07/13/20

El País de No Pagarás

El País de No Pagaráshttps://www.elrincondecasandra.es/biografia-bibliografia/

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Había una vez un país en el que nada se pagaba nunca y esa era su divisa, su credo, su proyecto, su visión del futuro y su firme creencia de cuál había sido, o debería haber sido, su pasado. Cada mañana, a la que el sol salía, sus habitantes esperaban que iba a iluminar un territorio nuevo en el que, a diferencia de oscuros tiempos anteriores, no quedaría apenas rastro, como de un mal sueño, de los desagradables usos y costumbres de la era antigua, injusta y trabajosa. Se encontraría cada cual, en la misma proporción, calidad y peso, su desayuno, y así ocurriría con todas las pitanzas. De manera semejante, y según gusto, cercanía y apetencia, se instalaría cada uno, por horas días, años o semanas, en la casa que fuese de su agrado, desplazando, si necesidad de ello hubiere, a los ocupantes. De igual forma se procedería con la vestimenta, vehículos, objetos y con cualquier tipo de servicios.

En el País de no Pagarás se valoraba, sin embargo, en extremo la consecuencia, de manera que el conjunto, de los mayores a los menores actos, correspondiera estrictamente a la divisa. Hubiera sido de abominable mal gusto y de reprobación unánime la exigencia de algún tipo de contrapartida para ocupar oficios, trabajos, cargos, ocupaciones de cualquier índole. Se entraba tranquilamente en el despacho, sala, aula, consulta, obra, centro de cualesquiera operaciones, y de la misma forma se abandonaba, como era frecuente, en breve por fatiga o hastío, o por exigencia del siguiente ocupante. Grandes dispensadores de lo que se vino a llamar, por pura estética ya que así figuraba en la letra gótica de las introducciones, títulos se situaban en zonas ajardinadas que ocupaban espacios que otrora se llamaron universitarios. En cada máquina bastaba con la impresión de la palma de la mano para que aparecieran sucesivamente, a elección del consumidor, diplomas diversos de la categoría que se deseara. No existía, lógicamente, la menor contradicción en el número de sus poseedores puesto que aquellos decorativos documentos en modo alguno implicaban conocimiento ni especialización de ningún tipo ni eran, en el feliz País de No Pagarás, remunerados o exigidos. De hecho, cada mañana el césped aparecía sembrado de ellos hasta que eran oportunamente dispersados por el viento.

Las reuniones nunca eran de menos de mil individuos y transcurrían en un cordial intercambio de abrazos y besos animados por la afectuosa consigna “De gente a gente”, en un clima de homogéneo disfrute de la seguridad en la homogeneidad y gratuidad de los días y en la certidumbre de que, en cualquier caso, jamás existirían diferencias ni remuneración alguna entre los miembros de la “gente”. De hecho, se había borrado del léxico como obsoleta la palabra “envidia” puesto que en No Pagarás carecía de sentido. El vocabulario había experimentado un sano proceso de adelgazamiento, perdido buena parte de la grasa verbal que obligaba a manejar sutilezas y múltiples significados que incomodaban en las vastas reuniones a los asistentes. Cabía incluso el peligro de que el entramado de conceptos y palabras los llevara a hacer un esfuerzo, lo que chocaba frontalmente con los principios y leyes en vigor

La vida social y política era en No Pagarás mucho más animada de lo que hubiera podido suponerse. Cada día se fabricaban y exhibían un pasado y un futuro nuevos, con personajes, preferentemente colectivos, cortados a la medida de “Gente”, intercambiables y por encima de todo en absoluto susceptibles de despertar inquietudes de emulación ni desazón comparativo. Se trataba de un divertido pasatiempo semejante al de ir incrustando diminutas piezas en el tapiz de un rompecabezas de grandes dimensiones al que se debían adaptar, sin perfiles discordantes ni aristas, las figuras del pasado que desordenadamente fueran surgiendo y las que pudieran añadirse en el tejido futuro de la nación dichosa repleta de gente bienaventurada. País feliz hasta tal punto que ni siquiera lo turbaban arcaicos recuerdos de la vieja nomenclatura o asuntos de trámite respecto a los vecinos. Ningún rasgo ni símbolo comparativos eran en él aceptables por cuanto implicarían contrapartida de atención y esfuerzo, conocimiento del pasado y enojosas categorías, tanto tiempo ha abolidas, de valor y mérito. Bajo la guía paternal de “Gente”, se habían repartido hacía mucho tiempo fragmentos de fronteras, accidentes geográficos, hablas, flora, fauna y fenómenos atmosféricos, y se hablaba con temor y hostilidad, en voz baja con tono y miradas huidizos, del tiempo oscuro de las diferencias, los esfuerzos, la obligatoriedad de tareas y los pagos. Luego se elevaba la mirada agradecida hacia el cielo homogéneo, sin nubes, tormentas ni pájaros, del infalible salvador Gente, incorpóreo y semejante a una acogedora cúpula de mullidos materiales.

Los países de la comunidad Pagamos se habían acomodado sin esfuerzo al trato con el apéndice extemporáneo que representaba el País de No Pagarás. Atravesaban sus inexistentes fronteras, pasaban en él temporadas extremadamente gratas y disponían ventajosamente de cuanto les parecía oportuno. Disfrutaban de lo que en él les apetecía, enviaban a los aborígenes indispensables pero bien calculados suministros, les impedían cortésmente el acceso a sus propias naciones exteriores y a los beneficios que en ellas sus ciudadanos pagaban y de los que, lógicamente, disponían, y controlaban la situación de modo parecido a los grandes complejos hoteleros: Cada habitante del País de No Pagarás llevaba una pulsera electrónica con la que se medían gastos subvencionados por los de Pagamos. Así las naciones vecinas del País de No Pagarás se solazaban satisfechas y con saldo favorable en el vecino parque temático que, por añadidura, ofrecía a los visitantes románticos e inquietos un placer especial, de lo distinto, mezcla del sabor de lejana tribu, de las utopías idílicas de las viejas historias y de la seguridad de la pitanza. Con un deje añadido a la satisfacción por la propia generosidad cuando se han dejado unas monedas al pobre de la esquina.

En el País de No Pagarás la gratuidad absoluta no impedía, muy al contrario, una intensa vida política. Los miembros del núcleo Gente Para La Gente recibían de por vida el más generoso estipendio en especie conocido tras una estancia, por efímera que fuese, en el cargo, y tal bienaventuranza manaba y se arremansaba en nucleolos, como GMG (Gente Más Gente), JP (Jamás Pagar) o VV (Víctimas y Víctimos), que, por serlo, tenían garantizada la continuidad vitalicia de su mirífica situación. Eran seres tan fugaces que apenas se recordaban sus nombres, pero se consideraba indiscutible la consideración que se les debía, que se cimentaba en la sólida, inalterable, inamovible decisión colectiva de no pagar jamás, de la cual se consideraba a Gente Más Gente encarnación y garante.

Rosúa

07/12/20

VIRUS VÍCTOR. DE CIRCE A PINOCHO-

Virus Víctor

De Circe a Pinocho

(EL DIARIO DE LA PANDEMIA COMIENZA EN MARZO, PERO TRANSCURRE DESDE ENTONCES HASTA LA ACTUALIDAD, A LO LARGO DE 2020 Y EN UN DESPUÉS INDEFINIDO)

https://www.elrincondecasandra.es/diario-de-la-pandemia-madrid-13-marzo-de-2020/

Tratar a la gente como al enemigo puede ser peor que la pandemia. Es a lo que el virus y sobre todo la manipulación del miedo que despierta han abierto las puertas. Se trata, una vez más, del viejo sueño totalitario que, unido por la coyuntura temporal al imperio de la imagen, puede ser letal haciendo de la sociedad un lugar invivible para los individuos con pretensión de libres y poseedores de cierta dignidad y exhibiendo como prototipo un maniquí de cartón piedra prefabricado cada día a golpe de circunstancias.

La regresión está servida, de Circe, que transformaba a los hombres generalmente en cerdos -animal no desposeído de alguna inteligencia y de gran utilidad- , a Pinocho, quien, ya entrado en la edad moderna, pasaba de narigudo a borrico por sus propios méritos y decisiones y por la elección como mentor, no del sabio y bondadoso Gepetto y del atento Pepito Grillo, sino del embaucador que ofrecía un panorama sin fin de golosinas que desembocaba en la completa transformación de los niños (ahora población infantilizada) en bestias de carga vendibles al mejor postor.

El timador que enarbola el virus en la cartuchera no es sino pura imagen apetecible por talla, sonrisa soldada a un rostro sin resquicios de inquietud ni inteligencia, repetición incansable de la misma caja musical y promesas de gratuidad infinita. El Estado Postvirus promete en el mejor de los casos, porque del cerdo todo se aprovecha, la mutación de Circe, en el más probable la de Pinocho, un ganado medroso hecho al ronzal y los rediles y ansioso de identificarse y mostrar su apoyo a la imagen, multiplicada por todos los espejos a todas las horas, de un aparente humano ajeno a la fealdad, la vejez, la incertidumbre y la muerte.

A los Gepettos y Pepitos Grillo ni los hay ni se los espera, porque, de existir, se ocultan con prudencia y sólo les cabe esperar a que pase, si es que pasa, la ola regresiva. Mientras, ven aumentar, entre el general asentimiento a las mutaciones, las orejas de asno y el paso de la voz y el discurso humano al rebuzno, al que inmediatamente se califica de lengua protegida y rasgo cultural. La imagen acartonada que resume el ideal imperturbable e invulnerable de admiradores y partidarios rezuma una pócima que, al estilo de la de Circe, potencia, en una suspensión de microgotas mucho más poderosas que la del virus, lo peor de cada ejemplar humano, que pasa de racional y responsable a frustrado aprendiz de comisario ansioso de demostrar sus méritos con excesos de celo y múltiples denuncias. Nunca algunos habían ofrecido y ejercido sobre tantos tales cotas de poder hacia mutaciones regresivas de extraña, pero no sorprendente, y nueva animalidad.

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Rosúa