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EL OTRO CEMENTERIO

EL OTRO CEMENTERIO

Madrid, 20 de febrero de 2021

Algo ha ocurrido. Y que ocurra algo, que haya cambios generales, espectaculares, insólitos en un lugar tan estático como un cementerio es llamativo, extraño. El bien conocido cementerio sur, acceso por la carretera de Toledo viniendo desde Madrid, al que R. acude con regularidad, tres o cuatro veces al año, a visitar la tumba de su abuela y sus padres ofrece ese sábado de finales de febrero una imagen desconocida. No son fechas señaladas de Difuntos, días de la madre, o del padre, ni de melancólico recuerdo navideño. Es una fecha cualquiera de dos años por las cuatro esquinas tristes, de rendición física y social, de un guiso revenido de cobardía cotidiana, de retroceso, de mercenarios y cacique.

2021 Memorial Víctimas del Covid. Madrid. Cibeles

Nada de esto debería advertirse en el cementerio, el lugar que planea sobre las agitaciones de las marejadas externas, que se sitúa en el vasto territorio de la nada y la indiferencia, donde los recuerdos son, como las flores, presencias pasajeras rápidamente disueltas por las horas, los días, los años, el viento, la lluvia.

Y sin embargo ha ocurrido. Todo alrededor, en suelo, nichos, lápidas. El cementerio se ha llenado, fuera de época y en muy mayor medida que lo que nunca ha visto la visitante, de pruebas abrumadoras de un súbito aumento de población y de apresuradas ofrendas, tanto que multitud de ramos, papel para envolverlos, coronas, guirnaldas, hierbas, tallos, flores naturales y de plástico, ramas marchitas, ruedan por el suelo, yacen donde los dejaron con apresuramiento y quizás desconcierto de la notificación inesperada. El lugar es un complejo hotelero en pleno overbooking, desbordado por la ola imprevista de nuevos visitantes para larga estancia y por otros que, sin esperarlo, se han visto obligados a recorrerlo, a dejar ese ramo que lleva el viento de esquina en esquina, a buscar inútilmente agua, servicios limpios, escaleras movibles que les permita alcanzar nichos en lo alto. Fuentes y grifos están secos, las escasísimas escaleras de ruedas son viejos y pesados artilugios cuya escasez habla de la mísera consideración que hacia ésos que no votan tiene el erario público. Cubre el suelo la ola de papel, plástico y planta marchita, y nichos y lápidas ofrecen una inesperada, espectacular y decorativa floración de pétalos un tanto polvorientos, aún respetados por los vendavales, todavía no reducidos a sarmiento y pavesas.

El silencio del cementerio sur habla a grandes voces. Bajo él y hacia arriba se filtra hasta la superficie el cementerio amordazado, encarcelado, escondido bajo la máscara de cemento, no de hierro, en la celda oficial donde se espera que nadie nunca lo encuentre, que solamente se hable, ocasionalmente, de cifras, fortalezas, votos y victorias. El otro cementerio sabe de verdugos con corbata roja, de sicarios que nunca dejaron sobre sus lápidas una flor, de una masa que coreaba “el miedo es libre” y ha pulido, de nuevo, la superficie de las tumbas con su temor, su sumisión y su silencio. El otro cementerio está en pendiente. Por ella ruedan, atropellados, los marcados por la estrella amarilla de la nueva peste que, más letal que en sí la pandemia, figura en las fechas de su carnet de identidad y establece que su estancia en el mundo de los vivos ya no es rentable y dejarlos morir es lo más sabio.

El cementerio sur ya no es un lugar apacible. Es pobre, abandonado y, al tiempo, visitado en exceso, en estancias cortas de personas aún sorprendidas por una definitiva e inesperada ausencia. Repentinamente habitado por inquilinos inmóviles e indefensos que estarán diez, cien o quizás más años. Nunca, nunca, citado por los que tocaron poder y dinero empinándose sobre el borde de sus lápidas, por los que impusieron a los vivos la especial servidumbre de la certeza de su impotencia

El otro cementerio aflora, bajo el peso de los recién llegados y de la historia de oscuridad, de ocultación y criminal engaño que cada uno arrastra. Uno tras otro hablan de abandono, en cada nicho hay alguien que escupe una corbata roja. Y ya no hay el silencio, o es muy otro.

NOTA BENE:

[1] Durante la pandemia de 2020, en España, el Presidente del Gobierno, que había llegado a él por una moción de censura y no por elecciones generales e instauró un Estado de Alarma que desmovilizaba a la población, lució un día tras  otro, mientras la gente moría, corbata roja con el fin de que no se asociara su imagen a los millares de fallecidos ni a signo triste alguno. Ni él ni su Vicepresidente, el cual estaba nominalmente a cargo de asuntos sociales, visitaron las residencias de mayores, donde hubo mortandad masiva, ni los hospitales ni los cementerios. El esfuerzo oficial se centró en la propaganda mediática y en mantener, de forma indefinida, acobardados, empobrecidos y dependientes a los ciudadanos. El clan así instalado en el poder se afianzaba en él, copando todos organismos del Estado mediante apresuradas leyes de excepción y lluvia de nombramientos de clientelas, y quemaba etapas hacia un populismo totalitario presidencialista,

Rosúa