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EL ARCHIPIÉLAGO ORWELL
MERCEDES ROSÚA
RECUERDO DE CHINA
Una persona joven, pero que abandona lentamente el territorio de la adolescencia, repite las frases que para ella han escrito los responsables de la escuela de lenguas donde estudia. Sin asomo de duda, sin que la menor perplejidad aflore hasta sus ojos, enuncia:
No importa que las palabras de los conductores sean ininteligibles para nosotros, porque comprendemos su sentido.
Y en él, que no lo ve, se encarna y muestra uno de los más puros ejemplos de un universo tan vasto como carente de cartografía, los caminos opuesto a la libertad que configuran el pensamiento y el sistema totalitarios. Nada sabe-y todavía nada sé-de George Orwell, de la unión de contrarios y la violación impasible de la lógica, de la disolución del razonamiento y de la sumisión última por la cual la Tierra no se mueve y dos más dos sumarán la cantidad que los dirigentes quieran. El estudiante repite su texto, cuya pronunciación deberá mejorar en las clases con la profesora occidental.
Estamos en otro mundo. No es de recibo extrapolar la China de los setenta a la Europa de los ochenta, a la España del clarear del siglo XXI; tiempo inmemorial separa aquel planeta de este otro, que late sin fronteras ni horarios en un portulano de mensajes cruzados, pantallas y vacío. Y sin embargo las frases de imposible entierro, los gestos, temores, poder y servidumbres encienden las alarmas, mantienen su apremio y su vigencia, sobrenadan a las capas de piel ajada y desaparecida, al cambio de los seres y de los años. Habría que recluirlos en el desván donde el anciano militar cuenta incansablemente su batalla, en el derruido territorio que almacena los andamios de las tres cuartas partes de una vida; sería prudente alejarles de la triste tribu de excombatientes del 68; deberían despacharse sin más para que dejen sitio y aire a la voraz construcción de un presente apremiado por su volátil caducidad. Es imposible. Mundo de Orwell, archipiélago de Orwell, quien te probó lo sabe, tu contacto, tu aspecto frente a frente, y, no menos estremecedor, el extenso muro de caras mudas que te salvaguardaron y velaron, que ofrecieron en ti una superficie propia para el trazado de las quimeras y los sueños, los turbios cálculos personales y las mudables formas del rencor. Hubo un largo tiempo de muros, y cada rostro silencioso fue un solidario bloque de las altas paredes encaladas. Aventados sistemas y fronteras, no por ello desaparecieron de la existencia. Sus remolinos giran, poseen grandes y estables feudos, se enredan en las zonas de sombra descuidadas por la precaria lucidez de cada día, medran en reductos desprotegidos a los que su poca rentabilidad concede escasa atención.
Estábamos en otro mundo-y entonces la conciencia se arrellana en los confortables límites de un puesto seguro, sonríe displicente ante las obsesiones caducas y se compadece de un bagaje vital tan pobre que sólo le cabe agitar espantos del pasado- , las cosas ya no son, nunca podrán ser así, la televisión lo muestra todos los días, como ofrecería imágenes-todo llegará- del pasado remoto en el que los cruzados medían lanzas o que primates diminutos disimulaban su existencia tras las hojas. De aquel 1973-74 llega una presencia que no es única, cuya característica reside, justamente, en la reiteración infinita, a través de personas similares, de una muy reducida gama de consignas, de media docena de tópicos desligados de las nociones de objetividad y de verdad, con los que se pretende representar el vasto universo e incluso las dimensiones históricas de pasado, presente y futuro. Estudiantes y profesores chinos de lengua española memorizan, redactan, repiten. El conocimiento discurre por esos canales y queda absorbido como pintura fresca por una mente adiestrada en su propia anulación. La profesora extranjera observa. Todavía ella misma carece de instrumentos de juicio, de una terminología que abarque la inmensidad del fenómeno que presencia. Pero observa, y esa observación -bienaventuradamente exenta de escrúpulos pluriculturales- va alimentándose en el fondo del aislamiento y la distancia con el calor de la indignación.
Nada puede salir de China y muy poco entrar en ella. Los manuales modestísimos, de fabricación propia, de que se valen en los centros de enseñanza, son, como cualquier escrito no oficial, material secreto cuya divulgación entraría en el espionaje. La última catástrofe, la Gran Revolución Cultural Proletaria, comienza tímidamente a remitir. Hay un hábito de cataclismo, de inundación como las de los grandes ríos, cuya avalancha arrastra y anega para retirarse luego a tomar fuerzas. Ocurrió anteriormente con las Cien Flores, y con el Gran Salto Adelante. ¿Pueden imaginarse apelativos más conformes a la distorsión completa de la realidad que éstos, que se refieren a la destrucción cultural absoluta, la purga generalizada de intelectuales y el hundimiento de la economía respectivamente?.
El material de enseñanza es secreto, pero será sacado del país y, pobre compensación para los sinsabores de la espía, empleado en su tesis doctoral sobre el lenguaje totalitario. Curiosamente, en aquel fajo de textos elaborados y utilizados por los profesores chinos de español para sus clases el tiempo ha tenido extraños efectos: Cubiertos de polvo y encanecidos, sin embargo han revelado su persistencia de espejos, se han empecinado en pervivir, fragmentados entre los comportamientos y las formas de las regiones libres, han conservado la voz de una increíble y vasta historia que se diría haber sido gritada en frecuencias inaudibles para el resto de la familia humana, una historia de gran silencio e incomparable servidumbre repetida luego en escenarios menores y preservada hasta hoy, y hasta todos los mañanas, en las formas variables de la sumisión.
Vamos de una revolución a otra. La Gran Cultural erradicó cualquier cultura excepto consignas que caben en un puñado de libros. Lo hizo, especialmente en 1966-69 de una forma física, pero sobre todo desplegó una inmensa capacidad de sometimiento, hizo permeables hasta los últimos estratos de la conciencia y los configuró con su marchamo. En este 73-74 la prensa occidental habla alegremente de la segunda Revolución Cultural y la china se limita a afirmar que el gran experimento continúa; se ha enviado durante años a estudiantes, oficinistas, intelectuales, profesores, a trabajar en el campo y ahora se continúa su reciclaje. Incluso, con todas las prevenciones profilácticas que la pureza ideológica requiere, se comienza a contratar extranjeros en número particularmente insignificante respecto a la vastedad del país. El otoño va a transcurrir para la nueva profesora de español en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Xian[1], la antigua capital, mil kilómetros hacia el interior; el invierno en un centro de Pekín para funcionarios con destinos en el extranjero, y, antes de la primavera, un nuevo cambio la envía al Instituto de Lenguas Extranjeras Número 2, de la capital, donde terminará el curso no sin visitar, en días libres, otras ciudades.
La pureza totalitaria de esta época es tal que la sitúa más allá de descubrimientos y reflexiones. Tiene la perfección de la porcelana, el brillo y la textura lisa y homogénea de un rostro horneado a la escala inconcebible de los planetas. Cualquier fragmento de su masa igual refleja la composición del resto y todos giran en un lento caleidoscopio que repite las formas de patrones perfectos. Cualquier sector es representativo, cualquiera es válido, el régimen de vida de los alumnos, el de los docentes, el material de enseñanza, la metodología didáctica, los textos, sus temas, estructuración y vocabulario. La unicidad seduce, el monoteísmo quizás embriaga, y es probable que se olvide que hubo, no hace tanto tiempo, otras cosas, otras lecturas, arte, otros caminos hacia la alegría de vivir. En Occidente circulan tan sólo pequeñas copias de la pulida superficie que recubre, opaca e inmaculada, gran parte del mapa de Asia. Hay, en los crisoles de Europa y América, los mismos ingredientes y piezas, pero dispersas en la multiplicidad de opciones. Las visitas, visitas oficiales, a la República Popular China navegan como las figuras pegadas sobre el espejo de un costurero. De vuelta al Oeste, difunden el reflejo que de sí mismos y de un armonioso recinto alcanzaron a ver. En alguna parte, al final de los mapas, como en los antiguos trazados medievales, existe un lugar en el que se ha fundado, esta vez sí, un sistema extraordinario. Nadie parece traspasar la frontera de porcelana, horadar su superficie ya consolidada por dos décadas de un régimen instaurado sub specie aeternitatis.
Es una sensación útil. La unicidad vende. Ella proporcionará, tanto hacia el este como al oeste, formas de vida, de impensable exquisitez por cuanto más raras, a los que manejan la aplicación de las normas, los enriquecerá con justificaciones de una simpleza inapelable, y borrará tenazmente los rasgos que constituyen la individualidad.
El tiempo ha agrietado la porcelana. Como era obvio, pero omitido, bajo ella se aprietan capas de diverso material, masa de gentes dispar y granulosa que busca acomodo bajo la mudable superficie. Formas de actuar, de ser, gestos de una evasiva o de una mano, alguien que toma posesión, desplaza y ríe, silencio, órdenes, la indeseada compañía que borra y arrincona al yo solitario, simplicidad y seguridad de lo repetido y hecho, ausencia de pasado y un presente tan breve y tan mudable como la imagen que de él se proporciona. Con los mismos materiales, pero de tamaño diverso, no han cesado jamás de fabricarse, en puntos dispersos, sin aparente relación, las mismas maquetas, los mismos destinatarios de perjuicios y beneficios. Se salta a otro siglo, se llega a otro milenio con la vaga certidumbre de que los grandes, trágicos fenómenos apenas existieron o, más bien, pertenecen a la categoría imprevisible de las catástrofes naturales. Nunca habitó tanto el olvido como en las dimensiones apenas abarcables, en los grandes números a los que quedan reducidas las diferencias de los individuos.
Todo es abstracto, explicable, es casi Historia. Pero llega un estudiante repitiendo una frase, entra en la memoria y ya no sale nunca de ella.
Imperio y periferia
Si los estudiantes de español del instituto de Xian se hubieran encontrado viviendo veintitrés siglos antes quizás, salvando las diferencias de paisaje urbano y vestuario, no se hubiesen sentido demasiado desplazados. Como durante la Revolución Cultural, un gran emperador, Shih Huang-ti, de la dinastía Chin (de donde procede China, con la -a del sánscrito, que significa tierra), se impuso a principados y ducados, controló impuestos, unificó leyes, pesos y medidas. También el pensamiento, y, para asegurarse su monopolio, hizo quemar todos los libros, excepto la biblioteca imperial, y ordenó enterrar vivos a los letrados tras amputarles pies y manos. Mao Tse-tung lanzó una campaña de glorificación de este dictador eficaz, que hizo construir la Gran Muralla, sometió a vasallaje a países limítrofes y quiso alzar, metafórica y físicamente, una impronta de gigante en terreno raso. Mao vio en él desde su juventud un alter ego histórico al que emuló y superó en el coste humano de los millones de habitantes con los que construyó y destruyó durante sus experimentos de ingeniería social.
No lejos de Xian la tierra se eleva en suaves colinas cuya regularidad homogénea delata lo artificial de su origen. Pero en 1973 son un secreto, un misterio oficial de iniciados cuyas primicias el visitante sin categoría sólo puede degustar en la breve visita a la tumba de una princesa menor. Estudiantes y agricultores, pequeños, grandes y diminutos miembros del universal sistema de funcionarios, obran como si sólo el reducido número de monumentos listados oficialmente existiera, a ninguno escapa la evidencia del ondulado horizonte, de los ocasionales comentarios sobre un objeto que aflora inadvertidamente a la luz, una entrada subterránea hallada mientras se cultivaban los campos y, según las órdenes, vuelta a cegar. No es momento de que existan. Pese a su grandeza, pasarán décadas hasta que el Gobierno, con su palabra, conceda carta de realidad a las ocultas ciudades funerarias del otro Gran Emperador. Estudiantes y profesores chinos han alcanzado esa etapa de adiestramiento en la que no se percibe sino lo que se ha indicado previamente. Tumbas Chin, exacta parábola de la verdad medida y dosificada por el Estado, Estado enterrado dentro del Estado, formas sobre y junto a las que deambulan, omitiéndolas, los súbditos de veintitrés siglos después. Quizás aquí los ladrones de enterramientos reales prosperaron escasamente por temor o por desorientación ante un paisaje que el hábito agrícola ha moldeado incesantemente en su capa de fértil barro. Shih Huang-ti quería la vida eterna. Unas de las colinas, colocadas como tazones en el noroeste de Shanxí, encierra la grande e inexpugnable ciudad de los muertos, la persistencia en forma de constelaciones doradas, lechos de jade y ríos de mercurio, la seguridad garantizada por un numeroso ejército de arcilla. El emperador reposa entre sus seis mil soldados, infantes y jinetes, a los que capitanea desde el minucioso palacio al que descendió el 210 a.C. para ceder a regañadientes a la muerte un cuerpo ahíto de bebidas que prometían la inmortalidad. En 1973 d. C. nadie habla de la previsible desaparición de Mao, quien, tras impregnar todos los espacios del presente y del recuerdo nacionales, vivirá, mientras por directiva no se comunique lo contrario, tras los muros de la Ciudad Prohibida. Los estudiantes manejan la Historia con parquedad y reticencia, de ella retienen y citan el puñado de hechos que reflejan, en distantes y distorsionados espejos, el ángulo propio a la verdad oficial. Es muy probable que aparentaran sorprenderse si se les dijera que, tras el reinado de Shih Huang-ti, cuajaron rebeliones contra las levas para ejército y obras públicas, que la clase ilustrada no se acomodó a la desaparición de los libros y el control de opiniones, que el poder se deslizó hasta las manos del eunuco favorito y la dinastía cayó y fue reemplazada, tras luchas, por los Han y, posteriormente, por el inigualado esplendor T’ang, del siglo VII al X.
Más allá del lujo bárbaro, los megalitos y las piedras preciosas, hay un superior disfrute del poder: el pasado como materia dúctil, la docilidad de una memoria común y dirigida, la selección de figuras en las que se proyecta y consolida el mito, la imaginería destinada a ocupar altares en la nueva religión oficial. Mao no eligió al fundador de los Han, cuya dinastía se mantuvo cuatro siglos y dio nombre a la mayor parte de la población de China. Pudo, sin embargo, haberse identificado con él, puesto que Liu Bang se hizo con el trono en el 206 a. C. tras ascender por la espada y por la astucia desde sus modestos orígenes. Es posible que no pluguiese al Presidente la liberalización de economía y comercio y el sincretismo filosófico y religioso del emperador han, quizás aquellas gentes le parecieron excesivamente propensas al hallazgo y goce de bienes terrenales: la brújula, el papel, la porcelana vidriada, el cultivo del té, la fabricación del vino. Ni siquiera escogió al emperador Wu-ti, que marcó desde el siglo II a. C. las más amplias fronteras del imperio, reivindicadas los dos milenios siguientes. Demasiado movimiento, demasiadas caravanas que recorrían la Ruta de la Seda, comerciaban y comunicaban con Occidente, demasiado llamativa la floración de las letras y las artes. Mao eligió a Huang-ti, e incluso pasó por alto en las crónicas las concesiones imperiales a la propiedad privada.
El estudiante de Xian memoriza, como hicieron durante veintidós siglos los aspirantes al servicio estatal en la más larga e ininterrumpida burocracia que se conoce. Está doblemente indefenso, ante los suyos y el peso de una continuidad que se supone determinante y frente a los ajenos, el juicio de Occidente, que le hace sin remisión reo de la tradición y el hábito. La palabra, en él, es instrumento antagónico de la libertad. Como sus profesores y como todas y cada una de las personas con las que se encuentra (excepto los contadísimos extranjeros, seres de nueva y exótica especie zoológica), vive en un mundo que es por definición El Centro, tal que el nombre de su país, Chung Kuo (China), indica, se mueve en un territorio cerrado por su misma extensión, sellado al este por el ancho y solitario océano y al oeste y al norte por las más altas montañas y por un páramo inacabable de desiertos y estepas. El orgullo patrio es, en las enseñanzas recibidas, indispensable, pero tal vez los manuales de historia, fajos de folios de redacción casera pasados por decenas de cribas ansiosas de eliminar toda heterodoxia, omiten que esa ciudad de Xian fue, con el nombre de Ch’ang An, Larga Paz, seis veces mayor en los años dorados de la dinastía T’ang, que la habitaron, a más de población local que hizo de ella la capital más populosa de su tiempo, diez mil extranjeros. Persas, indostánicos, árabes, cristianos, mazdeístas, judíos, nestorianos, pasaron, compraron, vendieron y fundaron más de dos mil establecimientos comerciales. También predicaron, se convirtieron, vieron llegar desde la India los primeros libros búdicos en las alforjas del monje Hsüang Tsang, que tradujo pacientemente del sánscrito al chino los diecinueve tomos, uno por año. Eran tiempos de viajes, esos momentos que, como en la vida personal, marcan una inflexión, una orientación decisiva respecto al futuro. El camino fue cegado siglos más tarde y la involución y la autarquía marcaron al país. Durante esos treinta años del 629 al 659 d.C. Hsüang Tsang recorrió la India recopilando el Tripitaka, conjunto de enseñanzas de Buda, atravesó helados puertos de montaña, el río Tarim, los desiertos del Turquestán, de Afganistán y del Gobi, y entró para siempre en la leyenda en la mítica historia Peregrinaje a Occidente, fértil cantera hasta hoy para literatura, música y arte. Acosaron al monje hermosas brujas y le defendieron compañeros maravillosos: Chu Pa-che, el hombre con cabeza de cerdo, Se Hi-siang, el fiel y devoto asistente, y el Rey de los Monos, el más popular y simpático miembro de la imaginería tradicional, valiente, astuto, capaz de setenta y dos transformaciones y dotado de un garrote mágico que permitió al grupo desafiar al Rey de los Cielos, el Emperador del Jade, en su mismo reino. Mientras tales cosas ocurrían en el país aéreo de los mitos, las rutas terrestres estaban muy frecuentadas, y no sólo por gentes con ansias de comercio. La dinastía T’ang quería abrir su país, y para ello buscó alianzas con poblaciones limítrofes, como la tribu turca de los uigures, envió embajadas, recibió vasallaje de los príncipes hindúes. La religión y la filosofía generaban escuelas de pensamiento imbuidas de poesía y sincretismo, la literatura tenía ya ese perfume de melancolía que sólo aparece en la madurez de las civilizaciones, un sorprendente tono de añoranza de edades de oro que nunca fueron, un gusto por los placeres tocado por el sentimiento de la fugacidad de las cosas. Por entonces, en islas vecinas que se habían afanado en copiar el esplendor T’ang, una dama de la corte heian, Murasaki Shikibu, tejía la primera novela de Japón y del mundo, Genji Monogatari. Pocos siglos antes, en China, una mujer muy distinta había logrado ocupar, en solitario, el trono imperial. La imagen de la emperatriz Wu Tzu-tien nos llega aureolada de su extraña y poderosa personalidad: concubina de escaso rango, implacable, eliminadora de cualquiera, consanguíneo o no, que pudiera hacerle sombra, bella, extremadamente inteligente. El transcurso del tiempo ha otorgado a seres y sucesos la apacible disposición de los retratos, la homogeneidad engañosa de la seda, los ha reducido a un esqueleto de obras de arte en materias duras y les ha dado una apariencia de permanencia inevitable destinada a la reiteración. Pero el reverso del tapiz de concubinas, favoritos, asesinatos, emperadores niños, generales y alianzas es un hervor de tierras dadas y confiscadas, fueros, exenciones y tributos, la tensión medieval entre el emperador que intenta apoyarse en el pueblo para afianzar el Estado y las apetencias y privilegios de la nobleza levantisca. En el ocaso de los Han del oeste, el regente Wang Mang pagó con su vida transformaciones audaces: distribución de tierras, abolición de la esclavitud, limitaciones a la servidumbre. El resultado fue una revuelta generalizada de los Cejas Rojas, campesinos del norte que se aliaron con las grandes familias, tomaron Ch’ang An y asesinaron a Wang el 23 d.C.. El olvido sabiamente administrado por los dirigentes velará, como la cara oculta de la luna, media historia de China, cubrirá a viajeros y amantes, a filósofos solitarios y a buenos vividores dados a la poesía y al vino de arroz. De todas estas figuras del pasado, de los años y milenio de complejos movimientos, luchas, hallazgos, obras públicas, guerras, cosechas y reformas, apenas se retendrá en el siglo XX, para alimento de la memoria colectiva, la idea de un gobernante unificador y absoluto, las rebeliones campesinas, y poco más.
También el arte debió bajar a las catacumbas. El de los Han había revelado vasijas de una impecable pureza y la larga maestría de los metales con la que, desde hacía mil años, los Shang ya habían honrado a sus muertos y venerado a los dragones de la vida y del agua. La seda no tardó en cubrir muros con paisajes y retratos que tenían la perfecta calma y la vaporosa inconsistencia de lo ideal. Como en la Victoria de Samotracia, la libertad vino a plasmarse en un caballo volador de bronce cuyo casco se apoya en una sorprendida golondrina. El estudiante de Xian no pregunta por estos objetos, supervivientes de cuadros rasgados y jarrones estrellados contra el suelo; la visita a las salas que los acogen no figura en su programa. De hecho, durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, fue de buen tono arrasar museos y templos y marcar, al destruirlos, el amor por el mundo raso y nuevo que el Gobierno prometía. Sin embargo hace falta mucha cal para tantos cadáveres; la profesora occidental es conducida, como gran deferencia, ante las vitrinas esquilmadas de un museo provincial que vuelve a abrir tímida, y raramente, sus puertas. Frente a las vitrinas, viejas y mal iluminadas, que encierran un tesoro, los acompañantes chinos nada dicen. Se detienen y se limitan a escuchar las alabanzas de la extranjera. No niegan ni asienten porque hasta ayer esos objetos eran iconos reprobables del pasado, competidores vencidos del orden nuevo. Pero en los ojos de los de más edad chispea, junto al orgullo nacional, la satisfacción vicaria del reconocimiento de la evidencia, recibida a través de un visitante occidental a quien sí se le permite expresarla. En las salas del museo provincial el mundo supuesto gira con lentitud para descubrir la faz oscura de un pasado que hirvió de posibilidades, allí continúa volando, desde los Han hasta ese instante, sin pausa alguna, el caballo de bronce.
A la blancura de la porcelana T’ang se sumó el verde del celadón, sus matices marinos como las aguas que se surcaban desde los Han con la impaciencia de otras orillas. Debido al impulso de la dinastía Song y a la utilización de la brújula, el compás y los compartimentos estancos, Kwanchow, Chuanchow, Yangchow eran ya en el s. X d. C. grandes centros de comercio y tráfico entre la costa, y las cercanas islas, y Ningpo, Hangchow, Kanpu y Shanghai puertos importantes. Atraídos por esta riqueza, comenzaban a avanzar, desde las mesetas del norte, hordas que invadirían, se asentarían y acabarían fundando la dinastía Yuan. Cuando en el siglo XIII Marco Polo llega ante el trono del emperador chino, que le recibe en su esplendorosa corte de Cambaluc, hoy Pekín, éste no tiene nada de han; es un mongol nieto de Gengis Khan, ilustrado, adaptado a su reino y budista. Ni Kublai ni los suyos cuadran en la imagen de la China eterna y la masa han invariable y profunda. Por entonces se plantea la necesidad de una marina poderosa. Kublai Khan envió en 1281 una gran flota para invadir el Japón y ésta corrió suerte parecida a la Invencible. Los japoneses se hicieron desde entonces los amos del mar y sus naves caían con frecuencia sobre las costas chinas, particularmente en la provincia de Shantung. En el siglo XIV, durante el reinado de los primeros Ming, cuyos descendientes ocuparán el trono hasta 1644, el emperador turco-mongol Tamerlán presiona por el oeste las fronteras del Imperio del Centro y corta durante largos años las rutas comerciales con la India y Asia occidental. El país se vio obligado a buscar salidas por mar a sus exportaciones e importaciones y a sus proyectos de expansión política. China vendía o revendía seda, porcelana, algodón, oro, plata, cobre, hierro, pimienta, nuez moscada, y adquiría marfil, cuerno de rinoceronte, hierbas medicinales, plumas de pavo real, animales tropicales,, especias, perlas, piedras preciosas, paños teñidos. En el siglo XIV, unos cincuenta años antes de la explosión de los descubrimientos occidentales, el emperador Yung Lo, de la dinastía Ming, envió a su eunuco Cheng Ho al mando de una flota con el fin de afianzar lazos diplomáticos, comerciales y de prestigio con Borneo, Sumatra, la India. Durante treinta años, en los que realizó siete viajes, el eunuco imperial fondeó en Java, Sumatra, Malaca, Calicut (que luego visitaría Vasco de Gama), Ceilán, Cochín, Siam, las islas Maldivas, el golfo Pérsico, Ormuz, Adén, Mogadiscio, la costa de África oriental.
Era un mundo flotante de más de veintisiete mil personas: soldados, marinos, escribas, geománticos, físicos, e incluso pasaje como peregrinos musulmanes camino de la Meca. Los historiadores narran que en el cuarto viaje zarparon sesenta y tres navíos, cada uno con cerca de cuatrocientas treinta personas a bordo. Cheng Ho y Ma Huan describieron con detalle su asombro al hallar chinos cantoneses establecidos en Java, Sumatra y Champa que habían emigrado del continente durante la dinastía T’ang. Ambos se admiraron ante las culturas con las que iban poniéndose en contacto y Ma Huan visitó la tumba de Mahoma, en Medina, y quedó impresionado por la mezquita de la Kaaba, en la Meca.
Hasta esta precisa encrucijada, no ya geográfica sino histórica, China y sus gentes se sitúan en campo propicio al contacto exterior, a la edad moderna y al futuro. Aún no se ha impuesto el general control de conductas y formas. La escultura, unas veces expresionista, otras de un naturalismo de la mejor calidad, refinada en ocasiones, la pintura exquisita, todo en el arte Han, Wei, T’ang, hasta los Song y Yuan, habla de genio, apertura, creatividad. Pero, con el giro, durante los Ming, hacia una política de autarquía burocrática, el arte se hace amanerado, barroco, reflejo de un ambiente xenófobo, aislante, que prohibe los viajes, se cuece lentamente en su propio jugo y teme al cambio y a lo extranjero. De hecho, la expedición del eunuco real fue, pese a su volumen, bastante menos significativa que la floreciente actividad anterior de intercambio y comercio que marcó la época de los Song. Las navegaciones de Cheng Ho tienen mucho de apoteosis final, de fastuosa embajada destinada, más que a efectos prácticos, a mostrar el poder de la dinastía Ming, que, desde el siglo XIV, cerrará las ventanas del país. La dinastía manchú de los Ching (1644-1911) perpetuará celosamente el asfixiante sistema recibido. La China con la que tomará contacto Europa y la imagen que se difundirá del Imperio del Medio será la de un hermético y compartimentado país, y esas chinerías, que para los occidentales representan por antonomasia su arte, muy pocos sospecharán que no son sino la monótona producción, que suple con detallismo y minuciosidad la falta de belleza, nervio y genio, de un bizantinismo de siglos: abrumadores jarrones en los ricos salones burgueses, leones pasados por una permanente feroz, retorcimiento, curvas, decadencia. Pero China fue, pudo y tal vez pueda aún ser otra cosa; en ella supo manifestarse el genio auténtico de las formas puras, de la creatividad en su esplendor, del espíritu de la libertad plasmado en el vuelo de un caballo de bronce.
El contacto con el mundo exterior que representan las navegaciones no tiene continuación. Tras Cheng Ho, las expediciones marítimas son prohibidas; la corte las tacha de inútiles y dispendiosas y se llega hasta el extremo de penar como delito capital el hecho de construir naves transoceánicas. En realidad, es el espíritu de apertura allende fronteras lo que es anatematizado, y así se ordena la quema de diarios y crónicas de navegación de estos viajes. Despojados los archivos, no quedarán de aquella aventura sino las descripciones y relatos de los participantes, que pasarán a la literatura popular china con el nombre de Las aventuras del eunuco San Pao, y que perduran en los topónimos de los lugares por él visitados.
La primera regla del pensamiento absoluto es el desdén por lo externo. Cuando los estudiantes chinos de finales del siglo XX aprenden características de otros países aprenden poco, en realidad apenas nada porque esas naciones no son sino lejanos ejemplos de un proceso que China lidera. La curiosidad gratuita, no digamos la admiración por lo foráneo, serían francamente mal vistas y peor recompensadas. Diariamente responden sumisos al espejo de la madrastra de Blancanieves que nada puede compararse a la tierra que pisan, a los gobernantes que les dirigen y al régimen bajo el que han tenido la suerte de nacer; y lo repiten en el fondo de su corazón. La geografía de la que se valen reproduce un mundo de perfiles fantasmagóricos, hinchado o exhausto según la adhesión a la causa, pintado de vivos colores o reducido a la grisura en función de la proximidad a metas designadas.
Apreciamos lo adecuado de vuestra disposición y la justa pleitesía que rendís al emperador a cuyo poder se someten los demás reinos. Volved y decid a vuestro rey que nuestro glorioso imperio no necesita de vuestros presentes porque China posee en abundancia todo lo que puede ambicionarse. Nada deseamos ni precisamos de cuanto hay más allá, ni consideramos que, en lejanas tierras, puedan existir objetos dignos de nuestra curiosidad e interés. El príncipe que os envía ha obrado como le corresponde al mostrar sumisión y vasallaje al Hijo del Cielo. Decidle que esperamos que, en el futuro, no descuide el cumplimiento de sus obligaciones y persista en su respetuosa actitud.
Así habló el emperador de China a los primeros embajadores de monarcas europeos, que llegaron hasta él con regalos al comienzo de la era vertiginosa de la modernidad y los descubrimientos. En proceso inverso al del eunuco Chen Ho, al oeste del Imperio del Medio hombres audaces surcaban océanos, circunnavegaban el planeta, emprendían aventuras solitarias con un puñado de compañeros, quemaban barcos para acorralar a los suyos hacia lo desconocido, se extasiaban ante los misterios, uno tras otro desvelado, de animales, plantas, ríos, aire, imprimían por cientos los dibujos de máquinas y de costas remotas, exhumaban belleza de las ruinas clásicas y dialogaban febrilmente de una esquina a otra de Europa. Ciertas opciones se habían, por uno y otro lado, consumado y producían sus efectos con el seguro ritmo de la suma de voluntades, la inercia del rechazo y la aceleración inevitable. Dos relojes habían comenzado marchas opuestas en los extremos de la antigua Ruta de la Seda, abandonada y cubierta, desde hacía tiempo, de fina arena y restos de caravanas y viajeros.
El país hubiera podido continuar siendo un mundo, en la mente de sus dirigentes, y, al mismo tiempo, una parte en el vasto conjunto de posibilidades que la evolución ofrece; sus monarcas participaban de la autocracia y el autoritarismo propios de todos los reinos y feudos medievales. Algo fue sin embargo más allá, en dirección netamente contraria a la inquietud europea. Los sinólogos hablan de un cosmopolitismo quemado, con derroteros y mapas, en los umbrales de la Edad Moderna, ponen en la época Ming el primer jalón del proceso de impregnación totalitaria del sistema y recuperan las voces de amplias minorías discordantes con la imagen compacta que el país a los extranjeros ofrece. Éstos lo conocerán en una época bizantina y tardía y retendrán de aquella nación lejana un sentimiento de esclavitud, exquisitez y podredumbre.
La percepción de su diáspora no les salva del aislamiento. Son clanes, compactos clanes de comerciantes, camareros, cocineros y dueños de restaurantes, que trabajan intensamente, se enriquecen con rapidez y se atraen tarde o temprano, como toda minoría emprendedora y próspera, la envidia de la población local. Los hombres son también exportados a ultramar en lotes de pura fuerza de trabajo. En un caso y otro las triadas, mafias, sociedades secretas, añaden hermetismo a las sucesivas capas de material aislante, cultura y lengua incluidas, en las que se recluyen estos grupos, que generan el tradicionalismo defensivo propio de toda minoría inmigrada. Llegados al siglo XX y en un contexto planetario, las naciones subdesarrolladas, de las que China formaba en el XIX agudamente parte y de las que sólo ha empezado a despegarse en las postrimerías del milenio, muestran en escala diversa el mismo, y nocivo, reflejo de crispación xenófoba frente a las exigencias de la modernización, anhelada e incompatible con hábitos medievales e intocables fundamentalismos. El gobierno maoísta chino colocó a sus súbditos frente a la contradicción entre la existencia de naciones de superior desarrollo, el cual se precisaba, y la indiscutible superioridad nacional de lo que nunca dejó de ser el Imperio del Centro, y la resolvió con percepciones y consignas sin relación alguna con la realidad, cuya captación y naturaleza misma se supeditaban a la correcta versión oficial. Bajo condiciones de presión extrema, es posible lograr en ingentes cantidades de población local las reacciones defensivas propias de las diásporas y el desvanecimiento selectivo de lo que representa, en el mundo externo, contradicciones flagrantes con la visión estatal.
Profesores y estudiantes de la China de 1974 habitan un enorme país y se mueven en el más pequeño de los universos. Su vida transcurre en un cañamazo bien determinado, la unidad de trabajo, en la que han sido colocados por la cascada de dirigentes, cascada cuyo camino inverso es tan difícil de remontar como el Niágara. Fuera del rectángulo no hay salvación porque se existe en función de tareas y lugares asignados. Ni siquiera se trata de eficacia. A las clases de la profesora extranjera traída tras arduas gestiones y de la que conviene exprimir hasta la última gota, acude una alumna que emplea en sueño beatífico el tiempo íntegro de su asistencia y que, cuando despierta o antes de cerrar los ojos, sólo marca la comunicación con el mundo exterior a base de sonrisas perdidas en su grueso rostro. Los profesores alaban su buena voluntad y no mencionan el mérito, transparente, que le otorga, contra toda lógica, una silla en el aula: Está allí en virtud de superiores apoyos, y en los argumentos que la avalan, pese a su incapacidad evidente para, no ya los estudios de intérprete, sino cualquier afán intelectual, figura una correcta extracción sociopolítica a la que el credo oficial, mezcla de nepotismo y determinación mesiánica, prima sobre la constatación de la evidencia.
Lo que importa es la forma, el diario sacrificio a la exactitud burocrática que lima cualquier rasgo individual y suprime de raíz indeseables diferencias que implicarían desiguales capacidades y méritos; hay que estar el mismo espacio de tiempo haciendo cosas semejantes en los mismos sitios, someterse, adaptarse, hallarse situado en todo momento en un lugar adecuado y localizable. Por ello la soledad se ha reducido al mínimo y a la unidad de trabajo, o estudio, no le es ajeno detalle alguno de las vidas de sus componentes. Los responsables del grupo actúan como casamenteros cuando un empleado llega a la edad -tardía- aconsejable para el matrimonio, a ellos incumben los raros permisos, los escasos días de vacaciones anuales, las autorizaciones de desplazamiento tras comprobar las causas que lo motivan. Veinte años después, una de las profesoras chinas de español dirá, sin rebelión e incluso con tal mansedumbre que la frase brota incongruente de la apacible sonrisa con la que la pronuncia: A mi generación nos sacrificaron. Robaron nuestra juventud. Dieciséis, veinte, treinta años, joven, menos joven, maduro, casado con un cónyuge al que sólo se ve, con suerte, dos semanas al año, tal vez hijos, uno, que queda, a mil kilómetros de distancia, al cuidado de los abuelos, importancia suprema de las órdenes, del puesto designado y de la obediencia, seres intercambiables, porque todos los son según el atroz ideal que rellena con igualdad forzosa mil millones de vasijas.
Vuelve a la memoria, una y otra vez, lo que para el resto será siempre olvido, porque hay víctimas, que por numerosas que sean, no gozarán de monumento alguno. Acude la figura mínima de Shu, agobiada por el jadeo de su corazón enfermo, separada, por el puesto de trabajo, desde hacía ya diez años, de su marido, privada de un bebé al que veía sólo en Año Nuevo. También acuden las virginidades forzosas, prolongadas hasta el matrimonio bien entrada la treintena y seguidas de una castidad de once meses de cada doce. Persisten sobre todo los ritos que afianzaban la cuadrícula e imprimirían carácter. Ayudados por el reiterado y sabio uso de algo llamado educación, de las palabras.
El estudiante que repite y el profesor que, en otro tono, repite exactamente lo mismo, no limitan sólo con grandes distancias. De Occidente les separan guarismos, datos globales, previsiones y estadísticas. Éstos forman una barrera infranqueable entre ellos y la atención que los occidentales pudieran otorgarles. Shu, los otros, sus perecederas existencias, están vendidos por la ley de los grandes números, por el tratamiento en cifras que se hace de su país. No son individuos. Son un colectivo inquietante y monstruoso que pesa, por su volumen, en los gráficos de población mundial. Cualquier sistema es bueno si garantiza el control, el silencio y la moderada curva demográfica de China. Los seres concretos carecen de existencia, su significado es intercambiable y sustituible. De todo análisis, incluso de toda compasión, les separa, además de la lejanía, el sentimiento de fatalidad con el que se observa la evolución de un animal desmesurado para cuyo tratamiento no sirven las medidas y consideraciones habituales. El sistema comunista chino gozó-y de hecho, con sus expectativas de mercado, goza-del privilegio de lo inevitable. Sólo puede quizás ponerse otro ejemplo de parecido silencio occidental, aquél del que disfrutan la segregación y la barbarie cotidianas ejercidas en el mundo islámico y blindadas por el temor a venganzas fanáticas y el respeto a los petrodólares. Protegidos por el peso irremediable de los hechos, los dirigentes chinos experimentan, comprueban, aniquilan y planifican desde 1949. Nada hay que no pueda ser avalado por la estadística, ratificado por una interpretación enfocada en el adecuado ángulo, justificado por un futuro de grandes catástrofes evitadas y lejanos pero definitivos logros. Y pocas sensaciones proporcionan la embriaguez y la fuerza que experimenta el que ve plegarse bajo su mano, hasta el horizonte, una cosecha futura de cabezas inclinadas al ritmo de su palabra.
El lugar que ha servido de punto de partida a estas reflexiones, no se presta, sin embargo, a transposiciones universales, grandes aventuras ideológicas y significativas teorías históricas. Todo transcurre en una pequeña comunidad de tintes rurales, ritmo apacible y ambiente familiar que vive su tranquila vida al son de programas acatados con aplicación. Es un gulag inatacable, suave y educativo, tan esquivo al tacto como la piel sedosa de un felino sin junturas. La escuela estatal de idiomas se asemeja a tantos otros millones de unidades de trabajo que recubren con su tapiz la extensión de un país equivalente a Europa. Pero sólo aparentemente; la homogeneidad es engañosa, la presencia de extranjeros indica una previa y cautelosa selección. La sensación, sin embargo, del todo en cada una de las partes es tan fuerte, tan lograda, que los visitantes occidentales acudirán, observarán y se marcharán convencidos de que cada respuesta, explicación y sonrisa atañe al conjunto del territorio y a cada uno de sus habitantes, al fin y al cabo tan parecidos.
Como si no bastaran Historia, extensión y demografía, acude también la antigüedad del sistema educativo a añadir una argolla más a las razones de que se vale Occidente para separar a estas gentes del mundo de los hombres libres. Basta con recordar, desde un lejano pasado, el empecinamiento en la memoria, la repetición, la reverencia hacia el poder establecido y el rechazo de las innovaciones. Aparece Confucio, predicando, no aventuras espirituales, sino, muy al contrario, cadenas jerárquicas tan apegadas al terruño como las cosechas, que no alzan la cabeza sino para recibir el sol y la lluvia enviados por el emperador o el merecido castigo de los superiores. Vendrá luego Mencio, que recoge y difunde las enseñanzas todavía vivas en los descendientes del maestro. El pueblo hizo de estos filósofos escépticos dioses y oraciones de sus máximas, quemó incienso a sus figurillas y cubrió sus figuras de leyendas. Los reyes se apresuraron a petrificar el confucianismo como única doctrina ortodoxa que consagraba el principio de autoridad, la sumisión y la reverencia; en el 136 d. C. los Han fijaron por escrito los quince autores clásicos y una docena de años después ya funcionaba en China el más antiguo sistema de exámenes que se conoce. Los candidatos al funcionariado memorizaban durante años y reproducían en el largo encierro de las pruebas los textos de aprobación oficial.
El poder los ha utilizado como pedestal durante siglos, ha abominado de ellos luego, cuando no deseaba compartir el panteón con otros dioses. Pero, rotas sus estatuas, aparece el perfil reconocible del inquieto sabio que busca solución a los males. Vivieron ambos en esa edad confusa que la historia china ha bautizado líricamente como periodo de Primavera y Otoño y luego de los Estados Combatientes, del s. VIII al III a. de C., vagaron por territorios devastados por la guerra, entre señores feudales que dedicaban a asesinarse buena parte de sus energías. Eran filósofos sociales y, más que filósofos, recopiladores y preceptores. Defendían una paz que permitiera aflorar lo mejor de los seres humanos, no concebían bien alguno si los reyes no garantizaban al menos a la gente del común protección, subsistencia y orden, buscaban el príncipe ejemplar, el gobierno de los justos en los que se reflejaba la armonía del Cielo. Como en todas las épocas confusas, creyeron en la Edad de Oro, en libros antiguos que recogían perdida sabiduría. De hecho, se nutren de crónicas, anales y odas rituales que formaban ya parte de la tradición literaria. A mayor desengaño, más añoraron tiempos de dirigentes perfectos. Confucio, que ha quedado como el prototipo de aversión a la exploración y el cambio, fue un inquieto viajero que, de una corte a otra, buscó el gobernante ideal, desempeñó cargos públicos y no olvidó ni su juventud pobre ni el apego a las tradiciones de su lugar y a su familia. ¿Qué mejor sistema político que el paternalismo bondadoso de un rey equitable que se instruye en las enseñanzas adecuadas?. Ahora bien, si el monarca era despótico e injusto perdía la ayuda del Cielo y el respeto de sus vasallos, a los que les era lícito destronarlo. Así explicaban los filósofos los cambios, y de la fugacidad de poder y honores se valían para convencer a los soberanos de la importancia de su educación moral. Es el viejo sueño áulico del intelectual, de Aristóteles y Platón al que espera ser nombrado, tras el último cambio de Gobierno, consejero del ministro: descubrir las verdades al dueño de los actos, domeñar al caballo de la violencia estatal. No se trata sino del despotismo benéfico e ilustrado que ha sido, hasta fechas muy recientes, la mejor alternativa posible al crudo empleo de la fuerza. Con distintas dosis de conformidad y desengaño, ambos filósofos acabaron sus vidas reducidos a su círculo de discípulos, con escasa añoranza, en Confucio al menos, de cargos a los que ya no aspiraba porque había logrado, al decir de los antiguos, la alegría del áurea mediócritas en el disfrute de los modestos placeres de la vida; un hedonismo bastante ajeno a la rígida imagen consagrada por el retrato oficial. Nos hallamos ante un paraíso que consiste en estudiar y ser funcionario, ideal nada lejano al del moderno Estado de Bienestar.
De igual manera que los emperadores se sirvieron de Confucio y de Mencio para avalar con firmas lo que era una recopilación de normas conservadoras con halagadoras pretensiones de sabiduría ancestral, los dirigentes posteriores han recurrido al mismo método con semejantes fines, pero con el régimen establecido en 1949 se alcanzó el virtuosismo. Para bien y para mal los jóvenes, y adultos, del instituto de lenguas extranjeras carecen de la posibilidad de leer a los clásicos porque éstos fueron eliminados, sobre todo desde la irónicamente llamada Revolución Cultural, de la estanterías de librerías y bibliotecas para dejar sitio, en exclusiva, a la media docena de obras de autores marxistas-leninistas, con el Presidente en primer lugar. Cuando la pedagogía estatal lo juzga oportuno, se hace circular un fragmento literario anterior adulterado, privado de su contexto y comentado según las directivas. Confucio tuvo así derecho a un revival inesperado cuando el Buró Político decidió lanzar la campaña Pi Lin, Pi Kon (¡Criticad a Lin Piao, criticad a Confucio!). Una revolución palaciega fallida había obligado a huir al delfín de Mao Tse-tung, Lin Piao, y sobre su muerte y la de su hijo se montó una historia rocambolesca que llegó hasta cada unidad de trabajo, instituto incluido, en forma de inefables textos de crítica dirigida y predigerida basada en la identificación de Lin con Kon y del tándem con la esencia del reaccionarismo antirrevolucionario.
De tener acceso a su propia historia, los estudiantes hubieran quizás frecuentado a un contemporáneo de Confucio de especial, pero opuesta, peligrosidad; una figura simpática y misteriosa que amaba la soledad y la exploración de las rutas internas que van liberando el espíritu. Lao-tsé pudo incluso preceder, y guiar, a Buda y a los primeros filósofos. También pudo vivir en épocas posteriores y reunir en sus enseñanzas la sabiduría legendaria de otros sabios. Su carrera es inversa a la de los razonables funcionarios; abandonó su puesto de bibliotecario oficial de los Chou y marchó hacia el oeste. Una hermosa leyenda narra cómo dejó el manuscrito de su Tao Te Ching al jefe de la guarnición que vigilaba el puesto de la frontera y desapareció luego camino de Occidente, que verá .después en su obra profundas analogías con el neoplatonismo, el estoicismo y los gnósticos. Ni político ni maestro, Lao-tsé desdeña la acción y busca el Tao, la Vía que une al indivíduo a la armonía del universo, admite la natural propensión de la naturaleza a la dinámica bipolar de contrarios, observa, bajo la vertiginosa mudanza del tiempo y la multiplicidad de los seres, la reconfortante quietud del vacío y de la eternidad, aconseja la prudente economía de la cuota de energía vital que a cada persona corresponde durante su existencia y sigue ejerciendo un atractivo del que carecen estadistas y consejeros. Su figura, de filósofo y místico ha atraído a la literatura y al arte, que desborda de pinturas de eremitas aislados en sus cuevas y de poemas sobre la montaña brumosa y la variación inmutable de la corriente del río. Tuvo además un discípulo, Chuang-tsu, que glosó sus ideas con rara belleza literaria. Mucho se ha hablado en Europa de las coincidencias entre Lao-tsé y los griegos, pero éstas se sitúan en el pensamiento puro y la búsqueda del ente divino que cabe descubir en cada ser, en el recurrente mito de la Edad de Oro, esa añoranza de un estado superior perdido que deja a la persona tendida en el suelo degradado de una tierra impura, los ojos fijos en el alto y lejano reino del que quedan vagos recuerdos de perfección. Estas consideraciones encaminadas a la pasiva y personal meditación no abrieron la puerta al pensamiento especulativo y a la ciencia; Lao-tsé es un antiprometeo con las metas de los solitarios. Como Mencio y Confucio, tampoco él se libró de los altares, la devoción y el incienso, ni de la desaparición de sus libros en la segunda mitad del s. XX.
Ya en la remota antigüedad el medio formaba parte del mensaje. Además de hacer de los clásicos, especialmente confucianos, el corpus de los exámenes estatales, los Han los grabaron en piedra en el 175 d. C. El papel ya había aparecido hacía siete décadas, sin embargo para la primera impresión de los sabios oficiales habrá que esperar al Periodo de las Cinco Dinastías, en el año mil. Los escritos budistas, que habían llegado con Hsüang Tsang, el monje peregrino, tres siglos antes, tienen, como la Biblia, una función motora en las actividades de imprenta, pero ésta va a reflejar la general involución autárquica china y, paralelamente al terreno comercial y político, se reducirá a la exégesis y reiteración de los contenidos de un círculo cerrado. El jesuita Mateo Ricci, primer sinólogo europeo y figura extraordinaria por todos los conceptos, es un paréntesis de apertura, leve y orientada hacia las armas y la observación de los cuerpos celestes, de la dinastía Ming al comienzo del siglo diecisiete. El gran despertar llega en el diecinueve, con el primer periódico en chino en Shanghai, el ritmo acelerado de publicaciones y el establecimiento de escuelas modernas, de forma que la remota antigüedad y la alta edad media, tras cubrir dos mil años, llegan a las puertas del siglo veinte y chocan sin transición con el mundo nuevo, que dispone en 1906 la supresión del sistema tradicional de exámenes y publica, en unas décadas vertiginosas, traducciones de obras extranjeras, revistas, llamadas a la huelga de estudiantes y profesores, debates sobre, política, ciencia, democracia y revolución literaria, programas de sindicatos y partidos, y las novelas, cuentos y ensayos de Lu Sin, que, con su desesperanzada tristeza, avivan la llama de la indignación nacional.
Para los enseñantes y enseñados de la China de los setenta el pasado es territorio de la nada, el teatro de sombras de contados héroes que se alzan y esfuman sin continuidad ni matices, que crecen de la pasta amorfa llamada las amplias masas, un humus popular bien nitrogenado por la opresión y la pobreza, elementos indispensables para la adecuada conciencia de clase fuera de la cual no hay salvación. Nada echan de menos en las estanterías porque no deben echarlo. Bastan gramáticas, diccionarios y los contadísimos libros en lenguas extranjeras cuyas páginas deletrean sin comprender su significado.
Falta, sobre todo, la belleza. La simple belleza en la caprichosa música de su forma, la inutilidad gloriosa de lo hermoso que, por sí mismo, es libertad. Podrían estar obras que pertenecen a la sustancia de la lengua, que asistieron a su nacimiento, como El Libro de las Odas, antología de poemas de entre el siglo X y el VII a. C., o las sentidas e íntimas elegías de Qu Yuan y los versos de Tao Qian y de la poetisa Tzu-yeh. Deberían estar, para la monotonía de las tardes y los silencios de las noches largas, los tejidos de historias de bandoleros, brujas, ogros, fantasmas, magos, campesinos, doncellas maltratadas y valientes muchachos enamorados; en los anaqueles brillan los huecos de Historia de los Tres Reinos, A las orillas del agua, Los Estudiantes, y la grande y terrible novela costumbrista escrita por Tsao Hsueh-qin en tiempos de la dinastía Ching, El sueño de la Cámara Roja. Faltan los viejos compañeros de cuyas manos han recorrido los campos, las calles y los sueños cientos de generaciones: las colecciones de poemas Tang, los versos de leve e imborrable gracia, e involuntaria transcendencia, de Li Po, Wang Wei, Tu Fu. Ellos supieron del esplendor de la naturaleza y del placer de la amistad y el vino, sentaron a su vera a la poesía, la pintura y la música, y midieron los días por la bruma, el ocaso, la luna y el amanecer. Desconfiaban de mayores permanencias que la de las imágenes en el agua. Su reino no era, a veces, de este mundo; el taoísta Li Po se creía inmortal y afín a la sustancia áurea de las cosas. No distinguían en un cuadro la frontera entre la realidad y lo pintado y, en un universo que hubiera sido grato a Borges, hablaron de caminos que se adentran en las montañas que acompañan una caligrafía. Dice mucho de la capacidad de destrucción del Gobierno de la República Popular el que ni siquiera tolerase a tan desinteresados pensadores. Mientras, para buena parte de los intelectuales de Occidente fue fácil acomodarse a la caricatura de pensamiento que el sistema maoísta ofrecía. Bastaba con ver en la población de aquel lejano país, tan enorme y tan ajeno, un termitero hecho a la repetición y a la sumisión desde la aurora de su Historia, y de ésta se espumaba un confucianismo en todo acorde con la eterna trama mandarinal que parecía destinada a dirigir, con general aquiescencia, los destinos de China.
Lengua y pensamiento
En la soledad de un despacho estilo soviético años cincuenta, la profesora europea hojea textos recientes cuyos caracteres son reconocibles en fotografías de trozos de hueso y caparazón de tortuga con conjuros que pudieron grabarse hace tres mil quinientos años. Mientras las civilizaciones iban y venían, destruían, creaban y, del dibujo inicial de los seres, pasaban a la rápida representación de los sonidos, dotándose así de una formidable y ágil herramienta intelectual, en China se dibujó el pictograma del agua, del campo y del fuego, y miles de otros, combinados pero no fonéticos, inalterables prácticamente hasta hoy. Hay un vértigo de continuidad en la percepción de tal universo, de un enrejado de nociones recortadas en perfiles precisos y superpuestas a las mentes de la población de un continente, a través de la Edad Antigua, Media, Moderna y Contemporánea.
Se trata de un espacio comunicativo compuesto de millares de átomos monosilábicos diferenciados semánticamente según el tono, combinados para generar nuevas palabras y encapsulados visualmente en caracteres de raíz iconográfica. Naturalmente en tal sistema el orden de los elementos de la frase es esencial para su correcta interpretación, el discurso sólo adquiere significado en su conjunto, y debe ayudarse de deícticos que actúan como clasificadores. Hay algo en ello de persistentemente geomántico, como si la leyenda de sus orígenes continuara manteniendo en maridaje los oráculos y la invención de la escritura, atribuidos ambos al sabio y mítico emperador Fu Hsi en fechas tan increíbles como el 2800 a. C. Él y su predecesor Sui Jen comienzan, al decir de Lao-Tsé, a gobernar el mundo, seguidos de Sheng Nung, que enseña a los hombres la agricultura, y de Huang Ti, que les muestra el arte de construir casas. No carece quizás de significado el hecho de que la escritura, el hallazgo de los ocho diagramas mágicos y el dominio de la visión del porvenir por medio de caracteres grabados en concha y hueso, preceda al descubrimiento de las artes esenciales para la vida. Como en el logos bíblico y griego, la palabra está actuando como principio de diferenciación y orden, sin lo que no hay civilización ni historia posible.
El Imperio del Medio irradia influencia a cada rama del árbol lingüístico al que pertenece. Su tronco, el chino-tibetano, cubre buena parte de Asia, pero también coexiste con el uralo-altaico, que agrupa a mongoles, manchúes y uigures. La lengua china se fragmenta a su vez en numerosos dialectos, lo suficientemente diversos como para resultar ininteligibles entre sí. Pero el predominio político, la estabilidad agrícola del rico corazón de loess, las tierras, a veces catastrófica pero regularmente irrigadas, la fuerza de la civilización tempranamente desarrollada, han mostrado un poder de cohesión extraordinario. Recuerda a un Egipto circular al que grandes ríos hubieran sujetado y alimentado, a un Latín mantenido por encima de lenguas vulgares y adoptado por vecinos y vasallos. Si de imperios se trata, es algo mayor que los Estados Unidos, pero sus zonas no cultivables son mucho más amplias. Las diferencias entre las distintas regiones son tan grandes en el plano humano como en el climático y geográfico. En el norte, entre gentes que viven en tierras altas y secas de temperaturas extremas y fundan su alimentación en el trigo, encontramos dos importantes minorías: los mongoles y los turki (uigures), que son musulmanes. En el sur, infinitamente más poblado, agrupado junto al lecho de los ríos-el río Amarillo o Huang Ho, el Yangtsé kiang o río Azul, el Chou Kiang o río Perla, etc-y en la costa, cuya base nutritiva es el arroz, vive ese tipo de poblaciones con que los europeos ha tenido contacto y a las que han identificado con la generalidad de los chinos. En el sudeste habitan además varias minorías: coreana, chuang, miao, puyi, yi, más la tibetana al oeste, aunque en este último caso, el del Tíbet, hay que hablar de un país invadido desde 1949 y no de una minoría nacional. En el censo, que es impreciso, estos grupos podrían sumar unos cuarenta millones de personas. La gran masa de la población propiamente china, que se llama a sí misma han-ren y a veces tang-ren en recuerdo de las famosas dinastías, está empleando una escritura pictográfica homogénea pero las lenguas que habla equivalen a las nuestras románicas. Aproximadamente más de cincuenta millones de personas emplean el dialecto Wu, unos treinta el Xiang, quince el Kang, treinta el Hakka y cifras similares el Yue y el Min. Hay, por supuesto, que contar también con las divisiones y subdivisiones dialectales dentro de cada región. Una de estas lenguas, el mandarín o chino del norte, netamente mayoritaria frente a la suma de las demás, es la general, la empleada y difundida progresivamente por los gobernantes con la voluntad de centralización que se manifiesta desde el siglo III a.C., de manera que del XV en adelante la variante culta y cultivada del dialecto de Pekín, el kuan jua, es el instrumento de comunicación oficial. Llegado el momento del gran cambio, de la expulsión de los emperadores y la fundación de la República en 1911, se planteó con carácter de urgencia el fortalecimiento de la unidad del país y para ello se creó en 1915 el Comité para la Búsqueda de una Lengua Nacional.
Pese a la sensación de mosaico mantenido artificialmente, existe una argamasa común y palpable de un extremo a otro del territorio e incluso en las colonias chinas de ultramar, la impronta del grupo humano con civilización más avanzada y fuerte, de la que la lengua es la simple manifestación plástica. Los han de procedencias muy dispares, que, para entenderse durante una conversación trazan en el aire o en la palma de la mano el carácter de la palabra cuyo sonido es para cada uno distinto, comparten rasgos que para el observador externo resultan inconfundibles. En Asia, como en Europa y América, el radical fraccionamiento lingüístico se ha dado o no en función del aislamiento y de la multiplicidad de núcleos de población con peso significativo. Esa dinámica ha mantenido modelos homogéneos de las costas del Cantábrico a la Patagonia y de Nueva Zelanda a Irlanda. En China el mantenimiento de la escritura con pictogramas ha tenido efecto doble: por una parte constituía un esperanto natural semejante a la iconografía de códigos generalizados, por otra la misma fijeza de esos signos y lo elevado de su número y variantes combinatorias hacía de ellos un sistema de jaulas a las que la expresión invidual no hallaba fácil acceso. Se ha hablado, en cuanto a la escritura china actual, de escritura morfémica puesto que, pese a sus remanentes pictográficos, se fundamenta en la reproducción de sonidos en unidades significantes mínimas que son más amplias que los fonemas-consonantes y vocales-utilizados por otros sistemas alfabéticos. El sistema morfémico, basado en elementos sonoros mayores que el fonema, es más estable durante largos periodos de tiempo que el fonemático y permite a personas de dialectos y pronunciaciones muy distintos leer y usar los mismos signos. Esta ventaja resulta muy atractiva desde el punto de vista político a la hora de establecer las grandes rutas del pensamiento
La contrapartida es la dificultad y jerarquización del aprendizaje, que sitúa a los clásicos fuera del alcance de un chino actual que carezca de estudios previos. Naturalmente el vertiginoso analfabetismo funcional, lingüístico e histórico, que están cosechando algunos sistemas educativos europeos (el español es buen ejemplo) está también situando buena parte de la literatura en limbos inaccesibles. La característica, y la gran desventaja práctica, del chino escrito reside en que para su lectura se precisa conocer gran número de caracteres, número que va en aumento según se amplían conocimientos, cultura y vocabulario. El lector occidental, una vez aprendidas las veintitantas letras de su alfabeto, puede leer cualquier texto. El lector de chino necesita manejar entre tres y cuatro mil caracteres para poder leer un periódico, y un conocedor de la literatura clásica precisaba identificar no menos de diez mil. El famoso diccionario Kang Xi, que data de 1716 y fue reimprimido en 1958, contenía unos cuarenta mil caracteres, pero es probable que cerca de treinta y cuatro mil fueran redundantes. Los profesores universitarios dicen conocer entre seis y ocho mil.
Cada carácter está compuesto por trazos, de uno a treinta y seis, cuya colocación es importante y complicada. Ello ha hecho que la mecanografía en China fuese una tarea sinfónica de especialistas y que la impresión, e incluso la emisión de un simple telegrama, implicara grandes problemas de tiempo, material, coste y posibilidad de error. A efectos de transcripción alfabética, desde 1892 se utilizó del sistema británico Wade-Giles. La contradictoria situación china es ser, por una parte, la primera lengua mundial, puesto que más de mil millones de personas la utilizan, pero su especial evolución, naturaleza y condicionamientos impiden el salto adaptativo que en otros idiomas y escrituras sí se ha llevado a cabo. El baihua, modelo estatal, simplificado y generalizado del pekinés, sustituye en 1917 a la lengua clásica, y el putonghua es el idioma oficial para todo el país a partir del año fundacional de la República Popular China, en 1949, culminando así la vieja tarea que comenzara el emperador Shih Huang-ti con medios harto drásticos. Respecto a la urgente adaptación a la grafía romanizada que el siglo XX impone, a partir de 1958 se adopta el pinyin en telegramas y textos para escolares. Su uso se generaliza, desde 1979, en la Agencia Internacional de Noticias Xinhua. Veinte años después, la informática ha devorado la reproducción mecánica y buena parte de los territorios del lenguaje escrito; la comunicación se apoya en códigos y soportes que abren sin duda panoramas insospechados, pero las innovaciones son fenómenos muy diluidos en la dinámica de una lengua y escritura que, al haber perdido sus antiguos rasgos flexivos y poseer numerosos homónimos, se ve sujeta a la primacía de la jerarquía sintáctica y a una inevitable gradación en el acceso al conocimiento, al libre recorrido por el léxico y a la apreciación de sus propios clásicos.
Desde Occidente, desde los ojos de occidente, es difícil no establecer, de nuevo, una cadena sutil entre el hoy en China, el mañana y el siempre, con cambios epidérmicos en el clero y la casta mandarinal que sólo afirmarían una estructura de base tan fatal y repetida como las fases lunares. Realidades, seres e historia son recreados y legitimados por caracteres de concentrado poder que los sacerdotes Shang graban y descifran, que ondean en edificios y paneles, que el Partido tiene, él solo, autoridad para interpretar, imponer y difundir. La extrapolación impone su abuso al hervor de los acontecimientos y las vidas. Por el patio, y por millones de patios, de un centro de enseñanza pasean los estudiantes, repitiendo textos de esta escritura que tiene un papel de filtro y ha trillado desde siempre la burocracia mandarinal calcando con fidelidad la arquitectura de su pirámide. Pero la escritura no es sólo un molde, un cliché del medio que lo genera. Es un factor activo, que produce y reproduce condiciones sociales y estructuras mentales. Se basa en la memorización, la repetición perseverante, la minuciosidad detallista, el apego respetuoso al modelo (cualquier ligero desplazamiento de un trazo da significados distintos). Marca una dependencia larga, prácticamente constante, de las fuentes de aprendizaje: Aunque se hayan memorizado cuatro, seis, ocho mil caracteres, diez mil, quedan más, cuyo conocimiento significa la ascensión a nuevas plataformas culturales y sociales. Esta larga dependencia de los modelos es característica y ha forjado ciertamente a su vez la mentalidad china. Cuando un occidental ha aprendido a leer y a escribir, aunque ignore amplios campos de las ciencias y de las artes, tiene sin embargo ya las llaves para adentrarse, si lo desea, autónomamente en ellas; su escritura puede ser grosera, rápida, inconclusa, pero, en general, resultará legible. La sumisión a maestros y textos es, en China, infinitamente más estrecha, el tiempo y la energía que deben dedicarse al aprendizaje de lectura y escritura mucho mayor, el efecto que produce este proceso en la mente posee sin duda características muy diversas a las propias del que se mueve por el hogar de los conceptos con el veloz auxilio de un puñado de letras.
Del ápice del poder llegan las normas que han de plasmar hábilmente los exégetas y aedos de las secciones culturales del Partido. De ellas desciende un entramado creciente y celular que reproduce, amplía y glosa discursos y textos. La neutralidad, incluso la de las simples leyes geométricas o naturales, apenas existe. La materia extranjera, foránea, se ha desvanecido. En los recintos últimos de la base de la pirámide desembocan fajos de documentos aptos (sinónimo de aconsejable, y éste de obligatorio) para el consumo. ¿Cómo no ceder a la tentación de ver en estas ordenadas filas de trazos con tendencia cúbica, que gozan del privilegio impositivo de la imagen y de la disciplina de la limitación conceptual, una radiografía del sistema entero, postrero eslabón de un largo hábito en el que el manejo de símbolos, la formación y reproducción de las ideas, son cualitativamente distintos a los caracterizados por el uso del alfabeto fonético?. Vendrán sinólogos, que estudiarán adecuadamente la relación entre sociología, psicología y formas de escritura. La profesora mira ojos que miran imágenes, que introducen en formas las ideas, moldeadas por su estuche pictográfico. Luego escucha repetir, tenaz, dócilmente, frases en la lengua extranjera, y halla en ese castellano pasado por la criba de un método ideológico previo la cristalización de anteriores mecanismos los cuales colorean la forma en que el sujeto ve el mundo y condicionan su actitud respecto a él. El nuevo aprendizaje corre por los cauces ya excavados y va a los moldes preexistentes. Le acompañan la inseparable música de la memorización y el recitado y la conciencia de que, en el sistema chino, la educación moral ha formado simplemente una unidad con el concepto de educación en sí.
Como talismanes venidos de otras épocas, pero cargados de poder, sobre la mesa reposan esas grafías capaces de fascinar al forastero ignorante de las lenguas orientales. La introducción en el significado y la historia de estos signos, perdurables como un metal precioso, supervivientes de los albores de la comunicación visualizada, ahonda el impacto que producen. La revista gubernamental Pekín Informa comenta el descubrimiento, en la provincia de Hopei, de un millar de tablillas de bambú con inscripciones de dos mil doscientos años de antigüedad, e ilustra el artículo con la fotografía de una de ellas. Los caracteres son perfectamente identificables con los actuales; no resultan extraños el embrujo, el amor que ha inspirado la caligrafía china entre sus adeptos. Situarse, por ejemplo, ante uno de los extraordinarios poemas de la época Tang es hallarse ante un mensaje conceptual y estético, ante una idea estilizada, finamente matizada, un uno de pensamiento y forma.
El pragmatismo reclamaba, empero, sus derechos. Por ello el grupo de escritores progresistas que había apoyado, en 1919, el Movimiento del Cuatro de Mayo, que marca un hito en el nacimiento de la democracia en China, se declara contra el antiguo sistema de escritura y el artificial estilo clásico llamado wen yan. En su lugar adoptan un tipo de lengua basada en la vernácula y semejante a la que se utilizó en las grandes novelas medievales; es la xin biahua o peihua (nueva habla corriente). Lejos de tratarse de una simple discusión académica, la iniciativa tenía mucho de conmovedor sacrificio en aras del anhelado renacimiento del país. Significaba, para un novelista y ensayista de la talla de Lu Sin, vestir su prosa, acostumbrada a moverse en la riqueza de la mejor literatura, con el tejido grosero de una apresurada simplificación vulgaIsa Un viejo amigo suyo, Lin Yutang, defendió la occidentalización radical de la gramática, de la sintaxis e incluso de la escritura. Fue una generación que vivió, como la española del 98, apasionadamente la necesidad de ruptura, el dolor y el amor por su país, la urgencia de un cambio para el que el destrozo de barreras tradicionales era visto como necesaria etapa hacia la liberación. Había que dejar atrás, cortar amarras con el imperio estancado y caduco, ignorar añoranzas y temores y atreverse a traer, en su integridad, desde Occidente, los valores y sistemas que alumbrarían un nuevo futuro. El régimen establecido en 1949 capitalizó el recuerdo y el prestigio de este grupo para su causa, beatificó a sus principales figuras y transformó a aquel puñado de demócratas en precursores de purgas de tabla rasa, anulación de la Historia y del páramo de pensamiento único que fue la Revolución Cultural. Cuando Lu Sin, que vive de 1881 a 1936, defiende sin paliativos, en la lengua como en los demás aspectos sociales, la europeización y modernización, está supeditando su envergadura de escritor, sus sentimientos nacionalistas y su valoración estética a la honestidad personal y la responsabilidad política. La febril voluntad de ruptura con el pasado que manifiestan él y sus coetáneos hunde sus raíces en la conciencia del peso y poder de la tradición tanto en China como en ellos mismos; de ahí la violencia de sus ataques hacia las formas de lo antiguo, la desmesura contradictoria de sus reacciones y la a veces ingenua esperanza que depositaron en la rápida adopción de los sistemas occidentales.
El sistema maoísta comenzó a ganar la guerra antes de nacer, en esos años críticos que se resuelven en una inolvidable traición. La Primera Guerra Mundial se acercaba a su fin. Japón, que había invadido el débil gigante continental y mostrado una virulencia que se repetiría, multiplicada, dos décadas más tarde, buscaba asegurar sus conquistas. Los jóvenes y los intelectuales chinos habían puesto desde principios de siglo su confianza en los modelos e ideales de Occidente como clave para la transformación de su país en un estado democrático y moderno. Aquella fe chocó de plano con el Tratado de Versalles. China confiaba en el apoyo de Estados Unidos frente a las pretensiones japonesas y creía en la política norteamericana de puertas abiertas, los renovadores contaron con la solidez y sinceridad de los principios morales y políticos de ese mundo hacia el que ahora se volvían y al que necesitaban. Pero en la mesa de negociaciones no se trató de principios sino de pactos sobre zonas de influencia y sobre la retirada, por parte de Japón, de una cláusula sobre igualdad racial en la que el Presidente Wilson veía un serio peligro de emigración oriental masiva. La delegación china se negó a firmar el Tratado.
Cuando las noticias llegaron a la universidad de Pekín cuantos habían puesto su confianza en Occidente se sintieron traicionados, abandonados a los invasores y a sí mismos. La manifestación del cuatro de mayo de 1919 dio nombre al movimiento, que se extendió por todo el país, contra la invasión japonesa y la corrupción local. Los intelectuales chinos descubrían lo que ya habían visto, y habían de ver, muchas otras capas de progresistas de países subdesarrollados. Tuvieron fe en los ideales proclamados por Europa y América, rompieron sus prejuicios, embridaron su orgullo, se creyeron habitantes de un mundo único en el cual nacionalismo y progreso consistían en aplicar cada vez lo mejor viniera de donde viniere. Eran la minoría que luchaba por empujar a una masa sometida, pasiva y alimentada con fanatismo e ignorancia hacia horizontes liberales y modernos. Se hallaron con el regateo mercantil de los Estados, con el miedo que su demografía y su pobreza inspiraban y con algo peor: con la ayuda activa a partidos y movimientos locales que les privarían de derechos y libertad, por parte de los supuestos simpatizantes occidentales de las fuerzas del progreso. De un abandono a otro, las finas capas democráticas que se habían ido formando trabajosamente en países de reciente despertar estarían destinadas a desaparecer, involuntarios rehenes del temor y de la necesidad europea de lejanas utopías, en un proceso que contribuyó de manera decisiva, a lo largo del siglo XX, a la formación y mantenimiento de los archipiélagos de Orwell.
Por otra parte, difícilmente podía Occidente sustraerse a la consideración de la situación china sin superponerle, inconscientemente, la imagen y estructuras de la Edad Media europea. Se trataba de un imperio antiguo, llegado a las puertas mismas de la época contemporánea con el bagaje fosilizado de una élite letrada y rectora que fundía los rasgos del señor feudal y los del clérigo, que se valía de los impuestos y del dominio y prestigio de palabras de cuya escritura tenía el monopolio. Lo novedoso del fenómeno era su persistencia. Alrededor de la pequeña pirámide de letrados se extendía, como en los campos medievales, un mar de personas que no sabían leer, vivían las vidas inseguras y trabajosas que Europa conociera antes de la revolución industrial y recibían los mensajes escritos con una mezcla de reverencia y temor. Nada extraordinario en el hecho de que la burocracia ancestral no hiciera sino cambiar de vestiduras y de formas, que la alfabetización se confundiera con el adoctrinamiento y que, finalmente, educación fuese sinónimo de propaganda. Una vez más la ley de los grandes números y de los enormes problemas a solventar en breve plazo justificaba a priori cualquier método, obviaba la observación crítica y condenaba a la nada ante la opinión mundial a cuantos intentaban hacerse oír sin someterse a los clichés del determinismo histórico y de las exigencias de metas indiscutibles que bañaban el discurso oficial en un continuo estado de excepción.
No era China la única, y España sabe algo del tema, que afrontaba el salto al Estado moderno con una población en gran parte analfabeta. La aceleración de la Historia ha distorsionado la visión del último siglo y puesto en un desmesurado primer plano a supervivientes y monopolizadores del espacio comunicativo. Desde el XIX la preocupación por la alfabetización y la educación ocupaba un puesto prioritario en las actividades de reformadores, regeneracionistas, revolucionarios y de prácticamente cualquier intelectual, y los chinos no fueron excepción al ideal de las repúblicas de profesores y sabios. Pero con dos corrientes que, si bien parecieron entremezclarse en sus orígenes, se decantaron pronto en direcciones opuestas: El partido comunista, por su mismo credo y naturaleza, estaba abocado a supeditar la educación a sus fines, al monopolio de su liderazgo y a la anulación, finalmente, de la realidad. Los demás, progresistas y renovadores, luchaban por mejoras de urgente aplicación, por concretos ideales de cambio a los que la reflexión, la formación y el compromiso individual dotaba de un marco moral; y fueron derrotados por la fuerza de los credos simples, de los hechos consumados y de la lógica del poder. Tras ambos se encontraba el fresco recuerdo de la burocracia mandarinal contra la que unos y otros se rebelaban. Sin embargo el transcurrir del tiempo haría patente que el verdadero heredero de aquélla sería el nuevo Gobierno chino, mientras el resto, moderno, abierto y realmente diferente, desaparecía o era hecho desaparecer. Lu Sin, con su humanidad profunda y angustiada, su labor docente y sus obras breves y sentidas, fue el pensador que marcó a toda su época. El régimen comunista no le borró como a tantos otros, sino que le reemplazó por un Lu Sin glorioso y deificado sin afinidad alguna con aquel escritor cuya auténtica grandeza había residido en la amargura conflictiva, el deseo de honestidad y la envergadura literaria. Mao Tse-tung maquilla su cadáver, le nombra generalísimo de la revolución cultural china, portaestandarte del nuevo sistema, y, finalmente, hace de él el comunista que jamás fue. No le faltaba razón al escritor al encresparse y rechazar el papel de líder del pensamiento que se empeñaban en otorgarle sus admiradores, y no en vano había puesto en guardia a la juventud china contra la abundancia de guías y gurús políticos, de los que desconfiaba profundamente. Sus escritos reflejan, con una claridad difícilmente superable, la posición de los intelectuales de su época respecto a la necesidad de cambio y a Occidente:
Cada vez que leo libros chinos tengo la impresión de que me hundo en un pasivo letargo que me aleja de la vida. Cuando leo libros extranjeros-exceptuando los libros hindúes-me pongo en contacto con la vida, me siento inclinado a la acción. Los libros chinos, incluso los que defienden la confrontación con el mundo exterior, respiran un optimismo de cadáveres. Los libros extranjeros, incluso los que son derrotistas o desesperados, expresan un derrotismo y una desesperanza de hombres vivos. En mi opinión, los jóvenes deberían leer lo menos posible, incluso nada en absoluto, de libros chinos, y leer lo más posible de libros extranjeros. Si sólo leen unos pocos libros chinos lo peor que puede pasarles es que sean algo incapaces de redactar composiciones literarias. Pero lo esencial para jóvenes de hoy no es hablar sino actuar; lo principal es que estén vivos.
En jardines de sueño, entre los macizos de flores raras, hermosas mujeres pensativas pasean su ociosidad sobrenatural; a la llamada de la grulla, las blancas nubes se alejan…Son sin duda visiones seductoras para la imaginación-pero, por mi parte, yo no puedo olvidar esta condición humana que es la mía-[2]
Al principio del siglo XX estos sectores de gente educada y con inquietudes ocupaban un espacio mínimo en el mapa demográfico, pero constituían la levadura natural del futuro progreso. Eran estudiantes y profesionales que atacaban el confucianismo y la estructura jerárquica de sumisión y defendían la liberación de la mujer. Muchos habían estado becados en Occidente o Japón, o estudiado en escuelas extranjeras, y pedían, desde las asociaciones que habían formado, en la universidad, la calle y los periódicos, tecnificación, apertura y democracia. Los contactos con otros países les habían hecho tomar brusca y amarga conciencia del atraso del propio. Eran el producto de la dinámica imparable que el Gobierno mismo se había visto obligado a poner en marcha ante la ineludible necesidad de modernizarse. La derrota frente a Japón, en 1895, y el reparto del imperio en zonas de influencia de las potencias occidentales ya no permitían la desdeñosa respuesta dada siglos antes por el emperador a los embajadores europeos. La luz había penetrado al echar las puertas abajo, y revelaba un reino de momias mantenido por estructuras caducas y polvorientas, que las reformas educativas de 1901, 1905 y 1911, tras el derrocamiento de la dinastía manchú, no hacían sino resaltar. El abrumador peso de los datos mostraba que hasta la primera década del siglo XX no se había introducido en el currículum el estudio de las Matemáticas, la Geografía, las Ciencias Naturales, la Historia Mundial y la formación profesional, que en los años treinta sólo un quince por ciento de los niños acudían a la escuela primaria y un porcentaje mucho menor a la secundaria, que la primera universidad, la de Pekín, no databa sino de 1898 y que, en 1948, para un territorio de diez millones de km2. y una población de cerca de seiscientos millones de habitantes, de la que la mitad tenía menos de veinticinco años, no había más que unos ciento cincuenta mil estudiantes repartidos en doscientos siete institutos de enseñanza superior.
Por diversos que fueran gobiernos y motivos, la modernización pasaba, con todos ellos, por cambios en el sistema de comunicación gráfica. El Comité de Investigación para la Reforma de la Lengua China Escrita había ya había simplificado en 1956 los caracteres más complicados y publicado un nuevo alfabeto. Se variaba además la disposición, que pasaba a ser en filas horizontales leídas de izquierda a derecha, como en los sistemas europeos, y no en hileras verticales de derecha a izquierda, de una a otra parte de la página, a la manera tradicional, consiguiendo así mayor rapidez en la lectura, puesto que el campo visual del ojo humano es más amplio en horizontal que en vertical. Durante la Revolución Cultural, en 1966, hubo carteles pidiendo una reducción drástica de caracteres, apoyada al parecer por el mismo Mao, pero tuvo escaso eco, ahogada por problemas mucho más graves y por la imposibilidad de representar cada carácter por un solo sonido. A lo largo de los años siguientes se ha continuado recurriendo al alfabeto romanizado como ayuda en el aprendizaje de nuevas palabras, lenguas extranjeras, nombres propios, y, de forma muy significativa, con la finalidad permanente de contribuir a la unificación lingüística del país. Su papel como auxiliar en el contacto con el mundo circundante parece imprescindible, pero el paso generalizado y total de la escritura pictográfica a la fonemática, es, por la variedad de lenguas que en la práctica componen China, extraordinariamente complejo y está unido a mutaciones de envergadura muy superior a la lingüística.
Mientras, los textos han cumplido, durante décadas, su función. Como un cedazo lanzado en las aguas de la realidad, llegan a la gente del instituto-segunda mitad del siglo XX; años setenta-noticias, informes y opiniones en función de los cuales se disponen sus vidas. Forman la verdad incuestionable, que se plasma, como la lengua oficial, en un puñado de folios. Cuanto éstos no nombran o autorizan simplemente no existe, desaparece, figura como delito o como graciosa concesión. Shu alaba la bondad paternal y oficiosa de los dirigentes del Partido, que sin duda, afirma, se ocupan de que, un día, ella pueda volver junto a su hijo y su marido para gastar los años que todavía le permita su corazón enfermo entre los suyos. No habla Shu de cuanto ya le ha sido negado, de los grandes trozos de tiempo, de satisfacción, de intimidad, de existencia privada, de cambio, conocimientos, variedad, afecto, viajes, que han sido simplemente omitidos en el trato que por parte del sistema recibe. En lugar de esto agradece el bocado ocasional que se le introduce entre los mimbres de la jaula, y deja su vida consciente discurrir sólo por la topografía oficial.
Segundo Viaje al Oeste
El imperio que pronto dejaría de serlo había comenzado su segundo Viaje al Oeste, por motivos y caminos muy distintos a los del venerable monje Hsüang Tsang. Ya no se trataba de volver cargado de escrituras búdicas y pasar el resto de sus días traduciéndolas en la dorada Xian del siglo VII. Ahora había que copiar la técnica, el armamento, robar el fuego a los bárbaros, aprender, como lo había hecho Japón, a imitar, multiplicar y despreciar. Las lenguas extranjeras se abren como ventanas en el tejido desgarrado e irregular del país. Quizás los estudiantes recordasen que el primer emperador Ming, Hung Wu, fundó en el siglo XIV, dentro de las directivas de su política de expansión comercial, una sin duda pionera escuela de intérpretes. Hubo después épocas en que, de forma paralela e inversa a los contactos con el sánscrito de las sutras, los jesuitas abrieron brecha en la sinología, y a ellos les siguieron misioneros de iglesias diversas. En tiempos mucho más lejanos la Ruta de la Seda había traído el eco de iraníes, judíos, cristianos y árabes. Los intercambios lingüísticos eran, en cualquier caso, extraordinariamente limitados y se situaban en las orlas del imperio a las que, por ejemplo, los soldados y religiosos españoles llevaban, en sus visitas, intérpretes filipinos. China no se encuentra confrontada con los países occidentales y sus lenguas hasta el siglo XIX, cuando, tras el final de la Guerra del Opio y la firma del Tratado de Nanking, la corte imperial se ve abocada a abrir fronteras y otorgar concesiones territoriales y económicas. La derrota de la Segunda Guerra, de 1858 a 1860, abre la navegación por el río Yangtsé a las potencias extranjeras, que gozarán de acceso diplomático y comercial, aranceles especiales y protección y privilegios para sus ciudadanos. Las esferas de influencia se sitúan en Manchuria, Mongolia Exterior y Sinkiang para Rusia; a Alemania corresponde el puerto de Kiaochow, en la provincia de Shangtung; los japoneses ocuparon la parte sur de Manchuria en 1931 y, durante una guerra de agresión que se caracterizó por su crueldad, invadieron diversos territorios, abandonados luego y que, tras la rendición de Japón en 1945, los Estados Unidos ayudaron a Chiang Kai-shek a recuperar. La presencia de Gran Bretaña es profunda y extensa, desde el Tíbet a los puertos y grandes ciudades del sur, entre las que estaba Hong Kong, que ya había sido cedido en el siglo XIX y que vio ampliados sus territorios con los de Kowloon; gozaba además de la promesa de consideración preferencial y exclusiva en el valle del Yangtsé. Francia también había obtenido garantías en el reconocimiento de su soberanía en Indochina y la cesión de los territorios limítrofes en la costa y el interior.
Las zonas de influencia no son fijas, siguen las peripecias de las guerras mundiales, de la de Estados Unidos contra el Japón, y de las disputas de las potencias entre ellas. Esta entrada brutal en la era contemporánea rompe, para bien y para mal, el rígido caparazón de la antigua China y alumbra, entre denuncias del imperialismo y exigencias de occidentalización, la transformación irreversible de lo que pocos años antes se consideraba inmutable reino. Éste hervía sin embargo con la rápida corriente de los tiempos, y su monarquía mandarinal era una tapa pétrea empeñada en contener e invertir la Historia. Nada plasma mejor la fosilizada política de la última dirigente Ching que el barco de mármol que se hizo construir en el Palacio de Verano con los fondos que las potencias occidentales, tras el armisticio que siguió a la entrada en Pekín de las tropas franco-británicas, le habían asignado para que dotase a China de una flota moderna. La temible regente, Tzu Hsi, seguía de cerca los intentos reformistas del joven emperador Kuang Shu, que apoyaba las iniciativas del grupo progresista liderado por Kang You-wei y veía como único futuro para el país su modernización, especialmente económica y educativa, y el establecimiento de una monarquía constitucional. La camarilla militar manchú, con Tzu Hsi al frente, aisló al emperador, ejecutó a cuantos progresistas pudo capturar y lanzó en 1900 una de las campañas xenófobas de las que tanto gustaba la emperatriz y que prendían tan fácilmente en la población humillada por la palmaria constatación de su inferioridad económica y militar. El alzamiento de los Bóxer, sociedad apoyada oficiosamente por la corte, se dedicó-no por vez primera- a la matanza de extranjeros, misioneros en su mayoría, hasta que las tropas occidentales entraron en Pekín. Ya era tarde para los planes reformistas con los que la monarquía Ching pretendió encalar su fachada y para los gestos como el abandono, en 1905, del milenario sistema de exámenes para funcionarios. Sun Yat Sen, educado en occidente, representaba, por su honestidad y fervor, el punto de referencia de los que propugnaban un rápido y decisivo cambio, que se produce en 1911, con la caída de la dinastía manchú, y la proclamación, un año después, de la tan esperada república. Nacía sin embargo ésta con el inmenso lastre de una población hecha a los usos medievales, a la peligrosa alternancia de resentimiento y orgullo irracionales por igual, y a la extrema ignorancia del espacio exterior. Tanto en China como en Japón, la democracia, los Estados modernos, habían sido impuestos tras derrumbar sistemas teocráticos, imperios por derecho divino, lo que nunca había impedido que sus muy humanos monarcas ocuparan el trono tras golpes de Estado, batallas y ejecuciones de sus predecesores, y que las dinastías reinantes fueran durante varias generaciones de origen extranjero, como mongoles o manchúes. Este siglo era distinto: las fronteras se habían abierto; Occidente, deseado, odiado, todavía apenas conocido, estaba ahí.
La influencia de Europa y América se afincará a lo largo de la costa, en los puertos, en la rica zona minera de Manchuria-hoy provincia de Heilungkiang-, y en las vías de comunicación fluviales y ferroviarias. Las enormes extensiones del interior apenas se verán afectadas por el contacto con los demonios extranjeros con una excepción: las escuelas de misiones, que han llegado hasta zonas remotas y gozan de prestigio social y pedagógico pero cuyo número será siempre escaso y que, tras servir de blanco a los ataques xenófobos y políticos, serán erradicadas durante los primeros años del régimen del 49 ó, como el resto de las confesiones religiosas, descenderán durante décadas a las catacumbas. Paralelamente, la liturgia de masas del PCChino se apropia de todos los espacios y ritos de forma similar a la del nacionalsocialismo alemán durante los años de predominio nazi. La exacerbación de la patria y del orgullo etnocéntrico, apenas velado por un credo marxista supuestamente universal, hace de las religiones occidentales una manifestación más de la agresión imperialista, un atentado contra los valores eternos de la gran China y un puente de espías y saboteadores que debe ser dinamitado, junto con otros caminos por los que algunos habían emprendido el viaje al Oeste.
La avanzadilla, mínima y conmovedora por las extraordinarias dimensiones que para los que la vivieron representaba su aventura, fue el grupo de ciento veinte estudiantes chinos enviados en 1872 a Estados Unidos, a los que siguieron otros que esperaban licenciarse en universidades de Japón y de Europa. Unos iban con becas gubernamentales o facilitadas por el país de acogida, otros por cuenta propia, un porcentaje considerable se dedicó a la ingeniería, la medicina, la agricultura, las ciencias naturales. Sobre todos ejercía el gobierno chino una estrecha vigilancia; a los que marcharon a Estados Unidos les fueron distribuidos calendarios con las fechas de los ritos que debían celebrar, la embajada supervisaba su actitud, se les exigía que llevaran minuciosos diarios de sus actividades, eran animados a concentrarse en el estudio y se les prohibía el matrimonio con extranjeras. Con fines muy distintos, abandonados a su suerte y considerados como simple mercancía, les habían precedido los coolies, cuyos supervivientes al trabajo en las minas de oro y en los ferrocarriles de California, aferrados a la lengua y usos que habían llevado como único caudal, formaban colonias en diversas ciudades de América. En situaciones económicas y sociales fundamentalmente diversas, sometidos a estricto control o ignorados por Pekín, los chinos han comenzado sus contactos externos con extrema reticencia a la mezcla y la apertura, como si en el platillo opuesto de la balanza se amontonaran excesivos siglos de aislamiento que precisasen de mucho más que décadas para hallar un equilibrio.
El inglés era (de hecho, lo sigue siendo) la llave hacia el saber y las técnicas, la puerta de la política y el comercio, la lengua de las ciencias y la vía hacia sociedades que hacían gala de prosperidad y esplendor. Los personajes de las novelas de Lu Sin emplean sus escasos recursos en enviar a sus hijos a escuelas donde se garantiza la comprensión de la lengua extranjera y su fluido uso. Pero lo que en principio había sido una forma utilitaria de arrebatar a Occidente los secretos de su poder militar se amplió pronto al vasto dominio de la literatura y, además de obras sobre el arte de la guerra, la estrategia y la balística, comenzaron a llegar a China traducciones de Spencer, Huxley, Stuart Mill, Hume, Adam Smith, Darwin, que en pocos años se hicieron indispensables en las bibliotecas de los estudiantes. Caso hubo en el que la literatura, la fuerza de su sentido y su belleza, saltó incluso sobre la ignorancia de la lengua, como los caracteres trazados por poetas remotos o los sonidos del ruso habían arrastrado hacia su desconocido universo a la profesora occidental. Así, un letrado llamado Lin Chu tradujo por sí solo noventa y tres libros ingleses, veinticinco franceses, diecinueve norteamericanos y seis rusos. No conocía lengua extranjera alguna, colaboraba con occidentales que sabían un poco de chino y que le explicaban el texto. Luego tomaba su pincel y lo transcribía en el chino clásico. De ese modo fueron revelados Dickens, Walter Scott, Stevenson, Victor Hugo, Dumas, Balzac, Cervantes, Tolstoi. Lin Chu tuvo numerosos imitadores. Se vertieron también muchos libros al chino a partir de traducciones japonesas. El interés de los lectores se centraba principalmente en obras de ciencia, filosofía y en las grandes novelas de la literatura mundial, y la aproximación a los textos se llevó a cabo, en lenguas distintas a la inglesa, a partir de traducciones previas y no del idioma original. Los lectores, la curiosidad y la difusión de los autores occidentales se extienden con intensidad y rapidez en un movimiento descubridor que no había tenido anteriormente parangón jamás. En 1912 el joven Mao Tse-tung pasa seis meses leyendo en la biblioteca de la ciudad de Changsha, provincia de Hunan. Previamente había asistido a una escuela comercial pero el empleo del inglés en buena parte de las clases le impidió continuar. Él ni conoce ni conocerá nunca lenguas extranjeras, pero su experiencia muestra que incluso en una ciudad interior de provincias existían ya, a principios de siglo, numerosas traducciones de Montesquieu, Adam Smith, Mill, Rousseau, Spencer, Darwin. Unas décadas más adelante, Mao eliminará de los anaqueles a todos ellos con eficacia y resultados mucho más devastadores que los del atraso, el aislamiento o la pobreza.
Los profesores chinos de 1973 reflejan aún el desvaído eco del viejo conflicto de los Ilustrados; de hecho han heredado el término, puesto que el régimen les cataloga genéricamente como jóvenes instruidos. Ya no lo son tanto. En ningún sentido. Sucesivas purgas, temores, autocríticas y trillas han reducido su mundo intelectual a un perímetro escaso que se caracteriza por la labranza circular del mismo terreno. Han debido olvidar lo que, por antiguo o foráneo, se consideraba cargado de valores eliminables. Han participado en sesiones de denuncia, ataque, degradación y loa. Se han regalado, como prenda de amor o amistad, las obras completas del Presidente Mao y han bordado su rostro a punto de cruz. Han aprendido que un gigantesco monumento de yeso en forma de antorcha es mucho más bello que el gentil y antiguo templo vecino, puesto que aquél simboliza la revolución, y así lo repiten a la extranjera a la que acompañan como intérpretes. De la misma forma responden sin pestañear que les parecen abominables los acordes de Bach, Beethoven o Mozart, porque la campaña oficial en boga ha colocado a la música clásica en el pervertido infierno de los valores burgueses. Antes de llegar a esta etapa de absoluto control estatal sus padres y abuelos conocieron campos de batalla menos devastados y más ruidosos, participaron del dilema entre el reconocimiento y el deseo de los superiores valores y logros alcanzados en occidente y el cariño y la fidelidad al propio país. Eran tiempos en que se podía confesar la preferencia y necesidad de los hallazgos de civilizaciones ajenas con la candidez con la que Lu Sin aconseja dejar la autóctona e impregnarse en la literatura extranjera, tiempos en los que el término nacionalismo no estaba todavía encanallado por los intereses espurios, el desahogo tribal y la estupidez rampante. El nacionalismo significó, en las minorías del XIX y primera mitad del XX, un sentimiento de genuino amor y preocupación que imponía el reconocimiento del atraso y la aceptación ávida de cuanto lo paliase, tuvo un fuerte componente intelectual porque se trataba de grupos de formación cultural elevada y de individuos con marcada personalidad y trayectoria profesional con frecuencia prometedora que escogieron invertir en el cambio del país su energías, su seguridad y su futuro. La distancia que les separa de los, posteriores, especialistas en la creación de cotos patrióticos privilegiados y de defensores de la exención fiscal es completa. Aquéllos fueron utópicos en el sentido más noble de una palabra que también ha encanallado luego su vecindad al asesinato; sus actitudes estuvieron cargadas de duda y de una búsqueda de corte humanista, abierta y plural. Y se encontraron solos.
Ilustrados, afrancesados, anglófilos, extranjerizantes, modernistas, lacayos, vendidos, prófugos, renegados, apátridas. Llueven los adjetivos sobre cuantos hubieron de enfrentarse al dilema entre nacionalismo y reconocimiento objetivo de los valores. Francia ofrecía a los Ilustrados españoles el modelo de un régimen de laicidad, libertades y adelantos en mucho preferible al de su país, como el que Estados Unidos inspirara antes a Francia y como Occidente mostraría después a los que pretendían alejarse de las teocracias, los caciques, las cárceles de la tradición y la implacable servidumbre gregaria de los usos de la tribu. Pero pasaron las épocas de conceptos universales y los que, desde países en desarrollo, habían aspirado limpiamente a sistemas de derechos individuales, constituciones y Estado no confesional se vieron relegados al doble ostracismo del régimen local y al de los pactos y la indiferencia, o reprobación, de la opinión de esos países desarrollados en los que se habían inspirado para un mejor futuro.
Las lámparas pequeñas a las que alimentaba el sentido común, la capacidad crítica y la independencia intelectual quedaron en China-como bien ilustra el ejemplo de las estrellas de su bandera- progresivamente eclipsadas por la potente unicidad del sol Osiris-Mao Tse-tung que se levanta-así reza el himno-sobre el horizonte. Desaparecieron anuladas por el enorme disco que, en su apoteosis, sostenía al extremo de cada rayo un libro rojo. El ocaso revela que las lámparas todavía están ahí.
Pero el eclipse va a ser largo porque a partir de los años treinta se está tejiendo una epopeya mítica que va a envolver educación, cultura y propaganda en sus pliegues durante varias generaciones. En 1934 ha comenzado la Larga Marcha del Ejército Rojo que, desde su soviet de Kiangsí, rompe el cerco de Chiang Kai-shek y se abre paso hacia el norte. Dos años más tarde la décima parte de los cien mil hombres que partieron conseguirá llegar viva a Yenán, tras recorrer diez mil kilómetros y atravesar nueve provincias en un semicírculo que roza las estribaciones del Tíbet y las fuentes del río Yangtsé. Los corresponsales norteamericanos que visitan la zona en los años cuarenta tienen la impresión de hallarse en una vasta escuela primaria. Se practica la enseñanza colectiva y se recurre al uso limitado de la escritura latinizada del chino para acelerar el aprendizaje. Mao había preconizado la fusión de politización y alfabetización del campesinado y los soldados debían ocuparse de la tarea y dedicar dos horas diarias a leer y escribir y otras dos al comentario de periódicos, con una metodología de trabajo en cadena en la que cada cual enseñaba al que sabía menos que él. Esto no se llevaba a cabo en establecimientos docentes sino por medio de actividades introducidas en la vida cotidiana. Los caracteres de hornillo, mesa, mijo y trigo se pegaban en lugares visibles o sobre los propios objetos para ser memorizados de un día a otro. Luego se acudía a las clases nocturnas. Durante el día los megáfonos repetían las consignas de los carteles, que los campesinos deletreaban en voz alta. En el periodo de Yenán, hasta 1949, funcionan dos universidades de los soviets chinos; su reglamento se basa en la unión de teoría y práctica, la alternancia con el trabajo manual y el hincapié en la metodología social y colectiva. Taxativamente se anuncia que El espíritu doctrinario del aprendizaje libresco, muerto, será concienzudamente corregido. No se trata ya de trabajo en la clandestinidad sino de un vasto Estado dentro del Estado organizado, controlado y sometido a un claro corpus de directivas, entre las que están el desarrollo de la democracia en la enseñanza y la conveniencia de animar a que se planteen preguntas y se aviven las discusiones con objeto de cultivar la independencia de pensamiento y de crítica.
Las premisas, en una primera lectura, resultan tan éticas como estéticas y, enmarcadas en su ambiente entusiasta y prometedor, enamoraron tanto a los corresponsales extranjeros como a los jóvenes chinos. Por una parte correspondían a las necesidades y al contexto de los soviets de Yenán, por otra canalizaban el violento rechazo de la juventud patriota respecto a un pasado opresivo en el que la cultura momificada pasaba como un cadáver de mano en mano entre los mandarines. Unos segundos de reflexión y sana toma de distancia, a los que puede añadirse cierta perspectiva histórica, hacen patente, empero, el claro esbozo de un programa perdurable que, en sus métodos e intenciones, no deja resquicio para la menor discrepancia. Las campañas alfabetizadoras, las sesiones instructivas, los enriquecedores debates, no tienen como finalidad el individuo, su progreso, el abanico libre de sus posibilidades; están supeditados en todo momento a un ideal político de rango superior, realización futura y premisas incuestionables en el que el sujeto de atención, y de simple existencia filosófica, son las diversas categorías de grupos sociales englobadas en la abstracción mayor, indiscutible y todopoderosa que se define como las amplias masas. Lectura y educación no sólo sirven para; son propaganda, sin que haya distinción entre ésta y aquéllas. Existe un pecado original de intención que separa de raíz las iniciativas maoístas, y marxistas en general, de las de otros reformistas y revolucionarios: el objeto de su tarea no son las personas sino el sistema, y hacia él y su ideal de completo desarrollo marchan sobre esas baldosas de buenas intenciones y lenguaje de bondad inatacable que pavimentan el camino del infierno. En la construcción del archipiélago Orwell se ha tomado una dirección fundamental, y fundamentalmente distinta a los diversos movimientos-misiones pedagógicas, bibliotecas populares, compañías de teatro ambulantes- que se dedicaron, en el XIX y principios de XX, a la labor de llevar cultura y progreso, belleza clásica y nuevo arte a las aldeas, los iletrados y los desposeídos. La política de Yenán consiste en la sumisión completa a los fines únicos del grupo único dirigente, fuertemente personalizado por Mao Tse-tung. No se trata de medidas provisionales destinadas a paliar las urgentes carencias de la extrema penuria del campesinado. Lo que parece simples observaciones de sentido común a las que no puede otorgarse más que el mérito ocasional de la utilidad inmediata se transforma en el credo y guía del sistema, de manera que la propaganda sustituye a información y educación de forma perdurable, el lenguaje invierte su sentido y democracia, discusión y crítica pasan a significar exactamente sus conceptos contrarios por cuanto se mueven en un marco totalizador que sólo concibe su empleo como servidores de las verdades de obligado, y entusiasta, asentimiento. En su unión indisoluble del trabajo manual y el intelectual, de teoría y práctica, y en la supeditación de arte, ciencia, literatura y pensamiento a la producción y las amplias masas Mao marca las reglas cardinales que impondrá durante varias décadas y de las que se valdrán su régimen y sus continuadores para eliminar toda disensión. Él ya había expresado estas constantes en su primera publicación conocida: un artículo, aparecido en abril de 1917, sobre la conveniencia de la educación física en la formación. En sus escritos de Yenán en 1940 sobre el materialismo dialéctico el idealismo es ya uno de los grandes enemigos filosóficos de cuya contaminación deberán guardarse los intelectuales. Si alguna duda les quedaba a éstos sobre el porvenir que les reservaba el nuevo régimen, desde luego la serie de conferencias que Mao les dedicó en 1942 se la aclaró suficientemente:
En la vida del pueblo se encierra siempre una mina de materia prima para el arte y la literatura, son cosas en su estado natural toscas, pero, a la vez, son las más vivas, las más ricas, y las más elementales, en este sentido, hacen palidecer a todo el arte y la literatura y constituyen el manantial único e inagotable de éstos. Es la única fuente, es la única posible, no puede haber otra (…) En este mundo no hay nada por encima del utilitarismo; en una sociedad de clases lo que no es el utilitarismo de una clase tiene que ser el de otra (…) No existe en la realidad el arte por el arte, el arte por encima de las clases, ni el arte que se desenvuelva paralela o independientemente de la política. (…) Por lo tanto, el trabajo del Partido en arte y literatura ocupa una posición determinada y fijada en el conjunto de su labor revolucionaria, y está subordinado a la tarea revolucionaria establecida por el Partido en un periodo revolucionario dado. Toda oposición a ello conducirá, de seguro, al dualismo o al pluralismo, y, en esencia, equivale a “política marxista, arte burgués”, como en el caso de Trotsky. (…) El arte y la literatura están subordinados a la política (…) Entonces, ¿no destruye el marxismo el “impulso creador?. Sí; ciertamente destruirá los impulsos creadores feudales, burgueses, pequeño-burgueses, del liberalismo, del individualismo, del nihilismo, del arte por el arte, de concepciones aristocráticas, decadentes, pesimistas, así como todos los otros impulsos creadores que no sean de las masas populares ni del proletariado. En lo que se refiere a los artistas y escritores proletarios, ¿no deben ser destruidos semejantes impulsos?. Yo creo que sí; tienen que ser destruidos totalmente, y a medida que se destruyan podrá edificarse lo nuevo.[3]
El discurso, en sí, tiene claros precedentes a escala nacional; en el estalinismo por supuesto, que enuncia premisas muy parecidas, pero también en el nazismo y sus trabajos prácticos de incineración de obras decadentes. Como línea de pensamiento, significa una completa fractura respecto a la apuesta griega por la teoría, sigue dirección opuesta a la liberación de la contingencia, de la religión-cuyo lugar ocupa en el marxismo el dogma político- y de la presión del grupo que es para la filosofía occidental condición indispensable para acceder a la pureza especulativa y a las colinas solitarias de la reflexión individual. El pragmatismo aspira a la canalización utilitaria de técnicas que han nacido en los descarnados territorios de las matemáticas, la geometría y de las consideraciones sobre el ser humano, los componentes del universo y la nada, limita la cultura al círculo de la experiencia inmediata y de la práctica y prohibe elevar la vista a la oscuridad cuajada de extrañas e inútiles estrellas.
La recapitulación de las consignas expresadas en los primeros escritos de Mao muestra, pues, una serie de ideas muy limitadas en su número y profundidad, a las que el tono categórico, la aparente simplicidad incuestionable y la finalidad supuestamente benéfica impulsa a calificar de verdaderas sin serlo en absoluto. De hecho enuncian perfectas falsedades, datos parciales, observaciones partidistas. Resultan halagadoras para las supuestas amplias masas por la misma pobreza de su análisis, entroncan con el pragmatismo tradicional y rural y, al eliminar los conceptos de excelencia, especulación teórica, valoración del individuo y creación libre, reducen el horizonte a dimensiones de mínimo esfuerzo intelectual. Se trata de simples estrategias coyunturales, pero la situación de poder por parte del Partido que las propugna, del Jefe que las afirma, hace de ellas dogmas. Sus inseparables compañeros son la denuncia, represión y eliminación de cualquier planteamiento, actividad, obra y persona concreta que les sea ajena. Su eficacia en la construcción de parcelas totalitarias, y las dimensiones de éstas, dependerán de la cantidad de poder de la que los que las utilizan dispongan. Podrán construir, no ya islas, sino un vasto continente del tamaño de la República Popular China. Eliminarán física o socialmente a unas cuantas decenas de millones de personas-ay de los disidentes cuando se manejan cifras macroscópicas-. Reducirán, en cuatro años de experimento camboyano, la población en un tercio. O deberán conformarse, en el caso de países democráticos, con los acogedores cotos de Educación y Cultura que la coyuntura o las votaciones ofrezcan a partidos y grupos de presión.
El discurso de Yenán es pieza clave, y ello salta a la vista si se compara con las directivas que van a ir rigiendo el desarrollo del régimen una vez instalado en Pekín. Lo que en los soviets podía considerarse como medidas de excepción dada la situación de guerra toma cuerpo de Ley en el nuevo Estado. El aviso a navegantes intelectuales es crucial por su énfasis tajante en la función de los productos de creación y pensamiento, por las normas estrictas en las que los enmarca, por la supeditación que fija, de entonces a hoy, de los intelectuales al Partido, y sobre todo por la manera inapelable con que elimina el derecho de existencia de todo campo, impulso, inspiración, obra, que no entre en lo expresamente indicado como bueno.
Mientras, las pequeñas ventanas de las lenguas extranjeras se iban cerrando; en nada correspondían a las necesidades de civiles y tropa. Los atisbos del exterior podían aún hallarse en los conocimientos de idiomas y autores occidentales de algunos de los líderes, estudiantes y profesores que llegaban a Yenán y en los principios del internacionalismo proletario, que hacían al Partido Comunista Chino mantener relaciones con otros partidos, seguir las luchas que tenían lugar en el resto del mundo y que impulsaron a Mao Tse-tung a escribir su Carta al pueblo español en 1937.
Como en la práctica mayoría de las Constituciones modernas, la de la República Popular China proclama, en 1949, el derecho de todo ciudadano a recibir educación. Pero no cualquiera. La literatura y las artes estarán, como reza el artículo 45, al servicio del pueblo y servirán para el esclarecimiento de su conciencia política y para fomentar su trabajo entusiasta. El acceso a la enseñanza será universal, pero marcado por lo que hoy se llamaría discriminación positiva, que prima a campesinos, obreros y, por supuesto, miembros del Partido y del Ejército (los cuales son, ambos, prácticamente entidad única) en todos los niveles, materias, convocatorias y circunstancias. Esta educación está indisolublemente unida al adoctrinamiento político y a la propaganda; siendo los tres términos en la práctica sinónimos, y así el artículo 47, al tiempo que prevé las clases que en su tiempo libre recibirán trabajadores y cuadros, ordena la educación política revolucionaria de los jóvenes intelectuales e intelectuales de estilo antiguo, de forma planificada y sistemática. Para el enfoque de Historia, Economía, Política, Cultura y Asuntos Internacionales el artículo 44 establece la aplicación de un punto de vista histórico-científico, y, en general, todas estas materias estarán caracterizadas por los rasgos de nuevas, democráticas, científicas y populares.
Tal panorama de apariencia casi idílica implica, en su aplicación y en el desarrollo del auténtico significado de sus términos, consecuencias que, lejos de asociarse en exclusiva al mundo asiático, a la nueva estructura administrativa o a un determinado periodo temporal, son perfectamente reconocibles porque se manifiestan, si se presentan las condiciones oportunas, en lugares y ocasiones muy diversos. Al tratarse en el proceso chino de una auténtica revolución, en cuanto afianzamiento de una clase recién llegada al poder, ésta precisa legitimación y la crea de una forma absoluta: buscando la anulación del pasado, excepto en muy contados rasgos nacionales, substituyéndolo por una conveniente mitología y proponiéndose la creación ex nihilo de un tipo de hombre pura materia prima en la que moldear el futuro. Es la famosa aspiración de Mao a la página en blanco, la anulación de los rasgos individuales y de la personal cuota de tradiciones, usos e historias, que se considera, por su desarrollo en las contaminadas tierras de épocas anteriores, una enfermedad. Nada asociado al mundo anterior al 49, a la especulación gratuita, a la elevación sobre el gusto y aceptación de los grandes contingentes campesinos, militares, obreros tiene carta de ciudadanía en el país nuevo. Como, naturalmente, la herencia biológica y cultural es inseparable de cada ser humano, esto genera de entrada un inmenso y permanente estado de excepción puesto que en realidad cada ciudadano es, y se sabe, potencial culpable que sólo limitará su culpabilidad señalando la de otros y garantizando contrición y propósito de enmienda. La lobotomía individual e histórica, el pecado original y el síndrome de lazareto son condiciones perfectas para la manipulación de contingentes cuya extensión variará según la cuota de poder de la que se disponga. Reúnen dosis significativas de ignorancia, miedo e imperiosa necesidad de aceptación por el grupo y, por su vaguedad, constituyen la base idónea para adaptaciones posteriores según movilizaciones y circunstancias.
La juventud adquiere por fuerza en este contexto un valor predominante. Es tanto más fiable cuanto más cercana a la infancia y se trata de la clase menos contaminada por sus orígenes, la hoja en blanco, el espejo implacable, y delator, de los vicios de la vieja generación. El sistema-hombres maduros que se prolongarán a sí mismos en una gerontocracia interminable-mantiene a los adultos en una pinza para la que recurre, además de a sus órganos de control, al limpio y entusiasta instrumento de la masa infantil y adolescente ascendida al rango de paradigma y norma.
Los distintos estamentos sociales han sido, a su vez, congelados en momentos y formas que son de por sí transitorios en el curso de la existencia, y se los ha reducido a estereotipos durables en espera de la fusión futura en la perfecta igualdad de la utopía. Obreros, Campesinos, Soldados, Jóvenes pertenecen a los arquetipos platónicos. La movilidad social-y también, en muchos aspectos, la física e intelectual-ha desaparecido, queda englobada en el vasto movimiento de masa cuyo ritmo es tan firme como imparable. Fuera de la incorporación a esta ola de irremisible ley histórica no puede esperarse la menor salvación.
Hay, sin embargo, enemigos con los que por fuerza hay que convivir porque el carácter de su objetividad es tan irrebatible como el peso inerte de los metales o la expansión de las ondas. La urgencia de la adquisición de técnica impone al pensamiento que se quiere nuevo, total y único una curiosa esquizofrenia voluntariamente consentida por dirigentes cuya prioridad es el rearme. La generalidad de las consignas atañe al conjunto de las ciencias humanas, al ejercicio meditativo, recopilador, ético y estético del pensamiento, pero evita territorios en los que la estrategia a corto plazo es primordial y no permite experimentos voluntaristas ni digresiones sobre la creatividad de las masas o la prometedora aportación del campesinado. China necesitaba técnica, y esta palabra ocupa un espacio significativo en las directivas. Se trata de moldear a los elementos como a un aliado más, darles la forma de la meta fijada o azotar las olas como el rey persa, y transmitir así a las miríadas de constructores de la gran nación futura el sentimiento de continuo combate y crecientes victorias. Las consignas pueden suplantar a la metodología científica con costes desdeñables-puentes caídos, cosechas perdidas, millares de muertos- en numerosos casos, pero existen reductos en los que la eficacia sola cuenta, la crudeza cristalina de la reflexión y la soledad, el fruto del silencio, la insobornable exigencia de las matemáticas. La República Popular dedicará una parte importante de esfuerzos y recursos a la consecución del armamento atómico. Los estudios y experimentos serán secretos, en zonas alejadas, y nada tendrán que ver con las llamadas a la socialización y politización de ciencias y artes que cubren el país. Se concentrarán en la capacidad intelectual y en la premura de incuestionables resultados y constituirán una burbuja aislada, un mundo atento a las leyes de la evidencia y al principio de realidad sumergido en un océano de consignas en sentido contrario.
Una ventana al oeste, al territorio impreciso de los países extranjeros, se ha mantenido abierta con especial amplitud: la Unión Soviética es el canal de modernización y ayuda, el correligionario en un mundo hostil y el puente con movimientos afines. Pese a la necesidad y a la afinidad de regímenes, la carga de desconfianza, de antigua hostilidad de vecinos y de orgullo patrio para el que el forzoso reconocimiento del atraso es un insulto, es enorme y está destinada a transformarse en la belicosa tirantez que los estados militares precisan. Por lo pronto se aprende el ruso, se ven algunas películas albanesas y coreanas y, con tan parco horizonte referencial, se transmite el mapa del planeta.
Los grandes movimientos educativos, en los que escolarización es sinónimo de propaganda, han llegado a la mayor parte del territorio. No se trata fundamentalmente de transmisión de conocimientos; ni siquiera se considera oportuno un currículum general o un calendario aconsejable. Cada organismo, guardería y escuela es estatal. En cada caso la tarea prioritaria consistirá en la reverencia a las premisas sociales, en la adhesión visible y activa a las movilizaciones, tareas y aprendizaje de datos que, por el lugar o la coyuntura, tienen preferencia. En los años cincuenta ya está instalado un sistema que, sin alardes técnicos ni espionaje sofisticado, es perfectamente capaz de controlar a una extensísima población. Se trata de un panal de Comités Populares supervisados y dirigidos a todos sus niveles por miembros del Partido Comunista, dividido a su vez en las diversas capas que, inseparables del Ejército, se van estrechando en los ápices de los países-provincia de los que, por su naturaleza y extensión, en realidad China está formada, y que se concentran de manera definitiva en el núcleo de la cima. La fragmentación, la supuesta adaptación, pluralidad y descentralización de los saberes básicos constituye un importante recurso de la manipulación permanente, sumerge de continuo a los sujetos infantiles, adolescentes, adultos, en un perpetuo estado de inseguridad cuya única fuente definitiva de elementos estables es los textos transmitidos por los delegados del Gobierno. La realidad se difumina hasta desaparecer en beneficio de la interpretación correcta de los datos, de su pertinencia. Hay un zarandeo continuo de experimentos, movilizaciones, llamadas al combate, gozoso para los más jóvenes, a los que ofrece el sucedáneo de la libertad, temible para los mayores, a los que no queda más refugio que la minuciosa atención a la ortodoxia estatal. Son sintomáticas, en este sentido, la aparición, fisión y desaparición de los ministerios. El de Educación se había inaugurado en octubre de 1949. El de Educación Superior en el 52, para ser abolido en el 58 y restablecido en 1964; de él dependían universidades importantes, institutos de lenguas extranjeras y centros de formación del profesorado. La atención del régimen a cuanto concierne a educación y cultura es extrema puesto que ambas constituyen el ámbito, por antonomasia, del control del individuo. Más se aleja éste de la etapa de formación infantil mayor es su diferenciación en aptitudes, capacidad, dotes y esfuerzo. Queda atrás el homogéneo colectivo, la supuesta blancura de la página, el papel del voluntarismo como nivelador forzoso. El régimen, los sectores de él más acérrimamente enraízados a la perdurabilidad del poder, no puede admitir la diferenciación que tenazmente brota en las hornadas de estudiantes y que es una fuerza considerable-como saben muy bien los líderes por el recuerdo de su propia juventud-concentrada en universidades y centros de enseñanza superior a los que no se puede mantener, con la adecuada firmeza, bajo el control que los comités ejercen en los escolares y el medio rural. La evidencia sale tenazmente al paso del mito de la materia prima virgen, las revoluciones multitudinarias, los grupos anónimos, los individuos intercambiables y las premisas de infalible aplicación. Se ha extendido el acceso a la enseñanza, pero faltan calidad y rigor. En 1956 Liu Shao-shi, que será nombrado Presidente de la República en el 58 y al que Mao designará más tarde villano oficial, asegura que La educación universal ya no es tan urgente ahora; actualmente el problema es todavía la educación superior y la necesidad de especialistas.
Desde sus comienzos Mao y el Partido han presentado como antitéticos y excluyentes conceptos como mayoría y élite, extensión y calidad, colectivo y persona, en beneficio siempre del primer término puesto que la extensión numérica concede instantánea preeminencia moral. Esto ha significado la implantación de un sistema educativo que, más allá de la alfabetización, es en buena parte ficticio y falso en sus términos, que se apoya en la voluntaria confusión y mezcla de edades y niveles, que se enorgullece de haber hecho proliferar centros de secundaria que son simples escuelas básicas, universidades que nada tienen del rango de tal excepto el título, y que se mueve en la perfecta impunidad que le otorga el dominio de los documentos oficiales. Obviamente esto significa la asimilación de cualquier discrepancia a un atentado contra la extensión de la cultura al pueblo. El procedimiento entra dentro de la manipulación clásica y ha seguido utilizándose-en España, sin ir más lejos-hasta nuestros días. Lo peculiar del caso chino es la enorme dimensión en la que es empleado. Cuando, vista la urgencia de disponer de cuadros que doten al país de una estructura moderna, se elevan voces contra la sumisión del sistema educativo a un rasero, además de ocupado en buena parte por la politización, conceptualmente muy bajo, la reacción del régimen, controlado en sus poderes fácticos por un Mao y un Ejército que no se han distinguido nunca por su estima de las labores de la mente, es lenta, calculada y arrasadora. Las acusaciones de revisionismo, burgués, partidario de una educación elitista alejada de las masas, que en los medios culturales de Occidente no han pasado de ser el recurso oportunista de partidos espurios, son, en situaciones de absoluto poder, letales. Por cierto, las estadísticas sobre escolarización en la China de los años cuarenta y cincuenta en ningún momento recuerdan el tejido educativo destruido, la trama-frágil, pero existente-y, por supuesto, como en todo comienzo y lugar, minoritaria-de personas cultivadas que desaparecieron o emigraron, o los que se vieron forzados a disimular, comprimir u olvidar sus conocimientos para ofrecer la imagen inocua del maestro rural. La Historia de los vencedores se volcó en el mito del mañana en pro del cual eran lícitos todos los métodos y precios. El silencio ha cubierto cuantos presentes estaban siendo y pudieron haber llegado a ser.
En mayo de 1956 el Partido lanza en forma de consigna, suscrita fervorosamente por Mao desde principios del 57, la cita clásica Que cien flores se abran; que cien escuelas de pensamiento rivalicen, animando a los intelectuales a que expresen sus críticas. Éstos, primero prudentes, abandonan la reserva, y la críticas no se paran en el detalle sino que se alzan contra el completo poder del Partido Comunista en todos los órdenes. La profesora occidental lee, años más tarde, sus historias, y reflexiona sobre el peculiar empleo del Gobierno chino de la metáfora, ante la cual siempre conviene huir a distancia conveniente, buscar barricada, armarse contra pétalos, juncos y primaverales brisas tras los que inevitablemente desciende el mazazo definitivo. Durante unos meses los profesores tuvieron, por vez primera, la oportunidad de expresar sus puntos de vista, y en ellos salieron a la luz todas las deficiencias de la educación superior y, más allá, las trabas a la más elemental libertad y uso del conocimiento:
La Universidad del Pueblo es universidad sólo de nombre, y se parece a una escuela secundaria en el contenido de su instrucción y en los métodos de enseñanza de escuela primaria.-Li Hsi-san.
La Universidad del Pueblo no es algo parecido a una escuela, sino una gran colmena de dogmatismo. Todo lo que en ella se hace es diseminar dogmatismo.-Hsu Meng-hsiung.
Cuando leen, muchos profesores de la Universidad del Pueblo no tienen opiniones propias. No hacen sino usar al por mayor material pedagógico traducido del ruso.-Lang Lang-tien.
La floración primaveral tiene poco porvenir. Durante el verano de 1957, y terminados los exámenes de licenciatura, el Consejo de Ministros hace saber que Todas las escuelas deben emitir las conclusiones de las encuestas políticas sobre los diplomados de este año; esas encuestas deben llevarse a cabo partiendo del comportamiento cotidiano del estudiante y sobre todo basándose en su comportamiento último durante el reciente movimiento de rectificación. El 1 de agosto se aprueba la Ley de la Educación por el Trabajo, que es una reforma educativa forzada aplicada a aquéllos que procede por petición de los servicios del Ministerio de Gobernación o de la Seguridad Pública, del organismo, de la asociación, de la empresa, de la escuela o de cualquier organización de la que dependa el interesado, o por el cabeza de familia o tutor.1
Es decir, cuando las flores han alcanzado la altura mínima segable el Buró Político lanza la campaña siguiente, llamada Movimiento Antiderechista o, con ese gentil uso de las metáforas que caracteriza al régimen, de Rectificación y que consiste en un vasto programa de delación a todos los niveles, del familiar y amistoso al estamental, para proceder seguidamente al envío a trabajos forzados de los licenciados que se han hecho notar por sus opiniones. Con la peculiaridad de que, al no existir marco jurídico ni tratarse de una condena con penas precisas, los destinos son tan diversos como indefinidos en su duración y carecen de control y recurso. Incluso deben aceptarse como una benévola oportunidad reformadora. La estrategia es doble: Dispersa, marca el paso y fanatiza a los estudiantes. Anula, aisla y reduce al ostracismo y el descrédito a las generaciones de más edad, puesto que cualquier crítica de la situación es inmediatamente etiquetada como la impotencia de los mayores para apreciar las bondades del nuevo sistema. La utilización de dualidades temporales que, por simple ubicación cronológica, quedan investidas del Bien o del Mal categóricos es un continuo recurso de estos procesos de justificación y ataque; su extrema simpleza intelectual y la visceralidad que excitan les hace altamente populares entre los sectores más jóvenes y menos cultos de la población.
Sin dejar el terreno de la Botánica, el Partido a continuación se dedica a la Campaña contra las hierbas venenosas, que consiste en aplicar el Movimiento de Rectificación a la eliminación, como mínimo social y política, de los que durante las Cien flores habían expresado ideas disconformes con las directivas estatales y la estructura del poder. Se trata en realidad de la obertura de una sinfonía de muy superior envergadura en la que los intelectuales han servido de simple bocado preliminar, un ensayo de la campaña más violenta que Mao había emprendido jamás: el Gran Salto Adelante. La grandiosidad, de la que en el extranjero sólo se ha visto la superficie y no los terribles efectos, de estos movimientos ha ocultado sectores y personas, numerosos, que ofrecieron otras alternativas y rechazaron las impuestas por una fuerza superior. En los años cincuenta en China todavía no se ha coagulado por completo el archipiélago de Orwell aunque la unificación del bloque se adivina ya tan irremisible como la llegada del frío del invierno; las expresiones que se encuentran en boca de los que expusieron sus críticas en el foro de Las Cien Flores podrían pertenecer a cualquier intelectual, han sido planteadas antes y después de esas fechas, en circunstancias similares y países muy lejanos, poseen todavía el aroma del pensamiento libre y, contra lo que se repetirá hasta la saciedad sobre los condicionamientos inevitables de la milenaria sumisión asiática y su mandarinato intemporal, obedecen a la simple evidencia de la lógica y la reflexión. Dentro y fuera del Gobierno formado en 1949 existen opciones que no son siempre, de manera prioritaria, simple lucha por el mando. Y se manifiestan en la arena pública de la Enseñanza.
La Educación ha sido aquí, como ocurre habitualmente en distintas latitudes, un terreno de prueba, una maqueta que se pliega cuando corresponde pasar al mundo de la acción, a las sólidas premisas económicas, a los enfrentamientos de camarillas y jefes. La Cultura tiene un papel alegórico y con frecuencia premonitorio; en su reducido escenario los políticos representan proyectos conscientemente inviables que anulan otras posibilidades de expresión y tienen la virtud extraordinaria de justificar su dominio y copar el espacio disponible. Las aulas fueron en China la tarjeta de visita de facciones que, desde el Buró Central, propugnaban diferentes vías. Mao y los sectores más fundamentalistas del tándem Partido Comunista/Ejército aspiran-lo harán siempre- a repetir el modelo de Yenán, la comuna agrícola, el soviet obrero, el leninismo puro. El primer plan quinquenal, diseñado por moderados con apoyo de gentes de solvencia profesional y ciertas garantías de modernización y progreso, no les satisface, ven incluso en las pequeñas mejoras y los compromisos cotidianos para la construcción del país y la elevación del nivel de vida de los ciudadanos una amenaza contra el Estado Futuro, el Mañana radicalmente distinto, luminoso y que requiere ahora cuanta energía y medios estén disponibles. La Educación, con su espeso poso de tradiciones y de saberes minoritarios, representa esa sociedad necesitada de una buena poda. Como todo dirigente, Mao ensalzará la importancia de las aulas; pero éstas, al este y al oeste, servirán de caja de resonancia, sala de pruebas e involuntarios alféreces de ejércitos que los estudiantes desconocen. Tras las inevitables declaraciones sobre la importancia decisiva de la Enseñanza, la atención será desviada al crudo reino de los intereses y de los actos.
Si los calendarios no impusieran sus cifras, el instituto de 1973 podría estar anclado casi en cualquier lugar y en una de las muchas fechas a las que se refiere la gloriosa historia oficial del país. O quizás después; o antes. En un espacio rural, cercano pero apartado de la villa, enhebrado a otros centros similares en los que se vive al ritmo lento de las referencias a la misma idea. Alguien pasa, leyendo en voz alta. Uno duerme con la cabeza apoyada en la gorra y el rostro a medias escondido por el termo del té. Todos visten de forma similar, una mezcla de campesino y obrero que alude a la clase trabajadora. No hay más técnica que la rudimentaria de principios de siglo ni otros ruidos que el roce de un cepillo sobre la madera y el cacareo y los gruñidos de animales domésticos. El interior, lo que encierran las tapas de los pocos libros, las gomas de muchas carpetas, los párpados de los profesores que descansan en los reducidos cubículos del edificio adyacente, es del mismo estilo. Se ha logrado, sin duda, un viejo y repetido sueño: el que nace de la fijación a una época de juventud y, a partir de ahí, intenta, durante toda la vida, reconstruir el escenario del pasado y exaltante esplendor, y lo justifica sobradamente por la sinceridad de la querencia, por la pasión de ideales cuya sangre adherida se ha olvidado o jamás se ve. Sobre el instituto somnoliento Mao continúa jugando a Yenán, lo habrá hecho cada década desde el 49, y lo hará hasta la ficción final de apoteosis que le rodea en su lecho de muerte. La profesora extranjera percibe, en la aparente pacífica armonía de este reducto cíclico, la engañosa distorsión de las formas, la ineluctable, incluso consoladora, procesión del tiempo. No. Nada se repite, nada puede disponer una vez y otra el paisaje campestre de las tiernas e ingenuas ilustraciones que decoran las paredes, las canciones, los gritos entusiastas de lucha contra el enemigo y por la producción. Muy de mañana los altavoces han despertado al personal del centro con las acostumbradas consignas, himnos y vibrantes tonos de violín. Alguien vendrá por la tarde, de la fábrica cercana, y contará cuán desgraciada era su existencia antes del 49 y qué felices les ha hecho el Partido a él y a su familia. El relato es un palimpsesto de las primeras comunas, fue cartilla tras la Gran Marcha y se ha reutilizado en campañas sucesivas y escenarios tan cuidadosamente semejantes que sólo la evidencia del calendario y los sutiles, pero insorbornables, arañazos de los sucesos transcurridos marcan el paso de las épocas. Contra el sólido telón del mito originario, el líder sostiene la bandera de su legitimidad, y revive incansablemente la epopeya, actores y escenarios del gran momento pasado cuyos hechos se funden con el agudo sentimiento de victoria y la tersa textura de la piel. En un vértigo del cual nada las pequeñas vidas saben, él se ha visto proyectado a las alturas del demiurgo, ha encontrado el material dispuesto para la transformación entre sus manos; y todos los siglos del mundo por delante. Hacer uno, dos, mil Yenán.
El Gran Salto Adelante pretende ya la unificación del continente totalitario. Sigue a los grandes planes quinquenales estalinistas, respecto a los que China actúa como orgulloso y magnificador espejo emulatorio, y embarca al país entero en la primera catástrofe cuyas cifras de muertos le colocan en uno de los primeros puestos del ranking de exterminaciones del siglo XX. Según la práctica habitual, el núcleo maoísta, afirmado por la purga anterior y por el apoyo del Ejército y de una población con amplio componente juvenil, ya pasablemente fanatizada y cortada del mundo exterior y de cualquier punto de referencia que no perteneciese a los dados por el régimen, rompe amarras con la evidencia, desdeña las vidas individuales como necesarios costes del proyecto y propugna un voluntarismo férreamente dirigido con el que se garantiza el salto, en breve espacio de tiempo, a la modernización industrial, el fulgurante avance respecto a sus vecinos y el resto del planeta, la consecución de la meta comunista tan imperfectamente pretendida por la Unión Soviética y las diminutas Albania y Corea. La trama económica existente salta en pedazos, las familias son agrupadas en comedores comunales y sus cacerolas y cucharas fundidas en cientos de miles de hornos que, en estadísticas ficticias, presumen de superar día a día las cotas de producción de hierro y acero a base de vomitar lingotes inservibles. Esta vez se hará un Yenán obrero, quemando etapas y campesinado y proclamando milagrosos logros en todos los terrenos.
Para educación y cultura es un genocidio durable, que, por otra parte, se reanudará, apenas restañadas las heridas, con el Yenán siguiente. El intelectual y profesional de edad madura sólo puede ejercer la ciencia y el arte de la supervivencia; bajo las imperativas consignas de que el trabajo productivo debe estar unido a todas las actividades, los intelectuales someterse a los trabajadores y la práctica llevar la voz cantante sobre la teoría, los centros de enseñanza superior no conservan de tales sino el nombre. Se asiste a una proliferación de universidades rojas y expertas, simples centros de adoctrinamiento y escuelas de tiempo libre fundadas por las autoridades locales. Su principal función es engrosar las estadísticas de prodigiosos avances y, sin duda, no menos prodigiosa disminución del fracaso escolar. El descenso vertiginoso de niveles reales, la devoción por las magnitudes numéricas, el desdén por el concepto de calidad y la coacción y el terror ya tan organizados que forman parte de la médula de los comportamientos y llegan a no percibirse como tales dan los rasgos clave de la época.
Los síndromes de Yenán nunca pudieron ser atacados frontalmente por los que, desde el Gobierno, conservaban cierta visión racional. La maquinaria era extraordinariamente eficaz en un pilar de la construcciones orwellianas: la perfusión a las masas de un comportamiento, por mayoritario, adecuado, la creación de certidumbre en la orientación exclusiva de la legitimidad moral, la consagración definitiva del hito fundacional mitológico que se funde con el diseño indiscutible del futuro. En sordina y cuidadosos de mostrar públicamente su adhesión a las consignas de Mao, el Buró Político y el Consejo de Estado intentaron codificar por decreto las horas empleadas en el trabajo manual por unos estudiantes y profesionales cuyo nivel y rendimiento bajaban a ojos vistas. El Partido controla por entonces de forma completa todos los aspectos de la Educación y las directivas son obtener en tiempo mínimo resultados espectaculares y rápidas hornadas de especialistas, mantener un trasvase e intercambio constante de lugares de trabajo, de enseñanza e individuos, reducir los años de estudio, acrecentar el trabajo físico.
Exige muy especial consideración el tratamiento, en tales procesos, del factor tiempo. En sí, el tiempo del que la persona dispone está ligado indisolublemente a su libertad, como lo están las posibilidades de soledad, la elección de compañía y el ejercicio plural de la información y de la reflexión. Las campañas descritas aspiran a ocupar todo el espacio mental y físico del individuo, le sitúan perennemente enrolado en grupos, perteneciente a células, comités, departamentos y equipos, muestran el típico horror vacui de todo comisario político que se precie a la cuadrícula disponible y la desconfianza inherente al burócrata socialista respecto a autonomía e iniciativa. El régimen precisa de la movilización permanente, programa actividades continuas y dispone un ritmo de vida comunitario cuya única posibilidad de desconexión y aislamiento es el sueño. Puede disfrutar fácilmente, hasta derrumbarse por la evidencia de su ruina, de apoyos mayoritarios porque se sustenta en las capas del tejido social menos exigentes y más proclives a la sumisión. Proporciona, a cambio de control, la seguridad de lo gregario y se especializa en la ocupación sistemática de cada uno de los caminos por los que pudieran presentarse otras formas y opciones al pensamiento. El ejercicio de la individualidad se ve cada segundo mediatizado por el peso del colectivo que gravita en todo su volumen, como una masa de agua considerable, entre el sujeto y la superficie de la realidad. Al precio de algunas decenas, quizás centenas, de millones de víctimas por hambrunas, trabajos forzados, suicidios y represalias y al de una miseria intelectual difícilmente igualable el Gran Salto Adelante nos habrá dejado un cumplido ejemplo de metodología totalitaria.
Anteriormente, y durante los años que preceden a la campaña del Gran Salto, la década ha estado en buena parte marcada por el general esfuerzo pedagógico cuya efervescencia y reciente organización permite ciertos márgenes de pluralismo. En las empresas, el comité del Partido selecciona a los trabajadores que acudirán a las clases en sus horas libres. Entre 1957 y 1960 las cifras de matriculados alcanzan bruscamente cotas astronómicas. Reflejan simplemente el general procedimiento de adornar las estadísticas con los más fantásticos datos de producción, aplicado por igual a las toneladas de cereales, de acero o de diplomados. Priman el concepto de área, las disciplinas tecnológicas y la adecuación a las necesidades de la planificación. Respecto a la selección de estudiantes de enseñanza superior, su admisión a los exámenes de ingreso, que duran varios días, está condicionada a los certificados de presentación que proporcionan al candidato su escuela secundaria, unidad de trabajo o destacamento del Ejército. El temario varía según la carrera solicitada pero en todos los casos se exigen conocimientos políticos y lengua china. Con frecuencia, pero de forma variable según temporadas y materias, se incluye también un idioma extranjero, el ruso o el inglés, aunque con exenciones en el caso de candidatos que no los habían cursado en la escuela secundaria. Se consideraba esencial el origen del estudiante, sus referencias familiares favorables como militante, soldado, campesino o proletario, y se completaba su perfil con el examen de conocimientos políticos, que consistía en un test sobre su ideología y actitud respecto a campañas como las Cien Flores o el Gran Salto Adelante.
Las ventanas al oeste se fueron cerrando. Ya a mediados de los cincuenta los escritores europeos invitados a observar la revolución de la República Popular, y que serán tan fervientes propagandistas de ella como colaboradores por omisión en las ingentes cantidades de sumisión y dolor que ésta genera, hablarán de librerías estatales con obras chinas y, aparte, una sección de literatura internacional-donde, por cierto, no se citan libros hispanoamericanos ni españoles ni traducciones de éstos-en la que olvidan observar si el acceso es libre para la población local.1 Llega el turno de cerrarse a la última ventana que, con todos sus condicionamientos y distorsiones, se había mantenido abierta hacia el exterior: comienza el conflicto con la Unión Soviética como consecuencia lógica de una dinámica imparable de nacionalismo, autarquía y construcción en gran escala del hecho diferencial. A partir de ahí se abrirán ventanas extrañas cuyo recuadro ofrece vistas ficticias pintadas en un gran muro que rodea a los visitantes, los ciudadanos y al mundo voluntarista de los dirigentes.
A diferencia de la URSS, de la que fueron filtrándose datos, informes de disidentes y las evidencias cercanas de la situación en los Países del Este y del Muro, el régimen chino disfrutará durante décadas de la discreción, la opacidad y el beneplácito de los comentaristas europeos. Las ficciones de alegres campesinos, abundantes cosechas, prósperas aldeas y pulcros proletarios, que se desplegaban y plegaban a lo largo del recorrido de las visitas de Mao Tse-tung, han animado sin duda con su coreografía el turismo político-social de los extranjeros a los que se permitía entrar en el país. Era además de mal gusto, y se recibía con extrema frialdad, cualquier observación de éstos sobre los posibles problemas de la economía china, tema que sus anfitriones consideraban de categoría exclusivamente doméstica y restringida al ámbito privado. Si en Occidente se barajaban cifras de muertos, datos sobre la vertiginosa regresión industrial y la ruina agrícola, éstos se consideraban automáticamente como infundios lanzados por los servicios de propaganda norteamericanos. La Europa que arrastraba desde 1945 la deuda, primero militar y luego de reconstrucción económica, con Estados Unidos se complació en buscar lejanas independencias y gozar, alineándose junto a ellas, del reflejo de sus desafíos a la rica potencia cuya decisiva intervención se habían visto obligadas a agradecer las democracias del viejo continente a partir de la Segunda Guerra Mundial.
-¿Siempre quisiste estudiar español?
Pregunta la profesora extranjera al apacible colega que repasa sus apuntes.
-Oh, no. Al principio elegí el ruso. Para poder interrogar a los prisioneros.
En cuestión de diez años la nueva ventana al oeste se ha reducido a un búnker mientras los paisajes del mundo exterior han sido reemplazados por biombos decorados con una geografía humana que procede de las mentes y de la voluntad del Buró Político. La gran Rusia representó desde 1950 la nueva apertura hacia el espacio extranjero, el aprendizaje de su lengua reemplazó masivamente al inglés y la aislada China recibió ávidamente de ella, en la cruda época de la Guerra Fría, enormes cantidades de material científico, libros de texto, traducciones y obras literarias. La cultura anglosajona pasaba a un segundo plano y era recibida a través del filtro previo de las ediciones soviéticas. Entre las dos repúblicas populares circuló una corriente de profesores, becarios, formadores y estudiantes que probablemente duplicaba a los anteriores contingentes de jóvenes chinos que acudieron a universidades norteamericanas pero que no significa apertura alguna real del país sino involución. Las cifras pueden parecer elevadas respecto a las precedentes, pero son mínimas comparadas a la población de China, dependen rígidamente de las disposiciones y beneplácito oficiales y nada tienen que ver con la libertad o fluidez de desplazamientos ni con la ampliación del horizonte intelectual aunque ésta en ocasiones se diera. Se trataba de transplantar industria, copiar técnica, quemar etapas y cumplir planes. Durante diez años, en las escuelas superiores se aprende, enseña y lee en ruso, los dirigentes exhortan continua y fervorosamente al aprendizaje de los cooperantes soviéticos, y éstos enseñan, además de sus materias, teoría política según la premisa de que todo conocimiento está supeditado al enfoque en una correcta línea ideológica.
El ejercicio gimnástico según el cual las operaciones de la mente se adaptan a etapa, molde, ritmos e itinerario recoge las premisas de Yenán, las afianza con los usos ya habituales al discurso propio del régimen soviético y cumple a la perfección su papel de creación selectiva de la realidad. La utilización, durante este periodo, de la referencia de origen de la Unión Soviética como recurso de autoridad, el hincapié a la atención y la modestia con las que habían de seguirse sus enseñanzas, permiten a Pekín, a partir del enfriamiento de las relaciones entre ambos países, canalizar el descontento y la rebeldía hacia el indispensable enemigo exterior. Las declaraciones de amistad y admiración inquebrantables se verán reemplazadas, tras la ruptura, por todo tipo de quejas: copia literal de los materiales y métodos soviéticos sin ocuparse de las peculiaridades chinas, servilismo ante los textos extranjeros, transplante literal, sin modificación alguna, de los programas pedagógicos, abrumadoras tareas para los estudiantes, alto porcentaje de suspensos, actitud acrítica, mecánica y repetitiva de los profesores chinos ante los textos soviéticos, actitud altiva de los expertos extranjeros, etc, etc. Nada de esto era nuevo. El Acuerdo Chino-Soviético de Cooperación Técnica y Científica databa del 54 y en él se preveía el intercambio de científicos y estudiantes de la forma que mejor garantizara un aprovechamiento óptimo, por parte de la República Popular China, de los conocimientos de la URSS; el acuerdo incluía la sistemática adopción de la práctica y teoría soviéticas y la rápida traducción de los textos rusos .Nuevos acuerdos se firmarían cuatro años más tarde, cuando ya Mao Tse-tung estaba lanzando el Gran Salto Adelante, de forma que la campaña no sólo resquebrajó todas las estructuras del país sino que también sacudió las bases en que se sustentaba la cooperación con el hermano mayor socialista hasta culminar en la, aparentemente, brusca ruptura y la salida del país de los expertos soviéticos que, junto con sus familias, residían en China.
-¡Sintieron tanto marcharse…!. Algunos lloraban. La mujer del ingeniero me quería mucho, me trataba como a un hijo.
El bibliotecario sonríe mientras contesta a las preguntas de la profesora extranjera sobre el ambiente anterior a la ruptura con Moscú. Su respuesta sería un hermoso ejemplo del final predominio del sentir individual sobre las consignas, una grieta en la superficie del muro del discurso oficial, si no fuera porque, en distintas ocasiones y labios, cuando ella alude al tema, escucha frases del tipo:
-Me invitaron con frecuencia a comer. La señora me quería como una madre.
-Éramos para ellos su familia.
-Se sentían muy felices en China.
-No comprendían. Lloraron al dejarnos.
-Una despedida triste….
Ocurre que lo adecuado es distinguir entre las sanas inclinaciones del pueblo ruso-la masa es buena, a veces engañada, obligada otras a tomar falsos caminos-y las nefastas opciones de sus dirigentes. Hay que pensarlo, conviene repetirlo. Y lo repiten, como los tonos líricos integrados en los decididos acordes de un himno. Tarde, mucho más tarde, la cooperante comprenderá que las expansiones sentimentales forman parte necesaria del rígido proceso de alineación de la mente según una doctrina, y que, a mayor invasión monocolor del espacio interno, más imprescindible se hace el desahogo del suspiro y las lágrimas que, aplicado en el momento justo y según los ritmos y estímulos establecidos, circula por la esclusa, restablece niveles, y deja inalterados en la superficie los perfiles costeros de la topografía ortodoxa.
Llega también un día, para la extranjera, el lechero intempestivo de las botellas negras, la disposición inapelable, vertical, cuyo origen se pierde en un vértice gris. Con la misma premura que los expertos rusos, recibe, de las autoridades chinas, la orden de partida. Su presencia ya no es grata. El vacío se instala en torno suyo, el teléfono enmudece, los afectuosos conocidos han desaparecido enclaustrados en permanentes reuniones, se desplaza en un halo de cuidadosa soledad donde un saludo podría parecer la nota discordante en su nuevo estado de inminente y definitiva ausencia. Toda expresión de familiaridad y afecto ha quedado eliminada del trato de los que la rodean. Sólo en una ocasión de breve coincidencia a solas ve, como en el escaparate de una tienda cerrada, el vaho de conmiseración que acristala los ojos de un colega chino con el que ha intentado intercambiar unas frases y que, sentado frente a ella, al otro lado de la mesa, alza un rostro silencioso que se hunde enseguida en el fajo de papeles cuya primera página lee una y otra vez.
-Se volvieron locos.-dicen los comentadores rusos cuando hablan del ambiente que rodeó la ruptura con China-Estaban convencidos de que podían hacer puentes, diccionarios, operaciones quirúrgicas y planes hidrológicos con el pensamiento de Mao. Era imposible trabajar con ellos. Veían espías, detractores y saboteadores en cualquiera que no mostrara su entusiasmo por la campaña con la que debían saltar cincuenta, cien años hacia adelante.
Sustituyendo lugares y líderes, había mucho en las consignas chinas de las tremendas planificaciones estalinistas, los campos desolados y el obediente culto al acero. Se habla de una disparidad radical, entre los gobiernos de ambos países, cuando el Buró Político chino pisó el acelerador para dotarse de armamento nuclear. En el oleaje que zarandeó a millones de individuos, que vació en cuestión de días fábricas, embalses y departamentos de universidades y que dejó sin piezas de repuesto a las apenas instaladas cadenas de montaje podría existir un epicentro soberano cuyos trabajos Pekín se guardaba muy bien de turbar con experimentos ideológicos: la prioridad atómica.
Las ventanas al oeste lo son, durante esta primera década de gobierno del Partido Comunista Chino, como rampa utilitaria hacia la técnica; inglés y ruso funcionan como claves de ingeniería, electrónica, bioquímica y agronomía.. El ritmo es acelerado, los textos resumidos, los especialistas jóvenes, lo cual dice mucho de la purga que se ha efectuado, entre las capas cultivadas, durante los primeros años del régimen. El recurso a la memoria sigue en vigor, esta vez para reemplazar la comprensión dificultosa de páginas traducidas y extractadas con apresuramiento. El Ministerio de Educación Superior somete a un examen y a un filtro severo a los estudiantes y científicos que proyecta enviar al extranjero-en su mayoría a la Unión Soviética, pero también a Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y otros países-para completar sus conocimientos. La Academia de Ciencias-como, en general, todas las instituciones culturales-ejerce, con su presidente Kuo Mo-yo, una labor de selección en la que ocupa lugar preponderante la fidelidad indiscutible al Partido Comunista. La planificación según estos criterios no parece siempre ajustarse a necesidades y eficacia; así, mientras la Agencia China de Noticias Sinjua informa, en 1955, de que buena parte de los estudiantes chinos enviados a la Unión Soviética se hallan en grandes dificultades para seguir las explicaciones a causa de su insuficiente conocimiento de la lengua del país, por otra parte, en el 57-58, se citan numerosos casos de graduados en ruso y en lenguas orientales cuyo número no corresponde a las necesidades del Estado, de forma que, no sabiendo dónde colocarlos, las instituciones se los enviaban de unas a otras. A pesar de los pesares sin embargo, y hasta el voluntarioso ensayo y golpe de poder maoísta del 58, durante esos primeros años el país ha ido estableciendo una red pedagógica, secundaria y superior y presenta un crecimiento sostenido de centros de enseñanza y de materias, en las que el español, al que la distancia geográfica y política sitúan fuera de la atención e intereses de la República Popular, es prácticamente inexistente.
Los estudios de Humanidades suelen recibir el primer golpe cuando se emprenden campañas que, como el Gran Salto Adelante y tantas otras, son incompatibles con la individualidad y gratuidad del pensamiento. Arte, Historia, Filosofía, Lingüística son los primeros, en 1958, en ser acusados de pecar contra la directiva de integrar el aprendizaje a la producción. Así, por ejemplo, los estudiantes de lenguas extranjeras aseguran que el alfabeto latino no tiene relación con el trabajo productivo. Las declaraciones de este tipo, que aparecen en las publicaciones de los departamentos, corresponden a la necesidad de manifestar la adecuada asimilación y aplicación de las consignas recibidas con el debido celo expresado en ejemplos concretos. Una de las tareas metódicas del circuito político consiste en enviar acuse de recibo de las circulares, incluyendo datos locales que avalen a efectos burocráticos la integración de las directivas a la actividad cotidiana. El impedimento, los argumentos a contrario, la defensa de la teoría filosófica o la belleza artística per se son inimaginables; pero la sumisión no basta. Se precisa la prueba escrita, debidamente ordenada en el flujo y reflujo de documentos que nutren al sistema, según la cual los nocivos usos anteriores han sido reemplazados, a la luz de la campaña en curso, por una nueva metodología y actitud.
El Gran Salto Adelante fracciona y diezma las todavía recientes estructuras educativas. Hay un gran silencio, una notable escasez de datos respecto al terrible trienio 59-60-61. Mao culpa a las malas cosechas y a la infidelidad de Moscú del desastre económico. El hambre es tal que los centros de enseñanza se paralizan para que estudiantes y profesores, que pasan buena parte del tiempo acostados, economicen al máximo esfuerzo y energía vital. Quizás también para que no utilicen la que les queda en elucubraciones extemporáneas que puedan poner en tela de juicio las explicaciones oficiales. Los expertos rusos han recibido, el 16 de julio de 1960 la orden repentina de regresar a su país y su retirada, que probablemente se gestó tiempo atrás en las altas cúpulas de los burós políticos, aparece ante la opinión pública como una traición, un orgulloso gesto de prepotencia que dejaba proyectos inconclusos y complejos industriales esquilmados de planos y repuestos. Los soviéticos hablan de fanatismo y delirio. Mao dispone ahora de las imágenes de un grande y próximo enemigo y de un planeta carcomido por la corrupción del capital. Su figura se eleva en un país devastado en el que los dirigentes más moderados carecen de peso y de fuerza para oponérsele. Son años de violenta fuga hacia adelante, el fallido salto lleva al Gran Timonel a concentrar el foco de atención en la escena internacional y planear, frente al aislamiento y los imperativos domésticos de la realidad, el liderazgo de la revolución mundial. Durante la crisis de los misiles, en 1962, Mao, junto con Fidel Castro, reprocha a la URSS su retirada. Como el presidente cubano, el Gobierno chino hubiera visto con agrado una confrontación nuclear, que no podía redundar, por cierto, sino en el debilitamiento del otrora gran hermano socialista. Pekín acusa al nuevo gobierno de Moscú de revisionismo y traición a la ideología comunista y a las enseñanzas de Marx y Lenin. Entre tanto, pese a las hambrunas, la crisis industrial, el aislamiento y la regresión, China continúa, en el lejano Sinkiang, el desarrollo de su armamento atómico, acelera la ocupación del Tíbet y se enfrenta con la India por cuestiones fronterizas que son una llamada de atención a cuantos hubieran podido creer en su debilidad.
Desde los despachos y la voluntad del Buró Político se dibuja una geografía nueva en la que China ocupa el liderazgo que siempre debió ser suyo e ilumina al desorientado magma de estados descolonizados y a los islotes dispersos de ideología común. Son tiempos de ayuda a los partidos comunistas de Vietnam y Laos, de estrechos lazos con Albania y de infiltración en movimientos marxistas que a veces se desdoblan en facciones prochina y prosoviética. Mientras en política interior Mao se ve forzado a permitir que, con Liu Shao-shi como presidente del Partido, los moderados reorganicen la maltrecha economía, cara al extranjero el régimen chino exporta la victoriosa certidumbre de su revolución, envía al pragmático pero siempre fiel Chou En-lai de gira por Asia y África y ocupa un lugar esencial en la iconografía del siglo XX.
Carteles. Carteles de una geografía ideológica en cierto modo medieval que coexisten, de puertas adentro, con las inmediatas exigencias de la razón práctica. En veladas cuya atmósfera apacible advertirá más tarde que es engañosa la extranjera averigua cuál era el contenido de los libros, las imágenes de las ilustraciones que cubrían las paredes, los fragmentos seleccionados que constituían el mundo de las aulas y las lentes hacia el espacio exterior. Dice mucho de la envergadura de la catástrofe del final de los cincuenta la rapidez con la que, pese a todo el poder de Mao, se intentó subsanar desde principios de los sesenta el daño ocasionado por el grande y fallido Salto. No otra cosa significan los reglamentos para escuelas primarias y secundarias esbozados desde 1961 y promulgados el 63 en los que cuadros chinos intentaban restañar los perjuicios ocasionados a la economía y la formación por medio de una política pragmática, prudente y dotada de un mínimo de realismo y análisis científico. Mao, siempre monopolizador de la pureza teórica y dueño de las claves carismáticas, sentimentalo-religiosas, de la movilización de masas, debía por algún tiempo dejar a los técnicos, economistas, administradores, la confusa tarea de habérselas con las realidades del país y con las ingratas concesiones a la praxis. Esto le serviría más tarde, durante su nuevo Yenán de la Revolución Cultural, para hacer de estos cuadros fáciles blancos de las excitadas iras antirrevisionistas y antiburguesas de la juventud.
Los occidentales que recorrieron algunas escuelas chinas y se entrevistaron con alumnos en esa época hablan de una recuperación de los valores de adquisición del saber, esfuerzo, rigor científico y logro académico. El énfasis se sitúa en los conceptos de conocimientos, estudio, capacidad y resultados. Ciertamente la formación política ocupa más espacio que la década precedente, pero ya no se distorsiona de manera continua el ritmo lectivo. Naturalmente los comentadores foráneos, en general benévolos por afán contemporizador respecto a cuanto a Mao y al nuevo régimen concerniera, se apresuran a señalar que The economic versus political, or pragmatic versus ideological formulations are false dichotomies.1 La misma autora afirma to say that the 1961-66 educational policy-makers were emphasizing economic development while Mao stressed politics would be simplistic and inaccurate. Con la perspectiva dada por el tiempo, o con simple visión objetiva de la realidad, pocas dudas podían tenerse sobre el papel que las consignas de Mao reservaban a la libertad del conocimiento y a la adquisición de saber. En el limitado espacio temporal y físico de las escuelas y de las jornadas lectivas, la vigilancia y perfusión política significaba un control permanente pese al cual, pero sin extralimitaciones, podían moverse los profesores y trabajar los alumnos, sabedores ambos de que su futuro finalmente dependía, no sólo del diploma obtenido, sino del beneplácito que a su conducta otorgaran los representantes del Partido. Susan Shirk omite el empleo que después fue hecho por Mao de la necesaria política pragmática versus los que la llevaron a cabo. Por decirlo llanamente, los reglamentos del 63 fueron el fruto de gente seria, harta de experimentos ubicuos y que, pocos años más tarde, había de pagar su iniciativa.
Desde la distancia que otorga la composición de artículos en la atmósfera de una sociedad libre, resulta quizás dificultoso dar, en la situación de los habitantes del mundo pedagógico chino de la época, el adecuado peso a términos como praxis y política, porque ésta finalmente poseía el poder-aunque se hiciese mayor o menor hincapié en él según rachas y conveniencias-de delimitar todas las fronteras, disponer de relojes y calendarios y canalizar desde su origen las fuentes de información. En el respiro entre dos campañas, se estaba dando en la China de los sesenta una curiosa dicotomía a la que Occidente no era ajeno: Continuaban, por una parte, las consignas, las profesiones de fe en dogmas de, no sólo imposible, sino indeseable cumplimiento, que sin embargo, en una primera lectura y a niveles primarios y viscerales, podían revestirse de grandes atractivos por su simplicidad y por el fácil consenso popular que a los dirigentes procuraban. En el terreno concreto, sin embargo, se buscaban resultados tangibles y medios adecuados. Educación y Cultura reflejaban, como siempre, la esencia del proceso que se estaba dando en todas las actividades. El objetivo había vuelto a ser la calidad de la enseñanza, del graduado, del profesional, lo cual ponía en segundo plano las escuelas mitad trabajo/mitad estudio, fundadas durante el Gran Salto Adelante, para dedicarse a las de estudio a tiempo completo. La prensa de la época afirma que las primeras tendrían como finalidad formar trabajadores con cultura y conciencia socialista que defendieran-según reza el vocabulario militarista en boga-el frente de la agricultura, mientras que las segundas se encargarían de los estudiantes capacitados para cursar estudios superiores. Cantidad deja de ser sinónimo o representación futurible de calidad. El Ministerio dictó medidas severas para elevar un nivel de conocimientos que, a todas luces, estaba bajo mínimos; en éstas subrayaba la importancia de matemáticas y lengua y la necesidad de unificar unos programas escolares y material pedagógico que la ofensiva contra universalidad, abstracción, tradición y teoría había reducido a un deslavazado mosaico de ensayos, localismos y propuestas. Se recordaba asimismo la necesidad de cuidar la calidad y dignidad académica del profesorado, nada bien parada en el experimento anterior, y para ello se dictó una serie de medidas a fin de aumentar su bienestar y mejorar su estatuto. En ellas se incluía la revisión de sus condiciones de trabajo, el ajuste de la escala de salarios y la concesión de primas a la antigüedad. No está de más reproducir un extracto de aquel reglamento educativo por las semejanzas que revela con lugares y años muy distantes ya de la China del 63.
I-Reglas Generales.
1-…La enseñanza será lo más importante…los conocimientos fundamentales y el entrenamiento en las ciencias básicas, de forma que los estudiantes tengan la base cultural necesaria para sus puestos de trabajo o para continuar estudiando tras su graduación.
4-…Es necesario llevar a cabo en profundidad la línea política del Partido hacia los intelectuales…el trabajo de unidad y educación de los intelectuales…Los profesores serán respetados y atendidos. Es necesario prestar atención a la mejora del estatuto social de los profesores y mejorar progresivamente su nivel de vida…
7-Los Comités del Partido ejercerán estrechamente su función directiva a todos los niveles en las escuelas secundarias de jornada completa. Se prestará atención a llevar a cabo trabajo ideológico y político entre profesores, estudiantes, dirigentes y auxiliares…
Afloran con toda claridad en el texto los dos elementos fundamentales: la voluntad de mejora real y la necesidad de mantener las obligadas referencias ideológicas, entre las que figura, por ejemplo, la disposición que incluye en el calendario un mes de trabajo manual para los alumnos y quince días para los profesores, con exención de los varones mayores de cuarenta y cinco años y las mujeres de más de cuarenta. Los estudios de lenguas extranjeras-ruso e inglés-se consideran esenciales. Se impone la generalización de libros de texto y de temarios y la necesidad de dar a las materias-lengua, historia, geografía-su contenido específico, separándolas de las clases de formación política. Se indica la conveniencia de ayudar a los estudiantes de menor capacidad pero se insiste en el desarrollo del talento de los más destacados. Los canales de educación ideológico-política están claramente establecidos. Su dirección corresponde a la célula del Partido en la escuela y la enseñanza se llevará a cabo a través del trabajo del profesor en clase, de las actividades de la Liga de la Juventud Comunista y de los Jóvenes Pioneros y por medio de clases de política.
Por abrumador que parezca, y es, el volumen que ocupa el adoctrinamiento político, conviene observar que las indicaciones expresas procuran delimitar sectores no destinados a él, lo que representa un avance intelectual indudable respecto a situaciones de continua permeabilidad entre materias y omnipresencia de las consignas. El orden en que se citan las tareas de los profesores no es aleatorio, como no lo es ningún detalle que implica jerarquía en los documentos oficiales chinos:
35-La principal tarea de los profesores es enseñar a los estudiantes bien…Las condiciones básicas son…:
Enseñar buenas lecciones.
Preocuparse con afecto por los estudiantes.
Servirles de modelo.
Estudiar asiduamente…y estudiar el marxismo-leninismo y las obras de Mao Tse-tung. Estudiar a fondo en su especialidad.
38-Procuraremos estabilizar el trabajo de los profesores. No cambiarles repetidamente de escuela o de materia enseñada…Excepto en circunstancias extraordinarias, el estudio político y las reuniones del Partido, la Liga y la Unión (de Profesores) y las actividades sociales se mantendrán en los límites de la sexta parte del tiempo de trabajo…
No hay que echar, empero, campana alguna al vuelo cuando se intenta ver en estas medidas los tímidos rasgos de un sexenio liberal y, en este sentido, no le falta razón a Susan Shirk cuando habla de la falsa dicotomía entre política y práctica. La República Popular China ha sido objeto, como es habitual uso, de la adulación general a la situación establecida, y más dadas las cualidades de extensión, fuerza y aparente irreversibilidad que caracterizaban a su régimen. Nadie pensaba que los condicionantes de base pudieran cambiar; por ello la crítica se resumía a las variantes y el detalle y estaba viciada por una perspectiva que implicaba la aceptación, con esperanza de componendas, del conjunto. Esto sin contar con la general simpatía que inspiraba un sistema todavía en rodaje, que parecía garantizar el orden y proclamaba como finalidad el bienestar de millones de personas. Mucho después de sus épocas fundacionales el Partido Comunista Chino continuaba gozando, en todas sus disposiciones, de la benevolencia de la opinión mundial, nada dispuesta al análisis del sistema que llevaba funcionando desde bastante antes del 49, en los grandes soviets de Yenán, y que había probado anteriormente los desastres que podía ocasionar en su homólogo ruso. Muy al contrario, éstos reforzaron la general simpatía hacia el experimento chino. Representaba la segunda oportunidad de algo que quizás en un primer ensayo podía no haber salido bien. A partir de esta consideración de rango prioritario, la permanente situación coactiva inherente a cada esfera de actividad del régimen se difumina en un segundo plano de supuesto necesario. Las normas educativas antes citadas se sitúan, por ejemplo, bajo las prioridades y disposiciones que describe más tarde, el apartado 7º:
VII-Trabajo Administrativo.
41-El director es la persona responsable de la administración de la escuela. Bajo la dirección del Comité local del Partido y del departamento educativo administrativo en funciones.
45-El municipio es responsable de admisiones, castigos….
46-La dirección del Partido Comunista es la garantía básica de que las escuelas están bien administradas.
47-Los Comités del Partido asignarán cuadros del Partido a todos los niveles en forma planificada.
48-La Liga de la Juventud Comunista, bajo la dirección del Partido, desarrollará activamente su función de asistente del Partido y ayudará a la administración de la escuela a hacer una buena labor.
Los cuadros dirigentes de la escuela deben estudiar asiduamente marxismo-leninismo y las obras de Mao Tse-tung.
Cualquier veleidad de lectura aperturista queda descartada. El marco de la acción educativa no puede ser más estanco ni férreo. Lo que se persigue es obtener cierto rendimiento por las mismas razones que habían obligado a racionalizar mínimamente el ritmo de comunas rurales y fábricas. Incluso este período de discretísimo coto a los más llamativos excesos será imperdonable para el maoísmo, que ya prepara contra el traidor Liu Shao-shi las violentas acusaciones de revisionismo en la enseñanza que lanzará pocos años después.
El hincapié que se hizo respecto al aprendizaje de lenguas extranjeras es notable y recuerda a esos últimos barcos que el emperador enviara, más por prestigio que por avidez de conocimientos, antes de amurallarse contra el mundo exterior. El estudio de idiomas se restablece y recomienda en las escuelas secundarias e incluso en las primarias que tuvieran posibilidades de ofrecerlo. Es curioso que en 1963, fresca la ruptura y en plena crisis las relaciones con Moscú, se siga aconsejando, junto con el inglés, la enseñanza del ruso.
11-…Las lenguas extranjeras son un importante instrumento para el estudio científico y el conocimiento cultural, así que debemos esforzarnos más en reforzar los cursos de aprendizaje…Según los recursos de enseñanza disponibles las escuelas establecerán cursos de ruso o inglés. Debemos gradualmente llegar a un punto en el que los graduados de las escuelas secundarias, ciclo superior, tengan nociones suficientes para la lectura de lenguas extranjeras.
Conociendo el espíritu de aprovechamiento y economía del país, la explicación es simple: Pese a la ruptura, los textos de procedencia soviética seguían circulando por China y constituían un material científico y pedagógico de gran importancia. Más aún si se tiene en cuenta que buena parte de los profesores formados en los años cincuenta no conocían sino el ruso y que éste además era para los universitarios chinos la lengua vehicular de traducciones y resúmenes de obras científicas anglosajonas. La comisión encargada de redactar el reglamento educativo intentaba establecer programas modernos, similares a los de las escuelas occidentales y abiertos a la previsible y progresiva apertura de China al mundo. ¿Los cuadros en el poder en 1963 no eran acaso los jóvenes que habían abogado con tal fervor en los años anteriores a la victoria por la implantación de corrientes occidentales como la democracia, la república, el marxismo; y por la lectura y conocimiento de obras extranjeras que les habían alimentado a ellos mismos?.
A mediados de los sesenta el Ministerio de Educación Nacional responde a los escasos visitantes extranjeros que no dispone de estadísticas, sin embargo Robert Guillain, tras su viaje, da algunas cifras que sorprenden por la escasez que, a niveles altos y medios, reflejan. Señala que en 1964 se graduaron doscientas mil personas en estudios superiores, había tres millones de profesores y noventa de alumnos de primaria. La gran mayoría de estudiantes se dedicaba a las ciencias y, en el polo opuesto, un porcentaje mínimo al derecho o la economía. Esto, incluso añadiendo las clases nocturnas para adultos, difícilmente puede presentarse como un deslumbrante logro en un país de tal población y subraya sin necesidad de comentarios el efecto de las campañas, y el ambiente, que barrían regularmente las aulas. Guillain anota la intensidad del adoctrinamiento político a todos los niveles, de la guardería a la universidad, anotación que contradice las acusaciones hechas a cuadros académicos durante la Revolución Cultural según las cuales no se daba a la política la importancia debida, y que ratifica la capacidad del sistema de superarse a sí mismo en movilizaciones desastrosas. En la guardería la niñera explica cómo enseña a niños de cuatro y seis años a amar a los amigos y a odiar a los enemigos de clase. Los enemigos son los terratenientes, los reaccionarios, los imperialistas americanos. Un periódico proclama Nuestros bebés que están aprendiendo a hablar saben ya balbucear “¡Presidente Mao!”…En la guardería juegan a desfilar bajo las banderas rojas, cantan canciones revolucionarias…Gritan “¡Viva Mao!. ¡Viva el Partido Comunista!”. En la universidad el adoctrinamiento marxista toma todas las formas posibles. Hay sesiones en las se informa a los estudiantes de lo que conviene pensar sobre la actualidad política (inútil añadir que ni estudiantes ni pueblo llano tienen acceso a forma de comunicación libre alguna, sea emisión de radio, prensa o cualquier tipo de documento grabado o impreso). En las sesiones citadas se difunden y comentan las tesis oficiales y se rechazan las desviaciones condenadas por el Partido. La autocrítica y la crítica pública de otros se practican con frecuencia, asegurando así la atmósfera de delación y vigilancia mutua y el control ubicuo de cada persona por el Partido. Hay aquí-observa Guillain-de doscientos a trescientos millones de jóvenes chinos que forman la juventud más dócil, más políticamente correcta, más dispuesta a aclamar a sus jefes que ha existido nunca en un país totalitario
La Revolución Cultural supo capitalizar esa muda e intensa represión, y canalizó adecuadamente hacia los objetivos deseados la soterrada agresividad resultante. Dos años más tarde esa juventud estrictamente dirigida en pensamiento, palabra y obra no aclamará sino a un jefe.
Amanece sobre un instituto de lenguas que, en este país, puede ser cualquiera, que, sorprendentemente, podría ser aquél-pese a los siete años transcurridos, a las tormentas desencadenadas y disueltas durante ese periodo-en el que transcurre la estancia de un de inglés cuyas memorias la profesora extranjera lee,. Nada ha cambiado de forma substancial entre lo que ella vive y lo descrito, el mismo reloj da vueltas en su círculo y los jóvenes recorren un patio al que dan las ventanas del edificio rectangular. Allí viven, como los profesores y como, en su soledad, la cooperante preferiría incluso vivir ella misma. Porque en realidad no hay ciudades. Existen huertos, aceras y muros que delimitan talleres, casas, cooperativas, calles. Fuera de la unidad de trabajo no hay salvación. En la escuela se vive siempre en un régimen de internado, que los estudiantes abandonan en las vacaciones de verano y de año nuevo. Su jornada es comunitaria y llena hasta los bordes desde el fin del sueño, a las cinco o las seis de la mañana, según la estación, hasta que se apagan las luces a las nueve y media de la noche. Hacen gimnasia, se duchan, desayunan, van a clase, comen, hacen religiosamente la siesta, vuelven a clase, cenan, estudian, duermen. Sus actividades se concentran en el estudio de lengua extranjera, lengua china, política, educación física y entrenamiento militar. Durante el recreo los altavoces transmiten música y consignas. Las habitaciones son conventuales y sin apenas calefacción. En la biblioteca los estudiantes leen sin quitarse su gruesa chaqueta guateada. No existen laboratorios de lenguas; sólo radios y grabadoras.
Por entonces, en ese curso del 65-66, maestros y alumnos desgranan, con mayor o menor fortuna, cadenas gramaticales en la lengua que practican pero sus conocimientos sobre el país y la literatura a los que pertenece son de una pobreza extrema. Los profesores de mayor nivel y más edad utilizan algunos textos literarios que desaparecerán según vayan llegando directivas de dar énfasis a la enseñanza oral, el léxico imprescindible para un intérprete y los temas políticos chinos. El personal universitario gana unos trescientos yuanes al mes. Un año más tarde los guardias rojos reducirán un sesenta por ciento sus salarios, que se seguirán considerando excesivos porque el supuesto status preferencial de los intelectuales-silenciando sus méritos- parece ser socorrido blanco común de las campañas políticas. Los salarios de los colegas de la cooperante extranjera no sobrepasan, en 1973, los sesenta yuanes mensuales, lo que equivalía a unas mil ochocientas pesetas. El profesor de inglés gozaba del insólito lujo de la compañía: la expansión dada al estudio de las lenguas extranjeras había hecho que, en los años sesenta, se contratara a gran número de cooperantes nativos cuyas dotes profesionales no solían ir en consonancia con sus simpatías hacia el régimen. Se escogían a propuesta de intermediarios como las asociaciones de amistad con la República Popular y los partidos comunistas y socialistas alejados de la obediencia soviética. Las relaciones que con ellos mantenían sus colegas locales no superaban, en trato humano, a las establecidas con la grabadora. Según aumentaba la presión política preludio de la Revolución Cultural, los chinos extremaban, respecto a los extranjeros, cortesía, prevención y distancias. Con razones, como el pasado y el futuro mostraban, sobradas para ello. La atmósfera pedagógica era igualmente imprecisa y cauta, atrincherada en repeticiones y tópicos, atenta a los cambios que, de un día para otro, marcara la prensa oficial (los medios de comunicación en su totalidad lo eran, y continuaron siéndolo). En esa época, como en las posteriores, se daba una curiosa, pero habitual en tal contexto, contradicción: la labor docente carecía de posibilidades de planificación y centralización en sus planes y contenidos pero esto, lejos de representar espacios variados de libertad, era la inestabilidad mantenida voluntariamente por un sistema que no permitía más seguridades que las marcadas, día a día, por él mismo y que fragmentaba de continuo el ascenso del pensamiento hacia categorías altas y universales, sometiéndole a la dependencia del localismo y la ignorancia a causa de la amenaza que implicaban la reflexión y el logro personal.
Medidos en perímetro y contactos, enfundados en la diferencia que todo se encarga de subrayar, los extranjeros lo son infinitamente. El gran archipiélago que un largo invierno está fundiendo en una superficie sin fisuras escupe la materia ajena; la ideología nunca dice rechazar por razones de etnia, pero su patria es más exclusiva que la de los antiguos mitos y la sangre. Por él circulan observadores occidentales que, en su abrumadora mayoría, no verán más que lo que deben, no contarán sino lo que se les ha suavemente indicado. En él también residen esos cooperantes que adquieren súbitamente una dignidad oficiosa cuyo especial consideración justifica su aislamiento. Ganan poco, pero ese poco es entre seis y doce veces más que sus colegas chinos, viven en apartamentos que para la gran Esparta oriental son un lujo, su horario y trabajo son más reducidos, su nivel de decisión e información son nulos, les corresponde preparar y supervisar textos, pero cualquier comentario sobre la incomible jerga política que deben aceptar en ellos se encuentra con el vacío cortés y con la incompetencia lingüística de las autoridades.
La cooperante extranjera se sorprende al leer el relato del inglés. Ella creía que hubo, antes del 66, una bonanza, cierto respiro, y lo que encuentra es el retrato inmutable del mismo universo que a ella la rodea, sin veleidades de humanismo o apertura que tal vez sólo el ansia por hallar el factor humano y la progresión hacia la mejora hizo imaginar a los extranjeros que la habían precedido. Lee los textos: Hoy es el Día Nacional. El cielo es azul. El sol es brillante. Estamos contentos.
Esto es un retrato del Presidente Mao. El Presidente Mao es nuestro gran dirigente. Amamos al Presidente Mao. Somos buenos alumnos del Presidente Mao.
Y siguen ejercicios del tipo: ¿Aman ustedes al Presidente Mao?-Sí, amamos al Presidente Mao.-¿Qué dice el Presidente Mao.-Dice que hay que estudiar a fondo y hacer progresos cada día.
Para segundo curso emplean textos más elaborados, como Karl Marx: científico y revolucionario, adaptado de un artículo de Paul Lafargue, que utilizan durante quince clases, desgranan, repiten, memorizan y fragmentan de una forma exhaustiva.
El mismo texto se sigue utilizando en el centro en el que la cooperante extranjera, en 1973, trabaja.
Y el mismo método. Porque, lejos de representar innovación y riqueza, la fabricación artesanal y colectiva de material destinado al aprendizaje es un dechado de restricción y medianía que se vacuna contra la responsabilidad personal con el recurso al empleo previo por otros y a la autoría de grupo, el cual, a su vez, ha glosado un fragmento colectivamente seleccionado y sometido a diversas aprobaciones. Garantizada su inocuidad ideológica-que el cliché abundante, la reiteración y la mediocridad estética e intelectual aseguran-, el texto se somete a un proceso minucioso de preguntas/respuestas agrupadas por párrafos, que cubren vocabulario y modelos de construcción. Lo acompañan las frecuentes audiciones de grabaciones del texto, y las repeticiones de él por los estudiantes en voz alta. El entrenamiento en este ping-pong catequístico permite a los alumnos desgranar sus frases al vigoroso ritmo de un contestador automático. Los profesores chinos se aferran a la repetición y a los escritos y rehúyen las variantes propias de la lengua hablada, los imprevistos y los cambios. Cuando sus colegas extranjeros les proponen cambios metodológicos, zambullidas en el uso vivo y coloquial, aquéllos defienden los párrafos y usos que les proporcionan seguridad y expresan los conceptos abstractos que precisan introducir constantemente en las consignas políticas; también alegan que los métodos defendidos por los extranjeros de países imperialistas son de origen americano. Los raros y muy moderados intentos innovadores se verán cortados por los acontecimientos que, en 1966, colapsarán toda la vida académica.
Las ilustraciones y dibujos venían en ayuda de la escasa capacidad gestual y la poca seguridad del docente local. Éste solía permanecer en pie, envarado, frente a la clase, al estilo antiguo. Sus alumnos mantenían al escucharle una curiosa actitud frente a la verdad: se suponía que el contenido de las frases debía ser tan correcto como su gramática. Nunca se hacía uso del sentido del humor ni de la fantasía y el texto parecía investido, por el hecho de serlo, de una autoridad probablemente relacionada con el monopolio oficial de la difusión de información y de la palabra escrita.
Nunca se valorará lo suficiente, en todas sus dimensiones, el peso del componente miedo en aquella etapa Y en las demás-incluida, por supuesto, la actual-en la que éste se utiliza, se difunde y presta su inestimable ayuda a la añoranza de control y medianía. La palabra no se suele citar jamás y despierta una reacción de inusitada defensa y exposición de principios cuando el elemento exterior, la cooperante extranjera, plantea explícitamente la palmaria evidencia del temor y restricciones que bañan la práctica cotidiana. Por entonces, en China, una de las responsables políticas del instituto, miembro del Partido, afirmaba con solemnidad el común disgusto ante la suposición de la censura de actos y palabras ya que ellos gozaban de la plena libertad de la dictadura del proletariado. Acto seguido se volvía a la exégesis de párrafos de los que se trillaban líneas de perfecta corrección. El mecanismo tenía las ventajas de la facilidad intelectual, por su ínfimo nivel discursivo, y de la indiscutible aceptación, no sólo por los dirigentes, sino también por los alumnos a los que iba destinado, los cuales mal podían atreverse a criticar la forma, gramática, interés o criterio de selección de páginas que repetían loas al Presidente y al Partido y consignas de obligado cumplimiento. La metodología que justifica la pobreza del contenido con la fidelidad a los principios es generalmente utilizada en tales campañas. La peculiaridad china radicaba en la inmensidad de su extensión y en el monopolio absoluto del poder.
El grupo de profesores, en su recopilación previa, se inclina sobre traducciones de las obras de Mao Tse-tung, de discursos y editoriales aparecidos en boletines de la Agencia de Noticias Sinjua, y sobre viejos manuales repetidamente expurgados. Las innovaciones, que pueden presentarse como revolucionarias y entusiastas, operan, en cualquier caso, sobre materiales semejantes y giran, en constante referencia, en torno a frases del Líder. No todos los estudiantes, sin embargo, reciben aprovisionamiento por los mismos canales. En el sistema educativo se refleja la red piramidal que rige la sociedad en su conjunto, y así los escogidos para el funcionariado en departamentos dependientes del Ministerio de Asuntos Exteriores sí tienen acceso a cierta cantidad de escritos extranjeros, que consistía en gran parte en artículos de periódicos occidentales de ideología afín (quizás convendría evitar, por profilaxis léxica, el recurso a izquierdas/derechas), pero que también incluía diarios de amplia circulación.
De haberse detenido el tiempo ese año, todo el proceso emprendido por el Buró Político chino figuraría ya en el pódium de las dictaduras totales típicas del siglo XX. Pero los meses siguientes probarían que el perfeccionamiento en control y sumisión es tarea siempre superable.
Plataforma continental
Cultura. Palabra terrible, peligrosa. Tanto que en su nombre, en el nombre de las mejores palabras, se envuelven las peores abominaciones, los movimientos que aplanan con lenta seguridad las cimas, las barreras que sofocan con su tela oscura bocas reducidas a la costumbre del silencio. Pocos se atreven a sacar la pistola limpiamente ante el hervor insoportable de la inteligencia y le proclaman la guerra con la brutalidad de la fuerza y del grito. El uso habitual consiste en tomar la Cultura, y hacerla avanzar vestida para la circunstancia, transformada en la sumisa vaciedad de su contrario, alhajada del discurso del aspirante a comisario general. La acompaña el sucedáneo de notables, con diplomas de título robado, uniformes de la misma talla y clamores de unidad. Y tras ella siempre quedan bibliotecas abandonadas, libros reducidos a páginas sueltas y carteles, mientras en la línea del horizonte intelectuales recientemente desmochados y cargados de arena rellenan los cimientos de un inútil y enorme edificio de congresos.
Gran Revolución Cultural Proletaria. Sólo la primera palabra, por su gigantismo, corresponde. En cuanto al resto, el movimiento estaba destinado a mantener en el absoluto poder, de forma indefinida, al Presidente, el grueso del Ejército y el núcleo ortodoxo del Partido Comunista Chino. Era tiempo de otro Yenán, de la catarsis regular y predecible en la que se sumergían jefes sin más paraíso que la vieja guerra y que extraían de ella la nueva juventud de una continua justificación, el gusto excitante de una forma de existir.
Los compañeros de la profesora extranjera son-lo descubrirá pronto-supervivientes. Tienen la espalda, y algo permanente en su interior, curvada en la postura de quien está acostumbrado a presentar la mínima oposición al viento fuerte, de quien jamás cometerá el pecado nefando de destacar entre iguales. Tras ellos existe un pasado que para ella, para Isa, es inimaginable, pero que sin embargo comienza a imaginar. Porque un buen día de 1973 alguien a quien reprocha el ridículo de las danzas, Libro Rojo en mano, a las que ellos poco antes se libraban mañana y noche frente al retrato de Mao, le responde:
-Tú no sabes lo que hemos pasado.
Y ella se da cuenta de que lo sabe, y de que nada, ni horizontes, ni promesas, ni devociones ni silogismos, justifica que nadie pase por aquello. Sólo ha comenzado a saber el principio, pero no existen puertas hacia el secreto. La evidencia siempre ha estado allí, desplegada, temible, protegida ante el mundo por la aparentemente irremediable solidez de su espanto. No ha sido necesario un viaje al continente oscuro donde, en un pueblo perdido de la selva africana, al final del trayecto por un remoto río. un hombre se encuentra a otro que ha hallado el corazón inexplicable del horror. Éste de China es un horror organizado, tranquilo, bajo un cielo límpido, explicado con argumentos razonables, ofrecido con finalidades benéficas. Puede habitarse en él y no advertir el metal implacable del que están hechos sus sueños. Se ha visitado entre sonrisas, va a perdurar por el argumento doble del hecho consumado y la consumada cobardía de quienes, de lejos, jugueteaban con el sonido de las palabras y sonreían a un paraíso que podía ser su propio, e inocuo, Yenán.
La evidencia no comenzó con aquellas palabras. Viene del avión y de los primeros pasos, de la recepción, las calles, el enorme mural sobre el Presidente y los muros alumbrados por una bombilla triste. Existió continuamente, incluso en los sueños y en las escapadas a la naturaleza, en la que Isa bebía la sensación de algo gratuito y libre, en el arte que emergía entre cascotes sus restos de náufrago. Pisaba el territorio más devastado de libertad que imaginarse pudiera.
El cual construyó sutilmente, más allá de la experiencia y del recuerdo, inacabables caminos que ella debería, obligada por la inutilidad misma de la empresa, recorrer.
La Gran Revolución Cultural Proletaria, campaña de movilización de masas en gigantesco formato, tuvo una larga y cuidadosa preparación del material y métodos por parte de MaoTse-tung y el Mariscal Lin Piao mucho antes de que apareciera el veinticinco de mayo de 1966 en un muro de la Universidad de Pekín el tadzupao (cartel en grandes caracteres) de siete profesores criticando a las autoridades académicas. Las instituciones de enseñanza cierran. Los alumnos, ahora Guardias Rojos, se desplazan junto con los profesores, ven al Gran Líder en la plaza de Tien An Men, visitan los lugares sagrados revolucionarios, viajan por el país. Un océano de citas del Presidente, pequeño Libro Rojo y todo tipo de medios de comunicación barre sustancialmente cuanto no es-en cultura, arte, literatura, pensamiento, etc, etc, etc-Mao Tse-tung.
El telón desciende con cierta brusquedad, desplegado por el EPL, Ejército Popular de Liberación. Éste se encarga también, con la notable rapidez y eficacia que la práctica proporciona, de retirar de escena, fragmentar y depositar en diversos lugares de la extensa geografía china a los figurantes. La apoteosis deja entrever la remisión y el declive. El 22 de febrero de 1967 tiene lugar en Pekín un Congreso de Guardias Rojos, la juventud sigue enzarzada en torneos de celo maoísta, pero ya se esbozan llamadas al orden desde el Comité Central, hacia el que, con lenta certidumbre, el Presidente canaliza las etapas finales, y decisivas, de la purga contra los que le reprocharon la catástrofe del Gran Salto Adelante. En 1969-70-71 intelectuales y profesores se reeducan en el campo y las fábricas, los estudiantes trabajan en comunas agrícolas. Museos y monumentos están cerrados esperando que se rectifique, según las nuevas directivas, su material, o porque ha sido dañado su patrimonio artístico por el celo de destrucción de lo viejo para que brote lo nuevo de los Guardias Rojos. Librerías y bibliotecas han sufrido una severísima purga tras la que no ha quedado prácticamente sino la efigie y textos-multiplicados en mil formatos y caracteres-de MaoTse-tung, y , en menor cantidad, de los clásicos del marxismo.
Naturalmente el uso de términos como reeducar y sus variantes, véase rectificar, la vuelta a la forma recta y justa, la utilización de todo cuanto a educación y cultura concierne, tienen un papel muy específico, se sitúan en primera fila entre los utensilios para extirpar la libertad, la calidad, la individualidad y la inteligencia, y para ello se valen de un óptimo definido, de un puñado de conceptos de elemental expresión y comprensión a los cuales se desplaza el polo único de referencia, de manera que, fuera de ellos, valores, personas y objetos dejan simplemente de existir o son tolerados según el utilitarismo inmediato que pueden presentar para los que han logrado el monopolio de la autoridad. En China se dio una conjunción rara, probablemente única, de clanes de poder superpuestos, y de ahí la insólita dimensión del fenómeno. En casos más fragmentarios y archipiélagos reducidos se utilizarán recursos semejantes, pero en un formato en función del perímetro de las parcelas de autoridad disponibles.
El mundo exterior también cierra en el 66. Ya había sido reemplazado previamente por un curioso decorado de islotes revolucionarios empeñados en la lucha contra las fuerzas del mal, en África, Hispanoamérica, rincones de Asia, y por un océano general de pobres y oprimidos sobre cuya corteza tectónica imperaba, por la sola fuerza de las armas y el dinero, la vegetación espuria del mercantilismo y el capital. Ahora que las universidades se vacían, que de las escuelas parten escuadrones con banderas y que los libros saben, temblorosos, que llegó su hora, cuanto es extranjero se cotiza a mínimos, incluidas las lenguas que tardarán años en volver a escucharse en las aulas. Por el contrario, hay un gozoso reencuentro con la xenofobia, que nunca ha estado demasiado lejos de la llamada a las vísceras y las movilizaciones. El imprescindible enemigo externo tiene los pálidos colores de la piel de los occidentales, el pelo claro y los ojos acuosos de los banqueros. Las excepciones, los raros justos que han ayudado a la causa china y del proletariado internacional, se pasean bajo palio y quedan luego convenientemente aislados en su urna. Si anteriormente era difícil, controlado, mal visto, el contacto con extranjeros, a mayor auge de las movilizaciones más imposible y sospechoso éste resulta. La China que denunció la vida elitista de las minorías coloniales ha reducido desde el 49 la presencia occidental a una élite forzada cuyas fronteras la Revolución Cultural limita prácticamente a la escasa presencia diplomática. Los estudiantes de los institutos de lenguas tienen una actuación señalada, durante esta época, en razón de su dependencia del Ministerio de Asuntos Exteriores, el cual es violentamente criticado por los guardias rojos, sobre todo a partir de los incidentes contra legaciones y establecimientos chinos en Indonesia, donde, tras un oscuro intento de golpe de Estado y enfrentamientos con grupos marxistas, estalló en 1965 una violenta ola de agresiones, especialmente en el campo, a cargo de unidades militares y grupos musulmanes, que se saldó con cientos de miles de muertos y con la expulsión y pérdida de bienes de la próspera colonia china. El apoyo a grupos maoístas en otros lugares contribuía al aislamiento diplomático de Pekín y avivaba la agitación en Hong Kong. Pero tal situación producía cierto exaltante sentimiento de faro y asedio. Frente al degradado Hermano Soviético y el capitalismo abocado a los vertederos de la Historia, China ocupaba el lugar del Centro que siempre había sido el suyo. El mundo, y ella misma, disponían de población suficiente para permitirse todos los experimentos y audacias con el saldo desdeñable de millones de víctimas que carecían de relevancia en contraste con el futuro que se pensaba construir.
Los estudiantes reprochan, en 1967, a un Ministerio de Asuntos Exteriores cuyo único aliado incondicional en Occidente es Albania haber favorecido moralmente la aniquilación de los movimientos comunistas indonesios, y centran sus críticas en la visita que Liu Shao-shih había realizado a ese país en 1963. Los guardias rojos extienden sus acusaciones a todos los funcionarios del Ministerio, atacan el edificio y se apoderan de documentos en los que esperan encontrar pruebas contra los traidores. La consigna de estos alumnos de institutos de lenguas extranjeras, organizados en lo que denominaban centro de contacto de rebeldes revolucionarios, era desenmascarar completamente a los traidores emboscados en esta institución burguesa. Algunos altos cargos como Chen Yi se negaron a aceptar su control y les aconsejaron que fueran a pelear a Vietnam y no a su despacho. Otros, como Chou En-lai, discutieron con ellos cuarenta y ocho horas seguidas.
Pese a la aparente anarquía que parece señorearse de algunas provincias, al caos económico y social, a las luchas entre facciones maoístas con rojos de todos los tonos del espectro y a los miles de muertos, nada tan predecible y ordenado como este supuesto movimiento de masas, cuyo pasos son observables desde principios de los sesenta y llevan la impronta del Ejército y de buena parte del Partido Comunista. En septiembre de 1962 había tenido lugar el X Pleno del Comité Central, que años después sería presentado por los maoístas como la inauguración de la gran revolución cultural socialista. En el 63 se puso en marcha la gran revolución, es decir, una campaña masiva de adoctrinamiento político centrada en el culto a Mao y al colectivismo y en la exposición, entre los ciento treinta millones de jóvenes que no los habían vivido, de los males de la antigua sociedad. En febrero del 64 se dio luz verde a la campaña Aprender del Ejército, en el que ya había organizado desde 1961 el Mariscal Lin Piao el estudio del maoísmo y llevado a cabo experiencias de trabajo movilizador de masas cuyos métodos serían generalizados luego con toda la juventud y en todo el país. Además del tono castrense, no podía faltar en escuelas y universidades, como ocurrió a los pocos meses, el movimiento de rectificación cultural, con purga y destitución de intelectuales y censura de organizaciones y obras. Esto no significó la paralización de la vida académica pero dio ya comienzo a la práctica de enviar a trabajar al campo a las personas con un nivel de educación y, en periodos alternados con los lectivos, a muchos estudiantes. También significó la entrada en el cuerpo directivo de los centros de enseñanza, entre ellos en los de lenguas extranjeras, de militares. La ocupación de los espacios educativos y culturales con elementos extraños al mundo profesional y académico, cuya función cardinal es la vigilancia y la imposición de las consignas del régimen, es método recurrente en todos los amagos de construcción del mundo orwelliano. La República Popular China ha sido, en ese sentido, un prototipo. El profesorado anglosajón de institutos de lenguas extranjeras cuenta que, en esta época, el Decano y el representante del Departamento de Inglés eran simples exoficiales del EPL (Ejército Popular de Liberación) que ignoraban por completo la lengua. Esto se repetía en todas las especialidades.
En 1965 Lin Piao lanza un fenómeno editorial al que sólo su gratuidad y posesión forzosa impiden figurar entre los best seller de todas las épocas. Se trata del Pequeño Libro Rojo, una recopilación de citas del Presidente Mao difundida primero en el Ejército para el uso catequístico de los soldados pero destinada-como su tirada prueba-a unificar el pensamiento de los setecientos millones de chinos. Todo está ya prácticamente listo, y el 16 de mayo del 66 el Comité Central del Partido envía a los cuadros de éste una circular, cuya autoría los comentadores coinciden en atribuir a Mao, conteniendo directivas sobre cómo debe desarrollarse la Revolución Cultural. De hecho el 7 de mayo el Presidente había dirigido a Lin una carta programática en la que aprobaba su trabajo en el seno del Ejército, veía en el Mariscal a su más fiel seguidor y le dejaba terreno libre para iniciar en gran escala la unificación general ideológica. En uno de los puntos se lee: La escolaridad debe ser reducida, y debe llevarse a cabo la revolución en la Enseñanza. No puede durar más el dominio de los intelectuales burgueses en nuestros centros.
El recurso al laminado de intelectuales y cultura es, en el texto, explícito, naturalmente bajo el lema (que sustituye, como enemigo, en el interior, al imperialismo y capitalismo en el exterior) de erradicar lo burgués. El término, requiere-y requerirá-cierta exégesis porque es una de las palabras-fetiche de indispensable uso en la construcción de los vastos campos de reeducación y trabajo y en sus más o menos modestas imitaciones. Burgués asumirá años más tarde, junto con la categoría sociomaléfica, su sentido etimológico cuando los autores del experimento comunista más auténtico, concentrado y puro, los khmeres rojos, vacíen y dinamiten las ciudades y construyan en Camboya un régimen que no hubiera podido existir sin el continuo apoyo de Pekín y que dejará tras de sí los cadáveres de un tercio de la población.
El 18 de mayo de 1966 Lin Piao pronuncia un discurso ante el Buró Político en el que sitúa a Mao por encima de todos los pensadores comunistas y hace de él el más grande marxista-leninista de nuestra época, genial, creador, integral. El 25 siete profesores de filosofía de la Universidad de Pekín colocan el cartel que da por inaugurada la Revolución Cultural, redactado principalmente por una joven profesora, Nieh Yuan-tsu. Mao lo califica de inmediato de Manifiesto de la Comuna de Pekín de los años sesenta de este siglo XX y lo hace reproducir el uno de junio en todo el país. En él se hallaban bastantes citas y extractos de la Circular del 16 de Mayo, que no había sido publicada y a la que habían tenido acceso, al parecer, solamente los cuadros. Ésta sería difundida en mayo del 67. El 13 de junio, para facilitar el desarrollo de la campaña, el Comité Central y el Consejo de Estado deciden postponer seis meses la incorporación de estudiantes en instituciones de enseñanza superior y transformar los métodos pedagógicos. El Renmin Ripao (Diario del Pueblo) apela en su editorial del 18 de junio a cambiar de raíz el sistema educativo. Durante junio y julio grupos de trabajo designados al efecto por el Comité Central recorren los centros para cumplir las consignas de la Revolución Cultural. Los dirigentes de estos grupos, Teng Siao-ping y Liu Shao-shi, serán después desacreditados por Mao y condenados durante la II Sesión Plenaria del Comité Central del Partido, que tiene lugar del uno al doce de agosto de 1966. El movimiento ocupa desde la primavera toda la vida académica. El foco principal es la Universidad de Pekín, Pei-ta, y la Universidad Técnica de Tsinghua, a las que comienzan a acudir estudiantes de otros centros para asistir a los mítines. El 5 de agosto el Renmin Ripao publica el tadzupao de Mao Tse-tung incitando a la crítica de los altos dirigentes. El 8 de agosto aparece la Declaración en Dieciséis Puntos del Comité Central sobre la Revolución Cultural y la forma de llevarla a cabo. Las clases han cesado hace meses. Escuelas y universidades permanecen abiertas como lugares de discusión. Los estudiantes llegan por millones a Pekín desde los puntos más distantes del país. La primera gran concentración de guardias rojos en la plaza de Tien An Men tiene lugar el 18 de agosto. En ocho ocasiones, entre agosto y noviembre de 1966, Mao Tse-tung se mostrará en Pekín a más de once millones de enfervorizados jóvenes cuyos apasionados debates versan sobre quién posee el rojo más intenso y la fidelidad más absoluta al Líder. Muchos estudiantes salen de la capital y se dirigen a otras ciudades a intercambiar experiencias. También peregrinan a los lugares sagrados revolucionarios, Shaosan, pueblo natal de Mao, y Yenán. Este inmenso trasiego de jóvenes se lleva a cabo bajo una planificación estatal cuidadosa que provee de permisos de viaje y de carnets de transporte gratuito y que proporciona alojamiento y alimentación a esos millones de escolares y universitarios. Se trata de una movilización de masas extremadamente bien programada cuyos grupos compiten en ser cada uno más maoísta que los demás y atacar con mayor ahinco a cualquiera, cuadros y a miembros del Comité Central incluidos, sospechoso de oponerse a las ideas del Presidente del Partido.
En 1967 la situación continúa. Se forman comités revolucionarios en las entidades, los cuales sustituyen a los anteriores cuerpos directivos y van tomando a su cargo la depuración en nombre de la pureza ideológica y la sustitución de lo viejo por lo nuevo. Este último recurso es de ayuda inestimable en tales campañas, ya gocen éstas del espacio ilimitado que las dictaduras proporcionan, ya deban someterse a los cotos que les ofrecen los regímenes democráticos. El lema renovación, reforma o modernización a toda costa, se encuentra infaliblemente en cualquier veleidad de monopolización y manipulación tomando como base la plataforma educativa. La delimitación entre los necesarios y lógicos procesos de cambio y las aspiraciones al control completo y la imposición se halla en la consideración, o no, de lo previo o cuanto se le asemeje como el enemigo a abatir. La eliminación de lo viejo, la censura de lo anterior y lo existente, la valoración de la innovación simplemente por ser tal, es fuente de represión inagotable y permite promocionar, con la ayuda de las capas menos formadas o calificadas, los más bajos niveles intelectuales, profesionales y éticos. La página en blanco es uno de los temas favoritos del Líder, que suspira por el espacio raso, el individuo sin experiencia, memoria ni historia, el ser colectivo, anónimo, tan desnudo y disponible como en la infancia. Mediocre filósofo y literato, lamentable economista, Mao es sin embargo un buen militar y un notable estratega en el desplazamiento y utilización de multitudes, muy semejantes por la edad, en esta ocasión, a las que acaudillara treinta años antes.
Los jóvenes que reprochaban al Ministerio del Interior su colaboración por defecto en la represión anticomunista de Indonesia hubieran quedado sorprendidos de habérseles hecho notar que las milicias, musulmanas o no y relacionadas o no con el Gobierno de Yakarta, que se habían cebado en los chinos perseguían a los mismos enemigos que los más rojos de los guardias, y por razones finalmente muy semejantes. Porque la diáspora china, como la india, la vietnamita o la judía, se ha caracterizado por su laboriosidad y espíritu emprendedor y mercantil, que le procuraba en breve plazo un nivel de prosperidad muy superior al de los nativos de su entorno y despertaba las consiguientes envidias. Éstas han sido regularmente utilizadas por gobiernos y aspirantes a incautarse de la riqueza de sus vecinos y han ofrecido un blanco fácil al desahogo de una pobreza propia que estaba lejos de ser resultado de la prosperidad ajena. La destrucción de tiendas y restaurantes, las matanzas de comerciantes y oficinistas, la expulsión de minorías y la incautación de empresas se encuadran perfectamente en la ortodoxia comunista puesto que son medidas contra la economía de mercado, el beneficio, la burguesía y la acumulación de capital, cuya erradicación era dogma de los guardias rojos y de su Gran Timonel.
Naturalmente durante la Revolución Cultural no todo ha sido caos, improvisación, alabanzas a la vida rural y sustitución de la eficacia por las consignas. Es altamente improbable que en las centrales atómicas se instalase un equipo directivo de reclutas y obreros para iluminar las mentes, iniciar a físicos y matemáticos en el trabajo manual y supervisar el manejo del uranio. En el lejano Sinkiang los científicos que se ocupan de logística y armamento no pierden un segundo, y las vastas instalaciones en las que se vive en un régimen de confinamiento y extrema vigilancia son cuidadosamente preservadas de toda perturbación. El principio de realidad y el irrecuperable valor del tiempo gozan allí de todos sus derechos.. Mientras las ciudades ofrecen a diario un variado panorama de movilizaciones y los intelectuales burgueses se preparan para la reeducación de trabajos forzados, la República Popular China hace explotar en 1967 su primera bomba de hidrógeno.
De hecho, a partir de marzo del 67 las escuelas primarias y secundarias habían comenzado a abrir sus puertas y a debatir los planes de trabajo y la forma que adoptarían los centros en adelante, de manera que se adaptasen de manera óptima a las directivas de Mao y a la opinión del Ejército, que había ido entrando en ellas para formar parte de su dirección y reorganizar la vida escolar. Los comités directivos se llamaron alianzas de tres en uno-parece que el sintagma es grato al mundo socialista-, es decir, de obreros o campesinos, soldados del EPL y de profesores y estudiantes. El tercio de poder decisorio de estos últimos y, dentro de ellos, del profesorado, era, obviamente, mucho más reducido que lo que la proporción, de por sí minoritaria, indica, puesto que se trataba de demostrar, no ya su sumisión, sino su fervorosa adhesión a las directivas del Presidente, transmitidas por Ejército y Proletariado. Los equipos obreros de propaganda del pensamiento maotsetung entraron en las universidades aproximadamente en agosto de 1968. Al establecimiento de estos comités fue siguiendo la reapertura de los centros, pero no su funcionamiento normal y regular. En general, se puede hablar de una vuelta al orden a partir del otoño.
Pero ese orden es el resultante de una purga sin parangón en la Historia, de una técnica de tabla rasa e implantación sistemática de controles que hace de la represión de las Cien Flores y del Gran Salto Adelante puros circuitos de prueba.
La XII Sesión Plenaria del Comité Central del Partido tiene lugar del trece al treinta y uno de octubre de 1968. Destituye a Liu Shao-shi oficialmente y hace un balance de los resultados de la Revolución Cultural. Esto es la coronación visible de un proceso de denigraciones , desapariciones y cambios de puesto según el método acostumbrado que, en una inversión absoluta del ritmo propio de las democracias, primero toma disposiciones, plantea estrategias, ejecuta sus planes mientras penetra por sectores la opinión y, muy en último término, oficializa con los medios de comunicación, de cuyo monopolio dispone, los hechos. Por esas fechas ya se han suprimido los permisos de viaje, el transporte gratuito y cuantos medios había puesto el Estado a disposición de la enorme coreografía de los guardias rojos, que se encuentran, junto con buena parte del cuerpo docente e investigador y la tímida franja de profesionales que hubiera podido constituir el amago de una clase media, reeducándose en granjas dirigidas por el Ejército. Los jóvenes son gente sin más referencias que el Partido ni otro horizonte que el régimen de Mao en su recuerdo. Hasta la Revolución Cultural la vastedad de su país era sólo para ellos abstracta e ilusoria; su vida cotidiana y su porvenir inmediato dependían, como en cada uno de los ciudadanos, del centro de estudio y la célula de trabajo. Las perspectivas se reducían a un muro similar a otros muchos en un espacio rural o urbano en el que la inexistencia de la iniciativa privada no ofrecía sorpresa alguna. Ningún desplazamiento era posible sin un permiso y unas circunstancias al respecto. Se encontraron con la embriaguez de la distancia y del grupo, con alojamientos en que dormir y cantinas en que entrar. Podían alzar la voz contra los adultos, disfrutar con la humillación de viejos, de cuadros, de profesores; vivían su año cero y la cultura, los frutos de la memoria y del pasado, eran lo suficientemente débiles, después de más de tres lustros de régimen, como para considerarlos rastrojos sin más utilidad que el vigorizante ejercicio de su extirpado.
Su generación no halló el poder sino la prisión irremisible del olvido, de las tareas monótonas y de la perfecta vigilancia de extensiones desnudas que la hacen innecesaria. Habían-pero carecían de medios incluso para saberlo-sacrificado todos y cada uno de los individuos al Grupo, a divinidades insaciables sentadas en el futuro y constituidas de puntos homogéneos. Se encontraron con la única realidad tangible: la limitada vida y el limitado cuerpo, el calendario, las relaciones, los afectos, la imposibilidad de opción.
En 1969 todavía algunos grupos discuten en las escuelas las relaciones con fábricas y comunas. Se ha creado una capa social nueva, los jóvenes instruidos, que, tras abandonar la crisálida de guardias rojos, se distribuyen, muy lejos de sus hogares, por todo el país no siempre con el beneplácito de centros industriales y agrícolas poco dispuestos a alimentarlos. Hay que dedicarse al trabajo manual, a la obra en grupo, la que sea, y, lo mismo que durante el Gran Salto Adelante se habían fundido en lingotes inútiles cacerolas y cucharas, ahora se abren zanjas y se desecan lagos que habrá posteriormente que rellenar. La normalización sigue su curso. Del uno al veintitrés de abril se celebra el IX Congreso del Partido Comunista Chino; en él se nombra al nuevo Comité Central y se adoptan los estatutos. Poco después, el trece de mayo, el Diario del Pueblo publica un plan sobre la transformación de la Educación que lleva el nombre del comité revolucionario del municipio que lo firma. El Programa Kirín es ampliamente comentado en los medios oficiales y tomado como modelo. Su aparición y difusión, deben, naturalmente, muy poco a la audacia creadora de las autoridades municipales. Es práctica habitual del sistema hacer aparecer de forma localizada y casi fortuita las directivas de general alcance. El programa, dirigido a la escuela secundaria, es una recuperación de asignaturas y conocimientos que se juzgan indispensables para la industrialización de base. Es el caso de las matemáticas y el inglés, que desplaza definitivamente al ruso.
Con la limpieza de un diagrama y la perspectiva que ya el tiempo va proporcionando, se separan, en lo que se llamó Revolución Cultural, los perfiles de sus componentes. Quedan aquéllos a los que fue útil, y también los elementos necesarios o inofensivos guardados al margen de la marejada; queda por último la materia humana que formó las figuras de un paisaje y ahora es limo privado de luz y de forma que abona la uniformidad de la tierra. Se ve por transparencia en el conjunto la agitación de las pasiones, de la más fuerte de todas, la envidia, y también el éxtasis de la ilimitada obediencia. Y la fría, imperturbable maquinaria, de las razones prácticas y los intereses, su persistente esqueleto de metal. La profesora extranjera observa los papeles, ya caídos en desuso pero de imposible destrucción porque todavía los protege la sacralidad de la autoridad suprema que nombran, aunque su exégeta haya caído en desgracia porque en la cima cabía el nombre de Mao sólo.
China es un gran país socialista de dictadura del proletariado y tiene una población de setecientos millones de habitantes. Necesita un pensamiento unificado, un pensamiento revolucionario, un pensamiento justo. Y este pensamiento es el pensamiento maotsetung. (Lin Piao-11 de marzo de 1966).
Los estudiantes, al mismo tiempo que se consagran a sus estudios, deben adquirir otros conocimientos simultáneamente. Es decir: deben instruirse no sólo en el plano cultural sino igualmente en los planos industrial, agrícola y militar; también deben criticar a la burguesía. La escolaridad debe ser reducida y debe llevarse a cabo una revolución en la Enseñanza. El dominio de los intelectuales burgueses en nuestros centros de enseñanza no debe durar más. (Carta de Mao Tse-tung a Lin Piao-7 de mayo de 1966)
La forma del planteamiento es de por sí tremenda, categórica, reiterativa, ejercicio sublimado de poder sobre la superficie de setecientas cabezas, en su interior. Se ha dado un paso insólito. No se trata de fe religiosa, de obediencia al rey, de unificación de pesos y medidas y desaparición de señoríos feudales. El encadenamiento de afirmaciones es tan arbitrario como indiscutible. La semejanza de estilo entre el autor de uno y otro texto es absoluta. En la carta de Mao la expresión de obligación acompaña casi a cada término. Se trata de acorralar a un supuesto enemigo al que la difusa purga retroactiva no deja resquicio alguno de salvación. El discurso del Líder suplanta limpiamente la realidad, la complejidad de una sociedad, y de tal tamaño, queda reducida a un puñado de sectores cuya meta, como la de los individuos, es la unificación final. El mundo intelectual es una peligrosa excrecencia cuya peligrosidad sólo se ve controlada por la fragmentación, la mezcla y la vigilancia continua.
Pronto la correspondencia entre el Líder y su Delfín cristaliza en el documento que se hace público dos meses después:
Punto 9- Los grupos, comités y congresos de la Revolución Cultural en los centros docentes deben estar compuestos principalmente por estudiantes revolucionarios. Al mismo tiempo deben incluir a un cierto número de representantes de los profesores y empleados revolucionarios.
Punto I0- Reforma Educativa. La política formulada por el camarada Mao Tse-tung de que la enseñanza debe servir a la política proletaria y combinarse con el trabajo productivo tiene que aplicarse en todo tipo de escuelas, para que todos los que reciben la educación se desarrollen moral, intelectual y físicamente y lleguen a ser trabajadores cultos y con conciencia socialista.
El periodo de estudios debe acortarse. Los programas de estudio deben ser menos y mejores. El material de enseñanza debe ser cabalmente transformado, en algunos casos comenzando por simplificar el material complicado. La tarea principal de los estudiantes es estudiar, pero deben también aprender otras cosas. Es decir, no sólo deben estudiar los libros, sino aprender el trabajo industrial, la agricultura y los asuntos militares y, cuando se presente el caso, tomar parte en la lucha de la Revolución Cultural para criticar a la burguesía.
Punto 14- La Gran Revolución Cultural Proletaria tiene por objeto hacer más revolucionaria la conciencia del hombre, lo que le permitirá conseguir más, más rápidos, mejores y más económicos resultados en todos los campos de nuestro trabajo
(Decisión en dieciséis puntos del Comité Central del Partido Comunista Chino-agosto de 1966)
Es semejante a muchas Constituciones, a no pocos pronunciamientos y exposiciones de principios. Pero no se parece a ninguno de ellos. Su objetivo se halla dentro del hombre, de uno en realidad inexistente, que puede ser cualquiera, intercambiable, carente de entidad, derechos y sustancia, presto a ser introducido, colocado en apretadas líneas, en el horno una vez se ha rellenado del adecuado contenido. Está aquí, incluso, ausente el espacio que media entre el dios bíblico y su conflictiva criatura. Y no faltan ninguno de los nuevos Jinetes del Apocalipsis: la unificación, la depuración, la simplificación, el gregarismo. Las consignas no son meras directivas que marcan fines aconsejables en la dinámica social. Su radio de acción es completo, su efecto está diseñado para ser total y cubrir cada repliegue de la actividad humana las veinticuatro horas del día. Lo que desde Occidente se hojeaba como curiosas páginas de libros bienpensantes, en Oriente reunía los poderes del legislativo, el ejecutivo y el judicial en una indisociable mezcla de clan, congregación y ejército.
La profesora extranjera mira, por encima del hombro y del fajo de hojas amarillentas, a sus dos colegas nativos que dormitan sobre la rutina diaria. No hay cadáveres, no hay víctimas ni referencias a sucesos de años pasados. Sobreviven; y las palabras felicidad, deseo, voluntad, desdicha, ira tienen en ellos la misma inconsistencia que revolución, lucha, burguesía, rebelde, pensamiento en los textos. Simples soportes de planteamientos y mandatos. Ya no agitan mañana y noche el Pequeño Libro Rojo pero éste, preservado por la sacralidad de su autor, reposa como un gran escapulario en los anaqueles:
Sin visión política justa se está como sin alma(…).Todos los organismos y todas las organizaciones deben asumir la responsabilidad del trabajo ideológico y político. Y esta tarea incumbe al Partido Comunista, a la Liga de la Juventud, a los organismos gubernamentales directamente interesados, y, con mayor razón, a los directivos y a los profesores de los centros escolares. (Mao Tse-tung-Citas-Pequeño Libro Rojo.)
En la cabeza de uno de ellos, apoyada en el codo, asoma, madrugador, un cabello blanco entre la superficie lisa, corta y negra. La juventud se ha evaporado en esa media docena de años. Son los mismos que en el 67 pero han perdido el brillo, la luz prestada por la excitación de sus grandes reuniones de estudiantes, cuando uno de los incontables grupos, bautizado El Este es Rojo, editaba su revista y pasaba los días en interminables discusiones en las que los estudiantes criticaban su educación pasada y proponían ideas para la futura. ¿Para qué sirve-decía un alumno de arquitectura-estudiar los planos de Notre Dame en París, o del templo de Buda, en Londres? (el cual resultó ser la catedral de San Pablo). ¿Qué relación tienen esas estructuras con las necesidades de la construcción en la China de hoy?. El destacamento, como gustaban, por terminología militar, llamarse, reivindicaba poseer el apoyo de la mayoría, tres mil de los cinco mil estudiantes de su facultad y gran parte del cuerpo profesoral. Sus principales contrincantes fueron los de Bandera Roja, a los que más tarde se unieron en una gran alianza.
Las visitas de extranjeros se redujeron al mínimo durante la Revolución Cultural, y ese mínimo solía estar formado por devotos que añadían al entusiasmo local el celo del converso. Por ello los escasos testimonios revisten un especial interés; ofrecen la visión de aquella coreografía sin común escala con nada conocido desde el ángulo insólito de personas que procedían del libre espacio exterior pero que adaptaron por completo su percepción a la sumisión ideológica. En la antología del más absoluto abandono de la capacidad de raciocinio, o, si sacrificamos la piedad del eufemismo a la propiedad lingüística, de la más profunda estupidez, pueden situarse las páginas de Gregorio Bermann sobre psicopedagogía y metodología del aprendizaje. Su libro La salud mental en China es un ejemplo inestimable, no ya de acriticismo, sino del conmovedor fervor religioso del neófito occidental en la nueva Meca. Es particularmente digna de mención la parte en que se describe la psicoterapia de psicóticos profundos haciéndoles escuchar unas horas por día canciones revolucionarias durante algunos meses, hasta que las repetían y acompañaban con letras del tipo: Soy una paciente del hospital psiquiátrico. ¡Qué vida tan agradable pasamos aquí!. Está muy bien eso de que la administración del hospital nos proporcione buenas ocupaciones que nos distraen .Nos dan películas una vez por semana; en todos los rincones se oyen cantos revolucionarios. Son muy instructivos.
El resto de la terapia no desmerece del tratamiento descrito.
También se nos cita la existencia de un departamento de psicología de la educación, dependiente de ese Ministerio, que se dedicaba al estudio del desarrollo mental de los niños en edad escolar, su lenguaje y su forma de pensar, la metodología en el aprendizaje de las asignaturas fundamentales, el comportamiento y la disciplina. No se utilizaban test de inteligencia ni de personalidad, pero sí cuestionarios sobre su nivel cultural y vocación. La memorización y el estudio intensivo de textos marcados era habitual de la metodología pedagógica, que continuaba así una muy antigua tradición de exégesis.
En mayo del 69 el Diario del Pueblo difundió el llamado programa Kirín, que contenía las directivas para escuelas primarias y secundarias:
Capítulo III-Trabajo ideológico y político.
Artículo 4-(…)La tarea fundamental en el trabajo ideológico y político de esas escuelas es asegurarse de que (…) el pensamiento maotsetung esté en primer lugar en todo el trabajo de la escuela.
Artículo 8-Se combinará la educación en la escuela, la sociedad y la familia.(…)
Artículo 14-Hay que eliminar las restricciones de edad para la inscripción, que fueron reforzadas por la vía revisionista contrarrevolucionaria. El antiguo sistema de exámenes debe ser abolido, así como dejar a los estudiantes en la misma clase sin promoción. Hay que permitir a los estudiantes que se destacan política, ideológicamente y en sus estudios ascender de grado.
El ingreso en las escuelas secundarias se llevará a cabo por recomendación y selección, dando prioridad a los hijos de los obreros, campesinos pobres y campesinos medios de la capa inferior, de mártires revolucionarios y de soldados.
Capítulo VI-Enseñanza.
Artículo 24-(…) adherir a los principios de dar preeminencia a la política proletaria de combinar la teoría con la práctica y hacer las asignaturas más cortas y mejores(…).
En la escuela secundaria se darán cinco asignaturas: Educación en el pensamiento maotsetung (incluyendo historia moderna china, historia china contemporánea e historia de la lucha entre las dos líneas en el seno del Partido), conocimientos elementales de agricultura (incluyendo matemáticas, física, química y geografía económica), literatura revolucionaria y arte (incluida lengua), entrenamiento militar y educación física (incluyendo el estudio de los conceptos del Presidente Mao sobre la guerra popular, reforzando así la idea de prepararse contra la guerra, y actividades de entrenamiento militar y educación física) y trabajo productivo.
En las asignaturas (…) la política es de máxima importancia y deberá ser puesta en primer plano (…), a las asignaturas de conocimientos y cultura general (…) se dedicará aproximadamente un sesenta por ciento de los periodos de estudio en la escuela secundaria y no menos del setenta por ciento en la escuela primaria.
Artículo 25-(…) las escuelas darán clase unas cuarenta semanas al año (incluido el tiempo tomado por los cursos en trabajo manual productivo) y los estudiantes se ausentarán treinta y cinco días durante la época de mayor ocupación en la cosecha en el campo.
Artículo 26-Según las instrucciones del Presidente Mao de que “el material de enseñanza tendrá carácter local”, puede incluirse material de la localidad y de los pueblos, junto al material pedagógico del Estado. Las localidades organizarán a los obreros, campesinos y soldados y profesores y estudiantes revolucionarios para recopilar material de enseñanza en la zona como complemento del material pedagógico.
Artículo 27-En la enseñanza, la teoría se combinará con la práctica (…), Se animará a los estudiantes a investigar por sí mismos (…). Se seguirá el método de que profesores y estudiantes aprendan unos de otros y hagan comentarios sobre sus enseñanzas.
De estas directivas, que no en vano pertenecen al año que marca, con el IX Congreso del Partido Comunista Chino, la eliminación de cuantos moderados habían osado oponerse al meXianismo de Mao, llama la atención, por una parte, la contradicción entre la idílica y bondadosa simpleza que ofrecen en su primera lectura y la perfecta coacción, mutilación y negación del hecho intelectual que la más somera reflexión sobre ellas no tarda en revelar. No se trata de un limitado experimento pedagógico sino de disposiciones imperativas para las que no existen ni alternativa ni rechazo, y que además, no sólo proscriben cuanto no imponen, sino que también hacen de cualquier divagación extramuros el delito de pensamiento y el enemigo a abatir. Por otra parte es credo que ni mucho menos se ha circunscrito a las lejanas condiciones del socialismo asiático; muy al contrario, resulta espectacular encontrar estos clichés bastantes años después en el contexto de países prósperos del mundo occidental. La dinámica es simple y escasamente novedosa, aunque en la China comunista las dimensiones de su aplicación constituyeron un fenómeno distinto de manifestaciones anteriores. Substancialmente se trata de una sublimación del irracionalismo, de la sustitución del saber, la razón y la lógica por una idea, un culto a la voluntad única fijada en un ser concreto, en Mao, o en un ente comunitario, y de ficción, las amplias masas, que desplaza y proscribe los conceptos de la calidad y el valor.
Los estudiantes exponían e imponían. Una de las maniobras clave del maoísmo fue la adulación de la juventud, la creación de una pinza adolescentes/incondicionales entre la que quedaba aplastado el sector maduro, culto y reflexivo. El Líder puso en pie a una incontable guardia pretoriana, al peligroso animal de los veinte años, y le dio plenos poderes para denunciar y perseguir al enemigo, a los representantes de la autoridad más próximos, a profesores, decanos, escritores, periodistas, y también a sus propios padres. Los guardias rojos nada sabían de la situación interior y exterior, ni de la historia pasada o presente, como era lógico esperar de la formación filtrada y remodelada que les daba el sistema. Pero encauzaban su energía en la crítica de lo que habían conocido, en el sistema educativo, en el que rastreaban cuanto era antiguo, burgués y condenable. La metodología pedagógica-dicen- pone en primer lugar los conocimientos librescos, desprecia la práctica, corta a los estudiantes de los obreros y campesinos y los separa de los grandes movimientos revolucionarios de la sociedad. Los exámenes son el sistema antidemocrático por excelencia. El calendario lectivo es excesivamente largo; si el tiempo de estudios se reduce a la mitad, un profesor podría enseñar al doble de alumnos. El sistema nos transforma en una élite revisionista, separada de las masas, y, además, no corresponde a las necesidades técnicas del país. Sus vehementes declaraciones al extranjero que los visita en 1966 podrían reflejar tan buena intención y pasión socialista como flagrante ingenuidad, fruto del espacio maniqueo en el que se movía su limitado haz de consignas. En realidad el contenido de éstas importaba poco. La más bella y justa máxima resultaría aberrante presentada en forma de martilleo exclusivo en un ambiente en el que ciencia y verdad eran patrimonio de un solo e incontestable líder que moldeaba a su sabor las oleadas irracionales de adhesión.
Su reflexión y su acción se acomodaban sin dificultad al más fácil de los esquemas: la bipolaridad entre seguidores de Mao (buenos, revolucionarios) y solapados adversarios (reaccionarios, burgueses). Ningún dios tenía cabida entre Ormuz y Ahrimán, ni podía haberla para la cultura, la educación, el arte y las muchas dimensiones del ser humano. Las escuelas de tipo Kirín excluían otro tipo de escuelas, los modelos de buenos individuos cabían en cuatro líneas. Se perseguía implantar un sistema que tenía como valor primero la producción (aunque proclamara que era el hombre) puesto que el ser humano no era considerado sino como un receptor de consignas que actuaría en función de ellas, un bien económico valioso propiedad de la Patria. En pocos años se formarían pues, al mínimo gasto, personas preparadas exclusiva, funcionalmente, para puestos concretos. Esto elimina naturalmente a las ciencias humanas, que son reemplazadas en todos los órdenes por el pensamiento maotsetung. Los dirigentes se proponen aprovechar al máximo las fuerzas e iniciativas de las masas previamente empapadas de una educación y endoctrinamiento estrictamente pragmáticos, funcionales y de muy cortos alcances. Ello acerca paradójicamente a ensayos de prácticas similares en países de capitalismo avanzado: La cultura proporcionada a los individuos debe adaptarse a las exigencias productivas. Cualquier veleidad de información transcendente, de conocimiento gratuito y puro, es inútil, e incluso peligrosa, para el sistema. Importa promocionar los valores y métodos de pensamiento necesarios para la reproducción del esquema social. En un ambiente tan alejado de China Popular como podía ser el estadounidense, Marcuse hablaba de un ataque concertado que se llevaba a cabo para desviar a las escuelas y universidades hacia esquemas propios de la formación profesional, para reducir los estudios de humanidades y ciencias sociales y hacer descender en general el nivel de la enseñanza. Esto llevaría, según él, a la creación de una gigantesca fuerza de trabajo entrenada desde la infancia en la tarea de reproducir su existencia social, su sometimiento y la estructura que la había creado. Mientras el pensador marxista-freudiano deslumbraba a la juventud occidental de los sesenta, en las antípodas de Estados Unidos, como una irónica pirueta de la Historia, el Gobierno de la República Popular China, rigurosamento atento al comunismo puro, imponía a la más vasta escala concebible el esquema de dominio contra cuyos síntomas el filósofo norteamericano ponía a sus lectores en guardia.
Ha existido y existe, en cualquier caso, asimismo, en algunos países de Europa una generalizada tendencia que elimina de la enseñanza el concepto de adquisición de valores intelectuales como vehículo de expansión y ampliación de las aptitudes del individuo. La prioridad pasa a ser la formación de piezas de utilidad inmediata con el menor gasto y esfuerzo posible. El adoctrinamiento ofrece distintas apariencias, pero se caracteriza por los escasos márgenes de elección. El fenómeno no carece, como se verá en su momento, de parentesco ideológico con el mundo feliz del régimen asiático, al que ha tomado prestados algunos de sus lemas.
Respecto a China, tras la lluvia de mucho más de cuarenta días que cubrió y aplanó los territorios del instinto de libertad y de la inteligencia, queda la perplejidad de quien observa la anegada llanura en la que la vida continúa su persistente labor. La contradicción entre las llamadas a la rebelión, a la crítica y a la revolución y la obediencia absoluta a un pensamiento único de un único hombre es tan enorme que los guardias rojos, inmersos y formados por el sistema, no supieron captarla. O, si lo hicieron, pasaron a formar parte de un silencioso hacinamiento de víctimas cuyas voces no llegaron a Occidente jamás.
Marea baja
El mundo, de repente, se ha vuelto monocolor, se ha vuelto quizás de sólo dos o tres colores. Nadie lo comenta. Nadie parece extrañarse. Viene gente de fuera, hablan, pasean, compran, escuchan, se van; el monocorde aspecto del conjunto, la entrenada escenificación de los comportamientos, la espectacular semejanza de las frases no parecen inquietarles. Regresan a países que ofrecen todos los colores del espectro, y allí escriben, dan charlas, muestran diapositivas y hacen un alegre comentario, tocado de breves pinceladas de crítica, de esas brillantes estampas de uniformes azules, carteles rojos, mazorcas doradas y sonrisas blancas. Pero China no tiene colores, carece de los tonos que dan el rechazo y la duda, lleva blusas cerradas hasta el cuello, trenzas apretadas y un rostro liso lavado de perplejidad y de maquillaje. La Revolución Cultural se encarnizó con la cultura, persiguió y cauterizó la floración terca de los intelectuales, pero, aleccionada por las hambrunas del Gran Salto, conmocionó escasamente el medio rural y las fábricas siguiendo la máxima del Partido que prohibía expresamente interferir en la producción.
Tras cuatro años de cierre, han empezado a abrirse las aulas. La reapertura tiene mucho de apariencia y concierne a una parte mínima de la Enseñanza Superior, que se ampliará con lentitud y acoge un número casi testimonial de estudiantes. En 1971 la Universidad Tecnológica de Tsinghua no cuenta sino con dos mil ochocientos alumnos, mientras que antes de la Revolución Cultural la matrícula ascendía a doce mil. La década de los setenta comienza con una apariencia de actividad que tiene no poco de simbólica y se desarrolla, además, en condiciones precarias sometidas al control estricto de los infinitos comisarios políticos que ha producido la última ola de depuraciones. Las Facultades son una cáscara y un nombre en el que la sustancia de la actividad intelectual está ausente. Gran parte de los estudiantes, entre los que también figuraban adolescentes de Secundaria, se reeducan en el campo, con frecuencia en zonas ásperas y aisladas que distan miles de kilómetros de sus hogares. Allí permanecerán durante años, muchos no regresarán, lo harán otros cuando su juventud quede atrás como una cosecha irrecuperable. El Ejército, que algo sabe de manejo de grandes contingentes, se ha encargado de guardarles y por él, presente en comités y directivas, pasan permisos, licencias y solicitudes. Trenes y carreteras existen para los poseedores de un pase, de una justificación de viaje. No hay cifras ni datos sobre el gran desplazamiento de profesores, profesionales, estudiantes, ni sobre las bajas. A veces llegan a las familias cartas que invariablemente muestran el mismo optimismo entusiasta, idéntica adhesión, cartas que podrían haber sido impresas por millones de ejemplares, reduciendo su escritura al encabezamiento y la firma.
Las directivas de Mao Tse-tung respecto a la Universidad-en la que él jamás estudió-son del estilo amplio, inspirado y pedestre que suele emplear el Líder para cualquier tema, en pedagogía como en literatura, en ciencia como en arte. Mao concibe los centros de enseñanza superior como escuelas de formación profesional acelerada:
Los centros de enseñanza superior son necesarios; me refiero principalmente a las escuelas científicas y técnicas. De todas formas hay que acortar la escolaridad, llevar a cabo la revolución en la enseñanza, poner la política proletaria en el puesto de mando (…) Los estudiantes deben ser escogidos entre los obreros y los campesinos, que tienen experiencia práctica; tras algunos años de estudios, volverán a la práctica de la producción.
El Presidente no ha disimulado nunca la mezcla de desprecio y desconfianza que le inspiran los intelectuales, y ha hecho gala de ello, citando como argumento de autoridad que, exceptuando Marx y Lenin, los grandes comunistas como Stalin no habían ido a la universidad. Para nada la precisaban puesto que los verdaderos conocimientos no se adquirían en las aulas. Sin embargo aconseja paternalmente a los guardias rojos comenzar muy jóvenes el estudio de lenguas extranjeras y se lamenta de no haber podido hacerlo él mismo. Los largos aprendizajes, servicio militar incluido, le parecen sin embargo inútiles y para él lo ideal sería seis meses de soldado, a continuación un año como campesino y dos luego de obrero.
La idea de la persona intercambiable, rellenable sucesivamente de distintas materias, siempre disponible según las normas del momento y carente de perfil individual pertenece desde antiguo al socialismo de corte militar que impregna el credo del sistema. Mao nunca ha reparado en gastos a la hora de disponer de millones de hombres. Es famosa su estrategia de la guerra de oleadas, según la cual China nunca podría ser vencida gracias a lo fácil que era para su Gobierno ir reemplazando, según caían, unos miles de soldados por otros. La teoría del hombre nuevo e impoluto, del ser homogéneo, de la mecánica castrense y administrativa y del igualitario moldeado de la masa social alcanza aquí su sublimación. Los escritos que la reflejan, lejos de ser simple representación de ideas, nacen como premisas infalibles y universales, únicas aplicables-en todos los terrenos-y se hallan fuera de toda discusión. Cuando, en países de estructura no totalitaria, se coquetee con aspiraciones semejantes en la frágil probeta que es la educación y la cultura, se buscará el apoyo de la Ley, el vago recurso a enunciados en cuya conmovedora filantropía se alberga el deseo de la tabla rasa.
Pero no se podía prescindir siempre de la élite, la cultura y la inteligencia. Ya en 1970 las interminables glosas a las citas de Mao se acompañan de ciertas denuncias a los llamados excesos de la ultraizquierda, que significan un intento de recuperación de los intelectuales. Naturalmente se defiende la dirección a cargo de los obreros, presentes, junto con el Ejército, en los cuerpos rectores de las universidades, pero se sugiere la conveniencia de cierto margen de actuación y aprovechamiento de los intelectuales (siempre y cuando éstos sean revolucionarios) y se reprocha el recurso a medios brutales. Se trata de una maniobra de rescate de supervivientes del profesorado. Éste sin embargo, en consignas que recuerdan al laminado y chapado de una fábrica de automóviles, deberá pasar por procesos de reeducación, estancias de trabajo en el campo, sesiones políticas, y despojarse de sus viejos prejuicios de propiedad privada de los conocimientos, superioridad de la teoría, servilismo hacia lo extranjero, búsqueda de fama y de satisfacción del interés personal.[4]
Esto, cuyo ideal parece ser el organigrama de una colmena, se traduce en el empleo sistemático de la violencia física y psíquica, la anulación de todo derecho, la extorsión de confesiones y las condenas indefinidas a penas de exilio, trabajos forzados, invalidación profesional y prisión. Las personas que, silenciosas y apacibles, deambulan junto a la cooperante extrajera afloran como maderos en un mar cuyo fondo sirve de invisible asiento a innumerables naufragios. Los más jóvenes de los guardias rojos arrastraron a profesores, médicos, traductores, los pasearon con capirotes y mandiles que denunciaban en grandes caracteres su lacra de reaccionarios y burgueses. En interminables sesiones de crítica y autocrítica les obligaron a confesar su vileza, a denunciar a amigos, colegas, hijos y cónyuges. Les hicieron escribir una, diez, cien veces la lista de sus pecados y el acta de contrición. En sus efectos personales encontraron, y quemaron, un libro en idioma extranjero, una blusa de encaje, la reproducción de una pintura antigua, las fotos de una fiesta de cumpleaños. Las desapariciones no se debieron sólo al excesivo entusiasmo de los encargados de la limpieza ética, a los que se les fue la mano en un puñetazo o un empujón a destiempo; los ritos de abominación concluían con frecuencia en el suicidio. Existían, por supuesto, las ejecuciones, en cuya aplicación el sistema chino posee un récord de rapidez, pero en principio los condenados no estaban destinados a la eliminación física. Bajo palabras de las que ninguna representaba la cruda realidad, se perseguía vaciar el cuerpo de sustancia, dejarlo limpio y listo para la infusión de nueva materia. El triunfo del régimen consistía en desactivar cada uno de los resortes de la querencia y voluntad individual, comprimirlos bajo una capa de eufemismos que robaba a la agresión, la persecución, la cárcel y la muerte incluso sus nombres, que reducía los campos de trabajo a residencias rurales y las confesiones forzadas a tonificantes intercambios de experiencias. Como en los ángeles rebeldes, en el oscuro sector de los enemigos hay una gradación: antipartido, archienemigos de clase, capitalistas, enemigos de clase, reaccionarios, revisionistas, burgueses. El infierno es adaptable y el grado de condenación toma como punto de referencia el mayor o menor alejamiento del estado beatífico de revolucionario, es decir, seguidor del Partido Comunista. En cada perversión existen categorías y matices susceptibles de delimitar la culpa, y entre los condenados se pasea, balanceando su escapulario, un representante del Buró Político deseoso de enriquecer con nuevas confesiones su cifra de beneficios.
Al comienzo de los setenta el mundo extranjero ha desaparecido; es más, menudean las advertencias contra la actitud servil respecto a lo foráneo y se propugna, por ejemplo, una reforma radical de los manuales de enseñanza que elimine de ellos la llamada filosofía compradora. El régimen recurre sin rebozo, cada vez que lo precisa, a los viejos, y nada olvidados, prejuicios xenófobos y los agita vestidos para la ocasión de imperialismo neocolonial. Mao desearía la eliminación de los rasgos de definen, y delimitan, los centros de enseñanza, y propugna las escuelas a puertas abiertas, la instalación en los núcleos docentes de talleres y granjas, los periodos de trabajo agrícola, la gestión conjunta de universidades y fábricas. El saber en sí, la teoría, la calidad, la especialización, la universalidad de los conocimientos, son objeto de abominación e incesantemente criticados como ejemplos de la línea revisionista de Liu Shao-shi:
(los reaccionarios) se entregan a una inversión de la historia, se apropian de los descubrimientos e invenciones de los trabajadores, defienden la “preponderancia de los expertos” para ayudar a la burguesía a asegurar su monopolio de la ciencia y la técnica; predican la “superioridad de la teoría”, comercializan la enseñanza, hacen de ella deliberadamente un misterio y la encarecen para favorecer así al reino de los intelectuales burgueses en las escuelas; afirman “el papel decisivo de las condiciones materiales y técnicas”, niegan ese factor determinante que es el hombre y reprimen la inmensa fuerza creadora de las masas populares (…) Nosotros hemos comprendido perfectamente que el invencible pensamiento maotsetung es el arma ideológica fundamental en la redacción de los nuevos manuales de enseñanza. (Op. Cit.)
Tres décadas después, los tópicos invocados dejan, en el lector europeo, una curiosa sensación de déjà vu, en fechas, por cierto, recientes. Si se sustituye el invencible pensamiento maotsetung por la invocación a alguna supuestamente genial ley o reforma educativa, el ataque a cuanto enriquece y diversifica el pensamiento humano parece ser tópico de obligado cumplimiento, y la devastación producida por sus aplicaciones depende simplemente de la fuerza de la que en ese momento el sector en el poder disponga.
La situación también evoca el general conflicto de la universidad respecto al sistema. En países y regímenes diversos se enfrentan los defensores de ésta como centro de formación en sentido amplio y crítico, con tendencia universal y emparentado con la tradición humanística, con los partidarios de la universidad-escuela especializada que producirá, en el mínimo de tiempo y con el gasto mínimo, los individuos necesarios, sea a los grandes monopolios y firmas capitalistas, sea al Estado planificador y patrón. Los primeros pueden ser acusados de elitistas y separados de la vida cotidiana; los segundos de alienadores y manipuladores del individuo en pro de la economía, la burocracia o el trust. Buena parte de las fórmulas maoístas tienen-salvando las abismales distancias de naturaleza del régimen-paralelos en los experimentos de universidades norteamericanas, y en algunas europeas, sobre formación fuera de las aulas, fraccionamiento y reducción de los periodos lectivos e intercalación de semanas o meses de actividades independientes. La tendencia a abaratar costes y tiempo lleva a confundir y desvirtuar los rasgos propios de los estudios superiores y el concepto de la universidad misma, en un intento, supuestamente democratizador, de repartir diplomas que no corresponden a lo que por tal nivel solía entenderse.
A la hora de concretar realmente la reforma de la enseñanza que debe seguir a la Revolución Cultural, los textos chinos tienen visibles dificultades. Es mucho más fácil despellejar al enemigo que reemplazarlo. Tras reiteradas denuncias de los antiguos métodos pedagógicos libro en mano, fórmula en boca, teorías sin relación con la realidad, se vuelve a la cala segura de las citas de Mao y se insiste en los puntos principales: ir de la práctica a la teoría, mezclar trabajo y estudio, abreviar etapas, pero, eso sí, mantener los exámenes. Hay varias páginas de generalidades cuajadas de citas, literales o desarrolladas, del Presidente, y, tras este verbalismo, brillan por su ausencia criterios de contenidos, programas concretos, análisis calificados. El mismo tono preside las charlas que sobre el tema se llevan a cabo en diversas universidades, a las que, respecto a las ciencias, se las concibe como apéndices de los departamentos estatales según ramas de producción. Estos últimos irían marcando cada año tanto el número como el tipo de graduados necesario, graduados que se formarían en distintos periodos de tiempo para adecuarlos a la demanda. Esto en cuanto a la formación técnica; la político-moral aglutinaría el conjunto de estudiantes en un clima de obediencia productiva y austeridad personal. Se citan dos ejemplos de las funestas consecuencias de la falta de educación política entre los jóvenes: Uno es un huérfano rescatado de su pobreza y enviado por el Estado a la universidad. A raíz de su ingreso en ella comenzó a despreciar a los obreros, se dedicó al estudio de su especialidad y degeneró. El otro caso cuenta la historia de un obrero hijo de obrero (es decir, de extracción intachable). Estudiaba Arte. Pues bien, este joven prometedor se puso a escuchar discos ye-yes y los gamberros poco a poco le pervirtieron. (sic)
Las amplias directivas maoístas en las que los dirigentes intentan encajar las necesidades de la especialización, la eficacia y la investigación se hacen mucho más espinosas si se pasa de las facultades de ciencias a las de letras. El pensamiento único del Gran Timonel no es la mejor garantía para un desarrollo floreciente de Filosofía, Historia, Literatura y Arte. El sinólogo Simon Leys aporta una visión de lucidez inusitada sobre este periodo y describe la situación con una tranquila ironía a la que, como materia crítica, basta la simple observación de los hechos durante su visita, en 1972, a las universidades y escuelas secundarias chinas.[5]Respecto a estas últimas, en estudios cuyos programas han sido aligerados de numerosas materias y su duración reducida, la Teoría Política ocupa el lugar de asignatura fundamental, de manera semejante a la Religión en las escuelas confesionales de Occidente con la diferencia de que ésta ni en sus momentos más florecientes gozó en Europa de tal apoyo logístico. El curso es impartido por el profesor en presencia de un miembro del grupo obreros-soldados que se ocupa de que el discurso se mantenga dentro de la más estricta ortodoxia. En la práctica, la clase consiste esencialmente en un comentario escolástico de editoriales del Diario del Pueblo y de artículos de Bandera Roja (publicaciones ambas, por supuesto, oficiales). En Lengua y Literatura China el noventa por ciento de la materia dada pertenecía al periodo moderno y el diez por ciento (todo un récord en un país con tal historia literaria) al clásico. Ese noventa por ciento de literatura moderna se basaba principalmente en la prosa de Mao Tse-tung, una selección de artículos ideológicos contemporáneos y uno o dos fragmentos escogidos de Lu Sin. Respecto a la lengua clásica, la materia monotemática eran los poemas de Mao. Las otras asignaturas eran lengua extranjera, geografía e historia, matemáticas, química, física, agricultura, entrenamiento militar y cultura revolucionaria. La duración de los estudios secundarios había pasado de seis a cuatro años, el trabajo manual en campos y talleres se alternaba con el docente, continuaba el sistema de exámenes y la metodología mostraba el acostumbrado formalismo tradicional.
No deja de resultar llamativo el contraste, el exquisito uso de la neolengua, en un medio que dice caracterizarse por la ruptura, la revolución y el cambio, pero que, en la práctica cotidiana, está impregnado de dogmatismo autoritario y caracterizado, de la cima a la base, por el temor y por formas de represión consustanciales e integradas a la rutina diaria y a un modo de vida en el que la esfera de lo privado deja de existir. El más patente logro de la Revolución Cultural ha sido el empobrecimiento del contenido de la enseñanza, al eliminar los conocimientos literarios e históricos que forman su base.
El mundo exterior que a través de las lenguas extranjeras se observa tiene un perfil de tronera y, lejos de arrojar alguna luz sobre la geografía humana del resto del planeta, vierte sobre ella el contenido monocolor local. Se estudia inglés, y en algunos casos ruso. El contenido de los manuales es antologías de citas de Mao y artículos del Diario del Pueblo y Bandera Roja traducidos del chino. Se trata pues de traducciones empedradas de clichés y sometidas a un formalismo rígido. Calidad, claridad y eficacia se sacrifican a la pureza ideológica. Aunque en los setenta ya se reconoce, en los centros de enseñanza, que el material de la Revolución Cultural, que continúan empleando en sus clases, es nulo para los alumnos en lo que a aprendizaje lingüístico se refiere, sin embargo nadie osa arriesgarse a enviar a la papelera textos blindados por la evangélica autoridad que los respalda.
La enseñanza superior no ha resuelto la polémica entre formar rojos y formar expertos. Los sesenta habían puesto en primer plano total la rojez, pero la realidad ha ido reclamando sus derechos y pidiendo conocimientos, de forma que las autoridades introducen discretas recomendaciones en vistas a asegurar algún nivel profesional. Para ello se aprovechan de la última conjura palaciega: El Mariscal Lin Piao, portaestandarte de la Revolución Cultural, Mejor Alumno del Presidente y Delfín en su sucesión, ha desaparecido en 1971. Y lo ha hecho oportunamente, porque la alternancia pendular que caracteriza al régimen pide que, tras las últimas movilización, campaña y purga, se recupere la estabilidad. De ahí la hegemonía de Chou En-lai y la actividad diplomática que llevará, ese mismo año a la retirada del veto de Estados Unidos y la entrada de la República Popular China en la ONU en lugar de Taiwan. Con la táctica acostumbrada de goteo informativo, el Partido atribuye primero la desaparición de Lin a un accidente de aviación, que se enriquecerá progresivamente con los aditamentos propios de una historia de traición y espionaje, de forma que el antiguo Ministro de Defensa acabará apareciendo como un torpe agente de Moscú que, fallido su criminal intento de eliminar al Gran Líder, no alcanza el territorio soviético, hacia el que huye con su hijo, por falta de combustible. Esto permite al Gobierno cargar a la cuenta del difunto lo que comenzará a llamarse excesos de la Revolución Cultural y aconsejar un prudente equilibrio entre la rojez y la eficacia. Tales llamadas a la rectificación y la prudencia hubieran sido tachadas de revisionismo burgués pocos años antes y sus autores enviados al merecido vertedero campestre tras ser sometidos a innumerables sesiones de autocrítica. Pero en 1971 el sistema lleva un tiempo suficiente de rodaje como para permitirse cambiar, en espacio mínimo, la música y la letra de las consignas sin que el seguimiento del coro se resienta.
Es pues, de nuevo, momento de desmontar los escenarios irreales de consignas maoístas ya ensayadas en el notorio fracaso del Gran Salto Adelante. Mao ha disfrutado de su último Yenán. Las universidades deben ahora compaginar el aparente respeto a la letra con medidas de corte muy distinto. El Presidente había afirmado que bastaba con dos o tres años de estudios universitarios, luego es imposible alargarlos de nuevo oficialmente, pero se recurre a fórmulas semestrales intermedias cuya suma añade un curso o dos al total. El tiempo dedicado a las clases de política disminuye, gracias a la bienaventurada traición de Lin Piao que facilita la denuncia de sus excesos. El proceso, sin embargo, por el que se obtienen parcelas de relativa racionalidad es lento. Los estudiantes son escogidos en función de que cumplan cuatro condiciones: haber hecho dos años de trabajo manual, presentar una solicitud de entrada, estar apoyados por las masas (véase los representantes del Partido en los comités de obreros y campesinos) y que su petición sea ratificada por las autoridades locales. La universidad puede además organizar un examen de ingreso en el caso de que el número de aspirantes supere al de plazas disponibles. El temor a ser calificados de derechistas lleva a los seleccionadores a aplicar, en este proceso de filtro, una demagogia del analfabetismo tipo in dubio pro stulto nada desconocida en otras latitudes y geniales reformas educativas supuestamente democráticas. Los profesores rescatados del destierro tras haber pasado penalidades sin cuento han visto muy mermado su nivel profesional y, a partir de su reincorporación a las aulas, muestran respecto a sus alumnos y las autoridades del centro las mayores y más temerosas prudencia y sumisión y el más alto grado posible de reserva e inseguridad. Han recorrido, entre golpes y burlas, los paraninfos, y luego pasado largos años rompiendo piedras y recogiendo excrementos. Sin descubrir por cierto, gracias a ello, nuevos principios pedagógicos. Han perdido toda autoridad frente a estudiantes a los que nada osan exigir. Están todavía frescos los recuerdos de las humillaciones públicas y los malos tratos de los que unos adolescentes dotados de todos los derechos les habían hecho objeto. La disciplina, el respeto, la calidad, la exigencia y el rigor figuraron durante años en el índice de aberraciones propias de la mentalidad reaccionaria. Nada queda de las mínimas seguridad y estima necesarias para el que enseña y su actividad carece de base al dejar de serlo la transmisión de conocimientos. Se vuelve finalmente a las aulas como se ocupan viviendas confiscadas y repartidas en cubículos que apenas guardan la apariencia de lo que constituyó su función primordial.
Cambio de archipiélago
En la calle suenan tambores y el estallido de fuegos artificiales. El estruendo llega hasta las tranquilas habitaciones del Hotel de la Amistad, traspasa la distancia que le separa del centro de Pekín, la reja con la garita del guardia, el gran patio y la no menos gran fachada, regular, gris, soviética en su concepción y sinizada ligeramente en los detalles. La cooperante se sorprende. Ella acaba de aterrizar y proviene de España, un país que todavía no tiene relaciones diplomáticas con la República Popular y que bordea su transición de régimen. Estaría bien un golpe de Estado aquí, qué curioso. Pregunta luego a la señora que le han asignado como intérprete, y ella le dice, con condescendiente sonrisa ante la broma, que allí no hay golpes de Estado, se trata de las celebraciones de la clausura del X Congreso del Partido Comunista. Cuando la extranjera tiene ocasión de observar el ambiente más de cerca advierte que todo está muy bien preparado, que descienden por las entonces solitarias avenidas camiones con su orquesta, vehículos con altavoces, y que un despliegue de lucecitas y banderolas remacha los festejos. Cada vez que el Buró Político envía nuevas tablas desde su Sinaí estos israelitas asiáticos danzan y agitan címbalos, desfondan enormes tambores con mazas tan contundentes como los mandamientos que se hacen públicos tras el secreto de las deliberaciones, hacen llegar hasta el último rincón y al más modesto de los viandantes la obligación de unirse al gozo de la epifanía burocrática.
Ella todavía no lo sabe, pero pertenece a una casta de extraños sacerdotes de los que la rebeldía, la solitaria y acostumbrada rebeldía, le impedirá formar parte, una curiosa congregación que busca en lejanos territorios a sus víctimas y se confiesa fiel a paraísos que se guardaría mucho de hollar. China figuraba en el repertorio de los paraísos y ha ido allí por eso, para ver la realización de un mundo nuevo, del sistema que en nada se parece a otros y ha borrado de las relaciones entre personas la turbia explotación por intereses, la voracidad del dinero y el lento robo en trabajos sombríos de las horas de la vida. La profesora extranjera viene del corazón gris de las ciudades de Europa y ha dejado atrás barrios tristes que rodean a las estaciones, bares equívocos de patética oferta, paredes en las que alguien pintó fuera los inmigrantes, trenes que van y vienen en la gélida madrugada y el anochecer temprano, hombres del caliente sur que creen con la ingenuidad de los niños en la economía sin capitales, en edades doradas en las que se vivía en la armonía idílica del león y el cordero. Ha cruzado la frontera que separa aún España del desarrollo y ha esperado, con inquietud por sus paquetes de conservas y embutidos, entre la gente que lleva maletas de cartón atadas con sogas y las van poniendo en el mostrador tras el que inspeccionan guardias desdeñosos que hablan francés.
El mundo puede ser otra cosa distinta del insoportable hastío de Bruselas, del París salvaje que se extiende en torno al frío y bello corazón de La Cité, diferente de países del lejano planeta de los pobres, de los que sólo conoce la orla sahariana y en los que hierve tal ansia de futuro, tan denodado empeño en creer que alguien les robó, en algún recodo de la Historia, la dicha. Ellos, como ella, personajes sin fin de creados intereses, precisaban sentirse superiores a su propia vida.
China miraba complaciente a naciones de poco peso y a grupúsculos. Con ellos adornaba la ficticia geografía, que mostraba a los suyos, del espacio exterior. La profesora extranjera es un grano de arena advenedizo, mostrenco de partido y militancia, al que pronto expulsará el engranaje, un ser que obra según sus impulsos guiado por un viejo instinto de libertad al que acompaña la pausa fría, extemporánea en el clímax de la pasión y del rechazo, de la razón. Cuando se mezcle con otros colegas que llegan como navegantes a las playas de la tierra prometida, ella estará sola, gustará de la misma distancia que ya antes le impedía unirse a aquella variedad de grupos que ofrecían la España del futuro. La distancia, reencontrada a la vuelta, amalgamada primero por la experiencia y el chantaje de la coyuntura, luego afirmada, convertida en un edificio de paredes resistentes, cada año un poco más altas, pronto un viejo edificio sin más salida que la inmensidad del cielo y la memoria.
En Pekín del 73 confluyen los primeros cooperantes extranjeros que, tras el desierto de la Revolución Cultural, han ido llegando al socaire de una modesta apertura que, en comparación con fechas anteriores, pasa por espectacular. A los sones de la Internacional China se ha sumido en el más brutal aislamiento de su historia moderna. Las cifras que se barajan desde 1949 son, en sí mismas, mínimas en relación con el país y con la presencia foránea antes del triunfo de la revolución, se habla de siete mil expertos rusos en la capital en 1958, de más de mil cooperantes en el Hotel de la Amistad . En los años sesenta se había reclutado un contingente apreciable de profesores destinados a los centros de enseñanza de lenguas, a las editoriales y a las emisiones de radio, pero a partir de 1966 la atmósfera se hizo irrespirable. Las escuelas cesaron en sus actividades lectivas y fueron después cerradas. A los cooperantes se les prohibía participar en las actividades de sus centros y prácticamente se les mantenía confinados en el recinto del hotel, del que pasaron al avión rumbo a sus países respectivos mientras que sus colegas chinos eran denunciados, atacados y enviados a reeducarse a campos de trabajo. Algunos extranjeros, que habían tenido relaciones con grupos posteriormente caídos en desgracia y calificados de ultraizquierdistas, estuvieron presos durante años.
O continúan estándolo. La nueva cooperante recibe, entre la lluvia de mensajes que le dirigen los residentes del hotel, uno en el que gusta por primera vez el sabor de una auténtica dictadura. Hay que tener cuidado, dicen; los chinos saben ser tan atentos como implacables. Circula la historia de alguien retenido meses, ¿o un año?, en su habitación. Escribía autocríticas. No les satisfacían. Y hubo una mujer, trabajaba, parece, en corrección de pruebas en inglés. No se sabe. Su gobierno investigó. Nadie sabe. Allí, por vez primera, la recién llegada echa un vistazo a cárceles que en nada se parecen a las ordinarias, a persecuciones y arrestos al lado de los cuales aquéllos de los que ella tiene noticia recuerdan a una bulliciosa charla de café. Éstos son otra cosa, parecen transcurrir bajo el agua, en un líquido opaco y espeso que actúa como reja y muro, que desdibuja el perfil de las prisiones, anula las sentencias y los jueces y se instala con la omnipotencia de Dios en cada centímetro de espacio. Luego avanza, penetra por orificios, más allá de la piel, en el mayor silencio, toma posesión, disuelve, traslada en madrugadas frías a lugares anónimos, perdida la cuenta del reloj y del calendario. Sin que nadie vuelva la mirada. Alguien no está; o está en alguna parte, parcial, precariamente, como se borran y modifican líneas en una hoja de papel. Los que han vuelto tienen quizás la transparencia de un empeño tenaz por lograr la invisibilidad, la perfecta adaptación; son el casco de embarcaciones de las que se ha arrojado cuanto constituía el pasaje para evitar el hundimiento. La cooperante recuerda unos ojos azules, mestizos, entrevistos en un breve encuentro. Los raros matrimonios mixtos no se fueron durante la Revolución Cultural, y por ellos pasó sin duda el oleaje de las críticas, la exigencia de fidelidades a aquel blanco fácil para denuncias y tópicos.
En 1970, con probablemente no más de trescientos extranjeros, la ciudad de Pekín está quizás como la soñaron los emperadores más herméticos, toda ella, como el país, una vasta Ciudad Prohibida, una bandera en la que debería figurar como símbolo su larga muralla alzada contra las arenas y el viento. Tres años más tarde el cambio en política exterior se ha traducido en la luz verde a las contrataciones. La mayor parte de los colegas que la cooperante encuentra han llegado hace no más de diez meses. Los franceses son un grupo relativamente extenso y con cierta coherencia, que ha sido seleccionado por mediación del centro de Amistades Franco-Chinas. De manera más dispersa, hay ingleses, alemanes, nórdicos, latinoamericanos, africanos y árabes. Apenas puede hablarse-especialmente en los últimos tres casos-de titulación y profesionalidad y las calificaciones se reducen al hecho de tener la lengua extranjera como materna. Los fichajes se han hecho por filiación socio-política, por relaciones con centros del tipo del francés, a través de personas conocidas, por motivos de índole diplomática en el caso de países del Tercer Mundo, en los que el trato se ha llevado a cabo con los gobiernos respectivos. De la veintena que, en Pekín, figuran como expertos en lengua española, ninguno parece haber hecho estudios superiores de traductor-intérprete, ni de Letras y Filología Románica. Hay algunos elementos intelectualmente brillantes, con buen estilo periodístico, y un número grande de bajo nivel docente y lingüístico, o sencillamente de cultura general muy débil. Son personas enviadas por mediación de sus partidos y militancias, les acompañan esposas que sobrepasan a sus maridos en sumisión ideológica. La limitación intelectual suele ser en ellos proporcionalmente directa a la aquiescencia incondicional. Aunque el puesto le ha sido ofrecido por mediación de Amistades Belgo-Chinas, la nueva cooperante trae su título universitario, pero no es el caso habitual, y pronto advertirá la avidez con la que su alumnado recibe un menú pedagógico que parece apreciar en muy superior medida al que en estudio del español se le tenía acostumbrado. El sacerdocio latinoamericano se muestra en algunos casos de un maoísmo evangélico, ni siquiera temperado por la ocasional-pero cobarde-ironía de los franceses. El ambiente colonial segrega con rapidez su refugio madrepórico y las pretensiones de fusión y descubrimiento se reducen a los improperios de una comunidad de vecinos y las rutinas de la permanencia limitada. Los expertos trabajan como correctores de textos en el centro de Traducciones y Ediciones en Lenguas Extranjeras, en la Radio, en la Agencia China de Noticias Sinjua y, como profesores, en escuelas, institutos y universidades. Compran algunas cosas. Viajan en los establecidos circuitos. Ven un diminuto mundo. Es posible que la dimensión inabarcable del que les rodeaba vele, a los más, otro horizonte.
Allí había recalado un viejo, único español, que merece al menos el homenaje mínimo de un punto y aparte. La edad y lo transcurrido en ella habían reducido su mente a una pulpa agresiva y variable. Había vivido, como el abandonado pirata de la Isla del Tesoro, en China los diez últimos años, enclaustrado en el solitario Hotel de la Amistad durante la Revolución Cultural, aferrado a una fidelidad absoluta al gobierno chino y a un pasado de exilios. Hablaba de Álvarez del Vayo y, con fruición, de las humillaciones que había visto infligir a los intelectuales, durante la purga del 67. Su religión era única, rencorosa y triste, encerrada en la cárcel de obediencias sin las cuales su perfil y el de su vida se disolvían. Hubo para él una vuelta a España y un reencuentro con ella, y con la muerte, años después.
Los cooperantes constituían un curiosa clase de reyes por un corto espacio de tiempo. Se les recibía con ciertas atenciones y honores por completo desacostumbrados para el ciudadano medio de un modesto país, cobraban sueldos que, en relación al salario local de sus homólogos, unos sesenta yuanes mensuales, parecían astronómicos sin serlo, porque su vida discurría obligatoriamente por un circuito elevado y distinto.1 La esperanza de hacer fortuna no figuraba, pues, entre los atractivos del puesto y la modestia del pasar se acentuaba en los numerosos casos de matrimonios con hijos. Las esposas solían formar una subclase de expertos de segunda categoría. Llegaban sin contrato, pedían generalmente, al poco tiempo de estancia, un puesto de trabajo, que les era concedido con iguales deberes, horario y condiciones que el resto de los cooperantes pero con sueldo muy inferior sin que nadie pareciera recordar aquello de a trabajo igual salario igual.
La cooperante había firmado sin mirarlo el papel que en la embajada de China le presentaron. En Europa hubiese discutido condiciones que marcaban ocho horas de trabajo diarias seis días a la semana y que dejaban siempre al criterio final del patrón numerosos puntos. Ella hubiera ido gratis. Se le abrían las puertas, cerradas a la mayoría, de un mundo sorprendente al que iba en la más completa soledad, ni siquiera respaldada por la diplomacia de su país. Asia. El sistema socialista asentado, llevado a la práctica en su plenitud, un país sin clases ni capital privado. Si algún lugar era la respuesta materializada a sus preguntas era aquél. Y, en verdad, China lo fue.
Más tarde, en la compresión de intensidad temporal que supusieron los meses de su estancia, pudo comprobar que ni siquiera las estipulaciones del contrato respecto al preaviso de finalización e indemnizaciones se cumplían. Pero no reparó en ello, absorta como estaba en contenciosos de superior envergadura que implicaban su aislamiento y la empujaban a terrenos que lindaban con la inexistencia civil. Muy pronto también supo que el alojamiento gratuito y los servicios de transporte tenían más de confinamiento que de oferta. El Gobierno había logrado, respecto a los occidentales, la perfección colonial, capaz de introducirlos en las construcciones y pasadizos preparados para ellos, de permitirles el paseo periódico en un trillado circuito, y de devolverlos al exterior con su virginidad turística en buena parte intacta.
El gran mapa de China se encogía y estrechaba para los extranjeros, que precisaban un visado para desplazarse más allá de veinte kilómetros de Pekín. Quedaba reducido a un puñado de grandes ciudades como Xian, Shanghai, Nankín y Hangchow, a las que se sumaban los llamados lugares sagrados revolucionarios tal que Yenán (que no fue visitado por la cooperante) y las tumbas Ming. Carreteras y ferrocarriles cruzaban por extensiones grandes y prohibidas; pero fértiles en mitos, con la atracción de lo ignorado y el victorioso brillo cuyo reflejo era sólo visible en las páginas satinadas de la prensa oficial. Allí se construían probablemente poblaciones prósperas, aldeas tranquilas de innumerables y bien repartidas cosechas. Con la docilidad con que se aclama a la dinastía reinante se admiraba el país enmarcado por los discursos y los grandes números, avalado por el progreso y las estadísticas. Era una geografía platónica, indiscutible, desdeñables sus fracasos, destinada, por la inmutabilidad y la solidez sin fisuras de su cima, a planear sobre crítica y sospecha.
Con consciente minuciosidad, los responsables chinos mantenían cerrada la ventana de la lengua, los batientes que podían abrirse al espacio exterior, a la gente que comía y bebía su té en puestos de la calle, que apuraba sus tazas de cerveza y alcohol local y que venía de provincias para hacer compras en el gran almacén de la calle Wang Fu Chin. La mayor parte de los cooperantes tenían la intención, a su llegada, de aprender el idioma del país y, en el caso de algunos que ya habían cursado estudios de él, era el principal de sus objetivos. En teoría les asistía el derecho a pedir clases y su centro de trabajo debía proporcionárselas gratuitamente. Esa gratuidad, como tantas otras, resultaba ser un factor negativo porque les impedía elegir su profesor y mantener con él mayor soltura de relaciones. El occidental no podía exigir regularidad en las lecciones, atención, eficacia; las clases se espaciaban, se relajaban y arrastraban en una desganada y cortés monotonía. Comenzadas con el empeño decidido del neófito, vegetaban y acababan sucumbiendo de muerte natural.
La razón clave y máxima por la que los cooperantes extranjeros no aprendían el mandarín no residía, empero, en la pobreza de las clases recibidas, ni en la tan aludida dificultad intrínseca y fuera de serie de la lengua, sino simplemente en la imposibilidad de practicarla por falta de contacto humano y por el aislamiento en la vida cotidiana. El pei-jua o lengua china oficial es, desde luego, de muy arduo dominio para un occidental por su estructura ajena a nuestro tronco lingüístico, por la pronunciación, su sistema de tonos semánticamente diferenciales. Su escritura resulta trabajosa y pide ciertas habilidades caligráficas. Pero, por el contrario, es relativamente fácil aprender el chino hablado lo suficiente como para comprender y mantener conversaciones simples. La posibilidad de inmersión en un ambiente motivador estaba, en este caso, ausente. Los extranjeros solían volver, tras dos años en Pekín, con el puñado de palabras que poseían cuando llegaron, y ello se debía al régimen de aislacionismo y encuadramiento con intérprete obligatorio en el que se les hacía vivir, a los lugares especiales en los que transcurría su existencia apartada de la realidad china cotidiana y a la reserva y cortés distanciamiento de los occidentales que el sistema imponía a cualquier chino que no perteneciese al centro de trabajo en el que éstos prestaban sus servicios.
Había una mendicidad conmovedora en los ta-pidza (narices grandes, apelativo popular con el que, junto con diablos, se conoce en el país a los forasteros) que deambulaban por las calles en busca del ansiado, modesto contacto espontáneo. En un intento de camuflaje y transformismo, recurrían a bufandas y gorros que redujeran al mínimo su exótica anatomía descubierta. La invencible vitalidad de la gente del común masticaba, sorbía y tarareaba canciones populares, inalcanzables y agolpados en los lugares públicos, conscientes sin duda del riesgo de acusación de espionaje que podía recaer sobre cualquiera que se comunicara con un extranjero ajeno a su unidad laboral. Las cicatrices de la revolución Cultural estaban frescas, sus directivas nunca habían sido derogadas. Por el contrario, resultaba más cómodo para el sistema mantener un clima de ligera permisividad provisional que podía, en cualquier momento, endurecerse.
Los cooperantes cuyos conocimientos les permitían la lectura de la prensa veían ésta limitada a los grandes diarios Renmin Ripao, Kuangming Ripao y Hongchi, y les estaba estrictamente prohibida la adquisición de la local o de la militar (excepto el arriba citado Bandera Roja, Hongchi.). Esto, en relación con la vida cotidiana, significaba la imposibilidad de estar al corriente del programa de cines y teatros, de las exposiciones de pintura y fotografía y de las actividades deportivas, puesto que tales informaciones sólo aparecían en los periódicos locales. En cuanto a las noticias del extranjero, podían adquirir unos boletines diarios que se publicaban en varios idiomas, el español entre ellos, y contenían, en las páginas elaboradas por la agencia Sinjua, más propaganda que información. Los abonados a diarios y revistas occidentales los recibían normalmente y también podían recurrir a las salas de lectura de sus embajadas, que prestaban, como en el caso de la francesa, un servicio cultural inestimable. Los aparatos de radio, adquiridos a buen precio en la vecina Hong Kong, adquirían especial entidad de naves, de flotantes lanchas que permitían escapadas fugaces a territorios de libre expresión y saltaban sobre el aislamiento y las distancias. Los programas chinos en español tenían la animada variedad de un panel de la Gran Muralla, pero eran superados en exhortaciones plúmbeas por los de Corea del Norte. Las reflexiones derivadas de su audición no resultaban, para la nueva cooperante, consoladoras para disculpar su propia estupidez. Debía reconocer que, sin necesidad de desplazamientos y estancias en las sucesivas alma mater del socialismo, habría bastado la comparación entre aquellas emisoras y la BBC, o las de Australia o Canadá, para sacar las conclusiones apropiadas sobre el comunismo real. Eso sin contar visitas y referencias a algunos países del Este y Unión Soviética y dejando de lado el endeble andamiaje filosófico del materialismo histórico, la dictadura de la clase mesiánicamente elegida y el determinismo futurible. La evidencia estaba allí desde Europa, desde la ciudad propia, la reflexión y unos cuantos libros, incluso en el seno de dictaduras más o menos personalistas y militares que resultaban sin embargo un lujurioso balneario en comparación con el manto gris y duradero que se había extendido desde la Revolución de Octubre. Más que de un error o de un reprobable eclipse ético la cooperante se sentía culpable de un pecado de imperdonable estupidez. Y lo sorprendente, una vez atravesado el espejo y llegada con bastante rapidez al otro lado de la evidencia, era el tranquilo e impasible aplomo con el que otros la ignoraban. Los visitantes tejían sus vidas, echaban un vistazo a las ajenas y espumaban elementos que podían incorporar sin esfuerzo a esquemas queridos o confortables. Adquirían con la rapidez de los indígenas el reflejo de ignorar las ausencias, disociaban comunismo y socialismo de materias tratadas como ganga fortuita o añadidos exóticos aunque éstas fueran la masa única de la única palpable realidad.
Pero nada reemplaza a un paseo por la calle, al gesto de unos ojos huidizos y a la candorosa indiferencia con la que se ve a alguien asentir a una sarta de despropósitos. La Librería Central de Pekín es un edificio moderno con amplio escaparate. Ocupa dos plantas rectangulares largas y espaciosas. Su semejanza con el letrero que en la puerta ostenta termina ahí. Ha sido suplantada por un decorado, semejante al de esos lomos falsos que amueblan los pretenciosos salones de algunos ricos. Toda la cultura de un inmenso y viejo país que presenció los balbuceos de la imprenta y el papel se ha evaporado. Estanterías que, en el polo opuesto de la biblioteca de Borges, reducen a un reiterado simulacro la grafía inacabable de los escritores. Aquí la variación reside en el tipo de impresión, color y tamaño. Los autores se limitan a los clásicos y neoclásicos marxistas, a Lu Sin, algunas historias de trabajadores modelo y muy poco más. Marx, Engels, Lenin, Stalin, Kim Il-Sung, Enver Hodja, y, Mao, omnipresente, que reina en el vértice señero de la pureza ideológica. Mao en todos los formatos, principio y fin de las hileras, bondadoso en su devoción paternal por el pueblo, lírico en sus poemas juveniles, enérgico en sus consignas, categórico en sus definiciones, beligerante en sus estrategias, definitivo en el conjunto de sus obras. La Revolución Cultural proscribió las demás obras, tanto de chinos como de extranjeros. Los libros se han colocado de plano de forma que se rellene el vacío inevitable. A veces se ven textos científicos, algunos en ruso.
En el primer piso se venden carteles reproduciendo escenas de los ballets y óperas modelo, también citas de Mao para colgar o enmarcar, en todos los colores, tamaños y caligrafías. Al lado está la sección de reproducciones del Presidente: Mao niño, Mao adolescente, Mao joven, Mao en su madurez,. Mao anciano. También se ofrecen retratos de Marx, Engels, Stalin, Lenin, Kim Il-Sung y Enver Hodja. Pueden adquirirse asimismo postales, reproducciones, mapas y modelos de caligrafía.
Existe una sección destinada a lectura y préstamo en la que los muchachos devoran cuadernos de relatos de acción cuyos héroes defienden la Patria en las fronteras o persiguen a espías y agentes infiltrados. No son enemigos los que faltan; el Gobierno chino proporciona a sus gentes generosas raciones de imperialistas, burgueses, reaccionarios y solapados defensores de la antigua y corrupta sociedad. La guerra de Corea es un filón de norteamericanos perversos y los territorios limítrofes del Imperio del Medio están generosamente abastecidos de elementos belicosos prestos a la invasión.
La cooperante empieza a dudar de las bondades y el desinterés de la alfabetización masiva. Se ha hecho ya una idea aproximada-pero necesariamente imprecisa-de lo que en el país la gente puede leer. Respecto al cuánto, ha visto muy escasos lectores en los parques y transportes públicos y tiene la impresión de que las obras del Presidente Mao, los clásicos marxistas, el oasis literario de Lu Sin y las hagiografías de héroes de la producción y de la lucha no bastan para cubrir necesidades. Recuerda al profesor chino del primer instituto de Pekín en el que trabajó. Decía éste leer muchas novelas en español. Como ella le felicitara por su esfuerzo en el dominio del idioma, él respondió:
-No. Es que en chino no hay.
La profesora de español es, en China, una orwelliana avant la lettre. No ha leído todavía 1984, y, tras su regreso a España, cuando lo haga, una tarde de invierno, cerrará el libro al terminar la última línea y bajará a la calle para sentir a la gente, con un ataque de miedo insuperable que tiene mucho del frío glacial de los paisajes de De Quirico. Sabe que nunca saldrá del todo de aquella librería cuyos falsos volúmenes no reproducen sino una voluntad abrumadora y ajena a la vida y el pensamiento, un puro gesto de dominio que aplasta como una mano al que recorre las estanterías con su frágil y temerosa individualidad a cuestas.
Sin embargo resulta sin duda factible pasear por esa superficie satinada sin mayores traumas. El Gobierno chino es tan capaz de preservar sus intereses como de dar una imagen halagüeña de sus márgenes intelectuales. Las Ediciones en Lenguas Extranjeras, de Pekín, Guozi Shudian, distribuyen al extranjero, por un sistema de suscripciones, diarios y revistas en lenguas que van del chino, mongol, coreano, tibetano y kazajo al español, italiano, alemán, francés, inglés, sueco, ruso, árabe, japonés, hindi, indonesio, swahili, urdú, vietnamita y esperanto. La versión lingüística depende del tipo de publicación, que, en función de sus contenidos, se destina a propaganda de los logros del régimen, temas literarios y científicos o difusión de las tesis chinas sobre política internacional. A esto se añade una serie de revistas especializadas en materias como arqueología, astronomía o genética, que se redactan en chino con extractos de sus artículos principales e índices en inglés. Guozi Shudian tiene también el monopolio de la distribución y adaptación de publicaciones extranjeras, a lo que se añade la canalización de intercambios y préstamos a través de la Biblioteca Nacional de Pekín y el Instituto de Información Técnica y Científica de la Academia de Ciencias. De hecho, el caudal de conocimientos de un puñado de dirigentes y de una capa escogida de personas en nada contradice la masiva ignorancia del resto. La información discurre por un sistema vertical de esclusas en el que no se admiten veleidades. La materia, predigerida y dosificada en cantidades precisas, llega, cuando se considera oportuno, a los niveles autorizados por un sistema pormenorizado de documentos, circulares, canales y disposiciones. La censura carece en este contexto de significado porque, en un Estado que ha logrado un control de tales características, la retención informativa se ha efectuado en la base y, en un paso que va mucho más allá de los primarios métodos de coacción, los receptores parecen carecer de los elementos que les permitirían percibir y apreciar las informaciones peligrosas para el régimen.
En la enorme plaza y las avenidas cuyos bordes producen la impresión de solitaria lejanía de los grandes ríos los edificios culturales públicos exhiben sus puertas cerradas y el interior aquejado de un largo reajuste. La Revolución Cultural ha exigido su depuración ideológica, la sedimentación posterior se atiene al prudente rechazo de responsabilidades y al día a día de la interpretación de las directivas. Allí están la Biblioteca Nacional, bajo mínimos, y el Museo de Historia. Los años irán cubriendo salas y paredes con el crecimiento vegetal, irreprimible, de personas y objetos. Gente muy joven, hijos de los guardias rojos, llenarán este mismo espacio, engañados, como los observadores del exterior, sobre el cambio del régimen, la aparente, ineluctable deriva hacia la libertad.
No. El Buró Político Chino no construía, al socaire de la senilidad de Mao, pasadizos hacia la pluralidad y la apertura. Pero supo perfectamente vender la moderada imagen y acuñarla incluso en una fórmula que, décadas más tarde, pasaría por original. Desde las prudentes reformas del principio de los sesenta hasta la explosión de la economía de mercado, pasando por la recogida de banderas tras la Revolución Cultural, nada había escapado ni debía escapar del Partido y del Ejército. Pekín se especializó tempranamente en mantener el poder en manos de su clase rectora y dar rienda suelta a cuanto no le perjudicase. Sus proclamas serán, invariablemente, ortodoxas y se reclamarán de Mao Tse-tung y el comunismo. No hay en ellas la más mínima pretensión, ni necesidad, de coherencia; son fieles al imposible discurso y la lógica irracional que les han sido desde siempre propios. Jamás ha entrado en sus planes dar cuentas a la opinión, explicar sus posturas, responder de sus actos. Es un clan único de poderes totales, y las exhortaciones al enriquecimiento, la voracidad de bienes de la que da ejemplo a sus súbditos, las consignas un país, dos sistemas, el socialismo capitalista, las incompatibles dualidades tranquilamente enunciadas, moldean un nuevo archipiélago, sometido tan sólo a la ley y límites que su dueño marca y vigorosamente movido por los impulsos eléctricos del más descarnado interés.
Desde Occidente, podía creerse con facilidad en la irremediable transformación del viejo comunismo, su deriva hacia formas que, por ser de mercado y adornarse con los últimos productos de la técnica, automáticamente se suponen más abiertas y en franco camino hacia una sociedad democrática y un sistema liberal. Mientras esto se da por descontado, el archipiélago, en sus nuevas formas, se afirma y crece.
El X Congreso Nacional del Partido Comunista de China puede así, en 1973, permitirse afirmar en la letra premisas continuistas contrarias al pragmatismo que ya se impone en los hechos. Ninguna contradicción le es ajena; muy al contrario, es él quien marca, cuando y donde corresponde, la coherencia y la ética. No han leído probablemente a Lampedusa ni a Maquiavelo, pero dominan como ninguno de ellos la técnica del cambio oportuno y la reserva precisa. Se ha entrado en una etapa que marcaron, en 1972, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Japón y la visita del Presidente Nixon. Es tiempo de enriquecerse, de renovar las armas del Ejército, de ir ocupando el hueco que se adivina en la agostada Unión Soviética. Pero las actas del 73 reafirman a Mao y a Chou En-lai mientras rubrican la definitiva defunción, como sucesor, del extinto Lin Piao. Sus apartados reiteran las consignas del lejano Yenán sin que se espere de lector alguno la menor perplejidad ante la incongruencia que respecto a las nuevas directivas marcan. Se trata del habitual epílogo sobre la base de la situación preexistente, la confirmación de la bondad de lo realizado y la sumisión a los puntos fundamentales, a los que preside la autoridad suprema del Partido. Por ello conviene subrayar la continuidad del sistema (revolución) y su proceso, la disponibilidad sobre los jóvenes, la ocupación de los centros de cultura, el control ubicuo del tejido social.
Hay que proseguir y llevar a feliz término la revolución en el arte y la literatura y la educación y la salud pública, hacer un buen trabajo respecto a los jóvenes instruidos que van a las zonas montañosas y otras zonas rurales, manejar bien las escuelas de cuadros “7 de Mayo” y apoyar las nuevas cosas del socialismo (…).
(…) La Gran Revolución Cultural Proletaria es una gran revolución política realizada por el proletariado, bajo las condiciones del socialismo, contra la burguesía y todas las demás clases explotadoras, y es también una profunda campaña por la consolidación del Partido (…) el Partido debe dirigirlo todo (…).
Artículo II-Se crea una célula, una célula general o comité de base, según sean las necesidades de la lucha revolucionaria y el número de miembros del Partido, en cada fábrica, mina (…) centro de enseñanza (…) y cualquier otra unidad de base.1
La campaña, en 1973, de crítica a Lin Piao y a Confucio es una metáfora del alejamiento de un modelo que ya resulta decididamente incompatible con más rentables aspiraciones, pero no por ello, tras el Congreso Nacional del Pueblo, la Nueva Constitución Simplificada de enero del 75 hace otra cosa que avalar, con la unanimidad acostumbrada respecto a lo decidido por el Partido, el monopolio de un poder al que en nada ya disgusta, sino que favorece, la prosperidad generalizada de la población. El rehabilitado y sufrido Teng Siao-ping no tardará en lanzar su famoso ¡Enriqueceos!, seguido sin dificultad por las masas que, en adelante, agitarán carnets de cheques en vez de pequeños libros rojos. Pero el rigor de la forma persiste, porque el marco estricto de un maximalismo utópico, la imprecisión legal, la exigencia explícita y la imprescindible permisividad rutinaria abonan la vivencia cotidiana del temor y la culpabilidad y son elementos indispensables del perpetuo estado de excepción que, en nombre de las grandes aspiraciones y la pureza, eleva la hipocresía a la categoría de las bellas artes.
Mao ocupa oportunamente su lugar, en 1976, entre los monumentos de la gran plaza. En su mausoleo hay montañas que marcan el horizonte de un Yenán eterno y ficticio.
Historias
La arquitectura, que no engaña, ofrece en todos los centros de trabajo de la cooperante extranjera, tanto en Pekín como en la lejana Xian del interior, un marco rectangular de muros, cubos de tamaños diversos en función de su jerarquía, recintos invisibles desde el exterior, pequeñas ciudades prohibidas en blanco y negro desprovistas del carmesí brillante de la de la capital pero seguidoras de la vieja tradición de secretismo, del muro medial de la recepción contra el que se estrellaban los malos genios (que sólo son capaces de desplazarse en línea recta) y las miradas de los viandantes. Un cartel a mitad de la ruta entre el núcleo de la población y el instituto reza en chino, ruso e inglés: Paso prohibido a los extranjeros. Los bloques de ladrillo ocre-gris que recuerdan a las viviendas obreras del siglo XIX tienen como único decorado grandes paneles rojos con frases del Gran Líder. Sobre el alero, en enormes caracteres, se lee: ¡Viva el Presidente Mao Tse-tung!. Sus citas, reproducidas en pizarras y carteles, cubren los muros. Detrás del edificio principal están las viviendas de profesores y alumnos, las cantinas, el depósito de carbón, las calderas, los vestuarios del campo de deportes, las letrinas y las oficinas y biblioteca. En el huerto se cultivan frutas y hortalizas. Los animales domésticos-cerdos, gallinas-retozan y efectúan su labor de basurero ambulante.
El interior es uniforme, agrisado, sin la menor nota de color o decoración. Las bombillas débiles y las puertas marrones no animan el conjunto. La calefacción es tardía, intermitente y más bien simbólica, la temperatura gélida. El mobiliario de aulas y sala de profesores es, con la excepción del destinado al profesor extranjero, espartano, muy usado y sin concesión alguna al detalle o al gusto personal. Resulta un paradigma de la Revolución Cultural. Las letrinas son a la turca, separadas por sexos pero las mismas para alumnos y profesores. Hay en el interior además una pileta con grifos y, por supuesto, ningún espejo. Es notable el grado de suciedad, pero no existe ni un solo letrero escrito en las paredes.
Por la parte trasera se ven las obras con las que se continúa y amplía la red de túneles con la que el instituto, como toda entidad en China, debe contar, hecha por ellos mismos en previsión de las siempre presentes invasiones, enemigos y guerras. Se trata de sencillas excavaciones de pasillos y ensanches subterráneos de ladrillo y arcos de cemento. Los carteles recuerdan las consignas de Mao: Cavar profundos túneles, hacer reservas de cereales y nunca pretender la hegemonía. Preparar al pueblo contra la guerra y las calamidades naturales. En el suelo se abren de cuando en cuando los respiraderos de los túneles.
La cantina de los alumnos no parece tener sino sus cuatro paredes y las mesas, además de citas de Mao. En la de los profesores hay mesas y bancos muy usados, vasares para los tazones, un mostrador para embutidos y salazones de verduras y ventanillas por las que se recogen los platos. Frente al comedor, fuera, los tazones se enjuagan en una pileta larga provista de grifos de agua fría, tras haber echado las sobras en la tina de los cerdos. En el ala opuesta se alzan casas para el personal, que, según su situación familiar, comparte o no habitación. En la de mi intérprete, a la que su marido visita alguna vez, hay una cama grande, una estantería con libros, otra con vajilla, flores artificiales, tapetes y el retrato de Mao bordado a punto de cruz por una sobrina suya. La calefacción consiste en estufillas de carbón sobre las que también se guisa, sacándolas fuera. Las letrinas, comunes, están al final del pasillo. Las paredes son de un gris desconchado.
La descripción puede hacerse extensiva a infinitos centros semejantes. Presenta, con leves variantes cuantitativas, los usuales ingredientes de los edificios chinos: gusto por cierta monumentalidad formalista (fachada del edificio central), utilitarismo que marca firmemente la voluntad de alejamiento de preocupaciones estéticas, que serían tachadas de individualismo burgués, tono rural, separación de elementos, descuido y suciedad en los servicios públicos (cantina, letrinas), delimitación, ocultamiento y separación (el omnipresente muro cuadrangular). Su aspecto general es el de una maciza y desangelada escuela de enseñanza media de voluntad de apariencia fuertemente agrícola. No es difícil imaginar, al verla, la suerte que han corrido los estudios de literatura, historia y arte.
En cuanto al entorno ideológico, tadzupaos y pizarras protegidas de la lluvia por un alero reproducen las consignas al uso, los editoriales del Diario del Pueblo, citas de Mao, exhortaciones y buenos propósitos. Los alumnos de francés se han mostrado singularmente activos con la tiza y el pincel:
Cálida bienvenida a vosotros, compañeros de armas, que venís del primer frente de los tres movimientos revolucionarios. Cálida bienvenida a vosotros, nuevos estudiantes obreros, campesinos, soldados del instituto socialista de nuevo cuño. Animados de un sentimiento de orgullo legítimo, habéis entrado alegremente en el instituto de nuevo tipo en el que se forman los intelectuales revolucionarios del proletariado, y a vosotros corresponde una labor histórica: estudiar en la universidad, dirigirla y transformarla sirviéndoos del pensamiento maotsetung.(…)
Queridos camaradas, hemos venido de todos los puntos del país. Nos reunimos aquí para un fin común. Desde ahora viviremos, trabajaremos y estudiaremos todos juntos, Unámonos más estrechamente siguiendo las enseñanzas del Presidente Mao. ¡Unámonos para obtener victorias aun mayores!. Llevemos a cabo lo mejor posible los deberes que nos han sido encomendados por el Partido en el informe del X Congreso.
Las citas de Mao, en este contexto tan desprovisto de alicientes visuales, tienen cierta recurrencia hipnótica, llenan los ojos, despliegan en un film en blanco y negro fogonazos de color, trazos gruesos cuyos ángulos han perdido la gracia de la antigua caligrafía y parecen mantener entre los dientes las ideas. Su vocabulario se reduce a un manojo de palabras, cada día presentes. Se anda continuamente sobre una bandera junto a la cual apenas nada significa la masa anónima de la vida gris.
¡Unámonos para obtener victorias aun mayores!
Si la línea es justa, se tienen soldados, incluso si ahora no se tiene ni uno solo, y se conseguirá el poder incluso si todavía no se posee.
Practicar el marxismo y no el revisionismo, trabajar por la unidad y no por la escisión, dar prueba de franqueza y de rectitud y no tramar complots e intrigas.
Ir a contracorriente es un principio del marxismo-leninismo.
Los países quieren la independencia, las naciones quieren la liberación y los pueblos quieren la revolución; esto se ha vuelto ya una corriente irresistible de la Historia.
China es como un apetitoso trozo de carne que todo el mundo codicia, pero esta carne es muy dura, y desde hace años nadie ha podido hincarle el diente.
El peligro de una nueva guerra mundial no ha desaparecido y los pueblos del mundo deben estar preparados para ello; pero hoy en el mundo la tendencia principal es la revolución.
Llevar hasta el fin la lucha contra el revisionismo moderno. En el plano interior debemos conformarnos a la línea y los principios políticos fundamentales definidos por el Partido Comunista para todo el periodo histórico del socialismo, perseverar en la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado, unir todas las fuerzas susceptibles de ser unidas, y trabajar para hacer de nuestro país un poderoso estado socialista, a fin de hacer una contribución a la Humanidad.
Prepararse en previsión de una guerra y de calamidades naturales y hacer todo en el interés del pueblo.
Mantener alta la vigilancia y estar completamente preparados para el eventual desencadenamiento de una guerra de agresión por parte del imperialismo, y sobre todo para el desencadenamiento de un ataque sorpresa por el socialimperialismo revisionista soviético contra nuestro país. Que el heroico Ejército Popular de Liberación y las amplias masas de la milicia popular estén continuamente alerta para eliminar a todo enemigo intruso.
Leer y estudiar concienzudamente para dominar bien el marxismo.
Siempre es en las grandes tempestades cuando se elevan los continuadores de la revolución proletaria.
El desorden en la tierra engendra el orden en la tierra. Al cabo de siete u ocho años todo vuelve a empezar. Los genios malignos aparecen por su propio impulso en escena. Está determinado así por su naturaleza de clase y no pueden obrar de otra forma.
Para estar seguros de que nuestro Partido y nuestro país no cambiarán de color debemos, no sólo tener una línea y una política justas, sino también educar y formar a millones de continuadores de la causa revolucionaria del proletariado.
Todo miembro del Partido Comunista Chino debe:
- Estudiar las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin, y del Presidente Mao, y atacar al revisionismo.
- Luchar por los intereses de la inmensa mayoría de la población de China y del mundo.
- Ser capaz de unirse con la mayor cantidad posible de personas, incluidas las que, equivocadamente, se han opuesto a él, pero que se corrigen sinceramente de sus errores. Sin embargo, es necesario ser particularmente vigilante a fin de impedir a los oportunistas, los conspiradores y los individuos de doble faz usurpar la dirección del Partido Comunista y del Estado, a cualquier escalón que esto sea, y a fin de garantizar que la dirección del Partido y del Estado estará siempre en manos de revolucionarios marxistas.
- Practicar valientemente la crítica y la autocrítica.
- Consultar a las masas en todo problema.
La declaración de principios es de una simplicidad que la hace transparente en exceso. De igual manera que la vuelta al estado zoológicamente primitivo es en el hombre una perversión, un retroceso animal al que en nada embellece la supuesta pureza originaria, en estas premisas existe una simplificación contra natura, un sutil, profundo, recurso al engaño. Como manipulación puede parecer grosera, como éxito político indiscutible, como jerusalén marxista un éxito. Su simpleza lo delata, obvia la compleja variedad de los seres, la extensión de ambiciones y pasiones, las múltiples variantes del goce. Tras esta granja edénica hay un país del siglo XX en el que tan artificial sería adecuar el todo a la mayoría campesina como imponer en las oficinas el uso del arado. El discurso reproducido por estos estudiantes se mueve entre la mimética del mundo militar, la obediencia al único partido al que el Líder sirve de Moisés, Biblia, y Bandera, y el convencimiento de que fuera de este perímetro no hay salvación. Nada, ni nadie, existe por sí mismo sino en función de las tareas asignadas.
El tiempo tiene una periodicidad cíclica que garantiza, y exige, la vigilancia frente al enemigo, la encarnación del Mal o Antirrevolución, congénito a partes degeneradas del cuerpo social. Bastan siete años para que las semillas del aburguesamiento y el revisionismo crezcan de nuevo, la mitad de una generación, el espacio que media entre inconsciencia y madurez, entre especulación y trabajo, folletos y libros, infancia y sexo, indigencia y ahorros, trashumancia y hogar propio. Mao ha ido colocando sus yenán entre una campaña y otra, cuando evolución, reflexión y fracaso inclinan las miradas hacia el crecimiento de plantas de colores distintos del rojo. Entonces se impone el exorcismo, la siega de los genios septenarios que cualquiera, el padre, la novia, el mejor amigo, puede llevar en este momento en su interior. Ninguno de esos métodos es nuevo, pero jamás habían sido empleados juntos, en tal escala y con semejante éxito. De ahí la novedad, el perfil de terra ignota amasada con viejos materiales que la República Popular presenta.
China ocupa el onfalo que han acostumbrado a adjudicarle todos sus gobernantes. Es-según el tradicional gusto por las metáforas culinarias-el jugoso solomillo a cuyo alrededor babean las hambrientas jaurías de los países extranjeros. Las situaciones bélicas se multiplican: enemigos domésticos de puntual y perversa aparición, asedio externo, telón impredecible de enfrentamiento mundial, cascada de independencias y revoluciones en los cinco continentes. Por lo pronto se dispone, en puertas, de un enemigo providencial que encarna el peor de los pecados: la revolución traicionada. La Unión Soviética es un Luzbel que ha descendido vertiginosamente desde su cima de Lenin, Stalin y Octubre a la oscura imagen de la Gran Caída. En términos más prácticos, es, por lo pronto, el competidor más peligroso de Asia. La India también posee colmillos atómicos, pero Pekín sabe que la democracia debilita y que los países molestamente sometidos a su opinión pública y a ciertos principios no tienen a la hora de la acción la autonomía agresiva que debieran.
La situación general garantiza, en suma, enemigos para unos cuantos cientos de años y deja amplio margen para la construcción interna del perfecto socialismo. El estado de excepción se eterniza, y con él las llamadas a la unidad, a la consulta a las masas y a la búsqueda del beneficio de la mayoría. Esto debe traducirse como el permanente sometimiento a los representantes del Partido (llamados de las masas) que vigilan y presiden los centros rectores de cada unidad de trabajo, deciden la compatibilidad entre las aspiraciones individuales y el bien mayoritario, reciben las delaciones y exigen la autoinculpación. Cada término colectivo significa, en su realización material, personas, sectores e intereses muy concretos. La inevitable muletilla obreros, campesinos y soldados, de cuyos tres frentes revolucionarios se supone proceden los nuevos estudiantes y cualquiera con aceptable pedigree, pertenece asimismo al terreno de la ficción. No quiere decir que lo sean o lo hayan sido; ni siquiera que provengan de familia obrera, campesina o militar. En numerosísimas ocasiones el alumno presentado como campesino es hijo de empleados, de cuadros, ha seguido los estudios primarios y secundarios en la ciudad, pero pasó algún tiempo en una comuna, en el campo, como hicieron millones de jóvenes que partieron a él durante la Revolución Cultural.
El Instituto de Lenguas de Xian es presentado a la cooperante extranjera por un pulcro anciano al que, todos sonrisas, acompañan dos hombres con aspecto de hallarse perfectamente al margen del lugar. Su función es, según traduce la intérprete, ejercer la tutela y supervisión política del antiguo director, purgado y situado ahora bajo la égida del director miembro del Partido y del comité revolucionario del instituto. El depuesto y semirrepuesto decano es un intelectual de barba blanca y frágil esqueleto. Hace una presentación de la trayectoria del centro esmaltada de continuas citas sobre el asombroso progreso pedagógico que ha representado el recurso al pensamiento maotsetung. En ningún momento pierde su rostro el aspecto apacible y digno, ni se modifica la nerviosa sonrisa de los comisarios del Partido y la dirección, que dan vueltas a la gorra que tienen entre las manos. El anciano habla de estudios de cuatro años, en principio limitados al ruso, y ampliados luego al inglés, alemán, francés y español. Cita la reducción en la duración de los estudios, según las directivas, y habla de decenas de miles de volúmenes en lenguas extranjeras que posee la biblioteca pero de los cuales la profesora no hallará luego sino un puñado testimonial. Bajo el discurso que desgrana y se extiende como la superficie de una lápida es fácil imaginar las humillaciones del pasado, el acoso, la agresión y la supervivencia. Su generación posee todavía un fulgor de libertad perceptible que no se observa en las posteriores. Visible quizás en el tono pausado, en la tenue distancia que la cooperante distingue entre él y su discurso:
Antes de la Gran Revolución Cultural Proletaria Liu Shao-shi y Lin Piao aplicaron la línea revisionista en la educación: formar alumnos para la burguesía, saboteando la línea del Presidente Mao. Dominaron entonces los intelectuales burgueses, fueron criticados, reconocieron sus errores y continúan entre nosotros. La Gran Revolución Cultural Proletaria fue iniciada por el Presidente Mao en 1966. Las masas la apoyaron con entusiasmo, pero Liu Shao-shi y los suyos saboteaban la línea proletaria. Como consecuencia de estos sucesos cambió la enseñanza en el instituto. El ocho de junio de 1967 se fundó el comité revolucionario del instituto. En octubre de 1968 el grupo de obreros del Ejército Popular de Liberación para la propaganda del pensamiento maotsetung entró en el instituto para dirigir todo; se emprendió pues la transformación del sistema de educación, orientación, enseñanza y métodos pedagógicos según la línea del Presidente Mao: “La educación debe servir a la política proletaria y combinarse con el trabajo productivo.” La dirección de nuestro comité revolucionario dirige a los profesores y alumnos para estudiar a Marx, Engels, Lenin, el Presidente Mao, las lenguas extranjeras, y para educarse en el campo y en las fábricas.
La presentación del instituto terminada, volverá a verle pocas veces, y éstas de forma breve y ocasional. Nunca sabrá su formación ni su pasado, ignorará siempre qué estudios hizo este intelectual de categoría visiblemente superior a su entorno, qué libros amó, de qué pecados le culparon, si sus propios volúmenes, acotados y subrayados, ardieron junto con los que contenía la biblioteca en las piras públicas que consumían el material burgués o si se encuentran en una habitación polvorienta y tapiada a la que la profesora extranjera no tendrá jamás acceso. Ignorará las cosas que calló y que dijo cuando le zarandearon y le pidieron autocríticas y cómo obligó a los trazos elegantes de su pincel a plegarse a la angulosa caligrafía que exigían los tiempos. Nunca sabrá quién sobrevivió de su familia, qué hijos o qué nietos purgan todavía en algún lugar remoto la extracción social distinguida de sus parientes. Sólo se le dirá que el anciano vive tranquilo y feliz, que su salud es excelente y prueba de ello son los largos recorridos que hace todos los días en bicicleta.
Las explicaciones generales sobre organización, profesores y alumnos no hacen sino abundar en la imagen edénica de esa comunidad escolar cara a las socializaciones en la que imperan comités ideológicos sin más valor intelectual que sus fidelidades, una pirámide de sustantivos colectivos-equipo, célula, comité, grupo-de la que aquéllos que realmente poseen titulación académica y conocimientos constituyen una parte mínima y sojuzgada en todo momento a supuestas encarnaciones, por disposición oficial, del bien común. El rosario de tópicos que, cuando permanecen parcialmente en el terreno de la utopía, se juzgan, con tan culpable como errónea ligereza, como irrealizables pero buenos aquí se han realizado, y no configuran precisamente lugares deseables. En el instituto hay una gran cantidad de personal de funciones indefinidas, que ocupa puestos y justifica con su control sobre los otros su propia presencia. Son capas extensas de nepotismo y paro encubierto que han encuadrado, desactivado y reducido a mínimos la substancia académica. En la cima se encuentra, claro está, la célula del Partido Comunista, a la que revierten las decisiones finales, y junto a ella el comité revolucionario creado con la Revolución Cultural. De ellos parte la larga cadena con ramificaciones en subdirectores, directores y agrupaciones de todo tipo.
La admisión de alumnos pasa, en sus unidades de origen y destino, por un filtro similar en el que la prioridad se sitúa en los buenos informes obtenidos de los cuadros políticos. Hay soldados que estudian ruso para, en caso de enfrentamiento con la Unión Soviética, interrogar a los prisioneros. Cuando solicita precisiones, la cooperante advierte con rapidez la gran dificultad que representa obtener cifras. Ninguno de sus interlocutores desea proporcionar datos concretos. El sistema se encarga de disuadirles de ello por la relatividad temporal y el peso impresionante de los modelos de las cuotas oficiales. Se vive de burocracia, de cifras ilusorias, logros crecientes y éxitos incuestionables. Las campañas y consignas pueden variar con el viento en un breve espacio temporal. La prudencia ordena imprecisión y cautela. A esto se añade el factor coyuntural de la calidad del intérprete. El valor profesional de éste es proporcional a la importancia del extranjero que acompaña, y desde luego la cooperante, sin peso diplomático ni político alguno, lo que recibe es en realidad licenciados en prácticas que cometen errores considerables y añaden o sisan alegremente en las cifras uno o dos ceros. La elección de intérprete-acompañante es, además, política, y así cuando este cargo recaía en miembros del partido su rango no estaba forzosamente en consonancia con sus capacidades lingüísticas.
La mayoría de los alumnos se dedica al inglés y el español ocupa el último lugar, tras el alemán y el francés. Todos viven en régimen de internado, con quince días de vacaciones, el curso dividido en dos semestres e interrumpido por periodos de trabajo manual. En el horario se incluyen el entrenamiento militar y las sesiones de formación política. Hay en estos jóvenes una mezcla de aniñamiento extremo y de encuadramiento adulto. Son el resultado de un igualitarismo que ha actuado de manera muy especial en las edades de la vida en las que despunta y se afirma la diferenciación de los individuos, la variedad de disposiciones, capacidad, inteligencia, esfuerzo, mérito, creatividad, observación, ambición. Proceden de la truncada Educación Secundaria y del comienzo en las universidades. Nada tiene de casual la elección de esa etapa educativa para pasar sobre ella la cuchilla de la igualación a mínimos que ha actuado también, y de forma mucho más poderosa, sobre profesores que ahora forman una masa homogénea apenas distinguible de sus alumnos excepto por el temor que hacia ellos, y hacia los diversos comités y la masa de la comunidad educativa, experimentan. No en vano la Revolución Cultural mezcló, confundió y desmochó precisamente tal franja de población y de educación en la que elevaban sus perfiles la personalidad, la voluntad individual y el mérito.
Entre los profesores se advierte una desproporción entre oferta y demanda según el reciente cambio del viento. Hay todavía una gran cantidad de enseñantes de ruso cuyo número ya no se no justifica por el de soldados que se entrenan para el interrogatorio de futuros prisioneros. La decena que compone el departamento de español se reduce a nueve realmente presentes. El ausente es una mujer que se encuentra en el periodo anual de vacaciones, único en el que se reúne con su marido e hijos. El de mayor edad, jefe y cuadro político, está reconvirtiéndose al español desde su origen de profesor de ruso. Es, junto con otra profesora, miembro del Partido y la autoridad de ambos sobre el resto es patente. Los profesores se han formado en institutos de lenguas extranjeras de Pekín, Xian y Shanghai. Uno, el más joven, estuvo en Cuba, sin duda en tiempos de idilio internacional previo a la ruptura con el gran hermano soviético. Otro, de unos veintiocho años, se reveló desde las primeras frases como el único que tenía un nivel de español realmente bueno. Era originario de Pekín, en cuya universidad había estudiado. Todos se mostraban intimidados e hicieron hincapié en la pobreza de nivel, de vocabulario, la falta de soltura en el manejo de la lengua, la necesidad de aprovechar los conocimientos de la profesora extranjera. Sus problemas profesionales eran enormes, su formación desigual, habían permanecido años trabajando en el campo, y ahora se encontraban con las inmensas lagunas de la ruptura intelectual del pasado, la inminencia de la incorporación docente y las confusas exigencias de la campaña en el candelero, la Revolución Educativa, cuyos tadzupaos tapizaban el instituto. Sus carencias eran tan patéticas como las causas de ellas, a las que ninguno citaba mientras mal que bien intentaban paliarlas a fuerza de machacamiento memorístico y diccionario. A la inseguridad personal y social unían la falta de experiencia docente, el conocimiento superficial de la lengua y la artificial estructura lingüística de los materiales que manejaban.
Bastaría darse un paseo por zonas limítrofes más allá de las fronteras de la República Popular China para que el mito de los meritorios logros obtenidos por el valiente sistema socialista en su prodigiosa derrota del atraso secular se desmoronase. Incluso ante la evidencia, apuntala el mito, por supuesto, el mecanismo de fe religiosa con el que se desdeña la acelerada modernización de Malasia, Japón, Indonesia, Hong Kong o Singapur como simple fruto de la rapiña capitalista. Bien empezada la segunda mitad del siglo XX, las instalaciones chinas tienen-excepto las de armamento nuclear-un aspecto decimonónico del que emergen ocasionales y polvorientos productos de la técnica. Los laboratorios de lenguas no son otra cosa, cuando existen, que salas de grabación con magnetófonos y cintas, a los que se suman algunos aparatos de radio. Estaban en voga las mágicas virtudes del método audiovisual, pero el instituto de Xian no contaba sino con un proyector arcaico y unas pocas diapositivas de deportes y de lugares sagrados revolucionarios. La visita a la biblioteca redujo las astronómicas cifras citadas por el subdirector a unas cuantas estanterías. La mayor parte de los volúmenes eran traducciones de las obras de Mao Tse-tung, había también otras obras marxistas, algunos cuentos y novelas cubanas y un puñado de españolas como Doña Perfecta, una antología del 98 y poco más. Entre las cubanas destacaba una pieza del más depurado realismo socialista: Maestra voluntaria. Se trataba de un relato en primera persona y narraba las vicisitudes y ejemplar dedicación de una muchacha que se incorpora con fervor a la campaña de alfabetización promovida por el Gobierno en tiempos de la joven revolución castrista. La novelita era un compendio de clichés sociopolíticos, sentimentalismo apto para todos los públicos y mensajes entusiastas. Existía en ella una visión de la sexualidad del más puro cuño estalinista que sin embargo, en comparación con la absoluta omisión del sexo en la literatura, el arte y la cultura maoísta, ofrecía a los lectores chinos, por las mismas razones que las inefables películas albanesas, especiales atractivos. En un pasaje de la novela los voluntarios son transportados a la zona de la sierra. Una muchacha comenta con una compañera que los chicos están muy buenos. La protagonista de la historia oye la frase y hace una sentida reflexión sobre el probable pasado de prostituta de la voluntaria frívola. Ni que decir tiene que el desierto literario de las bibliotecas chinas proporcionaba a estas obras una altura sin común proporción con su calidad.
El instituto recibía, con semestres de retraso, periódicos cubanos y algunos mejicanos. De ambos se tomaba material para textos, pero lo que utilizaban con profusión, como todas las escuelas chinas, era artículos de la edición de Pekín Informa en español. Con esta publicación oficial no había peligro de críticas por desviacionismo en el uso de textos y autores burgueses. El español de Pekín Informa era horrendo, no tanto por sus faltas gramaticales sino por el estilo, traducción quasi literal por miedo a apartarse del texto madre, lo que daba un tono absolutamente forzado, teatral e incomible. El pulido final de tales materiales era tarea del profesor extranjero y ocasionaba a éste no pocos problemas de conciencia profesional, amén de los puramente éticos. El cooperante advertía a los colegas chinos de la extraordinaria mediocridad artificial de aquel lenguaje, repleto de clichés y calcos, pero no servía de gran cosa. Y no exactamente por mala voluntad de la plantilla local, sino por el peso continuo de la supeditación a la ortodoxia oficial, que les mantenía moralmente encorvados para ofrecer perfil y resistencia planos y evitar el mínimo riesgo.
Siguiendo el voluntarismo artesano de la Revolución Cultural, y en función de la purga de todo tipo de libros y del pánico hacia la responsabilidad de escribir una sola línea personal, utilizaban como único material pedagógico fajos de folios que repetían tópicos una y mil veces expurgados. A tales clichés pertenecen cuantos discursos de presentación, bienvenida, introducción y relación de proyectos se pronuncian. La posterior experiencia permite constatar a la cooperante la relevancia e intensidad del fenómeno de repetición: Impermeable a las diferencias del medio y a las distancias, el mimetismo ortodoxo engarza ubicuamente en cadenas semejantes los mismos discursos y halla su materialización física en la similar disposición de los objetos de los salones de recepción.
Sin embargo podría aceptarse-¿por qué no?-el sistema chino como una benévola institución que, con sus austeros medios, defiende la causa de los desheredados y les reserva el reino del mañana. Los observadores extranjeros han podido limitarse a esto, motivados por el aspecto de su clase: veintitantos alumnos cuyas edades oscilan entre los diecinueve y los veinticinco años, vegonzosos, llenos de buena voluntad y deseo de aprender, con los brazos modosamente cruzados, de talla regular, aspecto saludable y capas de ropa gris, añil, utilitaria, que igualan su aspecto y les protegen del frío del recinto. Roto el hielo, son agradabilísimos de trato y muestran una conmovedora avidez por exprimir al profesor extranjero. Todos proceden de la provincia de Hopei, han sido guardias rojos durante la Revolución Cultural, cuentan sin excepción que por entonces vieron en carne mortal al Presidente Mao y que todas las chicas, y buena parte de los chicos, lloraban por el extraordinario amor que hacia él sienten. Tras la gran experiencia de la plaza Tien An Men, hicieron a pie hasta Yenán la peregrinación de la Larga Marcha y luego estuvieron trabajando en el campo.
Sus conocimientos geográficos eran tan limitados como el atlas minúsculo, los nombres sólo en chino, que manejaban. Incluso en el caso de puntos del Globo cuyos datos, por tratamiento en temas políticos, les son familiares, tales datos carecen de conexión con el contexto y, desligados de historia y sociología, se reducen a meras consignas. Como en el mapa mundial que cuelga de la pared, en su mapa interno se encuentra primero China, en el centro y bien coloreada de rojo. Más allá el par de monstruos imperialistas, USA y URSS; entre ellos Europa atenazada por ambos lados. Los relatos de profesores extranjeros coinciden en resaltar su general desconocimiento. De Francia, saben el establecimiento de las relaciones diplomáticas con De Gaulle y el centenario de la Comuna. Respecto a Gran Bretaña, los universitarios de Pekín, tras haber asistido a la proyección de una película basada en Oliver Twist, parecían convencidos de que aquél era el estado de la sociedad inglesa actual. Entre 1964 y 1966 los profesores de francés debían, en la misma universidad, explicar textos desprovistos de todo carácter literario siguiendo un manual impuesto que se componía de enunciados dogmáticos como El capitalismo esclaviza al pueblo. o Los imperialistas son tigres de papel. Ciertos cooperantes podían permanecer en paz con su conciencia repitiendo estas fórmulas que correspondían a su credo. Otros se rebelaron: varios profesores se negaron a explicar a sus alumnos textos en los que se afirmaba que, en Francia, los hijos de las clases trabajadoras rara vez podían saciar su hambre y que, en París, muchos obreros, incapaces de pagar un alquiler, dormían bajo los puentes.
Si vagas eran las nociones de Europa de los estudiantes de Xian, más todavía lo eran las de España en particular. Sus conocimientos, como sus intereses, estaban más desarrollados en lo referente a Hispanoamérica. Sabían sin embargo de la Guerra Civil del 36 e incluso uno de sus textos versaba sobre la victoria de un grupo de partisanos españoles contra la guardia civil. Ahora bien, la apertura de relaciones diplomáticas Pekín-Madrid había significado automáticamente una total sordina del internacionalismo proletario enfocado hacia la Península Ibérica: Ni la más leve referencia a la lucha por la democracia en España, ni la menor observación sobre su Gobierno. Si se comentaba en privado a los profesores las reacciones a que había dado lugar el establecimiento de lazos oficiales entre la República Popular China y el régimen de Franco, el interlocutor se apresuraba a afirmar que ellos estaban al tanto de la heroica lucha española contra el fascismo; pero su incomodidad y rechazo del tema eran evidentes. No deseaban en realidad saber; esperaban recibir del Partido las informaciones y opiniones que correspondía adoptar. El conocimiento por otras vías les producía la desazón de lo inclasificable y la angustia del peligro. Las charlas semanales sobre España e Hispanoamérica de la profesora extranjera eran grabadas para servir de ejercicio de comprensión de la lengua, no por su contenido. De hecho, estudiantes y profesores parecían tener vedado el instintivo mecanismo de la curiosidad. No había preguntas sobre la vida cotidiana en otras latitudes; el patente interés por tales temas hubiera desentonado, puesto que escapaba a las finalidades oficiales.
La metodología de profesores y alumnos no podía ser más formalista, envarada y opuesta a la jerga de supuesta experimentación revolucionaria. Repetición y memoria eran los dos pilares pedagógicos, y el hábito venía de lejos puesto que la memorización de gran cantidad de textos es, desde la escuela primaria, de rigor y está marcada como tal en cada una de las lecciones. En el tiempo de asueto o de estudio individual era un extraño espectáculo oír voces solitarias que recitaban entre los árboles en un tono subido y cruzarse con alumnos peripatéticos que, convertidos en auténticas casetes movibles, declamaban una y otra vez el mismo pasaje. En este sentido el estajanovismo y la emulación en las cifras de productividad alcanzaron cotas francamente notables: menudean los testimonios de cooperantes que, en los años cincuenta-sesenta, dan fe del temprano coro de repetidores de frases y palabras sueltas que saludaba, en las escuelas, al amanecer y competían en la repetición, cientos o miles de veces, de un vocablo extranjero cuya pronunciación, desgraciadamente, era con frecuencia errónea.
La actitud física era en sí misma ilustración perfecta de la represiva sumisión que presidía todos sus actos. La expresividad corporal estaba por completo ausente, el elemento visual, plástico, era excluido de las clases, en las que el profesor se mantenía rígido, aferrado a libro, diccionario y gramática y sin recurrir siquiera al dibujo en la pizarra, no digamos al mimo. Desde su estrado fijaba la teoría y desmenuzaba frases a la caza de errores, de forma muy acorde con el ambiente de febril y general búsqueda de corrección ideológica. El mayor enemigo de todos ellos, también en el aprendizaje de idiomas, era el miedo a expresarse, pero con los profesores resultaba infinitamente más arduo quebrar los moldes del formalismo, el temor a decir cosas incorrectas, a perder la cara si osaban romper su parálisis con gestos.
Los profesores estaban, además, forzosamente embarcados en una dinámica que les impedía toda planificación metodológica de su tarea y que reducía al individuo a un pelele de sucesivas movilizaciones, cambios repentinos, modificaciones inaplazables y exigencias prioritarias. La vida académica, la labor profesional se situaban, por dogma, bajo la autoridad del Partido y sus consignas, y éste no perdía ocasión de hacerlo sentir desmembrando cualquier asomo de afirmación estructurada de la actividad intelectual. La llamada a la Revolución Educativa es, en este sentido, de gran eficacia puesto que permite mantener la atmósfera docente bajo un continuo régimen de inseguridad. La cooperante advirtió de inmediato la imposibilidad de planificación alguna. Menudeaban las reuniones sorpresa a las cuales debían acudir todos o parte de los profesores y alumnos, se llegaba por la mañana al instituto e inmediatamente había que cambiar cualquier plan de trabajo porque enseñantes y enseñados tenían discusión o estudio político. Sobre qué o para qué generalmente lo ignoraban. Era una aplicación masiva de órdenes que descendían con la misma irreversibilidad que la lluvia, y la gente se encontraba ante el documento, la consigna o la campaña que debía asimilar y desarrollar. Nadie hubiera osado poner en duda la superioridad de lo más moderno y reciente respecto a lo que estaba en uso o lo anterior, puesto que la innovación misma implicaba excelencia indiscutible. Era imperativa la experimentación constante con nuevos materiales, no por sus bondades, sino porque así figuraba en las directivas vigentes, que prescribían la movilización continua, alababan la autosuficiencia y otorgaban a la ideología y al gran entusiasmo de las masas virtudes taumatúrgicas sin la menor relación con la eficacia real.
El español era la más pequeña y joven ventana al exterior del Instituto de Lenguas de Xian y quizás de la ciudad entera. Se había introducido su estudio en el sesenta y cinco, tras la ruptura chino-soviética y las nuevas directivas en política internacional que obligaron a ampliar el número de lenguas estudiadas donde anteriormente sólo se aprendía ruso y algo de inglés. Influían las relaciones con Cuba, en la que estudiaban becarios chinos, y el peso del bloque hispanohablante de América Latina, con cuyos grupos y gobiernos de simpatías marxistas mantenía China lazos diversos, que se vieron muy ampliados, como las necesidades de traductores e intérpretes, con el ingreso en las Naciones Unidas. Dentro de la imprecisión, y claro desfase, entre las cifras que sobre profesorado y alumnos proporcionaban las autoridades del instituto y la realidad observable, resultaba evidente que la sección de español era en unos y otros la más reducida. Por otra parte el cuerpo profesoral podía calificarse de desmesurado en relación con la escasa y dosificada cuota de alumnos admisibles por año. Obviamente existía una masa de graduados subempleada que vegetaba corrigiendo textos, estudiando y ayudando a los pocos profesores que daban realmente clase. A su regreso de los años pasados en el campo se les había distribuido en los centros sin la menor consideración por situación familiar, eficacia o formación, y desde luego sin planificación alguna. Las diferencias académicas eran grandes entre ellos y el nivel de muchos francamente rudimentario.
Se trataba de una muestra más del extenso paro encubierto que a lo largo y ancho del país y a través de los diversas capas de su población, escondía el supuesto pleno empleo del régimen socialista. Por otra parte, al haber eliminado con la selección fruto de la Revolución Cultural los criterios académicos como clave en el acceso a las universidades, eso produjo un descenso brutal de nivel de manera que, ni aun forzando el sistema, se conseguía encontrar candidatos que reunieran a la vez un pedigree políticamente impecable y un mínimo de preparación intelectual. Hasta tal punto que las autoridades se vieron obligadas a autorizar a las universidades provinciales a que reclutasen estudiantes de cualquier lugar de China, y no sólo provenientes del territorio de su jurisdicción.
Respecto al profesorado extranjero, la cooperante española nunca supo cuántos habían enseñado en el instituto antes de la Revolución Cultural. Al llegar ella el ambiente era pionero y en extremo solitario, con la única presencia foránea de un anciano matrimonio de Sri Lanka que enseñaba inglés. Se añadió un francés más tarde y, meses después, una pareja alemana.
Una tarde parda y fría de otoño. Los colegiales….van entrando en fila de a dos, con sus sillas a cuestas; también los profesores. Es el mitin de recepción de los nuevos estudiantes. En el estrado del escenario hay dispuestas dos mesas con sus inevitables termos de agua caliente, tazas, micrófono. Encima gran retrato de Mao sonriendo satisfecho. Los alumnos se colocan y se ponen en pie a las voces de mando de sus jefes de grupo. El ambiente tiene un inconfundible aire marcial, ¡Un, dos, tres!, ¡De pie!, ¡Sentados!; una mezcla de escuela primaria y cuartel, pero sin rigidez ni tensión aparentes, ya larga costumbre.
En el estrado se sientan un dirigente del comité revolucionario del instituto, otro del equipo obrero de propaganda del pensamiento maotsetung, un representante del centro, el subdirector y un militar del Ejército Popular de Liberación para la propaganda del pensamiento del Presidente que comienza el acto dando la bienvenida a los nuevos alumnos. Se canta el himno nacional El Este es rojo.
El subdirector da principio a los discursos:
Damos una calurosa bienvenida a los nuevos estudiantes. Felicitamos a los profesores extranjeros presentes por encontrarse aquí para ayudarnos a construir el socialismo y les deseamos grandes éxitos en su trabajo. También esperamos obtener grandes éxitos en la Revolución Educativa. El 21 de julio el Presidente Mao dio iniciativas para la educación. En función de éstas, los estudiantes debían ser admitidos según su experiencia práctica en el trabajo y según su conducta. El aspecto del instituto ha cambiado con la admisión masiva de obreros, campesinos y soldados, que estudian y al mismo tiempo administran el instituto y lo transforman con su rica experiencia, ya que los recién llegados han pasado dos años en el campo o la fábrica y nos aportan la fuerza que nace de la práctica y contribuye a la construcción del socialismo. Los alumnos obreros, campesinos, soldados, llegan a las aulas como fruto de la victoria de la Revolución Cultural y de la línea del Presidente Mao.
El informe del X Congreso nos dice que la situación interior y exterior es hoy excelente. Hay desorden y confusión internacional que favorece la rebelión y la lucha de los pueblos del mundo contra la opresión. Tenemos amigos en todo el mundo. La situación interior es excelente. Bajo la guía de nuestro gran dirigente el Presidente Mao, las camarillas y las líneas reaccionarias de Lin Piao y sus secuaces han sido abatidas, se continúa obteniendo importantes victorias en lo político, económico y militar.
Tras la Gran Revolución Cultural Proletaria, el instituto sufrió grandes cambios. En octubre de 1969 el equipo para la propaganda del pensamiento maotsetung entró en el instituto y nos educó grandemente en la lucha de clases. Se rectificó con la crítica el estilo de trabajo y hoy basamos el estudio en lo material. Los alumnos nuevos están llamados a jugar un papel importante, son fuerzas nuevas, son exigentes consigo mismos. Es nuestro deber estudiar documentos políticos, sobre todo los del X Congreso, asimilar su esencia y marchar rectamente por la línea del pensamiento maotsetung pues, como dice el Presidente Mao, el que sea o no correcta la línea en lo político lo decide todo. Debemos llevar adelante el movimiento de crítica del revisionismo, asimilar bien el marxismo y pensamiento maotsetung para elevar la capacidad de crítica. Es necesario poner la política en el primer puesto. Los alumnos deben seguir siendo fieles a la clase trabajadora, que los envía, no dejarse quizás influenciar por el espíritu burgués que aún persiste en el instituto. Deben de transformar el instituto con el pensamiento maotsetung. Perduran entre nosotros defectos debidos a la influencia burguesa a los que hay que resistir. Es deber de los alumnos transformar su concepción del mundo porque en el marxismo el proletariado debe cambiar todos sus conceptos de la naturaleza. Es también necesaria la ayuda de los intelectuales progresistas. A los profesores toca la responsabilidad de la enseñanza y hay que aprender de ellos con modestia. Hay que estudiar para la revolución mundial y para la revolución china impulsados por un motivo correcto: la construcción del socialismo según los principios de calidad, cantidad, rapidez y economía. Nuestros alumnos llegan de todos los rincones del país. ¡Reforcemos la unidad y el estímulo para obtener victorias aún mayores!.
Al llegar a estas páginas, el lector habrá ya sin duda experimentado cierta sensación de repetición y hastío. Probablemente ha descubierto grietas considerables en las paredes del paraíso y ha comenzado a otorgar a las variantes menores de la maldad la importancia que se les debe como necesarios ingredientes de la existencia. Imagine pues la repetición que durante escasos lapsos de tiempo ha degustado convertida en norma señera del marco vital de los individuos, multiplicada en cuantos formatos, materiales y perfiles imaginarse pueda, transmitida por todos y cada uno de los canales y medios. Se hará, quizás, pálidamente cargo entonces del terreno que él, desde la seguridad de su reducto y la inviolable fortaleza de su sillón, pisa de manera fugaz y que millones de semejantes recorren, perciben y oyen sin alternativa ni respiro temporal ni espacial algunos.
Tras el discurso del subdirector, que es un escrupuloso resumen de las actas del X Congreso del Partido Comunista Chino, terminados los aplausos, hablan los representantes de los profesores y veteranos y nuevos alumnos, que repiten fielmente los temas ya expuestos por el primer orador. El acto se asemeja a una prueba de arte dramático en la que se hace a varios actores recitar el mismo texto. Ninguna referencia concreta al instituto de Xian, a su situación presente y pasada. Lo expresado puede servir para todas las escuelas, alumnos y profesores de China porque se trata sencillamente del enunciado de un ideal, del programa oficial, de lo que debe ser, como si ya lo fuera en ese lugar y momento concretos. Es el reino de los arquetipos: La Escuela, Los Nuevos Estudiantes, Los Estudiantes Veteranos, Los Profesores. La experiencia posterior demostraría a la cooperante el papel esencial de la idealización y la generalización en la lengua hablada y escrita. Discursos, presentaciones, informes, se despegan de su contexto real, eluden o rozan, sin darles mayor importancia, las cifras, los datos, y, muy especialmente, los conflictos reales, y se dirigen hacia El Modelo, hacia el reino de las Ideas Puras Oficiales.
En Occidente se piensa que la Revolución Cultural terminó en 1969. La versión oficial de los dirigentes chinos era que esa revolución continuaba y se prolongaba en 1973 en la campaña de la Revolución Educativa. El mantenimiento del control desde luego pasa por la ininterrumpida sucesión de campañas legitimadoras, preferentemente asociadas a un referente verbal sacralizado, véase revolución, socialismo, democratización, etc. El método no es, por supuesto, exclusivo del régimen comunista chino aunque allí se mostrara en todo su esplendor. Según directivas del Comité Central enviadas a las células del Partido de cada centro de enseñanza, los profesores y alumnos debían ser movilizados y escribir tadzupaos.
Así pues, con motivo de dicha campaña, que se insertaba en el movimiento de crítica a Lin Piao y Confucio conocido por el musical llamamiento Pi-Lin, Pi-Kon!, los horarios del instituto se vieron totalmente trastocados. La semana de mayor auge de la campaña hubo, en vez de clases, tres días de reuniones continuas de crítica a Confucio, y la semana precedente tuvieron lugar varias sesiones de información sobre documentos puestos en circulación por el Buró del Partido. Según las directivas sobre la Revolución Educativa, se pretendía reformar completamente la enseñanza, tanto en los métodos y material pedagógico como en el sistema de exámenes, el de admisión de alumnos y en la forma de dirigir y administrar los institutos. Se insistía en las directivas dadas por Mao durante la Revolución Cultural sobre la necesidad de unir la teoría a la práctica, dar vivacidad a las clases, disminuir los formalismos académicos, el aparato burocrático, el número de cursos y asignaturas. El bajo nivel de los estudiantes que se habían matriculado en los últimos años planteaba evidentes problemas y se apuntaba como necesidad primordial la de una formación pedagógica y profesional nueva y profunda de los profesores.
Naturalmente a nadie puede escapar la incoherencia de esta amalgama de planteamientos mal avenidos, la contradicción entre dogmas y hechos y la arbitrariedad de las conclusiones. El régimen precisaba mantener, como fuente de referencia definitivamente aureolada de un nimbo intocable, la doctrina del Pequeño Libro Rojo y los años sesenta; le interesaba sostener en todo instante la espada de Damocles sobre los potenciales culpables de actitudes antiguas y reaccionarias, simbolizadas por Kon (Confucio), pero necesitaba también algún que otro margen de eficacia, y para eso estaba la condena de Lin (Lin Piao),en cuya cuenta, con el fin de apaciguar los más que justificables terrores de la élite profesional, se cargaban los excesos de celo. La inmensa trama burocrática avalada por el maoísmo y respaldada por la autoridad incuestionable del Partido (comisarios, supervisores, orientadores, controladores, secretarios, directores, jefes de equipo, equipos rectores, etc, etc) se caracterizaba por su ignorancia académica, su hostilidad hacia lo intelectual y por una mediocridad que hallaba su medio propio en la inquebrantable adhesión. A la autoridad ideológico-policial de que esta clase gozaba se añadió la formación pedagógica, lo que les otorgaba el derecho a mantener sometido al profesorado mediante el juicio sobre su aptitud para la docencia y les permitía pontificar de manera decisiva sobre la adquisición de conocimientos de los que ellos mismos carecían. El Gobierno disponía además de una masa considerable de personas de muy primario nivel de formación y procedencias dispares a las que convenía colocar y promocionar en función de las expectativas en ellas suscitadas por las campañas. Ahí se incluían maestros y alfabetizadores ocasionales, o simplemente aquéllos a los que complacía un puesto en el mundo de la docencia. En nombre de la lucha contra el elitismo, se ofrecían a esta mayoría posiciones de dominio en institutos, escuelas superiores y universidades, aunque en el caso de éstas últimas y en las materias más técnicas el proceso se veía limitado por cierto principio mínimo de realidad. La necesidad de que los edificios se mantuvieran en pie y que los aviones volasen preservaba en parte a las ciencias, pero las materias humanísticas eran terreno privilegiado para la invasión y ocupación ardientemente promocionadas por las revoluciones cultural y educativa.
No es casual el recurso, en las consignas, al tópico de la necesidad imperiosa de completo cambio acorde con la visión, tan cara a Mao, del país como una página en blanco poblada de hombres vírgenes de memoria, historia y rasgos personales. La valoración de pasado y presente implica los conocimientos, hábito reflexivo y rigor intelectual que no suelen caracterizar a los comisariados políticos. Por el contrario, la bandera iconoclasta afirmaba al régimen y a los suyos como únicos representantes del futuro y eliminaba la molesta necesidad de referencias. El sintagma de obligado uso reformar completamente equivalía a otorgarse a sí mismos plenos poderes, dar carta blanca para invadir territorios de los que ningún mérito propio les hacía merecedores y envolver cualquier objeción en el halo de la sospecha de infidelidad ideológica. La continua, completa reforma garantizaba continua presión y poder, y exigía ininterrumpidos envíos a los superiores de informes, proyectos, críticas y relaciones. Todo esto favorecido por tratarse de un campo tan vulnerable como la cultura, en la que, por grandes que sean los desmanes, no suelen producir a corto plazo muertos ni llamativos accidentes.
Así pues, en superficie, y con el acostumbrado método de la fuga hacia adelante, había que deducir que el régimen imponía dosis dobles de los nada involuntarios errores que habían generado el arrasado perfil del panorama docente. La caída libre en el nivel de los nuevos estudiantes obedecía exactamente a las disposiciones de las campañas Cultural y Educativa que se pretendía oficialmente intensificar. Para obtener aun mayores éxitos, se proponía, en un alarde de funambulismo lógico y desafío a las elementales leyes de causa y efecto, hacer recaer en el profesorado la tarea de adecuarse a la ignorancia creada, mantenida y promocionada por la burocracia del régimen, y esto por medio de una nueva formación profesional y pedagógica. El menor asomo de discusión abierta hubiera puesto en evidencia la incompatibilidad entre premisas, exposición y hechos y hubiese revelado la ausencia de hilo argumentativo. Pero los redactores de los documentos no tenían pretensión alguna de verosimilitud. Las autoridades podían permitirse cualquier expresión verbal; su indiferencia respecto a la arbitrariedad y su desprecio de la lógica eran tan grandes como la certidumbre del acatamiento por parte de unos sujetos ya largamente entrenados en la deglución de tales materias. Dentro de la inconsistencia flagrante de las conclusiones oficiales, fuerza era reconocerles hasta cierto virtuosismo en el ejercicio de inversión del análisis de los hechos.
ENCUESTAS
-¿Encuestas?. ¿Para qué quiere hacer varias encuestas?. Si todos le van a contestar lo mismo…
El subdirector, perplejo, hace transmitir su respuesta a la petición de la cooperante, que ha preparado cuestionarios para todos sus colegas y alumnos. En verdad los extranjeros tienen curiosas pretensiones. Como un favor, al que no son ajenas la amistad y la confianza que la unen a la gente de su departamento y, de ella, al miembro del Partido que goza de mayor autoridad, se permite a cuatro profesores responder individual y oralmente a las preguntas. De los alumnos, sólo, tras áspero regateo, seis de ellos, tres chicos y tres chicas, serán autorizados para hacerlo por el método de enviarle meses más tarde por correo a Pekín, donde ha sido trasladada, los cuestionarios completados.
L cooperante tiene por entonces tales deseos de creer en posibilidades de contacto humano que saltan sobre todas las fronteras que acepta como muestra de ello lo que, al tiempo, sabe es un virtuoso ejercicio de propaganda. Sin embargo, como en la grava del lecho de un río, es imposible extraer de las personas que trata granos aislados de la corriente y los terrones y rocas que llevan la mayor parte de su vidas haciéndolos rodar y transportándolos. Por eso, sin ilusión pero con la emoción del que lo sabe, pese a todo, documento único de un tiempo absurdo de miedos y espías, examina en soledad los folios que contienen líneas de preguntas y respuestas, agita el cedazo y descubre en él afanes, rescoldos, fragmentos de individuos limados y agrisados por contacto continuo, mezclados con la escoria entre la que apenas destaca su mínima presencia, la forma de aristas casi imperceptibles al tacto y que hubieron en algún momento de componer el perfil de sus aspiraciones, el rastro de lo que hoy son inalterables sonrisas y en un tiempo férreamente olvidado fueron simple dolor.
La cooperante no ignora, además de su propia ansiedad, el efecto espejo, que la impulsa a ver en el material que despliega entre sus manos la turbulencia que se agita en una mente que a estas personas de la China del setenta y tres les es del todo ajena. No tan del todo, se dice, no tan del todo. Contadme vuestro paraíso, decidme la bienaventuranza de cuanto vivís utilizando las frases que ya conozco. He rodado por otros moldes. La diferencia estaba en que había más espacio, circulaba aire, era posible cambiar rumbo, detenerse en el margen. Era sobre todo posible reivindicar la tristeza, poseer la negación y el rechazo. No parece ningún triunfo, y sin embargo la clave está ahí.
Encuesta a M.
Tengo cuarenta años y soy profesora. Estoy casada y tengo un hijo de quince que reside conmigo. Mi marido es técnico y también habita en Xian. Durante la semana vivo en el instituto y los sábados voy a mi casa con mi familia. Mi padre era empleado, ganaba cien yuanes mensuales. Mi madre no trabajaba. Soy de Pekín, pero pronto nos trasladamos a Nankín. Antes de 1949 no vivíamos mal pero bajo el gobierno del Kuomingtang la moneda se devaluaba continuamente de un día a otro y pasábamos apuros. Además por aquella época murió mi madre. La casa de mi familia tenía, para siete personas, unas cuatro habitaciones y cocina, sin sanitarios, con agua corriente, estufa, cocina de carbón y electricidad. Comíamos bien, excepto en 1945, que hubo dificultades. He tomado leche algunas veces. Aun ahora tomo de cuando en cuando un vaso de leche de oveja. Viví en Nankín hasta 1956, fecha en la que fui a Jarbín a estudiar ruso. En 1960 ingresé en el Instituto nº 1 de Lenguas Extranjeras de Pekín. Por entonces murió mi padre.
Primero estuve en la escuela de Pekín y luego en la de Nankín, que era excelente, estatal, aneja a la universidad, muy barata y mixta. En aquel tiempo todavía los cursos no tenían contenido político. Había concursos de oratoria que consistían en recitar, accionando, un texto escrito por el profesor. Yo era siempre la mejor en esto; solía tener el diploma de primera de la clase. Antes de la Liberación no había escuelas de trabajo manual. Entre 1949 y 1958 sólo se hacían labores de limpieza, pero a partir del 58 se puso en marcha la campaña, guiada por el Presidente Mao, para ir al campo o a las fábricas.
Mis peores recuerdos de cuando era niña creo que son las patatas. Cuando yo tenía diez años las comíamos todos los días porque apenas había dinero. Era necesario ir a por ellas, y pesaban. Mi hermano mayor no podía comprar los cigarrillos por paquetes sino sueltos. A veces comíamos sólo arroz y patatas. Tengo muy buen recuerdo de las comidas típicas, muy ricas, que hacía mi madre con alimentos que traía de su pueblo natal. También me acuerdo de los gatos; me gustaban mucho y teníamos una gata que dormía con nosotras. Me gustaba cantar, escribir con caracteres grandes, con pincel, sobre todo la palabra “bondad”.
Comencé mis estudios superiores, que eran gratuitos, en Nankín, en 1950, para ser enfermera. Duraban dos años. Cuando ya lo era me admitieron para entrar en la escuela de idiomas. A los exámenes de ingreso se presentaban tanto los estudiantes del hospital como los de otras entidades, y las enfermeras tenían preferencia sobre los graduados. Así pues en 1956 entré mediante examen en el Instituto de Lenguas de Jarbín para estudiar ruso durante cuatro años. El Gobierno me pagaba veintisiete yuanes al mes. Por entonces me casé, y pudimos estar juntos mi marido y yo a partir de 1960. Ese mismo año entré a estudiar español en el Instituto nº 1 de Lenguas de Pekín, sin examen. Me envió el Gobierno y se me pagaba mi sueldo normal. Lo escogí a propuesta de las autoridades; hacían falta profesores y traductores porque muchos países hablan español. Además, es más fácil que el francés. Mis mayores dificultades son la redacción, la comprensión, la gramática, la distinción entre oclusivas sordas y sonoras y entre la r, la l y la n porque soy del norte. Concretamente, me resulta muy complicado el subjuntivo pasado, las frases impersonales, la sintaxis y la unión de frases. Comprendo bastante bien el español y lo traduzco al chino, pero la inversa es mucho más difícil. Mis profesores fueron tres chinos y dos o tres extranjeros. El Gobierno decidirá si soy traductora, profesora o intérprete. Prefiero traductora porque es más fácil.
Cuando era enfermera no hice trabajo manual porque practicábamos en nuestra profesión. En Jarbín durante seis meses construimos edificios, segamos, criamos cerdos. Cuando estudiábamos en Pekín también íbamos al campo a segar y cosechar, pero no mucho porque éramos empleados del Estado y ya habíamos trabajado.
Respecto a mi vida de familia, cuando ambos estábamos en Pekín a mi marido le dieron su puesto de trabajo en Xian. Entonces el Gobierno también envió una oferta de profesora para mí. Pagamos por el apartamento tres yuanes y medio mensuales, incluida el agua, medio yuan de electricidad y medio de tasa por la radio. 1 En el instituto pago por mi habitación unos dos yuanes y las comidas en la cantina me cuestan quince al mes. El material de enseñanza es gratuito. En Pekín ganaba sesenta y dos yuanes. Ahora gano sesenta y cinco y medio, y mi marido exactamente lo mismo porque, aunque la profesión es distinta, tenemos los dos igual calificación. Ahorramos, en conjunto, unos veinte yuanes al mes. No tenemos cámara de fotos ni máquina de coser, pero sí dos bicicletas, dos relojes y dos radios. La asistencia médica es gratuita para nosotros, mi hijo paga el cincuenta por ciento.
Di a luz a mi hijo en el hospital. El permiso de maternidad es de cincuenta y seis días. En el instituto no hay casa-cuna, lo cual es un problema. Sí que hay guardería. En casa, mi marido hace la compra y cocina. Yo limpio. Lavamos entre todos la ropa. Mi hijo hace menos, es perezoso. Los dos saben coser, pero no hacer punto. No quiero tener más de un hijo, así que uso el esterilet, que se obtiene gratuitamente en el hospital. También tuve dos abortos, que se llevan a cabo sin dificultad y gratis hasta los dos meses de embarazo. A veces usamos preservativo. Hay mucha publicidad para que se empleen los métodos anticonceptivos.
Las fiestas y domingos hago comida mejor. Vamos al parque o al cine. Leo, coso. En las vacaciones si tenemos dinero vamos a Nankín o a Pekín, pero por lo general no podemos porque el Estado no paga vacaciones gratuitas a mi marido porque vive conmigo.
En cuanto a los contactos con extranjeros, como enfermera conocí a rusos mientras trabajaba en Nankín. Luego siempre fueron relaciones de alumna a profesor. Mantuve correspondencia con una rusa, fui intérprete de un periodista cubano, en Xian conocí a un matrimonio colombiano, también al anciano profesor español que vive en Pekín y a ti, pero nunca fueron relaciones continuadas ni espontáneas. Siempre eran a causa del trabajo. Me llama la atención en los extranjeros el carácter abierto; dicen lo que piensan, sobre todo tú. Algunos son tercos, no comprenden China en su totalidad por falta de conocimientos sobre ella. Las mujeres son coquetas. Siempre están juntos el marido y la mujer.
He leído a Marx, Engels, Lenin, Stalin, Cervantes, Shakespeare, Gorki, Twain, Tolstoi, Simonov, Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Alarcón.
Nunca viajé fuera de China, pero conozco muchas ciudades de mi país.
Soy miembro del Partido Comunista Chino, ingresé pronto en él. Me encargo, en el instituto, de hacer informes, transmitir y coordinar. Hay discusiones de crítica y autocrítica de los miembros, se discute sobre la admisión de alguien, leemos documentos oficiales y de autores marxistas, hacemos el plan de trabajo de la célula del departamento y discutimos sobre el papel del Partido y el comportamiento de los comunistas. Tras la Revolución Cultural, trabajé en una fábrica y en una granja. Esa Revolución y la Educativa me parecen estrechamente ligadas por la finalidad de afianzar el dominio del proletariado en las escuelas.
Me gustaría conocer Europa, y también comprobar en qué estado se encuentra la Unión Soviética.
Encuesta a H.
Tengo treinta y cuatro años. Soy profesor, casado. Tenemos dos niños pequeños que están con nosotros. Mi mujer también es profesora. Residimos ambos en un pueblo en los alrededores de Xian. Durante la semana escolar vivo en mi habitación del instituto y los fines de semana voy a mi casa.
Mis padres eran campesinos en un pueblo del norte, distrito de San Yuan. Los ingresos dependían de las cosechas. Cuando eran buenas podíamos contar con un yuan diario, si eran medianas con setenta fens, y si malas con cincuenta fens al día. También trabajábamos la tierra de un rico y nos quedábamos con el cuarenta por ciento del producto. Durante los años cincuenta y uno, cincuenta y dos y cincuenta y tres las cosechas fueron excelentes; la familia tuvo reservas de cereales y de algodón y prosperó. En 1952 lluvias torrenciales derribaron nuestra casa, como muchas otras, pero teníamos dinero para construir una nueva. Fue por esa época cuando yo ingresé en el Ejército Popular de Liberación, en Yenán. Tenía quince años.
En 1958 mi pueblo entró en la comuna. Durante los años que siguieron el país tuvo dificultades, calamidades naturales y la retirada de la Unión Soviética, pero no lo pasamos mal en mi aldea porque las cosechas fueron abundantes y se vivía mejor. Fueron tiempos difíciles para China porque tuvo que reembolsar rápidamente las deudas que había contraído con la URSS.
De niño fui a una escuela primaria y a continuación a otra de curas cristianos que mis padres pagaban con enormes sacrificios. Pasé mucha hambre, pero estaba empeñado en estudiar. En la Universidad de Yenán fui ayudante de enseñanza de marxismo-leninismo. A continuación me entrené en una escuela de mantenimiento de la seguridad pública. En 1955 trabajé en Urumchi, capital de Sinkiang. Anteriormente estaba en Altai. Por solicitud mía, ingresé en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Xian y estudié ruso durante cuatro años. El comité del Partido me mandó después a Pekín, y allí continué estudiando dos años más. En ambas ciudades había uno o dos meses de trabajo manual en el campo durante el año escolar. Seguía cobrando mi sueldo. Domino mejor el ruso que el español, aunque lo voy olvidando. Trabajé y practiqué con rusos.
En 1965 hacían falta profesores de español, así que escogí esta lengua. Sólo la he estudiado ocho meses con un profesor español, así que mi nivel es muy bajo. Lo más difícil para mí es la conversación ,la fonética y la comprensión. Me cuesta especialmente trabajo pronunciar la s y dar entonación a las frases. Comprendo peor a los de América Latina, a los cubanos. Mientras estudié no sabía si iba a ser profesor, traductor o intérprete. Supe que había un puesto en Xian y lo solicité porque mi familia vivía aquí.
En el instituto pago un yuan y medio de alquiler, más cincuenta fens de electricidad. En mi casa lo mismo. Tenemos una sola habitación. Somos cuatro, con dos niños. Al mes gasto en la cantina unos quince yuanes. El material de enseñanza corre a cargo del instituto. Gano sesenta y cinco yuanes mensuales y no ahorro nada, tengo deudas, no me administro bien. Disponemos de aparato fotográfico, bicicleta, reloj y radio. Máquina de coser no. Mis hijos nacieron en el hospital y disfrutamos de seguridad social gratuita. Los días de fiesta trabajo en casa; siempre se junta mucho que hacer. También leo, voy al cine. En las vacaciones estudio. He estado tres meses haciendo trabajo manual en el norte de la provincia de Shensí. Me gusta más que enseñar, descansaba más. Nunca salí de China, pero visité casi todo el país excepto el Tíbet.
De extranjeros, he conocido, como dije, a rusos y españoles. En cuanto a libros, he leído a Marx, Engels, Lenin, Stalin, Tolstoi, Turgueniev, Brenski, Pushkin, Christophe, Twain y otros.
Soy miembro del Partido. Participo en el instituto en las reuniones de la célula y en los grupos de estudios marxistas y movimientos políticos de crítica. Opino que la Revolución Educativa plantea problemas complejos, como los de la reforma de métodos de enseñanza y del sistema de exámenes.
Me gustaría conocer España y otros países.
Encuesta a C.
Tengo veintinueve años, soy profesor, soltero. Vivo en el instituto durante el año escolar y voy a casa de mi familia, en Pekín, durante las vacaciones. Mis padres son los dos profesores. Somos siete hermanos. Mi padre gana ahora unos cincuenta yuanes mensuales y mi madre antes de jubilarse unos sesenta. Ahora, jubilada, cuarenta al mes. Mi familia era de clase media, pequeña burguesía. Vivíamos mejor que muchos pero con dificultades. Por ejemplo: mi hermana mayor antes de 1949 no pudo terminar sus estudios de secundaria por falta de dinero y hubo de aprender el oficio de comadrona. Entre 1949 y 1960 los demás hermanos terminamos los estudios universitarios con becas. De esta forma, cuando algunos se graduaron, la acumulación de salarios mejoró la situación familiar.
Mi casa era una de ésas típicas de Pekín, con varios apartamentos que se abren a un patio central común cuadrado. Mi familia tenía tres habitaciones grandes y una cocina de carbón. Los sanitarios eran comunes. Había estufas de carbón, electricidad y agua corriente. Comíamos bien, huevos, carne. He tomado alguna vez leche de vaca.
Mi escuela era del Estado, mixta, gratuita; sólo se pagaban los libros, los cuadernos y un yuan y medio por semestre para gastos de agua caliente y limpieza. Hacíamos algún trabajo manual sencillo, como ayudar a transportar verduras, limpiar, plantar árboles. Entre los nueve y los quince años fui pionero. Llevábamos pañuelo rojo como símbolo de la bandera nacional y nos saludábamos poniendo los cinco dedos sobre la cabeza. Esto significaba que teníamos presentes los cinco amores: patria, pueblo, ciencia, trabajo y bien común, y que los intereses del pueblo estaban por encima de todo. Para ingresar en los pioneros había que ser presentado por dos miembros y era necesario que se aprobara la solicitud. Entre nosotros mismos fijábamos nuestras actividades de reuniones, trabajo manual, etc. Los niños de mi grupo solían elegirme a mí y yo estaba muy orgulloso. En cierta ocasión no me eligieron. Volví a casa muy deprimido. Recuerdo que mi madre me dijo que así no me enorgullecería demasiado. Estaba triste y aquel día empecé mi diario.
Recuerdos que me impresionaron…..Durante una charla entre pioneros y padres de héroes de la guerra de Corea, uno de ellos narró cómo su hijo se había sacrificado tapando con el pecho una brecha de una fortaleza Me causó una gran impresión. Otro recuerdo es de la primera y única vez que me pegó mi padre cuando tenía nueve años porque creyó que había pegado a mi hermanito, que estaba enfermo y se cayó de la cama cuando estábamos jugando.
Mi escuela secundaria, gratuita y no mixta, era la mejor de Pekín y muy pocos lograban entrar a ella. Sólo otro de mi grupo y yo aprobamos el examen de ingreso y fuimos admitidos, recomendados también por nuestros profesores. Había una asignatura de política en la que estudiábamos las clases, la lucha de clases, la vía socialista y la comunista y la historia del desarrollo de la Humanidad. Me gustaban mucho los libros y desde primer grado leía novelas y periódicos. Recomencé mi diario con regularidad. En 1958, durante el Gran Salto Adelante, siguiendo la directiva del Presidente Mao “La enseñanza debe estar al servicio de la política proletaria y combinarse con el trabajo productivo.”, mi escuela se puso de acuerdo con una fábrica de transformadores, que montó dos talleres en ella, y cada mes los alumnos trabajaban allí algún tiempo junto con los obreros. Disfrutábamos así tanto como estudiando porque hacíamos algo. La mayoría queríamos ir al campo en la época de vacaciones para integrarnos con los campesinos.
En la Escuela nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín entré por examen. Todo corría a cuenta del Estado excepto la comida, pero se subvencionaba la cantina a los que lo precisaban, y recibían incluso algún dinero de bolsillo. Las clases eran mixtas y los estudios duraban tres años. En las sesiones de trabajo manual construimos nosotros mismos el campo de deportes y el muro del recinto; trabajábamos además en el campo un mes. Cuando ingresé en Peita, la universidad de Pekín, los estudios duraban cinco años.
Yo había pedido estudiar español a causa del triunfo en 1959 de la revolución cubana. Mis gustos siempre fueron literarios y leía tanto como me era posible. Me interesaba sobre todo ser profesor o traductor. Intérprete me parecía demasiado simple. Nuestros profesores de consulta eran chinos y los que nos daban clase extranjeros: un español, que fue el único con grado de doctor, un argentino, una uruguaya y un cubano. Mis mayores dificultades con la lengua española son la distinción entre oclusivas sordas y sonoras, la pronunciación de la rr y la diferenciación entre z y s. También me como algunos sonidos al hablar. En gramática me cuesta el empleo del subjuntivo. En comprensión y conversación me falta vocabulario, pero lo suplo fácilmente con síntesis y giros.
No he hecho el servicio militar porque los universitarios no deben ir si no hacen falta y en el campus había entrenamiento miltar. Trabajé dos años en el campo, en una granja del Ejército Popular de Liberación, para transformar mi concepto del mundo. Cuando me gradué la Universidad me envió a este puesto sin que yo lo escogiera. Mi trabajo me gusta. Tengo en el instituto una habitación compartida por la que pago setenta y cinco fens (céntimos de yuan) mensuales y quince yuanes al mes por las comidas en la cantina. El material de enseñanza me lo da el centro. El mes que viene me aumentan el sueldo a cincuenta y ocho yuanes con cincuenta fens. La asistencia médica es gratuita. Tengo máquina fotográfica, bicicleta, reloj y radio.
Voy a Pekín dos veces al año en vacaciones, una pagada por el instituto y otra por mí. Las horas libres y los días de fiesta leo novelas y documentos, hago visitas, charlo con los colegas. En el instituto hacemos trabajo manual una tarde a la semana. Además, a partir de la Revolución Cultural, todos los cuadros deben ir a trabajar en la Escuela del 7 de Mayo durante tres meses seguidos por turno. Pueden ir acompañando a los alumnos.
Respecto a los extranjeros, sólo he tenido contacto con mis profesores. Creo que son amigos, que trabajan con entusiasmo, aunque algunos a veces se muestran poco amistosos. Los occidentales son muy distintos, son espontáneos, expresan lo que sienten. Los chinos son reservados. Me llama la atención en los extranjeros su mayor fuerza y salud física. Tienen más energía que los chinos, más curiosidad, mucho entusiasmo por conocer China y apoyarnos moralmente.
He leído obras de Heredia, Schiller, Martí, Galdós, Tolstoi, Shakespeare, Balzac, Cervantes, Shelley, Gogol, Swift, Merimée, Goethe, leyendas mitológicas griegas, libros de Mora, Gorki, Chejov y de otros autores latinoamericanos y marxistas. Nunca he estado en el extranjero pero he viajado por casi toda China.
Respecto a la formación política, nos reunimos una vez por semana, por la tarde, para estudiar autores marxistas. También tenemos reuniones especiales de la sección de español. Hay además actividades de la Liga de Juventudes Comunistas en las que se discute, se practica la crítica y la autocrítica y se escuchan informes de obreros, campesinos y soldados. No soy miembro del Partido pero espero con entusiasmo ser admitido en él. Respecto a la Revolución Educativa, opino que se precisan intelectuales de nuevo cuño que estén al servicio de las masas, y no élites escogidas y separadas del pueblo al estilo antiguo.
Me gustaría conocer América Latina. También España.
Encuesta a F.
Tengo veintiocho años, soy profesora, casada desde hace cuatro meses, sin hijos. Mi marido, también profesor, enseña en un instituto de la provincia de Seztchuan. Resido en el instituto. Mi familia es de Pekín, mi padre trabajaba de obrero en una fábrica y ganaba unos setenta yuanes mensuales. Mi madre se dedicaba a las labores de casa. Éramos cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas. Ellos empezaron a trabajar en 1960. Nuestra casa tenía tres habitaciones y una cocina. Los sanitarios eran comunes y estaban fuera. Había un patio central con una palmera datilera. Teníamos agua corriente, estufa de carbón para calentarnos y guisar y luz eléctrica. Comíamos bien. He probado la leche, pero rara vez.
Mi escuela era mixta y costaba cuatro yuanes anuales. A los trece años pasé a la escuela secundaria, que era sólo de niñas y costaba diez. En la escuela primaria no había trabajo manual; sí en la secundaria, íbamos unas cuatro horas por semana a trabajar al campo o a la fábrica. En ambas se estudiaba política.. Mis mejores recuerdos de esta época son de 1958. Era el Gran Salto Adelante. Los peores son las malas notas en la escuela porque no era buena estudiante.
A continuación pasé a la enseñanza superior. Para ello había que presentar una solicitud y aprobar el examen de admisión. Entré en una filial del Instituto de Lenguas de Shanghai y estudié tres años. Todos los gastos corrían a cargo del Estado excepto los libros de texto, que pagaba mi padre. Escogí español porque hacían falta traductores para América Latina, pero la finalidad de mis estudios era ser profesora. Mis mayores dificultades en esta lengua son la distinción entre oclusivas sordas y sonoras, la sintaxis y la redacción; pero sobre todo me cuesta mucho hablar. Mis profesores fueron dos chilenos y los demás chinos.
He trabajado en el campo; estuve en la provincia de Hopei e hice artículos para el Comité del Partido Comunista sobre la situación rural.
Llegué aquí porque necesitaban gente que supiera español y me mandaron a mí. Tengo una habitación compartida por la que pago medio yuan mensual. Las comidas en la cantina me cuestan quince yuanes y gano cuarenta y ocho al mes. El material de enseñanza me lo proporciona el centro. Ahorro unos quince yuanes mensuales. No tengo cámara fotográfica ni máquina de coser. Sí bicicleta, reloj de pulsera y radio. En el instituto dispongo de asistencia médica completa gratuita.
Como vivo separada de mi marido no necesito anticonceptivos. Le veo en las vacaciones, dos veces al año. En mi tiempo libre voy al parque, a veces a nadar. Como los demás, hago trabajo manual, en la construcción de viviendas, medio día a la semana.
Los únicos extranjeros que he conocido eran mis profesores: chilenos, cubanos, bolivianos, y ahora una española; me parece distinta de los sudamericanos. Respecto a los chinos, los extranjeros tienen costumbres distintas. Me llama la atención su franqueza, dinamismo y entusiasmo.
He leído sobre todo libros de autores extranjeros marxistas, y algunos que no lo eran. Conozco a Lillo, Palacio Valdés, León Tolstoi, Pushkin, Turgueniev, Dostoievski, Maupassant, Molière, Twain, Hemingway, Tagore. Nunca estuve fuera de China, pero he viajado bastante por mi país.
Respecto a mis actividades políticas, estudio las obras marxistas con la ayuda del profesor H. Hemos dedicado a esto un mes juntos, en verano. Participamos en la crítica a Confucio y Mencio y en la Revolución Educativa. Nos reunimos todos para hablar de la situación mundial dos o tres veces al mes.
Durante la Revolución Cultural fui guardia roja, estuve, con los demás, en Pekín y vi al Presidente Mao. Después hicimos un viaje pie de dos meses, hasta Yenán, en recuerdo de la Gran Marcha. No soy miembro del Partido pero participo en todas las actividades políticas. Me parece muy necesaria la Revolución Educativa, pero difícil por las influencias burguesas y revisionistas que aún existen y por la falta de experiencia profesional de los profesores jóvenes.
Me gustaría conocer América Latina.
En los relatos sorprende, de entrada, una diferencia generacional que no justifica la distancia biológica. Hay un lapso de una decena de años entre M. y H. y los dos profesores más jóvenes. Sin embargo en el tono de los dos primeros, en su horizonte y actitud, se percibe una fisura respecto a los segundos. M. tenía dieciséis años, H. diez en 1949, mientras que las vidas de C. y F. se han desarrollado, excepto la primera infancia, enteramente en el régimen actual, sus primeros y fuertes recuerdos están unidos a él y la Revolución Cultural les ha hallado al final de sus estudios superiores, jóvenes pero no adolescentes1.
La cooperante siente que no se engaña ni superpone juicios propios cuando observa el efecto que ha producido en M. y H. el alcance de sus experiencias vitales. También sabe que no puede probarlo, que palabras, gestos, comportamiento y detalles hablan en la mujer de cuarenta años y en el hombre de treinta y cuatro de un antiguo espacio de tiempo ajeno a los posteriores moldes, en los que, por cierto, ambos se introdujeron con habilidad y presteza y de los que sacaron el material para edificar sus vidas. Hubo dos infancias, penosa y campesina, marcada por la voluntad, en el uno, urbana y de activa clase media en la otra. Ninguna pertenece a los manuales ni se acomoda a los clichés que desgranan los manidos textos. En ambas existieron expectativas orientadas hacia un proyecto individual. Sus colegas más jóvenes ya han recibido, en la escuela primaria, el marco del proyecto completo, bien soldado, definido en el espacio y en los años venideros, repetido y único.
Los cuatro relatos, por su número, no pueden tener la menor pretensión de encuestas, pero sí admiten la generalización propia de su medio planificado, e incluso hablan, con la elocuencia que permiten las circunstancias, del conflicto con la URSS, el comportamiento sexual, el nivel de vida y la visión del mundo exterior. Las respuestas están, por supuesto, filtradas, mediatizadas y recortadas según una ideología precisa, pero hay, en la evidencia de este control, cierta inocencia que impide hablar de franca hipocresía, un condicionamiento y limitaciones que sitúan a aquellos profesores en un limbo semirrural, en una representación continua de papeles modélicos que cada cual recitaba según sus posibilidades y que no podía evitar mezclar con retazos ocasionales del tejido de su vida.
Según esto, el país que existía antes de lo que los calendarios oficiales señalan como fecha de la Liberación poco tenía de página en blanco o páramo medieval, sino que bregaba con la incorporación al mundo moderno; existían escuelas estatales de calidad, baratas y mixtas, en las que materias en desuso como oratoria y declamación fueron reemplazadas, según avanzaban los años cincuenta, por política y trabajo manual. En el campo, el salto de la primaria al nivel superior representaba un notable esfuerzo económico. Estos centros, llevados con frecuencia por misioneros cristianos, eran, pese a su coste, apreciados por su nivel y a las aulas acudían también, aunque en porcentajes mínimos, algunas muchachas. Yenán, los soviets chinos, el Ejército Popular y el Partido constituían, según las insistentes normas de Mao, núcleos de educación, formación y organización posterior de la vida profesional de sus miembros. El sistema de exámenes se ha ido manteniendo, bajo diversas formas, durante todos los avatares políticos y las pruebas han continuado siendo duras y selectivas, aunque los funcionarios disfrutasen, una vez superadas éstas, del mantenimiento de su nivel económico y de una progresión y jerarquía estables. En el caso de centros superiores de lenguas, el estudio se concentraba en las materias esenciales: idioma extranjero, chino, política y gimnasia. El pragmatismo comparte el espacio docente con las preceptivas política y formación paramilitar pero rehúsa la dispersión y tiende al mayor aprovechamiento. La ruptura chino-soviética de 1960 concentra el aprendizaje del ruso en fines militares y hace que, por disposición estatal, los profesores se reconviertan en otras lenguas como el inglés, francés, español o árabe. Mientras, las campañas sacuden cada vez más el mundo educativo y alargan las estancias en campo y fábricas.
Cuando llega la Revolución Cultural M. tiene treinta y tres años y H. veintisiete. Se unen, por supuesto, a sus estudiantes con el redoblado fervor del reo potencial. Aunque son miembros del Partido, su grado en el escalafón es modesto y su influencia en las altas esferas mínima. Participan en críticas, autocríticas, debates, desplazamientos y actividades plastico-musicales de adhesión al pensamiento maotsetung. Diariamente, frente al retrato de Mao, ejecutan una danza, Libro Rojo en mano, en homenaje del Líder, le confiesan sus faltas, expresan sus buenos propósitos y entonan alabanzas. La cooperante les pregunta, con fingida candidez, si a nadie se le ocurría que tales prácticas eran un tanto ridículas, y ellos responden que en aquellos tiempos era inadmisible negarse a ello. Aquellos tiempos no son tan lejanos, pero los profesores chinos parecen haber desarrollado un curso acelerado de la teoría de Darwin y les caracteriza cierta ductilidad inalterable según la cual son capaces de adaptarse sin fracturas a los cambios de corriente, que reciben con equitable e idéntico entusiasmo y olvidan con la misma prontitud. El fugaz destello de un horizonte distinto que cree entreverse en M. y H. va desapareciendo con la aproximación al presente; ninguno de los cuatro planteará, ni por lo más remoto, la menor objeción, asomo de análisis o duda respecto a la actual campaña de la Revolución Educativa. Las palabras-fetiche burgués, revolución, masas son siempre manejadas con pinzas que impiden la fractura de su cáscara y vetan todo examen semántico de su interior. C. y F. han vivido el 66-67 con la efervescencia de los veinte años, y a los entusiasmos verbales de rigor se añade quizás el aura que reserva la memoria a los grandes recuerdos de la juventud Pero con la aproximación de la treintena el descenso de temperatura les obliga a volver la vista hacia el previsible paisaje que rodeará su madurez. De hecho, durante largos años tras este 1973 en el que los relatos transcurren, uno y otra vivirán en Xian, se reunirán con su familia o su pareja raramente, se casará con su novia C. sin vivir juntos por ello, tendrá un hijo, que cuidará sola, F. Ninguno podía suponer el futuro que, como premio, les reservaba, el Líder al que, mezclados con el millón de frenéticos guardias rojos, aclamaron en la plaza de Tien An Men.
Ninguno concebía, ni citaba, contactos libres con extranjeros. Numerosos o escasos, cuantos habían tenido se resumían a relaciones de trabajo, dotadas, pues, de una justificación oficial. Esta falta de contacto con la lengua viva se había transformado en separación completa durante los años en el campo. Se explicaban así su inseguridad, su férreo recurso a la memorización de gramática y diccionario; llegados a terrenos faltos de señalización gramatical o impredecibles, como la entonación, se encontraban perdidos. Su tenacidad y ahínco resultaban con frecuencia sorprendentes. Eran las únicas armas que poseían para afianzarse en un medio en el que, de todas maneras, no existían grupos académicos que pudieran hacerles sombra, y con ellas lograban un meritorio nivel
Los cuatro, y de manera muy especial los dos hombres, han sobrenadado en virtud de unos rasgos personales y una base que les ha hecho imponerse a las circunstancias. Pero nada hubieran logrado de no unir a esas cualidades una impecable actitud respecto a la doctrina oficial. M. era en extremo vivaz y diestra en sacar partido de la coyuntura. H. poseía una tenacidad autodidacta fuera de serie y un perfil de inconfundible aparatchik. En el caso de C. se unían una extraordinaria inteligencia y una formación académica muy completa y larga; había una abismal distancia entre su nivel cultural y lingüístico y el de F., primario y lastrado por la timidez de sus carencias. En el foso que había entre intelectuales de la talla de C. y profesores formados posteriormente podía apreciarse la profundidad de la fractura de la Revolución de los sesenta y el empobrecimiento cultural que su reduccionismo había generado.
El regateo con la dirección del instituto había reducido a seis las solicitadas encuestas a los veinticinco alumnos de español. Se remitieron, meses más tarde, a la cooperante por correo, rasgo que, teniendo en cuenta el sistema, siempre será digno de agradecer.
La homogeneidad de respuestas de estos alumnos de segundo año, tres chicos y tres chicas, ha aconsejado cierta condensación. Todos tienen entre veinte y veintidós años y de dos a cuatro hermanos. De sus padres, tres son cuadros, uno está en el Ejército, el otro es obrero y el otro minero. De las madres, una es dependienta, otra obrera, otra está en el Ejército, otra trabaja en el campo en una comuna, una se dedica a sus labores, y en un caso no se cita a la madre. Los alumnos dicen haber trabajado en el campo como jóvenes instruidos.
A la pregunta sobre los cambios ocurridos en su familia y modo de vida, responden de la siguiente forma:
Antes de 1949
Chicas
A-Vivíamos en la miseria.
B-Mi familia vivía en el campo. Mi padre servía en el Octavo Ejército. Todos vivían en la miseria.
C-Antes de la Liberación mi padre trabajaba en una fábrica pero ganaba poco. Toda mi familia pasó mucha hambre y privaciones. Como no tenía dinero, murió un hermano mío cuando era muy niño. Mis hermanos no podían ir a la escuela.
Chicos
D-Mi pueblo natal se hallaba en la zona montañosa de Pekín. Era poca la tierra cultivada. Mi abuelo y mi tío trabajaban en la mina para los patrones y dejaban la tierra a otros familiares porque eran siete bocas. Su vida era de miseria.Un año de malas cosechas abandonaron mi pueblo natal para buscar la forma de vivir. En el camino murieron mi tío y un hijo suyo.
E-Peor.
F-Antes de la Liberación toda mi familia vivía en la miseria. Apenas tenían tierra y sólo una habitación. Mi abuela y mi padre se veían obligados a trabajar para un terrateniente. Casi no tenían ropa ni comida. Pasaban hambre y vivían cubiertos de harapos.
Entre 1949 y 1958
Chicas
A-Nuestra vida mejoraba poco a poco.
B-Toda mi familia vivía en Pekín. Las condiciones de vida han cambiado mucho.
C-Después de la Liberación el poder de Chiang Kai-shek fue derribado. Los trabajadores se hicieron dueños del país. La vida de mi familia ya ha cambiado mucho. Tenemos buenas condiciones de vida. Todos mis hermanos fueron a la escuela. Eso se debe al poder popular.
Chicos
D-Después de la Liberación los pobres mineros se hicieron dueños de la mina. Mis padres trabajan en la mina. Mi casa se trasladó a las nuevas viviendas. Mi padre, un pobre aprendiz en la vieja sociedad, ingresó en el Partido Comunista de China y tomó el cargo de cuadro en la empresa socialista.
E-Mejor.
F-Después de la Liberación toda la familia recibió tierra y seis habitaciones. Después del movimiento de cooperativización agrícola vivimos cada vez más felices. En 1951 mi padre participó en el trabajo revolucionario. Mi madre toma parte en el trabajo de agricultura.
Entre 1958 y 1973
Chicas
A-Llevamos una vida más feliz cada día que pasa.
B-Como todos mis hermanos empezaron a trabajar,la vida de mi familia se elevó a un nivel mucho mejor que antes.
C-Durante estos años mi familia cambió mucho. Mis cuatro hermanos tienen trabajo pero dos no trabajan en esta ciudad. Mi hermanita estudia en la escuela. Yo soy la primera estudiante de mi familia.
Chicos
D-Mi familia tenía por primera vez tres miembros de ella estudiantes de escuela secundaria. Yo llegué a ser el primer estudiante de mi familia.
E-Mucho mejor.
F-No responde.
¿Dónde está su casa?. Breve descripción del pueblo o ciudad.
Chicas
A-Está en el sur de la provincia de Shensí. Mi pueblo es pintoresco y ameno. Cerca de él se extiende una montaña, al subirla se puede contemplar el panorama y los campos bien cultivados abajo.
B-Está en Pekín, que es una ciudad conocida por todos.
C-Está en Xian. Ésta es una de las ciudades más grandes. Es famosa por su cultura antigua. La pagoda del Gran Ánsar, de sesenta y cuatro metros de alto y de siete pisos. En los suburbios orientales se encuentra el museo Pampoo; es una aldea de la sociedad primitiva. En el centro de la ciudad están la Torre de la Campana y la del Tambor, que se utilizaron antiguamente para avisar de la hora.
Chicos
D-Mi casa está en las afueras de Pekín. La vía ferroviaria se extiende hacia el fondo del valle. Junto a ella hay una carretera por la que van y vienen los camiones cargados, y al pie del valle se establecen las minas modernas. A sus lados están los barrios residenciales de los obreros, que tienen grandes almacenes, hospitales, centro de correos y escuelas primaria y secundaria. Los mineros trabajan con gran empeño. El Gobierno les da buenas condiciones de vida. A todas horas en todo el valle reían un ambiente de alegría y energía.
E-Mi casa está en la ciudad de Wuhan, de la provincia de Hopei. Es una de las grandes ciudades de nuestro país. Es bonita y moderna.
F-Mi casa está en la provincia de Seztchuan. Después de la Liberación hay muchos cambios en mi pueblo. Construyeron obras hidráulicas, canales, embalses, instalaciones eléctricas, nuevas viviendas y quince escuelas primarias. Plantaron más de doscientos mil árboles. La producción fue excelente. Ahora están esforzándose por hacer realidad la mecanización del campo.
Respecto a la descripción de su casa, ninguno entra en detalles y se limitan a enumerar algunos enseres y la existencia de agua corriente o de pozo, electricidad y cocina o estufa de carbón y leña. Añaden que están satisfechos y que, gracias a la dirección del Partido y del Presidente Mao, han mejorado y no les falta de nada. No tienen tierra propia ni animales, excepto en el caso de F., en cuya casa crían aves de corral y cerdos. El ajuar comprende bicicleta, reloj, radio y, aveces, máquina de coser y cámara fotográfica. Suelen comprar ropa y calzado hecho, aunque en ocasiones lo cose la madre.
Respecto a la alimentación, todos afirman que es muy buena y mejor que antes (la indispensable apostilla se refiere a un tiempo anterior al 49 que en realidad no han conocido y subraya también la continua mejora debida al Partido). Cuando hacen hincapié en la abundante presencia de verduras en la dieta añaden que éstas son más alimenticias-nunca que la carne escasee, como es el caso en el menú cotidiano-. Por la misma razón si no poseen un objeto en vez de no lo tenemos escriben no lo necesitamos. B. dice que Los cocineros de nuestro instituto tienen un alto nivel de hacer la comida. Por eso todos los días comemos cosas ricas, como panecillos, arroz, torta frita, raviolis, empanadas, tortitas de harina fritas…y diversas verduras, como col, pepino, apio, cebolla, berenjena, calabaza…También comemos carne, huevos, pescado, gallina, carne de vaca, de oveja…En las fiestas mejor. Excepto en el caso de B. y por motivos de salud, ninguno dice haber tomado, ni querer tomar, leche.
Respecto a los ingresos, presupuesto y ahorro familiar, o los ignoran o hablan de ello vagamente.
La homogeneidad de las respuestas se intensifica al llegar a las preguntas sobre su situación personal y su vida antes de llegar al Instituto de Lenguas de Xian.. Todos dicen que participaron en la Revolución Cultural, que interrumpió sus estudios en la escuela, y después trabajaron en el campo entre dos y tres años, excepto en el caso del muchacho soldado, que ya servía en el Ejército. El mejor recuerdo de los seis jóvenes es su entrada en la escuela y en la organización de los pequeños pioneros rojos. No hablan de malos recuerdos. De su infancia, recalcan su temprano deseo de aprender y de servir a la patria. Sus colegios eran amplios, buenos y bonitos.
Los seis declaran haber visto extranjeros en la calle o en el cine pero, exceptuando su profesora actual, no han tenido jamás contacto con ellos.
A la pregunta sobre su pasada actividad laboral, horario, sueldo y elección del puesto de trabajo, responden todos únicamente que, en efecto, han trabajado en el campo con jornadas de ocho horas o más. Insisten en que es necesario seguir las directivas del Presidente Mao y dedicarse al trabajo manual y aseguran que sus condiciones de vida eran buenas.
En el plano político, los seis han sido guardias rojos durante la Revolución Cultural y, de pequeños, pioneros. Luego ingresaron en las Juventudes Comunistas. El mayor deseo de todos-excepto de un muchacho que ya lo había logrado-era ser miembro del Partido, y su impresión más intensa fue ver con sus propios ojos al Presidente Mao en Tien An Men.
En cuanto al procedimiento de ingreso en el Instituto de Lenguas, las respuestas son literalmente las mismas, con levísimas variantes:
Me alisté por mi voluntad, recomendado por las masas-campesinos pobres y campesinos medios de la capa inferior, ratificado por los dirigentes, aprobado por la célula del Partido y revisado por los directores del Instituto.
Respecto a la elección del español, los seis aseguran que les agrada el estudio de esta lengua y que se han dedicado a ella por directiva del Partido, que precisa traductores e intérpretes de castellano. También afirman estudiarlo para propagar el marxismo-leninismo y pensamiento maotsetung y apoyar la revolución mundial. Sus dificultades de aprendizaje coinciden en buena parte con las de los profesores.
Todos dicen gozar de buena salud (ésta es, además, requisito-según descripción del proceso de selección- en su ingreso en escuelas superiores) y disponer de asistencia médica gratuita.
Llegados a la pregunta sobre su diversión favorita en horas libres y días de fiesta, la homogeneidad es de nuevo clamorosa: los seis dedican sus ocios a estudiar marxismo-leninismo y pensamiento maotsetung; también a hacer labores útiles para sí o los demás, ir a pasear, de visita, hacer deporte, asistir a espectáculos, leer, tocar instrumentos, escribir.
La anterior homogeneidad se ve superada por las respuestas a la opinión sobre el periodo de trabajo manual-un mes al año-y los mejores y peores recuerdos de éste. Existe un acuerdo con una fábrica de estampados y tintes y el instituto, que siempre envía allí a los alumnos. No hay malos recuerdos. Beneficia al pueblo. Los obreros nos trataban con mucho cariño. Esto me impresionó profundamente. Trabajan con ahínco y energía día tras día, año tras año, haciendo contribuciones a la construcción socialista. El completo cambio y el futuro luminoso me estimulaban a estudiar con entusiasmo. Aprendemos de sus grandes espíritus y superiores calidades. Estamos decididos a seguir las enseñanzas del Presidente Mao y convertirnos en trabajadores cultos y con conciencia socialista. Siento que hayamos estado tan poco tiempo.
En cuanto a sus proyectos de futuro, los seis aseguran no tener deseos personales, sino que éstos se identifican con la voluntad del Partido y las necesidades del país y de la revolución, que les asignarán destino.
La pregunta número treinta y dos, que reza ¿Le gustaría vivir solo, con amigos, con su familia?. ¿Piensa casarse?. ¿Cuándo?. ¿Cuántos hijos quisiera tener? es, de todas, la que más pasan por alto estos jóvenes de veinte a veintidós años. Como máximo, se refieren a ella indirectamente, respondiendo que ahora no es momento para ellos de pensar sino en el estudio y en cumplir bien las tareas que les ha encomendado el Partido. Dicen preferir la vida comunitaria.
A ¿Cómo imagina el futuro de China y del resto del mundo?.¿Qué país le gustaría más visitar? la respuesta general consiste en largos párrafos en que se afirma la confianza en la victoria de la revolución mundial y la derrota del imperialismo, con el establecimiento del comunismo en el mundo entero. Creen que China se pondrá en breve en cabeza de los países industrializados. Ninguno indica qué país le gustaría visitar.
Cuando se les pide su opinión sobre la Revolución Educativa los seis evitan la respuesta, sea dejando el espacio en blanco, sea diciendo que el movimiento todavía se encuentra en estado experimental, o bien insertan algunas citas de Mao sobre el tema.
Hay, de nuevo, un salto de generación en el que la presión del medio se impone al hecho biológico. La diferencia con sus profesores es aproximadamente de una decena de años, pero existe un lapso ellos y sus mayores, una carencia de individualidad y horizonte que sólo la diferencia formativa explica. Son los jóvenes que todavía no habían nacido en el 49 y que se encontraban en la escuela, con trece, catorce, dieciséis años, cuando sobrevino la Revolución Cultural. Fueron los adolescentes guardias rojos, los que en todos los centros presentan como estudiantes de nuevo cuño obreros, campesinos y soldados. En realidad, vienen con frecuencia de ciudades y de familia de cuadros pero han pasado periodos largos de trabajo agrícola e industrial. Las respuestas, prácticamente calcadas, dan la foto-robot del muchacho anheloso de ajustarse al modelo propugnado por el régimen. En lo que escriben, ortográficamente corregido en rojo por un profesor, no puede esperarse la menor espontaneidad. Todos los moldes se superponen, desde la censura interiorizada hasta las hileras de clichés tomadas de traducciones en la lengua extranjera, pasando por los habituales sintagmas y enumeraciones de manual. Apenas puede decirse que mientan; simplemente reproducen lo que debe ser la verdad y que, por tanto, lo es para ellos. Se lleva más puntos en este ejercicio el que es capaz de introducir en cada pregunta la respuesta adecuada dada a ella por el Partido, Mao Tse-tung y las Actas del X Congreso. Los cuestionarios están, por cierto, atiborrados de citas no entrecomilladas, lo cual es perfectamente lógico puesto que, en el marco del sistema, sería inútil separar las consignas oficiales de la realidad o lo que debe serlo. Han hecho y enviado sus deberes, que les sirven de prueba para los guiones de conversación de los que se servirán quizás con extranjeros en su futura vida de intérpetes.
Naturalmente, sus familias de entre cuatro y siete hermanos-todavía no alcanzadas por la planificación familiar-prosperan desde el 49. El currículum, las expectativas y perspectivas son prácticamente corales, con detalles que ponen una pincelada de involuntario, y trágico, realismo en la impecable ortodoxia de sus relatos. Así, uno de los chicos cuenta cómo, durante la Revolución Cultural, destruimos a Liu Shao-shi y a su camarilla, y también vestigios burgueses y revisionistas, muchos retratos de Budas y no pocos templos de monjes, etc, etc…Muchísimo. Las hazañas que relata consisten en el vasto genocidio cultural que llevaron a cabo los guardias rojos dirigidos por las consignas de Mao y que redujo a ceniza y ruinas gran parte del patrimonio artístico nacional y, en el Tíbet, más del noventa por ciento de los monasterios.
En esta generación se ha cumplido-y ello no es rasgo vano-la completa socialización a cargo del régimen. Ellos aprendieron las primeras letras y frases en la guardería en forma de cantos al Partido y expresiones de amor al Presidente, supieron que el nombre de Mao reunía el conjunto de las bondades y que la blasfemia era inimaginable, pasaron de la casa-cuna al jardín de infancia, de éste a la primaria y de ahí a la escuela en un continuum de fidelidad carmesí esmaltado por una iconografía sencilla y un mecanismo de exigencia-respuesta cuyo manejo binario, al tiempo que puerilizaba y atrofiaba los centros de responsabilidad adulta, les proporcionaba generosas dosis de confortable seguridad y garantizada satisfacción. La dimensión individual, especialmente las opciones no comunitarias y el sexo, es relegada a la inexistencia, que funciona como alternativa a la perplejidad o la angustia.
Junto a la familia, dentro de ella y, llegado el caso, contra ella, las células del Partido les han encuadrado en diversos niveles de socialización desde su más temprana infancia, mostrando a pioneritos, pioneros y juventudes comunistas la única escalera cuyos envidiables peldaños finales eran los carnets de miembro adulto. A ello ha contribuido la prolongada ausencia del hogar que implican el extenso horario y las múltiples actividades de las escuelas, los periodos de trabajo manual, la participación en campañas, la eliminación de espacios individuales y susceptibles de ser empleados de forma opcional o solitaria. El modelo Yenán ha establecido una general canalización comunitaria y minuciosa.
Los silencios en ciertas respuestas tenían su contrapartida en el fácil recitado de citas, que estaba curiosamente ausente en el caso de la Revolución Educativa. No tengo opiniones maduras. responde C. Y esto significa que el Partido no había divulgado directivas y consignas explícitas al respecto; se enmarcaba en la prohibición que el subdirector expresara a la cooperante de enviar al extranjero información sobre esa campaña. En el sistema del Partido Comunista Chino-y cualquier otro de similar estructura-la reflexión y los datos se manejan de forma inversa a la dinámica propia del pensamiento libre: sólo puede ser considerado y difundido aquéllo que se autoriza, el segmento de la realidad que los dirigentes juzgan bueno traer a la superficie, oficializada, de la existencia.
La contradicción entre una realidad conocida por la cooperante-por ejemplo, el tipo de alimentación ofrecida por la cantina del instituto-y lo expresado en las respuestas no parecía preocuparles. Las afirmaciones sobre la bondad de las comidas eran manifiestamente falsas. Los alumnos no ignoraban que la profesora extranjera estaba al corriente de ello, e incluso de las quejas y críticas. Pero el cliché perfeccionista se imponía en las alabanzas al alto nivel profesional de los cocineros y a la exquisitez de los platos. Los estudiantes manifestaban, en general, en su expresión una distancia respecto a la experiencia palpable considerablemente mayor que la de los profesores, y ésta era evidente en las consideraciones sobre el futuro, dictadas por el desconocimiento y la prudencia. Sus justificaciones del aprendizaje del español eran de orden mucho más abstracto, con un vago tratamiento global de los países y sin referencias a amigos ni enemigos.
Nada, en fin, ofrecía alternativas, en el caso de los alumnos al recurso al formalismo y convencionalismo. Muy por el contrario, a su débil conocimiento de la lengua apuntalado con frases hechas se unía la precariedad de su status, la completa dependencia de las autoridades, representadas por la inmediata vigilancia de la célula del Partido, el destino incierto que les sería asignado en función de su comportamiento y fidelidad. Sus respuestas no se habían efectuado, como las de los profesores, durante una charla a solas con la cooperante, sino que constituyeron deberes escritos dirigidos y supervisados. Y además, de acuerdo con la percepción del concentrado lapso generacional y más allá de los condicionamientos de circunstancias, se apreciaba en aquellos jóvenes que habían cruzado el umbral de los veinte años un grado de madurez muy por debajo de su edad real.
Cajas Chinas
Medianos, grandes, pequeños, edificios, recintos, aulas y despachos, todos podrían intercambiarse, sacarse de la gran caja donde se almacenan e imbrican, desplegarse sobre la mesa y volverse luego a guardar, ajustado cada uno a los ángulos del precedente.
Pero el centro de esta caja no es el del círculo, se encuentra arriba, en los escalones más próximos al poder. Así, aunque los institutos en los cuales la extranjera enseña se asemejen en el aplicado cumplimiento de la misma monotonía física, los diferencia de manera notable la proximidad del cuadro de mandos, de esa red burocrática y ese Recinto Prohibido tras cuyos muros rojos se libran afelpadas batallas de violencia mucho mayor, y con frecuencia efecto más mortífero, que Waterloo. Desde Pekín los institutos de provincias, la Xian lejana en el antiguo corazón de las tierras del oeste, resultan de una familiar confianza que hace más crudo el perfil descaradamente policial de los funcionarios de la severa ciudad del norte. La violencia de los enfrentamientos ha ido decreciendo con la distancia a las grandes urbes y ello explica las relativas benignidad y cordialidad de la población interior y antigua, su desconcierto y buena voluntad ante la desacostumbrada presencia de una extranjera, el inamovible peso de las limitaciones templado sin embargo por vetas de contacto humano inencontrables en la capital
El Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín es una caja más, nueva, similar, grande, destinada a acoger, además de a los estudiantes locales, a los funcionarios destinados al Exterior y a los extranjeros que aprenden chino. Hay, como de costumbre, gigantismo, inútiles espacios vacíos, ninguna concesión a la imaginación o la estética. La escasa población estudiantil, a la que casi igualan en número los profesores, rellena tan sólo una ínfima parte. Pese a la presencia impresionante del edificio central, con su altura alternada de blanco y gris y coronada de tejas amarillas, el utilitarismo no corre parejas con el confort, los ascensores aún no funcionan y la calefacción ya ha tenido tiempo de estropearse por deficiencias en las tuberías. El frío es glacial. La suciedad de los servicios y los lavabos atrancados contrastan con el blanco reciente de las paredes. La cantina de los profesores es un vasto hangar oscuro similar al de Xian con sufridas mesas de madera y muy pocos bancos y taburetes, de forma que la mayoría come de pie, lo que no facilita las charlas de sobremesa. Ante la sorpresa de la cooperante por la inexistencia de sillas en escuela tan moderna se le responde que antes había pero que los profesores se las llevaban a sus casas. Las pilas de bolas de carbón se amontonan junto a las paredes. Los tadzupaos recuerdan la campaña Pi-Lin, Pi-Kon! pegados a la entrada y suspendidos de cordeles en el interior como ropa puesta a secar, con lo que ponen al menos un detalle de variación en el color, si no en el contenido.
El centro, que se considera escaparate por albergar alumnado extranjero, es sin embargo al parecer un dechado de limpieza y claridad si se compara con otras escuelas de idiomas. La cantina para estudiantes foráneos resulta lujosa: luz, higiene, manteles de plástico, mesas, sillas y menús muy por encima en calidad, presentación y calorías de los servidos a los chinos. Incluso, en vez de llevar cada cual su tazón y palillos, dispone de platos, vasos, cubiertos y personal para retirar la vajilla sucia. En la cantina de profesores se come mucho mejor que en la del anterior centro de trabajo de la cooperante y todos los días figura en el menú un plato o dos con algo de carne. Las casas para profesores son similares a las de Xian y, pese a la juventud de los bloques, ya parecen opacas y usadas, limpias pero grises.
La sala en la que se efectúa la presentación es tan similar a otras salas y las palabras a otras palabras que la extranjera se sorprende a sí misma superponiendo por anticipado frases y objetos, en un mecanismo muy semejante al utilizado por los chinos. Pocos meses han bastado para adquirir el automatismo del esperado ritmo, por el que fluye sin el menor esfuerzo una materia cada vez más lejana de la observación y el pensamiento. Los que la rodean llevan inmersos en ello la mayor parte de sus vidas y cuanto dicen discurre como el aceite por un engranaje del que es previsible cada trazo. De nuevo el antiguo director de antes de la Revolución Cultural ha pasado a ser un subordinado del cuadro del Partido que le supervisa. La última parte de la presentación se dedica a establecer una línea divisoria entre el tratamiento ofrecido a los estudiantes extranjeros, que no pueden participar en las actividades políticas de los chinos como la Reforma Educativa y la crítica a Lin Piao y Confucio, mientras que los cooperantes sí. Esto da pie a una cuña sobre la posición china oficial, ilustrada con cita de Mao que distingue entre las necesarias relaciones diplomáticas y la distinción entre países e individuos amigos y enemigos. Así pues se ordena expresamente a la cooperante la discreción:
Las informaciones que ofrece la prensa occidental sobre China no suelen ser conformes a la realidad ni estar de acuerdo con nuestra posición política. El Primer Ministro Chou En-lai dio en el X Congreso del Partido el enfoque general
Los estudiantes extranjeros llegan a estudiar a China en virtud de tratados bilaterales con sus países y nosotros no sabemos qué clase de individuos son. Así pues usted no debe hacer comentarios con ellos sobre las actividades políticas en las que los cooperantes sí participan.
Pasan los días de una estancia de la profesora extranjera en este centro que desde el comienzo se preveía como breve y el tono no desmiente la rodada frialdad burocrática de la acogida. Estamos muy lejos de la improvisación de la aislada Xian. Ésta es una caja próxima a la cúspide, fronteriza de Asuntos Exteriores y en el tramo final que corona el Ministerio de Educación. Todo se mantendrá en los límites. Son impensables las charlas a solas con colegas chinos, los relatos de sus vidas, el sucedáneo de encuestas, las veladas en el solitario hotel. La frescura de un alumnado joven ha sido reemplazada por funcionarios cuya edad se sitúa entre los treinta y cinco y los cincuenta y tantos años. Su reserva respecto a empleos anteriores y destinos futuros es completa. Ciertamente es gente de cierta importancia puesto que han pasado la fina criba que tamiza el personal que sale al extranjero. Todos son hombres, lo que da que pensar respecto al acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad. Viven en el centro en régimen de internado aunque algunos tengan a sus familias cerca. La opacidad se intensifica por la falta de improvisación y espontaneidad durante el nuevo y tardío aprendizaje.
En los profesores de la sección de español hay una neta diferencia entre la generación que sobrepasan la treintena, con un nivel lingüístico más o menos aceptable y encargados de diversas actividades, y el grupo gris que vegeta y se mueve de forma tan borrosa que es difícil saber incluso su número. La irregularidad en la asistencia a causa de reuniones, sesiones políticas, trabajo manual, etc, no deja finalmente tener ideas concretas sobre cuáles son sus tareas específicas. La cooperante no cree haber llegado jamás a ver a los diez profesores chinos de español (para catorce estudiantes) de los que el director le habló durante la presentación, pero sabe que estas diferencias entre cifras y realidades son el pan cotidiano en China. W que tiene más de cuarenta años, habla y gesticula con abundancia y cierta precipitación, con un dominio fruto de sus años de becario en La Habana. Cuenta que los estudiantes chinos durante su estancia permanecían juntos, en grupo, guisándose entre ellos, y que excluían toda relación sexual con las cubanas pese a la-explicada con sabrosos detalles-buena voluntad de éstas. Es patente el aislamiento y el rechazo a la integración (vetada además, sin duda, por consigna gubernamental) . W es un voraz lector y especifica con toda naturalidad:
Sí; ahora estoy con una novela cubana. Leo mucho en español porque como en chino no hay nada que leer….
Ts., algo mayor que W, es hombre silencioso, de exquisita cortesía y perceptible valor intelectual. En su juventud vivió en Tailandia con sus padres, regresó a China, estudió ruso, español más tarde, tras la Revolución Cultural estuvo en el campo y actualmente se dedica a la selección de material
Los esposos L y T. tienen unos treinta y cinco años. L da clase. Su marido, T., parece que no; su timidez y reserva impiden trabar conversación con él
Integran también la sección tres muchachas jóvenes extremadamente átonas. Sólo se las ve apasionadas y expansivas durante las partidas de ping-pong, que ocupan buena parte de su jornada laboral. Dos de ellas están casadas pero ninguna vive con su marido. El de H. está en África. El de L es soldado. Ella dará a luz dentro de un mes. Él no viene al nacimiento de su primer hijo porque está demasiado lejos. Ambas tienen profesionalmente la misma historia: estudiaron español tan sólo durante ocho meses, empezó la Revolución Cultural, trabajaron unos años en el campo y se incorporaron a partir de 1972 a la plantilla del instituto. No dan clase. La tercera muchacha estudió tres años en el Instituto de Lenguas del Ejército. Luego hizo portugués y trabajó un año como traductora. De 1967 a 1971 no ejerció, luego, del 71 al 73, trabajó en una fábrica y actualmente redacta materiales de enseñanza.
En realidad el currículum de esta generación más joven coincide en la fractura formativa, la ruptura académica de mediados de los sesenta y su epígono de destierro fabril y campestre que duró, por ejemplo, en el último caso siete años, y que continúa en ilustrados de los que la cooperante no tendrá noticia jamás. Al toque de las últimas consignas, la administración recupera antiguos profesores y estudiantes que, en el espíritu movilizador a toda costa del Gran Salto Adelante, han realizado obras con frecuencia inútiles, representan en las poblaciones rurales indeseables bocas de más o se almacenan en las granjas del Ejército llamadas Escuelas del 7 de Mayo. Estas cantidades ingentes de paro encubierto pasan a distribuirse, de forma confusa, en las diversas entidades, recubiertos los sujetos, cualquiera que sea su calificación, con el título de profesor. Aunque el Buró Político comience a pedir ahora resultados, el sistema tiene los pies lastrados por el cemento de su dogmatismo formal e inevitable que lleva a los cuadros a manejar contingentes, globalizar y hablar de resultados de manera siempre atenta a la imagen complaciente que deben mostrar a sus superiores, con perfecto alejamiento de un análisis objetivo y una inversión eficaz del capital humano que pasarían por reconocer diferencias de capacidad, especialización y calidad en absoluto compatibles con el credo igualitario y la práctica de gregarismo intercambiable. Revueltos en el mismo recipiente se hallan desde catedráticos veteranos hasta estudiantes que apenas han seguido un curso de español, etiquetados todos como-por seguir la terminología de la época-el frente de la enseñanza. Y esto en medio de la falta de planificación, de unificación de programas, textos y materias, y para colmo dentro de la confusa corriente de vagas directivas voluntaristas de la Revolución Educativa.
No se trata sólo, en el caso del Estado, de desorientación y vacilaciones en la atribución de puestos a los profesores vueltos del campo. La inseguridad no es eficaz pero sí es políticamente rentable, garantiza desmovilización y sumisión, sitúa permanentemente a los profesores, y nuevos licenciados, en un clima de ausencia de derechos que también implica la fácil, y perceptible, dejadez de los deberes, pero que resulta para las autoridades preferible al germen de reivindicación que conlleva el reconocimiento de la calificación profesional. La Burocracia-y esto es esencial para la exquisita pirámide de comisarios ideológicos-halla aquí terreno escogido y abundantes tropas de refresco, porque, de esta variada masa docente, sus sectores más ignorantes e incapaces adherirán con entusiasmo a la selección y exégesis de documentos, materiales, textos e informes, a cuya elaboración, discusión y corrección dedicarán la mayor parte de su fantasmagórico horario laboral
Las cajas por edades son, en este centro de Pekín, en extremo similares a las de Xian. La generación que realizó sus estudios superiores en los años cincuenta tiene un grado de conocimientos en general muy superior en todos los niveles al de los jóvenes. Esto se observa por supuesto en el plano profesional, pero lo que llama la atención en ellos es la existencia de una viveza, de una riqueza intelectual, que se echa en falta en generaciones posteriores, mucho más uniformizadas y estereotipadas y con un bagaje cultural infinitamente más pobre.
Si la seguridad es una cuerda, los métodos de aprendizaje y el contenido de los textos parecen hechos para ir cada uno cortando cotidianamente con su cuchillito una a una las fibras. La cooperante observa las clases dadas por chinos, el prefecto ambiente, con este alumnado adulto, de una primaria decimonónica, el recitado de las reglas gramaticales y de los verbos a coro, y la ausencia de diálogo, gesticulación y elementos plásticos y dinámicos. Las frases empleadas como ejemplos son consignas y están plagadas, como el vocabulario en general, de términos morales y expresiones de obligación del tipo deber, está bien, está mal, hay que, tenemos que. Hay un ensañamiento en los acertijos, en el uso de homónimos y sinónimos, que tiene mucho de tortura para estudiantes de nivel lingüístico tan modesto. Se insiste en la caza del error, y los que no hay que cometer se escriben en la pizarra. La clase de conversación consiste en dos alumnos que salen al estrado y se recitan allí el uno al otro el diálogo que figura en los manuales y han aprendido de memoria previamente. Cuando han terminado el profesor pregunta a los demás qué errores, que ellos han ido anotando, cometieron. Es notable que, en plena campaña de crítica a Confucio, la metodología resulte tan rabiosamente confuciana, con su moralismo y cuidado de las formas. De hecho, los contenidos, lo que se dice, carece de importancia, en el aprendizaje de lenguas como en la expresión habitual. Cuenta la sumisión adaptativa a un ritmo, a unas premisas cambiantes pero siempre fijadas y preceptivas.
Las actividades políticas son también un ejercicio que deleitaría, y arrancaría una sonrisa irónica, a Confucio. Nada más lejos de la efervescencia que sugieren que la dócil realidad, el apacible estudio de los documentos enviados por el Partido, que se muestran o leen a la profesora extranjera, según la consigna de participación, sin que se le permita tomar notas; todo es secreto y prohibido mientras no haya autorización expresa. En un caso se trata de fotocopias que son presentadas como el Plan cinco siete uno (u chi i, en la pronunciación china parecido a sublevación armada). Se trata nada menos que del cuaderno secreto del complot de Lin Piao contra el Presidente Mao, en el que figuran fotos de pilotos traidores y de un avión. Se incluye la confesión y descripción del complot realizada por un conjurado y una carta de Mao a su mujer, Chiang Ching, en 1966, en la cual ya expresaba sus reservas respecto a Lin. El desdén del Gobierno por la facultad de raciocinio de sus súbditos y por su inexistente capacidad de expresión crítica no puede ser mayor. Aquí tenemos al Gran Timonel dejando durante lo más florido de la Revolución Cultural las riendas y representación del movimiento a un dudoso mariscal que depone y dispone de vidas y destinos en un experimento a lo grande en un laboratorio poblado por millones de personas. Lin Piao ha pasado a figurar en el panteón inverso de los architraidores, sin duda porque la URSS ya estaba muy vista y el capitalismo incorporado a las exigencias de las relaciones internacionales y de la renovación logística.
La habitual y patológica afición china al secreto impedía también saber los porcentajes y procedencia de los estudiantes extranjeros. El dominio de la lengua no garantizaba ni mucho menos la integración. La cooperante charla con una muchacha japonesa a la que faltaba un curso para doctorarse en obstetricia en la universidad de Pekín. Toda su vida de veintidós años había transcurrido en China, donde residían sus padres, pero eso no era óbice para que anhelara vivamente, una vez obtenido su diploma, marchar al Japón, porque, según decía, se sentía aislada y extranjera. El conocimiento del idioma, el bajo nivel de ingresos, que los acercaba a la media local, y la supuesta cohabitación con chinos no eran, tampoco, determinantes en la asimilación de los estudiantes occidentales. Aunque se alojaran en los mismos edificios que los chinos no había un contacto significativo porque éstos formaban grupo aparte, especialmente las mujeres. Entre los chicos existía más relación con los extranjeros, visitas y charlas en los cuartos, pero la amistad quedaba ahí. Jamás un estudiante chino había invitado a salir con él un domingo o a ir a su casa a un compañero occidental, y las invitaciones generales a sus fiestas de éstos últimos eran siempre rehusadas por unos condiscípulos locales a los que estaba prohibido bailar y que solían quedarse en el instituto los días festivos alegando que Pekín estaba demasiado lejos y que debían estudiar. Les resultaba en extremo incomprensible que los occidentales se divirtieran, organizasen reuniones, saliesen, y sin embargo asimilaran y prepararan covenientemente la materia. El hecho de que, en sus largas charlas vespertinas con los extranjeros, emplearan el vocabulario y frases de la lección estudiada ese día apuntaba a motivos mucho más pragmáticos e interesados que el deseo de confraternización.
La siguiente caja fue el Instituto Nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín, el más alejado, diez kilómetros al este, en pleno campo y precedido de un aura de maoísmo virulento durante la Revolución Cultural, lo que se traduce en un especial protagonismo a la hora de purgas, ataques y autos de fe. Semeja a todos y a cualquiera de sus homólogos: una serie de edificios sin belleza, grises, con zonas de árboles, setos y tierra y un muro rodeando el recinto. La calefacción brilla por su ausencia, se da clase con el abrigo puesto y el agua se hiela en los pasillos. Los servicios están tan sucios como de costumbre, el piso es de cemento y los gruesos muros de ladrillo transpiran frío. Sola la floración de tadzupaos pone una nota de color, pero ésta acaba resultando amarga, por el desprecio que implica respecto a la pequeña vida cotidiana de los individuos sometida al pardo escenario, por su monopolio del brillo y la diferencia. En la cantina, idéntica a las de otros centros, no hay bancos ni sillas en absoluto. El altavoz desgrana mientras se come artículos políticos. Se ha dispuesto, para los cooperantes extranjeros que lo deseen, una habitación especial que les sirve de comedor y en la que se sirven menús de superior calidad. Las habitaciones de los profesores chinos se reducen a una habitación espaciosa con cocinita y fregadero. Las bombillas sin pantalla, la pintura maltratada y el cemento del suelo da a estos interiores semejantes a millones de hogares chinos un aire adocenado y triste. Los objetos son los mismos que los de todas las casas que la cooperante ha visitado y colocados en la misma disposición. Hay una letrina para cada tres familias y, fuera, unas duchas que funcionan una o dos veces por semana. De las paredes de cal de las clases cuelgan fotos y caligrafías de Mao y del comunista modelo, Lei-Feng; también un alfabeto y tres mapas: muy grande el de China, mediano el del mundo y pequeño el de Hispanoamérica.
La presentación, salvando las fechas y origen como departamento de la Agencia de Noticias Sinjua, es un calco de las anteriores. Hay detalles que, en efecto, corroboran su carácter extremo y una frialdad agresiva que no es sólo la atmosférica. Se dice a la cooperante que Los institutos más antiguos admitieron alumnos más pronto pero éste estuvo ocupado hasta 1972 con la crítica a Liu Shao-shi y la Revolución Cultural. Luego averigua que el centro adoptó posiciones netamente ultraizquierdistas, apoyando con mayor fervor si cabe que los otros a Lin Piao y a su hijo Lin Li-kuo. Fue sede del violento Grupo 16 de Mayo y a sus alumnos se atribuían diversas actividades fanáticas y xenófobas, como el incendio de la embajada británica.
En la presentación se insiste en que las condiciones materiales (manifiestamente mediocres) tienen menos importancia que la fidelidad a la correcta línea política del Presidente Mao, para lo que se llevan a cabo con entusiasmo todos los movimientos y campañas, transformando mediante la fuerza ideológica el entorno.
La utilización de este conocido cliché marxista no es detalle desdeñable. Se trata de un dogma del que emana el desdén hacia objetividad e individuos, que ha sido el núcleo de las grandes campañas y perdura en los sectores más ortodoxos. Es el fundamentalismo maoísta según el cual el pensamiento maotsetung mueve montañas y está dotado de virtud inigualable capaz de, como una potencia nuclear, modelar el entorno físico. Sus dosificadores son los diversos directores, supervisores y propagandistas instalados por la Revolución Cultural en puestos de mando, a los que se somete el conjunto del claustro y que se ramifica, bajo los diez miembros del Partido que forman el grupo dirigente, en células comunistas distribuidas por facultades y sectores y en comités revolucionarios. La confusión que el organigrama muestra respecto a la delimitación de autoridades y cargos se revela en la práctica como un completo monopolio de autoridad y decisiones por parte de los habituales cargos del Partido y un mantenimiento honorífico de los grupos obreros de propaganda del pensamiento de Mao que llegaron durante la campaña de los sesenta. No existe ningún tipo de organización autónoma, con capacidad de proposición y de discusión real, ni entre profesores ni entre alumnos. Se espera únicamente de ambos colectivos la buena asimilación y puesta en práctica de las directivas emanadas de la célula rectora.
En el calendario menudean las reuniones y discusiones de formación política en sesiones fijas de tres tardes por semana más las eventuales, lo que sobrepasa con mucho al espacio dedicado a ello en otros centros, y consisten en el estudio de las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao, a lo que se añade la crítica a Lin Piao, Confucio y Mencio, las actividades correspondientes a la Revolución Educativa y los mítines. Cada observación de los dirigentes durante la presentación del instituto apunta hacia el rigor de los planteamientos y la persistencia de las directivas de la Revolución Cultural. Así, cuando se explican los mecanismos de selección de alumnos, se hace hincapié en que la política reina y el nivel académico ocupa un muy subsidiario lugar en nada semejante al de los países capitalistas ni al de China antes de 1966, época en que la admisión se llevaba a cabo según la nota de examen y el rendimiento intelectual.
Queda además claro que por parte de las nada cordiales autoridades hay una voluntad evidente de mantener a la nueva cooperante a muy profiláctica distancia. Tanto es así que en su horario se ha excluido la posibilidad de contacto directo con los alumnos: sólo daría clase a los profesores y ayudaría a la preparación de textos. Tras áspera lucha, logra enseñar ciertos días a los estudiantes, pero no se la autoriza a darles la charla semanal sobre España e Hispanoamérica ni se acepta el uso de canciones o material visual. En esto los dirigentes llevan estrictamente a la práctica su criterio de selección intelectual inversa: decantan sus preferencias por una profesora sudamericana de un nivel no ya bajo sino inexistente, puesto que se trataba de la cónyuge de un cooperante sin más titulación que la fidelidad incondicional a la incondicional fidelidad maoísta mostrada por su marido.
El Instituto nº 2 de Lenguas Extranjeras es ciertamente una caja cerca ya de la cúspide, del restringido territorio donde se deciden, sin miramiento alguno, las vidas y minúsculas haciendas. En él la cooperante advierte la gélida proximidad del núcleo de cuanto hasta ahora ha percibido. Le llegan historias de un profesor inglés, de una traductora, que desaparecieron cubiertos por los movimientos de este inmenso mar político en cuyo oleaje habían alegremente participado. Gracias a un piadoso mecanismo de omisión temporal, ella no había adquirido sino escasas veces conciencia de su indefensión absoluta, de la insignificancia de su presencia entre el vasto engranaje de multitudes ajenas. Xian la había rodeado de una vaga convicción de inmunidad diplomática, de especie protegida por su rareza. En Pekín no hay tal, ni siquiera la torpeza salvadora con la que en el lejano instituto de provincias dirigentes y colegas habían manejado su llegada y sus rasgos de animal impredecible. Ahora está entre gente de enemigos y lo sabe, habituados a una ferocidad metálica de silenciosos golpes y decisiones sin remisión, gente de rostro tenso por donde no parece haber resbalado más placer que la victoria sobre el antagonista. La extranjera ha caminado sin mirar sino a los metros de tierra inmediatos para no sentir el vacío, se ha guardado de levantar la vista hacia la magnitud abrumadora del horizonte, se ha negado a saber de riesgos, ha optado por la estupidez y la ingenuidad. No posee sino un caducado pasaporte de un Gobierno que carece de tratados con la República Popular China y que ignora su presencia en el país, y está a la merced de un sistema en el que no existen ni derechos ni garantías. Pero, rodeada de docenas, miles, millones de seres a los que falta lo mismo en mucho mayor grado, se sentía, pese a todo, fuerte, protegida y vergonzosamente privilegiada. Quiere convencerse de que ignora el miedo, de que, tras cuanto supone y ha visto, no tiene derecho a él. Se niega terminantemente a conceder una sombra de razón a las puestas en guardia de aquéllos que, antes de su partida, la prevenían sobre posibles males, a las historias de la Guerra Fría. Teme al ridículo y al sonrojo de hallarse a sí misma ganada por el fantasma de relatos semejantes. Se esfuerza por no mirar sino el rostro cercano, la ruta por la que sus pasos discurren. Es en vano. Desde el primer segundo, cuando el avión aterrizó en un aeropuerto húmedo y poco frecuentado, supo de los edificios, pasillos, muros grises, y el gran retrato monstruoso, como las letras rojas, que reinaban únicas en un mundo por lo demás privado de brillos, movimiento y luz. Tras cada rostro se ha extendido ante ella, apresuradamente, la apretada pintura de toda una vida y, más que sus palabras, oía el obligado silencio, veía el hueco de lo que, en otras condiciones, hubiese podido ser y no fue. Ahora conoce, con la certidumbre física del trato y el ácido sabor de la evidencia; y la magnitud de lo que la rodea de nuevo diluye el temor por su propia persona en sentimientos forzados a medirse con una escala muy diferente.
Los alumnos a los que había insistido en dar clase eran un grupo de muchachos y muchachas de entre los veinte y veinticinco años, aunque, por el infantilismo de que daban muestras, se les hubieran atribuido cinco menos. Resaltaban, en comparación con los del Xian, su reserva y la represión que evidenciaban. Jamás se atrevían a dar juicios personales sobre el material que querían emplear en las clases, el uso de diapositivas, etc, y se atenían, caso de conocerlas, a repetir las tesis de la direccion y a generalidades conformistas. De lo contrario, guardaban silencio. La actitud física iba sin embargo más allá en el plano expresivo con frecuencia que la verbal. Así, cada vez que la profesora extranjera entraba con periódicos y revistas que recibía de Europa, se los quitaban prácticamente de las manos para leerlos con avidez y preguntarle sobre Occidente. Con el trato, se permitieron pedirle en préstamo la prensa que llevaba. Decían entender todas las palabras pero, con cierto analfabetismo ideológico, quedaban ayunos del significado. Había en ellos y en sus profesores tres niveles de espontaneidad y expresividad que eran, en orden decreciente: Cuando se hallaban solos, en las pocas oportunidades en que la cooperante podía mantener un diálogo privado. Cuando se encontraban en un pequeño grupo homogéneo, de conocidos. Cuando entre ellos había un cuadro. La atmósfera del grupo cambiaba sensiblemente según asistiera o no-lo general era lo primero, puesto que seguía las clases y era un estudiante más-el alumno responsable, enlace con la dirección, encargado de tomar la palabra cada vez que se planteaban cuestiones de opinión. Se trataba del guía político que existe en cada clase por disposición oficial y tiene como misión resolver los problemas ideológicos de sus compañeros. El clima fue claramente menos inhibido, los demás se expresaron con mucho mayor soltura y libertad, los días que él faltó.
Llamaba la atención en el aula la existencia de algunos en absoluto dotados para el estudio ni deseosos de dedicarse a las lenguas. Sucedía que, una vez entrados en el centro, todos debían graduarse y ningún profesor se hubiese atrevido a oponerse al pase de uno de estos estudiantes enviados por las células del Partido y que venían de las amplias masas de obreros, campesinos y soldados. El régimen chino había logrado ciertamente un grado cero de fracaso escolar; era, por ejemplo, notoria entre el profesorado extranjero de la Universidad de Pekín la imposibilidad de suspender. Las autoridades les obligaban a subir la puntuación, y con muy mayor motivo si el sujeto, además de incapaz y obtuso, era activista político o provenía de impecable origen proletario.
En el ambiente de trabajo, llama la atención de la cooperante la omnipresencia del supervisor del partido, del que, junto, en teoría, el obrero W, dependen las directivas. Este cuadro por supuesto no tiene la más leve idea de idioma alguno excepto el propio. Su labor es de supervisión y censura política, su actitud netamente hostil hacia los occidentales. El obrero agregado como dirigente de la sección no es sino un hombre de paja a su lado. De los profesores, la cifra de treinta y uno dada por el director era burocrática e irreal. Imposible saber ni su número ni sus ocupaciones. Las diferencias de nivel en dominio del español, cultura general y capacidad intelectual eran acusadísimas, a favor indiscutiblemente de los de mayor edad. Había algo en extremo rígido en la atmósfera. Se encargaba de la representación de los docentes U, mujer de treinta y seis años, muy retraída, viuda y con dos hijos. S., de edad similar, descollaba intelectualmente y hablaba un español muy aceptable. De la misma generación eran M, lingüista que hablaba del tronco chino-tibetano y de la teoría estaliniana del lenguaje, y K también responsable de la sección. L era una madre de familia que se expresaba lenta y penosamente, mientras que X, shanghailesa muy viva pero de mediocre nivel lingüístico, rondaba la treintena y tenía un bebé que estaba con su madre en el sur porque ella no tenía costumbre de cuidar niños y éste le impediría trabajar. Los demás eran un coro inconstante y difuminado. Corregían sin decir palabra, sentados en sus mesas, repetían textos en voz alta, se hundían en papeles y diccionarios y jugaban al ping-pong con la atención propia del único juguete. A esto quedaban reducidas las directivas sobre cooperación dinámica que repetían con insistencia las consignas de la Revolución Educativa.
Un fantasma recorría el departamento, personaje de sonrisa petrificada, español plúmbeo y actividad indefinida. El tiempo revelaría que se trataba, además de un responsable, de un miembro de probablemente la policía social u organismo análogo. Aunque aseguraba haber estado durante un largo periodo en misión en el norte de China, la indiscreción de una de las profesoras descubre que en realidad residió en Guinea con un grupo ocupado en la instalación de una fábrica de papel.
Lo menos que se puede decir de la actividad de todos ellos es que era discutible. Más concretamente, apenas trabajaban. Se ausentaban con frecuencia, era inútil pedirles que hiciesen una redacción cada quince días, resúmenes de alguna obra, fichas de los libros de la biblioteca. Ni había formación ni esfuerzo, ni se molestaban en escribir y leer. Tampoco les interesaban los métodos de enseñanza de lenguas. Únicamente memorizaban y repetían. El profesor extranjero está concebido como máquina rectificadora de textos, repetidora y grabadora de frases correctas en correcta fonética, diccionario y gramática viviente. La comunicación es nula. La cosificación total. Y ello en perfecta antinomia con las directivas repetidas hasta la saciedad en las campañas en pro de la dinámica pedagógica, la primacía dada a la práctica y los intercambios de experiencias. Es la mansedumbre del coreado ¡Hay que ir contra corriente! que debe traducirse en la praxis en Cuando todos vayan contra corriente yo iré contra corriente, premisa válida, sin distinción de estamentos, para el conjunto del país, ligada a la completa alienación que preside sus destinos. Ni sus vidas, ni las verdades que deben creer ni el acierto de las opciones ni las desgracias o beneficios que de ellas obtengan les pertenecen, sino que serán determinadas por disposiciones ajenas. Su papel se reduce a la aceptable adecuación a los patrones. Su situación laboral y familiar, el lugar de residencia, la ropa que será conveniente vestir y los textos que habrá que haber leído son responsabilidad de superiores instancias. En el plano puramente material, hay un abismo entre la actividad de sus vecinos asiáticos de Singapur, Hong Kong, de las afanosas colonias chinas desperdigadas por el mundo, y el somnoliento ritmo de los súbditos de Pekín.
A la natural falta de incentivos del régimen colectivista se suman, en el medio donde la cooperante se mueve, un retraimiento y elusión de responsabilidades específico y extremo. los profesores son el blanco de múltiples críticas: las de alumnos, responsables políticos, directivos del centro…Pertenecen a la clase media ilustrada, plato escogido de las iras de la Revolución Cultural. Son intelectuales, pero no cuadros, vulnerables y carentes de respaldo alguno. Como consecuencia natural se atrincheran en la ortodoxia, los textos oficiales y puros. Pedirles que sacrifiquen su propia seguridad mínima vital a la ética de la profesión es, teniendo en cuenta el medio en el que se mueven, una demanda de heroísmo excesivo y probablemente inútil.
El archipiélago Orwell es terreno de monte bajo. El régimen desmocha periódicamente iniciativa e inteligencias, ofrece élites como pasto del rencor de fondo de las frustraciones generalizadas, y luego se halla ante la uniformidad de la chata vegetación de matorrales y la ausencia de cuadros medios con los que construir el entramado mínimo de una sociedad moderna. Sobre los profesores han llovido y llueven consignas y campañas cuyo signo varía con el viento. Nada extraño que en el país circule el dicho La enseñanza es un oficio peligroso. Que se lo digan a Sócrates.
La Revolución Cultural ha empeorado, en todos los sentidos, la suerte del profesorado. A diferencia de los demás trabajadores, no hay para ellos edad de retiro, y se arguye la escasez y la necesidad que el país tiene de su experiencia. El absurdo del argumento, ante la evidencia de un porcentaje de dos a cuatro alumnos por cada profesor, encubre la situación de bancarrota educativa fruto de directivas y campañas. El nivel de la mayor parte es extremadamente bajo y desigual, el absentismo, las purgas, los destierros, la irregularidad de la vida académica, la nula planificación, la pobreza del material pedagógico cobran su peaje. Desaparecida la espuma fútil de ordenancismo voluntarista, la marea descubre un panorama en el que los pocos restos aprovechables provienen de épocas anteriores al gran desastre y de disposiciones e inteligencias cuyas posibilidades las circunstancias no han logrado cercenar en su totalidad. No ha faltado en el proceso la reducción a mínimos del tiempo de vacaciones, que en 1973 era de dos semanas en verano y una en el Año Nuevo chino. Los profesores pertenecen al patrimonio del centro como el mobiliario, y se parte, en la utilización de sus servicios, de una disponibilidad completa, garantizada y versátil. Son el relleno más o menos pedagógico de los lugares de acogida juvenil, a los que además les mantiene atados corto el bajo nivel de ingresos. Sumados los sueldos de un matrimonio de docentes, con una hija pequeña cuya guardería y tres comidas diarias, de lunes a sábado, deben pagar, ni el ocio ni los ingresos dan para esparcimientos. De hecho, la pareja apenas salía del recinto del instituto. Los domingos se dedicaban a la limpieza y a sus hijos. En las vacaciones de Año Nuevo las horas, más que en pasear por la ciudad, se iban en hacer cola en las tiendas para comprar los alimentos necesarios, y en guisar y recibir a los parientes. En verano juzgaban que el calor era excesivo para aventurarse fuera de casa, y en cuanto a viajes largos, el de Hangchow, para ver a sus padres, resultaba inalcanzable para su presupuesto.
Del concepto patrimonial del Estado respecto a los empleados da adecuada idea el caso de la profesora shanghailesa. Esta muchacha confirmaba a la cooperante que la separación indefinida de matrimonios era en la República Popular China moneda corriente, sin que los cónyuges tuvieran la menor idea sobre su duración. El marido de X era técnico, habían vivido juntos en Pekín, pero él fue enviado en misión a una ciudad lejana, cerca de la frontera con la URSS, por un máximo, creían ellos, de dos o tres meses. Pasado ese tiempo, seguían sin saber, ni de forma aproximada, la fecha del retorno. X creía, según las cartas recibidas, que la ausencia de su marido podía prolongarse por tres, seis meses, un año, o más. Ambos lo ignoraban. Ella estaba, además, separada de su bebé desde prácticamente el nacimiento de éste.
Tierra adentro
La prioridad es la transformación ideológica: Reflejar la línea fundamental del Partido Comunista y seguir sus directivas. Combinar la teoría y la práctica en tres aspectos:
1-Enseñanza y textos combinados con la realidad de la lucha de clases actual.
2-Combinar los textos con las necesidades de los trabajos futuros en Asuntos Exteriores.
3-Basarse en el nivel actual de lengua española de los alumnos.
(Instrucciones difundidas por la Dirección del Instituto para la selección y elaboración de textos.)
Las cribas sucesivas por parte de secciones, departamentos, representantes, responsables, colegas del mismo centro y de otros similares, despojan a los textos que se emplean de cualquier veleidad de apreciación intelectual o estética. Es el reino del equipo, y fuera de una pureza maoísta inatacable en la que refugiarse a la menor crítica no hay salvación. Éstas son ya las tierras compactas, aledañas al núcleo del continente totalitario, fruto de un socialismo depurado en el que el individuo carece de existencia y no hay, de página a página y de línea a línea, la menor brizna de iniciativa personal. El grado de censura es simplemente inimaginable porque supera al término y carece incluso de referencias adecuadamente comparativas. El Santo Oficio, la prensa del Movimiento, las virtuosas novelas victorianas y los poemas épicos al Augusto César son un chispeante hervidero en el que los parámetros oficiales coexisten, en un transparente juego de presencias y referencias, con la independencia del ingenio y del impulso. Este continente no tiene igual. Pudo tenerlo en el nazi, pero faltaron años y asentamiento para la petrificación definitiva de éste. El creado por China aspira a la superación de sí mismo, al viaje al extremo de su lógica que se manifiesta plenamente aquí.
En un despacho de ambiente tenso y silencioso se corrigen materiales que circulan entre los diversos institutos. Hay artículos de Mao, un informe de Chou En-lai, algunos fragmentos, continuamente limados y podados, de periódicos y de novelas y, frente a la cooperante, tres volúmenes de frases cuya gramática debe revisar. Los alumnos disponen del conjunto, diálogos y ejercicios de fonética incluidos, desde comienzo de curso, lo que impide la inducción directa y el aprendizaje práctico y favorece la inicial memorización. La normativa reza que los textos versarán, en primer lugar, sobre la China moderna y el Partido Comunista, aludirán a la situación internacional y a los países en los que se habla la lengua extranjera, tendrán un contenido acorde con los criterios oficiales de bondad y esto se resaltará con notas críticas y modificaciones de los originales, el lenguaje será actual, no se estudiará literatura excepto en contados casos de algunas novelas como lectura fuera de clase. Los proyectos de redacción seguirán la línea de masas, con consultas a los comités de obreros propagandistas del pensamiento maotsetung, a los cuadros y a los estudiantes.
En este Alcázar de la Revolución Cultural y del Gran Líder ni siquiera se permite, como sí en otros centros, mostrar a los profesores-no digamos a los alumnos-material audiovisual. La cooperante debería someter diapositivas y grabaciones a la censura previa de una dirección que ignora todo respecto a lengua y contexto y hace continua gala de una xenofobia rampante. Los responsables evitan dar explicaciones, rehúsan entrevistarse con la profesora extranjera y se limitan a subrayar la imposibilidad de que los profesores vean, oigan y juzguen sobre la conveniencia de su empleo. La dirección saca a relucir consignas según las cuales los chinos deben elaborar ellos mismos las láminas pertinentes. Todo el material que la cooperante se ha agenciado con no pocos esfuerzos-vistas de calles, ciudades, parques, restaurantes, tiendas-es rechazado sin que nadie, ningún responsable, se moleste en verlo. Los argumentos son de una puerilidad asombrosa: la responsable U habría juzgado inútil para la clase una diapositiva vista al trasluz, se invoca el principio del centralismo democrático, que otorga la razón automáticamente al voluntario grupo de ciegos. La imagen, cualquier imagen, está cargada de utilitarismo e ideología, carece, como las personas, de inocencia. De recurrir a ellas. los profesores chinos podían ser acusados de servilismo hacia el extranjero o de difusión de las ideas burguesas. El interés por la enseñanza audiovisual, en la esperanza de lograr convertir con ella a los estudiantes en hablantes de español en un tiempo récord, chocaba en realidad con una imposible escisión entre la lengua y el tejido vital que la segregaba.
Se ha inculcado el pánico a la contaminación externa, al mundo que bulle de microbios ideológicos tras las asépticas fronteras establecidas por el Partido. Bajo las premisas formales del Internacionalismo Proletario, el país vive una xenofobia virulenta, nacida de la imprescindible necesidad para el sistema de asedio y enemigos. Como ejemplo del verbo socavar, en uno de los manuales se escribe La literatura y el arte occidentales socavan la moral del pueblo chino. El aprendizaje de idiomas implica el alambicado ejercicio de tomar las palabras sin mancharse con las ajenas y reprobables ideas que las bañan. Continúa siendo el ruso que se aprende para interrogar a los prisioneros, el arma contra esas armas, la domesticación del objeto extraño para los fines propios según la consigna Aprender a pensar en lenguas extranjeras no significa aprender la forma de pensar del extranjero. El régimen del 49 ha potenciado, en la práctica, el más virulento nacionalismo egocéntrico de la historia china tras extirpar los brotes de modernización y apertura que proliferaran desde el siglo anterior y que difundieron personajes caracterizados por la amplitud y la inquietud de sus ideas.
Hay varios rojos en este universo daltónico. Atrincherados tras las más recias murallas de la devoción hacia la correcta doctrina, se encuentran los que han hecho del monopolio de la censura su modo de vida, los que hallan -la especie es reconocible en cualquier continente- en la agresiva fidelidad al ideario la justificación social y el prestigio. Bajo la colcha maoísta rebullen, y tiran hacia sí, muy distintos compañeros de cama. En el Instituto nº 2 se enquistan aquéllos para los que cualquier concesión al pragmatismo es un comienzo del fin del poder. Ha empezado un nuevo reparto cuya ferocidad se ve aumentada por la sombra ineluctable de la nueva generación y del siglo XXI. Mientras, repiten, y repetirán, el ¡Matamos, matamos, matamos! del poeta ruso. Hay muchas formas de matar y la especialidad local es hacerlo sin ruido, con esa técnica que consiste en sorber los impulsos vitales, eliminar la iniciativa, robar el tiempo, obligar a la aquiescencia hasta que el hueso mismo, como los pies de las antiguas damas, olvida su primitiva forma que le permitía alejarse y correr. Es, quizás, la mayor ignominia de las muchas que con el baqueteado término de educación, y reeducación, se han recubierto.
La cooperante sabe que hay gestos que, una vez entrados, no van a salir jamás de su vida, que, en el espacio de segundos, han ocupado, como una enfermedad, su parcela. La mano de K es uno de ellos. Las diapositivas-calles, parques, edificios y paisajes de una ciudad de Europa-están sobre la mesa. La extranjera comenta y se admira de que la mera contemplación, en vistas a su uso, pueda estar vedada. El profesor K coge una de ellas, la mira al trasluz de la tarde; puede ser una casa, un grupo de viandantes, una tienda. De repente la suelta, los dedos se retraen hacia la manga de bordes raídos, buscan refugio en los lápices, la taza de agua tibia, la chaqueta gris. En la puerta, que se ha abierto suavemente, se perfila la cara lisa de expresión y de saludo, sin resquicios, del agente político. K ha desviado la vista para no atraer la suya, que, desde el otro extremo, parece balancearse por el cuarto antes de avanzar con un paso lento y los ojos del profesional de la vigilancia. No da señales de advertir la turbación. Va entre las mesas, no pregunta. Ha cambiado la acidez del aire. Toda la humillación, toda la sumisión de K está en esa mano bruscamente abatida, disimulada, abortada en su gesto. Y la cooperante no lo perdonará jamás.
Como para el resto de sus compatriotas, cualquier publicación extranjera es totalmente inaccesible para sus colegas. El único lugar que recibe todo tipo de prensa exterior es la Agencia China de Noticias Sinjua. Cuando quieren utilizar un artículo, del cual tienen la referencia nominal, como material pedagógico los profesores se dirigen a Sinjua, dan la referencia y piden que se les permita consultar esa parte exclusivamente. Se habla de la posibilidad de ciertas suscripciones mediante permisos especiales. En cuanto a los libros, su importación está severamente reglamentada. La Librería Central de Pekín presentaba anualmente en cada departamento una lista de títulos ya seleccionados entre los que los profesores debían escoger. Esa selección se realizaba, pues, a ciegas, sin referencias de contenido, y permitía la incongruente fraternidad en las estanterías de la iconografía china de lucha tercermundista junto a versiones infantiles españolas del Antiguo y Nuevo Testamento y de la Conquista de América en el mejor estilo de los manuales de los años cincuenta, con caballero heroico, misionero abnegado e indios de rodillas agradecidos.
La selección de textos originales da lugar a escenas que, de no constituir por sí mismas botones camiseros de muestra de inimaginables volúmenes de represión, encontrarían lugar adecuado en tiras cómicas y antologías del disparate. Véase algunas de ellas:
La cooperante ha seleccionado para comprensión oral un texto breve de Julio Camba. El escritor visita una tienda de trajes hechos e intenta, sin éxito, abotonarse la chaqueta. El dueño defiende la impecable hechura de las prendas y a Camba no le queda pues como conclusión sino que el mal cortado es él. El responsable veta el empleo del texto porque no corresponde a la realidad, ya que en China todos los vendedores sirven al pueblo.
-¿Insinúa usted que en España, donde ocurre la historia, hay vendedores que no sirven al pueblo?-pregunta la cooperante.
-Oh, no.
-Pues los hay, créame.
El texto no se usa.
Para el tercer año la extranjera presenta un reportaje sobre el entierro de Pablo Neruda en el Santiago de Chile amordazado por la Junta. Se le comunica que es inadecuado y ya ha sido reemplazado por otro sobre la construcción del puente sobre el río Yangtsé. Se le aclara que Neruda está incluido en el índice de autores condenados, por haber escrito un poema contra el Presidente Mao.
También se elimina un análisis, bien documentado y tomado de una revista de solvencia, sobre la emigración en Europa. Lo reemplaza el ditirambo escrito por un diplomático y aparecido en un periódico mejicano con el título La sonrisa china.
-Queremos textos sobre China-dicen.
Cuando se habla del extranjero es para pintar una sociedad decimonónica de hambre, explotación y esclavitud, frente a la que resalte la feliz vida de los obreros de la República Popular.
La cooperante selecciona pues un artículo sobre economía china de Leontieff, francamente elogioso, aparecido en un periódico español. La censura de la sección corta sin embargo las dos únicas líneas que comportaban un asomo de análisis crítico y de duda. En ellas se decía que Pekín, por lo pronto, no podía permitirse lujos y que correspondía al futuro plantearse el problema de mayor demanda cualitativa, incluyendo el terreno de las libertades.
-Es inadmisible. No podemos admitir esto. Dice que en China no hay libertad ahora, lo cual es falso porque los chinos la gozan plenamente. Lo que no existe es la libertad burguesa.-dicho esto con la contundencia de quien ignora el perfecto ejemplo de neolengua que está enunciando.
La lucha de clases es una fuente de irracionalidad que produce de continuo espléndidos frutos. A ella no escapa concepto alguno y, con el feliz desdoblamiento que implica, habrá plantas, cadenas lógicas y circunvoluciones planetarias que serán malas o buenas según pertenezcan a la clase elegida por el jehová marxista o a su contraria.
En un cuento de Cardosa, el viejo campesino al que mataron a su hijo en la guerra prefiere tirar su rejón al pozo mejor que dárselo al cabo cuando se presenta a recoger hierro viejo para fundir armas que servirán para matar a otros muchachos y dejar solos a sus padres. él. Los profesores chinos no podían arriesgarse a opinar sobre el cuento. Necesitaban saber si la guerra era justa o injusta, la línea política del escritor, su intencionalidad, etc. Nada había de prudencia de juicio en su actitud y todo del miedo que impregnaba sus actos. La innegable comicidad del asunto desde la segura distancia del occidental adquiría tintes de profundo patetismo vista a la altura de quienes carecían de salidas y se caracterizaban por la incapacidad de abordar la realidad sin la ortopedia de directivas, sin una polarización previa bien/mal dada por el Partido. Su trayectoria mental consistía en saltar limpiamente sobre el hecho concreto porque disponían de la respuesta aun antes de que éste se produjera. De no existir directivas, la regla era abstenerse de opinar.
Un pasaje de López Salinas levantó ásperas discusiones antes de ser aceptado como lectura para casa de los alumnos. Los profesores debían incluir en el manual un texto español original que cuadrara con el movimiento de crítica a Confucio, lo cual evidentemente no era fácil. Salinas reflejaba los lazos seculares del conformismo religioso entre el campesinado de Andalucía, por lo que a la cooperante le pareció adecuado. Sin embargo era ideológicamente imperfecto porque los campesinos, o alguno de ellos, no manifestaban como conclusión sentimientos de rebeldía y llamadas a la lucha. El responsable añadió una nota explicativa que marcaba la justa línea que hubieran debido tomar los descuidados campesinos andaluces.
El desinterés por el mundo exterior es, en el régimen chino, olímpico excepto cuando se trata de deformarlo. Interesa en primer lugar China, y según los parámetros de la ortodoxia estatal; el resto del planeta sirve a esta visión. Como comprensión oral de los alumnos de segundo año, un profesor chino había redactado el texto siguiente: la historia pasa en Washington, donde grandes almacenes, parques y rascacielos son exclusivamente para los ricos. Los trabajadores están desprovistos de todo y viven peor que las bestias, sufriendo hambre y frío. Un obrero norteamericano en paro recoge del suelo en un mercado restos de verduras con que alimentar a su familia. Por desgracia tropieza con un rico banquero y le mancha el traje. El potentado le golpea y llama a un policía para que le arreste.
Impune, cotidianamente, el régimen del Partido Comunista Chino ha vertido sobre sus ciudadanos las mentiras más crasas, las falsedades más evidentes, desde la infancia, en la adolescencia, durante el resto de la vida y a todos los niveles, ha privado de información, formación y referencias, y ha hecho un medio ambiente y un hábito de la deformación y de la reducción a mínimos del pensamiento. Los países extranjeros no podían ser olvidados, tanto por las indispensables exigencias de la política exterior y la diplomacia como por el hecho de que el Internacionalismo constituía uno de los grandes mantras rituales de los dirigentes. Trabajamos para la Revolución. Estudiamos para la Revolución. cuentan entre las frases que primero repiten los alumnos y a las que a veces acompaña la coletilla de internacional. La realidad externa, los hechos concretos, son incompatibles con la imagen mesiánica de ese país que se complace en verse como líder de la liberación de una Humanidad a la que ha logrado ofrecer el más extenso ejemplo de ausencia de libertades.
La didáctica del aprendizaje lingüístico sigue el mismo esquema que la de la ideología. Está basada en la detección de los errores de un individuo por parte del grupo y del profesor, que escribe lo que no es correcto en la pizarra, y parte, sin excepción, de páginas, frases y temas previamente aprendidos y memorizados:
-¿Eres tú buen alumno del Presidente Mao?
-Sí, lo soy.
-¿Por qué?
-Porque estudio todos los días las obras escogidas del Presidente Mao.
Alain Peyrefitte describe una clase de francés en la Universidad de Pekín en 1971:
Un joven (…)sale a la pizarra para escribir una frase de su invención que ilustre el empleo del infinitivo:”Antes de la Liberación, mis padres estaban obligados a trabajar en las propiedades de un terrateniente”. Sus camaradas le señalan enseguida sus errores de ortografía o de sintaxis. (…) Uno a uno, se van levantando para fabricar una copia de este modelo (…) “Antes de la Revolución, estábamos obligados a comprar automóviles al extranjero; hoy podemos construir automóviles de buena calidad” (…) El estudiante que sale luego a la pizarra debe proponer una frase que contenga la palabra “aprender”. Sus camaradas le relevan desde sus asientos: “Es en la lucha donde se aprende a luchar. Para responder al gran llamamiento del Presidente Mao, he decidido aprender a nadar” (…) Mientras prosiguen los intercambios, hojeo el folleto multicopiado que cada estudiante tiene ante sí. Es el manual de francés de primer curso.(…), comienza así: “El imperialismo americano teme a los pueblos revolucionarios del mundo. El imperialismo americano no inspira temor a los pueblos revolucionarios, pues es un tigre de papel”. Ejemplo de interrogación: (…) “¿Qué hacéis si os enteráis de que vuestro camarada está en el error?”. Ejemplo de forma pasiva: “Los capitalistas explotan a los obreros; los obreros son explotados por los capitalistas. Los obreros no serán explotados por los capitalistas”. Viene, luego, un texto de Franz Fanon sobre el movimiento de liberación de África.
Unos años después no parece que haya habido enormes cambios en las clases a las que asiste la cooperante española. El mensaje siempre es de dirección única, emana de fuentes previas y de un profesor muy en su papel tradicional, rígido, nervioso, que trata al alumnado de usted con voces casi de mando y no se sirve ni de un dibujo ni de un gesto. Los ejemplos están tomados de publicaciones chinas traducidas al español, como Pekín Informa, y los alumnos los repiten en un flujo y reflujo de la misma materia en circuito cerrado. Es un vocabulario desencarnado de elementos cotidianos, en el que apenas hacen su aparición las palabras usuales pero en el que sí figuran términos abstractos de empleo mucho menos frecuente. A lo largo de la misma mañana la cooperante asiste a dos clases de léxico de segundo año, con el mismo material y distintos profesores y estudiantes. En ambas clases sucesivas los alumnos dan exactamente los mismos ejemplos, de tipo ideológico y económico. La realidad, la existencia cotidiana, las personas, están ausentes de este mundo lingüístico en el que se construyen frases como conjuntos de un mecano:
Todos los éxitos que hemos logrado se deben al Partido Comunista Chino y al Presidente Mao.
La victoria de la Revolución Cultural se debe a la línea correcta del proletariado y del Presidente Mao.
La vida feliz se debe al sistema socialista.
Los éxitos logrados en la Revolución Cultural Proletaria se deben a la sabia dirección del Partido.
Debido a la explotación del terrateniente, los campesinos tuvieron que ir al noroeste.
Antonioni hizo en vano una película reaccionaria, pues los pueblos del mundo no la creían.
La inclusión de Antonioni forma parte de las inefables muestras de xenofobia. Como incluso en tal régimen es insufrible el estado de aburrimiento continuo, las sesiones políticas se aderezaban con campañas pintorescas, como las de abominación de la música clásica y la de denigración del cineasta Antonioni. Éste último había filmado una película sobre China que obviamente no reflejaba, según las autoridades, impecable entusiasmo y gloriosa situación. El director italiano fue precipitado sin demora en el Tártaro de los reaccionarios enemigos de la República Popular. En cuanto a Mozart y Beethoven, eran sin duda agentes de la burguesía capaces de contaminar con sus notas la pura conciencia de la clase proletaria. El Gobierno de Pekín disponía de vates occidentales a la altura de sí y de las circunstancias. Bastaba para ello leer, por ejemplo, los panegíricos maoístas de la prensa mejicana, que ofrecían una mezcla de nacionalismo folklórico y populismo al por mayor difícilmente superable. No se quedaban atrás medios más refinados, entre los que desde luego brillaban por su incondicional fidelidad al Gran Timonel los artículos del corresponsal del diario francés Le Monde.
La cooperante continúa presenciando clases en las que los alumnos desgranan términos curiosamente impropios de su nivel, como déficit, multifacética, guarismo, y meditan variantes de la frase En aquel entonces el capitalismo y la burguesía compradora controlaban las arterias económicas de Shanghai. Hay silencio y a continuación surge lo que se diría un coro de monólogos en los que se advierte, no la dificultad natural del aprendizaje, sino otro elemento que quizás también percibió Peyrefitte cuando observa
Pero es una lengua extraña, cuya gramática, cuyos sonidos y cuyas palabras son los mismos que los del francés, y sin embargo han perdido su tono y su sabor (…) , una lengua aséptica, automática, tan irreal en definitiva como la de las señoritas que dan los comunicados en nuestros aeropuertos.
Como ejercicio práctico en vistas a su trabajo futuro de intérpretes que acompañarán a los visitantes extranjeros, los alumnos del Instituto Nº 2 van a una fábrica textil y en ella se entrenan en el ritual. Las profesoras extranjeras hacen el papel de turistas. También les acompañan algunos profesores chinos de la sección. Los alumnos van sentándose por turnos y traduciendo lo que dice el responsable. Así se prepara, hasta ser totalmente digerido, el texto de presentación de una fábrica, comuna, escuela, que figura, con leves diferencias, en sus manuales, que han memorizado, que les han devuelto cotidianamente los mil espejos del Diario del Pueblo o Pekín Informa.
Comienza la representación precedida por la consigna de que hay que transformar el instituto en una escuela socialista del pensamiento maotsetung. Los alumnos van traduciendo por turnos: Situación, extensión, efectivos, plantilla, condiciones laborales-entre las que no se incluyen las primas al rendimiento pero sí el privilegio de ser colocado en el cuadro de honor-productividad y servicios sociales. Vienen luego las declaraciones políticas de principios En tiempos de Liu Shao-shi los dirigentes de la fábrica se apoyaban poco en las masas; tras la Gran Revolución Cultural Proletaria se ha elevado el nivel político y la unión con las amplias masas.(…) Respecto a la lucha contra la línea de Lin Piao, hemos comenzado a combatirla en enero de 1974, según las indicaciones del Presidente Mao. Lin Piao seguía una línea ultraderechista y de restauración del capitalismo. Sus seguidores vilipendiaban a los obreros diciendo que no podían administrar bien las fábricas. Muchos dirigentes despreciaban participar en el trabajo manual junto con los obreros. Hoy esto se ha corregido. Etc, etc.
Los alumnos del Instituto Nº 2 no tendrán la menor dificultad para ser intérpretes en todas las fábricas de China. Les bastará con aprenderse un texto e ir cambiando cifras y topónimos. Hay que reconocer, sin embargo, que el celo oficialista se supera a sí mismo en las muestras de inquebrantable adhesión porque el maridaje del en principio ultraizquierdista, Lin Piao, adalid del maoísmo, el trabajo manual y la inmersión obrera, con la línea ultraderechista y la restauración del capitalismo es un tour de force, un rien ne va plus que no llama mayormente la atención porque hace tiempo que el discurso, y sus intérpretes, habitan territorios sideralmente alejados de la lógica, por no hablar de la veracidad.
Viene a continuación un segundo cliché que forma parte consustancial del libreto. Se trata de la exposición de la vida de una obrera y pertenece al género relato de amarguras, en el que se comparan los sufrimientos antes del 49 con la felicidad que reina en la era presente: Trabajaba desde niña, con escaso salario, sin libertad, golpeada por los capataces. Estaba en una fábrica de Shanghai y, aunque cobraba más, no bastaba para satisfacer las necesidades normales de la vida. La casa de mi familia estaba en el campo y teníamos dos habitaciones para ocho personas. La obrera no continúa su triste historia porque la sesión de entrenamiento se juzga acabada. Los alumnos leen unas líneas que llevaban preparadas en las que indican su propósito de ir a trabajar a la fábrica.
Las prácticas como presentadores de una guardería son en todo similares. Otro ejercicio práctico consiste en exponer, ante condiscípulos, autoridades y profesores, cómo pasaron sus vacaciones de invierno. Una muchacha explica que las ha aprovechado para visitar a los compañeros y maestros obreros de la fábrica en la que trabajó dos años. Ha observado cambios en la actividad política a causa de la campaña de crítica a Lin Piao y a Confucio, que los trabajadores siguen con entusiasmo, como muestra la ingente cantidad de tadzupaos. Los éxitos de la Revolución Cultural y los de esta campaña han elevado la conciencia de la lucha de clases. (…) La revolución promueve la producción y viceversa. cita; y termina exhortando a sus compañeros a criticar más a Lin Piao, aumentando así la producción. Pide disculpas por sus errores y faltas lingüísticos y asegura que estudiará con mayor tesón. Habla un muchacho: Un día escuchaba la radio cuando tuvo una carta de su hermano mayor, al que no había visto desde hacía tres años, diciendo que llegaba a Pekín ese día por la noche. El hermano era un joven instruido que había permanecido tres años trabajando en Mongolia Interior. Era la víspera de la Fiesta de Primavera. Llegó el tren con rostros alegres. Su hermano tenía mejor aspecto físico que cuando se fue. Una vez en casa, contó muchas cosas del campo. Seguía en Mongolia estudiando las obras del Presidente Mao y de otros ideólogos marxistas. Habló de la lucha de los campesinos contra la sequía; trabajaban hasta caer desmayados pero obtuvieron así una rica cosecha. El alumno ha hecho también, escuchando a su hermano, progresos ideológicos, y, como el anterior orador, pide que se disculpen sus faltas. A continuación habla una chica que se dedicó, asimismo, a visitar a antiguos compañeros, que se reeducan y tienen éxitos. Por ejemplo: uno de ellos se distinguió en la construcción de un puente. Otro se lanzó sin vacilar entre las llamas para salvar los bienes del Estado. Al recobrar el conocimiento en el hospital, lo primero que preguntó fue ¿Cómo están los bienes del Estado?. Termina afirmando su determinación de participar a conciencia en la Revolución Educativa y en la crítica a Lin Piao y, naturalmente, solicita disculpas por sus errores. La muchacha siguiente centra su discurso en los que se muestran compasivos hacia Liu Shao-shi y Confucio. Ella visitó a sus abuelos y aprendió mucho de los campesinos, cuya brigada estaba inmersa en un movimiento de crítica al revisionismo. El campo ha cambiado en la nueva China. Termina proponiéndose cumplir la tarea de estudio que le ha dado el Partido, etc, etc.
La sesión es clausurada por un obrero del equipo de propaganda del pensamiento maotsetung que pone en guardia sobre la tendencia derechista que afirma que el nivel de los alumnos obreros, campesinos y soldados es bajo. La sesión muestra la falsedad de tales infundios. Los éxitos obtenidos en español, y en la excelente situación industrial, se deben al Partido y al Presidente Mao. Se impone la continua vigilancia para que el país no cambie de color y prosiga la línea en servicio del pueblo.
Las intervenciones son, en realidad, glosas de otras glosas, fotocopias seriadas en contenido y estructura. Los temas son siempre ejemplares y muestran un parentesco inmediato con las situaciones y los prototipos que se exhiben en la escena, la pantalla, que se estudian en los libros de texto y se leen en la prensa. Tanto los alumnos como el obrero, han reproducido con frecuencia el editorial del Diario del Pueblo y las consignas en circulación. La estructura de cada charla es también igual: figura como núcleo una experiencia ejemplar vivida en el campo de la producción en contacto con el pueblo, que sigue con vigor el movimiento de crítica Pi-Lin! Pi-Kon! y, como consecuencia, logra grandes éxitos a la par en el plano ideológico y en el laboral, gracias a la acertada línea política del Partido y del Presidente. El núcleo va precedido o, más corrientemente, seguido de la expresión de firmes y ejemplares propósitos y de excusas por los errores. El estilo consiste en engarzar clichés, produciendo así un texto sumamente impersonal dada la generalidad del contenido y los materiales empleados, con un tono pedagógico y moralista en el que no hay el más leve asomo de problemática y predominan las expresiones de deber y obligación.
El lao tong (trabajo manual) ocupa un importante espacio en un calendario escolar sumamente arbitrario, en el que las actividades académicas son continuamente interrumpidas por la imperativa liturgia de sesiones políticas diversas, desplazamientos a la fábrica textil cercana, construcción de refugios atómicos, limpieza del edificio y labores agrarias. Hay mucho de exorcismo y culto obrerista en este sistema basado en los ritos. Pedagógicamente son nefastos porque impiden toda planificación y rompen el ritmo de aprendizaje. En absoluto se aprovecha el lao tong para introducir, con las nuevas situaciones, nuevo vocabulario de español pero al menos los alumnos reciben con cierta alegría este paréntesis en el ritmo escolar. Por otra parte es de rigor mostrar absoluta disponibilidad e irreprimible gozo ante la perspectiva de cambiar el bolígrafo por la azada. Era peculiar, en este tema, el comportamiento de los profesores extranjeros, que habían emprendido, con el grupo de franceses maoístas a la cabeza, fiera lucha para lograr que se les integrase en tal actividad, invocando el internacionalismo proletario y procurando vencer a golpe de cita del Gran Líder la reticencia de las autoridades del instituto. La cooperante española no se queda atrás y disfruta de unas vacaciones en la fábrica textil, aleccionada por una amable obrera y admitida a la reunión política vespertina en la que se repetían (¿adivinará el lector?) las consignas de Lin Piao y Confucio y se incluían en la lista de grandes logros los treinta y dos tadzupaos escritos y el estudio, en los días y horas de descanso, de las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin y el Presidente Mao.
Las reuniones de la fábrica ofrecen una casi exacta semejanza con los discursos escuchados en los mítines del instituto. Siguen además el guión de los textos repartidos a los alumnos antes de ir a los talleres. La actividad incluye la visita a una familia obrera y la presentación de redacciones sobre la experiencia una vez terminado el periodo de trabajo. Éstas reflejan, invariablemente, admiración de los estudiantes respecto a los trabajadores, constataciónde su elevada conciencia de clase y de sus desvelos por la revolución mundial:
Fuimos a casa de una obrera que, aunque había sobrepasado la edad de la jubilación, continuaba trabajando. Nos dijo que antes de la Gran Revolución Cultural Proletaria no había diálogo estudiantes-obreros. Ahora sí.
Cuando entré en el taller tuve una impresión inolvidable. Los hilos venían de un lado a otro. Los obreros sonreían, las máquinas sonaban con armoniosa melodía…
La cooperante interrumpe a ese alumno para preguntarle en qué taller estaba él. En tejeduría-dice. Le explica que ella estaba en el de hilados y que las máquinas hacían un ruido muy molesto y no armoniosas melodías. Él responde que en su taller sí las hacían, y continúa:
Había obreros veteranos que trabajaban en el mismo taller desde hacía dieciocho años sin rotación y no les importaba pues daban todo su esfuerzo por hacer de China el país más avanzado del mundo. Una obrera de mi turno había sido novia-niña y obrera-niña. Ella nos contó su triste vida pasada, que era en realidad una crítica a Lin Piao.
Para el relato de sus experiencias los alumnos van tomando la palabra a indicación del profesor chino, que-por irónico que pueda parecer-les pide iniciativa e improvisación. En general cuesta gran trabajo arrancarles de su silencio; sobre todo las chicas son prácticamente inexpugnables en su timidez. La atmósfera es penosa por su espesa carga de estereotipo e inhibición. Cuando alguien habla los otros apenas escuchan y algunos dormitan sin disimulo sobre las mesas. Sus disertaciones son copias fieles de las que figuran en sus manuales y no hay en ellas ni el más leve planteamiento de problemas o dudas.
La guerra del lao tong merece una ampliación explicativa porque ilumina ciertas peculiaridades del sistema y por la decisiva incidencia que tuvo en la suerte de la cooperante, quien vio, con este incidente, coronado su ya de por sí azaroso periplo chino. El profesorado extranjero esperaba con regocijo ejercer su derecho de participación en las actividades de sus centros en igualdad con sus colegas y sus alumnos, esto según directivas de Chou En-lai, que, en el páramo del maoísmo acérrimo, representaba el papel de elemento abierto y liberal (lo cual debe traducirse por partidario de una dictadura con ligeros y estratégicos toques de adaptación al mundo y a las circunstancias.) La ultramontana dirección del Instituto Nº 2, cuando llegó el momento de que alumnos y profesores partieran hacia la fábrica textil para cumplir su periodo semestral de cinco semanas de trabajo, impidió a los cooperantes sumarse a ellos alegando endebles razones del preocupación por su comodidad, y sólo les permitió ir a los talleres dos tardes por semana. Naturalmente los profesores y alumnos chinos se inhibieron o dijeron desconocer el conflicto. No se olvide que las consignas sobre consultar a las amplias masas no pasan en general de ser pura demagogia. En aquellas lejanas tierras asiáticas, como en otras latitudes, se percibía con suma claridad el Reunión de pastores, oveja muerta. y se evitaba con extraordinaria destreza el contacto, e incluso la apariencia de percepción de la oveja dedicada al sacrificio. Las amplias masas estaban muy entrenadas en el quiebro, el desenfoque visual, la interferencia auditiva, vivían entre apariciones, incongruencias, desapariciones, despropósitos de tamaño monumental y negaciones de la evidencia palmaria, las ovejas estaban, se esfumaban, cambiaban de color y balaban de manera imprevista sin que nada mereciera observaciones no pedidas por las autoridades. Si la oveja era extranjera, pertenecía de pleno derecho a un terreno fronterizo con la mendaz y caliginosa existencia de los malvados genios.
En respuesta a la segregación ordenada por la dirección del instituto, la cooperante española se declaró en huelga. Durante una semana acudió a su casi vacío departamento con las obras de Mao bajo el brazo y se dedicó-para gran exasperación de los dirigentes-exclusivamente a estudiarlas. Explicó a las autoridades que seguía las directivas del Líder de que, en todo, la correcta visión política es lo más importante. Éstas no parecieron convencidas, insistieron en que los cooperantes estaban para ayudar a la edificación del socialismo y que lo harían mejor yendo sólo dos tardes por semana a la fábrica y dedicando el resto del tiempo a corregir textos. Su actitud es tachada de contraria al centralismo democrático. La cooperante contraataca: según la ideología del sistema, la elevación de su nivel político en la fábrica debería automáticamente elevar su nivel laboral en cantidad y calidad. Los dirigentes palidecen, no a causa del temor sino de la cólera, y miran con animosidad la pesada pila de obras completas del Gran Timonel (regalo inevitable de despedida de los colegas de Xian) que la profesora extranjera ha dispuesto como una barbacana sobre la mesa. La acusación de que responsables no estén siguiendo adecuadamente las consignas de Mao es como si les hubiesen mentado a la autora de sus días. El edificio sin actividad docente tiene a la vez la resonancia de lo hueco y el hermetismo gris de sus tristes muros de los que parece que nada va a salir jamás. No hay compañeros ni homólogos. La correctora, mujer del iluminado maoísta colombiano, reposa en sus aposentos del hotel a donde, tras asegurar su asentimiento a las autoridades en todo, se ha llevado algunos textos para glosarlos con su semianalfabetismo funcional. Los franceses, de profesión sus izquierdas, no consideran esta contradicción en el seno del proletariado digna de acción directa. La huelga de la profesora española es un punto en un despacho vacío al que rodean kilómetros y habitantes innumerables para los que no existe esa palabra. Es un acto surrealista-y piensa entrañablemente en Buñuel-pero no totalmente gratuito. Es un acto necesario, y será el gran lujo que, sobrepasando al antiguo jade y las pinturas en seda que no figuran en su equipaje, se llevará cuando se vaya.
Diez días más tarde, los cooperantes de los departamentos de francés y de alemán-ellos son varios y forman un grupo-por los mismos motivos decidieron al fin pasar a la reivindicación conjunta de trato igualitario respecto a sus colegas chinos, condición sin la cual presentarían la dimisión. La dirección hizo cuanto estuvo en su mano para impedir su estancia en la fábrica. Sólo tras múltiples maniobras, nada limpias, infructuosas, el subdirector permitió a los profesores extranjeros acudir a los talleres dos semanas seguidas.
Pasados algún tiempo de trabajo en el centro textil, la cooperante española fue convocada, mediante una llamada de teléfono a intempestivas horas de la noche, a una reunión con los directores de su sección. El instituto estaba vacío; algunos profesores continuaban en la fábrica. Se le hizo saber que se prescindía de sus servicios, alegando como razón oficial que ya había suficientes profesores chinos y que existían entre ella y los cuadros disparidades de opinión. Durante la discusión subsiguiente, la profesora U saca un cuaderno y, con la misma dulce modosidad con la que pedía correcciones de sus faltas de español y se sonrojaba al aceptar un regalo por sus segundas nupcias, lee frases que la profesora extranjera ha dicho en la intimidad de cualquier conversación y ella ha ido anotando cuidadosamente; las introduce con reverencia a efectos de glosa y apoyo de las afirmaciones de las autoridades y espera, con los ojos bajos y el cuaderno en el regazo, el momento oportuno para cada intervención. El auto de fe es un remedo, una diminuta maqueta de los métodos y del sistema, y visiblemente sabe a poco a los cuadros, cuya omnipotencia habitual limita la condición foránea del sujeto. La representación proporciona una edificante muestra de lo que deben de ser en tamaño natural las sesiones de crítica y discusión de masas, los métodos por los que se reduce a mínimos el espacio no vigilado. Para la construcción del archipiélago donde la libertad se reduce a briznas o está ausente la técnica tiene menos importancia de lo que Orwell pensara. Sobran pantallas, televisiones activas, grabaciones y altavoces. Basta con transformar a los individuos en reproductores y cámaras y recoger, en interminables reuniones de acusación múltiple, la cosecha de la fatiga, la vileza y el miedo.
La extranjera no se hace la menor ilusión sobre el efecto de las argumentaciones, pero le interesa mover hasta el final las piezas según las reglas a las que sabe pretenden atenerse sus interlocutores. Por último, pide se haga constar que esa partida se lleva a cabo contra su voluntad y que solicita que colegas y alumnos sean informados y den su opinión. Tal información jamás se llevó a cabo y nunca volvió a ver a sus alumnos.
Entre la fecha de la partida y la notificación discurrió un tiempo de no-persona, una estancia indefinida en el limbo con vagos intentos oficiales de salvar las apariencias entre los que se incluyó la visita a Shanghai, estrechamente vigilada por una profesora U que, además de intérprete, ejercía como espía honorario y restringía fotografías, paseos y actividades En el tren que lleva a ambas a Shanghai la extranjera le da un nuevo cuaderno para que no le falte material en que anotar lo que dice. En Pekín, una campana aislante cubre a la ex-cooperante y la aisla con el aura de los caídos en desgracia, de los alejados de los nuestros por el regular soplo de la purga. Nadie, de los escasos conocidos chinos, contesta al teléfono, nadie da señales de existencia de entre los profesores de Xian. Las relaciones se han ido podando y el irónicamente llamado Hotel de la Amistad adquiere de día en día el aspecto de una silenciosa pajarera en la que los espacios entre las aves se multiplican. El desdén oficial, la falta de los agasajos reglamentarios, de la cena de despedida, se supone una injuria que en sujetos sensibles a la semiología local debería producir daños morales insuperables. En la extranjera alimenta su vigoroso caudal de indignación y aguza los medios de que se vale para sacar el material escrito que considera valioso. La marcha al aeropuerto es un largo ejercicio de humillaciones, una sombra de las frías miserias que serían el lote inacabable de un ciudadano local. Cortesía y sonrisas han desaparecido, como la atención y las relaciones individuales. Algunos de los que fueran colegas se han transformado, junto con traductores, en auxiliares de la policía. Quedan registros innumerables, expolios de fotografías, escritos y regalos, la azafata que reclama a la última pasajera del avión y el fuselaje aplanado y descolorido por la luz pesada y mate del comienzo de la tarde.
La ausencia de Heródoto
En este punto me veo necesariamente obligado a manifestar una opinión que será mal acogida por la mayoría de la gente; pero, pese a ello, como, de hecho, me parece que es verdadera, no voy a soslayarla. (Heródoto. Historia. Libro VII)
Nosotros, personalmente, ya sabemos sin ningún género de dudas que el Medo cuenta con un potencial muy superior al nuestro, así que, desde luego, huelga que nos eches en cara esa inferioridad. Pero, pese a todo, prendados como estamos de la libertad, nos defenderemos como podamos. (Heródoto. Historia. Libro VIII)
Los documentos utilizados en las clases en China, las traducciones de reuniones y circulares, las retahílas de presentaciones de fábricas, relatos de obreros y glosas de directivas han sido recuperados por la cooperante gracias a quien los llevó consigo e introdujo en el correo al otro lado de la frontera. Ahora forman sobre la mesa una pila inocua de material secreto procedente del país en el que lo es todo, hasta la anodina lección sobre el uso de las preposiciones. Se esperaría al agitarlos microfilms y contraseñas de espías, y no la pobreza de las hojas cruzadas por una mecanografía con errores en la que el tiempo irá agrisando el azulado original. Pese a ser material raro en Occidente y a que hubieran sido sin duda juzgados dignos de aprecio en bastantes países, su destino será cobijarse entre las tapas de una tesis doctoral y desaparecer a partir de entonces, como una lata pasada de fecha, en las probables incineradoras de algún depósito universitario hispano.
El tiempo transcurrido les ha privado del carácter reservado y lejano, pero también los ha empujado hacia terrenos de otra Historia, la que permite perspectiva y vislumbra los territorios del futuro, tanto los que ella ansiaría como los que no desearía pisar, los que lucharía hasta la última mota en el reloj de arena por que jamás vean la luz, Oscuras zonas tan aparentemente inermes en su desfasado simplismo, en su caduca y burda representación del movimiento social. Hojea documentos y se dice que nada va a repetirse, pero que todo está sin embargo vivo, en una cadena de causas y semillas que, como las lenguas, no hace sino plasmar actos. Son ahora folios inocuos adelgazados y frágiles por el tiempo transcurrido. Pronto se animan, transmiten, y en ellos resalta, como una tinta de contraste, el vacío de las líneas no permitidas, del pensamiento anulado. La cooperante (el oficio imprimió carácter) los examina, compara, costea con ellos un archipiélago que no ha cesado nunca de cambiar de forma.
Y echa de menos a Heródoto. También a Tucídides. Ignora si el siglo XX del Imperio del Medio hubiera sido el que fue si, en la antigüedad, el emperador no hubiera decidido un día castrar al más grande de sus historiadores, el cual continuó luego su minucioso trabajo. La digresión carece sin duda de relevancia, pero hay un hueco perceptible de aquella libertad cara al moderno corazón que pierde el aire en que respira cuando se extirpa el derecho al recuerdo.
Los escritos chinos del 73 que la que fue cooperante maneja coinciden, como los comportamientos de los sujetos que los compusieron y leyeron, en el denominador común de una inhibición consciente e inconsciente llevada al extremo de anular tanto la memoria como la posibilidad de captación de la realidad, la cual quedaba mediatizada ex ovo por el contexto inhibidor. La Historia era hecha y rehecha continuamente según los criterios políticos del momento, los personajes aparecían y desaparecían de páginas y fotos, los sucesos saltaban en el tiempo o ingresaban en el limbo. Shaoshan, pueblo natal de Mao, y Yenan, sede del primer soviet, se ha convertido en el vasto museo del Gran Timonel, y ello ha implicado un activo cambio de fechas y recorte de documentos gráficos, de forma que todo el movimiento campesino, social y político proceda y se refiera a su sola persona, con pinceladas discretas de figurantes que fueron, en realidad líderes de igual o mayor antigüedad y gran importancia.. Los guías no lo ignoran, pero repiten sus textos sin vacilar. La infalibilidad del Presidente y del Partido obliga a continuos ejercicios de amnesia en los que, con la seriedad y rutina más naturales, se exige al individuo que exprese su convencimiento de hechos sucesivamente contradictorios, que ignore evidencias y afirme bien asentados conocimiento de verdades impuestas como tal el día anterior. Era recurso habitual en los mítines y documentos políticos mostrar en miembros excomulgados de la Directiva, como Lin-Piao o Liu Shao-shi, tendencias prenatales a la traición y revisionismo; para ello se coloreaban-de manera, a decir verdad, bastante burda-sus acciones y palabras por medio de frases fuera de contexto. En la aproximación a cualquier artículo no había ni sombra de metodología crítica y se ignoraban fecha, autor y fuentes. Cuando se hacía a colegas y estudiantes alguna observación sobre las contradicciones históricas o lógicas en las que estaban incurriendo no parecían comprender. Tras el leve descarrilamiento mental, repetían un argumento inconsistente ya citado y continuaban, como si la realidad y la lógica misma palidecieran y se eclipsaran ante la fuente de la que recibían información y directivas. Se trataba de la curiosa actitud respecto a la verdad que llamaba la atención de los profesores extranjeros. Uno relataba la sorpresa y desconcierto del estudiante a cuyo saludo matinal, en vez del habitual I’m fine, thank you; how are you? aprendido en la lección del día anterior, había respondido I’m tired out, comrade. No se trataba de un simple automatismo lingüístico, sino que reflejaba la general tendencia en el auditorio a suponer la corrección de todas las frases, tanto en gramática como en contenidos, y la paralela incapacidad para aventurarse en el humor, el juego o la fantasía.
Tales mecanismos reposaban sobre una estructura en la que el Bien era monopolizado por Mao Tse-tung y el Partido y el Mal por todos los demás no aquiescentes. De estos últimos se elegían símbolos de la negación pura, tanto más perversos cuanto más afines y, en tiempos, más cercanos compañeros del dirigente. El sistema era por demás utilitario, puesto que permitía cierta descarga periódica de errores, catástrofes y responsabilidades en un alter ego oportunamente demonizado hacia el que podía canalizarse el descontento popular. Como en los individuos, se abortaba igualmente en la sociedad, desde el Buró Político, el proceso lógico de análisis y crítica que hubiera debido llevar a la rebelión contra el monopolio del poder y sus jefes. Periódicamente el sistema de purgas proporcionaba como pasto algunas hornadas de burgueses, revisionistas y reaccionarios coronados por escogidos compañeros de armas del Presidente para los que se reservaban títulos de mayor rango: traidores a la Patria, agentes del imperialismo, espías de la URSS, de la CIA o de ambos, o servidores del Kuomingtang. Ni siquiera se juzgaron precisos procesos similares a los de Moscú, tal era el desdén, el control y el dominio del Gobierno chino respecto a la masa sobre la que se asentaba.
A la limitación temática correspondían otras espaciales y cronológicas; no se trataba sólo de marcar un recuadro en el espacio o en el tiempo. El empleo frecuente de párrafos sin ligazón directa con la vida cotidiana y la existencia individual, la abundancia de oraciones que son consignas, afirmaciones más o menos abstractas, imperativos morales, verdades inamovibles, instrucciones e informaciones de fuente ortodoxa, configuraban en el hablante un universo intemporal, u-tópico en el sentido originario de la palabra. La vida del pueblo es muy feliz. Todo eso se debe a la sabia dirección del Presidente Mao y del Partido. Debemos dedicar más energía en aras de la construcción socialista. El pueblo chino recuperará sin duda alguna Taiwan, territorio inalienable de China. Afirmamos que el pueblo camboyano vencerá., etc, llevan al estudiante una serie de mensajes cuya característica común es el principio de autoridad. En virtud de éste se conjugan dos factores sólo contradictorios en apariencia: la inmutabilidad del mundo y su extrema relatividad. Para juzgar esto bastaba ir siguiendo de año a año y de mes a mes las noticias y artículos de la prensa y publicaciones chinas, de los que eran fiel reflejo los textos usados para la enseñanza de lenguas extranjeras. Se veía entonces que, al no existir una realidad objetiva propiamente dicha, sino un sucedáneo creado, borrado y remodelado por el Gobierno, se producía el singular fenómeno de la ahistoricidad de los textos, la elaboración del pasado según las sucesivas directivas y consignas. De esa variabilidad participan a su vez el presente y el futuro, cuyas imágenes son mutables. Aquel material docente era prueba fiel de los mecanismos lingüísticos por los que un universo verbal reemplaza al real y lo anula con la fuerza que le otorga la autoridad de que dimana, los poderes de difusión del centro emisor de consignas y la ausencia de mensajes que pudieran competir con él.
Quizás convendría recordar que la práctica, de fuerte sabor medieval, de reescribir la Historia al son del poder del momento ha sido secular en ese país, con una rara e ininterrumpida persistencia, y se resumía en la consigna alabar o injuriar. El historiador, burócrata del funcionariado, marcaba, desde su coyuntura, la visión oficial adecuada respecto a las precedentes dinastías valiéndose del tradicional entramado de citas y tópicos que, en cada ocasión, debían servir para ensalzar al monarca de turno y ensombrecer a los pasados. En febrero de 1966 un grupo de intelectuales, barridos por la purga posterior, se aferraban en China, frente a las autoridades, a la defensa de la verdad objetiva:
Es absolutamente necesario mantener el principio según el cual la búsqueda de la verdad debe desarrollarse a partir de los hechos, así como el principio según el cual todos los hombres son iguales ante la verdad. Hay que persuadir con argumentos razonables, y no actuar como los tiranos académicos que deciden sobre todo sin debate y abusan de su autoridad para aplastar a sus adversarios. El maoísmo condena su postura: “Todos los hombres son iguales ante la verdad” es un slogan burgués. 1
En su artículo The Prevention of Literature Orwell aborda el problema de la libertad intelectual:
the dangerous proposition that freedom is undesirable and that intellectual honesty is a form of antisocial selfishness (…) The ennemies of intellectual liberty always try to present their case as a plea for discipline versus individualism (…) Freedom of the intellect means the freedom to report what one has seen, heard, and felt, and not to be obliged to fabricate imaginary facts and feelings. The familiar tirades against “escapism”, “individualism”, “romanticism” and so forth, are merely a forensic device, the aim of which is to make the perversion of history seem respectable.
(la peligrosa propuesta de que la libertad es indeseable y de que la honestidad intelectual es un tipo de egoísmo antisocial (…) Los enemigos de la libertad intelectual siempre tratan de presentar su caso como una defensa de disciplina versus individualismo (…) La libertad del intelecto significa la libertad de contar lo que se ha visto, oído y sentido, y no estar obligado a fabricar hechos y sentimientos imaginarios. Las diatribas habituales contra el “escapismo”, el “individualismo”, el “romanticismno”, etc, etc, son simplemente artilugios legalistas cuya finalidad es hacer que la perversión de la historia parezca algo respetable.-trad. de la aut.).
En 1984 el pasado es simplemente lo que el Partido quiere que sea. Los procedimientos del Gobierno chino, las fotografías claramente trucadas en las que incluso se ve el espacio gris de personajes eliminados del grupo, tienen, pese a darse en el último cuarto del siglo XX, un sabor paleólitico, burdo; sin embargo delatan una atmósfera de indiferencia e impunidad en la que no vale la pena detenerse en mayores sofisticaciones. El 11 de marzo de 1973, con motivo del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la República Popular y España, el Renmin Ripao (Diario del Pueblo) publicó un resumen de nuestra historia moderna. En él estaba ausente la muy citada carta de Mao Tse-tung en 1937 al pueblo español, en la que se mostraba seguro de la victoria del Frente Popular y, en su lugar, se decía:
En 1931 fue derribada la Monarquía y se estableció la República. En febrero de 1936 se estableció un gobierno de coalición con la participación del Frente Popular. En abril de 1939 el general Franco se hizo con el poder: en julio de 1947 España declaró que se transformaba en una Monarquía. La Jefatura del Estado y la Presidencia del Gobierno siguieron siendo ejercidas por el general Franco.
Tras el golpe de Estado en Chile y la muerte del Presidente electo, Salvador Allende, el tratamiento periodístico de noticias sobre el país consistió en alusiones ligerísimas o silencio. De modo semejante, naciones y sucesos eran presentados según dependencia estricta de las relaciones y expectativas del Gobierno chino respecto a ellos. Éstas podían cambiar con gran rapidez, y con la misma presteza debían hacerlo las mentes, a las que un mecanismo de instintiva conservación de la cordura dividía en compartimentos, de manera que el superior asintiera con convencimiento a las afirmaciones más dispares. Los libros escolares estaban concebidos, desde el nivel más infantil, para separar sucesos y personajes en dos grandes bloques: antes y después de la toma del poder por el Partido Comunista, a favor y en contra de sus directivas. La señalización imprescindible para el ejercicio de las facultades de comprensión y retención se efectúa, no por medio del habitual recurso a la secuencia lógica y lineal, sino que ésta es sustituida por la creación de bloques, arquetipos, dogmas, puntales ideológicos que sobrenadan en una oscuridad carente de límites y son el único refugio contra el vértigo de la completa desorientación. La forma de la narración está haciendo historia, en el hilo de su relato y en la trama misma de su forma, en los epítetos, eufemismos, sintagmas de elementos incompatibles hermanados por un discurso que poco a poco los fija, cristaliza y engloba en frases conativas destinadas a dar la única imagen histórica aceptable. En este sentido analiza probablemente Faye la introducción del adjetivo totalitario en la lengua italiana (discurso de Mussolini en el teatro Augusteo el 22 de junio de 1925) y su progresiva inclusión en la narrativa hasta que el concepto se convierte en presente aceptable y futuro deseado y programado como meta.[6]
La vecindad, la perspectiva del poder, la simple proximidad de privilegios, impulsan al control de las diversas facetas de la expresión lingüística. La crítica de estos lenguajes, de esta semántica y de esta historia se hace imposible con el monopolio de los medios de difusión, llega, en el Estado total, al subyugamiento absoluto, o quizás, de manera más angustiosa, a la marginal irrelevancia.
Las proposiciones enigmáticamente tachadas por Marx en el manuscrito de la “Ideología alemana” son más imperiosas que nunca: la historia puede “dividirse en historia de la naturaleza e historia de los hombres, pero” afirmaba la frase tachada, “no conocemos sino una sola ciencia: la ciencia de la historia.”[7]
El monopolio estatal chino de la expresión y las particularidades del país han llevado a ciertos comentadores occidentales a una especie de estructuralismo semántico extremadamente peligroso. Así como los maoístas se empeñaron en hacer de los chinos conejos de indias del Hombre Nuevo, ciertos estructuralistas, a base de relativismo semántico cultural, han hallado justificación a todas las sumisiones y manipulaciones. Las preguntas que se plantea el investigador y el viajero carecerían de pertinencia aplicadas a esas latitudes, la libertad no sería sino una particularidad histórica o geográfica europea cuya mención, aplicada al contexto de la R. P. China, no denotaría sino torpeza e ignorancia. El temor a la inexactitud, real, existente en la traducción de términos y textos se ha empleado abundantemente como excusa para eludir la crítica y adoptar la cómoda explicación de naturaleza china sui generis. Como tantos relativismos, el semántico sólo es aceptable si no se olvida que el monopolio del lenguaje ha venido perteneciendo en ese país a un Gobierno y a un sistema concretos y definidos.
Uno de los conejos de indias de aquella China tan cara a los observadores, un profesor de edad madura que apenas habla, entra en la habitación; aparta las telarañas del tiempo transcurrido, aparta las distancias y se sienta. Vuelta al último instituto de Pekín. Este Hombre Nuevo tiene pocas intenciones de serlo. Lleva allende la piel, lo mismo que en el cuerpo, el bagaje de las capas sucesivas de existencia, la pretensión a pequeñas felicidades cotidianas, la familiaridad, con el occidental, con cualquiera, de la manga manchada de tiza y de la forma de coger el cigarrillo. El recuerdo, en su claridad, es perfecto, carece de la duplicidad de los sentimientos y de los billetes falsos, su nitidez es total. Están solos en el despacho y la profesora extranjera le cuenta, en un lenguaje también empedrado de clichés y de tópicos, los proyectos que tiene para el curso próximo, cuán beneficiosa le será esta estancia cuando vuelva a su lugar de origen, su interés por China. Él sabe que ya habla a una ausente, que se ha decidido, en reuniones de las que ella no tiene noticia, fijarle fecha para que abandone el país y que esto es tan inapelable como la puesta del sol. La escucha y calla; tiene los hombros caídos y el pelo cortado en punta, espeso y entrecano. Ella se ha embarcado en el entusiasmo, las descripciones, la admiración, y entonces ve en su interlocutor silencioso y discreto un brillo curioso, furtivo, delatado por la luz lateral de la tarde que los dos reciben de la ventana abierta. Sin qué ni por qué a este hombre se le han empañado los ojos. Es un instante, una expresión, un gesto sin comentario. Sólo más tarde-la convocatoria, la precipitación de la partida, el registro, la escala, con pie todavía inseguro, en el aeropuerto de Atenas-sabrá el significado de un rasgo de conmoción mínimo que avistó la superficie de ese ordenado conjunto de acciones que era el hombre que tenía ante ella.
Las personas que, durante la estancia en China, fue encontrando tenían desde luego formas de comportamiento comunes. Se regían por una inhibición consciente e inconsciente que les permitía filtrar, según consignas e intereses, la realidad hasta insospechados extremos. Habían conservado de la sociedad tradicional la necesidad imperiosa de no perder la cara, mantener las apariencias, conservar cierta categoría a ojos de los demás. Eran herederos de jerarquías fosilizadas, de comportamientos asignados a cada lugar social; se trataba de un escalafón de funcionarios a las dimensiones de un país. El nuevo régimen lo sabía, y utilizaba con la sabiduría del experto en artes marciales el descrédito y la humillación. Las ocasiones de crítica eran incontables por la escasez del reducto de la vida privada. Su seguridad, su vida material, dependían estrechamente de la forma en que cada cual se mostrara en la recta línea, y la necesidad había desarrollado en ellos un virtuosismo en la expresión de la actitud conveniente. Caminaban, de forma casi física, por una cuadrícula interminable y diminuta, cuyas casillas negras-el mal-no sólo debían evitarse, sino que cumplía marcar el repudio hacia ellas en todas sus formas. El ballet de fidelidad ideológica que realizaban durante la Revolución Cultural, las danzas de las guarderías, las memorables óperas revolucionarias, son la final expresión plástica de esta exigencia. A cambio, en este juego de recriminación/recompensa, el sistema ofrecía grandes dosis de una seguridad nunca adquirida, siempre ligada a ejercicios cotidianos de adhesión. Eran escolares permanentes, alumnos del Gobierno sometidos a pruebas regulares, a la presentación de esos deberes orales y escritos en que consistían las reuniones de reflexión sobre consignas y los tadzupaos. La forma de escribir un diario constituía objeto de estudio desde la Enseñanza Primaria, y dice mucho del egoísmo y la pereza crítica de no pocos comentadores occidentales el hecho de que hayan presentado esas prácticas como una fuente de eterna juventud intelectual. La cooperante sabe los riesgos enormes que yacen bajo la aparente bondad de tópicos como la formación y revisión permanentes. Son el retén del dirigente puntilloso, la garantía de arbitrariedad y sumisiones, a ellos se encomienda la reproducción, y ampliación de todas las sensaciones inhibidoras, las inseguridades angustiosas, las abrumadoras dependencias de la infancia. Se arrebata al adulto su hogar psicológico, el espacio, el domicilio inviolable suyo, individual, al abrigo de revisiones continuas, se anula en él el sentido de la responsabilidad personal y queda anclado en el deforme remedo de la madurez que es la puerilidad forzosa.
The weakness of the child is that it starts with a blank sheet. It neither understands nor questions the society in which it lives, and because of its credulity other people can work upon it, infecting it with the sense of inferiority and the dread of offending, against mysterious, terrible laws…[8]
(La debilidad del niño es que comienza con una página en blanco. Ni comprende ni pone en tela de juicio la sociedad en la que vive, y, a causa de su credulidad, otros pueden influir en él infectándole con sentimientos de inferioridad y con el temor de quebrantar leyes misteriosas y terribles…-trad. de la aut. )
Los profesores reunían, quintaesenciados, todos los rasgos que de manera variable podían observarse en el ciudadano de a pie. El terreno de la cultura siempre es el más vulnerable, el sometido al bombardeo de apariencias, a la toma inmediata de la fachada, al escaparate de las exigencias más espurias y los más obscenos hartazgos de control. Sus reivindicaciones eran más patéticas porque se veían obligados, en una de las mil facetas del síndrome de Estocolmo, a exigir raciones dobladas de medicamentos antiburgueses, a reclamar reforma ideológica y transformación del pensamiento, a encontrar la presencia de la política, de los obreros y de las masas en la Enseñanza insuficiente y a pedir que los representantes del proletariado residieran en permanencia en los institutos. De su grado de sumisión daban idea las propuestas, en sus tadzupaos, de los alumnos. Éstos se quejaban de que no se les dedicara la más completa de las atenciones, de que no se los tratase con una disponibilidad que incluía ir a verles a sus dormitorios para charlar sobre sus problemas personales y completar su formación ideológica. El infeliz cuadro docente contraatacaba aludiendo a que sus orígenes burgueses les impedían educar a los estudiantes, pero no por ello éstos renunciaban a la confortable idea de disponer de un servicio veinticuatro horas, muy bien visto en general por la sociedad.
El pliego de quejas del alumnado, en universidad e institutos, solía coincidir. Los reproches venían, en buena medida, de los menos dotados para el estudio, que denunciaban la falta de igualdad en resultados, calificaciones y trato, abominaban de los exámenes y consideraban altamente reaccionarios el suspenso y la expulsión por bajo nivel en conocimientos y trabajo. La Revolución Cultural había difundido la consigna de que todos los alumnos debían progresar conjuntamente, por lo que el desmentido de la realidad académica y la capacidad intelectual se juzgaba una traición a la línea proletaria, que se agudizaba en el caso de que las malas notas recayesen en alumnos de origen obrero. También se consideraba deplorable servilismo confuciano la exigencia de que se trabajase para aprobar, en vez poner en primer lugar consideraciones sociopolíticas como el servicio al pueblo. Otro atentado a la igualdad consistía en el desdoblamiento de las clases en grupos según el nivel lingüístico de los alumnos, numerosas en el caso de nivel inferior, con un programa reducido y que duraban todo el año. Los estudiantes rechazaban ser incluidos en ellas, pedían la fragmentación en unidades de cuatro alumnos y querían disponer día y noche de un profesor que, con su labor continua, compensara las carencias más graves. En ningún caso se citaban el mérito o la inteligencia, sino un igualitarismo de Procusto que gozaba de tan numeroso asentimiento como extendido es el sentimiento de la envidia. En el hervor de sus movimientos y reivindicaciones, los estudiantes se beneficiaban a la vez de una libertad mayor y menor que sus profesores. Aún no podía acusárseles de lo que no habían sido, de lo que no habían hecho, y les cabía la indeterminación del futuro y la protección de un pasado vivido desde sus comienzos a la sombra del régimen, mostraban la energía ampliamente disponible de una joven generación. Pero aleteaban en un muy reducido espacio aunque se esforzaran en quemar en él irreprimibles anhelos; de ojos adentro, su albedrío era menor que el de los adultos porque en éstos quedaba un asomo de antiguos senderos, propios de otra geología, previos a la Nueva Época, y quedaba incluso un fino rastro de tristeza que a veces es el último reducto inviolado de la integridad personal.
La alimentación de su intelecto seguía la tónica de las generales líneas de la dieta. Que hayan sido considerados por el Gobierno documentos secretos los textos utilizados en las clases da idea de la megalomanía ocultista del régimen. Nunca habrá habido material de espionaje menos digno de atención, excepto si se utiliza como arma mortal, dado su extraordinario poder de aburrimiento. Y sin embargo fueron, en Occidente, piezas tan raras como la correspondencia de un antiguo rey o la transcripción de conversaciones delatoras, y hubo que sacarlos del país por medios dignos de más altas tareas y bajo la amenaza de riesgos de imposible cálculo. Hoy les queda un desteñido valor histórico con sabor a paleografía educativa y florilegio de pioneros. Fueron menú cotidiano, plato único de centenares de miles de personas, y vale por ello, quizás, la pena reproducir literalmente, faltas de ortografía y sintaxis incluidas, fragmentos de aquellas lecciones de español compuestas por profesores chinos para sus alumnos.
Ejemplos de uso de palabras:
Formular opiniones en una reunión sobre la Revolución Educativa.
No adoptamos ideas malas.
Formular una calurosa bienvenida a los amigos extranjeros.
Los huéspedes extranjeros nos formularon sus sentimientos amistosos.
Los jóvenes de la nueva China deben adoptar una firme posición en la lucha de clases.
Aceptar modestamente las críticas de sus compañeros.
Los niños adoptan buena educación.
El camarada aceptó mis opiniones y corrigió sus errores.
Ante los imperialistas y lacayos revisionistas adoptamos firmes medidas y luchamos hasta el fin.
Reeducar las ideas malas.
Adoptar opiniones correctas ajenas está bien.
Persistimos siempre en los principios de autoindependencia, autosostenimiento, autodecisión.
Hemos de persistir en estudiar.
Persistir en la revolución bajo la dictadura del proletariado es propio de comunistas verdaderos.
Es nuestro deber apoyar a los pueblos del Tercer Mundo que persisten en principios justos.
Persistimos en el internacionalismo proletario.
Persistir en los estudios de las obras de Marx, Engels, Lenin y el Presidente Mao es útil.
La lucha de clases persiste en el socialismo.
De acuerdo con la política de nuestro país, establecimos relaciones con Argentina.
El poder nace del fusil.
Bajo la dirección del Partido Comunista de China y del Presidente Mao los campesinos lograron, con su valentía y sabiduría, un gran triunfo armados con el pensamiento maotsetung.
El combatiente inmotal luchó heroicamente contra los enemigos.
(Instituto de Lenguas Extranjeras de Xian)
No importa que las palabras de los conductores sean ininteligibles para nosotros, porque comprendemos su sentido.
Hay que compensar la falta de capacidad con mayor trabajo.
Presentar nuestro trabajo como si fuera bueno en todos sus aspectos es contradecir los hechos.
Primero, orientarlos en su trabajo. Esto implica dejarlos desplegar su iniciativa en el trabajo para que se atrevan a asumir responsabilidades y, al mismo tiempo, darles indicaciones oportunas para que, a la luz de la línea política del Partido, puedan poner en pleno juego su espíritu creador.
Todas las ideas sin excepción llevan su sello de clase.
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos.
Estudiaba sin cesar y por fin llegó a ser un gran escritor.
La profesión de abogado fue suprimida por la revolución por estimar que complica los problemas en vez de simplificarlos.
No debemos entrar en componendas con los imperialistas yanquis.
China se opone terminantemente a la división en el movimiento comunista internacional.
China ofrece ayudar a todos los marxistas leninistas que luchan incesantemente por su liberación.
Los revisionistas se oponen a la lucha armada como medio de tomar el poder.
La Unión Soviética, como un país europeo, no tiene nada que ver con los asuntos de Asia.
En los países capitalistas hay muchos buenos trabajadores que se ven obligados a pedir limosna por no tener trabajo.
Los niños pobres españoles andan descalzos y hambrientos por las calles, no tienen nada que comer.
Los profesores extranjeros deben dar consultas a los profesores chinos y clase de conversación a los alumnos y en nada mejor podemos utilizarlos.
(Instituto nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín)
Entre el material que se encontraba en la sección de español del Instituto nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín figuraban algunos volúmenes de citas del Presidente Mao seleccionadas por los profesores, a las que se mezclaban párrafos de artículos del Diario del Pueblo traducidos al español.
Estos volúmenes, compuestos en años anteriores, estaban sometidos por entonces a una labor de revisión ideológica, en busca de tendencias “limpiaoístas” que pudieran contenerse en ellos, y, por tanto, apartados de uso.
Representan, con notable pureza, el tipo de dieta literaria que durante un largo periodo había constituido el plato de base, por no decir único, de los centros de enseñanza y de los medios culturales.
La Gran Revolución Cultural Proletaria es, en esencia, una gran revolución política emprendida, en las condiciones del socialismo, por el proletariado contra la burguesía y todas las clases explotadoras; es la continuación de la prolongada lucha entre el Partido Comunista de China y las amplias masas populares revolucionarias bajo su dirección, por una parte, y los reaccionarios del Kuomingtang por la otra, es la continuación de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía.
Este asunto (la película de Wu Sun y otras obras) ha sido iniciado por dos “personas sin importancia”, en tanto que “los personajes importantes” generalmente no lo toman en cuenta o hasta lo obstaculizan, forman un frente único con escritores burgueses sobre la base de idealismo y son gustosos cautivos de la burguesía.
EN LO IDEOLÓGICO
Ocurrió así lo mismo cuando se proyectaron las películas “Historia íntima de la corte Ching” y la “Vida de Wu Sung”. Desde que fué exhibida en todo el país aún no se ha criticado ni repudiado la película “Historia íntima de la corte Ching”, calificada de patriótica aunque de hecho es un film de traición a la patria. La “Vida de Wu Sung” ha sido criticada pero, hasta ahora no se han extraído lecciones, y, lo que es más, se presenta la extraña situación en que se tolera el idealismo de Yu Ping-mo y se impiden los vigorosos artículos de crítica escritos por “personas sin importancia”. Esto merece toda nuestra atención.
Han dejado salir de sus guaridas a todos los monstruos y demonios, que han saturado, durante muchos años, nuestros periódicos, la radiodifusión, revistas y libros, manuales, discursos, obras literarias, manuales, discursos, obras literarias y artísticas, películas, la ópera y el drama, los guyi (narraciones artísticas), artes plásticas, músicas, danzas, etc. Al hacer todo esto, no han abogado nunca por la necesidad de adoptar la dirección del proletariado ni de solicitar la ratificación de nadie. Esta comparación hace ver en qué posición se han ubicado lo autores del informe esquemático.
Los últimos 15 años han sido testigos de una aguda lucha de clases en el frente de la literatura y el arte, y la cuestión de quién vencerá a quién aún no se ha solucionado. Si el proletariado no ocupa las posiciones en la literatura y el arte,la burguesía lo hará. Esta lucha es inevitable. Se trata de una extremadamente amplia y profunda revolución socialista en el terreno ideológico. Si las cosas no se hacen bien, surgirá el revisionismo. Debemos mantener en alto la gran bandera roja del pensamiento de Mao Tse-tung y llevar inflexiblemente hasta el fin esta revolución.
En cada rama del saber puede haber muchas escuelas y tendencias: en el aspecto de la concepción del mundo, sin embargo, en la actualidad básicamente existen sólo dos escuelas, la proletaria y la burguesa. Es una u otra, la concepción proletaria del mundo o la burguesa.
Si se es un escritor o un artista burgués, no se encanalizará (sic) al proletariado sino a la burguesía y si se es un escritor o artista proletario no se encanalizará a la burguesía sino al proletariado y al pueblo trabajador: se debe ser lo uno o lo otro.
El blanco principal del movimiento actual son aquellos elementos del seno del Partido que ocupan puestos dirigentes y siguen el camino capitalista.
Denunciar por completo la posición reaccionaria burguesa de las llamadas “autoridades académicas” antipartido y antisocialistas, criticar y repudiar a fondo las ideas reaccionarias burguesas en los círculos académicos, educacionales, periódicos, (sic) literarios y artísticos y editoriales, y apoderarse de la dirección en estos dominios de la cultura. Para realizarlo, hay que, al mismo tiempo, criticar y repudiar a los que se han infiltrado en el Partido, el gobierno, el ejército y los diversos sectores culturales, y depurar a todos estos de dichos representantes burgueses o remover (sic) algunos de ellos de sus cargos.
Suprimir el “grupo de los cinco a cargo de la Revolución Cultural” y sus oficinas e instituir un nuevo grupo encargado de la Revolución Cultural, subordinado directamente al Comité del Buró Político.
El libro sobre autoeducación de los comunistas (se refiere al libro de Liu Shao-shi Cómo ser un buen comunista, cuyo título chino es Del perfeccionamiento de los comunistas) es engañosa charlatanería, está divorciado de la viva lucha de clases, de la revolución y de la lucha política. No habla en absoluto del problema del poder político como problema fundamental de la revolución, ni de la cuestión de la dictadura del proletariado. Proclama una teoría idealista de autoeducación y promueve sinuosamente el individualismo burgués y la obediencia servil.
ATREVERSE A LUCHAR, A HACER LA REVOLUCIÓN Y A VENCER
¿Van acaso a acobardarse los chinos ante las dificultades, cuando no temen ni a la muerte.?
Me parece enteramente posible producir algunas bombas atómicas y de hidrógeno en un plazo de diez años.
A fin de combatir la agresión imperialista debemos crear una poderosa marina.
De todo lo que existe en el mundo, lo más precioso es el hombre. Bajo la dirección del Partido Comunista, mientras existan hombres, se podrá realizar toda clase de milagros.
TENER CONFIANZA EN LAS MASAS Y APOYARNOS EN ELLAS
Hay que dejar que las masas se eduquen a sí mismas en este gran movimiento revolucionario y aprendan a distinguir entre lo justo y lo erróneo, entre la forma correcta de proceder y la incorrecta.
DEBEN HACER LA REVOLUCIÓN EN LA ENSEÑANZA
Acabar totalmente con la dominación de los intelectuales burgueses sobre nuestros centros docentes (pocas directivas concretas, exámenes, acortar estudios, concentrar asignaturas, etc).
REVOLUCIÓN CULTURAL
Tiene por objetivo hacer más revolucionaria la conciencia del hombre, lo que le permitirá conseguir más, más rápidos, mejores y más económicos resultados en todos los campos de nuestro trabajo.
Otros textos eran como sigue:
LA FÁBRICA DE MÁQUINAS ELÉCTRICAS DE GRAN VOLUMEN DE PEKÍN
Elaborado por los profesores chinos del Instituto nº2 de Lenguas Extranjeras de Pekín, tras visitar a los responsables de la fábrica y anotar los datos. Se destinaba a los alumnos de tercer año. Aunque en el programa figuraba como “base de conversación”, se trata de la presentación a los visitantes extranjeros de dichos talleres, que figuran en el habitual periplo del turismo socialista. Buena parte del texto se dedica a subrayar el papel de la Revolución Cultural, del Partido, del Presidente Mao y del Partido en el aumento y mejora de la producción, las relaciones con la universidad y escuelas técnicas, las condiciones de trabajo y las prestaciones sociales. Entre éstas últimas se incluye el dato de que la edad de jubilación es para los obreros los sesenta años, para las obreras los cincuenta y para las empleadas los cincuenta y cinco, con el setenta por ciento del salario. El texto concluye con el habitual epígono de modestas excusas sobre las carencias y petición de sugerencias.
(No ya sólo desde el punto lingüístico, sino también desde el sociológico, es interesante observar, según el contenido de estos textos, que las seguridades que el sistema ofrecía eran, en la vida laboral cotidiana, muy reales y en algunos casos han persistido. La empresa-ciertamente modelo, y como tal objeto de visitas foráneas- se encargaba de la fácil satisfacción de las necesidades inmediatas del trabajador, como guarderías, vivienda y servicios, y las condiciones del retiro eran-y son- más ventajosas que las europeas. Hasta el día de hoy -año 2001- la edad de jubilación en China para empleados públicos es, para las mujeres, los cincuenta y cinco años, excepto si su labor se considera de necesaria prolongación hasta los sesenta.)
TENEMOS AMIGOS EN TODO EL MUNDO
El Presidente Mao se entrevista con los camaradas Le Duan, Phan Van Kong y Le Thanh Nghi.
Calurosa bienvenida al Presidente Congoleño Marien Ngouabi en Pekín
Comunicado conjunto sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la República Popular China y los Estados Unidos Mexicanos.
Grandiosa recepción en honor de los huéspedes invitados al Torneo-Invitación de Tenis de Mesa de AAA..
Se trata, en todos los casos, de textos tomados de las hojas de Pekín Informa o el Diario del Pueblo en su versión española y páginas dedicadas a recepción de huéspedes extranjeros. Todos ellos abundan en los mismos efusivos clichés (atmósfera plena de sentimientos fraternales, fuertes apretones de manos, abrazos, calurosa bienvenida, conversación muy cordial, cálidos saludos, alegrías, penas y triunfos compartidos, alegres clamores brindados por las masas, atmósfera jubilosa de amistad, desbordante entusiasmo, efusivo encuentro, entusiastas aplausos y ovaciones del numeroso público, grandiosa recepción, salva de calurosos aplausos, unidad, cooperación, amistad, igualdad. Sigue un glosario, notas de gramática y ejercicios.
El último texto citado pertenece a la llamada “diplomacia del ping-pong” e incluye párrafos particularmente expresivos: Durante el transcurso de la recepción. se oían sin cesar los alegres acordes musicales de “La flor de la amistad se abre lozanamente” y “La amistad se extiende por el mundo entero.” Los deportistas, con sus vestimentas nacionales de gran colorido, se movieron de mesa en mesa para brindar y saludarse mutuamente. En todo el salón, lleno de júbilo, reinaba una emotiva atmósfera de amistad y unidad entre los pueblos de los tres continentes.
Textos utilizados para traducción directa, del chino al español:
La delegación del Partido y el Gobierno de Vietnam termina su visita a China.
Bienvenida a la Delegación Militar de Amistad de Albania.
Hablan los amigos extranjeros del Torneo-Invitación Amistoso de Tenis de Mesa AAA
Un ejercicio de uso de formas verbales, dadas entre paréntesis en infinitivo, se basa en la siguiente historia: En 1955 el Presidente Mao habla con soldados que vuelven del campo, revisa él mismo con cuidado sus informes, corrige amable y cuidadosamente sus faltas de ortografía y redacción y les anima a que sigan clases nocturnas; se ocupa luego de la creación de escuelas especiales para este fin. Los soldados que antes eran incapaces de expresarse adquieren, con el paso del tiempo, un alto nivel y algunos componen poesías.
La presencia de clichés sociopolíticos en las frases modelo de uso de palabras era variable y podía oscilar, por ejemplo, entre un sesenta y cinco y un treinta por ciento, dejando para las demás usos más simples y cotidianos. Dentro de éstas últimas pueden citarse:
Ej. del verbo RECUPERAR
El pueblo chino recuperará sin duda alguna Taiwan, territorio inalienable de China.
Con la “Revolución de Enero” de 1967 se estableció el Comité Revolucionario Municipal de Shanghai despaés (sic) de recuperar, de abajo a arriba, el poder usurpado por los dirigentes seguidores del camino capitalista de esta ciudad.
Después de 1949 el pueblo chino recuperó los (sic) aduanas ocupadas por el imperialismo.
Ej. del verbo DEPENDER
La navegación en los mares depende del timonel; hacer la revolución depende del pensamiento Mao Tse-tung.
Esperamos obtener ayuda extranjera, pero no debemos depender de ella.
La transición de la nueva democracia al socialismo depende principalmente de la alianza de la clase obrera con la clase campesina.
Ej. Ej. de AUMENTAR EN……….Y %
En 1949 China tenía 117 mil estudiantes de los centros de enseñanza superior; en 1958 el número de estudiantes universitavos (sic) llegó a 660 mil, es decir, aumentó en 4,7 en comparación con 1949.
Según datos comprobados, en 1958, el valor global de la producción industrial aumentó en el 66 por ciento en comparación con 1957.
Hay que añadir que los ejemplos que se prestan a la inclusión de números, datos, comparaciones y porcentajes son especialmente erráticos y reflejan la indiferencia de los autores respecto a la veracidad de los contenidos, que manifiestamente no iban a ser puestos por nadie en tela de juicio. Seguían presentándose épocas económicamente catastróficas como éxitos que se adornaban de imposibles guarismos. Es el caso del último ejemplo citado, que pertenece al Gran Salto Adelante. con sus colectivizaciones forzosas, su proliferación de hornos de inútil fundición de metal y sus hambrunas, expresados sin embargo con un 66 % de aumento de la producción industrial. La lluvia de falsos datos, a través de ejemplos numéricos, oscilaba siempre entre los incrementos constantes de todos los aspectos de la economía y servicios chinos y los conflictos y retrocesos de las otras (devaluación del dólar, pérdidas de libras esterlinas).
Las referencias al mundo exterior omitían cualquier aspecto concreto de la geografía, ciudades y hábitos de otros países, reduciéndose al mapa ideológico oficial:
El pueblo sudcoreano no goza de la libertad de palabra.
Es de notar que en los países capitalistas no existe la democracia verdadera.
Afirmamos que el pueblo camboyano vencerá.
Las cifras arriba mencionadas prueban que la economía nacional de Albania ha logrado un gran desarrollo en los últimos diez años.
Marx predijo que el comunismo se hará realidad en todo el mundo.
China cada día amplía sus relaciones con otroz (sic) países.
El socialimperialismo soviético intentó ampliar sus influencias en los países del tercer mundo
El fracaso de la guerra de los Seis Días se debió a que el revisionismo soviético vendieron (sic) a los pueblos árabes.
En tres años el pueblo argelino ha recorrido una larga vía en el desarrollo nacional.
El contraste y alternancia no son casuales. En las últimas frases la ampliación de la presencia de la diplomacia china en el exterior se hace seguir de la observación sobre las aviesas intenciones del expansionismo soviético y se completa con un ejemplo de éste.
Figura en esta lección un texto dialogado: DEL PARAÍSO DE LOS AVENTUREROS A LA GRAN CIUDAD SOCIALISTA.
B-¿De qué trata este texto?.
A-Lo principal es que describe los cambios que ha experimentado Shanghai después de la liberación. Lo que cuenta el texto nos atrae tanto que lo hemos leído 3 veces.
B-Eso sí, pero no solamente Shanghai, sino también las otras ciudades de China. Precisamente acabo de terminar de leer un artículo llamado “Nuevo aspecto de una antigua ciudad”.
A-¿A qué ciudad se refiere usted?.
B-A la ciudad Jefei, capital de la provincia de Anjui, es una ciudad con dos mil años de historia, situada en la parte este de China, entre los ríos Yangtsé y Juai.
A-¿También se ha hecho una comparación de lo de ahora con lo de antes?.
B-¡Cómo no!. Sin la comparación dificilmente (sic) se logra distinguir entre las cosas buenas y las malas.
A-Afirmo que la ciudad Jefei se hallaba en un estado muy miserable como Shanghai antes de la liberación.
B-Cierto. Antes de la liberación Jefei estuvo bajo la dominación de las clases feudales y de la camarilla de Chiang Kai-shek, presentaba un aspecto muy triste y frío; casas bajas y desarregladas, calles estechas (sic) y sucias, por las cuales vagaban mendigando muchas personas.
(…)
El texto continúa varias páginas, en el mismo tono de enumeración de logros urbanísticos, económicos, sociales. Los felices habitantes manifiestan que antes vivían en el infierno y ahora viven en el paraíso. El diálogo finaliza con los párrafos siguientes:
A-Sí, ahora la vida del pueblo es muy feliz. Todo eso se debe a la sabia dirección del Presidente Mao y del Partido. Pero debemos saber que nuestro país aún es una (sic) país relativamente atrasado en la economía. Por lo tanto debemos dedicar más energía en aras de la construcción socialista.
B-Tienes razón. Esta charla ha sido muy provechosa para nuestro conocimiento y estudio.
La densidad de frases de contenido político en las listas de modelos de uso de vocabulario aumenta a partir de las primeras lecciones del manual.
Ej. de RECORRER
El Presidente Mao recorrió todo el país.
Durante la Gran Marcha el Ejército Rojo recorrió 25.000 li ( 1 li = 500 m. ).
Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo.
Ej de ESTAR ALERTA
El pueblo chino siempre está alerta para defender la patria.
El socialimperialismo intenta por todos los medios desatar una nueva guerra, por eso tenemos que estar alerta.
(consciente o inconscientemente, se está siguiendo de nuevo aquí el método de hacer seguir el ejemplo positivo de China de su contrapartida antagónica.)
Los centinelas siempre estaban alerta para que nadie se acercara al depósito de armamentos.
José siempre está alerta contra los espías del gobierno reaccionario.
Ej de PONERSE AL ALCANCE
El jefe guerrillero dió la orden de no disparar hasta que el enemigo se pusiera al alcance de nuestros fusiles.
Tomás amenazaba con dar una lección al capataz si se ponía a su alcance.
Antes de retirarse de la montaña Pablo quemó todos los documentos del Partido para que no pusieran (sic) al alcance de los enemigos.
Ej. de DESCUIDARSE
No debemos descuidar la vigilancia revolucionaria, porque los enemigos de clase siempre intentan restaurar el capitalismo en China.
No debemos descuidar la atención al estudio político.
Ej. de ESCAPARSE
Con la ayuda de los guerrilleros Pablo escapó de la cárcel.
Como los guerrilleros se descuidaron un poco, se escaparon tres prisioneros.
En la batalla 56 soldados enemigos huyeron, pero 40 de los cuales (sic) no lograron escaparse del cerco del Ejército Popular de Liberación y cayeron prisioneros.
Aunque este terrateniente huyó, no escapará al castigo del pueblo.
Ej de IMPEDIR
Los soldados del Ejército Rojo tomaron rápido la aldea y así que (sic) impidieron el ataque de los enemigos.
El gobierno reaccionario impide la reunión de más de tres personas.
Las calumnias y ataques del revisionismo soviético no puede (sic) impedir nuestra marcha.
El revisionismo soviético siempre impide que los pueblos árabes liberen sus territorios ocupados por Israel.
Ej. de EMPRENDER
En octubre de 1934 el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos rompió el cerco de Chiang Kai-shek y emprendió la Gran Marcha.
En 1957 se emprendió la campaña contra los derechistas.
Ej. de MENCIONAR
En su artúculo (sic) Juan mencionó varias citas del Presidente Mao.
En su conferencia el profesor japonés mencionó muchas palabras de Confucio para comprobar que éste era un pregonero de la esclavitud.
Ej. de REINAR
Reinó una gran unidad en el X Congreso Nacional del Partido Comunista de China.
Reinó una atmósfera cordial y fraternal en el fanquete (sic) ofrecido por el ministro de Relaciones Exteriores en honor de la delegación coreana.
Los ejemplos de uso de palabras oscilaban entre dos y seis frases. Aparte de las netamente políticas, muchas eran de contenido moral, ejemplos de buena conducta:
Todos los días Juan se acostaba lo más tarde que podía para trabajar más.
Juan siempre concurre a las asambleas de su sindicato y a menudo se acuesta a altas horas de la noche.
Ver en la redacción de todas y cada una de las frases una intención manipuladora es estimar los métodos del archipiélago a la vez en menos y en más de lo que valen. La cultura, formación e información no eran, en buena parte de los casos, mucho mayores en los encargados de la tarea que en los destinatarios, las cuartillas habían pasado por innumerables manos y filtros y reflejaban a la vez la limitación de las fuentes y el automatismo de las conductas. El lector occidental las ojea con cierta presuposición de que se trata tan sólo de un puñado de lecciones, de un manual entre los muchos que circulaban. Ése es su error. La muestra es banal y escalofriante por su generalización, por su monopolio de mensajes, canal, contexto y escritura. Su misma reiteración produce un efecto rítmico que, sin llegar a tranquilizar, disuelve alarma y reticencias en la aceptación forzosa de lo previsible, en la simplicidad del hábito y de peculiares convenciones sociales.
El largo texto LLEVAR HASTA EL FIN LA LUCHA DE CRÍTICA A LIN PIAO Y A CONFUCIO fue distribuido a los alumnos de segundo curso de español como material de lectura fuera del horario lectivo y había sido tomado por los profesores chinos del boletín en castellano de la Agencia China de Noticias Sinjua. Este tipo de literatura-por así llamarla- reemplazaba a los escasos, expurgados y conflictivos cuentos y novelas y presentaba el atractivo insuperable de su irrebatible ortodoxia emanada de fuente oficial.
Pese a su evidente pastosidad ritual y a su extensión, es de tal manera exponente de su categoría que tal vez resulta provechosa la reproducción in extenso.
El encabezamiento: incluye la referencia de fecha y origen-2 de febrero de 1974-y la afirmación de que se trata del texto íntegro:
Iniciada y dirigida personalmente por nuestro gran líder el Presidente Mao, está desplegándose en todos los frentes una lucha política de masas tendiente a profundizar la crítica a Lin Piao y a Confucio.
Los reaccionarios chinos así como los reaccionarios extranjeros y los cabecillas de las líneas oportunistas a través de la historia, todos ellos rinden culto a Confucio. Desde hace medio siglo, al mismo tiempo que ha guiado la revolución china y luchado contra los reaccionarios de dentro y fuera del país y contra las líneas oportunistas, el Presidente Mao ha criticado reiteradamente el confucianismo y las ideas reaccionarias de culto a Confucio en oposición a los partidarios del gobierno mediante la Ley. Lin Piao, arribista burgués, intrigante, elemento de doble faz, renegado y vendepatria, es un verdadero discípulo de Confucio. Él, al igual que todos los reaccionarios moribundos del pasado, rindió culto a Confucio en oposición a los partidarios del gobierno mediante la ley, atacó al emperador Chin Shijueng y tomó la doctrina de Confucio y Mencio como un arma ideológica reaccionaria al servicio de su maguinación (sic) para usurpar la dirección del partido, arrebatar el poder del estado y restaurar el capitalismo. Sólo criticando la doctrina de Confucio y Mencio propugnada por Lin Piao, se podrá hacer una crítica aun más profunda y cabal de la esencia ultraderechista de la línea revisionista contrarrevolucionaria de Lin Piao. Esto tiene una gran importancia práctica y una honda significación histórica para fortalecer la educación en cuanto a la línea ideológica y política, a seguir firmemente y aplicar de manera cabal la línea revolucionaria del Presidente consolidar y desarrollar los ricos frutos de la gran revolución cultural proletaria, consolidar la dictadura del proletariado y prevenir la restauración del capitalismo.
Lin Piao, este embaucador político que no leía libros, periódicos ni documentos, era un gran déspota del partido, un gran caudillo militar que no poseía ningún conocimiento. Ocultó (sic) en madrigueras que no soportaban la luz del día, en medio de sus fanáticos secuaces e incluso públicamente, propalaba con vehemencia la doctrina de Confucio y Mencio. Fragmentos de esa doctrina también los dejó escritos en paredes o los anotó en su diario a guisa de “máximas”. ¿Por qué pregonaba dicha doctrina con tal fanatismo? porque se trata de una doctrina que aboga por la restauración de viejos regímenes sociales. Pertenecientes a un mismo sistema ideológico reaccionario, tanto Lin Piao como Confucio y Mencio pretendían restablecer viejos regímenes sociales con el fin de dar marcha atrás a la historia.
Confucio y Mencio formularon el reaccionario programa de “practicar la continencia y retornar a los ritos”, programa destinado a restaurar el régimen esclavista. Proclamaban que “Si un día se logra practicar la continencia y retornar a los ritos, todos los hombres se somenterán (sic) a la benevolencia”, es decir, una vez realizado esto, todo el mundo se sometería dócilmente a su dominación. Posteriormente al Noveno Congreso Nacional del Partido Comunista de China, Lin Piao pregonó en varias ocasiones “de los miles de asuntos, el más importante es el de practicar la continencia y retornar a los ritos”. Esto revela plenamente su impaciente ambición de subvertir la dictadura del proletariado, considerando la restaunación (sic) del capitalismo como el más importante asunto.
Confucio y Mencio sostenían que algunas personas “poseen conocimientos innatos”. Preguntaron presuntuosamente: “¿Si se quiere que en la tierra reine tranquilidad y orden, quién más en el mundo de hoy, fuera de mí, puede hacer esto realidad?.”
Lin Piao se servía de la reaccionaria teoría del “genio innato” como programa teórico antipartido. Se equiparaba a sí mismo con el caballo celestial, se consideraba el más noble de los hombres y un ser sobrenatural y clamaba: “el caballo celestial corre al galope por el firmamento, solo y sin rival”, conspirando para usurpar la direccion del partido y arrebatar el poder con el propósito de establecer un régimen dictatorial.
Confucio y Mencio pregonaban: “los nobles nacen inteligentes y los de abajo estúpidos, esto no puede ser cambiado”. Al preconizar esta concepción idealista de la historia, Lin Piao vilipendiaba a los trabajadores afirmando que éstos acostumbraban decir a los otros: “que consiga mucho dinero” y que únicamente prensaban en cosas como “aceite, sal, salsa, vinagre y leña”.
Confucio y Mencio propugnaron “la virtud, la benevolencia y la justicia”, y “la lealtad e indulgencia”. Lin Piao vociferó: “el que se basa en la virtud prosperará, mientras que el que recurre a la violencia perecerá”. Utilizó sentencias confucianas para atacar con perversidad la violencia revolucionaria y la dictadura del proletariado.
Confucio y Mencio pregonaron “la doctrina del justo medio”, Lin Piao gritó a voz en cuello (sic) que la doctrina del justo medio era “razonable”, oponiéndose a la filosofía marxista de la lucha y lanzó la calumnia de que la lucha antirrevisionista había sobre pasado (sic) los límites en un intento de capitular ante el revisionismo soviético y convertir a nuestro país en una colonia del social imperialismo soviético.
Confucio y Mencio abogaron por la filosofía de la vida de “recogerse para luego extenderse”. Lin Piao dijo que “me veo obligado a anidar temporalmente en la guarida del tigre” y «ya puedo usar hábilmente la táctica de cambiar según las circunstancias”. Con estas declaraciones confesó involuntariamente que era un arribista y conspirador burgués anidando a nuestro lado y que recurría a la misma táctica con que juegan los elementos contrarrevolucionarios de doble faz.
Confucio y Mencio pregonaron el absurdo de que “quienes trabajan con la mente están llamados a gobernar, mientras que los que trabajan con las manos deben ser gobernados”. Lin Piao atacó el camino del siete de mayo” diciendo calumniosamente que “el envío de cuadros a trabajar en las escuelas “siete de mayo” es una forma velada de desempleo”, y que el envío de jóvenes instruidos a establecerse en el campo “es una forma velada de corrección mediante trabajos forzados” en un vano intento de torpedear el gran plan estratégico del Presidente Mao enderezado a combatir y prevenir el revisionismo y preparar continuadores de la causa revolucionaria del proletariado.
Los discípulos de Confucio y Mencio sostenían: “deben ser abolidas las cien escuelas prar (sic) rendir culto única y exclusivamente al confucianismo.” Abrigando el sueño de establecer la dinastía hereditaria de los Lin, Lin Piao enseñó a sus hijos que había que venerar a Confucio y estudiar los cánones confucianos, y, como un punto de educación para su hijo, transcribió para él la experiencia de gobernante que el rey Wen de la dinastía Chou, cabecilla de los esclavistas, transmitió en su lecho de muerte a su hijo, el rey Wu.
Todo esto demuestra que la crítica a Confucio es realmente una parte importante de la crítica a Lin Piao y que va dirigida a arrancar la antigua raíz revisionista de Lin Piao y a criticar todavía más a fondo a éste. La crítica a Lin Piao y a Confucio es una seria lucha de clases que actualmente se desarrolla en nuestro país, es una revolución cabal en el terreno ideológico, significa declarar la guerra al feudalismo, al capitalismo y al revisionismo, constituye un duro golpe al imperialismo, el revisionismo y la reacción, y es el asunto de mayor importancia para todo el partido, el ejército y el pueblo de China.
Adoptar una actitud activa o pasiva en al crítica a Lin Piao y a Confucio, importante problema de principio, tiene el significado de una prueba para cada uno de los dirigentes. La filosofía del Partido Comunista es la filosofía de la lucha. Para continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado, tenemos que llevar hasta el fin la lucha de crítica a Lin Piao y a Confucio. Luchando se avanza y dejando de luchar, se retrocede, se fracasa y se cae en el revisionismo. Los que trabajan en la esfera militar deben estudiar la cultura y los que trabajan en la base económica deben comprender los problemas de la superestructura. La cuestión esencial reside en criticar o abstenerse de criticar. Los que se deciden a criticar podrán liberarse ideológicamente, erradicar las supersticiones y avanzar, desafiando las dificultades.
Los dirigentes a todos los niveles deben colocarse a la vanguardia de la lucha y discutir y aprehender la crítica a Lin Piao y al Confucio como asunto de importancia primordial. Deben estudiar a conciencia el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung y una serie de obras e instrucciones del Presidente Mao sobre la crítica a Lin Piao y a Confucio, y avanzar a la cabeza de la crítica. Tienen que movilizar a las masas para que comprendan los argumentos reaccionarios de Confucio y Mencio con los absurdos reaccionarios y crímenes contrarrevolucionarios de Lin Piao y para que los critiquen punto por punto. Deben relacionar esta crítica con la actual lucha de clases y lucha entre las dos líneas, persistir en la revolución y oponerse a todo lo que signifique retroceso, asumir una correcta actitud hacia la Gran Revolución Cultural Proletaria y apoyar con pleno entusiasmo las nuevas cosas socialistas. Deben penetrar en la base para hacer experimentaciones en unidades piloto, formar nuevas fuerzas vertebrales y prestar atención a los ejemplos típicos. Deben estudiar constantemente las nuevas técnicas que surjan en la crítica a Lin Piao y a Confucio y diferenciar rigurosamente los dos tipos de contradicciones de distinta naturaleza y, en particular, tratar de manera acertada las contradicciones en el seno del pueblo a fin de atenerse firmemente a la orientación fundamental de la lucha.
Las grandes masas de obreros, campesinos y soldados constituyen la fuerza principal en la crítica a Lin Piao y a Confucio. Armados con el Pensamiento Mao Tse-tung, ellos son los más valientes en atreverse a romper con los viejos conceptos tradicionales, y los más expertos en la crítica a Lin Piao y a Confucio. “Confucio quería retornar a los ritos mientras que Lin Piao pretendía restaurar el capitalismo. No hay ninguna diferencia entre uno y otro.” que certero es este análisis exclamación (sic) , los obreros, campesinos y soldados han puesto el dedo en la llaga de Lin Piao en su pregón de la doctrina de Confucio y Mencio. La crítica a Lin Piao y Confucio se realizará a fondo siempre y cuando los obreros, campesinos y soldados tomen parte en ella. Los cuadros e intelectuales revolucionarios deben participar activamente en esta lucha y esforzarse por transformar su concepción del mundo. Aquellos intelectuales que fueron envenenados más hondamente por el confucianismo tiene que autoeducarse en esta lucha y es seguro que los progresos que hagan serán aplaudidos por los obreros, campesinos y soldados.
“No me importa que el viento sople y la ola golpee: es mejor que dar vueltas ociosas en un patio”. Debemos fomentar el espíritu revolucionario de ir contra la corriente, avanzar desafiando la tempestad y, bajo la dirección del Comité Central del Partido encabezado por el Presidente Mao, llevar hasta el fin la lucha de crítica a Lin Piao y a Confucio.
El artículo precisa de pocos comentarios. Es un tejido verbal tupido e impermeable, reforzado por reiteraciones, letanías y epítetos constantes que le dan cierto aire, a contrario, de epopeya, un insistente, y desafinado, canto a las fuerzas del mal que no deja ni el menor resquicio a los supuestos debates y discusiones que afirma impulsar. Se trata de una partitura pródigamente repartida al extenso coro. Ni crítica, ni opiniones ni, por descontado, ir a contracorriente tienen el menor parecido con lo que comúnmente se entiende por tales términos; éstos han sido reducidos a una cáscara verbal que recubre el vacío o sus simples contrarios ligados a la sumisión. El recurso a la metáfora histórica, bastante común en los usos chinos, permite el ataque por personajes interpuestos. Así el emperador que unifica el Imperio del Medio, Shi Huang-ti, es un protomao al que la villanía de funcionarios y filósofos osa contradecir. De hecho, la Historia es una reproducción ilimitada de limitados tipos situados en los extremos positivo y negativo del espectro. Lin está acorazado por una permanente alambrada de improperios que asegura la señalización para el lector y la fidelidad ortodoxa del periodista. Las conclusiones y relaciones causa-efecto en citas, ejemplos y datos son de una tal gratuidad que sólo pueden interpretarse como pruebas obvias de la extirpación de todo asomo de libertad de raciocinio y se engarzan sobre la base de interpretaciones y glosas sin más argumento que la fidelidad a la revelación interpretada por el Líder.
Es oportuno resaltar que a este tipo de textos, entre otros, se refiere la sumisa corriente occidental del estructuralismo semántico cuando, en sus comentarios sobre el sistema de la R. P. China, se refugia con ejemplar modestia en la imposibilidad de aplicar a los súbditos del régimen de Pekín términos de contenido tan diverso según las latitudes como libertad y razonamiento. Basta para rebatir tan cómodo recurso al relativismo la simple observación de artículos sobre China como Así se apoderó Estados Unidos del Canal de Panamá y El puente sobre el río Yangtsé, aparecidos en la revista cubana Granma y en Siempre. Su ortodoxia maoísta y su semejanza con los de Pekín Informa eran tales que el profesorado chino no tuvo problema alguno para emplearlos. Su lectura revela que, por encima de los miles de kilómetros que median entre Hispanoamérica y el corazón de Asia y más allá de etnias, civilizaciones, historia y lengua, sistema político y régimen resultan determinantes y son perfectamente capaces de crear lenguajes, hechos y mentes a su imagen y semejanza. La consanguinidad cultural del archipiélago que nos ocupa, de Albania a Corea del Norte y de la R. P. China a grupos y países de ideología afín, ofrece en fondo y forma, cambiados los topónimos, no ya un paralelo, sino prácticamente un calco multiplicado por la fuerza coactiva y excluyente de las directivas que lo producen.
El texto de base para una lección de segundo curso CANAL BANDERA ROJA: AMPLIAS PERSPECTIVAS fue tomado probablemente por los profesores de las publicaciones en español Pekín Informa o China Reconstruye. El tema es un clásico de la propaganda oficial: la construcción de un canal en Linsien, que se presenta como ejemplo de la capacidad de las masas y se cita a todos los visitantes extranjeros. Existía también una película sobre el tema. Las grandes obras públicas constituyen, con el anonimato y proliferación de sus actores, el ritmo de epopeya y la ausencia de individualidad, género especialmente adecuado para la literatura y estética del régimen.
Antes de la instauración del Poder Popular, Linsien, igual que toda China, se hallaba en la miseria. Los linsieneses decían que era zona de “cuatro pobrezas”: pobreza en las montañas, en el suelo, en fuentes de agua y naturalmente en la gente. Pero el peor de los males que debía soportar la población distrital (sic) y que unían a todo el pueblo oprimido de China, eran aquellas “tres montañas” que pesaban sobre él: la dominación imperialista, el feudalismo y el capitalismo burocrático. Eran éstas la causa de base.
Bajo la acertada guía del Partido Comunista de China, encabezado por el Presidente Mao, el pueblo linsienés cobró conciencia de su condición y se unió al movimiento práctico que habría de destruir las bases de toda la opresión y explotación existentes.
El establecimiento del Poder Popular emancipó en gran medida las fuerzas productivas. Luego de puesta en ejecución la Reforma Agraria, el pueblo del distrito sintió que el trabajar individualmente no correspondía a las necesidades del desarrollo provocado por la revolución.
Con las correctas orientaciones del Presidente Mao y del Partido los campesinos tomaron el camino de la colectivización. La cooperación socialista se había puesto en marcha; con su desarrollo, los hombres de Linsien fueron comprendiendo la importante necesidad del riego, de la construcción de obras hidráulicas, para la agricultura, y comenzaron a construir pequeños canales y depósitos de agua. Pero estos trabajos fueron en un principio aislados: podían resolver el problema temporal mas no radicalmente y de una vez para todas.
En 1958 se formó en el país la Comuna Popular Rural.
En Linsien, la Comuna infundió a los campesinos nueva energía y ese mismo año se construyó el primer canal de gran envergadura: el Héroe. Fue entonces que los linsieneses comprendieron que el solo almacenamiento de las aguas no podía resolver de raíz el problema. Los campesinos decidieron aprovechar las aguas del río Chang, que recorre los límites oriental y septentrional del distrito, construyendo un gran canal que las introdujera en Linsien. Esta proposición fue apoyada por el Partido. Las masas, junto con técnicos y cuadros se entregaron a planificar la construcción, que se inició en 1960.
Desde su mismo comienzo, la construcción del canal estuvo marcada por la lucha de clases y entre las dos líneas. Los contrarrevolucionarios blandieron el argumento de las dificultades, de la carencia de “expertos” y “eruditos” y hasta la imposibilidad de construir la obra porque está en contra de lo que decían “autoridades” extranjeras en la materia. Por su parte, los constructores de la obra, templados en las luchas anteriores y con mucha experiencia acumulada en la práctica, respondieron: “Las dificultades son temporales, si trabajamos tenazmente las superaremos y convertiremos en ventajas”. Le pusieron a la obra el nombre de : Canal Bandera Roja.
Capítulo aparte merecen la juventud y la mujer.
A principio de 1960, en la primera etapa de la obra, el canal llegó hasta una montaña rocosa, sin pasar la cual no podía seguir adelante en la mejor forma. Los jóvenes del distrito organizaron en seguida una brigada de choque para abrir un túnel. Se lanzaron con ímpetu revolucionario a una verdadeda (sic) guerra popular contra la montaña rocosa. En julio de 1961 completaron la obra. En honor del espíritu revolucionario de los jóvenes, la dirección de la obla (sic) bautizó el túnel con el nombre de Juventud.
En un principio, algunas personas influenciadas por al vieja fuerza de la costumbre, se opusieron a que las mujeres participaran en los trabajos pesados. Pero apoyadas por la dirección del Partido y las masas en jeneral (sic) el grupo de la “Muchachas de Hierro” empuñaron cinceles, barras y martillo (sic) pesados y se lanzaron al combate. Con el tiempo adquirieron práctica y pudieron trabajar a la par de los hombres y gente experimentadas. Este grupo de jóvenes sintetiza el papel vertebral que jugó la mujer en la construcción del Canal Bandera Roja.
Siguiendo el ejemplo de Tachai y siempre decididos a librar luchas arduas y basarse en sus propias fuerzas, los comuneros linsieneses avanzaron en la construcción de este gran canal. La naturaleza iba cediendo paso a los valientes. Para 1966, gran parte de la construcción había sido realizada, mas aún quedaba mucho por recorrer para llegar al final del proyecto. Fue en ese año que se inició la Gran Revolución Cultural Proletaria, que habría de infundir a los comuneros un espíritu renovado y templarlos todavía más. En esta revolución se criticaron muchas teorías y prácticas erróneas, tales como el poner los incentivos materiales al mando y otras, productos de la influencia liushaochista revisionista. Los comuneros reafirmaron su voluntad de servicio al pueblo y a la clase socialista, y comprendieron más a fondo la importancia de la construcción hidráulica. Muchos habitantes de zonas vecinas se integraron al ejército de constructores, dando así mayor impulso a la obra.
En el verano de 1969,el Canal fue terminado en lo fundamental. En total se había construido hasta entonces un canal principio, dos ramificaciones y muchos canales secundarios además de muchas acequias. Quedaba sí constituido un sistema de riego.
Como era de esperar, la construcción trajo mucho provecho. En 1971, por ejemplo, se logró un rendimiento en cereales de 250 kilos por mu. El año pasado, en el que fuimos testigos de una de las sequías más fuertes en varios decenios, en Linsien sólo llovió dos veces desde la siembra hasta la recolección de la cosecha, la precipitación de lluvia apenas si llegó a unos 30 mm. No obstante, la cosecha se consideró buena. Hoy el distrito ya no depende más del Estado en lo referente a cereales, y, por el contrario, suministra a éste sus excedentes.
Si bien el tema es, evidentemente, distinto, las semejanzas entre los relatos épicos de luchas contra la Naturaleza, las descripciones de fábricas y de las victorias en el citado como frente de la producción y la estrategia bélica en las denuncias del enemigo ideológico son, amén de abundantes, substanciales por la fuente, trasfondo, elaboración e intención que las anima. EL MAESTRO HAY CHA-CHI CUENTA SU VIDA pertenece a un género conocido como relato de amarguras. El texto se incluía en el material de estudio que los alumnos de segundo curso llevaron durante su estancia de un mes en la fábrica textil y es traducción de una charla dada por un obrero veterano (al que suele referirse en estos casos como maestro obrero).
Nací antes de la liberación y toda mi ninez (sic) y mi juventud las pasé en medio de la más horrenda miseria. Mi padre era conductor de ricksha, y con nosotros vivía un tío que desempenaba (sic) ese mismo oficio. Trabajando de sol a sol, y con el dinero que los dos llevaban a la casa mi familia apenas lograba sobrevivir. Una vez, durante la invasión japonesa, mi padre tuvo que llevar a un oficial del ejército japonés, de un lugar a otro de la ciudad. Pero, al llegar a su destino, el oficial se negó a pagarle. Como mi padre le reclamara el dinero adeudado, aquel lo golpeó salvajemente hasta dejarlo tendido en el suelo y sin conocimiento. De allí fue recogido por unos compañeros de trabajo y llevado a la casa. Poco después mi madre, que no tenía un centavo para pagar un médico, lo vio morir sin poder hacer nada por él. A raíz de la muerte de mi padre, fue todavía más angustiosa la miseria en que quedamos ella, un hermano menor y yo. No tuvimos más remedio que salir a las calles a pedir limosna. El pan de salvado lo considerábamos entonces como un exquisito manjar y era toda fiesta cuando conseguíamos algunos residuos de soya. Al poco tiempo murió el tío, que era el único que nos había ayudado con lo que podía desde la muerte de mi padre. No sabría decir cuántos años habían pasado hasta el día en que mi madre murió envenenada con unos restos de comida que había sacado de un tacho de basura. Fue entonces cuando mi hermanito y yo nos convertimos en ninos (sic) vagabundos. A partir de ese momento nuestro hogar fueron las calles y templos de la ciudad. Buscábamos todo rincón que nos defendiera un poco del riguroso frío en el invierno. Para comprender el drama de los ninos (sic) desamparados en aquella época uno tiene que haberlo vivido. Yo no encuentro palabras con las cuales poder describirles esa situación. No recuerdo ahora cómo, mi hermanito y yo fuimos a parar a un orfelinato. Esa casa era una especie de cárcel donde los niños eran convertidos en obreros sin salario que recibían por toda alimentación un pan de maíz al día y que eran cruelmente castigados cuando sus fuerzas no les alcanzaban para producir lo que los amos exigían. No se podrá saber nunca cuántos niños dejaron sus vidas allí. Mi hermano menor fue uno de ellos. Yo logré escapar al destino de morir allí gracias a la ayuda de un pariente lejano que se enteró de que yo estaba recluido en esa cárcel que llamaban orfelinato. Volví entonces a mi anterior vida de pordiosero. Pero, como donde hay opresión hay resistencia, por ese entonces los menesteroisos (sic) de Pekín encontramos una forma de luchar contra el hambre: quitábamos a los ricos un poco de lo que les sobraba. Yo caí preso una manana (sic) en que un rico comerciante que nos había contratedo (sic) a un grupo de niños para trasladar cestos de frutas a su tienda, se dio cuenta de que nosotros le habíamos robado una parte del maní para repartirlo entre todos. Tampoco recuerdo ahora cuánto tiempo pasé en la cárcel, pero sí hay algo que tengo bien presente: la noche en que fui sacado de la prisión por miembros del Ejército Popular de Liberación. Cuando la puerta fue abierta, todos nos lanzamos a la calle. Un hombre alto se paró delante de nosotros y nos dijo: “Soy miembro del Ejército Popular de Liberación. Desde este momento ustedes están liberados.” Enseguida fuimos llevados a la sede del Ejército Popular de Liberación, donde nos dieron comida, ropa guateada, mantas y otros elementos de primera necesidad. El EPL nos organizó luego un cursillo de estudio para explicarnos el significado de la revolución. Poco después, aquellos que tenían hogar fueron enviados a reunirse con sus familias; en cuanto a los demás, se nos dio oportunidad de trabajar. En ese momento mi vida experimentó un gran cambio. Se puede decir que con la Liberación para mí comenzó una nueva vida. A diferencia de los que han tenido la dicha de nacer en la nueva sociedad, yo no pude gozar de una infancia feliz. Por qué habría que preguntarse. Porque los trabajadores no teníamos el poder. En la vieja sociedad el poder estaba en manos de los explotadores, y esta es la razón de que el pueblo fuera oprimido y aguantara hambre. Todos debemos comprender claramente que la nueva vida que ahora llevamos no fue ganada fácilmente sino a costa de la sangre de miles y miles de mártires. Debemos construir el socialismo con nuestras propias manos y defenderlo aun a costa de nuestras vidas. Dirigida por el Presidente Mao, la revolución es invencible. El pueblo chino entero está avanzando por el ancho camino del socialismo hacia el comunismo.
Los relatos de amarguras constituían un elemento habitual de las manifestaciones orales y escritas del sistema. Se trata de la vida antes del cambio de régimen, en 1949, contada en forma autobiográfica por el protagonista. En otro texto, destinado por su amplitud a la lectura fuera de clase, una obrera anciana relataba su historia y la de los suyos durante la niñez y adolescencia. La temática era muy similar al aquí reproducido. Estas sesiones tenían un importante componente social. La cooperante las recuerda con precisión en una tarde escolar y gris en la que el calor provenía de las filas apretadas de estudiantes y profesores. El obrero desgrana una historia obviamente conocida en argumento y ritmo y escuchada a menudo por los presentes. Es tiempo, según las pausas y las cimas del relato, de expresar sentimientos: compasión, indignación, tristeza, optimismo. Sentada una fila más atrás, una muchacha apoya la cabeza sobre el hombro de su compañera y se enjuga los ojos. Otras acompañ