palabra para que se entendiera que era con mayúsculas, como la escribían en sus documentos- El futuro es nuestro, lo será rápidamente. Las masas no pueden verlo, todavía están formadas por componentes individuales, carecen de la luz de Rata Máxima, de la Igualdad Suma. Por eso nuestra alianza será magnífica. Ya vais conociendo algunos de nuestros logros.

-Sabemos, por crónicas que nos envían nuestras compañeras de las alcantarillas, que donde mandáis van desapareciendo las ciudades, la red viaria, los medios de comunicación, y que están en marcha grandes proyectos de recuperar la jungla primitiva donde hoy se alzan lamentables centros comerciales y lugares de vicio individual malsano.

Kimy sonrió con modestia y dio un paso atrás señalando a su compañera.

-Gracias a ella -dijo

– ¿Y lo del reparto de queso y demás bienes? -insistió Rata Ecónoma.

Dulcita se había recuperado de la confusión beatífica en la que a veces se sumía y respondió con firmeza, echando de vez en cuando un vistazo al discurso que había traído escrito y que pensaba repartir, finalizado el encuentro.

-Llegados a esa etapa del futuro, que nos pertenece, haremos cuentas precisas. Los hábitos habrán cambiado gracias a la completa supervisión de los hábitos cotidianos y a la fragmentación y control de los núcleos de las diversas poblaciones que, además, se vigilarán y denunciarán unas a otras a la menor sospecha de ataque a la completa igualdad de civilizaciones y culturas, lo que probablemente reducirá su número, minimizará sus demandas y hará desaparecer reclamaciones y protestas. Ya hemos convencido a buena parte de la población indostánica para que recuperen prácticas desterradas por presiones foráneas, como la quema de las viudas en la pira de sus maridos, y prosperan gracias a nuestro apoyo mediático las alegres lapidaciones de los viernes en Oriente Medio. Nuestra ambición va más allá, porque el vasto pasado nos ofrece inagotables reservas de víctimas, populares usos aborígenes erradicados por fuerzas opresoras, artísticas infibulaciones africanas. Por ejemplo, defendemos el sano canibalismo; también en los actuales descendientes de la nación fenicia el sacro rito del sacrificio de los recién nacidos primogénitos. O no primogénitos; hay que tener criterios amplios. El futuro…

Asustadas por su elocuencia, las ratas la interrumpieron para recordarle que más tarde continuarían la apasionante relación pero que, por lo pronto, debían regresar a sus tareas de planteamiento estratégico.

-Vuestra lucha es la nuestra -dijeron a coro Kimy y Dulcita- Permitid que os entreguemos el presente de amor y buena voluntad que os hemos traído

Depositaron en la mesa una bandeja y Kimy explicó a las ratas, golosas pero suspicaces:

-Es una escogida muestra de las Magdalenas de la Felicidad, obra de las propias manos de nuestra Líder, la gran Bienhechora.

Dulcita recibió los plácemes con modestia y añadió:

-Esperamos que os complazcan. En el luminoso e inminente porvenir que nos aguarda se fabricarán por millones y serán ingeridas cada mañana, sin falta, por cada ciudadano. Nuestros planes incluyen, en atención a nuestras fieles aliadas, variantes con queso.

La Directiva rátida se puso en pie, para asegurarse de que las visitantes habían comprendido que era el momento de la despedida y para corresponder al presente, y dijeron:

-Continuaremos esta conversación en momentos de mayor disponibilidad. Rogamos a la Líder que acepte el nombramiento de Rata de Honor.

Visiblemente conmovida, Dulcita se inclinó y agradeció la deferencia. Además Rata Segunda, atenta a los detalles y a las posibles sucesoras, no quiso dejar partir a Kimy sin algún presente significativo y puso en sus blancas y finas manos una historiada y bella caja de cerillas en la que se leía Incendiemos el pasado abominable y el presente detestable.

-El futuro es para los jóvenes- le dijo.

La joven promesa del Imperio de la Felicidad aceptó el regalo con manifestó placer y cierta sorpresa de que las ratas hubieran leído sus pensamientos.

Entraron algunos guardias:

-La embarcación de regreso está lista.

Y, tras efusivos adioses, las representantes del nuevo orden sano y dichoso, según rezaba su programa sociopolítico, salieron.

Las ratas intercambiaron algunos comentarios:

-Por ahora, nos convienen como aliados.

-Pero ¡qué poca precisión! – Ecónoma revisó sus notas- No habrá población suficiente para abonar tantas indemnizaciones y para mantener, gratuitamente y con privilegios, a las innumerables víctimas.

-Creo que llevan algún tipo de pequeñas gafas. -añadió otra. – No ven a nadie concreto, ni el presente. Sólo eso que llaman “Futuro” con mayúsculas. Es curioso.

-Nosotras a lo nuestro, compañeras.

-No son de fiar.

Y, por si acaso, tiraron las Magdalenas de la Felicidad por la borda.

 

 

 

34

Reparto de papeles

 

Pesofijo y los suyos se deslizaban por todos los entresijos de los buques, que conocían muy bien. Trabajaban día y noche. En principio el plan había sido aprovechar las sombras, pero el tiempo apremiaba y la zona donde debía librarse el combate y sacar a la luz el arma estratégica estaba aún lejos.

Desde el palo de mesana a las bodegas, por cada uno de los pasadizos a los que daban acceso tablas marcadas y hasta en las bocas de los mascarones de proa se habían trazado simples mensajes, indicaciones elementales que proporcionarían escasa información a las ratas si eran descubiertos. Lo esencial era que en el momento acordado cada galeote estrechara en su mano la nota que le indicaba, de forma individual, su oportunidad de opción y de acción, en tiempo y lugares muy precisos. Nada les respaldaba, no existían interpretaciones previas ni el abrigo de los líderes. Sólo una apuesta y el riesgo.

Reinaba una atmósfera de tensión y pocas palabras. El premio, vago e improbable, era solamente una libertad desacostumbrada e incierta en la que cada cual se hallaría de repente librado a sí mismo, a lo que valiera y obtuviera. Claro, habría que encargarse de los más débiles e indefensos, de aquéllos que habían ido siendo borrados poco a poco de la visión pública por las ratas de forma que no se dispensaran en ellos recursos y que no se plantearan interrogantes molestos. A los galeotes no les gustaban las ratas, pero se habían acostumbrado a ellas y a su propia situación, por la seguridad que éstas proporcionaban y porque la falta de competencia y de oportunidades de distinguirse, avanzar y cambiar había prácticamente erradicado entre ellos el sentimiento de la envidia. Sin que, por ello, no existiesen pequeños privilegios, expectativas y dones ocasionales que las ratas, que manejaban con no poca astucia esos resortes, destinaban a grupos escogidos. A mayor escala, la directiva rátida apoyaba y promocionaba el trato específico a cada galera, de forma que los galeotes se sintieran a la vez superiores y agraviados por los de los demás buques, en especial por los más cercanos y de mayor tamaño, y se había llegado a simultanear las consignas de perfecta igualdad con alabanzas y distinciones diversas que incluían la posibilidad de banderas propias y de mascarones, de pequeño tamaño y situados en la popa, adornados con retratos de imaginarios antepasados heroicos.

Estaban además los galeotes ayunos de referencias. En su mayor parte ni sabían ni recordaban más pasado que el que se les había explicado en el Barco-Escuela y suministrado desde los Almacenes de Memoria. Y éste era un pasado confortable que les prometía continua asistencia presente y futura, puesto que habían sido salvados en su momento, y tras un salvaje ataque al Buque Correo, del lamentable, nefasto, traidor, falaz y codicioso grupo que los gobernaba y que se componía en realidad de discípulos y descendientes del abominable Diktátor, en el que se concentraron todos los males y cuya sola mención, si no iba acompañada de rituales de odio y rechazo, implicaba la condena inmediata.

Las naves bogaban en la oscuridad pobladas de susurros, preguntas que no requerían respuesta, manos que apretaban y luego releían la particular tarea a cada uno encomendada. Nadie se explicaba que fuera personal e intransferible, pero se guardaba el secreto no tanto por obediencia como por curiosidad y por cierto temor a que sus vecinos recibieran, si cumplían adecuadamente, premios que a quien no lo hiciese le estarían negados.

Esa noche, que había sido elegida por la falta de luna y favorecida por la ligera niebla, los barcos cambiaron de rumbo, tras un habilidoso manejo de los planos e instrumentos de orientación. Las tripulaciones empezaron a encontrar en las aguas a las que se aproximaban algo familiar, incluso los más jóvenes habían oído relatos. Se situaron formando un amplio círculo. Jugaban con las directivas mismas de las ratas, que por su parte, habían escogido esa formación estratégica para la previsible batalla, dejando tres pasillos para facilitar el cambio de movimientos.

Las ratas, por su parte, estaban absortas en el plan que iba a representarles un gran ahorro de energía. Incluso con esfuerzo, no podían tomar demasiado en serio a los prófugos ni a sus colegas galeotes. Los habían visto, en su época de ciudadanos, rendirse apresurada y anticipadamente con tal de que se les garantizara salvación de atentados masivos, abominación colectiva de la era de Diktátor y paz tan completa como la quietud en aquel momento de las aguas del océano. Rata Máxima había insistido en el derroche de fuerzas que significaba presentar batalla ellas mismas a aquellos fugados, que eran en buena parte fruto de la miseria física y la confusión intelectual. En eso el resto del grupo directivo estuvo de acuerdo porque ninguna experimentaba el menor deseo de capitanear abordajes, aceptar el almirantazgo o ver peligrar sus reservas de queso. Así pues se había decidido recurrir a los Mercenarios Light, a los Mustélidos y a los PIF, la facción de Piratas Irredentos Fundamentalistas, útiles por su desprecio a la vida, muy comprensible teniendo en cuenta la que llevaban pero incómodos por lo impredecibles.

El principal ataque debía llevarse a cabo desde dentro, privando a los Prófugos de jefes, documentación y estrategas y debilitando la voluntad de los más notorios, entre los que se encontraban unos personajes en apariencia débiles e inocuos pero que representaban el peligroso enlace con el exterior y el riesgo de cambiar la opinión, hasta entonces muy favorable, que se tenía internacionalmente de la nación rátida.

-Ya tenemos aquí al arma de la que habíamos hablado. Y se ha transmitido el mensaje del precio del rescate. – Gorgony era extraordinariamente persuasiva y además, pensó Rata Segunda, en ese momento estaba arrebatadora, con su fino vestido talar que parecía prometer en cada curva un placer y pedir un roce.

– ¿Y cuándo llegue el rescate? -le preguntaron.

Gorgony los miró con cierta conmiseración por su inocencia y sonrió mostrando los agudos colmillos que llevaba, por solidaridad, al estilo de las ratas.

-Lo del rescate es pura fórmula. Nos quedaremos con los planos, documentos y con cuanto hemos solicitado, que no es poco, y además, por supuesto, con los emisarios y con aquéllos que pedimos como rehenes. Ninguno volverá.

-Bien, pero ¿nos bastará para anular el movimiento, para vencer completa y duraderamente?

-Por supuesto. Al enemigo le pierde la importancia que da a los individuos. Carece de los firmes principios encarnados por Igualísima.

– ¿Nos bastará con la información que nos traigan?

-Claro que no. Pero sí con la que nos proporcionará la prisionera.

 

 

 

35

Tercer grado

 

La travesía, maniatada y tendida en el fondo de la lancha, no había sido cómoda. Un preludio de lo que la esperaba, y Gal lo tomó como tal, controló su tensión y se fijó, más que en su propio cuerpo, en las circunstancias y personajes, tanto conocidos e incluso inmediatos como en aquéllos a los que previsiblemente iba a enfrentarse. Estaba avezada en la supervivencia pero aquella vez no se trataba sólo de la suya sino de la del conjunto de los prófugos y, más allá, de la de las previsibles víctimas de la expansión rátida.

Sumida en la oscuridad y en el ruido del motor, procuró reflexionar sobre el horizonte más allá del suyo: La expansión rátida, su toma de poder, no era una cuestión local ni banal, como se la había querido representar en un principio. Ni siquiera su peligro principal era el físico ni las bajas, las víctimas tradicionales en los golpes de Estado y las guerras. Muchos desaparecerían pero a los más los necesitaban como rebaño. El programa de Igualísima era claro, y en él no había lugar para la gente como ella excepto como sirvientes, productores y colaboradores silenciosos. Y, finalmente, como materia reciclada en Aprovechamiento de Recursos Humanos. En el proyecto, de aparente homogeneidad y al tiempo necesariamente fragmentado en infinitos mosaicos de intereses, ningún espacio habría para individuos y libertades, para cuanto era mejor y sobresalía. Y Gal quería ser libre, pero no sola.

La sal le había resecado los labios. Se pasó la lengua por ellos y aún tenía el sabor de los de Offing.

Llegados al barco, los que la llevaban la levantaron, la alzaron a cubierta y la arrastraron entre dos hasta la bien guardada sala de reuniones. Mentalmente Gal repasó sus conocimientos de los planos y de la flota. Como medida estratégica, no existía una sola nave capitana, aunque muchas se disputaban el título, sobre todo en actos oficiales y comunicaciones cara al público. La peculiaridad de aquella armada singular residía sobre todo en la disposición secreta de sus fondos, por debajo de la línea de flotación y diseñados con un sofisticado y minucioso cálculo de equilibrio. Un mundo submarino duplicaba el volumen del barco, se extendía en un laberinto de niveles de vías de comunicación vigiladas.

Le habían vendado los ojos, y se sintió descender llevada prácticamente en volandas por sus raptoras. El olor a aire salado del mar se transformó en vaho de humedad, viejo salitre, aceites, sebo, hierbas, humo, agua dulce mezclada con otras materias y, finalmente, nada apenas excepto la impresión de ausencia de corriente en un espacio cerrado. Cuando le quitaron la venda ante sí vio a Gorgony, y las ratas del gran consejo detrás de ella.

-Ya hemos enviado las condiciones para liberarte, con entrega de relación detallada de planos, listas y cuanta información habéis sustraído, además de otros datos que precisamos y de presentación aquí de informadores extranjeros que actúan como espías subversivos. – le dijeron de entrada. No parecían querer andarse con preámbulos.

-Ahora nos contarás cuanto sabes y responderás a lo que te preguntemos-añadió una asistente mientras Rata Ecónoma y sus adjuntas se disponían a tomar notas cuidadosas.

Terciaron, casi a coro, Rata Máxima y Rata Segunda:

-Es de gran importancia que la facción que nos es fiel y afín de Piratas Irredentos proporcione un documento, que se hará público, sobre el gran peligro que planea sobre nuestra sociedad, humanos incluidos, si, como en el pasado, ocurren mortíferos atentados, de los cuales sólo nosotras hemos demostrado que podemos protegerla.

Gal habló, escuetamente, por primera vez:

-Nada que decir.

-Oh, ya lo creo que lo harás. Podemos ser muy persuasivas. – Gorgony dedicó a la prisionera una extraña y gran sonrisa que le llegaba casi hasta los adornos de ratas doradas que llevaba en los hombros.

A Gal le era imposible calcular el tiempo. Estaba en una de las partes más profundas del barco, atada a la silla de interrogatorios. Se mantenía tenaz en su silencio. Entonces comenzó la tortura. Y fue lingüística.

El equipo de tratamiento de reos pertinaces estaba orgulloso de su especialidad: La tortura acústica. Habían estudiado sus efectos psicosomáticos, experimentado su eficacia con cobayas y con galeotes destinados a Aprovechamiento de Recursos Humanos y habían defendido ante quienes hubiesen preferido métodos más tradicionales la limpieza de aquel tratamiento, su bajo coste y su aplicación fácilmente dosificable que, llegados al tercer grado, llevaba al reo al desenlace fatal.[2]

Primero los altavoces transmitieron agudos chillidos pertenecientes al código comunicativo de las ratas pero extremadamente incompatibles con el oído humano. La prisionera resistió. A continuación invadió la sombría estancia un lied teutón en versión japonesa adaptada. Se repitió varias veces y fue duro incluso para la brigada rátida, pero no dio el fruto esperado por los verdugos. Finalmente, tras consultar con la mirada a Gorgony y la dirección, se decidió recurrir al tercer grado. Se aseguraron primero de la solidez de las ligaduras que ataban a Gal al asiento y de que sus propias orejas estaban bien protegidas y pusieron en marcha el reproductor. Consciente de lo que la esperaba, Gal respiró profundamente y se propuso afrontar con valor su destino.

El tercer grado acústico era una tortura extraordinaria prevista para casos especiales. Se basaba en la reiterada audición de discursos, diálogos y poemas en la lengua butifalana, desde diversos ángulos y con variaciones en el volumen. El butifalano se hallaba en cabeza del ranking de las lenguas más feas del universo conocido y se consideraba el medio comunicativo más cacofónico de los utilizados por especies desarrolladas Por ello sólo lo empleaban, allende las fronteras del territorio originario castigado por el destino con tales fonemas, aquéllos sobre los que se ejercían presiones, terribles amenazas o a los que se ofrecía a cambio grandes sumas de dinero. Incluso sus hablantes nativos se sometían, en cuanto se lo permitían sus medios, a tratamientos de estética lingüística, disimulaban su terrible acento y renegaban de su utilización. El respaldo financiero y maniobras diversas habían, sin embargo, logrado en foros internacionales que el butifalano fuese declarado “Lingua Pulchérrima” como título oficial y “Lengua Bellísima” como epíteto constante, de forma que nadie la citara sin añadirlo y sin exaltar su singular hermosura, y de manera que cualquier alusión se acompañara de loas y ditirambos directamente proporcionales a su extraordinaria e incuestionable fealdad real.

Su comité de promoción lingüística, generosísimamente retribuido, había incluso creado un panegírico que debía repetirse, puesto en boca de los mejores tenores, en actos oficiales. Éste, llamado “Oda a la Lengua Butifalana”, era:

 

¡Butifalana, la más hermosa!

Dice la plebe que es horrorosa

pero nosotros por cada hablante

pagamos oro rico y sonante.

 

Butifalana, lengua genial,

de nuestro pueblo marca ancestral.

Butifalano el acento es

del Dios que hablaba con Moisés.

 

Butifalana, la señorial,

tan armoniosa, tan musical,

plena de ritmo, plena de gracia,

propia de gente de aristocracia.

 

Si la plebe, en su bajeza,

no admite nuestra belleza

nos deben pagar la estética

por la nobleza genética.

 

Los políticos nefastos

subvencionan nuestros gastos.

La propaganda al final

nos sale gratis total.

 

Sea o no agradable el son,

el doblón es el doblón

y los doblones ajenos

suenan el doble de buenos.

 

Butifalana tenía un curioso origen onomástico. Butifalia era un epónimo. Se contaba desde antiguo que venía del nombre de una doncella llamada Butifalina, tan poco agraciada como ricos e influyentes eran sus padres. En aquellos tiempos lejanos era uso proveer a las hijas casaderas de dote en vistas al mercado matrimonial. La tarea con ella no fue fácil. Incluso los jóvenes más acuciados por sus deudas, su ambición o sus padres la rechazaban. En Butifalina eran directamente proporcionales las joyas y riquezas con las que sus progenitores la cubrían a la extraordinaria fealdad de la hija y lo desagradable de su trato, que sólo sus padres, por el lógico amor, eran incapaces de percibir. Es más, éstos se empeñaban en repetir a cuantos les escucharan las alabanzas a su retoño y, por ende, a ellos mismos y a su estirpe, cuyos orígenes hacían remontar al Arca de Noé. Incluso se hizo nacer por entonces el romántico mito de que la musicalidad de su idioma procedía del trino de los ruiseñores del Jardín del Edén. Así pues quedó Butifalina como el prototipo de la imposibilidad de velar con dinero la desagradable evidencia, y el nombre pasó, del grupo y el lugar, a calificar a la región y a su lengua en sí.

Fieles sin embargo a la tenaz ceguera que a sus antepasados había caracterizado, los butifalanos continuaron en el empeño de reivindicar el epíteto bellísima en menciones sociales y oficiales, lo impusieron sin reparar en métodos ni gastos, que cargaban hábilmente a cuentas ajenas, y contrataron y distribuyeron a agentes que, en días, horas, latitudes y países distintos, dijeran en voz alta ante testigos alguna frase en butifalano para así reivindicar la extensión mundial de su lengua. Aquélla que estaba siendo muy útil como instrumento para los torturadores de Gal.

-Y ahora estos versos-el verdugo pulsó el botón con una sonrisa perversa.

Una lluvia insufrible de sonidos velares y palatales se derramó desde los altavoces. La galeote de la resistencia se retorció mordiéndose los labios hasta sangrar. Gruesas gotas de sudor perlaban su frente. Pero no pidió piedad.

– ¡Continuad! Pasad al fragmento de teatro clásico adaptado y con acompañamiento instrumental. – y dirigiéndose a la prisionera- Aún puedes salvarte. Los documentos que debes firmar están preparados, y en cuanto tengamos lo que pedimos serás libre.

Ella negó con la cabeza, sin fuerzas para expresarse de otro modo. Un gemido sofocado fue su única respuesta ante la terrible tortura.

-Pasemos pues al tercer grado- ordenó la rata dirigente.

La ópera en butifalano sobre las bellezas de la región llenó las ondas con una cacofonía de nasales difícilmente soportable incluso para las ratas provistas de acolchadas orejeras. Gal perdió el conocimiento.

El grupo rátida comenzaba a dar signos de fatiga.

-No conseguiremos nada con ella.

-Pasemos a la solución final. Reanimadla.

 

 

 

36

El Foso de las Medusas Venenosas

 

Las dos galeras se habían situado juntas, unidas por pasarelas. Eran el corazón secreto de la flota rátida y la Directiva opinaba que era bueno animar a la tropa con cierto ritual y, de paso, hacer ver a los galeotes la suerte que esperaba a los tibios y desertores. El Galeón de los Ritos Oscuros cabeceaba junto a la Galera Místico-Planetaria.

-La escenografía nunca viene mal. – afirmó Rata Máxima.

De nada servía acabar rápidamente con la prisionera. Había que rentabilizar su muerte, y el inútil tiempo de tortura en ella empleado. El departamento científico de la nación rátida estaba experimentando con poderosas armas biológicas, que el océano les suplía en abundancia, y, aunque no habían llegado todavía al concentrado letal, disponían de los sucesivos estanques experimentales que actuaban como filtro selectivo. Con manipulaciones diversas de numerosos tipos de medusas, en especial de las australes, habían logrado concentraciones importantes de ponzoña, no ya instantánea, sino capaz de causar plagas, alterar conductas, inducir al suicidio y a la aplicación de la eutanasia para todos los públicos, inspirar deseos irresistibles de correr en todos los maratones y eliminar de los sujetos el deseo de libertad individual.

El mar, antes en calma, había comenzado a agitarse en rizos de superficie ligeros pero que, al chocar con el casco de los buques, producían ruidos diversos. Que no permitieron a las ratas percibir los que produjeron las lanchas de prófugos. En principio Offing había decidido partir solo, Metáforos se le unió casi a la fuerza, cuando ya estaba en el agua, y le convenció de que el rescate de Gal era de enorme importancia, no ya por ella misma, sino también porque de la información que poseía podía depender el desenlace de la guerra. Por ello otros los siguieron, aunque a distancia por la ventaja que les llevaban.

– ¡No llegaremos a tiempo! -decía Offing.

-Sí- aseguró Metáforos- Tranquilo. No la van a eliminar rápidamente, no les interesa en absoluto.

De haber visto lo que ocurría en el Galeón de los Ritos Oscuros se hubieran sentido más inquietos. Se había organizado una ceremonia de terror en la que la directiva rátida mostraba a los jefes de grupo de los galeotes a una Gal amordazada, a la que se presentaba como una perversa estriborita que, junto con otros prófugos peligrosos, pretendía continuar la dinastía de Diktátor y sojuzgar, con su insufrible dictadura, a los humanos como ya había hecho en tiempos pasados el tirano infame en el que todos los males se resumían.

– ¡Os estamos salvando de nuevo! Como ya hicimos tras el episodio del Buque Correo. – gritaba Rata Segunda- ¿O preferís esto?

Y, con un gesto teatral, descubrió la imagen de Diktátor. Hubo un retroceso espantado en el público. Realmente pocos sabían algo concreto de la época del Mal Terrible y de su encarnación y representante, pero la fabricación del relato histórico y la labor pedagógica de los Almacenes de Memoria habían hecho su efecto y las ratas aparecían como benévolas garantes de la seguridad en el tibio reducto de las bodegas donde podía contarse con la pitanza diaria.

Rata Segunda aprovechó la ola de temor fácil de transformar en indignación y venganza:

– ¿Qué merece? – preguntó señalando a la prisionera.

– ¡La muerte!, ¡La muerte!

-Hay otros como ella, que quisieran resucitar al…Innombrable- señaló la estatua que se erguía su espalda. – ¿Estaréis dispuestos a luchar contra los traidores, agresores, apoyados por oscuras potencias del exterior?

Se situó junto a Máxima y los demás. Convenía dar una imagen de unidad. Esperaban una sonora y múltiple adhesión, pero ésta no fue ni tan intensa ni tan unánime como habían previsto. Las ratas, desde luego, apoyaron a la Directiva con fervor, pero los galeotes, agrupados en los extremos, no parecían demasiado entusiastas e incluso se observaban en algunos sectores sospechosos silencios. En el colmo del atrevimiento, se oyeron algunas voces, cuyos autores no pudieron ser identificados:

– ¡Que hable la prisionera!

-Todavía puedes salvarte- susurró a Gal Gorgony en el oído. Se había aproximado estrechamente a ella y enroscado en sus largos dedos puntiagudos el pelo de las sienes de la prófuga jugueteando con él. Gal se apartó los centímetros que la presión de los guardias que la sujetaban le permitían. Gorgony le inspiraba mucho más temor que las ratas, de ella emanaba un olor y una sensación extraños, un mensaje implícito, dirigido a la cautiva, de proximidad particularmente peligrosa, una avidez fría.

Gorgony, a su vez, también pareció percibir el rechazo con ira. Dijo en voz alta:

– ¡Confiesa! Y si no, mira lo que te espera.

Suavemente una parte del suelo, en la zona frontal, se había ido deslizando, entre los pies de la imagen de Diktátor. Revelaba un reducto largo, de aguas oscuras, en las que se adivinaban diversas formas, vivas y flotantes.

Todos conocían que se trataba del Foso de las Medusas Venenosas y que no sólo era la muerte sino la peor de las muertes. Se extendía, por un complicado sistema de esclusas, a gran profundidad y extensión, con diversos compartimentos que recordaban a una gran cueva submarina, iluminados por las descargas fosforescentes de las formas gelatinosas que lo habitaban. En la superficie, entre burbujas que venían del fondo, a veces sobrenadaba un tentáculo erizado de púas y ventosas, un pico ganchudo semejante al de las aves, una corola hambrienta compuesta por varios círculos de filamentos que se agitaban sin cesar pidiendo presa.

Pero Gorgony no los temía, incluso parecía hallarse en su medio cuando se inclinó sobre el borde y acarició, con la misma mano con la que había jugueteado con los rizos de la prisionera, la superficie globular translúcida de una gran medusa, de un verde ácido estriado de líneas irregulares que cambiaban sus tonos del fucsia al carmesí.

El silencio en la sala era total. Gal había palidecido e instintivamente sus pies se negaban a avanzar. Los guardias la empujaron.

-Es tu última oportunidad. Háblales, que lo transmitan a los otros galeotes.

Rata Máxima decidió poner también algo de su parte y hacer pesar su prestigio, que siempre la mantenía, por razones de estrategia, distante. Colocó en el centro del improvisado escenario su cuerpo que en esos momentos irradiaba blancura y dio a su voz los tonos de excelsa bondad:

– ¿Qué no haríamos por vuestro bien, por la felicísima sociedad y maravilloso futuro que os ofrecemos? Incluso nos resignamos a acudir a estos métodos para evitar sabotajes y males futuros. Sabemos, incluso mejor que vosotros todos, puesto que ratas y humanos compartimos el mismo ideal, vuestra aspiración suprema, y nuestro enemigo común, que es la desigualdad abominable. El paraíso está próximo, pero no sin lucha. ¡Seréis todos igualísimos, como yo! Nos envidia el resto del orbe, donde la injusticia en sus enormes variantes hace estragos. ¿Existe acaso superioridad alguna, en bienes, en prestigio, en forma de existencia, que no se deba al robo? ¡A la lucha, compañeras! Y compañeros. Sed igualísimas, como yo.

-Y tú, agente miserable de los comunes enemigos, confiesa- Una rata de cierta jerarquía en el Secretariado, deseosa de hacer méritos y convencida de la oportunidad del momento, arrancó la mordaza del rostro de Gal. No esperaba la rapidez con la que la exgaleote se lanzó sobre Gorgony, la mordió y sin soltar la presa de los dientes dio con ella en el suelo, muy cerca del borde del foso.

Todo sucedió entonces de forma vertiginosa, una serie de acontecimientos inesperados y prácticamente simultáneos que distrajeron la atención de los guardias, que no sabían dónde acudir. Por una parte de las filas del fondo, entre los galeotes, surgió una voz:

– ¡No queremos ser iguales!,

Y a ella siguieron otras. Rata Segunda advirtió la urgencia de su intervención. Por carismática que pudiera resultar Líder Suprema, en aquel preciso momento lo que hacía falta eran las dotes de ideólogo y de propagandista de la Jefe, que ella era, del Secretariado. Desplazó del primer plano, con una brusquedad disimulada pero perceptible, a Rata Máxima, y planteó a la audiencia:

– ¿No queréis ser todas, y todos, víctimas y, por lo tanto, vivir perpetuamente de manera gratuita, mimadas y nutridas por las compensaciones que estarán obligados a otorgaros los ancestrales culpables?

Del inquieto grupo de los galeotes surgieron esta vez más voces:

– ¡No! ¡No queremos ser víctimas!

Casi al tiempo, como si se tratara de actos coordinados aunque era puro azar, se abrió con un gran golpe de viga a modo de ariete la gran puerta y aparecieron Offing y Metáforos. No solos. Enseguida los tripulantes de otras embarcaciones, que habían logrado darles alcance, irrumpieron por los respiraderos comunicados por túneles con la cubierta. Se generalizaron la lucha y el desorden, para gran desesperación de Offing que no alcanzaba a ver lo que sucedía en el suelo, al otro lado de la sala.

Mientras, del exterior, en esos instantes particularmente oscuros que marcan el final de la noche, llegaban ruidos extraños.

 

 

 

37

Duelos en Diktátor

 

Offing avanzaba braceando en una maraña de ratas. Había logrado distinguir a Gal y gritó su nombre. Ella lo vio y respondió pero en aquel momento luchaba por su vida. Las iras del comandante de los guardias se habían dirigido hacia la rata que había quitado a Gal la mordaza y no se molestó en maniatarla como ordenado. Los usos rátidas eran expeditivos y la culpable fue precipitada, de un violento empujón, en las turbias aguas del foso. Sus habitantes se dedicaron a aquella presa pronto cubierta por las medusas venenosas, lo que hizo que Gorgony reparara en la proximidad de Offing y se zafase de Gal. Tenía un nuevo enemigo, que le resultaba más apetecible. En lugar de ataques convencionales se lanzó sobre él con una terrible sonrisa, se pegó literalmente al cuerpo del periodista y buscó su boca con el afán de una inteligente jalea verdosa al tiempo que lo mantenía abrazado con sus largas extremidades y puntiagudos dedos.

Desde el rincón donde se había retirado la Junta Directiva, Rata Segunda observaba la escena con evidentes muestras de desagrado. El pálido rostro de Gal había enrojecido de ira y, armada del primer objeto que encontró a mano, avanzó hacia el lugar donde se desarrollaba aquella mezcla de agresión e intento de seducción. Pero, ante ella, otros contendientes y Metáforos se alzaban ahora en una confusa marea de enfrentamientos y de ratas. Además estaba claro que éstas habían recibido órdenes secretas de proteger a los miembros principales de la Directiva y un cuerpo selecto formaba, con la técnica del muro dental, una barrera, unas sobre otras, entre la batalla que se había desencadenado y la parte frontal de la sala por la que estaba claro que habían huido los dirigentes. Offing liberó su cara del terrible abrazo y gritó:

– ¡Gal! ¡Cuidado, Gal!

– ¡Estúpido! – le espetó Gorgony. – Yo valgo mucho más que ese ejemplar vulgar de tu especie. Soy lo que te conviene, la adaptación, el nuevo régimen. Tengo amigos, soy el futuro. -Con sus largos, fuertes y flexibles brazos empujó los hombros de Offing para que tuviera suficiente distancia como para contemplar su rostro, terso y brillante como una pieza de jade- ¿Vas a compararme con…eso, con ese espécimen defectuoso humano? -Proyectó en dirección a Gal un filamento de espesa saliva- -Es casi vieja, será vieja. ¿Has visto mi tersura? Cambié de piel hace dos semanas. Lo haré tantas veces como me parezca necesario.

Durante unos instantes Offing se sintió apresado por su fuerza, por la sensación múltiple de contacto que era como un lenguaje expresado a través de la piel verdosa, en algunas zonas nacarada. La sumisión fue sólo momentánea. Aprovechando la distancia gritó a Metáforos que ayudara a Gal, que no la dejara acercarse, y empujó a su contrincante diciéndole:

– ¿Ella será vieja? ¡Y yo también!

Habían caído ambos al suelo. Él se revolvió, empujó el largo brazo hacia los pies de Diktátor. Un fino tentáculo surgió entonces, emergido del Foso de las Medusas Venenosas, y se acopló, como si pertenecieran a la misma especie, a la mano de Gorgony, hincó en ella sus ventosas y avanzó hacia el hombro, atrayéndola hacia sí. Parecía una delgada extremidad pero era duro como el acero. Gorgony raspó las tablas con la otra mano, los pies y los dientes, hubo de abandonar a su presa humana, pero no por ello venció a la fuerza abisal que la atraía. Finalmente las aguas se abrieron ante ella. La rata anterior no había sido presa suficiente.

Otros tentáculos avanzaban por las tablas del pavimento con la esperanza de conseguir mayor botín. Pero Metáforos y Gal habían llegado hasta Offing, que yacía aturdido víctima de la sutil pócima que transmitía, con sabia dosificación, Gorgony por la piel. Él hubiese podido rodar, en uno de los vaivenes del barco, hasta el foso. Le arrastraron hacia una zona segura. Uno de los galeotes activó el mecanismo que lo cerraba.

– ¿Y la Junta Directiva? ¿Dónde está el Gobierno Rátida? – La pregunta se multiplicó sin encontrar respuesta. Todos se habían esfumado, jefes y súbditas.

Recordaron entonces las tablas que, a modo de pasadizo sobre las olas, unían el Galeón de los Ritos Oscuros con la Galera Místico-Planetaria. Y advirtieron que, independientemente del balanceo del barco, el suelo se iba inclinando cada vez más. Las ratas consideraron necesario, antes de huir, hacer desaparecer la enorme imagen de Diktátor. Ésta se iba hundiendo por su propio peso desnivelando el armazón entero.

Salieron a cubierta. A la primera luz incierta del comienzo del amanecer pudieron observar un espectáculo de amplitud inesperada: En primer plano, en la proa de la Galera vecina, dos ágiles figuras luchaban a muerte. Eran Muertesana y Muerte Súbita. En el mar, a gran velocidad, la lancha del Gobierno rátida se dirigía hacia el lugar donde su flota había decidido reunir fuerzas. Dispersos pero claramente indecisos flotaban botes de formas y tamaños diversos, los que habían sido sustraídos a las grandes naves por los galeotes según la consigna por cada uno recibida. Ellos no entendían el plan ni cuál iba a ser su función pero el rechazo al proyecto rátida que se les presentaba y la llamada al riesgo y a la intervención individual habían tenido inesperado éxito. Finalmente, en el horizonte, cada vez más clara según la salida del sol se aproximaba, podía distinguirse la línea de numerosas naves que no pertenecían a la flota rátida.

Catalejo en mano, uno de los galeotes con aspiraciones a desertor barrió el campo de observación. No había que dejarse engañar por la huida de los principales miembros del Gobierno Rátida. Tenían una estrategia. Y aliados.

 

 

 

38

Hazañas Bélicas

 

 

Las naves rátidas se habían situado, según lo previsto, formando un círculo perfecto que no era, como pretendían hacer creer a sus contrincantes, sólo defensivo. Debía, por el contrario, ser el centro de la trampa que encerraría en espacios concéntricos al enemigo. De manera inesperada éste se vería atacado por una ofensiva de otras fuerzas que, desde puntos lejanos y de forma imprevista, por varios ángulos, irían aproximándose, rompiendo formaciones y destruyendo las desordenadas flotillas de los Galeotes Libres. El beneficio obtenido con la victoria era, por demás, a largo plazo porque permitiría consagrar durante siglos el Orden Rátida, ya que ese enfrentamiento actuaría como filtro y purga de disidencias, fidelidades y aliados y como referencia histórica para destruir de raíz futuras oposiciones. Ésa era la razón por la que la Directiva no había puesto inicialmente gran empeño en perseguir y aniquilar a resistentes y prófugos. Tras la victoria, quedaría claro para los galeotes supervivientes y para la opinión internacional que las ratas garantizaban la seguridad y la permanencia, y para humanos, tanto súbditos como foráneos, que no existía en realidad apreciable diferencia entre las ratas y aquéllos como se habría mostrado por la sumisión y colaboración galeote y la intensiva asimilación, gracias a generosas prebendas, de los aliados.

En el centro de operaciones de la Galera Capitana se brindaba pues por el triunfo que se creía seguro, aunque algunos de los miembros del comité operativo mostraban reticencias ante un excesivo optimismo. Se había perdido demasiado, en su opinión, en la etapa inicial. Se hundía la nave que albergó a Diktátor y que había servido, durante largos años, de punto de reunión, comunión y éxtasis cuando mostraban, en el mayor secreto respecto al grueso de la población y los habitantes del antiguo No-País, su rendido agradecimiento al símbolo del Mal, al dictador terrible cuya invocación les había permitido afianzarse eternamente como antítesis, abanderados del Bien y salvadores. Ahora la inmensa estatua de Diktátor, liberada por el movimiento de las aguas de los ganchos que la mantenían erguida y adosada al muro, se mecía en la superficie y desaparecía muy lentamente, hasta que sólo una mano y el mentón afloraron entre la espuma.

Rata Máxima y Rata Segunda opinaban, por el contrario, que el gran icono podía ser sacrificado, si lo exigían las circunstancias, e incluso que albergarse continuamente bajo la evocación de Diktátor, aunque fuese como salvadoras de él, restaba brillo a sus propios méritos y grandeza. El referente maléfico había sido extremadamente útil para mantener la intimidación continua cara al público y cortar de raíz el menor asomo de contestación del Gobierno Rátida, primero en la sombra gracias al dominio de la propaganda y luego en el poder tras el episodio del Buque Correo.

Los antiguos galeotes habían atravesado las pasarelas y tomado la Galera Místico-Planetaria. Para su sorpresa, la hallaron prácticamente desierta. La creían el corazón del enemigo, la sede de sus reuniones secretas, de la consulta a la fuente de consejos y augurios. Y ahora resultaba ser una cáscara vacía. Descendieron a la parte más profunda, echaron abajo la gran puerta, y allí sus miradas se encontraron con los ojos del Gran Calamar Inteligente, el cual, falto de la intérprete de sus mensajes que había sido Gorgony, se mostraba singularmente lacónico y flotaba como a desgana en su espacio vítreo.

– ¡Que hable! ¡Que haga algo! ¡Que se atreva!

El ser no reaccionaba. Hubo un asomo de eyección de tinta que se resolvió en una leve sombra pronto diluida en la sustancia verdosa. Observado más de cerca y con mayor atención, no era en realidad tan grande como hubieran supuesto. Lo parecía desde fuera por el grosor abombado del panel transparente y por el líquido que lo rodeaba. Los asaltantes tenían prisa. Alguien le tiró un taburete, otro una silla, y pronto cuantos objetos había en la sala volaron hacia la pared de cristal que se agrietaba con rapidez.

– ¡Cuidado! – gritó alguien

Se apresuraron a retirarse a zonas más alejadas y más altas. Pronto los galeotes se encontraron chapoteando en la mezcla de agua, algas y gelatina en la que se había disuelto, sin lucha alguna, el Gran Calamar. Toda una decepción respecto a la batalla homérica, el enfrentamiento con el misterio y el furioso ataque que muchos esperaban.

Unos golpes en cubierta les hicieron volver a la realidad. Los jefes de Piratas Irredentos Libres y Piratas Irredentos Fundamentalistas se enfrentaban.

– ¡Dejadnos! – La voz de mando de Muerte Súbita no admitía dudas ni discusiones. -Coged los dos botes laterales y uníos a los demás. La gran batalla ha comenzado. Os necesitan.

-No debemos intervenir. Haremos lo que dice. ¡Suerte, amigo! – Los prófugos asintieron. No había tiempo que perder. Ya era casi de día y la luz de un cielo despejado bañaba el horizonte y un mar en el que se dibujaban con nitidez las fuerzas en presencia, que se movían según tomaban posiciones y en muchos casos no parecían tener clara la estrategia a seguir. Su número era variable porque, mientras se hacía más compacto el núcleo rátida del centro, nuevas naves de fidelidades imprecisas se incorporaban a los círculos externos y a la difusa línea del horizonte.

En la galera ahora abandonada cuyo mascarón de proa representaba el rostro de un ser indefinible compuesto de ratas innumerables los dos adversarios continuaban su lucha.

Muertesana siempre había soñado con acabar con su rival. Detestaba su popularidad con las tripulaciones, su desenvoltura en tierra, sus formas de organizar fiestas y elegir aquellos atuendos vistosos de una desenfada elegancia. Odiaba sus bromas, que le rieran los chistes y no le regatearan ninguna parte en las recompensas. Y que tuviese manifiestos deseos de sobrevivir y de vivir lo mejor posible. No era un tipo de fiar, nunca sería incondicional de la muerte y la calavera. Incluso no le perdonaba que se arriesgase en el salvamento de otros sin darle mayor importancia ni reivindicar fines transcendentes, que tuviera proyectos de navegar por mares ignotos y recorrer lejanos países. Sobre todo no le perdonaba los favores que Muerte Súbita le había hecho a él, y que los hiciese sin invocar juramento ni principio alguno.

Muerte Súbita nunca había tomado al Iluminado en serio. Tampoco a sus huestes. Hasta que los chipirones, el Clero Tinta Negra, había comenzado la represión de toda disidencia y la eliminación espectacular, por los más crueles procedimientos, de los que no compartían el credo de Iluminado Máximo. Muerte Súbita y sus compañeros tenían la certeza de que podían pasárselo razonablemente bien en esta vida perecedera y habían ya imaginado deseables futuros, cambios de actividad que no precisaban de eliminación ni masiva ni individual alguna. Y justamente por ello subestimaron la fuerza de sus adversarios. Los Piratas Irredentos Libres descubrieron demasiado tarde que había una embriaguez más poderosa que la del vino, más atractiva que los cantos, las tabernas de puertos y las partidas de cartas. Uniformados de negro, provistos de brillantes alfanjes y tocados con una banda en la que se leía “Orgullosos de ser un PIF” y un pectoral con el juramento de fidelidad a Iluminado Magnífico, sus antiguos compañeros les mostraron con la afilada punta de su acero el cielo, los placeres innumerables que a los Fundamentalistas, y sólo a ellos, estaban reservados, y el suelo, es decir, el barro o la espuma inmundos en los que desaparecerían cuantos no jurasen fidelidad a la empresa.

Los PIL leyeron en los ojos de los que habían sido sus compañeros un desprecio insólito y jamás visto hacia el resto de la tropa, un brillo de posesión exclusiva y extremo orgullo que nunca observaron en mirada alguna, ni en mar ni en tierra. Muerte Súbita comprendió quizás el primero que a aquéllos se les había ofrecido un tesoro nuevo de atracción irresistible: La superioridad absoluta, la certidumbre completa de haber sido transmutados en émulos de los Grandes Jefes de antaño, en escogidos por el poder supremo que residía en lo alto, mucho más allá que el palo mayor. Era el mejor botín.

 

 

 

39

Asuntos de familia

 

Se desafiaban pero a un lento ritmo. Muerte Súbita no ardía precisamente en deseos de matar a su rival. No veía atractivos en mostrar su conocida pericia con un segundón frenético y claramente poseído por un odio que él no acababa de explicarse. Prefería interrogarle, saciar su propia curiosidad, obligarle a desnudar un pasado que ambos conocían.

-Y a todo esto, ¿qué tal le va a tu papá con el uranio? – le dijo desde el balcón al que se había encaramado.

–¡Deja en paz a mi padre! Mi familia ¿qué importa? – Muertesana calculaba cómo subir y herirle por sorpresa.

-Aunque sólo sea por el número importa mucho. Me ganas veinte a cinco en hermanos con diferencia. Las hembras ni las cuento.

– ¡No ofendas a mi honor citando a las mujeres! ¡Lucha!

Muerte Súbita cambió de lugar y prosiguió:

-La verdad es que contigo no me apetece. Si te empeñas…

– ¡Muerte! ¡Muerte al renegado! ¡Todos moriréis, todos!

-Qué va. Viviremos lo mejor posible. Aunque no tanto como vivías tú, y los tuyos. Espero que no ha bajado la cotización de los elementos raros y metales preciosos.

– ¡Calla! El Iluminado me escogió; nada tengo que ver con aquello. Los PIL sois basura, perros ignorantes de la extrema pureza y los ideales que nosotros, escogidos desde lo alto por El Más Alto, impondremos en el mundo entero. Tú ni siquiera podrás refugiarte entre los siervos. Eres un impuro, te has exhibido con una hembra..

-Angelina. Se llama Angelina- le interrumpió su rival.

-…una hembra, a tu lado, a tu altura, junto a ti, como tú. ¡Una hembra!

-Angelina- insistió el otro con voz paciente, sin dejar de cambiar de posición.

A Muertesana la alusión a su pasado le había golpeado en la zona débil que siempre creyó bien protegida. Su padre disponía de las enormes riquezas que le proporcionaban las Dunas de Uranio, y reinaba, en convivencia y connivencia con sus pares de la Península del Subsuelo Feliz, antiguamente llamada La Madre de la Sed, sobre una tribu extensa unida por lazos consanguíneos y monetarios. Muertesana, que anteriormente se llamó Buitre Reticente, había recibido educación esmerada en grandes ciudades de occidente y gozado de placeres innumerables en casa de su padre y fuera de ella, Perfumes, sabores y jóvenes habían pasado por su piel, y por su lecho. Los territorios intelectuales no le atrajeron en especial, con la excepción de relatos mitológicos, con pretensiones de historia auténtica, que los señores de las Dunas de Uranio, Wolframio, Platino y Rodio habían ordenado componer y difundir y que demostraban el origen divino-estelar de los fundadores de las tribus. Buitre Reticente, que había cambiado su nombre por Azor Espléndido, deseaba acción. La halló en los barcos de Piratas Irredentos, la compaginó con las generosas subvenciones que, en forma de bolsitas de diamantes, le hacía llegar su familia, y continuó disfrutando, en todos los puertos, de exquisitos placeres. Pero llegó un momento en el que se sintió estragado por aquellos goces. Entonces halló uno virgen para sus sentidos, el placer hasta entonces ignorado de la extrema verdad, de la gran pureza. Iluminado Máximo se lo ofrecía, y fue el supremo deleite, el gran lujo del ascetismo y la austeridad.

No lograba sin embargo incluir a Muerte Súbita en el desprecio y repugnancia que le inspiraban el resto de los seres, tan sólo dignos de la servidumbre o la muerte. De jóvenes se habían conocido, cuando ninguno eran piratas. Su trato había estado limitado por la enorme diferencia de rango socioeconómico, ya que éste procedía de una familia de trabajadores emigrados de los muchos que trabajaban para los Reyes de las Dunas, había conseguido apoyo financiero de una organización internacional y gracias a ello estudiado en una ciudad del norte de Euralia. Se vieron en fiestas, a las chicas les gustaba aquel muchacho que contaba chistes y cocinaba platos exóticos. Muertesana por su parte tenía a su disposición las mujeres más atractivas y mejor cotizadas, a las que disfrutaba teniendo encerradas y cubiertas para poseerlas como quien coge y descorcha de su bodega botellas de gran añada. Pero el placer empezó a resultarle cansino y cuando coincidía con su rival le indignaba lo mucho que él parecía divertirse y adaptarse a la concurrencia. Perdieron el contacto que, de todas formas, nunca había sido seguido ni profundo. Se extrañaron el uno y el otro de encontrarse ambos en la flota de Piratas Irredentos. Y allí, con horizontes limitados por la borda y los compañeros, Muertesana sintió desperezarse y alcanzar grandes dimensiones en él toda la animadversión que en múltiples ocasiones había acumulado contra Muerte Súbita. No sabía cómo encauzar su pasión, hasta que el Iluminado lo elevó sobre Muerte Súbita y el resto, escogiéndolo para difundir e imponer su mensaje y eliminar a los incrédulos, y mostrándole al fin la sencillez excelsa en la que se aunaban la sumisión y modestia más completas con la certidumbre de la total superioridad propia.

– ¡Fenece pues, traidor a tus orígenes, imitador de nuestros enemigos, lector de estúpidas páginas irreverentes! – Muertesana había llegado a la altura de las botas de su contrincante y tiró de improviso para hacerle caer y tenerlo a la merced de sus armas.

Muerte Súbita sin embargo se rehízo, la daga dirigida a su pecho se clavó inútilmente en la madera y en cambio cayeron sobre el atacante un rollo de cuerdas y un bote de brea. Tras lanzarlos, Muerte Súbita, en lugar de rematar a su oponente, subió por la escala y observó el panorama.

No pocos buques de Piratas Irredentos flotaban a media distancia, pero era imposible saber la facción a la que pertenecían, Libres o Fundamentalistas. Algunos habían sin duda divisado lo que ocurría en su galera y pusieron proa hacia ella, para rescatar a su jefe, se dijo Muerte Súbita. ¿O quizás no? Una nave se interpuso en su camino. Otras fueron llegando y se enfrentaron entre sí. Del interior de las que estaban situadas más cerca comenzaron a surgir extrañas formas cubiertas de una especie de sarga marrón y provistas de las más variadas armas, que correspondían al botín apresado por los piratas en convoyes militares y almacenado en grutas que sólo unos pocos conocían bien. Angelina y él entre ellos.

– ¡Ríndete! Acabemos de una vez para todas- conminó Muerte Súbita.

– ¿Rendirme? Vas a morir, con cuantos suban a este barco a apoyarte. – Muertesana parecía disfrutar extraordinariamente con una visión del inmediato futuro. – La santabárbara estallará según lo previsto.

– ¡También morirán muchos de los tuyos!

-Eso carece de la menor importancia y es un bien. Como nos explicó el Iluminado, nuestra eterna dicha se multiplicará por el número de enemigos al que hayamos dado muerte. Sus cadáveres son los escalones por los que ascenderemos al paraíso.

 

 

 

40

Santabárbara bendita

 

Muertesana había llegado a la proa, se mantenía erguido sobre el mascarón y había comenzado una especie de rezo en un lenguaje incomprensible que había impuesto Iluminado asegurando que era el primigenio de la tribu elegida, hablado desde los tiempos de la piedra tallada.

Los piratas de ambos bandos escalaban ya el casco y luchaban en cubierta. Algunos, pocos, se habían ceñido el tocado del martirio, una banda adornada con una ancha greca de tibias enlazadas y la leyenda “El futuro es nuestro”. No ignoraban sin duda el proyecto de voladura de la santabárbara, que les había sido presentado como excepcional ocasión de alcanzar, sin retrasos ni impedimentos, el delicioso jardín celeste que les esperaba.

La primera intención de Muerte Súbita fue abandonar el duelo y bajar al depósito de explosivos, pero se encontró la entrada sólidamente cerrada e infranqueable, no ya con las puertas, semejantes a una caja fuerte, sino también con cadenas y tablones clavados dispuestos al efecto. Él conocía la estructura de aquel tipo de barco. No había otros accesos, excepto una claraboya a media altura que no permitía el paso de un hombre.

– ¡Vas a morir, tú, que te lo pasas tan bien en esta vida! – gritó el jefe de los PIF.

Muertesana reía en un extraño tono de histeria que tal vez era resultado de su intento de convencerse de la belleza del sacrificio mezclado con la dicha real, avasalladora que experimentaba al ver condenado a su enemigo, y esa dicha era mucho más fuerte que la consideración de su propio final. No veía, como se suele decir, toda su vida pasada concentrada en los instantes del final definitivo; veía la de su adversario, de cuanto éste había disfrutado mientras él era incapaz de hacerlo, y sentía en su interior la alegría brutal de que ni Muerte Súbita ni otros tendrían la agradable existencia a la que aspiraban. Eso le producía la euforia de haber alcanzado una meta. Era la igualdad al fin y al cabo.

Pero ninguno de ambos iba a morir en la explosión porque no contaban con el imprevisible factor Pesofijo. El comando, dirigido por el prófugo tan hábil como flaco e insignificante y que conocía a la perfección cada resquicio de la flota, también estaba al corriente del proyecto de voladura. Eran pocos pero ágiles, se habían situado a la altura de la claraboya de la santabárbara y por ella deslizó Pesofijo su dúctil y filiforme persona. Y abortó la explosión.

Hubo una pausa expectante en cubierta. Nada ocurría. A ella siguió el desconcierto, mayormente de los aspirantes al fastuoso y sonoro atajo al martirio. Mientras tanto la batalla no se estaba resolviendo con la rapidez y los resultados que esperaban. Las ratas mantenían su formación circular defensiva y se protegían con alineaciones de flotas paralelas de propios y de aliados, situado todo ello a una distancia considerable que dejaba a la facción pirata pro rátida entregada a su suerte. Los rebeldes lo habían advertido y concentraban sus esfuerzos en desembarazarse de ellos antes de presentar batalla a la galera capitana y los suyos.

El comando Angelina, por su parte, estaba llevando a cabo desde un ángulo de la retaguardia enemiga dos operaciones de desactivación de los atacantes aliados, tanto PIF como galeotes conversos y grupúsculos oportunistas de diverso origen atraídos por las perspectivas de posible botín y posteriores acuerdos comerciales con las ratas. En rápidos acercamientos, las angelinas catapultaban sobre el adversario cantidades ingentes de los sacos de color terroso con los que anteriormente se habían visto obligadas a vestirse muchas de ellas. Dirigidos éstos con extrema puntería, pronto los individuos de las tripulaciones se vieron envueltos en la cárcel ambulante de las prendas y al tiempo percibieron el olor a humo porque les habían prendido fuego a la nave, de forma que hubieron, además, que cubrirse con las telas para defenderse de las llamas al tiempo que intentaban, con agua y con ellas, apagarlas. La tarea se reveló como imposible por los numerosos incendios que continuamente surgían y la lluvia ardiente que no les daba tregua.

La segunda arma del comando Angelina se sumó al desconcierto e impidió que se transmitieran y coordinaran órdenes: Otra de sus ágiles y maniobreras naves avanzaba transmitiendo música a tal volumen que se imponía a los gritos y al fragor de las olas. Llevaba pequeñas y alegres banderas en todas las cuales se leía “¡Venid!, ¡Rendíos!”. Habían habilitado en cubierta puestos de comidas apetitosas de las que, por estrategia antirrátida, se había excluido el queso. De la proa surgía un olor irresistible a bocadillos de jamón cortado a cuchillo y a asado de cordero. Y no eran los únicos atractivos del bajel, porque en su bien aprovechado interior se hallaban apetecibles libros de lectura que prometían grato descanso y reflexión al guerrero. La batería de armas psicosomáticas se completaba con una lluvia de panfletos en los que se leía:

 

Sabemos que es admirable

la vida en el Más Allá

y que la del Más Acá

es mísera y deleznable.

 

Sin embargo defendemos

como el pájaro cantor

lo que en la de Acá tenemos,

que tal vez no es lo mejor.

 

Somos modestos testigos

de paraísos modestos

y, solos o con amigos,

nos conformamos con éstos.

 

De nuestra dicha y dolor

poco sabe un Ser Supremo

pues siempre fue lo mejor

enemigo de lo bueno.

 

Entonces comenzó la desbandada. Los PIF se habían escindido entre los puros y fieles y los francamente desertores de la gran causa que se reconocían por la consigna “No te fíes del Sublime”. Los primeros, refugiados en las partes más altas de la nave, invocaron una de las promesas de Iluminado Máximo, según se citaba en un viejo libro y garantizaba el Iluminador indiscutible: Rezaba la antigua historia que ante ellos se abrirían las aguas del mar. Por lo tanto los irredentos fundamentalistas y ocasionales aliados rátidas, tras lanzar todos el mismo grito de fidelidad a Iluminado, saltaron.

– ¡Que se abran las aguas! – gritó Muertesana antes de tirarse, y los demás lo imitaron. Pero, pese a lo que decía el viejo libro, las aguas del mar no se abrieron al llegar ellos, ni se les ofreció al fondo el ancho camino por el que llegar a pie enjuto hasta la costa más próxima. Todavía francamente sorprendidos, chocaron con las frías olas y bracearon desesperadamente porque los sacos marrones empapados les impedían nadar y acababan hundiéndoles entre sus pliegues.

Olvidado de la satisfacción de la matanza general, mientras luchaba por mantenerse en la superficie Muertesana se dijo que no había que fiarse de los viejos libros por muy sagrados que fueran. Recordó que el que les servía de referencia también había fallado en la recomendación, como prueba de fidelidad, del sacrificio de los primogénitos, que no debía consumarse cuando el patriarca estuviera a punto de hacerlo porque un poder superior detendría su mano. Algunas familias se habían visto diezmadas de sus hijos sin que fuerza alguna les impidiera hundir el cuchillo en la víctima. Claro que, como luego se les explicó a manera de magro consuelo, era importante conservar las tradiciones ancestrales y los rasgos culturales autóctonos, sobre todo cuando se integraban en usos tan sacralizados por su antigüedad como los sacrificios humanos, que cohesionaban a la tribu y marcaban respecto al exterior su hecho diferencial.

La inicial victoria no era, sin embargo, significativa. Por razón de número, el resultado de la contienda estaba inclinándose en favor de las ratas.

 

 

 

41

De entre los muertos

 

-Es cuestión de horas. Vamos a estrangularlos. – Rata Segunda irradiaba satisfacción como quien tiene el triunfo en sus manos. Habían divisado a lo lejos la catástrofe de la piratería cómplice, pero gran parte de los galeotes, según la información que les transmitían sus agentes infiltrados (nada más fácil que infiltrarse para las ratas), no juzgaban posible imponerse a las fuerzas rátidas y a sus aliados que ya cubrían con su línea de naves parte del horizonte.

-Me preocupan los tránsfugas, los posibles prófugos. ¿Y si aquéllos a los que actualmente gobernamos se unen a la rebelión? – terció Rata Parda.

-No contamos con su apoyo explícito pero tampoco se atreverán a declararse en lucha abierta contra nosotras. – aseguró tranquilizadora Rata Segunda.

-Sin embargo…-Igualísima movía con energía el rabo, mostrando su desasosiego. Era una conducta inquietante por lo inusual en ella. Ya no resplandecía de blancura como cuando apelaba al amor y la paz. Ahora su hocico, orejas y la punta de sus garras habían tomado un color rojizo y eso preocupaba a la Junta Directiva porque únicamente solía ocurrir cuando se presagiaban radicales purgas en el Gobierno. De forma discreta y hábil, Rata Máxima acostumbraba a señalar con la punta de su cola a los condenados por delitos de opinión, ineficacia o lealtad insuficiente, y lo hacía con tal habilidad que a veces en nada cambiaban su expresión ni su tono. La guardia interpretaba a la perfección la sutileza de sus movimientos, detenía a la rata designada y la hacía desaparecer como si nunca hubiese existido. Ahora Rata Máxima mostraba una peligrosa inseguridad respecto al resultado del enfrentamiento, que contrastaba con el triunfalismo de sus compañeras. El gris del hocico de Rata Segunda se acentuó como solía ocurrir cuando olfateaba el peligro. Hubo un silencio. Que rompió una aparición inesperada.

Gorgony se había unido a ellos. Con la silenciosa agilidad que la caracterizaba. Su húmeda piel relucía más que nunca, cubierta por una fina capa de gelatina, y sus ojos de grandes pupilas dominaban el panorama como alguien conocedor de las profundidades abisales.

-No estoy muerta, en absoluto. – aseguró con ironía.

Rata Segunda y las demás la saludaron con admiración.

-Sabíamos que te escaparías, pero no que podrías llegar tan pronto.

– ¿Por qué no? Para mí el Foso de las Medusas Venenosas es sólo un atajo, una manera de desconcertar más tarde al enemigo.

-Ahora lo principal es consolidar la sumisión de la masa galeote- le dijeron.

-Ningún problema-respondió ella- Los hemos educado bien y se difundió de manera intensiva, en previsión de lo que está ocurriendo, la certidumbre de que sois sus salvadoras, las que han mantenido la seguridad y el orden después de la matanza del Buque Correo, y también las que les garantizan la suprema igualdad y la imposibilidad del regreso de otro Diktátor.

-Vamos a los números. – Rata Tercera desplegó sobre la mesa las cifras y cálculos de fuerzas en presencia.

Ganaban ciertamente, y al alborozo que tal evidencia les produjo se unieron las buenas nuevas que les hacían llegar los espías. En el horizonte, lentos en su avance pero seguros, se perfilaban los barcos de los mercenarios (Igualísima prefería el título de aliados). No quedaba sino aplastar, en la batalla final, a los rebeldes entre el grueso de la flota rátida, que se mantendría sólidamente anclada en el punto escogido, y la armada de los aliados.

Rata Segunda había logrado deslizarse junto a Gorgony y aspiraba el tacto viscoso y el olor sutil de su piel. Su admiración por ella crecía por instantes. La sentía como igual en ambición y estrategia. Tenía con ella sueños de futuro. Rata Máxima no viviría siempre, incluso era posible que feneciera o desapareciese en el fragor y desconcierto de la lucha, y entonces….Ambos inaugurarían el glorioso comienzo de una nueva especie, ornada de los mejores atributos rátidas mezclados y mejorados con las excepcionales dotes de Gorgony y su conocimiento y dominio de especies que hasta entonces se habían mantenido en la oscuridad. Ella, que parecía leer su pensamiento, le dedicó una leve sonrisa mostrando la blancura de sus caninos.

Ahora la discusión se centraba sólo en dos opciones, que llevaban igualmente al triunfo con mayor o menor brevedad: Dejar de lado la estrategia pasiva y atacar, sin más dilación, a las fuerzas rebeldes o esperar a que el cepo marino estuviera bien apretado de manera que nadie escapase.

-Hay una sola forma, sin dilaciones-aseguraba Gorgony, siempre expeditiva- Eliminarlos, eliminarlos a todos excepto a los que nos sean necesarios para manejar nuestros barcos, trabajar y llevar a cabo el gran proyecto del Mañana Mundial. Navegaremos…

Se iba exaltando según avanzaba en su discurso y hasta Rata Máxima había enmudecido de admiración.

-…por su sangre, vieja sangre de tiempos pasados, hasta llegar a las aguas límpidas del Mar Nuevo, de la Nueva Era.

Rata Segunda y parte de los directivos eran de su opinión, pero nunca la hubieran expresado con tal rudeza. Tenían a gala su propio manejo de la astucia política, que les sería indispensable en la conquista de las naciones todavía ajenas, excepto por el sector Alcantarillas Unidas, a su influencia. Por lo pronto la gran alianza de Rátidas Sin Fronteras era débil, una simple pero segura promesa del glorioso porvenir. En la clandestinidad habían ya conseguido numerosos logros en su especialidad de acciones nocturnas. En su haber se apuntaba el derrumbe de no pocos monumentos roídos, estatuas desfiguradas, cuadros de valor incalculable reducidos a jirones, códices e incunables irreconocibles por el orín y las dentelladas. Sin embargo los servicios de Inteligencia Rátida eran de la opinión de que convenía dosificar la alarma y miedo sociales producidos entre los que, más tarde o más temprano, serían sus enemigos y en la actualidad se limitaban a intentar comprender y explicar a la opinión pública de sus países la situación e incluso a defender la inocencia rátida, como fruto de su natural instinto y de las persecuciones humanas que habían sufrido.

– ¡El porvenir es nuestro! – declaró Igualísima, algo incómoda por el protagonismo de Gorgony y la exposición de posturas radicales cuya presentación pública reservaba, llegado el momento, para sí.

Y brindaron.

 

 

 

42

Lepóridos versus Mustélidos

 

Entonces, cuando no se planteaba como tema táctico sino la rapidez y forma de obtener la ineludible victoria, hubo un cambio en el ambiente. Comenzaron a aparecer espías llegados de diversos puntos, todos con el mismo mensaje: En muchos barcos habían desaparecido los botes salvavidas, y también buena parte de la tripulación. No faltaban, sin embargo, la división y el desconcierto entre los galeotes. Como el Gobierno rátida había previsto, muchos de ellos veían aún en las ratas los dirigentes que aparecieron como salvadores del País (ahora No-País) tras el desastre del Buque Correo y eran capaces de proporcionar igualdad, paz y orden, y se mantenían en una tensa espera de acontecimientos sin pasar francamente a la oposición. Las naves bogaban o se detenían sin aparente lógica ni estrategia, que reflejaba los cambios sucesivos en la corriente de opinión imperante. Los partidarios de la igualdad a toda costa y de la promoción segura de los grupos fieles y diestros en el recitado de la consigna coral eran los más reticentes a cambio alguno, puesto que implicaba riesgo y muy probable pérdida del rancho suplementario que recibían sin otro esfuerzo que proclamar su pertenencia platónica al sector agraviado durante la era Prerrátida.

Algunos incluso no aspiraban a beneficio alguno. Se les hacía simplemente insoportable la idea de que la rebelión implicara reconocer en otro galeote algún tipo de superioridad.

De forma casi simultánea, se observaban a lo lejos movimientos irregulares de la flota aliada. Pronto les llegaron noticias de que los mercenarios Mustélidos estaban inquietos respecto a la recompensa que se les había prometido y además temían que los Lepóridos, que no profesaban la menor simpatía ni aspiraban a asomo de alianza con la nación rátida, los atacaran por la retaguardia a la primera oportunidad. Los Mustélidos tenían a su favor los agresivos hábitos carnívoros que los hacían muy apreciados como sicarios. Martas, hurones y comadrejas poseían una rapidez, agilidad y ferocidad inigualables. Los Lepóridos parecían despreciables rivales a su lado, pero eran capaces de desconcertar como nadie al enemigo, abrumarlo con su número, con sus carreras imprevistas y la variedad de sus refugios y artimañas. Además, los movía un afán superior a la recompensa ofrecida a sus mercenarios por las ratas: Ellos luchaban por su supervivencia, que con los humanos podía compaginarse, aunque con pérdidas frecuentes de individuos, pero bajo un gobierno rátida uniforme sabían que serían ofrecidos como sabroso botín a la voracidad de los Mustélidos. Había, pues, tensión y disensión entre los aliados de las ratas y sectores que anteriormente se habían mantenido al margen del conflicto pero que en ese momento crucial tomaban conciencia de lo que estaba en juego y luchaban por su futuro.

– ¿A qué venís aquí? Vosotros no sois sino la vulgar y baja clase, la plebe que subsiste de las hierbas de los campos, incapaces de hazaña alguna, cobardes natos, tan numerosos como despreciables y promiscuos. – gritaban los Mustélidos desde cubierta a los Lepóridos.

Pero éstos no se amilanaban. Habían vivido largo tiempo acomplejados por las pretensiones de superioridad racial mustélida, por las continuas alusiones de éstos últimos a su pertenencia al pueblo elegido, a la aristocracia carnívora, y, lejos de amilanarse, respondieron por altavoces de cubierta a cubierta:

-Gritad, gritad. Nunca supisteis hacer otra cosa sino dar miedo, exigir sumisión y dejar rastros de cadáveres a vuestro paso. Incluso establecisteis un impuesto de superioridad histórico-étnica según el cual debíamos suministraros gazapos, hierbas medicinales y ensaladas. Con los humanos, aunque a veces nos consuman, tenemos muchas oportunidades. Hemos incluso prosperado. Vosotros, aristocracia carnívora, seréis finalmente exterminados en el mundo dominado por las ratas.

Los mustélidos hervían de indignación. Firmemente convencidos de la excelencia innata de los suyos, de los inmemoriales derechos y lógicos privilegios de la aristocracia a la que pertenecían, la osadía de gente de categoría tan vil como los Lepóridos les parecía difícil de ser tomada siquiera en consideración. Simplemente no podían creer que aquella plebe de llanura, monte bajo, sembrados y agujeros pusiera en tela de juicio su natural y especial status.

Y sin embargo lo hacían. Los Lepóridos habían situado sus naves cerrando el paso a las de los Mustélidos y a una distancia que permitía el abordaje.

– ¡No se atreverán! – dijeron. ¿Cómo podían soñar siquiera unas tímidas criaturas, hechas para doblegarse ante ellos, ofrecerles cuanto pidiesen y mantenerse a distancia sin rozarles siquiera, erguirse de igual a igual en su camino? Unos pocos muertos y unas dentelladas serían más que suficientes para ponerlos en fuga.

Ágiles e imprevisibles, los Lepóridos habían ya entablado algunos cuerpo a cuerpo bastante peculiares puesto que consistían en saltos, carreras y regates que agotaban al enemigo. La nave capitana mustélida desplegaba la enseña de su árbol sacrosanto de cuyas ramas caían nueces de oro y filetes. Los lepóridas, decididos a no ser menos, hicieron ondear la suya, repleta de zanahorias en compacta formación. Se generalizó el desconcierto hasta el punto de que no pocos mustélidos prefirieron dar prioridad al vertiginoso desarrollo del nuevo conflicto en detrimento del compromiso que su tropa había acordado con el Gobierno rátida.

– ¡Alto! – ordenó el jefe mustélido- Es absurdo que gastemos neciamente nuestra energía, que debemos reservar para la subsistencia diaria. Esto vale para nosotros y vosotros. Parlamentemos. – Y señaló una zona despejada en la lancha auxiliar.

-Parlamentemos pues- El jefe lepórido ordenó el cese de las hostilidades y se colocó a su lado. Llevaba el mustélido bien cepillado el brillante pelaje, los caninos especialmente largos y en el agudo hocico, artísticamente colocado, el huesecillo de una de sus presas. Su homólogo resultaba más discreto pero se mantenía digno y firme. Había sido elegido por sus pares, según es costumbre, por la longitud de sus orejas y la blancura impoluta de su pecho.

Casi con cordialidad, el mustélido le dio una palmadita en el lomo mientras con aire entendido le anunciaba;

-No habéis reparado en un importantísimo detalle. Ha llegado el momento de que se os otorguen las inmensas compensaciones que, como víctimas, os corresponden. Tras la victoria en esta batalla, los humanos deberán saldar con vosotros, entre otras muchas especies, su ancestral deuda histórica.

– ¿Víctimas? ¿Deuda? – El lepórido no acababa de comprender.

-Sí, claro. Gran parte de los lugares que ellos ahora ocupan serán vuestros cuando se produzca el nuevo, justo, gran reparto. Han sido siglos, milenios de dominio.

-Pero nosotros no queremos…-

La falta de sana indignación, toma de conciencia y ardor guerrero exasperaba al líder mustélido.

– ¿Cómo que no? ¡Es el gran cambio! ¡El futuro, el mundo serán nuestros!  ¡Reivindiquemos la superioridad mustélida!…Y también la lepórida, claro. -se apresuró a añadir, aunque pensó “pero bastante menos”.

El jefe Lepórido se acomodó sobre un banco y sugirió a su compañero que hiciese lo propio y que se calmase. Comenzó a mesarse lentamente las orejas, que era en su raza signo de reflexión y sabiduría, y planteó con sosiego su punto de vista:

-Los Lepóridos somos razonables, Los míos ni han hecho ni pueden ni quieren hacer lo que los humanos. No tenemos intención, ni fuerza, ni ganas de dar la vuelta al mundo, escribir miles de volúmenes, elevar altos edificios. Se está tan ricamente en nuestros cálidos agujeros.

-Cuando os sintáis liberados de la secular opresión querréis hacer eso y mucho más. Se os conocerá de uno a otro polo, resonará por doquier vuestra lengua, ingresaréis en la gran Asociación de Víctimas, que os aguarda y acoge.…-insistió el mustélido.

El lepórido movió resueltamente en signo de negación las orejas y el hocico y se mantuvo en su posición.

-Lo siento; te equivocas. El plan ni es lo nuestro ni nos gusta. Un simple ejemplo: Por mucha promoción y zanahorias que le echemos, nuestro lenguaje de chillidos nunca resultará atractivo para los habitantes del globo terráqueo. Además, imagina: ¿Has intentado correr con dos patas? ¡Qué noticia para nuestros perseguidores!

E, incomprensiblemente para los mustélidos, los Lepóridos rechazaron integrarse en la ventajosa y prometedora Asociación de Oprimidos Incontables.

La antes nítida línea de apoyo mercenario se había fragmentado. El grueso de las fuerzas dispuestas a aplastar a los rebeldes continuaba, sin embargo, siendo superior. El sol avanzaba hacia su cénit e incluso la atmósfera pareció espesarse y el viento detenerse en expectativa de la resolución de la gran batalla. En cualquier momento uno de los adversarios, probablemente el rátida, se abalanzaría sobre el otro. Algo iba a ocurrir.

Y algo ocurrió, pero no lo esperado.

 

 

 

 

43

De Profundis

 

En el amplio espacio que separaba a ambas flotas comenzaron a aparecer pequeñas embarcaciones que parecían coordinadas en extrañas maniobras. En efecto, las guiaba una consigna, un mensaje multiplicado y enviado a cada galeote. Era el arriesgado plan de Muerte Súbita, de Offing, Metáforos, Gal y unos cuantos rebeldes, que se basaba en impulsar acciones y decisiones tomadas individualmente pero destinadas, si había éxito, a llevarse a cabo al tiempo y con un único fin. Se trata del arma secreta a la que en principio había aludido el antiguo jefe pirata, inspirado por el pecio que hallara y por su conocimiento de los fondos y corrientes marinos.

El lugar al que se había atraído a los barcos rátidas era el indicado, la hora, la marea y el día los marcados como idóneos por la profundidad relativamente escasa de las aguas, las maniobras previas habían sido difíciles pero no imposibles para gentes acostumbradas a la destreza en lanzar el ancla y a la inmersión.

Los botes se habían desplegado bogando en abanico. Cada uno tiraba de una gruesa cuerda y eran sorprendentemente numerosos. La movilización era un éxito inesperado incluso para los autores del proyecto, que observaban la escena desde la nave prófuga donde se habían reunido los humanos tras abordar y hundir, entre otros, el Galeón de los Ritos oscuros y la Galera Místico-Planetaria.

– ¡Tu plan ha funcionado! Nunca lo hubiese creído- Metáforos palmeó efusivamente la espalda de Muerte Súbita.

-Todavía no- respondió éste, y, tras mirar a lo alto y observar el horizonte y la vertical del sol, que se hallaba en el centro, dio la señal- ¡Los altavoces! ¡El aviso!

Y resonó por doquier, el mensaje que llegó a oídos de los indecisos galeotes de toda la flota rátida:

– ¡Ar-quí-me-des! ¡Ar- quí-me-des! ¡Ar-quí-me-des!

Muerte Súbita proclamaba a los cuatro vientos el nombre del arriesgado plan que sin embargo parecía materializarse, tomar forma. A su voz se unieron otras que añadían:

– ¡De éstos habéis tenido miedo! ¡A éstos servíais!

– ¡Mirad, mirad quiénes os han gobernado y gracias a qué! ¡Mirad a quiénes disteis el poder!

En el preciso instante cenital la coordinada tracción de los botes, cuya velocidad había disminuido por la resistencia de lo que aún se escondía bajo las aguas, comenzó a dar visible fruto. Algo, grande, oscuro, se movía, ascendía con lentitud. Era una extraña pesca, con cientos de pescadores que recordaban más bien a lanchas balleneras en el empeño de izar hasta la superficie al animal herido que se había refugiado en el fondo.

Eso pensaron las ratas, y la Junta Directiva comentó:

-Una maniobra de distracción.

-No, simplemente huyen y arrastran sus pertenencias o intentan conseguir alimento para su travesía.

Rata Segunda estaba inquieta. De todas, era quien tenía mejor memoria y estudiaba, a escondidas para no ser tachada de intelectual repulsiva y reo del pecado de desigualdad si se producía una inesperada purga. Rata Máxima era celosa, admitía colaboradores necesarios pero que se guardaran muy bien de hacerle sombra. Rata Segunda leía las crónicas, los diarios de a bordo, incluso antiguos libros de historia, y conocía bien el período anterior a la toma, almacenamiento y reforma de los Almacenes de Memoria. Dominaba las técnicas de selección, tratamiento y utilización del discurso, y de algo todavía más importante: Del silencio, oportunamente mantenido, difundido, impuesto. Pensaba que esto podía ser de gran importancia para hacerse, un día, con el poder, que sabía aún mejor que el queso. El dominio del relato, el hábil manejo de especiales y afortunadas circunstancias había servido a los rátidas para obtener el Gobierno del ahora No-País gracias al apoyo popular y había relegado a los galeotes a la sumisión bajo promesa de paz, seguridad y protección eternas. Rata Segunda se estaba apercibiendo de que el lugar en el que se encontraban no le era del todo desconocido. En la fiebre y preparación de la estrategia bélica y la inminencia de la lucha, encerradas en la sala de reuniones, habían descuidado la vigilancia de la ruta en la monótona superficie del mar, puesto que las apremiaban problemas inmediatos y no les urgía dirigirse a sitio alguno antes de acabar con el conato de rebelión. La flota había seguido, sin que ellas lo advirtieran, cierto rumbo hacia un lugar siniestramente familiar. No podían identificarlo claramente. Con el paso de los años habían cambiado los fondos, los bajíos, en aquella latitud de fuertes corrientes estacionales y frecuentes movimientos sísmicos. Existía una zona de arrecifes cercana que se elevaba sorprendentemente lejos de la costa y luego una fosa, honda, sí. Pero el mar era movible, caprichoso.

-Huyen. Seguro que huyen. Nuestra superioridad es evidente. -Igualísima sonrió satisfecha de sí misma. Las demás aplaudieron a la Líder.

-No los necesitamos. La mayoría de los galeotes son gente temerosa y nos obedecen. ¿Quién les daría más paz? Además en su huida se encontrarán con nuestros mercenarios mustélidos, que tendrán así alimento fresco y nosotras nos ahorraremos pagarles con el producto de la Galera de Recursos Humanos. – añadió Rata Ecónoma, con asentimiento general.

En la nave prófuga, a la que se había unido la ligera goleta de Angelina, se seguía la múltiple maniobra con la máxima expectación. Gal había hecho nuevos cálculos, Muerte Súbita revisado sus mapas de navegación. Pesofijo parecía haber cambiado incluso de peso y de talla sin que ello fuera cierto. Simplemente sentía ahora un aprecio por su labor y una seguridad en sí mismo que le hacían crecerse y ofrecer a los demás valiosas observaciones y tranquilo ánimo. Offing y Metáforos planeaban ya, con optimismo, las siguientes etapas y Angelina aleccionaba a los desertores en las tareas de su nueva vida. Heston ordenaba el material obtenido en los Almacenes de Memoria e insultaba profusamente a todo el linaje rátida y a sus colaboradores a cada uno de los innumerables casos de falseamiento de la realidad que descubría. Segis estaba tenso y pálido, consideraba su deber la asesoría cultural de la sociedad futura y vivía ya su responsabilidad en la gestión del cambio, las controversias y las tensiones.

Gal hizo saber el resultado de sus cálculos:

-En este punto- dijo. Y todos callaron y miraron hacia el mar.

Los botes de recientes desertores, que habían seguido la consigna personal recibida -y asumido el gran riesgo que conllevaba, puesto que cada uno ignoraba los apoyos con los que contaría- se habían multiplicado, pero aún eran más numerosos los galeotes que permanecían en sus puestos en los barcos del bando rátida y observaban, indecisos, el devenir de la situación. Había inquietud en el grupo de Gal, pero Muerte Súbita mostraba una contagiosa y grande satisfacción y musitó, acodado en la borda:

-Lo han intentado. Sin recompensa, sin certidumbre. Las ratas jamás lo hubieran hecho. Por eso ganaremos.

Gal asintió:

-Ellas nunca hacen algo que no sea en beneficio propio seguro. Su divisa es lo mío, los míos, solamente, ahora, pronto.

Segis observó, dubitativo:

-Así no se ganan batallas. Quizás alguna vez.

Metáforos parecía tranquilo. Sentado en un rollo de cuerdas, citó algunas frases en griego en las que se distinguió la palabra “Eleuzería” [3]y luego señaló a los antes galeotes que ahora bogaban muy lentamente y añadió:

-Ésos ya han ganado algo.

– ¿Un tesoro? – apuntó alguien.

-No exactamente. Según como se mire.

Offing miraba fijamente la forma que ya se adivinaba bajo la superficie del mar. Era periodista, consultaba hemerotecas, había trabajado en efemérides de sucesos misteriosos, turbios y sangrientos. Tenía además la formación clásica propia de Albinia.

De profundis. -dijo.

Las cuerdas de las que tiraban los botes y que, como en un inmenso abanico, convergían en aquel punto del océano, estaban haciendo aflorar un objeto en principio irreconocible, una especie de islote de limo, moluscos y algas en el que el oleaje estaba eliminando una parte de la capa que lo cubría hasta descubrir lo que fue una gran nave, ahora reducida a pecio en el que se observaban los enormes boquetes y efectos de una violenta explosión. El casco se mantenía y vaciaba de agua por el efecto de la tensión múltiple de las cuerdas, que impedían que se hundiese de nuevo. Inmediatamente, según el punto marcado en las instrucciones y los cálculos previos, los galeotes prófugos se dividieron entre los encargados de sostener la nave a flote y los que se dirigieron hacia ella y comenzaron a limpiarla someramente para que fuese reconocible. Hubo un momentáneo silencio. El bando rátida parecía desconcertado por la situación. Los rebeldes intuían, sin saber todavía muy bien lo que esperaban. Los prófugos estaban ahora unos raspando las zonas que correspondían al nombre del barco, otros se afanaban en llenar unas cajas con materiales que iban encontrando en bodega, sentina y cubierta.

El silencio se rompió con un atronador anuncio dirigido especialmente a los atónitos galeotes que permanecían en la flota rátida:

– ¡Mirad! ¡Recordad! ¡Es el Buque Correo! De su explosión, de la matanza de humanos, se culpó entonces al antiguo Gobierno del que era País. Así consiguieron las ratas que se les entregara la llave del Cofre. Tuvieron todo, tesoro, gobierno y queso.

En el flanco del buque se leían en efecto el nombre que lo identificaba y las marcas de su función postal.

El episodio, que las ratas habían procurado activamente borrar de la memoria colectiva, afloraba, lo mismo que el pecio, a la conciencia de los galeotes y a la de sus simpatizantes, como una boya que se hubiese mantenido en el oscuro fondo y que, soltada de repente, resaltase con singular brillo en el gris del olvido inducido.

– ¡Tenemos pruebas de que se provocó la explosión! Nunca se estudiaron los restos, las ratas los lastraron y hundieron apresuradamente, sabotearon, utilizaron la matanza, el temor, el desconcierto. – desde diversos puntos los altavoces rebeldes transmitían el desarrollo de los acontecimientos.

Las ratas se decidieron a intervenir y gritaron igualmente:

– ¡Eso no prueba nada en contra nuestra! Nos dieron, nos disteis, el Gobierno por propia voluntad, nos entregaron gustosos las llaves del cofre. Ofrecimos inocencia, paz, amor universal incluso. Los culpables del atentando del Buque Correo fueron grupos violentos incontrolables que desaparecieron luego. Parte, según informe policial, fueron engullidos por las dunas en Caucasia, parte pertenecían a Piratas Irredentos…

– ¡No es cierto! -Muerte Súbita respondía desde la proa- No debéis creerlas. Utilizaron el nombre, la franquicia de los PI, y los sobornaron, compraron su silencio. El atentado ni siquiera fue obra de los Fundamentalistas. Ellos nunca hubieran tenido interés por permanecer en el anonimato, hubiesen explotado la hazaña. Se alimentan del miedo y la propaganda; consiguen bastante oro por otros medios.

– ¿Queríais pruebas? ¡Mirad, mirad! -Los que se ocupaban de explorar el pecio abrieron de forma que todos lo viesen las muchas cajas llenas ahora de un material oscuro que cubría numerosas zonas del buque.

Estaban llenas de pelos de rata.

Recovecos, camarotes, pasillos, cabina de mando y todo espacio resguardado contenía rastros abundantes, que habían permanecido amalgamados entre los sacos de correo, la brea y los aceites y combustibles. La intervención rátida podía seguirse como en un libro en el que la tinta invisible se hace evidente con el tratamiento adecuado.

Y en un diario de a bordo encerrado en varias envolturas impermeables de hule era posible leer, aunque con dificultad y de manera fragmentaria, líneas apresuradas sobre la inesperada, nocturna y repentina invasión rátida, cómo se había encerrado a tripulación y pasajeros, provocado la explosión, esparcido falsas pistas y preparado el buque para que después de ésta sus restos fueran irrecuperables.

Un gran clamor comenzó a surgir desde las naves de la flota rátida. Entre los galeotes corría como la pólvora la indignación, el deseo de respuestas, la presión desatada de antiguas y silenciadas preguntas, el rechazo de la consigna Paz con la que se había mantenido paralizada una parte de sí mismos. Miraban hacia arriba, a los lejos, como si por primera vez lo hicieran, calculaban el paso del tiempo, los hechos transcurridos. Sentían una gran ansia de porvenir y paralela curiosidad respecto a nuevos descubrimientos y a la forma que podrían tomar sus propias vidas. Añoraban la tierra, recordaban o imaginaban paisajes. No era la seguridad pero sí se parecía a la felicidad.

Que tendrían que ganarse. Y podría no ser duradera.

 

 

 

44

El final del imperio

 

Las ratas cambiaron de táctica y pasaron al ataque, por todos los puntos, con un frenesí y dispersión de los que sus antagonistas no las creían capaces. Ellas, tan coordinadas y gregarias, tan compactas y similares en sus movimientos, ahora reaccionaban con una ferocidad y violencia que hacían difícil predecir sus zonas de combate y estrategia, si es que la había.

Y es que entre la nación rátida se había extendido la consigna que era a la vez grito de alarma y urgencia de combate:

– ¡Que nos quedamos sin queso!

Avanzaban compitiendo en su número con la espuma de las olas a las que, en un curioso efecto, parecían cubrir, vistas desde la distancia, con una capa gris que desconcertaba a los bajeles dispuestos a hacerles frente. Y era así porque habían ocurrido súbitamente dos fenómenos. Por una parte los galeotes reticentes a la rebelión estaban desertando en masa. La visión del pecio del Buque Correo y la evidencia de quiénes eran los verdaderos culpables de aquella gran matanza, de la ola de pánico subsiguiente y de cómo las ratas habían logrado, excitando la indignación popular, las llaves del Cofre y del Gobierno había corrido como la pólvora. Las tripulaciones huían por todas partes, en los botes de salvamento, en embarcaciones improvisadas.

– ¡A por ellas! ¡Tomad los puentes de mando si podéis y si no venid hacia nosotros! Os recogeremos.

Desde los buques de los rebeldes se los exhortaba a grandes voces, se tiraban cuerdas, flotadores y escalas. La batalla se había concentrado en un pequeño espacio que hervía de contendientes.

Por su parte las ratas, poseídas por un ansia febril de supervivencia y poco amigas de las profundidades marinas, estaban royendo sus propias naves y habilitando como lanchas cualquier conjunto de tablas. El pecio del Buque Correo, que se balanceaba sombrío, parecía ejercer sobre ellas una acción repelente, como si un pasado culpable que muchas de ellas desconocían, pero tenían noticia de que había existido, se hubiera encendido y las bañara de una insoportable luz. La cadena de mando parecía rota, las estrategias olvidadas y, en su febril actividad, se atacaban entre sí por la pura necesidad de hundir en algo vivo sus colmillos.

 

 

 

45

Testigos peligrosos

 

Podían ganar, todavía podían ganar. La Resistencia Galeote evolucionaba sin orden, se entretenían recogiendo compañeros, botando chalupas. El Secretariado Rátida, que se había retirado discretamente a una zona algo apartada del campo de batalla, se dedicó firmemente a la tarea de levantar la moral a Rata Máxima. Era cierto que los mercenarios mustélidos no parecían decididos a cumplir sus compromisos. Pero también lo era que, si los expertos sicarios advertían que finalmente podían conseguir una recompensa sustanciosa, pasarían al ataque. Por otra parte, no todos los galeotes se habían unido a la rebelión. Las ratas sabían de buena tinta que muchos de ellos temían perder la seguridad garantizada y la existencia previsible de habían llevado. Acostumbrados como estaban a la homogeneidad rátida, un panorama humano impredecible, de elecciones, incertidumbres, leyes y exigencias, les producía profunda angustia.

-No estábamos tan mal…A saber con éstos…A saber luego…-se decían.

Los de Resistencia Galeote, por su parte, tampoco se habían dejado llevar por la embriaguez de una rápida victoria, lograda en buena parte gracias al efecto del descubrimiento de los que habían, junto con sus aliados, ideado, solos o en compañía de otros, y manejado el hundimiento del Buque Correo. Ya les habían llegado noticias sobre la actitud indecisa de no pocos, y la incredulidad, la tibieza e incluso la indiferencia se extendían como manchas de tinta. En realidad, el colectivo sojuzgado por las ratas se negaba a creer que los de su misma especie hubieran podido aceptar, sumisos, el cambio de Gobierno y el repudio del anterior sin mayores trámites ni interrogantes. Era imposible que humanos como ellos se hubieran sometido con tal facilidad, que, pasada la efervescencia, el pánico y el dolor por las víctimas, se hubiese impuesto el silencio y aceptado como incuestionable el nuevo poder. El hundimiento del Buque Correo era un viejo mito, historia de un pasado remoto, incómodo y turbulento que debía permanecer, como lo había estado hasta entonces el pecio, en las profundidades del olvido. Aceptar, de nuevo, su existencia era aceptar también la de escombros depositados en el interior de cuantos se habían acomodado desde entonces al imperio rátida. En el centro de operaciones de la Resistencia se sabía que hasta que el último galeón enemigo y sus tripulantes fueran derrotados, hasta que las ratas carecieran de alimento gratuito alguno, no habría seguridad ni podría comenzar la reconstrucción y resurgir de los que fueron sus países y sus vidas.

-Creíamos que con el reflote del Buque Correo y el descubrimiento de la conjura rátida la batalla estaría resuelta…-Por primera vez la voz de Muerte Súbita tenía una inflexión de descorazonamiento y tristeza. Había trabajado mucho, y con ilusión, en la operación, que creía definitiva una vez se proclamara a ojos vistas la evidencia.

Entonces llegó la noticia: Se acercaba naves que no pertenecían a ninguno de los grupos en presencia o asociados a los contendientes. Offing fue el primero en recibir comunicación, enviada por un colega de su oficio, de que las embarcaciones procedían de diversos, más que países, puertos, de litorales situados a veces muy lejos, otras desde Euralia.

-Mira-

Offing tendió a Gal un objeto de vidrio. Estaba trabajado primorosamente. Su forma recordaba a la de una botella pero su interior estaba lleno de estructuras transparentes y la abertura superior era doble con acabados distintos en cada una de las partes.

– ¿Y esto? – ella lo examinaba cuidadosamente.

-Con esto he recibido noticias de Albinia, y de otras partes. Ellos tienen lo que llamamos detectores de botellas con mensaje. Y mandé muchas.

A él le conmovió ver su cabeza, con el pelo de extraños colores, inclinada sobre el objeto, atenta a sus explicaciones. Y al final añadió rozándole con los labios los bucles cuyo sabor empezaba a serle familiar:

-Cuando todo termine y tengamos nuestra casa lo guardaremos como recuerdo.

Gal reflexionó unos segundos, y dijo:

-Nuestra casa…Nosotros….Sí.

La mención a “casa” en otra parte, fuera del imperio rátida, fuera de aquella situación, de la cubierta movible del barco y de la superficie del mar suspendió durante unos instantes la atención de los que allí trataban graves asuntos estratégicos. Había una chispa de alarma en los ojos de Muerte Súbita, en los de Segis, e incluso en los de Angelina, mezclada con un punto de complacencia y temor al mismo tiempo. Habría que enfrentarse, en algún momento, a un enemigo sin espadas ni cañones, sin los colmillos ni la sinuosa perversidad adornada de bondades y lluvia de dones gratuitos, de las ratas: Esperaba el imprevisible futuro, con otras trampas, engaños y adversarios, y, sobre todo, simplemente con la inercia de la sucesión de los días.

-Pues tampoco vamos a tener miedo a eso. -exclamó Angelina, poniendo voz a la interrogante que había flotado unos segundos en el ambiente. Y muchos, Muerte Súbita entre ellos, respiraron aliviados porque ella les ofrecía la certidumbre de otras victorias en personales y solitarios enfrentamientos.

-La casa en una ría que conozco, con fácil salida al mar y buenas comunicaciones. – apuntó Muerte Súbita.

Los más jóvenes se agitaron en un conato de rebeldía. Llovieron reproches de Orky, Kraky y Pesofijo, a los que pronto se unió, reflexivo y serio como siempre, Segis:

– ¿Será posible que os pongáis a hablar ahora de menudencias personales?

– ¡Estamos en guerra, luchando! ¡Pueden matarnos y vencernos!

-Por otro orden. Tendrán que vencernos primero. -puntualizó Segis.

-Sólo falta que discutáis sobre dónde poner la botella, si en el dormitorio o en el salón- terció Metáforos.

– ¡Llegan, llegan! – El vigía irrumpió en la habitación- Son embarcaciones de muchos lugares, extranjeros.

– ¿Están aquí?

Comenzaron a llover noticias. No, no estaban allí. Ni era una flota organizada en escuadrones militares y provista de armas. Se habían quedado al pairo a escasa distancia, la suficiente para hacer llegar sus mensajes y calibrar la situación. ¿Qué querían exactamente los contendientes, quiénes eran, cuáles eran sus intenciones respecto a la política exterior? Hasta entonces las noticias sobre la situación del No-País, su evolución a partir del atentado del Buque Correo, los planes de sus dirigentes actuales, no estaban claros. Y el Imperio Rátida estaba rodeado de misterio por la dificultad de las comunicaciones y las confusas visiones que daban de él tanto las asociaciones mundiales de Alcantarillas Unidas como los escasos prófugos.

Empezaron a llegar peticiones sobre el tema a ambos contendientes. Por todas las vías de comunicación posibles, altavoces incluidos.

El Gobierno Rátida sabía la importancia de la imagen exterior perfectamente. Y vio su oportunidad.

 

 

 

46

Agitprop

 

El mar estaba tranquilo, demasiado tranquilo, como si también él esperase algo. Y, en efecto, ese algo ocurrió.

Era el momento de seguir los consejos de los asesores, de Rata Segunda, Rata Parda (experta en comunicación y difusión multiespecies), del Corpus Nígrum de Ratas Pedagogas, que ya estaban preparando, además, su arma especial definitiva, e incluso del cantautor Pasta Supina. Se dejaban de lado, por el momento, las cuestiones puramente militares. El aire se llenó de los sones de una desconcertante fanfarria. Los extranjeros se miraron asombrados. Todavía mediaba entre ellos y las embarcaciones rátidas una distancia que no les permitía distinguir en detalle los acontecimientos, pero sí las voces ininteligibles y las grandes maniobras. En esa etapa el Gobierno Rátida se dirigía principalmente a los suyos y a los galeotes indecisos. Importaba levantar la moral. No ignoraba que desde lejos serían percibidos por los foráneos como una amable especie dedicada a pacíficas demostraciones sin más finalidad que afirmar su identidad cultural.

– ¿Qué hacen? ¿Se rinden? ¿Han dejado de luchar? – se preguntaban los jefes de Resistencia Galeote?

– No. Cuidado. No os confiéis. Son listas. Saben el poder de la imagen exterior. Si atacamos ahora aparecerán como inocentes víctimas. -advirtió Offing.

No podían sino esperar.

– ¡Que nuestro himno resuene por doquier! – Las consignas de los dirigentes rátidas para enardecer a sus huestes se difundieron con rapidez. Los grupos grises evolucionaban siguiendo el ritmo que marcaba Pasta Supina. El himno se interpretaba al son de flautín acompañado de danzas en corro con movimientos repetitivos que, de haberse prolongado y ser menor el volumen del acompañamiento, hubieran inspirado un agradable sopor. Éste se evitaba con los pequeños saltos coordinados y la emisión de notas más agudas, que impedían que se perdiera el ímpetu bélico sin por ello dejar de marcar la diferencia, como deseaban sus creadores, entre las que se querían elegantes evoluciones de la danza rátida y los torpes y sucios bailes de los humanos, contaminados por roces, improvisaciones y alusiones sexuales.

El himno rátida resonó de proa a popa:

 

“Royendo.

Me paso el día royendo

con apetito tremendo.

Nada es demasiado duro.

Nuestro triunfo es seguro.

La comida los humanos

nos la darán con sus manos.

El futuro es estupendo,

sin trabajar y royendo.”

 

 

Los observadores tomaban nota, comentaban y transmitían. Habían esperado encontrarse con un sangriento enfrentamiento, con humanos esclavizados, heridos y muertos, y lo que veían y oían era la vistosa demostración folklórica de una nación emergente.

Sin pérdida de tiempo, el Gobierno rátida pasó a la segunda etapa del plan: Una nave pequeña, adornada con todos los símbolos de la Paz, el Amor y el Diálogo Fraternal, se separó del centro de operaciones y comenzó a acercarse a la flotilla variopinta de embarcaciones visitantes. En ella iban emisarios, ayudantes y, al fondo, nada menos que Rata Mayor.

– ¡Uníos a nuestra alegre naumaquia! ¡Escuchad nuestra oferta para la paz mundial! ¡Os han engañado con falsas informaciones provenientes de los partidarios de la violencia, la desigualdad, la crispación y la intolerancia!

Los portavoces de las ratas exponían animadamente su discurso a los pasajeros, ya muy próximos, de las embarcaciones visitantes. Éstos escuchaban con atención y los representantes de la prensa y los diversos medios se disputaban la oportunidad de entrevistarlos. Algunos fueron invitados a bajar a la pequeña nave y hacerlo.

El Secretariado Superior Rátida había provisto a sus enviados de un convincente discurso:

-Habéis sido manipulados por los enemigos habituales, los perversos Estriboritas, los herederos de Diktátor, del cual nosotras liberamos a un país.

-Aquello pasó hace tiempo. ¿Cuál es vuestro proyecto ahora? – preguntó el entrevistador.

-Nosotras somos el futuro, somos ya el esplendoroso presente. En nuestras naves reina la igualdad más absoluta, la seguridad y armonía completas.

-Se dice que hay humanos que trabajan gratis para vosotras, que domináis el No-País y dirigís desde la galera capitana a grupos extensos. Ha habido, incluso, relatos de disidentes…

Entre las entrevistadas hubo risas que indicaban hasta qué punto tales infundios eran indignos de consideración alguna, y la portavoz respondió:

-Ya habéis tenido ocasión de observar el alborozo con el que recibimos vuestra llegada, el buen ambiente que reina y, por otra parte, la envidia de los enemigos extranjeros que pretenden, no ya acabar con nuestro proyecto, sino también con nuestra especie.

Y, con repentina seriedad, Rata Mayor, delegada de Rata Máxima, se alzó en la proa, tomó la palabra y preguntó al representante de la prensa extranjera:

– ¿Os dais cuenta de que os encontráis ante un caso de posible genocidio?

Los entrevistadores tomaban afanosamente notas. Rata Mayor prosiguió:

-Si se produce un exterminio de las ratas se romperá el equilibro ecológico mundial.

Hubo in instante de silencio bajo el efecto de la impresión. Luego otro corresponsal apuntó con cierta timidez:

-Se ha hablado de que simplemente los humanos querían seguir organizándose y viviendo solos. Ahora habéis establecido la Nación Rátida, poco conocida en los detalles pero al parecer ya con fuertes lazos comerciales a través de la red subterránea…

–Lazos de los cuales ignoráis el alcance- le interrumpió otra de las representantes del Secretariado instruida por Rata Ecónoma. -El Ratéxit, si se nos obligara a desplazarnos a remotos confines, podría tener consecuencias imprevisibles en el sistema mundial-.

Sus compañeras añadieron en tono más afable:

-Llevad nuestro mensaje de amor, paz y convivencia. Ofrecemos al mundo una experiencia nueva, un nuevo futuro de coordinada armonía en el que, como dice uno de vuestros libros, reposará tranquilo el león junto al cordero.

Las demás miraron a la autora de esas palabras, admiradas por su erudición, aunque no acababan de comprender la inapetencia del león.

La representante de Rata Máxima cerró la entrevista con el mensaje final:

-Somos el mañana luminoso y os traemos, al fin, la oportunidad de vivir los grandes ideales, la igualdad perfecta. Id y llevad la buena nueva.

 

 

 

47

Desconcierto

 

La buena nueva no era en absoluto desconocida en el extranjero. Había sido difundida en los diversos continentes por numerosos grupos de apoyo rátida e incluso era objeto de debates, estudios y tesis doctorales en algunos medios universitarios, aunque todavía no gozaba de perspectivas de éxito ni de adhesión popular. Era, sin embargo, tópico de moda en círculos selectos y los intelectuales no se atrevían a rebatirlo por temor a ser tachados de incapaces de adaptarse a épocas de cambio y aceptación de hechos diferenciales.

El discurso de Rata Mayor dio pie a una discusión entre los corresponsales:

-Efectivamente, se trata de un experimento social apasionante.

-Los argumentos son irrebatibles.

-A mí no me gustan ellas.

– ¿Acaso no tienen derecho a la diferencia?

– ¿De qué viven?

– En mi ciudad se está organizando un Día del Orgullo por cada una de las especies perseguidas.

– Y ¿cómo se las arreglan? Porque la lista es larga.

– Por orden alfabético. Vamos por la B desde hace un año.

– Algo hicimos también en Nevonia. De hecho, en la capital se ha creado un ministerio que está en ello, pero es muy complicado el trema burocrático.

– Sobre todo porque sus representantes exigen que se les reconozca y recompense por el agravio histórico y las indemnizaciones sumarían una barbaridad.

– Y, además, pero esto no aparece en las noticias por disposiciones del Departamento de Sana Autocensura, sus afiliados y seguidores han agujereado canalizaciones y hecho desaparecer el sistema eléctrico.

-Es el Gran Proyecto de la Peatonalización Universal y de las Microunidades Habitables, donde estarán los humanos de las reservas, sin libertad individual de desplazamiento excepto el regulado por normativa rátida.

El reportero de Albinia Oceánica, que había guardado hasta entonces silencio y parecía sumido en honda preocupación, intervino: Todos lo escucharon atentamente. Nadie ignoraba que su país poseía gran avance tecnológico y esto concernía también a los temas que se discutían.

– Respecto a las reivindicaciones multiespecies, como sabéis hace tiempo que se están recreando en laboratorio las extinguidas. Una labor exhaustiva y de muy largo alcance temporal teniendo en cuenta las desapariciones masivas proto y prehistóricas. En Albinia Oceánica, aunque el tema no se hace público, es notorio que ya hay zonas pobladas por grandes lagartos carnívoros, hasta ahora acotadas pero con un saldo de víctimas humanas considerable. El control de rapaces aéreas de hace millones de años recuperadas recientemente es mucho más difícil. Por no hablar del proyecto Noé Plus, los megainsectos y la siembra marina de las medusas espinoletales que llenaban los mares en épocas pretéritas.

Hizo una pausa y miró gravemente a su auditorio.

– No puede prosperar. Es absurdo- dijo un nativo de Euralia al que impulsaban simplemente la curiosidad y el asombro por lo que acababa de oír. No pertenecía a medio de difusión alguno ni sus ocupaciones le permitían dedicar mucho tiempo a la lluvia de noticias diaria.

– Es así-afirmó el oceánico-, se considera de mal tono criticarlo e incluso hablar de ello. Si te ponen en la lista de intolerantes y enemigos de la pluralidad y el diálogo no encuentras trabajo en ninguna parte.

Y, como una respuesta por extraña transmisión de lo que allí se trataba, algo más lejos, en la nave rátida se desplegó una gran pancarta:

Lo pequeño es lo grande.

En las embarcaciones visitantes reinaba gran confusión. Habían llegado a salvar a los buenos de una película y lo que se les proyectaba era una historia completamente distinta. Los representantes de los medios estaban impacientes por enviar artículos y dar a los reportajes un claro sentido que, por una parte, se atuviera a la verdad según relatos que consideraban fidedignos, evidencias observables y deducciones lógicas. Al tiempo, empero, temían perder audiencia, las críticas de jefes y colegas y las reacciones y presiones de la confusa maraña de tribus urbanas que había proliferado al abrigo de cuantos las regaban con fondos públicos y cosechaban sus votos.

– ¡Con nosotras la igualdad de género está asegurada! ¿Acaso podéis distinguirnos? se leía en otra enorme pancarta de la nave rátida más cercana.

– ¡Ah, no! ¡Eso no! – el apasionado grito de protesta surgió de un hombre que hasta entonces se había mantenido silencioso y con gesto de temor y ahora parecía haber entrado en un rapto de agitación frenética. Vestía con un traje barato que le quedaba grande como si hubiera pertenecido a otra persona y con zapatos de punteras gastadas que destacaban respecto a las elegantes zapatillas deportivas de sus colegas, pero llevaba una muy cuidada barba de tono castaño rojizo.

– ¿Qué le pasa al Exiliado? – Por ese apodo se le conocía.

Intentaron calmarlo.

– Tranquilo, hombre. Es simple propaganda.

Pero él se debatía frenético:

– ¡No me quitaré la barba! ¡No me quitarán la barba!

– ¿Quién es? -preguntaron algunos de la resistencia galeote.

– Huyó del Pequeño Ducado de Mariburgo, en Centro Euralia. Allí se ha establecido la sede de experimentos-probeta, dirigidos por el Comité de Felices Sociedades y vigilados por las células callejeras de Mariposinas y Mariposones, y se ha llevado al límite la Ordenanza de Igualdad de Género. Por ejemplo, está prohibida la abominable discriminación que impide a las mujeres dejarse barba. Ningún hombre puede tenerla excepto en reuniones privadas en las que los melancólicos se colocan unas postizas.

El Exiliado, con el apoyo de algunos de los presentes, se iba recuperando del ataque de pánico que el vocablo género le había suscitado.

Los navegantes, llegados por iniciativa propia incluso en embarcaciones de fortuna con la idea de salvar a humanos en peligro y participar en una batalla histórica, discutían con no menor ardor pero con menos argumentos ideológicos. No les gustaban las ratas, ni pertenecer o aliarse con su imperio, y, aunque las condiciones de trabajo de los galeotes fueran todas iguales, no les parecía una situación envidiable ni estupenda. Muchos recordaban el pasado del entonces No-País, el súbito cambio de Gobierno tras el hundimiento del Buque Correo y la ola de manifestaciones, no contra los asesinos sino contra el gobierno legal de entonces, propiciada por comandos rátidas. Tampoco veían claras las recurrentes alusiones a la maldad del antiguo tirano, Diktátor, cuyo peligro de resurrección continuaba siendo utilizado por el Secretariado Rátida como argumento de máximo peso para justificar su propio poder. Los voluntarios, enardecidos por la travesía, el aire del mar y la decisión de enfrentamiento, no se ponían, sin embargo, de acuerdo para emprender ninguna acción.

Había otros oyentes muy interesados por las conversaciones, pero ignorados a causa de su tamaño. El resultado de la contienda y del imperio rátida les concernía. Eran pequeñas especies afiliadas al sindicato Quejosos´s Power, en el que se encontraban Termiteros Sin Dinero y Polillas Unidas. Estaba previsto que, tras la victoria total rátida, se ocuparían del troceo, en menudas porciones, del territorio, previa garantía de obtener reductos autónomos, que serían surtidos, mensual y gratuitamente, de signos identitarios por la plana mayor Rátida. Polillas y Termitas siempre habían soñado con tener, respectivamente, su propio guardarropa y muebles. Habían asistido a algunas asambleas del Gobierno e Igualísima les garantizó que uno de los puntales de su programa político consistía en la multiplicación de microtribus subvencionadas. A partir de entonces Termitas y Polillas hicieron suyo con orgullo el lema Small is beautiful, que también campeaba en la galera.

La confusión era considerable.

– ¿Atacan o no? ¿Habéis venido a ayudar o a discutir? -preguntaron los rebeldes por altavoces a los recién llegados.

Las ratas, dispuestas a no perder audiencia, respondieron subiendo el tono de su música y enviando a los visitantes un mensaje:

– Además de nuestro idílico programa de validez mundial, vamos a ofreceros, como distracción, relajamiento y prueba del ambiente que aquí reina, unas canciones folklóricas.

Los corros que habían continuado sus monótonas danzas pasito a pasito cogidos por las patas anteriores se tocaron con las vistosas gorras del tocado regional y entonaron suaves cantos con el más dulce de los tonos. Nada comprendían los oyentes de su lenguaje y los chillidos sofocados les parecían molestos, pero escuchaban educadamente puesto que se trataba de una manifestación cultural étnica.

De haber comprendido el significado su obligado interés se hubiera transformado en inquietud. Porque la letra de aquellas canciones traducida venía a decir:

 

Cuellos cortemos,

gaznates rebañemos.

Los humanos insolentes

serán comida o sirvientes.

 

Somos, fuimos y seremos

señoras de cuanto vemos,

aristócratas de sangre,

colmillo, garra y pelambre.

Nuestra raza es superior.

¡Muerte para el opresor!

 

Y muchos reporteros, para no ser acusados de falta de sensibilidad hacia lo distinto, alababan la que creían llamada a la convivencia y el peculiar valor lírico que sin duda encerraban aquellos cantos.

 

 

 

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¡Exclusiva!, ¡Exclusiva!

 

– ¡Contraataque, contraataque!

El grito surgió de los galeotes rebeldes, de Kraky, Orky, Pesofijo, Gal y cuantos les seguían, y sacudió como una ola de fondo a los insurrectos. No soportaban la inacción, que se dejara el campo libre a la campaña manipuladora de las ratas. Les indignaba que los visitantes las escucharan con tal atención y que incluso pareciesen tomarse en serio sus argumentos e ignoraran el peligro que tanto los humanos invadidos como los que aún no lo habían sido corrían.

El grupo dirigente de los rebeldes sintió la sacudida. Se habían dejado llevar por cierto estupor. Ignoraban la implantación externa de la propaganda rátida, la pericia de sus enemigas para cambiar de apariencia y aprovechar las flaquezas y desconciertos del adversario, al que pretendían nada menos que transformar en aliado unido al proyecto mundial rátida.

Gal los miraba con indignación e incluso sacudió a Offing por los hombros.

– ¿Luchamos o no? ¿Vais a dejar que sigan?

– Por supuesto que no. – Muerte Súbita preparó todas sus armas y revisó las de sus compañeros.

Offing consultó su detector de botellas con mensaje.

– ¡La segunda remesa ha llegado a destinatarios! De poco va a valerles la propaganda. ¿Dónde está Metáforos? Lo necesitamos.

Metáforos, en ese momento crucial, no aparecía. Hubo rumores de falta de valor, que Offing intentó desmentir. Entonces apareció y relató su odisea: Venía de una batalla, peculiar pero tan agotadora como los enfrentamientos bélicos. Ocurría que, desde la fiesta en la Cala de los Malditos, las exgaleotes habían demostrado harto interés por aquel varón mediterráneo que irrumpía en su cerrado y repetitivo ambiente. Sus contactos con el otro sexo habían sido grises y monótonos, condicionados luego por exigencias de la clandestinidad, la disciplina y la militancia. Metáforos produjo, sin proponérselo, un gran efecto y despertó múltiples expectativas, sobre todo en las que no se habían ya emparejado con piratas irredentos libres. La batalla enardeció el ambiente y corrió como la pólvora la consigna de que, por si se moría en combate, se aprovechara el tiempo que restaba. Metáforos se había visto asediado en una incursión a la bodega, donde los sacos ofrecían muelle comodidad afín a la del lecho.

– Pero ¿qué pasa? – había preguntado él, sorprendido por su repentina capacidad de despertar pasiones.

– Es que…-le respondió una de las exgaleotes- en el sistema rátida hubimos de seguir los cursos de teoría y práctica de la sexología, sin discriminación de número, especie ni género y con severos exámenes y regulares ejercicios prácticos. Y era tan aburrido como la dieta programada y el cuarto de hora de devoción al líder o la revisión cotidiana, para denuncia pública, de las actitudes de sexismo diferencial.

– Tú eras diferente- añadió otra- Nos mirabas, nos decías cosas…

– A mí me recogió algo que se me había caído al suelo…-apuntó una tercera, arrobada por el recuerdo.

Y otra consiguió un aparte y le susurró:

-Me sacaste a bailar. Tomamos aquel vino de Chipre que encontraste en la bodega. Y me dijiste…- Solina, que tenía largos cabellos rizados y un perfil que recordaba a las ánforas de los museos, en la patria de origen de Metáforos, recordaba mejor que él, todos los detalles.

Ellas siempre recuerdan- se dijo él

Sobrepasado por el número y las expectativas, Metáforos se decantó por una retirada honrosa asegurando que había oído toque de arrebato. Se presentó pues ante sus compañeros sudoroso pero aliviado por el éxito de la fuga.

Mientras, sucedía otra escena, con muy distintos actores, en un cubículo que se encontraba cerca de la sentina pero sobreelevado y próximo a la proa, en la galera de mando. Rata Segunda había recibido un mensaje que mantenía en el mayor secreto. Cubrió su ausencia explicando que precisaba examinar cálculos estratégicos que, en su momento, había hecho en previsión de emergencias como aquella. Sólo ella conocía la existencia de un sistema de túneles y compuertas que, desde allí, daba paso al exterior. En el cubículo la esperaba Gorgony, precedida por su olor agudo y extraño pero difícilmente resistible, al menos para Rata Segunda, brillante la piel, cubierta la cabeza por ondas espumosas de un vago tono rosado, las agudas y finas uñas que parecían una prolongación de los dedos teñidas del mismo color.

-Cambias continuamente. – dijo la Eminencia Gris rátida.

Gorgony se aproximó para que comprobará al tacto su nuevo aspecto, y respondió:

– Naturalmente. Tengo variados orígenes. Soy capaz de adaptarme mucho, como tú. Y ahí está nuestra fuerza.

– Podremos hacer grandes cosas juntos.

-Igualdad y felicidad bajo nuestro mando. Dirigiremos tú y yo, ratita mía. Imagina, cuanto tienen los humanos a nuestra disposición, más lo que ya tenemos. La razón es indiscutible: Somos la nueva era, la modernidad, el futuro. Y si algunos de tus congéneres no progresan adecuadamente en esta mutación revolucionaria….

–  Tal vez esta batalla sirva para hacer una limpia de elementos inútiles – Rata Segunda sabía que eso era lo que Gorgony estaba pensando.

– Por supuesto.

Niveles más arriba, el alto mando, que no echaba de menos a Gorgony porque ésta acostumbraba a aparecer y desaparecer con la sutileza de un anfibio, esperaba a Rata Segunda y discutía.

La calma del mar comenzaba a parecer excesiva, y era un reflejo de la superficie rasa, pero de un uniforme tono gris, de los cielos.

A poca distancia más allá los antiguos galeotes y sus amigos y aliados hacían lo propio. Aunque fatigados doblemente, porque ya habían luchado y dado la victoria por segura, los resistentes al Imperio Rátida se aprestaron al nuevo enfrentamiento, que se presentaba como mucho más complicado que el primero pues debían cuidar de dos frentes: El de sus enemigos directos y el de la opinión mundial.

La atención de todos se desvió repentinamente hacia el rincón donde Offing había establecido un precario centro de comunicaciones. En secreto, para no alimentar falsas expectativas, el albinio procuraba por diversos medios mantener contacto con sus colegas. Así supo interpretar la repentina lluvia de mensajes que con el título de ¡Exclusiva! ¡Exclusiva! estaban siendo enviados por diversos medios, y con la colaboración de los navegantes, por doquier. Offing, Metáforos y simpatizantes habían logrado que se difundiera en varios idiomas el descubrimiento de la trama del hundimiento del Buque Correo. El silencio que rodeaba desde años al hecho misterioso y a sus consecuencias se había roto como un cristal. Y, pese a que algunos entrevistadores quisieron preguntar a las ratas, éstas se encerraron en completo mutismo y todo lo más alegaron que era asunto viejo y zanjado que sólo interesaba remover a los aprovechadores de los escándalos y a los amigos de la crispación y el estriborismo belicista.

Lo cierto es que el ambiente había cambiado, en detrimento de la imagen rátida idílica. A ello se unieron otros sucesos: También se hicieron públicas las declaraciones de un grupo de corresponsales extranjeros, ahora liberados, que habían sido secuestrados por un comando del PIL (Piratas Irredentos Libres) liderado por Angelina para que visitaran la Cala de los Malditos y la Gabarra de los Lisiados, hicieran entrevistas y dieran testimonio. Lo que describían estaba siendo escuchado con avidez. La oferta rátida de paz mundial era ya acogida con tibieza, levantaba desconfianza y ésta se tornó en franca hostilidad cuando se produjeron las filtraciones sobre su plan global de apoderarse de todo el queso, de vacas y ovejas de cuyo cuidado y ordeñe se encargarían, bajo su dirección, trabajadores terrestres homólogos de la marina galeote. Ello según esquema táctico de troceado sistemático, una vez finalizado el del No-País, de Euralia, de las Oceanias y, tras tomarse un reposo, del resto del Globo, según informaran las delegadas y servicios de inteligencia rátida de la situación en zonas insumisas y hostiles al Gran Proyecto de Felicidad Planetaria.

 

 

 

 

49

El arma infantil

 

– ¿De qué armamento disponemos todavía?

La preocupación había cambiado el color de las ratas de la Junta Directiva. La luminosa blancura de Igualísima estaba tomando rápidamente una tonalidad verdosa con zonas fosforescentes en hocico, orejas, garras y rabo. En Rata Segunda el verde se concentraba en caninos, cabeza y cuello, mientras que en el resto de las del Secretariado el gris se oscurecía por momentos y se alternaba con franjas del rojo oscuro de la sangre coagulada.

-Tenemos el arma de difusión pedagógica, la conmovedora legión infantil. Dejad un amplio espacio libre frente a la flotilla de visitantes, advertid por los altavoces que se pongan en primera fila y estén atentos corresponsales y representantes del mundo exterior.

– ¿Quieres decir cuantos no son de los nuestros? – preguntó con cierta timidez una rata auxiliar.

– ¡Quiero decir lo obvio! – respondió con evidente enfado Rata Parda, que velaba por la propaganda y la propiedad lingüística. – Por supuesto se trata de todos aquéllos que aún viven en regiones del Globo sumidas en las sombras de la Era Pre-Revolucionaria.

En su remodelación de la Historia, el Alto Mando Rátida denominaba así a cuantos territorios y humanos no estaban bajo su poder.

-Organizadlo, dad órdenes y todos a sus puestos.

Funcionó el factor sorpresa. Se esperaban ataques, pactos, treguas, sobornos, provocaciones, engaños, la aparición de aliados inesperados en el horizonte, la retirada en masa del enemigo, el impacto de una andanada letal, pero no aquello.

Mansa, dulcemente, del corazón del Alto Mando Rátida se había desgajado una embarcación de extraños color y estructura. Parecía una gabarra de mercancías y la superficie del mar, sin una ola, favorecía su avance. Era blanca, con franjas en suaves tonos pastel, a modo de mascarón de proa lucía un busto ratonil gigantesco con un remedo de sonrisa y su nombre en una especie de collar, Miky Raty. La acompañaba una música tenue más propia de la relajación que de la contienda. Y sus ocupantes no eran ratas, sino niños.

Los exgaleotes no ignoraban que las ratas iban apropiándose, para su formación decían, de un número indeterminado de crías humanas, pero muchos desconocían el proceso educativo. Estaban apiñados en la cubierta, pero manteniendo una correcta formación, y al frente de cada uno de los destacamentos se situaban sus cuidadores y maestros, que tampoco eran ratas pero que sí pertenecían a Colaboradores y Asimilados Pedagógicos, sumaban fuerzas, cuando era preciso, con los Mercenarios Light y, en tanto que servicios de inteligencia, echaban una mano a Mustélidos y a Piratas Fundamentalistas.

– ¿Por qué queréis destruir nuestro hogar, nuestra maravillosa nación, que es, con mucho, superior al No-País, a Euralia y a los corruptos dictadores? – gritaban niños y maestros entre sollozos.

– Somos felices, somos pacíficos, somos la prueba del bienestar que procura el Imperio Rátida.

– Estamos aprendiendo su lengua, rica en sonidos armoniosos.

– Dominamos la geografía de las redes de alcantarillas mundiales,

– Nos han salvado de Diktátor y de sus semejantes.

– Vivimos con la libertad de alabar al Líder Máximo.

– A Igualísimo. Y a todos los dirigentes.

– Seremos semejantes a ellas. Tan iguales como ellas.

– Iguales en género, número y caso.

El tutor jefe se adelantó unos pasos y, con voz clara y potente, proclamó:

– Antes de que planteéis las preguntas básicas os responderé: Los que veis aquí, porque estaban impacientes por venir a saludaros y desmentir las falsedades que se difunden sobre el Gobierno Rátida, viven en cómodos y espaciosos alojamientos, practican deportes y juegos en sus segmentos de ocio, gozan de continua formación gracias a los desvelos del Secretariado Pedagógico y no han sido vistos anteriormente, a petición propia, para que el retrógrado ambiente de los que los procrearon no turbe la visión perfecta que tienen de su futuro.

Pasado el primer momento de sorpresa, entre los corresponsables bullía el deseo de hacer preguntas, y ya la distancia lo permitía. Éstas comenzaron a llover:

– ¿Cuántos sois?

– ¿Estáis contentos?

– ¿Dónde pasáis las vacaciones?

– ¿Tenéis familia?

– ¿Estudiáis en un colegio?

– ¿Cuál es vuestro nivel, con qué diplomas?

– ¿Os gustan más el queso, los chuches o la sopa?

– ¿Quién os examina?

– ¿Quién descubrió América?

– ¿Son dos y dos cuatro?

– ¿Son iguales los niños y las niñas?

 

Y de cada formación se destacaba alguno, al que acompañaba, para ayudarle en caso necesario, uno de los tutores, que lucía el pin king size de los Asesores Rátidas Pedagógicos. A las respuestas acompañaba un coro que, en la parte de atrás, se esforzaba por entonar dulces melodías.

El personaje infantil, en pie junto a la proa, era la viva imagen de la inocencia, y ponía en la articulación de las respuestas claro empeño, pero resultaba apenas comprensible:

– ¿Qué dices, niño, o niña? No entendemos todas tus palabras. Ni es fácil distinguiros por vestimenta y apariencia.

Hubo un movimiento de indignación en los entrevistados:

– ¡Niño! ¡Niña! ¿Todavía utilizáis ese lenguaje estriborita? Grande es vuestro atraso, negro vuestro futuro. ¡Miraos en el espejo de la igualdad rátida, como desde la cuna hemos aprendido!

Los tutores los animaban a repetir las consignas pro integración del género en el epiceno y se afanaban en escoger a los que se expresaban de la forma más comprensible, pero ni así lograban claridad en las respuestas. Sin embargo los niños habían sido cuidadosamente seleccionados. Eran los supervivientes de las numerosas trillas mediante las cuales la Policía Pedagógica habían ido eliminando a las crías non gratas de la especie humana para reservar a los que ya daban señales esperanzadoras de asimilación completa o de franca mutación. Los desechados se destinaban a bajos menesteres o a un final inconfesable. En los almacenes de futura mano de obra se apiñaban aquéllos a los que se había sorprendido con preferencias, en juguetes y colores, feminoides o viriloides, los que no habían olvidado con la suficiente rapidez los relatos de sus padres, aquéllos que, ya crecidos y durante las prácticas de la brigada rataciclo, se negaban a atropellar a los galeotes que no se apartaban respetuosamente a su paso, los que desentonaban en el recitado de consignas y en la escenificación de los grandes hitos históricos que habían llevado al poder a las ratas, como el Hundimiento del Buque Correo. De hecho, la gesta de la Toma del Cofre de todo el Queso Gubernamental había desplazado hacía tiempo, por su categoría en la Revolución Rátida, a rancias evocaciones como la primera vuelta al mundo, la aparición de personajes filosóficos y religiosos o el descubrimiento de la energía eléctrica.

Los corresponsables y visitantes no comprendían sino algunas palabras de los ocupantes de la embarcación infantil, y ello con gran dificultad. El tutor dijo:

– Estos niños, magníficos ejemplos de nuestros logros presentes y futuros, son educados, naturalmente, en el noble lenguaje rátida, con inevitables recursos al humano pero en la clara conciencia de cuál va a ser, por señorío, calidad y milenario abolengo, el idioma mundial. Por lo pronto aún mezclan, y no alcanzan nuestra pericia en silbidos, guturales, nasales y chillidos, pero un dominio exclusivo, generalizado y completo es sólo cuestión de tiempo, puesto que su futro va en ello, y no hay otra opción.

Se adelantó otro que podía ser niña, pero cuyo sexo se ocultaba cuidadosamente con una distribución minuciosa y equitativa de lazos rosas y azul celeste sobre fondo amarillo neutro, y transmitió a su auditorio.

– Decid en vuestros lugares de origen, oh visitantes, que somos felices, estamos sanos, tenemos amor y prometemos repartirlo.

– ¿Sois todos iguales?

– Queremos ser igualísimos, como nuestros mayores al mando de la flota. Pero, naturalmente, también tenemos diferentes tipos de igualdad, y las ratas, que son las únicas que deciden en qué debemos ser iguales, nos premian según los méritos, – e inesperadamente, concluyó con un – ¡Viva 1º B! proclamado con un volumen y pasión que sobresaltó a los que le escuchaban. Gritos similares se alzaron entre sus compañeros:

– ¡Viva 2º A!

– ¡Viva Primaria!

– ¡Viva 3º H!

Habían surgido voces desde todos los grupos, cada cual alabando aquél al que pertenecía. Inspiradas por la organización tribal de algunas tribus oceánicas, las ratas procuraban favorecer, con la ayuda de colaboradores de Butifalia y de BIPS (Brincadores Incesantes Pura Sangre de la Montaña Norte), la aparición y desarrollo de clanes convencidos de su congénita superioridad sobre los galeotes, y les distribuían recompensas en forma de raciones extra de alimentos, chuches, vistosas gorras y mullidos lechos. Sabían que era la mejor forma de lograr fidelidades mediante el convencimiento de méritos ancestrales nunca antes reconocidos.

 

 

 

50

Currículum

 

Un profesor que se encontraba entre los visitantes se empeñaba en plantear cuestiones sobre temas de cultura general, temarios, asignaturas, conocimientos, diplomas. Alguien que parecía un niño mayor se adelantó:

– No entendemos tus preguntas, quizás porque eres viejo y hablas del pasado. Somos, como se nos ha dicho, de una tierra, o mar, superior llamado Porvenir, y si hablas, cuando dices eso de “Historia”, de Eras Primigenias, éstas comenzaron con las ratas, que estaban primero hace millones de años y que, naturalmente, como algunas especies subyugadas con las que nos aliaremos, tienen prioridad respecto a los humanos, tardíos, nocivos y voraces ocupantes del planeta, sólo aceptables como elemento servil o tras intensivo reciclaje.

Aquí terció diplomáticamente uno de los tutores, Había que evitar las ofensas directas, todavía.

– Por supuesto, esta inocente criatura interpreta a su manera las primeras lecciones de Protohistoria. Los humanos serán en el Porvenir, ya lo son, nuestros aliados y amigos. Él se refería a un bello poema mítico que comienza con En un principio fue la rata.  Simple metáfora destinada a paliar agravios originados en la noche de los tiempos.

En la cubierta ocupada por la directiva de exgaleotes y compañía, reinaba el estupor, excepto en el caso de algunos prófugos como Óskar, Kraky, Pesofijo y Gal, que se esforzaban por explicar la situación al resto.

– ¿Sabíais que había niños y que eran como éstos? – les preguntaron.

– Sabíamos que las ratas daban gran importancia a lo que llamaban La Siembra, la formación intensiva en la Galera Pedagógica. Algunos hemos pasado por ella, y conseguimos huir o despistar o nos asignaron, como alumnos poco satisfactorios, tareas de mantenimiento y servicio.

– O creyeron habernos eliminado por inútiles, malsanos y desechables. – terció Gal. -A los seleccionados se les sitúa en el nivel superior. Naturalmente no hay conocimientos culturales propiamente dichos, sino eliminación de cuanto concierne a épocas anteriores al Gobierno Rátida. La cultura es a contrario, por sucesiva eliminación de referencias, datos, recuerdos, preferencias personales. Las diferencias entre uno y otro y la jerarquía de los grupos entre sí únicamente son las definidas como tales por disposición rátida y comportan grandes ventajas, pues el resto debe privarse de parte de sus raciones para dárselas. No existen diplomas, exámenes ni pruebas, pero sí continuos controles del nivel de fidelidad, del de miedo al advenimiento de un nuevo Diktátor y de la capacidad de reiteración de consignas.

Como sí, desde la nave del Arma Infantil los hubieran escuchado, llegó hasta ellos la vocecilla aguda de una niña que, apoyada en una de las orejas de Miky Raty, respondía a las preguntas que se empeñaba en enviar el tenaz profesor desde la borda de una nave visitante. Trataba del temario de sucesos que sustituía, al parecer, en la formación de aquellos niños a la antiguamente llamada historia y que en la formación rátida se definía según el Proyecto Porvenir.

– ¡Porvenir, Porvenir! Nuestro proyecto. – corearon sus compañeros.

Porvenir era la versión infantil y pedagógica del Proyecto Neolítico Mejorado en el que las ratas trabajaban desde hacía largo tiempo, mucho antes de su toma de poder y con el apoyo de simpatizantes, fascinados por lo que sería el nuevo Edén en la maltratada Tierra. Su plan cara al público, revestido por sabia propaganda, había hallado amplio eco en numerosos grupos de colaboradores convencidos de que buena parte de la especie humana seguía conductas equivocadas e insostenibles y debía, por lo tanto, someterse al Código de la Vida Sana y el regreso al Neolítico. La difusión de estas ideas favorecía a las ratas doblemente: Creaba un blindaje de sumisión ante cualquier crítica dada la nobleza multiespecie de su propuesta y proporcionaba cobertura al lado oscuro del gran ideal. Era agente en extremo eficaz de su proyecto de eliminar a buena parte de la indeseable raza de los humanos.

– No entiendo- protestó Offing, en cuyo país el tema de la salvación planetaria gozaba de gran predicamento y él mismo la había defendido con ardor en numerosas ocasiones. – ¿Qué mejor que salvar a los árboles, el cielo límpido, los pajaritos y que tengamos cuerpos saludables?

Sin decir palabra, Pesofijo le pasó un manual que había sustraído de los documentos secretos de la Galera de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Era una relación rápida y expeditiva de las diversas técnicas, publicidad y ordenanzas para la progresiva eliminación de población indeseable. En cuanto al resto, necesario a efectos de sustento rátida, bastaría con el control, difuso e incesante, producido por la interiorización del miedo a situarse fuera de las normas y por la introducción de éstas en todos los aspectos de la vida cotidiana. En tal ambiente la selección a la inversa produciría seres cada vez peor dotados y más dependientes e indefensos bajo la corteza, en los supervivientes a la selección, de la necesidad imperiosa de adecuada apariencia física.

– Por eso, entre otras razones, me hice pirata. – dijo uno de los PIL. – El plan de sana vida asquerosa, ir a pie a todos sitios hasta caer agotados y luego recitar los Ecomandamientos, la muerte inducida, durmiendo a los desechables, las ordenanzas sobre cómo caminar por las calles, la obligación del footing, se quisiera o no, cargados a veces con  grandes pesos, la reclusión de conocidos que en tiempos usaban vehículos con ruedas y ahora sólo podían esperar la Furgoneta de Recogida de No Colaboradores con la Causa, las proclamas contra el uso de materiales sintéticos, vinos, licores, ricas comidas marcadas en el Índice de Reprobables…

Segis terció, para resumir:

– La presión de la propaganda respecto a cuanto no entraba en el marco del Ideal Neolítico Remozado se estaba volviendo, no ya insufrible, sino muy peligrosa. Los humanos disminuían visiblemente y los restantes, faltos de motivación, libertad individual, placer y proteínas, no sabían ni podían reaccionar.

Otro exgaleote mostró su mano, que era casi un muñón con sólo tres dedos:

– Esto me ocurrió en el curso obligatorio de recuperación de las destrezas y habilidades en la fabricación de utensilios de piedra tallada. No pasé al grado de pulimentada.

– ¿Qué ganaba el Gobierno Rátida con ello? – preguntó Metáforos perplejo.

Una de las Chicas de la Técnica, las exgaleotes que, por su trabajo en mantenimiento, habían tenido acceso a documentos reservados, les tendió un puñado de folios que procedían del Diario de A Bordo[4]

Eran un esbozo, trazado apresuradamente y con vistas a alguna reunión del Alto Mando, sobre la existencia paradisiaca fruto de las medidas tomadas y el sistema proyectado y ya en avanzado curso.

Estaba incompleto. Era parte sin duda de un discurso dirigido a los inmediatos colegas. Comenzó a leer la primera hoja:

-…no hay mayor gozo, no hay felicidad comparable, queridas compañeras, a la de disfrutar de aquellos placeres que están negados a la mayoría, en los que ellos no pueden ni pensar porque han aprendido, han repetido y oído tantas veces que son malos que ya no se plantean preguntas al respecto. Nos rascaremos la barriga, nos untaremos el hocico con licor y tocino, cómodamente tendidas en nuestra mansión residencial. Charlaremos animadamente en nuestro coto campestre sobre nuestras bondadosas intenciones y sabremos que los humanos están dando vueltas y sudando en incontables maratones y carreras, que las antiguas vías y vehículos que les daban acceso a todo se cubren de malas hierbas y de óxido, que se ha vuelto a la limpia energía del músculo y la ocasional fogata. Disfrutaremos sin medida en bellos paisajes que a ellos les estarán vedados por imposibilidad de llegar a ellos y moverse a su capricho como antaño. En nuestros hermosos y ociosos atardeceres recibiremos a nuestros colaboradores humanos del Comité de Salvación del Planeta, que, acompañados por los Pequeños Guardias Carmináceos, nos relatarán, con grandes sonrisas, la demolición de monumentos testigos de épocas históricas todas funestas, puesto que todavía no gobernábamos, agradecerán nuestras mercedes, alabarán la amorosa dedicación de su líder Dulcita, a la que hemos otorgado el título de Rata de Honor. Los veremos emprender el regreso a pie, cargados, exhaustos, chupando una galleta sin azúcar, mantequilla ni gluten, brindaremos con esas botellas que cogimos de bodegas que ya no existen. Y mientras se alejan los oiremos cantar nuestras alabanzas y……

– ¡No sigas!

– ¡Guárdalo para publicarlo en su momento!

– ¡A por ellas ya!

Los niños de la Gabarra Infantil cantaban más fuerte que eran felices y que lo serían todavía más.

La inocencia infantil no parecía estar ejerciendo en el público visitante el efecto positivo esperado por los estrategas rátidas. Flotaba cierta incómoda perplejidad en el ambiente y el cansancio de la ya larga jornada cuyo final se alargaba de forma indefinida.

Entonces ocurrieron varios sucesos casi simultáneos: La Gabarra Infantil había recibido órdenes de retirarse y, cuando comenzaba a hacerlo, uno de los niños saltó tomando impulso desde el hocico de Miky Raty. Nadaba vigorosamente y los que tripulaban la nave, ocupados en la maniobra de puesta en marcha para el regreso, no habían reparado en un principio en lo ocurrido, lo que permitió al joven desertor ganar tiempo y distancia. Algunos visitantes reaccionaron para ir a su encuentro y sacarlo del agua. Hubo un confuso vocerío mezcla de cólera y estupor en la zona rátida, pero lo ahogó la ovación espontánea de los humanos al pequeño héroe. Llovieron las preguntas, que todos se disputaban en hacerle, pero el niño se negó a responder absolutamente a nada, con tal firmeza que optaron por bañarlo en agua dulce, proporcionarle ropa seca y dejarlo descansar.

Sólo contestó a una pregunta:

– ¿Cómo te llamas?

– Me llamo Dos Mil.

Y ahí quedó todo, sin aclaración alguna. A todos les extrañó la tirantez y seriedad de su rostro, que expresaba franca determinación y cansancio. Incluso se llegó a hablar de que fuese un espía, aunque la idea fue desechada por su edad.

Alguien citó rumores de raptos de niños por las ratas, inspirados en las prácticas de Kimyrata III del Norte, su aliado asiático.

– ¿De dónde procedes? ¿Has nacido en el barco?

Imposible obtener respuesta.

Sin embargo la cara del niño se iluminó con una gran sonrisa cuando le dieron un bocadillo de jamón y una reluciente espada de juguete.

Dos Mil estaba llamado en el futuro a llevar a cabo hazañas que nadie hubiera podido sospechar.

 

 

 

51

La bandera engañosa.

 

– ¡Izad, izad la bandera del Orgullo Rátida con todos los banderines blancos símbolos de paz y amor!

El Alto Comité Para Emergencias habló como una sola rata porque la ocasión lo requería. Todos sus informadores, que habían llegado mojados, asustados y jadeantes tras introducirse en las naves contrarias, coincidían en el cambio de opinión de los extranjeros. No creían las proclamas de la flota opuesta, daban crédito a las informaciones llegadas por diversos medios y todas coincidentes en la estrategia final de Igualísimo y los suyos, se habían difundido las entrevistas y declaraciones de los corresponsales que visitaron la Cala de los Malditos y la Gabarra de los Lisiados y que entrevistaron a los prófugos. Y no querían, por muy igual que éste fuese, vivir en un sistema mundial rátida y contemplar los fragmentos de lo que fueron sus países bogando a la deriva en archipiélagos visitados periódicamente por los recolectores rátidas de bienes, alimentos y mano de obra.

La fuga de Dos Mil había colmado el vaso y convencido a los más tibios,

– ¿De qué nos sirve la maniobra que proponéis? – preguntaron los círculos asesores del alto comité rátida- Ya hemos empleado estrategias parecidas sin éxito?

-Pero ahora tenemos que salvarnos, huir y organizarnos. Lo que se les anuncia es que cesan las hostilidades, nos aproximamos para parlamentar y acordar, no ya la tregua, sino la paz total tras el diálogo. Y después… ¡Sacad la bandera blanca gigante!

Desde las naves opuestas se observó la maniobra. Los visitantes le dieron crédito.

– Hay que dejarlas aproximarse. ¿Cómo negarnos al intercambio de opiniones?

– ¡El diálogo es sagrado!

– ¡Es el signo de los tiempos!

– ¿Qué dirían si no las generaciones e historiadores venideros?

Y los más filosóficos añadieron:

– A fin de cuentas, ellas defienden una diferenciación vital, unos derechos de ocupación y usufructo anteriores quizás a los primates. Los antropólogos no se ponen de acuerdo pero…

– ¡Nuestra lucha debe ser planetaria! -en la conversación irrumpió de forma vehemente un joven investigador que procedía de la Universidad Costa Oeste, en Dolaria. -Defendemos la existencia, en todas sus formas, la primigenia multiplicidad terrestre, la sabiduría infalible de la Naturaleza. En su momento, podréis leer mi memoria final de carrera.

– ¿Cuál es el tema? -inquirieron los que le escuchaban.

– Mi tesis, como reza en el título, es sobre el Derecho a la Vida de las Huevas de Pescado. Son incontables los genocidios que se producen, cada día, en el Planeta.

Mientras se discutía, exgaleotes y aliados, con pocas dudas sobre las intenciones del enemigo, cerraron su formación.

La principal galera rátida, con una bandera blanca tan grande que actuaba como vela de empuje supletorio, se aproximaba con rapidez y ya se distinguían claramente los gritos coreados en la cubierta:

– ¡Di-á-lo-go! ¡Di-á-lo-go! ¡Di-á-lo-go!

Y se podían leer algunos de los carteles desplegados: – Entendimiento fraternal. Alianza de Especies.

La confusión se extendía en el bando opuesto. Se añadía a esto el gris homogéneo que parecía haber ascendido desde el quieto mar para juntarse con el semejante del opresivo cielo y fundirse con el del pelaje de las ratas, que se cuidaban, de no mostrar al gritar el blanco de sus colmillos.

– ¡Manteneos a distancia! – gritaron los exgaleotes. – Os oímos perfectamente desde ahí.

Pero la galera adversaria que iba en cabeza aceleró su curso, proclamando al mismo tiempo posibilidades de acuerdo, tregua, quizás rendición. Ayudada por el gran lienzo blanco que habían enarbolado, ganó velocidad, llegó a unos metros, y no embistió a la primera nave de la flota opuesta gracias a una hábil maniobra de los Piratas Libres de su tripulación, más hábiles que los rebeldes con los que se habían aliado y nada dispuestos a someterse a nuevas dictaduras.

Sin factor sorpresa, destrucción inicial ni rápida eliminación de importantes adversarios y toma de algunos rehenes, las ratas perdieron confianza en su plan. Dieron órdenes a parte de sus huestes de lanzarse al abordaje aprovechando la proximidad, calcularon un pasillo de huida y Rata Segunda se aseguró de que, como estaba previsto, una vez su galera hubiera pasado, se lanzase la última arma psicológica.

 

 

 

52

Cuerpo a cuerpo.

 

El gran problema rátida fue la confusión. Mientras hubo la seguridad del reparto de inagotables existencias de queso y de gratificantes reuniones nocturnas en las que, al calor del número y de la homogeneidad de las consignas, se les aseguraba su superioridad, preeminencia e ineluctable victoria sobre sus desunidos, volubles y reticentes enemigos no les fue difícil imponerse. Eran, colectivamente, siempre, las heroínas de todas las historias, reconocidas incluso como supervivientes valerosas por sus adversarios mismos. Ahora las desconcertaban las variadas reacciones de sus contendientes, la forma en que se ayudaban entre ellos, la visible tibieza o franca hostilidad de los que creían sus aliados.

Llevadas por un reflejo irresistible, todas se fueron agrupando en un puñado de galeras. La consigna era de ninguna forma abandonar el barco, pero no especificaba a cuál se refería, así que, en vez de un cuerpo a cuerpo con el enemigo humano, éste se producía entre ellas.

Segis demostraba una sorprendente agilidad física que, más que en la fuerza, radicaba en la pasión. Quería encontrar a toda costa a la Jefatura Rátida y, desdeñando otro tipo de enfrentamientos, se lanzó a interrogar y a rebuscar escalerillas abajo. Agotadas por el peso del botín, halló a Rata Ecónoma, a la Secretaria principal, a varios miembros de la guardia y a no pocos rataciclos que habían desmontado sus vehículos para utilizar los manillares como alfanjes.

– ¡A ti quería encontrarte! – El brillo de sus ojos, la agudeza puntiaguda de sus uñas y la forma que tenía de escalar plataformas en cubierta pisando sobre sus compañeras delataban a Rata Segunda. La persecución no fue muy larga. Segis la acorraló pese a la agilidad con la que Eminencia Gris manejaba el rabo y aprovechaba la menor ocasión para tirarle dentelladas. Ya en el mar, y en una mullida balsa importada en secreto de una famosa empresa de Teutonia, Gorgony esperó durante cierto tiempo al que había sido su compañero en las tareas de espionaje y gobierno, pero luego, segura de sus facultades de adaptación a todos los medios, acuático y terrestre, lo abandonó.

Las informaciones de Rata Segunda sobre luchas marinas no procedían de estudios, de los que en general sus congéneres carecían, sino de imágenes. Y recordaba que los enfrentamientos ascendían siempre hasta acabar en la punta del palo mayor. Ahí ella tenía ventaja por la provisión de genes del equilibrio propia de su especie. Su adversario era, en comparación, físicamente torpe, raza al fin inferior la de los humanos. Se sorprendió al observar que Segis no seguía el guión esperado sino que la empujaba con toda clase de fintas hacia abajo, a zonas desde donde emanaba un delicioso olor a queso.

Hacia abajo, hacia abajo. Al fin y al cabo ¿por qué ir hacia arriba? Cuando más abajo más iguales, esa era una de las premisas básicas del código rátida, y en ella convergían, en su sabiduría profunda, estrategias, normas, imposiciones y explicaciones. Ahí, abajo, estaban, además del perfume irresistible del queso y de los cofres llenos y pesados, alcantarillas y agujeros, seguros refugios sombríos donde en nada se distinguían unas de otras y tampoco entre sí los humanos. Escalón a escalón, cubierta a cubierta, Segis la llevó hacia la entrada que daba acceso a la parte inferior del buque. La oscuridad amiga y el agua encharcada daban confianza a Rata Segunda. Su adversario mordería la derrota en aquel medio que él odiaba porque los humanos tenían una viciosa querencia por ir hacia arriba y por la luz.

En el tercer nivel comenzó a sentirse menos segura. Estaba sola, alejada de sus iguales de las cuales le llegaba el ruido apagado, chillidos, arañazos y carreras sobre la madera de la cubierta. La nave se estaba escorando hacia la izquierda, y no por los movimientos del mar sino porque había llegado, pensaban que del Alto Mando, la consigna del Partido Incondicional Baborita, al que todas pertenecían, y por lo tanto debían situarse a babor. La masa gris y compacta formaba un tapiz vivo en la cubierta desnivelada y, en ondas sucesivas, comenzaba a caer al agua, no sin antes aferrarse con las pequeñas y agudas garras a la borda.

Rata Segunda intuyó la catástrofe y decidió pactar:

-Puedo proponerte un trato- dijo a Segis- Nada se nos resistirá con una adecuada alianza. Nuestros argumentos son irrebatibles, hace tiempo que los repiten en no pocos reinos de tu especie.

Decía todo mientras se escurría hábilmente entre los muchos materiales amontonados. Segis no respondía y se afanaba en darle caza intentando cerrarle el paso hacia posibles salidas y evitar, al mismo tiempo, sus mortales dentelladas.

Llegaron finalmente a una bodega que Segis, pese a lo que creía su oponente, sí conocía bien. Se apilaban allí cantidades ingentes de objetos que procedían de los Almacenes de Memoria y se destinaban a la gran fogata depuradora que el Gobierno Rátida tenía proyectada cuando, marcando definitivamente el Año Cero de su reino, celebrasen la Fiesta de la Verdad Histórica Definitiva.

Las enormes pilas de libros, ilustraciones, maquetas, figuras y fotografías exhalaban un olor mohoso similar al del queso.

Rata Segunda se apoyó firmemente en la pila de rimeros que se elevaba hasta el techo para así atacar con mayor impulso. Ignoraba que los libros, además de ser comestibles y combustibles, podían tener un gran peso. Y se desmoronaron sobre ella. Al mismo tiempo que la mano de su enemigo.

Cuando finalmente éste le asestó el golpe final, las últimas palabras de Rata Segunda a Segis fueron:

– Hubiéramos podido hacer juntos grandes cosas.

 

 

 

53

Siempre nos quedará Diktátor

 

– ¡Soltad la última arma! ¡Todavía podemos atemorizarlos! Nunca nos ha fallado.

Rata Máxima y su grupo de fieles escogidos habían visto que, sorprendentemente, no iban a vencer como pensaban por la simple superioridad del número. El abordaje se decantaba por los rebeldes, la homogeneidad y fidelidad rátidas resultaban ser menos eficaces y fiables que el ardor y variaciones tácticas de los exgaleotes y afines, los aliados se replanteaban las alianzas, el horizonte se había ido pespunteando con embarcaciones de todo tipo, tripulaciones de humanos que procedían, más que de países, de puertos, y desde luego no eran amistosas ni partidarias de los ideales de Igualísima. Las llamadas a oponerse a los malvados estriboritas no hacían el efecto esperado. Las ratas, sobre todo las del departamento de Propaganda, aún estaban convencidas de que bastaba con recordar que el Mal era, desde la más remota antigüedad, Estribor, Diktátor y sus descendientes para que, con fidelidad automática y en cualquier lugar del Globo, se atacase a los acusados de pertenecer al grupo infame. Reinaba el desconcierto porque al variado frente de sus enemigos no parecía preocuparle en absoluto la calificación Mal/Bien que ellas le ofrecían y, por supuesto, tampoco reconocía los méritos de la Nación Rátida, sus logros igualitarios y glorioso futuro de defensa planetaria de las especies y usos tradicionales.

– ¡Retrocederán! ¡Se convencerán! – afirmaron las más fieles.

– Tendrán miedo, como siempre- aseguró la líder de Propaganda.

El pelaje de Rata Máxima había pasado de la blancura etérea a un color rojizo que se acentuaba en hocico y patas y la hacía más similar a sus compañeras del grupo supremo, ahora apiñadas a su alrededor y que iban mostrando las mismas características. Así era en Rata Secretaria, Rata Ecónoma, Rata Pedagoga, las líderes del Comando Rataciclo, las de la Guardia de Seguridad Personal, la Portavoz y la Escribiente, pero no en la Directora de los Servicios de Propaganda e Inteligencia, que siempre se había caracterizado por ser mimética y había adquirido el tono pardo de las paredes y muebles de la estancia.

Curiosamente, no parecía echarse demasiado de menos a Eminencia Gris, Rata Segunda. Incluso en algunos sectores se advertía cierto alivio y, en los de alto rango, disimulada alegría por la desaparición de un elemento peligroso y por el previsible ascenso en el escalafón.

– ¡Botadlo ya! -la orden de Máxima se subrayó golpeando repetidamente la mesa con el rabo. El contraste era grande respecto a sus anteriores apariciones públicas, etérea y cándida representante de ideales de afable dulzura. Ahora, con los cambios de tono y ademanes, resultaba casi indistinguible de Rata Mayor en sus momentos de mayor vehemencia, cuando se presentaba como humilde delegada de ciudadanos y ciudadanas del mundo dispuesta a imponer la felicidad a cualquier precio.

Primero se aseguraron de atraer la atención con una fanfarria, y lo consiguieron. La batalla pareció congelarse y, como en un tapiz bélico, se fijaron con nitidez las naves semihundidas, las vencidas, las que se habían dado a la fuga y las victoriosas. Los chicos de la prensa aprovechaban para tomar notas y hacer esbozos que luego les servirían para desarrollar la noticia. Algo hacía presagiar el momento final, e incluso el mar y el cielo tenían un uniforme color grisáceo, de tormenta que no acaba de arrancar y calma engañosa.

La nave donde se refugiaba el Alto Mando hizo maniobra y, flotando sobre la superficie tranquila, apareció con lentitud una enorme imagen del temido rostro del Mal, el muy antiguo pero persistente en la memoria Diktátor. Las ratas siempre se habían vanagloriado de defender de sus posibles partidarios al No País y a cualquiera amenazado por los insidiosos Estriboritas.

No era la estatua gigantesca del Galeón de los Ritos oscuros, sino un simple simulacro en materias blandas que, además, con el vaivén y la proximidad de casco y aparejos, resultó de poca resistencia.

La imagen de Diktátor no cumplió las expectativas. No se produjo un movimiento de temor ante el terrible pasado, la tiranía mítica que, sabiamente utilizada, había permitido a las ratas hacerse con el cofre y el poder. No se despertó en indecisos, rebeldes y simpatizantes una ola de agradecimiento a los salvadores rátidas que eran el Bien enfrentado a la negrura de cuanto a Diktátor y su resurrección se refiriera. No dieron media vuelta las naves recién llegadas ni se rindieron arrepentidos los galeotes, ni huyeron, para engrosar las filas del sucesor de Iluminado Magnífico los piratas irredentos libres. Simplemente, al tiempo que la faz de Diktátor se deshacía lentamente en el agua por fatiga de materiales y apresuramiento en la botadura, los adversarios observaron con curiosidad el hecho, hicieron comentarios jocosos de la progresiva disolución de una imagen que poco o nada les decía y decidieron, luego, reanudar la lucha.

– ¡No todo está perdido! ¡No todo está perdido! – exclamó la representante de las Ratas de la Guardia, que normalmente, al haber una por cada galeote, constituían una tropa numerosa pero que ahora habían quedado reducidas a un escaso grupo y luchaban por la propia supervivencia del Cuerpo al menos tanto como por la defensa del Alto Mando. – ¡Mirad! Todavía hay quienes no se han unido a la sublevación.

Señaló un punto a media distancia y, en efecto, allí flotaban en clara expectativa algunas naves con galeotes en cubierta.

– ¡Tenemos los repuestos! ¡Saquemos los repuestos!

– ¡Difundamos, además, los horribles crímenes de los antiguos dirigentes del No País, que nunca deben ser olvidados! ¡Sus atentados a la salud del bosque cuando talaron árboles para una fogata festiva, su sabotaje del primer proyecto de generalización ciclista y erradicación de las cuatro ruedas! ¡Su corrupción cuando aceptaron regalos navideños!

Las miradas se centraron acusadoras en Rata Parda, Jefe del Departamento de Comunicación y Propaganda, que no se había ocupado con la debida diligencia de la difusión de imagen cara al exterior.

Rata Parda se defendió, con el aplomo que la caracterizaba. No pocos la temían especialmente cuando, con expresión tranquila y casi afable, reprochaba a alguien su postura, fruto del error y de la falta de diálogo y comprensión de las benéficas directivas de los responsables. En esos casos no era raro que el acusado de tendencias estriboritas apareciera flotando con la barriga hinchada en la sentina de desechos.

– La propaganda directa no es necesaria. -dijo- Ellos nos la hacen. No son pocos los que nos apoyan entre los humanos, defendiendo nuestras premisas, exponiendo, con ardientes discursos, la conveniencia de demoler castillos y catedrales, obras de arte, monumentos y cuanto les diferencia de nosotras y del igualitarismo total. ¿Para qué esforzarnos?

Y añadió en voz más baja:

– Y recordad que no nos conviene. Todos los informes de nuestras filiales y franquicias coinciden en que, actualmente, nuestros simpatizantes no rátidas reciben generosas aportaciones oficiales, que nutren luego nuestros fondos de actuación, difusión y sustento.

No hubo, pues, objeciones ni tenían tiempo de hacerlas Era tarde para reparar el fallo. Se tomaría nota para el futuro. No había un momento que perder para pasar al plan B tras la desaparición en las aguas de la impresionante y cuidadosamente elaborada imagen de abominable Diktátor.

– ¡Botad los repuestos! Su número y tamaño recordarán a quienes nos observan que todos y cada uno de nuestros adversarios puede llevar en su interior el germen del estriborismo. Sólo nosotras garantizamos la vigilancia diaria de la perfecta igualdad y la ratidad sostenible. – ¡Botadlos ya!

Por las escotillas previstas al efecto comenzaron a brotar, uno tras otro, decenas de pequeños diktátor hinchables, que se balanceaban suavemente y hubieran podido confundirse con inofensivos patitos flotadores de no ser por la expresión de codicia y maldad que se había querido, bastante torpemente, imprimir en ellos dotándolos de colmillos sangrientos que mordían cuerpos humanos desventurados mientras simulacros de oro y  joyas rebosaban de la bolsa que les colgaba del cuello.

Lejos de cundir entre los adversarios el arrepentimiento y el pánico, comenzó a propagarse entre ellos una especie de ataque de hilaridad general que se manifestaba de diversas formas: Los piratas irredentos libres avanzaron a toda velocidad interpretando, con los instrumentos musicales de que disponían, y a los que eran bastante aficionados, canciones tradicionales con letras nada halagadoras alusivas a la época rátida, a su gobierno y hechos. Los rebeldes comenzaron una competición de tiro al blanco con premios y aplausos para quienes acertaban en los diktátor flotantes, que se iban hundiendo según el aire silbaba al escaparse de su interior. Los ocupantes de las naves llegadas de puertos lejanos se esforzaban en conseguir, para llevárselos como recuerdo, uno de ellos. El ambiente se volvió casi festivo, y eso, junto con el cambio de tiempo, fue para la Nación Rátida fatal.

 

 

 

54

Descubrimiento de la altura.

 

El cielo, hasta entonces tan gris y plano como el agua, según avanzaba el atardecer estaba cambiando. Se habían acumulado nubes que parecían amontonarse unas sobre otras. El mar no se encrespaba con altas olas pero tampoco era ya la extraña balsa que, como si también esperase el final de la batalla, parecía mantenerse a la expectativa. Las ratas supervivientes, abandonada toda esperanza de triunfo inmediato, se aprestaron a la huida sin mayores dilaciones. Las ratas nunca miraban a la altura.

Pero los galeotes entonces sí. Largo tiempo sometidos a los espacios limitados, los ocios dirigidos y las tareas impuestas, observaron, con una atención nueva, el horizonte, que se había llenado de resplandores. De la masa nubosa surgían relámpagos y truenos y, éstos, mezclados con las luces del ocaso, hacían que se desplegase un inmenso abanico de tonos y sonidos. El mar había adquirido un color violeta veteado de espuma. El viento, sin ser huracanado, llevaba un sabor nuevo mezclado con la sal.

Los rebeldes y los aún indecisos miraban hacia lo alto como quien descubre islas con el alimento necesario. La extraña tempestad fue breve. No por ello apartaron la vista porque a continuación empezó a aparecer otro espectáculo: La amplitud del cielo nocturno, que observaban como si nunca lo hubiesen visto o lo descubrieran tras un largo sueño en una habitación sin ventanas.

Los visitantes que habían llegado en sus propias embarcaciones no comprendían cuanto estaba sucediendo a los antiguos galeotes pero se sentían conmovidos por el ambiente de intensa admiración. Los corresponsales aventuraban hipótesis: La nación rátida había acostumbrado de tal manera y durante tanto tiempo a su propia dimensión a los que sometía que de repente la mezcla de cambio, distinta época y percepción de la deslumbrante amplitud había producido una especie de extraña borrachera. Las ratas huían, confundidas con las primeras sombras, pero habían dejado de importar, pertenecían al pasado, a un episodio mezquino, superado, y eran las que siempre habían sido, sin mayores dimensión ni mérito.

– ¡Mira, Offing, mira! – Gal le obligó a apartar la vista del cuaderno de notas y, el brazo por los hombros, le hizo inclinarse sobre la borda.

El periodista de Albinia venía de aguas frías, de costas de luz boreal durante los escasos meses de verano y de luego largos inviernos. Metáforos se había apartado unos metros para dejar sola a la pareja. La oscuridad se había hecho profunda tras la deslumbrante exhibición de descargas eléctricas de nube a nube que no se había resuelto, como cabía esperar, en una gran tempestad. Los barcos eran zarandeados por un viento que, sin llegar a ser huracán, separarlos y obligarlos a hacer maniobras, postergaba el cambio de rumbo y los mantenía en una pausa de movimientos circulares. Era el momento, para cada cual y cada barco, de replantear y definirse, vibraba en el ambiente la excitación de los comienzos y de los descubrimientos.

Para los recién llegados, el enfrentamiento contra los rátidas, la visión real de su existencia y de su organización, finalidades y significado también cambiaba sustancialmente sus personales derroteros. Lo que antes eran utópicos y lejanos relatos sobre comunidades distintas que aspiraban a ideales de felicidad global y se escuchaban con curiosidad y cierta simpatía de buen tono tenían, desde entonces, efectos y rostros. Al tiempo que la sensación de estar envueltos por la altura y la profundidad, añoraron y apreciaron lo que les era caro en la vida de cada día de sus países de origen, y la carencia de límites que los rodeaba añadió fuerza al deseo de defender su libertad de enemigos concretos.

Offing observó lo que Gal señalaba. El agua se había llenado de puntos fosforescentes y relucía, sobre todo a cada roce con las proas y cascos, formaba aureolas en torno a los botes más pequeños, se cortaba en estelas y surtidores de luz cuando se agitaba. Era todo un espectáculo marino de fuegos artificiales. Gal y él se apretaron, estrechamente, el uno contra el otro. Parecían, y se sentían, uno solo.

– No sé si me gustará una casa que no se mueva- dijo Gal.

– Bueno…Hay caravanas estupendas- propuso Offing, que le había descrito anteriormente las bellezas de los adosados en poblaciones costeras.

– Se puede probar- admitió ella, dubitativa.

 

 

 

55

¡Largad lastre! ¡Royendo amarras!

 

Los galeones rátidas se habían hundido uno a uno, el primero el del queso por su peso. El cofre del tesoro, como se había previsto en el Plan B, los dirigentes se lo llevaban en la nave especial de emergencia. Ya no había botes salvavidas. En cualquier caso la tropa obedecía la consigna de no abandonar jamás el barco, con la oscura esperanza de que siempre quedaría algo que trocear y roer. Sus adversarios, ya victoriosos, no se atrevían a abordar las naves completamente cubiertas en todas sus superficies, tejidos, metales y sogas por la espesa capa de ratas grises y peludas, que ondulaba y se devoraba en la lucha por superponerse, llevadas algunas incluso por la aspiración a constituirse en élite.

La consigna en las altas esferas gubernamentales era aligerar, largar lastre y roer amarras para alejarse a la mayor velocidad posible. Los supervivientes de los cuerpos policiales rátidas se dedicaban, sin mayores miramientos, a lanzar por la borda a sus congéneres, cuyos cuerpos hinchados flotaban y formaban bancos que entorpecían el avance.

– ¡Acercad la nave de emergencia! –

La plana mayor rátida, seguida por defensores escogidos, había conseguido distanciarse y esperaba en la oscuridad sobre una gabarra construida al efecto y pintada de negro, de manera que no se distinguiese. Llegó la embarcación salvadora. Era el yate personal del Gobierno, denominado Yate del Pueblo, pequeño pero confortable, veloz y dotado de excelente maquinaria e instalaciones. Normalmente permanecía camuflado aunque Máxima era de la opinión de que en absoluto existía contradicción alguna entre la lujosa nave y los ideales de igualdad rátida porque precisamente eran necesarios algunos faros de excelencia, gestionados por el alto Comisariado, para mostrar a congéneres y simpatizantes los placeres de que gozarían todos y cada uno de ellos en el mañana prometido. En virtud de ese razonamiento los afines a la Líder disfrutaban de camarotes tipo suite y cubiles de diseño.

El Yate del Pueblo tenía una capacidad muy limitada. Aunque se había alejado bastante del centro de operaciones, había aún ratas náufragas que se esforzaban por trepar y eran rechazadas sin miramientos por el comando de la guardia especial. Rata Primera no pudo resistirse, pese a la premura de la maniobra, a decir unas palabras que la Secretaria y el Cantor Pasta Supina fijarían para la posteridad:

– Esto no es un adiós, compañeras. El estriborismo ha recibido un golpe mortal, un terrible desgaste. Sois, son vuestras descendientes y colegas, la avanzadilla de la Felicidad Suprema. Vuestros cuerpos abonan y fertilizan el edén ya próximo de alcantarillas artesanales, urbes sin ruedas que nos amenacen, alimentos que se nos proporcionarán gratuitamente a diario, con una variedad y abundancia nunca soñadas; tanto más sabrosos cuanto que procederán de la perquisición implacable de los bienes de sus perversos dueños actuales. Hundíos gozosas, queridas compañeras. El Gobierno envidia vuestro glorioso final y no se suma a él por responsabilidad de su cargo.

Las ratas, que chapoteaban e iban descendiendo a las profundidades marinas, no podían apreciar debidamente el discurso, pero ese detalle carecía de importancia mientras se cuidaran de inmortalizarlo las encargadas de ello.

El Yate del Pueblo se alejó a toda máquina.

 

 

 

56

El mar era una fiesta.

 

En el mar reinaba un gozoso desconcierto, como si cada ola hubiera decidido tomar distinta dirección, lo cual hubiera ocasionado insólitos problemas y navegación imposible.

Pero sólo era una apariencia. Se estaba levantando un viento favorable y para tomar decisiones y zarpar se esperaba al amanecer. Simplemente había un intenso trasiego de barco a barco, se hablaba a voces, había música, intercambio de mapas y portulanos y bailes regados por diversos caldos aportados por los propietarios de embarcaciones visitantes.

En la celebración y degustación tomaban parte importante los prófugos de Piratas Irredentos que habían sufrido largo tiempo el vigilante yugo de los fundamentalistas. Hartos del largo tiempo en el que el esparcimiento consistía en mascar espesos bolos de una desagradable droga amasada con mejillones y ciertas algas, de escuchar las alabanzas a Iluminadísimo y de recitar los pareados de cuyo aprendizaje memorístico dependía su ascenso en el escalafón, sorbían con deleite el extracto de viñas acompañado de bocadillos que preparaba el destacamento gastronómico de Angelina.

Todo hervía de proyectos, propuestas, relatos, invitaciones.

– Igual me compro una casa en el pueblo que tú dices. ¿Es verdad que está lejos de la costa y hay cerca unos picos muy altos? Porque ya está bien de trabajar en cubierta. El mar no quiero ni verlo.

– Ciudad grande, grande, grande. Así la quiero Como la que me describieron los antiguos de mi barco. Imagina…Te paseas por donde te place, haces lo que se te antoja y no te conoce nadie

– ¿Le parece que podré trabajar en su periódico, Metáforos? Tengo dos reportajes pensados, sobre las redes secretas de desviación de fondos estatales para alimentar franquicias rátidas.

Metáforos consideró la propuesta del joven reportero de Nevonia.

– También yo he barajado la idea, e incluso antes de venir estuve recopilando filtraciones de confidentes. La financiación indirecta rátida es un tema apasionante.

– ¿Entonces un trabajo conjunto?

Metáforos jugueteó con una jarra vacía y observó mirando su fondo:

– Me han dicho que en Nevonia la cerveza es excelente.

– ¡Oh, sí! Tenemos una receta de nuestros antepasados, los grandes navegantes del norte. Por cierto, he traído algo. Un instante.

El joven regresó cargado con una caja.

– Embarqué algunas botellas conmigo. En previsión de que la travesía fuera larga.

El vacío y triste interior de la jarra rebosó en breve de líquido dorado y espuma.

Tras el brindis, el periodista de Nevonia propuso:

– Su experiencia sería valorada como corresponde. En el acuerdo de nuestro trabajo conjunto se incluiría un compromiso de suministro gratuito de este producto típico de mi país.

Metáforos se limpió la espuma y asintió con la sobriedad que le caracterizaba:

– Su proyecto me parece digno de consideración.

En popa, donde la luz era más tenue, había un animado coloquio, en voz baja entre uno de los visitantes y una pirata prófuga. Procuraban no atraer la atención porque ella se había despojado de cuanta ropa llevaba encima como si le resultara insufrible el peso de la tela y no llevaba sino dos piezas someras.

– ¿No tienes frío, prenda?  -preguntó él haciendo ademán de cubrirla con su chaqueta.

– No hace frío. Algo de brisa.

Y agradeció la oferta sonriente. A continuación se soltó el broche que le sujetaba el cabello y movió la cabeza a un lado y otro para recibir, con placer evidente, el soplo del viento.

Él temió que continuara desvistiéndose y se arrancara, que es lo que parecía hacer más que despojarse normalmente de una prenda, lo poco que todavía llevaba encima. Procuró distraerla de lo que parecían tristes meditaciones.

– ¿Es verdad que os hacían llevar siempre un manto color arena con una estrella parda? ¿Y en la cabeza agujeros para los ojos?

La pirata prófuga asintió y abrió de par en par los brazos para recibir brisa y salpicaduras de espuma. Luego se volvió hacia él, recompensó su solicitud con un rápido abrazo y le tranquilizó.

– No te preocupes que no continúo. Incluso voy a vestirme un poco. Tú no sabes lo que es no sentir nunca en la piel el aire y el sol. Pero nos vengamos, vaya si nos vengamos de los PIF. Muchos están en el fondo, envueltos en el sudario que nosotras llevábamos.

Para espantar los malos recuerdos del pasado él le hizo observar la estela de chispas que dejaba en el mar tropical la quilla del barco y le explicó que eran como diminutas gaviotas acuáticas provistas de su propia luz que subían de noche hasta la superficie.

– Ponte cómoda en este rincón que hay lonas. Voy a traer algo de bebida para que nos la tomemos los dos.

Un pequeño bote desvencijado, fuera del área del farol que cabeceaba, les ofrecía cobijo, e incluso, al estar volcado y por la rotura astillada de su casco, una visión del cielo estrellado que cuadraba bien con las circunstancias.

– Nena, si te quieres quitar el resto, por mí no te preocupes.

No eran los únicos que buscaban rincones discretos. Numerosos galeotes incorporados hacía poco a la armada rebelde descubrían, con parejas recientes, posibilidades insospechadas y llenas de dulce sabor. El sexo, reglamentado y objeto de pedagogía e igualitarismo bajo el gobierno rátida, había arrasado en ellos con el erotismo y los incentivos más elementales, amén de extirpar a golpe de consigna toda actitud sentimental y romántica y producirles, cuando no rechazo, un aburrimiento feroz. Ahora descubrían que, como el sabio dicho francés reza, el mejor momento del amor es cuando se sube la escalera.

Otros estaban, y se sentían, extrañamente solos entre el jolgorio. Acodado en la borda, Segis adivinaba, más que observaba, el horizonte. Orky y Kraky se le acercaron. Pese a ser hombres de acción avezados en peligros y duras empresas, percibían en el antiguo Remo 72, su jefe de la Resistencia, la tristeza que, como la bajamar, sigue a la exaltación de la victoria. Segis compartía, por supuesto, el gozo generalizado ante la derrota del enemigo, pero, precisamente por su liderazgo y tenacidad en el largo combate, por su conciencia del peligro que representaba el Gobierno Rátida, vivía momentos de especial vacío y soledad.

– No las hemos perseguido. -dijo.

– Han quedado muy pocas. La gente está cansada, el mar oscuro. La mayoría no sabrían orientarse. -le respondieron.

Hubo una pausa. Luego Segis sonrió. La sensación de alivio animó a sus compañeros.

– El plato frío de la venganza ha sido reemplazado por un buffet libre.

Orky y Kraky asintieron. Y apostillaron:

-Así es. Vamos abajo a tomar algo.

Y dejaron la cubierta.

 

 

 

57

El Club de la Eterna Venganza.

 

Según descendían, Segis y sus compañeros, se encontraron con un espectáculo insólito. De sala en sala y de cubierta a cubierta desfilaba un grupo pequeño pero cuyo número parecía abrumador por lo ruidoso, recitando consignas, coreando una especie de sutras, exhibiendo pancartas y arengando al parecer a los presentes, que lo observaban creyendo que se trataba de un conjunto musical por el acompañamiento de instrumentos que algunos tañían. De cuando en cuando se detenían, anunciaban ¡Hemos decidido abandonar la clandestinidad! y repartían panfletos. Los tres se detuvieron a escuchar el discurso y Segis se sintió rápidamente atraído por la palabra venganza, a la que él mismo acababa de aludir y que, en varios idiomas, parecía figurar como reivindicación de base.

– ¿Quiénes sois?

Encantados de la atención que despertaban en el trío de rebeldes victoriosos, los manifestantes no deseaban escatimar explicaciones, pero tampoco querían restarse a sí mismos importancia ofreciendo información individual y desordenada.

– Y tú ¿quién eres? -espetaron a Segis, a quien suponían el líder.

– Somos miembros de la resistencia que ha derrotado a las ratas, y él es uno de los mejores. -respondieron los otros dos.

– Pues no creáis que con la excusa de esta batalla y lo de la lamentable deriva autoritaria rátida en el marco de un Estado ya antes, y siempre, opresor vais a derrotarnos a nosotros, a hacernos desaparecer, a eliminar nuestra imparable lucha por la igualdad, contra el sistema abominable y sus víctimas.

– ¡La lucha continúa! ¡La lucha continúa! ¡La lucha continúa!

El grupo, que se había formado en una fila compacta detrás de su portavoz, repitió con buen ritmo la consigna. Ante el gesto perplejo de su reducido auditorio, el portavoz fue sustituido por una portavoz, que se apresuró a anunciar:

– Practicamos la igualdad completa de género. Yo os responderé ahora.

Segis, siempre observador, advirtió que el orden en la fila no era casual. La portavoz leyó su mirada y aclaró:

– Nuestros compañeros forman, según el orden establecido por nuestros principios básicos, de cuatro en cuatro: Género femenino, masculino, neutro y no sabe-no contesta.

– Pero ¿quiénes sois? -insistió Orky.

– Nuestra plataforma es inmensamente plural; sin embargo nos cobijamos bajo un fin común: Somos el Club de la Eterna Venganza.

– ¡Hasta el final sin final! ¡Lucha eterna contra el mal! -recitó el coro.

Segis y sus compañeros empezaron a comprender que estaban ante una especie de delegación de los Antiforever, que se alzaban en diversos países contra cualquier institución, credo o ley establecidos, incluida la Ley de la Gravedad. Les alarmaba ahora verse eclipsados ante la opinión pública por la difusión de la realidad del Estado Rátida, la rebelión, el enfrentamiento y la victoria. Los intelectuales de nómina del movimiento temían que sus consignas perdieran lustre por la evidente semejanza de éstas con las normas aplicadas por el Gobierno opresor, derrotado y en fuga. Así pues habían enviado un destacamento de difusión, propaganda y contraataque a la nave donde el mando exgaleote y los suyos celebraban la recobrada libertad.

Se sentían, sin embargo, en desventaja, anegados por la euforia del momento y el clima reinante donde cada cual parecía festejar a su manera y hacer proyectos sin coordinación superior alguna. Opinaron que más les valía no enfrascarse en discusiones con los tres rebeldes y que lo mejor era remitirles al estudio de una de sus obras de cabecera.

– ¿Qué es el Club de la Eterna Venganza? -insistió Segis.

Uno que, al parecer, lideraba una facción del grupo les interrumpió:

– Podemos tener mejor auditorio en otra sala.

– -Vamos entonces. -la portavoz y otro miembro del Club responsable de los movimientos del conjunto, aprobaron el desplazamiento y llamaron a alguien:

-Tú, Luis Fernando, que eres del BUM, quédate a explicarles quiénes somos y el ideario y labor de nuestra plataforma.

Luis Fernando era joven, ilusionado e inspirado. De él rebosaban, como de una fuente, de forma casi visible, junto con un caudal de consignas, la generosidad y necesidad de dedicarse a una gran causa. Rápidamente extrajo documentos de una mochila que había dejado apoyada en la pared y se quedó mientras los demás salían agitando banderolas y carteles.

– Podéis llamarme L F – dijo.

Se aclaró la voz, enronquecida por los recitados de consignas anteriores, y prosiguió:

– Yo pertenezco al BUM. Estamos integrados con muchos otros en el Club porque nos unen los mismos ideales y perseguimos idéntico fin.

– ¿Qué es el BUM?

– Es BUM, con B. Bíctimas Unidas Mundial. La B fue exigencia del sector de Víctimas de la Ortografía, de los reprimidos, excluidos y represaliados por ignorar la corrección ortográfica. Defendemos a las víctimas, a todas las víctimas, siempre

– ¿Cuáles? ¿De qué? ¿Dónde?

L F se había lanzado a su discurso como quien se zambulle con la idea de hacer varios largos, y ahora, sin dejar espacio para preguntas o interrupciones, describía el amplio, ilimitado, perdurable campo de actuación de su grupo. Era tan vasto que Segis optó por ir resumiendo, para mejor comprensión de sus compañeros, menos eruditos que él. La Plataforma Mundial de Víctimas o V/BUM se integraba, naturalmente, en el Club de la Eterna Venganza, que había optado por la frívola denominación de Club precisamente para despistar a sus enemigos, que eran los no militantes. Se inspiraron en un principio en ciertos sectores religiosos, en algunos gurús y, muy especialmente a causa de sus operaciones de acción directa y su negativa radical a cualquier compromiso, en Piratas Irredentos Fundamentalistas, pero rechazaban cualquier credo, profeta o divinidad. De hecho, Iluminado Magnífico y el Clero Tinta Negra habían declarado en diversas ocasiones su afinidad con Eterna Venganza, cuyas premisas cuadraban a la perfección con su propia lucha sin límites contra los infieles. La venganza infinita, acompañada del rencor inextinguible y la deuda milenaria, era la clave ideológica, puesto que se vivía, se había vivido y se viviría en un mundo dividido en Víctimas y Culpables, lo que justificaba la continúa lucha, la marginalidad y hostilidad indispensables y cualquier tipo de acciones.  El joven movimiento aún carecía de héroes de prestigio. Sus comandos rayacoches, rompelunas y arrancarretrovisores no gozaban de popularidad y la masa ignorante no comprendía la nobleza de su ideal antisistema.

 

 

 

 

58

Gente’s News

 

L F extrajo de su mochila el periódico “Gente’s News”, algunos manuales y el libro de cabecera del movimiento, en el que se incluía la lista de ilustres eternos vengadores, entre los que figuraban, además de Iluminado, innumerables jefes de comunidades, selváticas, rurales, lingüísticas, dialectales y vecinales. En volumen aparte se inscribían los que aspiraban a ser resarcidos por la discriminación de la que habían sido objeto durante siglos, y milenios, a causa de su talla, peso, volumen, color, forma de la nariz, tono de la voz, desdén o incapacidad para el estudio, escaso atractivo sexual, cortedad intelectual, desagradable apariencia, inutilidad profesional notoria…La lista se quería exhaustiva y hubieron de rogar a L F que no continuara.

El miembro del BUM, que disfrutaba con la lectura, se mostró algo decepcionado pero pareció comprender:

– Son varios volúmenes. Quedaremos con más tiempo. Tenemos todavía problemas de organización.

Se ruborizó modestamente:

-La verdad es que no esperábamos tener tanto éxito. Acuden aspirantes de todas partes.  Sorprendentemente, partidos políticos bien establecidos en el corazón mismo del sistema también se interesan por nosotros. Se ha corrido la voz de que podemos obtener, mientras se materializa la eterna venganza, sustanciosas compensaciones de los Gobiernos.

Como si quisiera corroborar sus palabras, se había ido formando junto a ellos un auditorio creciente de curiosos, del que comenzaron a destacarse algunos que les planteaban preguntas directas y estaban seguros de identificarse con los requisitos del victimario oficial:

Un joven ya poco joven, pero vestido de veinteañero, proclamaba el agravio del que era objeto:

– ¡Me exigen que apruebe alguna asignatura! ¡Que pague matrículas! ¡Que trabaje incluso! No me dan el alojamiento, ni la comida, ni siquiera lo necesario para mis salidas nocturnas. ¡Y sólo llevo quince años en la universidad, en la que desempeño un inestimable trabajo de líder de las Fuerzas de Choque de Repetidores y asesor de Innovación y Crítica Pedagógicas!

– ¡Soy víctima de discriminación residencial! -dijo otro- Nuestro líder nos ha enseñado el camino y se ha sacrificado él mismo mostrándonos, con su ejemplo, la vivienda que debía habérsenos proporcionado. ¡Mirad! Hele aquí ¡Cómo disimula su sufrimiento! Se palpa su angustia por estar separado del pueblo.

Y mostraba una foto de prensa con el líder de Igualdad Residencial, que posaba, con gesto de resignación, teniendo como fondo el jardín, garaje, piscina y la entrada al primero de los edificios de su finca, que incluía una modesta cabaña, en materiales nobles, propia para la meditación sobre altos ideales y la felicidad del pueblo.

– Compañero, estamos en la misma barricada. -le aseguró otra de las presentes- Esos verdugos rechazan mi derecho a instalarme, cuanto tiempo juzgue conveniente, en el piso en el que me he introducido en ausencia del propietario, con el aplauso de mis homólogos. E incluso se niegan a reconocer la labor cultural gratuita que ofrezco celebrando sesiones poéticas. ¡Qué saben esos míseros ahorradores, deudores de hipotecas, adoradores vulgares de la propiedad individual, de la belleza de la lírica!

– ¡Igualdad estética y sexual! Eso es lo que reclamo. Nadie parece advertir la belleza de mi alma, el atractivo de mis ocultas cualidades. – exigía otro de fealdad a la que no acompañaban gracia, frescura, proporción ni encanto alguno.

Banderas, de diversos colores, al viento, dos pequeños grupos avanzaron impetuosos y se situaron en primera fila. Eran, según declararon, víctimas históricas, agraviadas entre sí por ser sus pueblos vecinos y conjuntamente por el opresor Estado del país del que provenían:

– Nosotros somos lugareños, con entidad diferencial ilustre, de Conejillas del Duque, descendientes del famoso noble Lanzaflorida.

– Y nosotros somos de Conejillos, a quienes el Duque otorgó incontables fueros.

– Y a nosotros más.

– Claro. ¿Por qué creéis que Conejillas se llama así?

La hostilidad crecía entre ambos por momentos.

– Los fueros de Conejillos eran por los chavales de nuestro pueblo, que el Duque mandaba allí a estudiar y criarse.

El auditorio evitó que llegasen a las manos.

L F parecía sobrepasado por las circunstancias y repetía, procurando que el tono de su voz se impusiera a la barahúnda:

– Tenemos lista de espera, tranquilizaos. Apuntaré vuestros nombres y los propondré en la primera reunión de nuestro Comité.

Los tres exgaleotes decidieron optar por la retirada, pero antes Segis, siempre cauteloso, planteó al miembro del BUM un tema que le inquietaba:

– Gracias por la información. Una pregunta: ¿Tenéis relación con el Gobierno Rátida?

– No. Las víctimas de diferentes especies formarían un colectivo demasiado numeroso. Hoy por hoy nos sobrepasa nuestra actividad actual, las desigualdades genéricas, los agravios históricos, las ofensas lingüísticas, las venganzas que nos esperan….. -suspiró profundamente- No sé si viviré para ver los primeros frutos.

– ¿Y quién pagará, eternamente, con la venganza, las indemnizaciones? -planteó un curioso.

– Oh, el enfrentamiento es inacabable, como repiten nuestros líderes. -L F pareció un poco desconcertado tanto por la inmensidad del espacio temporal vengativo como por la del número de sujetos. Buceó en el material de su mochila y sacó un folleto. -Aquí se expone clara y brevemente. -Leyó: –Desde los albores hasta el fin de los tiempos la dinámica humana es la lucha de ofensores y agraviados. – Levantó la vista. -Es incontestable, de una sencillez deslumbradora.

– Tendrá que haber quiénes vayan pagando tantos agravios. ¿Y si no quieren? -insistió el curioso.

L F buscó en el folleto otra página y leyó de nuevo: –Reinará nuestro decálogo / tras el fraternal diálogo. / Para media humanidad / amor y fraternidad. / Para la media restante / venganza ejemplarizante.

– Pues va a resolverse el problema de aumento demográfico. El planeta está salvado. -dijo con tono irónico el curioso impertinente.

L F decidió no leer nada más. Por sus ojos pareció cruzar una sombra de duda, aunque no perdió la bondadosa sonrisa de quien ha visto la luz y va a llevar a ella al auditorio. Claro que los métodos y etapas no estaban tan definidos como debieran… Incluso quizás habría que discutirlos con mayor profundidad. Sin que eso representase, por supuesto, poner en tela de juicio los altos ideales. Se inclinó para colocar en el fondo de su mochila, cubrirlo y ocultarlo a la vista desde el exterior un folleto sobre material de acción directa y violencia vengadora legítima.

Los tres de la resistencia se alejaron, la preocupación en el semblante.

– Parece que no nos va a durar mucho el descanso cuando estemos en tierra.

– ¿Y si acaban aliándose con las rátidas?

– O ellas los engañan. Son hábiles para eso.

El jolgorio en el ambiente despejó sus pensamientos como el aire había ahuyentado las nubes en el cielo plomizo. Ahora en cubierta se bailaba y cantaba bajo las estrellas.

– Olvídalo, Segis. Vamos a tomar algo.

 

 

 

 

59

Migración

 

El plan B, que sólo conocía el alto mando rátida, incluía un mapa minucioso de rutas marinas y zonas de interés. Las suaves patas de Rata Mayor, que siempre había aspirado al liderazgo, recorrían, con las garras recogidas como siempre era aconsejable cuando no se precisaban, las líneas de la derrota. No era un camino fácil, pero sí practicable para una flota reducida, y ese factor siempre se había tenido en cuenta al pergeñar el proyecto. Las numerosísimas bajas se contabilizaban a beneficio de inventario, previsibles, inevitables y elogiadas en la posteridad por su sacrificio y lucha heroicos. Todas serían en la victoria futura homenajeadas en un monumento con el lema Las ratas nunca abandonan el barco.

– Aquí -Rata Máxima señaló un punto- nos atrincheraremos, ocultaremos, repondremos y organizaremos de nuevo nuestro Comité. Cuando seamos fuertes….

– ¿Encerrarnos? ¿Reducirnos a una zona tan limitada? ¿Dar por hecho a la opinión nuestro fracaso? Ésa no puede, no debe ser en absoluto nuestra estrategia. Al contrario, es lo que nos ha perdido, el punto débil de nuestra temporal pérdida del poder. Y ahora se convertirá en nuestra plataforma para el futuro.

Las demás, en primer lugar Rata Máxima, cuyas garras habían empezado a raspar la mesa y el blanco hocico a teñirse de rojo, quedaron sorprendidas y faltas de discurso.  Igualísima se dio cuenta de que se esperaba más la continuación del proyecto de Rata Mayor que las objeciones que ella pudiera poner o el ejercicio de su autoridad. Lo cierto era que el mando había comenzado a oscilar, a diluirse y distribuirse de forma distinta, aunque por lo pronto la urgencia de alejarse del escenario de la batalla y la posibilidad de que les persiguiese el enemigo reducían los enfrentamientos al terreno verbal.

– ¿Qué propones? -preguntaron varias a Rata Mayor.

– Propongo el contraataque por medio de la difusión de contactos, alianzas. Es hora de planes comunes del más amplio espectro, de propaganda y coordinación planetarias. El R.I.P., la Rátida Internacional Pluralista, a la que pertenezco, la A.R.M., Alianza Rátida Mundial, la A.U., Alcantarillas Unidas. El R.S.I., Rátidas Sin Fronteras, y, en fin, todos los movimientos dispersos pero guiados por el ideal común deben trabajar estrechamente unidos. ¡Viva la Internacional Mundial Pluralista!

No hubo una acogida entusiasta, pero tampoco rechazo, por prudencia. Estaba claro que Rata Mayor gozaba de apoyos, especialmente entre el sector de guardia y policial, que habían salvado sus vidas en pequeñas pero resistentes lanchas previstas al efecto y que eran fieles a su Jefa inmediata.

– Hasta la victoria, ¿o no’ -Rata Mayor dirigió una fría mirada a su auditorio, como si examinara su fidelidad uno a uno. Alguien en el comando policial aplaudió, los demás siguieron su ejemplo, y finalmente el Alto Mando en pleno, Igualísima incluida, se adhirió a la propuesta.

Rata Mayor tenía ya cierta edad, que le había valido para ir asegurándose apoyos y para dar una imagen de sabias experiencia y comprensión.

-Por lo pronto, naveguemos. – dijeron varias de las presentes.

La atención era precisa porque el éxito de la huida y llegada a destino radicaba en sortear extensas e irregulares zonas de corales. Precisamente por ello se habían escogido aquellas aguas, que la navegación normal evitaba y figuraban en los mapas bajo vagos apelativos como “Territorio de Delfines” (lo cual no era cierto), “Caladeros de Medusas” (cierto en parte) o “Laberinto Coralino” (que sí correspondía a la realidad).

El Yate del Pueblo, donde iba el Alto Mando, se mantenía en retaguardia de la reducida flotilla hasta ver por dónde pasaban los de primera línea. Un pequeño y maltratado buque se destacó en la empresa. Lo dirigía una rata entusiasta y completamente devota de la causa, que había escogido como nombre de guerra Medialuna Esplendorosa, inspirada por la forma y color del astro nocturno, que recordaba a una magnífica porción de queso. Medialuna vio en aquella ocasión llegada su hora de gloria, al tiempo que de destacarse en la profesión pública de fe en la Líder. Junto con el Cantor Pasta Supina había compuesto un himno, inspirado en el que se entonaba en el reino democrático de Kimyrata III del Norte, su aliado asiático.

– ¡Yo os guío! -anunció desde lo más alto de la proa- La sabiduría del Alto Mando, la fuerza que nos proporcionan sus ideas, el porvenir luminoso que se nos ofrece en el horizonte no pueden fallarnos. ¡Seguridad, seguridad en nuestro avance!

Medialuna rebosaba entusiasmo pero carecía de conocimientos náuticos. El bajel se dirigió a toda velocidad hacia lo que sin duda era ancho paso entre los corales. Estaba lejos de serlo. La proa chocó con tal violencia contra la afilada y larga prominencia rocosa, apenas cubierta por el agua, que se elevó varios metros, dejó al descubierto buena parte de la quilla desfondada y la nave se rajó casi por entero por la mitad a lo largo. Todavía con una expresión de incredulidad y asombro en el semblante, Medialuna se encontró en las olas que, al chocar contra la negra pared erizada de aristas y sin lugar al que asirse, la empujaban a una muerte segura. Las peticiones de auxilio fueron desoídas por la nave capitana, que anotaba sabiamente las zonas que era necesario evitar, aunque también se tuvo en cuenta una propuesta de añadir a Medialuna Esplendorosa y sus compañeras al monumento a las rátidas heroicas fenecidas en acto de servicio. Incluso, aunque no se hizo maniobra de salvar a ninguna, el alto mando ordenó, una vez superada la zona peligrosa, que se guardase un minuto de silencio.

En el horizonte, por fin, apareció el anillo de espuma que marcaba la meta de su viaje, el refugio salvador.

Por un pasillo marino de profundidad segura y ancho suficiente, las ratas entraron en lo que iba a ser su reino provisional, hasta que los planes de expansión hallasen momento favorable. El atolón emergía formando un círculo casi perfecto que dejaba en su centro un espacio vasto en el cual las rocas emergían al albur de las mareas. La cinta arenosa no carecía de alguna vegetación, de palmeras, pequeña fauna y nidos de pájaros, todo lo cual iba siendo anotado por Rata Ecónoma como fuente de suministros. La cosecha de mariscos, huevas y peces muertos no era tampoco despreciable.

– Haz un mapa de las zonas según la cantidad de alimentos. -ordenó Rata Máxima.

– En ello estamos. -dijeron Rata Mayor y los suyos.

Por encima de la mesa donde se trazaba el primer esbozo del nuevo reino ambos grupos se miraron.

 

 

 

 

60

El Atolón de la Perfecta Igualdad.

 

Desde el racimo de rocas que se elevaba, casi con exactitud geométrica, en el centro del vasto círculo de aguas tranquilas, Rata Máxima se preparó a pronunciar su discurso. Era también una proclama fundacional destinada a subrayar, por una parte, las características que hacían del lugar una especie de maqueta de lo que en el futuro sería el Imperio Rátida. Por otra parte, era importante asentar su propio prestigio y papel como líder, la encarnación del destino, del Igualismo que debía presidir, en el fondo y en la forma, en la manifestación física y en los principios, proyectos, obras y actos.

No disponía del tiempo que hubiera deseado porque la marea, insensible al sublime valor de las ideas y tenaz en su horario, cubría con regularidad el improvisado atril. Sus asesores habían contado con ello y ajustado los temas a exponer.

– ¡Observad -dijo en voz muy alta porque el lejano estruendo del arrecife protector obligaba a alzar el tono y a gesticular más de lo que debiera- la magnífica sede que hemos encontrado y que se conocerá durante los siglos, y milenios, venideros, como Atolón de la Perfecta Igualdad! ¿Qué mejor que el círculo, su orla fértil circundante, el podio que la naturaleza nos ofrece como apropiado punto divulgador de las comunes directivas enunciadas por el presente Gobierno, cuya función es simplemente representaros, resumir vuestras aspiraciones, conduciros al máximo bienestar?

Las ratas se habían distribuido, según indicaciones previas, por las playas y costas circundantes y escuchaban con atención, aunque con cierta fatiga a causa de lo accidentado del viaje y la pasada derrota.

– ¡Nuestra existencia será en todo igualitaria, como el círculo en el que residimos, semejante a la redondez solar y lunar que los astros muestran!

Rata Mayor, ataviada para la ocasión con un curioso tocado de algas oscuras, había intervenido de forma inesperada. El Alto Mando que apoyaba a Máxima la miró con recelo pero nadie se atrevió a interrumpirla porque la imagen inicial de unidad era imprescindible. Además Rata Mayor, con experiencia en gestión municipal del queso, se había creado una sólida trama de fidelidades cuya lealtad afianzaba con actividades periódicas lúdico-musicales de alabanza a la paz, la bondad y la reconquista de los sanos usos rurales.

– ¿Cómo repartiremos la parte emergida del atolón? Porque, aunque sea circular, no hay por todos sitios las mismas cosas. –La voz de alguien del público llegó, inoportuna, amplificada por su altavoz fabricado con una hoja de palmera.

– Con equidad e igualdad ejemplares. -se apresuró a afirmar Máxima.

– Sí, pero ¿cómo.

El público era insistente.

Rata Mayor decidió cambiar de tema:

– ¿Os he hablado de mi proyecto de huertos marinos y de la abundancia que nos depararán?

Llevada por la inspiración, se lanzó a exponer con detalle el rosario de nutritivos paraísos que aumentarían, todavía más si cabe, la prometida felicidad.

– ¡Tenemos poco tiempo! ¡Tenemos poco tiempo! -exclamaron varias asesoras.

Rata Máxima y sus partidarias se esforzaban en interrumpir el que se prometía largo discurso, porque, tras la descripción de los huertos marinos, la en tiempos encargada de asuntos de municipalidad e intendencia se había descubierto una vocación de bondadoso, pero indiscutible, líder y era tan difícil quitarle la palabra como arrebatar a sus fieles las raciones suplementarias de trozos de queso.

Hubo, en un toma y daca por situarse en el centro del podio, conatos de enfrentamiento, que la población rátida observaba a distancia sin intervenir, más atentas a las divisiones que habían visto trazadas en la arena según las cuales los segmentos de tierra firme del círculo eran geométricamente distribuidos.

Pero los recursos no eran los mismos.

La Guardia se encargó de calmar el amago de tumulto fruto del inicial desconcierto.

-Oíd el comunicado: Todo se repartirá equitablemente en breves fechas.

– ¿Cuáles? ¿Por qué calendario nos guiaremos? Aquí el tiempo parece que no cambia.

Así era. Se encontraban en una latitud sin estaciones ni puntos de referencia. Pero el Alto Mando había contado con esa ventaja:

– Comenzamos una nueva era, la del Birratismo. En este podio fundador se alternarán dos grandes líderes en las que se funden y confunden las aspiraciones de todas vosotras, como los pólipos edifican bajo vuestros ojos los fondos del mar. No hay igualdad mayor que aquélla con la que nosotras os representaremos.

La maniobra era en verdad inteligente. Rata Mayor y Rata Máxima se sonrieron y enlazaron sus colas entre los aplausos de la concurrencia.

El calendario de la Nueva Era se regiría, como no podía ser menos, por el ritmo de las mareas, que marcarían la alternancia en el uso del improvisado atril. El paso de los días, agrupados luego en unidades temporales oportunas, se adaptaría a las necesidades y dictámenes acordados por el Consejo Temporal Rector, libre al fin de la influencia de los viejos esquemas, nomenclatura y mitos de especies inferiores y de los estriboritas abominables.

Había que celebrarlo. Y para ello hubo un festival de cocos, cangrejos, fauna menuda, raíces y frutas variadas. El manjar más exquisito, los huevos de pájaros, cumplía reservarlo para aquéllos que encarnaban el bienestar, proyectos y esperanzas de la nueva nación.

 

Pasaron los días, semejantes en la ausencia y presencia del sol pero diferentes en la de la luna.

La igualdad geométrica no funcionaba como se hubiera esperado, al menos no en experiencia de las que habitaban los segmentos más inhóspitos del atolón. En espera de los prometidos huertos marinos, las cuotas de población rátida asignadas en algunos lugares no se sentían satisfechas con el escueto menú de cangrejos y algas, y eso que periódicamente algunas supervivientes del Corpus Nígrum, de Ratas Pedagogas, las aleccionaban sobre las ventajas de los nutritivos alimentos econaturales los beneficios que a sus cuerpos proporcionaba el saludable ejercicio de correr tras los cangrejos isleños, singularmente rápidos, y sumergirse en las aguas, que, exceptuando las de las alcantarillas, nunca habían sido medio que ellas prefirieran.

Los grupos de otros segmentos igualitarios se lamentaban igualmente por la ausencia de cocos, frutos, pájaros o tubérculos en su parcela. No era tampoco igual el acceso a pozas. El agua de lluvia se hallaba a muy diferente profundidad según las zonas y requería hozar bajo el fuerte sol, empapar esponjas o llenar cáscaras y llevar parte al Gobierno.

Empezaron las escaramuzas, entre marea y marea.

Las líderes respetaban la alternancia en el podio y sus calendarios. La recogida y entrega de huevos les llegaba con regularidad, habían descubierto nidos accesibles con los que podían darse un festín de polluelos y planeaban, mediante balsas de juncos que llegaban arrastradas por las corrientes, el camino que las conduciría hasta la dorada meta final: La expansión del imperio, truncada momentáneamente por adversas circunstancias pero nunca olvidada.

– Parece que no les ilusionan nuestras propuestas. No comprendo. Viven en el medio originario, primitivo, de cuyas bondades tanto les hemos hablado….

Igualísima reflexionaba en voz alta. La falta de respuestas de su rival, Rata Mayor, le agradaba. Fue Rata Parda, en tiempos responsable de Comunicación y Propaganda, la que apuntó una de las probables causas de la crisis:

– No quieren la vida natural. Han sido corrompidas por los humanos. Les gustan las preparaciones con tocino, las dulces bebidas, los veloces artilugios que las llevaban sin esfuerzo, las orgías con agua fermentada de coco, los…

– ¡Calla! -Las demás le impusieron silencio. Y miraron con melancolía el esquema perfectamente igualitario que estaba desplegado ante ellas. Con algunas manchas de huevo.

 

Habían pasado muchas mareas. Las ratas, agrupadas en tribus de autonomía variable según recursos y agravios, se desplazaban, enfrentaban, atacaban y aliaban sin prestar mayor atención a las divisiones geométricas primeras. La Guardia seguía garantizando el suministro de huevos y sus propios suministros, pero ni Rata parda ni miembro alguno del Alto Mando ni del Secretariado se molestaban ya en propagar consignas ni hacer largos discursos; se habían hecho refugios de difícil acceso en la zona de pollos y nidos. Como limados por las mareas, los recuerdos del anterior Gobierno Rátida, de su imponente flota, victoria y derrota se difuminaban en sus mentes, más atentas ahora al día a día. Con la disminución de los recursos y la obligación de buscarse duramente el sustento sus fuerzas menguaron, en primer lugar en los segmentos de tierra firme menos favorecidos, y enseguida en la población entera, disminuida y enfrentada.

 

 

 

61

Faros

 

Estamos cerca de las costas. -dijo Glamy, que todavía conservaba en la mirada un resto de melancolía cuando emergía el recuerdo del traidor Óskar.

– Vida nueva, chico nuevo. -procuró animarla Orky, ex remo número 32. También él tenía pésimos recuerdos de su hermano. En una visita que le había hecho cuando ya estaba preso en la bodega, Óskar le había confiado sus esperanzas de convertirse, en el primer país conflictivo en el que desembarcasen, en agente doble.

– ¿Qué planes tienes? -preguntó a la chica más que nada para sacarla de sus meditaciones.

– Creo que me gustaría estudiar algo, y trabajar al tiempo, en un acuario. Tengo experiencia.

De proa a popa, en todas las naves surgían las mismas conversaciones, cada cual engañaba su inquietud oyendo la del otro.

Algunos tenían pocas dudas sobre el inmediato futuro siempre y cuando éste se viviera juntos. Offing y Gal no se separaban, como si todavía temiesen a fantasmas rátidas que escalasen hasta la borda y les mostraran sus ojos amarillos. Era un temor absurdo, como se decían, pero no más que la experiencia que acababan de pasar y no mucho menos increíble que situaciones que el periodista de Albinia recordaba en su tierra natal.

-Vamos hacia una caja de sorpresas. -le dijo ella. Y añadió después con una sonrisa. – ¡Estupendo!

Angelina y Muerte Súbita discutían por una cuestión de onomástica:

– No te puedes llamar así. Tienes que elegir otro nombre antes de que lleguemos. -insistía la ex pirata prófuga.

-No querrás que me llame Manolo Bueno, o Angel Smith. Nadie se lo creería. -protestaba él, reticente.

– Si no cambias, no entrarás en ninguna parte. Y yo tampoco.

– Angelina, sin ti no entro en ningún sitio. Pero ¿por qué no puedo decir que tengo un nombre indio, de las tribus de Dolaria? ¿Algo como Bisonte Soñador o Coyote Famélico?

– Te dejarían entrar, pero se reirían de ti toda la vida. Y de tus hijos

– ¿Nuestros hijos…? No me digas que…

– Claro que sí.

Muerte Súbita se dirigió a la bodega en busca de una botella para celebrarlo.

Pesofijo, ex remo 45, no tenía problemas de esa clase. Su apariencia física había mejorado notablemente, ya no hubiera podido deslizarse por todas las claraboyas. Charlaba alegremente con las chicas de reparaciones, que ahora estaban dispuestas a hacer valer sus conocimientos de maquinaria y mantenimiento. En los barcos visitantes les habían asegurado que no tendrían el menor problema en encontrar trabajo en especialidades como las suyas y Pesofijo participaba de su optimismo y de la seguridad que sus conocimientos técnicos le garantizaban. Se complacía, tumbado en cubierta, en ensoñaciones de erotismo gastroerótico que consistían en imaginar cenas y comidas abundantes y elaboradas, variadísimas, con platos servidos ordenadamente con entrada, primero, segundo y postre, que se irían depositando en un mantel de auténtico tejido, mientras el agua, cerveza o vino hallaban acomodo en copas y vasos transparentes. Veía la cantidad exacta de café mezclado luego con leche, y la temperatura ideal de ésta, calentada de forma que el café no se enfriara, y jugueteaba con la forma y textura del pan, tierno y blanco, y el toque final de un dedo de licor rosa o ambarino.

Las prófugas del PIF, de los Piratas Irredentos Fundamentalistas, tenían planes para ofrecer espectáculos a clubes nocturnos, en los que podía resultar irresistible una combinación de desfile cubiertas con sacos terreros tachonados de estrellas pardas y una exhibición muy lenta y progresiva de sus encantos combinada con movimientos de la tarima sobre la que danzarían a imitación del oleaje. Era una de sus numerosas ideas conjuntas. Los proyectos diurnos se esbozaban según la imaginación y querencia individuales. Ya tenían ofertas de conferencias, cursillos y redacción de libros. Incluso les iban llegando mensajes con preguntas y sugerencias procedentes de las naves que acompañaban a las suyas desde la gran batalla o que se iban uniendo a la improvisada flota. Muchas de las notas les producían risa e indignación:

¿Optaron libremente por no mostrar su cuerpo ni su rostro?

¿Consideran las normas del fundamentalismo discutibles en su trato a las mujeres?

¿Desean que les preparemos sacos que las cubran por completo cuando lleguen a puerto?

¿Pasearán solas por las calles o deberán ir precedidas de hombres que caminen, sin mirarlas, varios pasos por delante?

¿Exige su cultura que no les rocemos la mano ni las miremos?

¿Deberá pagar la ablación de clítoris la seguridad social?

Se reían, se indignaban, y a continuación aprovechaban los rayos de sol para tomarlo con la menor ropa posible sobre cubierta.

Metáforos estaba ocupado con la estrategia de lo que llamaba “el largo camino a casa”. No era fácil esquivar a las curiosas y ansiosas exgaleotes que emergían, como de una prisión, de la sexualidad compulsiva e inspecciones de igualdad de genérica que el departamento rátida de formación y propaganda había impuesto como método más seguro de eliminar, en breve plazo, cualquier asomo de atractivo en las relaciones entre los sexos. Una flor, una cita de algún poema, leves caricias que dejaban a la imaginación ancho espacio desencadenaban huracanes pasionales, vibraciones eróticas hasta entonces desconocidas. Metáforos había considerado que las rendiciones deben ser lo más tempranas posible y que la victoria se hallaba en otra parte. Por ello había llegado a un pacto secreto con una de las lanchas visitantes y, tras relatar a Offing sus planes y planear un futuro encuentro tras el que ambos publicarían la primicia exclusiva del relato de los hechos, se preparaba para alcanzar, protegido por la oscuridad, la pronto cercana costa.

A media mañana se encontraron en cubierta de la nave principal los responsables de la ruta a seguir. Segis observó los mapas que se desplegaban sobre la mesa. Todavía los puertos de destino no estaban claros. Se les había asegurado que eran esperados con impaciencia e incluso alborozo en los países de tierra firme y que su lucha era agradecida y sería recompensada, pero a esas muestras de afecto había sucedido el silencio. Otearon el horizonte. Buena parte de las naves visitantes, tras dar por concluida la batalla y despedirse con efusión, habían desaparecido. El espacio marino parecía singularmente vacío, circular e inabarcable, como si de repente el globo terráqueo no fuera más que agua en la que bogara, solos, sin dirección ni referencia, un puñado de barcos. El sol había desaparecido detrás de bandas de bruma, ni cielo ni tierra ofrecían puntos que destacaran, y todos sintieron que tampoco ellos estaban seguros de ser bien acogidos ni de dónde dirigirse. A esa hora y con la atmósfera turbia, ni siquiera las sombras marcaban líneas que les orientaran.

– Estamos cerca. ¡Adelante!

– Llegaremos a cualquier costa.

– Nos esperan, seguro. En muchos sitios.

– Y puede haber ratas. Nosotros sabemos cómo hacerles frente.

– Ayer hizo muy buen día.

– La visibilidad mejora.

Surgían por doquier exclamaciones de ánimo y expectativa, que no todos coreaban pero sí esperaban. La ilusión simplemente había pasado de la hoguera a las brasas, que se convertirían fácilmente de nuevo en llamas.

– ¡Mirad! ¡Alguien se acerca!

El mensajero, en su pequeña pero rápida y maniobrera embarcación, acostó, subió a bordo por la escala y tendió sobre la mesa nuevos mapas. Era un portulano diferente a los en uso, un mapa de faros, con indicaciones minuciosas. A los faros ya existentes se habían añadido otros de nuevo diseño, que podían utilizarse para diversos fines e incluso alquilarse o adquirirse en propiedad. En numerosos lugares se esperaba a los navegantes, habría transportes y, si alguno deseaba reflexionar sobre su lugar definitivo de estancia, aquellas torres erguidas sobre el mar pero con pasos hacia tierra habían sido habilitadas para larga estancia, durante la cual se recibirían a cuantos enviados, conocidos y visitantes se considerase oportuno.

Los faros marcaban su presencia en horario diurno, con proyecciones de luces de colores vivos y avisos sonoros.

Ya no estaban solos en la vasta superficie sobre la que se habían sentido como una brizna que flota en el hueco entre dos olas.

Algunos de los piratas irredentos libres vieron en la oferta su ocasión. Habían discutido largamente sobre proyectos viables y rentables cuando llegaran a tierra.

– ¡El comercio! Haremos una red de comercio. Tenemos experiencia, conocemos rutas y mercados, sabemos de mercancías. Intercambiaremos. Es lo nuestro. Hoy en alta mar, mañana en los mercados de Albinia, Megas Musakia, Dolaria incluso. ¡Es lo nuestro!

Parecían ilusionados y aliviados. La incertidumbre de su adaptación a vidas sedentarias les había perseguido, como una oscura angustia, desde el mismo momento de la victoria. Ahora respiraban como si ya estuvieran en lo alto de un cómodo faro que, al tiempo, era una puerta en dos direcciones: al mundo de las calles, las casas y las superficies que no se movían y al amplio espacio exterior.

Los piratas amigos del comercio estaban felices. No eran los únicos. Gal y Offing consideraban también el alquiler ocasional de aquel primer hogar perfectamente compatible con sus posteriores planes. Harían falta, además, vigías que atendieran de cuando en cuando a una improbable y peligrosa aparición, no ya de supervivientes de los rátidas porque sabían sus escasas posibilidades de reorganizarse, sino de mercenarios, rátidas light como se denominaba a los galeotes colaboradores, mustélidos o terroristas del PIF, los piratas irredentos fundamentalistas, aunque el número de éstos últimos afortunadamente se había visto muy mermado, amén de por la derrota, por la práctica adictiva del suicidio. Prácticamente todos los que aplaudieron la idea de los faros se mostraron dispuestos a dedicar una parte de su tiempo a la vigilancia.

Descendía el atardecer, y la superficie, antes igual en todas direcciones, deshabitada y sin más trazo que la línea del horizonte, comenzaba a tomar forma, como si en ella se dibujara un mapa inexplorado. No lo era; simplemente los acontecimientos habían enturbiado el recuerdo de perfiles sobradamente conocidos y, en el caso de los antiguos galeotes, las ratas se habían esforzado tanto en borrar la evidencia, en aparentar que ellas estaban creando un mundo completamente nuevo y que cualquier referencia que contradijera tal idea era reprobable y objeto de persecución y denuncia, que ahora era y sería difícil reconocer lo que vieran sus ojos. Los catalejos iban pasando de mano en mano. Para los exgaleotes jóvenes, sin más formación que la doctrina rátida del Corpus Nígrum Pedagógico, era increíble y casi traumático cuanto divisaban. No podían existir casas, ríos montes, calles, diferencias, humanos que deambulaban libremente en variadas direcciones llevados algunos en cómodos vehículos de cuatro ruedas. No se atrevían a nombrarlos. Todavía les quedaba un reflejo de miedo a la denuncia, un enfado nacido del desconcierto, una forma de mirar por encima del hombro para ver si alguna Rata de Cloaca del Escuadrón de Policía Política Municipal para la Protección Ideológica de la Juventud estaba espiando sus reacciones. Luego, con el ardor propio de su edad, pasaban de la hostilidad a la curiosidad y el entusiasmo e imaginaban espectáculos y música.

Un mapa de haces de luz de distintos colores se hizo más visible según caían las primeras sombras. Los antiguos faros y los nuevos, cuidadosamente situados éstos últimos para reforzar la función de seguridad marinera al tiempo que orientaban, formaban un brillante archipiélago, una especie de cordillera de distintas alturas provista de claras indicaciones de las rutas a seguir. Al fondo desfilaban ante la vista acantilados, playas y puertos en los que había gente y bullicio.

Los navegantes sintieron que, por el momento, habían llegado a casa.

 

 

 

62

Los náufragos felices

 

Metáforos disfrutaba al tiempo de la incertidumbre y de la soledad. Sólo si tenía las dos a un tiempo, como quien sostiene el tiro de una pareja de caballos, podía sentirse capaz de continuar su viaje, de hacer nuevos planes y de ir sopesando posibilidades como quien abre frutos cuyo contenido desconoce.

– El mar está estupendo hoy. -dijo animadamente a sí mismo

Y era cierto. A esas horas centrales del día cuanto divisaba, la calma superficie y la altura rozada por una brisa ligera y pequeñas nubes sin asomos tormentosos,  era como una página en blanco en la que trazar, durante el lapso que se había fijado antes de reencontrarse con Offing, el mapa  personal que proyectaba, el significado de su propio recorrido, la opción por vagos e inciertos apeaderos que ni siquiera eran diques o puertos, el avistamiento de regiones que no recorrería jamás, la elección cuidadosa de otras en las que su parada sería fugaz, justo renovar provisiones porque era hombre práctico.

Entonó una alegre canción de despedida de las chicas que pedían atención, dulzura y cariño, silbó aires populares de su país e incluso tarareó el himno de su equipo favorito mientras izaba una pequeña bandera de Megas Musakia. Cuando se disponía a hacerlo, no puedo evitar el reflejo de mirar con temor, por encima del hombro, por si alguien lo observaba. La soledad y la imposibilidad de testigos no podían ser más completas en la vacía inmensidad del océano. Sin embargo Metáforos venía de un medio del que, con aparente total libertad, habían ido desapareciendo numerosas libertades, como un territorio en cuyo suelo crecieran y se multiplicaran las minas de forma que cada mañana había que mirar con mayor cuidado dónde se ponía el pie y las zonas transitables se volvían más escasas. Si sus colegas, que pertenecían, en número apreciable, al Sindicato Contra Símbolos Nacionales y a la Cofradía Todos Sin Patria, le hubiesen visto, su clasificación en el nivel de mínimo coeficiente intelectual estaba asegurada y las ceremonias de denigración pública, el ostracismo social y rechazo laboral garantizados. El barco siempre tenía la ventaja de que se podía izar algo que no fuese la enseña de alguna tribu pagada para serlo, la de algún tribuno de la plebe que prometía doctorados para todos o los colores genéricos de exhibición obligatoria en las fachadas de edificios oficiales.

La embarcación respondía perfectamente, la corriente lo impulsaba según sus cálculos, el subir y bajar de la proa parecía adecuarse a los ritmos de un verso clásico. Entre sus provisiones reposaba una de las obras milenarias, y aún de cabecera, no ya de su tierra natal sino de Euralia y de ese mundo que ahora le parecía a la vez de dimensión menor y más ancho.

– Es curioso -se dijo de nuevo- Tan grande y sin embargo…

Recordó un objeto que requería especial cuidado. En el habitáculo, diminuto pero bien protegido, que hacía las veces de bodega reposaba el envoltorio protegido por capas de tela encerada y de hule y sujeto con cuerdas a una estantería.

– Qué poca cosa pareces. Pero si las ratas te hubiesen cogido….-le dijo, continuando con sus monólogos que lo eran parcialmente. Cada objeto evocaba la forma de seres asociados a él. No se sentía solo.

Por ello al oír que alguien daba voces se creyó víctima de una alucinación aunque el sol calentaba muy moderadamente y no le faltaban alimentos ni agua.

– ¡Eh!, ¡Para, para! ¡Estoy aquí! ¡Déjame subir!

La alucinación repitió sus gritos, incluso, con desigual acierto, en diversos idiomas, de forma que Metáforos se aseguró de que no lo era y oteó desde la borda. Al principio no lo creía. Un náufrago, éste no como él bien provisto, feliz y voluntario. El visitante se hallaba en una embarcación mucho más pequeña que la suya y, a primera vista, sin apenas medios de subsistencia y desplazamiento. Lanzó la escala, no sin advertirle que amarrase primero su bote a la popa. No tenía la menor intención de llevar al huésped más allá del primer punto donde pudiera desembarcarlo.

Era un muchacho bastante joven al que la fatiga y la indignación impedían hacer un discurso coherente.

– Tengo la impresión de haberte visto en otra parte, en nuestro barco quizás. -observó Metáforos mientras el recién rescatado se reponía. Hizo memoria. -Claro. Tú formabas parte de un grupo visitante, de unos que llevaban pancartas y daban discursos. ¿Cómo te llamas?

– Luis Fernando, conocido como L F. En efecto, yo estaba allí, en vuestro barco principal.

– Y el grupo que iba repartiendo propaganda se llamaba algo como la Eterna Venganza, las Víctimas Unidas.

– Yo soy, bueno, fui hasta hace poco del BUM, Víctimas Unidas Mundial, con B por solidaridad con las víctimas de la ortografía. ¡Y me han echado, me han echado por disentir democráticamente!

– ¿Al mar? ¿Te echaron al mar?

– No exactamente. Es largo de explicar. -Luis Fernando miró a Metáforos como dudando de su capacidad de comprensión. -Desconozco tu formación política.

– Tal vez lo entienda, no te preocupes. Explícame qué ocurrió.

– La organización se basaba en ideas excelentes, trabajábamos por las víctimas presentes, pasadas, futuras. El campo de acción era inmenso.

– Imagino que os lloverían los afiliados.

– Teníamos un gran porvenir. Di toda mi energía a la causa. Cuando me pasaron un resumen de la teoría del líder se hizo en mí la luz. ¡Las dos fuerzas, opresores y oprimidos, verdugos y víctimas, buenos y malos! Evidente. Consideré al ideólogo como mi padre espiritual.

Pausa. L F continuó en un tono abatido:

– Por eso me ves en esta situación.

– La caída ha sido proporcional a la altura. -dijo Metáforos. Y luego, conciliador:

– Bueno, chico, no te lo tomes así. Se aprende a base de decepciones. Pero eso no explica que estuvieras perdido en el mar.

– Ocurrió cuando el crecimiento del grupo empezó a no aumentar como lo esperado. En las zonas más prósperas cundió la indiferencia hacia nuestras promesas y nuestra lucha. No llovían las solicitudes del carnet de víctimas y nos veíamos abocados a crear tribus rurales y urbanas y asegurar a sus miembros, con la concesión del status victimario, grandes privilegios. La adhesión, sin embargo, seguía menguando. Después de lo de tu barco tuvimos una gran reunión con el líder en su finca de Igualdad Residencial, donde sólo viven él, su familia y los íntimos en chalets adyacentes. Se nos ordenó pasar a la acción. Yo no estuve de acuerdo.

– ¿En qué? ¿Para qué acción? ¿Cómo?

Luis Fernando se había detenido y ahora la indignación febril había dado paso a una especie de rubor. La descripción le había hecho enfrentarse con su propia inocencia. Le costaba seguir, balbuceaba, buscaba las palabras.

Metáforos se dio cuenta de que, desde el día que acababa de relatarle, L F había intentado, sin éxito, construirse un relato en el que su lucha y su energía invertidas en una causa tuvieran noble significado. Hasta advertir que no era así, que la realidad se oponía frontalmente al cristalino edificio de sus creencias. Tendió a su inesperado huésped un vaso del vino que nunca faltaba en sus provisiones y se movió por cubierta mientras él bebía para facilitarle que se recuperara.

– Te cuento. -dijo al fin Luis Fernando. -Había que pasar a la acción, la acción violenta, crear víctimas, vigilar, reprimir, dar miedo a los tibios, denunciar colaboradores. Me designaron para un grupo de choque. Víctimas, víctimas, víctimas, cuantas más mejor, agresiones impunes, miedo, injusticias. Su furor y su rencor eran nuestro combustible sin los cuales nos paralizábamos. ¡La causa pedía un salto hacia delante! ¡Al menos la mitad de la población, mejor dos tercios, debían ser verdugos!

Se había exaltado de nuevo, quizás por efecto del vino. Metáforos no llenó de nuevo su vaso porque quería la sobria relación de las circunstancias. Le dio agua y él continuó con menos bríos pero sí con un tono de tristeza e incluso sentido del humor en el que ya apuntaba cierta madurez:

– Yo no quería perjudicar a nadie, ni que me llevaran con las brigadas de choque, exaltación de la ira popular y propaganda. Quería justicia, estar mejor, que la gente estuviese mejor, estupideces, ya sabes.

– De estupideces nada. -rebatió Metáforos- Continúa. ¿Qué pasó entre la finca y el bote?

– Te cuento. Pero, hablando de justicia, lléname otra vez el vaso de vino.

Dio un trago y continuó:

– Dije democráticamente lo que me parecía aquello y que yo me retiraba. Me insistieron en que los apoyara al menos, dada mi reciente experiencia, en una acción de propaganda marinera. En realidad querían detectar a prófugos de los movimientos contra la civilización y por la imposición subvencionada de la vida tribal. Muchos, que en principio se declararon luchadores étnicos dispuestos a instalarse en comunidades selváticas, habían desertado al descubrir que como dentista sólo podían recurrir al brujo local. Asentí a este último servicio de apoyo a los antiguos compañeros, y….

– Te encontraste un buen día flotando en el bote donde te habían depositado sumido en pesado sueño. -concluyó Metáforos. – ¡Pues sí que eras inocente!

– Y que lo digas- -L F hizo un gesto con la mano y luego añadió, ya en tono de burla y sin acritud:

– Imagina que incluso me fui de la finca de la Igualdad Residencial sin cenar. ¡Y la comida era un catering de primera!

Con el transcurso de los días la obligada convivencia no dio origen, como hubiera sido de esperar, a continuos enfrentamientos y malhumor, sino a cierto intercambio de historias, como si se hubiera producido un trasvase recíproco de los años de uno hacia el otro. Quien quería aislamiento y soledad se bajaba un rato al bote amarrado a la popa. O, si el tiempo era tranquilo, se zambullía en el silencio y soledad garantizados por la profundidad del azul.

– Lástima que hay que respirar. -decían luego al emerger.

L F se sumía a veces en un volumen grueso, de apretada tipografía, que era de los pocos objetos que había llevado consigo y salvado en el fondo de su mochila. Se trataba de un libro que se había vuelto icono de culto entre círculos intelectuales de archivanguardia y gozaba de un respeto reverencial, quintaesencia de la rebelión continua y de la deleznable falsedad de todas las instituciones y pretensiones de excelencia. Su autor, un alemán, lo había titulado Desprecio del aprecio. Consistía en un recorrido por los clásicos de las artes, letras y pensamiento subrayando las obvias deficiencias y el abismo entre los excelsos ideales y aspiraciones y el mediocre resultado, aplaudido por la mayoría pero siempre a un nivel lejos de la perfección. Ilustres personajes antiguos y modernos contribuían a la estúpida embriaguez de la torpe y explotada masa, que así consumía ficciones de acercamiento a las grandes verdades y se dejaba pastorear hasta el redil. Con ejemplar modestia, el autor reconocía la bajeza acomodaticia de su propia condición, pero él y su compañero de diálogo poseían el don de la conciencia de su mísero estado y mantenían, bajo la apariencia de una confortable vida burguesa, la noble chispa de la rebelión, la aniquilación, el odio y la hoguera.

Naturalmente la obra rechazaba, en su forma, los manidos usos del vulgo escritor y obedecía al desafío tipográfico: De la primera a la última página las líneas formaban el bloque compacto de un ejército, sin concesión a puntos y aparte y menos aún a capítulos ni índices. Nadie de mediana categoría se hubiera atrevido a criticar aquel tótum de libre fluir reflexivo y narrativo, desde su misma forma desafío social. El bloque compacto reflejaba la meditación de seres de categoría tan excepcional que habían alcanzado pleno conocimiento de su propia naturaleza humana basurienta y de la falacia de filosofía, literatura y arte. Por ello, el escenario de Desprecio del aprecio solía situarse en el palco donde el narrador se reunía con el pensador profundo para escuchar ambos incansablemente la misma pieza musical que hacían tocar para ellos dos buena parte de los días del año. Allí pasaban, en los entreactos, revista a los clásicos antiguos y modernos y enumeraban con conmiseración las atractivas mentiras que impedían a la humanidad el salto hacia cambios radicales. Cambiaban a veces el objeto de su meditación tumbándose varias horas al día en el centro del salón de un palacete cuyos techos eran obra de un famoso pintor veneciano.

L F se entregaba apasionado a lo que él llamaba manual de deconstrucción y subrayaba con deleite los nombres conocidos y comúnmente venerados que iban apareciendo. En su interior, experimentaba las delicias de la iconoclastia, de sus pedestales caían a pedradas los clásicos, los nombres ilustres que ya no lo eran tanto.  El autor de la obra había sido premiado, mimado por la crítica, temido por sus escasos detractores y venerado por un público reducido pero exquisito y dispuesto, mentalmente, a la revolución mundial.

Metáforos había hojeado el libro de culto en algunas ocasiones y se guardó de confesar a L F, para no desmerecer ante él, que le fue imposible ingerir más de algunas páginas. Sintió cierto complejo, pero su autoestima mejoró al observar que el joven hacía esfuerzos por volver sobre lo supuestamente leído, como si de una tela de Penélope el libro se tratara, y que daba claras señales de invencible aburrimiento. Hasta que un día, mientras el periodista se afanaba en ordenar unos aparejos de pesca, Luis Fernando fue hasta el otro extremo de la embarcación con el gesto tenso de las grandes y solitarias decisiones. Su compañero fingió no verlo pero lo miró por encima del hombro. El frustrado fan del escritor alemán de élite se dio impulso con el brazo y tiró el libro al mar. El denso volumen no flotó unos instantes sino que, desafiando a las leyes de la física, se hundió rápidamente.

Metáforos no hizo comentario alguno.

El mar a veces estaba concurrido, con naves de paso con las que hacían intercambios y con la proximidad de litorales y de islas. Al aproximarse a una de ellas con intención de atracar para aprovisionarse una lancha rápida vino a su encuentro y, tras detenerse a su altura, dos personajes vestidos más como funcionarios que como agentes de la marina, tras asegurarse de cuántos eran y consultar sus cuadernos de notas, les anunciaron:

– Sois dos. Según las disposiciones de nuestra nación, sólo podéis poner pie y desplazaros según la cuadrícula distributiva que os entregaremos, que es y debe ser obedecida por todo el país: La suprema ley acordada en el Gran Consejo Democrático.

– ¿Qué ley?

– La S S S, Salvemos el Sistema Solar. Leed:

Les tendieron un extenso folleto, en varias lenguas, titulado Programa para la defensa del equilibrio gravitatorio de los cuerpos celestes de nuestro sistema, sin discriminación de los planetas enanos.

Gestos de incomprensión de los recién llegados. Los funcionarios ampliaron explicaciones:

-Nuestro Gobierno aspira a situarse en la vanguardia de la vanguardia de la preocupación ambiental. La población humana, numerosa en exceso, se ha asentado caprichosamente en las tierras emergidas y se mueve y desplaza de manera incontrolada. La Tierra gira en torno al Sol en una órbita determinada ciertamente por su volumen y peso, y éste último es irregular y caprichoso según la cantidad de habitantes, lo que sin lugar a dudas exige un control estricto del número de seres humanos en cada zona so pena de cambios orbitales. Por ello el movimiento Salvemos el Sistema Solar ha dictado leyes para equilibrar la distribución, de manera que el Globo recorra su órbita adecuadamente. Hay estricta asignación de destino y control. Individuos y colectivos reciben las directivas sobre sus asentamientos, que son temporales y siempre decididos por el Consejo según el inapelable criterio del bienestar planetario extenso, que, en un futuro prometedor, abarcará la galaxia que nos acoge.

– Bueno; por lo pronto atracamos de forma provisional, estamos unos días y reparamos fuerzas y provisiones. -respondió Metáforos. -No seremos una molestia.

– Nos tememos que no habéis comprendido. -respondió uno de los funcionarios mientras el otro sacaba un artilugio de una bolsa y lo depositaba en el suelo. -Por favor, subid, con espacios de cinco minutos, uno tras otro.

El otro se disponía a anotar.

– ¿Qué es?

– Una báscula.

La operación no parecía peligrosa e incluso sí cómica. Los dos burócratas anotaron los respectivos pesos, consultaron notas y dijeron:

– Vuestra entrada y estancia en el país es imposible si no aceptáis previamente el traslado, al que se procedería en cuanto tomaseis tierra, a los puntos de equilibrio que os serán asignados. Debo advertiros además que no podréis estar juntos, las normas de distribución de pesos y volúmenes no lo permiten.

Los dos navegantes comenzaron a temer que eran objetos de una alucinación y habían sido afectados por el sol. Tocaron la báscula, que parecía sólida.

L F tiró de la manga a Metáforos y le susurró:

– Vámonos, vámonos lo antes posible. Conozco esto. Luego te explico.

Metáforos rechazó la cuadrícula, el impreso para rellenar que ya le tendían y el grueso folleto de Salvemos el Sistema Solar y explicó que, según nuevos cálculos, preferían continuar su navegación. Los dos funcionarios tacharon unas casillas en los formularios que llevaban, se despidieron y se alejaron.

Ya en alta mar, Luis Fernando le aclaró:

– En mi grupo político tuvimos que expulsar a los que ahora, al parecer, se han establecido aquí. Propugnaban el mayor control conocido sobre la vida diaria, el más minucioso. Y sin discusión ni recurso posibles, porque en cualquier momento pueden condenar a cualquiera por atentado al bienestar planetario. En mi movimiento no queríamos tantas víctimas. Algunos de los nuestros, los más radicales, los siguieron, pero regresaron con graves trastornos psíquicos y están siendo tratados de delirio persecutorio. Nada puede ser tan inapelable como el Planeta, el Sistema, el Futuro. Es muchísimo peor que las otras dictaduras. Es como esos dioses de la mitología de tu país. Contra ellos no había nada que decir. Pero yo….

Se detuvo dubitativo.

– …Yo no me conformo. Quiero algo distinto. ¡Yo quiero justicia!

L F miraba sucesivamente el horizonte y cada centímetro del mapa como buscando una respuesta.

Metáforos había visto muchos puertos y no pocas leyes. Se limitó a apostillar:

– Espero que cuando vuelva a mi ciudad, en Megas Musakia, no me la encuentre medio vacía y con la gente del barrio trasladada al extremo austral. La prefiero como estaba. Qué se va a hacer si la trayectoria del Globo se desequilibra un poco. Lo que siento es que no hemos comprado reservas de vino, pero aún tenemos.

Entre puerto y puerto, había no poco en que ocuparse. Se tomaban notas, se hacían observaciones, se atendía al estado impecable de la embarcación y a los silencios personales, que eran como diarios y mapas de ruta escritos hacia dentro.

Y eran la libertad.

La oscuridad de las noches, cuando apenas si se distinguían los rostros, era propicia para las confidencias. En una de ellas Metáforos dijo:

– Voy a enseñarte algo.

– ¿Es valioso? – y L F se apresuró a añadir: — No creas que me importa un tesoro. Lo que quiero ahora es saber, saber muchas cosas.

– Valioso no creo. Es interesante. Ahí está lo que ocurrió mucho antes de que llegarais a aquel barco después de la batalla.

Bajaron a la bodega y Metáforos enfocó el pequeño haz de luz hacia el bulto protegido por envolturas impermeables.

– ¿Qué es? -preguntó Luis Fernando.

– Es el diario de a bordo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOMENCLATURA

 

 

—BABOR: Bien por antonomasia. Para los rátidas baborita es sinónimo de bueno.

—ESTRIBOR: Mal por antonomasia. Para los rátidas estriborita es sinónimo de malo.

 

RATAS:

—RATA PRIMERA, MÁXIMA, IGUALÍSIMA.

—RATA SEGUNDA: Eminencia Gris.

—RATA TERCERA: Ecónoma. Contabilidad, aprovisionamientos.

—RATA SECRETARIA.

—RATA PARDA: Propaganda, comunicación.

—RATA MAYOR: Asuntos municipales y administrativos. Delegada, a veces representante de Rata Máxima.

—RATAS DE LA GUARDIA: Una por galeote.

—COMANDO RATACICLO.

—CANTORA PASTA SUPINA.

—RATA PEDAGOGA: Directora del CORPUS NÍGRUM, formado por ratas pedagogas.

—MEDIALUNA ESPLENDOROSA. Seguidora incondicional y entusiasta.

—RATAS ARMA BIOLÓGICA: Apariencia dulce, peluche y mochilitas con peste bubónica.

—RATA PORTAVOZ DEL SECRETARIADO.

—RATA ESCRIBIENTE.

—RATAS DE CLOACA: Policía política.

—RATAS DEL SILENCIO.

—POLICÍA DEL SILENCIO.

 

 

RÁTIDAS: REFERENCIAS, ASIMILADOS, ALIADOS Y/O ASPIRANTES A RÁTIDAS.

 

—DIKTÁTOR: Referencia temible continua. Antiguo dictador. Encarnación del Mal.

—GRAN CALAMAR INTELIGENTE: Espacial, líder cósmico. Juramento sagrado: ¡Por el Gran Calamar!

—GORGONY: Sexy, sibila, ser ambiguo.

—MEDUSA BONDADOSA VENENOSA: Especie temible usada para torturar galeotes.

—DULCITA: Antes Dulce María del Escapulario. Nombrada Rata de Honor. Humana pero muy asimilada. Directora del Imperio de la Felicidad.

—KIMY: También denominada Ratafina y Pijirrata. Ayudante y joven sucesora de Dulcita. Humana pero colaboradora.

—KIM EL RADIANTE: Líder oriental, también llamado KIMYRATA III DEL NORTE.

—ASPIRANTES A RATAS.

 

COLECTIVOS RÁTIDAS Y COLABORADORES.

—A. U: ALCANTARILLAS UNIDAS.

—RSI: RÁTIDAS SIN FRONTERAS

—ARM: ALIANZA RÁTIDA MUNDIAL.

—ML: MERCENARIOS LIGHT: Galeotes colaboradores ya muy asimilados, Mustélidos y PIF (Piratas Irredentos Fundamentalistas).

—MUSTÉLIDOS: Sicarios. Comadrejas, marta, hurón. Mercenarias, carnívoras.

—HLCE; HEROICOS LUCHADORES CONTRA ESTRIBOR. Partido de Ratas y Colaboradores.

—RIP: RÁTIDA INTERNACIONAL PLURALISTA.

—ARM: ALIANZA RÁTIDA MUNDIAL.

—TERMITEROS SIN DINERO.

—POLILLAS UNIDAS.

—PEQUEÑOS GUARDIAS CARMINÁCEOS.

 

 

PIRATAS

—PI:  PIRATAS IRREDENTOS. Se dividen en:

  1. PIF: PIRATAS IRREDENTOS FUNDAMENTALISTAS.
  2. PIL: PIRATAS IRREDENTOS LIBRES.

—ILUMINADO MAGNÍFICO: Jefe y líder político-religioso de los PIF.

—DIOS DEL ABURRIMIENTO SUMO: Adorado por los piratas irredentos fundamentalistas.

—CLERO TINTA NEGRA; Familiarmente llamado Del Chipirón. Temibles, policías religiosos del pirata Iluminado Magnífico.

—MUERTESANA: Antes llamado primero Buitre Reticente, luego Azor Espléndido. Caudillo de Iluminado y de los piratas PIF. Colaborador de las ratas. Hijo de papá rico de Dunas de Uranio. Antagonista de Muerte Súbita, al que envidia. Sueña con el paraíso VIP.

—MUERTE SÚBITA: Jefe PIL. Se une a la rebelión galeote. Pareja de Angelina, pirata prófuga.

—ANGELINA: Pirata prófuga unida a los PIL. Pareja de Muerte Súbita.

 

 

GALEOTES, ALIADOS, AFINES E INDEPENDIENTES.

—GALEOTES.

—RESISTENCIA GALEOTE: Prófugos, rebeldes.

—KRAKY: Antes Remo N.º 24

—ORKY: Antes Remo N.º 32

—ÓSKAR: Hermano de Orky. Antes Remosumiso N.º 14. Colaborador con las ratas, policía, prófugo y luego traidor.

—OFFING: Periodista de Albinia.

—METÁFOROS: Periodista de Megas Musakia.

—GAL (GALERNA): Antes galeote. Resistente. Pareja de Offing.

—ANGELINA: Ex pirata, prófuga. Pareja de Muerte Súbita.

—MUERTE SÚBITA: Jefe PIL (Piratas Irredentos Libres).

—PESOFIJO: Antes Remo N.º 45.

—GLAMY: Chica de Óskar.

—SEGIS: Antes Remo N.º 72. Intelectual.

—CHICAS DE LA TÉCNICA: Antes galeotes en la sala de máquinas.

—HESTON: Antiguo encargado de los Almacenes de Memoria.

—LEPÓRIDOS.

—EXTRANJEROS DIVERSOS, NAVEGANTES, PERIODISTAS.

—L F. LUIS FERNANDO: Joven idealista antes miembro del BUM (Víctimas Unidas Mundial, B en vez de V por solidaridad con Víctimas de la Ortografía).

—EL EXILIADO: Huido de la opresión de género del Ducado de Mariburgo.

 

 

PAÍSES

—EURALIA: También llamado Continente de las Abominaciones Individuales.

—PNP: Pobre No País.

—ALBINIA.

—CAMEMBERIA.

—MEGAS MUSAKIA.

—NEVONIA.

—DUCADO DE MARIBURGO.

—OCEANIAS.

—ALBINIA OCEÁNICA.

—DOLARIA.

—TEUTONIA.

—DUNAS DE URANIO: Reino de Oriente Medio.

 

 

TOPÓNIMOS, HABITANTES Y LENGUAS.

—BUTIFALIA: Insaciables del Rincón Este.

—BUTIFALANA: Lengua hablada en Butifalia.

—BIPS: BRINCADORES INCESANTES PURASANGRE, también llamados Purasangre de la Montaña Norte y Montaraces Boinapétrea.

—PENÍNSULA DEL SUBSUELO FELIZ: Antes llamada Madre de la Sed.

—CUEVA DEL LASTRE.

—CALA DE LOS MALDITOS.

—ATOLÓN DE LA PERFECTA IGUALDAD.

—COSTA DE LAS BRUMAS.

—CUEVA DE LOS PRÓFUGOS.

—CONEJILLAS DEL DUQUE: Pueblo vasallo del Duque Lanzaflorida.

—CONEJILLOS DEL DUQUE: Pueblo vasallo del Duque Lanzaflorida.

 

 

COLECTIVOS

—BABORITAS: Los buenos por definición, utilizados como referencia del Bien por los Rátidas.

—ESTRIBORITAS: Los malos por definición, utilizados como referencia del Mal por los rátidas.

—BUM: VÍCTIMAS UNIDAS MUNDIAL. V cambiada en B por solidaridad con Bíctimas de la Ortografía.

—CLUB DE LA ETERNA VENGANZA.

—CLUB DE VÍCTIMAS.

—LOS ANTIFOREVER.

—IGUALDAD RESIDENCIAL.

—SSS: SALVEMOS EL SISTEMA SOLAR.

—HERMAFRODITAS RADICALES.

—ECOLOGISTAS IMPLACABLES.

—NATURALISTAS FÉTIDOS.

—ASOCIACIÓN DE OPRIMIDOS INCONTABLES.

—QUEJOSOS’ POWER.

 

 

NAVES

—GALEÓN DE LOS RITOS OSCUROS

—GALERA MÍSTICO-PLANETARIA.

—GALERA DE APROVECHAMIENTO DE RECURSOS HUMANOS.

—GALEÓN DE CASTIGO.

—ALMACENES DE MEMORIA.

—BUQUE CORREO.

—YATE DEL PUEBLO.

—ALEGRE GALERA DE LA RERVOLUCIÓN GRATUITA.

—GABARRA INJFANTIL MIKY RATY.

—FLOTILLA LAMENTÁBILIS

—BUQUE-ESCUELA.

—-GABARRA DE LOS LISIADOS.

—VARIADA FLOTA EXTRANJERA.

—EMBARCACIÓN DE LOS NÁUFRAGOS FELICES.

 

[1] William Shakespeare. Soneto LX Como las olas se dirigen hacia la pedregosa orilla,

así también nuestros minutos van apresurados hacia su final.

 

[2] Rendido homenaje de la autora a Douglas Adams, autor de “Guía del Autoestopista Galáctico”.

[3] Eleuzería: palabra griega que significa libertad.

[4] Se refiere al Diario de A Bordo, origen de este libro.