EL ARCHIPIÉLAGO ORWELL

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EL ARCHIPIÉLAGO ORWELL

 

 

 

MERCEDES ROSÚA

 

 

   

RECUERDO DE CHINA

 

 

Una persona joven, pero que abandona lentamente el territorio de la adolescencia, repite las frases que para ella han escrito los responsables de la escuela de lenguas donde estudia. Sin asomo de duda, sin que la menor perplejidad aflore hasta sus ojos, enuncia:

No importa que las palabras de los conductores sean ininteligibles para nosotros, porque comprendemos su sentido.

Y en él, que no lo ve, se encarna y muestra uno de los más puros ejemplos de un universo tan vasto como carente de cartografía, los caminos opuesto a la libertad que configuran el pensamiento y el sistema totalitarios. Nada sabe-y todavía nada sé-de George Orwell, de la unión de contrarios y la violación impasible de la lógica, de la disolución del razonamiento y de la sumisión última por la cual la Tierra no se mueve y dos más dos sumarán la cantidad que los dirigentes quieran. El estudiante repite su texto, cuya pronunciación deberá mejorar en las clases con la profesora occidental.

Estamos en otro mundo. No es de recibo extrapolar la China de los setenta a la Europa de los ochenta, a la España del clarear del siglo XXI; tiempo inmemorial separa aquel planeta de este otro, que late sin fronteras ni horarios en un portulano de mensajes cruzados, pantallas y vacío. Y sin embargo las frases de imposible entierro, los gestos, temores, poder y servidumbres encienden las alarmas, mantienen su apremio y su vigencia, sobrenadan a las capas de piel ajada y desaparecida, al cambio de los seres y de los años. Habría que recluirlos en el desván donde el anciano militar cuenta incansablemente su batalla, en el derruido territorio que almacena los andamios de las tres cuartas partes de una vida; sería prudente alejarles de la triste tribu de excombatientes del 68; deberían despacharse sin más para que dejen sitio y aire a la voraz construcción de un presente apremiado por su volátil caducidad. Es imposible. Mundo de Orwell, archipiélago de Orwell, quien te probó lo sabe, tu contacto, tu aspecto frente a frente, y, no menos estremecedor, el extenso muro de caras mudas que te salvaguardaron y velaron, que ofrecieron en ti una superficie propia para el trazado de las quimeras y los sueños, los turbios cálculos personales y las mudables formas del rencor. Hubo un largo tiempo de muros, y cada rostro silencioso fue un solidario bloque de las altas paredes encaladas. Aventados sistemas y fronteras, no por ello desaparecieron de la existencia. Sus remolinos giran, poseen grandes y estables feudos, se enredan en las zonas de sombra descuidadas por la precaria lucidez de cada día, medran en reductos desprotegidos a los que su poca rentabilidad concede escasa atención.

Estábamos en otro mundo-y entonces la conciencia se arrellana en los confortables límites de un puesto seguro, sonríe displicente ante las obsesiones caducas y se compadece de un bagaje vital tan pobre que sólo le cabe agitar espantos del pasado- , las cosas ya no son, nunca podrán ser así, la televisión lo muestra todos los días, como ofrecería imágenes-todo llegará- del pasado remoto en el que los cruzados medían lanzas o que primates diminutos disimulaban su existencia tras las hojas. De aquel 1973-74 llega una presencia que no es única, cuya característica reside, justamente, en la reiteración infinita, a través de personas similares, de una muy reducida gama de consignas, de media docena de tópicos desligados de las nociones de objetividad y de verdad, con los que se pretende representar el vasto universo e incluso las dimensiones históricas de pasado, presente y futuro. Estudiantes y profesores chinos de lengua española memorizan, redactan, repiten. El conocimiento discurre por esos canales y queda absorbido como pintura fresca por una mente adiestrada en su propia anulación. La profesora extranjera observa. Todavía ella misma carece de instrumentos de juicio, de una terminología que abarque la inmensidad del fenómeno que presencia. Pero observa, y esa observación -bienaventuradamente exenta de escrúpulos pluriculturales- va alimentándose en el fondo del aislamiento y la distancia con el calor de la indignación.

Nada puede salir de China y muy poco entrar en ella. Los manuales modestísimos, de fabricación propia, de que se valen en los centros de enseñanza, son, como cualquier escrito no oficial, material secreto cuya divulgación entraría en el espionaje. La última catástrofe, la Gran Revolución Cultural Proletaria, comienza tímidamente a remitir. Hay un hábito de cataclismo, de inundación como las de los grandes ríos, cuya avalancha arrastra y anega para retirarse luego a tomar fuerzas. Ocurrió anteriormente con las Cien Flores, y con el Gran Salto Adelante. ¿Pueden imaginarse apelativos más conformes a la distorsión completa de la realidad que éstos, que se refieren a la destrucción cultural absoluta, la purga generalizada de intelectuales y el hundimiento de la economía respectivamente?.

El material de enseñanza es secreto, pero será sacado del país y, pobre compensación para los sinsabores de la espía, empleado en su tesis doctoral sobre el lenguaje totalitario. Curiosamente, en aquel fajo de textos elaborados y utilizados por los profesores chinos de español para sus clases el tiempo ha tenido extraños efectos: Cubiertos de polvo y encanecidos, sin embargo han revelado su persistencia de espejos, se han empecinado en pervivir, fragmentados entre los comportamientos y las formas de las regiones libres, han conservado la voz de una increíble y vasta historia que se diría haber sido gritada en frecuencias inaudibles para el resto de la familia humana, una historia de gran silencio e incomparable servidumbre repetida luego en escenarios menores y preservada hasta hoy, y hasta todos los mañanas, en las formas variables de la sumisión.

Vamos de una revolución a otra. La Gran Cultural erradicó cualquier cultura excepto consignas que caben en un puñado de libros. Lo hizo, especialmente en 1966-69 de una forma física, pero sobre todo desplegó una inmensa capacidad de sometimiento, hizo permeables hasta los últimos estratos de la conciencia y los configuró con su marchamo. En este 73-74 la prensa occidental habla alegremente de la segunda Revolución Cultural y la china se limita a afirmar que el gran experimento continúa; se ha enviado durante años a estudiantes, oficinistas, intelectuales, profesores, a trabajar en el campo y ahora se continúa su reciclaje. Incluso, con todas las prevenciones profilácticas que la pureza ideológica requiere, se comienza a contratar extranjeros en número particularmente insignificante respecto a la vastedad del país. El otoño va a transcurrir para la nueva profesora de español en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Xian[1], la antigua capital, mil kilómetros hacia el interior; el invierno en un centro de Pekín para funcionarios con destinos en el extranjero, y, antes de la primavera, un nuevo cambio la envía al Instituto de Lenguas Extranjeras Número 2, de la capital, donde terminará el curso no sin visitar, en días libres, otras ciudades.

La pureza totalitaria de esta época es tal que la sitúa más allá de descubrimientos y reflexiones. Tiene la perfección de la porcelana, el brillo y la textura lisa y homogénea de un rostro horneado a la escala inconcebible de los planetas. Cualquier fragmento de su masa igual refleja la composición del resto y todos giran en un lento caleidoscopio que repite las formas de patrones perfectos. Cualquier sector es representativo, cualquiera es válido, el régimen de vida de los alumnos, el de los docentes, el material de enseñanza, la metodología didáctica, los textos, sus temas, estructuración y vocabulario. La unicidad seduce, el monoteísmo quizás embriaga, y es probable que se olvide que hubo, no hace tanto tiempo, otras cosas, otras lecturas, arte, otros caminos hacia la alegría de vivir. En Occidente circulan tan sólo pequeñas copias de la pulida superficie que recubre, opaca e inmaculada, gran parte del mapa de Asia. Hay, en los crisoles de Europa y América, los mismos ingredientes y piezas, pero dispersas en la multiplicidad de opciones. Las visitas, visitas oficiales, a la República Popular China navegan como las figuras pegadas sobre el espejo de un costurero. De vuelta al Oeste, difunden el reflejo que de sí mismos y de un armonioso recinto alcanzaron a ver. En alguna parte, al final de los mapas, como en los antiguos trazados medievales, existe un lugar en el que se ha fundado, esta vez sí, un sistema extraordinario. Nadie parece traspasar la frontera de porcelana, horadar su superficie ya consolidada por dos décadas de un régimen instaurado sub specie aeternitatis.

Es una sensación útil. La unicidad vende. Ella proporcionará, tanto hacia el este como al oeste, formas de vida, de impensable exquisitez por cuanto más raras, a los que manejan la aplicación de las normas, los enriquecerá con justificaciones de una simpleza inapelable, y borrará tenazmente los rasgos que constituyen la individualidad.

El tiempo ha agrietado la porcelana. Como era obvio, pero omitido, bajo ella se aprietan capas de diverso material, masa de gentes dispar y granulosa que busca acomodo bajo la mudable superficie. Formas de actuar, de ser, gestos de una evasiva o de una mano, alguien que toma posesión, desplaza y ríe, silencio, órdenes, la indeseada compañía que borra y arrincona al yo solitario, simplicidad y seguridad de lo repetido y hecho, ausencia de pasado y un presente tan breve y tan mudable como la imagen que de él se proporciona. Con los mismos materiales, pero de tamaño diverso, no han cesado jamás de fabricarse, en puntos dispersos, sin aparente relación, las mismas maquetas, los mismos destinatarios de perjuicios y beneficios. Se salta a otro siglo, se llega a otro milenio con la vaga certidumbre de que los grandes, trágicos fenómenos apenas existieron o, más bien, pertenecen a la categoría imprevisible de las catástrofes naturales. Nunca habitó tanto el olvido como en las dimensiones apenas abarcables, en los grandes números a los que quedan reducidas las diferencias de los individuos.

Todo es abstracto, explicable, es casi Historia. Pero llega un estudiante repitiendo una frase, entra en la memoria y ya no sale nunca de ella.

 

Imperio y periferia

Si los estudiantes de español del instituto de Xian se hubieran encontrado viviendo veintitrés siglos antes quizás, salvando las diferencias de paisaje urbano y vestuario, no se hubiesen sentido demasiado desplazados. Como durante la Revolución Cultural, un gran emperador, Shih Huang-ti, de la dinastía Chin (de donde procede China, con la -a del sánscrito, que significa tierra), se impuso a principados y ducados, controló impuestos, unificó leyes, pesos y medidas. También el pensamiento, y, para asegurarse su monopolio, hizo quemar todos los libros, excepto la biblioteca imperial, y ordenó enterrar vivos a los letrados tras amputarles pies y manos. Mao Tse-tung lanzó una campaña de glorificación de este dictador eficaz, que hizo construir la Gran Muralla, sometió a vasallaje a países limítrofes y quiso alzar, metafórica y físicamente, una impronta de gigante en terreno raso. Mao vio en él desde su juventud un alter ego histórico al que emuló y superó en el coste humano de los millones de habitantes con los que construyó y destruyó durante sus experimentos de ingeniería social.

No lejos de Xian la tierra se eleva en suaves colinas cuya regularidad homogénea delata lo artificial de su origen. Pero en 1973 son un secreto, un misterio oficial de iniciados cuyas primicias el visitante sin categoría sólo puede degustar en la breve visita a la tumba de una princesa menor. Estudiantes y agricultores, pequeños, grandes y diminutos miembros del universal sistema de funcionarios, obran como si sólo el reducido número de monumentos listados oficialmente existiera, a ninguno escapa la evidencia del ondulado horizonte, de los ocasionales comentarios sobre un objeto que aflora inadvertidamente a la luz, una entrada subterránea hallada mientras se cultivaban los campos y, según las órdenes, vuelta a cegar. No es momento de que existan. Pese a su grandeza, pasarán décadas hasta que el Gobierno, con su palabra, conceda carta de realidad a las ocultas ciudades funerarias del otro Gran Emperador. Estudiantes y profesores chinos han alcanzado esa etapa de adiestramiento en la que no se percibe sino lo que se ha indicado previamente. Tumbas Chin, exacta parábola de la verdad medida y dosificada por el Estado, Estado enterrado dentro del Estado, formas sobre y junto a las que deambulan, omitiéndolas, los súbditos de veintitrés siglos después. Quizás aquí los ladrones de enterramientos reales prosperaron escasamente por temor o por desorientación ante un paisaje que el hábito agrícola ha moldeado incesantemente en su capa de fértil barro. Shih Huang-ti quería la vida eterna. Unas de las colinas, colocadas como tazones en el noroeste de Shanxí, encierra la grande e inexpugnable ciudad de los muertos, la persistencia en forma de constelaciones doradas, lechos de jade y ríos de mercurio, la seguridad garantizada por un numeroso ejército de arcilla. El emperador reposa entre sus seis mil soldados, infantes y jinetes, a los que capitanea desde el minucioso palacio al que descendió el 210 a.C. para ceder a regañadientes a la muerte un cuerpo ahíto de bebidas que prometían la inmortalidad. En 1973 d. C. nadie habla de la previsible desaparición de Mao, quien, tras impregnar todos los espacios del presente y del recuerdo nacionales, vivirá, mientras por directiva no se comunique lo contrario, tras los muros de la Ciudad Prohibida. Los estudiantes manejan la Historia con parquedad y reticencia, de ella retienen y citan el puñado de hechos que reflejan, en distantes y distorsionados espejos, el ángulo propio a la verdad oficial. Es muy probable que aparentaran sorprenderse si se les dijera que, tras el reinado de Shih Huang-ti, cuajaron rebeliones contra las levas para ejército y obras públicas, que la clase ilustrada no se acomodó a la desaparición de los libros y el control de opiniones, que el poder se deslizó hasta las manos del eunuco favorito y la dinastía cayó y fue reemplazada, tras luchas, por los Han y, posteriormente, por el inigualado esplendor T’ang, del siglo VII al X.

Más allá del lujo bárbaro, los megalitos y las piedras preciosas, hay un superior disfrute del poder: el pasado como materia dúctil, la docilidad de una memoria común y dirigida, la selección de figuras en las que se proyecta y consolida el mito, la imaginería destinada a ocupar altares en la nueva religión oficial. Mao no eligió al fundador de los Han, cuya dinastía se mantuvo cuatro siglos y dio nombre a la mayor parte de la población de China. Pudo, sin embargo, haberse identificado con él, puesto que Liu Bang se hizo con el trono en el 206 a. C. tras ascender por la espada y por la astucia desde sus modestos orígenes. Es posible que no pluguiese al Presidente la liberalización de economía y comercio y el sincretismo filosófico y religioso del emperador han, quizás aquellas gentes le parecieron excesivamente propensas al hallazgo y goce de bienes terrenales: la brújula, el papel, la porcelana vidriada, el cultivo del té, la fabricación del vino. Ni siquiera escogió al emperador Wu-ti, que marcó desde el siglo II a. C. las más amplias fronteras del imperio, reivindicadas los dos milenios siguientes. Demasiado movimiento, demasiadas caravanas que recorrían la Ruta de la Seda, comerciaban y comunicaban con Occidente, demasiado llamativa la floración de las letras y las artes. Mao eligió a Huang-ti, e incluso pasó por alto en las crónicas las concesiones imperiales a la propiedad privada.

El estudiante de Xian memoriza, como hicieron durante veintidós siglos los aspirantes al servicio estatal en la más larga e ininterrumpida burocracia que se conoce. Está doblemente indefenso, ante los suyos y el peso de una continuidad que se supone determinante y frente a los ajenos, el juicio de Occidente, que le hace sin remisión reo de la tradición y el hábito. La palabra, en él, es instrumento antagónico de la libertad. Como sus profesores y como todas y cada una de las personas con las que se encuentra (excepto los contadísimos extranjeros, seres de nueva y exótica especie zoológica), vive en un mundo que es por definición El Centro, tal que el nombre de su país, Chung Kuo (China), indica, se mueve en un territorio cerrado por su misma extensión, sellado al este por el ancho y solitario océano y al oeste y al norte por las más altas montañas y por un páramo inacabable de desiertos y estepas. El orgullo patrio es, en las enseñanzas recibidas, indispensable, pero tal vez los manuales de historia, fajos de folios de redacción casera pasados por decenas de cribas ansiosas de eliminar toda heterodoxia, omiten que esa ciudad de Xian fue, con el nombre de Ch’ang An, Larga Paz, seis veces mayor en los años dorados de la dinastía T’ang, que la habitaron, a más de población local que hizo de ella la capital más populosa de su tiempo, diez mil extranjeros. Persas, indostánicos, árabes, cristianos, mazdeístas, judíos, nestorianos, pasaron, compraron, vendieron y fundaron más de dos mil establecimientos comerciales. También predicaron, se convirtieron, vieron llegar desde la India los primeros libros búdicos en las alforjas del monje Hsüang Tsang, que tradujo pacientemente del sánscrito al chino los diecinueve tomos, uno por año. Eran tiempos de viajes, esos momentos que, como en la vida personal, marcan una inflexión, una orientación decisiva respecto al futuro. El camino fue cegado siglos más tarde y la involución y la autarquía marcaron al país. Durante esos treinta años del 629 al 659 d.C. Hsüang Tsang recorrió la India recopilando el Tripitaka, conjunto de enseñanzas de Buda, atravesó helados puertos de montaña, el río Tarim, los desiertos del Turquestán, de Afganistán y del Gobi, y entró para siempre en la leyenda en la mítica historia Peregrinaje a Occidente, fértil cantera hasta hoy para literatura, música y arte. Acosaron al monje hermosas brujas y le defendieron compañeros maravillosos: Chu Pa-che, el hombre con cabeza de cerdo, Se Hi-siang, el fiel y devoto asistente, y el Rey de los Monos, el más popular y simpático miembro de la imaginería tradicional, valiente, astuto, capaz de setenta y dos transformaciones y dotado de un garrote mágico que permitió al grupo desafiar al Rey de los Cielos, el Emperador del Jade, en su mismo reino. Mientras tales cosas ocurrían en el país aéreo de los mitos, las rutas terrestres estaban muy frecuentadas, y no sólo por gentes con ansias de comercio. La dinastía T’ang quería abrir su país, y para ello buscó alianzas con poblaciones limítrofes, como la tribu turca de los uigures, envió embajadas, recibió vasallaje de los príncipes hindúes. La religión y la filosofía generaban escuelas de pensamiento imbuidas de poesía y sincretismo, la literatura tenía ya ese perfume de melancolía que sólo aparece en la madurez de las civilizaciones, un sorprendente tono de añoranza de edades de oro que nunca fueron, un gusto por los placeres tocado por el sentimiento de la fugacidad de las cosas. Por entonces, en islas vecinas que se habían afanado en copiar el esplendor T’ang, una dama de la corte heian, Murasaki Shikibu, tejía la primera novela de Japón y del mundo, Genji Monogatari. Pocos siglos antes, en China, una mujer muy distinta había logrado ocupar, en solitario, el trono imperial. La imagen de la emperatriz Wu Tzu-tien nos llega aureolada de su extraña y poderosa personalidad: concubina de escaso rango, implacable, eliminadora de cualquiera, consanguíneo o no, que pudiera hacerle sombra, bella, extremadamente inteligente. El transcurso del tiempo ha otorgado a seres y sucesos la apacible disposición de los retratos, la homogeneidad engañosa de la seda, los ha reducido a un esqueleto de obras de arte en materias duras y les ha dado una apariencia de permanencia inevitable destinada a la reiteración. Pero el reverso del tapiz de concubinas, favoritos, asesinatos, emperadores niños, generales y alianzas es un hervor de tierras dadas y confiscadas, fueros, exenciones y tributos, la tensión medieval entre el emperador que intenta apoyarse en el pueblo para afianzar el Estado y las apetencias y privilegios de la nobleza levantisca. En el ocaso de los Han del oeste, el regente Wang Mang pagó con su vida transformaciones audaces: distribución de tierras, abolición de la esclavitud, limitaciones a la servidumbre. El resultado fue una revuelta generalizada de los Cejas Rojas, campesinos del norte que se aliaron con las grandes familias, tomaron Ch’ang An y asesinaron a Wang el 23 d.C.. El olvido sabiamente administrado por los dirigentes velará, como la cara oculta de la luna, media historia de China, cubrirá a viajeros y amantes, a filósofos solitarios y a buenos vividores dados a la poesía y al vino de arroz. De todas estas figuras del pasado, de los años y milenio de complejos movimientos, luchas, hallazgos, obras públicas, guerras, cosechas y reformas, apenas se retendrá en el siglo XX, para alimento de la memoria colectiva, la idea de un gobernante unificador y absoluto, las rebeliones campesinas, y poco más.

También el arte debió bajar a las catacumbas. El de los Han había revelado vasijas de una impecable pureza y la larga maestría de los metales con la que, desde hacía mil años, los Shang ya habían honrado a sus muertos y venerado a los dragones de la vida y del agua. La seda no tardó en cubrir muros con paisajes y retratos que tenían la perfecta calma y la vaporosa inconsistencia de lo ideal. Como en la Victoria de Samotracia, la libertad vino a plasmarse en un caballo volador de bronce cuyo casco se apoya en una sorprendida golondrina. El estudiante de Xian no pregunta por estos objetos, supervivientes de cuadros rasgados y jarrones estrellados contra el suelo; la visita a las salas que los acogen no figura en su programa. De hecho, durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, fue de buen tono arrasar museos y templos y marcar, al destruirlos, el amor por el mundo raso y nuevo que el Gobierno prometía. Sin embargo hace falta mucha cal para tantos cadáveres; la profesora occidental es conducida, como gran deferencia, ante las vitrinas esquilmadas de un museo provincial que vuelve a abrir tímida, y raramente, sus puertas. Frente a las vitrinas, viejas y mal iluminadas, que encierran un tesoro, los acompañantes chinos nada dicen. Se detienen y se limitan a escuchar las alabanzas de la extranjera. No niegan ni asienten porque hasta ayer esos objetos eran iconos reprobables del pasado, competidores vencidos del orden nuevo. Pero en los ojos de los de más edad chispea, junto al orgullo nacional, la satisfacción vicaria del reconocimiento de la evidencia, recibida a través de un visitante occidental a quien sí se le permite expresarla. En las salas del museo provincial el mundo supuesto gira con lentitud para descubrir la faz oscura de un pasado que hirvió de posibilidades, allí continúa volando, desde los Han hasta ese instante, sin pausa alguna, el caballo de bronce.

A la blancura de la porcelana T’ang se sumó el verde del celadón, sus matices marinos como las aguas que se surcaban desde los Han con la impaciencia de otras orillas. Debido al impulso de la dinastía Song y a la utilización de la brújula, el compás y los compartimentos estancos, Kwanchow, Chuanchow, Yangchow eran ya en el s. X d. C. grandes centros de comercio y tráfico entre la costa, y las cercanas islas, y Ningpo, Hangchow, Kanpu y Shanghai puertos importantes. Atraídos por esta riqueza, comenzaban a avanzar, desde las mesetas del norte, hordas que invadirían, se asentarían y acabarían fundando la dinastía Yuan. Cuando en el siglo XIII Marco Polo llega ante el trono del emperador chino, que le recibe en su esplendorosa corte de Cambaluc, hoy Pekín, éste no tiene nada de han; es un mongol nieto de Gengis Khan, ilustrado, adaptado a su reino y budista. Ni Kublai ni los suyos cuadran en la imagen de la China eterna y la masa han invariable y profunda. Por entonces se  plantea la necesidad de una marina poderosa. Kublai Khan envió en 1281 una gran flota para invadir el Japón y ésta corrió suerte parecida a la Invencible. Los japoneses se hicieron desde entonces los amos del mar y sus naves caían con frecuencia sobre las costas chinas, particularmente en la provincia de Shantung. En el siglo XIV, durante el reinado de los primeros Ming, cuyos descendientes ocuparán el trono hasta 1644, el emperador turco-mongol Tamerlán presiona por el oeste las fronteras del Imperio del Centro y corta durante largos años las rutas comerciales con la India y Asia occidental. El país se vio obligado a buscar salidas por mar a sus exportaciones e importaciones y a sus proyectos de expansión política. China vendía o revendía seda, porcelana, algodón, oro, plata, cobre, hierro, pimienta, nuez moscada, y adquiría marfil, cuerno de rinoceronte, hierbas medicinales, plumas de pavo real, animales tropicales,, especias, perlas, piedras preciosas, paños teñidos. En el siglo XIV, unos cincuenta años antes de la explosión de los descubrimientos occidentales, el emperador Yung Lo, de la dinastía Ming, envió a su eunuco Cheng Ho al mando de una flota con el fin de afianzar lazos diplomáticos, comerciales y de prestigio con Borneo, Sumatra, la India. Durante treinta años, en los que realizó siete viajes, el eunuco imperial fondeó en Java, Sumatra, Malaca, Calicut (que luego visitaría Vasco de Gama), Ceilán, Cochín, Siam, las islas Maldivas, el golfo Pérsico, Ormuz, Adén, Mogadiscio, la costa de África oriental.

Era un mundo flotante de más de veintisiete mil personas: soldados, marinos, escribas, geománticos, físicos, e incluso pasaje como peregrinos musulmanes camino de la Meca. Los historiadores narran que en el cuarto viaje zarparon sesenta y tres navíos, cada uno con cerca de cuatrocientas treinta personas a bordo. Cheng Ho y Ma Huan describieron con detalle su asombro al hallar chinos cantoneses establecidos en Java, Sumatra y Champa que habían emigrado del continente durante la dinastía T’ang. Ambos se admiraron ante las culturas con las que iban poniéndose en contacto y Ma Huan visitó la tumba de Mahoma, en Medina, y quedó impresionado por la mezquita de la Kaaba, en la Meca.

Hasta esta precisa encrucijada, no ya geográfica sino histórica, China y sus gentes se sitúan en campo propicio al contacto exterior, a la edad moderna y al futuro. Aún no se ha impuesto el general control de conductas y formas. La escultura, unas veces expresionista, otras de un naturalismo de la mejor calidad, refinada en ocasiones, la pintura exquisita, todo en el arte Han, Wei, T’ang, hasta los Song y Yuan, habla de genio, apertura, creatividad. Pero, con el giro, durante los Ming, hacia una política de autarquía burocrática, el arte se hace amanerado, barroco, reflejo de un ambiente xenófobo, aislante, que prohibe los viajes, se cuece lentamente en su propio jugo y teme al cambio y a lo extranjero. De hecho, la expedición del eunuco real fue, pese a su volumen, bastante menos significativa que la floreciente actividad anterior de intercambio y comercio que marcó la época de los Song. Las navegaciones de Cheng Ho tienen mucho de apoteosis final, de fastuosa embajada destinada, más que a efectos prácticos, a mostrar el poder de la dinastía Ming, que, desde el siglo XIV, cerrará las ventanas del país. La dinastía manchú de los Ching (1644-1911) perpetuará celosamente el asfixiante sistema recibido. La China con la que tomará contacto Europa y la imagen que se difundirá del Imperio del Medio será la de un hermético y compartimentado país, y esas chinerías, que para los occidentales representan por antonomasia su arte, muy pocos sospecharán que no son sino la monótona producción, que suple con detallismo y minuciosidad la falta de belleza, nervio y genio, de un bizantinismo de siglos: abrumadores jarrones en los ricos salones burgueses, leones pasados por una permanente feroz, retorcimiento, curvas, decadencia. Pero China fue, pudo y tal vez pueda aún ser otra cosa; en ella supo manifestarse el genio auténtico de las formas puras, de la creatividad en su esplendor, del espíritu de la libertad plasmado en el vuelo de un caballo de bronce.

El contacto con el mundo exterior que representan las navegaciones no tiene continuación. Tras Cheng Ho, las expediciones marítimas son prohibidas; la corte las tacha de inútiles y dispendiosas y se llega hasta el extremo de penar como delito capital el hecho de construir naves transoceánicas. En realidad, es el espíritu de apertura allende fronteras lo que es anatematizado, y así se ordena la quema de diarios y crónicas de navegación de estos viajes. Despojados los archivos, no quedarán de aquella aventura sino las descripciones y relatos de los participantes, que pasarán a la literatura popular china con el nombre de Las aventuras del eunuco San Pao, y que perduran en los topónimos de los lugares por él visitados.

La primera regla del pensamiento absoluto es el desdén por lo externo. Cuando los estudiantes chinos de finales del siglo XX aprenden características de otros países aprenden poco, en realidad apenas nada porque esas naciones no son sino lejanos ejemplos de un proceso que China lidera. La curiosidad gratuita, no digamos la admiración por lo foráneo, serían francamente mal vistas y peor recompensadas. Diariamente responden sumisos al espejo de la madrastra de Blancanieves que nada puede compararse a la tierra que pisan, a los gobernantes que les dirigen y al régimen bajo el que han tenido la suerte de nacer; y lo repiten en el fondo de su corazón. La geografía de la que se valen reproduce un mundo de perfiles fantasmagóricos, hinchado o exhausto según la adhesión a la causa, pintado de vivos colores o reducido a la grisura en función de la proximidad a metas designadas.

Apreciamos lo adecuado de vuestra disposición y la justa pleitesía que rendís al emperador a cuyo poder se someten los demás reinos. Volved y decid a vuestro rey que nuestro glorioso imperio no necesita de vuestros presentes porque China posee en abundancia todo lo que puede ambicionarse. Nada deseamos ni precisamos de cuanto hay más allá, ni consideramos que, en lejanas tierras, puedan existir objetos dignos de nuestra curiosidad e interés. El príncipe que os envía ha obrado como le corresponde al mostrar sumisión y vasallaje al Hijo del Cielo. Decidle que esperamos que, en el futuro, no descuide el cumplimiento de sus obligaciones y persista en su respetuosa actitud.

Así habló el emperador de China a los primeros embajadores de monarcas europeos, que llegaron hasta él con regalos al comienzo de la era vertiginosa de la modernidad y los descubrimientos. En proceso inverso al del eunuco Chen Ho, al oeste del Imperio del Medio hombres audaces surcaban océanos, circunnavegaban el planeta, emprendían aventuras solitarias con un puñado de compañeros, quemaban barcos para acorralar a los suyos hacia lo desconocido, se extasiaban ante los misterios, uno tras otro desvelado, de animales, plantas, ríos, aire, imprimían por cientos los dibujos de máquinas y de costas remotas, exhumaban belleza de las ruinas clásicas y dialogaban febrilmente de una esquina a otra de Europa. Ciertas opciones se habían, por uno y otro lado, consumado y producían sus efectos con el seguro ritmo de la suma de voluntades, la inercia del rechazo y la aceleración inevitable. Dos relojes habían comenzado marchas opuestas en los extremos de la antigua Ruta de la Seda, abandonada y cubierta, desde hacía tiempo, de fina arena y restos de caravanas y viajeros.

El país hubiera podido continuar siendo un mundo, en la mente de sus dirigentes, y, al mismo tiempo, una parte en el vasto conjunto de posibilidades que la evolución ofrece; sus monarcas participaban de la autocracia y el autoritarismo propios de todos los reinos y feudos medievales. Algo fue sin embargo más allá, en dirección netamente contraria a la inquietud europea. Los sinólogos hablan de un cosmopolitismo quemado, con derroteros y mapas, en los umbrales de la Edad Moderna, ponen en la época Ming el primer jalón del proceso de impregnación totalitaria del sistema y recuperan las voces de amplias minorías discordantes con la imagen compacta que el país a los extranjeros ofrece. Éstos lo conocerán en una época bizantina y tardía y retendrán de aquella nación lejana un sentimiento de esclavitud, exquisitez y podredumbre.

La percepción de su diáspora no les salva del aislamiento. Son clanes, compactos clanes de comerciantes, camareros, cocineros y dueños de restaurantes, que trabajan intensamente, se enriquecen con rapidez y se atraen tarde o temprano, como toda minoría emprendedora y próspera, la envidia de la población local. Los hombres son también exportados a ultramar en lotes de pura fuerza de trabajo. En un caso y otro las triadas, mafias, sociedades secretas, añaden hermetismo a las sucesivas capas de material aislante, cultura y lengua incluidas, en las que se recluyen estos grupos, que generan el tradicionalismo defensivo propio de toda minoría inmigrada. Llegados al siglo XX y en un contexto planetario, las naciones subdesarrolladas, de las que China formaba en el XIX agudamente parte y de las que sólo ha empezado a despegarse en las postrimerías del milenio, muestran en escala diversa el mismo, y nocivo, reflejo de crispación xenófoba frente a las exigencias de la modernización, anhelada e incompatible con hábitos medievales e intocables fundamentalismos. El gobierno maoísta chino colocó a sus súbditos frente a la contradicción entre la existencia de naciones de superior desarrollo, el cual se precisaba, y la indiscutible superioridad nacional de lo que nunca dejó de ser el Imperio del Centro, y la resolvió con percepciones y consignas sin relación alguna con la realidad, cuya captación y naturaleza misma se supeditaban a la correcta versión oficial. Bajo condiciones de presión extrema, es posible lograr en ingentes cantidades de población local las reacciones defensivas propias de las diásporas y el desvanecimiento selectivo de lo que representa, en el mundo externo, contradicciones flagrantes con la visión estatal.

Profesores y estudiantes de la China de 1974 habitan un enorme país y se mueven en el más pequeño de los universos. Su vida transcurre en un cañamazo bien determinado, la unidad de trabajo, en la que han sido colocados por la cascada de dirigentes, cascada cuyo camino inverso es tan difícil de remontar como el Niágara. Fuera del rectángulo no hay salvación porque se existe en función de tareas y lugares asignados. Ni siquiera se trata de eficacia. A las clases de la profesora extranjera traída tras arduas gestiones y de la que conviene exprimir hasta la última gota, acude una alumna que emplea en sueño beatífico el tiempo íntegro de su asistencia y que, cuando despierta o antes de cerrar los ojos, sólo marca la comunicación con el mundo exterior a base de sonrisas perdidas en su grueso rostro. Los profesores alaban su buena voluntad y no mencionan el mérito, transparente, que le otorga, contra toda lógica, una silla en el aula: Está allí en virtud de superiores apoyos, y en los argumentos que la avalan, pese a su incapacidad evidente para, no ya los estudios de intérprete, sino cualquier afán intelectual, figura una correcta extracción sociopolítica a la que el credo oficial, mezcla de nepotismo y determinación mesiánica, prima sobre la constatación  de la evidencia.

Lo que importa es la forma, el diario sacrificio a la exactitud burocrática que lima cualquier rasgo individual y suprime de raíz indeseables diferencias que implicarían desiguales capacidades y méritos; hay que estar el mismo espacio de tiempo haciendo cosas semejantes en los mismos sitios, someterse, adaptarse, hallarse situado en todo momento en un lugar adecuado y localizable. Por ello la soledad se ha reducido al mínimo y a la unidad de trabajo, o estudio, no le es ajeno detalle alguno de las vidas de sus componentes. Los responsables del grupo actúan como casamenteros cuando un empleado llega a la edad -tardía- aconsejable para el matrimonio, a ellos incumben los raros permisos, los escasos días de vacaciones anuales, las autorizaciones de desplazamiento tras comprobar las causas que lo motivan. Veinte años después, una de las profesoras chinas de español dirá, sin rebelión e incluso con tal mansedumbre que la frase brota incongruente de la apacible sonrisa con la que la pronuncia: A mi generación nos sacrificaron. Robaron nuestra juventud. Dieciséis, veinte, treinta años, joven, menos joven, maduro, casado con un cónyuge al que sólo se ve, con suerte, dos semanas al año, tal vez hijos, uno, que queda, a mil kilómetros de distancia, al cuidado de los abuelos, importancia suprema de las órdenes, del puesto designado y de la obediencia, seres intercambiables, porque todos los son según el atroz ideal que rellena con igualdad forzosa mil millones de vasijas.

Vuelve a la memoria, una y otra vez, lo que para el resto será siempre olvido, porque hay víctimas, que por numerosas que sean, no gozarán de monumento alguno. Acude la figura mínima de Shu, agobiada por el jadeo de su corazón enfermo, separada, por el puesto de trabajo, desde hacía ya diez años, de su marido, privada de un bebé al que veía sólo en Año Nuevo. También acuden las virginidades forzosas, prolongadas hasta el matrimonio bien entrada la treintena y seguidas de una castidad de once meses de cada doce. Persisten sobre todo los ritos que afianzaban la cuadrícula e imprimirían carácter. Ayudados por el reiterado y sabio uso de algo llamado educación, de las palabras.

El estudiante que repite y el profesor que, en otro tono, repite exactamente lo mismo, no limitan sólo con grandes distancias. De Occidente les separan guarismos, datos globales, previsiones y estadísticas. Éstos forman una barrera infranqueable entre ellos y la atención que los occidentales pudieran otorgarles. Shu, los otros, sus perecederas existencias, están vendidos por la ley de los grandes números, por el tratamiento en cifras que se hace de su país. No son individuos. Son un colectivo inquietante y monstruoso que pesa, por su volumen, en los gráficos de población mundial. Cualquier sistema es bueno si garantiza el control, el silencio y la moderada curva demográfica de China. Los seres concretos carecen de existencia, su significado es intercambiable y sustituible. De todo análisis, incluso de toda compasión, les separa, además de la lejanía, el sentimiento de fatalidad con el que se observa la evolución de un animal desmesurado para cuyo tratamiento no sirven las medidas y consideraciones habituales. El sistema comunista chino gozó-y de hecho, con sus expectativas de mercado, goza-del privilegio de lo inevitable. Sólo puede quizás ponerse otro ejemplo de parecido silencio occidental, aquél del que disfrutan la segregación y la barbarie cotidianas ejercidas en el mundo islámico y blindadas por el temor a venganzas fanáticas y el respeto a los petrodólares. Protegidos por el peso irremediable de los hechos, los dirigentes chinos experimentan, comprueban, aniquilan y planifican desde 1949. Nada hay que no pueda ser avalado por la estadística, ratificado por una interpretación enfocada en el adecuado ángulo, justificado por un futuro de grandes catástrofes evitadas y lejanos pero definitivos logros. Y pocas sensaciones proporcionan la embriaguez y la fuerza que experimenta el que ve plegarse bajo su mano, hasta el horizonte, una cosecha futura de cabezas inclinadas al ritmo de su palabra.

El lugar que ha servido de punto de partida a estas reflexiones, no se presta, sin embargo, a transposiciones universales, grandes aventuras ideológicas y significativas teorías históricas. Todo transcurre en una pequeña comunidad de tintes rurales, ritmo apacible y ambiente familiar que vive su tranquila vida al son de programas acatados con aplicación. Es un gulag inatacable, suave y educativo, tan esquivo al tacto como la piel sedosa de un felino sin junturas. La escuela estatal de idiomas se asemeja a tantos otros millones de unidades de trabajo que recubren con su tapiz  la extensión de un país equivalente a Europa. Pero sólo aparentemente; la homogeneidad es engañosa, la presencia de extranjeros indica una previa y cautelosa selección. La sensación, sin embargo, del todo en cada una de las partes es tan fuerte, tan lograda, que los visitantes occidentales acudirán, observarán y se marcharán convencidos de que cada respuesta, explicación y sonrisa atañe al conjunto del territorio y a cada uno de sus habitantes, al fin y al cabo tan parecidos.

Como si no bastaran Historia, extensión y demografía, acude también la antigüedad del sistema educativo a añadir una argolla más a las razones de que se vale Occidente para separar a estas gentes del mundo de los hombres libres. Basta con recordar, desde un lejano pasado, el empecinamiento en la memoria, la repetición, la reverencia hacia el poder establecido y el rechazo de las innovaciones. Aparece Confucio, predicando, no aventuras espirituales, sino, muy al contrario, cadenas jerárquicas tan apegadas al terruño como las cosechas, que no alzan la cabeza sino para recibir el sol y la lluvia enviados por el emperador o el merecido castigo de los superiores. Vendrá luego Mencio, que recoge y difunde las enseñanzas todavía vivas en los descendientes del maestro. El pueblo hizo de estos filósofos escépticos dioses y oraciones de sus máximas, quemó incienso a sus figurillas y cubrió sus figuras de leyendas. Los reyes se apresuraron a petrificar el confucianismo como única doctrina ortodoxa que consagraba el principio de autoridad, la sumisión y la reverencia; en el 136 d. C. los Han fijaron por escrito los quince autores clásicos y una docena de años después ya funcionaba en China el más antiguo sistema de exámenes que se conoce. Los candidatos al funcionariado memorizaban durante años y reproducían en el largo encierro de las pruebas los textos de aprobación oficial.

El poder los ha utilizado como pedestal durante siglos, ha abominado de ellos luego, cuando no deseaba compartir el panteón con otros dioses. Pero, rotas sus estatuas, aparece el perfil reconocible del inquieto sabio que busca solución a los males. Vivieron ambos en esa edad confusa que la historia china ha bautizado líricamente como periodo de Primavera y Otoño y luego de los Estados Combatientes, del s. VIII al III a. de C., vagaron por territorios devastados por la guerra, entre señores feudales que dedicaban a asesinarse buena parte de sus energías. Eran filósofos sociales y, más que filósofos, recopiladores y preceptores. Defendían una paz que permitiera aflorar lo mejor de los seres humanos, no concebían bien alguno si los reyes no garantizaban al menos a la gente del común protección, subsistencia y orden, buscaban el príncipe ejemplar, el gobierno de los justos en los que se reflejaba la armonía del Cielo. Como en todas las épocas confusas, creyeron en la Edad de Oro, en libros antiguos que recogían perdida sabiduría. De hecho, se nutren de crónicas, anales y odas rituales que formaban ya parte de la tradición literaria. A mayor desengaño, más añoraron tiempos de dirigentes perfectos. Confucio, que ha quedado como el prototipo de aversión a la exploración y el cambio, fue un inquieto viajero que, de una corte a otra, buscó el gobernante ideal, desempeñó cargos públicos y no olvidó ni su juventud pobre ni el apego a las tradiciones de su lugar y a su familia. ¿Qué mejor sistema político que el paternalismo bondadoso de un rey equitable que se instruye en las enseñanzas adecuadas?. Ahora bien, si el monarca era despótico e injusto perdía la ayuda del Cielo y el respeto de sus vasallos, a los que les era lícito destronarlo. Así explicaban los filósofos los cambios, y de la fugacidad de poder y honores se valían para convencer a los soberanos de la importancia de su educación moral. Es el viejo sueño áulico del intelectual, de Aristóteles y Platón al que espera ser nombrado, tras el último cambio de Gobierno, consejero del ministro: descubrir las verdades al dueño de los actos, domeñar al caballo de la violencia estatal. No se trata sino del despotismo benéfico e ilustrado que ha sido, hasta fechas muy recientes, la mejor alternativa posible al crudo empleo de la fuerza. Con distintas dosis de conformidad y desengaño, ambos filósofos acabaron sus vidas reducidos a su círculo de discípulos, con escasa añoranza, en Confucio al menos, de cargos a los que ya no aspiraba porque había logrado, al decir de los antiguos, la alegría del áurea mediócritas en el disfrute de los modestos placeres de la vida; un hedonismo bastante ajeno a la rígida imagen consagrada por el retrato oficial. Nos hallamos ante un paraíso que consiste en estudiar y ser funcionario, ideal nada lejano al del moderno Estado de Bienestar.

De igual manera que los emperadores se sirvieron de Confucio y de Mencio para avalar con firmas lo que era una recopilación de normas conservadoras con halagadoras pretensiones de sabiduría ancestral, los dirigentes posteriores han recurrido al mismo método con semejantes fines, pero con el régimen establecido en 1949 se alcanzó el virtuosismo. Para bien y para mal los jóvenes, y adultos, del instituto de lenguas extranjeras carecen de la posibilidad de leer a los clásicos porque éstos fueron eliminados, sobre todo desde la irónicamente llamada Revolución Cultural, de la estanterías de librerías y bibliotecas para dejar sitio, en exclusiva, a la media docena de obras de autores marxistas-leninistas, con el Presidente en primer lugar. Cuando la pedagogía estatal lo juzga oportuno, se hace circular un fragmento literario anterior adulterado, privado de su contexto y comentado según las directivas. Confucio tuvo así derecho a un revival inesperado cuando el Buró Político decidió lanzar la campaña Pi Lin, Pi Kon (¡Criticad a Lin Piao, criticad a Confucio!). Una revolución palaciega fallida había obligado a huir al delfín de Mao Tse-tung, Lin Piao, y sobre su muerte y la de su hijo se montó una historia rocambolesca que llegó hasta cada unidad de trabajo, instituto incluido, en forma de inefables textos de crítica dirigida y predigerida basada en la identificación de Lin con Kon y del tándem con la esencia del reaccionarismo antirrevolucionario.

De tener acceso a su propia historia, los estudiantes hubieran quizás frecuentado a un contemporáneo de Confucio de especial, pero opuesta, peligrosidad; una figura simpática y misteriosa que amaba la soledad y la exploración de las rutas internas que van liberando el espíritu. Lao-tsé pudo incluso preceder, y guiar, a Buda y a los primeros filósofos. También pudo vivir en épocas posteriores y reunir en sus enseñanzas la sabiduría legendaria de otros sabios. Su carrera es inversa a la de los razonables funcionarios; abandonó su puesto de bibliotecario oficial de los Chou y marchó hacia el oeste. Una hermosa leyenda narra cómo dejó el manuscrito de su Tao Te Ching al jefe de la guarnición que vigilaba el puesto de la frontera y desapareció luego camino de Occidente, que verá .después en su obra profundas analogías con el neoplatonismo, el estoicismo y los gnósticos. Ni político ni maestro, Lao-tsé desdeña la acción y busca el Tao, la Vía que une al indivíduo a la armonía del universo, admite la natural propensión de la naturaleza a la dinámica bipolar de contrarios, observa, bajo la vertiginosa mudanza del tiempo y la multiplicidad de los seres, la reconfortante quietud del vacío y de la eternidad, aconseja la prudente economía de la cuota de energía vital que a cada persona corresponde durante su existencia y sigue ejerciendo un atractivo del que carecen estadistas y consejeros. Su figura, de filósofo y místico ha atraído a la literatura y al arte, que desborda de pinturas de eremitas aislados en sus cuevas y de poemas sobre la montaña brumosa y la variación inmutable de la corriente del río. Tuvo además un discípulo, Chuang-tsu, que glosó sus ideas con rara belleza literaria. Mucho se ha hablado en Europa de las coincidencias entre Lao-tsé y los griegos, pero éstas se sitúan en el pensamiento puro y la búsqueda del ente divino que cabe descubir en cada ser, en el recurrente mito de la Edad de Oro, esa añoranza de un estado superior perdido que deja a la persona tendida en el suelo degradado de una tierra impura, los ojos fijos en el alto y lejano reino del que quedan vagos recuerdos de perfección. Estas consideraciones encaminadas a la pasiva y personal meditación no abrieron la puerta al pensamiento especulativo y a la ciencia; Lao-tsé es un antiprometeo con las metas de los solitarios. Como Mencio y Confucio, tampoco él se libró de los altares, la devoción y el incienso, ni de la desaparición de sus libros en la segunda mitad del s. XX.

Ya en la remota antigüedad el medio formaba parte del mensaje. Además de hacer de los clásicos, especialmente confucianos, el corpus de los exámenes estatales, los Han los grabaron en piedra en el 175 d. C. El papel ya había aparecido hacía siete décadas, sin embargo para la primera impresión de los sabios oficiales habrá que esperar al Periodo de las Cinco Dinastías, en el año mil. Los escritos budistas, que habían llegado con Hsüang Tsang, el monje peregrino, tres siglos antes, tienen, como la Biblia, una función motora en las actividades de imprenta, pero ésta va a reflejar la general involución autárquica china y, paralelamente al terreno comercial y político, se reducirá a la exégesis y reiteración de los contenidos de un círculo cerrado. El jesuita Mateo Ricci, primer sinólogo europeo y figura extraordinaria por todos los conceptos, es un paréntesis de apertura, leve y orientada hacia las armas y la observación de los cuerpos celestes, de la dinastía Ming al comienzo del siglo diecisiete. El gran despertar llega en el diecinueve, con el primer periódico en chino en Shanghai, el ritmo acelerado de publicaciones y el establecimiento de escuelas modernas, de forma que la remota antigüedad y la alta edad media, tras cubrir dos mil años, llegan a las puertas del siglo veinte y chocan sin transición con el mundo nuevo, que dispone en 1906 la supresión del sistema tradicional de exámenes y publica, en unas décadas vertiginosas, traducciones de obras extranjeras, revistas, llamadas a la huelga de estudiantes y profesores, debates sobre, política, ciencia, democracia y revolución literaria, programas de sindicatos y partidos, y las novelas, cuentos y ensayos de Lu Sin, que, con su desesperanzada tristeza, avivan la llama de la indignación nacional.

Para los enseñantes y enseñados de la China de los setenta el pasado es territorio de la nada, el teatro de sombras de contados héroes que se alzan y esfuman sin continuidad ni matices, que crecen de la pasta amorfa llamada las amplias masas, un humus popular bien nitrogenado por la opresión y la pobreza, elementos indispensables para la adecuada conciencia de clase fuera de la cual no hay salvación. Nada echan de menos en las estanterías porque no deben echarlo. Bastan gramáticas, diccionarios y los contadísimos libros en lenguas extranjeras cuyas páginas deletrean sin comprender su significado.

Falta, sobre todo, la belleza. La simple belleza en la caprichosa música de su forma, la inutilidad gloriosa de lo hermoso que, por sí mismo, es libertad. Podrían estar obras que pertenecen a la sustancia de la lengua, que asistieron a su nacimiento, como El Libro de las Odas, antología de poemas de entre el siglo X y el VII a. C., o las sentidas e íntimas elegías de Qu Yuan y los versos de Tao Qian y de la poetisa Tzu-yeh. Deberían estar, para la monotonía de las tardes y los silencios de las noches largas, los tejidos de historias de bandoleros, brujas, ogros, fantasmas, magos, campesinos, doncellas maltratadas y valientes muchachos enamorados; en los anaqueles brillan los huecos de Historia de los Tres Reinos, A las orillas del agua, Los Estudiantes, y la grande y terrible novela costumbrista escrita por Tsao Hsueh-qin en tiempos de la dinastía Ching, El sueño de la Cámara Roja. Faltan los viejos compañeros de cuyas manos han recorrido los campos, las calles y los sueños cientos de generaciones: las colecciones de poemas Tang, los versos de leve e imborrable gracia, e involuntaria transcendencia, de Li Po, Wang Wei, Tu Fu. Ellos supieron del esplendor de la naturaleza y del placer de la amistad y el vino, sentaron a su vera a la poesía, la pintura y la música, y midieron los días por la bruma, el ocaso, la luna y el amanecer. Desconfiaban de mayores permanencias que la de las imágenes en el agua. Su reino no era, a veces, de este mundo; el taoísta Li Po se creía inmortal y afín a la sustancia áurea de las cosas. No distinguían en un cuadro la frontera entre la realidad y lo pintado y, en un universo que hubiera sido grato a Borges, hablaron de caminos que se adentran en las montañas que acompañan una caligrafía. Dice mucho de la capacidad de destrucción del Gobierno de la República Popular el que ni siquiera tolerase a tan desinteresados pensadores. Mientras, para buena parte de los intelectuales de Occidente fue fácil acomodarse a la caricatura de pensamiento que el sistema maoísta ofrecía. Bastaba con ver en la población de aquel lejano país, tan enorme y tan ajeno, un termitero hecho a la repetición y a la sumisión desde la aurora de su Historia, y de ésta se espumaba un confucianismo en todo acorde con la eterna trama mandarinal que parecía destinada a dirigir, con general aquiescencia, los destinos de China.

 

 

Lengua y pensamiento

 En la soledad de un despacho estilo soviético años cincuenta, la profesora europea hojea textos recientes cuyos caracteres son reconocibles en fotografías de trozos de hueso y caparazón de tortuga con conjuros que pudieron grabarse hace tres mil quinientos años. Mientras las civilizaciones iban y venían, destruían, creaban y, del dibujo inicial de los seres, pasaban a la rápida representación de los sonidos, dotándose así de una formidable y ágil herramienta intelectual, en China se dibujó el pictograma del agua, del campo y del fuego, y miles de otros, combinados pero no fonéticos, inalterables prácticamente hasta hoy. Hay un vértigo de continuidad en la percepción de tal universo, de un enrejado de nociones recortadas en perfiles precisos y superpuestas a las mentes de la población de un continente, a través de la Edad Antigua, Media, Moderna y Contemporánea.

Se trata de un espacio comunicativo compuesto de millares de átomos monosilábicos diferenciados semánticamente según el tono, combinados para generar nuevas palabras y encapsulados visualmente en caracteres de raíz iconográfica. Naturalmente en tal sistema el orden de los elementos de la frase es esencial para su correcta interpretación, el discurso sólo adquiere significado en su conjunto, y debe ayudarse de deícticos que actúan como clasificadores. Hay algo en ello de persistentemente geomántico, como si la leyenda de sus orígenes continuara manteniendo en maridaje los oráculos y la invención de la escritura, atribuidos ambos al sabio y mítico emperador Fu Hsi en fechas tan increíbles como el 2800 a. C. Él y su predecesor Sui Jen comienzan, al decir de Lao-Tsé, a gobernar el mundo, seguidos de Sheng Nung, que enseña a los hombres la agricultura, y de Huang Ti, que les muestra el arte de construir casas. No carece quizás de significado el hecho de que la escritura, el hallazgo de los ocho diagramas mágicos y el dominio de la visión del porvenir por medio de caracteres grabados en concha y hueso, preceda al descubrimiento de las artes esenciales para la vida. Como en el logos bíblico y griego, la palabra está actuando como principio de diferenciación y orden, sin lo que no hay civilización ni historia posible.

El Imperio del Medio irradia influencia a cada rama del árbol lingüístico al que pertenece. Su tronco, el chino-tibetano, cubre buena parte de Asia, pero también coexiste con el uralo-altaico, que agrupa a mongoles, manchúes y uigures. La lengua china se fragmenta a su vez en numerosos dialectos, lo suficientemente diversos como para resultar ininteligibles entre sí. Pero el predominio político, la estabilidad agrícola del rico corazón de loess, las tierras, a veces catastrófica pero regularmente irrigadas, la fuerza de la civilización tempranamente desarrollada, han mostrado un poder de cohesión extraordinario. Recuerda a un Egipto circular al que grandes ríos hubieran sujetado y alimentado, a un Latín mantenido por encima de lenguas vulgares y adoptado por vecinos y vasallos. Si de imperios se trata, es algo mayor que los Estados Unidos, pero sus zonas no cultivables son mucho más amplias. Las diferencias entre las distintas regiones son tan grandes en el plano humano como en el climático y geográfico. En el norte, entre gentes que viven en tierras altas y secas de temperaturas extremas y fundan su alimentación en el trigo, encontramos dos importantes minorías: los mongoles y los turki (uigures), que son musulmanes. En el sur, infinitamente más poblado, agrupado junto al lecho de los ríos-el río Amarillo o Huang Ho, el Yangtsé kiang o río Azul, el Chou Kiang o río Perla, etc-y en la costa, cuya base nutritiva es el arroz, vive ese tipo de poblaciones con que los europeos ha tenido contacto y a las que han identificado con la generalidad de los chinos. En el sudeste habitan además varias minorías: coreana, chuang, miao, puyi, yi, más la tibetana al oeste, aunque en este último caso, el del Tíbet, hay que hablar de un país invadido desde 1949 y no de una minoría nacional. En el censo, que es impreciso, estos grupos podrían sumar unos cuarenta millones de personas. La gran masa de la población propiamente china, que se llama a sí misma han-ren y a veces tang-ren en recuerdo de las famosas dinastías, está empleando una escritura pictográfica homogénea pero las lenguas que habla equivalen a las nuestras románicas. Aproximadamente más de cincuenta millones de personas emplean el dialecto Wu, unos treinta el Xiang, quince el Kang, treinta el Hakka y cifras similares el Yue y el Min. Hay, por supuesto, que contar también con las divisiones y subdivisiones dialectales dentro de cada región. Una de estas lenguas, el mandarín o chino del norte, netamente mayoritaria frente a la suma de las demás, es la general, la empleada y difundida progresivamente por los gobernantes con la voluntad de centralización que se manifiesta desde el siglo III a.C., de manera que del XV en adelante la variante culta y cultivada del dialecto de Pekín, el kuan jua, es el instrumento de comunicación oficial. Llegado el momento del gran cambio, de la expulsión de los emperadores y la fundación de la República en 1911, se planteó con carácter de urgencia el fortalecimiento de la unidad del país y para ello se creó en 1915 el Comité para la Búsqueda de una Lengua Nacional.

Pese a la sensación de mosaico mantenido artificialmente, existe una argamasa común y palpable de un extremo a otro del territorio e incluso en las colonias chinas de ultramar, la impronta del grupo humano con civilización más avanzada y fuerte, de la que la lengua es la simple manifestación plástica. Los han de procedencias muy dispares, que, para entenderse durante una conversación trazan en el aire o en la palma de la mano el carácter de la palabra cuyo sonido es para cada uno distinto, comparten rasgos que para el observador externo resultan inconfundibles. En Asia, como en Europa y América, el radical fraccionamiento lingüístico se ha dado o no en función del aislamiento y de la multiplicidad de núcleos de población con peso significativo. Esa dinámica ha mantenido modelos homogéneos de las costas del Cantábrico a la Patagonia y de Nueva Zelanda a Irlanda. En China el mantenimiento de la escritura con pictogramas ha tenido efecto doble: por una parte constituía un esperanto natural semejante a la iconografía de códigos generalizados, por otra la misma fijeza de esos signos y lo elevado de su número y variantes combinatorias hacía de ellos un sistema de jaulas a las que la expresión invidual no hallaba fácil acceso. Se ha hablado, en cuanto a la escritura china actual, de escritura morfémica puesto que, pese a sus remanentes pictográficos, se fundamenta en la reproducción de sonidos en unidades significantes mínimas que son más amplias que los fonemas-consonantes y vocales-utilizados por otros sistemas alfabéticos. El sistema morfémico, basado en elementos sonoros mayores que el fonema, es más estable durante largos periodos de tiempo que el fonemático y permite a personas de dialectos y pronunciaciones muy distintos leer y usar los mismos signos. Esta ventaja resulta muy atractiva desde el punto de vista político a la hora de establecer las grandes rutas del pensamiento

La contrapartida es la dificultad y jerarquización del aprendizaje, que sitúa a los clásicos fuera del alcance de un chino actual que carezca de estudios previos. Naturalmente el vertiginoso analfabetismo funcional, lingüístico e histórico, que están cosechando algunos sistemas educativos europeos (el español es buen ejemplo) está también situando buena parte de la literatura en limbos inaccesibles. La característica, y la gran desventaja práctica, del chino escrito reside en que para su lectura se precisa conocer gran número de caracteres, número que va en aumento según se amplían conocimientos, cultura y vocabulario. El lector occidental, una vez aprendidas las veintitantas letras de su alfabeto, puede leer cualquier texto. El lector de chino necesita manejar entre tres y cuatro mil caracteres para poder leer un periódico, y un conocedor de la literatura clásica precisaba identificar no menos de diez mil. El famoso diccionario Kang Xi, que data de 1716 y fue reimprimido en 1958, contenía unos cuarenta mil caracteres, pero es probable que cerca de treinta y cuatro mil fueran redundantes. Los profesores universitarios dicen conocer entre seis y ocho mil.

Cada carácter está compuesto por trazos, de uno a treinta y seis, cuya colocación es importante y complicada. Ello ha hecho que la mecanografía en China fuese una tarea sinfónica de especialistas y que la impresión, e incluso la emisión de un simple telegrama, implicara grandes problemas de tiempo, material, coste y posibilidad de error. A efectos de transcripción alfabética, desde 1892 se utilizó del sistema británico Wade-Giles. La contradictoria situación china es ser, por una parte, la primera lengua mundial, puesto que más de mil millones de personas la utilizan, pero su especial evolución, naturaleza y condicionamientos impiden el salto adaptativo que en otros idiomas y escrituras sí se ha llevado a cabo. El baihua, modelo estatal, simplificado y generalizado del pekinés, sustituye en 1917 a la lengua clásica, y el putonghua es el idioma oficial para todo el país a partir del año fundacional de la República Popular China, en 1949, culminando así la vieja tarea que comenzara el emperador Shih Huang-ti con medios harto drásticos. Respecto a la urgente adaptación a la grafía romanizada que el siglo XX impone, a partir de 1958 se adopta el pinyin en telegramas y textos para escolares. Su uso se generaliza, desde 1979, en la Agencia Internacional de Noticias Xinhua. Veinte años después, la informática ha devorado la reproducción mecánica y buena parte de los territorios del lenguaje escrito; la comunicación se apoya en códigos y soportes que abren sin duda panoramas insospechados, pero las innovaciones son fenómenos muy diluidos en la dinámica de una lengua y escritura que, al haber perdido sus antiguos rasgos flexivos y poseer numerosos homónimos, se ve sujeta a la primacía de la jerarquía sintáctica y a una inevitable gradación en el acceso al conocimiento, al libre recorrido por el léxico y a la apreciación de sus propios clásicos.

Desde Occidente, desde los ojos de occidente, es difícil no establecer, de nuevo, una cadena sutil entre el hoy en China, el mañana y el siempre, con cambios epidérmicos en el clero y la casta mandarinal que sólo afirmarían una estructura de base tan fatal y repetida como las fases lunares. Realidades, seres e historia son recreados y legitimados por caracteres de concentrado poder que los sacerdotes Shang graban y descifran, que ondean en edificios y paneles, que el Partido tiene, él solo, autoridad para interpretar, imponer y difundir. La extrapolación impone su abuso al hervor de los acontecimientos y las vidas. Por el patio, y por millones de patios, de un centro de enseñanza pasean los estudiantes, repitiendo textos de esta escritura que tiene un papel de filtro y ha trillado desde siempre la burocracia mandarinal calcando con fidelidad la arquitectura de su pirámide. Pero la escritura no es sólo un molde, un cliché del medio que lo genera. Es un factor activo, que produce y reproduce condiciones sociales y estructuras mentales. Se basa en la memorización, la repetición perseverante, la minuciosidad detallista, el apego respetuoso al modelo (cualquier ligero desplazamiento de un trazo da significados distintos). Marca una dependencia larga, prácticamente constante, de las fuentes de aprendizaje: Aunque se hayan memorizado cuatro, seis, ocho mil caracteres, diez mil, quedan más, cuyo conocimiento significa la ascensión a nuevas plataformas culturales y sociales. Esta larga dependencia de los modelos es característica y ha forjado ciertamente a su vez la mentalidad china. Cuando un occidental ha aprendido a leer y a escribir, aunque ignore amplios campos de las ciencias y de las artes, tiene sin embargo ya las llaves para adentrarse, si lo desea, autónomamente en ellas; su escritura puede ser grosera, rápida, inconclusa, pero, en general, resultará legible. La sumisión a maestros y textos es, en China, infinitamente más estrecha, el tiempo y la energía que deben dedicarse al aprendizaje de lectura y escritura mucho mayor, el efecto que produce este proceso en la mente posee sin duda características muy diversas a las propias del que se mueve por el hogar de los conceptos con el veloz auxilio de un puñado de letras.

Del ápice del poder llegan las normas que han de plasmar hábilmente los exégetas y aedos de las secciones culturales del Partido. De ellas desciende un entramado creciente y celular que reproduce, amplía y glosa discursos y textos. La neutralidad, incluso la de las simples leyes geométricas o naturales, apenas existe. La materia extranjera, foránea, se ha desvanecido. En los recintos últimos de la base de la pirámide desembocan fajos de documentos aptos (sinónimo de aconsejable, y éste de obligatorio) para el consumo. ¿Cómo no ceder a la tentación de ver en estas ordenadas filas de trazos con tendencia cúbica, que gozan del privilegio impositivo de la imagen y de la disciplina de la limitación conceptual, una radiografía del sistema entero, postrero eslabón de un largo hábito en el que el manejo de símbolos, la formación y reproducción de las ideas, son cualitativamente distintos a los caracterizados por el uso del alfabeto fonético?. Vendrán sinólogos, que estudiarán adecuadamente la relación entre sociología, psicología y formas de escritura. La profesora mira ojos que miran imágenes, que introducen en formas las ideas, moldeadas por su estuche pictográfico. Luego escucha repetir, tenaz, dócilmente, frases en la lengua extranjera, y halla en ese castellano pasado por la criba de un método ideológico previo la cristalización de anteriores mecanismos los cuales colorean la forma en que el sujeto ve el mundo y condicionan su actitud respecto a él. El nuevo aprendizaje corre por los cauces ya excavados y va a los moldes preexistentes. Le acompañan la inseparable música de la memorización y el recitado y la conciencia de que, en el sistema chino, la educación moral ha formado simplemente una unidad con el concepto de educación en sí.

Como talismanes venidos de otras épocas, pero cargados de poder, sobre la mesa reposan esas grafías capaces de fascinar al forastero ignorante de las lenguas orientales. La introducción en el significado y la historia de estos signos, perdurables como un metal precioso, supervivientes de los albores de la comunicación visualizada, ahonda el impacto que producen. La revista gubernamental Pekín Informa comenta el descubrimiento, en la provincia de Hopei, de un millar de tablillas de bambú con inscripciones de dos mil doscientos años de antigüedad, e ilustra el artículo con la fotografía de una de ellas. Los caracteres son perfectamente identificables con los actuales; no resultan extraños el embrujo, el amor que ha inspirado la caligrafía china entre sus adeptos. Situarse, por ejemplo, ante uno de los extraordinarios poemas de la época Tang es hallarse ante un mensaje conceptual y estético, ante una idea estilizada, finamente matizada, un uno de pensamiento y forma.

El pragmatismo reclamaba, empero, sus derechos. Por ello el grupo de escritores progresistas que había apoyado, en 1919, el Movimiento del Cuatro de Mayo, que marca un hito en el nacimiento de la democracia en China, se declara contra el antiguo sistema de escritura y el artificial estilo clásico llamado wen yan. En su lugar adoptan un tipo de lengua basada en la vernácula y semejante a la que se utilizó en las grandes novelas medievales; es la xin biahua o peihua (nueva habla corriente). Lejos de tratarse de una simple discusión académica, la iniciativa tenía mucho de conmovedor sacrificio en aras del anhelado renacimiento del país. Significaba, para un novelista y ensayista de la talla de Lu Sin, vestir su prosa, acostumbrada a moverse en la riqueza de la mejor literatura, con el tejido grosero de una apresurada simplificación vulgaIsa Un viejo amigo suyo, Lin Yutang, defendió la occidentalización radical de la gramática, de la sintaxis e incluso de la escritura. Fue una generación que vivió, como la española del 98, apasionadamente la necesidad de ruptura, el dolor y el amor por su país, la urgencia de un cambio para el que el destrozo de barreras tradicionales era visto como necesaria etapa hacia la liberación. Había que dejar atrás, cortar amarras con el imperio estancado y caduco, ignorar añoranzas y temores y atreverse a traer, en su integridad, desde Occidente, los valores y sistemas que alumbrarían un nuevo futuro. El régimen establecido en 1949 capitalizó el recuerdo y el prestigio de este grupo para su causa, beatificó a sus principales figuras y transformó a aquel puñado de demócratas en precursores de purgas de tabla rasa, anulación de la Historia y del páramo de pensamiento único que fue la Revolución Cultural. Cuando Lu Sin, que vive de 1881 a 1936, defiende sin paliativos, en la lengua como en los demás aspectos sociales, la europeización y modernización, está supeditando su envergadura de escritor, sus sentimientos nacionalistas y su valoración estética a la honestidad personal y la responsabilidad política. La febril voluntad de ruptura con el pasado que manifiestan él y sus coetáneos hunde sus raíces en la conciencia del peso y poder de la tradición tanto en China como en ellos mismos; de ahí la violencia de sus ataques hacia las formas de lo antiguo, la desmesura contradictoria de sus reacciones y la a veces ingenua esperanza que depositaron en la rápida adopción de los sistemas occidentales.

El sistema maoísta comenzó a ganar la guerra antes de nacer, en esos años críticos que se resuelven en una inolvidable traición. La Primera Guerra Mundial se acercaba a su fin. Japón, que había invadido el débil gigante continental y mostrado una virulencia que se repetiría, multiplicada, dos décadas más tarde, buscaba asegurar sus conquistas. Los jóvenes y los intelectuales chinos habían puesto desde principios de siglo su confianza en los modelos e ideales de Occidente como clave para la transformación de su país en un estado democrático y moderno. Aquella fe chocó de plano con el Tratado de Versalles. China confiaba en el apoyo de Estados Unidos frente a las pretensiones japonesas y creía en la política norteamericana de puertas abiertas, los renovadores contaron con la solidez y sinceridad de los principios morales y políticos de ese mundo hacia el que ahora se volvían y al que necesitaban. Pero en la mesa de negociaciones no se trató de principios sino de pactos sobre zonas de influencia y sobre la retirada, por parte de Japón, de una cláusula sobre igualdad racial en la que el Presidente Wilson veía un serio peligro de emigración oriental masiva. La delegación china se negó a firmar el Tratado.

Cuando las noticias llegaron a la universidad de Pekín cuantos habían puesto su confianza en Occidente se sintieron traicionados, abandonados a los invasores y a sí mismos. La manifestación del cuatro de mayo de 1919 dio nombre al movimiento, que se extendió por todo el país, contra la invasión japonesa y la corrupción local. Los intelectuales chinos descubrían lo que ya habían visto, y habían de ver, muchas otras capas de progresistas de países subdesarrollados. Tuvieron fe en los ideales proclamados por Europa y América, rompieron sus prejuicios, embridaron su orgullo, se creyeron habitantes de un mundo único en el cual nacionalismo y progreso consistían en aplicar cada vez lo mejor viniera de donde viniere. Eran la minoría que luchaba por empujar a una masa sometida, pasiva y alimentada con fanatismo e ignorancia hacia horizontes liberales y modernos. Se hallaron con el regateo mercantil de los Estados, con el miedo que su demografía y su pobreza inspiraban y con algo peor: con la ayuda activa a partidos y movimientos locales que les privarían de derechos y libertad, por parte de los supuestos simpatizantes occidentales de las fuerzas del progreso. De un abandono a otro, las finas capas democráticas que se habían ido formando trabajosamente en países de reciente despertar estarían destinadas a desaparecer, involuntarios rehenes del temor y de la necesidad europea de lejanas utopías, en un proceso que contribuyó de manera decisiva, a lo largo del siglo XX, a la formación y mantenimiento de los archipiélagos de Orwell.

Por otra parte, difícilmente podía Occidente sustraerse a la consideración de la situación china sin superponerle, inconscientemente, la imagen y estructuras de la Edad Media europea. Se trataba de un imperio antiguo, llegado a las puertas mismas de la época contemporánea con el bagaje fosilizado de una élite letrada y rectora que fundía los rasgos del señor feudal y los del clérigo, que se valía de los impuestos y del dominio y prestigio de palabras de cuya escritura tenía el monopolio. Lo novedoso del fenómeno era su persistencia. Alrededor de la pequeña pirámide de letrados se extendía, como en los campos medievales, un mar de personas que no sabían leer, vivían las vidas inseguras y trabajosas que Europa conociera antes de la revolución industrial y recibían los mensajes escritos con una mezcla de reverencia y temor. Nada extraordinario en el hecho de que la burocracia ancestral no hiciera sino cambiar de vestiduras y de formas, que la alfabetización se confundiera con el adoctrinamiento y que, finalmente, educación fuese sinónimo de propaganda. Una vez más la ley de los grandes números y de los enormes problemas a solventar en breve plazo justificaba a priori cualquier método, obviaba la observación crítica y condenaba a la nada ante la opinión mundial a cuantos intentaban hacerse oír sin someterse a los clichés del determinismo histórico y de las exigencias de metas indiscutibles que bañaban el discurso oficial en un continuo estado de excepción.

No era China la única, y España sabe algo del tema, que afrontaba el salto al Estado moderno con una población en gran parte analfabeta. La aceleración de la Historia ha distorsionado la visión del último siglo y puesto en un desmesurado primer plano a supervivientes y monopolizadores del espacio comunicativo. Desde el XIX la preocupación por la alfabetización y la educación ocupaba un puesto prioritario en las actividades de reformadores, regeneracionistas, revolucionarios y de prácticamente cualquier intelectual, y los chinos no fueron excepción al ideal de las repúblicas de profesores y sabios. Pero con dos corrientes que, si bien parecieron entremezclarse en sus orígenes, se decantaron pronto en direcciones opuestas: El partido comunista, por su mismo credo y naturaleza, estaba abocado a supeditar la educación a sus fines, al monopolio de su liderazgo y a la anulación, finalmente, de la realidad. Los demás, progresistas y renovadores, luchaban por mejoras de urgente aplicación, por concretos ideales de cambio a los que la reflexión, la formación y el compromiso individual dotaba de un marco moral; y fueron derrotados por la fuerza de los credos simples, de los hechos consumados y de la lógica del poder. Tras ambos se encontraba el fresco recuerdo de la burocracia mandarinal contra la que unos y otros se rebelaban. Sin embargo el transcurrir del tiempo haría patente que el verdadero heredero de aquélla sería el nuevo Gobierno chino, mientras el resto, moderno, abierto y realmente diferente, desaparecía o era hecho desaparecer. Lu Sin, con su humanidad profunda y angustiada, su labor docente y sus obras breves y sentidas, fue el pensador que marcó a toda su época. El régimen comunista no le borró como a tantos otros, sino que le reemplazó por un Lu Sin glorioso y deificado sin afinidad alguna con aquel escritor cuya auténtica grandeza había residido en la amargura conflictiva, el deseo de honestidad y la envergadura literaria. Mao Tse-tung maquilla su cadáver, le nombra generalísimo de la revolución cultural china, portaestandarte del nuevo sistema, y, finalmente, hace de él el comunista que jamás fue. No le faltaba razón al escritor al encresparse y rechazar el papel de líder del pensamiento que se empeñaban en otorgarle sus admiradores, y no en vano había puesto en guardia a la juventud china contra la abundancia de guías y gurús políticos, de los que desconfiaba profundamente. Sus escritos reflejan, con una claridad difícilmente superable, la posición de los intelectuales de su época respecto a la necesidad de cambio y a Occidente:

Cada vez que leo libros chinos tengo la impresión de que me hundo en un pasivo letargo que me aleja de la vida. Cuando leo libros extranjeros-exceptuando los libros hindúes-me pongo en contacto con la vida, me siento inclinado a la acción. Los libros chinos, incluso los que defienden la confrontación con el mundo exterior, respiran un optimismo de cadáveres. Los libros extranjeros, incluso los que son derrotistas o desesperados, expresan un derrotismo y una desesperanza de hombres vivos. En mi opinión, los jóvenes deberían leer lo menos posible, incluso nada en absoluto, de libros chinos, y leer lo más posible de libros extranjeros. Si sólo leen unos pocos libros chinos lo peor que puede pasarles es que sean algo incapaces de redactar composiciones literarias. Pero lo esencial para jóvenes de hoy no es hablar sino actuar; lo principal es que estén vivos.

En jardines de sueño, entre los macizos de flores raras, hermosas mujeres pensativas pasean su ociosidad sobrenatural; a la llamada de la grulla, las blancas nubes se alejan…Son sin duda visiones seductoras para la imaginación-pero, por mi parte, yo no puedo olvidar esta condición humana que es la mía-[2]

Al principio del siglo XX estos sectores de gente educada y con inquietudes ocupaban un espacio mínimo en el mapa demográfico, pero constituían la levadura natural del futuro progreso. Eran estudiantes y profesionales que atacaban el confucianismo y la estructura jerárquica de sumisión y defendían la liberación de la mujer. Muchos habían estado becados en Occidente o Japón, o estudiado en escuelas extranjeras, y pedían, desde las asociaciones que habían formado, en la universidad, la calle y los periódicos, tecnificación, apertura y democracia. Los contactos con otros países les habían hecho tomar brusca y amarga conciencia del atraso del propio. Eran el producto de la dinámica imparable que el Gobierno mismo se había visto obligado a poner en marcha ante la ineludible necesidad de modernizarse. La derrota frente a Japón, en 1895, y el reparto del imperio en zonas de influencia de las potencias occidentales ya no permitían la desdeñosa respuesta dada siglos antes por el emperador a los embajadores europeos. La luz había penetrado al echar las puertas abajo, y revelaba un reino de momias mantenido por estructuras caducas y polvorientas, que las reformas educativas de 1901, 1905 y 1911, tras el derrocamiento de la dinastía manchú, no hacían sino resaltar. El abrumador peso de los datos mostraba que hasta la primera década del siglo XX no se había introducido en el currículum el estudio de las Matemáticas, la Geografía, las Ciencias Naturales, la Historia Mundial y la formación profesional, que en los años treinta sólo un quince por ciento de los niños acudían a la escuela primaria y un porcentaje mucho menor a la secundaria, que la primera universidad, la de Pekín, no databa sino de 1898 y que, en 1948, para un territorio de diez millones de km2. y una población de cerca de seiscientos millones de habitantes, de la que la mitad tenía menos de veinticinco años, no había más que unos ciento cincuenta mil estudiantes repartidos en doscientos siete institutos de enseñanza superior.

Por diversos que fueran gobiernos y motivos, la modernización pasaba, con todos ellos, por cambios en el sistema de comunicación gráfica. El Comité de Investigación para la Reforma de la Lengua China Escrita había ya había simplificado en 1956 los caracteres más complicados y publicado un nuevo alfabeto. Se variaba además la disposición, que pasaba a ser en filas horizontales leídas de izquierda a derecha, como en los sistemas europeos, y no en hileras verticales de derecha a izquierda, de una a otra parte de la página, a la manera tradicional, consiguiendo así mayor rapidez en la lectura, puesto que el campo visual del ojo humano es más amplio en horizontal que en vertical. Durante la Revolución Cultural, en 1966, hubo carteles pidiendo una reducción drástica de caracteres, apoyada al parecer por el mismo Mao, pero tuvo escaso eco, ahogada por problemas mucho más graves y por la imposibilidad de representar cada carácter por un solo sonido. A lo largo de los años siguientes se ha continuado recurriendo al alfabeto romanizado como ayuda en el aprendizaje de nuevas palabras, lenguas extranjeras, nombres propios, y, de forma muy significativa, con la finalidad permanente de contribuir a la unificación lingüística del país. Su papel como auxiliar en el contacto con el mundo circundante parece imprescindible, pero el paso generalizado y total de la escritura pictográfica a la fonemática, es, por la variedad de lenguas que en la práctica componen China, extraordinariamente complejo y está unido a mutaciones de envergadura muy superior a la lingüística.

Mientras, los textos han cumplido, durante décadas, su función. Como un cedazo lanzado en las aguas de la realidad, llegan a la gente del instituto-segunda mitad del siglo XX; años setenta-noticias, informes y opiniones en función de los cuales se disponen sus vidas. Forman la verdad incuestionable, que se plasma, como la lengua oficial, en un puñado de folios. Cuanto éstos no nombran o autorizan simplemente no existe, desaparece, figura como delito o como graciosa concesión. Shu alaba la bondad paternal y oficiosa de los dirigentes del Partido, que sin duda, afirma, se ocupan de que, un día, ella pueda volver junto a su hijo y su marido para gastar los años que todavía le permita su corazón enfermo entre los suyos. No habla Shu de cuanto ya le ha sido negado, de los grandes trozos de tiempo, de satisfacción, de intimidad, de existencia privada, de cambio, conocimientos, variedad, afecto, viajes, que han sido simplemente omitidos en el trato que por parte del sistema recibe. En lugar de esto agradece el bocado ocasional que se le introduce entre los mimbres de la jaula, y deja su vida consciente discurrir sólo por la topografía oficial.

 

 

Segundo Viaje al Oeste

 

El imperio que pronto dejaría de serlo había comenzado su segundo Viaje al Oeste, por motivos y caminos muy distintos a los del venerable monje Hsüang Tsang. Ya no se trataba de volver cargado de escrituras búdicas y pasar el resto de sus días traduciéndolas en la dorada Xian del siglo VII. Ahora había que copiar la técnica, el armamento, robar el fuego a los bárbaros, aprender, como lo había hecho Japón, a imitar, multiplicar y despreciar. Las lenguas extranjeras se abren como ventanas en el tejido desgarrado e irregular del país. Quizás los estudiantes recordasen que el primer emperador Ming, Hung Wu, fundó en el siglo XIV, dentro de las directivas de su política de expansión comercial, una sin duda pionera escuela de intérpretes. Hubo después épocas en que, de forma paralela e inversa a los contactos con el sánscrito de las sutras, los jesuitas abrieron brecha en la sinología, y a ellos les siguieron misioneros de iglesias diversas. En tiempos mucho más lejanos la Ruta de la Seda había traído el eco de iraníes, judíos, cristianos y árabes. Los intercambios lingüísticos eran, en cualquier caso, extraordinariamente limitados y se situaban en las orlas del imperio a las que, por ejemplo, los soldados y religiosos españoles llevaban, en sus visitas, intérpretes filipinos. China no se encuentra confrontada con los países occidentales y sus lenguas hasta el siglo XIX, cuando, tras el final de la Guerra del Opio y la firma del Tratado de Nanking, la corte imperial se ve abocada a abrir fronteras y otorgar concesiones territoriales y económicas. La derrota de la Segunda Guerra, de 1858 a 1860, abre la navegación por el río Yangtsé a las potencias extranjeras, que gozarán de acceso diplomático y comercial, aranceles especiales y protección y privilegios para sus ciudadanos. Las esferas de influencia se sitúan en Manchuria, Mongolia Exterior y Sinkiang para Rusia; a Alemania corresponde el puerto de Kiaochow, en la provincia de Shangtung; los japoneses ocuparon la parte sur de Manchuria en 1931 y, durante una guerra de agresión que se caracterizó por su crueldad, invadieron diversos territorios, abandonados luego y que, tras la rendición de Japón en 1945, los Estados Unidos ayudaron a Chiang Kai-shek a recuperar. La presencia de Gran Bretaña es profunda y extensa, desde el Tíbet a los puertos y grandes ciudades del sur, entre las que estaba Hong Kong, que ya había sido cedido en el siglo XIX y que vio ampliados sus territorios con los de Kowloon; gozaba además de la promesa de consideración preferencial y exclusiva en el valle del Yangtsé. Francia también había obtenido garantías en el reconocimiento de su soberanía en Indochina y la cesión de los territorios limítrofes en la costa y el interior.

Las zonas de influencia  no son fijas, siguen las peripecias de las guerras mundiales, de la de Estados Unidos contra el Japón, y de las disputas de las potencias entre ellas. Esta entrada brutal en la era contemporánea rompe, para bien y para mal, el rígido caparazón de la antigua China y alumbra, entre denuncias del imperialismo y exigencias de occidentalización, la transformación irreversible de lo que pocos años antes se consideraba inmutable reino. Éste hervía sin embargo con la rápida corriente de los tiempos, y su monarquía mandarinal era una tapa pétrea empeñada en contener e invertir la Historia. Nada plasma mejor la fosilizada política de la última dirigente Ching que el barco de mármol que se hizo construir en el Palacio de Verano con los fondos que las potencias occidentales, tras el armisticio que siguió a la entrada en Pekín de las tropas franco-británicas, le habían asignado para que dotase a China de una flota moderna. La temible regente, Tzu Hsi, seguía de cerca los intentos reformistas del joven emperador Kuang Shu, que apoyaba las iniciativas del grupo progresista liderado por Kang You-wei y veía como único futuro para el país su modernización, especialmente económica y educativa, y el establecimiento de una monarquía constitucional. La camarilla militar manchú, con Tzu Hsi al frente, aisló al emperador, ejecutó a cuantos progresistas pudo capturar y lanzó en 1900 una de las campañas xenófobas de las que tanto gustaba la emperatriz y que prendían tan fácilmente en la población humillada por la palmaria constatación de su inferioridad económica y militar. El alzamiento de los Bóxer, sociedad apoyada oficiosamente por la corte, se dedicó-no por vez primera- a la matanza de extranjeros, misioneros en su mayoría, hasta que las tropas occidentales entraron en Pekín. Ya era tarde para los planes reformistas con los que la monarquía Ching pretendió encalar su fachada y para los gestos como el abandono, en 1905, del milenario sistema de exámenes para funcionarios. Sun Yat Sen, educado en occidente, representaba, por su honestidad y fervor, el punto de referencia de los que propugnaban un rápido y decisivo cambio, que se produce en 1911, con la caída de la dinastía manchú, y la proclamación, un año después, de la tan esperada república. Nacía sin embargo ésta con el inmenso lastre de una población hecha a los usos medievales, a la peligrosa alternancia de resentimiento y orgullo irracionales por igual, y a la extrema ignorancia del espacio exterior. Tanto en China como en Japón, la democracia, los Estados modernos, habían sido impuestos tras derrumbar sistemas teocráticos, imperios por derecho divino, lo que nunca había impedido que sus muy humanos monarcas ocuparan el trono tras golpes de Estado, batallas y ejecuciones de sus predecesores, y que las dinastías reinantes fueran durante varias generaciones de origen extranjero, como mongoles o manchúes. Este siglo era distinto: las fronteras se habían abierto; Occidente, deseado, odiado, todavía apenas conocido, estaba ahí.

La influencia de Europa y América se afincará a lo largo de la costa, en los puertos, en la rica zona minera de Manchuria-hoy provincia de Heilungkiang-, y en las vías de comunicación fluviales y ferroviarias. Las enormes extensiones del interior apenas se verán afectadas por el contacto con los demonios extranjeros con una excepción: las escuelas de misiones, que han llegado hasta zonas remotas y gozan de prestigio social y pedagógico pero cuyo número será siempre escaso y que, tras servir de blanco a los ataques xenófobos y políticos, serán erradicadas durante los primeros años del régimen del 49 ó, como el resto de las confesiones religiosas, descenderán durante décadas a las catacumbas. Paralelamente, la liturgia de masas del PCChino se apropia de todos los espacios y ritos de forma similar a la del nacionalsocialismo alemán durante los años de predominio nazi. La exacerbación de la patria y del orgullo etnocéntrico, apenas velado por un credo marxista supuestamente universal, hace de las religiones occidentales una manifestación más de la agresión imperialista, un atentado contra los valores eternos de la gran China y un puente de espías y saboteadores que debe ser dinamitado, junto con otros caminos por los que algunos habían emprendido el viaje al Oeste.

La avanzadilla, mínima y conmovedora por las extraordinarias dimensiones que para los que la vivieron representaba su aventura, fue el grupo de ciento veinte estudiantes chinos enviados en 1872 a Estados Unidos, a los que siguieron otros que esperaban licenciarse en universidades de Japón y de Europa. Unos iban con becas gubernamentales o facilitadas por el país de acogida, otros por cuenta propia, un porcentaje considerable se dedicó a la ingeniería, la medicina, la agricultura, las ciencias naturales. Sobre todos ejercía el gobierno chino una estrecha vigilancia; a los que marcharon a Estados Unidos les fueron distribuidos calendarios con las fechas de los ritos que debían celebrar, la embajada supervisaba su actitud, se les exigía que llevaran minuciosos diarios de sus actividades, eran animados a concentrarse en el estudio y se les prohibía el matrimonio con extranjeras. Con fines muy distintos, abandonados a su suerte y considerados como simple mercancía, les habían precedido los coolies, cuyos supervivientes al trabajo en las minas de oro y en los ferrocarriles de California, aferrados a la lengua y usos que habían llevado como único caudal, formaban colonias en diversas ciudades de América. En situaciones económicas y sociales fundamentalmente diversas, sometidos a estricto control o ignorados por Pekín, los chinos han comenzado sus contactos externos con extrema reticencia a la mezcla y la apertura, como si en el platillo opuesto de la balanza se amontonaran excesivos siglos de aislamiento que precisasen de mucho más que décadas para hallar un equilibrio.

El inglés era (de hecho, lo sigue siendo) la llave hacia el saber y las técnicas, la puerta de la política y el comercio, la lengua de las ciencias y la vía hacia sociedades que hacían gala de prosperidad y esplendor. Los personajes de las novelas de Lu Sin emplean sus escasos recursos en enviar a sus hijos a escuelas donde se garantiza la comprensión de la lengua extranjera y su fluido uso. Pero lo que en principio había sido una forma utilitaria de arrebatar a Occidente los secretos de su poder militar se amplió pronto al vasto dominio de la literatura y, además de obras sobre el arte de la guerra, la estrategia y la balística, comenzaron a llegar a China traducciones de Spencer, Huxley, Stuart Mill, Hume, Adam Smith, Darwin, que en pocos años se hicieron indispensables en las bibliotecas de los estudiantes. Caso hubo en el que la literatura, la fuerza de su sentido y su belleza, saltó incluso sobre la ignorancia de la lengua, como los caracteres trazados por poetas remotos o los sonidos del ruso habían arrastrado hacia su desconocido universo a la profesora occidental. Así, un letrado llamado Lin Chu tradujo por sí solo noventa y tres libros ingleses, veinticinco franceses, diecinueve norteamericanos y seis rusos. No conocía lengua extranjera alguna, colaboraba con occidentales que sabían un poco de chino y que le explicaban el texto. Luego tomaba su pincel y lo transcribía en el chino clásico. De ese modo fueron revelados Dickens, Walter Scott, Stevenson, Victor Hugo, Dumas, Balzac, Cervantes, Tolstoi. Lin Chu tuvo numerosos imitadores. Se vertieron también muchos libros al chino a partir de traducciones japonesas. El interés de los lectores se centraba principalmente en obras de ciencia, filosofía y en las grandes novelas de la literatura mundial, y la aproximación a los textos se llevó a cabo, en lenguas distintas a la inglesa, a partir de traducciones previas y no del idioma original. Los lectores, la curiosidad y la difusión de los autores occidentales se extienden con intensidad y rapidez en un movimiento descubridor que no había tenido anteriormente parangón jamás. En 1912 el joven Mao Tse-tung pasa seis meses leyendo en la biblioteca de la ciudad de Changsha, provincia de Hunan. Previamente había asistido a una escuela comercial pero el empleo del inglés en buena parte de las clases le impidió continuar. Él ni conoce ni conocerá nunca lenguas extranjeras, pero su experiencia muestra que incluso en una ciudad interior de provincias existían ya, a principios de siglo, numerosas traducciones de Montesquieu, Adam Smith, Mill, Rousseau, Spencer, Darwin. Unas décadas más adelante, Mao eliminará de los anaqueles a todos ellos con eficacia y resultados mucho más devastadores que los del atraso, el aislamiento o la pobreza.

Los profesores chinos de 1973 reflejan aún el desvaído eco del viejo conflicto de los Ilustrados; de hecho han heredado el término, puesto que el régimen les cataloga genéricamente como jóvenes instruidos. Ya no lo son tanto. En ningún sentido. Sucesivas purgas, temores, autocríticas y trillas han reducido su mundo intelectual a un perímetro escaso que se caracteriza por la labranza circular del mismo terreno. Han debido olvidar lo que, por antiguo o foráneo, se consideraba cargado de valores eliminables. Han participado en sesiones de denuncia, ataque, degradación y loa. Se han regalado, como prenda de amor o amistad, las obras completas del Presidente Mao y han bordado su rostro a punto de cruz. Han aprendido que un gigantesco monumento de yeso en forma de antorcha es mucho más bello que el gentil y antiguo templo vecino, puesto que aquél simboliza la revolución, y así lo repiten a la extranjera a la que acompañan como intérpretes. De la misma forma responden sin pestañear que les parecen abominables los acordes de Bach, Beethoven o Mozart, porque la campaña oficial en boga ha colocado a la música clásica en el pervertido infierno de los valores burgueses. Antes de llegar a esta etapa de absoluto control estatal sus padres y abuelos conocieron campos de batalla menos devastados y más ruidosos, participaron del dilema entre el reconocimiento y el deseo de los superiores valores y logros alcanzados en occidente y el cariño y la fidelidad al propio país. Eran tiempos en que se podía confesar la preferencia y necesidad de los hallazgos de civilizaciones ajenas con la candidez con la que Lu Sin aconseja dejar la autóctona e impregnarse en la literatura extranjera, tiempos en los que el término nacionalismo no estaba todavía encanallado por los intereses espurios, el desahogo tribal y la estupidez rampante. El nacionalismo significó, en las minorías del XIX y primera mitad del XX, un sentimiento de genuino amor y preocupación que imponía el reconocimiento del atraso y la aceptación ávida de cuanto lo paliase, tuvo un fuerte componente intelectual porque se trataba de grupos de formación cultural elevada y de individuos con marcada personalidad y trayectoria profesional con frecuencia prometedora que escogieron invertir en el cambio del país su energías, su seguridad y su futuro. La distancia que les separa de los, posteriores, especialistas en la creación de cotos patrióticos privilegiados y de defensores de la exención fiscal es completa. Aquéllos fueron utópicos en el sentido más noble de una palabra que también ha encanallado luego su vecindad al asesinato; sus actitudes estuvieron cargadas de duda y de una búsqueda de corte humanista, abierta y plural. Y se encontraron solos.

Ilustrados, afrancesados, anglófilos, extranjerizantes, modernistas, lacayos, vendidos, prófugos, renegados, apátridas. Llueven los adjetivos sobre cuantos hubieron de enfrentarse al dilema entre nacionalismo y reconocimiento objetivo de los valores. Francia ofrecía a los Ilustrados españoles el modelo de un régimen de laicidad, libertades y adelantos en mucho preferible al de su país, como el que Estados Unidos inspirara antes a Francia y como Occidente mostraría después a los que pretendían alejarse de las teocracias, los caciques, las cárceles de la tradición y la implacable servidumbre gregaria de los usos de la tribu. Pero pasaron las épocas de conceptos universales y los que, desde países en desarrollo, habían aspirado limpiamente a sistemas de derechos individuales, constituciones y Estado no confesional se vieron relegados al doble ostracismo del régimen local y al de los pactos y la indiferencia, o reprobación, de la opinión de esos países desarrollados en los que se habían inspirado para un mejor futuro.

Las lámparas pequeñas a las que alimentaba el sentido común, la capacidad crítica y la independencia intelectual quedaron en China-como bien ilustra el ejemplo de las estrellas de su bandera- progresivamente eclipsadas por la potente unicidad del sol Osiris-Mao Tse-tung que se levanta-así reza el himno-sobre el horizonte. Desaparecieron anuladas por el enorme disco que, en su apoteosis, sostenía al extremo de cada rayo un libro rojo. El ocaso revela que las lámparas todavía están ahí.

Pero el eclipse va a ser largo porque a partir de los años treinta se está tejiendo una epopeya mítica que va a envolver educación, cultura y propaganda en sus pliegues durante varias generaciones. En 1934 ha comenzado la Larga Marcha del Ejército Rojo que, desde su soviet de Kiangsí, rompe el cerco de Chiang Kai-shek y se abre paso hacia el norte. Dos años más tarde la décima parte de los cien mil hombres que partieron conseguirá llegar viva a Yenán, tras recorrer diez mil kilómetros y atravesar nueve provincias en un semicírculo que roza las estribaciones del Tíbet y las fuentes del río Yangtsé. Los corresponsales norteamericanos que visitan la zona en los años cuarenta tienen la impresión de hallarse en una vasta escuela primaria. Se practica la enseñanza colectiva y se recurre al uso limitado de la escritura latinizada del chino para acelerar el aprendizaje. Mao había preconizado la fusión de politización y alfabetización del campesinado y los soldados debían ocuparse de la tarea y dedicar dos horas diarias a leer y escribir y otras dos al comentario de periódicos, con una metodología de trabajo en cadena en la que cada cual enseñaba al que sabía menos que él. Esto no se llevaba a cabo en establecimientos docentes sino por medio de actividades introducidas en la vida cotidiana. Los caracteres de hornillo, mesa, mijo y trigo se pegaban en lugares visibles o sobre los propios objetos para ser memorizados de un día a otro. Luego se acudía a las clases nocturnas. Durante el día los megáfonos repetían las consignas de los carteles, que los campesinos deletreaban en voz alta. En el periodo de Yenán, hasta 1949, funcionan dos universidades de los soviets chinos; su reglamento se basa en la unión de teoría y práctica, la alternancia con el trabajo manual y el hincapié en la metodología social y colectiva. Taxativamente se anuncia que El espíritu doctrinario del aprendizaje libresco, muerto, será concienzudamente corregido. No se trata ya de trabajo en la clandestinidad sino de un vasto Estado dentro del Estado organizado, controlado y sometido a un claro corpus de directivas, entre las que están el desarrollo de la democracia en la enseñanza y la conveniencia de animar a que se planteen preguntas y se aviven las discusiones con objeto de cultivar la independencia de pensamiento y de crítica.

Las premisas, en una primera lectura, resultan tan éticas como estéticas y, enmarcadas en su ambiente entusiasta y prometedor, enamoraron tanto a los corresponsales extranjeros como a los jóvenes chinos. Por una parte correspondían a las necesidades y al contexto de los soviets de Yenán, por otra canalizaban el violento rechazo de la juventud patriota respecto a un pasado opresivo en el que la cultura momificada pasaba como un cadáver de mano en mano entre los mandarines. Unos segundos de reflexión y sana toma de distancia, a los que puede añadirse cierta perspectiva histórica, hacen patente, empero, el claro esbozo de un programa perdurable que, en sus métodos e intenciones, no deja resquicio para la menor discrepancia. Las campañas alfabetizadoras, las sesiones instructivas, los enriquecedores debates, no tienen como finalidad el individuo, su progreso, el abanico libre de sus posibilidades; están supeditados en todo momento a un ideal político de rango superior, realización futura y premisas incuestionables en el que el sujeto de atención, y de simple existencia filosófica, son las diversas categorías de grupos sociales englobadas en la abstracción mayor, indiscutible y todopoderosa que se define como las amplias masas. Lectura y educación no sólo sirven para; son propaganda, sin que haya distinción entre ésta y aquéllas. Existe un pecado original de intención que separa de raíz las iniciativas maoístas, y marxistas en general, de las de otros reformistas y revolucionarios: el objeto de su tarea no son las personas sino el sistema, y hacia él y su ideal de completo desarrollo marchan sobre esas baldosas de buenas intenciones y lenguaje de bondad inatacable que pavimentan el camino del infierno. En la construcción del archipiélago Orwell se ha tomado una dirección fundamental, y fundamentalmente distinta a los diversos movimientos-misiones pedagógicas, bibliotecas populares, compañías de teatro ambulantes- que se dedicaron, en el XIX y principios de XX, a la labor de llevar cultura y progreso, belleza clásica y nuevo arte a las aldeas, los iletrados y los desposeídos. La política de Yenán consiste en la sumisión completa a los fines únicos del grupo único dirigente, fuertemente personalizado por Mao Tse-tung. No se trata de medidas provisionales destinadas a paliar las urgentes carencias de la extrema penuria del campesinado. Lo que parece simples observaciones de sentido común a las que no puede otorgarse más que el mérito ocasional de la utilidad inmediata se transforma en el credo y guía del sistema, de manera que la propaganda sustituye a información y educación de forma perdurable, el lenguaje invierte su sentido y democracia, discusión y crítica pasan a significar exactamente sus conceptos contrarios por cuanto se mueven en un marco totalizador que sólo concibe su empleo como servidores de las verdades de obligado, y entusiasta, asentimiento. En su unión indisoluble del trabajo manual y el intelectual, de teoría y práctica, y en la supeditación de arte, ciencia, literatura y pensamiento a la producción y las amplias masas Mao marca las reglas cardinales que impondrá durante varias décadas y de las que se valdrán su régimen y sus continuadores para eliminar toda disensión. Él ya había expresado estas constantes en su primera publicación conocida: un artículo, aparecido en abril de 1917, sobre la conveniencia de la educación física en la formación. En sus escritos de Yenán en 1940 sobre el materialismo dialéctico el idealismo es ya uno de los grandes enemigos filosóficos de cuya contaminación deberán guardarse los intelectuales. Si alguna duda les quedaba a éstos sobre el porvenir que les reservaba el nuevo régimen, desde luego la serie de conferencias que Mao les dedicó en 1942 se la aclaró suficientemente:

En la vida del pueblo se encierra siempre una mina de materia prima para el arte y la literatura, son cosas en su estado natural toscas, pero, a la vez, son las más vivas, las más ricas, y las más elementales, en este sentido, hacen palidecer a todo el arte y la literatura y constituyen el manantial único e inagotable de éstos. Es la única fuente, es la única posible, no puede haber otra (…) En este mundo no hay nada por encima del utilitarismo; en una sociedad de clases lo que no es el utilitarismo de una clase tiene que ser el de otra (…) No existe en la realidad el arte por el arte, el arte por encima de las clases, ni el arte que se desenvuelva paralela o independientemente de la política. (…) Por lo tanto, el trabajo del Partido en arte y literatura ocupa una posición determinada y fijada en el conjunto de su labor revolucionaria, y está subordinado a la tarea revolucionaria establecida por el Partido en un periodo revolucionario dado. Toda oposición a ello conducirá, de seguro, al dualismo o al pluralismo, y, en esencia, equivale a “política marxista, arte burgués”, como en el caso de Trotsky. (…) El arte y la literatura están subordinados a la política (…) Entonces, ¿no destruye el marxismo el “impulso creador?. Sí; ciertamente destruirá los impulsos creadores feudales, burgueses, pequeño-burgueses, del liberalismo, del individualismo, del nihilismo, del arte por el arte, de concepciones aristocráticas, decadentes, pesimistas, así como todos los otros impulsos creadores que no sean de las masas populares ni del proletariado. En lo que se refiere a los artistas y escritores proletarios, ¿no deben ser destruidos semejantes impulsos?. Yo creo que sí; tienen que ser destruidos totalmente, y a medida que se destruyan podrá edificarse lo nuevo.[3]

El discurso, en sí, tiene claros precedentes a escala nacional; en el estalinismo por supuesto, que enuncia premisas muy parecidas, pero también en el nazismo y sus trabajos prácticos de incineración de obras decadentes. Como línea de pensamiento, significa una completa fractura respecto a la apuesta griega por la teoría, sigue dirección opuesta a la liberación de la contingencia, de la religión-cuyo lugar ocupa en el marxismo el dogma político- y de la presión del grupo que es para la filosofía occidental condición indispensable para acceder a la pureza especulativa y a las colinas solitarias de la reflexión individual. El pragmatismo aspira a la canalización utilitaria de técnicas que han nacido en los descarnados territorios de las matemáticas, la geometría y de las consideraciones sobre el ser humano, los componentes del universo y la nada, limita la cultura al círculo de la experiencia inmediata y de la práctica y prohibe elevar la vista a la oscuridad cuajada de extrañas e inútiles estrellas.

La recapitulación de las consignas expresadas en los primeros escritos de Mao muestra, pues, una serie de ideas muy limitadas en su número y profundidad, a las que el tono categórico, la aparente simplicidad incuestionable y la finalidad supuestamente benéfica impulsa a calificar de verdaderas sin serlo en absoluto. De hecho enuncian perfectas falsedades, datos parciales, observaciones partidistas. Resultan halagadoras para las supuestas amplias masas por la misma pobreza de su análisis, entroncan con el pragmatismo tradicional y rural y, al eliminar los conceptos de excelencia, especulación teórica, valoración del individuo y creación libre, reducen el horizonte a dimensiones de mínimo esfuerzo intelectual. Se trata de simples estrategias coyunturales, pero la situación de poder por parte del Partido que las propugna, del Jefe que las afirma, hace de ellas dogmas. Sus inseparables compañeros son la denuncia, represión y eliminación de cualquier planteamiento, actividad, obra y persona concreta que les sea ajena. Su eficacia en la construcción de parcelas totalitarias, y las dimensiones de éstas, dependerán de la cantidad de poder de la que los que las utilizan dispongan. Podrán construir, no ya islas, sino un vasto continente del tamaño de la República Popular China. Eliminarán física o socialmente a unas cuantas decenas de millones de personas-ay de los disidentes cuando se manejan cifras macroscópicas-. Reducirán, en cuatro años de experimento camboyano, la población en un tercio. O deberán conformarse, en el caso de países democráticos, con los acogedores cotos de Educación y Cultura que la coyuntura o las votaciones ofrezcan a partidos y grupos de presión.

El discurso de Yenán es pieza clave, y ello salta a la vista si se compara con las directivas que van a ir rigiendo el desarrollo del régimen una vez instalado en Pekín. Lo que en los soviets podía considerarse como medidas de excepción dada la situación de guerra toma cuerpo de Ley en el nuevo Estado. El aviso a navegantes intelectuales es crucial por su énfasis tajante en la función de los productos de creación y pensamiento, por las normas estrictas en las que los enmarca, por la supeditación que fija, de entonces a hoy, de los intelectuales al Partido, y sobre todo por la manera inapelable con que elimina el derecho de existencia de todo campo, impulso, inspiración, obra, que no entre en lo expresamente indicado como bueno.

Mientras, las pequeñas ventanas de las lenguas extranjeras se iban cerrando; en nada correspondían a las necesidades de civiles y tropa. Los atisbos del exterior podían aún hallarse en los conocimientos de idiomas y autores occidentales de algunos de los líderes, estudiantes y profesores que llegaban a Yenán y en los principios del internacionalismo proletario, que hacían al Partido Comunista Chino mantener relaciones con otros partidos, seguir las luchas que tenían lugar en el resto del mundo y que impulsaron a Mao Tse-tung a escribir su Carta al pueblo español en 1937.

 

Como en la práctica mayoría de las Constituciones modernas, la de la República Popular China proclama, en 1949, el derecho de todo ciudadano a recibir educación. Pero no cualquiera. La literatura y las artes estarán, como reza el artículo 45, al servicio del pueblo y servirán para el esclarecimiento de su conciencia política y para fomentar su trabajo entusiasta. El acceso a la enseñanza será universal, pero marcado por lo que hoy se llamaría discriminación positiva, que prima a campesinos, obreros y, por supuesto, miembros del Partido y del Ejército (los cuales son, ambos, prácticamente entidad única) en todos los niveles, materias, convocatorias y circunstancias. Esta educación está indisolublemente unida al adoctrinamiento político y a la propaganda; siendo los tres términos en la práctica sinónimos, y así el artículo 47, al tiempo que prevé las clases que en su tiempo libre recibirán trabajadores y cuadros, ordena la educación política revolucionaria de los jóvenes intelectuales e intelectuales de estilo antiguo, de forma planificada y sistemática. Para el enfoque de Historia, Economía, Política, Cultura y Asuntos Internacionales el artículo 44 establece la aplicación de un punto de vista histórico-científico, y, en general, todas estas materias estarán caracterizadas por los rasgos de nuevas, democráticas, científicas y populares.

Tal panorama de apariencia casi idílica implica, en su aplicación y en el desarrollo del auténtico significado de sus términos, consecuencias que, lejos de asociarse en exclusiva al mundo asiático, a la nueva estructura administrativa o a un determinado periodo temporal, son perfectamente reconocibles porque se manifiestan, si se presentan las condiciones oportunas, en lugares y ocasiones muy diversos. Al tratarse en el proceso chino de una auténtica revolución, en cuanto afianzamiento de una clase recién llegada al poder, ésta precisa legitimación y la crea de una forma absoluta: buscando la anulación del pasado, excepto en muy contados rasgos nacionales, substituyéndolo por una conveniente mitología y proponiéndose la creación ex nihilo de un tipo de hombre pura materia prima en la que moldear el futuro. Es la famosa aspiración de Mao a la página en blanco, la anulación de los rasgos individuales y de la personal cuota de tradiciones, usos e historias, que se considera, por su desarrollo en las contaminadas tierras de épocas anteriores, una enfermedad. Nada asociado al mundo anterior al 49, a la especulación gratuita, a la elevación sobre el gusto y aceptación de los grandes contingentes campesinos, militares, obreros tiene carta de ciudadanía en el país nuevo. Como, naturalmente, la herencia biológica y cultural es inseparable de cada ser humano, esto genera de entrada un inmenso y permanente estado de excepción puesto que en realidad cada ciudadano es, y se sabe, potencial culpable que sólo limitará su culpabilidad señalando la de otros y garantizando contrición y propósito de enmienda. La lobotomía individual e histórica, el pecado original y el síndrome de lazareto son condiciones perfectas para la manipulación de contingentes cuya extensión variará según la cuota de poder de la que se disponga. Reúnen dosis significativas de ignorancia, miedo e imperiosa necesidad de aceptación por el grupo y, por su vaguedad, constituyen la base idónea para adaptaciones posteriores según movilizaciones y circunstancias.

La juventud adquiere por fuerza en este contexto un valor predominante. Es tanto más fiable cuanto más cercana a la infancia y se trata de la clase menos contaminada por sus orígenes, la hoja en blanco, el espejo implacable, y delator, de los vicios de la vieja generación. El sistema-hombres maduros que se prolongarán a sí mismos en una gerontocracia interminable-mantiene a los adultos en una pinza para la que recurre, además de a sus órganos de control, al limpio y entusiasta instrumento de la masa infantil y adolescente ascendida al rango de paradigma y norma.

Los distintos estamentos sociales han sido, a su vez, congelados en momentos y formas que son de por sí transitorios en el curso de la existencia, y se los ha reducido a estereotipos durables en espera de la fusión futura en la perfecta igualdad de la utopía. Obreros, Campesinos, Soldados, Jóvenes pertenecen a los arquetipos platónicos. La movilidad social-y también, en muchos aspectos, la física e intelectual-ha desaparecido, queda englobada en el vasto movimiento de masa cuyo ritmo es tan firme como imparable. Fuera de la incorporación a esta ola de irremisible ley histórica no puede esperarse la menor salvación.

Hay, sin embargo, enemigos con los que por fuerza hay que convivir porque el carácter de su objetividad es tan irrebatible como el peso inerte de los metales o la expansión de las ondas. La urgencia de la adquisición de técnica impone al pensamiento que se quiere nuevo, total y único una curiosa esquizofrenia voluntariamente consentida por dirigentes cuya prioridad es el rearme. La generalidad de las consignas atañe al conjunto de las ciencias humanas, al ejercicio meditativo, recopilador, ético y estético del pensamiento, pero evita territorios en los que la estrategia a corto plazo es primordial y no permite experimentos voluntaristas ni digresiones sobre la creatividad de las masas o la prometedora aportación del campesinado. China necesitaba técnica, y esta palabra ocupa un espacio significativo en las directivas. Se trata de moldear a los elementos como a un aliado más, darles la forma de la meta fijada o azotar las olas como el rey persa, y transmitir así a las miríadas de constructores de la gran nación futura el sentimiento de continuo combate y crecientes victorias. Las consignas pueden suplantar a la metodología científica con costes desdeñables-puentes caídos, cosechas perdidas, millares de muertos- en numerosos casos, pero existen reductos en los que la eficacia sola cuenta, la crudeza cristalina de la reflexión y la soledad, el fruto del silencio, la insobornable exigencia de las matemáticas. La República Popular dedicará una parte importante de esfuerzos y recursos a la consecución del armamento atómico. Los estudios y experimentos serán secretos, en zonas alejadas, y nada tendrán que ver con las llamadas a la socialización y politización de ciencias y artes que cubren el país. Se concentrarán en la capacidad intelectual y en la premura de incuestionables resultados y constituirán una burbuja aislada, un mundo atento a las leyes de la evidencia y al principio de realidad sumergido en un océano de consignas en sentido contrario.

Una ventana al oeste, al territorio impreciso de los países extranjeros, se ha mantenido abierta con especial amplitud: la Unión Soviética es el canal de modernización y ayuda, el correligionario en un mundo hostil y el puente con movimientos afines. Pese a la necesidad y a la afinidad de regímenes, la carga de desconfianza, de antigua hostilidad de vecinos y de orgullo patrio para el que el forzoso reconocimiento del atraso es un insulto, es enorme y está destinada a transformarse en la belicosa tirantez que los estados militares precisan. Por lo pronto se aprende el ruso, se ven algunas películas albanesas y coreanas y, con tan parco horizonte referencial, se transmite el mapa del planeta.

Los grandes movimientos educativos, en los que escolarización es sinónimo de propaganda, han llegado a la mayor parte del territorio. No se trata fundamentalmente de transmisión de conocimientos; ni siquiera se considera oportuno un currículum general o un calendario aconsejable. Cada organismo, guardería y escuela es estatal. En cada caso la tarea prioritaria consistirá en la reverencia a las premisas sociales, en la adhesión visible y activa a las movilizaciones, tareas y aprendizaje de datos que, por el lugar o la coyuntura, tienen preferencia. En los años cincuenta ya está instalado un sistema que, sin alardes técnicos ni espionaje sofisticado, es perfectamente capaz de controlar a una extensísima población. Se trata de un panal de Comités Populares supervisados y dirigidos a todos sus niveles por miembros del Partido Comunista, dividido a su vez en las diversas capas que, inseparables del Ejército, se van estrechando en los ápices de los países-provincia de los que, por su naturaleza y extensión, en realidad China está formada, y que se concentran de manera definitiva en el núcleo de la cima. La fragmentación, la supuesta adaptación, pluralidad y descentralización de los saberes básicos constituye un importante recurso de la manipulación permanente, sumerge de continuo a los sujetos infantiles, adolescentes, adultos, en un perpetuo estado de inseguridad cuya única fuente definitiva de elementos estables es los textos transmitidos por los delegados del Gobierno. La realidad se difumina hasta desaparecer en beneficio de la interpretación correcta de los datos, de su pertinencia. Hay un zarandeo continuo de experimentos, movilizaciones, llamadas al combate, gozoso para los más jóvenes, a los que ofrece el sucedáneo de la libertad, temible para los mayores, a los que no queda más refugio que la minuciosa atención a la ortodoxia estatal. Son sintomáticas, en este sentido, la aparición, fisión y desaparición de los ministerios. El de Educación se había inaugurado en octubre de 1949. El de Educación Superior en el 52, para ser abolido en el 58 y restablecido en 1964; de él dependían universidades importantes, institutos de lenguas extranjeras y centros de formación del profesorado. La atención del régimen a cuanto concierne a educación y cultura es extrema puesto que ambas constituyen el ámbito, por antonomasia, del control del individuo. Más se aleja éste de la etapa de formación infantil mayor es su diferenciación en aptitudes, capacidad, dotes y esfuerzo. Queda atrás el homogéneo colectivo, la supuesta blancura de la página, el papel del voluntarismo como nivelador forzoso. El régimen, los sectores de él más acérrimamente enraízados a la perdurabilidad del poder, no puede admitir la diferenciación que tenazmente brota en las hornadas de estudiantes y que es una fuerza considerable-como saben muy bien los líderes por el recuerdo de su propia juventud-concentrada en universidades y centros de enseñanza superior a los que no se puede mantener, con la adecuada firmeza, bajo el control que los comités ejercen en los escolares y el medio rural. La evidencia sale tenazmente al paso del mito de la materia prima virgen, las revoluciones multitudinarias, los grupos anónimos, los individuos intercambiables y las premisas de infalible aplicación. Se ha extendido el acceso a la enseñanza, pero faltan calidad y rigor. En 1956 Liu Shao-shi, que será nombrado Presidente de la República en el 58 y al que Mao designará más tarde villano oficial, asegura que La educación universal ya no es tan urgente ahora; actualmente el problema es todavía la educación superior y la necesidad de especialistas.

Desde sus comienzos Mao y el Partido han presentado como antitéticos y excluyentes conceptos como mayoría y élite, extensión y calidad, colectivo y persona, en beneficio siempre del primer término puesto que la extensión numérica concede instantánea preeminencia moral. Esto ha significado la implantación de un sistema educativo que, más allá de la alfabetización, es en buena parte ficticio y falso en sus términos, que se apoya en la voluntaria confusión y mezcla de edades y niveles, que se enorgullece de haber hecho proliferar centros de secundaria que son simples escuelas básicas, universidades que nada tienen del rango de tal excepto el título, y que se mueve en la perfecta impunidad que le otorga el dominio de los documentos oficiales. Obviamente esto significa la asimilación de cualquier discrepancia a un atentado contra la extensión de la cultura al pueblo. El procedimiento entra dentro de la manipulación clásica y ha seguido utilizándose-en España, sin ir más lejos-hasta nuestros días. Lo peculiar del caso chino es la enorme dimensión en la que es empleado. Cuando, vista la urgencia de disponer de cuadros que doten al país de una estructura moderna, se elevan voces contra la sumisión del sistema educativo a un rasero, además de ocupado en buena parte por la politización, conceptualmente muy bajo, la reacción del régimen, controlado en sus poderes fácticos por un Mao y un Ejército que no se han distinguido nunca por su estima de las labores de la mente, es lenta, calculada y arrasadora. Las acusaciones de revisionismo, burgués, partidario de una educación elitista alejada de las masas, que en los medios culturales de Occidente no han pasado de ser el recurso oportunista de partidos espurios, son, en situaciones de absoluto poder, letales. Por cierto, las estadísticas sobre escolarización en la China de los años cuarenta y cincuenta en ningún momento recuerdan el tejido educativo destruido, la trama-frágil, pero existente-y, por supuesto, como en todo comienzo y lugar, minoritaria-de personas cultivadas que desaparecieron o emigraron, o los que se vieron forzados a disimular, comprimir u olvidar sus conocimientos para ofrecer la imagen inocua del maestro rural. La Historia de los vencedores se volcó en el mito del mañana en pro del cual eran lícitos todos los métodos y precios. El silencio ha cubierto cuantos presentes estaban siendo y pudieron haber llegado a ser.

En mayo de 1956 el Partido lanza en forma de consigna, suscrita fervorosamente por Mao desde principios del 57, la cita clásica Que cien flores se abran; que cien escuelas de pensamiento rivalicen, animando a los intelectuales a que expresen sus críticas. Éstos, primero prudentes, abandonan la reserva, y la críticas no se paran en el detalle sino que se alzan contra el completo poder del Partido Comunista en todos los órdenes. La profesora occidental lee, años más tarde, sus historias, y reflexiona sobre el peculiar empleo del Gobierno chino de la metáfora, ante la cual siempre conviene huir a distancia conveniente, buscar barricada, armarse contra pétalos, juncos y primaverales brisas tras los que inevitablemente desciende el mazazo definitivo. Durante unos meses los profesores tuvieron, por vez primera, la oportunidad de expresar sus puntos de vista, y en ellos salieron a la luz todas las deficiencias de la educación superior y, más allá, las trabas a la más elemental libertad y uso del conocimiento:

La Universidad del Pueblo es universidad sólo de nombre, y se parece a una escuela secundaria en el contenido de su instrucción y en los métodos de enseñanza de escuela primaria.-Li Hsi-san.

La Universidad del Pueblo no es algo parecido a una escuela, sino una gran colmena de dogmatismo. Todo lo que en ella se hace es diseminar dogmatismo.-Hsu Meng-hsiung.

Cuando leen, muchos profesores de la Universidad del Pueblo no tienen opiniones propias. No hacen sino usar al por mayor material pedagógico traducido del ruso.-Lang Lang-tien.

La floración primaveral tiene poco porvenir. Durante el verano de 1957, y terminados los exámenes de licenciatura, el Consejo de Ministros hace saber  que Todas las escuelas deben emitir las conclusiones de las encuestas políticas sobre los diplomados de este año; esas encuestas deben llevarse a cabo partiendo del comportamiento cotidiano del estudiante y sobre todo basándose en su comportamiento último durante el reciente movimiento de rectificación. El 1 de agosto se aprueba la Ley de la Educación por el Trabajo, que es una reforma educativa forzada aplicada a aquéllos que procede por petición de los servicios del Ministerio de Gobernación o de la Seguridad Pública, del organismo, de la asociación, de la empresa, de la escuela o de cualquier organización de la que dependa el interesado, o por el cabeza de familia o tutor.1

Es decir, cuando las flores han alcanzado la altura mínima segable el Buró Político lanza la campaña siguiente, llamada Movimiento Antiderechista o, con ese gentil uso de las metáforas que caracteriza al régimen, de Rectificación y que consiste en un vasto programa de delación a todos los niveles, del familiar y amistoso al estamental, para proceder seguidamente al envío a trabajos forzados de los licenciados que se han hecho notar por sus opiniones. Con la peculiaridad de que, al no existir marco jurídico ni tratarse de una condena con penas precisas, los destinos son tan diversos como indefinidos en su duración y carecen de control y recurso. Incluso deben aceptarse como una benévola oportunidad reformadora. La estrategia es doble: Dispersa, marca el paso y fanatiza a los estudiantes. Anula, aisla y reduce al ostracismo y el descrédito a las generaciones de más edad, puesto que cualquier crítica de la situación es inmediatamente etiquetada como la impotencia de los mayores para apreciar las bondades del nuevo sistema. La utilización de dualidades temporales que, por simple ubicación cronológica, quedan investidas del Bien o del Mal categóricos es un continuo recurso de estos procesos de justificación y ataque; su extrema simpleza intelectual y la visceralidad que excitan les hace altamente populares entre los sectores más jóvenes y menos cultos de la población.

Sin dejar el terreno de la Botánica, el Partido a continuación se dedica a la Campaña contra las hierbas venenosas, que consiste en aplicar el Movimiento de Rectificación a la eliminación, como mínimo social y política, de los que durante las Cien flores habían expresado ideas disconformes con las directivas estatales y la estructura del poder. Se trata en realidad de la obertura de una sinfonía de muy superior envergadura en la que los intelectuales han servido de simple bocado preliminar, un ensayo de la campaña más violenta que Mao había emprendido jamás: el Gran Salto Adelante. La grandiosidad, de la que en el extranjero sólo se ha visto la superficie y no los terribles efectos, de estos movimientos ha ocultado sectores y personas, numerosos, que ofrecieron otras alternativas y rechazaron las impuestas por una fuerza superior. En los años cincuenta en China todavía no se ha coagulado por completo el archipiélago de Orwell aunque la unificación del bloque se adivina ya tan irremisible como la llegada del frío del invierno; las expresiones que se encuentran en boca de los que expusieron sus críticas en el foro de Las Cien Flores podrían pertenecer a cualquier intelectual, han sido planteadas antes y después de esas fechas, en circunstancias similares y países muy lejanos, poseen todavía el aroma del pensamiento libre y, contra lo que se repetirá hasta la saciedad sobre los condicionamientos inevitables de la milenaria sumisión asiática y su mandarinato intemporal, obedecen a la simple evidencia de la lógica y la reflexión. Dentro y fuera del Gobierno formado en 1949 existen opciones que no son siempre, de manera prioritaria, simple lucha por el mando. Y se manifiestan en la arena pública de la Enseñanza.

La Educación ha sido aquí, como ocurre habitualmente en distintas latitudes, un terreno de prueba, una maqueta que se pliega cuando corresponde pasar al mundo de la acción, a las sólidas premisas económicas, a los enfrentamientos de camarillas y jefes. La Cultura tiene un papel alegórico y con frecuencia premonitorio; en su reducido escenario los políticos representan proyectos conscientemente inviables que anulan otras posibilidades de expresión y tienen la virtud extraordinaria de justificar su dominio y copar el espacio disponible. Las aulas fueron en China la tarjeta de visita de facciones que, desde el Buró Central, propugnaban diferentes vías. Mao y los sectores más fundamentalistas del tándem Partido Comunista/Ejército aspiran-lo harán siempre- a repetir el modelo de Yenán, la comuna agrícola, el soviet obrero, el leninismo puro. El primer plan quinquenal, diseñado por moderados con apoyo de gentes de solvencia profesional y ciertas garantías de modernización y progreso, no les satisface, ven incluso en las pequeñas mejoras y los compromisos cotidianos para la construcción del país y la elevación del nivel de vida de los ciudadanos una amenaza contra el Estado Futuro, el Mañana radicalmente distinto, luminoso y que requiere ahora cuanta energía y medios estén disponibles. La Educación, con su espeso poso de tradiciones y de saberes minoritarios, representa esa sociedad necesitada de una buena poda. Como todo dirigente, Mao ensalzará la importancia de las aulas; pero éstas, al este y al oeste, servirán de caja de resonancia, sala de pruebas e involuntarios alféreces de ejércitos que los estudiantes desconocen. Tras las inevitables declaraciones sobre la importancia decisiva de la Enseñanza, la atención será desviada al crudo reino de los intereses y de los actos.

Si los calendarios no impusieran sus cifras, el instituto de 1973 podría estar anclado casi en cualquier lugar y en una de las muchas fechas a las que se refiere la gloriosa historia oficial del país. O quizás después; o antes. En un espacio rural, cercano pero apartado de la villa, enhebrado a otros centros similares en los que se vive al ritmo lento de las referencias a la misma idea. Alguien pasa, leyendo en voz alta. Uno duerme con la cabeza apoyada en la gorra y el rostro a medias escondido por el termo del té. Todos visten de forma similar, una mezcla de campesino y obrero que alude a la clase trabajadora. No hay más técnica que la rudimentaria de principios de siglo ni otros ruidos que el roce de un cepillo sobre la madera y el cacareo y los gruñidos de animales domésticos. El interior, lo que encierran las tapas de los pocos libros, las gomas de muchas carpetas, los párpados de los profesores que descansan en los reducidos cubículos del edificio adyacente, es del mismo estilo. Se ha logrado, sin duda, un viejo y repetido sueño: el que nace de la fijación a una época de juventud y, a partir de ahí, intenta, durante toda la vida, reconstruir el escenario del pasado y exaltante esplendor, y lo justifica sobradamente por la sinceridad de la querencia, por la pasión de ideales cuya sangre adherida se ha olvidado o jamás se ve. Sobre el instituto somnoliento Mao continúa jugando a Yenán, lo habrá hecho cada década desde el 49, y lo hará hasta la ficción final de apoteosis que le rodea en su lecho de muerte. La profesora extranjera percibe, en la aparente pacífica armonía de este reducto cíclico, la engañosa distorsión de las formas, la ineluctable, incluso consoladora, procesión del tiempo. No. Nada se repite, nada puede disponer una vez y otra el paisaje campestre de las tiernas e ingenuas ilustraciones que decoran las paredes, las canciones, los gritos entusiastas de lucha contra el enemigo y por la producción. Muy de mañana los altavoces han despertado al personal del centro con las acostumbradas consignas, himnos y vibrantes tonos de violín. Alguien vendrá por la tarde, de la fábrica cercana, y contará cuán desgraciada era su existencia antes del 49 y qué felices les ha hecho el Partido a él y a su familia. El relato es un palimpsesto de las primeras comunas, fue cartilla tras la Gran Marcha y se ha reutilizado en campañas sucesivas y escenarios tan cuidadosamente semejantes que sólo la evidencia del calendario y los sutiles, pero insorbornables, arañazos de los sucesos transcurridos marcan el paso de las épocas. Contra el sólido telón del mito originario, el líder sostiene la bandera de su legitimidad, y revive incansablemente la epopeya, actores y escenarios del gran momento pasado cuyos hechos se funden con el agudo sentimiento de victoria y la tersa textura de la piel. En un vértigo del cual nada las pequeñas vidas saben, él se ha visto proyectado a las alturas del demiurgo, ha encontrado el material dispuesto para la transformación entre sus manos; y todos los siglos del mundo por delante. Hacer uno, dos, mil Yenán.

El Gran Salto Adelante pretende ya la unificación del continente totalitario. Sigue a los grandes planes quinquenales estalinistas, respecto a los que China actúa como orgulloso y magnificador espejo emulatorio, y embarca al país entero en la primera catástrofe cuyas cifras de muertos le colocan en uno de los primeros puestos del ranking de exterminaciones del siglo XX. Según la práctica habitual, el núcleo maoísta, afirmado por la purga anterior y por el apoyo del Ejército y de una población con amplio componente juvenil, ya pasablemente fanatizada y cortada del mundo exterior y de cualquier punto de referencia que no perteneciese a los dados por el régimen, rompe amarras con la evidencia, desdeña las vidas individuales como necesarios costes del proyecto y propugna un voluntarismo férreamente dirigido con el que se garantiza el salto, en breve espacio de tiempo, a la modernización industrial, el fulgurante avance respecto a sus vecinos y el resto del planeta, la consecución de la meta comunista tan imperfectamente pretendida por la Unión Soviética y las diminutas Albania y Corea. La trama económica existente salta en pedazos, las familias son agrupadas en comedores comunales y sus cacerolas y cucharas fundidas en cientos de miles de hornos que, en estadísticas ficticias, presumen de superar día a día las cotas de producción de hierro y acero a base de vomitar lingotes inservibles. Esta vez se hará un Yenán obrero, quemando etapas y campesinado y proclamando milagrosos logros en todos los terrenos.

Para educación y cultura es un genocidio durable, que, por otra parte, se reanudará, apenas restañadas las heridas, con el Yenán siguiente. El intelectual y profesional de edad madura sólo puede ejercer la ciencia y el arte de la supervivencia; bajo las imperativas consignas de que el trabajo productivo debe estar unido a todas las actividades, los intelectuales someterse a los trabajadores y la práctica llevar la voz cantante sobre la teoría, los centros de enseñanza superior no conservan de tales sino el nombre. Se asiste a una proliferación de universidades rojas y expertas, simples centros de adoctrinamiento y escuelas de tiempo libre fundadas por las autoridades locales. Su principal función es engrosar las estadísticas de prodigiosos avances y, sin duda, no menos prodigiosa disminución del fracaso escolar. El descenso vertiginoso de niveles reales, la devoción por las magnitudes numéricas, el desdén por el concepto de calidad y la coacción y el terror ya tan organizados que forman parte de la médula de los comportamientos y llegan a no percibirse como tales dan los rasgos clave de la época.

Los síndromes de Yenán nunca pudieron ser atacados frontalmente por los que, desde el Gobierno, conservaban cierta visión racional. La maquinaria era extraordinariamente eficaz en un pilar de la construcciones orwellianas: la perfusión a las masas de un comportamiento, por mayoritario, adecuado, la creación de certidumbre en la orientación exclusiva de la legitimidad moral, la consagración definitiva del hito fundacional mitológico que se funde con el diseño indiscutible del futuro. En sordina y cuidadosos de mostrar públicamente su adhesión a las consignas de Mao, el Buró Político y el Consejo de Estado intentaron codificar por decreto las horas empleadas en el trabajo manual por unos estudiantes y profesionales cuyo nivel y rendimiento bajaban a ojos vistas. El Partido controla por entonces de forma completa todos los aspectos de la Educación y las directivas son obtener en tiempo mínimo resultados espectaculares y rápidas hornadas de especialistas, mantener un trasvase e intercambio constante de lugares de trabajo, de enseñanza e individuos, reducir los años de estudio, acrecentar el trabajo físico.

Exige muy especial consideración el tratamiento, en tales procesos, del factor tiempo. En sí, el tiempo del que la persona dispone está ligado indisolublemente a su libertad, como lo están las posibilidades de soledad, la elección de compañía y el ejercicio plural de la información y de la reflexión. Las campañas descritas aspiran a ocupar todo el espacio mental y físico del individuo, le sitúan perennemente enrolado en grupos, perteneciente a células, comités, departamentos y equipos, muestran el típico horror vacui de todo comisario político que se precie a la cuadrícula disponible y la desconfianza inherente al burócrata socialista respecto a autonomía e iniciativa. El régimen precisa de la movilización permanente, programa actividades continuas y dispone un ritmo de vida comunitario cuya única posibilidad de desconexión y aislamiento es el sueño. Puede disfrutar fácilmente, hasta derrumbarse por la evidencia de su ruina, de apoyos mayoritarios porque se sustenta en las capas del tejido social menos exigentes y más proclives a la sumisión. Proporciona, a cambio de control, la seguridad de lo gregario y se especializa en la ocupación sistemática de cada uno de los caminos por los que pudieran presentarse otras formas y opciones al pensamiento. El ejercicio de la individualidad se ve cada segundo mediatizado por el peso del colectivo que gravita en todo su volumen, como una masa de agua considerable, entre el sujeto y la superficie de la realidad. Al precio de algunas decenas, quizás centenas, de millones de víctimas por hambrunas, trabajos forzados, suicidios y represalias y al de una miseria intelectual difícilmente igualable el Gran Salto Adelante nos habrá dejado un cumplido ejemplo de metodología totalitaria.

Anteriormente, y durante los años que preceden a la campaña del Gran Salto, la década ha estado en buena parte marcada por el general esfuerzo pedagógico cuya efervescencia y reciente organización permite ciertos márgenes de pluralismo. En las empresas, el comité del Partido selecciona a los trabajadores que acudirán a las clases en sus horas libres. Entre 1957 y 1960 las cifras de matriculados alcanzan bruscamente cotas astronómicas. Reflejan simplemente el general procedimiento de adornar las estadísticas con los más fantásticos datos de producción, aplicado por igual a las toneladas de cereales, de acero o de diplomados. Priman el concepto de área, las disciplinas tecnológicas y la adecuación a las necesidades de la planificación. Respecto a la selección de estudiantes de enseñanza superior, su admisión a los exámenes de ingreso, que duran varios días, está condicionada a los certificados de presentación que proporcionan al candidato su escuela secundaria, unidad de trabajo o destacamento del Ejército. El temario varía según la carrera solicitada pero en todos los casos se exigen conocimientos políticos y lengua china. Con frecuencia, pero de forma variable según temporadas y materias, se incluye también un idioma extranjero, el ruso o el inglés, aunque con exenciones en el caso de candidatos que no los habían cursado en la escuela secundaria. Se consideraba esencial el origen del estudiante, sus referencias familiares favorables como militante, soldado, campesino o proletario, y se completaba su perfil con el examen de conocimientos políticos, que consistía en un test sobre su ideología y actitud respecto a campañas como las Cien Flores o el Gran Salto Adelante.

Las ventanas al oeste se fueron cerrando. Ya a mediados de los cincuenta los escritores europeos invitados a observar la revolución de la República Popular, y que serán tan fervientes propagandistas de ella como colaboradores por omisión en las ingentes cantidades de sumisión y dolor que ésta genera, hablarán de librerías estatales con obras chinas y, aparte, una sección de literatura internacional-donde, por cierto, no se citan libros hispanoamericanos ni españoles ni traducciones de éstos-en la que olvidan observar si el acceso es libre para la población local.1 Llega el turno de cerrarse a la última ventana que, con todos sus condicionamientos y distorsiones, se había mantenido abierta hacia el exterior: comienza el conflicto con la Unión Soviética como consecuencia lógica de una dinámica imparable de nacionalismo, autarquía y construcción en gran escala del hecho diferencial. A partir de ahí se abrirán ventanas extrañas cuyo recuadro ofrece vistas ficticias pintadas en un gran muro que rodea a los visitantes, los ciudadanos y al mundo voluntarista de los dirigentes.

A diferencia de la URSS, de la que fueron filtrándose datos, informes de disidentes y las evidencias cercanas de la situación en los Países del Este y del Muro, el régimen chino disfrutará durante décadas de la discreción, la opacidad y el beneplácito de los comentaristas europeos. Las ficciones de alegres campesinos, abundantes cosechas, prósperas aldeas y pulcros proletarios, que se desplegaban y plegaban a lo largo del recorrido de las visitas de Mao Tse-tung, han animado sin duda con su coreografía el turismo político-social de los extranjeros a los que se permitía entrar en el país. Era además de mal gusto, y se recibía con extrema frialdad, cualquier observación de éstos sobre los posibles problemas de la economía china, tema que sus anfitriones consideraban de categoría exclusivamente doméstica y restringida al ámbito privado. Si en Occidente se barajaban cifras de muertos, datos sobre la vertiginosa regresión industrial y la ruina agrícola, éstos se consideraban automáticamente como infundios lanzados por los servicios de propaganda norteamericanos. La Europa que arrastraba desde 1945 la deuda, primero militar y luego de reconstrucción económica, con Estados Unidos se complació en buscar lejanas independencias y gozar, alineándose junto a ellas, del reflejo de sus desafíos a la rica potencia cuya decisiva intervención se habían visto obligadas a agradecer las democracias del viejo continente a partir de la Segunda Guerra Mundial.

-¿Siempre quisiste estudiar español?

Pregunta la profesora extranjera al apacible colega que repasa sus apuntes.

-Oh, no. Al principio elegí el ruso. Para poder interrogar a los prisioneros.

En cuestión de diez años la nueva ventana al oeste se ha reducido a un búnker mientras los paisajes del mundo exterior han sido reemplazados por biombos decorados con una geografía humana que procede de las mentes y de la voluntad del Buró Político. La gran Rusia representó desde 1950 la nueva apertura hacia el espacio extranjero, el aprendizaje de su lengua reemplazó masivamente al inglés y la aislada China recibió ávidamente de ella, en la cruda época de la Guerra Fría, enormes cantidades de material científico, libros de texto, traducciones y obras literarias. La cultura anglosajona pasaba a un segundo plano y era recibida a través del filtro previo de las ediciones soviéticas. Entre las dos repúblicas populares circuló una corriente de profesores, becarios, formadores y estudiantes que probablemente duplicaba a los anteriores contingentes de jóvenes chinos que acudieron a universidades norteamericanas pero que no significa apertura alguna real del país sino involución. Las cifras pueden parecer elevadas respecto a las precedentes, pero son mínimas comparadas a la población de China, dependen rígidamente de las disposiciones y beneplácito oficiales y nada tienen que ver con la libertad o fluidez de desplazamientos ni con la ampliación del horizonte intelectual aunque ésta en ocasiones se diera. Se trataba de transplantar industria, copiar técnica, quemar etapas y cumplir planes. Durante diez años, en las escuelas superiores se aprende, enseña y lee en ruso, los dirigentes exhortan continua y fervorosamente al aprendizaje de los cooperantes soviéticos, y éstos enseñan, además de sus materias, teoría política según la premisa de que todo conocimiento está supeditado al enfoque en una correcta línea ideológica.

El ejercicio gimnástico según el cual las operaciones de la mente se adaptan a etapa, molde, ritmos e itinerario recoge las premisas de Yenán, las afianza con los usos ya habituales al discurso propio del régimen soviético y cumple a la perfección su papel de creación selectiva de la realidad. La utilización, durante este periodo, de la referencia de origen de la Unión Soviética como recurso de autoridad, el hincapié a la atención y la modestia con las que habían de seguirse sus enseñanzas, permiten a Pekín, a partir del enfriamiento de las relaciones entre ambos países, canalizar el descontento y la rebeldía hacia el indispensable enemigo exterior. Las declaraciones de amistad y admiración inquebrantables se verán reemplazadas, tras la ruptura, por todo tipo de quejas: copia literal de los materiales y métodos soviéticos sin ocuparse de las peculiaridades chinas, servilismo ante los textos extranjeros, transplante literal, sin modificación alguna, de los programas pedagógicos, abrumadoras tareas para los estudiantes, alto porcentaje de suspensos, actitud acrítica, mecánica y repetitiva de los profesores chinos ante los textos soviéticos, actitud altiva de los expertos extranjeros, etc, etc. Nada de esto era nuevo. El Acuerdo Chino-Soviético de Cooperación Técnica y Científica databa del 54 y en él se preveía el intercambio de científicos y estudiantes de la forma que mejor garantizara un aprovechamiento óptimo, por parte de la República Popular China, de los conocimientos de la URSS; el acuerdo incluía la sistemática adopción de la práctica y teoría soviéticas y la rápida traducción de los textos rusos .Nuevos acuerdos se firmarían cuatro años más tarde, cuando ya Mao Tse-tung estaba lanzando el Gran Salto Adelante, de forma que la campaña no sólo resquebrajó todas las estructuras del país sino que también sacudió las bases en que se sustentaba la cooperación con el hermano mayor socialista hasta culminar en la, aparentemente, brusca ruptura y la salida del país de los expertos soviéticos que, junto con sus familias, residían en China.

-¡Sintieron tanto marcharse…!. Algunos lloraban. La mujer del ingeniero me quería mucho, me trataba como a un hijo.

El bibliotecario sonríe mientras contesta a las preguntas de la profesora extranjera sobre el ambiente anterior a la ruptura con Moscú. Su respuesta sería un hermoso ejemplo del final predominio del sentir individual sobre las consignas, una grieta en la superficie del muro del discurso oficial, si no fuera porque, en distintas ocasiones y labios, cuando ella alude al tema, escucha frases del tipo:

-Me invitaron con frecuencia a comer. La señora me quería como una madre.

-Éramos para ellos su familia.

-Se sentían muy felices en China.

-No comprendían. Lloraron al dejarnos.

-Una despedida triste….

Ocurre que lo adecuado es distinguir entre las sanas inclinaciones del pueblo ruso-la masa es buena, a veces engañada, obligada otras a tomar falsos caminos-y las nefastas opciones de sus dirigentes. Hay que pensarlo, conviene repetirlo. Y lo repiten, como los tonos líricos integrados en los decididos acordes de un himno. Tarde, mucho más tarde, la cooperante comprenderá que las expansiones sentimentales forman parte necesaria del rígido proceso de alineación de la mente según una doctrina, y que, a mayor invasión monocolor del espacio interno, más imprescindible se hace el desahogo del suspiro y las lágrimas que, aplicado en el momento justo y según los ritmos y estímulos establecidos, circula por la esclusa, restablece niveles, y deja inalterados en la superficie los perfiles costeros de la topografía ortodoxa.

Llega también un día, para la extranjera, el lechero intempestivo de las botellas negras, la disposición inapelable, vertical, cuyo origen se pierde en un vértice gris. Con la misma premura que los expertos rusos, recibe, de las autoridades chinas, la orden de partida. Su presencia ya no es grata. El vacío se instala en torno suyo, el teléfono enmudece, los afectuosos conocidos han desaparecido enclaustrados en permanentes reuniones, se desplaza en un halo de cuidadosa soledad donde un saludo podría parecer la nota discordante en su nuevo estado de inminente y definitiva ausencia. Toda expresión de familiaridad y afecto ha quedado eliminada del trato de los que la rodean. Sólo en una ocasión de breve coincidencia a solas ve, como en el escaparate de una tienda cerrada, el vaho de conmiseración que acristala los ojos de un colega chino con el que ha intentado intercambiar unas frases y que, sentado frente a ella, al otro lado de la mesa, alza un rostro silencioso que se hunde enseguida en el fajo de papeles cuya primera página lee una y otra vez.

-Se volvieron locos.-dicen los comentadores rusos cuando hablan del ambiente que rodeó la ruptura con China-Estaban convencidos de que podían hacer puentes, diccionarios, operaciones quirúrgicas y planes hidrológicos con el pensamiento de Mao. Era imposible trabajar con ellos. Veían espías, detractores y saboteadores en cualquiera que no mostrara su entusiasmo por la campaña con la que debían saltar cincuenta, cien años hacia adelante.

Sustituyendo lugares y líderes, había mucho en las consignas chinas de las tremendas planificaciones estalinistas, los campos desolados y el obediente culto al acero. Se habla de una disparidad radical, entre los gobiernos de ambos países, cuando el Buró Político chino pisó el acelerador para dotarse de armamento nuclear. En el oleaje que zarandeó a millones de individuos, que vació en cuestión de días fábricas, embalses y departamentos de universidades y que dejó sin piezas de repuesto a las apenas instaladas cadenas de montaje podría existir un epicentro soberano cuyos trabajos Pekín se guardaba muy bien de turbar con experimentos ideológicos: la prioridad atómica.

Las ventanas al oeste lo son, durante esta primera década de gobierno del Partido Comunista Chino, como rampa utilitaria hacia la técnica; inglés y ruso funcionan como claves de ingeniería, electrónica, bioquímica y agronomía.. El ritmo es acelerado, los textos resumidos, los especialistas jóvenes, lo cual dice mucho de la purga que se ha efectuado, entre las capas cultivadas, durante los primeros años del régimen. El recurso a la memoria sigue en vigor, esta vez para reemplazar la comprensión dificultosa de páginas traducidas y extractadas con apresuramiento. El Ministerio de Educación Superior somete a un examen y a un filtro severo a los estudiantes y científicos que proyecta enviar al extranjero-en su mayoría a la Unión Soviética, pero también a Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y otros países-para completar sus conocimientos. La Academia de Ciencias-como, en general, todas las instituciones culturales-ejerce, con su presidente Kuo Mo-yo, una labor de selección en la que ocupa lugar preponderante la fidelidad indiscutible al Partido Comunista. La planificación según estos criterios no parece siempre ajustarse a necesidades y eficacia; así, mientras la Agencia China de Noticias Sinjua informa, en 1955, de que buena parte de los estudiantes chinos enviados a la Unión Soviética se hallan en grandes dificultades para seguir las explicaciones a causa de su insuficiente conocimiento de la lengua del país, por otra parte, en el 57-58, se citan numerosos casos de graduados en ruso y en lenguas orientales cuyo número no corresponde a las necesidades del Estado, de forma que, no sabiendo dónde colocarlos, las instituciones se los enviaban de unas a otras. A pesar de los pesares sin embargo, y hasta el voluntarioso ensayo y golpe de poder maoísta del 58, durante esos primeros años el país ha ido estableciendo una red pedagógica, secundaria y superior y presenta un crecimiento sostenido de centros de enseñanza y de materias, en las que el español, al que la distancia geográfica y política sitúan fuera de la atención e intereses de la República Popular, es prácticamente inexistente.

Los estudios de Humanidades suelen recibir el primer golpe cuando se emprenden campañas que, como el Gran Salto Adelante y tantas otras, son incompatibles con la individualidad y gratuidad del pensamiento. Arte, Historia, Filosofía, Lingüística son los primeros, en 1958, en ser acusados de pecar contra la directiva de integrar el aprendizaje a la producción. Así, por ejemplo, los estudiantes de lenguas extranjeras aseguran que el alfabeto latino no tiene relación con el trabajo productivo. Las declaraciones de este tipo, que aparecen en las publicaciones de los departamentos, corresponden a la necesidad de manifestar la adecuada asimilación y aplicación de las consignas recibidas con el debido celo expresado en ejemplos concretos. Una de las tareas metódicas del circuito político consiste en enviar acuse de recibo de las circulares, incluyendo datos locales que avalen a efectos burocráticos la integración de las directivas a la actividad cotidiana. El impedimento, los argumentos a contrario, la defensa de la teoría filosófica o la belleza artística per se son inimaginables; pero la sumisión no basta. Se precisa la prueba escrita, debidamente ordenada en el flujo y reflujo de documentos que nutren al sistema, según la cual los nocivos usos anteriores han sido reemplazados, a la luz de la campaña en curso, por una nueva metodología y actitud.

El Gran Salto Adelante fracciona y diezma las todavía recientes estructuras educativas. Hay un gran silencio, una notable escasez de datos respecto al terrible trienio 59-60-61. Mao culpa a las malas cosechas y a la infidelidad de Moscú del desastre económico. El hambre es tal que los centros de enseñanza se paralizan para que estudiantes y profesores, que pasan buena parte del tiempo acostados, economicen al máximo esfuerzo y energía vital. Quizás también para que no utilicen la que les queda en elucubraciones extemporáneas que puedan poner en tela de juicio las explicaciones oficiales. Los expertos rusos han recibido, el 16 de julio de 1960 la orden repentina de regresar a su país y su retirada, que probablemente se gestó tiempo atrás en las altas cúpulas de los burós políticos, aparece ante la opinión pública como una traición, un orgulloso gesto de prepotencia que dejaba proyectos inconclusos y complejos industriales esquilmados de planos y repuestos. Los soviéticos hablan de fanatismo y delirio. Mao dispone ahora de las imágenes de un grande y próximo enemigo y de un planeta carcomido por la corrupción del capital. Su figura se eleva en un país devastado en el que los dirigentes más moderados carecen de peso y de fuerza para oponérsele. Son años de violenta fuga hacia adelante, el fallido salto lleva al Gran Timonel a concentrar el foco de atención en la escena internacional y planear, frente al aislamiento y los imperativos domésticos de la realidad, el liderazgo de la revolución mundial. Durante la crisis de los misiles, en 1962, Mao, junto con Fidel Castro, reprocha a la URSS su retirada. Como el presidente cubano, el Gobierno chino hubiera visto con agrado una confrontación nuclear, que no podía redundar, por cierto, sino en el debilitamiento del otrora gran hermano socialista. Pekín acusa al nuevo gobierno de Moscú de revisionismo y traición a la ideología comunista y a las enseñanzas de Marx y Lenin. Entre tanto, pese a las hambrunas, la crisis industrial, el aislamiento y la regresión, China continúa, en el lejano Sinkiang, el desarrollo de su armamento atómico, acelera la ocupación del Tíbet y se enfrenta con la India por cuestiones fronterizas que son una llamada de atención a cuantos hubieran podido creer en su debilidad.

Desde los despachos y la voluntad del Buró Político se dibuja una geografía nueva en la que China ocupa el liderazgo que siempre debió ser suyo e ilumina al desorientado magma de estados descolonizados y a los islotes dispersos de ideología común. Son tiempos de ayuda a los partidos comunistas de Vietnam y Laos, de estrechos lazos con Albania y de infiltración en movimientos marxistas que a veces se desdoblan en facciones prochina y prosoviética. Mientras en política interior Mao se ve forzado a permitir que, con Liu Shao-shi como presidente del Partido, los moderados reorganicen la maltrecha economía, cara al extranjero el régimen chino exporta la victoriosa certidumbre de su revolución, envía al pragmático pero siempre fiel Chou En-lai de gira por Asia y África y ocupa un lugar esencial en la iconografía del siglo XX.

Carteles. Carteles de una geografía ideológica en cierto modo medieval que coexisten, de puertas adentro, con las inmediatas exigencias de la razón práctica. En veladas cuya atmósfera apacible advertirá más tarde que es engañosa la extranjera averigua cuál era el contenido de los libros, las imágenes de las ilustraciones que cubrían las paredes, los fragmentos seleccionados que constituían el mundo de las aulas y las lentes hacia el espacio exterior. Dice mucho de la envergadura de la catástrofe del final de los cincuenta la rapidez con la que, pese a todo el poder de Mao, se intentó subsanar desde principios de los sesenta el daño ocasionado por el grande y fallido Salto. No otra cosa significan los reglamentos para escuelas primarias y secundarias esbozados desde 1961 y promulgados el 63 en los que cuadros chinos intentaban restañar los perjuicios ocasionados a la economía y la formación por medio de una política pragmática, prudente y dotada de un mínimo de realismo y análisis científico. Mao, siempre monopolizador de la pureza teórica y dueño de las claves carismáticas, sentimentalo-religiosas, de la movilización de masas, debía por algún tiempo dejar a los técnicos, economistas, administradores, la confusa tarea de habérselas con las realidades del país y con las ingratas concesiones a la praxis. Esto le serviría más tarde, durante su nuevo Yenán de la Revolución Cultural, para hacer de estos cuadros fáciles blancos de las excitadas iras antirrevisionistas y antiburguesas de la juventud.

Los occidentales que recorrieron algunas escuelas chinas y se entrevistaron con alumnos en esa época hablan de una recuperación de los valores de adquisición del saber, esfuerzo, rigor científico y logro académico. El énfasis se sitúa en los conceptos de conocimientos, estudio, capacidad y resultados. Ciertamente la formación política ocupa más espacio que la década precedente, pero ya no se distorsiona de manera continua el ritmo lectivo. Naturalmente los comentadores foráneos, en general benévolos por afán contemporizador respecto a cuanto a Mao y al nuevo régimen concerniera, se apresuran a señalar que The economic versus political, or pragmatic versus ideological formulations are false dichotomies.1 La misma autora afirma to say that the 1961-66 educational policy-makers were emphasizing economic development while Mao stressed politics would be simplistic and inaccurate. Con la perspectiva dada por el tiempo, o con simple visión objetiva de la realidad, pocas dudas podían tenerse sobre el papel que las consignas de Mao reservaban a la libertad del conocimiento y a la adquisición de saber. En el limitado espacio temporal y físico de las escuelas y de las jornadas lectivas, la vigilancia y perfusión política significaba un control permanente pese al cual, pero sin extralimitaciones, podían moverse los profesores y trabajar los alumnos, sabedores ambos de que su futuro finalmente dependía, no sólo del diploma obtenido, sino del beneplácito que a su conducta otorgaran los representantes del Partido. Susan Shirk omite el empleo que después fue hecho por Mao de la necesaria política pragmática versus los que la llevaron a cabo. Por decirlo llanamente, los reglamentos del 63 fueron el fruto de gente seria, harta de experimentos ubicuos y que, pocos años más tarde, había de pagar su iniciativa.

Desde la distancia que otorga la composición de artículos en la atmósfera de una sociedad libre, resulta quizás dificultoso dar, en la situación de los habitantes del mundo pedagógico chino de la época, el adecuado peso a términos como praxis y política, porque ésta finalmente poseía el poder-aunque se hiciese mayor o menor hincapié en él según rachas y conveniencias-de delimitar todas las fronteras, disponer de relojes y calendarios y canalizar desde su origen las fuentes de información. En el respiro entre dos campañas, se estaba dando en la China de los sesenta una curiosa dicotomía a la que Occidente no era ajeno: Continuaban, por una parte, las consignas, las profesiones de fe en dogmas de, no sólo imposible, sino indeseable cumplimiento, que sin embargo, en una primera lectura y a niveles primarios y viscerales, podían revestirse de grandes atractivos por su simplicidad y por el fácil consenso popular que a los dirigentes procuraban. En el terreno concreto, sin embargo, se buscaban resultados tangibles y medios adecuados. Educación y Cultura reflejaban, como siempre, la esencia del proceso que se estaba dando en todas las actividades. El objetivo había vuelto a ser la calidad de la enseñanza, del graduado, del profesional, lo cual ponía en segundo plano las escuelas mitad trabajo/mitad estudio, fundadas durante el Gran Salto Adelante, para dedicarse a las de estudio a tiempo completo. La prensa de la época afirma que las primeras tendrían como finalidad formar trabajadores con cultura y conciencia socialista que defendieran-según reza el vocabulario militarista en boga-el frente de la agricultura, mientras que las segundas se encargarían de los estudiantes capacitados para cursar estudios superiores. Cantidad deja de ser sinónimo o representación futurible de calidad. El Ministerio dictó medidas severas para elevar un nivel de conocimientos que, a todas luces, estaba bajo mínimos; en éstas subrayaba la importancia de matemáticas y lengua y la necesidad de unificar unos programas escolares y material pedagógico que la ofensiva contra universalidad, abstracción, tradición y teoría había reducido a un deslavazado mosaico de ensayos, localismos y propuestas. Se recordaba asimismo la necesidad de cuidar la calidad y dignidad académica del profesorado, nada bien parada en el experimento anterior, y para ello se dictó una serie de medidas a fin de aumentar su bienestar y mejorar su estatuto. En ellas se incluía la revisión de sus condiciones de trabajo, el ajuste de la escala de salarios y la concesión de primas a la antigüedad. No está de más reproducir un extracto de aquel reglamento educativo por las semejanzas que revela con lugares y años muy distantes ya de la China del 63.

I-Reglas Generales.

1-…La enseñanza será lo más importante…los conocimientos fundamentales y el entrenamiento en las ciencias básicas, de forma que los estudiantes tengan la base cultural necesaria para sus puestos de trabajo o para continuar estudiando tras su graduación.

4-…Es necesario llevar a cabo en profundidad la línea política del Partido hacia los intelectuales…el trabajo de unidad y educación de los intelectuales…Los profesores serán respetados y atendidos. Es necesario prestar atención a la mejora del estatuto social de los profesores y mejorar progresivamente su nivel de vida…

7-Los Comités del Partido ejercerán estrechamente su función directiva a todos los niveles en las escuelas secundarias de jornada completa. Se prestará atención a llevar a cabo trabajo ideológico y político entre profesores, estudiantes, dirigentes y auxiliares…

Afloran con toda claridad en el texto los dos elementos fundamentales: la voluntad de mejora real y la necesidad de mantener las obligadas referencias ideológicas, entre las que figura, por ejemplo, la disposición que incluye en el calendario un mes de trabajo manual para los alumnos y quince días para los profesores, con exención de los varones mayores de cuarenta y cinco años y las mujeres de más de cuarenta. Los estudios de lenguas extranjeras-ruso e inglés-se consideran esenciales. Se impone la generalización de libros de texto y de temarios y la necesidad de dar a las materias-lengua, historia, geografía-su contenido específico, separándolas de las clases de formación política. Se indica la conveniencia de ayudar a los estudiantes de menor capacidad pero se insiste en el desarrollo del talento de los más destacados. Los canales de educación ideológico-política están claramente establecidos. Su dirección corresponde a la célula del Partido en la escuela y la enseñanza se llevará a cabo a través del trabajo del profesor en clase, de las actividades de la Liga de la Juventud Comunista y de los Jóvenes Pioneros y por medio de clases de política.

Por abrumador que parezca, y es, el volumen que ocupa el adoctrinamiento político, conviene observar que las indicaciones expresas procuran delimitar sectores no destinados a él, lo que representa un avance intelectual indudable respecto a situaciones de continua permeabilidad entre materias y omnipresencia de las consignas. El orden en que se citan las tareas de los profesores no es aleatorio, como no lo es ningún detalle que implica jerarquía en los documentos oficiales chinos:

35-La principal tarea de los profesores es enseñar a los estudiantes bien…Las condiciones básicas son…:

Enseñar buenas lecciones.

Preocuparse con afecto por los estudiantes.

Servirles de modelo.

Estudiar asiduamente…y estudiar el marxismo-leninismo y las obras de Mao Tse-tung. Estudiar a fondo en su especialidad.

38-Procuraremos estabilizar el trabajo de los profesores. No cambiarles repetidamente de escuela o de materia enseñada…Excepto en circunstancias extraordinarias, el estudio político y las reuniones del Partido, la Liga y la Unión (de Profesores) y las actividades sociales se mantendrán en los límites de la sexta parte del tiempo de trabajo…

No hay que echar, empero, campana alguna al vuelo cuando se intenta ver en estas medidas los tímidos rasgos de un sexenio liberal y, en este sentido, no le falta razón a Susan Shirk cuando habla de la falsa dicotomía entre política y práctica. La República Popular China ha sido objeto, como es habitual uso, de la adulación general a la situación establecida, y más dadas las cualidades de extensión, fuerza y aparente irreversibilidad que caracterizaban a su régimen. Nadie pensaba que los condicionantes de base pudieran cambiar; por ello la crítica se resumía a las variantes y el detalle y estaba viciada por una perspectiva que implicaba la aceptación, con esperanza de componendas, del conjunto. Esto sin contar con la general simpatía que inspiraba un sistema todavía en rodaje, que parecía garantizar el orden y proclamaba como finalidad el bienestar de millones de personas. Mucho después de sus épocas fundacionales el Partido Comunista Chino continuaba gozando, en todas sus disposiciones, de la benevolencia de la opinión mundial, nada dispuesta al análisis del sistema que llevaba funcionando desde bastante antes del 49, en los grandes soviets de Yenán, y que había probado anteriormente los desastres que podía ocasionar en su homólogo ruso. Muy al contrario, éstos reforzaron la general simpatía hacia el experimento chino. Representaba la segunda oportunidad de algo que quizás en un primer ensayo podía no haber salido bien. A partir de esta consideración de rango prioritario, la permanente situación coactiva inherente a cada esfera de actividad del régimen se difumina en un segundo plano de supuesto necesario. Las normas educativas antes citadas se sitúan, por ejemplo,  bajo las prioridades y disposiciones que describe más tarde, el apartado 7º:

VII-Trabajo Administrativo.

41-El director es la persona responsable de la administración de la escuela. Bajo la dirección del Comité local del Partido y del departamento educativo administrativo en funciones.

45-El municipio es responsable de admisiones, castigos….

46-La dirección del Partido Comunista es la garantía básica de que las escuelas están bien administradas.

47-Los Comités del Partido asignarán cuadros del Partido a todos los niveles en forma planificada.

48-La Liga de la Juventud Comunista, bajo la dirección del Partido, desarrollará activamente su función de asistente del Partido y ayudará a la administración de la escuela a hacer una buena labor.

Los cuadros dirigentes de la escuela deben estudiar asiduamente marxismo-leninismo y las obras de Mao Tse-tung.

Cualquier veleidad de lectura aperturista queda descartada. El marco de la acción educativa no puede ser más estanco ni férreo. Lo que se persigue es obtener cierto rendimiento por las mismas razones que habían obligado a racionalizar mínimamente el ritmo de comunas rurales y fábricas. Incluso este período de discretísimo coto a los más llamativos excesos será imperdonable para el maoísmo, que ya prepara contra el traidor Liu Shao-shi las violentas acusaciones de revisionismo en la enseñanza que lanzará pocos años después.

El hincapié que se hizo respecto al aprendizaje de lenguas extranjeras es notable y recuerda a esos últimos barcos que el emperador enviara, más por prestigio que por avidez de conocimientos, antes de amurallarse contra el mundo exterior. El estudio de idiomas se restablece y recomienda en las escuelas secundarias e incluso en las primarias que tuvieran posibilidades de ofrecerlo. Es curioso que en 1963, fresca la ruptura y en plena crisis las relaciones con Moscú, se siga aconsejando, junto con el inglés, la enseñanza del ruso.

11-…Las lenguas extranjeras son un importante instrumento para el estudio científico y el conocimiento cultural, así que debemos esforzarnos más en reforzar los cursos de aprendizaje…Según los recursos de enseñanza disponibles las escuelas establecerán cursos de ruso o inglés. Debemos gradualmente llegar a un punto en el que los graduados de las escuelas secundarias, ciclo superior, tengan nociones suficientes para la lectura de lenguas extranjeras.

Conociendo el espíritu de aprovechamiento y economía del país, la explicación es simple: Pese a la ruptura, los textos de procedencia soviética seguían circulando por China y constituían un material científico y pedagógico de gran importancia. Más aún si se tiene en cuenta que buena parte de los profesores formados en los años cincuenta no conocían sino el ruso y que éste además era para los universitarios chinos la lengua vehicular de traducciones y resúmenes de obras científicas anglosajonas. La comisión encargada de redactar el reglamento educativo intentaba establecer programas modernos, similares a los de las escuelas occidentales y abiertos a la previsible y progresiva apertura de China al mundo. ¿Los cuadros en el poder en 1963 no eran acaso los jóvenes que habían abogado con tal fervor en los años anteriores a la victoria por la implantación de corrientes occidentales como la democracia, la república, el marxismo; y por la lectura y conocimiento de obras extranjeras que les habían alimentado a ellos mismos?.

A mediados de los sesenta el Ministerio de Educación Nacional responde a los escasos visitantes extranjeros que no dispone de estadísticas, sin embargo Robert Guillain, tras su viaje, da algunas cifras que sorprenden por la escasez que, a niveles altos y medios, reflejan. Señala que en 1964 se graduaron doscientas mil personas en estudios superiores, había tres millones de profesores y noventa de alumnos de primaria. La gran mayoría de estudiantes se dedicaba a las ciencias y, en el polo opuesto, un porcentaje mínimo al derecho o la economía. Esto, incluso añadiendo las clases nocturnas para adultos, difícilmente puede presentarse como un deslumbrante logro en un país de tal población y subraya sin necesidad de comentarios el efecto de las campañas, y el ambiente, que barrían regularmente las aulas. Guillain anota la intensidad del adoctrinamiento político a todos los niveles, de la guardería a la universidad, anotación que contradice las acusaciones hechas a cuadros académicos durante la Revolución Cultural según las cuales no se daba a la política la importancia debida, y que ratifica la capacidad del sistema de superarse a sí mismo en movilizaciones desastrosas. En la guardería la niñera explica cómo enseña a niños de cuatro y seis años a amar a los amigos y a odiar a los enemigos de clase. Los enemigos son los terratenientes, los reaccionarios, los imperialistas americanos. Un periódico proclama Nuestros bebés que están aprendiendo a hablar saben ya balbucear “¡Presidente Mao!”…En la guardería juegan a desfilar bajo las banderas rojas, cantan canciones revolucionarias…Gritan “¡Viva Mao!. ¡Viva el Partido Comunista!”. En la universidad el adoctrinamiento marxista toma todas las formas posibles. Hay sesiones en las se informa a los estudiantes de lo que conviene pensar sobre la actualidad política (inútil añadir que ni estudiantes ni pueblo llano tienen acceso a forma de comunicación libre alguna, sea emisión de radio, prensa o cualquier tipo de documento grabado o impreso). En las sesiones citadas se difunden y comentan las tesis oficiales y se rechazan las desviaciones condenadas por el Partido. La autocrítica y la crítica pública de otros se practican con frecuencia, asegurando así la atmósfera de delación y vigilancia mutua y el control ubicuo de cada persona por el Partido. Hay aquí-observa Guillain-de doscientos a trescientos millones de jóvenes chinos que forman la juventud más dócil, más políticamente correcta, más dispuesta a aclamar a sus jefes que ha existido nunca en un país totalitario

 La Revolución Cultural supo capitalizar esa muda e intensa represión, y canalizó adecuadamente hacia los objetivos deseados la soterrada agresividad resultante. Dos años más tarde esa juventud estrictamente dirigida en pensamiento, palabra y obra no aclamará sino a un jefe.

Amanece sobre un instituto de lenguas que, en este país, puede ser cualquiera, que, sorprendentemente, podría ser aquél-pese a los siete años transcurridos, a las tormentas desencadenadas y disueltas durante ese periodo-en el que transcurre la estancia de un de inglés cuyas memorias la  profesora extranjera lee,. Nada ha cambiado de forma substancial entre lo que ella vive y lo descrito, el mismo reloj da vueltas en su círculo y los jóvenes recorren un patio al que dan las ventanas del edificio rectangular. Allí viven, como los profesores y como, en su soledad, la cooperante preferiría incluso vivir ella misma. Porque en realidad no hay ciudades. Existen huertos, aceras y muros que delimitan talleres, casas, cooperativas, calles. Fuera de la unidad de trabajo no hay salvación. En la escuela se vive siempre en un régimen de internado, que los estudiantes abandonan en las vacaciones de verano y de año nuevo. Su jornada es comunitaria y llena hasta los bordes desde el fin del sueño, a las cinco o las seis de la mañana, según la estación, hasta que se apagan las luces a las nueve y media de la noche. Hacen gimnasia, se duchan, desayunan, van a clase, comen, hacen religiosamente la siesta, vuelven a clase, cenan, estudian, duermen. Sus actividades se concentran en el estudio de lengua extranjera, lengua china, política, educación física y entrenamiento militar. Durante el recreo los altavoces transmiten música y consignas. Las habitaciones son conventuales y sin apenas calefacción. En la biblioteca los estudiantes leen sin quitarse su gruesa chaqueta guateada. No existen laboratorios de lenguas; sólo radios y grabadoras.

Por entonces, en ese curso del 65-66, maestros y alumnos desgranan, con mayor o menor fortuna, cadenas gramaticales en la lengua que practican pero sus conocimientos sobre el país y la literatura a los que pertenece son de una pobreza extrema. Los profesores de mayor nivel y más edad utilizan algunos textos literarios que desaparecerán según vayan llegando directivas de dar énfasis a la enseñanza oral, el léxico imprescindible para un intérprete y los temas políticos chinos. El personal universitario gana unos trescientos yuanes al mes. Un año más tarde los guardias rojos reducirán un sesenta por ciento sus salarios, que se seguirán considerando excesivos porque el supuesto status preferencial de los intelectuales-silenciando sus méritos- parece ser socorrido blanco común de las campañas políticas. Los salarios de los colegas de la cooperante extranjera no sobrepasan, en 1973, los sesenta yuanes mensuales, lo que equivalía a unas mil ochocientas pesetas. El profesor de inglés gozaba del insólito lujo de la compañía: la expansión dada al estudio de las lenguas extranjeras había hecho que, en los años sesenta, se contratara a gran número de cooperantes nativos cuyas dotes profesionales no solían ir en consonancia con sus simpatías hacia el régimen. Se escogían a propuesta de intermediarios como las asociaciones de amistad con la República Popular y los partidos comunistas y socialistas alejados de la obediencia soviética. Las relaciones que con ellos mantenían sus colegas locales no superaban, en trato humano, a las establecidas con la grabadora. Según aumentaba la presión política preludio de la Revolución Cultural, los chinos extremaban, respecto a los extranjeros, cortesía, prevención y distancias. Con razones, como el pasado y el futuro mostraban, sobradas para ello. La atmósfera pedagógica era igualmente imprecisa y cauta, atrincherada en repeticiones y tópicos, atenta a los cambios que, de un día para otro, marcara la prensa oficial (los medios de comunicación en su totalidad lo eran, y continuaron siéndolo). En esa época, como en las posteriores, se daba una curiosa, pero habitual en tal contexto, contradicción: la labor docente carecía de posibilidades de planificación y centralización en sus planes y contenidos pero esto, lejos de representar espacios variados de libertad, era la inestabilidad mantenida voluntariamente por un sistema que no permitía más seguridades que las marcadas, día a día, por él mismo y que fragmentaba de continuo el ascenso del pensamiento hacia categorías altas y universales, sometiéndole a la dependencia del localismo y la ignorancia a causa de la amenaza que implicaban la reflexión y el logro personal.

Medidos en perímetro y contactos, enfundados en la diferencia que todo se encarga de subrayar, los extranjeros lo son infinitamente. El gran archipiélago que un largo invierno está fundiendo en una superficie sin fisuras escupe la materia ajena; la ideología nunca dice rechazar por razones de etnia, pero su patria es más exclusiva que la de los antiguos mitos y la sangre. Por él circulan observadores occidentales que, en su abrumadora mayoría, no verán más que lo que deben, no contarán sino lo que se les ha suavemente indicado. En él también residen esos cooperantes que adquieren súbitamente una dignidad oficiosa cuyo especial consideración justifica su aislamiento. Ganan poco, pero ese poco es entre seis y doce veces más que sus colegas chinos, viven en apartamentos que para la gran Esparta oriental son un lujo, su horario y trabajo son más reducidos, su nivel de decisión e información son nulos, les corresponde preparar y supervisar textos, pero cualquier comentario sobre la incomible jerga política que deben aceptar en ellos se encuentra con el vacío cortés y con la incompetencia lingüística de las autoridades.

La cooperante extranjera se sorprende al leer el relato del inglés. Ella creía que hubo, antes del 66, una bonanza, cierto respiro, y lo que encuentra es el retrato inmutable del mismo universo que a ella la rodea, sin veleidades de  humanismo o apertura que tal vez sólo el ansia por hallar el factor humano y la progresión  hacia la mejora hizo imaginar a los extranjeros que la habían precedido. Lee los textos: Hoy es el Día Nacional. El cielo es azul. El sol es brillante. Estamos contentos.

Esto es un retrato del Presidente Mao. El Presidente Mao es nuestro gran dirigente. Amamos al Presidente Mao. Somos buenos alumnos del Presidente Mao.

Y siguen ejercicios del tipo: ¿Aman ustedes al Presidente Mao?-Sí, amamos al Presidente Mao.-¿Qué dice el Presidente Mao.-Dice que hay que estudiar a fondo y hacer progresos cada día.

Para segundo curso emplean textos más elaborados, como Karl Marx: científico y revolucionario, adaptado de un artículo de Paul Lafargue, que utilizan durante quince clases, desgranan, repiten, memorizan y fragmentan de una forma exhaustiva.

El mismo texto se sigue utilizando en el centro en el que la cooperante extranjera, en 1973, trabaja.

Y el mismo método. Porque, lejos de representar innovación y riqueza, la fabricación artesanal y colectiva de material destinado al aprendizaje es un dechado de restricción y medianía que se vacuna contra la responsabilidad personal con el recurso al empleo previo por otros y a la autoría de grupo, el cual, a su vez, ha glosado un fragmento colectivamente seleccionado y sometido a diversas aprobaciones. Garantizada su inocuidad ideológica-que el cliché abundante, la reiteración y la mediocridad estética e intelectual aseguran-, el texto se somete a un proceso minucioso de preguntas/respuestas agrupadas por párrafos, que cubren vocabulario y modelos de construcción. Lo acompañan las frecuentes audiciones de grabaciones del texto, y las repeticiones de él por los estudiantes en voz alta. El entrenamiento en este ping-pong catequístico permite a los alumnos desgranar sus frases al vigoroso ritmo de un contestador automático. Los profesores chinos se aferran a la repetición y a los escritos y rehúyen las variantes propias de la lengua hablada, los imprevistos y los cambios. Cuando sus colegas extranjeros les proponen cambios metodológicos, zambullidas en el uso vivo y coloquial, aquéllos defienden los párrafos y usos que les proporcionan seguridad y expresan los conceptos abstractos que precisan introducir constantemente en las consignas políticas; también alegan que los métodos defendidos por los extranjeros de países imperialistas son de origen americano. Los raros y muy moderados intentos innovadores se verán cortados por los acontecimientos que, en 1966, colapsarán toda la vida académica.

Las ilustraciones y dibujos venían en ayuda de la escasa capacidad gestual y la poca seguridad del docente local. Éste solía permanecer en pie, envarado, frente a la clase, al estilo antiguo. Sus alumnos mantenían al escucharle una curiosa actitud frente a la verdad: se suponía que el contenido de las frases debía ser tan correcto como su gramática. Nunca se hacía uso del sentido del humor ni de la fantasía y el texto parecía investido, por el hecho de serlo, de una autoridad probablemente relacionada con el monopolio oficial de la difusión de información y de la palabra escrita.

Nunca se valorará lo suficiente, en todas sus dimensiones, el peso del componente miedo en aquella etapa Y en las demás-incluida, por supuesto, la actual-en la que éste se utiliza, se difunde y presta su inestimable ayuda a la añoranza de control y medianía. La palabra no se suele citar jamás y despierta una reacción de inusitada defensa y exposición de principios cuando el elemento exterior, la cooperante extranjera, plantea explícitamente la palmaria evidencia del temor y restricciones que bañan la práctica cotidiana. Por entonces, en China, una de las responsables políticas del instituto, miembro del Partido, afirmaba con solemnidad el común disgusto ante la suposición de la censura de actos y palabras ya que ellos gozaban de la plena libertad de la dictadura del proletariado. Acto seguido se volvía a la exégesis de párrafos de los que se trillaban líneas de perfecta corrección. El mecanismo tenía las ventajas de la facilidad intelectual, por su ínfimo nivel discursivo, y de la indiscutible aceptación, no sólo por los dirigentes, sino también por los alumnos a los que iba destinado, los cuales mal podían atreverse a criticar la forma, gramática, interés o criterio de selección de páginas que repetían loas al Presidente y al Partido y consignas de obligado cumplimiento. La metodología que justifica la pobreza del contenido con la fidelidad a los principios es generalmente utilizada en tales campañas. La peculiaridad china radicaba en la inmensidad de su extensión y en el monopolio absoluto del poder.

El grupo de profesores, en su recopilación previa, se inclina sobre traducciones de las obras de Mao Tse-tung, de discursos y editoriales aparecidos en boletines de la Agencia de Noticias Sinjua, y sobre viejos manuales repetidamente expurgados. Las innovaciones, que pueden presentarse como revolucionarias y entusiastas, operan, en cualquier caso, sobre materiales semejantes y giran, en constante referencia, en torno a frases del Líder. No todos los estudiantes, sin embargo, reciben aprovisionamiento por los mismos canales. En el sistema educativo se refleja la red piramidal que rige la sociedad en su conjunto, y así los escogidos para el funcionariado en departamentos dependientes del Ministerio de Asuntos Exteriores sí tienen acceso a cierta cantidad de escritos extranjeros, que consistía en gran parte en artículos de periódicos occidentales de ideología afín (quizás convendría evitar, por profilaxis léxica, el recurso a izquierdas/derechas), pero que también incluía diarios de amplia circulación.

De haberse detenido el tiempo ese año, todo el proceso emprendido por el Buró Político chino figuraría ya en el pódium de las dictaduras totales típicas del siglo XX. Pero los meses siguientes probarían que el perfeccionamiento en control y sumisión es tarea siempre superable.

 

Plataforma continental

Cultura. Palabra terrible, peligrosa. Tanto que en su nombre, en el nombre de las mejores palabras, se envuelven las peores abominaciones, los movimientos que aplanan con lenta seguridad las cimas, las barreras que sofocan con su tela oscura bocas reducidas a la costumbre del silencio. Pocos se atreven a sacar la pistola limpiamente ante el hervor insoportable de la inteligencia y le proclaman la guerra con la brutalidad de la fuerza y del grito. El uso habitual consiste en tomar la Cultura, y hacerla avanzar vestida para la circunstancia, transformada en la sumisa vaciedad de su contrario, alhajada del discurso del aspirante a comisario general. La acompaña el sucedáneo de notables, con diplomas de título robado, uniformes de la misma talla y clamores de unidad. Y tras ella siempre quedan bibliotecas abandonadas, libros reducidos a páginas sueltas y carteles, mientras en la línea del horizonte intelectuales recientemente desmochados y cargados de arena rellenan los cimientos de un inútil y enorme edificio de congresos.

Gran Revolución Cultural Proletaria. Sólo la primera palabra, por su gigantismo, corresponde. En cuanto al resto, el movimiento estaba destinado a mantener en el absoluto poder, de forma indefinida, al Presidente, el grueso del Ejército y el núcleo ortodoxo del Partido Comunista Chino. Era tiempo de otro Yenán, de la catarsis regular y predecible en la que se sumergían jefes sin más paraíso que la vieja guerra y que extraían de ella la nueva juventud de una continua justificación, el gusto excitante de una forma de existir.

Los compañeros de la profesora extranjera son-lo descubrirá pronto-supervivientes. Tienen la espalda, y algo permanente en su interior, curvada en la postura de quien está acostumbrado a presentar la mínima oposición al viento fuerte, de quien jamás cometerá el pecado nefando de destacar entre iguales. Tras ellos existe un pasado que para ella, para Isa, es inimaginable, pero que sin embargo comienza a imaginar. Porque un buen día de 1973 alguien a quien reprocha el ridículo de las danzas, Libro Rojo en mano, a las que ellos poco antes se libraban mañana y noche frente al retrato de Mao, le responde:

-Tú no sabes lo que hemos pasado.

Y ella se da cuenta de que lo sabe, y de que nada, ni horizontes, ni promesas, ni devociones ni silogismos, justifica que nadie pase por aquello. Sólo ha comenzado a saber el principio, pero no existen puertas hacia el secreto. La evidencia siempre ha estado allí, desplegada, temible, protegida ante el mundo por la aparentemente irremediable solidez de su espanto. No ha sido necesario un viaje al continente oscuro donde, en un pueblo perdido de la selva africana, al final del trayecto por un remoto río. un hombre se encuentra a otro que ha hallado el corazón inexplicable del horror. Éste de China es un horror organizado, tranquilo, bajo un cielo límpido, explicado con argumentos razonables, ofrecido con finalidades benéficas. Puede habitarse en él y no advertir el metal implacable del que están hechos sus sueños. Se ha visitado entre sonrisas, va a perdurar por el argumento doble del hecho consumado y la consumada cobardía de quienes, de lejos, jugueteaban con el sonido de las palabras y sonreían a un paraíso que podía ser su propio, e inocuo, Yenán.

La evidencia no comenzó con aquellas palabras. Viene del avión y de los primeros pasos, de la recepción, las calles, el enorme mural sobre el Presidente y los muros alumbrados por una bombilla triste. Existió continuamente, incluso en los sueños y en las escapadas a la naturaleza, en la que Isa bebía la sensación de algo gratuito y libre, en el arte que emergía entre cascotes sus restos de náufrago. Pisaba el territorio más devastado de libertad que imaginarse pudiera.

El cual construyó sutilmente, más allá de la experiencia y del recuerdo, inacabables caminos que ella debería, obligada por la inutilidad misma de la empresa, recorrer.

La Gran Revolución Cultural Proletaria, campaña de movilización de masas en gigantesco formato, tuvo una larga y cuidadosa preparación del material y métodos por parte de MaoTse-tung y el Mariscal Lin Piao mucho antes de que apareciera el veinticinco de mayo de 1966 en un muro de la Universidad de Pekín el tadzupao (cartel en grandes caracteres) de siete profesores criticando a las autoridades académicas. Las instituciones de enseñanza cierran. Los alumnos, ahora Guardias Rojos, se desplazan junto con los profesores, ven al Gran Líder en la plaza de Tien An Men, visitan los lugares sagrados revolucionarios, viajan por el país. Un océano de citas del Presidente, pequeño Libro Rojo y todo tipo de medios de comunicación barre sustancialmente cuanto no es-en cultura, arte, literatura, pensamiento, etc, etc, etc-Mao Tse-tung.

El telón desciende con cierta brusquedad, desplegado por el EPL, Ejército Popular de Liberación. Éste se encarga también, con la notable rapidez y eficacia que la práctica proporciona, de retirar de escena, fragmentar y depositar en diversos lugares de la extensa geografía china a los figurantes. La apoteosis deja entrever la remisión y el declive. El 22 de febrero de 1967 tiene lugar en Pekín un Congreso de Guardias Rojos, la juventud sigue enzarzada en torneos de celo maoísta, pero ya se esbozan llamadas al orden desde el Comité Central, hacia el que, con lenta certidumbre, el Presidente canaliza las etapas finales, y decisivas, de la purga contra los que le reprocharon la catástrofe del Gran Salto Adelante. En 1969-70-71 intelectuales y profesores se reeducan en el campo y las fábricas, los estudiantes trabajan en comunas agrícolas. Museos y monumentos están cerrados esperando que se rectifique, según las nuevas directivas, su material, o porque ha sido dañado su patrimonio artístico por el celo de destrucción de lo viejo para que brote lo nuevo de los Guardias Rojos. Librerías y bibliotecas han sufrido una severísima purga tras la que no ha quedado prácticamente sino la efigie y textos-multiplicados en mil formatos y caracteres-de MaoTse-tung, y , en menor cantidad, de los clásicos del marxismo.

Naturalmente el uso de términos como reeducar y sus variantes, véase rectificar, la vuelta a la forma recta y justa, la utilización de todo cuanto a educación y cultura concierne, tienen un papel muy específico, se sitúan en primera fila entre los utensilios para extirpar la libertad, la calidad, la individualidad y la inteligencia, y para ello se valen de un óptimo definido, de un puñado de conceptos de elemental expresión y comprensión a los cuales se desplaza el polo único de referencia, de manera que, fuera de ellos, valores, personas y objetos dejan simplemente de existir o son tolerados según el utilitarismo inmediato que pueden presentar para los que han logrado el monopolio de la autoridad. En China se dio una conjunción rara, probablemente única, de clanes de poder superpuestos, y de ahí la insólita dimensión del fenómeno. En casos más fragmentarios y archipiélagos reducidos se utilizarán recursos semejantes, pero en un formato en función del perímetro de las parcelas de autoridad disponibles.

El mundo exterior también cierra en el 66. Ya había sido reemplazado previamente por un curioso decorado de islotes revolucionarios empeñados en la lucha contra las fuerzas del mal, en África, Hispanoamérica, rincones de Asia, y por un océano general de pobres y oprimidos sobre cuya corteza tectónica imperaba, por la sola fuerza de las armas y el dinero, la vegetación espuria del mercantilismo y el capital. Ahora que las universidades se vacían, que de las escuelas parten escuadrones con banderas y que los libros saben, temblorosos, que llegó su hora, cuanto es extranjero se cotiza a mínimos, incluidas las lenguas que tardarán años en volver a escucharse en las aulas. Por el contrario, hay un gozoso reencuentro con la xenofobia, que nunca ha estado demasiado lejos de la llamada a las vísceras y las movilizaciones. El imprescindible enemigo externo tiene los pálidos colores de la piel de los occidentales, el pelo claro y los ojos acuosos de los banqueros. Las excepciones, los raros justos que han ayudado a la causa china y del proletariado internacional, se pasean bajo palio y quedan luego convenientemente aislados en su urna. Si anteriormente era difícil, controlado, mal visto, el contacto con extranjeros, a mayor auge de las movilizaciones más imposible y sospechoso éste resulta. La China que denunció la vida elitista de las minorías coloniales ha reducido desde el 49 la presencia occidental a una élite forzada cuyas fronteras la Revolución Cultural limita prácticamente a la escasa presencia diplomática. Los estudiantes de los institutos de lenguas tienen una actuación señalada, durante esta época, en razón de su dependencia del Ministerio de Asuntos Exteriores, el cual es violentamente criticado por los guardias rojos, sobre todo a partir de los incidentes contra legaciones y establecimientos chinos en Indonesia, donde, tras un oscuro  intento de golpe de Estado y enfrentamientos con grupos marxistas, estalló en 1965 una violenta ola de agresiones, especialmente en el campo, a cargo de unidades militares y grupos musulmanes, que se saldó con cientos de miles de muertos y con la expulsión y pérdida de bienes de la próspera colonia china. El apoyo a grupos maoístas en otros lugares contribuía al aislamiento diplomático de Pekín y avivaba la agitación en Hong Kong. Pero tal situación producía cierto exaltante sentimiento de faro y asedio. Frente al degradado Hermano Soviético y el capitalismo abocado a los vertederos de la Historia, China ocupaba el lugar del Centro que siempre había sido el suyo. El mundo, y ella misma, disponían de población suficiente para permitirse todos los experimentos y audacias con el saldo desdeñable de millones de víctimas que carecían de relevancia en contraste con el futuro que se pensaba construir.

Los estudiantes reprochan, en 1967, a un Ministerio de Asuntos Exteriores cuyo único aliado incondicional en Occidente es Albania haber favorecido moralmente la aniquilación de los movimientos comunistas indonesios, y centran sus críticas en la visita que Liu Shao-shih había realizado a ese país en 1963. Los guardias rojos extienden sus acusaciones a todos los funcionarios del Ministerio, atacan el edificio y se apoderan de documentos en los que esperan encontrar  pruebas contra los traidores. La consigna de estos alumnos de institutos de lenguas extranjeras, organizados en lo que denominaban centro de contacto de rebeldes revolucionarios, era desenmascarar completamente a los traidores emboscados en esta institución burguesa. Algunos altos cargos como Chen Yi se negaron a aceptar su control y les aconsejaron que fueran a pelear a Vietnam y no a su despacho. Otros, como Chou En-lai, discutieron con ellos cuarenta y ocho horas seguidas.

Pese a la aparente anarquía que parece señorearse de algunas provincias, al caos económico y social, a las luchas entre facciones maoístas con rojos de todos los tonos del espectro y a los miles de muertos, nada tan predecible y ordenado como este supuesto movimiento de masas, cuyo pasos son observables desde principios de los sesenta y llevan la impronta del Ejército y de buena parte del Partido Comunista. En septiembre de 1962 había tenido lugar el X Pleno del Comité Central, que años después sería presentado por los maoístas como la inauguración de la gran revolución cultural socialista. En el 63 se puso en marcha la gran revolución, es decir, una campaña masiva de adoctrinamiento político centrada en el culto a Mao y al colectivismo y en la exposición, entre los ciento treinta millones de jóvenes que no los habían vivido, de los males de la antigua sociedad. En febrero del 64 se dio luz verde a la campaña Aprender del Ejército, en el que ya había organizado desde 1961 el Mariscal Lin Piao el estudio del maoísmo y llevado a cabo experiencias de trabajo movilizador de masas cuyos métodos serían generalizados luego con toda la juventud y en todo el país. Además del tono castrense, no podía faltar en escuelas y universidades, como ocurrió a los pocos meses, el movimiento de rectificación cultural, con purga y destitución de intelectuales y censura de organizaciones y obras. Esto no significó la paralización de la vida académica pero dio ya comienzo a la práctica de enviar a trabajar al campo a las personas con un nivel de educación y, en periodos alternados con los lectivos, a muchos estudiantes. También significó la entrada en el cuerpo directivo de los centros de enseñanza, entre ellos en los de lenguas extranjeras, de militares. La ocupación de los espacios educativos y culturales con elementos extraños al mundo profesional y académico, cuya función cardinal es la vigilancia y la imposición de las consignas del régimen, es método recurrente en todos los amagos de construcción del mundo orwelliano. La República Popular China ha sido, en ese sentido, un prototipo. El profesorado anglosajón de institutos de lenguas extranjeras cuenta que, en esta época, el Decano y el representante del Departamento de Inglés eran simples exoficiales del EPL (Ejército Popular de Liberación) que ignoraban por completo la lengua. Esto se repetía en todas las especialidades.

En 1965 Lin Piao lanza un fenómeno editorial al que sólo su gratuidad y posesión forzosa impiden figurar entre los best seller de todas las épocas. Se trata del Pequeño Libro Rojo, una recopilación de citas del Presidente Mao difundida primero en el Ejército para el uso catequístico de los soldados pero destinada-como su tirada prueba-a unificar el pensamiento de los setecientos millones de chinos. Todo está ya prácticamente listo, y el 16 de mayo del 66 el Comité Central del Partido envía a los cuadros de éste una circular, cuya autoría los comentadores coinciden en atribuir a Mao, conteniendo directivas sobre cómo debe desarrollarse la Revolución Cultural. De hecho el 7 de mayo el Presidente había dirigido a Lin una carta programática en la que aprobaba su trabajo en el seno del Ejército, veía en el Mariscal a su más fiel seguidor y le dejaba terreno libre para iniciar en gran escala la unificación general ideológica. En uno de los puntos se lee: La escolaridad debe ser reducida, y debe llevarse a cabo la revolución en la Enseñanza. No puede durar más el dominio de los intelectuales burgueses en nuestros centros.

El recurso al laminado de intelectuales y cultura es, en el texto, explícito, naturalmente bajo el lema (que sustituye, como enemigo, en el interior, al imperialismo y capitalismo en el exterior) de erradicar lo burgués. El término, requiere-y requerirá-cierta exégesis porque es una de las palabras-fetiche de indispensable uso en la construcción de los vastos campos de reeducación y trabajo y en sus más o menos modestas imitaciones. Burgués asumirá años más tarde, junto con la categoría sociomaléfica, su sentido etimológico cuando los autores del experimento comunista más auténtico, concentrado y puro, los khmeres rojos, vacíen y dinamiten las ciudades y construyan en Camboya un régimen que no hubiera podido existir sin el continuo apoyo de Pekín y que dejará tras de sí los cadáveres de un tercio de la población.

El 18 de mayo de 1966 Lin Piao pronuncia un discurso ante el Buró Político en el que sitúa a Mao por encima de todos los pensadores comunistas y hace de él el más grande marxista-leninista de nuestra época, genial, creador, integral. El 25 siete profesores de filosofía de la Universidad de Pekín colocan el cartel que da por inaugurada la Revolución Cultural, redactado principalmente por una joven profesora, Nieh Yuan-tsu. Mao lo califica de inmediato de Manifiesto de la Comuna de Pekín de los años sesenta de este siglo XX y lo hace reproducir el uno de junio en todo el país. En él se hallaban bastantes citas y extractos de la Circular del 16 de Mayo, que no había sido publicada y a la que habían tenido acceso, al parecer, solamente los cuadros. Ésta sería difundida en mayo del 67. El 13 de junio, para facilitar el desarrollo de la campaña, el Comité Central y el Consejo de Estado deciden postponer seis meses la incorporación de estudiantes en instituciones de enseñanza superior y transformar los métodos pedagógicos. El Renmin Ripao (Diario del Pueblo) apela en su editorial del 18 de junio a cambiar de raíz el sistema educativo. Durante junio y julio grupos de trabajo designados al efecto por el Comité Central recorren los centros para cumplir las consignas de la Revolución Cultural. Los dirigentes de estos grupos, Teng Siao-ping y Liu Shao-shi, serán después desacreditados por Mao y condenados durante la II Sesión Plenaria del Comité Central del Partido, que tiene lugar del uno al doce de agosto de 1966. El movimiento ocupa desde la primavera toda la vida académica. El foco principal es la Universidad de Pekín, Pei-ta, y la Universidad Técnica de Tsinghua, a las que comienzan a acudir estudiantes de otros centros para asistir a los mítines. El 5 de agosto el Renmin Ripao publica el tadzupao de Mao Tse-tung incitando a la crítica de los altos dirigentes. El 8 de agosto aparece la Declaración en Dieciséis Puntos del Comité Central sobre la Revolución Cultural y la forma de llevarla a cabo. Las clases han cesado hace meses. Escuelas y universidades permanecen abiertas como lugares de discusión. Los estudiantes llegan por millones a Pekín desde los puntos más distantes del país. La primera gran concentración de guardias rojos en la plaza de Tien An Men tiene lugar el 18 de agosto. En ocho ocasiones, entre agosto y noviembre de 1966, Mao Tse-tung se mostrará en Pekín a más de once millones de enfervorizados jóvenes cuyos apasionados debates versan sobre quién posee el rojo más intenso y la fidelidad más absoluta al Líder. Muchos estudiantes salen de la capital y se dirigen a otras ciudades a intercambiar experiencias. También peregrinan a los lugares sagrados revolucionarios, Shaosan, pueblo natal de Mao, y Yenán. Este inmenso trasiego de jóvenes se lleva a cabo bajo una planificación estatal cuidadosa que provee de permisos de viaje y de carnets de transporte gratuito y que proporciona alojamiento y alimentación a esos millones de escolares y universitarios. Se trata de una movilización de masas extremadamente bien programada cuyos grupos compiten en ser cada uno más maoísta que los demás y atacar con mayor ahinco a cualquiera, cuadros y a miembros del Comité Central incluidos, sospechoso de oponerse a las ideas del Presidente del Partido.

En 1967 la situación continúa. Se forman comités revolucionarios en las entidades, los cuales sustituyen a los anteriores cuerpos directivos y van tomando a su cargo la depuración en nombre de la pureza ideológica y la sustitución de lo viejo por lo nuevo. Este último recurso es de ayuda inestimable en tales campañas, ya gocen éstas del espacio ilimitado que las dictaduras proporcionan, ya deban someterse a los cotos que les ofrecen los regímenes democráticos. El lema renovación, reforma o modernización a toda costa, se encuentra infaliblemente en cualquier veleidad de monopolización y manipulación tomando como base la plataforma educativa. La delimitación entre los necesarios y lógicos procesos de cambio y las aspiraciones al control completo y la imposición se halla en la consideración, o no, de lo previo o cuanto se le asemeje como el enemigo a abatir. La eliminación de lo viejo, la censura de lo anterior y lo existente, la valoración de la innovación simplemente por ser tal, es fuente de represión inagotable y permite promocionar, con la ayuda de las capas menos formadas o calificadas, los más bajos niveles intelectuales, profesionales y éticos. La página en blanco es uno de los temas favoritos del Líder, que suspira por el espacio raso, el individuo sin experiencia, memoria ni historia, el ser colectivo, anónimo, tan desnudo y disponible como en la infancia. Mediocre filósofo y literato, lamentable economista, Mao es sin embargo un buen militar y un notable estratega en el desplazamiento y utilización de multitudes, muy semejantes por la edad, en esta ocasión, a las que acaudillara treinta años antes.

Los jóvenes que reprochaban al Ministerio del Interior su colaboración por defecto en la represión anticomunista de Indonesia hubieran quedado sorprendidos de habérseles hecho notar que las milicias, musulmanas o no y relacionadas o no con el Gobierno de Yakarta, que se habían cebado en los chinos perseguían a los mismos enemigos que los más rojos de los guardias, y por razones finalmente muy semejantes. Porque la diáspora china, como la india, la vietnamita o la judía, se ha caracterizado por su laboriosidad y espíritu emprendedor y mercantil, que le procuraba en breve plazo un nivel de prosperidad muy superior al de los nativos de su entorno y despertaba las consiguientes envidias. Éstas han sido regularmente utilizadas por gobiernos y aspirantes a incautarse de la riqueza de sus vecinos y han ofrecido un blanco fácil al desahogo de una pobreza propia que estaba lejos de ser resultado de la prosperidad ajena. La destrucción de tiendas y restaurantes, las matanzas de comerciantes y oficinistas, la expulsión de minorías y la incautación de empresas se encuadran perfectamente en la ortodoxia comunista puesto que son medidas contra la economía de mercado, el beneficio, la burguesía y la acumulación de capital, cuya erradicación era dogma de los guardias rojos y de su Gran Timonel.

Naturalmente durante la Revolución Cultural no todo ha sido caos, improvisación, alabanzas a la vida rural y sustitución de la eficacia por las consignas. Es altamente improbable que en las centrales atómicas se instalase un equipo directivo de reclutas y obreros para iluminar las mentes, iniciar a físicos y matemáticos en el trabajo manual y supervisar el manejo del uranio. En el lejano Sinkiang los científicos que se ocupan de logística y armamento no pierden un segundo, y las vastas instalaciones en las que se vive en un régimen de confinamiento y extrema vigilancia son cuidadosamente preservadas de toda perturbación. El principio de realidad y el irrecuperable valor del tiempo gozan allí de todos sus derechos.. Mientras las ciudades ofrecen a diario un variado panorama de movilizaciones y los intelectuales burgueses se preparan para la reeducación de trabajos forzados, la República Popular China hace explotar en 1967 su primera bomba de hidrógeno.

De hecho, a partir de marzo del 67 las escuelas primarias y secundarias habían comenzado a abrir sus puertas y a debatir los planes de trabajo y la forma que adoptarían los centros en adelante, de manera que se adaptasen de manera óptima a las directivas de Mao y a la opinión del Ejército, que había ido entrando en ellas para formar parte de su dirección y reorganizar la vida escolar. Los comités directivos se llamaron alianzas de tres en uno-parece que el sintagma es grato al mundo socialista-, es decir, de obreros o campesinos, soldados del EPL y de profesores y estudiantes. El tercio de poder decisorio de estos últimos y, dentro de ellos, del profesorado, era, obviamente, mucho más reducido que lo que la proporción, de por sí minoritaria, indica, puesto que se trataba de demostrar, no ya su sumisión, sino su fervorosa adhesión a las directivas del Presidente, transmitidas por Ejército y Proletariado. Los equipos obreros de propaganda del pensamiento maotsetung entraron en las universidades aproximadamente en agosto de 1968. Al establecimiento de estos comités fue siguiendo la reapertura de los centros, pero no su funcionamiento normal y regular. En general, se puede hablar de una vuelta al orden a partir del otoño.

Pero ese orden es el resultante de una purga sin parangón en la Historia, de una técnica de tabla rasa e implantación sistemática de controles que hace de la represión de las Cien Flores y del Gran Salto Adelante puros circuitos de prueba.

La XII Sesión Plenaria del Comité Central del Partido tiene lugar del trece al treinta y uno de octubre de 1968. Destituye a Liu Shao-shi oficialmente y hace un balance de los resultados de la Revolución Cultural. Esto es la coronación visible de un proceso de denigraciones , desapariciones y cambios de puesto según el método acostumbrado que, en una inversión absoluta del ritmo propio de las democracias, primero toma disposiciones, plantea estrategias, ejecuta sus planes mientras penetra por sectores la opinión y, muy en último término, oficializa con los medios de comunicación, de cuyo monopolio dispone, los hechos. Por esas fechas ya se han suprimido los permisos de viaje, el transporte gratuito y cuantos medios había puesto el Estado a disposición de la enorme coreografía de los guardias rojos, que se encuentran, junto con buena parte del cuerpo docente e investigador y la tímida franja de profesionales que hubiera podido constituir el amago de una clase media, reeducándose en granjas dirigidas por el Ejército. Los jóvenes son gente sin más referencias que el Partido ni otro horizonte que el régimen de Mao en su recuerdo. Hasta la Revolución Cultural la vastedad de su país era sólo para ellos abstracta e ilusoria; su vida cotidiana y su porvenir inmediato dependían, como en cada uno de los ciudadanos, del centro de estudio y la célula de trabajo. Las perspectivas se reducían a un muro similar a otros muchos en un espacio rural o urbano en el que la inexistencia de la iniciativa privada no ofrecía sorpresa alguna. Ningún desplazamiento era posible sin un permiso y unas circunstancias al respecto. Se encontraron con la embriaguez de la distancia y del grupo, con alojamientos en que dormir y cantinas en que entrar. Podían alzar la voz contra los adultos, disfrutar con la humillación de viejos, de cuadros, de profesores; vivían su año cero y la cultura, los frutos de la memoria y del pasado, eran lo suficientemente débiles, después de más de tres lustros de régimen, como para considerarlos rastrojos sin más utilidad que el vigorizante ejercicio de su extirpado.

Su generación no halló el poder sino la prisión irremisible del olvido, de las tareas monótonas y de la perfecta vigilancia de extensiones desnudas que la hacen innecesaria. Habían-pero carecían de medios incluso para saberlo-sacrificado todos y cada uno de los individuos al Grupo, a divinidades insaciables sentadas en el futuro y constituidas de puntos homogéneos. Se encontraron con la única realidad tangible: la limitada vida y el limitado cuerpo, el calendario, las relaciones, los afectos, la imposibilidad de opción.

En 1969 todavía algunos grupos discuten en las escuelas las relaciones con fábricas y comunas. Se ha creado una capa social nueva, los jóvenes instruidos, que, tras abandonar la crisálida de guardias rojos, se distribuyen, muy lejos de sus hogares, por todo el país no siempre con el beneplácito de centros industriales y agrícolas poco dispuestos a alimentarlos. Hay que dedicarse al trabajo manual, a la obra en grupo, la que sea, y, lo mismo que durante el Gran Salto Adelante se habían fundido en lingotes inútiles cacerolas y cucharas, ahora se abren zanjas y se desecan lagos que habrá posteriormente que rellenar. La normalización sigue su curso. Del uno al veintitrés de abril se celebra el IX Congreso del Partido Comunista Chino; en él se nombra al nuevo Comité Central y se adoptan los estatutos. Poco después, el trece de mayo, el Diario del Pueblo publica un plan sobre la transformación de la Educación que lleva el nombre del comité revolucionario del municipio que lo firma. El Programa Kirín es ampliamente comentado en los medios oficiales y tomado como modelo. Su aparición y difusión, deben, naturalmente, muy poco a la audacia creadora de las autoridades municipales. Es práctica habitual del sistema hacer aparecer de forma localizada y casi fortuita las directivas de general alcance. El programa, dirigido a la escuela secundaria, es una recuperación de asignaturas y conocimientos que se juzgan indispensables para la industrialización de base. Es el caso de las matemáticas y el inglés, que desplaza definitivamente al ruso.

Con la limpieza de un diagrama y la perspectiva que ya el tiempo va proporcionando, se separan, en lo que se llamó Revolución Cultural, los perfiles de sus componentes. Quedan aquéllos a los que fue útil, y también los  elementos necesarios o inofensivos guardados al margen de la marejada; queda por último la materia humana que formó las figuras de un paisaje y ahora es limo privado de luz y de forma que abona la uniformidad de la tierra. Se ve por transparencia en el conjunto la agitación de las pasiones, de la más fuerte de todas, la envidia, y también el éxtasis de la ilimitada obediencia. Y la fría, imperturbable maquinaria, de las razones prácticas y los intereses, su persistente esqueleto de metal. La profesora extranjera observa los papeles, ya caídos en desuso pero de imposible destrucción porque todavía los protege la sacralidad de la autoridad suprema que nombran, aunque su exégeta haya caído en desgracia porque en la cima cabía el nombre de Mao sólo.

China es un gran país socialista de dictadura del proletariado y tiene una población de setecientos millones de habitantes. Necesita un pensamiento unificado, un pensamiento revolucionario, un pensamiento justo. Y este pensamiento es el pensamiento maotsetung. (Lin Piao-11 de marzo de 1966).

Los estudiantes, al mismo tiempo que se consagran a sus estudios, deben adquirir otros conocimientos simultáneamente. Es decir: deben instruirse no sólo en el plano cultural sino igualmente en los planos industrial, agrícola y militar; también deben criticar a la burguesía. La escolaridad debe ser reducida y debe llevarse a cabo una revolución en la Enseñanza. El dominio de los intelectuales burgueses en nuestros centros de enseñanza no debe durar más. (Carta de Mao Tse-tung a Lin Piao-7 de mayo de 1966)

La forma del planteamiento es de por sí tremenda, categórica, reiterativa, ejercicio sublimado de poder sobre la superficie de setecientas cabezas, en su interior. Se ha dado un paso insólito. No se trata de fe religiosa, de obediencia al rey, de unificación de pesos y medidas y desaparición de señoríos feudales. El encadenamiento de afirmaciones es tan arbitrario como indiscutible. La semejanza de estilo entre el autor de uno y otro texto es absoluta. En la carta de Mao la expresión de obligación acompaña casi a cada término. Se trata de acorralar a un supuesto enemigo al que la difusa purga retroactiva no deja resquicio alguno de salvación. El discurso del Líder suplanta limpiamente la realidad, la complejidad de una sociedad, y de tal tamaño, queda reducida a un puñado de sectores cuya meta, como la de los individuos, es la unificación final. El mundo intelectual es una peligrosa excrecencia cuya peligrosidad sólo se ve controlada por la fragmentación, la mezcla y la vigilancia continua.

Pronto la correspondencia entre el Líder y su Delfín cristaliza en el documento que se hace público dos meses después:

Punto 9- Los grupos, comités y congresos de la Revolución Cultural en los centros docentes deben estar compuestos principalmente por estudiantes revolucionarios. Al mismo tiempo deben incluir a  un cierto número de representantes de los profesores y empleados revolucionarios.

Punto I0- Reforma Educativa. La política formulada por el camarada Mao Tse-tung de que la enseñanza debe servir a la política proletaria y combinarse con el trabajo productivo tiene que aplicarse en todo tipo de escuelas, para que todos los que reciben la educación se desarrollen moral, intelectual y físicamente y lleguen a ser trabajadores cultos y con conciencia socialista.

El periodo de estudios debe acortarse. Los programas de estudio deben ser menos y mejores. El material de enseñanza debe ser cabalmente transformado, en algunos casos comenzando por simplificar el material complicado. La tarea principal de los estudiantes es estudiar, pero deben también aprender otras cosas. Es decir, no sólo deben estudiar los libros, sino aprender el trabajo industrial, la agricultura y los asuntos militares y, cuando se presente el caso, tomar parte en la lucha de la Revolución Cultural para criticar a la burguesía.

Punto 14- La Gran Revolución Cultural Proletaria tiene por objeto hacer más revolucionaria la conciencia del hombre, lo que le permitirá conseguir más, más rápidos, mejores y más económicos resultados en todos los campos de nuestro trabajo

(Decisión en dieciséis puntos del Comité Central del Partido Comunista Chino-agosto de 1966)

Es semejante a muchas Constituciones, a no pocos pronunciamientos y exposiciones de principios. Pero no se parece a ninguno de ellos. Su objetivo se halla dentro del hombre, de uno en realidad inexistente, que puede ser cualquiera, intercambiable, carente de entidad, derechos y sustancia, presto a ser introducido, colocado en apretadas líneas, en el horno una vez se ha rellenado del adecuado contenido. Está aquí, incluso, ausente el espacio que media entre el dios bíblico y su conflictiva criatura. Y no faltan ninguno de los nuevos Jinetes del Apocalipsis: la unificación, la depuración, la simplificación, el gregarismo. Las consignas no son meras directivas que marcan fines aconsejables en la dinámica social. Su radio de acción es completo, su efecto está diseñado para ser total y cubrir cada repliegue de la actividad humana las veinticuatro  horas del día. Lo que desde Occidente se hojeaba como curiosas páginas de libros bienpensantes, en Oriente reunía los poderes del legislativo, el ejecutivo y el judicial en una indisociable mezcla de clan, congregación y ejército.

La profesora extranjera mira, por encima del hombro y del fajo de hojas amarillentas, a sus dos colegas nativos que dormitan sobre la rutina diaria. No hay cadáveres, no hay víctimas ni referencias a sucesos de años pasados. Sobreviven; y las palabras felicidad, deseo, voluntad, desdicha, ira tienen en ellos la misma inconsistencia que revolución, lucha, burguesía, rebelde, pensamiento en los textos. Simples soportes de planteamientos y mandatos. Ya no agitan mañana y noche el Pequeño Libro Rojo pero éste, preservado por la sacralidad de su autor, reposa como un gran escapulario en los anaqueles:

Sin visión política justa se está como sin alma(…).Todos los organismos y todas las organizaciones deben asumir la responsabilidad del trabajo ideológico y político. Y esta tarea incumbe al Partido Comunista, a la Liga de la Juventud, a los organismos gubernamentales directamente interesados, y, con mayor razón, a los directivos y a los profesores de los centros escolares. (Mao Tse-tung-Citas-Pequeño Libro Rojo.)

En la cabeza de uno de ellos, apoyada en el codo, asoma, madrugador, un cabello blanco entre la superficie lisa, corta y negra. La juventud se ha evaporado en esa media docena de años. Son los mismos que en el 67 pero han perdido el brillo, la luz prestada por la excitación de sus grandes reuniones de estudiantes, cuando uno de los incontables grupos, bautizado El Este es Rojo, editaba su revista y pasaba los días en interminables discusiones en las que los estudiantes criticaban su educación pasada y proponían ideas para la futura. ¿Para qué sirve-decía un alumno de arquitectura-estudiar los planos de Notre Dame en París, o del templo de Buda, en Londres? (el cual resultó ser la catedral de San Pablo). ¿Qué relación tienen esas estructuras con las necesidades de la construcción en la China de hoy?. El destacamento, como gustaban, por terminología militar, llamarse, reivindicaba poseer el apoyo de la mayoría, tres mil de los cinco mil estudiantes de su facultad y gran parte del cuerpo profesoral. Sus principales contrincantes fueron los de Bandera Roja, a los que más tarde se unieron en una gran alianza.

Las visitas de extranjeros se redujeron al mínimo durante la Revolución Cultural, y ese mínimo solía estar formado por devotos que añadían al entusiasmo local el celo del converso. Por ello los escasos testimonios revisten un especial interés; ofrecen la visión de aquella coreografía sin común escala con nada conocido desde el ángulo insólito de personas que procedían del libre espacio exterior pero que adaptaron por completo su percepción a la sumisión ideológica. En la antología del más absoluto abandono de la capacidad de raciocinio, o, si sacrificamos la piedad del eufemismo a la propiedad lingüística, de la más profunda estupidez, pueden situarse las páginas de Gregorio Bermann sobre psicopedagogía y metodología del aprendizaje. Su libro La salud mental en China es un ejemplo inestimable, no ya de acriticismo, sino del conmovedor fervor religioso del neófito occidental en la nueva Meca. Es particularmente digna de mención la parte en que se describe la psicoterapia de psicóticos profundos haciéndoles escuchar unas horas por día canciones revolucionarias durante algunos meses, hasta que las repetían y acompañaban con letras del tipo: Soy una paciente del hospital psiquiátrico. ¡Qué vida tan agradable pasamos aquí!. Está muy bien eso de que la administración del hospital nos proporcione buenas ocupaciones que nos distraen .Nos dan películas una vez por semana; en todos los rincones se oyen cantos revolucionarios. Son muy instructivos.

El resto de la terapia no desmerece del tratamiento descrito.

También se nos cita la existencia de un departamento de psicología de la educación, dependiente de ese Ministerio, que se dedicaba al estudio del desarrollo mental de los niños en edad escolar, su lenguaje y su forma de pensar, la metodología en el aprendizaje de las asignaturas fundamentales, el comportamiento y la disciplina. No se utilizaban test de inteligencia ni de personalidad, pero sí cuestionarios sobre su nivel cultural y vocación. La memorización y el estudio intensivo de textos marcados era habitual de la metodología pedagógica, que continuaba así una muy antigua tradición de exégesis.

En mayo del 69 el Diario del Pueblo difundió el llamado programa Kirín, que contenía las directivas para escuelas primarias y secundarias:

Capítulo III-Trabajo ideológico y político.

Artículo 4-(…)La tarea fundamental en el trabajo ideológico y político de esas escuelas es asegurarse de que (…) el pensamiento maotsetung esté en primer lugar en todo el trabajo de la escuela.

Artículo 8-Se combinará la educación en la escuela, la sociedad y la familia.(…)

Artículo 14-Hay que eliminar las  restricciones de edad para la inscripción, que fueron reforzadas por la vía revisionista contrarrevolucionaria. El antiguo sistema de exámenes debe ser abolido, así como dejar a los estudiantes en la misma clase sin promoción. Hay que permitir a los estudiantes que se destacan política, ideológicamente y en sus estudios ascender de grado.

El ingreso en las escuelas secundarias se llevará a cabo por recomendación y selección, dando prioridad a los hijos de los obreros, campesinos pobres y campesinos medios de la capa inferior, de mártires revolucionarios y de soldados.

Capítulo VI-Enseñanza.

Artículo 24-(…) adherir a los principios de dar preeminencia a la política proletaria de combinar la teoría con la práctica y hacer las asignaturas más cortas y mejores(…).

En la escuela secundaria se darán cinco asignaturas: Educación en el pensamiento maotsetung (incluyendo historia moderna china, historia china contemporánea e historia de la lucha entre las dos líneas en el seno del Partido), conocimientos elementales de agricultura (incluyendo matemáticas, física, química y geografía económica), literatura revolucionaria y arte (incluida lengua), entrenamiento militar y educación física (incluyendo el estudio de los conceptos del Presidente Mao sobre la guerra popular, reforzando así la idea de prepararse contra la guerra, y actividades de entrenamiento militar y educación física) y trabajo productivo.

En las asignaturas (…) la política es de máxima importancia y deberá ser puesta en primer plano (…), a las asignaturas de conocimientos y cultura general (…) se dedicará aproximadamente un sesenta por ciento de los periodos de estudio en la escuela secundaria y no menos del setenta por ciento en la escuela primaria.

Artículo 25-(…) las escuelas darán clase unas cuarenta semanas al año (incluido el tiempo tomado por los cursos en trabajo manual productivo) y los estudiantes se ausentarán treinta y cinco días durante la época de mayor ocupación en la cosecha en el campo.

Artículo 26-Según las instrucciones del Presidente Mao de que “el material de enseñanza tendrá carácter local”, puede incluirse material de la localidad y de los pueblos, junto al material pedagógico del Estado. Las localidades organizarán a los obreros, campesinos y soldados y profesores y estudiantes revolucionarios para recopilar material de enseñanza en la zona como complemento del material pedagógico.

Artículo 27-En la enseñanza, la teoría se combinará con la práctica (…), Se animará a los estudiantes a investigar por sí mismos (…). Se seguirá el método de que profesores y estudiantes aprendan unos de otros y hagan comentarios sobre sus enseñanzas.

De estas directivas, que no en vano pertenecen al año que marca, con el IX Congreso del Partido Comunista Chino, la eliminación de cuantos moderados habían osado oponerse al meXianismo de Mao, llama la atención, por una parte, la contradicción entre la idílica y bondadosa simpleza que ofrecen en su primera lectura y la perfecta coacción, mutilación y negación del hecho intelectual que la más somera reflexión sobre ellas no tarda en revelar. No se trata de un limitado experimento pedagógico sino de disposiciones imperativas para las que no existen ni alternativa ni rechazo, y que además, no sólo proscriben cuanto no imponen, sino que también hacen de cualquier divagación extramuros el delito de pensamiento y el enemigo a abatir. Por otra parte es credo que ni mucho menos se ha circunscrito a las lejanas condiciones del socialismo asiático; muy al contrario, resulta espectacular encontrar estos clichés bastantes años después en el contexto de países prósperos del mundo occidental. La dinámica es simple y escasamente novedosa, aunque en la China comunista las dimensiones de su aplicación constituyeron un fenómeno distinto de manifestaciones anteriores. Substancialmente se trata de una sublimación del irracionalismo, de la sustitución del saber, la razón y la lógica por una idea, un culto a la voluntad única fijada en un ser concreto, en Mao, o en un ente comunitario, y de ficción, las amplias masas, que desplaza y proscribe los conceptos de la calidad y el valor.

Los estudiantes exponían e imponían. Una de las maniobras clave del maoísmo fue la adulación de la juventud, la creación de una pinza adolescentes/incondicionales entre la que quedaba aplastado el sector maduro, culto y reflexivo. El Líder puso en pie a una incontable guardia pretoriana, al peligroso animal de los veinte años, y le dio plenos poderes para denunciar y perseguir al enemigo, a los representantes de la autoridad más próximos, a profesores, decanos, escritores, periodistas, y también a sus propios padres. Los guardias rojos nada sabían de la situación interior y exterior, ni de la historia pasada o presente, como era lógico esperar de la formación filtrada y remodelada que les daba el sistema. Pero encauzaban su energía en la crítica de lo que habían conocido, en el sistema educativo, en el que rastreaban cuanto era antiguo, burgués y condenable. La metodología pedagógica-dicen- pone en primer lugar los conocimientos librescos, desprecia la práctica, corta a los estudiantes de los obreros y campesinos y los separa de los grandes movimientos revolucionarios de la sociedad. Los exámenes son el sistema antidemocrático por excelencia. El calendario lectivo es excesivamente largo; si el tiempo de estudios se reduce a la mitad, un profesor podría enseñar al doble de alumnos. El sistema nos transforma en una élite revisionista, separada de las masas, y, además, no corresponde a las necesidades técnicas del país. Sus vehementes declaraciones al extranjero que los visita en 1966 podrían reflejar tan buena intención y pasión socialista como flagrante ingenuidad, fruto del espacio maniqueo en el que se movía su limitado haz de consignas. En realidad el contenido de éstas importaba poco. La más bella y justa máxima resultaría aberrante presentada en forma de martilleo exclusivo en un ambiente en el que ciencia y verdad eran patrimonio de un solo e incontestable líder que moldeaba a su sabor las oleadas irracionales de adhesión.

Su reflexión y su acción se acomodaban sin dificultad al más fácil de los esquemas: la bipolaridad entre seguidores de Mao (buenos, revolucionarios) y solapados adversarios (reaccionarios, burgueses). Ningún dios tenía cabida entre Ormuz y Ahrimán, ni podía haberla para la cultura, la educación, el arte y las muchas dimensiones del ser humano. Las escuelas de tipo Kirín excluían otro tipo de escuelas, los modelos de buenos individuos cabían en cuatro líneas. Se perseguía implantar un sistema que tenía como valor primero la producción (aunque proclamara que era el hombre) puesto que el ser humano no era considerado sino como un receptor de consignas que actuaría en función de ellas, un bien económico valioso propiedad de la Patria. En pocos años se formarían pues, al mínimo gasto, personas preparadas exclusiva, funcionalmente, para puestos concretos. Esto elimina naturalmente a las ciencias humanas, que son reemplazadas en todos los órdenes por el pensamiento maotsetung. Los dirigentes se proponen aprovechar al máximo las fuerzas e iniciativas de las masas previamente empapadas de una educación y endoctrinamiento estrictamente pragmáticos, funcionales y de muy cortos alcances. Ello acerca paradójicamente a ensayos de prácticas similares en países de capitalismo avanzado: La cultura proporcionada a los individuos debe adaptarse a las exigencias productivas. Cualquier veleidad de información transcendente, de conocimiento gratuito y puro, es inútil, e incluso peligrosa, para el sistema. Importa promocionar los valores y métodos de pensamiento necesarios para la reproducción del esquema social. En un ambiente tan alejado de China Popular como podía ser el estadounidense, Marcuse hablaba de un ataque concertado que se llevaba a cabo para desviar a las escuelas y universidades hacia esquemas propios de la formación profesional, para reducir los estudios de humanidades y ciencias sociales y hacer descender en general el nivel de la enseñanza. Esto llevaría, según él, a la creación de una gigantesca fuerza de trabajo entrenada desde la infancia en la tarea de reproducir su existencia social, su sometimiento y la estructura que la había creado. Mientras el pensador marxista-freudiano deslumbraba a la juventud occidental de los sesenta, en las antípodas de Estados Unidos, como una irónica pirueta de la Historia, el Gobierno de la República Popular China, rigurosamento atento al comunismo puro, imponía a la más vasta escala concebible el esquema de dominio contra cuyos síntomas el filósofo norteamericano ponía a sus lectores en guardia.

Ha existido y existe, en cualquier caso, asimismo, en algunos países de Europa una generalizada tendencia que elimina de la enseñanza el concepto de adquisición de valores intelectuales como vehículo de expansión y ampliación de las aptitudes del individuo. La prioridad pasa a ser la formación de piezas de utilidad inmediata con el menor gasto y esfuerzo posible. El adoctrinamiento ofrece distintas apariencias, pero se caracteriza por los escasos márgenes de elección. El fenómeno no carece, como se verá en su momento, de parentesco ideológico con el mundo feliz del régimen asiático, al que ha tomado prestados algunos de sus lemas.

Respecto a China, tras la lluvia de mucho más de cuarenta días que cubrió y aplanó los territorios del instinto de libertad y de la inteligencia, queda la perplejidad de quien observa la anegada llanura en la que la vida continúa su persistente labor. La contradicción entre las llamadas a la rebelión, a la crítica y a la revolución y la obediencia absoluta a un pensamiento único de un único hombre es tan enorme que los guardias rojos, inmersos y formados por el sistema, no supieron captarla. O, si lo hicieron, pasaron a formar parte de un silencioso hacinamiento de víctimas cuyas voces no llegaron a Occidente jamás.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Marea baja

 

El mundo, de repente, se ha vuelto monocolor, se ha vuelto quizás de sólo dos o tres colores. Nadie lo comenta. Nadie parece extrañarse. Viene gente de fuera, hablan, pasean, compran, escuchan, se van; el monocorde aspecto del conjunto, la entrenada escenificación de los comportamientos, la espectacular semejanza de las frases no parecen inquietarles. Regresan a países que ofrecen todos los colores del espectro, y allí escriben, dan charlas, muestran diapositivas y hacen un alegre comentario, tocado de breves pinceladas de crítica, de esas brillantes estampas de uniformes azules, carteles rojos, mazorcas doradas y sonrisas blancas. Pero China no tiene colores, carece de los tonos que dan el rechazo y la duda, lleva blusas cerradas hasta el cuello, trenzas apretadas y un rostro liso lavado de perplejidad y de maquillaje. La Revolución Cultural se encarnizó con la cultura, persiguió y cauterizó la floración terca de los intelectuales, pero, aleccionada por las hambrunas del Gran Salto, conmocionó escasamente el medio rural y las fábricas siguiendo la máxima del Partido que prohibía expresamente interferir en la producción.

Tras cuatro años de cierre, han empezado a abrirse las aulas. La reapertura tiene mucho de apariencia y concierne a una parte mínima de la Enseñanza Superior, que se ampliará con lentitud y acoge un número casi testimonial de estudiantes. En 1971 la Universidad Tecnológica de Tsinghua no cuenta sino con dos mil ochocientos alumnos, mientras que antes de la Revolución Cultural la matrícula ascendía a doce mil. La década de los setenta comienza con una apariencia de actividad que tiene no poco de simbólica y se desarrolla, además, en condiciones precarias sometidas al control estricto de los infinitos comisarios políticos que ha producido la última ola de depuraciones. Las Facultades son una cáscara y un nombre en el que la sustancia de la actividad intelectual está ausente. Gran parte de los estudiantes, entre los que también figuraban adolescentes de Secundaria, se reeducan en el campo, con frecuencia en zonas ásperas y aisladas que distan miles de kilómetros de sus hogares. Allí permanecerán durante años, muchos no regresarán, lo harán otros cuando su juventud quede atrás como una cosecha irrecuperable. El Ejército, que algo sabe de manejo de grandes contingentes, se ha encargado de guardarles y por él, presente en comités y directivas, pasan permisos, licencias y solicitudes. Trenes y carreteras existen para los poseedores de un pase, de una justificación de viaje. No hay cifras ni datos sobre el gran desplazamiento de profesores, profesionales, estudiantes, ni sobre las bajas. A veces llegan a las familias cartas que invariablemente muestran el mismo optimismo entusiasta, idéntica adhesión, cartas que podrían haber sido impresas por millones de ejemplares, reduciendo su escritura al encabezamiento y la firma.

Las directivas de Mao Tse-tung respecto a la Universidad-en la que él jamás estudió-son del estilo amplio, inspirado y pedestre que suele emplear el Líder para cualquier tema, en pedagogía como en literatura, en ciencia como en arte. Mao concibe los centros de enseñanza superior como escuelas de formación profesional acelerada:

Los centros de enseñanza superior son necesarios; me refiero principalmente a las escuelas científicas y técnicas. De todas formas hay que acortar la escolaridad, llevar a cabo la revolución en la enseñanza, poner la política proletaria en el puesto de mando (…) Los estudiantes deben ser escogidos entre los obreros y los campesinos, que tienen experiencia práctica; tras algunos años de estudios, volverán a la práctica de la producción.

El Presidente no ha disimulado nunca la mezcla de desprecio y desconfianza que le inspiran los intelectuales, y ha hecho gala de ello, citando como argumento de autoridad que, exceptuando Marx y Lenin, los grandes comunistas como Stalin no habían ido a la universidad. Para nada la precisaban puesto que los verdaderos conocimientos no se adquirían en las aulas. Sin embargo aconseja paternalmente a los guardias rojos comenzar muy jóvenes el estudio de lenguas extranjeras y se lamenta de no haber podido hacerlo él mismo. Los largos aprendizajes, servicio militar incluido, le parecen sin embargo inútiles y para él lo ideal sería seis meses de soldado, a continuación un año como campesino y dos luego de obrero.

La idea de la persona intercambiable, rellenable sucesivamente de distintas materias, siempre disponible según las normas del momento y carente de perfil individual pertenece desde antiguo al socialismo de corte militar que impregna el credo del sistema. Mao nunca ha reparado en gastos a la hora de disponer de millones de hombres. Es famosa su estrategia de la guerra de oleadas, según la cual China nunca podría ser vencida gracias a lo fácil que era para su Gobierno ir reemplazando, según caían, unos miles de soldados por otros. La teoría del hombre nuevo e impoluto, del ser homogéneo, de la mecánica castrense y administrativa y del igualitario moldeado de la masa social alcanza aquí su sublimación. Los escritos que la reflejan, lejos de ser simple representación de ideas, nacen como premisas infalibles y universales, únicas aplicables-en todos los terrenos-y se hallan fuera de toda discusión. Cuando, en países de estructura no totalitaria, se coquetee con aspiraciones semejantes en la frágil probeta que es la educación y la cultura, se buscará el apoyo de la Ley, el vago recurso a enunciados en cuya conmovedora filantropía se alberga el deseo de la tabla rasa.

Pero no se podía prescindir siempre de la élite, la cultura y la inteligencia. Ya en 1970 las interminables glosas a las citas de Mao se acompañan de ciertas denuncias a los llamados excesos de la ultraizquierda, que significan un intento de recuperación de los intelectuales. Naturalmente se defiende la dirección a cargo de los obreros, presentes, junto con el Ejército, en los cuerpos rectores de las universidades, pero se sugiere la conveniencia de cierto margen de actuación y aprovechamiento de los intelectuales (siempre y cuando éstos sean revolucionarios) y se reprocha el recurso a medios brutales. Se trata de una maniobra de rescate de supervivientes del profesorado. Éste sin embargo, en consignas que recuerdan al laminado y chapado de una fábrica de automóviles, deberá pasar por procesos de reeducación, estancias de trabajo en el campo, sesiones políticas, y despojarse de sus viejos prejuicios de propiedad privada de los conocimientos, superioridad de la teoría, servilismo hacia lo extranjero, búsqueda de fama y de satisfacción del interés personal.[4]

Esto, cuyo ideal parece ser el organigrama de una colmena, se traduce en el empleo sistemático de la violencia física y psíquica, la anulación de todo derecho, la extorsión de confesiones y las condenas indefinidas a penas de exilio, trabajos forzados, invalidación profesional y prisión. Las personas que, silenciosas y apacibles, deambulan junto a la cooperante extrajera afloran como maderos en un mar cuyo fondo sirve de invisible asiento a innumerables naufragios. Los más jóvenes de los guardias rojos arrastraron a profesores, médicos, traductores, los pasearon con capirotes y mandiles que denunciaban en grandes caracteres su lacra de reaccionarios y burgueses. En interminables sesiones de crítica y autocrítica les obligaron a confesar su vileza, a denunciar a amigos, colegas, hijos y cónyuges. Les hicieron escribir una, diez, cien veces la lista de sus pecados y el acta de contrición. En sus efectos personales encontraron, y quemaron, un libro en idioma extranjero, una blusa de encaje, la reproducción de una pintura antigua, las fotos de una fiesta de cumpleaños. Las desapariciones no se debieron sólo al excesivo entusiasmo de los encargados de la limpieza ética, a los que se les fue la mano en un puñetazo o un empujón a destiempo; los ritos de abominación concluían con frecuencia en el suicidio. Existían, por supuesto, las ejecuciones, en cuya aplicación el sistema chino posee un récord de rapidez, pero en principio los condenados no estaban destinados a la eliminación física. Bajo palabras de las que ninguna representaba la cruda realidad, se perseguía vaciar el cuerpo de sustancia, dejarlo limpio y listo para la infusión de nueva materia. El triunfo del régimen consistía en desactivar cada uno de los resortes de la querencia y voluntad individual, comprimirlos bajo una capa de eufemismos que robaba a la agresión, la persecución, la cárcel y la muerte incluso sus nombres, que reducía los campos de trabajo a residencias rurales y las confesiones forzadas a tonificantes intercambios de experiencias. Como en los ángeles rebeldes, en el oscuro sector de los enemigos hay una gradación: antipartido, archienemigos de clase, capitalistas, enemigos de clase, reaccionarios, revisionistas, burgueses. El infierno es adaptable y el grado de condenación toma como punto de referencia el mayor o menor alejamiento del estado beatífico de revolucionario, es decir, seguidor del Partido Comunista. En cada perversión existen categorías y matices susceptibles de delimitar la culpa, y entre los condenados se pasea, balanceando su escapulario, un representante del Buró Político deseoso de enriquecer con nuevas confesiones su cifra de beneficios.

Al comienzo de los setenta el mundo extranjero ha desaparecido; es más, menudean las advertencias contra la actitud servil respecto a lo foráneo y se propugna, por ejemplo, una reforma radical de los manuales de enseñanza que elimine de ellos la llamada filosofía compradora. El régimen recurre sin rebozo, cada vez que lo precisa, a los viejos, y nada olvidados, prejuicios xenófobos y los agita vestidos para la ocasión de imperialismo neocolonial. Mao desearía la eliminación de los rasgos de definen, y delimitan, los centros de enseñanza, y propugna las escuelas a puertas abiertas, la instalación en los núcleos docentes de talleres y granjas, los periodos de trabajo agrícola, la gestión conjunta de universidades y fábricas. El saber en sí, la teoría, la calidad, la especialización, la universalidad de los conocimientos, son objeto de abominación e incesantemente criticados como ejemplos de la línea revisionista de Liu Shao-shi:

(los reaccionarios) se entregan a una inversión de la historia, se apropian de los descubrimientos e invenciones de los trabajadores, defienden la “preponderancia de los expertos” para ayudar a la burguesía a asegurar su monopolio de la ciencia y la técnica; predican la “superioridad de la teoría”, comercializan la enseñanza, hacen de ella deliberadamente un misterio y la encarecen para favorecer así al reino de los intelectuales burgueses en las escuelas; afirman “el papel decisivo de las condiciones materiales y técnicas”, niegan ese factor determinante que es el hombre y reprimen la inmensa fuerza creadora de las masas populares (…) Nosotros hemos comprendido perfectamente que el invencible pensamiento maotsetung es el arma ideológica fundamental en la redacción de los nuevos manuales de enseñanza. (Op. Cit.)

Tres décadas después, los tópicos invocados dejan, en el lector europeo, una curiosa sensación de déjà vu, en fechas, por cierto, recientes. Si se sustituye el invencible pensamiento maotsetung por la invocación a alguna supuestamente genial ley o reforma educativa, el ataque a cuanto enriquece y diversifica el pensamiento humano parece ser tópico de obligado cumplimiento, y la devastación producida por sus aplicaciones depende simplemente de la fuerza de la que en ese momento el sector en el poder disponga.

La situación también evoca el general conflicto de la universidad respecto al sistema. En países y regímenes diversos se enfrentan los defensores de ésta como centro de formación en sentido amplio y crítico, con tendencia universal y emparentado con la tradición humanística, con los partidarios de la universidad-escuela especializada que producirá, en el mínimo de tiempo y con el gasto mínimo, los individuos necesarios, sea a los grandes monopolios y firmas capitalistas, sea al Estado planificador y patrón. Los primeros pueden ser acusados de elitistas y separados de la vida cotidiana; los segundos de alienadores y manipuladores del individuo en pro de la economía, la burocracia o el trust. Buena parte de las fórmulas maoístas tienen-salvando las abismales distancias de naturaleza del régimen-paralelos en los experimentos de universidades norteamericanas, y en algunas europeas, sobre formación fuera de las aulas, fraccionamiento y reducción de los periodos lectivos e intercalación de semanas o meses de actividades independientes. La tendencia a abaratar costes y tiempo lleva a confundir y desvirtuar los rasgos propios de los estudios superiores y el concepto de la universidad misma, en un intento, supuestamente democratizador, de repartir diplomas que no corresponden a lo que por tal nivel solía entenderse.

A la hora de concretar realmente la reforma de la enseñanza que debe seguir a la Revolución Cultural, los textos chinos tienen visibles dificultades. Es mucho más fácil despellejar al enemigo que reemplazarlo. Tras reiteradas denuncias de los antiguos métodos pedagógicos libro en mano, fórmula en boca, teorías sin relación con la realidad, se vuelve a la cala segura de las citas de Mao y se insiste en los puntos principales: ir de la práctica a la teoría, mezclar trabajo y estudio, abreviar etapas, pero, eso sí, mantener los exámenes. Hay varias páginas de generalidades cuajadas de citas, literales o desarrolladas, del Presidente, y, tras este verbalismo, brillan por su ausencia criterios de contenidos, programas concretos, análisis calificados. El mismo tono preside las charlas que sobre el tema se llevan a cabo en diversas universidades, a las que, respecto a las ciencias, se las concibe como apéndices de los departamentos estatales según ramas de producción. Estos últimos irían marcando cada año tanto el número como el tipo de graduados necesario, graduados que se formarían en distintos periodos de tiempo para adecuarlos a la demanda. Esto en cuanto a la formación técnica; la político-moral aglutinaría el conjunto de estudiantes en un clima de obediencia productiva y austeridad personal. Se citan dos ejemplos de las funestas consecuencias de la falta de educación política entre los jóvenes: Uno es un huérfano rescatado de su pobreza y enviado por el Estado a la universidad. A raíz de su ingreso en ella comenzó a despreciar a los obreros, se dedicó al estudio de su especialidad y degeneró. El otro caso cuenta la historia de un obrero hijo de obrero (es decir, de extracción intachable). Estudiaba Arte. Pues bien, este joven prometedor se puso a escuchar discos ye-yes y los gamberros poco a poco le pervirtieron. (sic)

Las amplias directivas maoístas en las que los dirigentes intentan encajar las necesidades de la especialización, la eficacia y la investigación se hacen mucho más espinosas si se pasa de las facultades de ciencias a las de letras. El pensamiento único del Gran Timonel no es la mejor garantía para un desarrollo floreciente de Filosofía, Historia, Literatura y Arte. El sinólogo Simon Leys aporta una visión de lucidez inusitada sobre este periodo y describe la situación con una tranquila ironía a la que, como materia crítica, basta la simple observación de los hechos durante su visita, en 1972, a las universidades y escuelas secundarias chinas.[5]Respecto a estas últimas, en estudios cuyos programas han sido aligerados de numerosas materias y su duración reducida, la Teoría Política ocupa el lugar de asignatura fundamental, de manera semejante a la Religión en las escuelas confesionales de Occidente con la diferencia de que ésta ni en sus momentos más florecientes gozó en Europa de tal apoyo logístico. El curso es impartido por el profesor en presencia de un miembro del grupo obreros-soldados que se ocupa de que el discurso se mantenga dentro de la más estricta ortodoxia. En la práctica, la clase consiste esencialmente en un comentario escolástico de editoriales del Diario del Pueblo y de artículos de Bandera Roja (publicaciones ambas, por supuesto, oficiales). En Lengua y Literatura China el noventa por ciento de la materia dada pertenecía al periodo moderno y el diez por ciento (todo un récord en un país con tal historia literaria) al clásico. Ese noventa por ciento de literatura moderna se basaba principalmente en la prosa de Mao Tse-tung, una selección de artículos ideológicos contemporáneos y uno o dos fragmentos escogidos de Lu Sin. Respecto a la lengua clásica, la materia monotemática eran los poemas de Mao. Las otras asignaturas eran lengua extranjera, geografía e historia, matemáticas, química, física, agricultura, entrenamiento militar y cultura revolucionaria. La duración de los estudios secundarios había pasado de seis a cuatro años, el trabajo manual en campos y talleres se alternaba con el docente, continuaba el sistema de exámenes y la metodología mostraba el acostumbrado formalismo tradicional.

No deja de resultar llamativo el contraste, el exquisito uso de la neolengua, en un medio que dice caracterizarse por la ruptura, la revolución y el cambio, pero que, en la práctica cotidiana, está impregnado de dogmatismo autoritario y caracterizado, de la cima a la base, por el temor y por formas de represión consustanciales e integradas a la rutina diaria y a un modo de vida en el que la esfera de lo privado deja de existir. El más patente logro de la Revolución Cultural ha sido el empobrecimiento del contenido de la enseñanza, al eliminar los conocimientos literarios e históricos que forman su base.

El mundo exterior que a través de las lenguas extranjeras se observa tiene un perfil de tronera y, lejos de arrojar alguna luz sobre la geografía humana del resto del planeta, vierte sobre ella el contenido monocolor local. Se estudia inglés, y en algunos casos ruso. El contenido de los manuales es antologías de citas de Mao y artículos del Diario del Pueblo y Bandera Roja traducidos del chino. Se trata pues de traducciones empedradas de clichés y sometidas a un formalismo rígido. Calidad, claridad y eficacia se sacrifican a la pureza ideológica. Aunque en los setenta ya se reconoce, en los centros de enseñanza, que el material de la Revolución Cultural, que continúan empleando en sus clases, es nulo para los alumnos en lo que a aprendizaje lingüístico se refiere, sin embargo nadie osa arriesgarse a enviar a la papelera textos blindados por la evangélica autoridad que los respalda.

La enseñanza superior no ha resuelto la polémica entre formar rojos y formar expertos. Los sesenta habían puesto en primer plano total la rojez, pero la realidad ha ido reclamando sus derechos y pidiendo conocimientos, de forma que las autoridades introducen discretas recomendaciones en vistas a asegurar algún nivel profesional. Para ello se aprovechan de la última conjura palaciega: El Mariscal Lin Piao, portaestandarte de la Revolución Cultural, Mejor Alumno del Presidente y Delfín en su sucesión, ha desaparecido en 1971. Y lo ha hecho oportunamente, porque la alternancia pendular que caracteriza al régimen pide que, tras las últimas movilización, campaña y purga, se recupere la estabilidad. De ahí la hegemonía de Chou En-lai y la actividad diplomática que llevará, ese mismo año a la retirada del veto de Estados Unidos y la entrada de la República Popular China en la ONU en lugar de Taiwan. Con la táctica acostumbrada de goteo informativo, el Partido atribuye primero la desaparición de Lin a un accidente de aviación, que se enriquecerá progresivamente con los aditamentos propios de una historia de traición y espionaje, de forma que el antiguo Ministro de Defensa acabará apareciendo como un torpe agente de Moscú que, fallido su criminal intento de eliminar al Gran Líder, no alcanza el territorio soviético, hacia el que huye con su hijo, por falta de combustible. Esto permite al Gobierno cargar a la cuenta del difunto lo que comenzará a llamarse excesos de la Revolución Cultural y aconsejar un prudente equilibrio entre la rojez y la eficacia. Tales llamadas a la rectificación y la prudencia hubieran sido tachadas de revisionismo burgués pocos años antes y sus autores enviados al merecido vertedero campestre tras ser sometidos a innumerables sesiones de autocrítica. Pero en 1971 el sistema lleva un tiempo suficiente de rodaje como para permitirse cambiar, en espacio mínimo, la música y la letra de las consignas sin que el seguimiento del coro se resienta.

Es pues, de nuevo, momento de desmontar los escenarios irreales de consignas maoístas ya ensayadas en el notorio fracaso del Gran Salto Adelante. Mao ha disfrutado de su último Yenán. Las universidades deben ahora compaginar el aparente respeto a la letra con medidas de corte muy distinto. El Presidente había afirmado que bastaba con dos o tres años de estudios universitarios, luego es imposible alargarlos de nuevo oficialmente, pero se recurre a fórmulas semestrales intermedias cuya suma añade un curso o dos al total. El tiempo dedicado a las clases de política disminuye, gracias a la bienaventurada traición de Lin Piao que facilita la denuncia de sus excesos. El proceso, sin embargo, por el que se obtienen parcelas de relativa racionalidad es lento. Los estudiantes son escogidos en función de que cumplan cuatro condiciones: haber hecho dos años de trabajo manual, presentar una solicitud de entrada, estar apoyados por las masas (véase los representantes del Partido en los comités de obreros y campesinos) y que su petición sea ratificada por las autoridades locales. La universidad puede además organizar un examen de ingreso en el caso de que el número de aspirantes supere al de plazas disponibles. El temor a ser calificados de derechistas lleva a los seleccionadores a aplicar, en este proceso de filtro, una demagogia del analfabetismo tipo in dubio pro stulto nada desconocida en otras latitudes y geniales reformas educativas supuestamente democráticas. Los profesores rescatados del destierro tras haber pasado penalidades sin cuento han visto muy mermado su nivel profesional y, a partir de su reincorporación a las aulas, muestran respecto a sus alumnos y las autoridades del centro las mayores y más temerosas prudencia y sumisión y el más alto grado posible de reserva e inseguridad. Han recorrido, entre golpes y burlas, los paraninfos, y luego pasado largos años rompiendo piedras y recogiendo excrementos. Sin descubrir por cierto, gracias a ello, nuevos principios pedagógicos. Han perdido toda autoridad frente a estudiantes a los que nada osan exigir. Están todavía frescos los recuerdos de las humillaciones públicas y los malos tratos de los que unos adolescentes dotados de todos los derechos les habían hecho objeto. La disciplina, el respeto, la calidad, la exigencia y el rigor figuraron durante años en el índice de aberraciones propias de la mentalidad reaccionaria. Nada queda de las mínimas seguridad y estima necesarias para el que enseña y su actividad carece de base al dejar de serlo la transmisión de conocimientos. Se vuelve finalmente a las aulas como se ocupan viviendas confiscadas y repartidas en cubículos que apenas guardan la apariencia de lo que constituyó su función primordial.

 

Cambio de archipiélago

En la calle suenan tambores y el estallido de fuegos artificiales. El estruendo llega hasta las tranquilas habitaciones del Hotel de la Amistad, traspasa la distancia que le separa del centro de Pekín, la reja con la garita del guardia, el gran patio y la no menos gran fachada, regular, gris, soviética en su concepción y sinizada ligeramente en los detalles. La cooperante se sorprende. Ella acaba de aterrizar y proviene de España, un país que todavía no tiene relaciones diplomáticas con la República Popular y que bordea su transición de régimen. Estaría bien un golpe de Estado aquí, qué curioso. Pregunta luego a la señora que le han asignado como intérprete, y ella le dice, con condescendiente sonrisa ante la broma, que allí no hay golpes de Estado, se trata de las celebraciones de la clausura del X Congreso del Partido Comunista. Cuando la extranjera tiene ocasión de observar el ambiente más de cerca advierte que todo está muy bien preparado, que descienden por las entonces solitarias avenidas camiones con su orquesta, vehículos con altavoces, y que un despliegue de lucecitas y banderolas remacha los festejos. Cada vez que el Buró Político envía nuevas tablas desde su Sinaí estos israelitas asiáticos danzan y agitan címbalos, desfondan enormes tambores con mazas tan contundentes como los mandamientos que se hacen públicos tras el secreto de las deliberaciones, hacen llegar hasta el último rincón y al más modesto de los viandantes la obligación de unirse al gozo de la epifanía burocrática.

Ella todavía no lo sabe, pero pertenece a una casta de extraños sacerdotes de los que la rebeldía, la solitaria y acostumbrada rebeldía, le impedirá formar parte, una curiosa congregación que busca en lejanos territorios a sus víctimas y se confiesa fiel a paraísos que se guardaría mucho de hollar. China figuraba en el repertorio de los paraísos y ha ido allí por eso, para ver la realización de un mundo nuevo, del sistema que en nada se parece a otros y ha borrado de las relaciones entre personas la turbia explotación por intereses, la voracidad del dinero y el lento robo en trabajos sombríos de las horas de la vida. La profesora extranjera viene del corazón gris de las ciudades de Europa y ha dejado atrás barrios tristes que rodean a las estaciones, bares equívocos de patética oferta, paredes en las que alguien pintó fuera los inmigrantes, trenes que van y vienen en la gélida madrugada y el anochecer temprano, hombres del caliente sur que creen con la ingenuidad de los niños en la economía sin capitales, en edades doradas en las que se vivía en la armonía idílica del león y el cordero. Ha cruzado la frontera que separa aún España del desarrollo y ha esperado, con inquietud por sus paquetes de conservas y embutidos, entre la gente que lleva maletas de cartón atadas con sogas y las van poniendo en el mostrador tras el que inspeccionan guardias desdeñosos que hablan francés.

El mundo puede ser otra cosa distinta del insoportable hastío de Bruselas, del París salvaje que se extiende en torno al frío y bello corazón de La Cité, diferente de países del lejano planeta de los pobres, de los que sólo conoce la orla sahariana y en los que hierve tal ansia de futuro, tan denodado empeño en creer que alguien les robó, en algún recodo de la Historia, la dicha. Ellos, como ella, personajes sin fin de creados intereses, precisaban sentirse superiores a su propia vida.

China miraba complaciente a naciones de poco peso y a grupúsculos. Con ellos adornaba la ficticia geografía, que mostraba a los suyos, del espacio exterior. La profesora extranjera es un grano de arena advenedizo, mostrenco de partido y militancia, al que pronto expulsará el engranaje, un ser que obra según sus impulsos guiado por un viejo instinto de libertad al que acompaña la pausa fría, extemporánea en el clímax de la pasión y del rechazo, de la razón. Cuando se mezcle con otros colegas que llegan como navegantes a las playas de la tierra prometida, ella estará sola, gustará de la misma distancia que ya antes le impedía unirse a aquella variedad de grupos que ofrecían la España del futuro. La distancia, reencontrada a la vuelta, amalgamada primero por la experiencia y el chantaje de la coyuntura, luego afirmada, convertida en un edificio de paredes resistentes, cada año un poco más altas, pronto un viejo edificio sin más salida que la inmensidad del cielo y la memoria.

En Pekín del 73 confluyen los primeros cooperantes extranjeros que, tras el desierto de la Revolución Cultural, han ido llegando al socaire de una modesta apertura que, en comparación con fechas anteriores, pasa por espectacular. A los sones de la Internacional China se ha sumido en el más brutal aislamiento de su historia moderna. Las cifras que se barajan desde 1949 son, en sí mismas, mínimas en relación con el país y con la presencia foránea antes del triunfo de la revolución, se habla de siete mil expertos rusos en la capital en 1958, de más de mil cooperantes en el Hotel de la Amistad . En los años sesenta se había reclutado un contingente apreciable de profesores destinados a los centros de enseñanza de lenguas, a las editoriales y a las emisiones de radio, pero a partir de 1966 la atmósfera se hizo irrespirable. Las escuelas cesaron en sus actividades lectivas y fueron después cerradas. A los cooperantes se les prohibía participar en las actividades de sus centros y prácticamente se les mantenía confinados en el recinto del hotel, del que pasaron al avión rumbo a sus países respectivos mientras que sus colegas chinos eran denunciados, atacados y enviados a reeducarse a campos de trabajo. Algunos extranjeros, que habían tenido relaciones con grupos posteriormente caídos en desgracia y calificados de ultraizquierdistas, estuvieron presos durante años.

O continúan estándolo. La nueva cooperante recibe, entre la lluvia de mensajes que le dirigen los residentes del hotel, uno en el que gusta por primera vez el sabor de una auténtica dictadura. Hay que tener cuidado, dicen; los chinos saben ser tan atentos como implacables. Circula la historia de alguien retenido meses, ¿o un año?, en su habitación. Escribía autocríticas. No les satisfacían. Y hubo una mujer, trabajaba, parece, en corrección de pruebas en inglés. No se sabe. Su gobierno investigó. Nadie sabe. Allí, por vez primera, la recién llegada echa un vistazo a cárceles que en nada se parecen a las ordinarias, a persecuciones y arrestos al lado de los cuales aquéllos de los que ella tiene noticia recuerdan a una bulliciosa charla de café. Éstos son otra cosa, parecen transcurrir bajo el agua, en un líquido opaco y espeso que actúa como reja y muro, que desdibuja el perfil de las prisiones, anula las sentencias y los jueces y se instala con la omnipotencia de Dios en cada centímetro de espacio. Luego avanza, penetra por orificios, más allá de la piel, en el mayor silencio, toma posesión, disuelve, traslada en madrugadas frías a lugares anónimos, perdida la cuenta del reloj y del calendario. Sin que nadie vuelva la mirada. Alguien no está; o está en alguna parte, parcial, precariamente, como se borran y modifican líneas en una hoja de papel. Los que han vuelto tienen quizás la transparencia de un empeño tenaz por lograr la invisibilidad, la perfecta adaptación; son el casco de embarcaciones de las que se ha arrojado cuanto constituía el pasaje para evitar el hundimiento. La cooperante recuerda unos ojos azules, mestizos, entrevistos en un breve encuentro. Los raros matrimonios mixtos no se fueron durante la Revolución Cultural, y por ellos pasó sin duda el oleaje de las críticas, la exigencia de fidelidades a aquel blanco fácil para denuncias y tópicos.

En 1970, con probablemente no más de trescientos extranjeros, la ciudad de Pekín está quizás como la soñaron los emperadores más herméticos, toda ella, como el país, una vasta Ciudad Prohibida, una bandera en la que debería figurar como símbolo su larga muralla alzada contra las arenas y el viento. Tres años más tarde el cambio en política exterior se ha traducido en la luz verde a las contrataciones. La mayor parte de los colegas que la cooperante encuentra han llegado hace no más de diez meses. Los franceses son un grupo relativamente extenso y con cierta coherencia, que ha sido seleccionado por mediación del centro de Amistades Franco-Chinas. De manera más dispersa, hay ingleses, alemanes, nórdicos, latinoamericanos, africanos y árabes. Apenas puede hablarse-especialmente en los últimos tres casos-de titulación y profesionalidad y las calificaciones se reducen al hecho de tener la lengua extranjera como materna. Los fichajes se han hecho por filiación socio-política, por relaciones con centros del tipo del francés, a través de personas conocidas, por motivos de índole diplomática en el caso de países del Tercer Mundo, en los que el trato se ha llevado a cabo con los gobiernos respectivos. De la veintena que, en Pekín, figuran como expertos en lengua española, ninguno parece haber hecho estudios superiores de traductor-intérprete, ni de Letras y Filología Románica. Hay algunos elementos intelectualmente brillantes, con buen estilo periodístico, y un número grande de bajo nivel docente y lingüístico, o sencillamente de cultura general muy débil. Son personas enviadas por mediación de sus partidos y militancias, les acompañan esposas que sobrepasan a sus maridos en sumisión ideológica. La limitación intelectual suele ser en ellos  proporcionalmente directa a la aquiescencia incondicional. Aunque el puesto le ha sido ofrecido por mediación de Amistades Belgo-Chinas, la nueva cooperante trae su título universitario, pero no es el caso habitual, y pronto advertirá la avidez con la que su alumnado recibe un menú pedagógico que parece apreciar en muy superior medida al que en estudio del español se le tenía acostumbrado. El sacerdocio latinoamericano se muestra en algunos casos de un maoísmo evangélico, ni siquiera temperado por la ocasional-pero cobarde-ironía de los franceses. El ambiente colonial segrega con rapidez su refugio madrepórico y las pretensiones de fusión y descubrimiento se reducen a los improperios de una comunidad de vecinos y las rutinas de la permanencia limitada. Los expertos trabajan como correctores de textos en el centro de Traducciones y Ediciones en Lenguas Extranjeras, en la Radio, en la Agencia China de Noticias Sinjua y, como profesores, en escuelas, institutos y universidades. Compran algunas cosas. Viajan en los establecidos circuitos. Ven un diminuto mundo. Es posible que la dimensión inabarcable del que les rodeaba vele, a los más, otro horizonte.

Allí había recalado un viejo, único español, que merece al menos el homenaje mínimo de un punto y aparte. La edad y lo transcurrido en ella habían reducido su mente a una pulpa agresiva y variable. Había vivido, como el abandonado pirata de la Isla del Tesoro, en China los diez últimos años, enclaustrado en el solitario Hotel de la Amistad durante la Revolución Cultural, aferrado a una fidelidad absoluta al gobierno chino y a un pasado de exilios. Hablaba de Álvarez del Vayo y, con fruición, de las humillaciones que había visto infligir a los intelectuales, durante la purga del 67. Su religión era única, rencorosa y triste, encerrada en la cárcel de obediencias sin las cuales su perfil y el de su vida se disolvían. Hubo para él una vuelta a España y un reencuentro con ella, y con la muerte, años después.

Los cooperantes constituían un curiosa clase de reyes por un corto espacio de tiempo. Se les recibía con ciertas atenciones y  honores por completo desacostumbrados para el ciudadano medio de un modesto país, cobraban sueldos que, en relación al salario local de sus homólogos, unos sesenta yuanes mensuales, parecían astronómicos sin serlo, porque su vida discurría obligatoriamente por un circuito elevado y distinto.1 La esperanza de hacer fortuna no figuraba, pues, entre los atractivos del puesto y la modestia del pasar se acentuaba en los numerosos casos de matrimonios con hijos. Las esposas solían formar una subclase de expertos de segunda categoría. Llegaban sin contrato, pedían generalmente, al poco tiempo de estancia, un puesto de trabajo, que les era concedido con iguales deberes, horario y condiciones que el resto de los cooperantes pero con sueldo muy inferior sin que nadie pareciera recordar aquello de a trabajo igual salario igual.

La cooperante había firmado sin mirarlo el papel que en la embajada de China le presentaron. En Europa hubiese discutido condiciones que marcaban ocho horas de trabajo diarias seis días a la semana y que dejaban siempre al criterio final del patrón numerosos puntos. Ella hubiera ido gratis. Se le abrían las puertas, cerradas a la mayoría, de un mundo sorprendente al que iba en la más completa soledad, ni siquiera respaldada por la diplomacia de su país. Asia. El sistema socialista asentado, llevado a la práctica en su plenitud, un país sin clases ni capital privado. Si algún lugar era la respuesta materializada a sus preguntas era aquél. Y, en verdad, China lo fue.

Más tarde, en la compresión de intensidad temporal que supusieron los meses de su estancia, pudo comprobar que ni siquiera las estipulaciones del contrato respecto al preaviso de finalización e indemnizaciones se cumplían. Pero no reparó en ello, absorta como estaba en contenciosos de superior envergadura que implicaban su aislamiento y la empujaban a terrenos que lindaban con la inexistencia civil. Muy pronto también supo que el alojamiento gratuito y los servicios de transporte tenían más de confinamiento que de oferta. El Gobierno había logrado, respecto a los occidentales, la perfección colonial, capaz de introducirlos en las construcciones y pasadizos preparados para ellos, de permitirles el paseo periódico en un trillado circuito, y de devolverlos al exterior con su virginidad turística en buena parte intacta.

El gran mapa de China se encogía y estrechaba para los extranjeros, que precisaban un visado para desplazarse más allá de veinte kilómetros de Pekín. Quedaba reducido a un puñado de grandes ciudades como Xian, Shanghai, Nankín y Hangchow, a las que se sumaban los llamados lugares sagrados revolucionarios tal que Yenán (que no fue visitado por la cooperante) y las tumbas Ming. Carreteras y ferrocarriles cruzaban por extensiones grandes y prohibidas; pero fértiles en mitos, con la atracción de lo ignorado y el victorioso brillo cuyo reflejo era sólo visible en las páginas satinadas de la prensa oficial. Allí se construían probablemente poblaciones prósperas, aldeas tranquilas de innumerables y bien repartidas cosechas. Con la docilidad con que se aclama a la dinastía reinante se admiraba el país enmarcado por los discursos y los grandes números, avalado por el progreso y las estadísticas. Era una geografía platónica, indiscutible, desdeñables sus fracasos, destinada, por la inmutabilidad y la solidez sin fisuras de su cima, a planear sobre crítica y sospecha.

Con consciente minuciosidad, los responsables chinos mantenían cerrada la ventana de la lengua, los batientes que podían abrirse al espacio exterior, a la gente que comía y bebía su té en puestos de la calle, que apuraba sus tazas de cerveza y alcohol local y que venía de provincias para hacer compras en el gran almacén de la calle Wang Fu Chin. La mayor parte de los cooperantes tenían la intención, a su llegada, de aprender el idioma del país y, en el caso de algunos que ya habían cursado estudios de él, era el principal de sus objetivos. En teoría les asistía el derecho a pedir clases y su centro de trabajo debía proporcionárselas gratuitamente. Esa gratuidad, como tantas otras, resultaba ser un factor negativo porque les impedía elegir su profesor y mantener con él mayor soltura de relaciones. El occidental no podía exigir regularidad en las lecciones, atención, eficacia; las clases se espaciaban, se relajaban y arrastraban en una desganada y cortés monotonía. Comenzadas con el empeño decidido del neófito, vegetaban y acababan sucumbiendo de muerte natural.

La razón clave y máxima por la que los cooperantes extranjeros no aprendían el mandarín no residía, empero, en la pobreza de las clases recibidas, ni en la tan aludida dificultad intrínseca y fuera de serie de la lengua, sino simplemente en la imposibilidad de practicarla por falta de contacto humano y por el aislamiento en la vida cotidiana. El pei-jua o lengua china oficial es, desde luego, de muy arduo dominio para un occidental por su estructura ajena a nuestro tronco lingüístico, por la pronunciación, su sistema de tonos semánticamente diferenciales. Su escritura resulta trabajosa y pide ciertas habilidades caligráficas. Pero, por el contrario, es relativamente fácil aprender el chino hablado lo suficiente como para comprender y mantener conversaciones simples. La posibilidad de inmersión en un ambiente motivador estaba, en este caso, ausente. Los extranjeros solían volver, tras dos años en Pekín, con el puñado de palabras que poseían cuando llegaron, y ello se debía al régimen de aislacionismo y encuadramiento con intérprete obligatorio en el que se les hacía vivir, a los lugares especiales en los que transcurría su existencia apartada de la realidad china cotidiana y a la reserva y cortés distanciamiento de los occidentales que el sistema imponía a cualquier chino que no perteneciese al centro de trabajo en el que éstos prestaban sus servicios.

Había una mendicidad conmovedora en los ta-pidza (narices grandes, apelativo popular con el que, junto con diablos, se conoce en el país a los forasteros) que deambulaban por las calles en busca del ansiado, modesto contacto espontáneo. En un intento de camuflaje y transformismo, recurrían a bufandas y gorros que redujeran al mínimo su exótica anatomía descubierta. La invencible vitalidad de la gente del común masticaba, sorbía y tarareaba canciones populares, inalcanzables y agolpados en los lugares públicos, conscientes sin duda del riesgo de acusación de espionaje que podía recaer sobre cualquiera que se comunicara con un extranjero ajeno a su unidad laboral. Las cicatrices de la revolución Cultural estaban frescas, sus directivas nunca habían sido derogadas. Por el contrario, resultaba más cómodo para el sistema mantener un clima de ligera permisividad provisional que podía, en cualquier momento, endurecerse.

Los cooperantes cuyos conocimientos les permitían la lectura de la prensa veían ésta limitada a los grandes diarios Renmin Ripao, Kuangming Ripao y Hongchi, y les estaba estrictamente prohibida la adquisición de la local o de la militar (excepto el arriba citado Bandera Roja, Hongchi.). Esto, en relación con la vida cotidiana, significaba la imposibilidad de estar al corriente del programa de cines y teatros, de las exposiciones de pintura y fotografía y de las actividades deportivas, puesto que tales informaciones sólo aparecían en los periódicos locales. En cuanto a las noticias del extranjero, podían adquirir unos boletines diarios que se publicaban en varios idiomas, el español entre ellos, y contenían, en las páginas elaboradas por la agencia Sinjua, más propaganda que información. Los abonados a diarios y revistas occidentales los recibían normalmente y también podían recurrir a las salas de lectura de sus embajadas, que prestaban, como en el caso de la francesa, un servicio cultural inestimable. Los aparatos de radio, adquiridos a buen precio en la vecina Hong Kong, adquirían especial entidad de naves, de flotantes lanchas que permitían escapadas fugaces a territorios de libre expresión y saltaban sobre el aislamiento y las distancias. Los programas chinos en español tenían la animada variedad de un panel de la Gran Muralla, pero eran superados en exhortaciones plúmbeas por los de Corea del Norte. Las reflexiones derivadas de su audición no resultaban, para la nueva cooperante, consoladoras para disculpar su propia estupidez. Debía reconocer que, sin necesidad de desplazamientos y estancias en las sucesivas alma mater del socialismo, habría bastado la comparación entre aquellas emisoras y la BBC, o las de Australia o Canadá, para sacar las conclusiones apropiadas sobre el comunismo real. Eso sin contar visitas y referencias a algunos países del Este y Unión Soviética y dejando de lado el endeble andamiaje filosófico del materialismo histórico, la dictadura de la clase mesiánicamente elegida y el determinismo futurible. La evidencia estaba allí desde Europa, desde la ciudad propia, la reflexión y unos cuantos libros, incluso en el seno de dictaduras más o menos personalistas y militares que resultaban sin embargo un lujurioso balneario en comparación con el manto gris y duradero que se había extendido desde la Revolución de Octubre. Más que de un error o de un reprobable eclipse ético la cooperante se sentía culpable de un pecado de imperdonable estupidez. Y lo sorprendente, una vez atravesado el espejo y llegada con bastante rapidez al otro lado de la evidencia, era el tranquilo e impasible aplomo con el que otros la ignoraban. Los visitantes tejían sus vidas, echaban un vistazo a las ajenas y espumaban elementos que podían incorporar sin esfuerzo a esquemas queridos o confortables. Adquirían con la rapidez de los indígenas el reflejo de ignorar las ausencias, disociaban comunismo y socialismo de materias tratadas como ganga fortuita o añadidos exóticos aunque éstas fueran la masa única de la única palpable realidad.

Pero nada reemplaza a un paseo por la calle, al gesto de unos ojos huidizos y a la candorosa indiferencia con la que se ve a alguien asentir a una sarta de despropósitos. La Librería Central de Pekín es un edificio moderno con amplio escaparate. Ocupa dos plantas rectangulares largas y espaciosas. Su semejanza con el letrero que en la puerta ostenta termina ahí. Ha sido suplantada por un decorado, semejante al de esos lomos falsos que amueblan los pretenciosos salones de algunos ricos. Toda la cultura de un inmenso y viejo país que presenció los balbuceos de la imprenta y el papel se ha evaporado. Estanterías que, en el polo opuesto de la biblioteca de Borges, reducen a un reiterado simulacro la grafía inacabable de los escritores. Aquí la variación reside en el tipo de impresión, color y tamaño. Los autores se limitan a los clásicos y neoclásicos marxistas, a Lu Sin, algunas historias de trabajadores modelo y muy poco más. Marx, Engels, Lenin, Stalin, Kim Il-Sung, Enver Hodja, y, Mao, omnipresente, que reina en el vértice señero de la pureza ideológica. Mao en todos los formatos, principio y fin de las hileras, bondadoso en su devoción paternal por el pueblo, lírico en sus poemas juveniles, enérgico en sus consignas, categórico en sus definiciones, beligerante en sus estrategias, definitivo en el conjunto de sus obras. La Revolución Cultural proscribió las demás obras, tanto de chinos como de extranjeros. Los libros se han colocado de plano de forma que se rellene el vacío inevitable. A veces se ven textos científicos, algunos en ruso.

En el primer piso se venden carteles reproduciendo escenas de los ballets y óperas modelo, también citas de Mao para colgar o enmarcar, en todos los colores, tamaños y caligrafías. Al lado está la sección de reproducciones del Presidente: Mao niño, Mao adolescente, Mao joven, Mao en su madurez,. Mao anciano. También se ofrecen retratos de Marx, Engels, Stalin, Lenin, Kim Il-Sung y Enver Hodja. Pueden adquirirse asimismo postales, reproducciones, mapas y modelos de caligrafía.

Existe una sección destinada a lectura y préstamo en la que los muchachos devoran cuadernos de relatos de acción cuyos héroes defienden la Patria en las fronteras o persiguen a espías y agentes infiltrados. No son enemigos los que faltan; el Gobierno chino proporciona a sus gentes generosas raciones de imperialistas, burgueses, reaccionarios y solapados defensores de la antigua y corrupta sociedad. La guerra de Corea es un filón de norteamericanos perversos y los territorios limítrofes del Imperio del Medio están generosamente abastecidos de elementos belicosos prestos a la invasión.

La cooperante empieza a dudar de las bondades y el desinterés de la alfabetización masiva. Se ha hecho ya una idea aproximada-pero necesariamente imprecisa-de lo que en el país la gente puede leer. Respecto al cuánto, ha visto muy escasos lectores en los parques y transportes públicos y tiene la impresión de que las obras del Presidente Mao, los clásicos marxistas, el oasis literario de Lu Sin y las hagiografías de héroes de la producción y de la lucha no bastan para cubrir necesidades. Recuerda al profesor chino del primer instituto de Pekín en el que trabajó. Decía éste leer muchas novelas en español. Como ella le felicitara por su esfuerzo en el dominio del idioma, él respondió:

-No. Es que en chino no hay.

La profesora de español es, en China, una orwelliana avant la lettre. No ha leído todavía 1984, y, tras su regreso a España, cuando lo haga, una tarde de invierno, cerrará el libro al terminar la última línea y bajará a la calle para sentir a la gente, con un ataque de miedo insuperable que tiene mucho del frío glacial de los paisajes de De Quirico. Sabe que nunca saldrá del todo de aquella librería cuyos falsos volúmenes no reproducen sino una voluntad abrumadora y ajena a la vida y el pensamiento, un puro gesto de dominio que aplasta como una mano al que recorre las estanterías con su frágil y temerosa individualidad a cuestas.

Sin embargo resulta sin duda factible pasear por esa superficie satinada sin mayores traumas. El Gobierno chino es tan capaz de preservar sus intereses como de dar una imagen halagüeña de sus márgenes intelectuales. Las Ediciones en Lenguas Extranjeras, de Pekín, Guozi Shudian, distribuyen al extranjero, por un sistema de suscripciones, diarios y revistas en lenguas que van del chino, mongol, coreano, tibetano y kazajo al español, italiano, alemán, francés, inglés, sueco, ruso, árabe, japonés, hindi, indonesio, swahili, urdú, vietnamita y esperanto. La versión lingüística depende del tipo de publicación, que, en función de sus contenidos, se destina a propaganda de los logros del régimen, temas literarios y científicos o difusión de las tesis chinas sobre política internacional. A esto se añade una serie de revistas especializadas en materias como arqueología, astronomía o genética, que se redactan en chino con extractos de sus artículos principales e índices en inglés. Guozi Shudian tiene también el monopolio de la distribución y adaptación de publicaciones extranjeras, a lo que se añade la canalización de intercambios y préstamos a través de la Biblioteca Nacional de Pekín y el Instituto de Información Técnica y Científica de la Academia de Ciencias. De hecho, el caudal de conocimientos de un puñado de dirigentes y de una capa escogida de personas en nada contradice la masiva ignorancia del resto. La información discurre por un sistema vertical de esclusas en el que no se admiten veleidades. La materia, predigerida y dosificada en cantidades precisas, llega, cuando se considera oportuno, a los niveles autorizados por un sistema pormenorizado de documentos, circulares, canales y disposiciones. La censura carece en este contexto de significado porque, en un Estado que ha logrado un control de tales características, la retención informativa se ha efectuado en la base y, en un paso que va mucho más allá de los primarios métodos de coacción, los receptores parecen carecer de los elementos que les permitirían percibir y apreciar las informaciones peligrosas para el régimen.

En la enorme plaza y las avenidas cuyos bordes producen la impresión de solitaria lejanía de los grandes ríos los edificios culturales públicos exhiben sus puertas cerradas y el interior aquejado de un largo reajuste. La Revolución Cultural ha exigido su depuración ideológica, la sedimentación posterior se atiene al prudente rechazo de responsabilidades y al día a día de la interpretación de las directivas. Allí están la Biblioteca Nacional, bajo mínimos, y el Museo de Historia. Los años irán cubriendo salas y paredes con el crecimiento vegetal, irreprimible, de personas y objetos. Gente muy joven, hijos de los guardias rojos, llenarán este mismo espacio, engañados, como los observadores del exterior, sobre el cambio del régimen, la aparente, ineluctable deriva hacia la libertad.

No. El Buró Político Chino no construía, al socaire de la senilidad de Mao, pasadizos hacia la pluralidad y la apertura. Pero supo perfectamente vender la moderada imagen y acuñarla incluso en una fórmula que, décadas más tarde, pasaría por original. Desde las prudentes reformas del principio de los sesenta hasta la explosión de la economía de mercado, pasando por la recogida de banderas tras la Revolución Cultural, nada había escapado ni debía escapar del Partido y del Ejército. Pekín se especializó tempranamente en mantener el poder en manos de su clase rectora y dar rienda suelta a cuanto no le perjudicase. Sus proclamas serán, invariablemente, ortodoxas y se reclamarán de Mao Tse-tung y el comunismo. No hay en ellas la más mínima pretensión, ni necesidad, de coherencia; son fieles al imposible discurso y la lógica irracional que les han sido desde siempre propios. Jamás ha entrado en sus planes dar cuentas a la opinión, explicar sus posturas, responder de sus actos. Es un clan único de poderes totales, y las exhortaciones al enriquecimiento, la voracidad de bienes de la que da ejemplo a sus súbditos, las consignas un país, dos sistemas, el socialismo capitalista, las incompatibles dualidades tranquilamente enunciadas, moldean un nuevo archipiélago, sometido tan sólo a la ley y límites que su dueño marca y vigorosamente movido por los impulsos eléctricos del más descarnado interés.

Desde Occidente, podía creerse con facilidad en la irremediable transformación del viejo comunismo, su deriva hacia formas que, por ser de mercado y adornarse con los últimos productos de la técnica, automáticamente se suponen más abiertas y en franco camino hacia una sociedad democrática y un sistema liberal. Mientras esto se da por descontado, el archipiélago, en sus nuevas formas, se afirma y crece.

El X Congreso Nacional del Partido Comunista de China puede así, en 1973, permitirse afirmar en la letra premisas continuistas contrarias al pragmatismo que ya se impone en los hechos. Ninguna contradicción le es ajena; muy al contrario, es él quien marca, cuando y donde corresponde, la coherencia y la ética. No han leído probablemente a Lampedusa ni a Maquiavelo, pero dominan como ninguno de ellos la técnica del cambio oportuno y la reserva precisa. Se ha entrado en una etapa que marcaron, en 1972, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Japón y la visita del Presidente Nixon. Es tiempo de enriquecerse, de renovar las armas del Ejército, de ir ocupando el hueco que se adivina en la agostada Unión Soviética. Pero las actas del 73 reafirman a Mao y a Chou En-lai mientras rubrican la definitiva defunción, como sucesor, del extinto Lin Piao. Sus apartados reiteran las consignas del lejano Yenán sin que se espere de lector alguno la menor perplejidad ante la incongruencia que respecto a las nuevas directivas marcan. Se trata del habitual epílogo sobre la base de la situación preexistente, la confirmación de la bondad de lo realizado y la sumisión a los puntos fundamentales, a los que preside la autoridad suprema del Partido. Por ello conviene subrayar la continuidad del sistema (revolución) y su proceso, la disponibilidad sobre los jóvenes, la ocupación de los centros de cultura, el control ubicuo del tejido social.

Hay que proseguir y llevar a feliz término la revolución en el arte y la literatura y la educación y la salud pública, hacer un buen trabajo respecto a los jóvenes instruidos que van a las zonas montañosas y otras zonas rurales, manejar bien las escuelas de cuadros “7 de Mayo” y apoyar las nuevas cosas del socialismo (…).

(…) La Gran Revolución Cultural Proletaria es una gran revolución política realizada por el proletariado, bajo las condiciones del socialismo, contra la burguesía y todas las demás clases explotadoras, y es también una profunda campaña por la consolidación del Partido (…) el Partido debe dirigirlo todo (…).

Artículo II-Se crea una célula, una célula general o comité de base, según sean las necesidades de la lucha revolucionaria y el número de miembros del Partido, en cada fábrica, mina (…) centro de enseñanza (…) y cualquier otra unidad de base.1

La campaña, en 1973, de crítica a Lin Piao y a Confucio es una metáfora del alejamiento de un modelo que ya resulta decididamente incompatible con más rentables aspiraciones, pero no por ello, tras el Congreso Nacional del Pueblo, la Nueva Constitución Simplificada de enero del 75 hace otra cosa que avalar, con la unanimidad acostumbrada respecto a lo decidido por el Partido, el monopolio de un poder al que en nada ya disgusta, sino que favorece, la prosperidad generalizada de la población. El rehabilitado y sufrido Teng Siao-ping no tardará en lanzar su famoso ¡Enriqueceos!, seguido sin dificultad por las masas que, en adelante, agitarán carnets de cheques en vez de pequeños libros rojos. Pero el rigor de la forma persiste, porque el marco estricto de un maximalismo utópico, la imprecisión legal, la exigencia explícita y la imprescindible permisividad rutinaria abonan la vivencia cotidiana del temor y la culpabilidad y son elementos indispensables del perpetuo estado de excepción que, en nombre de las grandes aspiraciones y la pureza, eleva la hipocresía a la categoría de las bellas artes.

Mao ocupa oportunamente su lugar, en 1976, entre los monumentos de la gran plaza. En su mausoleo hay montañas que marcan el horizonte de un Yenán eterno y ficticio.

 

Historias

La arquitectura, que no engaña, ofrece en todos los centros de trabajo de la cooperante extranjera, tanto en Pekín como en la lejana Xian del interior, un marco rectangular de muros, cubos de tamaños diversos en función de su jerarquía, recintos invisibles desde el exterior, pequeñas ciudades prohibidas en blanco y negro desprovistas del carmesí brillante de la de la capital pero seguidoras de la vieja tradición de secretismo, del muro medial de la recepción contra el que se estrellaban los malos genios (que sólo son capaces de desplazarse en línea recta) y las miradas de los viandantes. Un cartel a mitad de la ruta entre el núcleo de la población y el instituto reza en chino, ruso e inglés: Paso prohibido a los extranjeros. Los bloques de ladrillo ocre-gris que recuerdan a las viviendas obreras del siglo XIX tienen como único decorado grandes paneles rojos con frases del Gran Líder. Sobre el alero, en enormes caracteres, se lee: ¡Viva el Presidente Mao Tse-tung!. Sus citas, reproducidas en pizarras y carteles, cubren los muros. Detrás del edificio principal están las viviendas de profesores y alumnos, las cantinas, el depósito de carbón, las calderas, los vestuarios del campo de deportes, las letrinas y las oficinas y biblioteca. En el huerto se cultivan frutas y hortalizas. Los animales domésticos-cerdos, gallinas-retozan y efectúan su labor de basurero ambulante.

El interior es uniforme, agrisado, sin la menor nota de color o decoración. Las bombillas débiles y las puertas marrones no animan el conjunto. La calefacción es tardía, intermitente y más bien simbólica, la temperatura gélida. El mobiliario de aulas y sala de profesores es, con la excepción del destinado al profesor extranjero, espartano, muy usado y sin concesión alguna al detalle o al gusto personal. Resulta un paradigma de la Revolución Cultural. Las letrinas son a la turca, separadas por sexos pero las mismas para alumnos y profesores. Hay en el interior además una pileta con grifos y, por supuesto, ningún espejo. Es notable el grado de suciedad, pero no existe ni un solo letrero escrito en las paredes.

Por la parte trasera se ven las obras con las que se continúa y amplía la red de túneles con la que el instituto, como toda entidad en China, debe contar, hecha por ellos mismos en previsión de las siempre presentes invasiones, enemigos y guerras. Se trata de sencillas excavaciones de pasillos y ensanches subterráneos de ladrillo y arcos de cemento. Los carteles recuerdan las consignas de Mao: Cavar profundos túneles, hacer reservas de cereales y nunca pretender la hegemonía. Preparar al pueblo contra la guerra y las calamidades naturales. En el suelo se abren de cuando en cuando los respiraderos de los túneles.

La cantina de los alumnos no parece tener sino sus cuatro paredes y las mesas, además de citas de Mao. En la de los profesores hay mesas y bancos muy usados, vasares para los tazones, un mostrador para embutidos y salazones de verduras y ventanillas por las que se recogen los platos. Frente al comedor, fuera, los tazones se enjuagan en una pileta larga provista de grifos de agua fría, tras haber echado las sobras en la tina de los cerdos. En el ala opuesta se alzan casas para el personal, que, según su situación familiar, comparte o no habitación. En la de mi intérprete, a la que su marido visita alguna vez, hay una cama grande, una estantería con libros, otra con vajilla, flores artificiales, tapetes y el retrato de Mao bordado a punto de cruz por una sobrina suya. La calefacción consiste en estufillas de carbón sobre las que también se guisa, sacándolas fuera. Las letrinas, comunes, están al final del pasillo. Las paredes son de un gris desconchado.

La descripción puede hacerse extensiva a infinitos centros semejantes. Presenta, con leves variantes cuantitativas, los usuales ingredientes de los edificios chinos: gusto por cierta monumentalidad formalista (fachada del edificio central), utilitarismo que marca firmemente la voluntad de alejamiento de preocupaciones estéticas, que serían tachadas de individualismo burgués, tono rural, separación de elementos, descuido y suciedad en los servicios públicos (cantina, letrinas), delimitación, ocultamiento y separación (el omnipresente muro cuadrangular). Su aspecto general es el de una maciza y desangelada escuela de enseñanza media de voluntad de apariencia fuertemente agrícola. No es difícil imaginar, al verla, la suerte que han corrido los estudios de literatura, historia y arte.

En cuanto al entorno ideológico, tadzupaos y pizarras protegidas de la lluvia por un alero reproducen las consignas al uso, los editoriales del Diario del Pueblo, citas de Mao, exhortaciones y buenos propósitos. Los alumnos de francés se han mostrado singularmente activos con la tiza y el pincel:

Cálida bienvenida a vosotros, compañeros de armas, que venís del primer frente de los tres movimientos revolucionarios. Cálida bienvenida a vosotros, nuevos estudiantes obreros, campesinos, soldados del instituto socialista de nuevo cuño. Animados de un sentimiento de orgullo legítimo, habéis entrado alegremente en el instituto de nuevo tipo en el que se forman los intelectuales revolucionarios del proletariado, y a vosotros corresponde una labor histórica: estudiar en la universidad, dirigirla y transformarla sirviéndoos del pensamiento maotsetung.(…)

Queridos camaradas, hemos venido de todos los puntos del país. Nos reunimos aquí para un fin común. Desde ahora viviremos, trabajaremos y estudiaremos todos juntos, Unámonos más estrechamente siguiendo las enseñanzas del Presidente Mao. ¡Unámonos para obtener victorias aun mayores!. Llevemos a cabo lo mejor posible los deberes que nos han sido encomendados por el Partido en el informe del X Congreso.

Las citas de Mao, en este contexto tan desprovisto de alicientes visuales, tienen cierta recurrencia hipnótica, llenan los ojos, despliegan en un film en blanco y negro fogonazos de color, trazos gruesos cuyos ángulos han perdido la gracia de la antigua caligrafía y parecen mantener entre los dientes las ideas. Su vocabulario se reduce a un manojo de palabras, cada día presentes. Se anda continuamente sobre una bandera junto a la cual apenas nada significa la masa anónima de la vida gris.

¡Unámonos para obtener victorias aun mayores!

Si la línea es justa, se tienen soldados, incluso si ahora no se tiene ni uno solo, y se conseguirá el poder incluso si todavía no se posee.

Practicar el marxismo y no el revisionismo, trabajar por la unidad y no por la escisión, dar prueba de franqueza y de rectitud y no tramar complots e intrigas.

Ir a contracorriente es un principio del marxismo-leninismo.

Los países quieren la independencia, las naciones quieren la liberación y los pueblos quieren la revolución; esto se ha vuelto ya una corriente irresistible de la Historia.

China es como un apetitoso trozo de carne que todo el mundo codicia, pero esta carne es muy dura, y desde hace años nadie ha podido hincarle el diente.

El peligro de una nueva guerra mundial no ha desaparecido y los pueblos del mundo deben estar preparados para ello; pero hoy en el mundo la tendencia principal es la revolución.

Llevar hasta el fin la lucha contra el revisionismo moderno. En el plano interior debemos conformarnos a la línea y los principios políticos fundamentales definidos por el Partido Comunista para todo el periodo histórico del socialismo, perseverar en la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado, unir todas las fuerzas susceptibles de ser unidas, y trabajar para hacer de nuestro país un poderoso estado socialista, a fin de hacer una contribución a la Humanidad.

Prepararse en previsión de una guerra y de calamidades naturales y hacer todo en el interés del pueblo.

Mantener alta la vigilancia y estar completamente preparados para el eventual desencadenamiento de una guerra de agresión por parte del imperialismo, y sobre todo para el desencadenamiento de un ataque sorpresa por el socialimperialismo revisionista soviético contra nuestro país. Que el heroico Ejército Popular de Liberación y las amplias masas de la milicia popular estén continuamente alerta para eliminar a todo enemigo intruso.

Leer y estudiar concienzudamente para dominar bien el marxismo.

Siempre es en las grandes tempestades cuando se elevan los continuadores de la revolución proletaria.

El desorden en la tierra engendra el orden en la tierra. Al cabo de siete u ocho años todo vuelve a empezar. Los genios malignos aparecen por su propio impulso en escena. Está determinado así por su naturaleza de clase y no pueden obrar de otra forma.

Para estar seguros de que nuestro Partido y nuestro país no cambiarán de color debemos, no sólo tener una línea y una política justas, sino también educar y formar a millones de continuadores de la causa revolucionaria del proletariado.

Todo miembro del Partido Comunista Chino debe:

  • Estudiar las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin, y del Presidente Mao, y atacar al revisionismo.
  • Luchar por los intereses de la inmensa mayoría de la población de China y del mundo.
  • Ser capaz de unirse con la mayor cantidad posible de personas, incluidas las que, equivocadamente, se han opuesto a él, pero que se corrigen sinceramente de sus errores. Sin embargo, es necesario ser particularmente vigilante a fin de impedir a los oportunistas, los conspiradores y los individuos de doble faz usurpar la dirección del Partido Comunista y del Estado, a cualquier escalón que esto sea, y a fin de garantizar que la dirección del Partido y del Estado estará siempre en manos de revolucionarios marxistas.
  • Practicar valientemente la crítica y la autocrítica.
  • Consultar a las masas en todo problema.

 

La declaración de principios es de una simplicidad que la hace transparente en exceso. De igual manera que la vuelta al estado zoológicamente primitivo es en el hombre una perversión, un retroceso animal al que en nada embellece la supuesta pureza originaria, en estas premisas existe una simplificación contra natura, un sutil, profundo, recurso al engaño. Como manipulación puede parecer grosera, como éxito político indiscutible, como jerusalén marxista un éxito. Su simpleza lo delata, obvia la compleja variedad de los seres, la extensión de ambiciones y pasiones, las múltiples variantes del goce. Tras esta granja edénica hay un país del siglo XX en el que tan artificial sería adecuar el todo a la mayoría campesina como imponer en las oficinas el uso del arado. El discurso reproducido por estos estudiantes se mueve entre la mimética del mundo militar, la obediencia al único partido al que el Líder sirve de Moisés, Biblia, y Bandera, y el convencimiento de que fuera de este perímetro no hay salvación. Nada, ni nadie, existe por sí mismo sino en función de las tareas asignadas.

El tiempo tiene una periodicidad cíclica que garantiza, y exige, la vigilancia frente al enemigo, la encarnación del Mal o Antirrevolución, congénito a partes degeneradas del cuerpo social. Bastan siete años para que las semillas del aburguesamiento y el revisionismo crezcan de nuevo, la mitad de una generación, el espacio que media entre inconsciencia y madurez, entre especulación y trabajo, folletos y libros, infancia y sexo, indigencia y ahorros, trashumancia y hogar propio. Mao ha ido colocando sus yenán entre una campaña y otra, cuando evolución, reflexión y fracaso inclinan las miradas hacia el crecimiento de plantas de colores distintos del rojo. Entonces se impone el exorcismo, la siega de los genios septenarios que cualquiera, el padre, la novia, el mejor amigo, puede llevar en este momento en su interior. Ninguno de esos métodos es nuevo, pero jamás habían sido empleados juntos, en tal escala y con semejante éxito. De ahí la novedad, el perfil de terra ignota amasada con viejos materiales que la República Popular presenta.

China ocupa el onfalo que han acostumbrado a adjudicarle todos sus gobernantes. Es-según el tradicional gusto por las metáforas culinarias-el jugoso solomillo a cuyo alrededor babean las hambrientas jaurías de los países extranjeros. Las situaciones bélicas se multiplican: enemigos domésticos de puntual y perversa aparición, asedio externo, telón impredecible de enfrentamiento mundial, cascada de independencias y revoluciones en los cinco continentes. Por lo pronto se dispone, en puertas, de un enemigo providencial que encarna el peor de los pecados: la revolución traicionada. La Unión Soviética es un Luzbel que ha descendido vertiginosamente desde su cima de Lenin, Stalin y Octubre a la oscura imagen de la Gran Caída. En términos más prácticos, es, por lo pronto, el competidor más peligroso de Asia. La India también posee colmillos atómicos, pero Pekín sabe que la democracia debilita y que los países molestamente sometidos a su opinión pública y a ciertos principios no tienen a la hora de la acción la autonomía agresiva que debieran.

La situación general garantiza, en suma, enemigos para unos cuantos cientos de años y deja amplio margen para la construcción interna del perfecto socialismo. El estado de excepción se eterniza, y con él las llamadas a la unidad, a la consulta a las masas y a la búsqueda del beneficio de la mayoría. Esto debe traducirse como el permanente sometimiento a los representantes del Partido (llamados de las masas) que vigilan y presiden los centros rectores de cada unidad de trabajo, deciden la compatibilidad entre las aspiraciones individuales y el bien mayoritario, reciben las delaciones y exigen la autoinculpación. Cada término colectivo significa, en su realización material, personas, sectores e intereses muy concretos. La inevitable muletilla obreros, campesinos y soldados, de cuyos tres frentes revolucionarios se supone proceden los nuevos estudiantes y cualquiera con aceptable pedigree, pertenece asimismo al terreno de la ficción. No quiere decir que lo sean o lo hayan sido; ni siquiera que provengan de familia obrera, campesina o militar. En numerosísimas ocasiones el alumno presentado como campesino es hijo de empleados, de cuadros, ha seguido los estudios primarios y secundarios en la ciudad, pero pasó algún tiempo en una comuna, en el campo, como hicieron millones de jóvenes que partieron a él durante la Revolución Cultural.

El Instituto de Lenguas de Xian es presentado a la cooperante extranjera por un pulcro anciano al que, todos sonrisas, acompañan dos hombres con aspecto de hallarse perfectamente al margen del lugar. Su función es, según traduce la intérprete, ejercer la tutela y supervisión política del antiguo director, purgado y situado ahora bajo la égida del director miembro del Partido y del comité revolucionario del instituto. El depuesto y semirrepuesto decano es un intelectual de barba blanca y frágil esqueleto. Hace una presentación de la trayectoria del centro esmaltada de continuas citas sobre el asombroso progreso pedagógico que ha representado el recurso al pensamiento maotsetung. En ningún momento pierde su rostro el aspecto apacible y digno, ni se modifica la nerviosa sonrisa de los comisarios del Partido y la dirección, que dan vueltas a la gorra que tienen entre las manos. El anciano habla de estudios de cuatro años, en principio limitados al ruso, y ampliados luego al inglés, alemán, francés y español. Cita la reducción en la duración de los estudios, según las directivas, y habla de decenas de miles de volúmenes en lenguas extranjeras que posee la biblioteca pero de los cuales la profesora no hallará luego sino un puñado testimonial. Bajo el discurso que desgrana y se extiende como la superficie de una lápida es fácil imaginar las humillaciones del pasado, el acoso, la agresión y la supervivencia. Su generación posee todavía un fulgor de libertad perceptible que no se observa en las posteriores. Visible quizás en el tono pausado, en la tenue distancia que la cooperante distingue entre él y su discurso:

Antes de la Gran Revolución Cultural Proletaria Liu Shao-shi y Lin Piao aplicaron la línea revisionista en la educación: formar alumnos para la burguesía, saboteando la línea del Presidente Mao. Dominaron entonces los intelectuales burgueses, fueron criticados, reconocieron sus errores y continúan entre nosotros. La Gran Revolución Cultural Proletaria fue iniciada por el Presidente Mao en 1966. Las masas la apoyaron con entusiasmo, pero Liu Shao-shi y los suyos saboteaban la línea proletaria. Como consecuencia de estos sucesos cambió la enseñanza en el instituto. El ocho de junio de 1967 se fundó el comité revolucionario del instituto. En octubre de 1968 el grupo de obreros del Ejército Popular de Liberación para la propaganda del pensamiento maotsetung entró en el instituto para dirigir todo; se emprendió pues la transformación del sistema de educación, orientación, enseñanza y métodos pedagógicos según la línea del Presidente Mao: “La educación debe servir a la política proletaria y combinarse con el trabajo productivo.” La dirección de nuestro comité revolucionario dirige a los profesores y alumnos para estudiar a Marx, Engels, Lenin, el Presidente Mao, las lenguas extranjeras, y para educarse en el campo y en las fábricas.

La presentación del instituto terminada, volverá a verle pocas veces, y éstas de forma breve y ocasional. Nunca sabrá su formación ni su pasado, ignorará siempre qué estudios hizo este intelectual de categoría visiblemente superior a su entorno, qué libros amó, de qué pecados le culparon, si sus propios volúmenes, acotados y subrayados, ardieron junto con los que contenía la biblioteca en las piras públicas que consumían el material burgués o si se encuentran en una habitación polvorienta y tapiada a la que la profesora extranjera no tendrá jamás acceso. Ignorará las cosas que calló y que dijo cuando le zarandearon y le pidieron autocríticas y cómo obligó a los trazos elegantes de su pincel a plegarse a la angulosa caligrafía que exigían los tiempos. Nunca sabrá quién sobrevivió de su familia, qué hijos o qué nietos purgan todavía en algún lugar remoto la extracción social distinguida de sus parientes. Sólo se le dirá que el anciano vive tranquilo y feliz, que su salud es excelente y prueba de ello son los largos recorridos que hace todos los días en bicicleta.

Las explicaciones generales sobre organización, profesores y alumnos no hacen sino abundar en la imagen edénica de esa comunidad escolar cara a las socializaciones en la que imperan comités ideológicos sin más valor intelectual que sus fidelidades, una pirámide de sustantivos colectivos-equipo, célula, comité, grupo-de la que aquéllos que realmente poseen titulación académica y conocimientos constituyen una parte mínima y sojuzgada en todo momento a supuestas encarnaciones, por disposición oficial, del bien común. El rosario de tópicos que, cuando permanecen parcialmente en el terreno de la utopía, se juzgan, con tan culpable como errónea ligereza, como irrealizables pero buenos aquí se han realizado, y no configuran precisamente lugares deseables. En el instituto hay una gran cantidad de personal de funciones indefinidas, que ocupa puestos y justifica con su control sobre los otros su propia presencia. Son capas extensas de nepotismo y paro encubierto que han encuadrado, desactivado y reducido a mínimos la substancia académica. En la cima se encuentra, claro está, la célula del Partido Comunista, a la que revierten las decisiones finales, y junto a ella el comité revolucionario creado con la Revolución Cultural. De ellos parte la larga cadena con ramificaciones en subdirectores, directores y agrupaciones de todo tipo.

La admisión de alumnos pasa, en sus unidades de origen y destino, por un filtro similar en el que la prioridad se sitúa en los buenos informes obtenidos de los cuadros políticos. Hay soldados que estudian ruso para, en caso de enfrentamiento con la Unión Soviética, interrogar a los prisioneros. Cuando solicita precisiones, la cooperante advierte con rapidez la gran dificultad que representa obtener cifras. Ninguno de sus interlocutores desea proporcionar datos concretos. El sistema se encarga de disuadirles de ello por la relatividad temporal y el peso impresionante de los modelos de las cuotas oficiales. Se vive de burocracia, de cifras ilusorias, logros crecientes y éxitos incuestionables. Las campañas y consignas pueden variar con el viento en un breve espacio temporal. La prudencia ordena imprecisión y cautela. A esto se añade el factor coyuntural de la calidad del intérprete. El valor profesional de éste es proporcional a la importancia del extranjero que acompaña, y desde luego la cooperante, sin peso diplomático ni político alguno, lo que recibe es en realidad licenciados en prácticas que cometen errores considerables y añaden o sisan alegremente en las cifras uno o dos ceros. La elección de intérprete-acompañante es, además, política, y así cuando este cargo recaía en miembros del partido su rango no estaba forzosamente en consonancia con sus capacidades lingüísticas.

La mayoría de los alumnos se dedica al inglés y el español ocupa el último lugar, tras el alemán y el francés. Todos viven en régimen de internado, con quince días de vacaciones, el curso dividido en dos semestres e interrumpido por periodos de trabajo manual. En el horario se incluyen el entrenamiento militar y las sesiones de formación política. Hay en estos jóvenes una mezcla de aniñamiento extremo y de encuadramiento adulto. Son el resultado de un igualitarismo que ha actuado de manera muy especial en las edades de la vida en las que despunta y se afirma la diferenciación de los individuos, la variedad de disposiciones, capacidad, inteligencia, esfuerzo, mérito, creatividad, observación, ambición. Proceden de la truncada Educación Secundaria y del comienzo en las universidades. Nada tiene de casual la elección de esa etapa educativa para pasar sobre ella la cuchilla de la igualación a mínimos que ha actuado también, y de forma mucho más poderosa, sobre profesores que ahora forman una masa homogénea apenas distinguible de sus alumnos excepto por el temor que hacia ellos, y hacia los diversos comités y la masa de la comunidad educativa, experimentan. No en vano la Revolución Cultural mezcló, confundió y desmochó precisamente tal franja de población y de educación en la que elevaban sus perfiles la personalidad, la voluntad individual y el mérito.

Entre los profesores se advierte una desproporción entre oferta y demanda según el reciente cambio del viento. Hay todavía una gran cantidad de enseñantes de ruso cuyo número ya no se no justifica por el de soldados que se entrenan para el interrogatorio de futuros prisioneros. La decena que compone el departamento de español se reduce a nueve realmente presentes. El ausente es una mujer que se encuentra en el periodo anual de vacaciones, único en el que se reúne con su marido e hijos. El de mayor edad, jefe y cuadro político, está reconvirtiéndose al español desde su origen de profesor de ruso. Es, junto con otra profesora, miembro del Partido y la autoridad de ambos sobre el resto es patente. Los profesores se han formado en institutos de lenguas extranjeras de Pekín, Xian y Shanghai. Uno, el más joven, estuvo en Cuba, sin duda en tiempos de idilio internacional previo a la ruptura con el gran hermano soviético. Otro, de unos veintiocho años, se reveló desde las primeras frases como el único que tenía un nivel de español realmente bueno. Era originario de Pekín, en cuya universidad había estudiado. Todos se mostraban intimidados e hicieron hincapié en la pobreza de nivel, de vocabulario, la falta de soltura en el manejo de la lengua, la necesidad de aprovechar los conocimientos de la profesora extranjera. Sus problemas profesionales eran enormes, su formación desigual, habían permanecido años trabajando en el campo, y ahora se encontraban con las inmensas lagunas de la ruptura intelectual del pasado, la inminencia de la incorporación docente y las confusas exigencias de la campaña en el candelero, la Revolución Educativa, cuyos tadzupaos tapizaban el instituto. Sus carencias eran tan patéticas como las causas de ellas, a las que ninguno citaba mientras mal que bien intentaban paliarlas a fuerza de machacamiento memorístico y diccionario. A la inseguridad personal y social unían la falta de experiencia docente, el conocimiento superficial de la lengua y la artificial estructura lingüística de los materiales que manejaban.

Bastaría darse un paseo por zonas limítrofes más allá de las fronteras de la República Popular China para que el mito de los meritorios logros obtenidos por el valiente sistema socialista en su prodigiosa derrota del atraso secular se desmoronase. Incluso ante la evidencia, apuntala el mito, por supuesto, el mecanismo de fe religiosa con el que se desdeña la acelerada modernización de Malasia, Japón, Indonesia, Hong Kong o Singapur como simple fruto de la rapiña capitalista. Bien empezada la segunda mitad del siglo XX, las instalaciones chinas tienen-excepto las de armamento nuclear-un aspecto decimonónico del que emergen ocasionales y polvorientos productos de la técnica. Los laboratorios de lenguas no son otra cosa, cuando existen, que salas de grabación con magnetófonos y cintas, a los que se suman algunos aparatos de radio. Estaban en voga las mágicas virtudes del método audiovisual, pero el instituto de Xian no contaba sino con un proyector arcaico y unas pocas diapositivas de deportes y de lugares sagrados revolucionarios. La visita a la biblioteca redujo las astronómicas cifras citadas por el subdirector a unas cuantas estanterías. La mayor parte de los volúmenes eran traducciones de las obras de Mao Tse-tung, había también otras obras marxistas, algunos cuentos y novelas cubanas y un puñado de españolas como Doña Perfecta, una antología del 98 y poco más. Entre las cubanas destacaba una pieza del más depurado realismo socialista: Maestra voluntaria. Se trataba de un relato en primera persona y narraba las vicisitudes y ejemplar dedicación de una muchacha que se incorpora con fervor a la campaña de alfabetización promovida por el Gobierno en tiempos de la joven revolución castrista. La novelita era un compendio de clichés sociopolíticos, sentimentalismo apto para todos los públicos y mensajes entusiastas. Existía en ella una visión de la sexualidad del más puro cuño estalinista que sin embargo, en comparación con la absoluta omisión del sexo en la literatura, el arte y la cultura maoísta, ofrecía a los lectores chinos, por las mismas razones que las inefables películas albanesas, especiales atractivos. En un pasaje de la novela los voluntarios son transportados a la zona de la sierra. Una muchacha comenta con una compañera que los chicos están muy buenos. La protagonista de la historia oye la frase y hace una sentida reflexión sobre el probable pasado de prostituta de la voluntaria frívola. Ni que decir tiene que el desierto literario de las bibliotecas chinas proporcionaba a estas obras una altura sin común proporción con su calidad.

El instituto recibía, con semestres de retraso, periódicos cubanos y algunos mejicanos. De ambos se tomaba material para textos, pero lo que utilizaban con profusión, como todas las escuelas chinas, era artículos de la edición de Pekín Informa en español. Con esta publicación oficial no había peligro de críticas por desviacionismo en el uso de textos y autores burgueses. El español de Pekín Informa era horrendo, no tanto por sus faltas gramaticales sino por el estilo, traducción quasi literal por miedo a apartarse del texto madre, lo que daba un tono absolutamente forzado, teatral e incomible. El pulido final de tales materiales era tarea del profesor extranjero y ocasionaba a éste no pocos problemas de conciencia profesional, amén de los puramente éticos. El cooperante advertía a los colegas chinos de la extraordinaria mediocridad artificial de aquel lenguaje, repleto de clichés y calcos, pero no servía de gran cosa. Y no exactamente por mala voluntad de la plantilla local, sino por el peso continuo de la supeditación a la ortodoxia oficial, que les mantenía moralmente encorvados para ofrecer perfil y resistencia planos y evitar el mínimo riesgo.

Siguiendo el voluntarismo artesano de la Revolución Cultural, y en función de la purga de todo tipo de libros y del pánico hacia la responsabilidad de escribir una sola línea personal, utilizaban como único material pedagógico fajos de folios que repetían tópicos una y mil veces expurgados. A tales clichés pertenecen cuantos discursos de presentación, bienvenida, introducción y relación de proyectos se pronuncian. La posterior experiencia permite constatar a la cooperante la relevancia e intensidad del fenómeno de repetición: Impermeable a las diferencias del medio y a las distancias, el mimetismo ortodoxo engarza ubicuamente en cadenas semejantes los mismos discursos y halla su materialización física en la similar disposición de los objetos de los salones de recepción.

Sin embargo podría aceptarse-¿por qué no?-el sistema chino como una benévola institución que, con sus austeros medios, defiende la causa de los desheredados y les reserva el reino del mañana. Los observadores extranjeros han podido limitarse a esto, motivados por el aspecto de su clase: veintitantos alumnos cuyas edades oscilan entre los diecinueve y los veinticinco años, vegonzosos, llenos de buena voluntad y deseo de aprender, con los brazos modosamente cruzados, de talla regular, aspecto saludable y capas de ropa gris, añil, utilitaria, que igualan su aspecto y les protegen del frío del recinto. Roto el hielo, son agradabilísimos de trato y muestran una conmovedora avidez por exprimir al profesor extranjero. Todos proceden de la provincia de Hopei, han sido guardias rojos durante la Revolución Cultural, cuentan sin excepción que por entonces vieron en carne mortal al Presidente Mao y que todas las chicas, y buena parte de los chicos, lloraban por el extraordinario amor que hacia él sienten. Tras la gran experiencia de la plaza Tien An Men, hicieron a pie hasta Yenán la peregrinación de la Larga Marcha y luego estuvieron trabajando en el campo.

Sus conocimientos geográficos eran tan limitados como el atlas minúsculo, los nombres sólo en chino, que manejaban. Incluso en el caso de puntos del Globo cuyos datos, por tratamiento en temas políticos, les son familiares, tales datos carecen de conexión con el contexto y, desligados de historia y sociología, se reducen a meras consignas. Como en el mapa mundial que cuelga de la pared, en su mapa interno se encuentra primero China, en el centro y bien coloreada de rojo. Más allá el par de monstruos imperialistas, USA y URSS; entre ellos Europa atenazada por ambos lados. Los relatos de profesores extranjeros coinciden en resaltar su general desconocimiento. De Francia, saben el establecimiento de las relaciones diplomáticas con De Gaulle y el centenario de la Comuna. Respecto a Gran Bretaña, los universitarios de Pekín, tras haber asistido a la proyección de una película basada en Oliver Twist, parecían convencidos de que aquél era el estado de la sociedad inglesa actual. Entre 1964 y 1966 los profesores de francés debían, en la misma universidad, explicar textos desprovistos de todo carácter literario siguiendo un manual impuesto que se componía de enunciados dogmáticos como El capitalismo esclaviza al pueblo. o Los imperialistas son tigres de papel. Ciertos cooperantes podían permanecer en paz con su conciencia repitiendo estas fórmulas que correspondían a su credo. Otros se rebelaron: varios profesores se negaron a explicar a sus alumnos textos en los que se afirmaba que, en Francia, los hijos de las clases trabajadoras rara vez podían saciar su hambre y que, en París, muchos obreros, incapaces de pagar un alquiler, dormían bajo los puentes.

Si vagas eran las nociones de Europa de los estudiantes de Xian, más todavía lo eran las de España en particular. Sus conocimientos, como sus intereses, estaban más desarrollados en lo referente a Hispanoamérica. Sabían sin embargo de la Guerra Civil del 36 e incluso uno de sus textos versaba sobre la victoria de un grupo de partisanos españoles contra la guardia civil. Ahora bien, la apertura de relaciones diplomáticas Pekín-Madrid había significado automáticamente una total sordina del internacionalismo proletario enfocado hacia la Península Ibérica: Ni la más leve referencia a la lucha por la democracia en España, ni la menor observación sobre su Gobierno. Si se comentaba en privado a los profesores las reacciones a que había dado lugar el establecimiento de lazos oficiales entre la República Popular China y el régimen de Franco, el interlocutor se apresuraba a afirmar que ellos estaban al tanto de la heroica lucha española contra el fascismo; pero su incomodidad y rechazo del tema eran evidentes. No deseaban en realidad saber; esperaban recibir del Partido las informaciones y opiniones que correspondía adoptar. El conocimiento por otras vías les producía la desazón de lo inclasificable y la angustia del peligro. Las charlas semanales sobre España e Hispanoamérica de la profesora extranjera eran grabadas para servir de ejercicio de comprensión de la lengua, no por su contenido. De hecho, estudiantes y profesores parecían tener vedado el instintivo mecanismo de la curiosidad. No había preguntas sobre la vida cotidiana en otras latitudes; el patente interés por tales temas hubiera desentonado, puesto que escapaba a las finalidades oficiales.

La metodología de profesores y alumnos no podía ser más formalista, envarada y opuesta a la jerga de supuesta experimentación revolucionaria. Repetición y memoria eran los dos pilares pedagógicos, y el hábito venía de lejos puesto que la memorización de gran cantidad de textos es, desde la escuela primaria, de rigor y está marcada como tal en cada una de las lecciones. En el tiempo de asueto o de estudio individual era un extraño espectáculo oír voces solitarias que recitaban entre los árboles en un tono subido y cruzarse con alumnos peripatéticos que, convertidos en auténticas casetes movibles, declamaban una y otra vez el mismo pasaje. En este sentido el estajanovismo y la emulación en las cifras de productividad alcanzaron cotas francamente notables: menudean los testimonios de cooperantes que, en los años cincuenta-sesenta, dan fe del temprano coro de repetidores de frases y palabras sueltas que saludaba, en las escuelas, al amanecer y competían en la repetición, cientos o miles de veces, de un vocablo extranjero cuya pronunciación, desgraciadamente, era con frecuencia errónea.

La actitud física era en sí misma ilustración perfecta de la represiva sumisión que presidía todos sus actos. La expresividad corporal estaba por completo ausente, el elemento visual, plástico, era excluido de las clases, en las que el profesor se mantenía rígido, aferrado a libro, diccionario y gramática y sin recurrir siquiera al dibujo en la pizarra, no digamos al mimo. Desde su estrado fijaba la teoría y desmenuzaba frases a la caza de errores, de forma muy acorde con el ambiente de febril y general búsqueda de corrección ideológica. El mayor enemigo de todos ellos, también en el aprendizaje de idiomas, era el miedo a expresarse, pero con los profesores resultaba infinitamente más arduo quebrar los moldes del formalismo, el temor a decir cosas incorrectas, a perder la cara si osaban romper su parálisis con gestos.

Los profesores estaban, además, forzosamente embarcados en una dinámica que les impedía toda planificación metodológica de su tarea y que reducía al individuo a un pelele de sucesivas movilizaciones, cambios repentinos, modificaciones inaplazables y exigencias prioritarias. La vida académica, la labor profesional se situaban, por dogma, bajo la autoridad del Partido y sus consignas, y éste no perdía ocasión de hacerlo sentir desmembrando cualquier asomo de afirmación estructurada de la actividad intelectual. La llamada a la Revolución Educativa es, en este sentido, de gran eficacia puesto que permite mantener la atmósfera docente bajo un continuo régimen de inseguridad. La cooperante advirtió de inmediato la imposibilidad de planificación alguna. Menudeaban las reuniones sorpresa a las cuales debían acudir todos o parte de los profesores y alumnos, se llegaba por la mañana al instituto e inmediatamente había que cambiar cualquier plan de trabajo porque enseñantes y enseñados tenían discusión o estudio político. Sobre qué o para qué generalmente lo ignoraban. Era una aplicación masiva de órdenes que descendían con la misma irreversibilidad que la lluvia, y la gente se encontraba ante el documento, la consigna o la campaña que debía asimilar y desarrollar. Nadie hubiera osado poner en duda la superioridad de lo más moderno y reciente respecto a lo que estaba en uso o lo anterior, puesto que la innovación misma implicaba excelencia indiscutible. Era imperativa la experimentación constante con nuevos materiales, no por sus bondades, sino porque así figuraba en las directivas vigentes, que prescribían la movilización continua, alababan la autosuficiencia y otorgaban a la ideología y al gran entusiasmo de las masas virtudes taumatúrgicas sin la menor relación con la eficacia real.

El español era la más pequeña y joven ventana al exterior del Instituto de Lenguas de Xian y quizás de la ciudad entera. Se había introducido su estudio en el sesenta y cinco, tras la ruptura chino-soviética y las nuevas directivas en política internacional que obligaron a ampliar el número de lenguas estudiadas donde anteriormente sólo se aprendía ruso y algo de inglés. Influían las relaciones con Cuba, en la que estudiaban becarios chinos, y el peso del bloque hispanohablante de América Latina, con cuyos grupos y gobiernos de simpatías marxistas mantenía China lazos diversos, que se vieron muy ampliados, como las necesidades de traductores e intérpretes, con el ingreso en las Naciones Unidas. Dentro de la imprecisión, y claro desfase, entre las cifras que sobre profesorado y alumnos proporcionaban las autoridades del instituto y la realidad observable, resultaba evidente que la sección de español era en unos y otros la más reducida. Por otra parte el cuerpo profesoral podía calificarse de desmesurado en relación con la escasa y dosificada cuota de alumnos admisibles por año. Obviamente existía una masa de graduados subempleada que vegetaba corrigiendo textos, estudiando y ayudando a los pocos profesores que daban realmente clase. A su regreso de los años pasados en el campo se les había distribuido en los centros sin la menor consideración por situación familiar, eficacia o formación, y desde luego sin planificación alguna. Las diferencias académicas eran grandes entre ellos y el nivel de muchos francamente rudimentario.

Se trataba de una muestra más del extenso paro encubierto que a lo largo y ancho del país y a través de los diversas capas de su población, escondía el supuesto pleno empleo del régimen socialista. Por otra parte, al haber eliminado con la selección fruto de la Revolución Cultural los criterios académicos como clave en el acceso a las universidades, eso produjo un descenso brutal de nivel de manera que, ni aun forzando el sistema, se conseguía encontrar candidatos que reunieran a la vez un pedigree políticamente impecable y un mínimo de preparación intelectual. Hasta tal punto que las autoridades se vieron obligadas a autorizar a las universidades provinciales a que reclutasen estudiantes de cualquier lugar de China, y no sólo provenientes del territorio de su jurisdicción.

Respecto al profesorado extranjero, la cooperante española nunca supo cuántos habían enseñado en el instituto antes de la Revolución Cultural. Al llegar ella el ambiente era pionero y en extremo solitario, con la única presencia foránea de un anciano matrimonio de Sri Lanka que enseñaba inglés. Se añadió un francés más tarde y, meses después, una pareja alemana.

Una tarde parda y fría de otoño. Los colegiales….van entrando en fila de a dos, con sus sillas a cuestas; también los profesores. Es el mitin de recepción de los nuevos estudiantes. En el estrado del escenario hay dispuestas dos mesas con sus inevitables termos de agua caliente, tazas, micrófono. Encima gran retrato de Mao sonriendo satisfecho. Los alumnos se colocan y se ponen en pie a las voces de mando de sus jefes de grupo. El ambiente tiene un inconfundible aire marcial, ¡Un, dos, tres!, ¡De pie!, ¡Sentados!; una mezcla de escuela primaria y cuartel, pero sin rigidez ni tensión aparentes, ya larga costumbre.

En el estrado se sientan un dirigente del comité revolucionario del instituto, otro del equipo obrero de propaganda del pensamiento maotsetung, un representante del centro, el subdirector y un militar del Ejército Popular de Liberación para la propaganda del pensamiento del Presidente que comienza el acto dando la bienvenida a los nuevos alumnos. Se canta el himno nacional El Este es rojo.

El subdirector da principio a los discursos:

Damos una calurosa bienvenida a los nuevos estudiantes. Felicitamos a los profesores extranjeros presentes por encontrarse aquí para ayudarnos a construir el socialismo y les deseamos grandes éxitos en su trabajo. También esperamos obtener grandes éxitos en la Revolución Educativa. El 21 de julio el Presidente Mao dio iniciativas para la educación. En función de éstas, los estudiantes debían ser admitidos según su experiencia práctica en el trabajo y según su conducta. El aspecto del instituto ha cambiado con la admisión masiva de obreros, campesinos y soldados, que estudian y al mismo tiempo administran el instituto y lo transforman con su rica experiencia, ya que los recién llegados han pasado dos años en el campo o la fábrica y nos aportan la fuerza que nace de la práctica y contribuye a la construcción del socialismo. Los alumnos obreros, campesinos, soldados, llegan a las aulas como fruto de la victoria de la Revolución Cultural y de la línea del Presidente Mao.

El informe del X Congreso nos dice que la situación interior y exterior es hoy excelente. Hay desorden y confusión internacional que favorece la rebelión y la lucha de los pueblos del mundo contra la opresión. Tenemos amigos en todo el mundo. La situación interior es excelente. Bajo la guía de nuestro gran dirigente el Presidente Mao, las camarillas y las líneas reaccionarias de Lin Piao y sus secuaces han sido abatidas, se continúa obteniendo importantes victorias en lo político, económico y militar.

Tras la Gran Revolución Cultural Proletaria, el instituto sufrió grandes cambios. En octubre de 1969 el equipo para la propaganda del pensamiento maotsetung entró en el instituto y nos educó grandemente en la lucha de clases. Se rectificó con la crítica el estilo de trabajo y hoy basamos el estudio en lo material. Los alumnos nuevos están llamados a jugar un papel importante, son fuerzas nuevas, son exigentes consigo mismos. Es nuestro deber estudiar documentos políticos, sobre todo los del X Congreso, asimilar su esencia y marchar rectamente por la línea del pensamiento maotsetung pues, como dice el Presidente Mao, el que sea o no correcta la línea en lo político lo decide todo. Debemos llevar adelante el movimiento de crítica del revisionismo, asimilar bien el marxismo y pensamiento maotsetung para elevar la capacidad de crítica. Es necesario poner la política en el primer puesto. Los alumnos deben seguir siendo fieles a la clase trabajadora, que los envía, no dejarse quizás influenciar por el espíritu burgués que aún persiste en el instituto. Deben de transformar el instituto con el pensamiento maotsetung. Perduran entre nosotros defectos debidos a la influencia burguesa a los que hay que resistir. Es deber de los alumnos transformar su concepción del mundo porque en el marxismo el proletariado debe cambiar todos sus conceptos de la naturaleza. Es también necesaria la ayuda de los intelectuales progresistas. A los profesores toca la responsabilidad de la enseñanza y hay que aprender de ellos con modestia. Hay que estudiar para la revolución mundial y para la revolución china impulsados por un motivo correcto: la construcción del socialismo según los principios de calidad, cantidad, rapidez y economía. Nuestros alumnos llegan de todos los rincones del país. ¡Reforcemos la unidad y el estímulo para obtener victorias aún mayores!.

Al llegar a estas páginas, el lector habrá ya sin duda experimentado cierta sensación de repetición y hastío. Probablemente ha descubierto grietas considerables en las paredes del paraíso y ha comenzado a otorgar a las variantes menores de la maldad la importancia que se les debe como necesarios ingredientes de la existencia. Imagine pues la repetición que durante escasos lapsos de tiempo ha degustado convertida en norma señera del marco vital de los individuos, multiplicada en cuantos formatos, materiales y perfiles imaginarse pueda, transmitida por todos y cada uno de los canales y medios. Se hará, quizás, pálidamente cargo entonces del terreno que él, desde la seguridad de su reducto y la inviolable fortaleza de su sillón, pisa de manera fugaz y que millones de semejantes recorren, perciben y oyen sin alternativa ni respiro temporal ni espacial algunos.

Tras el discurso del subdirector, que es un escrupuloso resumen de las actas del X Congreso del Partido Comunista Chino, terminados los aplausos, hablan los representantes de los profesores y veteranos y nuevos alumnos, que repiten fielmente los temas ya expuestos por el primer orador. El acto se asemeja a una prueba de arte dramático en la que se hace a varios actores recitar el mismo texto. Ninguna referencia concreta al instituto de Xian, a su situación presente y pasada. Lo expresado puede servir para todas las escuelas, alumnos y profesores de China porque se trata sencillamente del enunciado de un ideal, del programa oficial, de lo que debe ser, como si ya lo fuera en ese lugar y momento concretos. Es el reino de los arquetipos: La Escuela, Los Nuevos Estudiantes, Los Estudiantes Veteranos, Los Profesores. La experiencia posterior demostraría a la cooperante el papel esencial de la idealización y la generalización en la lengua hablada y escrita. Discursos, presentaciones, informes, se despegan de su contexto real, eluden o rozan, sin darles mayor importancia, las cifras, los datos, y, muy especialmente, los conflictos reales, y se dirigen hacia El Modelo, hacia el reino de las Ideas Puras Oficiales.

En Occidente se piensa que la Revolución Cultural terminó en 1969. La versión oficial de los dirigentes chinos era que esa revolución continuaba y se prolongaba en 1973 en la campaña de la Revolución Educativa. El mantenimiento del control desde luego pasa por la ininterrumpida sucesión de campañas legitimadoras, preferentemente asociadas a un referente verbal sacralizado, véase revolución, socialismo, democratización, etc. El método no es, por supuesto, exclusivo del régimen comunista chino aunque allí se mostrara en todo su esplendor. Según directivas del Comité Central enviadas a las células del Partido de cada centro de enseñanza, los profesores y alumnos debían ser movilizados y escribir tadzupaos.

Así pues, con motivo de dicha campaña, que se insertaba en el movimiento de crítica a Lin Piao y Confucio conocido por el musical llamamiento Pi-Lin, Pi-Kon!, los horarios del instituto se vieron totalmente trastocados. La semana de mayor auge de la campaña hubo, en vez de clases, tres días de reuniones continuas de crítica a Confucio, y la semana precedente tuvieron lugar varias sesiones de información sobre documentos puestos en circulación por el Buró del Partido. Según las directivas sobre la Revolución Educativa, se pretendía reformar completamente la enseñanza, tanto en los métodos y material pedagógico como en el sistema de exámenes, el de admisión de alumnos y en la forma de dirigir y administrar los institutos. Se insistía en las directivas dadas por Mao durante la Revolución Cultural sobre la necesidad de unir la teoría a la práctica, dar vivacidad a las clases, disminuir los formalismos académicos, el aparato burocrático, el número de cursos y asignaturas. El bajo nivel de los estudiantes que se habían matriculado en los últimos años planteaba evidentes problemas y se apuntaba como necesidad primordial la de una formación pedagógica y profesional nueva y profunda de los profesores.

Naturalmente a nadie puede escapar la incoherencia de esta amalgama de planteamientos mal avenidos, la contradicción entre dogmas y hechos y la arbitrariedad de las conclusiones. El régimen precisaba mantener, como fuente de referencia definitivamente aureolada de un nimbo intocable, la doctrina del Pequeño Libro Rojo y los años sesenta; le interesaba sostener en todo instante la espada de Damocles sobre los potenciales culpables de actitudes antiguas y reaccionarias, simbolizadas por Kon (Confucio), pero necesitaba también algún que otro margen de eficacia, y para eso estaba la condena de Lin (Lin Piao),en cuya cuenta, con el fin de apaciguar los más que justificables terrores de la élite profesional,  se cargaban los excesos de celo. La inmensa trama burocrática avalada por el maoísmo y respaldada por la autoridad incuestionable del Partido (comisarios, supervisores, orientadores, controladores, secretarios, directores, jefes de equipo, equipos rectores, etc, etc) se caracterizaba por su ignorancia académica, su hostilidad hacia lo intelectual y por una mediocridad que hallaba su medio propio en la inquebrantable adhesión. A la autoridad ideológico-policial de que esta clase gozaba se añadió la formación pedagógica, lo que les otorgaba el derecho a mantener sometido al profesorado mediante el juicio sobre su aptitud para la docencia y les permitía pontificar de manera decisiva sobre la adquisición de conocimientos de los que ellos mismos carecían. El Gobierno disponía además de una masa considerable de personas de muy primario nivel de formación y procedencias dispares a las que convenía colocar y promocionar en función de las expectativas en ellas suscitadas por las campañas. Ahí se incluían maestros y alfabetizadores ocasionales, o simplemente aquéllos a los que complacía un puesto en el mundo de la docencia. En nombre de la lucha contra el elitismo, se ofrecían a esta mayoría posiciones de dominio en institutos, escuelas superiores y universidades, aunque en el caso de éstas últimas y en las materias más técnicas el proceso se veía limitado por cierto principio mínimo de realidad. La necesidad de que los edificios se mantuvieran en pie y que los aviones volasen preservaba en parte a las ciencias, pero las materias humanísticas eran terreno  privilegiado para la invasión y ocupación ardientemente promocionadas por las revoluciones cultural y educativa.

No es casual el recurso, en las consignas, al tópico de la necesidad imperiosa de completo cambio acorde con la visión, tan cara a Mao, del país como una página en blanco poblada de hombres vírgenes de memoria, historia y rasgos personales. La valoración de pasado y presente implica los conocimientos, hábito reflexivo y rigor intelectual que no suelen caracterizar a los comisariados políticos. Por el contrario, la bandera iconoclasta afirmaba al régimen y a los suyos como únicos representantes del futuro y eliminaba la molesta necesidad de referencias. El sintagma de obligado uso reformar completamente equivalía a otorgarse a sí mismos plenos poderes, dar carta blanca para invadir territorios de los que ningún mérito propio les hacía merecedores y envolver cualquier objeción en el halo de la sospecha de infidelidad ideológica. La continua, completa reforma garantizaba continua presión y poder, y exigía ininterrumpidos envíos a los superiores de informes, proyectos, críticas y relaciones. Todo esto favorecido por tratarse de un campo tan vulnerable como la cultura, en la que, por grandes que sean los desmanes, no suelen producir a corto plazo muertos ni llamativos accidentes.

Así pues, en superficie, y con el acostumbrado método de la fuga hacia adelante, había que deducir que el régimen imponía dosis dobles de los nada involuntarios errores que habían generado el arrasado perfil del panorama docente. La caída libre en el nivel de los nuevos estudiantes obedecía exactamente a las disposiciones de las campañas Cultural y Educativa que se pretendía oficialmente intensificar. Para obtener aun mayores éxitos, se proponía, en un alarde de funambulismo lógico y desafío a las elementales leyes de causa y efecto, hacer recaer en el profesorado la tarea de adecuarse a la ignorancia creada, mantenida y promocionada por la burocracia del régimen, y esto por medio de una nueva formación profesional y pedagógica. El menor asomo de discusión abierta hubiera puesto en evidencia la incompatibilidad entre premisas, exposición y hechos y hubiese revelado la ausencia de hilo argumentativo. Pero los redactores de los documentos no tenían pretensión alguna de verosimilitud. Las autoridades podían permitirse cualquier expresión verbal; su indiferencia respecto a la arbitrariedad y su desprecio de la lógica eran tan grandes como la certidumbre del acatamiento por parte de unos sujetos ya largamente entrenados en la deglución de tales materias. Dentro de la inconsistencia flagrante de las conclusiones oficiales, fuerza era reconocerles hasta cierto virtuosismo en el ejercicio de inversión del análisis de los hechos.

 

ENCUESTAS

-¿Encuestas?. ¿Para qué quiere hacer varias encuestas?. Si todos le van a contestar lo mismo…

El subdirector, perplejo, hace transmitir su respuesta a la petición de la cooperante, que ha preparado cuestionarios para todos sus colegas y alumnos. En verdad los extranjeros tienen curiosas pretensiones. Como un favor, al que no son ajenas la amistad y la confianza que la unen a la gente de su departamento y, de ella, al miembro del Partido que goza de mayor autoridad, se permite a cuatro profesores responder individual y oralmente a las preguntas. De los alumnos, sólo, tras áspero regateo, seis de ellos, tres chicos y tres chicas, serán autorizados para hacerlo por el método de enviarle meses más tarde por correo a Pekín, donde ha sido trasladada, los cuestionarios completados.

L cooperante tiene por entonces tales deseos de creer en posibilidades de contacto humano que saltan sobre todas las fronteras que acepta como muestra de ello lo que, al tiempo, sabe es un virtuoso ejercicio de propaganda. Sin embargo, como en la grava del lecho de un río, es imposible extraer de las personas que trata granos aislados de la corriente y los terrones y rocas que llevan la mayor parte de su vidas haciéndolos rodar y transportándolos. Por eso, sin ilusión pero con la emoción del que lo sabe, pese a todo, documento único de un tiempo absurdo de miedos y espías, examina en soledad los folios que contienen líneas de preguntas y respuestas, agita el cedazo y descubre en él afanes, rescoldos, fragmentos de individuos limados y agrisados por contacto continuo, mezclados con la escoria entre la que apenas destaca su mínima presencia, la forma de aristas casi imperceptibles al tacto y que hubieron en algún momento de componer el perfil de sus aspiraciones, el rastro de lo que hoy son inalterables sonrisas y en un tiempo férreamente olvidado fueron simple dolor.

La cooperante no ignora, además de su propia ansiedad, el efecto espejo, que la impulsa a ver en el material que despliega entre sus manos la turbulencia que se agita en una mente que a estas personas de la China del setenta y tres les es del todo ajena. No tan del todo, se dice, no tan del todo. Contadme vuestro paraíso, decidme la bienaventuranza de cuanto vivís utilizando las frases que ya conozco. He rodado por otros moldes. La diferencia estaba en que había más espacio, circulaba aire, era posible cambiar rumbo, detenerse en el margen. Era sobre todo posible reivindicar la tristeza, poseer la negación y el rechazo. No parece ningún triunfo, y sin embargo la clave está ahí.

 

Encuesta a M.

Tengo cuarenta años y soy profesora. Estoy casada y tengo un hijo de quince que reside conmigo. Mi marido es técnico y también habita en Xian. Durante la semana vivo en el instituto y los sábados voy a mi casa con mi familia. Mi padre era empleado, ganaba cien yuanes mensuales. Mi madre no trabajaba. Soy de Pekín, pero pronto nos trasladamos a Nankín. Antes de 1949 no vivíamos mal pero bajo el gobierno del Kuomingtang la moneda se devaluaba continuamente de un día a otro y pasábamos apuros. Además por aquella época murió mi madre. La casa de mi familia tenía, para siete personas, unas cuatro habitaciones y cocina, sin sanitarios, con agua corriente, estufa, cocina de carbón y electricidad. Comíamos bien, excepto en 1945, que hubo dificultades. He tomado leche algunas veces. Aun ahora tomo de cuando en cuando un vaso de leche de oveja. Viví en Nankín hasta 1956, fecha en la que fui a Jarbín a estudiar ruso. En 1960 ingresé en el Instituto nº 1 de Lenguas Extranjeras de Pekín. Por entonces murió mi padre.

Primero estuve en la escuela de Pekín y luego en la de Nankín, que era excelente, estatal, aneja a la universidad, muy barata y mixta. En aquel tiempo todavía los cursos no tenían contenido político. Había concursos de oratoria que consistían en recitar, accionando, un texto escrito por el profesor. Yo era siempre la mejor en esto; solía tener el diploma de primera de la clase. Antes de la Liberación no había escuelas de trabajo manual. Entre 1949 y 1958 sólo se hacían labores de limpieza, pero a partir del 58 se puso en marcha la campaña, guiada por el Presidente Mao, para ir al campo o a las fábricas.

Mis peores recuerdos de cuando era niña creo que son las patatas. Cuando yo tenía diez años las comíamos todos los días porque apenas había dinero. Era necesario ir a por ellas, y pesaban. Mi hermano mayor no podía comprar los cigarrillos por paquetes sino sueltos. A veces comíamos sólo arroz y patatas. Tengo muy buen recuerdo de las comidas típicas, muy ricas, que hacía mi madre con alimentos que traía de su pueblo natal. También me acuerdo de los gatos; me gustaban mucho y teníamos una gata que dormía con nosotras. Me gustaba cantar, escribir con caracteres grandes, con pincel, sobre todo la palabra “bondad”.

Comencé mis estudios superiores, que eran gratuitos, en Nankín, en 1950, para ser enfermera. Duraban dos años. Cuando ya lo era me admitieron para entrar en la escuela de idiomas. A los exámenes de ingreso se presentaban tanto los estudiantes del hospital como los de otras entidades, y las enfermeras tenían preferencia sobre los graduados. Así pues en 1956 entré mediante examen en el Instituto de Lenguas de Jarbín para estudiar ruso durante cuatro años. El Gobierno me pagaba veintisiete yuanes al mes. Por entonces me casé, y pudimos estar juntos mi marido y yo a partir de 1960. Ese mismo año entré a estudiar español en el Instituto nº 1 de Lenguas de Pekín, sin examen. Me envió el Gobierno y se me pagaba mi sueldo normal. Lo escogí a propuesta de las autoridades; hacían falta profesores y traductores porque muchos países hablan español. Además, es más fácil que el francés. Mis mayores dificultades son la redacción, la comprensión, la gramática, la distinción entre oclusivas sordas y sonoras y entre la r, la l y la n porque soy del norte. Concretamente, me resulta muy complicado el subjuntivo pasado, las frases impersonales, la sintaxis y la unión de frases. Comprendo bastante bien el español y lo traduzco al chino, pero la inversa es mucho más difícil. Mis  profesores fueron tres chinos y dos o tres extranjeros. El Gobierno decidirá si soy traductora, profesora o intérprete. Prefiero traductora porque es más fácil.

Cuando era enfermera no hice trabajo manual porque practicábamos en nuestra profesión. En Jarbín durante seis meses construimos edificios, segamos, criamos cerdos. Cuando estudiábamos en Pekín también íbamos al campo a segar y cosechar, pero no mucho porque éramos empleados del Estado y ya habíamos trabajado.

Respecto a mi vida de familia, cuando ambos estábamos en Pekín a mi marido le dieron su puesto de trabajo en Xian. Entonces el Gobierno también envió una oferta de  profesora para mí. Pagamos por el apartamento tres yuanes y medio mensuales, incluida el agua, medio yuan de electricidad y medio de tasa por la radio. 1 En el instituto pago por mi habitación unos dos yuanes y las comidas en la cantina me cuestan quince al mes. El material de enseñanza es gratuito. En Pekín ganaba sesenta y dos yuanes. Ahora gano sesenta y cinco y medio, y mi marido exactamente lo mismo porque, aunque la profesión es distinta, tenemos los dos igual calificación. Ahorramos, en conjunto, unos veinte yuanes al mes. No tenemos cámara de fotos ni máquina de coser, pero sí dos bicicletas, dos relojes y dos radios. La asistencia médica es gratuita para nosotros, mi hijo paga el cincuenta por ciento.

Di a luz a mi hijo en el hospital. El permiso de maternidad es de cincuenta y seis días. En el instituto no hay casa-cuna, lo cual es un problema. Sí que hay guardería. En casa, mi marido hace la compra y cocina. Yo limpio. Lavamos entre todos la ropa. Mi hijo hace menos, es perezoso. Los dos saben coser, pero no hacer punto. No quiero tener más de un hijo, así que uso el esterilet, que se obtiene gratuitamente en el hospital. También tuve dos abortos, que se llevan a cabo sin dificultad y gratis hasta los dos meses de embarazo. A veces usamos preservativo. Hay mucha publicidad para que se empleen los métodos anticonceptivos.

Las fiestas y domingos hago comida mejor. Vamos al parque o al cine. Leo, coso. En las vacaciones si tenemos dinero vamos a Nankín o a Pekín, pero por lo general no podemos porque el Estado no paga vacaciones gratuitas a mi marido porque vive conmigo.

En cuanto a los contactos con extranjeros, como enfermera conocí a rusos mientras trabajaba en Nankín. Luego siempre fueron relaciones de alumna a profesor. Mantuve correspondencia con una rusa, fui intérprete de un periodista cubano, en Xian conocí a un matrimonio colombiano, también al anciano profesor español que vive en Pekín y a ti, pero nunca fueron relaciones continuadas ni espontáneas. Siempre eran a causa del trabajo. Me llama la atención en los extranjeros el carácter abierto; dicen lo que piensan, sobre todo tú. Algunos son tercos, no comprenden China en su totalidad por falta de conocimientos sobre ella. Las mujeres son coquetas. Siempre están juntos el marido y la mujer.

He leído a Marx, Engels, Lenin, Stalin, Cervantes, Shakespeare, Gorki, Twain, Tolstoi, Simonov, Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Alarcón.

Nunca viajé fuera de China, pero conozco muchas ciudades de mi país.

Soy miembro del Partido Comunista Chino, ingresé pronto en él. Me encargo, en el instituto, de hacer informes, transmitir y coordinar. Hay discusiones de crítica y autocrítica de los miembros, se discute sobre la admisión de alguien, leemos documentos oficiales y de autores marxistas, hacemos el plan de trabajo de la célula del departamento y discutimos sobre el papel del Partido y el comportamiento de los comunistas. Tras la Revolución Cultural, trabajé en una fábrica y en una granja. Esa Revolución y la Educativa me parecen estrechamente ligadas por la finalidad de afianzar el dominio del proletariado en las escuelas.

Me gustaría conocer Europa, y también comprobar en qué estado se encuentra la Unión Soviética.

 

 

 

Encuesta a H.

Tengo treinta y cuatro años. Soy profesor, casado. Tenemos dos niños pequeños que están con nosotros. Mi mujer también es profesora. Residimos ambos en un pueblo en los alrededores de Xian. Durante la semana escolar vivo en mi habitación del instituto y los fines de semana voy a mi casa.

Mis padres eran campesinos en un pueblo del norte, distrito de San Yuan. Los ingresos dependían de las cosechas. Cuando eran buenas podíamos contar con un yuan diario, si eran medianas con setenta fens, y si malas con cincuenta fens al día. También trabajábamos la tierra de un rico y nos quedábamos con el cuarenta por ciento del producto. Durante los años cincuenta y uno, cincuenta y dos y cincuenta y tres las cosechas fueron excelentes; la familia tuvo reservas de cereales y de algodón y prosperó. En 1952 lluvias torrenciales derribaron nuestra casa, como muchas otras, pero teníamos dinero para construir una nueva. Fue por esa época cuando yo ingresé en el Ejército Popular de Liberación, en Yenán. Tenía quince años.

En 1958 mi pueblo entró en la comuna. Durante los años que siguieron el país tuvo dificultades, calamidades naturales y la retirada de la Unión Soviética, pero no lo pasamos mal en mi aldea porque las cosechas fueron abundantes y se vivía mejor. Fueron tiempos difíciles para China porque tuvo que reembolsar rápidamente las deudas que había contraído con la URSS.

De niño fui a una escuela primaria y a continuación a otra de curas cristianos que mis padres pagaban con enormes sacrificios. Pasé mucha hambre, pero estaba empeñado en estudiar. En la Universidad de Yenán fui ayudante de enseñanza de marxismo-leninismo. A continuación me entrené en una escuela de mantenimiento de la seguridad pública. En 1955 trabajé en Urumchi, capital de Sinkiang. Anteriormente estaba en Altai. Por solicitud mía, ingresé en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Xian y estudié ruso durante cuatro años. El comité del Partido me mandó después a Pekín, y allí continué estudiando dos años más. En ambas ciudades había uno o dos meses de trabajo manual en el campo durante el año escolar. Seguía cobrando mi sueldo. Domino mejor el ruso que el español, aunque lo voy olvidando. Trabajé y practiqué con rusos.

En 1965 hacían falta profesores de español, así que escogí esta lengua. Sólo la he estudiado ocho meses con un profesor español, así que mi nivel es muy bajo. Lo más difícil para mí es la conversación ,la fonética y la comprensión. Me cuesta especialmente trabajo pronunciar la s y dar entonación a las frases. Comprendo peor a los de América Latina, a los cubanos. Mientras estudié no sabía si iba a ser profesor, traductor o intérprete. Supe que había un puesto en Xian y lo solicité porque mi familia vivía aquí.

En el instituto pago un yuan y medio de alquiler, más cincuenta fens de electricidad. En mi casa lo mismo. Tenemos una sola habitación. Somos cuatro, con dos niños. Al mes gasto en la cantina unos quince yuanes. El material de enseñanza corre a cargo del instituto. Gano sesenta y cinco yuanes mensuales y no ahorro nada, tengo deudas, no me administro bien. Disponemos de aparato fotográfico, bicicleta, reloj y radio. Máquina de coser no. Mis hijos nacieron en el hospital y disfrutamos de seguridad social gratuita. Los días de fiesta trabajo en casa; siempre se junta mucho que hacer. También leo, voy al cine. En las vacaciones estudio. He estado tres meses haciendo trabajo manual en el norte de la provincia de Shensí. Me gusta más que enseñar, descansaba más. Nunca salí de China, pero visité casi todo el país excepto el Tíbet.

De extranjeros, he conocido, como dije, a rusos y españoles. En cuanto a libros, he leído a Marx, Engels, Lenin, Stalin, Tolstoi, Turgueniev, Brenski, Pushkin, Christophe, Twain y otros.

Soy miembro del Partido. Participo en el instituto en las reuniones de la célula y en los grupos de estudios marxistas y movimientos políticos de crítica. Opino que la Revolución Educativa plantea problemas complejos, como los de la reforma de métodos de enseñanza y del sistema de exámenes.

Me gustaría conocer España y otros países.

 

 

 

Encuesta a C.

Tengo veintinueve años, soy profesor, soltero. Vivo en el instituto durante el año escolar y voy a casa de mi familia, en Pekín, durante las vacaciones. Mis padres son los dos profesores. Somos siete hermanos. Mi padre gana ahora unos cincuenta yuanes mensuales y mi madre antes de jubilarse unos sesenta. Ahora, jubilada, cuarenta al mes. Mi familia era de clase media, pequeña burguesía. Vivíamos mejor que muchos pero con dificultades. Por ejemplo: mi hermana mayor antes de 1949 no pudo terminar sus estudios de secundaria por falta de dinero y hubo de aprender el oficio de comadrona. Entre 1949 y 1960 los demás hermanos terminamos los estudios universitarios con becas. De esta forma, cuando algunos se graduaron, la acumulación de salarios mejoró la situación familiar.

Mi casa era una de ésas típicas de Pekín, con varios apartamentos que se abren a un patio central común cuadrado. Mi familia tenía tres habitaciones grandes y una cocina de carbón. Los sanitarios eran comunes. Había estufas de carbón, electricidad y agua corriente. Comíamos bien, huevos, carne. He tomado alguna vez leche de vaca.

Mi escuela era del Estado, mixta, gratuita; sólo se pagaban los libros, los cuadernos y un yuan y medio por semestre para gastos de agua caliente y limpieza. Hacíamos algún trabajo manual sencillo, como ayudar a transportar verduras, limpiar, plantar árboles. Entre los nueve y los quince años fui pionero. Llevábamos pañuelo rojo como símbolo de la bandera nacional y nos saludábamos poniendo los cinco dedos sobre la cabeza. Esto significaba que teníamos presentes los cinco amores: patria, pueblo, ciencia, trabajo y bien común, y que los intereses del pueblo estaban por encima de todo. Para ingresar en los pioneros había que ser presentado por dos miembros y era necesario que se aprobara la solicitud. Entre nosotros mismos fijábamos nuestras actividades de reuniones, trabajo manual, etc. Los niños de mi grupo solían elegirme a mí y yo estaba muy orgulloso. En cierta ocasión no me eligieron. Volví a casa muy deprimido. Recuerdo que mi madre me dijo que así no me enorgullecería demasiado. Estaba triste y aquel día empecé mi diario.

Recuerdos que me impresionaron…..Durante una charla entre pioneros y padres de héroes de la guerra de Corea, uno de ellos narró cómo su hijo se había sacrificado tapando con el pecho una brecha de una fortaleza Me causó una gran impresión. Otro recuerdo es de la primera y única vez que me pegó mi padre cuando tenía nueve años porque creyó que había pegado a mi hermanito, que estaba enfermo y se cayó de la cama cuando estábamos jugando.

Mi escuela secundaria, gratuita y no mixta,  era la mejor de Pekín y muy pocos lograban entrar a ella. Sólo otro de mi grupo y yo aprobamos el examen de ingreso y fuimos admitidos, recomendados también por nuestros profesores. Había una asignatura de política en la que estudiábamos las clases, la lucha de clases, la vía socialista y la comunista y la historia del desarrollo de la Humanidad. Me gustaban mucho los libros y desde primer grado leía novelas y periódicos. Recomencé mi diario con regularidad. En 1958, durante el Gran Salto Adelante, siguiendo la directiva del Presidente Mao “La enseñanza debe estar al servicio de la política proletaria y combinarse con el trabajo productivo.”, mi escuela se puso de acuerdo con una fábrica de transformadores, que montó dos talleres en ella, y cada mes los alumnos trabajaban allí algún tiempo junto con los obreros. Disfrutábamos así tanto como estudiando porque hacíamos algo. La mayoría queríamos ir al campo en la época de vacaciones para integrarnos con los campesinos.

En la Escuela nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín entré por examen. Todo corría a cuenta del Estado excepto la comida, pero se subvencionaba la cantina a los que lo precisaban, y recibían incluso algún dinero de bolsillo. Las clases eran mixtas y los estudios duraban tres años. En las sesiones de trabajo manual construimos nosotros mismos el campo de deportes y el muro del recinto; trabajábamos además en el campo un mes. Cuando ingresé en Peita, la universidad de Pekín, los estudios duraban cinco años.

Yo había pedido estudiar español a causa del triunfo en 1959 de la revolución cubana. Mis gustos siempre fueron literarios y leía tanto como me era posible. Me interesaba sobre todo ser profesor o traductor. Intérprete me parecía demasiado simple. Nuestros profesores de consulta eran chinos y los que nos daban clase extranjeros: un español, que fue el único con grado de doctor, un argentino, una uruguaya y un cubano. Mis mayores dificultades con la lengua española son la distinción entre oclusivas sordas y sonoras, la pronunciación de la rr y la diferenciación entre z y s. También me como algunos sonidos al hablar. En gramática me cuesta el empleo del subjuntivo. En comprensión y conversación me falta vocabulario, pero lo suplo fácilmente con síntesis y giros.

No he hecho el servicio militar porque los universitarios no deben ir si no hacen falta y en el campus había entrenamiento miltar. Trabajé dos años en el campo, en una granja del Ejército Popular de Liberación, para transformar mi concepto del mundo. Cuando me gradué la Universidad me envió a este puesto sin que yo lo escogiera. Mi trabajo me gusta. Tengo en el instituto una habitación compartida por la que pago setenta y cinco fens (céntimos de yuan) mensuales y quince yuanes al mes por las comidas en la cantina. El material de enseñanza me lo da el centro. El mes que viene me aumentan el sueldo a cincuenta y ocho yuanes con cincuenta fens. La asistencia médica es gratuita. Tengo máquina fotográfica, bicicleta, reloj y radio.

Voy a Pekín dos veces al año en vacaciones, una pagada por el instituto y otra por mí. Las horas libres y los días de fiesta leo novelas y documentos, hago visitas, charlo con los colegas. En el instituto hacemos trabajo manual una tarde a la semana. Además, a partir de la Revolución Cultural, todos los cuadros deben  ir a trabajar en la Escuela del 7 de Mayo durante tres meses seguidos por turno. Pueden ir acompañando a los alumnos.

Respecto a los extranjeros, sólo he tenido contacto con mis profesores. Creo que son amigos, que trabajan con entusiasmo, aunque algunos a veces se muestran poco amistosos. Los occidentales son muy distintos, son espontáneos, expresan lo que sienten. Los chinos son reservados. Me llama la atención en los extranjeros su mayor fuerza y salud física. Tienen más energía que los chinos, más curiosidad, mucho entusiasmo por conocer China y apoyarnos moralmente.

He leído obras de Heredia, Schiller, Martí, Galdós, Tolstoi, Shakespeare, Balzac, Cervantes, Shelley, Gogol, Swift, Merimée, Goethe, leyendas mitológicas griegas, libros de Mora, Gorki, Chejov y de otros autores latinoamericanos y marxistas. Nunca he estado en el extranjero pero he viajado por casi toda China.

Respecto a la formación política, nos reunimos una vez por semana, por la tarde, para estudiar autores marxistas. También tenemos reuniones especiales de la sección de español. Hay además actividades de la Liga de Juventudes Comunistas en las que se discute, se practica la crítica y la autocrítica y se escuchan informes de obreros, campesinos y soldados. No soy miembro del Partido pero espero con entusiasmo ser admitido en él. Respecto a la Revolución Educativa, opino que se precisan intelectuales de nuevo cuño que estén al servicio de las masas, y no élites escogidas y separadas del pueblo al estilo antiguo.

Me gustaría conocer América Latina. También España.

 

 

 

Encuesta a F.

Tengo veintiocho años, soy profesora, casada desde hace cuatro meses, sin hijos. Mi marido, también profesor, enseña en un instituto de la provincia de Seztchuan. Resido en el instituto. Mi familia es de Pekín, mi padre trabajaba de obrero en una fábrica y ganaba unos setenta yuanes mensuales. Mi madre se dedicaba a las labores de casa. Éramos cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas. Ellos empezaron a trabajar en 1960. Nuestra casa tenía tres habitaciones y una cocina. Los sanitarios eran comunes y estaban fuera. Había un patio central con una palmera datilera. Teníamos agua corriente, estufa de carbón para calentarnos y guisar y luz eléctrica. Comíamos bien. He probado la leche, pero rara vez.

Mi escuela era mixta y costaba cuatro yuanes anuales. A los trece años pasé a la escuela secundaria, que era sólo de niñas y costaba diez. En la escuela primaria no había trabajo manual; sí en la secundaria, íbamos unas cuatro horas por semana a trabajar al campo o a la fábrica. En ambas se estudiaba política.. Mis mejores recuerdos de esta época son de 1958. Era el Gran Salto Adelante. Los peores son las malas notas en la escuela porque no era buena estudiante.

A continuación pasé a la enseñanza superior. Para ello había que presentar una solicitud y aprobar el examen de admisión. Entré en una filial del Instituto de Lenguas de Shanghai y estudié tres años. Todos los gastos corrían a cargo del Estado excepto los libros de texto, que pagaba mi padre. Escogí español porque hacían falta traductores para América Latina, pero la finalidad de mis estudios era ser profesora. Mis mayores dificultades en esta lengua son la distinción entre oclusivas sordas y sonoras, la sintaxis y la redacción; pero sobre todo me cuesta mucho hablar. Mis profesores fueron dos chilenos y los demás chinos.

He trabajado en el campo; estuve en la provincia de Hopei e hice artículos para el Comité del Partido Comunista sobre la situación rural.

Llegué aquí porque necesitaban gente que supiera español y me mandaron a mí. Tengo una habitación compartida por la que pago medio yuan mensual. Las comidas en la cantina me cuestan quince yuanes y gano cuarenta y ocho al mes. El material de enseñanza me lo proporciona el centro. Ahorro unos quince yuanes mensuales. No tengo cámara fotográfica ni máquina de coser. Sí bicicleta, reloj de pulsera y radio. En el instituto dispongo de asistencia médica completa gratuita.

Como vivo separada de mi marido no necesito anticonceptivos. Le veo en las vacaciones, dos veces al año. En mi tiempo libre voy al parque, a veces a nadar. Como los demás, hago trabajo manual, en la construcción de viviendas, medio día a la semana.

Los únicos extranjeros que he conocido eran mis profesores: chilenos, cubanos, bolivianos, y ahora una española; me parece distinta de los sudamericanos. Respecto a los chinos, los extranjeros tienen costumbres distintas. Me llama la atención su franqueza, dinamismo y entusiasmo.

He leído sobre todo libros de autores extranjeros marxistas, y algunos que no lo eran. Conozco a Lillo, Palacio Valdés, León Tolstoi, Pushkin, Turgueniev, Dostoievski, Maupassant, Molière, Twain, Hemingway, Tagore. Nunca estuve fuera de China, pero he viajado bastante por mi país.

Respecto a mis actividades políticas, estudio las obras marxistas con la ayuda del profesor H. Hemos dedicado a esto un mes juntos, en verano. Participamos en la crítica a Confucio y Mencio y en la Revolución Educativa. Nos reunimos todos para hablar de la situación mundial dos o tres veces al mes.

Durante la Revolución Cultural fui guardia roja, estuve, con los demás, en Pekín y vi al Presidente Mao. Después hicimos un viaje pie de dos meses, hasta Yenán, en recuerdo de la Gran Marcha. No soy miembro del Partido pero participo en  todas las actividades políticas. Me parece muy necesaria la Revolución Educativa, pero difícil por las influencias burguesas y revisionistas que aún existen y por la falta de experiencia profesional de los profesores jóvenes.

Me gustaría conocer América Latina.

 

 

 

En los relatos sorprende, de entrada, una diferencia generacional que no justifica la distancia biológica. Hay un lapso de una decena de años entre M. y H. y los dos profesores más jóvenes. Sin embargo en el tono de los dos primeros, en su horizonte y actitud, se percibe una fisura respecto a los segundos. M. tenía dieciséis años, H. diez en 1949, mientras que las vidas de C. y F. se han desarrollado, excepto la primera infancia, enteramente en el régimen actual, sus primeros y fuertes recuerdos están unidos a él y la Revolución Cultural les ha hallado al final de sus estudios superiores, jóvenes pero no adolescentes1.

La cooperante siente que no se engaña ni superpone juicios propios cuando observa el efecto que ha producido en M. y H. el alcance de sus experiencias vitales. También sabe que no puede probarlo, que palabras, gestos, comportamiento y detalles hablan en la mujer de cuarenta años y en el hombre de treinta y cuatro de un antiguo espacio de tiempo ajeno a los posteriores moldes, en los que, por cierto, ambos se introdujeron con habilidad y presteza y de los que sacaron el material para edificar sus vidas. Hubo dos infancias, penosa y campesina, marcada por la voluntad, en el uno, urbana y de activa clase media en la otra. Ninguna pertenece a los manuales ni se acomoda a los clichés que desgranan los manidos textos. En ambas existieron expectativas orientadas hacia un proyecto individual. Sus colegas más jóvenes ya han recibido, en la escuela primaria, el marco del proyecto completo, bien soldado, definido en el espacio y en los años venideros, repetido y único.

Los cuatro relatos, por su número, no pueden tener la menor pretensión de encuestas, pero sí admiten la generalización propia de su medio planificado, e incluso hablan, con la elocuencia que permiten las circunstancias, del conflicto con la URSS, el comportamiento sexual, el nivel de vida y la visión del mundo exterior. Las respuestas están, por supuesto, filtradas, mediatizadas y recortadas según una ideología precisa, pero hay, en la evidencia de este control, cierta inocencia que impide hablar de franca hipocresía, un condicionamiento y limitaciones que sitúan a aquellos profesores en un limbo semirrural, en una representación continua de papeles modélicos que cada cual recitaba según sus posibilidades y que no podía evitar mezclar con retazos ocasionales del tejido de su vida.

Según esto, el país que existía antes de lo que los calendarios oficiales señalan como fecha de la Liberación poco tenía de página en blanco o páramo medieval, sino que bregaba con la incorporación al mundo moderno; existían escuelas estatales de calidad, baratas y mixtas, en las que materias en desuso como oratoria y declamación fueron reemplazadas, según avanzaban los años cincuenta, por política y trabajo manual. En el campo, el salto de la primaria al nivel superior representaba un notable esfuerzo económico. Estos centros, llevados con frecuencia por misioneros cristianos, eran, pese a su coste, apreciados por su nivel y a las aulas acudían también, aunque en porcentajes mínimos, algunas muchachas. Yenán, los soviets chinos, el Ejército Popular y el Partido constituían, según las insistentes normas de Mao, núcleos de educación, formación y organización posterior de la vida profesional de sus miembros. El sistema de exámenes se ha ido manteniendo, bajo diversas formas, durante todos los avatares políticos y las pruebas han continuado siendo duras y selectivas, aunque los funcionarios disfrutasen, una vez superadas éstas, del mantenimiento de su nivel económico y de una progresión y jerarquía estables. En el caso de centros superiores de lenguas, el estudio se concentraba en las materias esenciales: idioma extranjero, chino, política y gimnasia. El pragmatismo comparte el espacio docente con las preceptivas política y formación paramilitar pero rehúsa la dispersión y tiende al mayor aprovechamiento. La ruptura chino-soviética de 1960 concentra el aprendizaje del ruso en fines militares y hace que, por disposición estatal, los profesores se reconviertan en otras lenguas como el inglés, francés, español o árabe. Mientras, las campañas sacuden cada vez más el mundo educativo y alargan las estancias en campo y fábricas.

Cuando llega la Revolución Cultural M. tiene treinta y tres años y H. veintisiete. Se unen, por supuesto, a sus estudiantes con el redoblado fervor del reo potencial. Aunque son miembros del Partido, su grado en el escalafón es modesto y su influencia en las altas esferas mínima. Participan en críticas, autocríticas, debates, desplazamientos y actividades plastico-musicales de adhesión al pensamiento maotsetung. Diariamente, frente al retrato de Mao, ejecutan una danza, Libro Rojo en mano, en homenaje del Líder, le confiesan sus faltas, expresan sus buenos propósitos y entonan alabanzas. La cooperante les pregunta, con fingida candidez, si a nadie se le ocurría que tales prácticas eran un tanto ridículas, y ellos responden que en aquellos tiempos era inadmisible negarse a ello. Aquellos tiempos no son tan lejanos, pero los profesores chinos parecen haber desarrollado un curso acelerado de la teoría de Darwin y les caracteriza cierta ductilidad inalterable según la cual son capaces de adaptarse sin fracturas a los cambios de corriente, que reciben con equitable e idéntico entusiasmo y olvidan con la misma prontitud. El fugaz destello de un horizonte distinto que cree entreverse en M. y H. va desapareciendo con la aproximación al presente; ninguno de los cuatro planteará, ni por lo más remoto, la menor objeción, asomo de análisis o duda respecto a la actual campaña de la Revolución Educativa. Las palabras-fetiche burgués, revolución, masas son siempre manejadas con pinzas que impiden la  fractura de su cáscara y vetan todo examen semántico de su interior. C. y F. han vivido el 66-67 con la efervescencia de los veinte años, y a los entusiasmos verbales de rigor se añade quizás el aura que reserva la memoria a los grandes recuerdos de la juventud Pero con la aproximación de la treintena el descenso de temperatura les obliga a volver la vista hacia el previsible paisaje que rodeará su madurez. De hecho, durante largos años tras este 1973 en el que los relatos transcurren, uno y otra vivirán en Xian, se reunirán con su familia o su pareja raramente, se casará con su novia C. sin vivir juntos por ello, tendrá un hijo, que cuidará sola, F. Ninguno podía suponer el futuro que, como premio, les reservaba, el Líder al que, mezclados con el millón de frenéticos guardias rojos, aclamaron en la plaza de Tien An Men.

Ninguno concebía, ni citaba, contactos libres con extranjeros. Numerosos o escasos, cuantos habían tenido se resumían a relaciones de trabajo, dotadas, pues, de una justificación oficial. Esta falta de contacto con la lengua viva se había transformado en separación completa durante los años en el campo. Se explicaban así su inseguridad, su férreo recurso a la memorización de gramática y diccionario; llegados a terrenos faltos de señalización gramatical o impredecibles, como la entonación, se encontraban perdidos. Su tenacidad y ahínco resultaban con frecuencia sorprendentes. Eran las únicas armas que poseían para afianzarse en un medio en el que, de todas maneras, no existían grupos académicos que pudieran hacerles sombra, y con ellas lograban un meritorio nivel

Los cuatro, y de manera muy especial los dos hombres, han sobrenadado en virtud de unos rasgos personales y una base que les ha hecho imponerse a las circunstancias. Pero nada hubieran logrado de no unir a esas cualidades una impecable actitud respecto a la doctrina oficial. M. era en extremo vivaz y diestra en sacar partido de la coyuntura. H. poseía una tenacidad autodidacta fuera de serie y un perfil de inconfundible aparatchik. En el caso de C. se unían una extraordinaria inteligencia y una formación académica muy completa y larga; había una abismal distancia entre su nivel cultural y lingüístico y el de F., primario y lastrado por la timidez de sus carencias. En el foso que había entre intelectuales de la talla de C. y profesores formados posteriormente podía apreciarse la profundidad de la fractura de la Revolución de los sesenta y el empobrecimiento cultural que su reduccionismo había generado.

El regateo con la dirección del instituto había reducido a seis las solicitadas encuestas a los veinticinco alumnos de español. Se remitieron, meses más tarde, a la cooperante por correo, rasgo que, teniendo en cuenta el sistema, siempre será digno de agradecer.

La homogeneidad de respuestas de estos alumnos de segundo año, tres chicos y tres chicas, ha aconsejado cierta condensación. Todos tienen entre veinte y veintidós años y de dos a cuatro hermanos. De sus padres, tres son cuadros, uno está en el Ejército, el otro es obrero y el otro minero. De las madres, una es dependienta, otra obrera, otra está en el Ejército, otra trabaja en el campo en una comuna, una se dedica a sus labores, y en un caso no se cita a la madre. Los alumnos dicen haber trabajado en el campo como jóvenes instruidos.

A la pregunta sobre los cambios ocurridos en su familia y modo de vida, responden de la siguiente forma:

Antes de 1949

Chicas

A-Vivíamos en la miseria.

B-Mi familia vivía en el campo. Mi padre servía en el Octavo Ejército. Todos vivían en la miseria.

C-Antes de la Liberación mi padre trabajaba en una fábrica pero ganaba poco. Toda mi familia pasó mucha hambre y privaciones. Como no tenía dinero, murió un hermano mío cuando era muy niño. Mis hermanos no podían ir a la escuela.

Chicos

D-Mi pueblo natal se hallaba en la zona montañosa de Pekín. Era poca la tierra cultivada. Mi abuelo y mi tío trabajaban en la mina para los patrones y dejaban la tierra a otros familiares porque eran siete bocas. Su vida era de miseria.Un año de malas cosechas abandonaron mi pueblo natal para buscar la forma de vivir. En el camino murieron mi tío y un hijo suyo.

E-Peor.

F-Antes de la Liberación toda mi familia vivía en la miseria. Apenas tenían tierra y sólo una habitación. Mi abuela y mi padre se veían obligados a trabajar para un terrateniente. Casi no tenían ropa ni comida. Pasaban hambre y vivían cubiertos de harapos.

Entre 1949 y 1958

Chicas

A-Nuestra vida mejoraba poco a poco.

B-Toda mi familia vivía en Pekín. Las condiciones de vida han cambiado mucho.

C-Después de la Liberación el poder de Chiang Kai-shek fue derribado. Los trabajadores se hicieron dueños del país. La vida de mi familia ya ha cambiado mucho. Tenemos buenas condiciones de vida. Todos mis hermanos fueron a la escuela. Eso se debe al poder popular.

Chicos

D-Después de la Liberación los pobres mineros se hicieron dueños de la mina. Mis padres trabajan en la mina. Mi casa se trasladó a las nuevas viviendas. Mi padre, un pobre aprendiz en la vieja sociedad, ingresó en el Partido Comunista de China y tomó el cargo de cuadro en la empresa socialista.

E-Mejor.

F-Después de la Liberación toda la familia recibió tierra y seis habitaciones. Después del movimiento de cooperativización agrícola vivimos cada vez más felices. En 1951 mi padre participó en el trabajo revolucionario. Mi madre toma parte en el trabajo de agricultura.

Entre 1958 y 1973

Chicas

A-Llevamos una vida más feliz cada día que pasa.

B-Como todos mis hermanos empezaron a trabajar,la vida de mi familia se elevó a un nivel mucho mejor que antes.

C-Durante estos años mi familia cambió mucho. Mis cuatro hermanos tienen trabajo pero dos no trabajan en esta ciudad. Mi hermanita estudia en la escuela. Yo soy la primera estudiante de mi familia.

Chicos

D-Mi familia tenía por primera vez tres miembros de ella estudiantes de escuela secundaria. Yo llegué a ser el primer estudiante de mi familia.

E-Mucho mejor.

F-No responde.

 

¿Dónde está su casa?. Breve descripción del pueblo o ciudad.

Chicas

A-Está en el sur de la provincia de Shensí. Mi pueblo es pintoresco y ameno. Cerca de él se extiende una montaña, al subirla se puede contemplar el panorama y los campos bien cultivados abajo.

B-Está en Pekín, que es una ciudad conocida por todos.

C-Está en Xian. Ésta es una de las ciudades más grandes. Es famosa por su cultura antigua. La pagoda del Gran Ánsar, de sesenta y cuatro metros de alto y de siete pisos. En los suburbios orientales se encuentra el museo Pampoo; es una aldea de la sociedad primitiva. En el centro de la ciudad están la Torre de la Campana y la del Tambor, que se utilizaron antiguamente para avisar de la hora.

Chicos

D-Mi casa está en las afueras de Pekín. La vía ferroviaria se extiende hacia el fondo del valle. Junto a ella hay una carretera por la que van y vienen los camiones cargados, y al pie del valle se establecen las minas modernas. A sus lados están los barrios residenciales de los obreros, que tienen grandes almacenes, hospitales, centro de correos y escuelas primaria y secundaria. Los mineros trabajan con gran empeño. El Gobierno les da buenas condiciones de vida. A todas horas en todo el valle reían un ambiente de alegría y energía.

E-Mi casa está en la ciudad de Wuhan, de la  provincia de Hopei. Es una de las grandes ciudades de nuestro país. Es bonita y moderna.

F-Mi casa está en la provincia de Seztchuan. Después de la Liberación hay muchos cambios en mi pueblo. Construyeron obras hidráulicas, canales, embalses, instalaciones eléctricas, nuevas viviendas y quince escuelas primarias. Plantaron más de doscientos mil árboles. La producción fue excelente. Ahora están esforzándose por hacer realidad la mecanización del campo.

Respecto a la descripción de su casa, ninguno entra en detalles y se limitan a enumerar algunos enseres y la existencia de agua corriente o de pozo, electricidad y cocina o estufa de carbón y leña. Añaden que están satisfechos y que, gracias a la dirección del Partido y del Presidente Mao, han mejorado y no les falta de nada. No tienen tierra propia ni animales, excepto en el caso de F., en cuya casa crían aves de corral y cerdos. El ajuar comprende bicicleta, reloj, radio y, aveces, máquina de coser y cámara fotográfica. Suelen comprar ropa y calzado hecho, aunque en ocasiones lo cose la madre.

Respecto a la alimentación, todos afirman que es muy buena y mejor que antes (la indispensable apostilla se refiere a un tiempo anterior al 49 que en realidad no han conocido y subraya también la continua mejora debida al Partido). Cuando hacen hincapié en la abundante presencia de verduras en la dieta añaden que éstas son más alimenticias-nunca que la carne escasee, como es el caso en el menú cotidiano-. Por la misma razón si no poseen un objeto en vez de no lo tenemos escriben no lo necesitamos. B. dice que Los cocineros de nuestro instituto tienen un alto nivel de hacer la comida. Por eso todos los días comemos cosas ricas, como panecillos, arroz, torta frita, raviolis, empanadas, tortitas de harina fritas…y diversas verduras, como col, pepino, apio, cebolla, berenjena, calabaza…También comemos carne, huevos, pescado, gallina, carne de vaca, de oveja…En las fiestas mejor. Excepto en el caso de B. y por motivos de salud, ninguno dice haber tomado, ni querer tomar, leche.

Respecto a los ingresos, presupuesto y ahorro familiar, o los ignoran o hablan de ello vagamente.

La homogeneidad de las respuestas se intensifica al llegar a las preguntas sobre su situación personal y su vida antes de llegar al Instituto de Lenguas de Xian.. Todos dicen que participaron en la Revolución Cultural, que interrumpió sus estudios en la escuela, y después trabajaron en el campo entre dos y tres años, excepto en el caso del muchacho soldado, que ya servía en el Ejército. El mejor recuerdo de los seis jóvenes es su entrada en la escuela y en la organización de los pequeños pioneros rojos. No hablan de malos recuerdos. De su infancia, recalcan su temprano deseo de aprender y de servir a la patria. Sus colegios eran amplios, buenos y bonitos.

Los seis declaran haber visto extranjeros en la calle o en el cine pero, exceptuando su profesora actual, no han tenido jamás contacto con ellos.

A la pregunta sobre su pasada actividad laboral, horario, sueldo y elección del puesto de trabajo, responden todos únicamente que, en efecto, han trabajado en el campo con jornadas de ocho horas o más. Insisten en que es necesario seguir las directivas del Presidente Mao y dedicarse al trabajo manual y aseguran que sus condiciones de vida eran buenas.

En el plano político, los seis han sido guardias rojos durante la Revolución Cultural y, de pequeños, pioneros. Luego ingresaron en las Juventudes Comunistas. El mayor deseo de todos-excepto de un muchacho que ya lo había logrado-era ser miembro del Partido, y su impresión más intensa fue ver con sus propios ojos al Presidente Mao en Tien An Men.

En cuanto al procedimiento de ingreso en el Instituto de Lenguas, las respuestas son literalmente las mismas, con levísimas variantes:

Me alisté por mi voluntad, recomendado por las masas-campesinos pobres y campesinos medios de la capa inferior, ratificado por los dirigentes, aprobado por la célula del Partido y revisado por los directores del Instituto.

Respecto a la elección del español, los seis aseguran que les agrada el estudio de esta lengua y que se han dedicado a ella por directiva del Partido, que precisa traductores e intérpretes de castellano. También afirman estudiarlo para propagar el marxismo-leninismo y pensamiento maotsetung y apoyar la revolución mundial. Sus dificultades de aprendizaje coinciden en buena parte con las de los profesores.

Todos dicen gozar de buena salud (ésta es, además, requisito-según descripción del proceso de selección- en su ingreso en escuelas superiores) y disponer de asistencia médica gratuita.

Llegados a la pregunta sobre su diversión favorita en horas libres y días de fiesta, la homogeneidad es de nuevo clamorosa: los seis dedican sus ocios a estudiar marxismo-leninismo y pensamiento maotsetung; también a hacer labores útiles para sí o los demás, ir a pasear, de visita, hacer deporte, asistir a espectáculos, leer, tocar instrumentos, escribir.

La anterior homogeneidad se ve superada por las respuestas a la opinión sobre el periodo de trabajo manual-un mes al año-y los mejores y peores recuerdos de éste. Existe un acuerdo con una fábrica de estampados y tintes y el instituto, que siempre envía allí a los alumnos. No hay malos recuerdos. Beneficia al pueblo. Los obreros nos trataban con mucho cariño. Esto me impresionó profundamente. Trabajan con ahínco y energía día tras día, año tras año, haciendo contribuciones a la construcción socialista. El completo cambio y el futuro luminoso me estimulaban a estudiar con entusiasmo. Aprendemos de sus grandes espíritus y superiores calidades. Estamos decididos a seguir las enseñanzas del Presidente Mao y convertirnos en trabajadores cultos y con conciencia socialista. Siento que hayamos estado tan poco tiempo.

En cuanto a sus proyectos de futuro, los seis aseguran no tener deseos personales, sino que éstos se identifican con la voluntad del Partido y las necesidades del país y de la revolución, que les asignarán destino.

La pregunta número treinta y dos, que reza ¿Le gustaría vivir solo, con amigos, con su familia?. ¿Piensa casarse?. ¿Cuándo?. ¿Cuántos hijos quisiera tener? es, de todas, la que más pasan por alto estos jóvenes de veinte a veintidós años. Como máximo, se refieren a ella indirectamente, respondiendo que ahora no es momento para ellos de pensar sino en el estudio y en cumplir bien las tareas que les ha encomendado el Partido. Dicen preferir la vida comunitaria.

A ¿Cómo imagina el futuro de China y del resto del mundo?.¿Qué país le gustaría más visitar? la respuesta general consiste en largos párrafos en que se afirma la confianza en la victoria de la revolución mundial y la derrota del imperialismo, con el establecimiento del comunismo en el mundo entero. Creen que China se pondrá en breve en cabeza de los países industrializados. Ninguno indica qué país le gustaría visitar.

Cuando se les pide su opinión sobre la Revolución Educativa los seis evitan la respuesta, sea dejando el espacio en blanco, sea diciendo que el movimiento todavía se encuentra en estado experimental, o bien insertan algunas citas de Mao sobre el tema.

 

 

Hay, de nuevo, un salto de generación en el que la presión del medio se impone al hecho biológico. La diferencia con sus profesores es aproximadamente de una decena de años, pero existe un lapso ellos y sus mayores, una carencia de individualidad y horizonte que sólo la diferencia formativa explica. Son los jóvenes que todavía no habían nacido en el 49 y que se encontraban en la escuela, con trece, catorce, dieciséis años, cuando sobrevino la Revolución Cultural. Fueron los adolescentes guardias rojos, los que en todos los centros presentan como estudiantes de nuevo cuño obreros, campesinos y soldados. En realidad, vienen con frecuencia de ciudades y de familia de cuadros pero han pasado periodos largos de trabajo agrícola e industrial. Las respuestas, prácticamente calcadas, dan la foto-robot del muchacho anheloso de ajustarse al modelo propugnado por el régimen. En lo que escriben, ortográficamente corregido en rojo por un profesor, no puede esperarse la menor espontaneidad. Todos los moldes se superponen, desde la censura interiorizada hasta las hileras de clichés tomadas de traducciones en la lengua extranjera, pasando por los habituales sintagmas y enumeraciones de manual. Apenas puede decirse que mientan; simplemente reproducen lo que debe ser la verdad y que, por tanto, lo es para ellos. Se lleva más puntos en este ejercicio el que es capaz de introducir en cada pregunta la respuesta adecuada dada a ella por el Partido, Mao Tse-tung y las Actas del X Congreso. Los cuestionarios están, por cierto, atiborrados de citas no entrecomilladas, lo cual es perfectamente lógico puesto que, en el marco del sistema, sería inútil separar las consignas oficiales de la realidad o lo que debe serlo. Han hecho y enviado sus deberes, que les sirven de prueba para los guiones de conversación de los que se servirán quizás con extranjeros en su futura vida de intérpetes.

Naturalmente, sus familias de entre cuatro y siete hermanos-todavía no alcanzadas por la planificación familiar-prosperan desde el 49. El currículum, las expectativas y perspectivas son prácticamente corales, con detalles que ponen una pincelada de involuntario, y trágico, realismo en la impecable ortodoxia de sus relatos. Así, uno de los chicos cuenta cómo, durante la Revolución Cultural, destruimos a Liu Shao-shi y a su camarilla, y también vestigios burgueses y revisionistas, muchos retratos de Budas y no pocos templos de monjes, etc, etc…Muchísimo. Las hazañas que relata consisten en el vasto genocidio cultural que llevaron a cabo los guardias rojos dirigidos por las consignas de Mao y que redujo a ceniza y ruinas gran parte del patrimonio artístico nacional y, en el Tíbet, más del noventa por ciento de los monasterios.

En esta generación se ha cumplido-y ello no es rasgo vano-la completa socialización a cargo del régimen. Ellos aprendieron las primeras letras y frases en la guardería en forma de cantos al Partido y expresiones de amor al Presidente, supieron que el nombre de Mao reunía el conjunto de las bondades y que la blasfemia era inimaginable, pasaron de la casa-cuna al jardín de infancia, de éste a la primaria y de ahí a la escuela en un continuum de fidelidad carmesí esmaltado por una iconografía sencilla y un mecanismo de exigencia-respuesta cuyo manejo binario, al tiempo que puerilizaba y atrofiaba los centros de responsabilidad adulta, les proporcionaba generosas dosis de confortable seguridad y garantizada satisfacción. La dimensión individual, especialmente las opciones no comunitarias y el sexo, es relegada a la inexistencia, que funciona como alternativa a la perplejidad o la angustia.

Junto a la familia, dentro de ella y, llegado el caso, contra ella, las células del Partido les han encuadrado en diversos niveles de socialización desde su más temprana infancia, mostrando a pioneritos, pioneros y juventudes comunistas la única escalera cuyos envidiables peldaños finales eran los carnets de miembro adulto. A ello ha contribuido la prolongada ausencia del hogar que implican el extenso horario y las múltiples actividades de las escuelas, los periodos de trabajo manual, la participación en campañas, la eliminación de espacios individuales y susceptibles de ser empleados de forma opcional o solitaria. El modelo Yenán ha establecido una general canalización comunitaria y minuciosa.

Los silencios en ciertas respuestas tenían su contrapartida en el fácil recitado de citas, que estaba curiosamente ausente en el caso de la Revolución Educativa. No tengo opiniones maduras. responde C. Y esto significa que el Partido no había divulgado directivas y consignas explícitas al respecto; se enmarcaba en la prohibición que el subdirector expresara a la cooperante de enviar al extranjero información sobre esa campaña. En el sistema del Partido Comunista Chino-y cualquier otro de similar estructura-la reflexión y los datos se manejan de forma inversa a la dinámica propia del pensamiento libre: sólo puede ser considerado y difundido aquéllo que se autoriza, el segmento de la realidad que los dirigentes juzgan bueno traer a la superficie, oficializada, de la existencia.

La contradicción entre una realidad conocida por la cooperante-por ejemplo, el tipo de alimentación ofrecida por la cantina del instituto-y lo expresado en las respuestas no parecía preocuparles. Las afirmaciones sobre la bondad de las comidas eran manifiestamente falsas. Los alumnos no ignoraban que la profesora extranjera estaba al corriente de ello, e incluso de las quejas y críticas. Pero el cliché perfeccionista se imponía en las alabanzas al alto nivel profesional de los cocineros y a la exquisitez de los platos. Los estudiantes manifestaban, en general, en su expresión una distancia respecto a la experiencia palpable considerablemente mayor que la de los profesores, y ésta era evidente en las consideraciones sobre el futuro, dictadas por el desconocimiento y la prudencia. Sus justificaciones del aprendizaje del español eran de orden mucho más abstracto, con un vago tratamiento global de los países y sin referencias a amigos ni enemigos.

Nada, en fin, ofrecía alternativas, en el caso de los alumnos al recurso al formalismo y convencionalismo. Muy por el contrario, a su débil conocimiento de la lengua apuntalado con frases hechas se unía la precariedad de su status, la completa dependencia de las autoridades, representadas por la inmediata vigilancia de la célula del Partido, el destino incierto que les sería asignado en función de su comportamiento y fidelidad. Sus respuestas no se habían efectuado, como las de los profesores, durante una charla a solas con la cooperante, sino que constituyeron deberes escritos dirigidos y supervisados. Y además, de acuerdo con la percepción del concentrado lapso generacional y más allá de los condicionamientos de circunstancias, se apreciaba en aquellos jóvenes que habían cruzado el umbral de los veinte años un grado de madurez muy por debajo de su edad real.

 

Cajas Chinas

 Medianos, grandes, pequeños, edificios, recintos, aulas y despachos, todos podrían intercambiarse, sacarse de la gran caja donde se almacenan e imbrican, desplegarse sobre la mesa y volverse luego a guardar, ajustado cada uno a los ángulos del precedente.

Pero el centro de esta caja no es el del círculo, se encuentra arriba, en los escalones más próximos al poder. Así, aunque los institutos en los cuales la extranjera enseña se asemejen en el aplicado cumplimiento de la misma monotonía física, los diferencia de manera notable la proximidad del cuadro de mandos, de esa red burocrática y ese Recinto Prohibido tras cuyos muros rojos se libran afelpadas batallas de violencia mucho mayor, y con frecuencia efecto más mortífero, que Waterloo. Desde Pekín los institutos de provincias, la Xian lejana en el antiguo corazón de las tierras del oeste, resultan de una familiar confianza que hace más crudo el perfil descaradamente policial de los funcionarios de la severa ciudad del norte. La violencia de los enfrentamientos ha ido decreciendo con la distancia a las grandes urbes y ello explica las relativas benignidad y cordialidad de la población interior y antigua, su desconcierto y buena voluntad ante la desacostumbrada presencia de una extranjera, el inamovible peso de las limitaciones templado sin embargo por vetas de contacto humano inencontrables en la capital

El Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín es una caja más, nueva, similar, grande, destinada a acoger, además de a los estudiantes locales, a los funcionarios destinados al Exterior y a los extranjeros que aprenden chino. Hay, como de costumbre, gigantismo, inútiles espacios vacíos, ninguna concesión a la imaginación o la estética. La escasa población estudiantil, a la que casi igualan en número los profesores, rellena tan sólo una ínfima parte. Pese a la presencia impresionante del edificio central, con su altura alternada de blanco y gris y coronada de tejas amarillas, el utilitarismo no corre parejas con el confort, los ascensores aún no funcionan y la calefacción ya ha tenido tiempo de estropearse por deficiencias en las tuberías. El frío es glacial. La suciedad de los servicios y los lavabos atrancados contrastan con el blanco reciente de las paredes. La cantina de los profesores es un vasto hangar oscuro similar al de Xian con sufridas mesas de madera y muy pocos bancos y taburetes, de forma que la mayoría come de pie, lo que no facilita las charlas de sobremesa. Ante la sorpresa de la cooperante por la inexistencia de sillas en escuela tan moderna se le responde que antes había pero que los profesores se las llevaban a sus casas. Las pilas de bolas de carbón se amontonan junto a las paredes. Los tadzupaos recuerdan la campaña Pi-Lin, Pi-Kon! pegados a la entrada y suspendidos de cordeles en el interior como ropa puesta a secar, con lo que ponen al menos un detalle de variación en el color, si no en el contenido.

El centro, que se considera escaparate por albergar alumnado extranjero, es sin embargo al parecer un dechado de limpieza y claridad si se compara con otras escuelas de idiomas. La cantina para estudiantes foráneos resulta lujosa: luz, higiene, manteles de plástico, mesas, sillas y menús muy por encima en calidad, presentación y calorías de los servidos a los chinos. Incluso, en vez de llevar cada cual su tazón y palillos, dispone de platos, vasos, cubiertos y personal para retirar la vajilla sucia. En la cantina de profesores se come mucho mejor que en la del anterior centro de trabajo de la cooperante y todos los días figura en el menú un plato o dos con algo de carne. Las casas para profesores son similares a las de Xian y, pese a la juventud de los bloques, ya parecen opacas y usadas, limpias pero grises.

La sala en la que se efectúa la presentación es tan similar a otras salas y las palabras a otras palabras que la extranjera se sorprende a sí misma superponiendo por anticipado frases y objetos, en un mecanismo muy semejante al utilizado por los chinos. Pocos meses han bastado para adquirir el automatismo del esperado ritmo, por el que fluye sin el menor esfuerzo una materia cada vez más lejana de la observación y el pensamiento. Los que la rodean llevan inmersos en ello la mayor parte de sus vidas y cuanto dicen discurre como el aceite por un engranaje del que es previsible cada trazo. De nuevo el antiguo director de antes de la Revolución Cultural ha pasado a ser un subordinado del cuadro del Partido que le supervisa. La última parte de la presentación se dedica a establecer una línea divisoria entre el tratamiento ofrecido a los estudiantes extranjeros, que no pueden participar en las actividades políticas de los chinos como la Reforma Educativa y la crítica a Lin Piao y Confucio, mientras que los cooperantes sí. Esto da pie a una cuña sobre la posición china oficial, ilustrada con cita de Mao que distingue entre las necesarias relaciones diplomáticas y la distinción entre países e individuos amigos y enemigos. Así pues se ordena expresamente a la cooperante la discreción:

Las informaciones que ofrece la prensa occidental sobre China no suelen ser conformes a la realidad ni estar de acuerdo con nuestra posición política. El Primer Ministro Chou En-lai dio en el X Congreso del Partido el enfoque general

Los estudiantes extranjeros llegan a estudiar a China en virtud de tratados bilaterales con sus países y nosotros no sabemos qué clase de individuos son. Así pues usted no debe hacer comentarios con ellos sobre las actividades políticas en las que los cooperantes sí participan.

Pasan los días de una estancia de la profesora extranjera en este centro que desde el comienzo se preveía como breve y el tono no desmiente la rodada frialdad burocrática de la acogida. Estamos muy lejos de la improvisación de la aislada Xian. Ésta es una caja próxima a la cúspide, fronteriza de Asuntos Exteriores y en el tramo final que corona el Ministerio de Educación. Todo se mantendrá en los límites. Son impensables las charlas a solas con colegas chinos, los relatos de sus vidas, el sucedáneo de encuestas, las veladas en el solitario hotel. La frescura de un alumnado joven ha sido reemplazada por funcionarios cuya edad se sitúa entre los treinta y cinco y los cincuenta y tantos años. Su reserva respecto a empleos anteriores y destinos futuros es completa. Ciertamente es gente de cierta importancia puesto que han pasado la fina criba que tamiza el personal que sale al extranjero. Todos son hombres, lo que da que pensar respecto al acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad. Viven en el centro en régimen de internado aunque algunos tengan a sus familias cerca. La opacidad se intensifica por la falta de improvisación y espontaneidad durante el nuevo y tardío aprendizaje.

En los profesores de la sección de español hay una neta diferencia entre la generación que sobrepasan la treintena, con un nivel lingüístico más o menos aceptable y encargados de diversas actividades, y el grupo gris que vegeta y se mueve de forma tan borrosa que es difícil saber incluso su número. La irregularidad en la  asistencia a causa de reuniones, sesiones políticas, trabajo manual, etc, no deja finalmente tener ideas concretas sobre cuáles son sus tareas específicas. La cooperante no cree haber llegado jamás a ver a los diez profesores chinos de español (para catorce estudiantes) de los que el director le habló durante la presentación, pero sabe que estas diferencias entre cifras y realidades son el pan cotidiano en China. W que tiene más de cuarenta años, habla y gesticula con abundancia y cierta precipitación, con un dominio fruto de sus años de becario en La Habana. Cuenta que los estudiantes chinos durante su estancia permanecían juntos, en grupo, guisándose entre ellos, y que excluían toda relación sexual con las cubanas pese a la-explicada con sabrosos detalles-buena voluntad de éstas. Es patente el aislamiento y el rechazo a la integración (vetada además, sin duda, por consigna gubernamental) . W es un voraz lector y especifica con toda naturalidad:

Sí; ahora estoy con una novela cubana. Leo mucho en español porque como en chino no hay nada que leer….

Ts., algo mayor que W, es hombre silencioso, de exquisita cortesía y perceptible valor intelectual. En su juventud vivió en Tailandia con sus padres, regresó a China, estudió ruso, español más tarde, tras la Revolución Cultural estuvo en el campo y actualmente se dedica a la selección de material

Los esposos L y T. tienen unos treinta y cinco años. L da clase. Su marido, T., parece que no; su timidez y reserva impiden trabar conversación con él

Integran también la sección tres muchachas jóvenes extremadamente átonas. Sólo se las ve apasionadas y expansivas durante las partidas de ping-pong, que ocupan buena parte de su jornada laboral. Dos de ellas están casadas pero ninguna vive con su marido. El de H. está en África. El de L es soldado. Ella dará a luz dentro de un mes. Él no viene al nacimiento de su primer hijo porque está demasiado lejos. Ambas tienen profesionalmente la misma historia: estudiaron español tan sólo durante ocho meses, empezó la Revolución Cultural, trabajaron unos años en el campo y se incorporaron a partir de 1972 a la plantilla del instituto. No dan clase. La tercera muchacha estudió tres años en el Instituto de Lenguas del Ejército. Luego hizo portugués y trabajó un año como traductora. De 1967 a 1971 no ejerció, luego, del 71 al 73, trabajó en una fábrica y actualmente redacta materiales de enseñanza.

En realidad el currículum de esta generación más joven coincide en la fractura formativa, la ruptura académica de mediados de los sesenta y su epígono de destierro fabril y campestre que duró, por ejemplo, en el último caso siete años, y que continúa en ilustrados de los que la cooperante no tendrá noticia jamás. Al toque de las últimas consignas, la administración recupera antiguos profesores y estudiantes que, en el espíritu movilizador a toda costa del Gran Salto Adelante, han realizado obras con frecuencia inútiles, representan en las poblaciones rurales indeseables bocas de más o se almacenan en las granjas del Ejército llamadas Escuelas del 7 de Mayo. Estas cantidades ingentes de paro encubierto pasan a distribuirse, de forma confusa, en las diversas entidades, recubiertos los sujetos, cualquiera que sea su calificación, con el título de profesor. Aunque el Buró Político comience a pedir ahora resultados, el sistema tiene los pies lastrados por el cemento de su dogmatismo formal e inevitable que lleva a los cuadros a manejar contingentes, globalizar y hablar de resultados de manera siempre atenta a la imagen complaciente que deben mostrar a sus superiores, con perfecto alejamiento de un análisis objetivo y una inversión eficaz del capital humano que pasarían por reconocer diferencias de capacidad, especialización y calidad en absoluto compatibles con el credo igualitario y la práctica de gregarismo intercambiable. Revueltos en el mismo recipiente se hallan desde catedráticos veteranos hasta estudiantes que apenas han seguido un curso de español, etiquetados todos como-por seguir la terminología de la época-el frente de la enseñanza. Y esto en medio de la falta de planificación, de unificación de programas, textos y materias, y para colmo dentro de la confusa corriente de vagas directivas voluntaristas de la Revolución Educativa.

No se trata sólo, en el caso del Estado, de desorientación y vacilaciones en la atribución de puestos a los profesores vueltos del campo. La inseguridad no es eficaz pero sí es políticamente rentable, garantiza desmovilización y sumisión, sitúa permanentemente a los profesores, y nuevos licenciados, en un clima de ausencia de derechos que también implica la fácil, y perceptible, dejadez de los deberes, pero que resulta para las autoridades preferible al germen de reivindicación que conlleva el reconocimiento de la calificación profesional. La Burocracia-y esto es esencial para la exquisita pirámide de comisarios ideológicos-halla aquí terreno escogido y abundantes tropas de refresco, porque, de esta variada masa docente, sus sectores más ignorantes e incapaces adherirán con entusiasmo a la selección y exégesis de documentos, materiales, textos e informes, a cuya elaboración, discusión y corrección dedicarán la mayor parte de su fantasmagórico horario laboral

Las cajas por edades son, en este centro de Pekín, en extremo similares a las de Xian. La generación que realizó sus estudios superiores en los años cincuenta tiene un grado de conocimientos en general muy superior en todos los niveles al de los jóvenes. Esto se observa por supuesto en el plano profesional, pero lo que llama la atención en ellos es la existencia de una viveza, de una riqueza intelectual, que se echa en falta en generaciones posteriores, mucho más uniformizadas y estereotipadas y con un bagaje cultural infinitamente más pobre.

Si la seguridad es una cuerda, los métodos de aprendizaje y el contenido de los textos parecen hechos para ir cada uno cortando cotidianamente con su cuchillito una a una las fibras. La cooperante observa las clases dadas por chinos, el prefecto ambiente, con este alumnado adulto, de una primaria decimonónica, el recitado de las reglas gramaticales y de los verbos a coro, y la ausencia de diálogo, gesticulación y elementos plásticos y dinámicos. Las frases empleadas como ejemplos son consignas y están plagadas, como el vocabulario en general, de términos morales y expresiones de obligación del tipo deber, está bien, está mal, hay que, tenemos que. Hay un ensañamiento en los acertijos, en el uso de homónimos y sinónimos, que tiene mucho de tortura para estudiantes de nivel lingüístico tan modesto. Se insiste en la caza del error, y los que no hay que cometer se escriben en la pizarra. La clase de conversación consiste en dos alumnos que salen al estrado y se recitan allí el uno al otro el diálogo que figura en los manuales y han aprendido de memoria previamente. Cuando han terminado el profesor pregunta a los demás qué errores, que ellos han ido anotando, cometieron. Es notable que, en plena campaña de crítica a Confucio, la metodología resulte tan rabiosamente confuciana, con su moralismo y cuidado de las formas. De hecho, los contenidos, lo que se dice, carece de importancia, en el aprendizaje de lenguas como en la expresión habitual. Cuenta la sumisión adaptativa a un ritmo, a unas premisas cambiantes pero siempre fijadas y preceptivas.

Las actividades políticas son también un ejercicio que deleitaría, y arrancaría una sonrisa irónica, a Confucio. Nada más lejos de la efervescencia que sugieren que la dócil realidad, el apacible estudio de los documentos enviados por el Partido, que se muestran o leen a la profesora extranjera, según la consigna de participación, sin que se le permita tomar notas; todo es secreto y prohibido mientras no haya autorización expresa. En un caso se trata de fotocopias que son presentadas como el Plan cinco siete uno (u chi i, en la pronunciación china parecido a sublevación armada). Se trata nada menos que del cuaderno secreto del complot de Lin Piao contra el Presidente Mao, en el que figuran fotos de pilotos traidores y de un avión. Se incluye la confesión y descripción del complot realizada por un conjurado y una carta de Mao a su mujer, Chiang Ching, en 1966, en la cual ya expresaba sus reservas respecto a Lin. El desdén del Gobierno por la facultad de raciocinio de sus súbditos y por su inexistente capacidad de expresión crítica no puede ser mayor. Aquí tenemos al Gran Timonel dejando durante lo más florido de la Revolución Cultural las riendas y representación del movimiento a un dudoso mariscal que depone y dispone de vidas y destinos en un experimento a lo grande en un laboratorio poblado por millones de personas. Lin Piao ha pasado a figurar en el panteón inverso de los architraidores, sin duda porque la URSS ya estaba muy vista y el capitalismo incorporado a las exigencias de las relaciones internacionales y de la renovación logística.

La habitual y patológica afición china al secreto impedía también saber los porcentajes y procedencia de los estudiantes extranjeros. El dominio de la lengua no garantizaba ni mucho menos la integración. La cooperante charla con una muchacha japonesa a la que faltaba un curso para doctorarse en obstetricia en la universidad de Pekín. Toda su vida de veintidós años había transcurrido en China, donde residían sus padres, pero eso no era óbice para que anhelara vivamente, una vez obtenido su diploma, marchar al Japón, porque, según decía, se sentía aislada y extranjera. El conocimiento del idioma, el bajo nivel de ingresos, que los acercaba a la media local, y la supuesta cohabitación con chinos no eran, tampoco, determinantes en la asimilación de los estudiantes occidentales. Aunque se alojaran en los mismos edificios que los chinos no había un contacto significativo porque éstos formaban grupo aparte, especialmente las mujeres. Entre los chicos existía más relación con los extranjeros, visitas y charlas en los cuartos, pero la amistad quedaba ahí. Jamás un estudiante chino había invitado a salir con él un domingo o a ir a su casa a un compañero occidental, y las invitaciones generales a sus fiestas de éstos últimos eran siempre rehusadas por unos condiscípulos locales a los que estaba prohibido bailar y que solían quedarse en el instituto los días festivos alegando que Pekín estaba demasiado lejos y que debían estudiar. Les resultaba en extremo incomprensible que los occidentales se divirtieran, organizasen reuniones, saliesen, y sin embargo asimilaran y prepararan covenientemente la materia. El hecho de que, en sus largas charlas vespertinas con los extranjeros, emplearan el vocabulario y frases de la lección estudiada ese día apuntaba a motivos mucho más pragmáticos e interesados que el deseo de confraternización.

La siguiente caja fue el Instituto Nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín, el más alejado, diez kilómetros al este, en pleno campo y precedido de un aura de maoísmo virulento durante la Revolución Cultural, lo que se traduce en un especial protagonismo a la hora de purgas, ataques y autos de fe. Semeja a todos y a cualquiera de sus homólogos: una serie de edificios sin belleza, grises, con zonas de árboles, setos y tierra y un muro rodeando el recinto. La calefacción brilla por su ausencia, se da clase con el abrigo puesto y el agua se hiela en los pasillos. Los servicios están tan sucios como de costumbre, el piso es de cemento y los gruesos muros de ladrillo transpiran frío. Sola la floración de tadzupaos pone una nota de color, pero ésta acaba resultando amarga, por el desprecio que implica respecto a la pequeña vida cotidiana de los individuos sometida al pardo escenario, por su monopolio del brillo y la diferencia. En la cantina, idéntica a las de otros centros, no hay bancos ni sillas en absoluto. El altavoz desgrana mientras se come artículos políticos. Se ha dispuesto, para los cooperantes extranjeros que lo deseen, una habitación especial que les sirve de comedor y en la que se sirven menús de superior calidad. Las habitaciones de los profesores chinos se reducen a una habitación espaciosa con cocinita y fregadero. Las bombillas sin pantalla, la pintura maltratada y el cemento del suelo da a estos interiores semejantes a millones de hogares chinos un aire adocenado y triste. Los objetos son los mismos que los de todas las casas que la cooperante ha visitado y colocados en la misma disposición. Hay una letrina para cada tres familias y, fuera, unas duchas que funcionan una o dos veces por semana. De las paredes de cal de las clases cuelgan fotos y caligrafías de Mao y del comunista modelo, Lei-Feng; también un alfabeto y tres mapas: muy grande el de China, mediano el del mundo y pequeño el de Hispanoamérica.

La presentación, salvando las fechas y origen como departamento de la Agencia de Noticias Sinjua, es un calco de las anteriores. Hay detalles que, en efecto, corroboran su carácter extremo y una frialdad agresiva que no es sólo la atmosférica. Se dice a la cooperante que Los institutos más antiguos admitieron alumnos más pronto pero éste estuvo ocupado hasta 1972 con la crítica a Liu Shao-shi y la Revolución Cultural. Luego averigua que el centro adoptó posiciones netamente ultraizquierdistas, apoyando con mayor fervor si cabe que los otros a Lin Piao y a su hijo Lin Li-kuo. Fue sede del violento Grupo 16 de Mayo y a sus alumnos se atribuían diversas actividades fanáticas y xenófobas, como el incendio de la embajada británica.

En la presentación se insiste en que las condiciones materiales (manifiestamente mediocres) tienen menos importancia que la fidelidad a la correcta línea política del Presidente Mao, para lo que se llevan a cabo con entusiasmo todos los movimientos y campañas, transformando mediante la fuerza ideológica el entorno.

La utilización de este conocido cliché marxista no es detalle desdeñable. Se trata de un dogma del que emana el desdén hacia objetividad e individuos, que ha sido el núcleo de las grandes campañas y perdura en los sectores más ortodoxos. Es el fundamentalismo maoísta según el cual el pensamiento maotsetung mueve montañas y está dotado de virtud inigualable capaz de, como una potencia nuclear, modelar el entorno físico. Sus dosificadores son los diversos directores, supervisores y propagandistas instalados por la Revolución Cultural en puestos de mando, a los que se somete el conjunto del claustro y que se ramifica, bajo los diez miembros del Partido que forman el grupo dirigente, en células comunistas distribuidas por facultades y sectores y en comités revolucionarios. La confusión que el organigrama muestra respecto a la delimitación de autoridades y cargos se revela en la práctica como un completo monopolio de autoridad y decisiones por parte de los habituales cargos del Partido y un mantenimiento honorífico de los grupos obreros de propaganda del pensamiento de Mao que llegaron durante la campaña de los sesenta. No existe ningún tipo de organización autónoma, con capacidad de proposición y de discusión real, ni entre profesores ni entre alumnos. Se espera únicamente de ambos colectivos la buena asimilación y puesta en práctica de las directivas emanadas de la célula rectora.

En el calendario menudean las reuniones y discusiones de formación política en sesiones fijas de tres tardes por semana más las eventuales, lo que sobrepasa con mucho al espacio dedicado a ello en otros centros, y consisten en el estudio de las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao, a lo que se añade la crítica a Lin Piao, Confucio y Mencio, las actividades correspondientes a la Revolución Educativa y los mítines. Cada observación de los dirigentes durante la presentación del instituto apunta hacia el rigor de los planteamientos y la persistencia de las directivas de la Revolución Cultural. Así, cuando se explican los mecanismos de selección de alumnos, se hace hincapié en que la política reina y el nivel académico ocupa un muy subsidiario lugar en nada semejante al de los países capitalistas ni al de China antes de 1966, época en que la admisión se llevaba a cabo según la nota de examen y el rendimiento intelectual.

Queda además claro que por parte de las nada cordiales autoridades hay una voluntad evidente de mantener a la nueva cooperante a muy profiláctica distancia. Tanto es así que en su horario se ha excluido la posibilidad de contacto directo con los alumnos: sólo daría clase a los profesores y ayudaría a la preparación de textos. Tras áspera lucha, logra enseñar ciertos días a los estudiantes, pero no se la autoriza a darles la charla semanal sobre España e Hispanoamérica ni se acepta el uso de canciones o material visual. En esto los dirigentes llevan estrictamente a la práctica su criterio de selección intelectual inversa: decantan sus preferencias por una profesora sudamericana de un nivel no ya bajo sino inexistente, puesto que se trataba de la cónyuge de un cooperante sin más titulación que la fidelidad incondicional a la incondicional fidelidad maoísta mostrada por su marido.

El Instituto nº 2 de Lenguas Extranjeras es ciertamente una caja cerca ya de la cúspide, del restringido territorio donde se deciden, sin miramiento alguno, las vidas y minúsculas haciendas. En él la cooperante advierte la gélida proximidad del núcleo de cuanto hasta ahora ha percibido. Le llegan historias de un profesor inglés, de una traductora, que desaparecieron cubiertos por los movimientos de este inmenso mar político en cuyo oleaje habían alegremente participado. Gracias a un piadoso mecanismo de omisión temporal, ella no había adquirido sino escasas veces conciencia de su indefensión absoluta, de la insignificancia de su presencia entre el vasto engranaje de multitudes ajenas. Xian la había rodeado de una vaga convicción de inmunidad diplomática, de especie protegida por su rareza. En Pekín no hay tal, ni siquiera la torpeza salvadora con la que en el lejano instituto de provincias dirigentes y colegas habían manejado su llegada y sus rasgos de animal impredecible. Ahora está entre gente de enemigos y lo sabe, habituados a una ferocidad metálica de silenciosos golpes y decisiones sin remisión, gente de rostro tenso por donde no parece haber resbalado más placer que la victoria sobre el antagonista. La extranjera ha caminado sin mirar sino a los metros de tierra inmediatos para no sentir el vacío, se ha guardado de levantar la vista hacia la magnitud abrumadora del horizonte, se ha negado a saber de riesgos, ha optado por la estupidez y la ingenuidad. No posee sino un caducado pasaporte de un Gobierno que carece de tratados con la República Popular China y que ignora su presencia en el país, y está a la merced de un sistema en el que no existen ni derechos ni garantías. Pero, rodeada de docenas, miles, millones de seres a los que falta lo mismo en mucho mayor grado, se sentía, pese a todo, fuerte, protegida y vergonzosamente privilegiada. Quiere convencerse de que ignora el miedo, de que, tras cuanto supone y ha visto, no tiene derecho a él. Se niega terminantemente a conceder una sombra de razón a las puestas en guardia de aquéllos que, antes de su partida, la prevenían sobre posibles males, a las historias de la Guerra Fría. Teme al ridículo y al sonrojo de hallarse a sí misma ganada por el fantasma de relatos semejantes. Se esfuerza por no mirar sino el rostro cercano, la ruta por la que sus pasos discurren. Es en vano. Desde el primer segundo, cuando el avión aterrizó en un aeropuerto húmedo y poco frecuentado, supo de los edificios, pasillos, muros grises, y el gran retrato monstruoso, como las letras rojas, que reinaban únicas en un mundo por lo demás privado de brillos, movimiento y luz. Tras cada rostro se ha extendido ante ella, apresuradamente, la apretada pintura de toda una vida y, más que sus palabras, oía el obligado silencio, veía el hueco de lo que, en otras condiciones, hubiese podido ser y no fue. Ahora conoce, con la certidumbre física del trato y el ácido sabor de la evidencia; y la magnitud de lo que la rodea de nuevo diluye el temor por su propia persona en sentimientos forzados a medirse con una escala muy diferente.

Los alumnos a los que había insistido en dar clase eran un grupo de muchachos y muchachas de entre los veinte y veinticinco años, aunque, por el infantilismo de que daban muestras, se les hubieran atribuido cinco menos. Resaltaban, en comparación con los del Xian, su reserva y la represión que evidenciaban. Jamás se atrevían a dar juicios personales sobre el material que querían emplear en las clases, el uso de diapositivas, etc, y se atenían, caso de conocerlas, a repetir las tesis de la direccion y a generalidades conformistas. De lo contrario, guardaban silencio. La actitud física iba sin embargo más allá en el plano expresivo con frecuencia que la verbal. Así, cada vez que la profesora extranjera entraba con periódicos y revistas que recibía de Europa, se los quitaban prácticamente de las manos para leerlos con avidez y preguntarle sobre Occidente. Con el trato, se permitieron pedirle en préstamo la prensa que llevaba. Decían entender todas las palabras pero, con cierto analfabetismo ideológico, quedaban ayunos del significado. Había en ellos y en sus profesores tres niveles de espontaneidad y expresividad que eran, en orden decreciente: Cuando se hallaban solos, en las pocas oportunidades en que la cooperante podía mantener un diálogo privado. Cuando se encontraban en un pequeño grupo homogéneo, de conocidos. Cuando entre ellos había un cuadro. La atmósfera del grupo cambiaba sensiblemente según asistiera o no-lo general era lo primero, puesto que seguía las clases y era un estudiante más-el alumno responsable, enlace con la dirección, encargado de tomar la palabra cada vez que se planteaban cuestiones de opinión. Se trataba del guía político que existe en cada clase por disposición oficial y tiene como misión resolver los problemas ideológicos de sus compañeros. El clima fue claramente menos inhibido, los demás se expresaron con mucho mayor soltura y libertad, los días que él faltó.

Llamaba la atención en el aula la existencia de algunos en absoluto dotados para el estudio ni deseosos de dedicarse a las lenguas. Sucedía que, una vez entrados en el centro, todos debían graduarse y ningún profesor se hubiese atrevido a oponerse al pase de uno de estos estudiantes enviados por las células del Partido y que venían de las amplias masas de obreros, campesinos y soldados. El régimen chino había logrado ciertamente un grado cero de fracaso escolar; era, por ejemplo, notoria entre el profesorado extranjero de la Universidad de Pekín la imposibilidad de suspender. Las autoridades les obligaban a subir la puntuación, y con muy mayor motivo si el sujeto, además de incapaz y obtuso, era activista político o provenía de impecable origen proletario.

En el ambiente de trabajo, llama la atención de la cooperante la omnipresencia del supervisor del partido, del que, junto, en teoría, el obrero W, dependen las directivas. Este cuadro por supuesto no tiene la más leve idea de idioma alguno excepto el propio. Su labor es de supervisión y censura política, su actitud netamente hostil hacia los occidentales. El obrero agregado como dirigente de la sección no es sino un  hombre de paja a su lado. De los profesores, la cifra de treinta y uno dada por el director era burocrática e irreal. Imposible saber ni su número ni sus ocupaciones. Las diferencias de nivel en dominio del español, cultura general y capacidad intelectual eran acusadísimas, a favor indiscutiblemente de los de mayor edad. Había algo en extremo rígido en la atmósfera. Se encargaba de la representación de los docentes U, mujer de treinta y seis años, muy retraída, viuda y con dos hijos. S., de edad similar, descollaba intelectualmente y hablaba un español muy aceptable. De la misma generación eran M, lingüista que hablaba del tronco chino-tibetano y de la teoría estaliniana del lenguaje, y K también responsable de la sección. L era una madre de familia que se expresaba lenta y penosamente, mientras que X, shanghailesa muy viva pero de mediocre nivel lingüístico, rondaba la treintena y tenía un bebé que estaba con su madre en el sur porque ella no tenía costumbre de cuidar niños y éste le impediría trabajar. Los demás eran un coro inconstante y difuminado. Corregían sin decir palabra, sentados en sus mesas, repetían textos en voz alta, se hundían en papeles y diccionarios y jugaban al ping-pong con la atención propia del único juguete. A esto quedaban reducidas las directivas sobre cooperación dinámica que repetían con insistencia las consignas de la Revolución Educativa.

Un fantasma recorría el departamento, personaje de sonrisa petrificada, español plúmbeo y actividad indefinida. El tiempo revelaría que se trataba, además de un responsable, de un miembro de probablemente la policía social u organismo análogo. Aunque aseguraba haber estado durante un largo periodo en misión en el norte de China, la indiscreción de una de las profesoras descubre que en realidad residió en Guinea con un grupo ocupado en la instalación de una fábrica de papel.

Lo menos que se puede decir de la actividad de todos ellos es que era discutible. Más concretamente, apenas trabajaban. Se ausentaban con frecuencia, era inútil pedirles que hiciesen una redacción cada quince días, resúmenes de alguna obra, fichas de los libros de la biblioteca. Ni había formación ni esfuerzo, ni se molestaban en escribir y leer. Tampoco les interesaban los métodos de enseñanza de lenguas. Únicamente memorizaban y repetían. El profesor extranjero está concebido como máquina rectificadora de textos, repetidora y grabadora de frases correctas en correcta fonética, diccionario y gramática viviente. La comunicación es nula. La cosificación total. Y ello en perfecta antinomia con las directivas repetidas hasta la saciedad en las campañas en pro de la dinámica pedagógica, la primacía dada a la práctica y los intercambios de experiencias. Es la mansedumbre del coreado ¡Hay que ir contra corriente! que debe traducirse en la praxis en Cuando todos vayan contra corriente yo iré contra corriente, premisa válida, sin distinción de estamentos, para el conjunto del país, ligada a la completa alienación que preside sus destinos. Ni sus vidas, ni las verdades que deben creer ni el acierto de las opciones ni las desgracias o beneficios que de ellas obtengan les pertenecen, sino que serán determinadas por disposiciones ajenas. Su papel se reduce a la aceptable adecuación a los patrones. Su situación laboral y familiar, el lugar de residencia, la ropa que será conveniente vestir y los textos que habrá que haber leído son responsabilidad de superiores instancias. En el plano puramente material, hay un abismo entre la actividad de sus vecinos asiáticos de Singapur, Hong Kong, de las afanosas colonias chinas desperdigadas por el mundo, y el somnoliento ritmo de los súbditos de Pekín.

A la natural falta de incentivos del régimen colectivista se suman, en el medio donde la cooperante se mueve, un retraimiento y elusión de responsabilidades específico y extremo. los profesores son el blanco de múltiples críticas: las de alumnos, responsables políticos, directivos del centro…Pertenecen a la clase media ilustrada, plato escogido de las iras de la Revolución Cultural. Son intelectuales, pero no cuadros, vulnerables y carentes de respaldo alguno. Como consecuencia natural se atrincheran en la ortodoxia, los textos oficiales y puros. Pedirles que sacrifiquen su propia seguridad mínima vital a la ética de la profesión es, teniendo en cuenta el medio en el que se mueven, una demanda de heroísmo excesivo y probablemente inútil.

El archipiélago Orwell es terreno de monte bajo. El régimen desmocha periódicamente iniciativa e inteligencias, ofrece élites como pasto del rencor de fondo de las frustraciones generalizadas, y luego se halla ante la uniformidad de la chata vegetación de matorrales y la ausencia de cuadros medios con los que construir el entramado mínimo de una sociedad moderna. Sobre los profesores han llovido y llueven consignas y campañas cuyo signo varía con el viento. Nada extraño que en el país circule el dicho La enseñanza es un oficio peligroso. Que se lo digan a Sócrates.

La Revolución Cultural ha empeorado, en todos los sentidos, la suerte del profesorado. A diferencia de los demás trabajadores, no hay para ellos edad de retiro, y se arguye la escasez y la necesidad que el país tiene de su experiencia. El absurdo del argumento, ante la evidencia de un porcentaje de dos a cuatro alumnos por cada profesor, encubre la situación de bancarrota educativa fruto de directivas y campañas. El nivel de la mayor parte es extremadamente bajo y desigual, el absentismo, las purgas, los destierros, la irregularidad de la vida académica, la nula planificación, la pobreza del material pedagógico cobran su peaje. Desaparecida la espuma fútil de ordenancismo voluntarista, la marea descubre un panorama en el que los pocos restos aprovechables provienen de épocas anteriores al gran desastre y de disposiciones e inteligencias cuyas posibilidades las circunstancias no han logrado cercenar en su totalidad. No ha faltado en el proceso la reducción a mínimos del tiempo de vacaciones, que en 1973 era de dos semanas en verano y una en el Año Nuevo chino. Los profesores pertenecen al patrimonio del centro como el mobiliario, y se parte, en la utilización de sus servicios, de una disponibilidad completa, garantizada y versátil. Son el relleno más o menos pedagógico de los lugares de acogida juvenil, a los que además les mantiene atados corto el bajo nivel de ingresos. Sumados los sueldos de un matrimonio de docentes, con una hija pequeña cuya guardería y tres comidas diarias, de lunes a sábado, deben pagar, ni el ocio ni los ingresos dan para esparcimientos. De hecho, la pareja apenas salía del recinto del instituto. Los domingos se dedicaban a la limpieza y a sus hijos. En las vacaciones de Año Nuevo las horas, más que en pasear por la ciudad, se iban en hacer cola en las tiendas para comprar los alimentos necesarios, y en guisar y recibir a los parientes. En verano juzgaban que el calor era excesivo para aventurarse fuera de casa, y en cuanto a viajes largos, el de Hangchow, para ver a sus padres, resultaba inalcanzable para su presupuesto.

Del concepto patrimonial del Estado respecto a los empleados da adecuada idea el caso de la profesora shanghailesa. Esta muchacha confirmaba a la cooperante que la separación indefinida de matrimonios era en la República Popular China moneda corriente, sin que los cónyuges tuvieran la menor idea sobre su duración. El marido de X era técnico, habían vivido juntos en Pekín, pero él fue enviado en misión a una ciudad lejana, cerca de la frontera con la URSS, por un máximo, creían ellos, de dos o tres meses. Pasado ese tiempo, seguían sin saber, ni de forma aproximada, la fecha del retorno. X creía, según las cartas recibidas, que la ausencia de su marido podía prolongarse por tres, seis meses, un año, o más. Ambos lo ignoraban. Ella estaba, además, separada de su bebé desde prácticamente el nacimiento de éste.

 

Tierra adentro

 La prioridad es la transformación ideológica: Reflejar la línea fundamental del Partido Comunista y seguir sus directivas. Combinar la teoría y la práctica en tres aspectos:

1-Enseñanza y textos combinados con la realidad de la lucha de clases actual.

2-Combinar los textos con las necesidades de los trabajos futuros en Asuntos Exteriores.

3-Basarse en el nivel actual de lengua española de los alumnos.

(Instrucciones difundidas por la Dirección del Instituto para la selección y elaboración de textos.)

Las cribas sucesivas por parte de secciones, departamentos, representantes, responsables, colegas del mismo centro y de otros similares, despojan a los textos que se emplean de cualquier veleidad de apreciación intelectual o estética. Es el reino del equipo, y fuera de una pureza maoísta inatacable en la que refugiarse a la menor crítica no hay salvación. Éstas son ya las tierras compactas, aledañas al núcleo del continente totalitario, fruto de un socialismo depurado en el que el individuo carece de existencia y no hay, de página a página y de línea a línea, la menor brizna de iniciativa personal. El grado de censura es simplemente inimaginable porque supera al término y carece incluso de referencias adecuadamente comparativas. El Santo Oficio, la prensa del Movimiento, las virtuosas novelas victorianas y los poemas épicos al Augusto César son un chispeante hervidero en el que los parámetros oficiales coexisten, en un transparente juego de presencias y referencias, con la independencia del ingenio y del impulso. Este continente no tiene igual. Pudo tenerlo en el nazi, pero faltaron años y asentamiento para la petrificación definitiva de éste. El creado por China aspira a la superación de sí mismo, al viaje al extremo de su lógica que se manifiesta plenamente aquí.

En un despacho de ambiente tenso y silencioso se corrigen materiales que circulan entre los diversos institutos. Hay artículos de Mao, un informe de Chou En-lai, algunos fragmentos, continuamente limados y podados, de periódicos y de novelas y, frente a la cooperante, tres volúmenes de frases cuya gramática debe revisar. Los alumnos disponen del conjunto, diálogos y ejercicios de fonética incluidos, desde comienzo de curso, lo que impide la inducción directa y el aprendizaje práctico y favorece la inicial memorización. La normativa reza que los textos versarán, en primer lugar, sobre la China moderna y el Partido Comunista, aludirán a la situación internacional y a los países en los que se habla la lengua extranjera, tendrán un contenido acorde con los criterios oficiales de bondad y esto se resaltará con notas críticas y modificaciones de los originales, el lenguaje será actual, no se estudiará literatura excepto en contados casos de algunas novelas como lectura fuera de clase. Los proyectos de redacción seguirán la línea de masas, con consultas a los comités de obreros propagandistas del pensamiento maotsetung, a los cuadros y a los estudiantes.

En este Alcázar de la Revolución Cultural y del Gran Líder ni siquiera se permite, como sí en otros centros, mostrar a los profesores-no digamos a los alumnos-material audiovisual. La cooperante debería someter diapositivas y grabaciones a la censura previa de una dirección que ignora todo respecto a lengua y contexto y hace continua gala de una xenofobia rampante. Los responsables evitan dar explicaciones, rehúsan entrevistarse con la profesora extranjera y se limitan a subrayar la imposibilidad de que los profesores vean, oigan y juzguen sobre la conveniencia de su empleo. La dirección saca a relucir consignas según las cuales los chinos deben elaborar ellos mismos las láminas pertinentes. Todo el material que la cooperante se ha agenciado con no pocos esfuerzos-vistas de calles, ciudades, parques, restaurantes, tiendas-es rechazado sin que nadie, ningún responsable, se moleste en verlo. Los argumentos son de una puerilidad asombrosa: la responsable U habría juzgado inútil para la clase una diapositiva vista al trasluz, se invoca el principio del centralismo democrático, que otorga la razón automáticamente al voluntario grupo de ciegos. La imagen, cualquier imagen, está cargada de utilitarismo e ideología, carece, como las personas, de inocencia. De recurrir a ellas. los profesores chinos podían ser acusados de servilismo hacia el extranjero o de difusión de las ideas burguesas. El interés por la enseñanza audiovisual, en la esperanza de lograr convertir con ella a los estudiantes en hablantes de español en un tiempo récord, chocaba en realidad con una imposible escisión entre la lengua y el tejido vital que la segregaba.

Se ha inculcado el pánico a la contaminación externa, al mundo que bulle de microbios ideológicos tras las asépticas fronteras establecidas por el Partido. Bajo las premisas formales del Internacionalismo Proletario, el país vive una xenofobia virulenta, nacida de la imprescindible necesidad para el sistema de asedio y enemigos. Como ejemplo del verbo socavar, en uno de los manuales se escribe La literatura y el arte occidentales socavan la moral del pueblo chino. El aprendizaje de idiomas implica el alambicado ejercicio de tomar las palabras sin mancharse con las ajenas y reprobables ideas que las bañan. Continúa siendo el ruso que se aprende para interrogar a los prisioneros, el arma contra esas armas, la domesticación del objeto extraño para los fines propios según la consigna Aprender a pensar en lenguas extranjeras no significa aprender la forma de pensar del extranjero. El régimen del 49 ha potenciado, en la práctica, el más virulento nacionalismo egocéntrico de la historia china tras extirpar los brotes de modernización y apertura que proliferaran desde el siglo anterior y que difundieron personajes caracterizados por la amplitud y la inquietud de sus ideas.

Hay varios rojos en este universo daltónico. Atrincherados tras las más recias murallas de la devoción hacia la correcta doctrina, se encuentran los que han hecho del monopolio de la censura su modo de vida, los que hallan -la especie es reconocible en cualquier continente- en la agresiva fidelidad al ideario la justificación social y el prestigio. Bajo la colcha maoísta rebullen, y tiran hacia sí, muy distintos compañeros de cama. En el Instituto nº 2 se enquistan aquéllos para los que cualquier concesión al pragmatismo es un comienzo del fin del poder. Ha empezado un nuevo reparto cuya ferocidad se ve aumentada por la sombra ineluctable de la nueva generación y del siglo XXI. Mientras, repiten, y repetirán, el ¡Matamos, matamos, matamos! del poeta ruso. Hay muchas formas de matar y la especialidad local es hacerlo sin ruido, con esa técnica que consiste en sorber los impulsos vitales, eliminar la iniciativa, robar el tiempo, obligar a la aquiescencia hasta que el hueso mismo, como los pies de las antiguas damas, olvida su primitiva forma que le permitía alejarse y correr. Es, quizás, la mayor ignominia de las muchas que con el baqueteado término de educación, y reeducación, se han recubierto.

La cooperante sabe que hay gestos que, una vez entrados, no van a salir jamás de su vida, que, en el espacio de segundos, han ocupado, como una enfermedad, su parcela. La mano de K es uno de ellos. Las diapositivas-calles, parques, edificios y paisajes de una ciudad de Europa-están sobre la mesa. La extranjera comenta y se admira de que la mera contemplación, en vistas a su uso, pueda estar vedada. El profesor K coge una de ellas, la mira al trasluz de la tarde; puede ser una casa, un grupo de viandantes, una tienda. De repente la suelta, los dedos se retraen hacia la manga de bordes raídos, buscan refugio en los lápices, la taza de agua tibia, la chaqueta gris. En la puerta, que se ha abierto suavemente, se perfila la cara lisa de expresión y de saludo, sin resquicios, del agente político. K ha desviado la vista para no atraer la suya, que, desde el otro extremo, parece balancearse por el cuarto antes de avanzar con un paso lento y los ojos del profesional de la vigilancia. No da señales de advertir la turbación. Va entre las mesas, no pregunta. Ha cambiado la acidez del aire. Toda la humillación, toda la sumisión de K está en esa mano bruscamente abatida, disimulada, abortada en su gesto. Y la cooperante no lo perdonará jamás.

Como para el resto de sus compatriotas, cualquier publicación extranjera es totalmente inaccesible para sus colegas. El único lugar que recibe todo tipo de prensa exterior es la Agencia China de Noticias Sinjua. Cuando quieren utilizar un artículo, del cual tienen la referencia nominal, como material pedagógico los profesores se dirigen a Sinjua, dan la referencia y piden que se les permita consultar esa parte exclusivamente. Se habla de la posibilidad de ciertas suscripciones mediante permisos especiales. En cuanto a los libros, su importación está severamente reglamentada. La Librería Central de Pekín presentaba anualmente en cada departamento una lista de títulos ya seleccionados entre los que los profesores debían escoger. Esa selección se realizaba, pues, a ciegas, sin referencias de contenido, y permitía la incongruente fraternidad en las estanterías de la iconografía china de lucha tercermundista junto a versiones infantiles españolas del Antiguo y Nuevo Testamento y de la Conquista de América en el mejor estilo de los manuales de los años cincuenta, con caballero heroico, misionero abnegado e indios de rodillas agradecidos.

La selección de textos originales da lugar a escenas que, de no constituir por sí mismas botones camiseros de muestra de inimaginables volúmenes de represión, encontrarían lugar adecuado en tiras cómicas y antologías del disparate. Véase algunas de ellas:

La cooperante ha seleccionado para comprensión oral un texto breve de Julio Camba. El escritor visita una tienda de trajes hechos e intenta, sin éxito, abotonarse la chaqueta. El dueño defiende la impecable hechura de las prendas y a Camba no le queda pues como conclusión sino que el mal cortado es él. El responsable veta el empleo del texto porque no corresponde a la realidad, ya que en China todos los vendedores sirven al pueblo.

-¿Insinúa usted que en España, donde ocurre la historia, hay vendedores que no sirven al pueblo?-pregunta la cooperante.

-Oh, no.

-Pues los hay, créame.

El texto no se usa.

Para el tercer año la extranjera presenta un reportaje sobre el entierro de Pablo Neruda en el Santiago de Chile amordazado por la Junta. Se le comunica que es inadecuado y ya ha sido reemplazado por otro sobre la construcción del puente sobre el río Yangtsé. Se le aclara que Neruda está incluido en el índice de autores condenados, por haber escrito un poema contra el Presidente Mao.

También se elimina un análisis, bien documentado y tomado de una revista de solvencia, sobre la emigración en Europa. Lo reemplaza el ditirambo escrito por un diplomático y aparecido en un periódico mejicano con el título La sonrisa china.

-Queremos textos sobre China-dicen.

Cuando se habla del extranjero es para pintar una sociedad decimonónica de hambre, explotación y esclavitud, frente a la que resalte la feliz vida de los obreros de la República Popular.

La cooperante selecciona pues un artículo sobre economía china de Leontieff, francamente elogioso, aparecido en un periódico español. La censura de la sección corta sin embargo las dos únicas líneas que comportaban un asomo de análisis crítico y de duda. En ellas se decía que Pekín, por lo pronto, no podía permitirse lujos y que correspondía al futuro plantearse el problema de mayor demanda cualitativa, incluyendo el terreno de las libertades.

-Es inadmisible. No podemos admitir esto. Dice que en China no hay libertad ahora, lo cual es falso porque los chinos la gozan plenamente. Lo que no existe es la libertad burguesa.-dicho esto con la contundencia de quien ignora el perfecto ejemplo de neolengua que está enunciando.

La lucha de clases es una fuente de irracionalidad que produce de continuo espléndidos frutos. A ella no escapa concepto alguno y, con el feliz desdoblamiento que implica, habrá plantas, cadenas lógicas y circunvoluciones planetarias que serán malas o buenas según pertenezcan a la clase elegida por el jehová marxista o a su contraria.

En un cuento de Cardosa, el viejo campesino al que mataron a su hijo en la guerra prefiere tirar su rejón al pozo mejor que dárselo al cabo cuando se presenta a recoger hierro viejo para fundir armas que servirán para matar a otros muchachos y dejar solos a sus padres. él. Los profesores chinos no podían arriesgarse a opinar sobre el cuento. Necesitaban saber si la guerra era justa o injusta, la línea política del escritor, su intencionalidad, etc. Nada había de prudencia de juicio en su actitud y todo del miedo que impregnaba sus actos. La innegable comicidad del asunto desde la segura distancia del occidental adquiría tintes de profundo patetismo vista a la altura de quienes carecían de salidas y se caracterizaban por la incapacidad de abordar la realidad sin la ortopedia de directivas, sin una polarización previa bien/mal dada por el Partido. Su trayectoria mental consistía en saltar limpiamente sobre el hecho concreto porque disponían de la respuesta aun antes de que éste se produjera. De no existir directivas, la regla era abstenerse de opinar.

Un pasaje de López Salinas levantó ásperas discusiones antes de ser aceptado como lectura para casa de los alumnos. Los profesores debían incluir en el manual un texto español original que cuadrara con el movimiento de crítica a Confucio, lo cual evidentemente no era fácil. Salinas reflejaba los lazos seculares del conformismo religioso entre el campesinado de Andalucía, por lo que a la cooperante le pareció adecuado. Sin embargo era ideológicamente imperfecto porque los campesinos, o alguno de ellos, no manifestaban como conclusión sentimientos de rebeldía y llamadas a la lucha. El responsable añadió una nota explicativa que marcaba la justa línea que hubieran debido tomar los descuidados campesinos andaluces.

El desinterés por el mundo exterior es, en el régimen chino, olímpico excepto cuando se trata de deformarlo. Interesa en primer lugar China, y según los parámetros de la ortodoxia estatal; el resto del planeta sirve a esta visión. Como comprensión oral de los alumnos de segundo año, un profesor chino había redactado el texto siguiente: la historia pasa en Washington, donde grandes almacenes, parques y rascacielos son exclusivamente para los ricos. Los trabajadores están desprovistos de todo y viven peor que las bestias, sufriendo hambre y frío. Un obrero norteamericano en paro recoge del suelo en un mercado restos de verduras con que alimentar a su familia. Por desgracia tropieza con un rico banquero y le mancha el traje. El potentado le golpea y llama a un policía para que le arreste.

Impune, cotidianamente, el régimen del Partido Comunista Chino ha vertido sobre sus ciudadanos las mentiras más crasas, las falsedades más evidentes, desde la infancia, en la adolescencia, durante el resto de la vida y a todos los niveles, ha privado de información, formación y referencias, y ha hecho un medio ambiente y un hábito de la deformación y de la reducción a mínimos del pensamiento. Los países extranjeros no podían ser olvidados, tanto por las indispensables exigencias de la política exterior y la diplomacia como por el hecho de que el Internacionalismo constituía uno de los grandes mantras rituales de los dirigentes. Trabajamos para la Revolución. Estudiamos para la Revolución. cuentan entre las frases que primero repiten los alumnos y a las que a veces acompaña la coletilla de internacional. La realidad externa, los hechos concretos, son incompatibles con la imagen mesiánica de ese país que se complace en verse como líder de la liberación de una Humanidad a la que ha logrado ofrecer el más extenso ejemplo de ausencia de libertades.

La didáctica del aprendizaje lingüístico sigue el mismo esquema que la de la ideología. Está basada en la detección de los errores de un individuo por parte del grupo y del profesor, que escribe lo que no es correcto en la pizarra, y parte, sin excepción, de páginas, frases y temas previamente aprendidos y memorizados:

-¿Eres tú buen alumno del Presidente Mao?

-Sí, lo soy.

-¿Por qué?

-Porque estudio todos los días las obras escogidas del Presidente Mao.

Alain Peyrefitte describe una clase de francés en la Universidad de Pekín en 1971:

Un joven (…)sale a la pizarra para escribir una frase de su invención que ilustre el empleo del infinitivo:”Antes de la Liberación, mis padres estaban obligados a trabajar en las propiedades de un terrateniente”. Sus camaradas le señalan enseguida sus errores de ortografía o de sintaxis. (…) Uno a uno, se van levantando para fabricar una copia de este modelo (…) “Antes de la Revolución, estábamos obligados a comprar automóviles al extranjero; hoy podemos construir automóviles de buena calidad” (…) El estudiante que sale luego a la pizarra debe proponer una frase que contenga la palabra “aprender”. Sus camaradas le relevan desde sus asientos: “Es en la lucha donde se aprende a luchar. Para responder al gran llamamiento del Presidente Mao, he decidido aprender a nadar” (…) Mientras prosiguen los intercambios, hojeo el folleto multicopiado que cada estudiante tiene ante sí. Es el manual de francés de primer curso.(…), comienza así: “El imperialismo americano teme a los pueblos revolucionarios del mundo. El imperialismo americano no inspira temor a los pueblos revolucionarios, pues es un tigre de papel”. Ejemplo de interrogación: (…) “¿Qué hacéis si os enteráis de que vuestro camarada está en el error?”. Ejemplo de forma pasiva: “Los capitalistas explotan a los obreros; los obreros son explotados por los capitalistas. Los obreros no serán explotados por los capitalistas”. Viene, luego, un texto de Franz Fanon sobre el movimiento de liberación de África.

Unos años después no parece que haya habido enormes cambios en las clases a las que asiste la cooperante española. El mensaje siempre es de dirección única, emana de fuentes previas y de un profesor muy en su papel tradicional, rígido, nervioso, que trata al alumnado de usted con voces casi de mando y no se sirve ni de un dibujo ni de un gesto. Los ejemplos están tomados de publicaciones chinas traducidas al español, como Pekín Informa, y los alumnos los repiten en un flujo y reflujo de la misma materia en circuito cerrado. Es un vocabulario desencarnado de elementos cotidianos, en el que apenas hacen su aparición las palabras usuales pero en el que sí figuran términos abstractos de empleo mucho menos frecuente. A lo largo de la misma mañana la cooperante asiste a dos clases de léxico de segundo año, con el mismo material y distintos profesores y estudiantes. En ambas clases sucesivas los alumnos dan exactamente los mismos ejemplos, de tipo ideológico y económico. La realidad, la existencia cotidiana, las personas, están ausentes de este mundo lingüístico en el que se construyen frases como conjuntos de un mecano:

Todos los éxitos que hemos logrado se deben al Partido Comunista Chino y al Presidente Mao.

La victoria de la Revolución Cultural se debe a la línea correcta del proletariado y del Presidente Mao.

La vida feliz se debe al sistema socialista.

Los éxitos logrados en la Revolución Cultural Proletaria se deben a la sabia dirección del Partido.

Debido a la explotación del terrateniente, los campesinos tuvieron que ir al noroeste.

Antonioni hizo en vano una película reaccionaria, pues los pueblos del mundo no la creían.

La inclusión de Antonioni forma parte de las inefables muestras de xenofobia. Como incluso en tal régimen es insufrible el estado de aburrimiento continuo, las sesiones políticas se aderezaban con campañas pintorescas, como las de abominación de la música clásica y la de denigración del cineasta Antonioni. Éste último había filmado una película sobre China que obviamente no reflejaba, según las autoridades, impecable entusiasmo y gloriosa situación. El director italiano fue precipitado sin demora en el Tártaro de los reaccionarios enemigos de la República Popular. En cuanto a Mozart y Beethoven, eran sin duda agentes de la burguesía capaces de contaminar con sus notas la pura conciencia de la clase proletaria. El Gobierno de Pekín disponía de vates occidentales a la altura de sí y de las circunstancias. Bastaba para ello leer, por ejemplo, los panegíricos maoístas de la prensa mejicana, que ofrecían una mezcla de nacionalismo folklórico y populismo al por mayor difícilmente superable. No se quedaban atrás medios más refinados, entre los que desde luego brillaban por su incondicional fidelidad al Gran Timonel los artículos del corresponsal del diario francés Le Monde.

La cooperante continúa presenciando clases en las que los alumnos desgranan términos curiosamente impropios de su nivel, como déficit, multifacética, guarismo, y meditan variantes de la frase En aquel entonces el capitalismo y la burguesía compradora controlaban las arterias económicas de Shanghai. Hay silencio y a continuación surge lo que se diría un coro de monólogos en los que se advierte, no la dificultad natural del aprendizaje, sino otro elemento que quizás también percibió Peyrefitte cuando observa

Pero es una lengua extraña, cuya gramática, cuyos sonidos y cuyas palabras son los mismos que los del francés, y sin embargo han perdido su tono y su sabor (…) , una lengua aséptica, automática, tan irreal en definitiva como la de las señoritas que dan los comunicados en nuestros aeropuertos.

Como ejercicio práctico en vistas a su trabajo futuro de intérpretes que acompañarán a los visitantes extranjeros, los alumnos del Instituto Nº 2 van a una fábrica textil y en ella se entrenan en el ritual. Las profesoras extranjeras hacen el papel de turistas. También les acompañan algunos profesores chinos de la sección. Los alumnos van sentándose por turnos y traduciendo lo que dice el responsable. Así se prepara, hasta ser totalmente digerido, el texto de presentación de una fábrica, comuna, escuela, que figura, con leves diferencias, en sus manuales, que han memorizado, que les han devuelto cotidianamente los mil espejos del Diario del Pueblo o Pekín Informa.

Comienza la representación precedida por la consigna de que hay que transformar el instituto en una escuela socialista del pensamiento maotsetung. Los alumnos van traduciendo por turnos: Situación, extensión, efectivos, plantilla, condiciones laborales-entre las que no se incluyen las primas al rendimiento pero sí el privilegio de ser colocado en el cuadro de honor-productividad y servicios sociales. Vienen luego las declaraciones políticas de principios En tiempos de Liu Shao-shi los dirigentes de la fábrica se apoyaban poco en las masas; tras la Gran Revolución Cultural Proletaria se ha elevado el nivel político y la unión con las amplias masas.(…) Respecto a la lucha contra la línea de Lin Piao, hemos comenzado a combatirla en enero de 1974, según las indicaciones del Presidente Mao. Lin Piao seguía una línea ultraderechista y de restauración del capitalismo. Sus seguidores vilipendiaban a los obreros diciendo que no podían administrar bien las fábricas. Muchos dirigentes despreciaban participar en el trabajo manual junto con los obreros. Hoy esto se ha corregido. Etc, etc.

Los alumnos del Instituto Nº 2 no tendrán la menor dificultad para ser intérpretes en todas las fábricas de China. Les bastará con aprenderse un texto e ir cambiando cifras y topónimos. Hay que reconocer, sin embargo, que el celo oficialista se supera a sí mismo en las muestras de inquebrantable adhesión porque el maridaje del en principio ultraizquierdista, Lin Piao, adalid del maoísmo, el trabajo manual y la inmersión obrera, con la línea ultraderechista y la restauración del capitalismo es un tour de force, un rien ne va plus que no llama mayormente la atención porque hace tiempo que el discurso, y sus intérpretes, habitan territorios sideralmente alejados de la lógica, por no hablar de la veracidad.

Viene a continuación un segundo cliché que forma parte consustancial del libreto. Se trata de la exposición de la vida de una obrera y pertenece al género relato de amarguras, en el que se comparan los sufrimientos antes del 49 con la felicidad que reina en la era presente: Trabajaba desde niña, con escaso salario, sin libertad, golpeada por los capataces. Estaba en una fábrica de Shanghai y, aunque cobraba más, no bastaba para satisfacer las necesidades normales de la vida. La casa de mi familia estaba en el campo y teníamos dos habitaciones para ocho personas. La obrera no continúa su triste historia porque la sesión de entrenamiento se juzga acabada. Los alumnos leen unas líneas que llevaban preparadas en las que indican su propósito de ir a trabajar a la fábrica.

Las prácticas como presentadores de una guardería son en todo similares. Otro ejercicio práctico consiste en exponer, ante condiscípulos, autoridades y profesores, cómo pasaron sus vacaciones de invierno. Una muchacha explica que las ha aprovechado para visitar a los compañeros y maestros obreros de la fábrica en la que trabajó dos años. Ha observado cambios en la actividad política a causa de la campaña de crítica a Lin Piao y a Confucio, que los trabajadores siguen con entusiasmo, como muestra la ingente cantidad de tadzupaos. Los éxitos de la Revolución Cultural y los de esta campaña han elevado la conciencia de la lucha de clases. (…) La revolución promueve la producción y viceversa. cita; y termina exhortando a sus compañeros a criticar más a Lin Piao, aumentando así la producción. Pide disculpas por sus errores y faltas lingüísticos y asegura que estudiará con mayor tesón. Habla un muchacho: Un día escuchaba la radio cuando tuvo una carta de su hermano mayor, al que no había visto desde hacía tres años, diciendo que llegaba a Pekín ese día por la noche. El hermano era un joven instruido que había permanecido tres años trabajando en Mongolia Interior. Era la víspera de la Fiesta de Primavera. Llegó el tren con rostros alegres. Su hermano tenía mejor aspecto físico que cuando se fue. Una vez en casa, contó muchas cosas del campo. Seguía en Mongolia estudiando las obras del Presidente Mao y de otros ideólogos marxistas. Habló de la lucha de los campesinos contra la sequía; trabajaban hasta caer desmayados pero obtuvieron así una rica cosecha. El alumno ha hecho también, escuchando a su hermano, progresos ideológicos, y, como el anterior orador, pide que se disculpen sus faltas. A continuación habla una chica que se dedicó, asimismo, a visitar a antiguos compañeros, que se reeducan y tienen éxitos. Por ejemplo: uno de ellos se distinguió en la construcción de un puente. Otro se lanzó sin vacilar entre las llamas para salvar los bienes del Estado. Al recobrar el conocimiento en el  hospital, lo primero que preguntó fue ¿Cómo están los bienes del Estado?. Termina afirmando su determinación de participar a conciencia en la Revolución Educativa y en la crítica a Lin Piao y, naturalmente, solicita disculpas por sus errores. La muchacha siguiente centra su discurso en los que se muestran compasivos hacia Liu Shao-shi y Confucio. Ella visitó a sus abuelos y aprendió mucho de los campesinos, cuya brigada estaba inmersa en un movimiento de crítica al revisionismo. El campo ha cambiado en la nueva China. Termina proponiéndose cumplir la tarea de estudio que le ha dado el Partido, etc, etc.

La sesión es clausurada por un obrero del equipo de propaganda del pensamiento maotsetung que pone en guardia sobre la tendencia derechista que afirma que el nivel de los alumnos obreros, campesinos y soldados es bajo. La sesión muestra la falsedad de tales infundios. Los éxitos obtenidos en español, y en la excelente situación industrial, se deben al Partido y al Presidente Mao. Se impone la continua vigilancia para que el país no cambie de color y prosiga la línea en servicio del pueblo.

Las intervenciones son, en realidad, glosas de otras glosas, fotocopias seriadas en contenido y estructura. Los temas son siempre ejemplares y muestran un parentesco inmediato con las situaciones y los prototipos que se exhiben en la escena, la pantalla, que se estudian en los libros de texto y se leen en la prensa. Tanto los alumnos como el obrero, han reproducido con frecuencia el editorial del Diario del Pueblo y las consignas en circulación. La estructura de cada charla es también igual: figura como núcleo una experiencia ejemplar vivida en el campo de la producción en contacto con el pueblo, que sigue con vigor el movimiento de crítica Pi-Lin! Pi-Kon! y, como consecuencia, logra grandes éxitos a la par en el plano ideológico y en el laboral, gracias a la acertada línea política del Partido y del Presidente. El núcleo va precedido o, más corrientemente, seguido de la expresión de firmes y ejemplares propósitos y de excusas por los errores. El estilo consiste en engarzar clichés, produciendo así un texto sumamente impersonal dada la generalidad del contenido y los materiales empleados, con un tono pedagógico y moralista en el que no hay el más leve asomo de problemática y predominan las expresiones de deber y obligación.

El lao tong (trabajo manual) ocupa un importante espacio en un calendario escolar sumamente arbitrario, en el que las actividades académicas son continuamente interrumpidas por la imperativa liturgia de sesiones políticas diversas, desplazamientos a la fábrica textil cercana, construcción de refugios atómicos, limpieza del edificio y labores agrarias. Hay mucho de exorcismo y culto obrerista en este sistema basado en los ritos. Pedagógicamente son nefastos porque impiden toda planificación y rompen el ritmo de aprendizaje. En absoluto se aprovecha el lao tong para introducir, con las nuevas situaciones, nuevo vocabulario de español pero al menos los alumnos reciben con cierta alegría este paréntesis en el ritmo escolar. Por otra parte es de rigor mostrar absoluta disponibilidad e irreprimible gozo ante la perspectiva de cambiar el bolígrafo por la azada. Era peculiar, en este tema, el comportamiento de los profesores extranjeros, que habían emprendido, con el grupo de franceses maoístas a la cabeza, fiera lucha para lograr que se les integrase en tal actividad, invocando el internacionalismo proletario y procurando vencer a golpe de cita del Gran Líder la reticencia de las autoridades del instituto. La cooperante española no se queda atrás y disfruta de unas vacaciones en la fábrica textil, aleccionada por una amable obrera y admitida a la reunión política vespertina en la que se repetían (¿adivinará el lector?) las consignas de Lin Piao y Confucio y se incluían en la lista de grandes logros los treinta y dos tadzupaos escritos y el estudio, en los días y horas de descanso, de las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin y el Presidente Mao.

Las reuniones de la fábrica ofrecen una casi exacta semejanza con los discursos escuchados en los mítines del instituto. Siguen además el guión de los textos repartidos a los alumnos antes de ir a los talleres. La actividad incluye la visita a una familia obrera y la presentación de redacciones sobre la experiencia una vez terminado el periodo de trabajo. Éstas reflejan, invariablemente, admiración de los estudiantes respecto a los trabajadores, constataciónde su elevada conciencia de clase y de sus desvelos por la revolución mundial:

Fuimos a casa de una obrera que, aunque había sobrepasado la edad de la jubilación, continuaba trabajando. Nos dijo que antes de la Gran Revolución Cultural Proletaria no había diálogo estudiantes-obreros. Ahora sí.

 

Cuando entré en el taller tuve una impresión inolvidable. Los hilos venían de un lado a otro. Los obreros sonreían, las máquinas sonaban con armoniosa melodía…

La cooperante interrumpe a ese alumno para preguntarle en qué taller estaba él. En tejeduría-dice. Le explica que ella estaba en el de hilados y que las máquinas hacían un ruido muy molesto y no armoniosas melodías. Él responde que en su taller sí las hacían, y continúa:

Había obreros veteranos que trabajaban en el mismo taller desde hacía dieciocho años sin rotación y no les importaba pues daban todo su esfuerzo por hacer de China el país más avanzado del mundo. Una obrera de mi turno había sido novia-niña y obrera-niña. Ella nos contó su triste vida pasada, que era en realidad una crítica a Lin Piao.

Para el relato de sus experiencias los alumnos van tomando la palabra a indicación del profesor chino, que-por irónico que pueda parecer-les pide iniciativa e improvisación. En general cuesta gran trabajo arrancarles de su silencio; sobre todo las chicas son prácticamente inexpugnables en su timidez. La atmósfera es penosa por su espesa carga de estereotipo e inhibición. Cuando alguien habla los otros apenas escuchan y algunos dormitan sin disimulo sobre las mesas. Sus disertaciones son copias fieles de las que figuran en sus manuales y no hay en ellas ni el más leve planteamiento de problemas o dudas.

La guerra del lao tong merece una ampliación explicativa porque ilumina ciertas peculiaridades del sistema y por la decisiva incidencia que tuvo en la suerte de la cooperante, quien vio, con este incidente, coronado su ya de por sí azaroso periplo chino. El profesorado extranjero esperaba con regocijo ejercer su derecho de participación en las actividades de sus centros en igualdad con sus colegas y sus alumnos, esto según directivas de Chou En-lai, que, en el páramo del maoísmo acérrimo, representaba el papel de elemento abierto y liberal (lo cual debe traducirse por partidario de una dictadura con ligeros y estratégicos toques de adaptación al mundo y a las circunstancias.) La ultramontana dirección del Instituto Nº 2, cuando llegó el momento de que alumnos y profesores partieran hacia la fábrica textil para cumplir su periodo semestral de cinco semanas de trabajo, impidió a los cooperantes sumarse a ellos alegando endebles razones del preocupación por su comodidad, y sólo les permitió ir a los talleres dos tardes por semana. Naturalmente los profesores y alumnos chinos se inhibieron o dijeron desconocer el conflicto. No se olvide que las consignas sobre consultar a las amplias masas no pasan en general de ser pura demagogia. En aquellas lejanas tierras asiáticas, como en otras latitudes, se percibía con suma claridad el Reunión de pastores, oveja muerta. y se evitaba con extraordinaria destreza el contacto, e incluso la apariencia de percepción de la oveja dedicada al sacrificio. Las amplias masas estaban muy entrenadas en el quiebro, el desenfoque visual, la interferencia auditiva, vivían entre apariciones, incongruencias, desapariciones, despropósitos de tamaño monumental y negaciones de la evidencia palmaria, las ovejas estaban, se esfumaban, cambiaban de color y balaban de manera imprevista sin que nada mereciera observaciones no pedidas por las autoridades. Si la oveja era extranjera, pertenecía de pleno derecho a un terreno fronterizo con la mendaz y caliginosa existencia de los malvados genios.

En respuesta a la segregación ordenada por la dirección del instituto, la cooperante española se declaró en huelga. Durante una semana acudió a su casi vacío departamento con las obras de Mao bajo el brazo y se dedicó-para gran exasperación de los dirigentes-exclusivamente a estudiarlas. Explicó a las autoridades que seguía las directivas del Líder de que, en todo, la correcta visión política es lo más importante. Éstas no parecieron convencidas, insistieron en que los cooperantes estaban para ayudar a la edificación del socialismo y que lo harían mejor yendo sólo dos tardes por semana a la fábrica y dedicando el resto del tiempo a corregir textos. Su actitud es tachada de contraria al centralismo democrático. La cooperante contraataca: según la ideología del sistema, la elevación de su nivel político en la fábrica debería automáticamente elevar su nivel laboral en cantidad y calidad. Los dirigentes palidecen, no a causa del temor sino de la cólera, y miran con animosidad la pesada pila de obras completas del Gran Timonel (regalo inevitable de despedida de los colegas de Xian) que la profesora extranjera ha dispuesto como una barbacana sobre la mesa. La acusación de que responsables no estén siguiendo adecuadamente las consignas de Mao es como si les hubiesen mentado a la autora de sus días. El edificio sin actividad docente tiene a la vez la resonancia de lo hueco y el hermetismo gris de sus tristes muros de los que parece que nada va a salir jamás. No hay compañeros ni homólogos. La correctora, mujer del iluminado maoísta colombiano, reposa en sus aposentos del hotel a donde, tras asegurar su asentimiento a las autoridades en todo, se ha llevado algunos textos para glosarlos con su semianalfabetismo funcional. Los franceses, de profesión sus izquierdas, no consideran esta contradicción en el seno del proletariado digna de acción directa. La huelga de la profesora española es un punto en un despacho vacío al que rodean kilómetros y habitantes innumerables para los que no existe esa palabra. Es un acto surrealista-y piensa entrañablemente en Buñuel-pero no totalmente gratuito. Es un acto necesario, y será el gran lujo que, sobrepasando al antiguo jade y las pinturas en seda que no figuran en su equipaje, se llevará cuando se vaya.

Diez días más tarde, los cooperantes de los departamentos de francés y de alemán-ellos son varios y forman un grupo-por los mismos motivos decidieron al fin pasar a la reivindicación conjunta de trato igualitario respecto a sus colegas chinos, condición sin la cual presentarían la dimisión. La dirección hizo cuanto estuvo en su mano para impedir su estancia en la fábrica. Sólo tras múltiples maniobras, nada limpias, infructuosas, el subdirector permitió a los profesores extranjeros acudir a los talleres dos semanas seguidas.

Pasados algún tiempo de trabajo en el centro textil, la cooperante española fue convocada, mediante una llamada de teléfono a intempestivas horas de la noche, a una reunión con los directores de su sección. El instituto estaba vacío; algunos profesores continuaban en la fábrica. Se le hizo saber que se prescindía de sus servicios, alegando como razón oficial que ya había suficientes profesores chinos y que existían entre ella y los cuadros disparidades de opinión. Durante la discusión subsiguiente, la profesora U saca un cuaderno y, con la misma dulce modosidad con la que pedía correcciones de sus faltas de español y se sonrojaba al aceptar un regalo por sus segundas nupcias, lee frases que la profesora extranjera ha dicho en la intimidad de cualquier conversación y ella ha ido anotando cuidadosamente; las introduce con reverencia a efectos de glosa y apoyo de las afirmaciones de las autoridades y espera, con los ojos bajos y el cuaderno en el regazo, el momento oportuno para cada intervención. El auto de fe es un remedo, una diminuta maqueta de los métodos y del sistema, y visiblemente sabe a poco a los cuadros, cuya omnipotencia habitual limita la condición foránea del sujeto. La representación proporciona una edificante muestra de lo que deben de ser en tamaño natural las sesiones de crítica y discusión de masas, los métodos por los que se reduce a mínimos el espacio no vigilado. Para la construcción del archipiélago donde la libertad se reduce a briznas o está ausente la técnica tiene menos importancia de lo que Orwell pensara. Sobran pantallas, televisiones activas, grabaciones y altavoces. Basta con transformar a los individuos en reproductores y cámaras y recoger, en interminables reuniones de acusación múltiple, la cosecha de la fatiga, la vileza y el miedo.

La extranjera no se hace la menor ilusión sobre el efecto de las argumentaciones, pero le interesa mover hasta el final las piezas según las reglas a las que sabe pretenden atenerse sus interlocutores. Por último, pide se haga constar que esa partida se lleva a cabo contra su voluntad y que solicita que colegas y alumnos sean informados y den su opinión. Tal información jamás se llevó a cabo y nunca volvió a ver a sus alumnos.

Entre la fecha de la partida y la notificación discurrió un tiempo de no-persona, una estancia indefinida en el limbo con vagos intentos oficiales de salvar las apariencias entre los que se incluyó la visita a Shanghai, estrechamente vigilada por una profesora U que, además de intérprete, ejercía como espía honorario y restringía fotografías, paseos y actividades En el tren que lleva a ambas a Shanghai la extranjera le da un nuevo cuaderno para que no le falte material en que anotar lo que dice. En Pekín, una campana aislante cubre a la ex-cooperante y la aisla con el aura de los caídos en desgracia, de los alejados de los nuestros por el regular soplo de la purga. Nadie, de los escasos conocidos chinos, contesta al teléfono, nadie da señales de existencia de entre los profesores de Xian. Las relaciones se han ido podando y el irónicamente llamado Hotel de la Amistad adquiere de día en día el aspecto de una silenciosa pajarera en la que los espacios entre las aves se multiplican. El desdén oficial, la falta de los agasajos reglamentarios, de la cena de despedida, se supone una injuria que en sujetos sensibles a la semiología local debería producir daños morales insuperables. En la extranjera alimenta su vigoroso caudal de indignación y aguza los medios de que se vale para sacar el material escrito que considera valioso. La marcha al aeropuerto es un largo ejercicio de humillaciones, una sombra de las frías miserias que serían el lote inacabable de un ciudadano local. Cortesía y sonrisas han desaparecido, como la atención y las relaciones individuales. Algunos de los que fueran colegas se han transformado, junto con traductores, en auxiliares de la policía. Quedan registros innumerables, expolios de fotografías, escritos y regalos, la azafata que reclama a la última pasajera del avión y el fuselaje aplanado y descolorido por la luz pesada y mate del comienzo de la tarde.

 

La ausencia de Heródoto

En este punto me veo necesariamente obligado a manifestar una opinión que será mal acogida por la mayoría de la gente; pero, pese a ello, como, de hecho, me parece que es verdadera, no voy a soslayarla. (Heródoto. Historia. Libro VII)

 

Nosotros, personalmente, ya sabemos sin ningún género de dudas que el Medo cuenta con un potencial muy superior al nuestro, así que, desde luego, huelga que nos eches en cara esa inferioridad. Pero, pese a todo, prendados como estamos de la libertad, nos defenderemos como podamos. (Heródoto. Historia. Libro VIII)

 

Los documentos utilizados en las clases en China, las traducciones de reuniones y circulares, las retahílas de presentaciones de fábricas, relatos de obreros y glosas de directivas han sido recuperados por la cooperante gracias a quien los llevó consigo e introdujo en el correo al otro lado de la frontera. Ahora forman sobre la mesa una pila inocua de material secreto procedente del país en el que lo es todo, hasta la anodina lección sobre el uso de las preposiciones. Se esperaría al agitarlos microfilms y contraseñas de espías, y no la pobreza de las hojas cruzadas por una mecanografía con errores en la que el tiempo irá agrisando el azulado original. Pese a ser material raro en Occidente y a que hubieran sido sin duda juzgados dignos de aprecio en bastantes países, su destino será cobijarse entre las tapas de una tesis doctoral y desaparecer a partir de entonces, como una lata pasada de fecha, en las probables incineradoras de algún depósito universitario hispano.

El tiempo transcurrido les ha privado del carácter reservado y lejano, pero también los ha empujado hacia terrenos de otra Historia, la que permite perspectiva y vislumbra los territorios del futuro, tanto los que ella ansiaría como los que no desearía pisar, los que lucharía hasta la última mota en el reloj de arena por que jamás vean la luz, Oscuras zonas tan aparentemente inermes en su desfasado simplismo, en su caduca y burda representación del movimiento social. Hojea documentos y se dice que nada va a repetirse, pero que todo está sin embargo vivo, en una cadena de causas y semillas que, como las lenguas, no hace sino plasmar actos. Son ahora folios inocuos adelgazados y frágiles por el tiempo transcurrido. Pronto se animan, transmiten, y en ellos resalta, como una tinta de contraste, el vacío de las líneas no permitidas, del pensamiento anulado. La cooperante (el oficio imprimió carácter) los examina, compara, costea con ellos un archipiélago que no ha cesado nunca de cambiar de forma.

Y echa de menos a Heródoto. También a Tucídides. Ignora si el siglo XX del Imperio del Medio hubiera sido el que fue si, en la antigüedad, el emperador no hubiera decidido un día castrar al más grande de sus historiadores, el cual continuó luego su minucioso trabajo. La digresión carece sin duda de relevancia, pero hay un hueco perceptible de aquella libertad cara al moderno corazón que pierde el aire en que respira cuando se extirpa el derecho al recuerdo.

Los escritos chinos del 73 que la que fue cooperante maneja coinciden, como los comportamientos de los sujetos que los compusieron y leyeron, en el denominador común de una inhibición consciente e inconsciente llevada al extremo de anular tanto la memoria como la posibilidad de captación de la realidad, la cual quedaba mediatizada ex ovo por el contexto inhibidor. La Historia era hecha y rehecha continuamente según los criterios políticos del momento, los personajes aparecían y desaparecían de páginas y fotos, los sucesos saltaban en el tiempo o ingresaban en el limbo. Shaoshan, pueblo natal de Mao, y Yenan, sede del primer soviet, se ha convertido en el vasto museo del Gran Timonel, y ello ha implicado un activo cambio de fechas y recorte de documentos gráficos, de forma que todo el movimiento campesino, social y político proceda y se refiera a su sola persona, con pinceladas discretas de figurantes que fueron, en realidad líderes de igual o mayor antigüedad y gran importancia.. Los guías no lo ignoran, pero repiten sus textos sin vacilar. La infalibilidad del Presidente y del Partido obliga a continuos ejercicios de amnesia en los que, con la seriedad y rutina más naturales, se exige al individuo que exprese su convencimiento de hechos sucesivamente contradictorios, que ignore evidencias y afirme bien asentados conocimiento de verdades impuestas como tal el día anterior. Era recurso habitual en los mítines y documentos políticos mostrar en miembros excomulgados de la Directiva, como Lin-Piao o Liu Shao-shi, tendencias prenatales a la traición y revisionismo; para ello se coloreaban-de manera, a decir verdad, bastante burda-sus acciones y palabras por medio de frases fuera de contexto. En la aproximación a cualquier artículo no había ni sombra de metodología crítica y se ignoraban fecha, autor y fuentes. Cuando se hacía a colegas y estudiantes alguna observación sobre las contradicciones históricas o lógicas en las que estaban incurriendo no parecían comprender. Tras el leve descarrilamiento mental, repetían un argumento inconsistente ya citado y continuaban, como si la realidad y la lógica misma palidecieran y se eclipsaran ante la fuente de la que recibían información y directivas. Se trataba de la curiosa actitud respecto a la verdad que llamaba la atención de los profesores extranjeros. Uno relataba la sorpresa y desconcierto del estudiante a cuyo saludo matinal, en vez del habitual I’m fine, thank you; how are you? aprendido en la lección del día anterior, había respondido I’m tired out, comrade. No se trataba de un simple automatismo lingüístico, sino que reflejaba la general tendencia en el auditorio a suponer la corrección de todas las frases, tanto en gramática como en contenidos, y la paralela incapacidad para aventurarse en el humor, el juego o la fantasía.

Tales mecanismos reposaban sobre una estructura en la que el Bien era monopolizado por Mao Tse-tung y el Partido y el Mal por todos los demás no aquiescentes. De estos últimos se elegían símbolos de la negación pura, tanto más perversos cuanto más afines y, en tiempos, más cercanos compañeros del dirigente. El sistema era por demás utilitario, puesto que permitía cierta descarga periódica de errores, catástrofes y responsabilidades en un alter ego oportunamente demonizado hacia el que podía canalizarse el descontento popular. Como en los individuos, se abortaba igualmente en la sociedad, desde el Buró Político, el proceso lógico de análisis y crítica que hubiera debido llevar a la rebelión contra el monopolio del poder y sus jefes. Periódicamente el sistema de purgas proporcionaba como pasto algunas hornadas de burgueses, revisionistas y reaccionarios coronados por escogidos compañeros de armas del Presidente para los que se reservaban títulos de mayor rango: traidores a la Patria, agentes del imperialismo, espías de la URSS, de la CIA o de ambos, o servidores del Kuomingtang. Ni siquiera se juzgaron precisos procesos similares a los de Moscú, tal era el desdén, el control y el dominio del Gobierno chino respecto a la masa sobre la que se asentaba.

A la limitación temática correspondían otras espaciales y cronológicas; no se trataba sólo de marcar un recuadro en el espacio o en el tiempo. El empleo frecuente de párrafos sin ligazón directa con la vida cotidiana y la existencia individual, la abundancia de oraciones que son consignas, afirmaciones más o menos abstractas, imperativos morales, verdades inamovibles, instrucciones e informaciones de fuente ortodoxa, configuraban en el hablante un universo intemporal, u-tópico en el sentido originario de la palabra. La vida del pueblo es muy feliz. Todo eso se debe a la sabia dirección del Presidente Mao y del Partido. Debemos dedicar más energía en aras de la construcción socialista. El pueblo chino recuperará sin duda alguna Taiwan, territorio inalienable de China. Afirmamos que el pueblo camboyano vencerá., etc, llevan al estudiante una serie de mensajes cuya característica común es el principio de autoridad. En virtud de éste se conjugan dos factores sólo contradictorios en apariencia: la inmutabilidad del mundo y su extrema relatividad. Para juzgar esto bastaba ir siguiendo de año a año y de mes a mes las noticias y artículos de la prensa y publicaciones chinas, de los que eran fiel reflejo los textos usados para la enseñanza de lenguas extranjeras. Se veía entonces que, al no existir una realidad objetiva propiamente dicha, sino un sucedáneo creado, borrado y remodelado por el Gobierno, se producía el singular fenómeno de la ahistoricidad de los textos, la elaboración del pasado según las sucesivas directivas y consignas. De esa variabilidad participan a su vez el presente y el futuro, cuyas imágenes son mutables. Aquel material docente era prueba fiel de los mecanismos lingüísticos por los que un universo verbal reemplaza al real y lo anula con la fuerza que le otorga la autoridad de que dimana, los poderes de difusión del centro emisor de consignas y la ausencia de mensajes que pudieran competir con él.

Quizás convendría recordar que la práctica, de fuerte sabor medieval, de reescribir la Historia al son del poder del momento ha sido secular en ese país, con una rara e ininterrumpida persistencia, y se resumía en la consigna alabar o injuriar. El historiador, burócrata del funcionariado, marcaba, desde su coyuntura, la visión oficial adecuada respecto a las precedentes dinastías valiéndose del tradicional entramado de citas y tópicos que, en cada ocasión, debían servir para ensalzar al monarca de turno y ensombrecer a los pasados. En febrero de 1966 un grupo de intelectuales, barridos por la purga posterior, se aferraban en China, frente a las autoridades, a la defensa de la verdad objetiva:

Es absolutamente necesario mantener el principio según el cual la búsqueda de la verdad debe desarrollarse a partir de los hechos, así como el principio según el cual todos los hombres son iguales ante la verdad. Hay que persuadir con argumentos razonables, y no actuar como los tiranos académicos que deciden sobre todo sin debate y abusan de su autoridad para aplastar a sus adversarios. El maoísmo condena su postura: “Todos los hombres son iguales ante la verdad” es un slogan burgués. 1

En su artículo The Prevention of Literature Orwell aborda el problema de la libertad intelectual:

the dangerous proposition that freedom is undesirable and that intellectual honesty is a form of antisocial selfishness (…) The ennemies of intellectual liberty always try to present their case as a plea for discipline versus individualism (…) Freedom of the intellect means the freedom to report what one has seen, heard, and felt, and not to be obliged to fabricate imaginary facts and feelings. The familiar tirades against “escapism”, “individualism”, “romanticism” and so forth, are merely a forensic device, the aim of which is to make the perversion of history seem respectable.

(la peligrosa propuesta de que la libertad es indeseable y de que la honestidad intelectual es un tipo de egoísmo antisocial (…) Los enemigos de la libertad intelectual siempre tratan de presentar su caso como una defensa de disciplina versus individualismo (…) La libertad del intelecto significa la libertad de contar lo que se ha visto, oído y sentido, y no estar obligado a fabricar hechos y sentimientos imaginarios. Las diatribas habituales contra el “escapismo”, el “individualismo”, el “romanticismno”, etc, etc, son simplemente artilugios legalistas cuya finalidad es hacer que la perversión de la historia parezca algo respetable.-trad. de la aut.).

En 1984 el pasado es simplemente lo que el Partido quiere que sea. Los procedimientos del Gobierno chino, las fotografías claramente trucadas en las que incluso se ve el espacio gris de personajes eliminados del grupo, tienen, pese a darse en el último cuarto del siglo XX, un sabor paleólitico, burdo; sin embargo delatan una atmósfera de indiferencia e impunidad en la que no vale la pena detenerse en mayores sofisticaciones. El 11 de marzo de 1973, con motivo del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la República Popular y España, el Renmin Ripao (Diario del Pueblo) publicó un resumen de nuestra historia moderna. En él estaba ausente la muy citada carta de Mao Tse-tung en 1937 al pueblo español, en la que se mostraba seguro de la victoria del Frente Popular y, en su lugar, se decía:

En 1931 fue derribada la Monarquía y se estableció la República. En febrero de 1936 se estableció un gobierno de coalición con la participación del Frente Popular. En abril de 1939 el general Franco se hizo con el poder: en julio de 1947 España declaró que se transformaba en una Monarquía. La Jefatura del Estado y la Presidencia del Gobierno siguieron siendo ejercidas por el general Franco.

Tras el golpe de Estado en Chile y la muerte del Presidente electo, Salvador Allende, el tratamiento periodístico de noticias sobre el país consistió en alusiones ligerísimas o silencio. De modo semejante, naciones y sucesos eran presentados según dependencia estricta de las relaciones y expectativas del Gobierno chino respecto a ellos. Éstas podían cambiar con gran rapidez, y con la misma presteza debían hacerlo las mentes, a las que un mecanismo de instintiva conservación de la cordura dividía en compartimentos, de manera que el superior asintiera con convencimiento a las afirmaciones más dispares. Los libros escolares estaban concebidos, desde el nivel más infantil, para separar sucesos y personajes en dos grandes bloques: antes y después de la toma del poder por el Partido Comunista, a favor y en contra de sus directivas. La señalización imprescindible para el ejercicio de las facultades de comprensión y retención se efectúa, no por medio del habitual recurso a la secuencia lógica y lineal, sino que ésta es sustituida por la creación de bloques, arquetipos, dogmas, puntales ideológicos que sobrenadan en una oscuridad carente de límites y son el único refugio contra el vértigo de la completa desorientación. La forma de la narración está haciendo historia, en el hilo de su relato y en la trama misma de su forma, en los epítetos, eufemismos, sintagmas de elementos incompatibles hermanados por un discurso que poco a poco los fija, cristaliza y engloba en frases conativas destinadas a dar la única imagen histórica aceptable. En este sentido analiza probablemente Faye la introducción del adjetivo totalitario en la lengua italiana (discurso de Mussolini en el teatro Augusteo el 22 de junio de 1925) y su progresiva inclusión en la narrativa hasta que el concepto se convierte en presente aceptable y futuro deseado y programado como meta.[6]

La vecindad, la perspectiva del poder, la simple proximidad de privilegios, impulsan al control de las diversas facetas de la expresión lingüística. La crítica de estos lenguajes, de esta semántica y de esta historia se hace imposible con el monopolio de los medios de difusión, llega, en el Estado total, al subyugamiento absoluto, o quizás, de manera más angustiosa, a la marginal irrelevancia.

Las proposiciones enigmáticamente tachadas por Marx en el manuscrito de la “Ideología alemana” son más imperiosas que nunca: la historia puede “dividirse en historia de la naturaleza e historia de los hombres, pero” afirmaba la frase tachada, “no conocemos sino una sola ciencia: la ciencia de la historia.”[7]

El monopolio estatal chino de la expresión y las particularidades del país han llevado a ciertos comentadores occidentales a una especie de estructuralismo semántico extremadamente peligroso. Así como los maoístas se empeñaron en hacer de los chinos conejos de indias del Hombre Nuevo, ciertos estructuralistas, a base de relativismo semántico cultural, han hallado justificación a todas las sumisiones y manipulaciones. Las preguntas que se plantea el investigador y el viajero carecerían de pertinencia aplicadas a esas latitudes, la libertad no sería sino una particularidad histórica o geográfica europea cuya mención, aplicada al contexto de la R. P. China, no denotaría sino torpeza e ignorancia. El temor a la inexactitud, real, existente en la traducción de términos y textos se ha empleado abundantemente como excusa para eludir la crítica y adoptar la cómoda explicación de naturaleza china sui generis. Como tantos relativismos, el semántico sólo es aceptable si no se olvida que el monopolio del lenguaje ha venido perteneciendo en ese país a un Gobierno y a un sistema concretos y definidos.

Uno de los conejos de indias de aquella China tan cara a los observadores, un profesor de edad madura que apenas habla, entra en la habitación; aparta las telarañas del tiempo transcurrido, aparta las distancias y se sienta. Vuelta al último instituto de Pekín. Este Hombre Nuevo tiene pocas intenciones de serlo. Lleva allende la piel, lo mismo que en el cuerpo, el bagaje de las capas sucesivas de existencia, la pretensión a pequeñas felicidades cotidianas, la familiaridad, con el occidental, con cualquiera, de la manga manchada de tiza y de la forma de coger el cigarrillo. El recuerdo, en su claridad, es perfecto, carece de la duplicidad de los sentimientos y de los billetes falsos, su nitidez es total. Están solos en el despacho y la profesora extranjera le cuenta, en un lenguaje también empedrado de clichés y de tópicos, los proyectos que tiene para el curso próximo, cuán beneficiosa le será esta estancia cuando vuelva a su lugar de origen, su interés por China. Él sabe que ya habla a una ausente, que se ha decidido, en reuniones de las que ella no tiene noticia, fijarle fecha para que abandone el país y que esto es tan inapelable como la puesta del sol. La escucha y calla; tiene los hombros caídos y el pelo cortado en punta, espeso y entrecano. Ella se ha embarcado en el entusiasmo, las descripciones, la admiración, y entonces ve en su interlocutor silencioso y discreto un brillo curioso, furtivo, delatado por la luz lateral de la tarde que los dos reciben de la ventana abierta. Sin qué ni por qué a este hombre se le han empañado los ojos. Es un instante, una expresión, un gesto sin comentario. Sólo más tarde-la convocatoria, la precipitación de la partida, el registro, la escala, con pie todavía inseguro, en el aeropuerto de Atenas-sabrá el significado de un rasgo de conmoción mínimo que avistó la superficie de ese ordenado conjunto de acciones que era el hombre que tenía ante ella.

Las personas que, durante la estancia en China, fue encontrando tenían desde luego formas de comportamiento comunes. Se regían por una inhibición consciente e inconsciente que les permitía filtrar, según consignas e intereses, la realidad hasta insospechados extremos. Habían conservado de la sociedad tradicional la necesidad imperiosa de no perder la cara, mantener las apariencias, conservar cierta categoría a ojos de los demás. Eran herederos de jerarquías fosilizadas, de comportamientos asignados a cada lugar social; se trataba de un escalafón de funcionarios a las dimensiones de un país. El nuevo régimen lo sabía, y utilizaba con la sabiduría del experto en artes marciales el descrédito y la humillación. Las ocasiones de crítica eran incontables por la escasez del reducto de la vida privada. Su seguridad, su vida material, dependían estrechamente de la forma en que cada cual se mostrara en la recta línea, y la necesidad había desarrollado en ellos un virtuosismo en la expresión de la actitud conveniente. Caminaban, de forma casi física, por una cuadrícula interminable y diminuta, cuyas casillas negras-el mal-no sólo debían evitarse, sino que cumplía marcar el repudio hacia ellas en todas sus formas. El ballet de fidelidad ideológica que realizaban durante la Revolución Cultural, las danzas de las guarderías, las memorables óperas revolucionarias, son la final expresión plástica de esta exigencia. A cambio, en este juego de recriminación/recompensa, el sistema ofrecía grandes dosis de una seguridad nunca adquirida, siempre ligada a ejercicios cotidianos de adhesión. Eran escolares permanentes, alumnos del Gobierno sometidos a pruebas regulares, a la presentación de esos deberes orales y escritos en que consistían las reuniones de reflexión sobre consignas y los tadzupaos. La forma de escribir un diario constituía objeto de estudio desde la Enseñanza Primaria, y dice mucho del egoísmo y la pereza crítica de no pocos comentadores occidentales el hecho de que hayan presentado esas prácticas como una fuente de eterna juventud intelectual. La cooperante sabe los riesgos enormes que yacen bajo la aparente bondad de tópicos como la formación y revisión permanentes. Son el retén del dirigente puntilloso, la garantía de arbitrariedad y sumisiones, a ellos se encomienda la reproducción, y ampliación de todas las sensaciones inhibidoras, las inseguridades angustiosas, las abrumadoras dependencias de la infancia. Se arrebata al adulto su hogar psicológico, el espacio, el domicilio inviolable suyo, individual, al abrigo de revisiones continuas, se anula en él el sentido de la responsabilidad personal y queda anclado en el deforme remedo de la madurez que es la puerilidad forzosa.

The weakness of the child is that it starts with a blank sheet. It neither understands nor questions the society in which it lives, and because of its credulity other people can work upon it, infecting it with the sense of inferiority and the dread of offending, against mysterious, terrible laws…[8]

(La debilidad del niño es que comienza con una página en blanco. Ni comprende ni pone en tela de juicio la sociedad en la que vive, y, a causa de su credulidad, otros pueden influir en él infectándole con sentimientos de inferioridad y con el temor de quebrantar leyes misteriosas y terribles…-trad. de la aut. )

Los profesores reunían, quintaesenciados, todos los rasgos que de manera variable podían observarse en el ciudadano de a pie. El terreno de la cultura siempre es el más vulnerable, el sometido al bombardeo de apariencias, a la toma inmediata de la fachada, al escaparate de las exigencias más espurias y los más obscenos hartazgos de control. Sus reivindicaciones eran más patéticas porque se veían obligados, en una de las mil facetas del síndrome de Estocolmo, a exigir raciones dobladas de medicamentos antiburgueses, a reclamar reforma ideológica y transformación del pensamiento, a encontrar la presencia de la política, de los obreros y de las masas en la Enseñanza insuficiente y a pedir que los representantes del proletariado residieran en permanencia en los institutos. De su grado de sumisión daban idea las propuestas, en sus tadzupaos, de los alumnos. Éstos se quejaban de que no se les dedicara la más completa de las atenciones, de que no se los tratase con una disponibilidad que incluía ir a verles a sus dormitorios para charlar sobre sus problemas personales y completar su formación ideológica. El infeliz cuadro docente contraatacaba aludiendo a que sus orígenes burgueses les impedían educar a los estudiantes, pero no por ello éstos renunciaban a la confortable idea de disponer de un servicio veinticuatro horas, muy bien visto en general por la sociedad.

El pliego de quejas del alumnado, en universidad e institutos, solía coincidir. Los reproches venían, en buena medida, de los menos dotados para el estudio, que denunciaban la falta de igualdad en resultados, calificaciones y trato, abominaban de los exámenes y consideraban altamente reaccionarios el suspenso y la expulsión por bajo nivel en conocimientos y trabajo. La Revolución Cultural había difundido la consigna de que todos los alumnos debían progresar conjuntamente, por lo que el desmentido de la realidad académica y la capacidad intelectual se juzgaba una traición a la línea proletaria, que se agudizaba en el caso de que las malas notas recayesen en alumnos de origen obrero. También se consideraba deplorable servilismo confuciano la exigencia de que se trabajase para aprobar, en vez poner en primer lugar consideraciones sociopolíticas como el servicio al pueblo. Otro atentado a la igualdad consistía en el desdoblamiento de las clases en grupos según el nivel lingüístico de los alumnos, numerosas en el caso de nivel inferior, con un programa reducido y que duraban todo el año. Los estudiantes rechazaban ser incluidos en ellas, pedían la fragmentación en unidades de cuatro alumnos y querían disponer día y noche de un profesor que, con su labor continua, compensara las carencias más graves. En ningún caso se citaban el mérito o la inteligencia, sino un igualitarismo de Procusto que gozaba de tan numeroso asentimiento como extendido es el sentimiento de la envidia. En el hervor de sus movimientos y reivindicaciones, los estudiantes se beneficiaban a la vez de una libertad mayor y menor que sus profesores. Aún no podía acusárseles de lo que no habían sido, de lo que no habían hecho, y les cabía la indeterminación del futuro y la protección de un pasado vivido desde sus comienzos a la sombra del régimen, mostraban la energía ampliamente disponible de una joven generación. Pero aleteaban en un muy reducido espacio aunque se esforzaran en quemar en él irreprimibles anhelos; de ojos adentro, su albedrío era menor que el de los adultos porque en éstos quedaba un asomo de antiguos senderos, propios de otra geología, previos a la Nueva Época, y quedaba incluso un fino rastro de tristeza que a veces es el último reducto inviolado de la integridad personal.

La alimentación de su intelecto seguía la tónica de las generales líneas de la dieta. Que hayan sido considerados por el Gobierno documentos secretos los textos utilizados en las clases da idea de la megalomanía ocultista del régimen. Nunca habrá habido material de espionaje menos digno de atención, excepto si se utiliza como arma mortal, dado su extraordinario poder de aburrimiento. Y sin embargo fueron, en Occidente, piezas tan raras como la correspondencia de un antiguo rey o la transcripción de conversaciones delatoras, y hubo que sacarlos del país por medios dignos de más altas tareas y bajo la amenaza de riesgos de imposible cálculo. Hoy les queda un desteñido valor histórico con sabor a paleografía educativa y florilegio de pioneros. Fueron menú cotidiano, plato único de centenares de miles de personas, y vale por ello, quizás, la pena reproducir literalmente, faltas de ortografía y sintaxis incluidas, fragmentos de aquellas lecciones de español compuestas por profesores chinos para sus alumnos.

Ejemplos de uso de palabras:

Formular opiniones en una reunión sobre la Revolución Educativa.

No adoptamos ideas malas.

Formular una calurosa bienvenida a los amigos extranjeros.

Los huéspedes extranjeros nos formularon sus sentimientos amistosos.

Los jóvenes de la nueva China deben adoptar una firme posición en la lucha de clases.

Aceptar modestamente las críticas de sus compañeros.

Los niños adoptan buena educación.

El camarada aceptó mis opiniones y corrigió sus errores.

Ante los imperialistas y lacayos revisionistas adoptamos firmes medidas y luchamos hasta el fin.

Reeducar las ideas malas.

Adoptar opiniones correctas ajenas está bien.

Persistimos siempre en los principios de autoindependencia, autosostenimiento, autodecisión.

Hemos de persistir en estudiar.

Persistir en la revolución bajo la dictadura del proletariado es propio de comunistas verdaderos.

Es nuestro deber apoyar a los pueblos del Tercer Mundo que persisten en principios justos.

Persistimos en el internacionalismo proletario.

Persistir en los estudios de las obras de Marx, Engels, Lenin y el Presidente Mao es útil.

La lucha de clases persiste en el socialismo.

De acuerdo con la política de nuestro país, establecimos relaciones con Argentina.

El poder nace del fusil.

Bajo la dirección del Partido Comunista de China y del Presidente Mao los campesinos lograron, con su valentía y sabiduría, un gran triunfo armados con el pensamiento maotsetung.

El combatiente inmotal luchó heroicamente contra los enemigos.

(Instituto de Lenguas Extranjeras de Xian)

 

 

No importa que las palabras de los conductores sean ininteligibles para nosotros, porque comprendemos su sentido.

Hay que compensar la falta de capacidad con mayor trabajo.

Presentar nuestro trabajo como si fuera bueno en todos sus aspectos es contradecir los hechos.

Primero, orientarlos en su trabajo. Esto implica dejarlos desplegar su iniciativa en el trabajo para que se atrevan a asumir responsabilidades y, al mismo tiempo, darles indicaciones oportunas para que, a la luz de la línea política del Partido, puedan poner en pleno juego su espíritu creador.

Todas las ideas sin excepción llevan su sello de clase.

Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos.

Estudiaba sin cesar y por fin llegó a ser un gran escritor.

La profesión de abogado fue suprimida por la revolución por estimar que complica los problemas en vez de simplificarlos.

No debemos entrar en componendas con los imperialistas yanquis.

China se opone terminantemente a la división en el movimiento comunista internacional.

China ofrece ayudar a todos los marxistas leninistas que luchan incesantemente por su liberación.

Los revisionistas se oponen a la lucha armada como medio de tomar el poder.

La Unión Soviética, como un país europeo, no tiene nada que ver con los asuntos de Asia.

En los países capitalistas hay muchos buenos trabajadores que se ven obligados a pedir limosna por no tener trabajo.

Los niños pobres españoles andan descalzos y hambrientos por las calles, no tienen nada que comer.

Los profesores extranjeros deben dar consultas a los profesores chinos y clase de conversación a los alumnos y en nada mejor podemos utilizarlos.

(Instituto nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín)

 

 

Entre el material que se encontraba en la sección de español del Instituto nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín figuraban algunos volúmenes de citas del Presidente Mao seleccionadas por los profesores, a las que se mezclaban párrafos de artículos del Diario del Pueblo traducidos al español.

Estos volúmenes, compuestos en años anteriores, estaban sometidos por entonces a una labor de revisión ideológica, en busca de tendencias “limpiaoístas” que pudieran contenerse en ellos, y, por tanto, apartados de uso.

Representan, con notable pureza, el tipo de dieta literaria que durante un largo periodo había constituido el plato de base, por no decir único, de los centros de enseñanza y de los medios culturales.

La Gran Revolución Cultural Proletaria es, en esencia, una gran revolución política emprendida, en las condiciones del socialismo, por el proletariado contra la burguesía y todas las clases explotadoras; es la continuación de la prolongada lucha entre el Partido Comunista de China y las amplias masas populares revolucionarias bajo su dirección, por una parte, y los reaccionarios del Kuomingtang por la otra, es la continuación de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía.

Este asunto (la película de Wu Sun y otras obras) ha sido iniciado por dos “personas sin importancia”, en tanto que “los personajes importantes” generalmente no lo toman en cuenta o hasta lo obstaculizan, forman un frente único con escritores burgueses sobre la base de idealismo y son gustosos cautivos de la burguesía.

EN LO IDEOLÓGICO

Ocurrió así lo mismo cuando se proyectaron las películas “Historia íntima de la corte Ching” y la “Vida de Wu Sung”. Desde que fué exhibida en todo el país aún no se ha criticado ni repudiado la película “Historia íntima de la corte Ching”, calificada de patriótica aunque de hecho es un film de traición a la patria. La “Vida de Wu Sung” ha sido criticada pero, hasta ahora no se han extraído lecciones, y, lo que es más, se presenta la extraña situación en que se tolera el idealismo de Yu Ping-mo y se impiden los vigorosos artículos de crítica escritos por “personas sin importancia”. Esto merece toda nuestra atención.

Han dejado salir de sus guaridas a  todos los monstruos y demonios, que han saturado, durante muchos años, nuestros periódicos, la radiodifusión, revistas y libros, manuales, discursos, obras literarias, manuales, discursos, obras literarias y artísticas, películas, la ópera y el drama, los guyi (narraciones artísticas), artes plásticas, músicas, danzas, etc. Al hacer todo esto, no han abogado nunca por la necesidad de adoptar la dirección del proletariado ni de solicitar la ratificación de nadie. Esta comparación hace ver en qué posición se han ubicado lo autores del informe esquemático.

Los últimos 15 años han sido testigos de una aguda lucha de clases en el frente de la literatura y el arte, y la cuestión de quién vencerá a quién aún no se ha solucionado. Si el proletariado no ocupa las posiciones en la literatura y el arte,la burguesía lo hará. Esta lucha es inevitable. Se trata de una extremadamente amplia y profunda revolución socialista en el terreno ideológico. Si las cosas no se hacen bien, surgirá el revisionismo. Debemos mantener en alto la gran bandera roja del pensamiento de Mao Tse-tung y llevar inflexiblemente hasta el fin esta revolución.

En cada rama del saber puede haber muchas escuelas y tendencias: en el aspecto de la concepción del mundo, sin embargo, en la actualidad básicamente existen sólo dos escuelas, la proletaria y la burguesa. Es una u otra, la concepción proletaria del mundo o la burguesa.

Si se es un escritor o un artista burgués, no se encanalizará (sic) al proletariado sino a la burguesía y si se es un escritor o artista proletario no se encanalizará a la burguesía sino al proletariado y al pueblo trabajador: se debe ser lo uno o lo otro.

El blanco principal del movimiento actual son aquellos elementos del seno del Partido que ocupan puestos dirigentes y siguen el camino capitalista.

Denunciar por completo la posición reaccionaria burguesa de las llamadas “autoridades académicas” antipartido y antisocialistas, criticar y repudiar a fondo las ideas reaccionarias burguesas en los círculos académicos, educacionales, periódicos, (sic) literarios y artísticos y editoriales, y apoderarse de la dirección en estos dominios de la cultura. Para realizarlo, hay que, al mismo tiempo, criticar y repudiar a los que se han infiltrado en el Partido, el gobierno, el ejército y los diversos sectores culturales, y depurar a todos estos de dichos representantes burgueses o remover (sic) algunos de ellos de sus cargos.

Suprimir el “grupo de los cinco a cargo de la Revolución Cultural” y sus oficinas e instituir un nuevo grupo encargado de la Revolución Cultural, subordinado directamente al Comité del Buró Político.

El libro sobre autoeducación de los comunistas (se refiere al libro de Liu Shao-shi Cómo ser un buen comunista, cuyo título chino es Del perfeccionamiento de los comunistas) es engañosa charlatanería, está divorciado de la viva lucha de clases, de la revolución y de la lucha política. No habla en absoluto del problema del poder político como problema fundamental de la revolución, ni de la cuestión de la dictadura del proletariado. Proclama una teoría idealista de autoeducación y promueve sinuosamente el individualismo burgués y la obediencia servil.

ATREVERSE A LUCHAR, A HACER LA REVOLUCIÓN Y A VENCER

¿Van acaso a acobardarse los chinos ante las dificultades, cuando no temen ni a la muerte.?

 

Me parece enteramente posible producir algunas bombas atómicas y de hidrógeno en un plazo de diez años.

 

A fin de combatir la agresión imperialista debemos crear una poderosa marina.

 

De todo lo que existe en el mundo, lo más precioso es el hombre. Bajo la dirección del Partido Comunista, mientras existan hombres, se podrá realizar toda clase de milagros.

 

TENER CONFIANZA EN LAS MASAS Y APOYARNOS EN ELLAS

Hay que dejar que las masas se eduquen a sí mismas en este gran movimiento revolucionario y aprendan a distinguir entre lo justo y lo erróneo, entre la forma correcta de proceder y la incorrecta.

 

DEBEN HACER LA REVOLUCIÓN EN LA ENSEÑANZA

Acabar totalmente con la dominación de los intelectuales burgueses sobre nuestros centros docentes (pocas directivas concretas, exámenes, acortar estudios, concentrar asignaturas, etc).

 

REVOLUCIÓN CULTURAL

Tiene por objetivo hacer más revolucionaria la conciencia del hombre, lo que le permitirá conseguir más, más rápidos, mejores y más económicos resultados en todos los campos de nuestro trabajo.

 

 

Otros textos eran como sigue:

LA FÁBRICA DE MÁQUINAS ELÉCTRICAS DE GRAN VOLUMEN DE PEKÍN

Elaborado por los profesores chinos del Instituto nº2 de Lenguas Extranjeras de Pekín, tras visitar a los responsables de la fábrica y anotar los datos. Se destinaba a los alumnos de tercer año. Aunque en el programa figuraba como “base de conversación”, se trata de la presentación a los visitantes extranjeros de dichos talleres, que figuran en el habitual periplo del turismo socialista. Buena parte del texto se dedica a subrayar el papel de la Revolución Cultural, del Partido, del Presidente Mao y del Partido en el aumento y mejora de la producción, las relaciones con la universidad y escuelas técnicas, las condiciones de trabajo y las prestaciones sociales. Entre éstas últimas se incluye el dato de que la edad de jubilación es para los obreros los sesenta años, para las obreras los cincuenta y para las empleadas los cincuenta y cinco, con el setenta por ciento del salario. El texto concluye con el habitual epígono de modestas excusas sobre las carencias y petición de sugerencias.

(No ya sólo desde el punto lingüístico, sino también desde el sociológico, es interesante observar, según el contenido de estos textos, que las seguridades que el sistema ofrecía eran, en la vida laboral cotidiana, muy reales y en algunos casos han persistido. La empresa-ciertamente modelo, y como tal objeto de visitas foráneas- se encargaba de la fácil satisfacción de las necesidades inmediatas del trabajador, como guarderías, vivienda y servicios, y las condiciones del retiro eran-y son- más ventajosas que las europeas. Hasta el día de hoy -año 2001- la edad de jubilación en China para empleados públicos es, para las mujeres, los cincuenta y cinco años, excepto si su labor se considera de necesaria prolongación hasta los sesenta.)

 

TENEMOS AMIGOS EN TODO EL MUNDO

El Presidente Mao se entrevista con los camaradas Le Duan, Phan Van Kong y Le Thanh Nghi.

Calurosa bienvenida al Presidente Congoleño Marien Ngouabi en Pekín

Comunicado conjunto sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la República Popular China y los Estados Unidos Mexicanos.

Grandiosa recepción en honor de los huéspedes invitados al Torneo-Invitación de Tenis de Mesa de AAA..

Se trata, en todos los casos, de textos tomados de las hojas de Pekín Informa o el Diario del Pueblo en su versión española y páginas dedicadas a recepción de huéspedes extranjeros. Todos ellos abundan en los mismos efusivos clichés (atmósfera plena de sentimientos fraternales, fuertes apretones de manos, abrazos, calurosa bienvenida, conversación muy cordial, cálidos saludos, alegrías, penas y triunfos compartidos, alegres clamores brindados por las masas, atmósfera jubilosa de amistad, desbordante entusiasmo, efusivo encuentro, entusiastas aplausos y ovaciones del numeroso público, grandiosa recepción, salva de calurosos aplausos, unidad, cooperación, amistad, igualdad. Sigue un glosario, notas de gramática y ejercicios.

El último texto citado pertenece a la llamada “diplomacia del ping-pong” e incluye párrafos particularmente expresivos: Durante el transcurso de la recepción. se oían sin cesar los alegres acordes musicales de “La flor de la amistad se abre lozanamente” y “La amistad se extiende por el mundo entero.” Los deportistas, con sus vestimentas nacionales de gran colorido, se movieron de mesa en mesa para brindar y saludarse mutuamente. En todo el salón, lleno de júbilo, reinaba una emotiva atmósfera de amistad y unidad entre los pueblos de los tres continentes.

 

Textos utilizados para traducción directa, del chino al español:

La delegación del Partido y el Gobierno de Vietnam termina su visita a China.

Bienvenida a la Delegación Militar de Amistad de Albania.

Hablan los amigos extranjeros del Torneo-Invitación Amistoso de Tenis de Mesa AAA

 

Un ejercicio de uso de formas verbales, dadas entre paréntesis en infinitivo, se basa en la siguiente historia: En 1955 el Presidente Mao habla con soldados que vuelven del campo, revisa él mismo con cuidado sus informes, corrige amable y cuidadosamente sus faltas de ortografía y redacción y les anima a que sigan clases nocturnas; se ocupa luego de la creación de escuelas especiales para este fin. Los soldados que antes eran incapaces de expresarse adquieren, con el paso del tiempo, un alto nivel y algunos componen poesías.

La presencia de clichés sociopolíticos en las frases modelo de uso de palabras era variable y podía oscilar, por ejemplo, entre un sesenta y cinco y un treinta por ciento, dejando para las demás usos más simples y cotidianos. Dentro de éstas últimas pueden citarse:

Ej. del verbo RECUPERAR

El pueblo chino recuperará sin duda alguna Taiwan, territorio inalienable de China.

Con la “Revolución de Enero” de 1967 se estableció el Comité Revolucionario Municipal de Shanghai despaés (sic) de recuperar, de abajo a arriba, el poder usurpado por los dirigentes seguidores del camino capitalista de esta ciudad.

Después de 1949 el pueblo chino recuperó los (sic) aduanas ocupadas por el imperialismo.

Ej. del verbo DEPENDER

La navegación en los mares depende del timonel; hacer la revolución depende del pensamiento Mao Tse-tung.

Esperamos obtener ayuda extranjera, pero no debemos depender de ella.

La transición de la nueva democracia al socialismo depende principalmente de la alianza de la clase obrera con la clase campesina.

Ej. Ej. de AUMENTAR EN……….Y %

En 1949 China tenía 117 mil estudiantes de los centros de enseñanza superior; en 1958 el número de estudiantes universitavos (sic) llegó a 660 mil, es decir, aumentó en 4,7 en comparación con 1949.

Según datos comprobados, en 1958, el valor global de la producción industrial aumentó en el 66 por ciento en comparación con 1957.

Hay que añadir que los ejemplos que se prestan a la inclusión de números, datos, comparaciones y porcentajes son especialmente erráticos y reflejan la indiferencia de los autores respecto a la veracidad de los contenidos, que manifiestamente no iban a ser puestos por nadie en tela de juicio. Seguían presentándose épocas económicamente catastróficas como éxitos que se adornaban de imposibles guarismos. Es el caso del último ejemplo citado, que pertenece al Gran Salto Adelante. con sus colectivizaciones forzosas, su proliferación de hornos de inútil fundición de metal y sus hambrunas, expresados sin embargo con un 66 % de aumento de la producción industrial. La lluvia de falsos datos, a través de ejemplos numéricos, oscilaba siempre entre los incrementos constantes de todos los aspectos de la economía y servicios chinos y los conflictos y retrocesos de las otras (devaluación del dólar, pérdidas de libras esterlinas).

Las referencias al mundo exterior omitían cualquier aspecto concreto de la geografía, ciudades y hábitos de otros países, reduciéndose al mapa ideológico oficial:

El pueblo sudcoreano no goza de la libertad de palabra.

Es de notar que en los países capitalistas no existe la democracia verdadera.

Afirmamos que el pueblo camboyano vencerá.

Las cifras arriba mencionadas prueban que la economía nacional de Albania ha logrado un gran desarrollo en los últimos diez años.

Marx predijo que el comunismo se hará realidad en todo el mundo.

China cada día amplía sus relaciones con otroz (sic) países.

El socialimperialismo soviético intentó ampliar sus influencias en los países del tercer mundo

El fracaso de la guerra de los Seis Días se debió a que el revisionismo soviético vendieron (sic) a los pueblos árabes.

En tres años el pueblo argelino ha recorrido una larga vía en el desarrollo nacional.

El contraste y alternancia no son casuales. En las últimas frases la ampliación de la presencia de la diplomacia china en el exterior se hace seguir de la observación sobre las aviesas intenciones del expansionismo soviético y se completa con un ejemplo de éste.

Figura en esta lección un texto dialogado: DEL PARAÍSO DE LOS AVENTUREROS A LA GRAN CIUDAD SOCIALISTA.

B-¿De qué trata este texto?.

A-Lo principal es que describe los cambios que ha experimentado Shanghai después de la liberación. Lo que cuenta el texto nos atrae tanto que lo hemos leído 3 veces.

B-Eso sí, pero no solamente Shanghai, sino también las otras ciudades de China. Precisamente acabo de terminar de leer un artículo llamado “Nuevo aspecto de una antigua ciudad”.

A-¿A qué ciudad se refiere usted?.

B-A la ciudad Jefei, capital de la provincia de Anjui, es una ciudad con dos mil años de historia, situada en la parte este de China, entre los ríos Yangtsé y Juai.

A-¿También se ha hecho una comparación de lo de ahora con lo de antes?.

B-¡Cómo no!. Sin la comparación dificilmente (sic) se logra distinguir entre las cosas buenas y las malas.

A-Afirmo que la ciudad Jefei se hallaba en un estado muy miserable como Shanghai antes de la liberación.

B-Cierto. Antes de la liberación Jefei estuvo bajo la dominación de las clases feudales y de la camarilla de Chiang Kai-shek, presentaba un aspecto muy triste y frío; casas bajas y desarregladas, calles estechas (sic) y sucias, por las cuales vagaban mendigando muchas personas.

(…)

El texto continúa varias páginas, en el mismo tono de enumeración de logros urbanísticos, económicos, sociales. Los felices habitantes manifiestan que antes vivían en el infierno y ahora viven en el paraíso. El diálogo finaliza con los párrafos siguientes:

A-Sí, ahora la vida del pueblo es muy feliz. Todo eso se debe a la sabia dirección del Presidente Mao y del Partido. Pero debemos saber que nuestro país aún es una (sic) país relativamente atrasado en la economía. Por lo tanto debemos dedicar más energía en aras de la construcción socialista.

B-Tienes razón. Esta charla ha sido muy provechosa para nuestro conocimiento y estudio.

 

La densidad de frases de contenido político en las listas de modelos de uso de vocabulario aumenta a partir de las primeras lecciones del manual.

Ej. de RECORRER

El Presidente Mao recorrió todo el país.

Durante la Gran Marcha el Ejército Rojo recorrió 25.000 li ( 1 li = 500 m. ).

Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo.

Ej de ESTAR ALERTA

El pueblo chino siempre está alerta para defender la patria.

El socialimperialismo intenta por todos los medios desatar una nueva guerra, por eso tenemos que estar alerta.

(consciente o inconscientemente, se está siguiendo de nuevo aquí el método de hacer seguir el ejemplo positivo de China de su contrapartida antagónica.)

Los centinelas siempre estaban alerta para que nadie se acercara al depósito de armamentos.

José siempre está alerta contra los espías del gobierno reaccionario.

 

Ej de PONERSE AL ALCANCE

El jefe guerrillero dió la orden de no disparar hasta que el enemigo se pusiera al alcance de nuestros fusiles.

Tomás amenazaba con dar una lección al capataz si se ponía a su alcance.

Antes de retirarse de la montaña Pablo quemó todos los documentos del Partido para que no pusieran (sic) al alcance de los enemigos.

 

Ej. de DESCUIDARSE

No debemos descuidar la vigilancia revolucionaria, porque los enemigos de clase siempre intentan restaurar el capitalismo en China.

No debemos descuidar la atención al estudio político.

 

Ej. de ESCAPARSE

Con la ayuda de los guerrilleros Pablo escapó de la cárcel.

Como los guerrilleros se descuidaron un poco, se escaparon tres prisioneros.

En la batalla 56 soldados enemigos huyeron, pero 40 de los cuales (sic) no lograron escaparse del cerco del Ejército Popular de Liberación y cayeron prisioneros.

Aunque este terrateniente huyó, no escapará al castigo del pueblo.

 

Ej de IMPEDIR

Los soldados del Ejército Rojo tomaron rápido la aldea y así que (sic) impidieron el ataque de los enemigos.

El gobierno reaccionario impide la reunión de más de tres personas.

Las calumnias y ataques del revisionismo soviético no puede (sic) impedir nuestra marcha.

El revisionismo soviético siempre impide que los pueblos árabes liberen sus territorios ocupados por Israel.

 

Ej. de EMPRENDER

En octubre de 1934 el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos rompió el cerco de Chiang Kai-shek y emprendió la Gran Marcha.

En 1957 se emprendió la campaña contra los derechistas.

 

Ej. de MENCIONAR

En su artúculo (sic) Juan mencionó varias citas del Presidente Mao.

En su conferencia el profesor japonés mencionó muchas palabras de Confucio para comprobar que éste era un pregonero de la esclavitud.

 

Ej. de REINAR

Reinó una gran unidad en el X Congreso Nacional del Partido Comunista de China.

Reinó una atmósfera cordial y fraternal en el fanquete (sic) ofrecido por el ministro de Relaciones Exteriores en honor de la delegación coreana.

 

Los ejemplos de uso de palabras oscilaban entre dos y seis frases. Aparte de las netamente políticas, muchas eran de contenido moral, ejemplos de buena conducta:

Todos los días Juan se acostaba lo más tarde que podía para trabajar más.

Juan siempre concurre a las asambleas de su sindicato y a menudo se acuesta a altas horas de la noche.

Ver en la redacción de todas y cada una de las frases una intención manipuladora es estimar los métodos del archipiélago a la vez en menos y en más de lo que valen. La cultura, formación e información no eran, en buena parte de los casos, mucho mayores en los encargados de la tarea que en los destinatarios, las cuartillas habían pasado por innumerables manos y filtros y reflejaban a la vez la limitación de las fuentes y el automatismo de las conductas. El lector occidental las ojea con cierta presuposición de que se trata tan sólo de un puñado de lecciones, de un manual entre los muchos que circulaban. Ése es su error. La muestra es banal y escalofriante por su generalización, por su monopolio de mensajes, canal, contexto y escritura. Su misma reiteración produce un efecto rítmico que, sin llegar a tranquilizar, disuelve alarma y reticencias en la aceptación forzosa de lo previsible, en la simplicidad del hábito y de peculiares convenciones sociales.

El largo texto LLEVAR HASTA EL FIN LA LUCHA DE CRÍTICA A LIN PIAO Y A CONFUCIO fue distribuido a los alumnos de segundo curso de español como material de lectura fuera del horario lectivo y había sido tomado por los profesores chinos del boletín en castellano de la Agencia China de Noticias Sinjua. Este tipo de literatura-por así llamarla- reemplazaba a los escasos, expurgados y conflictivos cuentos y novelas y presentaba el atractivo insuperable de su irrebatible ortodoxia emanada de fuente oficial.

Pese a su evidente pastosidad ritual y a su extensión, es de tal manera exponente de su categoría que tal vez resulta provechosa la reproducción in extenso.

El encabezamiento: incluye la referencia de fecha y origen-2 de febrero de 1974-y la afirmación de que se trata del texto íntegro:

Iniciada y dirigida personalmente por nuestro gran líder el Presidente Mao, está desplegándose en todos los frentes una lucha política de masas tendiente a profundizar la crítica a Lin Piao y a Confucio.

Los reaccionarios chinos así como los reaccionarios extranjeros y los cabecillas de las líneas oportunistas a través de la historia, todos ellos rinden culto a Confucio. Desde hace medio siglo, al mismo tiempo que ha guiado la revolución china y luchado contra los reaccionarios de dentro y fuera del país y contra las líneas oportunistas, el Presidente Mao ha criticado reiteradamente el confucianismo y las ideas reaccionarias de culto a Confucio en oposición a los partidarios del gobierno mediante la Ley. Lin Piao, arribista burgués, intrigante, elemento de doble faz, renegado y vendepatria, es un verdadero discípulo de Confucio. Él, al igual que todos los reaccionarios moribundos del pasado, rindió culto a Confucio en oposición a los partidarios del gobierno mediante la ley, atacó al emperador Chin Shijueng y tomó la doctrina de Confucio y Mencio como un arma ideológica reaccionaria al servicio de su maguinación (sic) para usurpar la dirección del partido, arrebatar el poder del estado y restaurar el capitalismo. Sólo criticando la doctrina de Confucio y Mencio propugnada por Lin Piao, se podrá hacer una crítica aun más profunda y cabal de la esencia ultraderechista de la línea revisionista contrarrevolucionaria de Lin Piao. Esto tiene una gran importancia práctica y una honda significación histórica para fortalecer la educación en cuanto a la línea ideológica y política, a seguir firmemente y aplicar de manera cabal la línea revolucionaria del Presidente consolidar y desarrollar los ricos frutos de la gran revolución cultural proletaria, consolidar la dictadura del proletariado y prevenir la restauración del capitalismo.

Lin Piao, este embaucador político que no leía libros, periódicos ni documentos, era un gran déspota del partido, un gran caudillo militar que no poseía ningún conocimiento. Ocultó (sic) en madrigueras que no soportaban la luz del día, en medio de sus fanáticos secuaces e incluso públicamente, propalaba con vehemencia la doctrina de Confucio y Mencio. Fragmentos de esa doctrina también los dejó escritos en paredes o los anotó en su diario a guisa de “máximas”. ¿Por qué pregonaba dicha doctrina con tal fanatismo? porque se trata de una doctrina que aboga por la restauración de viejos regímenes sociales. Pertenecientes a un mismo sistema ideológico reaccionario, tanto Lin Piao como Confucio y Mencio pretendían restablecer viejos regímenes sociales con el fin de dar marcha atrás a la historia.

Confucio y Mencio formularon el reaccionario programa de “practicar la continencia y retornar a los ritos”, programa destinado a restaurar el régimen esclavista. Proclamaban que “Si un día se logra practicar la continencia y retornar a los ritos, todos los hombres se somenterán (sic) a la benevolencia”, es decir, una vez realizado esto, todo el mundo se sometería dócilmente a su dominación. Posteriormente al Noveno Congreso Nacional del Partido Comunista de China, Lin Piao pregonó en varias ocasiones “de los miles de asuntos, el más importante es el de practicar la continencia y retornar a los ritos”. Esto revela plenamente su impaciente ambición de subvertir la dictadura del proletariado, considerando la restaunación (sic) del capitalismo como el más importante asunto.

Confucio y Mencio sostenían que algunas personas “poseen conocimientos innatos”. Preguntaron presuntuosamente: “¿Si se quiere que en la tierra reine tranquilidad y orden, quién más en el mundo de hoy, fuera de mí, puede hacer esto realidad?.”

Lin Piao se servía de la reaccionaria teoría del “genio innato” como programa teórico antipartido. Se equiparaba a sí mismo con el caballo celestial, se consideraba el más noble de los hombres y un ser sobrenatural y clamaba: “el caballo celestial corre al galope por el firmamento, solo y sin rival”, conspirando para usurpar la direccion del partido y arrebatar el poder con el propósito de establecer un régimen dictatorial.

Confucio y Mencio pregonaban: “los nobles nacen inteligentes y los de abajo estúpidos, esto no puede ser cambiado”. Al preconizar esta concepción idealista de la historia, Lin Piao vilipendiaba a los trabajadores afirmando que éstos acostumbraban decir a los otros: “que consiga mucho dinero” y que únicamente prensaban en cosas como “aceite, sal, salsa, vinagre y leña”.

Confucio y Mencio propugnaron “la virtud, la benevolencia y la justicia”, y “la lealtad e indulgencia”. Lin Piao vociferó: “el que se basa en la virtud prosperará, mientras que el que recurre a la violencia perecerá”. Utilizó sentencias confucianas para atacar con perversidad la violencia revolucionaria y la dictadura del proletariado.

Confucio y Mencio pregonaron “la doctrina del justo medio”, Lin Piao gritó a voz en cuello (sic) que la doctrina del justo medio era “razonable”, oponiéndose a la filosofía marxista de la lucha y lanzó la calumnia de que la lucha antirrevisionista había sobre pasado (sic) los límites en un intento de capitular ante el revisionismo soviético y convertir a nuestro país en una colonia del social imperialismo soviético.

Confucio y Mencio abogaron por la filosofía de la vida de “recogerse para luego extenderse”. Lin Piao dijo que “me veo obligado a anidar temporalmente en la guarida del tigre” y «ya puedo usar hábilmente la táctica de cambiar según las circunstancias”. Con estas declaraciones confesó involuntariamente que era un arribista y conspirador burgués anidando a nuestro lado y que recurría a la misma táctica con que juegan los elementos contrarrevolucionarios de doble faz.

Confucio y Mencio pregonaron el absurdo de que “quienes trabajan con la mente están llamados a gobernar, mientras que los que trabajan con las manos deben ser gobernados”. Lin Piao atacó el camino del siete de mayo” diciendo calumniosamente que “el envío de cuadros a trabajar en las escuelas “siete de mayo” es una forma velada de desempleo”, y que el envío de jóvenes instruidos a establecerse en el campo “es una forma velada de corrección mediante trabajos forzados” en un vano intento de torpedear el gran plan estratégico del Presidente Mao enderezado a combatir y prevenir el revisionismo y preparar continuadores de la causa revolucionaria del proletariado.

Los discípulos de Confucio y Mencio sostenían: “deben ser abolidas las cien escuelas prar (sic) rendir culto única y exclusivamente al confucianismo.” Abrigando el sueño de establecer la dinastía hereditaria de los Lin, Lin Piao enseñó a sus hijos que había que venerar a Confucio y estudiar los cánones confucianos, y, como un punto de educación para su hijo, transcribió para él la experiencia de gobernante que el rey Wen de la dinastía Chou, cabecilla de los esclavistas, transmitió en su lecho de muerte a su hijo, el rey Wu.

Todo esto demuestra que la crítica a Confucio es realmente una parte importante de la crítica a Lin Piao y que va dirigida a arrancar la antigua raíz revisionista de Lin Piao y a criticar todavía más a fondo a éste. La crítica a Lin Piao y a Confucio es una seria lucha de clases que actualmente se desarrolla en nuestro país, es una revolución cabal en el terreno ideológico, significa declarar la guerra al feudalismo, al capitalismo y al revisionismo, constituye un duro golpe al imperialismo, el revisionismo y la reacción, y es el asunto de mayor importancia para todo el partido, el ejército y el pueblo de China.

Adoptar una actitud activa o pasiva en al crítica a Lin Piao y a Confucio, importante problema de principio, tiene el significado de una prueba para cada uno de los dirigentes. La filosofía del Partido Comunista es la filosofía de la lucha. Para continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado, tenemos que llevar hasta el fin la lucha de crítica a Lin Piao y a Confucio. Luchando se avanza y dejando de luchar, se retrocede, se fracasa y se cae en el revisionismo. Los que trabajan en la esfera militar deben estudiar la cultura y los que trabajan en la base económica deben comprender los problemas de la superestructura. La cuestión esencial reside en criticar o abstenerse de criticar. Los que se deciden a criticar podrán liberarse ideológicamente, erradicar las supersticiones y avanzar, desafiando las dificultades.

Los dirigentes a todos los niveles deben colocarse a la vanguardia de la lucha y discutir y aprehender la crítica a Lin Piao y al Confucio como asunto de importancia primordial. Deben estudiar a conciencia el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung y una serie de obras e instrucciones del Presidente Mao sobre la crítica a Lin Piao y a Confucio, y avanzar a la cabeza de la crítica. Tienen que movilizar a las masas para que comprendan los argumentos reaccionarios de Confucio y Mencio con los absurdos reaccionarios y crímenes contrarrevolucionarios de Lin Piao y para que los critiquen punto por punto. Deben relacionar esta crítica con la actual lucha de clases y lucha entre las dos líneas, persistir en la revolución y oponerse a todo lo que signifique retroceso, asumir una correcta actitud hacia la Gran Revolución Cultural Proletaria y apoyar con pleno entusiasmo las nuevas cosas socialistas. Deben penetrar en la base para hacer experimentaciones en unidades piloto, formar nuevas fuerzas vertebrales y prestar atención a los ejemplos típicos. Deben estudiar constantemente las nuevas técnicas que surjan en la crítica a Lin Piao y a Confucio y diferenciar rigurosamente los dos tipos de contradicciones de distinta naturaleza y, en particular, tratar de manera acertada las contradicciones en el seno del pueblo a fin de atenerse firmemente a la orientación fundamental de la lucha.

Las grandes masas de obreros, campesinos y soldados constituyen la fuerza principal en la crítica a Lin Piao y a Confucio. Armados con el Pensamiento Mao Tse-tung, ellos son los más valientes en atreverse a romper con los viejos conceptos tradicionales, y los más expertos en la crítica a Lin Piao y a Confucio. “Confucio quería retornar a los ritos mientras que Lin Piao pretendía restaurar el capitalismo. No hay ninguna diferencia entre uno y otro.” que certero es este análisis exclamación (sic) , los obreros, campesinos y soldados han puesto el dedo en la llaga de Lin Piao en su pregón de la doctrina de Confucio y Mencio. La crítica a Lin Piao y Confucio se realizará a fondo siempre y cuando los obreros, campesinos y soldados tomen parte en ella. Los cuadros e intelectuales revolucionarios deben participar activamente en esta lucha y esforzarse por transformar su concepción del mundo. Aquellos intelectuales que fueron envenenados más hondamente por el confucianismo tiene que autoeducarse en esta lucha y es seguro que los progresos que hagan serán aplaudidos por los obreros, campesinos y soldados.

“No me importa que el viento sople y la ola golpee: es mejor que dar vueltas ociosas en un patio”. Debemos fomentar el espíritu revolucionario de ir contra la corriente, avanzar desafiando la tempestad y, bajo la dirección del Comité Central del Partido encabezado por el Presidente Mao, llevar hasta el fin la lucha de crítica a Lin Piao y a Confucio.

El artículo precisa de pocos comentarios. Es un tejido verbal tupido e impermeable, reforzado por reiteraciones, letanías y epítetos constantes que le dan cierto aire, a contrario, de epopeya, un insistente, y desafinado, canto a las fuerzas del mal que no deja ni el menor resquicio a los supuestos debates y discusiones que afirma impulsar. Se trata de una partitura pródigamente repartida al extenso coro. Ni crítica, ni opiniones ni, por descontado, ir a contracorriente tienen el menor parecido con lo que comúnmente se entiende por tales términos; éstos han sido reducidos a una cáscara verbal que recubre el vacío o sus simples contrarios ligados a la sumisión. El recurso a la metáfora histórica, bastante común en los usos chinos, permite el ataque por personajes interpuestos. Así el emperador que unifica el Imperio del Medio, Shi Huang-ti, es un protomao al que la villanía de funcionarios y filósofos osa contradecir. De hecho, la Historia es una reproducción ilimitada de limitados tipos situados en los extremos positivo y negativo del espectro. Lin está acorazado por una permanente alambrada de improperios que asegura la señalización para el lector y la fidelidad ortodoxa del periodista. Las conclusiones y relaciones causa-efecto en citas, ejemplos y datos son de una tal gratuidad que sólo pueden interpretarse como pruebas obvias de la extirpación de todo asomo de libertad de raciocinio y se engarzan sobre la base de interpretaciones y glosas sin más argumento que la fidelidad a la revelación interpretada por el Líder.

Es oportuno resaltar que a este tipo de textos, entre otros, se refiere la sumisa corriente occidental del estructuralismo semántico cuando, en sus comentarios sobre el sistema de la R. P. China, se refugia con ejemplar modestia en la imposibilidad de aplicar a los súbditos del régimen de Pekín términos de contenido tan diverso según las latitudes como libertad y razonamiento. Basta para rebatir tan cómodo recurso al relativismo la simple observación de artículos sobre China como Así se apoderó Estados Unidos del Canal de Panamá y El puente sobre el río Yangtsé, aparecidos en la revista cubana Granma y en Siempre. Su ortodoxia maoísta y su semejanza con los de Pekín Informa eran tales que el profesorado chino no tuvo problema alguno para emplearlos. Su lectura revela que, por encima de los miles de kilómetros que median entre Hispanoamérica y el corazón de Asia y más allá de etnias, civilizaciones, historia y lengua, sistema político y régimen resultan determinantes y son perfectamente capaces de crear lenguajes, hechos y mentes a su imagen y semejanza. La consanguinidad cultural del archipiélago que nos ocupa, de Albania a Corea del Norte y de la R. P. China a grupos y países de ideología afín, ofrece en fondo y forma, cambiados los topónimos, no ya un paralelo, sino prácticamente un calco multiplicado por la fuerza coactiva y excluyente de las directivas que lo producen.

El texto de base para una lección de segundo curso CANAL BANDERA ROJA: AMPLIAS PERSPECTIVAS fue tomado probablemente por los profesores de las publicaciones en español Pekín Informa o China Reconstruye. El tema es un clásico de la propaganda oficial: la construcción de un canal en Linsien, que se presenta como ejemplo de la capacidad de las masas y se cita a todos los visitantes extranjeros. Existía también una película sobre el tema. Las grandes obras públicas constituyen, con el anonimato y proliferación de sus actores, el ritmo de epopeya y la ausencia de individualidad, género especialmente adecuado para la literatura y estética del régimen.

Antes de la instauración del Poder Popular, Linsien, igual que toda China, se hallaba en la miseria. Los linsieneses decían que era zona de “cuatro pobrezas”: pobreza en las montañas, en el suelo, en fuentes de agua y naturalmente en la gente. Pero el peor de los males que debía soportar la población distrital (sic) y que unían a todo el pueblo oprimido de China, eran aquellas “tres montañas” que pesaban sobre él: la dominación imperialista, el feudalismo y el capitalismo burocrático. Eran éstas la causa de base.

Bajo la acertada guía del Partido Comunista de China, encabezado por el Presidente Mao, el pueblo linsienés cobró conciencia de su condición y se unió al movimiento práctico que habría de destruir las bases de toda la opresión y explotación existentes.

El establecimiento del Poder Popular emancipó en gran medida las fuerzas productivas. Luego de puesta en ejecución la Reforma Agraria, el pueblo del distrito sintió que el trabajar individualmente no correspondía a las necesidades del desarrollo provocado por la revolución.

Con las correctas orientaciones del Presidente Mao y del Partido los campesinos tomaron el camino de la colectivización. La cooperación socialista se había puesto en marcha; con su desarrollo, los hombres de Linsien fueron comprendiendo la importante necesidad del riego, de la construcción de obras hidráulicas, para la agricultura, y comenzaron a construir pequeños canales y depósitos de agua. Pero estos trabajos fueron en un principio aislados: podían resolver el problema temporal mas no radicalmente y de una vez para todas.

En 1958 se formó en el país la Comuna Popular Rural.

En Linsien, la Comuna infundió a los campesinos nueva energía y ese mismo año se construyó el primer canal de gran envergadura: el Héroe. Fue entonces que los linsieneses comprendieron que el solo almacenamiento de las aguas no podía resolver de raíz el problema. Los campesinos decidieron aprovechar las aguas del río Chang, que recorre los límites oriental y septentrional del distrito, construyendo un gran canal que las introdujera en Linsien. Esta proposición fue apoyada por el Partido. Las masas, junto con técnicos y cuadros se entregaron a planificar la construcción, que se inició en 1960.

Desde su mismo comienzo, la construcción del canal estuvo marcada por la lucha de clases y entre las dos líneas. Los contrarrevolucionarios blandieron el argumento de las dificultades, de la carencia de “expertos” y “eruditos” y hasta la imposibilidad de construir la obra porque está en contra de lo que decían “autoridades” extranjeras en la materia. Por su parte, los constructores de la obra, templados en las luchas anteriores y con mucha experiencia acumulada en la práctica, respondieron: “Las dificultades son temporales, si trabajamos tenazmente las superaremos y convertiremos en ventajas”. Le pusieron a la obra el nombre de : Canal Bandera Roja.

Capítulo aparte merecen la juventud y la mujer.

A principio de 1960, en la primera etapa de la obra, el canal llegó hasta una montaña rocosa, sin pasar la cual no podía seguir adelante en la mejor forma. Los jóvenes del distrito organizaron en seguida una brigada de choque para abrir un túnel. Se lanzaron con ímpetu revolucionario a una verdadeda (sic) guerra popular contra la montaña rocosa. En julio de 1961 completaron la obra. En honor del espíritu revolucionario de los jóvenes, la dirección de la obla (sic) bautizó el túnel con el nombre de Juventud.

En un principio, algunas personas influenciadas por al vieja fuerza de la costumbre, se opusieron a que las mujeres participaran en los trabajos pesados. Pero apoyadas por la dirección del Partido y las masas en jeneral (sic) el grupo de la “Muchachas de Hierro” empuñaron cinceles, barras y martillo (sic) pesados y se lanzaron al combate. Con el tiempo adquirieron práctica y pudieron trabajar a la par de los hombres y gente experimentadas. Este grupo de jóvenes sintetiza el papel vertebral que jugó la mujer en la construcción del Canal Bandera Roja.

Siguiendo el ejemplo de Tachai y siempre decididos a librar luchas arduas y basarse en sus propias fuerzas, los comuneros linsieneses avanzaron en la construcción de este gran canal. La naturaleza iba cediendo paso a los valientes. Para 1966, gran parte de la construcción había sido realizada, mas aún quedaba mucho por recorrer para llegar al final del proyecto. Fue en ese año que se inició la Gran Revolución Cultural Proletaria, que habría de infundir a los comuneros un espíritu renovado y templarlos todavía más. En esta revolución se criticaron muchas teorías y prácticas erróneas, tales como el poner los incentivos materiales al mando y otras, productos de la influencia liushaochista revisionista. Los comuneros reafirmaron su voluntad de servicio al pueblo y a la clase socialista, y comprendieron más a fondo la importancia de la construcción hidráulica. Muchos habitantes de zonas vecinas se integraron al ejército de constructores, dando así mayor impulso a la obra.

En el verano de 1969,el Canal fue terminado en lo fundamental. En total se había construido hasta entonces un canal principio, dos ramificaciones y muchos canales secundarios además de muchas acequias. Quedaba sí constituido un sistema de riego.

Como era de esperar, la construcción trajo mucho provecho. En 1971, por ejemplo, se logró un rendimiento en cereales de 250 kilos por mu. El año pasado, en el que fuimos testigos de una de las sequías más fuertes en varios decenios, en Linsien sólo llovió dos veces desde la siembra hasta la recolección de la cosecha, la precipitación de lluvia apenas si llegó a unos 30 mm. No obstante, la cosecha se consideró buena. Hoy el distrito ya no depende más del Estado en lo referente a cereales, y, por el contrario, suministra a éste sus excedentes.

Si bien el tema es, evidentemente, distinto, las semejanzas entre los relatos épicos de luchas contra la Naturaleza, las descripciones de fábricas y de las victorias en el citado como frente de la producción y la estrategia bélica en las denuncias del enemigo ideológico son, amén de abundantes, substanciales por la fuente, trasfondo, elaboración e intención que las anima. EL MAESTRO HAY CHA-CHI CUENTA SU VIDA pertenece a un género conocido como relato de amarguras. El texto se incluía en el material de estudio que los alumnos de segundo curso llevaron durante su estancia de un mes en la fábrica textil y es traducción de una charla dada por un obrero veterano (al que suele referirse en estos casos como maestro obrero).

Nací antes de la liberación y toda mi ninez (sic) y mi juventud las pasé en medio de la más horrenda miseria. Mi padre era conductor de ricksha, y con nosotros vivía un tío que desempenaba (sic) ese mismo oficio. Trabajando de sol a sol, y con el dinero que los dos llevaban a la casa mi familia apenas lograba sobrevivir. Una vez, durante la invasión japonesa, mi padre tuvo que llevar a un oficial del ejército japonés, de un lugar a otro de la ciudad. Pero, al llegar a su destino, el oficial se negó a pagarle. Como mi padre le reclamara el dinero adeudado, aquel lo golpeó salvajemente hasta dejarlo tendido en el suelo y sin conocimiento. De allí fue recogido por unos compañeros de trabajo y llevado a la casa. Poco después mi madre, que no tenía un centavo para pagar un médico, lo vio morir sin poder hacer nada por él. A raíz de la muerte de mi padre, fue todavía más angustiosa la miseria en que quedamos ella, un hermano menor y yo. No tuvimos más remedio que salir a las calles a pedir limosna. El pan de salvado lo considerábamos entonces como un exquisito manjar y era toda fiesta cuando conseguíamos algunos residuos de soya. Al poco tiempo murió el tío, que era el único que nos había ayudado con lo que podía desde la muerte de mi padre. No sabría decir cuántos años habían pasado hasta el día en que mi madre murió envenenada con unos restos de comida que había sacado de un tacho de basura. Fue entonces cuando mi hermanito y yo nos convertimos en ninos (sic) vagabundos. A partir de ese momento nuestro hogar fueron las calles y templos de la ciudad. Buscábamos todo rincón que nos defendiera un poco del riguroso frío en el invierno. Para comprender el drama de los ninos (sic) desamparados en aquella época uno tiene que haberlo vivido. Yo no encuentro palabras con las cuales poder describirles esa situación. No recuerdo ahora cómo, mi hermanito y yo fuimos a  parar a un orfelinato. Esa casa era una especie de cárcel donde los niños eran convertidos en obreros sin salario que recibían por toda alimentación un pan de maíz al día y que eran cruelmente castigados cuando sus fuerzas no les alcanzaban para producir lo que los amos exigían. No se podrá saber nunca cuántos niños dejaron sus vidas allí. Mi hermano menor fue uno de ellos. Yo logré escapar al destino de morir allí gracias a la ayuda de un pariente lejano que se enteró de que yo estaba recluido en esa cárcel que llamaban orfelinato. Volví entonces a mi anterior vida de pordiosero. Pero, como donde hay opresión hay resistencia, por ese entonces los menesteroisos (sic) de Pekín encontramos una forma de luchar contra el hambre: quitábamos a los ricos un poco de lo que les sobraba. Yo caí preso una manana (sic) en que un rico comerciante que nos había contratedo (sic) a un grupo de niños para trasladar cestos de frutas a su tienda, se dio cuenta de que nosotros le habíamos robado una parte del maní para repartirlo entre todos. Tampoco recuerdo ahora cuánto tiempo pasé en la cárcel, pero sí hay algo que tengo bien presente: la noche en que fui sacado de la prisión por miembros del Ejército Popular de Liberación. Cuando la puerta fue abierta, todos nos lanzamos a la calle. Un hombre alto se paró delante de nosotros y nos dijo: “Soy miembro del Ejército Popular de Liberación. Desde este momento ustedes están liberados.” Enseguida fuimos llevados a la sede del Ejército Popular de Liberación, donde nos dieron comida, ropa guateada, mantas y otros elementos de primera necesidad. El EPL nos organizó luego un cursillo de estudio para explicarnos el significado de la revolución. Poco después, aquellos que tenían hogar fueron enviados a reunirse con sus familias; en cuanto a los demás, se nos dio oportunidad de trabajar. En ese momento mi vida experimentó un gran cambio. Se puede decir que con la Liberación para mí comenzó una nueva vida. A diferencia de los que han tenido la dicha de nacer en la nueva sociedad, yo no pude gozar de una infancia feliz. Por qué habría que preguntarse. Porque los trabajadores no teníamos el poder. En la vieja sociedad el poder estaba en manos de los explotadores, y esta es la razón de que el pueblo fuera oprimido y aguantara hambre. Todos debemos comprender claramente que la nueva vida que ahora llevamos no fue ganada fácilmente sino a costa de la sangre de miles y miles de mártires. Debemos construir el socialismo con nuestras propias manos y defenderlo aun a costa de nuestras vidas. Dirigida por el Presidente Mao, la revolución es invencible. El pueblo chino entero está avanzando por el ancho camino del socialismo hacia el comunismo.

Los relatos de amarguras constituían un elemento habitual de las manifestaciones orales y escritas del sistema. Se trata de la vida antes del cambio de régimen, en 1949, contada en forma autobiográfica por el protagonista. En otro texto, destinado por su amplitud a la lectura fuera de clase, una obrera anciana relataba su historia y la de los suyos durante la niñez y adolescencia. La temática era muy similar al aquí reproducido. Estas sesiones tenían un importante componente social. La cooperante las recuerda con precisión en una tarde escolar y gris en la que el calor provenía de las filas apretadas de estudiantes y profesores. El obrero desgrana una historia obviamente conocida en argumento y ritmo y escuchada a menudo por los presentes. Es tiempo, según las pausas y las cimas del relato, de expresar sentimientos: compasión, indignación, tristeza, optimismo. Sentada una fila más atrás, una muchacha apoya la cabeza sobre el hombro de su compañera y se enjuga los ojos. Otras acompañan el discreto llanto. Algunas han seguido la opción diversa y duermen recostadas suavemente sobre su vecina o tendidas con mayor amplitud en el asiento. Los chicos tienen actitudes paralelas pero más moderadas, aunque no se quedan atrás en los gestos de rechazo o en el sueño. Cuando el orador enfila la recta final y el resbalar de las sillas marca la inminencia del fin de la sesión las lágrimas se secan con la súbita rapidez del rocío a pleno sol.

Como éstas, la cooperante sabe que ha habido sesiones para el agradecimiento, la repulsa, el arrepentimiento y el odio. Ahora es sólo un auditorio; en otras en las que ella no está presente hay un elaborado, repetido drama de acusaciones y citas, de viejas cuentas pendientes y de ansiosas aspiraciones de promoción. Un día, una semana, una y otra vez. Sólo se le permite el acceso a esta portada de una inmensa biblioteca, a un estrado que se cubrió durante la Revolución Cultural de actores frenéticos, que no ha sido, de hecho, retirado jamás, que ofrece como recompensa inefable el desagüe de sentimientos cotidianamente reservados, la sabia canalización de un caudal de anulaciones personales nunca bastante neutralizado por el coordinado entusiasmo y la resignación.

 

 

La riqueza es una sensación penosa, vergonzosa. La profesora se supo, por entonces, rica; en cantidades que jamás hubiera sospechado. Su mente se había movido entre montones de oro y cofres abiertos a los que podía acudir y de donde podía servirse grandes raciones de saber. Allí estaban los profesores chinos rodeados por la limitación material de sus fuentes y por la otra, más certera, de la seguridad personal, como un enrejado cuyo fino alambre había penetrado poco a poco en su piel, se había hundido hasta la médula y les dejaba en superficie el hábito de la acomodación y la sonrisa. Se movían diestramente en su celda que nadie parecía ver y que para buena parte de los occidentales presentaba la ventaja de simplemente no existir. De lo que del exterior llegaba, diccionarios y gramáticas podían ser admisibles. Los manuales de aprendizaje eran ya problemáticos porque su mera adquisición y uso entraban en contradicción con la consigna maoísta de que cada entidad elaborase su propio material, contando con sus propias fuerzas y haciendo gala de desdén respecto al servilismo de lo extranjero. Las fuentes extranjeras eran terreno extraordinariamente peligroso minado por acusaciones de heterodoxia. La aproximación sólo podía realizarse por grupos, filtros y con el respaldo de una entidad oficial.

El segundo criterio depurador, el funcionalismo, limitaba aún más el terreno. Los alumnos aprenderían exclusivamente lo que iban a precisar para llevar a cabo su papel de intérpretes, traductores y quizás profesores. El aspecto formativo, y por supuesto el humanístico, quedaban eliminados, no porque la relación entre la materia estudiada y su trabajo futuro no tuviese valores positivos, sino porque la directiva Los textos estarán estrechamente relacionados con el trabajo que van a desempeñar los alumnos.” excluía cuanto no fuese un utilitarismo de terruño, momento y circunstancia. Había que atenerse a los cuatro temas cardinales, que eran, por orden de importancia, la China moderna, la línea política del Partido Comunista y de China, la situación internacional y los conocimientos generales sobre los países hispanohablantes, de una manera y proporción que dejaba a los dos últimos puntos un espacio extraordinariamente restringido.

Filtrados hasta el agotamiento de sus reaccionarios microbios, los textos españoles originales debían atenerse a los criterios de: contenido bueno y progresista, lenguaje moderno, modificación de los defectos políticos reformando el texto o mediante notas, utilización de algunos complementarios negativos acompañados de la crítica consiguiente. Esto significa que, tras separar de la prensa y literatura hispánicas artículos de algunos periódicos marxistas-leninistas, relatos de vidas miserables, descripciones geográficas y artículos laudatorios de China, prácticamente todo lo restante es políticamente negativo y podría usarse sólo de forma secundaria y manejándolo con enormes precauciones.

El concepto de rigor, propiedad intelectual y respeto por autor y fuente carece, para el régimen, de existencia. Cualquier producto-literario u otro-es utilizable, modificable y fragmentable, según una lógica para la que la objetividad no existe, sino que es creada continuamente en función de las directivas, y de acuerdo con el vacío oficial del derecho per se del individuo y del rechazo de las diferencias en capacidad y en actividad intelectual. Ni la literatura ni la cultura extranjeras podían, naturalmente, tener apenas cabida en este esquema. Pero tal limitación no está exenta de partidarios por su faceta populista. Ofrece, al estudiante y a cualquiera de muy limitados recursos, el agradable señuelo de la facilidad extrema, puesto que amputa estilo, complejidad, abstracción temporal y espacial y sucesión histórica.

La aparente multiplicidad en la elaboración de textos, según la directiva maoísta de la autosuficiencia, no era fuente de originalidad sino lo contrario. El intercambio de experiencias, al estar regido en todos los centros exactamente por las mismas directivas-y temores-, al depender de fuentes oficiales idénticas y hallarse sometido al común peligro de críticas, daba lugar al conformismo más perfecto y a la más exacta repetición que imaginarse pueda.

En sus finalidades, el material empleado se atenía, respecto a la política e ideológica, a la reproducción y glosa de las tesis del Partido, Mao Tse-tung, Marx, Engels, Lenin y Stalin, a la alabanza de la autosuficiencia y de las relaciones con el Tercer Mundo y con partidos afines, a la exaltación del nacionalismo y a la creación de sentimientos de odio y abominación respecto al pasado y a sus representantes. Las finalidades lingüísticas y formativas se ceñían, dentro de este marco, a hacer de los alumnos fieles traductores, intérpretes y reproductores en castellano sea de los textos chinos preparados para los extranjeros, sea de las preguntas o solicitudes que los visitantes pudieran formular.

Un editorial del Jiefangjun Bao (Diario del Ejército de Liberación) del 18 de abril de 1966 titulado Aguda lucha de clases en el frente cultural enumera con gran claridad los principios en que se basa la censura respecto a cualquier escrito e incita al descubrimiento y persecución de los disidentes:

En los 16 años transcurridos desde la fundación de nuestra República Popular, siempre ha existido en los círculos literarios y artísticos una línea negra antipartido y antisocialista opuesta al pensamiento de Mao Tse-tung. Esta línea negra es la unión de las ideas burguesas y revisionistas contemporáneas sobre la literatura y el arte y de lo que ha venido a llamarse la literatura y el arte de los años 30. Sus expresiones típicas son teorías tales como:

La teoría de “escribir lo verdadero”, por la que abogaban los revisionistas (…) con el afán de buscar los “lados oscuros” de la sociedad socialista y las lacras dejadas por la historia para pintar con oscuros contornos nuestra espléndida sociedad socialista.

La teoría del “amplio camino del realismo”, propugnada por algunos escritores y artistas antipartido y antisocialistas que se oponían a la obra del Presidente Mao: “Charlas en el foro de Yenán sobre arte y literatura”, argüía que ésta era ya anticuada y que había que abrir otro camino más amplio (…). Sostenían que los escritores debían escribir lo que les complaciera de acuerdo con “su diferente experiencia personal de la vida, su educación, temperamento e individualidad artística”.

La teoría de la “profundización del realismo” (…) Debían escribir sobre los asuntos “cotidianos” para “revelar la grandeza en cosas pequeñas” (…) la única descripción realista era la plasmación de “personajes medios” llenos de contradicciones internas (…) La teoría de la “profundización del realismo”. tomada directamente del realismo crítico de la burguesía, era del todo reaccionaria.

La teoría de oposición a “el tema como factor importante” (…) Los escritores proletarios deben considerar qué tema es de valor para el pueblo antes de empezar a escribir y que cada asunto concreto debe ser escogido con el propósito de desarrollar la ideología proletaria, eliminar la burguesa y alentar a las masas a seguir con firmeza el camino socialista. Pero según los defensores de dicha teoría, estos puntos de vista correctos eran restricciones y cadenas (…) ellos abogaban por escribir obras con mayor “interés humano”, “amor de la humanidad”, referentes a “gente insignificante” y “hechos secundarios”. El verdadero objetivo de estas opiniones era desviar la literatura y el arte del campo de servir a la política del proletariado.

La teoría de la oposición a “lo que huele a pólvora”(…) pedían a los escritores que descartaran los “cánones” (probable errata por “cañones”) de la revolución y se rebelaran contra la “ortodoxia” de la guerra. Esta teoría era un reflejo de la tendencia revisionista en los círculos literarios y artísticos de nuestro país.

(…) Algunas obras tergiversan los hechos históricos, centrándose en la descripción de las líneas erróneas en lugar de las correctas; otras describen a personajes heroicos que infringen la disciplina, o crean héroes sólo para hacerlos morir en un artificial desenlace trágico. Ciertas obras no presentan a personajes heroicos sino sólo a personajes “medios” que son en realidad retrógrados, caricaturizando la imagen de los obreros, campesinos y soldados; al describir al enemigo no revelan su naturaleza de clase como explotador y opresor del pueblo y llegan hasta embellecerlo. Hay además otras obras que se dedican exclusivamente al amor, cayendo en gustos vulgares y sosteniendo que el “amor” y la “muerte” son temas eternos. Toda esta basura burguesa y revisionista debe ser combatida resueltamente.[9]

Hay una interesante coincidencia de pareceres entre los relativistas occidentales y los dirigentes del Ejército de la R. P. China. Unos y otros están, desde luego, de acuerdo en el rechazo, según el régimen político, la clase social y la latitud, de los grandes temas universales. Curiosamente los intelectuales del país en cuestión, tan chinos de nacimiento, cultura y residencia como los militares autores del editorial citado, parecen en perfecta sintonía con cualquier escritor americano y europeo en lo que a personajes y sentimientos se refiere y no hay mayores problemas de traducción cuando se trata de amor y de muerte.

Tras la Revolución Cultural, las novedades literarias fueron, comprensiblemente escasas y pertenecían a un género al pie de la letra colectivo: eran conjuntos de relatos, escritos por grupos de soldados, campesinos y obreros, cuyos rasgos no resultan demasiado exóticos para quien ha conocido la voga occidental de los talleres de poesía y demás bellas artes y la imperativa exigencia de actos de fe en las excelencias de la labor en equipo y la terminología fabril. El maoísmo es, en este terreno, un pionero con capacidad de monopolio. El número inaugural de la revista mensual literaria que apareció por entonces en Pekín pedía colaboraciones y definía con precisión el único tipo de literatura autorizada:

Novelas, ensayos, reportajes y obras artísticas que posean un contenido revolucionario y una forma sana. Éstas deben:

1-Elogiar con sentimientos proletarios profundos y entusiastas al grandioso Presidente Mao, elogiar al grandioso, glorioso e infalible Partido comunista chino, elogiar la grandiosa victoria de la línea revolucionaria proletaria del Presidente Mao.

2-Tomando como ejemplo las óperas revolucionarias modelo, deben poner todo su empeño en crear héroes obreros y campesinos.

3-Tomando como base la lucha entre las dos líneas, deben reflejar la lucha popular revolucionaria llevada a cabo en nuestro país desde hace medio siglo bajo la dirección de nuestro Partido.

(…) en lo que respecta a la teoría literaria y artística, acogeremos todos los textos que tengan un carácter de masa, revolucionaria y militante y que tengan a gala el uso de una lengua simple (…) los ensayos cortos de vulgarización que contengan ideas y análisis (…) sobre temas como el estudio de las teorías literarias y artísticas del marxismo-leninismo, (…) el pensamiento literario y artístico de Mao Tse-tung (…).

Realmente, como bien observa Simon Leys, es la inteligencia al poder.

En su pequeño reducto, los textos en lenguas extranjeras hubieron también de atenerse a estas premisas, y dar ejemplo de ellas por su peligrosa función de contacto con el exterior. La redundancia no es en vano el recurso lingüístico más evidente cuando se recorre el archipiélago chino de la época: la imperativa recurrencia de los mismos términos expresa la dependencia y exigüidad del circuito, la identificación de cualquier aspecto vital y social con idénticas directivas. Por ello, la relación de los temas tratados en los textos de español no es sino la vuelta al fatigoso estribillo: visitas a centros productivos o de servicios e interés social, descripciones de monumentos, ciudades y obras públicas, documentos de estudio y propaganda política, autores marxistas, relatos de amarguras, diplomacia y relaciones internacionales, historia, textos bélicos. Respecto a los dos últimos tipos, se trata generalmente de épocas recientes y con el PCC y Mao Tse-tung como protagonistas. En muy menor medida, había alusiones a la historia antigua, mientras que la de países extranjeros sólo aparecía como ejemplo de movimientos antiimperialistas o para describir la pobreza en contraste con el bienestar de la República Popular. Los textos bélicos solían tener como base la guerra de resistencia contra el Japón y la Larga Marcha. En los pocos ejemplos extranjeros pueden citarse algunos de lucha de guerrillas, como las españolas contra la guardia civil o las latinoamericanas.

El espacio ocupado por el lenguaje bélico era, sin comparación, mucho mayor que el de las historias clasificadas como tales y correspondía a la ideología y métodos de un régimen que se obligaba a presentar cada aspecto de la vida como una lucha contra fuerzas del mal en perpetuo acecho.

 

La sonrisa de Aristóteles

En último extremo, era la risa, el incontenible eco de la ironía de los muy mortales, lo que en aquella sucesión de cubículos se echaba en falta, la clara risa que hubiera derribado muros y arrasado la coreografía inalterable de los comités con la desnudez del ingenio y la gratuidad irrebatible de la evidencia. La risa hubiera hecho saltar uno tras otro grandes decorados de escayola, hubiese tocado en el aire temeroso su campana enorme; y ya nada hubiera sido lo mismo, las personas habrían recuperado cada una sus anhelos, sus reales palabras como pájaros que vuelven, su pequeña vida, y también todos los distintos colores encerrados entre el pavimento y la superficie lejana del sol. En el archipiélago cabía morir por una risa, abrazándose a la ironía que era como un túnel que podía abrirse hacia latitudes mejores.

La cooperante tuvo ocasión de disfrutar de la media docena-no hay hipérbole-de espectáculos de pureza garantizada, de las óperas y ballets revolucionarios modelo creados en el clímax de la Revolución Cultural por la mujer de Mao, Chiang Ching. Una vez desbrozadas las artes y las letras de cuanto tenía asomos de tradicionalista, derechista, burgués, individualista, humanista o contrarrevolucionario, podía edificarse sobre un terreno reducido al solar original. Durante largos años los escenarios de un país de ochocientos millones de habitantes se nutrieron de un puñado de obras y arquetipos, de páginas y motivos similares, de las mismas canciones y los mismos gestos. Evolucionaban en escena buenos altos, ágiles, blancos y rosados y malos pequeños y torvos a los que, para más señas, delataba la chepa y el color verdoso. Las pasiones eran puramente revolucionarias, aunque los entendidos sabían la existencia de un noviazgo entre el soldado y la muchacha acosada por el terrateniente. Pero cara al público sólo existían el amor al pueblo, al Ejército y al Partido. Se incluía un martiriólogo de héroes apresados por los perversos. Aquéllos morían, como Juana de Arco, en la hoguera, sin perder en ningún momento el fiero gesto de desafío ni dejar de abrumar, entre las llamas, al enemigo con sus arias y su desdén. Al final de la obra descendía un Mao en su epifanía salvadora, especie de medallón iluminado hacia el que todos los actores levantaban las manos y enviaban sus alabanzas. El esquematismo ideológico recordaba a un auto sacramental, pero forzaba las tintas más que éste. El vestuario se atenía por lo general a la austeridad espartana y la pasarela obrerista, pero podía resultar brillante en comparación con la capa de vestiduras mortecinas que, a excepción de los niños, comenzaba en la primera fila del patio de butacas.

Las exposiciones pictóricas iluminaban un idílico mundo campestre e industrial de abundantes cosechas, cerezos en floración permanente y fábricas recorridas por las armoniosas melodías de las que hablaban, como resumen de sus visitas, los alumnos. Parecía que la reproducción de un desconchado hubiera podido sumir a su autor en el desastre. Era, en todos los terrenos, el reino de los arquetipos, una transposición platónica a la que no habían rozado ni la lógica de Platón ni Aristóteles ni la estética de los faraones egipcios. Cada modelo se subdividía en las variantes precisas para cubrir las necesidades oficiales de representación ideológica:

El arquetipo del Campesino existía en tres formatos. El Anciano aparece sobre todo en los relatos de amarguras. Es bueno, ha sido explotado y ha sufrido durante el antiguo régimen una miseria inenarrable a la que la trágica historia familiar da tonos francamente tremendistas. Es laborioso y lleno de ingenio, tenaz, fiel e inflexible en sus ataques contra los enemigos del Partido. Cuenta su vida desgraciada como ejemplo para que los jóvenes aprecien su felicidad presente y les aporta su experiencia laboral. El Hombre Maduro es cuadro rural. Resuelve dificultades y contradicciones mediante el estudio vespertino y nocturno de las obras de Mao Tse-tung. Es bondadoso, comprensivo y asequible, y no escatima, en su trabajo diario, esfuerzo alguno. El Joven Del Campo suele presentarse en las variantes Instruido, es decir, estudiante que ha sido enviado a una comuna, o como Joven Cuadro. Es leal y generoso, resuelve, gracias al estudio del pensamiento maotsetung y a los consejos de un cuadro maduro y las observaciones de viejos campesinos, los conflictos que se presentan en su adaptación a la vida agrícola.

El Obrero también tiene avatares. Él mismo lo es, con diferencia de vestimenta y entorno, del Campesino. El Obrero Veterano se presenta como un hombre de edad que cuenta los sufrimientos de la sociedad antigua y la felicidad de la nueva. Es valioso por su experiencia, como se reitera en las frases de presentación: Los viejos obreros son preciosos bienes de la Patria.” En el Obrero Maduro y el Joven las cualidades de laboriosidad, ingenio, etc, se asemejan entre sí y ambas a las del Veterano. Se subraya sin embargo más en estos dos últimos su papel de primer plano, activos participantes en las ceremonias políticas, de acuerdo con la premisa marxista y maoísta de que la clase obrera debe dirigirlo todo puesto que es la forma más avanzada de los trabajadores. No suele aparecer el Joven Instruido, que se ha incorporado a la fábrica como Joven Obrero.

El Soldado, ya sea como Veterano, Maduro o Joven, es una figura dotada de virtudes en mayor grado todavía que campesinos y obreros, ejemplo de solidez, prudencia, fraternidad y correcta aplicación de las directivas. Los soldados aparecen raramente en los textos para estudiantes de lenguas extranjeras porque los cuarteles y destacamentos del Ejército no están en el programa de visitas y, por tanto, los futuros traductores e intérpretes no precisan memorizar presentaciones destinadas a ese ambiente. El santoral posee aquí un ejemplo concreto: el Soldadito Lei Feng. La Revolución Cultural popularizó una creación depurada que reunía todos los atributos del panteón proletario. Su vida era una sucesión de sacrificios, proezas sobrehumanas y devoción. Las noches se dedicaban al estudio de Mao y de los escritos del Partido. Durante el día, con ejemplar discreción, no dejaba escapar ocasión alguna de ayudar al prójimo y de proteger y acrecentar el patrimonio del país. Las hazañas de Lei Feng ocupan numerosos episodios y acaban, como era presumible, en la trágica muerte del mártir para salvar las vidas y bienes de la colectividad. Las historias del soldadito ejemplar fueron largo tiempo de consumo obligado para niños y adultos, se presentaron como verídicas y debían recibirse con la seriedad y transcendencia que la calidad moral de la enseñanza presuponía.

La Mujer en el campesinado aparece como Anciana que recuerda los sufrimientos de la antigua sociedad, alecciona a los jóvenes y agradece la felicidad de la nueva. También como Joven Ilustrada que se ha establecido en el campo. La Obrera suele participar de las características del Obrero. Tanto en las grandes fábricas como en los talleres vecinales se subraya su papel productivo. El tratamiento de la Mujer suele ser global, por contingentes de éstas. Aparece poco como Cuadro y prácticamente nada como soldado.

El Niño siempre encarna los valores positivos de las consignas: dinamismo, laboriosidad, entusiasmo. El Niño y la Niña son el Pequeño Pionero o Pionera, el Buen Escolar, hijo de campesino u obrero, siempre cuidadoso de los bienes de la colectividad y atento en el espionaje de posibles enemigos del régimen. Es personaje habitual de lecturas y manuales escolares. Un tipo concreto es el Hijo Bueno del Malo: se trata del padre traidor, saboteador, cuyo hijito, fiel al Partido, le denuncia y ayuda a su descubrimiento y captura.

El Intelectual brilla por su ausencia, excepto en el caso de los Jóvenes Ilustrados (que no pueden clasificarse como verdaderos intelectuales pues, por regla general, se trata de estudiantes que han cursado estudios primarios y secundarios y, a veces, han acudido a la universidad o a una escuela superior.). Como excepción, aparece uno en los textos, de cuando en cuando, haciendo su autocrítica, pero se le niega la existencia hasta en el reino de las Ideas. Pertenece a lo que convendrá llamar Los Grandes Ausentes del Lenguaje.

El Malo tiene papeles muy cortos en el reparto. Normalmente está muy caracterizado, casi tanto como cuando actúa sobre las tablas, en las que le hacen inconfundible desde el primer instante su fealdad, encorvamiento y maquillaje verde-gris. Se trata siempre de un terrateniente, burgués o capitalista que se dedica a sabotear la producción, a pequeños hurtos o al mercado negro. El segundo tipo de Malo, mucho más inmaterial que el primero, es el seguidor de líneas políticamente erróneas y de dirigentes caídos en una de las purgas. Generalmente los Cuadros Empeñados en la Vía Capitalista se materializan mal y no se dan de ellos y de su actuación ejemplos concretos. Es notable la ausencia de Malas, de personajes negativos femeninos. Pese a la igualdad de la mitad del cielo, a las mujeres les quedaba todavía mucho camino por recorrer para alcanzar la categoría de enemigos individualizados.

El Comité al mando de la Revolución Cultural no sólo carecía del menor asomo de sentido del humor sino que se había empeñado conscientemente en la elaboración de prototipos:

Las excelentes cualidades de los héroes surgidos de entre los obreros, campesinos y soldados bajo la guía de la acertada línea del Partido, son una expresión concentrada del carácter de clase del proletariado. Debemos trabajar con pleno entusiasmo y hacer todo lo posible para crear imágenes heroicas de obreros, campesinos y soldados. Debemos crear arquetipos (…) nuestros escritores deben sintetizar el material obtenido de la vida real y acumulado en el curso de largo tiempo, y crear toda clase de personajes típicos.[10]

Los crearon. Bastaba con concentrar las satinadas ilustraciones de Pekín Informa y China Reconstruye, resumirlas en un somero panteón de enormes dimensiones y eliminar el resto. Occidente amó estos cromos, que circularon con la aureola de la felicidad apacible del pueblo llano y las costumbres justas; los artistas hallaron un delicioso perfume ecológico en esas sonrisas que tenían cosechas y frutales como fondo, e introdujeron en su pintura, cansada y marchante, los motivos kitsch y cool del indigenismo social.

Los arquetipos anunciados por las purgas, en Yenan, de la Literatura y el Arte, elevados a la categoría suma y exclusiva en los años sesenta, hubieran quizás merecido sólo la sonrisa de no haber significado la anulación de los muy reales individuos; vivían de la carne y la sangre de los cuerpos diversos e imperfectos, constituían un eficaz ejército de entes de razón tanto más manejables por el régimen cuanto que eran los únicos oficialmente dotados del derecho a la existencia. El lenguaje se movía, simultáneamente, con colectivos y alegaba que en ellos se resumía la clase, el motor supremo e indiscutible. Así, bajo la apariencia de cierto realismo de la mayoría, no se estaba haciendo sino emplear un idealismo estereotipado cuya función primordial consistía en ahogar las invidualidades. Arquetipos y colectivos fundamentaban la estética y el discurso, del cotidiano al literario, y paseaban en solitario, como las criaturas desmesuradas de los comics japoneses, por un paisaje atravesado por seres diminutos y perecederos.

Las encarnaciones del Obrero, las Masas, la Campesina, el Pueblo son entes que no se definen sino por sus funciones. En la práctica, los personajes son el aumento de productos, las cosechas, la maquinaria.

En la famosa constitución estalinista (adoptada en 1935), se encuentran magníficas palabras: “El trabajo en nuestro país es asunto de honor, audacia y heroísmo”.

En la aplicación concreta, el trabajo fue erigido como algo superior a los hombres. Fue deificado, y ante él todos los ciudadanos debían hacer cotidianas ofrendas.

También los artistas estaban obligados a hacer sacrificios ante ese dios abstracto, “el trabajo”, y a reducir la vida espiritual del país al nivel de la descripción de los diferentes aspectos del “trabajo”.

Así, el acero se convirtió en el héroe principal de numerosas novelas. Otras fueron consagradas a la edificación de una casa o a la siembra del trigo. En esas obras, las personas tenían un papel secundario. Por lo demás, no estaban vivas, eran accesorios que permitían darle más valor al trabajo.

Los poetas viajaban de un extremo a otro del país para ver las nuevas construcciones, para admirar las máquinas modernas. Los hombres que se servían de esas máquinas les interesaban poco.

Si las máquinas supieran leer, cuánto hubiesen apreciado los poemas de esa época. Para los hombres, desgraciadamente, no tenían ningún interés.[11]

Los Arquetipos son el pedestal de bienes y funciones. Híbridos del personaje idealizado, propuesto como modelo, y de la pura entelequia, se encuentran la Patria, el Padre-Soberano-Sabio (encarnado perfectamente por Mao en su iconografía plástico-verbal), el Partido-Estado, la utopía de la Luminosa Sociedad Futura, el Mañana Melodioso, China misma, pero no el país real, sino la edénica a cuya fabricación han contribuido con largueza los incondicionales de Occidente. No es nuevo el recurso al buen salvaje, a la refinada civilización y el ordenado reino por el que ya se paseó la fantasía europea en el siglo XVIII. Mao tuvo algo de Reina del País de Punt, de fuente de los admirados relatos sobre los etíopes macrobios. Con la diferencia de que en siglo XX los occidentales estaban bien informados.

El lugar que la Patria ocupa en los arquetipos es predominante y reproduce con exactitud el esquema mental que identifica, para sus habitantes, China e Imperio del Medio. La repetición de este arquetipo asociado al conjunto del país borra en el hablante la posibilidad de una peligrosa identificación de los intereses de la Patria y los de la clase dominante de los funcionarios estatales. El nacionalismo es la summa ratio de una religión desprovista de otras y que, sin embargo, se pretende internacionalista y universal. El hilo del discurso no dejaba en esto lugar a dudas por su carácter claustrofóbico y devoto sin más alternativa que la traición.

Más allá del territorio cubierto por la expresión autorizada se extienden amplias zonas de sombra, la tierra de los Grandes Ausentes del Lenguaje: lugares, pensamientos, pasiones, hechos, realidades humanas que se omiten en el discurso, que pertenecen al limbo de lo inservible, de la ganga que acompaña, aún, al Hombre Nuevo.

Los ángeles políticos no tienen sexo. Muchachos y muchachas mantenían distancias, ayudados por la ausencia de espacio privado. El Partido imponía matrimonios tardíos, que suponían un trámite formal sin durable convivencia puesto que primaban los intereses del Estado y, por tanto, el lejano destino laboral. Cuanto corresponde al terreno sentimental, sensual, sexual, erótico no ocupaba, en textos ni referencias lugar alguno. Se empleaba con profusión el verbo amar referido al Partido y al Presidente Mao, y el sustantivo odio respecto a los enemigos; ambas palabras se hallaban restringidas funcionalmente a esos objetos, formaban cuerpo con ellos en clichés y epítetos, y no existían en las demás acepciones. Cuando un profesor chino traducía en clase, con dificultad, la palabra amor, pronunciada por la cooperante extranjera, la alumna que había planteado la pregunta enrojecía violentamente. El poema de Miguel Hernández Menos tu vientre era de imposible comprensión, no ya para los estudiantes, sino para los profesores chinos de español. En un texto de La mina, de López Salinas, un mozo canturreaba: A una serrana yo vi / junto a la orilla del río; / estaba lavando ropa / y no tenía marío. El poema fue eliminado por la censura. El acceso a la lírica estaba perfectamente vedado a los estudiantes de lenguas extranjeras a causa de la gran limitación de su vocabulario. De éste se omitían también buena parte del cuerpo humano y sus funciones. El cuerpo era citado y tratado como un objeto productor y productivo, bien de la patria o sólido producto del bienestar social. Jamás por sí mismo.

Se cumplía, una vez más, la canalización normativa de la energía del individuo, de la libido, de las pulsiones, hacia la producción, la guerra o la movilización, aquí política, en otros contextos patriarcal, sectaria, religiosa. Aquellas personas eran trabajo, eran inversión estatal, hipotecas de futuro, y en absoluto se pertenecían ni se hacían a sí mismas en el trenzado individual de experiencias, preferencias y opciones que es la vida. Formaban parte de un plan, y en él estaban por igual, según las circunstancias, los encuentros de los cónyuges quince días al año, los anticonceptivos sistemáticos y los abortos obligatorios, las virginidades prolongadas a veces hasta bien entrados los treinta y los matrimonios preceptivos pasada esa edad, para los cuales conocidos y entidades de trabajo actuaban como intermediarios y casamenteros porque era el orden social adecuado. El discreto trámite burocrático de la boda no significaba un cambio sustancial en el ritmo de la existencia. Las prioridades iban al trabajo y durante dos, cinco, diez años los esposos continuaban residiendo en ciudades distantes y reduciendo su conocimiento bíblico a dos o tres semanas anuales que podían, como en el largo periodo que siguió a la Revolución Cultural, no existir. Las referencias a transgresiones por parte de chicos y chicas de los internados eran escasísimas, se citaban con el susurro de lo innombrable y llevaban aparejadas la expulsión y separación de los criminales. Como en los prolos de 1984 y en la casta inferior de Huxley, los campesinos y los habitantes de zonas lejanas salían mejor parados porque la represión se centraba en las orlas inmediatas al aparato del Partido, en el incómodo simulacro de clase media, intelectuales e ilustrados, precisamente porque, pese a la profesión oficial de fe sobre el papel rector del proletariado, las masas y las mayorías, la evidencia del valor cualitativo y de la función de vanguardia de las minorías mantenía contra ellas una alerta permanente.

La eliminación de las esclavitudes biológicas, la universalización del control de la natalidad y la homologación de los sexos eran ajenas al principio del placer, opuestas a la liberación. Se concebían como premisas para disponer de los ciudadanos cuando y en la forma en que correspondiera. La eficacia del condicionamiento era, desde Occidente, difícilmente concebible. Correspondía a una elaboración, transformación y amputación del individuo emprendidas desde edad muy temprana, mantenidas cotidianamente por el juego de reiteraciones y de silencios. El lenguaje tiene un papel esencial en esta toma de conciencia, o en este sumirse en la inconsciencia culpable, innombrable, innombrada. Los sustantivos que formaban un puente delicado entre el mundo de los sentidos y el individuo, los adjetivos de matiz, de tono, de sensualidad, de fineza, desaparecen para ser sustituidos por un mundo verbal escueto, abotargado a fuerza de maximalismos, embrutecido por antagonismos y exhortaciones. Como en la literatura religiosa, el placer no existe per se, el contacto epidérmico con el mundo es futilidad condenable. Los grandes ausentes del universo mental lo eran también del lingüístico, en el que se habían arrasado campos semánticos enteros. La palabra configuraba tenazmente la existencia o inexistencia del ámbito de conceptos y relegaba la masa de pulsiones, pasiones y ansiedades a un reducto oscuro e indiferenciado que, al no tener nombre, no existía. El pragmatismo se encargaba con presteza de construir equilibrios alternativos necesarios para la subsistencia; diferenciaba para ello lo adecuado y lo posible de cuanto oficialmente carecía de consideración, y era habitual vivir, expresarse y pensar a dos niveles: uno explícito, cotidiano, aprobado y conveniente, es decir, real. El otro era un intruso permanente sin tarjeta de identidad, sin residencia ni nombre, afloraba en las ocasiones inevitables, se valía de la vergonzosa tolerancia de su condición ilegal y ocupaba el sótano al que nunca se debían llevar visitas. Entre él y la conciencia se habían cortado cuidadosamente todos los puentes por medio de una censura que formaba ya cuerpo con la entera personalidad. Ésta era sin duda uno de los grandes logros del régimen porque había logrado interiorizarse hasta el punto de dejar de serlo.

Simétricamente a la anulación del erotismo, florecía cierta exaltación de los placeres y privaciones alimenticios y del dolor. Los relatos de amarguras y las vidas de héroes se complacían en la descripción de hambres, enfermedades, martirios, con un lujo de detalles, una insistencia que también se hallan en las hagiografías religiosas. En el caso de China se daban con frecuencia lo que podría llamarse un sadismo y erotismo estomacales en los que desahogar la libido.

No por racionalizado y meditado el fenómeno de la distorsión de la energía de los instintos, de su capitalización por el Estado, de los niveles de coerción y del monopolio del verbo dejaba a la cooperante menos absorta. Todo podía explicarse. Nada era comprensible. Y ante el frío equilibrio de los análisis se elevaba una ola de sublevación y repugnancia, un instinto de afinidad y calor tal vez sólo justificado por el irreprimible deseo de creer, por la empatía con los seres cercanos. Sobre la mesa en la que se desplegaban los planos del Hombre Nuevo y se trazaban las metas de progreso la inversión de carburante humano en obras de utilidad social, la sublimación, eran calculables y se hacían con usura, reservando a la satisfacción personal cantidades mínimas. Curiosamente habían sobrepasado con creces las pesadillas capitalistas auguradas por Marcuse. En las páginas que los alumnos leían las alienaciones del Hombre-Producto, el Hombre-Patria y el Hombre-Masa caminaban, como los gigantes de Goya, sobre asustadas miríadas de hombres, les sustituían a ellos y a las posibilidades de la lengua, al acceso a la literatura, al ilimitado campo de los matices y de las saludables proposiciones dubitativas.

En el otro extremo del mundo, Occidente, con las prolongaciones del 68, mitificaba el rito de la libertad sexual y hablaba con divertida curiosidad del exótico caso chino de castidad insoportable. El credo en boga era por entonces, en su versión de consumo rápido y digestión ligera, la guerra a la represión a frecuente golpe de ariete genital, lo que hacía doblemente patético el puritanismo socialista y, por extensión, a los sometidos temporalmente a sus normas. A mediados de los setenta, cuando la ex-cooperante volvió a España y comenzó a intentar explicar el mundo que había dejado tras sí, el interés del periodista con quien conversaba en la redacción de un semanario parecía girar en torno a la lacerante cuestión ¿Cómo te las arreglaste?. ¿Cómo podía un ser humano vivir, días, semanas y largos meses, sin el coito reglamentario?. Era una retención tan impensable como la de orina, el famoso, simple e indispensable vaso de agua tan citado en los postulados al uso. El resto. el enorme resto del paisaje, empalidecía en contraste con los llamativos tonos de la escandalosa abstinencia sexual.

No les cabía la suerte a los pobladores del archipiélago Mao de que sus privaciones se hubieran resumido a una abstinencia reglamentada, al control localizado de unos órganos, a la hibernación utilitaria y la descongelación esporádica y tardía del aparato reproductor. El régimen les había arrebatado la imprescindible extensión de la ternura, la fidelidad y el refugio de los apegos, el silencioso recurso a la compasión, y había desviado esas querencias hacia sí, hacia las entidades estatales, sus cimas visibles, hacia las abstracciones de miles, millones de hombres y el Moloch del bien común. El vasto robo se extendía al completo ámbito de los afectos, a la levedad de perfumes y perfiles, a la piel y a las citas, a las formas y versos prohibidos y a las relaciones rotas por la inseguridad y la distancia. Faltaba ese último reducto de la risa, el rincón inviolable de la confianza. Había que denunciar, criticar, repetir frases, reprochar gestos, abandonar familia, mentir a los amigos y tratar a los camaradas como hermanos. La represión iba mucho más allá del eros simple y preciso: Vetaba la dedicación abstraída en el ideal religioso, prohibía el aislamiento y la pasión dual comunicada, privaba de cuanto proporciona el indispensable calor del cotidiano afecto, libre y personal.

  1. nada sabía de las gozosas corrientes que imperaron en la Europa del 68. Está sentada en el restaurante porque le ha correspondido, esa tarde, ocuparse del esparcimiento de la profesora extranjera. Es una mujer de mediana edad y talla mínima, el rostro amarillento con unas manchas a la altura de las sienes, gafas y permanente sonrisa de cortesía y de excusa. Ella cuenta que su marido trabaja en otro extremo del mapa y que su bebé se encuentra, con la abuela, mil kilómetros al sur. Vive así hace lustros, y espera el turno para la operación que necesita tras la cual tal vez respire sin asma y se mueva sin continua fatiga. El Partido se ocupa. El Partido se ocupa. Nada hay más lejos de su tono que el reproche. Podría tener doce años si no fuera por las arrugas, el jadeo y una biografía de la que no parece haber escrito voluntariamente una línea. Bajo las prolijas capas de ropa de abrigo hay sólo el volumen corporal preciso para resguardar el calor. El Partido se ocupa, el Partido se ocupa insiste, preocupada por si su relato pudiera interpretarse como una crítica, como un deseo personal antepuesto a las prioridades reglamentadas. W. continúa pesando en una balanza que no bastan para nivelar todos los argumentos, que no compensan digresiones y análisis, y arrastra, precisamente por su absoluta falta de reivindicaciones, el platillo de la condena a profundidades que ella desconoce, mientras elevan su final acusación cada uno de los días que vivió en solitario.

La República Popular China era, en verdad, el reino obligatorio del nosotros, y el resultado nada tenía de halagüeño. El hincapié en la solidaridad y el conjunto, la encarnizada persecución de lo individual, habían derivado en la desaparición del yo, sustituido por los figurantes de situaciones tipificadas. Las artes plásticas, el teatro y el cine, precisaban de protagonismos visibles pero en el papel la pluralidad y lo colectivo carecían de impedimentos físicos en su presentación y rezumaban de plurales genéricos en proposiciones universales (Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Las amplias masas….). Viene, inevitablemente, a la memoria Evtushenko:

Hubo un tiempo, después de la Revolución, en que los poetas comunistas fundaron la asociación de la “cultura proletaria”, y, creyendo ingenuamente servir así a su ideal, al hablar decidieron servirse únicamente del “nosotros”. Utilizaron desesperadamente su talento para sofocar su propio método. Los sucesores escribieron ya en primera persona del singular. Pero siguieron soportando el peso de ese gigantesco accesorio llamado “nosotros”. Si uno de ellos decía “amo” se escuchaba “amamos”, de tal modo estaban prisioneros de sus artificios.

En esta época nuestros críticos literarios se ingeniaron para inventar la teoría del “héroe lírico”. El poeta, dijeron, debe cantar las virtudes superiores. Debe aparecer, en sus obras, no como es, sino como un prototipo del hombre perfecto.

Los adeptos de esta teoría escribieron frecuentemente lo que creían eran poemas autobiográficos. Allí se encontraban, en efecto, el nombre de su ciudad natal, la lista de los países que visitaron y otros detalles personales. Pero sus obras estaban vacías, al punto que era imposible distinguir unas de otras.

Afectos y vida cotidiana, placer e irremediable tristeza, imaginación y lirismo, realismo y humor estaban ausentes en los textos, que se componían de un eterno presente, idealizado, dorado y rosa al que las pinceladas sobre subsanables errores y los toque sombríos respecto al pasado servían para realzar el cuadro de una actualidad que carecía de las contingencias del tiempo y del espacio. Profesores y alumnos esperaban que las frases fueran tan serias impecables y estrictas en su encadenamiento lógico como en su estructura gramatical. El elemento humorístico era un diminuto terrorista susceptible de sembrar el desconcierto y la angustia ante la pérdida de las coordenadas. El optimismo, productivo, emprendedor y propio de la bondad del sistema, es, en tal medio, la tónica obligada. Están abolidas las frases y vocablos que expresen sentimientos de tristeza, desesperación, desazón, melancolía. Éstos se reservan en exclusiva para los relatos de amarguras sobre la sociedad de antes del 49, y corresponde a la era posterior las palabras alegría, entusiasmo, feliz.

No se elimina por decreto, ni en China ni en parte alguna, el “dolorido sentir”, en cuya oscuridad suelen germinar los frutos más nobles, pero la tristeza siempre ha sido pecaminosa para los gobernadores de archipiélagos:

De hecho, escribía para mí. Componía poemas sobre mis dudas, sobre mi espera de un gran amor, sobre la diferencia entre la verdad y la mentira, sobre los sufrimientos de los hombres que me rodeaban.

En cierto momento, me arriesgué a llevar uno mis poemas a la redacción donde antes se me recibía con entusiasmo.-Pero, ¿qué te sucede?-gritó un día el jefe de la sección poética de uno de esos diarios-.¿Escribes como un viejo desengañado? ¡Tenemos necesidad de una poesía joven y optimista y no de esos lloriqueos!.

No era un viejo desengañado. Simplemente había madurado. Mi interlocutor, por el contrario, no pudo rebasar la inconsciencia juvenil. Para él, la reflexión era sinónimo de tristeza y de pesimismo.

El ardor optimista , si carece de fundamento, no podrá ser el motor de la acción humana(…). Yo permanecí optimista, pero mi optimismo había dejado de ser rosa. Ahora llevaba una gama de colores, incluía el negro. Por ello era sincero.

Era necesario luchar para que triunfara esta concepción del optimismo, ya que nuestros críticos literarios defendían aún la teoría de la “ausencia de conflictos en el mundo socialista”. Intentaban demostrar que, en la vida soviética, el conflicto no podía existir entre los malos y los buenos, sino únicamente entre los buenos y los mejores (…). El optimismo oficial era de rigor en todas partes. Rostros de obreros mecánicamente sonrientes y caras de koljosianos nos esperaban en las portadas de todos los libros. Todas las novelas y relatos tenían un desenlace edificante.

Durante una conversación con el autor de un film del más apoteósico y estúpido optimismo, el poeta pregunta:

-¿Cómo pudo realizar semejante cosa? .También yo hice poemas de ese género, pero era sólo un chiquillo. Usted ya era un hombre serio y formado.

Él me sonrió tristemente.

-Lo más terrible, vea usted, es que fui sincero. Creí que mi obra era necesaria para la construcción del comunismo. Y además creía en Stalin.[12]

La eliminación del yo, del yo con minúscula, variable, individual, pormenorizado, implicaba la desaparición del otro con iguales características. En tal sistema sólo podían quedar frente a frente un Ellos y un Nosotros separados por antagónico desconocimiento. De ahí la erradicación de los libros de viajes. En los textos, los países extranjeros y sus habitantes no eran jamás abordados desde el ángulo de la curiosidad y la observación, sino que se limitaban a ser soportes y complementos de las tesis geopolíticas oficiales. El interés gratuito por algo exterior a China y a sus intereses hubiera sido considerado culpable.

En la descripción de su mundo de 1984, resumido en tres superestados, Orwell explica la necesidad para cada uno de ellos de que sus ciudadanos no entren jamás realmente en contacto con los de los otros:

El ciudadano medio de Oceanía nunca ve a un ciudadano de Eurasia, ni de Asia Oriental-aparte de los prisioneros-y se le prohibe que aprenda lenguas extranjeras. Si se le permitiera entrar en relación con extranjeros, descubriría que son criaturas iguales a él en lo esencial y que casi todo lo que se le ha dicho sobre ellos es una sarta de mentiras. Se rompería así el mundo cerrado en que vive y quizás desaparecieran el miedo, el odio y la rigidez fanática en que se basa su moral(…).En los tres (estados) existe la misma estructura piramidal, idéntica adoración a un jefe semidivino, la misma economía orientada hacia una guerra continua.

El sistema absoluto precisa de un universo cerrado, aunque-la contradicción es sólo aparente-abogue por internacionalismos planetarios. Su estructura excluye por su naturaleza misma al Otro excepto como justificación bélica. Llevado a sus últimas consecuencias, la simple existencia de algo fuera  de él, de planetas que no giren en torno a la Tierra, es insoportable, del mismo modo que la dedicación exigida a los entes estatales no puede coexistir con los afectos individuales.

Quien va a dedicarse a amar a Dios, o a la humanidad entera, no puede poner sus preferencias en un solo individuo. (…) en este punto, la actitud religiosa y la actitud humanista dejar de ser conciliables (…).Ser humano consiste esencialmente en no buscar la perfección, en aceptar cometer un pecado por lealtad a un amigo (…) Indudablemente el alcohol y el tabaco son cosas que un santo debe evitar, pero la santidad es una cosa que deben evitar los hombres.[13]

Los grandes ausentes producían grandes tabúes, todo un trasfondo que, en variante de negros y grises, ocupaba el vasto espacio no acotado por la terminología oficial. De ahí la extremada tensión y el malestar violento que podía despertar entre los interlocutores chinos la palabra miedo:

-No es posible utilizar el texto, sobre la muerte de Salvador Allende, que tomaste de un periódico español-dice la responsable política del departamento a la cooperante.

-¿Por qué?.

-Los profesores no pueden comentarlo.

-No comprendo cómo hay tanto miedo a expresar opiniones personales.

La observación es acogida con extrema tirantez. Sigue una reunión del departamento de español en pleno para hacer saber que no nos ha gustado que se diga que tenemos miedo. Los chinos son perfectamente libres, no temen a nada. Disfrutamos de la completa libertad de la dictadura del proletariado.

La palabra era un tabú extraordinario precisamente por su pertinencia. El complicado juego verbal de omisiones, antítesis, paradojas y eufemismos no era sino el recurso para despojar a las realidades de existencia suprimiendo su auténtico apelativo. En este sentido, tal vez la verdad es siempre revolucionaria. La verbalización de los ausentes significaba darles existencia, romper el orden de lo establecido, desvelar caminos a un pensamiento que hasta entonces discurría por una sola dimensión. El hablante no podía reaccionar sino con la angustia que, por ejemplo, experimentan ciertos sujetos patológicamente reprimidos ante las alusiones al sexo. El sistema, los medios de comunicación, las directivas, lo que continuamente lee y oye tienden a crear en él-y de hecho lo logran-un reflejo negativo, desagradable, ante palabras, frases, connotaciones semánticas que no se hallan en la tipificación oficial. Se trata de una defensa que el individuo desarrolla para evitar conflictos dolorosos provenientes de su medio social. El rechazo limita y empobrece, pero al menos ahorra en parte la angustia y favorece la adaptación a condiciones que no puede cambiar y hacia las que le es indispensable, en pro de un mínimo de equilibrio vital, mostrar aceptación.

un entrenamiento mental complicado, que comienza en la infancia y se concentra en torno a las palabras neolingüísticas “paracrimen”, “negroblanco” y “doblepensar”, le convierte en un ser incapaz de pensar demasiado sobre cualquier tema (…) las especulaciones que podrían quizá llevar a una actitud escéptica o rebelde son aplastadas en sus comienzos, o, mejor dicho, antes de asomar a la consciencia, mediante la disciplina interna adquirida desde la niñez. La primera etapa de esta disciplina, que puede ser enseñada incluso a los niños, se llama en neolengua “paracrimen”. “Paracrimen” significa la facultad de parar, de cortar en seco, de modo casi instintivo, todo pensamiento peligroso que pretenda salir a la superficie. Incluye esta facultad la de no percibir las analogías, de no darse cuenta de los errores de la lógica, de no comprender los razonamientos más sencillos (…) y de sentirse fastidiado e incluso asqueado por todo pensamiento orientado en una dirección herética.”Paracrimen” equivale, pues, a estupidez protectora.[14]

En la galería de ausentes no puede faltar el conflicto real, cuyo espacio ocupa un doble desactivado y solucionado de antemano por un desarrollo ortodoxo que la gente conoce tan bien como el argumento de la media docena de óperas o ballets modelo. El conflicto aparente aparece unido a casos y circunstancias muy concretos; se da, sea entre el cuadro de buena voluntad pero equivocado en su forma de abordar una cuestión y cuyos errores rectifica, gracias al pensamiento maotsetung, felizmente al final, al tiempo que cubre de elogios al subordinado que se opuso a sus erróneas prácticas y con el que anteriormente se enfrentara, sea respecto a un grupo o individuo que se hallan ante dificultades que en principio parecen complicadas pero que logran dominar gracias al esfuerzo y a la recta visión política. En cualquier caso todos los caminos llevan a Mao y a su división de las contradicciones en antagónicas (suscitadas por enemigos) y no antagónicas (producidas en el seno del pueblo; normales, sanas y pacíficas). La clasificación en uno u otro rango corresponde al Presidente y al Partido. Los conflictos de nefanda categoría implicaban la presencia de un adversario del sistema, que podía ser el saboteador, tratante del mercado negro, etc, y era infaliblemente descubierto. En el caso de enemigos de alta categoría, como Lin Piao, no existía asomo de conflicto por cuanto el planteamiento que los caracterizaba como tales no dejaba, desde el principio, resquicio alguno a la discusión, fuera ésta de forma. En el texto Llevar hasta el fin la lucha de crítica a Lin Piao y a Confucio el personaje negativo era introducido nada menos que por la lista de epítetos siguiente: Lin Piao, arribista, burgués, intrigante, elemento de doble faz, renegado y vendepatria. El conflicto que pudiera plantearse respecto a la línea y los hechos del denunciado es inexistente por la firme catalogación previa.

No deja de ser curioso que se haya señalado como gran originalidad del maoísmo, entre las corrientes marxistas, el haber introducido la idea del conflicto y las contradicciones, persistentes aun después del triunfo de la revolución socialista. El Gran Líder recuperó esa inevitabilidad de las contradicciones en pro de su poder legislativo en la materia, afirmando de esta forma mucho más su autoridad ideológica que si hubiese instituido un sistema de revolución lograda y establecida. El recurso a la conflictividad era simplemente un mecanismo de continuo control. Suplantados y domeñados por el poder fáctico, los intelectuales ocupaban, como enemigos, un pobre lugar. Sólo de cuando en cuando se llevaba a escena a un anciano considerado de tal categoría para que confesara en pública autocrítica sus inclinaciones elitistas y burguesas e hiciera acto de adhesión al pensamiento oficial.

Ordenados, como bloques de viviendas de exacta e incolora semejanza, se extienden las pequeñas galaxias de los textos que reproducen, cada uno, un sistema interior. La estructura copia la estructura del primero al siguiente: un planteamiento inicial en el que ya se dan las premisas correctas, una parte central larga, lineal, acumulativa, y una conclusión que recoge la premisa inicial, es notablemente homogénea y guarda gran parecido en todos los tipos de textos. La correspondencia de los clichés iniciales y finales con la exposición central es detalle que carece de importancia. Se trata de bizantinismo ritual.

La hilaridad salvadora se echa singularmente en falta con textos como Maligna intención y viles medios-Crítica de la película antichina “Chung Kuo” (China), filmada por Michelangelo Antonioni, aparecido en español en Pekín Informa en 1974 y traducción a su vez de un artículo del Diario del Pueblo.

Se trataba de una película, rodada en China con toda legalidad y facilidades por el director italiano, que los chinos-salvo muy escasas excepciones de cuadros y organismos-ni habían visto ni verían. Tras el título, la introducción comprende párrafos como La película antichina “Chung Kuo” (…) constituye un reflejo de los muy hostiles sentimientos hacia la nueva China que profesa el puñado de imperialistas y socialimperialistas del mundo. La aparición de este film es un serio incidente antichino y una desmedida provocación contra nuestro pueblo (…) (Antonioni), hostil hacia el pueblo chino y con métodos muy despreciables que servían a sus segundas intenciones, aprovechó su visita para recoger en particular materiales que podían ser usados para calumniar y atacar a China y, con ello, trató de alcanzar fines inconfesables (…) (es) un prontuario de escenas y tomas maliciosamente tergiversadas para atacar a nuestros dirigentes, difamar la Nueva China socialista, denigrar nuestra Gran Revolución Cultural Proletaria, e injuriar a nuestro pueblo. Al ver esta película, todo chino que tenga cierta dignidad nacional sólo puede sentir gran indignación.

Vista la introducción, no cabe al lector sombra de duda sobre el margen de elección crítica que se le presenta. El menor asomo de actitud neutra, objetiva o meramente curiosa ante lo que posteriormente se expone significa ser tachado de cualquiera de los anatemas del texto. La densidad de despectivos, puntuados por interrogaciones retóricas, es extraordinaria, la pauta obligatoria indudable: sólo puede sentir gran indignación. El análisis de este artículo merecería por derecho propio un capítulo e incluso un pequeño volumen. La parte expositiva se halla dividida, con números romanos, como sigue:

I-Descripción y crítica de las diversas tomas.

Cada toma de este “documental” hace un comentario: comentarios políticos sumamente perversos que calumnian y arrojan fango a China a través de recursos artísticos reaccionarios, comentarios políticos inescrupulosos y descaradamente antichinos, anticomunistas y contrarrevolucionarios. (…) “Antonioni dice con rencor que “seríamos ingenuos si pensáramos encontrar un “paraíso rural” en la China de hoy”. ¿Acaso no es descaradamente calumnioso pintar el campo chino como un infierno terrestre más de veinte años después de la liberación?.

II-Hincapié en la crítica de ciertos puntos que actúan como resortes del orgullo nacional y afirmación de los logros actuales:

Antonioni describe al pueblo chino como una muchedumbre ofuscada, ignorante, aislada del mundo, de cara triste, lánguida, renuente a la higiene y obsesionada por comer y beber. (…) Con “orgullo de un europeo”, Antonioni hecha fango de modo deliberado al pueblo chino; (…) ¿no propaga reiteradamente en su cinta que el pueblo chino carece de libertad?. Se burla descaradamente de una reunión de discusión de obreros diciendo que sus intervenciones son “repetitivas y monótonas”, que “no es un debate verdadero” (…) Alegó delirantemente que, debido a las “reservas de la gente”, “los sentimientos y los dolores son casi invisibles” (…) Los únicos que sienten “dolor” son el puñado de reaccionarios que intentan restaurar en China la dictadura de los terratenientes y de la burguesía compradora.

III-Crítica de los procedimientos técnicos empleados en el rodaje:

Las técnicas a que recurrió Antonioni  (…) son también sumamente reaccionarias y arteras (…) Cuando filmó el gran puente sobre el río Yangtsé, en Nankín, el camarágrafo eligió deliberadamente muy manos ángulos (…) Por añadidura incluyó una toma de pantalones asoleándose debajo del puente con la intención de desfigurarlo (…) En los comentarios de la película, el cineasta afirma abiertamente que rodó muchas escenas a hurtadillas como si fuera un espía (…) Además se queja de que “no ha sido fácil moverse con una cámara en la calle Chienmen”. ¿No ha sido fácil para quién? No es fácil para un ladrón.

IV-Generalización. Alcance y conclusión: Alabanza a Mao y a la recta línea del PCC.

Nuestros enemigos no se resignan a su fracaso en China. Atacar la revolución china y difamar a la Nueva China socialista es una manera de preparar la opinión pública para una restauración contrarrevolucionaria en China y para reducir de nuevo a China a colonia o semicolonia.

Todo el mundo sabe que la camarilla de los renegados revisionistas soviéticos es la cabeza de lanza y el respaldo general de las campañas antichinas que se desatan en el terreno internacional (…) todas estas torpes difamaciones sólo sirvieron para poner al descubierto la repugnante catadura de los renegados revisionistas soviéticos (…) El pueblo chino avanzará firme y valerosamente por el camino socialista. Como señaló hace mucho nuestro gran líder el Presidente Mao.

El artículo, utilizado como material para los estudiantes de español, es un dechado de tópicos-anatemas, adjetivación, recurso a motivaciones irracionales-dentro de la más típica manipulación de la opinión de masas-patriotismo, orgullo, xenofobia-; su estructuración es un calco fidedigno de la forma en que se reciben esquemas verbales en los que van a insertarse procesos mentales. No por grosero y primario el texto carece de operatividad. La manipulación, que resulta rudimentaria para el observador externo, tiene muy distinto carácter en el consumo local, donde disfruta de la impunidad del monopolio. La tranquilidad con que niega claras evidencias dice lo suficiente sobre el paisaje social en que se mueve y la consideración que le merece al redactor el público al que se dirige.

Otro ejemplo típico de tales estructuras sería Lin Piao y la doctrina de Confucio y Mencio, artículo aparecido en Pekín Informa en español en 1974 y traducción a su vez de uno publicado en Hongqi (Bandera Roja) . Le servían de introducción párrafos como La vigorosa lucha presente para criticar a Confucio es parte integral de la crítica a Lin Piao y es precisamente una batalla para arrancar de raíz la línea revisionista contrarrevolucionaria de Lin Piao. La guarida de Lin Piao estaba anegada de basura confuciana y apestaba a pútrido confucianismo. (…) La línea política de Lin Piao era una línea revisionista contrarrevolucionaria, una línea ultraderechista de restauración y retroceso. Seguían una serie de columnas en las que motivos muy repetitivos-presentados como hipotéticas pruebas-se engarzaban y justificaban unos a otros sin justificarse ninguno por sí mismo. Los párrafos se cerraban con ejemplos como el siguiente: Si la conspiración de Lin Piao, el superespía, hubiera logrado éxito, la hermosa tierra china habría sido hollada por los tanques de los revisionistas soviéticos, los gangsters socialimperialistas habrían corrido a voluntad por China y el pueblo chino habría sido subyugado y esclavizado. La conclusión se resume al mandato: No criticar a Confucio y al concepto de venerar el confucianismo y combatir a la escuela legista es, de hecho, no criticar a Lin Piao(…) ¡Bajo la dirección del Presidente Mao y el Comité Central del Partido debemos desarrollar el consecuente espíritu revolucionario del proletariado para conquistar nuevas victorias en la lucha por criticar a Lin Piao y Confucio!”.

Si la reproducción extractada de dos ejemplos de este esquema resulta ya tediosa, imagínese pues su efecto empleado, más o menos diluido, de forma continua. Tanto la temática como la estructura marcan en los textos, más allá de su piel verbal, una constelación de núcleos de interés, prácticamente exclusivos, subrayados y destinados a ser grabados por todos los medios en el hablante, mientras que el vasto campo restante de la realidad carece de existencia. El discurso es predominantemente a-racional, a-objetivo, es emotivo, encauzado desde un principio por juicios de valor. La abundancia de frases ampulosas, loas, imprecaciones, está en proporción directa con la carencia de precisión, concreción y encadenamiento lógico. Naturalmente ningún ejemplo de esto es más claro que los textos de campañas políticas, en los que se lleva al máximo el alejamiento del proceso racional para introducir al hablante en un medio emotivo, manipulable y moldeable en todo instante por los dueños y emisores de la palabra. Esa estructura, cuyos puntales son autoridad y emotividad bien canalizada, reproduce la dominante del sistema; por otra parte forma al receptor en la adquisición de ciertos reflejos mentales como la anulación de la visión objetiva y la necesidad y búsqueda ansiosas de la ortodoxia. El espacio externo-que, en este caso, es el mundo más allá de China-llega al hablante filtrado y conformado por un hábito, previamente cristalizado, de captación. El maniqueísmo es forzoso. Los manuales repetían hasta la saciedad uno de los dogmas marxistas: Todas las ideas sin excepción llevan su sello de clase. Pero el plácet, el pertenecer a la buena clase o no, es otorgado por la autoridad que determina si la realidad, el hecho, la frase se clasifican en el campo positivo o en el negativo. De ahí la proliferación de palabras de contenido semántico normativo, ético, que delimitan las zonas y núcleos del “Bien” y del “Mal” en el texto, y que repiten constantemente la importancia de saber colocarse en la recta línea:

No adoptamos ideas malas.

Los jóvenes de la nueva China deben adoptar una firme posición en la lucha de clases.

El camarada aceptó mis opiniones y corrigió sus errores.

Reeducar las malas ideas.

Adoptar opiniones correctas ajenas está bien.

El Partido siempre es grande, glorioso, correcto; el Presidente Mao es el Gran Líder, su pensamiento luminoso e infalible; el campesinado es valiente, sabio, laborioso; la clase obrera dirigente, combativa; los estudiantes son buenos alumnos del pensamiento maotsetung, dinámicos; los soldados sirven al pueblo, etc, etc. En el otro polo de este mundo resplandeciente se halla el ejército de la sombra, el Mal, los traidores, enemigos de clase, revisionistas y demás ralea, que son siempre un puñado (puñado imprescindible, porque para que exista el Bien tiene que haber al menos una porción mínima de Mal). Las expresiones de obligación impregnan los textos, las frases y las actitudes de los alumnos (Hay que…, No debemos…, Tenemos que…, ….persistir en los principios…, Bajo la dirección..., Es nuestro deber...) En vez de aprender la lengua a partir de lo concreto se les han enseñado rosarios de consignas abstractas, semántica inmaterial que configura, no el mundo del que la nueva lengua podría darles una más amplia visión, sino la forma en la que deben abordar prudentemente ese mundo, las estrechas lindes por las que pueden moverse en él.

Cuando los profesores chinos de español daban como frase modelo Todas las ideas sin excepción llevan su sello de clase, habían tomado esas líneas de Mao Tse-tung, quien, a su vez, estaba citando el Manifiesto del Partido Comunista, de Karl Marx y Friedrich Engels (Las ideas dominantes de una época nunca han sido otra cosa que las ideas de la clase dominante). Lógicamente pues, en China las ideas, no sólo dominantes sino únicas con posibilidad de expresarse, eran también las de la clase dominante: el Partido.

El Partido crea una ciencia, fabrica una objetividad regida por nuevas leyes naturales, distribuye un manual de aprehensión y aprendizaje. El proceso es un gran acto de fe de extensión y dogmas muy superiores, en alcance y fuerza, a los anteriormente conocidos. Su meta engloba hasta al último individuo de una sociedad colectivizada, su mecanismo de exclusión es total. En buen marxista, Mao explica que las ideas justas provienen de la práctica social, de su adecuación con una realidad en sí cambiante por la continua interacción con el hombre según la dinámica dialéctica. Pero no podemos menos de observar que entre el hombre y la realidad se halla el lenguaje, los medios de comunicación y los grupos que los controlan. La vieja cuestión sobre el origen de las ideas justas continúa estando ligada a la crítica de la transposición verbal de la realidad, al análisis de la función del relato, que distribuye calificaciones y, simultáneamente, fabrica, con los materiales de acarreo, y produce, cara al futuro, la Historia.

La revolución se plantea de inmediato el problema de dar la palabra a la clase que pretende liberar, que debe liberarse por sí misma con el impulso de las vanguardias conscientes, las cuales toman sobre sí el poder y monopolio del relato. Se supone que se ha dado la palabra a los pobres porque éstos son la representación más genuina de la clase y las ideas justas. Y se ha privado de expresión al resto, al coro de clases injustas y erróneas ideas. El resultado es un reparto de cartillas perfectamente plasmado, en el zenit de la Revolución Cultural, por los millones de Pequeños Libros Rojos, y ejemplificado por los relatos de amarguras. Lo que se pretendió liberación ha logrado, en un curioso proceso de inversión metodológica, cotas difícilmente superables en el uso del corset de estereotipos.

Los conversos suelen mostrar doble celo que sus convertidores. En este sentido los maoístas occidentales nos ofrecen pruebas de un maniqueísmo químicamente puro. El Glosario de términos de la Revolución Cultural, de Daubier, aporta definiciones tan inefables como Línea reaccionaria-burguesa=conjunto de las manifestaciones de la línea política de Liu Shao-shi antes y durante la Revolución Cultural. Línea Revolucionaria proletaria=la línea opuesta a la línea reaccionaria burguesa; es encarnada por Mao Tse-tung. Rebeldes o revolucionarios proletarios=son todos aquellos que defienden la línea revolucionaria de Mao Tse-tung.

No por su apariencia tajante y su serio tono moralista deja de presentar este lenguaje la ambigüedad que nunca falta en los textos religiosos y dogmáticos. Las llamadas a la iniciativa coexisten con los avisos sobre la necesidad de atenerse a la recta línea y seguir el camino ortodoxo. Las obras escogidas de Mao Tse-tung en español constituían una de las lecturas de base de los alumnos y son una serie de loables máximas de doble filo en contradicción unas con otras. Las llamadas a la rebelión, al espíritu de nadar contra corriente, alternan con las advertencias sobre la necesidad de disciplina y obediencia al Partido. No se trata de un recurso gratuito: en un régimen de directivas voluntaristas y cambiantes, la necesidad de hacer descifrar día a día consignas contradictorias proporciona a la burocracia estatal la seguridad del acierto. La sibila política no comete errores; el receptor es culpable de no haber estudiado con la suficiente atención o de no interpretar de la forma adecuada. La ambigüedad se ve reforzada por la intercambiabilidad de los clichés y por la continua manipulación del presente y del pasado.

La religiosidad que evocan inevitablemente los textos maoístas encuentra un eco magnificado en los occidentales conversos, véase el artículo Crónicas al vuelo. Pekín, la limpia y asombrosamente despejada., firmado por A. M. y publicado en un periódico mejicano:

(…) durante mis prolongadas conversaciones con mi amigo chino Li Tung-hai[15] creí estar hablando con el propio Mao o, por lo menos, con el Mao cuyas máximas y doctrina a través de sus poemas y de sus obras completas me son familiares desde hace años (…) Mao Tse-tung, el estadista mayor de todos los tiempos. Mao, el Hombre, cuyo amor a la humanidad tiene un solo antecesor directo, el propio Jesús.

El resto del artículo no desmiente el tono inicial. Entre otras agudas observaciones, la autora nos dice que todos (los chinos) portan, sin excepción, calcetines blancos. Parece que ello sea una parte importante de su dignidad y refuta la creencia del color amarillo de los chinos dando una explicación científica: No hay raza amarilla. Quizá fueron amarillos allá por la época en que japoneses e ingleses los convirtieron desdichadamente en opiómanos, en el siglo pasado y principios de éste.

El belicismo es inseparable del discurso propio de este archipiélago, y ello por el estado de confrontación permanente que se pretende transmitir. Existen textos que tratan sobre guerras reales, pero la magnitud del fenómeno reside en la extensión de la semántica bélica a cualquier medio. Bajo este tratamiento, se crea el hábito de percibir el mundo en términos de combate, antagonismo, vigilancia, perpetuo estado de excepción, lo que conviene sobremanera a la doctrina gubernamental y a la práctica del control social. Se habla continuamente de lucha de clases, ante los imperialistas y lacayos revisionistas adoptamos firmes medidas y luchamos hasta el fin, ….armados con el pensamiento maotsetung, …el frente de la producción, …el frente de la experimentación científica, …templarse en los tres grandes frentes, combate, héroe, enemigos, brigada de choque para abrir un túnel, ímpetu revolucionario, empuñaron cinceles, barras y martillos pesados y se lanzaron al combate, librar luchas arduas. En la vida cotidiana la heroica guerra es la producción transfigurada. El lenguaje bélico es antagónico de la reflexión; su finalidad es movilizar, controlar y utilizar al sujeto, limitar su percepción a los objetivos que se señala, mecanizar y polarizar sus reflejos. El hincapié en la pervivencia de enemigos de clase, espías, traidores es imprescindible para el sistema. La continua lucha de clases legitima la continua dictadura. En el Sumario del foro sobre el trabajo literario y artístico en las fuerzas armadas convocado por la camarada Chiang Ching por encargo del camarada Lin Piao en Shanghai, en 1966-plena Revolución Cultural-se lee: Debemos rectificar el estilo de nuestros escritos, estimular la producción de artículos cortos y fácilmente accesibles, convertir nuestra crítica literaria y artística en dagas y granadas de mano, y aprender a usarlas con eficacia en combates a corta distancia.

En la cultura el efecto de tal lenguaje puede ser devastador; el entorno es pensado de esa manera, militarizado, considerado en función de eficacia y objetivos, lo que comporta la eliminación de otros terrenos y matices. Es un discurso de praxis, de , no, y lo más posible, de simplificación y de urgencia. Cuando en él se habla de estudio, es el estudio de las órdenes recibidas, de su buena comprensión indispensable para el buen cumplimiento de los fines. Y, como es lógico, se substancia en el principio de autoridad. Su impropiedad lo caracteriza; valga el ejemplo de que, aunque China pudiera tener enemigos reales, no se hallaba en estado de guerra. A falta de providenciales Viet-Nam o Corea, nada más simple que extender el conflicto a un enfrentamiento planetario que leyes históricas tan ineluctables como las físicas prolongan hasta la Parusía lejana del triunfo completo del proletariado. La continua o periódica fijación de la animosidad general contra enemigos señalados impide que los sentimientos negativos tomen cauces imprevistos. La burocracia estatal, el Partido, ofrecen a gentes sobre las que ejercen una imposición férrea y por las que en absoluto han sido elegidos un simulacro de antagonismo, bautizado como proletariado y burguesía. Los términos sirven esencialmente para crear un automatismo infalible de corte dual, un por y contra de opresores y oprimidos que siempre tiene, además, a su favor la simpleza del razonamiento. La opresión real desaparece, con sus opresores, tras la liturgia del escenario, el Buró Político ofrece como pasto a las amplias masas algunos de sus miembros molestos, incita sin descanso a una denuncia sin la cual no hay esperanzas de promoción, y retiene el aparato entero de un indiscutido poder.

El sufrido terreno de la cultura es, una vez más, terreno elegido para la oferta pública de fieras y gladiadores. Mao abolió tempranamente la libertad de expresión y la creatividad artística en su discurso a los intelectuales en Yenan, en 1942, y fijó explícitamente las premisas de un maniqueísmo según las pautas del Partido: En este mundo no hay nada por encima del utilitarismo; en una sociedad de clases, lo que no es el utilitarismo de una clase tiene que ser el de otra.

El lenguaje bélico, extrapolado, pasó a ocupar en China todos los terrenos. Sus expresiones han sido piedras angulares, imanes y soles en un universo semántico aureolado por la autoridad central para el que funciona como recolector de energías, unificador y polarizador. Llegado el régimen a ese punto, ya no es necesaria una marcialización violenta ni en exceso rígida. El enemigo se da por añadidura.

Las constelaciones son aquí muy limitadas, palabras clave que interesa no cambien jamás de significado, sistemas hostiles a Galileo que deben girar según directivas indiscutibles unas en el sentido positivo (tradúzcase, si se desea, como izquierda en homenaje a la propuesta de los guardias rojos de invertir la simbología de las luces de los semáforos), otras en el reprobable y nefasto de las diestras agujas del reloj. En torno al puñado de sustantivos sacralizados por el rito evolucionan adjetivos calificativos despectivos o encomiásticos. Éstos se especializan, agrupan distribuyen según los nombres de los que son epíteto casi inseparable, de manera que el conjunto forma automáticamente un núcleo lingüístico en la mente del hablante se haya escrito o no en su totalidad. El resultado produce una falsa impresión de fluidez verbal. La rapidez con la que los chinos hispanohablantes desgranaban y engarzaban fórmulas llevaba al observador novicio a creer que su dominio del castellano era notable. No había tal; se trataba de un mecanismo puramente reflejo antagónico de la cultura, una reacción condicionada más propia de la cibernética que del aprendizaje humano. Antes de 1949 las masas trabajadoras vivían en un abismo de amargura, trabajaba como bestia de carga, sociedad siniestra, vida inhumana, explotación cruel, situación desesperada. Ahora excelente tratamiento, vida feliz, gran líder, el Presidente Mao, la dirección del grandioso, glorioso y correcto Partido Comunista de China, pleno triunfo, excelentes éxitos,. Liu Shao-shi es puntualmente renegado y vendeobrero, lo soviético revisionista y socialimperialista, la lucha entre el proletariado y las clases explotadoras aguda y vigorosa, las obras de los caídos o criticados en las purgas son basuras, hierbas venenosas, los lugares donde éstos residían guaridas, los criticados enarbolan banderas negras, raídas, frente a la gran bandera roja del pensamiento maotsetung, acompaña al nombre de Lin Piao una sólida letanía de arribista burgués, intrigante, elemento de doble faz, renegado y vendepatria, todos los eliminados políticamente llevaban a cabo maquinaciones para usurpar la dirección del partido, arrebatar el poder del estado y restaurar el capitalismo, las críticas que se les hacen siempre deben ser profundas y cabales, la esencia de estos traidores es ultraderechista, su línea o su ideología revisionista contrarrevolucionaria, la Revolución Cultural es indefectiblemente la Gran Revolución Cultural Proletaria y produce ricos frutos, acompañan a los criticados fanáticos secuaces que proclaman o formulan programas reaccionarios, sus frases o sus actos revelan plenamente perversas intenciones, ambición de subvertir la dictadura del proletariado, restaurar el capitalismo. La lista sería larga pero podría llegar a ser completa. Significa esto que el lenguaje empleado por el sistema chino-del cual es un aspecto el español enseñado a los estudiantes-está compuesto por clichés. A fuerza de escuchar un epíteto como incansable acompañante de cierto sustantivo, por una parte se pierde la conciencia de que ese sustantivo pudiera tener otras connotaciones, por otra ambos forman un todo lingüístico y conceptual. El mundo, los seres que lo componen, la vida, el ambiente cotidiano, son fijados en moldes funcionales precisos, designados por el régimen. Las personas no existen per se. Lo mismo que el Gobierno fabrica la realidad objetiva según las circunstancias, asimismo los seres son odres rellenables en cada avatar sociopolítico con la adjetivación del momento, coloreados con los epítetos de costumbre. En el plano general, esto reproduce la idea del sistema respecto a los súbditos: una persona-vasija, persona-página en blanco sobre la que escribir, borrar, escribir de nuevo. Las dotes particulares se consideran como inexistentes excepto en las que ayudan a hacer del individuo un elemento más productivo. Lo importante es llenarlo hasta los bordes de la masa apropiada. En esta óptica perfectamente pragmática lo que no sirve no tiene razón de existir.

Con el uso fijo y repetido, las palabras y frases que se han convertido en compañeros inseparables de los sujetos pierden progresivamente su valor distintivo real; metáforas y epítetos se vacían semánticamente, pasan a ser elementos muertos de cadenas lingüísticas al tiempo cada vez más altisonantes y hueras. A fuerza de ser la vida siempre feliz, el Partido siempre glorioso y correcto, sus enseñanzas infalibles, las manifestaciones entusiásticas y los enemigos perversos, torpes y escasos, entonces todos esos adjetivos se vuelven tan genéricos como el hombre es mortal o la nieve es blanca, y pierden su función específica distintiva, calificativa, puesto que los sujetos no pueden ser sino felices, glorioso, etc. Los alumnos empleaban un español ampuloso y monocorde no sólo por las dificultades fonéticas y de entonación sino por la vaciedad automática de las fórmulas.

La ampulosidad de las metáforas y el maximalismo de los adjetivos desdibujaba, con el gran uso, el contenido semántico, neutralizaba su carga emotiva y borraba la imagen visual. Cuando se compara a los traidores con insectos nocivos, lobos con piel de cordero, se habla de sus doctrinas como de hierbas venenosas que es preciso arrancar de cuajo, se designa al Presidente como el astro resplandeciente que ilumina todo al alzarse por el horizonte, es dudoso que el hablante visualice las imágenes que repite y oye. De ahí la facilidad, tan chocante para los observadores extranjeros, con que el chino recibe, al cambiar el Gobierno la dirección de sus críticas, el cambio de sujetos a los que se califica, o el empleo de imágenes positivas maximalistas donde antes había injurias. Se trata de clichés intercambiables. La abundancia de frases preparadas y listas para consumo, de calificativos en bandeja, redunda en la anulación-por falta de ejercicio-de la actividad indagadora, selectiva, de la mente. Sin otro esfuerzo que la memorización, el hablante halla el predicado,la oración, ya confeccionados, no le es preciso pensar. La dificultad de los interlocutores de la cooperante para encadenar el discurso en un sentido distinto al de los clichés verbales marcados era evidente, material y palpable.

Son, en chino, muy frecuentes las abreviaturas, las frases compuestas con la primera sílaba de cada una de las palabras conocidas que la componen. Por ejemplo: ¡Pi-Lin, Pi-Kon!, consigna de la campaña política en curso en el 74, significa ¡Criticar a Lin-Piao, criticar a Confucio!.Hay también fuerte tendencia a la abreviación por medio de numerales; la prensa china hablaba del Grupo de los 4 para designar a Wang-Hung-wen, Chan Chung-chiao, Chiang-Ching y Yao Wen-yuan, del estilo de 3 y 8, de las 3 citas constantemente leídas. Esta tendencia tiene, en chino como en castellano u otra lengua, el efecto de disminuir la conciencia del hablante y facilitar la repetición mecánica por la reducción de materia fónica. En la abreviatura pueden, además, contenerse falsedades evidentes, hermanarse elementos antagónicos, expresarse absurdos lógicos; poco importa.

Concorde con la rigurosa estrechez de su espacio mental, el idioma del archipiélago se caracteriza por la reducción del caudal semántico y de sus posibilidades. El habla toma de la lengua una porción pequeña y funcional que, como esa minoría rectora vanguardia del proletariado, como esa clase predestinada para guiar hacia el mañana, se cubre de todos los oropeles y deja la sombra y la intemperie para el resto. Acude a la mente de manera irresistible la descripción de la neolengua que hace Orwell por boca de uno de sus personajes de 1984:

Creerás, seguramente, que nuestro principal trabajo consiste en inventar nuevas palabras. Nada de eso. Lo que hacemos es destruir palabras, centenares de palabras cada día. Estamos podando el idioma para dejarlo en los huesos (…) . Por supuesto las principales víctimas son los verbos y los adjetivos, pero también hay centenares de nombres de los que puede uno prescindir (…) ¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente?. Al final acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber “crimental” si cada concepto se expresa claramente con una sola palabra, palabra cuyo significado está decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre?.

La neolengua, idioma oficial de Oceanía, usaba palabras y expresiones abreviadas: Miniver=Ministerio de la Verdad, crimental=crimen mental. Se impone la prudencia ante los paralelismos abusivos, pero la semejanza entre la ficción de Orwell y la China de Mao, sobre todo en tiempos de la Revolución Cultural, es tal, y tan genial la visión profética de un régimen totalitario y del papel del lenguaje en ese sistema, que es imposible no evocar 1984 cuando se comenta el fenómeno chino.

La apropiación de la realidad, la falsificación rigurosa y metódica de la vida y de las vidas individuales alcanza su clímax con el eufemismo y la unión de contrarios. Se ha ascendido de manera signficativa en la escala; ya no se trata de recursos acumulativos ni de simple sustracción, translación o amputación de elementos. Se va más allá, a la cuidada distorsión del contenido semántico y, finalmente, a la identificación del término con su contrario. Lógicamente la palabra revolución (como en otros contextos progresismo) figura en primera línea. Repetida como un conjuro, una consigna y un requisito indispensable para la salud del discurso, significa para el régimen el orden establecido, el sistema en vigor. En el plano laboral es la producción: Persistir en la revolución bajo la dictadura del proletariado es propio de comunistas verdaderos. Se habla de los comités revolucionarios de gestión, del deber revolucionario de corregir los errores con rapidez y eficacia, de la contribución (por el trabajo) a la revolución socialista de China y a la revolución mundial. Naturalmente Todos (los obreros chinos) trabajan con entusiasmo para la revolución y construcción socialistas y han logrado grandes éxitos, y Hacer la revolución depende del pensamiento maotsetung.

Cuando el régimen habla de Democracia o nueva democracia se refiere al poder ejercido por el ínfimo porcentaje que representa el Comité Central respecto al total de la población. La frase En los países capitalistas no existe democracia verdadera quiere decir que carecen del sistema de poder del Partido Comunista Chino. Entre el eufemismo y la unión de contrarios se halla la expresión centralismo democrático. Por construcción socialista se entiende la productividad. Donde dice enemigos de clase debe leerse las personas no gratas al Partido, y restaurar el capitalismo en China significa obrar de forma distinta a las consignas oficiales. Estudio político es la lectura, aprendizaje y asimilación de textos y documentos difundidos por las células del Partido y Los derechistas son aquéllos a los que éste considera opuestos a sus campañas.

Un ejemplo de la mixtificación de lo que se llama pueblo o amplias masas es la declaración de ciencia infusa que figura en el texto El puente sobre el río Yangtsé:

Al principio pudo parecer un sueño. China no tenía grandes maquinarias ni tecnología avanzada. Viendo ahora el puente de Nankín, que es uno de los colosos del mundo, se entiende bien por qué un trabajo de tal envergadura pudo parecer un sueño. Sin embargo el pueblo estimó necesario el puente y puso manos a la obra simplemente.

Debe pues entenderse, según estas líneas, que el pueblo supo, por el solo hecho de ser pueblo (=clase mitificada por el régimen y dotada de todo tipo de virtudes) lo que tenía que hacer.

Contrarrevolucionario es el pecador político, el opuesto a las directivas oficiales; lucha de clases es la disparidad o falta de aceptación que pudieran encontrar tales directivas; en Se lanzaron con ímpetu revolucionario a una verdadera guerra popular contra la montaña rocosa metáfora y prosopopeya se unen para dar tintes bélicos a la perforación de un túnel y, al mismo tiempo, se identifica la dedicación a las obras públicas con la guerra justa. Gran Revolución Cultural Popular Proletaria participa del eufemismo y de la unión de contrarios; la realidad que recubre el nombre es la de una severísima purga en todos los campos de la cultura, la destrucción de libros y monumentos, la eliminación de los intelectuales y la reducción al maoísmo más estricto, mientras que proletaria no pasa de ser, como en tantas otras ocasiones, una cláusula de estilo. Incentivos materiales es el término que designa, abominándolas como pertenecientes a la línea de Liu Shao-shi, las primas a la productividad, mientras que las primas razonables aparecen en el discurso como perfectamente ortodoxas.

Obviamente los términos marxistas, o de contenido simplemente social, ocupan lugar preferente en la unión de contrarios: Rebelde se entiende como seguidor de las máximas de Mao Tse-tung, en contraposición a los que, supuestamente, se han opuesto a ellas; resultaría por tanto el curioso fenómeno de un país de cerca de ochocientos millones de rebeldes declarados. La máxima ir contra corriente, que despierta al oído occidental bellas resonancias anticonformistas, significa embarcarse en una campaña de crítica a algunos cuadros lanzada, organizada y supervisada por el Buró Político.

Cuando de la finalidad de la toma del poder se trata, para una serie de actos similares se emplea un lenguaje desdoblado en positivo y negativo. Si se designa como A al grupo que se encuentra en posición de fuerza, controla los medios de expresión y lanza la campaña y ataques verbales contra B, A critica profundamente, B ataca; A fortalece la educación para seguir firmemente y aplicar de manera cabal la línea revolucionaria, B maquina para usurpar la dirección del Partido, arrebatar el poder del Estado y restaurar el capitalismo; A enseña, educa, B pregona (texto: Llevar hasta el fin la lucha de crítica a Lin Piao y a Confucio). Los términos crítica y autocrítica (que quizás valdría más traducir como acusación y autoacusación) eran jaculatoria cotidiana en la vida china y significaban una práctica más y menos inquietante que lo que en Occidente tales palabras pueden evocar. El régimen se aprovechaba para su uso de una tradición de humillación ante los superiores y de exageradas, y defensivas, expresiones de modestia, de manera que la reiteración y ritual de las sesiones hacían de esta variante de ejercicios espirituales un ingrediente familiar en el horizonte maoísta. Pero esta misma cotidianidad desdibujaba el peligro y producía, con su ritmo previsible, una grave devastación de las capas profundas de la personalidad, una degradación de afectos, respeto y fidelidades sociales, una intemperie de la mente y de los sentimientos que extirpaba, con el diario paso de la segadora, cualquier veleidad de disensión. Fenómeno semejante ocurría con fórmulas clave de la vida sociopolítica, como eran el estudio y discusión de documentos o la expresión de sugerencias: Nada tenían que ver con lo que indicaban y, más aún, indicaban lo contrario, constituían un periódico ceremonial de obediencia. Los reunidos oían largos discursos sobre cómo debían aplicar las directivas decididas por las autoridades y transmitidas por los cuadros del Partido, aplaudían, expresaban invariablemente su calurosa adhesión y prometían poner en el cumplimiento todo su empeño. Cada acto de rebeldía, crítica y discusión era una pública manifestación de vasallaje.

Se han planteado interrogantes sobre el exacto contenido de los términos chinos. El país importó una civilización técnica y un movimiento político (el marxismo-leninismo) que le eran ajenos. El nacionalismo, las tradiciones, las metas de los cuadros y la estrategia de los líderes se valieron de palabras y conceptos foráneos y los tiñeron y modelaron según las circunstancias. El sumo autor de los textos de cuya repetición y glosa se ha nutrido el régimen, Mao Tse-tung, desconocía las lenguas extranjeras y se situaba en un medio campesino en el que burguesía se identificaba con terrateniente y proletariado con clase social desprovista de propiedades. Surgen cuestiones sobre la intencionalidad de distorsión semántica de los que poseían, en la R. P. China, la voz y la palabra, se duda sobre las fronteras entre la impropiedad en el uso del significante y la impropiedad en el significado. No era cuestión de inocencia, de irremediable condicionamiento, y nada más ilustrativo de ello que el efecto producido en los individuos y los beneficios que obtenía por medio de tales instrumentos el Gobierno. Precisamente la insistencia exterior en el relativismo de los términos y de las costumbres proporcionó al régimen una de sus mejores justificaciones.

La unión de contrarios, el uso generalizado del eufemismo y de la mutabilidad permanente tanto de la historia como de la realidad objetiva producían en hablante, oyente, lector, alumnos y profesores una curiosa dualidad mental y expresiva, una escisión que podría denominarse “esquizofrenia necesaria”. La objetividad y la memoria son indispensables en la vida práctica y no desaparecen; sin embargo su funcionamiento debe anularse cada vez que existe contradicción con las consignas.

“negroblanco” (…) tiene dos significados contradictorios. Aplicada a un contrario significa la costumbre de asegurar descaradamente que lo negro es blanco, en contradicción con la realidad de los hechos. Aplicada a un miembro del Partido significa la buena y leal voluntad de afirmar que lo negro es blanco cuando la disciplina del Partido lo exija. Pero también se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna vez se creyó lo contrario (…) “Doblepensar” significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente (…). El gran éxito del Partido es haber logrado un sistema de pensamiento en que tanto la consciencia como la inconsciencia pueden existir simultáneamente.[16]

Vuelve una frase, compuesta por los profesores chinos de español del Instituto de Lenguas Extranjeras nº 2 de Pekín, que quedará como perfecta muestra de unión de contrarios y suplantación del raciocinio: No importa que las palabras de los conductores sean ininteligibles para nosotros, porque comprendemos su sentido.

Fuera de las palabras, no puede olvidarse la estructura de celdilllas de vigilancia y autovigilancia en que todos ellos habitaban, la reglamentada canalización de autoridad e informaciones, la capitalización por parte del sistema de sentimientos positivos y negativos, de energía, agresividad, aspiraciones, frustraciones y ansias, los reductos de seguridad como el automatismo memorístico y el apego a la pauta y el modelo, el miedo al error, la necesidad de imitación y de beneplácito. Se obtenía a cambio, con la limitación de la inteligencia y la disolución de la conciencia autónoma, una considerable reducción de la angustia, como el dolor de una amputación que se olvida; se lograba la acogedora integración gregaria que permitía ignorar la vasta mentira de las repeticiones cotidianas.

Orwell hubiera quedado sorprendido al comprobar que la República Popular China no precisaba de los adelantos de la sociedad técnica avanzada y podía arreglárselas con medios mucho más artesanales para vigilar a su población. Bastaba con transformar a los ciudadanos en transmisores, y lo hicieron. Cierto que radio y altavoces desgranaban directivas en trenes y cantinas, que los despertares eran amenizados por la campaña en curso con los alegres sones, como fondo, de un himno militar, pero la televisión hacía por entonces tímido acto de presencia y los ordenadores pertenecían al futuro. Los mass media eran simplemente la reproducción humana, y ésta cumplía su cometido con notable fidelidad. Las pantallas-espía, los captadores continuos de conversaciones, los detectores del pensamiento y demás fruslerías técnicas imaginadas por los autores de ficción se revelaban como superfluas, del mismo modo que los dirigentes confiaban en que, sin recurso a armamento sofisticado, los millones de habitantes disponibles les bastaban para ganar la guerra, por oleadas de bajas, a un enemigo exhausto.

El cultivo de la capacidad repetitiva implicaba un tratamiento especial de lo que se llama memoria. Ésta es, en sí, necesaria por cuanto constituye un fichero autónomo y personal. En el caso maoísta se había llevado a cabo en primer lugar una sustitución por la cual se eliminaba, reducía y conformaba la memoria objetiva y se calificaban los antiguos y tradicionales métodos memorísticos de reaccionarios y nefandos. Así preparado el terreno, era el momento de implantar el monocultivo oficial. La metodología se enmarca en la lógica del materialismo histórico, para el que pasado y futuro son simple materia regulable: No queremos una enseñanza memorística, pero necesitamos desarrollar y perfeccionar la memoria de cada estudiante dándole hechos esenciales (…) asimilarlos con espíritu crítico. aconseja Lenin en La cultura y la revolución cultural. Los principios de Mao y de la Revolución Educativa abogaban sin cesar por la enseñanza crítica, analítica, no memorística, y producían, en el raso terreno resultante, una espléndida contradicción entre las palabras y los hechos, hermosas máximas casi libertarias antagónicas de la cosecha de sumisiones. Para esto, mientras abominaba públicamente de los métodos antiguos, el Partido no dudaba en aprovecharse de la vieja tradición literaria de la cita, del virtuosismo en reiteraciones, resúmenes, ampliaciones y glosas. Las llamadas a la rebeldía, la creatividad y el análisis se resolvían en una vasta imposición, en un plano monocorde, sin posibilidades de elección y ni siquiera de juego dialéctico; el edificio resultante era de una funcionalidad roma y demoledora y en él no habitaba más pregunta que la retórica, destinada a recibir la respuesta incondicional.

A la cooperante le quedaban todas las preguntas y, sobre ellas, entre ellas, la clara certidumbre de un tejido de presencias, vivas, silenciosas, mantenidas por las circunstancias en el reducto del adecuado lugar. Era fácil considerarlas el producto necesario de una coyuntura histórica, los escalones transitorios de un bienestar inminente, la sala de espera del Mañana. La cooperante no dudó ni un segundo respecto a la identidad común que la unía a las miradas, los gestos, los deseos y la indefensa condición de las personas con las que le había correspondido coexistir. No le bastaba la insistencia de sus compañeros occidentales sobre la conciencia feliz, el discreto disfrute de una existencia segura del que los chinos gozaban. No le valía el paralelismo con la globalización del consumidor norteamericano, ni la simpatía benévola con la que habían descrito el régimen, tras su paseo por China los ideólogos occidentales. Simone de Beauvoir no pestañeaba al desgranar, en La Larga Marcha, sus análisis: Kant expresaba el mundo burgués, Confucio el feudal, ninguno la verdad de los oprimidos; de ahí se infería el alba liberadora de palabras, hombres e ideas que el nuevo sistema de Pekín representaba. Era el tipo de opinión y de razonamiento más extendido. Había una comodidad evidente en la identificación de las denominaciones justas de los mandarines con el Verbo de los clérigos de la Edad Media y las Ideas de Platón; era una forma de dejar acciones, lenguaje y leyes en manos del siguiente gobernante y absolverle por simple contraste con la situación anterior.

El maoísmo había ido más lejos que Stalin en la consideración del lenguaje. Para éste era una función ligada directamente a la actividad productiva del hombre. Para aquél se trataba, no sólo de un mecanismo que formaba, a la vez, la conciencia y el medio circundante, sino de algo de mayor calibre: los escritos del Líder eran la suma energeia, adquirían el poder bíblico de un génesis social, movilizaban, controlaban y se materializaban en productividad económica. En una entrevista sostenida con Kuo Mo-jo, presidente de la Academia de Ciencias de China, en 1971, Alain Peyrefitte planteó interrogantes sobre el papel del pensamiento maotsetung. Lo esencial es pensar bien-responde KuoMo-jo-Para cultivar bien el arroz, para fundir bien el acero, para cuidar bien a los enfermos, es preciso, en primer lugar, pensar bien. Antes de la Revolución Cultural, en las escuelas, las Universidades, los teatros, los periódicos, se pensaba mal. Valía la pena cerrarlos para, luego, ponerlos en condiciones de enseñar a pensar bien.

En resumen, ¿en el comienzo era el verbo?-añade Peyrefitte-Pensemos bien y todo lo demás se nos dará por añadidura.

En Pekín Informa se lee en 1976:

El Presidente Mao subrayó consecuentemente que sería posible conquistar la victoria siempre y cuando se obedezcan las órdenes en todas las acciones y se actúe al unísono (…) el propio Presidente Mao nos dirigió en el canto de “Las Tres Reglas Cardinales de Disciplina y las Ocho Advertencias” y nos enseñó que no solamente debíamos cantarlo sino que también debíamos interpretarlo y actuar de acuerdo con él. Reiteró una y otra vez el principio del centralismo democrático consistente en la subordinación del individuo a la organización, de la minoría a la mayoría, del nivel inferior al superior, y de todo el Partido al Comité Central y educó en esto a todo el Partido, a fin de unificar la comprensión, la política, el plan, el comando y la acción y marchar al mismo paso para conquistar la victoria. Ahora, en las circunstancias en que se ha logrado la magna victoria en la lucha por aplastar la “banda de lo cuatro”, al obedecer en todas las acciones las órdenes del Comité Central del Partido encabezado por el Presidente Jua, todo el Partido, todo el Ejército y el pueblo del país entero deben consolidar y desarrollar esta victoria, poner en juego el espíritu revolucionario de golpear al perro caído en el agua (…) Exterminada esta gavilla de dioses de la plaga que es la “banda de los cuatro”, en los 9,6 millones de kilómetros cuadrados del territorio chino, los 800 millones de seres del pueblo con más de 30 millones de militantes del partido encabezado por el Presidente Jua, están transformando su entusiasmo e iniciativa por el socialismo ya avivados en poderosa fuerza motriz para empeñarse en la revolución, promover la producción, el trabajo y los preparativos para enfrentar la guerra. (…) Se presenta ante nosotros una situación política en la que hay tanto centralismo como democracia, tanto disciplina como libertad, tanto unidad de voluntad como satisfacción moral, individual y vivacidad. La corriente revolucionaria integrada por los centenares de millones de seres del pueblo chino está avanzando impetuosamente con fuerza capaz de derrumbar los montes y vaciar los mares.[17]

Este texto, que sella las luchas palaciegas tras la muerte del Gran Líder y la eliminación de la “Banda de los Cuatro”, formada por la viuda de Mao y sus incondicionales, es perfectamente consecuente con escritos anteriores y resume y concentra todos los recursos a los que, sean los dirigentes cuales fueren, recurre el régimen: belicismo, unión de contrarios, ruptura lógica. Poner en juego el espíritu revolucionario golpeando al perro caído en el agua, es decir, atacando a los condenados por el Partido, es uno de los más típicos ejemplos de perversión de una palabra, en este caso revolución. Pero lo que resalta con más fuerza es la forma en que imágenes, frases, epítetos, todo en fin se distribuye de forma radial en torno a la obediencia unánime, indiscutible y masiva al Partido y al Presidente que lo encarna. La alienación del ciudadano, del individuo solo o en grupo, es completa.

Sólo igualaba, quizás, en magnitud al fenómeno chino la benévola reacción occidental. Parecía asistirse, con una sonrisa, desde la altura y lejanía de los palcos, a la vasta violación de la realidad, a la superposición de la consigna a la evidencia, a la sustitución de las noticias y del mapa por una novela de Dickens y un portulano de fabulosos monstruos y fronteras. La cooperante no ignoraba que el Verbo puede reemplazar subjetivamente al Objeto, pero dos y dos no eran cinco, la rebelión no consistía en apoyar las directivas oficiales, la revolución no era el orden establecido, el enjambre de entidades llamadas por decreto revolucionarias. No hacía falta tener ideas justas, ni denominaciones correctas; bastaba con no renunciar a las palabras, con aferrarse a la primaria evidencia de los hechos, a la instintiva expresión de las miradas, pensar en los números, en la suma fiable de sus elementos, poner la palma en la veraz y tenaz superficie de las cosas. Todo confluía para arrinconar a aquella gente con nombres, apellidos, amigos, hijos, deseos y defectos en una concepción del mundo determinada por raza, historia y entorno; ideogramas, milenios, proclamas, multitudes cubrían y desdibujaban el perfil conocido de los rostros y, pese a ello, contra la vastedad de la corriente, sobrenadaba en el individuo extranjero, pero no irremediablemente distinto, la voluntad de atenerse a su situación real. Finalmente no resultaba difícil no traicionar. Sólo era penoso, requería hacerse cargo de un fardo que nadie iría a buscar nunca, que ocuparía, como el cadáver en la escena del absurdo, un lugar cada vez mayor.

 

Veinte años son todo

-No hubo muchas víctimas, en nuestro instituto no hubo, casi, víctimas.

F lleva en España medio año. Su dominio del castellano ha ido subiendo cotas durante varias estancias como becaria en países extranjeros. Ha llegado a Madrid y se ha apresurado a tomar contacto con la antigua profesora que, hace mucho tiempo, cuando ella era la más joven del seminario de español, estuvo en su instituto. Isa la lleva a todas partes, a lo largo y a lo ancho de la geografía peninsular y al corazón de las dulces noches de la ciudad. F absorbe como una esponja, pero no deja escapar nada. Apenas una gota de pasado, ni una palabra de acontecimientos políticos; alusiones dispersas a su infancia y su primera juventud. Isa no puede aprovecharse de su posición de anfitrión, del dominio que le otorga este tutelaje temporal y oficioso.

Hoy, sin especial emoción ni motivo, F ha citado, de pasada, la historia de un muerto.

-Fue por las críticas de la Revolución Cultural, ya sabes. Se suicidó tirándose a un pozo. ¿Lo recuerdas? Donde la caseta de herramientas para el jardín.

-Debieron de ser terribles esas sesiones. ¿Y tú….?

-Yo no hice daño a ninguna persona.

F ha envejecido sin cambiar. De la forma milagrosa en que actúan el tiempo y el espacio, está ahora ahí, donde Isa jamás pensó que estuviera, en el salón de su casa, y, tras la piel ajada y las arrugas, conserva la expresión de timidez e infancia con la que se ha inclinado sobre su hijo, sobre los diccionarios y los impresos, con la que mira cada espectáculo, cada restaurante y cada paisaje. Ha aprendido a tomar algo de leche, que antes le causaba repugnancia, y ha residido, durante sus estancias en Hispanoamérica, siempre en el grupo y círculo de los becarios chinos. Por eso la experiencia es en España distinta. Una auténtica inmersión pues, aunque viva en un piso compartido con compatriotas, sale mucho más, y con más españoles, que ellos y la perfección de su castellano la ha hecho muy solicitada como traductora e intérprete.

Isa explora, a veces, los aledaños de ese pasado y esos ritos contra los que sus viejas preguntas continúan estrellándose. No las plantea; hay una insoportable sensación de abuso en el intento de extraer de F recuerdos, análisis, respuestas. Ella posee su propia gran muralla, la que también llevan ( Isa lo ha comprobado, lo sigue comprobando cada vez que un encuentro se presenta ) los compañeros de entonces. Y tras esta muralla no hay rebelión. No hay nada, un espacio desmenuzado, aceptado, irremediable, que no se menciona, como en las guerras.

En el instituto, junto a la caseta del jardín, había, en efecto, un pozo. Aquel recinto fue escenario, igual que los otros, simultáneamente, de un extremo a otro del país, de humillaciones, vejaciones, torturas, destierros y muertes. Lo mismo que los demás extranjeros, Isa ha caminado sobre pozos en los que flotan cuerpos como aquél, anduvo por un decorado extenso, cuidado en los detalles, de límites precisos y réplicas medidas. El Gobierno de China Popular ha gozado de la franquicia de lo innumerable, de lo que cabía suponer pero se ignoraba y no interesaba demasiado precisar. Durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, que luego ha pasado a denominarse en China Los Diez Años de Caos, fueron probablemente eliminadas entre ocho y diez millones de personas, arrestadas unos doscientos millones, enviados al campo un ochenta por ciento de los adolescentes ciudadanos-por ejemplo, un millón en Shanghai-, arrasados los monumentos-como la gran mayoría de los monasterios tibetanos-, quemados los libros. La anterior campaña maoísta, en 1958, el Gran Salto Adelante, tuvo, según estudios demográficos, un costo humano de sesenta millones de personas, debido en buena parte a las tremendas hambrunas producidas por el hundimiento económico del país en virtud de las voluntariosas directivas del Gran Líder, víctimas a las que habría que sumar las de la purga política del 1957-58.

Con F no hay las largas conversaciones que, pasados la vigilancia y el peligro, podían esperarse, no hay confidencias. No las necesita. Ha aceptado el archipiélago, del principio al fin.

-¿No echabas de menos a tu familia, a tus amigos, cuando, de jovencita, te mandaron a los campos de trabajo?.

-Todo el mundo estaba igual. Éramos muchos, miles, habíamos visto al Presidente. En la primera granja comíamos bien, patos, verdura fresca. Desecamos un lago grande para ganar terreno cultivable. Luego hubo que volverlo a anegar, dieron contraorden, no había sido una buena idea, los animales morían. Pasé varios años.

Es una más de los exguardias rojos que rondan la cincuentena. Desde la guardería, el PCCh y Mao fueron su fe y su referencia. La información era monocolor, la vida reglamentada y previsible, los desplazamientos raramente permitidos. La Revolución Cultural estaba siendo cuidadosamente preparada por Mao Tse-tung y el comandante Lin Piao desde principios de los sesenta; llegó como una ola de Pequeños Libros Rojos, estatuas, pinturas y bordados del Líder, y ofreció a los muchachos la libertad, los viajes y los trenes, el acceso a la capital y la voz cantante para condenar a los que se atrevieron a criticar el Gran Salto Adelante. Les enrolaron en una festiva guerra contra el Mal etiquetado de Capitalismo, Burguesía, Tradición, y plasmado en dirigentes molestos como Liu Shao-shi, en historia, patrimonio artístico, personas de edad, intelectuales, artistas, escritores, centros urbanos, restos del pasado, retazos de sociedad civil.

F lo pasó bien porque se pasa bien en las guerras. Estuvo en los desfiles, agitó el Libro, participó en debates las veinticuatro horas del día y conoció el éxtasis de ser uno con un millón congregado en la plaza de Tien Men, de comulgar con un rostro y unas consignas. Incluso entonces, mientras sus compañeros organizaban autos de fe y comunas, quemaban libros y paseaban herejes, es muy posible que ella no hiciera daño a ninguna persona. Luego, a finales de agosto del 68, el Ejército los retiró de escena. Mientras las hojas del calendario, y el entusiasmo, caían los jóvenes que habían sido estudiantes se encontraron en lugares distantes, cavando, picando, construyendo barracones y dirigiendo a la yunta bajo la vigilancia de soldados que se ocupaban de que no abandonasen el lugar.

Los exguardias rojos pasaron así cinco, diez, quince años, o toda la vida, según influencias y circunstancias, a cientos o miles de kilómetros de su hogar, vivieron a nivel de subsistencia, olvidaron sus estudios, carecieron de relaciones sexuales hasta el tardío matrimonio autorizado y se aparearon en fugaces encuentros con sus cónyuges. Como F. Luego crió sola a su niño. Vio a su marido a veces. Se reunieron más tarde; y se separaron durante años, por motivos de trabajo, cuando en uno u otro caso se les asignaron becas en el extranjero.

– Nos robaron la juventud. Robaron la juventud a nuestra generación.

F ha dicho esto sin mayor énfasis, sin rebelión alguna. Como se habla de terremotos o de alguna crecida del gran río. No se ha rescatado. En ningún momento ha buscado culpables, ni ha justificado el impulso que la llevó a sí misma a participar en campañas y movimientos, secundar acciones, afirmar inquebrantable adhesión a premisas que, con signo opuesto, el Partido hace públicas cada pocos años. A todas asiente. No ha tenido reparos en dejar cada vez lo que por yo se entiende en las manos que lo reclamaban y seguir, cuerpo adelante, sobre la pasajera ondulación de consignas respecto a cuya fuente no posee el menor poder.

Ha viajado. Su hijo único tiene ante sí una brillante carrera. Ella no acaba de entender a los jóvenes: el único ideal que tienen parece ser ganar dinero. El Gobierno ha dicho que hay que ser rico. Un país, dos sistemas. Capitalismo y marxismo. Socialismo de mercado. Está bien. Nunca habla de política o economía por las mismas razones que eliminan de su horizonte temas exóticos y ajenos. Se jubilará pronto. Aprovecha, en este viaje, cuanto se le ofrece, pasea, en Granada, con Isa por la noche junto a las murallas iluminadas de La Alhambra, va a las verbenas y a las actuaciones en la Plaza Mayor, conoce calles, parques, historias y espectáculos.

-¡Qué bonito es el cielo de Madrid!

Isa se sorprende al oírle espontáneamente el tópico, los fondos de los cuadros de Velázquez y la transparencia luminosa, creado, nuevo, en la expresión de la visitante, que, antes de que el pringoso gris de una contaminación incontrolada lo cubriese, conoció también en Xian un cielo de meseta, raso y azul.

El español de F ya posee los giros y expresiones del habla de Madrid. Tanto que le ofrecen un trabajo de traducción pagado en dólares que representan toda una fortuna imposible de desdeñar para una nativa del industrioso Imperio del Medio, una compatriota de los voraces inmigrados que ahorran, acumulan e ignoran cuanto no se traduce en el clan, sus intereses y sus negocios.

-¡Pero esa traducción es muchos dólares! Cuando vuelvas podrías…

-Oh, sabes, no lo voy a coger…-F se expresa con una dejadez ni siquiera dubitativa. Ha estado en un concierto al aire libre y hecho un entusiasta resumen mímico de los movimientos del público-Me queda poco tiempo en España. Ya trabajaré cuando llegue a China y esté todos los días en mi mesa. Al fin y al cabo, no necesito tanto dinero.

Indiferente a los determinantes que, por origen, grupo y cultura, deberían marcar su comportamiento, la persona que Isa encontró en el regimiento tardío de la Revolución Cultural aspira a sorber cada minuto de los que la ciudad cálida, promiscua en sonidos, caminos y sabores todavía le ofrece. Nunca será disidente, ni analizará las causas, ni los beneficiarios, ni las víctimas. Pero ahora se acerca el tiempo de volver, y dice:

-Este año ha sido el mejor de mi vida.

C, tan semejante a F por la edad como lejano por las características, ha seguido otros rumbos.

-¿Ingresaste pronto en el Partido después de marcharme yo?.

-Sí, claro. Me admitieron unos años más tarde. Sin eso no había nada que hacer.

La conversación transcurre en un salón de té clásico y tranquilo, sin el bullicio de los locales del sur-que, por cierto, también se cerraron durante la Revolución Cultural-. Le ha costado, ha sorteado las envidias a causa de su soltura y su inteligencia, ha vivido un nuevo amago de exilio, pero C está situado bien, lo estará mejor, lo sabe. Pese a su verbosidad y nerviosismo, se coloca con pericia al lado de quien y cuando hace falta. Isa no ignora que recurrre a ella porque en ese momento piensa que la relación puede serle útil. Durante años no ha contestado a sus cartas, ni siquiera a las tarjetas de Año Nuevo que siempre fueron las últimas y tenaces botellas que siguieron atravesando un mar de silencio. F las correspondía. C sólo al principio. H apenas. M nunca.

-Los chinos no tienen sentimientos. Sólo intereses-le había dicho alguien a Isa.

Y sin duda tenía razón. Ella era perfectamente consciente de que el mantenimiento de aquellas relaciones lejanas era voluntad bilateral pura y que, más allá de la amistad, del apego personal mezclado a personales recuerdos, había la decisión de no perder lo que podía salvarse de una monstruosidad anónimamente cotidiana, del dominio inexpresable cuya losa cubría el país entero, territorios enteros, como un cielo segundo de metal que negaba la existencia de espacio más arriba. Isa les precisaba como justificación de un acto de fe. Y había la sensación, la continua sensación de nueva rica en un mundo de indescriptible pobreza de libertades, el remordimiento del silencio del de ellos, al oeste del mapa, y de su propia riqueza en palabras, caminos, protestas, pasaportes. Pasó el tiempo. Las noticias que los amigos chinos a veces enviaban se espaciaron, desaparecieron, afloraron a veces de manera súbita por la urgencia de una demanda. La utilizaban en las pequeñas cosas en que pudieran necesitarla, se acordaban de escribirle cuando precisaban contactos, ayudas, acogida de conocidos que iban a Europa. Lo hacían de una forma tan clara, tan neta, que no cabía ofensa. No podía haberla porque la gente de aquel tiempo, de China, ocupaba para Isa un lugar aparte en el cual exigencia y fidelidad carecían de sentido. Nada cabía pedirles y mucho ofrecerles, porque venían de un territorio de carencias irrecuperables, de experiencias y años extensos, silenciosos e indescriptibles que antes de ser recordados ya estaban condenados al olvido. Se movían sorteando impedimentos de control, divisas, información y pasaporte, llegaban con su aspecto lunar sobre el que el traje occidental y los actos corrientes de la vida tenían un aire forzado, ni siquiera se planteaban la conveniencia de un discreto disimulo al exigir ayuda encaminada a la meta de sus propósitos. Ignoraban en buena medida al occidental que tenían ante sí. Isa observaba con cierta curiosidad entomológica aquellas exhibiciones de descarnado interés, hacía lo que le era posible, les veía alejarse. Poseían un argumento cuya existencia ignoraban y ante el que la negativa era imposible.

La mujer y la hija de C acuden también a la cita y le son presentadas. Hace calor en Pekín esa tarde. Una vez más, es una historia de larga separación, castidad prolongada, esporádicas visitas conyugales, reunión bajo un mismo techo y luego estancias durante algunos años de él en países extranjeros. C hace carrera y, consecuentemente, tiene enemigos, apoyos, ambiciosos planes. Su fidelidad por el nuevo líder, el de la consigna “¡Enriqueceos!”, el apóstol de la modernización y el pragmatismo, es ilimitada. Los enemigos del actual hombre fuerte del Partido, que sufrió los ataques de la Revolución Cultural, lo son de la gente de valía, como C, de los profesionales emprendedores, de las antiguas víctimas.

C habla del Gobierno con apasionado fervor.

-¡Teng Xiao-ping es mi ídolo!-dice.

Siempre ha sido un hombre de pasión. Y de olvido. Posee ese sorprendente mecanismo que a todos ellos les es común: un espíritu en compartimentos estancos, un cerebro que se regula en terrazas y esclusas, como los campos de arroz, en el que la noche desciende por sectores y vela al exterior, y a la conciencia, el estado de sus vecinos, el edificio próximo que alberga recuerdos y experiencias que no conviene iluminar.

-He visto a H Tiene problemas de familia. Ha envejecido. Me interesaba mucho localizarle. Es buena persona…-Isa le habla de su visita a la ciudad interior en la que se conocieron, a la que C, desde que consiguió salir, nunca ha vuelto.

-¿Lo es?. Lo fue quizás contigo. Era de los jefes, siempre estuvo en el Partido. En los mítines de la Revolución Cultural recuerdo su puño en mi cara.-C hace un gesto. Recurre muchas veces en su expresión a movimientos tomados del teatro que retrotraen a las marionetas ideológicas de las óperas modelo.

Él es capaz de este hervor momentáneo, de la hipérbole de ademanes y palabras. F está en el extremo opuesto, en la calmosa sensatez de su carácter pacífico. Pero ellos dos, y el resto, comparten, más allá de la superficie, la parcelación interior del territorio. Ahora C es todo proximidad, manifiesta sentimientos, pide cosas. En cuanto la visitante extranjera se levante de ese asiento, deje el hotel, tome el avión, desaparecerá totalmente, aunque sus cartas, la tenaz felicitación de Año Nuevo, luchen por mantener contacto. C no responderá nunca; la ha hundido en lo que no interesa para fin alguno, en la zona de sombra.

H envía cartas sorprendentes. Tan raras como las chispas fugaces de un cielo clausurado, con, entre ellas, espacios inmensos de silencio, de años. De repente, una exclamación, una petición, el borde de una tempestad en una conciencia lejana, ajena en todo y sin embargo próxima por la experiencia común, por el descenso fortuito, inolvidable, que, a través de él, y de otros, hizo la extranjera a la certidumbre de un fondo compartido, de una masa compuesta por los mismos ingredientes.

Puedo hacer muchos tipos de trabajo. Conozco varias lenguas extranjeras. Sólo necesito que me ofrezcan una oportunidad para ir.

Miro las fotos. Pienso en ti cada día.

Es depresión, se dijo al recibirla, es depresión. Lo que no impidió que el mundo se le hiciera mil pedazos mientras, inclinada sobre la mesa, la carta se le volvía turbia. Nada podía hacer. Nada para ayudar. Una fidelidad sin norte ni provecho.

H había lanzado aquel mensaje, desesperado y extenso, .escrito a lápiz en unas hojas de papel finísimo, en los años ochenta. Páginas que preocuparon a la destinataria por la seguridad de su antiguo amigo. ¿Cómo habría pasado la carta la censura?. Naturalmente no había, en realidad, crítica al régimen, pero cualquier expresión de descontento, de deseo de huida, lo eran. H tenía a su favor la categoría, su veterano carnet del Partido, el conocimiento del callejero burocrático. Sin duda sabía moverse; por ello se permitía el supremo lujo de ignorar toda precaución. Había una historia personal, una historia de entonces, revivida, recorrida al parecer con los pasos circulares de la obsesión.

Por encima de todo la profesora extranjera subrayó la llamada de auxilio que contenía aquella carta, y le respondió explicándole su impotencia, la extensión mínima de su círculo. Se quedó con el renovado sabor del remordimiento de los ricos, del lujo de su libertad y sus posibilidades en contraste con las líneas pidiendo cambiar, salir, llegar.

La siguiente carta-mediaron respecto a la anterior años- correspondió a la China del pragmatismo. H se había metido en negocios, montaba sociedades, pedía informes sobre inversores y empresas, tenía, junto con un amigo, proyectos. Respondió, él también, al esquema que seguían cada uno de los otros, abrumó súbitamente con sus peticiones y luego, cuando la extranjera hizo cuanto pudo, sin el éxito que deseaba, no volvió a escribir más. Era tiempo de carnets del Partido más nuevos. Ya no podía cortar el paso, hundir en una granja, a los intelectuales como C. H cultivó sus parcelas, sus contactos y sus asociados.

Le ha visto en el restaurante, muy cerca de donde ambos trabajaron. De nuevo ha transcurrido el suficiente intervalo como para que la persona que le ofrece brindis tenga poco en común con la que, en su desesperación primero, en su interés después, le envió dos cartas. Incluso es inútil mencionarlo; son puertas cerradas, pisos que se van dejando para habitar en casas nuevas. H se ha metido en algunos negocios, está adaptado, en la medida de sus posibilidades, al enriqueceos, en su caso sacar un sobresueldo, porque ya la cresta de la ola para su generación pasó. Cabe que haya sido un canalla, o, al menos, ciertamente brutal durante los años sesenta.

Las máximas, el credo político, era un útil pasaporte de odios muy anteriores a la consigna, un blanqueo de rencores, celos, envidia, que por fin podían mostrarse con la toga severa de la justicia, que salían con la cabeza alta para dar, a plena luz, su paseo triunfal.

Se tiró a un pozo-había dicho F-Se tiró a un pozo. ¿Y quién mejor podía haberle obligado a suicidarse que el dirigente de la célula del Partido?. H, que la abrigaba en su despacho con una manta para que descansara echada en el sofá, que remetía los bordes con sus manos de campesino, había agitado puños y consignas, empujado a la muerte con el mismo tesón con el que estudiaba lenguas extranjeras, quizás causado la muerte. Ahora era apacible, amistoso y distante, ya disuelto en la etapa última de la vida que pronto cortaría del todo los filamentos que pudieran quedar entre ellos.

-¡Salud!

-¡Salud!

-¿Qué sabes de M?-pregunta ella.

-Volvió a casarse. Tras el accidente de su hijo, todo se le derrumbó. Vive en otra ciudad.-le dice H, que, como compañero del Partido, algo debe de saber.

M era una mujer atractiva. Tenía sus discretas aventuras extraconyugales. Quizás hubo denuncia, o quizás rechazó tenerlas con quien convenía. Dieron el divorcio a petición del marido, y luego al parecer la casaron con un viejo. H practicaba el espionaje doméstico de la camarada aprovechando el vapor etílico que seguía a los banquetes y a los brindis. Entonces, cuando estaba a solas con la cooperante, le hacía preguntas en las que ella, pese a la semiembriaguez, veía brillar la lucecita de peligro y a las que respondía invariablemente con alabanzas de la conducta de M. En los chinos no existía frontera alguna entre la vileza y lo conveniente. La delación era hábito y la simulación virtud. Humanista era una acusación frecuente que empleaban, en el tono ligero e inocuo con el que se trata con irresponsables, dirigiéndose a la extranjera. Podía ser, entre ellos, un delito, una propensión criminal, un abandono a concesiones personales por encima de las máximas, de la fundamental distinción entre los enemigos y los amigos de clase.

De M no ha sabido, pese a su tenacidad epistolar, la extranjera nunca nada. De todas formas fue mujer que mantuvo siempre su reserva. Ejerció su oficio de intérprete y nada más. Pero tenía rostro, la rodeaba el recuerdo de palabras, y ocupaba por ello un lugar en la densidad honda a la que habían descendido y reposaban los que conoció en aquella época.

Sabe Isa perfectamente que no hizo sino costearlos, que son territorios, más allá de los bordes, ajenos y desconocidos, pardas superficies ignoradas por sus mapas. Cada uno, cada situación, el país entero, es un piso del que no ha visto sino el encaje del mantel del salón, el que se saca para las visitas, y, por el rabillo del ojo, el interior, de pasada, de alguno de los principales cuartos. Hay la planta baja, el sótano, los áticos, el trastero, una serie de pasillos por los que llevaban a gente que no solía volver, interminables cubículos más lejanos, más aislados, más oscuros, cuando ya ni vale la pena hablar de policía ni de engaño porque es el aire que se está respirando. Y cree, sin embargo, saber tanto de ellos.

Los demás-conocidos, exalumnos, amigos de alguien que les había dado su dirección-solían aterrizar de improvisto, apenas una llamada y un programa muy apretado de necesidades que parecían exigencias. Luego se iban y lo más frecuente era que no enviasen ni una tarjeta de reconocimiento cortés. Correspondían de manera tan estricta al dicho de que los chinos no tienen corazón sino intereses que resultaban, en su dirigismo estricto hacia fines inmediatos, curiosos prototipos de determinación mecánica. El último otoño del siglo XX llegó, en su tercera visita a Europa, el profesor Y, que enseñaba en una universidad del sur de China, un hombre de la generación antigua, desde siempre en el Partido, distante, se diría indiferente respecto al pasado próximo, historiador que, sin pasión alguna, rebatía la ocupación, en 1950, del Tíbet y hablaba de documentos de vasallaje. Sus estancias en Europa, en delegaciones, en congresos, siempre integrado en la cápsula de sus compatriotas, no habían rozado el estricto ritmo de sus hábitos y de sus preferencias gastronómicas; tan sólo obligado por las circunstancias se enfrentaba, como quien planta cara al enemigo con desconocidas armas de cuchillo y tenedor, a platos occidentales. Había introducido en su fichero la conveniencia de buscar, tras el divorcio, nueva esposa, tenía un claro perfil de las características en el que cualquier toque sentimental brillaba por su ausencia. Bastaba con que le fuera presentada una mujer disponible que casara, por edad y circunstancias, con la demanda para que, en cuestión de horas, presentara su oferta. En la última visita le acompañaba el profesor J, veinte años más joven, cuyas inquietudes se centraban exclusivamente en los avances de la electrónica y en la necesidad imperativa de que se le ayudara, puesto que sólo hablaba inglés, para ponerse en contacto con los departamentos de investigación de algunas universidades españolas. Su técnica de máximo aprovechamiento en tiempo mínimo pilló desprevenido a un amigo al que, tras un encuentro fortuito, Isa le presentó. En cuanto supo que éste era profesor de informática, el compañero de Y hizo blanco al recién llegado de una batería de preguntas a cuyas exigencias el estupefacto hispano no sabía cómo escapar.

-¡J trabaja mucho, muchos gastos, su hijo va a una escuela privada!. ¡China ahora más capitalista que nadie!.-todo esto lo dice Y con una sonrisa festiva, apoyada por su compañero al que se le traduce de vez en cuando la conversación.

Como lo han dicho H, C, F. La misma sonrisa que el hispanista N, que fue desterrado y condenado a labores agrícolas y que rehizo después, sobre el hueco de los años perdidos, su vida a la sombra de la figura de Cervantes. El profesor Y vivió, una tras otra, las consignas del régimen, el encendido maoísmo, las purgas, el zarandeo de destituciones e incondicionales alabanzas. Ha coreado fervientes adhesiones al socialismo e indignadas denuncias del revisionismo burgués, ha agotado los improperios dirigidos contra el capitalismo y sus lacayos y ha garantizado al comunismo eterna fidelidad. El Buró Político cambió el color de la escena con la misma facilidad con la que se pulsa el interruptor de un foco, y el capitalismo es ahora excelente, la riqueza encomiable, el beneficio y las leyes de mercado dignos de la mayor atención. Ninguno de estos términos es, por decreto de la autoridad competente, incompatible con el credo oficial socialista, el comunismo futuro y la figura de Mao, instalado ya para la eternidad en los altares de la imaginería nacional. Nadie de los que llegan, testigos, actores, víctimas de las incongruencias de clanes en el poder renovados pero inalterables, muestra indignación, perplejidad, rebeldía. Nadie intenta siquiera rescatar su propia imagen, salvar su juventud, justificar ideales en cuyo nombre se dispuso de sus existencias, despedazar análisis, desenmascarar solemnes falsedades, arrasar mitos. Ni siquiera manifiestan la expresión de una discreta curiosidad por la situación futura. Hay una encarnizada adaptación de insectos al momento y el medio, un rechazo infranqueable de cuanto no se relaciona con intereses inmediatos. Y la risa que es simple aceptación y punto final.

En casa de Isa, tras una jornada maratoniana de estación, alojamiento y orientación sobre lugares de interés, Y y J se permiten un respiro. En el salón hay un gran mapa del mundo, muchas fotografías en color de diversos países y al lado el recorte, enmarcado y ampliado, de la primera página de un periódico anglosajón: Seis de junio de 1989: imagen en blanco y negro de la plaza Tien Men, de Pekín; un hombre solitario, en la mano, por toda arma, una bolsa de plástico, de pie frente a una columna de cuatro tanques a la que impide avanzar.

-¿Dónde es aquí?. ¿Y esto?. ¿África, América del Sur?-van preguntando los dos visitantes mientras recorren las fotos de la pared.

-Eso es Brasil. Aquello Zanzíbar. Y esto-Isa se desplaza y señala directamente el recuadro.-es Pekín, la plaza de Tien Men.

-¡Pekín, claro, Pekín!-dicen entre sonrisas. Y, aunque es imposible no verlo, no lo miran.

No harán, sobre el recorte, el menor comentario.

Ninguno de los que había ido encontrando y fueron guardias rojos había hecho el menor esfuerzo por salvar su pasado. Lo habían dejado hundirse como una ofelia, quizás impacientes de que se cerraran sobre él las rememoraciones, de que descendiera a un fondo sin miradas. Isa los había llamado La Generación del Gran Recuerdo, gente de cincuenta años que formó parte del millón de adolescentes reunidos en la plaza de Tien Men que gritaron las alabanzas del Líder hasta enronquecer. Aquello quedaba, en el mejor de los casos, enquistado en un tiempo de dorada irresponsabilidad, comunión y pasión y obedecía a la propia lógica de su catarsis. Los antiguos estudiantes desterrados formaron luego a veces bandas de delincuentes, hordas urbanas de inmigrados ilegales, unos volvieron, otros desaparecieron, el tiempo los vistió, como el ocaso, color de resignación y ceniza. Los dirigentes, con cambios sólo de nombres, continuaban, se amurallaban y defendían su clan, distribuían el poder con otras reglas, con otros signos, soltaban el 89 tanques sobre la plaza que dos décadas atrás otros jóvenes habían también ocupado. Veinte años después, en vez de una alfombra de Libros Rojos, los muchachos construyeron una torpe imitación de la Estatua de la Libertad para escarnio de los descendientes occidentales del 68, una Diosa de la Democracia que miraba hacia Estados Unidos, hacia un horizonte de posibilidades al que instintivamente aspiraban y del que se les privó mientras la deidad, y ellos mismos, eran reducidos a escombros. Fin del siglo XX. Tiempo de logística y rearme, de modernización del Ejército y de nueva vigilancia de fronteras; tiempo de señores de la guerra, de completo dominio del Tíbet y Sinkiang.

La Generación del Gran Recuerdo repite, también hoy, las consignas. Como un aplauso, un patético homenaje involuntario a la duradera eficacia del archipiélago.

Los que se hicieron un hueco en la balsa de la modernización, abrazados a las máximas de apertura económica de Teng Xiao-ping, hubieron de mirar hacia otro lado cuando la ola de exigencias democráticas hizo en 1979 dar marcha atrás al Buró del Partido Comunista y desencadenar una nueva purga. Las manifestaciones del 76 que siguieron a la muerte de Mao habían gritado ¡No más emperadores! y exigido apertura hacia Occidente y libertad interna. Se continuaron en un movimiento democrático que impregnó, el otoño del 78, desde Pekín a las grandes ciudades y vio desfilar exguardias rojos que pretendían regresar a sus hogares y represaliados de las diversas purgas que solicitaban la revisión de sus expedientes. Contra ello el Gobierno alzó una barrera de prohibiciones: de expresión, discusión, prensa, de la Liga de Derechos Humanos, de la comunicación con extranjeros. El Código Penal del 79 había sido el primero en la historia de la República Popular e iba a quedar en letra muerta, la arbitrariedad del ejecutivo era-es-absoluta y China se ha hecho célebre por su generosa y presta aplicación de la pena de muerte, por las ejecuciones públicas y por el tráfico con órganos de condenados. El término contrarrevolucionario designa cómodamente a cualquiera que disienta del sistema y lo asimila al criminal común. El gulag, la población concentracionaria, se estimaba en 1985 en unos quince millones de personas. Los autores de la literatura de samizdat, los difusores de publicaciones clandestinas, no parecían compartir el relativismo cultural tan en boga en Occidente:

¡No podemos seguir tolerando esta situación! ¡Como si los derechos humanos y la democracia fueran monopolio exclusivo de la burguesía occidental, mientras que el proletariado oriental sólo necesitaría dictaduras en todos los terrenos, superestructura incluida! (tadzupao pegado en el Muro de la Democracia, de Pekín).

Somos ciudadanos del mundo. Hay que abrir las fronteras, estimular los intercambios comerciales y culturales, dejar circular la mano de obra. Los ciudadanos reclaman la libertad de salir del país. (Liga China de Derechos Humanos).

Si la única dificultad fuera que los mandarines tienen un concepto del mundo mandarinal y los hombres normales un concepto normal del mundo, no habría problema, pero los mandarines quieren, cueste lo que cueste, hacer la felicidad de las generaciones futuras, llevar a cabo hazañas inolvidables, y no toleran que se cambie un átomo en sus proyectos concebidos “enteramente en el interés del pueblo”. (Liu Ching, disidente).

No hay mejor lápida que el vasto territorio de los números. Las víctimas, cuando sobrepasan ciertas cifras, lo son mucho menos. Además, cuanto mejor está hecho el archipiélago más carecen de espectacularidad. Sobrevolada en el tiempo y la distancia, la geografía orwell parece simplemente un terreno de peculiar estructura que invita a la descripción social, al análisis teórico y que pertenece a la sobremesa meditativa del sabio, a las veladas del filósofo y al material de que están hechos los seminarios de historia contemporánea. Pero había beneficiarios. Todo no quedaba en la puesta en práctica de ideales de discutible eficacia impulsados por hombres íntegros. La sumisión al futuro, la más implacable e inapelable de las sumisiones, otorgaba ilimitados derechos a un clan que transmitía las claves de su estructura dentro del círculo de sus fieles. Éstos gozaban de la mayor riqueza: la distinción entre forzosamente iguales, las especiales raciones de seguridad, las ventajas en la vida cotidiana. El régimen saciaba, sobre todo, la más antigua de las pasiones, la motivación bíblica del primer crimen:

si accediera a ese poder, hasta lograría desviar de sus habituales principios al mejor hombre del mundo, ya que, debido a la prosperidad de que goza, en su corazón cobra aliento la soberbia; y la envidia es connatural al hombre desde su origen (…) envidia a los más destacados mientras están en su corte y se hallan con vida, se lleva bien, en cambio, con los ciudadanos de peor ralea.[18]

Suele subestimarse la fuerza de la envidia, su simplicidad irrefutable y el terreno extenso de su arraigo. El manejo del término igualdad, si no se limita a derechos, es un arma letal extraordinaria cuando se trata de segar espigas y cabezas que sobrepasan, tiene garantizadas la buena acogida multitudinaria y la eficacia en motivaciones a corto plazo, siembra de sal pero ofrece el atractivo irresistible de la esterilidad del vecino. El maoísmo era un ejemplo excelente de persecución de la excelencia, de negación de realidades evidentes como la pluralidad de aptitudes y la disparidad de capacidades, voluntad y energías. Contra esto, contra la constatación de lo innegable, se procuró un armazón ideológico que aligeraba a las gentes de la responsabilidad de sus vidas y repartía victimismo. Los ritos de confesiones públicas, denuncias y críticas ofrecieron a intelectuales y profesionales como pasto regular de unas mayorías que entendían su imposición en todos los terrenos como ortodoxia e inalienable derecho. Tenían, además del futuro, el argumento de las buenas intenciones, los solidarios y equitables bienes que sólo podían sembrarse con el previo desbroce. Junto con la fidelidad, se les distribuía una recta conciencia impermeable a la reflexión, a las comparaciones y a la rebelión. El reverso, la alternativa, era una coyuntura angustiosa, difícilmente soportable porque sólo podía ser identificada con la traición.

Los funcionarios del régimen formaban, mientras tanto, una minoría a salvo de toda denuncia, confortablemente defendida por las consignas y por su color gris. Hasta el día de hoy son, pese a y sobre los muchos vaivenes de las directivas políticas, un perdurable tejido de intereses por cuya compacta superficie resbalan, y son proyectados hacia los emisores, ataques y críticas. Sigue estando formado por el clan Partido-Ejército, que posee desde los mejores cotos económicos a la más granada selección de oportunidades y ventajas para sí y su progenie. Mientras, desde el 49, ha ido pagándose cada una de estas ventajas, cada imposición del dogma, con la eliminación de cuantos eran externos y no asimilables a la trama, a los que se sumaba el necesario cupo de víctimas propiciatorias y blancos escogidos de la violencia popular. Lejos de ser el archipiélago un ente de razón plasmado, de manera secundaria, en actores fortuitos y marcado de forma subsidiaria por actos y sucesos, el proceso es más bien inverso, un edificio a la medida de inquilinos de muy concretas características, adquirido y mantenido por éstos al precio del cuidadoso y general cultivo de resortes tan irracionales como sórdidos.

La civilización era un bosque irregular y espeso contra el que resultaba grato predicar quemas, prodigar desdenes, distribuir la euforia de la tábula rasa, un lugar donde nada había sido ni podría ser más grande que el sujeto repetido por la millonaria extensión de sus iguales. La razón y la evidencia traicionadas eran el simple reverso del hermoso rostro del totalitarismo, de su halagadora oferta de igualdad que alimentaba a un archipiélago de lotófagos, carentes de historia y de pasado, ajenos al mensaje que sus ojos les ofrecían. La glorificación del grupo, la mayoría elevada a los únicos altares, abría al fin la puerta a un paraíso mucho más cercano que la sociedad sin clases prometida por los profetas: el edén libre de responsabilidad personal y de reflexión.

Bajo el clan, a considerable distancia de los dirigentes, se hallaba una masa de beneficiarios de distinto orden, lo suficientemente extensa como para ofrecer a la pirámide un apoyo duradero. Eran abundantes los que, por razones sociales y políticas, habían sido privados de sus puestos. En su lugar llegaron a hospitales, fábricas, universidades y ministerios los comisarios ideológicos, grupos directivos a los que calificaba como tales el nombramiento oficial del Partido en virtud de su fidelidad a las consignas y su extracción obrera y campesina. Ellos reemplazaron, sojuzgaron o expulsaron a médicos, bibliotecarios, profesores, ingenieros y arquitectos, cerraron aulas, tuvieron, en talleres y granjas, regimientos de estudiantes bajo sus órdenes, accedieron vertiginosamente a niveles directivos, y se mostraron dignos de ellos persiguiendo los conceptos mismos de categoría y de intelectual. Como el lenguaje fielmente refleja, siempre eran grupos, colectivos que trataban con otros colectivos, delegaciones, representantes y equipos cuya metodología se basaba en reuniones, mítines y asambleas. El individuo-distinto, histórico, calificable y peculiar-no existía, era de utilidad nula para la liturgia fácil del liderazgo con el que la nueva clase se justificaba. Había un necesario placer en el ejercicio de la potestad de convocarlos, en la aspersión de consignas y el recurso al principio de superior autoridad, en la repetición de citas y la alusión a la triste suerte reservada a reticentes y tibios. Hubo mucho de disfrute en el masivo ejercicio de la dictadura del proletariado, material, continua, física, y también no poco goce en la ascensión sin etapas ni peajes a las plataformas de dominio social. Los comités directivos maoístas fueron siendo, calladamente, reemplazados a medida que su existencia resultaba catastrófica en exceso. Por entonces la mortalidad en operaciones quirúrgicas, partos, accidentes de la construcción y fallos de vehículos pasaba a engrosar el capítulo de pérdidas por motivos de determinismo histórico y serviría de tema para un género literario posterior basado en la triste descripción de las consecuencias de la campaña del 66. Los comisarios no fueron, sin embargo, desalojados del reducto de la cultura. Aviones, puentes, proyectos hidráulicos y clínicas admitían pocas bromas, tenían fallos demasiado estrepitosos y disminuían la producción. Con universidades, institutos, bibliotecas y museos era posible permitirse, sin embargo, una prolongación del experimento maoísta; quizás por la cantidad considerable de personas sin más legitimación, luces ni mérito que las adhesiones igualitarias que no estaban en absoluto dispuestas a abandonar los despachos y a renunciar a los placeres del dominio sobre la asustada y sumisa grey intelectual. Cultura y Administración continuaron proporcionando un acogedor reducto a la tropa de los beneficiarios, que apretaban las filas ante la sola mención de criterios que hicieran peligrar la salvadora prohibición de sobrepasar la altura mínima. Otros sectores se diversificaban, modernizaban e introducían con prudencia criterios de eficacia. Enseñanza, Artes y Letras continuaron siendo, en los setenta, un feudo de la Revolución Cultural, e incluso prolongaron, tras la muerte de Mao y las loas oficiales al pragmatismo, la defensa de una mediocridad que el régimen consideraba, no sin motivo, su propio bastión.

Hubo un terreno de gran victoria. Mao Tse-tung pudo ganar su batalla después de muerto y disfrutar de un juguete funerario a la medida y dimensiones de los deseos más profundos y persistentes de su corazón. Fue un homenaje como el que los súbditos de Shih Huang-ti habían dispuesto en la tumba imperial: ejércitos de terracota, mares de mercurio y cielos de pedrería, el reino entero encerrado en una cripta y concentrado en substancias de inalterable perfección. Poco importa el austero pabellón que alberga en Tien Men la momia del Líder, porque el verdadero monumento a sus enseñanzas es mucho mayor y se alza en otra parte. El Comunismo puro, las máximas del Gran Salto Adelante y las de la Gran Revolución Cultural Proletaria se realizaron rigurosa, exacta y completamente en un lugar cercano bajo el apoyo, guía y responsabilidad directa del Gobierno Chino. El Mañana socialista, la Parusía de Marx y de Lenin fue hoy, y fue en Camboya.

Durante cuatro años Camboya fue probeta de la utopía, escenario de un fenómeno único: allí se llevó a cabo hasta sus últimas consecuencias el experimento del Hombre Nuevo, se hicieron realidad la abolición del dinero, la vuelta al campo y el abandono de las ciudades, el nacionalismo radical y la perfecta xenofobia, el régimen de autarquía, la sociedad sin clases, la desaparición de las élites (excepto, naturalmente, el Partido), la aniquilación de los intelectuales en el sentido literal y etimológico del término, la generalización del trabajo manual, la supresión del individuo, la instauración del igualitarismo. Todos los tópicos en que se ha complacido una supuesta izquierda occidental cómoda, poco amante de análisis y siempre dispuesta a defender paraísos a costa de otros, se hicieron en ese rincón del sudeste asiático realidad. Como ocurrió en la Unión Soviética, en Corea del Norte, en Albania y, por supuesto, en China. Pero el caso de Camboya es único en la concentración de espacio y tiempo y en el rigor del experimento. Los khmeres rojos aislaron su probeta del mundo exterior en abril de 1975, poco antes de la retirada estadounidense y la caída de Saigón. El ejército vietnamita irrumpió en enero de 1979 y se encontró con un genocidio de casi un tercio de la población y la reducción de un país antes abundante en recursos, donde se comía bien y que comenzaba su modernización a un territorio famélico y desolado, sin ciudades, hospitales, escuelas ni carreteras.

A mediados de los años sesenta Camboya es un país sin especial importancia que extiende su pequeño territorio de menos de doscientos mil kms.2 entre dos naciones de numerosa y activa población: Tailandia y Vietnam. El río Mekong atraviesa los bosques de esta cuña tropical de seis millones de habitantes que nunca se han distinguido por especial belicosidad, son budistas y se dedican a la agricultura, la pesca y la explotación forestal. Hay un muy modesto vivir pero no hambrunas. En 1968 se iniciaban tímidos intentos industriales a los que debía servir la salida al mar, al golfo de Siam, por el puerto de Sihanoukville. La década de los setenta es una lección acelerada de métodos de destrucción. Tras la independencia, en 1953, el príncipe Sihanuk había mantenido una política de inteligente equilibrio respecto a las potencias; éste se rompe cuando la península de Indochina se vuelve escenario bélico.

La atmósfera de Phnom Penh se había degradado desde principios de los sesenta. Al tiempo que hacía gala de neutralidad, el Gobierno de Camboya se complacía en una crítica implacable de los países occidentales y justificaba el ascenso comunista en Vietnam. Paradójicamente, ese apoyo diplomático y moral a las iniciativas de Hanoi se acompañaba en el interior del país de una verdadera caza de brujas. Sihanuk perseguía sin tregua a los comunistas camboyanos. (…) El malestar se debía también a la galopante corrupción. El régimen se descomponía inexorablemente. Malversaciones e injusticias se multiplicaban. Paralelamente, se acentuaba la represión. (…) Sihanuk corría hacia su perdición. Descuidaba su política de estricta neutralidad. Había permitido a vietcongs y norvietnamitas utilizar el puerto marítimo de Kompong Song y gran parte del territorio khmer para hacer llegar a Vietnam del Sur municiones y material militar.[19]

China y la URSS sostienen a las guerrillas comunistas y se disputan entre sí la hegemonía asiática. Estados Unidos apoya a los regímenes de signo contrario. La equidistancia es inviable y en 1970 hay un golpe de Estado que coloca, con el apoyo norteamericano, a Lon Nol como Presidente y destrona a Norodom Sihanuk, el cual se decanta por el asilo y apoyo de Pekín, sellando así el destino de Camboya. El ejército de Lon Nol carga contra cuantos considera sospechosos o enemigos, sean marxistas o comunidades cristianas, la imposible neutralidad ha desaparecido, los ecos de la guerra de Vietnam se hacen cada vez más cercanos y menudean las incursiones sudvietnamitas en la frontera este, avanzan desde el norte las tropas del vietcong.

el nacionalismo khmer había impulsado a miles de jóvenes y de veteranos a alistarse en las tropas republicanas. Este ejército improvisado, compuesto de soldados de fortuna, intentaba frenar, al precio de numerosas bajas, la invasión norvietnamita. Los dirigentes de Phnom Penh, amenazados de asedio por la maquinaria bélica vietcong, pidieron entonces ayuda militar a americanos y sudvietnamitas. Al aceptar esa alianza táctica no teníamos la impresión de que estábamos sellando un pacto con el diablo.(op. cit.)

Convertida Camboya en un pasillo bélico, su población se halla sometida a intereses en los que de ninguna manera figuran los derechos de la población civil, aterrorizada y confusa por las guerrillas foráneas y por la autóctona de cuatro mil khmeres rojos aprovisionados en armas, alimentos y consignas por Pekín. Washington, fiel a su increíble torpeza en el sudeste asiático, envía a sus bombarderos B-52, que arrojan indiscriminadamente más de medio millón de toneladas de explosivos sobre una población indefensa, en un país que no está en guerra y cuyo régimen es aliado, Estados Unidos lanza en cuatro años tres veces más cantidad de bombas que las que se emplearon contra Japón en la Segunda Guerra Mundial. Los aviones norteamericanos las tiran a ciegas sobre la selva. Quedan miles de muertos, sembrados arrasados para la cosecha y abonados para la desesperación en la que buscarán, en un principio, apoyo popular las guerrillas de los khmeres rojos. Se seguía por entonces, desde el Pentágono, la estrategia de la tierra quemada, que incluía la destrucción física de pueblos enteros para privar de refugio y abastecimiento a los adversarios. La lejana lucha no resulta finalmente ni atractiva para la opinión ni rentable para el presupuesto y Estados Unidos se retira, dejando tras sí a buena parte de sus aliados y una capital, Phnom Penh, ocupada por un ejército que se guía por el más ortodoxo maoísmo. A través de él China se opone a la Unión Soviética y a su creciente influencia en un Vietnam enfrentado a su propia y ruinosa situación de postguerra y al bloqueo.

Hasta el último día del régimen republicano, (la población) se había adaptado a la guerra. Había aprendido a sobrevivir, a afrontar la situación.(…) comíamos lo suficiente (…) La gran miseria, es decir, la pobreza absoluta, no había existido en Phnom Penh ni siquiera en las horas más críticas del régimen republicano. Excepto algunas interrupciones debidas a disparos de los guerrilleros, las escuelas continuaron abiertas hasta el último momento. La organización y el funcionamiento de los servicios públicos apenas habían sido perturbados. (…) Habíamos intentado seguir viviendo como antes. Era una ciudad extensa, acogedora, grata, donde se vivía bien. Había jardines, parques y árboles en flor…Al final del conflicto Phnom Penh tenía más de tres millones de habitantes. Mentalmente rechazábamos la guerra aferrándonos a la vida familiar, a la calidez de las relaciones humanas.(op. cit.)

Los khmeres rojos se encuentran ante un país absolutamente a su merced, empobrecido y aterrado, que acepta con agradecimiento la paz y recibe a los jóvenes e inquietantes soldados, de rostros sin sonrisa y gestos expeditivos con flores y vítores.

Tenían entre catorce y dieciocho años. Sus jefes treinta por término medio. (…) la impasibilidad de los khmeres rojos nos impresionaba. No parecían sorprendidos por nuestra acogida. Estábamos intrigados por la severidad de los gestos de aquellos adolescentes. Desfilaban con dignidad pero no confraternizaban. Desconfiaban de nosotros. (…) Parecía que evitaban aproximarse a las cosas de la ciudad.(…) no hablaban, no se inmutaban. (…) la misma mirada fija en rostros sin expresión (op. cit.)

Comienzan cuatro años de una nueva agresión cuya metódica crueldad la hermana con los campos nazis de exterminio, pero a los que supera con mucho porque se ejerce sobre compatriotas y se hace para construir el paraíso. Es el punto cero, la completa destrucción de los derechos humanos, porque la persona para el Partido no existe sino como sujeto de directivas y proyecto político. Saloth Sar, jefe del Partido Comunista Khmer, conocido como Pol Pot, dirige el Angkar, secreto poder estatal señor de la vida y de la muerte a quien se deben todas las fidelidades. Los soldados son, en gran parte, extremadamente jóvenes, criados en la dureza de la jungla, el encuadramiento militar y la dependencia de sus jefes; pertenecen al mismo peligroso animal de los veinte años que su precedente los guardias rojos, son una especie de pioneros selváticos que miran con rencor y desdén el corrupto y blando mundo de las ciudades. El nuevo Gobierno se inspira, para el nombre y para el ideal furiosamente nacionalista, en Angkor, las imponentes ruinas de una civilización khmer hacía ocho siglos extinta. El credo es de una gran simplicidad: toda la población adulta está contaminada-en mayor o menor grado según su nivel de instrucción-ideológicamente, puesto que pertenece a una historia y formación social distintas a las que el Estado se plantea como modelo. Esta población será, pues, utilizada, desplazada, internada en campos de trabajos forzados, eliminada físicamente y, sobre todo, hecha perecer por malos tratos, enfermedades y hambre. Las ciudades son vaciadas a punta de fusil del día a la noche, comenzando por la capital, puesto que el ideal es grupos agrarios.

(el khmer rojo dice) “Sabemos que es peligroso dejar las ciudades intactas, habitadas. Es el centro de la contestación y de los gropúsculos.(…) Es verdaderamente imposible controlar una ciudad. Hemos evacuado las ciudades para acabar con todas las resistencias, para destruir la cuna del capitalismo reaccionario y mercantil. Echar a los ciudadanos es eliminar los gérmenes de la resistencia anti-khmeres rojos. (op. cit)

Miles de ciudadanos mueren en el forzado éxodo, especialmente los enfermos y heridos sacados de los hospitales y, en general, los más débiles.

Ni siquiera había enfermeros para ocuparse, durante esta ruta del éxodo, de las víctimas de desfallecimientos o de ataques de nervios. Cada familia debía atender a sus enfermos (…) contar con sus propias reservas de alimentos. Ninguna ración de arroz fue distribuida por los khmeres rojos. Nada estaba preparado para recibir a las familias. No había ni mantas ni agua. (op. cit.)

Las ejecuciones siegan continuamente a aquéllos cuya edad los convierte en meros sacos de pensamientos y hábitos indeseables. La cúpula secreta del Angkar experimenta, con las manos totalmente libres y las armas proporcionadas por China, en búsqueda de su futuro paraíso; para ello se vale, siguiendo fielmente las técnicas de la Revolución Cultural, del segmento de población más manipulable, adolescentes y niños adiestrados y fanatizados en los que el vacío de experiencias y juicio crítico se considera como pureza social y a los que se alecciona en la devoción íntegra al Partido y la ausencia de otros afectos.

El soldado era analfabeto: “Esos libros contienen pensamientos imperialistas.(…) Esta escritura es imperialista” (…) Me di cuenta de que el francés y el inglés eran dos lenguas prohibidas en la nueva Camboya. (…) Incluso los libros escritos en lengua khmer (…), según el soldado, eran reliquias de la cultura feudal. (…) Detestaban a los intelectuales, a los especialistas. Afirmaban que los diplomas eran papel inútil (…) Lo que contaba era el trabajo concreto.(…) Las obras públicas se ejecutaban contra todo sentido común El resultado era lamentable: canales en sentido inverso, diques destruidos por las primeras lluvias. (…) La organización rural de los khmeres rojos estaba calcada del modelo de las comunas populares chinas. La cooperativa era la emanación del pensamiento marxista-leninista.(…) Ningún trabajo era definitivo. De un día a otro el equipo de enfermeros se encontraba cocinando, pescando o cultivando hortalizas. El personal del hospital debía ser polivalente. (…)Todos, hasta los imbéciles notorios, debían dar pruebas de espíritu de iniciativa. (…) Los khmeres rojos empleaban un vocabulario lleno de arcaísmos. Ese lenguaje especial nos había llamado la atención en Cheu Khmau. Como revolucionarios integristas, introducían el igualitarismo en el vocabulario.(…) El tema de la prueba y de la purificación volvía constantemente en los sermones de los cuadros (…) El hombre privado de lazos familiares, de propiedad, de gustos individuales, era bien considerado (…) Se creía otro hombre, pero le habían inyectado una personalidad ficticia. El ignorante, pese a todos los lavados de cerebro, sigue siendo un ignorante. (…) colocado en puestos de mando, podía matar a sus compatriotas sin el menor escrúpulo.(op. cit.)

La reducida extensión y población y las circunstancias de aislamiento hacen del régimen un espécimen químicamente puro del fin justifica los medios y una indiscutible ejemplificación de la teoría del partido único exclusivo representante de los intereses del pueblo y constructor, al precio que los líderes juzguen conveniente, de un futuro de modélica igualdad. En este sentido el Angkar ofrece a la Historia un caso de consecuencia política en la teoría-práctica que recuerda a las realizaciones hitlerianas o a las purgas estalinistas, aunque en el caso de Camboya lo apretado del tiempo hace el ejemplo más visible. El exterminio de un tercio de sus compatriotas, unos dos de los seis millones de habitantes, no es, con resultar abrumador, el principal rasgo de la dictadura de los khmeres rojos. Lo que tipifica estas muertes y hace de ellas un tema de obligada reflexión para la conciencia mundial es la densidad de su terror, la estupidez sublimada en teoría que sirve de base a los antiguos guerrilleros cuando aplican en toda su pureza la supeditación incondicional a las metas propuestas. Dado un fin, que es la consecución de una sociedad nueva, edénica, sin clases, absolutamente igualitaria, desprovista de relaciones de comercio, de trabajo asalariado y de moneda, éste fin justifica cualquier acción. En tal esquema el primer enemigo es el ser humano, por su congénita pluralidad y contradicciones, sometido a sentimientos y a lazos afectivos, a aspiraciones intelectuales y a ambición social. El enemigo será menor cuanto menos persona formada, tal es el caso del niño, y el único ciudadano aceptable para el régimen sería, pues, el inexistente, en el que cabe la proyección de todas las utopías. Para llegar al socialismo en tan breve lapso han tenido que quemar etapas, con resultados de solidez incontestable y metodología que, si bien extrema, no puede menos de inspirar simpatía entre los ilustrados del mundo occidental. Los khmeres rojos hicieron realidad los más hondos sueños del ferviente contestatario, del marginal de nómina, dinamitaron bancos, borraron las huellas del imperialismo destruyendo desde las gafas hasta el último medicamento importado (pero no redujeron su propio armamento a hachas y flechas), volvieron a los sanos remedios campestres y a las bondades de la selección natural, extirparon del tejido social a los individuos sospechosos de comprender algún idioma extranjero, tener estudios o simplemente saber leer, eliminaron, con los servicios públicos, al Estado, ese cómodo Satán al que maldecir para “épater les bourgeois”.

Los khmeres rojos fundaban su política, su “progreso ideológico” en la selección natural(…) La gente desaparecía. Los más robustos no eran los más resistentes (…) Las enfermedades diezmaban a las familias (…) La alimentación era la principal causa de las hecatombes. (…) No se hablaba de ejecución; se decía “reeducación”. Para el pueblo nuevo, la reeducación significaba la pena capital (…) Los cadáveres, según los khmeres rojos, constituían un abono valioso para alimentar la tierra, mejorar el rendimiento de los cultivos. (…)Por supuesto que ya no había corrupción, ni tráfico de influencias. Pero ¿qué se comía?. Más vale soportar la injusticia con la boca llena que alabar la igualdad en la miseria, el hambre, los trabajos forzados y la muerte. Ésa era la realidad de la sociedad sin clases. (…) estaban corrompidos por el poder. Era peor que la corrupción por el dinero. La corrupción de los antiguos regímenes al menos no eliminaba la libertad de expresión.(op. cit.)

El precio del experimento, esas vagas cifras de víctimas de las que nunca se podrá tener precisión, puede excusarse: Los líderes actuaban por finalidades altruistas, y tan biensonantes como igualdad, autonomía, nacionalismo y socialización. El país había logrado, en un tiempo récord, marcas que para sí quisieran los defensores de la economía de trueque primitiva: nada menos que la desaparición de la sucia excrecencia del dinero, la ecológica vuelta a la naturaleza mientras se hundían ciudades, arte, hospitales y carreteras, la purificación con las sanas labores agrícolas e incluso el abono de los campos con los cadáveres que iban cayendo. Se podrá acusar al Angkar de muchas cosas, pero desde luego en igualitarismo fue un éxito. De no resultar tan llamativas las fosas comunes, tan lentamente biodegradables las pirámides de cráneos que aún hoy constituyen los monumentos conmemorativos del comunismo camboyano, el pequeño país hubiera podido ofrecerse como parque temático de ideologías alternativas para estancias de vacaciones de occidentales hastiados de las corrupciones de la civilización.

El 13 de octubre de 1977 entré en Francia, llegué a París. Organicé entonces una serie de conferencias para describir, ante los periodistas occidentales, la situación real del pueblo camboyano. Salvo raras excepciones, los espíritus partisanos e incrédulos no querían creer, en esa época, el genocidio que Pol Pot y sus acólitos habían planificado metódicamente. (…) los medios oficiales de los países occidentales no prestaban atención a las llamadas de los refugiados de Camboya(…) las buenas conciencias del Este y del Oeste (…) cerraban los ojos a los crímenes del Angkar, ese monstruo engendrado por ideologías, por teóricos fanáticos y perturbados que habían estudiado, “hecho sus prácticas” en Europa, en China o en Vietnam. (op. cit.)

Las cifras son, en su vaguedad, terribles. Se habla, según las fuentes, de entre uno y cuatro millones de muertos; el equivalente en España sería, sobre una población de cuarenta millones, especular con entre trece y veintiséis millones de víctimas. Hay en Phnom Penh una escuela, Tuol Sleng, que los khmer rojos utilizaron como prisión y centro de torturas y que hoy ha sido transformada en Museo del Genocidio, un museo artesanal y pobre en el que, junto a un mapa del país formado con calaveras, se exhibe un panel de cifras en el que se lee que del 17-04-75 al 7-1-79, durante el régimen de Pol Pot, hubo, en una población que superaba los 7 millones de habitantes, las siguientes pérdidas: 3.314.768 muertos y desaparecidos, 141.868 inválidos, 200.000 huérfanos, 635.522 edificios destruidos, entre los cuales se cuentan escuelas, hospitales, enfermerías, laboratorios, templos budistas y mezquitas, 1.507.416 cabezas de ganado muertas, toda la infraestructura industrial destruida, en la que se incluyen más de cien fábricas del Estado y mixtas y 3.700 unidades de producción artesanal; se añade el abandono de la capital y de todos los centros urbanos-más de un centenar-y cientos de kilómetros de extensiones agrarias arrasadas. En Tuol Sleng se torturó a más de diecisiete mil personas, que después fueron asesinadas en el también visitable Choeunk Ek. Existen todavía las celdas minúsculas, los instrumentos de tortura durante cuya aplicación los presos tenían prohibido gritar, las fotografías de presos, de verdugos, de la documentación y de los cadáveres hallados tras la huida de los khmeres rojos. Nadie intervino cuando esto ocurría. Las protestas extranjeras se alzaron únicamente por la intervención vietnamita.

Los chinos que yo había visto en los camiones eran técnicos y consejeros de la República Popular de China. China era amiga y aliada de la “Kampuchea democrática”. La indiferencia de aquellos aliados nos repugnaba.(…)

Nos habríamos puesto bajo la protección de cualquiera si hubiera podido salvarnos. Incluso de un perro que, ladrando, hubiera hecho huir a los khmeres rojos…Le habríamos tratado como a un aliado sin discutir.

Nos importaba un bledo la naturaleza o la nacionalidad de nuestro eventual protector. En esos momentos, habríamos aclamado a cualquiera: Japoneses, americanos, franceses, chinos, e incluso vietnamitas si hubieran venido a liberarnos. Un hombre que se está ahogando ¿verifica la nacionalidad e intenciones del que le tiende un palo para que se agarre?. (op, cit.)

En 1979 Vietnam toma Phnom Penh y los khmeres rojos, siempre apoyados por Pekín, se refugian en la jungla. Los camboyanos reciben a los invasores con la misma alegría con que hubiesen aceptado a cualquiera que les librase de la pesadilla de Pol Pot. Occidente va descubriendo poco a poco el horror a que ha sido sometida esa nación. La tragedia no ha transcurrido, sin embargo, en total secreto: Desde su gestación hasta su epílogo la República Popular China es activo copartícipe, silencioso aliado y retaguardia indispensable. El maoísmo ha visto al fin realizados los ideales que la extensión, complejidad y disparidad de tendencias impidieron llevar a cabo en su propio país. Ha sacrificado además, sin pestañear, a una población indefensa a la prioridad estratégica de quitar zonas de influencia a la URSS. Nadie pidió a Pekín cuentas, no habrá Nuremberg para los que, desde el Buró Político, alimentaron, dirigieron y sostuvieron a los autores materiales del genocidio de Camboya.

Sin ser rentable, incluso con resultados negativos para los que podrían haberse considerado la cima de su pirámide, el socialismo disfrutó también aquí del status de argumentación satisfactoria, de escala hacia un Grial para cuya obtención se imponía el salto en el vacío. El vasto público chino, al que no puede atribuirse total ignorancia de lo que ocurría en la vecindad de sus fronteras, no reprochó lo sucedido en Camboya, no ha pedido cuentas a su Gobierno, como no las pidió de la ocupación del Tíbet. Participó de esa mezcla de mínimo común denominador intelectual y de satisfacción vicaria basada en identificaciones colectivas que sacian la vieja pasión de Caín. El nacionalismo, la destrucción de las clases sociales y de los niveles culturales distribuyen raciones considerables de bienestar emocional perfectamente adaptado a capas fáciles e inmediatas de sentimientos cuya visceralidad se viste de armazones y motivaciones políticas.

El Sr. Pieng tenía un nombre, y una curiosa semejanza en su expresión a la de los antiguos compañeros de Isa cuando rozaban, sin mayor énfasis, recuerdos ligados a la Revolución Cultural o a cualquier suceso anterior o posterior. Era como si una mano con los dedos extendidos hubiese caído regularmente sobre sus vidas y ellos se apartaran, deslizaran el cuerpo con mayor o menor habilidad hacia los huecos, evitasen la palma y recomenzaran camino observando sólo de refilón a aquéllos a los que había cogido de plano el golpe. El Sr. Pieng vive en el pueblo limítrofe con las fastuosas ruinas de Angkor y proporciona en su casa un alojamiento limpio a los todavía escasos turistas. Él también se fingió analfabeto durante la época de los khmeres rojos, y también fue enterrando o viendo desaparecer a hijo, hija, suegro y parientes. Cuenta, no muchas, historias, y lo hace con esa terrible sonrisa de alejamiento y distancia, con el rostro de alguien que repite una fábula pasada a otros, una sonrisa en la que el interlocutor busca en vano rebeldía, oculto rencor, indignación. Como si también se hubiera amputado eso, en simetría con los enjambres de lisiados que recorren calles y carreteras e ilustran el récord nacional de víctimas de minas. Los supervivientes del completo ensayo general de la utopía camboyana están destinados a que se les olvide antes de recordados, a que los cubra la selva, a que se reproduzcan como ella hasta tapar las ruinas. Los huidos a Europa, a América, se dispersaron con la discreción del agua y, como el Sr. Pieng, no se consideraron materia de reivindicaciones y denuncias. Viven.

Su sonrisa, como las evasivas de conocidos, chinos y no chinos, de ésta y de otras épocas, tiene, probablemente, mucho de la vergüenza de las víctimas, de ese volumen imborrable y proporcional a humillación, injusticia y agresiones que acompaña a los que lo han sufrido y multiplica en ellos el pudor y el sonrojo que los culpables no sienten o rechazan. Las víctimas, salvo afortunadas excepciones coyunturales, son silenciosas. En el mundo actual, de triunfadores, se sienten casi culpables de haberlo sido, experimentan, frente a las maniobras del aprendiz de comisario político, el calculado frenesí del propagandista, la invariable avidez del trepa, el pudor de la repugnancia refleja, de la percepción de un aura de materia particularmente vil que a ellos, y no a sus portadores, es notoria. El caso límite es el verdugo y el preso, pero las etapas dependen de la oportunidad.

Pasan las décadas, llega el nuevo siglo con alharacas de milenio, de luna de papel. La mutación técnica ha vuelto de espaldas la cuna tibia en que se mece la gente de Occidente, al abrigo de intemperies y de cortes de suministros, arrebujada en el placer de lo asequible y fiable, del mundo pequeño y surcado de rutas familiares. Y tranquilamente espera la madura progresión del ritmo de las cosas, el imparable proceso que la ciencia garantiza. Queda la masa de impulsos, de finalidades y codicias acomodadas al útil molde de un aparente esquema racional, acicaladas por el uso, enraizadas en un terreno previamente despojado de competidores por el eficaz desbroce propio de la maquinaria del archipiélago. Están los inquilinos del sistema que difícilmente se resignarán a dejar de serlo, acostumbrados por el largo rodaje a esa especialización en ocupar y defender nichos. Pasan nuevos viajeros, que ven edificios de cristal, bisutería electrónica, maquillajes franceses y modelos diseñados para los cuerpos del futuro. Olvidan que la capa de modernidad y técnica puede superponerse a la más pura barbarie, que refinamiento y crueldad coexisten, que la superficie satinada de cotizaciones de bolsa, pasarelas y ordenadores podría dejar paso, por la conmoción de sus grietas y la presión de impacientes ambiciones, a la regresión hacia paisajes, alambradas y opresiones que nunca han dejado de estar presentes.

El socialismo ha tenido un papel impagable como legitimador de una clase muy especial de beneficiarios que aúnan la inanidad personal, la duplicidad práctica y la pretensión a óptimas justificaciones morales. El clan Partido-Ejército continúa ocupando en China su acostumbrado lugar. Ha sobrenadado la inapelable bancarrota económica y lanzado, bajo las consignas imposibles de capitalismo socialista y un país, dos sistemas, una profesión de ilimitado monopolio del poder. Mientras al oeste los Estados-naciones ceden el paso a unidades amplias de intereses y de cultura engarzadas por libres e imparables corrientes de comunicación, comercio y dinero, en el lejano este se sueña con un movimiento inverso, con una entrada en la modernidad que se entiende como acumulación de fuerza y ocupación del espacio de antiguos imperios. En sus placas tectónicas presiona un militarismo, mucho más ambicioso que la torpe carnicería de los Balcanes, cuyo diseño comenzó a trazarse en 1972 y fue motivo cardinal de las visitas de Kissinger y Nixon. El Gobierno chino lleva lustros invirtiendo, silenciosamente, enormes sumas en armamento, el Partido se ha fundido completamente con el Ejército y la economía sigue la ley de la jungla, con un crecimiento e inflación tan acelerados y desiguales que pueden resultar explosivos. En la amalgama del clan en el poder, todos los militares de algún rango son miembros del Partido Comunista, que a mediados de los noventa sumaba unos cincuenta y dos millones de personas, un 4,3 por ciento de la población. De éstos, treinta millones eran cuadros dirigentes empresariales cuyos sueldos, sin contar los ingresos adyacentes, han aumentado de forma espectacular. El Ejército chino es propietario de miles de compañías comerciales, situadas en buena parte en las ricas zonas del sur. De aquí resulta una tupida red de intereses, presta a defenderlos como ocurrió en la masacre de estudiantes de Tien Men.

Hay una zona enorme, remota y secreta que se extiende en la frontera norte y noroeste. De las llanuras mongolas y las frías tierras de Manchuria se pasa a las altas mesetas que ascienden hacia el Himalaya. Allí se produjeron, desde 1964, las explosiones nucleares, pruebas que Pekín continúa con cortés indiferencia hacia las observaciones de Occidente. Ya en los sesenta Mao marcó los pasos de una diplomacia que permitiera en su momento la asesoría, en compras de material bélico y sistemas de seguridad, de Estados Unidos, cuya superioridad técnica siempre envidió. Invadido el Tíbet en 1950, aplastada su rebelión en el 59 y arrasado el país el 66, es hoy un territorio militar chino. En sus intentos de frenar la nuclearización de Corea del Norte, Washington ofreció a China, a cambio de sus buenos oficios, promesas de asistencia, especialmente en simulación de pruebas nucleares, e intentó evitar que Pekín exportase misiles y material radioactivo, sabedor de que, si no había substanciosas contrapartidas, ninguna consideración ética le impediría vender armamento atómico a dictaduras y países en conflicto como Pakistán. No puede descartarse la idea de que Pekín acaricie el sueño de ocupar el espacio geopolítico dejado por la extinta Unión Soviética y alzarse como la gran potencia asiática rodeada de vasallos. Este sueño imperial, tan probable como peligroso, ofrece las justificaciones finales y enemigos externos indispensables a las dictaduras, desvía críticas y enmascara el conflicto interno, que es, realmente, el gran enemigo. El armamentismo acelerado se legitima de esta forma, y con él la última dinastía mandarinal representada por el Buró Político. Para ello se ha recurrido, aderezados de neomaoísmo, al viejo chovinismo han y al nacionalismo xenófobo, siempre socorrido recurso en las dificultades del salto a la modernidad.

Al sur la situación es igualmente conflictiva: Pekín reclama grandes áreas del Mar del Sur de China y marca como propias en sus mapas franjas que se adentran en aguas de Vietnam, Malasia, Filipinas, Brunei, y que contienen, además de algunas islas, importantísimos yacimientos de gas y petróleo. Estados Unidos se mostraba dispuesto a impulsar y salvaguardar el área del APEC (Cooperación Económica Asia-Pacífico), pero actualmente las opciones de Washington en política exterior podrían inclinarse hacia el gran escudo protector de los intereses nacionales y la presión sobre aliados tibios para que se hagan cargo de sus propias responsabilidades defensivas. China pertenece al APEC, pero pretende un liberalismo sin libertad y un capitalismo sin democracia. Sus vecinos costeros temen que el Pentágono rehúse hacerse cargo de la seguridad de la zona del Pacífico y China intente imponerles nuevas fronteras. En 1958 Mao Tse-tung ordenó el bombardeo de la isla de Quemoy, perteneciente al Gobierno de Taiwan, para mostrar a los rusos su independencia y ausencia de temor a una respuesta atómica norteamericana. Mao declaró en diversas ocasiones que podía permitirse el lujo de que muriesen decenas e incluso centenas de millones de chinos porque la población del país era muy abundante y se repondría en breve. De hecho, llevó la idea a la práctica, con el prometido coste humano, en sus desastrosos experimentos del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. La tendencia, por otros medios, no ha hecho sino continuar. Las inversiones en Ejército y armamento crecieron, en los años noventa, a una velocidad vertiginosa y se estimaron en 1993 en entre cuarenta y sesenta mil millones de dólares, lo que colocaría a la República Popular en el tercero, o quizás segundo, puesto, tras Estados unidos y a la par o por encima de Rusia. En 1994 el presupuesto chino oficial de Defensa fue de seis mil millones de dólares, más del doble que en 1987, y el presupuesto real estimado por los observadores extranjeros podría ser seis veces superior y estar dedicado en buena parte a la moderna flota, dotada de nuevos lanzamisiles y submarinos y a las masivas compras de armas rusas. El Tíbet es una plataforma logística con al menos nueve aeropuertos, once estaciones de radar y numerosas bases balísticas. Desde él las ciudades soviéticas quedan en el área de tiro: Moscú sólo está a tres mil kilómetros, Delhi a cuatrocientos, y desde Sinkiang hay la posibilidad de cortar Siberia en dos. Al sur, se están construyendo puertos de gran calado para la nueva flota y Pekín se ha fijado como meta la primera mitad del siglo XXI para poseer fuerzas de despliegue rápido que aseguren su predominio en todo el Mar del Este. China necesitará todavía muchos años para que el conjunto de sus habitantes viva mejor, pero precisa de pocos si suma y concentra sus recursos en dotarse del último grito en ejército de tierra, mar y aire y de un variado arsenal nuclear. Mientras disocie economía y derechos  humanos, enriquecimiento y libertades, Gobierno y democracia, los países de Asia y del Pacífico tienen sobradas razones para inquietarse.

Este excelente Ejército no apunta solamente hacia el exterior. China tiene el mayor gulag del mundo, una población carcelaria que se estimaba en los años noventa en diez millones de personas distribuidas en unos dos mil campos de trabajos forzados, situados con frecuencia en las desérticas zonas del noroeste. Las garantías jurídicas no existen, hay prisioneros políticos-nunca considerados como tales-, de opinión, periodistas, independentistas tibetanos, estudiantes, religiosos, etc. Un tercio del té y numerosos productos de exportación proceden de esta mano de obra.

Pero hay fisuras, filtración de informes, complicidad con guardianes, redes de comunicación a las que poner coto se hace imposible. Entre los disidentes circuló hace unos años la llamada Carta para la Paz, proyecto concreto y realista que ofrecía un compromiso democratizador al régimen. Aparcando en el rincón de los admirables sueños el idealismo heroico de los estudiantes de Tien Men, se ha pretendido negociar puntos precisos que sirvieran de base para la reforma de la legislación y dirigieran al país hacia un sistema pluralista de acuerdo con las resoluciones de las Naciones Unidas y los Derechos Humanos en un marco que integrara a Taiwan y a los hoy incorporados a la República, con especial estatuto, Hong Kong y Macao.

El Partido Comunista no ignora la necesidad de ofrecer, al menos, una apariencia de evolución y compromiso. Además de a los disidentes, se enfrenta en el interior a las pretensiones de provincias de la talla de países que cuentan con una vieja tradición de señores de la guerra acostumbrados a ser reyes en sus estados. Los grados de riqueza y desarrollo son muy diversos; la China profunda mira con envidia las zonas especiales, escaparates modernos de los que se encuentra a años luz. Parte de la población no ha podido engancharse al nuevo capitalismo preconizado por el régimen y, desprovista del mínimo vital asegurado por el proteccionismo anterior, ha quedado totalmente desasistida, Del recalentamiento económico y las limitaciones del espectacular neocapitalismo chino da idea el hecho de que, si bien el índice de crecimiento del país sobrepasó el nueve por ciento y llegó al trece por  ciento en 1993, el coste de la vida en enero del 94 era, en treinta y cinco grandes ciudades chinas, un 23,3 por ciento más elevado que el año anterior y la inflación rozaba el treinta por ciento. En cuanto al déficit, éste se estimó en marzo de 1994 en ocho mil millones de dólares, es decir, tres veces más que en el año anterior, debido en buena parte a un quince por ciento de aumento de los gastos gubernamentales, como la subida de un cincuenta por ciento de los sueldos de los funcionarios. La brusca liberalización del mercado y la rienda suelta dada a la competencia sin que existieran mecanismos de regulación y gestión produjo desequilibrios como un paro oficial reconocido de doscientos treinta millones de personas, el veinte por ciento de la población total. Las cifras, en cuanto oficiales, merecen una credibilidad muy relativa. El Gobierno se ve obligado a exhibir castigos ejemplares de casos de corrupción en su seno; además la influencia del Partido en las zonas rurales ya no es la que era como consecuencia de la liberalización económica.

Ninguno de estos datos es comparable, como fuente de inquietud, a la ideología, hábitos y comportamientos que pueden dirigir las manos que activen palancas, botones y armas. Porque una de las principales características del archipiélago orwell es el páramo que su marea deja, la destrucción del tejido cívico, de las defensas culturales, morales, psicológicas que cincuenta años de comunismo han producido. Intercambiado el maoísmo por el culto al dinero, y quizás éste por el poder, nada se alza entre consignas y actos, entre satisfacción y víctimas. Los sistemas totalitarios disfrutan de una inmensa ventaja que Occidente finge ignorar o desestima: su absoluta carencia de escrúpulos. Generalmente conservan sin gran esfuerzo una base de fidelidades modeladas en el simple credo de la seguridad, el interés y la aquiescencia a la política externa de los dirigentes de la nación. El lanzamiento de un proyectil, la ocupación de un territorio, el tráfico con órganos de presos, los guarismos en el número de bajas y el recurso a métodos de coste humano y moral inaceptable no representan problema alguno cuando no existe ni constitución, ni derechos, ni principios ni ética ciudadana ante los que responder. La aventura militarista es perfectamente posible en las nuevas fronteras del Pacífico. Y la movible topografía del archipiélago, el núcleo de sus dirigentes, descarnado de toda consideración que no sea las metas propuestas y las codicias tribales, posee, frente a los países de tradición humanista, las gentes con querencia de libertad dentro y fuera de sus fronteras y las personas retenidas por la humana consideración , una peligrosa fuerza.

 

Ha llegado Ling, una alumna de F, que lo fue de Isa. Trae, junto con recuerdos, buenos augurios para el Año Nuevo chino, que comienza con la primavera, y excusas por la pereza en escribir, un regalo más de ésos que forman un broche entre periodos de tiempo indeterminados y llegan en paquetes encomendados a becarios, colegas y conocidos de conocidos. Esta vez es una cabeza de Buda, de jade claro y turbio, que cabe en la palma de la mano y se acomoda a la piel con suavidad. Se parece a F, el rostro apenas existente de perfil, plano, bondadoso, líneas horizontales de ojos, largos lóbulos y una sonrisa de meditación o circunstancias.

La emisaria, esta última hornada de los profesores de español, muestra un notable dominio de la lengua incluso en sus fonemas más difíciles, y menor habilidad en el manejo de los cubiertos y la degustación de nuevos platos. Está asustada porque han robado el bolso con el pasaporte a una de sus compañeras y no se atreven a salir de noche, pero lo harán, con su grupo de extranjeros que siguen el curso semestral dedicado a los nuevos hispanistas. Les cabe a las de su origen la desgracia de que las confundan con ricos turistas japoneses. Pero no se defiende mal, vive en casa de una española, se mueve con africanos, americanos de norte y sur, asiáticos. Pasaron los tiempos de grupos cerrados de becarios, colocados en pisos y vigilados de cerca por la embajada. Ling cuenta que es incómodo en China no encontrar sino muy trabajosamente prensa extranjera, que viajar resulta problemático, no por la obtención de pasaporte turístico sino por la de visado, y que ahora tal vez se autorice en ciertos casos a tener más de un hijo. Las cosas van mejor, repite, las cosas van bien. En su horizonte, joven, la pregunta de Isa sobre si sería posible una nueva matanza de Tien Men es una exploración desconcertante en edades oscuras, y es respondida con una firme negativa.

Ella, la reciente licenciada que se complace en recorrer un Madrid siempre en obras y que aún se admira de que las instituciones oficiales sean de libre acceso para nacionales y  extranjeros, que va explorando parques y estatuas y se aventura en recintos con olor a guisos que desconoce, es en sí una respuesta. Al otro lado de las décadas transcurridas, su interlocutora sabe que la ignorancia, la afortunada ignorancia remansada en esos ojos tan jóvenes, es el contrapeso de una masa antigua, de una sobrecarga de recuerdos repartidos y asimilados de diferente manera por Isa y la gente, F, H, C, que conoció. También ella tiene que luchar contra su propio síndrome de Estocolmo, el cariñoso mantenimiento del enemigo que puede velar la evidencia de la realidad actual, el tranquilo ejercicio de la razón. Ling se desliza por un territorio sin archipiélagos, y su ignorancia ha crecido desde el fondo lodoso al que no llegaban ni el espacio ni la libertad de acción, se ha gestado apoyada en la cansada mansedumbre de muchos como F, se abre a la completa disposición de todas las alternativas. Es futuro. En nada la conciernen las generalidades con las que cómodamente se engloba el ente inconcebible de mil doscientos millones de habitantes al que es imposible no recurrir para expresar juicios y manejar términos.

Las islas, las formas de las islas, su especial oscuridad y las ciegas calas donde se arremansa lo peor, el bajo fondo de instintos de ignorancia y dominio, la vieja estupidez contra la que luchaban en vano los dioses mitológicos y la búsqueda envidiosa del enemigo fácil. Las islas existen, los campos perdidos en Sinkiang, las colinas calcinadas que fueron templos, el despacho al que se aferra el más torpe y servil de los pobladores de archipiélagos, la mano que se retira y la que se alarga para buscar obediencias, votos, dinero.

Ahora importa explicarle a Ling las diferencias entre los platos que el menú ofrece, la definición de raciones, montados, pinchos y tapas, y el laborioso aprendizaje que le espera para el que no le faltarán Virgilios.

 

II

 

Tiempo de chantaje

Brindis

Isa está en un apartamento del mal llamado Hotel de la Amistad, de Pekín, en el que los cooperantes, sometidos al perímetro colonial que las circunstancias imponen, se despellejan a placer superponiendo al crudo cotilleo de las vidas privadas complicados ropajes de terminología política. La Navidad, invisible por estas latitudes, se aproxima ante la indiferencia de un calendario lunar que sólo dará paso al nuevo año cuando florezcan los primeros almendros. Ha sido destinada a la capital y dejó atrás, en la ciudad del interior, una experiencia extraña de soledad y de compañía, un contacto breve, preciso, guiado por la voluntad y el instinto, con personas destinadas a ser anónimas, ajenas y distintas, con las que, sin embargo, tocó fondo en un terreno inolvidable y común.

Sólo hay un español entre los residentes del hotel, un fiero y contradictorio anciano que pasa en sus afectos del apoyo incondicional al odio, que se declara a gritos defensor en todo del gobierno chino y gusta de definirse como de los de Álvarez del Vayo, el estalinista violento que se exilió a América y se especializó, desde la seguridad de la libertad de prensa, en virulentas andanadas contra otros periodistas. Vázquez es uno de los pocos extranjeros que han permanecido en Pekín durante la Revolución Cultural y narra con placer evidente las humillaciones que, desde su ventana, veía inferir a intérpretes y personal, los paseos por el patio con corozas y letreros, los autos de fe caros al maoísmo. Goza proclamando, goza excomulgando, y tiene pocas fuentes de goce más.

Hoy es un día especial, se ha convocado al puñado de latinoamericanos, a algún francés, y a ella, en su casa. Todos forman parte de cierta Hermandad Antifranquista cuya implícita existencia obviamente no se discute, que se define por el rechazo de la dictadura española y la impaciente espera de un cambio. Los franceses son exquisitos guerrilleros platónicos que muestran una superioridad condescendiente respecto a sus atrasados vecinos subpirinaicos. Los hispanoamericanos se decantan, de forma más pedestre y franca, en dos extremos: uno de ignorancia y dogmatismo tan primarios como supinos y otro sometido a las angustias de la duda y las servidumbres de ejercicio racional. La celebración es, sin embargo, unánime. Se escancian licores y hay que alzar las copas al cielo:

Han matado a Carrero Blanco.

Colaborador del Generalísimo, Almirante, hombre de confianza, Presidente del Gobierno, laborioso diseñador de la modernización económica y de una sucesión que preveía la coronación del Príncipe Juan Carlos.

Isa apenas sabe ni siquiera esto de él. Es un símbolo del régimen, de un Jefe militar autocrático, de un cascarón caduco bajo el que bullen y están por rasgar el apolillado disfraz las impacientes floraciones de un país moderno.

-¡Enhorabuena!

-¡España avanza!

¿Se dijo viva ETA?. No lo recuerda, hay un espacio en blanco. Quizás se dijo, y, voluntariamente, no lo recuerda.

Pudo no decirse, pero incluso en este momento, en el conjunto de signos negros sobre el blanco del papel esas mayúsculas son el único trazo que se marca con un rojo pastoso.

Han matado a un tipo representativo de la dictadura ya en franco declive, en inevitable transición. Pusieron una gran carga explosiva al paso de su coche y éste voló, como el bíblico carro de fuego, sobre los tejados vecinos y se aplastó, con sus ocupantes-a los que ni se citó y ni de los que ahora ella recuerda la existencia-en el patio. Una acción conseguida, un golpe de espectacularidad lograda, un aldabonazo del cambio.

  1. Veinte de diciembre.

Ambiente de fiesta, de plácemes y albricias que es obligado compartir, agradecer. En la lejana, enorme dictadura de aquel gran enemigo contra el que justificaba su labor el general que había mantenido en España durante cuatro décadas las riendas del poder; canciones y palmadas en el corazón del sistema regido por el Partido Comunista, no su entelequia ni esbozo aproximado: El sistema en carne mortal, tiempo y evidencias, a cuya vera la hojarasca de folletos, planes y proclamas no pasaban de ser espumosas charlas de café.

Nunca había sido de ellos. A Isa le faltaba esa obediencia y fe de grupo. Era animal de intemperie, espacio y viento. Pero jamás había estado contra ellos. Era inimaginable hallarse del lado del orden y los hechos, de la religión que pretendía legislar con su cuerpo, de la gente, en fin, que formaba una plúmbea masa gris carente de excitación, rupturas, audacia. Comunistas, marxistas, socialistas, los otros, los de enfrente, los del margen fraternal y revuelto, anarquistas, republicanos, Villalar y sus comuneros, ismos de despeinado y lustroso pelaje, ellos formaban el cliché brillante de una imagen sepia y agotada.

-¡Por la libertad!

En China, donde menos la había y su misma mención se había reducido al absurdo reproduciendo una novela, 1984, que por entonces Isa ignoraba.

Bebieron para celebrar un asesinato. Alzaron las copas, las apuraron. La palabra, todavía no formada, tardaría muy largo tiempo en desgranarse, a, s, e, s…., en encadenarse luego. Sin embargo ya entonces ella no puso el adecuado entusiasmo en el rito del vino, algo se esquivaba, no compartía las bromas de Vázquez, el confortable escudo de la delegación, la distancia.

Nunca tragó la alegría, ni el líquido. Han pasado muchos años, y todavía ese brindis continúa descendiendo como la teja de Ben Hur; está atravesado en su garganta.

Anteriormente los credos se definían por negaciones, y las negaciones se habían plantado como grandes murallas de injusticia desde el primer choque directo con el precio de las cosas de cada día, desde el rechazo de un escenario que no podía ser tan gris. Antes del paso por las entrañas fronterizas de los Pirineos había las guerras de otros, una independencia congénita apenas afectada por limitaciones. Había pasaporte, libros, radios y periódicos, conversaciones de tono subido, tertulias, había el complejo y triste laberinto de una adolescencia adversa, de una juventud a la que sólo la distancia lograría limar las peores aristas. Isa cada día ajustaba cuentas con un yo implacable y cavaba un metro hacia la supuesta superficie, las grietas por donde se filtrara luz. Mientras otros terminaban sus carreras, hacían oposiciones y se casaban con parejas de condición semejante, ella mezclaba y taraceaba los trozos de diversas existencias, en países distintos, de la mano de un emigrante con el que compartía la inmensa carga de desdén que a ellos reservaba la Europa rica.

El gozne se situaba en unos pasillos, Irún-Hendaya, por donde se cambiaba de tren y de línea en el mapa para poner pie en tierras francesas. Isa pasaba con la gente de los sesenta, la mayoría trabajadores manuales, que iban enseñando maletas y atados con cuerdas a los aduaneros y consideraban una catástrofe la confiscación de embutidos. Había separaciones metálicas, exigencias en otro idioma y técnicas de manejo de ganado. París no era la primorosa maqueta de isla, avenidas y catedral, ni el gozoso refugio de la bohemia-hacía falta, para ésta, dinero-, no era la rosa de boulevares y plazas tan perfectas como un cristal de cuarzo perfumadas de elegancia. Se extendía en barrios impersonales e interminables, en cafés y comercios idénticos que la menor sombra del atardecer sumía en una inseguridad sospechosa. La ciudad de la avaricia y el ahorro, de las pretensiones y la fría belleza neoclásica recibía con la aspereza del poder y el aplomo de quien sabe el valor de sus monedas, encauzaba a la gente que llegaba como Isa hacia largos túneles de olor rancio en los que transcurría, en trayectos de ida y vuelta, buena parte de la existencia.

Todo empujaba hacia una rebeldía solidaria, hacia la necesidad de mundos que no fueran éste, que admitieran. sin rapacidad ni lucha, generosas porciones de felicidad. Se hablaba de España, en Francia, en Bélgica, y se esperaba de cada exiliado voluntario un pasado y proyecto belicosos de los que Isa estaba lejos de presumir. Siempre había la línea, la del carnet y el encuadre, las militancias y el credo en el que absoluto creía. Porque no todo era reacción, sentimiento y vivencia inmediata. Había noticias, recuerdos y lecturas, había reflexión, turbia pero fiel a la mirada y al análisis. El razonamiento se sentaba y sonreía ante el asentimiento beatífico a la existencia de inalterables clases sociales dotadas de ingénita bondad por su pobreza, a la maldad intrínseca de la capacidad desigual y del comercio, a la ensoñación de edades de oro sin pronombres posesivos en las que las tribus repartían generosamente cada fruto y cada trozo de la caza. El setenta por ciento de los libros apoyaba a Cuba y a China, a los fundamentos de la Unión Soviética y a los experimentos socialistas africanos. Los restantes estaban en anaqueles a los que hubiera sido del peor gusto asomarse. En el exilio, los políticos preparaban el nuevo gobierno de Madrid, el Secretario de los comunistas defendía, en una conferencia en Bruselas, la alianza con otros partidos y, una vez en el poder, la eliminación de éstos. Sus camaradas reafirmaban el pilar en el que se basaba su indiscutido prestigio y autoridad: eran, siempre fueron, los únicos oponentes serios, organizados, del franquismo, y ello les legitimaba y dotaba a un programa de por sí imposible mezcla de marxismo-leninismo y democracia de una aureola de obligado respeto.

A casa de Isa llegó un día un militante que procedía del país vasco. Durante su corta estancia en Bruselas durmió en un sofá al que desbordaba con su peso, buscó manuales de guerrilla urbana y robó el corazón de la más hermosa muchacha rubia del círculo de simpatizantes. La desdeñada e insistente pareja de la chica, un belga con perfil de escribiente, desaparecía ante la estatura y porte de este luchador de pelo y ojos oscuros que le miraba con la piedad del cortador de troncos.

Las actividades sociales giraban en torno a actos contra la guerra de Vietnam, apoyos al Tercer Mundo, charlas y protestas. El Socorro Rojo gratificaba con un letrero de ¡Racista! pintado en carmesí en su fachada al que se había negado a alquilar un apartamento a Isa y su pareja, que habían descubierto por entonces que no eran tan blancos como creían. Se hicieron buenos amigos de dos socorristas; eran un matrimonio de segundas nupcias, la mujer, enérgica y angulosa, dispuesta a dar batallas perdidas; él tiernamente apegado a la alternancia a su situación, al porvenir que, sin duda, reservaba para ellos su oro tras un recodo del cemento. Isa guardaba el recuerdo de la barba color tabaco y la mirada dulce cuando él, con profundo convencimiento, le decía: Yo creo que se volverá a trabajar la tierra con caballos. Lo pensaba. En lugar de las militancias de programa y estrategia contra el capital, Andy veía las playas bajo las losas, sus armas se reducían al spray rojo, sus sueños a los campos idílicos a los que por fin partió, con su mujer y el niño, a criar cabras en Ardèche y donde Isa les perdió la pista.

El tiempo transcurría. En mayo del 68 Isa había vuelto a Madrid para examinarse del final de Filosofía y Letras. Siguió desde allí las crónicas que él le mandaba desde París: batallas callejeras, recorridos por hospitales, formación y disolución de grupos, una fugaz presencia en primer plano, bajo los focos. Parecía feliz. Ella lamentó habérselo perdido pero-siempre esa distancia-al tiempo sabía que, en buena parte, no habría participado, que no creía en las consignas, llenas sin embargo de belleza poética, que percibía turbiamente una falsedad fundamental, una base de negación excitante, bien alimentada y simple en la que los grandes divos franceses, vestidos de filoobreros para la ocasión, vendían prensa de artículos siempre idénticos en su denuncia del imperialismo y el capital. Cambiar la vida, hacerla verdadera, cómo no seguirlo, cuando la vida era horas de túneles color azogue cortados por el gris rata de las estaciones, fábricas malsanas y artesanales de velas que empleaban estudiantes a salario reducido, olor de parafina y un jefe que seguía con ojos y labios glotones las nalgas de las empleadas y daba al negocio un aire de charcutería satisfecha, buhardillas con servicios exteriores y comunes, el brillo de las gafas de un tendero que aprovecha la ignorancia del idioma de dos españolas recién llegadas para venderles dos huevos al precio exorbitante de cada uno un franco, carnets falsificados para poder acceder a la cantina de estudiantes, y un mundo a increíble distancia que vivía como se debía vivir.

Ella tenía una retaguardia de libros y saberes que actuaba como lastre y no le permitía flotar al simple flujo de corriente y multitudes. Conocía sus márgenes, y conocía también suficientemente, desde la infancia, la pobreza como para no albergar hacia ella el menor sentimiento melancólico, la más mínima valoración ética. La pobreza, los tristes barrios, las comadres deformadas a los pocos meses de matrimonio, eran simplemente un hoyo del que salir, y se salía con esfuerzo, con trabajo, con becas. Era un proceso crudo que dejaba pocos márgenes a la fantasía. Sobre todo si no se tenía mucha. En caso contrario, si subsistía un mar de fondo de solidaridad, de empatía que hubiese querido arrancar como una infección, entonces la combinación de elementos era una autopista que conducía directamente al fracaso.

De ahí, y de la completa falta de los sentimientos de la fe y del pecado, su distanciamiento, su pasión fría y sin compromisos por los hechos, la curiosidad y la paralela incapacidad absoluta de autoengaño, el afincamiento en un terreno nada grato donde verdad y libertad formaban la única sustancia respirable. Esto incluía ir hasta el final de los señuelos, sin más compañía que los propios pasos, lanzar hacia la posible meta todo el impulso de la acumulada indignación, y recibir en plena cara los restos de un sueño fragmentado por su evidente falsedad. Quedaba lo peor: observar a la avispada carroña dedicada a construirse nichos confortables con los productos de aquel reciclaje.

Hacia atrás, en una niñez y adolescencia tejidas con los mismos años que la postguerra, existía la Era Casposa, que se iba desmigajando como el pan aguado según iban y venían personas, imágenes y noticias, brillaban los electrodomésticos y el tiempo giraba con creciente rapidez. En los hogares se había hablado muy poco de la guerra, las Leyes Orgánicas importaban menos que el acné, los libros prohibidos se encontraban en la inmediata trastienda y el Nacionalcatolicismo envejecía arrinconado como los tristes leones del zoo. Isa vivió la infancia como las sombras que reproducían la calle en la pared del dormitorio, y escudriñó en ellas y en la lectura temprana y voraz los fundamentos de la caverna platónica que construía en la cama y la inmovilidad, meses primero, después años. Las represiones religiosas y morales con las que parecían haber sido oprimidos-y disfrutado no poco-buena parte de sus compañeros ocupaban un lugar mínimo en su formación y secundario en sus preocupaciones, tanta era la certidumbre de su inalterable libertad. Aquello no era el archipiélago-que, por entonces, no conocía-. Tenía simplemente rasgos, fragmentos de su caricatura, e incluso en sus más represivas manifestaciones, policía, ejército, distaba de resultar aterrador. A él pertenecían, como una finca, los símbolos del país. De ello resultaba un curioso vacío que se hizo más patente allende fronteras. Porque Isa carecía de lo que para otros constituía la patria, le correspondía, por lo visto, construirla según el modelo de una república truncada en la cuna a la que el silencio, la magnificación y la distancia habían revestido de una aureola ideal.

La negación era un territorio sin límites, jalonado de perfección y de frutos rápidamente maduros, todos los sistemas podían intentarse y ninguno anulaba a los otros; se sucedían como si la buena voluntad garantizase la imposible convivencia, la existencia simultánea de las premisas de un delicioso grupo de anarquistas afincados en la calle Libertad a los que cortaban la luz por falta de pago y los vigorosos dogmas de un marxismo que jamás había tolerado competidores. Ningún horizonte era tan ancho como el que el franquismo permitía porque desde su bloque fragmentado y de improrrogable caducidad podía imaginarse todo. Sin embargo la misma necesidad de enfrentamiento había robado, desde muy pronto, en silencio, buena parte de la perspectiva, había sometido a los inquietos y modernizados españoles a un único ángulo en la percepción de la historia, en el enfoque del presente. Y ello de manera más tajante que los acartonados principios del ordenancismo conservador y de su melancólico recuerdo del pasado imperial.

Más atrás, aún más atrás, la España antigua, que unos se esforzaban por mitificar y otros por olvidar, había existido, y era raída, vital, estrecha y deseosa de escapadas, el mosaico de un turberculoso que escupe sangre, un guardia civil que malvive, con su numerosa familia, en el bajo de la casa de vecinos-emigración pueblerina en buena parte-donde Isa habita, el lujo de un ascensor con solemnidades de hierro, el relato de bonos de racionamiento y recuperación de mondas de patata, el ozonopino de los cines y los cien gramos de jamón tallados como una joya, el cura del instituto pidiendo perdón a los altos cielos, frente a un auditorio de niñas sobrecogidas, para las alumnas que se habían fugado de los ejercicios espirituales, profesores, profesores excelentes que mucho más tarde, no la meritocracia del franquismo sino la avidez de los nuevos ricos que le sucedieron, condenaría a la extinción, el dinero que no se tenía, el trabajo, cualquier trabajo, la huelga de transportes en la que habían cortado a una chica la trenza, la gente áspera que venía de los pueblos del sur, los ajos que vendía un niño y que compró la madre de Isa tras dirigirle a su hija una consulta cómplice, el señor del Régimen que llevaba un anillo, era alto y parecía contento de la vida, los estudios de cultura general y mecanografía que en principio, como mujer, se le reservaban, la beca, los libros, las aulas, una plataforma que tiraba hacia arriba y dejaba el círculo de comadres, sus sillas y sus niños atrás.

 

 

Y el Verbo se hizo izquierda

Cuando Isa volvió de China, en 1974, eran tiempos de verdad inoportuna. Para publicar esperó. El país vestía un traje de la talla inadecuada, mal abrochado y con los zapatos al revés. Estallaban las costuras de una vida moderna. El franquismo había ido terminando por etapas, pero dio el coletazo agónico de unos fusilamientos que puso en la vía de alta velocidad a la abolición de la pena de muerte, a poco de establecerse el sistema parlamentario representativo. El general se extinguía, lo había dejado todo bien atado, obrado de acuerdo con sus consejeros y seguido, contra su propio impulso, la corriente inevitable de la Historia. Pero el asesinato del viejo y fiel compañero, de Carrero Blanco, despertó una última, e irrefrenable, ansiedad de venganza, por todas las concesiones, por la irremediable traición de sus próximos y del tiempo, por lo que conservaba de sí mismo. Por víctimas interpuestas, resumidas en la persona de un muchacho al que toda la presión internacional para el indulto no libró del terror, la soledad y el verdugo. El día del ajusticiamiento, que sabía a vuelta a un vergonzoso pasado, a metal y a barbarie, ella pensó que aquellos hombres jóvenes no volverían a hacer el amor, a derrocharse con otro cuerpo, a abrir los ojos. El sorbo por el asesinato de Carrero contenía un soporífero, lo había relegado al olvido, al automatismo que clasificaba las buenas y malas muertes, pero continuaba en la garganta. Las cosas se habían escindido hacía tiempo en una realidad vecina a la neolengua, pero ella escribía con reparos, reservaba sus páginas, hablaba de China en artículos que eran mirados con desconfianza por redactores proclives a ver en las críticas al amigo americano. Cuajaban dos expresiones, y una, ficticia, se imponía al mundo real y tomaba durablemente posesión de la cultura y de la historia como si fuese la herencia debida, los intereses atrasados de la deuda de la mítica Guerra Civil. En la otra se hallaban desde los restos vergonzantes del régimen periclitado a los hacedores del paso a un sistema homólogo de las democracias europeas.

Isa no había corrido en la Facultad-desventajas de las limitaciones físicas-ante guardias civiles ningunos ni tenía un lustroso pasado de luchadora por la libertad excepto en las solitarias opciones personales. Participaba de la efervescente embriaguez de la inminencia del cambio, respiraba el aire contestatario y reservaba un maltrecho hueco para la idea de un socialismo que fuera alternativa a la crudeza de las exclusivas leyes de mercado. En su interior, tras la vuelta de China, el archipiélago Orwell se había depositado, se había adormecido pero crecía, y poco a poco lanzaba alfilerazos de vigilancia, sobresaltos del juicio crítico, de la evidencia, la razón.

Por fuera, era imperativa la comunión con un decálogo en realidad simple que operaba con los expeditivos métodos del Juicio Final. Los Benditos estaban a la Izquierda, y ésta comprendía cualquiera que hubiese estado en el campo de los perdedores de la Guerra Civil, fuese anarquista, estalinista acérrimo, socialista indiferenciado o republicano de a pie. Convenía ser pobre o, al menos, asalariado, gremio, pueblo y masa, partidario de autonomía o independencia de región, provincia o barrio, revolucionario, progresista, marginal, apátrida, anticlerical, agnóstico y contrario a cualquier élite de arte, literatura, ciencia o pensamiento. La visión del extranjero recordaba, en su simplicidad, a los mapas geopolíticos chinos: pulposo imperialismo norteamericano, movimientos populares destinados a la victoria y países de un socialismo que, con sus comprensibles errores, merecía siempre respeto. Los Malditos se agrupaban a la Derecha y comprendían empresarios, ricos, banqueros, élites, militares, policías, curas, políticos y burócratas relacionados con el Gobierno y el Régimen, creyentes, burgueses, ilustrados liberales, anticomunistas, fascistas, monárquicos, tradicionalistas, conservadores, reformistas y defensores de la entidad nacional. Cuanto se refiriera a la nación, el nombre y derivados mismos de España, así como cualquier apreciación positiva sobre su pasado, personajes relevantes e Historia, eran blanco de abominaciones. Se trataba de una capilla sixtina interactiva ante la que se oraba en permanencia y que proporcionaba dosis nada desdeñables de identidad satisfecha y de ilusión. Resultó también, muy pronto, una generosa fuente de empleos y acomodos que formó cuerpo con la plástica de la superficie desde su envés.

-¿Sufre mucho? Pero ¿sufre mucho?.

Melita se cuelga del brazo de los amigos médicos y les apremia, con los ojos brillantes de ilusión, a una respuesta afirmativa. Ella quiere que la agonía de Franco se prolongue, que sea dolorosa, mientras los partes médicos, los intereses de los beneficiarios del régimen que con él se extingue, la maquinaria del hospital alargan, en efecto, durante interminables días la boqueada última, la asfixia. Melita, de familia de industriales que le proporcionan un piso de lujo al noroeste de Madrid, precisa fuentes de excitación y las extrae de la militancia y la camaradería, de la prodigalidad y también de la avaricia y el abandono cuando el objeto ha perdido su interés. Como la mayoría, mantiene el champán en la nevera para brindar en cuanto el parte anuncie la notificación definitiva. Fiesta. En el monigote de un cuerpo derruido y senil, como en las Fallas, se queman los rencores del colegio de monjas, las viejas pieles de españoles nuevos, el sexo nunca bastante ni suficientemente logrado, el padre, la madre, los apuros, las decepciones, las perspectivas de un trabajo gris.

-¿Sufrió mucho?-Melita lame, en sus labios, el sabor continuo del tabaco y termina la noche en un happening en el que participan-el dormitorio es amplio e innovador-Pedro y Juan.

  1. El dictador ha muerto, de pura vejez.

Con tenacidad silenciosa, equilibrios, desastres y componendas que constituían el trabajoso andamiaje con el que se ensamblan las sociedades civiles, iba, por otro lado, lejos de la iconografía pero sometido a ella en las formas, fabricándose el nuevo régimen político, similar al resto de los europeos en sus mediocridades y bondades de mal menor. Nada tenía que ver con los prototipos que manejaba la imaginería ideológica y consagraba el lenguaje; era el fruto de gentes de las postrimerías del gobierno autocrático y del general Franco mismo, pero su pilar más firme, el ingeniero que lo construyó, como un puente romano, durante los setenta y ochenta y que lo hizo capaz de resistir a las tormentas, fue la voluntad de modernización, de tranquilidad y de compromiso de la mayoría de la gente del país. No querían guerras, se alejaban de ellas con un sordo rechazo, observaban la fiesta de los cantores de las revoluciones y les dejaban para ellos la pista, pero deseaban vivir sobre la tierra, mejorada, del viejo suelo que estaban pisando.

Fui a ver a Nixon y me dijo que estaba muy preocupado con la situación en España. “Quiero que vayas y hables con Franco sobre lo que acontecerá después de él”. Yo le dije: “Señor presidente, ése es un asunto que no se discute en España desde hace cuarenta años”. “Él comprenderá, váyase”, dijo.

Fui. Toda la noche en el avión pensaba cómo se lo iba a preguntar. Me recibió en el Pardo con el ministro López Bravo. Franco estaba en pie. Le di una carta de Nixon en la que le pedía que hablara francamente conmigo. Yo había estado con Eisenhower y Franco me conocía. “Su presidente quiere que le hable francamente, ¿de qué?”. Yo le dije: “Mi general, por un accidente de la historia, el presidente de Estados Unidos tiene mucha responsabilidad en varias partes del mundo. Él está muy preocupado por la situación en el Mediterráneo occidental, tiene mucho respeto por su opinión y quiere saber cómo ve usted los acontecimientos del futuro en el Mediterráneo occidental”.

Él me dijo: “Lo que interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte, ¿no?”. Le dije, “Mi general, sí”.

“Siéntese, se lo voy a decir. Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España”. Yo le dije, “Pero mi general, ¿cómo puede usted estar tan seguro?”. “Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años”.

Yo pensé que iba a decir las Fuerzas Armadas, pero él dijo: “La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra guerra civil”. (Declaraciones de Vernon Walters, militar y diplomático norteamericano, sobre su entrevista con Francisco Franco-Diario ABC, 15-8-2000).

La gran ventaja era saber exactamente dónde se estaba, situarse, sin, a decir verdad, notable esfuerzo, en un mundo dual con seguras inversiones de futuro. El gran enemigo, la Derecha, se reducía al gigantesco rostro de un anciano compuesto por retazos del antiguo país, que se iba muriendo por fragmentos, etapas y parcelas, al que era excitante, preceptivo y grato atacar. Los peligros salpimentaban sin exceso la vida cotidiana, le daban un sabor de expectativa. La malvada Derecha podía coagularse en la cara congestionada y descompuesta de un compañero de Universidad que, durante un mitin en el Paraninfo, pasa al lado de Isa gritando, desde el piso alto ¡Eso es mentira! a los oradores, y niega que los nazis exterminaran a seis millones de judíos. De Gonzalo se dice que tiene un póster de Hitler en su cuarto. Es, por entonces, un muchacho de familia acomodada, lleno de pasión, Tradición y Orden. Es también la buena persona que Isa avistará de cuando en cuando en las varias décadas que siguen, el erudito pasablemente ilustre, leal, formalista y religioso que ha seguido el sendero previsible marcado por los setos que cuadricularon su adolescencia. También podía ser el Enemigo un grupo de matones, con todos los rasgos de la delincuencia común, que irrumpen, dirigidos por el de más edad, en el Café Gijón y, en el silencio que desciende sobre las mesas, apostrofan a Isa porque está leyendo papeles izquierdistas. Es, indudablemente, la tarde de plomo en que se desfila frente a los cadáveres de los abogados laboralistas que unos pistoleros de extrema derecha han asesinado en su despacho de la calle de Atocha

Ha habido-1981-un intento de golpe de Estado en el que un señor, que, para la prensa extranjera iba disfrazado de militar decimonónico y que llevaba, en realidad, su uniforme de teniente coronel de la guardia civil, se ha puesto a disparar tiros en el Congreso de los Diputados. Al día siguiente-de una noche que Isa había pasado en casa de un colega conocido militante comunista-termina la tragicomedia con un caluroso suspiro de alivio por parte de los ciudadanos, y se convoca seguidamente una marcha en defensa de la Constitución y la democracia que reúne en Madrid más de un millón de personas. Para los que, como ella, no tienen bandera de partido, el punto de observación es variable; se empina y no consigue, por la superior talla de la mayoría de los que la rodean, obtener una vista de conjunto. ¿Quiere que la suba, señorita?, ofrece, cortés, un señor muy bien vestido y alto que desfila con su familia justo detrás. Son de Alianza Popular, según anuncia la insignia de la solapa. A unos pasos, los bullangueros anarquistas despliegan pancartas vistosas. No es masa. Es una alfombra de gente que cubre, de un extremo a otro, las calles del centro de una ciudad iluminada, una oleada suave y sonora de voluntad pacífica común. Años noventa; otra manifestación. Tras un secuestro y un chantaje emocional que ha inundado el país a través de los medios de comunicación, ETA ha descerrajado varios tiros en la cabeza a un concejal muy joven, Miguel Ángel Blanco. Madrid se echa a la calle sin convocatorias, cubre las avenidas, la plaza de La Cibeles, Sol, Colón. Son un millón probablemente los que piden el fin de los asesinatos, el rechazo se ha levantado como la espuma con la lenta, esperada caída de la última gota de sangre. Hay parterres de flores en el paseo de Recoletos, y esta multitud lo recorre procurando no pisarlos, esquivando las islas de color en el césped, y rechazando la muerte mientras andan.

El grupo independentista vasco ha matado ya abundantemente, y con la impunidad que le otorga la temerosa y nueva democracia. ¿ Y los demás no son hijos de madre?, dicen dos guardias civiles. Van en el mismo compartimento de tren que Isa, en unos años que todavía tienen sabor de carbonilla, en los cuales el cambio de régimen está aún muy próximo y ella ha enhebrado conversación y sacado los tópicos de la represión franquista con un aire justificatorio que la pareja, madura, seca y triste, que viaja hacia el norte no recibe con excesivo entusiasmo. Por entonces los guardias mueren como si no existieran, se los entierra en ceremonias rápidas que eliminen exhibiciones de mal gusto, se les mata con cierta profusión desde las amnistías y el cambio. Los ejecutores encuentran pocos obstáculos y gozan, en el exterior, de buena acogida y mejor prensa. Sorben dinero y sorben el incomparable vino de la guerra, que, como tal, todo lo justifica. El Verbo milita a su favor: ajustician, exigen, imponen, recaudan, batallan, desafían. Nadie menciona su proyecto de una minicorea del norte, de una albania cantábrica. Pertenecen a la casta de enemigos de Franco, y eso da un derecho de pernada sobre los hechos y sobre el lenguaje. Juegan al pin-pan-pun con uniformes que apenas parecen contener cuerpos, cadáveres que se retiran a toda prisa de escena porque eso complace a la opinión. Enriquecen la gama de trofeos con variedad de edades, sexos, ocupaciones y orígenes. La opinión se molesta un poco. En el seguro refugio francés comienza a temerse la extensión del hábito. Suman más de ochocientas víctimas. Algo en la báscula lingüística oscila de la valiente lucha por la independencia a la práctica del asesinato.

Tal vez se trata de los hijos del apuesto guerrillero que compraba manuales de lucha urbana en Bruselas. ETA, como la sixtina de Derechas e Izquierdas dispuestas en abanico a ambos lados de una figura central desdibujada, tenía a su favor la iconografía, la evidente superioridad estética del tocado guerrero, el vigor, el asalto, el libertador selvático y el desdeñoso radical; su perfil arrasaba y no admitía siquiera comparaciones con el autobús, la hipoteca, el paseo por el parque y el inspector de Hacienda. Era hermoso construir, inevitable y cómodamente, la vida cotidiana en lo segundo y reservar la profesión de fe para aquel mundo identificado vagamente como revolucionario, de izquierdas, socialista, antiburgués. Encerrado en la más segura caverna, se mantenía secuestrado el lenguaje y fuera se vendían palabras sin más consistencia que la necesidad de proporcionar envolturas a sueños de tertulia y sobremesa, gozar batallas imaginarias y distribuir condecoraciones y marchamos gratuitos que aseguraban la pertenencia al campo del Bien. ETA, a fin de cuentas, había llevado-y lo llevó hasta la entrada en el siglo XXI-la neolengua a su forma más pura, uniéndola a actos, eliminando a tiros y a bombas a los contrarios, sembrando el terror. Pero su calificativo de fascistas, nacionalistas  españoles a cualquier oponente pertenecía al lenguaje común según la ya larga moda al uso; nada era tan fácil como ser incluido en el vasto territorio del fascismo. Durante décadas, el simple roce de evidencias, como que el dictador, respecto al comunismo, hubiese combatido algo en sí nefasto que había causado muchas más víctimas que el nazismo por su larga implantación en numerosos países, era fuente de angustia y, por ello, de entrada, rechazable. El desguace de la segunda república española por militancias tan expeditivas en los fines como desdeñosas de los medios y su papel determinante en la gestación del golpe de Estado franquista era reflexión de alto riesgo y entrañaba seguros peligros de destierro al lazareto de los reaccionarios. La mención del lado oscuro, del archipiélago de dolor y servidumbre que tapaban el rojo de las banderas, el análisis de la incoherencia de las proclamas, el rescate del pasado para que se viesen a la luz todas sus formas, eran tareas de imposible cumplimiento, quedaban reducidas al sector enemigo, al subtítulo de derechista, burgués e impresentable con que eran expuestos a la vergüenza tales individuos.

Había una patrístrica para exculpar a los intelectuales que habían defendido al comunismo y, por ende, para justificar a otros que, mucho más jóvenes, no se aventuraban tampoco fuera del acogedor círculo de los simpatizantes de la rúbrica socialista, de izquierdas y partidario de un marxismo aún por venir. Eran sesudos varones que recurrían, en un curioso ejercicio de funambulismo cronológico, a la obligatoria decantación entre uno de los dos bloques, a la necesaria militancia, al menos platónica, en el campo que se oponía al nazismo. Idéntico razonamiento era utilizado, cuarenta años más tarde, para inclinarse ante un Partido Comunista Español cuyo máximo atributo era la organizada oposición al régimen franquista. Esto dejaba en sus pedestales a Benjamin y a Sarte (pero, naturalmente, ignoraba a la solitaria y valerosa especie de los Orwell). Se trataba a la Historia como si la II Guerra Mundial hubiera sido ayer y cada cual hubiese vivido y hubiese sido empujado al abandono del ejercicio racional, al rechazo de la evidencia y al desprecio por las vidas ajenas bajo la irresistible coacción de hechos que, sin embargo, ya en su época pertenecían al lejano pasado.

España gozó enseguida de corrientes culturales adecuadas que cristalizaron en los calificativos de débil y mínimo. Eran el necesario apoyo de la filosofía de lo aparente, el postmodernismo, que en sí nada indicaba excepto el lapso huero entre pasadas teorías y futuros hallazgos. En la práctica constituyó una purga de cuanto implicara permanencia, grandeza, transcendencia, superación o valor. Era un culto al relativismo del menor esfuerzo, a la pirotecnia condescendiente del gesto y la palabra fácil, y a cierta amnesia que cubría las décadas últimas y las reemplazaba por un agradable mito. Bajo esta superficie en la que rielaba una imagen halagadora y ficticia crecían los sólidos entramados del ritmo económico y social y, sin haberlo recordado, se olvidaba el franquismo, se hablaba de comunismos y revoluciones como ensueños respetables, héroes con los que nadie contaba sentarse a la mesa a la hora de comer.

Nadie quería vivir en un sistema socialista, por no hablar de comunismos reales, pero eran dioses de invocación necesaria y culto por control remoto. Cada cual deseaba y disfrutaba, en la medida de sus posibilidades, de la modesta democracia burguesa, las prótesis dentales y los electrodomésticos, y aspiraba al ahorro en banca, el turbodiesel y las ventajas de la economía de mercado, pero era indispensable para medrar la mención despectiva de los poderosos, el primitivismo ecológico de fin de semana y la práctica del progresismo virtual. El discreto encanto de la esquizofrenia se instaló, con intención perdurable, en una capa delgada, pero la más visible y la que controlaba el derecho de peaje para acceder a cuanto se relacionara con la Cultura. Se ejerció, por otra parte, un chantaje continuo por medio de la espada de Damocles de la palabra derechas, mantenida sobre las cabezas de la competencia.

Todo esto no hubiera pasado de comprensible ley del péndulo y moda pasajera si España, en razón de los particulares condicionamientos de su proceso, no hubiera sido escenario de una exhaustiva utilización del chantaje con logrados fines de obtención de dividendos, imposición de imagen y promoción económica, política y social.

El proceso, además recurrir a una generalizada amnesia voluntaria, se había tejido con una práctica que constituyó sin duda uno de sus pilares más negativos: la creación y mantenimiento de la idea de las dos Españas que, al modo de Ahura Mazda y Arihmán, representaban el Bien y el Mal y agrupaban, en los campos antagónicos, de la reacción y el progreso, a un numeroso muestrario de sectores y rasgos sociales. La doctrina marxista se incorporó fácilmente, con su dualidad y determinismo histórico, en esta trama, pero el dudoso honor de la fijación y asentamiento de los términos correspondió a la iniciativa y propaganda de la dictadura impuesta desde el 39. A la victoria militar siguió, no la paz, sino la exhibición continua y obscena de la victoria franquista sobre una parte considerable de la población de su país, sobre una República que había llegado al Gobierno entre el alborozo popular y sin sangre. Como el común de las dictaduras, ésta necesitaba de enemigo, y recurrió al más imperdonable de los recursos: un permanente memorándum de vencedores y vencidos. El Régimen capitalizó necesariamente, para sí, los símbolos generales de identidad patria y los hizo prácticamente inservibles por su completa identificación, a la llegada de la democracia, con el sistema anterior. Fue, ciertamente, una de las lacras de mayor y peor calado. Imposible la hais dejado para vos y para mí. España se acercaba al conjunto de naciones europeas sin saber si era una ni cómo presentarse, avergonzada de su propio nombre, bandera, pasado y heráldica. La lingüística se despachó por entonces con una generosa serie de eufemismos, metonimias y perífrasis destinados a evitar símbolos, expresiones y actitudes familiares a la ultraderecha.

El vacío resultante pedía algún tipo de materia, y fue rellenado con una identidad ficticia. Parte del régimen democrático, que ocupaba cara al público extensión substancial en cuanto a la proyección de imagen, asumió la imperdonable, pero tentadora, dicotomía, las españas enfrentadas, no en el campo de sangre, pero sí en el cultural y verbal, del que los grupos elevados al poder por influencias del momento se hicieron prácticamente dueños. Y consagró, en los años que siguieron, un durable monopolio que aspiraba a gozar de las ventajas, prosperidad y eficacia de la burguesía, el desarrollo y la economía de mercado sin riesgos, formación ni esfuerzos y preservando la apariencia que, a falta de mejor definición, se autodenominaba izquierdista, social y contestataria.

Más profunda que las divisiones y categorías impuestas por artificiosidades políticas, existió una cuestión de talante, que trillaba en conservadores y progresistas según la menor o mayor apetencia de libertad y extendía sus raíces en el complejo territorio de afectos, aspiraciones y vida privada. El conjunto de rasgos era ahí indudable y el contrario se identificaba por el rechazo de un infierno minúsculo: el salón adornado con fotos de bautizo, comunión y boda, la disposición eterna de los muebles, el respingo ante lo exterior, lo inferior, lo ajeno, la animosidad respecto al sexo, el humor, el absurdo. Los afines se reconocían en concretas querencias, en la celosa posesión del cuerpo, las prohibiciones que se quebraban como cristales, el tintineo de la audacia y de la risa, la defensa del divorcio y del derecho al aborto médico, el horizonte ilimitado y transgresor, la solidaridad todavía no invadida por comercializaciones posteriores, la impresión de aventura y posibilidades, que podían con frecuencia resumirse en modestas degustaciones de drogas de bajo índice de dureza y en la inocente osadía de la innovación sexual. Lo que había sido ilusión y floración libertaria de por sí perecible se transformó en breve en bizantinismo destinado a dorar una cultura de iconos que se cotizaban en el nuevo mercado, mientras volvía por sus fueros un ansia de seguridades incompatible con el pasado impulso y madura para la confortable sumisión.

A Melita y sus amigos Isa los reencuentra aquí y allá, en contadas y dispersas ocasiones. Los divisa de manera fugaz cuando se deslizan por la cresta de la ola, y probablemente no la distinguen, no la saludan. Les ha ido bien, les continúa yendo muy aceptablemente, con un agradable pasar que, en buena medida, procede de puestos ligados a entidades públicas y por la inclusión oportuna en los intelectuales y artistas orgánicos. Mantienen, como los trofeos deportivos, los pulidos términos de su primitivo discurso que reposan en la vitrina y han sido claves en el afianzamiento de su promoción. A los veinte años había que ser algo, volcar sentimientos, hallar un cauce al entusiasmo, enemigos a la rebeldía. La visión de la lucha de clases se presentaba en un cielo vacío y expectante, y produjo la conmoción de las revelaciones, el cambio súbito de perspectivas y la comprensión instantánea de las desdichas, la historia y de las leyes del mundo. Demasiado para renunciar a ello fácilmente y demasiado fácil para haberlo creído. Isa tiene un pasado que ocultar, cartel al fondo del dormitorio con enorme rostro de Mao formado por puntos rojos que son cientos de personas. Muy propio. Podía haber sido peor: también se vendía en los puestos de iconografía izquierdista del mercadillo de Bruselas una colcha con la imagen gigantesca del Gran Timonel. Hay más páginas que prefiere pasar rápidamente, pequeños esqueletos arrinconados en la esquina del armario, caídos tras los cajones. Visita a Nepal. Isa es la traductora de una pareja de amigos españoles que quiere comprar drogas para amortizar su viaje a la vuelta. Primero una masa de hierba del tamaño de un puño. Poca cosa, humo, euforia, ningún riesgo. Tras la cena, les sirve de intermediaria con los nepalíes que negocian el precio de algo más caro, un polvo blanco. Los rostros, sentados en el suelo en círculo, son mórbidos a la luz de la única bombilla, ojos caídos, mirada vaga, extraordinaria palidez, ojeras, un sabor a líquido malsano en el ambiente. No hace sino de intérprete, una amistosa ayuda inocua. Despacio, posteriormente, ha seguido el trayecto probable de la sustancia blanca que parecía haber chupado la sangre y el brillo de los ojos en aquella trastienda. Un pequeño esqueleto de sí misma se le ha quedado encerrado en un armario limitado por esos rostros, en círculo.

A los veinte años había que ser algo, rápidamente. Y luego, como los profesores chinos que repetían mansamente las normas que habían podado su juventud, se continuaba aceptando, reafirmando, procurando quizás salvar lo que se había sido, manteniendo enjuto sobre el remanso turbio del final de la corriente al joven que se había empapado en la pureza del comienzo, sin mirar, sin analizar. Por el simple imperativo de un síndrome de Estocolmo que ordenaba preservar lo que ya formaba parte del yo. Porque, tras el rapto y la convivencia con militancias e ideas, no se regresaba del todo, era penoso y descarnado el desmentido, la rasa brutalidad de la evidencia, y poco airosa la visión retrospectiva del entusiasta rehén. El chantaje se recibió, por ello, con alegría. Justificaba inversiones, arropaba pasados, era incluso extremadamente útil a la hora de atribuir responsabilidades y fracasos. El enemigo, de alguna forma, siempre había estado ahí. Continuaba estándolo-la mala clase de poderosos, burgueses, elitistas y ricos-, y eso permitía el recurso a cualquier medio y lo avalaba con la certeza de una superior identidad moral.

En los años noventa Isa pensó que quizás se estaba llegando al final de la censura. Aún existía la clasificación de buenos y malos, que reinaba por el temor y se valía de la manipulación lingüística. Las etiquetas derechas, izquierdas, reaccionario, progresista,  fascista, demócrata se habían distribuido según las conveniencias de la nueva clase dominante, del club que se atribuía en exclusiva la superioridad ética y atemorizaba con el sambenito de anticomunista impresentable, franquista camuflado o capitalista burgués a cualquiera que disintiese o que hiciera peligrar los beneficios obtenidos. La peculiar esquizofrenia hispánica, nutrida por el vacuum de identidad nacional y por el tenaz olvido voluntario de medio siglo de historia, agotaba sus recursos. Se quería vivir como los americanos, pero no se perdía ocasión de denunciar el perverso imperialismo yanqui y de proclamar la fervorosa adhesión a supuestas democracias populares en las que nadie tenía la menor intención de instalarse. Se condenaba un capitalismo a cuyo nivel se suspiraba por llegar, se votaban las siglas de un Partido Socialista Obrero con la esperanza de obtener una decente democracia burguesa y un puesto aceptable en los países modernos desarrollados, se excomulgaba-con ayuda del deporte nacional de la envidia-en nombre de la igualdad a cualquiera que poseyera riqueza o que sobresaliese y, simultáneamente, se lamentaba la inexistencia de una sólida y competitiva economía. En este contexto, era de absoluta lógica que los votados actuaran contra sus siglas y contra el interés público y la ética privada.

El fenómeno estaba emparentado con el misterioso acriticismo que alienó a una parte considerable de los intelectuales europeos ya desde la Revolución de Octubre y que en España, a causa de la reacción antifranquista, del horror vacui interno y de la interesada utilización legitimadora de la terminología marxista, se había prolongado. De nuevo, y con muy poca fortuna, Isa se sabía ajena al adecuado club, el postmodernismo de buen tono en el que importaba repetir ciertos mantras: lo que importa es el yo y mis amigos; la realidad no existe, luego no tengo compromisos; mi ser es pura imagen mudable y la verdad presuntuosa apariencia; por lo tanto la defensa de valores éticos es un rasgo de censurable mal gusto; todo es relativo; todo vale. El sombrerazo estratégico del snob a purezas políticas lejanas-paralelo a su permisividad respecto a las corrupciones próximas-y sus evasivas en terrenos concretos complementaban la filiación a la decadencia placentera: Si no existen sino imágenes y cambios tampoco hay realidades ni deberes. Lo objetivo es simple coyuntura o algo tan remoto que a nada obliga. Los postmodernos fueron el lujo áulico de un Gobierno empapado en la prepotencia de su impunidad. Al lenguaje y al pensamiento fácil se apuntaron muchos mientras hubo pan y circo. Otros simplemente lo soportaron. Su necesaria contrapartida social era el populismo demagógico, la manipulación, simple pero en absoluto inocente, en vistas a intereses de clientela y a expensas del erario público.

El postmodernismo podía utilizar como motto un ¡Ay de los vencedores!. Porque en el remanso finisecular eran difícilmente perdonables grandezas y victorias que sobrepasaran el inmediato círculo de bienes de uso, colegas y amigos. El antiamericanismo continuaba siendo uno de los tópicos de rigor. Los Estados Unidos siempre habían sido culpables de un crimen sobre todos imperdonable: ser el país más influyente, más fuerte y más rico. Y no por su intrínseca perversidad, sino por convicciones, formas de trabajo y organización y por su aprovechamiento de abundantes, pero no exclusivos ni mayoritariamente ajenos, recursos. Representaban un papel extremadamente útil como enemigo físico y metafísico: el perfecto adversario. Porque tal vez no se puede vivir sin archipiélagos, sin versátiles sucedáneos de Satán que atraigan odios y eviten el enfadoso ejercicio personal de la reflexión.

El Tío Sam podía ocupar tranquilamente un lugar destacado en la sixtina del retablo. Siempre había tenido, por añadidura, el descaro de exhibir con igual impudor sus lacras y sus ideales e incluso de llevar éstos a la práctica. Llega su pretensión hasta el extremo de considerar el estado de Derecho, la democracia y la libertad, que proclamaron años antes que la revolución francesa, como logros deseables para el conjunto del planeta. Ello bastaba para hacerles acreedores de la animosidad soterrada de las mismas naciones e individuos que en las emergencias clamaban por su ayuda. Cuando en la España que se había pasado tantos años soñando con Hollywood y brindando por las guerrillas se analizaba la política norteamericana, siempre transparentaban el gozo y la ansiedad de que salpicara el barro al gigante poderoso y torpe. La “actitud correcta” requería gringofobias y desdenes hacia la envidiada sociedad técnica avanzada, compasión por los pequeños Sadams aplastados por Goliat, ironía respecto al fornido marine doquiera que estuviese. Se reprochó amargamente a Washington su ofensiva contra Iraq porque no había sido acordada por la ONU, pero esa misma organización, ante la extensión y gravedad de los conflictos, instó a la Casa Blanca a que no repatriara a sus soldados de Somalia antes del desarme de los señores de la guerra, misión humanitaria que había llevado a cabo Estados Unidos sin ser explícitamente nombrado para ello por el Congreso de Seguridad. Cincuenta años atrás, Norteamérica había cometido otra agresión imperdonable: desembarcó para defender a una Europa acorralada por el nazismo. Aunque todavía no se había acuñado el término, cuya intervención honra a los franceses, de deber de injerencia humanitaria, se consideró que los ideales de la civilización y la libertad valían más que el no intervencionismo y las fronteras. A continuación el plan Marshall levantó la economía ocidental y Washington mantuvo en gran parte el peso de la Guerra Fría, sin la cual los sistemas totalitarios y su ruina no se hubiesen detenido en Centroeuropa. A mediados de los noventa podían aprovecharse las pintadas todavía frescas del Yanqui, go home y modificarlas en Yanqui, come home porque el imperialismo empezaba a pecar por defecto: la ONU estaba desbordada, en el Tercer Mundo eran legión los que preferían ser invadidos a aguantar lo que tenían en casa y multitud los que se lanzaban a atravesar muros, mares y fronteras para ser aceptados en Estados Unidos o Gran Bretaña. Para desesperación de ambos. El viejo continente había pasado del pasacalles nacionalista al sentimental bolero Si tú me dejas. Europa hubiera visto con alivio una intervención en Bosnia de esos americanos que, por otra parte, eran presentados como invasores prepotentes y sobre cuya pericia en el lanzamiento de paquetes de alimentos se hacía burla (olvidando que los aviones debían volar a gran altura porque no tenían derecho a ser protegidos de la artillería serbia por aparatos de guerra). Había que gritar no a la OTAN, y esperar que, cuando llegaba el tiempo irremediable de la fuerza, fuese la OTAN la que respondiera, y, preferentemente, que Estados Unidos pusiera la mayoría de los soldados y de las armas.

Isa había esperado la caducidad de las etiquetas, la excarcelación de un voto cautivo de fidelidades tribales pero que tal vez podría elevarse hasta el análisis de opciones y acciones concretas. Se preguntaba si cabía alguna posibilidad de que ética y progresismo recuperasen su validez de contenidos e implicaran lucidez, esfuerzo, coherencia con el propio discurso, valía, conciencia social, riesgo y enfrentamiento con un espacio no señalizado. Por lo pronto, había que continuar sorteando los islotes de la neolengua, el chantaje moderno/retrógrado, izquierdas/derechas, nosotros/ellos, antes/ahora. Era el epílogo de la retórica de las dos Españas, uno de los últimos frutos históricos del franquismo y un derivado de las traiciones al pensamiento racional que habían presidido el siglo XX. Pero también, y de forma decisiva y primaria, era la ubre de la que se nutrían muchos, aquéllos cuyos principales méritos eran la carencia de éstos y la avidez, y no iban a resignarse a la dieta.

En los años noventa había llegado a esperar el final de la censura, y, con ella, del archipiélago que tejía la gran araña de los nuevos intereses, compactos, enredados, bocas superpuestas, de un gobierno y de otro gobierno, a las que alimentar. Y era una espera inútil porque no había reparado en el veloz crecimiento, bajo sus pies, de las islas, vivaces islas familiares a Orwell entre las que no circulaban las palabras, ni el aire. Tampoco quedaba, para los desencantados navegantes, ilusión alguna que arañar en el fondo de la caja de Pandora.

La caja había rebosado de ilusión. Estaba, en realidad, cubierta de espejos que hablaban de una muy lograda creación de imagen. Alegremente embarcado en la idea moderna que quería tener de sí y en la borrachera del olvido, el país acogió abiertos brazos y urnas a un líder y a un partido cuyo perfil era producto de una cuidadosa fabricación. La prensa extranjera trató durante más de tres lustros al Secretario del Partido Socialista Obrero Español como a Cenicienta el príncipe del cuento. Tras el franquismo, el PSOE saltó bruscamente al primer plano de la opinión con una campaña extensa, eficaz y arrolladora, cuyos elevados costes hubieron de correr forzosamente a cargo, en el exterior, de otros partidos y grupos, que pasaron factura en los años que siguieron. La fabricación de imagen y de líder hizo sombra al marketing de cantantes famosos, se creó a la medida lo que gustaba a una mayoría de españoles, y se hizo en la certidumbre de que la inversión era rentable. Lo fue, dadas las facilidades que se ofrecieron a la especulación foránea sin contrapartidas, y sobre todo si se considera el apresuramiento en firmar acuerdos con la CEE sin la indispensable y larga negociación. Por otra parte España vivía sus epígonos de reserva folklórica y país romántico, algo tercermundista; su joven régimen disfrutaba en el exterior de una predisposición benevolente. A esta inercia se sumaron en la opinión europea los restos del complejo derechas / izquierdas, que el PSOE manipuló en el interior y exterior con tanta insistencia como impropiedad y falta de escrúpulos. Desde principios de los ochenta el Gobierno gozó de la embriaguez de la mayoría absoluta y de un envidiable trato por parte de la prensa extranjera.

I982. Se votaba a la juventud y al cambio, al aire fresco y a una justicia que aguardaban, entre muchos, los dedos cansados de faenas de la madre de Isa. Hay un volumen que se puede cortar en el aire de esperanza, de irrepetible inocencia que ignoraba sus contradicciones y su olvido, que respiraba y veía encarnado el futuro en un Presidente campechano y radiante de seguridad en su triunfo. Que era el único triunfo posible y había sido preparado con mucha más habilidad de lo que la desmañada euforia aparentaba. Isa votó por él, como el resto, en una gran ola de identificación que nunca hubiera sido compatible con los sombríos restos de gobiernos precedentes. Tampoco con el carrusel de partidos de los ismos más variados que celebraban su entrada en sociedad con queimadas y libaciones en restaurantes modestos del viejo Madrid. En los espejos de catorce años de mando, desde muy temprano, el Presidente socialista ha ido cambiando. Se diría que, tras el rostro del 82, las consignas y la sonrisa que, como una moneda, hacen brillar sus fieles, las líneas y colores se han ido separando, los trazos han adquirido la curva de la codicia de mando, el gesto continuo del reparto, el sesgo del dominio de los trucos, el olor a la golosina de la libre disposición. Y es la cara de Dorian Gray la que crece y se adueña de toda la imagen, una cara que nunca mereció la papeleta que metió en la urna, con ilusión y manos torpes, una mujer mayor y fatigada que pertenecía a los que trabajaron siempre y nunca se les ocurrió presumir de descamisados. El Presidente tiene, cada vez más, un rostro hinchado que ha ido adquiriendo un curioso parecido con carteles de líderes de otras iconografías.

Han transcurrido calendarios; se han ganado nuevas elecciones. Hace tiempo que el Gobierno reparte el P.I.B. como una hacienda, que las leyes son bulas, desahucios y privilegios, que se envuelve desde pantallas y prensa al complaciente público en un peronismo campechano que se endeuda con gracia y esquila la piel de toro con solera. Los votantes continúan aferrados al líder con la tenacidad del que necesita creer que ha sido lo que ni el líder ni ellos fueron. No es necesario al Presidente el enriquecimiento personal; supera a ese placer con mucho la satisfacción recibida por las dádivas, la primacía en el círculo de amigos, en la sumisión de contrarios, en la coreografía de los grandes. Él está por encima del lucro y del cohecho porque dispone de la forma de las leyes y modela cada organismo y actividad públicos a su sabor, ocupa Justicia, Administración, Comercio y Cultura hasta los últimos intersticios de la concha, y crea una red vagamente medieval de promociones, remuneraciones y lealtades vitalicias. No se trata de dirigentes intelectuales, ni de individuos de profesión y envergadura. De hecho, desconfían de esas élites y se apresuran, evangelio de la neolengua en mano, a crear, a su imagen y semejanza, literatos y artistas. Son un producto de la exigencia de los tiempos, y se ven pronto sobrepasados por las dimensiones de la tarea, el rango y el escenario. El Gobierno del PSOE no es el de la República de Profesores y está igualmente lejos de estimar la meritocracia que el franquismo sí había valorado. Por el contrario, dispone de un catecismo simple, multiuso y grato al poco reflexivo votante. Basta con exhibir la patente de defensor de los oprimidos, con alegar la sorda e incansable guerra entre Ricos y Pobres, las victorias y las  deudas contraídas por los primeros desde los albores de la Prehistoria y la lógica revancha, llegado su turno, de los representantes de los segundos. Tras siglos y milenios de explotación nada más razonable que el reparto, el embolso de dividendos y el monopolio de la superioridad moral.

Desde el extranjero las loas continuaban. Publicaciones tan sólidas como The Economist presentaba en su número extraordinario The World in 1995 (diciembre del 94) al Gobierno de Madrid y a su presidente bajo los focos más favorables. Que una revista anglosajona conocida por el rigor de su análisis encargase las líneas de resumen del panorama español a un articulista de esa nacionalidad estrechamente ligado al periódico que servía de portavoz al PSOE daba la medida de la habilidad del partido en el poder para crear y mantener una imagen, cara al exterior, disociada de la realidad interna. The Economist auguraba para el año entrante la permanencia, pese a las dificultades, del señor González en el poder. La figura de éste aparecía en el artículo cansada, acosada y digna, víctima quizás de la usura del tiempo y de la corrupción de sus colaboradores, pero en ningún caso responsable o implicada en daños fundamentales para el país. El propio interesado hubiera suscrito el texto con placer.

Sorprendentemente, el contenido sobre España del Economist del 14 de enero del 95, en análisis elaborado esta vez por la redacción de la revista, variaba sustancialmente: la situación del presidente español empeora y se encona; es el principio del fin, y, lo que es más grave, esto marca un proceso de creciente desconfianza de los españoles en sus instituciones democráticas y debilita la solvencia internacional de la nación. Es una rareza tal cambio de opinión en tan pocos días tratándose de previsiones a un año vista. Afloran también-aflorarán siempre, por mucha cal viva que se haya empleado en enterrarlas-las manos de dos terroristas con la uñas arrancadas, y los veintisiete crímenes de un grupo paramilitar que organiza su propia guerra contra los que ametrallan y vuelven al cercano hogar francés con la tranquilidad de quien finaliza su horario laboral. Ocurre que la imagen fabricada para la coyuntura de los ochenta tiene fecha de caducidad, el espejismo comienza a disolverse. De repente va apareciendo la profundidad del endeudamiento español, la insostenible carga de las diecisiete autonomías con aspiraciones de virreinato subvencionado, el desguace de las instituciones y el arañado fondo de la marmita de las reservas. Ningún dato, sin embargo, era en el 95 nuevo: hacía años que los gráficos mostraban a la peseta como la menos fiable de las monedas del sistema monetario europeo, los escándalos y corrupciones no habían comenzado ayer, las incongruencias entre fastos y realidades tampoco.

Había una explicación suplementaria: A la gran mayoría del 82 había sucedido el día de gloria, la entrada de España en la CEE en 1986, y la posterior incorporación a la Unión Europea en el 93 con el Tratado de Maastricht. Europa no había sido raptada; accedió a subirse a la grupa del toro ibérico a cambio de una dote cuyos pagos distaban de estar claros. Se observaba una sorprendente coincidencia entre el oportuno apoyo alemán y norteamericano, la propuesta de nuevo Secretario de la OTAN, las consecuencias electorales internas de su nombramiento y las loas por parte de publicaciones extranjeras (“Después de Felipe González”-The Economist-18-11-95; o el fervoroso y caudillista “Olé, Felipe!”-editorial de Le Monde-20-12-95). Era inquietante el exceso de incienso al Presidente español, la atribución a su persona de todo el mérito de la transición democrática, la amnesia respecto a la verdad histórica y al período 1975-1982, la identificación del líder con la modernización del país. Lo habitual entre dirigentes de la CEE era regateos, discusiones, áspera negociación, reservas. El benevolente acriticismo respecto al Gobierno hablaba de acuerdos desventajosos, de futuros compromisos nada claros, de subvenciones que eran pan para hoy y hambre para mañana, de pérdida de competitividad. No era extraño que a muchos países se les hiciera cuesta arriba la idea de perder a tan comprensivos negociadores. La foto europea había tenido un precio.

Por esas fechas se reajustaban los frentes Este y Sur de Europa y se calculaban los costes de la pacificación balcánica. España aspiraba a la vez a la virginidad y al próspero matrimonio; se jugaba de nuevo, cara a la galería, a la duplicidad entre los buenos deseos y el coste inapelable de las realidades. Excepto si se aceptaba en Centroeuropa y otros escenarios futuros la vuelta a la tribu y la regresión a prácticas bárbaras y a un feudalismo autárquico medieval, la defensa de sistemas democráticos, derechos y libertades conllevaba y conllevaría, mientras durase la desigual pubertad que había sido llamada por la ciencia-ficción el final de la infancia, el empleo de la fuerza, el pago en impuestos y en cadáveres. La distinción entre integración o no a la estructura militar de la OTAN era puro sofisma, pertenecía a la visión bucólica de cuerpos de intervención que eran un cruce entre destacamentos de choque y hermanitas de la caridad, que camuflaba los imperativos de la violencia tras la asistencia civil. En la práctica, podía resumirse a la utilización del territorio sin que Madrid formase parte de los centros de decisión. Si España había ingresado en la organización, tendría que hacerlo con todas las consecuencias y sin la posibilidad de elegir intervenciones a la carta. Podía optar por retirarse, pero siempre y cuando se estuviera dispuesto a pagar el precio que ello suponía. El nombramiento de un Secretario español consagraba la adhesión explícita y un principio de realidad aceptado hacía tiempo por buena parte del electorado, al que la pertenencia de España a la OTAN había evitado quizás, por cierto, la posibilidad de triunfo de un 23-F.

Puestos a escoger, dejar el campo al gran policía americano tenía las ventajas de quejarse de un enemigo único, mientras que pagarse en soldados y dinero el hacer de policía uno mismo resultaba complejo, oneroso y desagradable. Era grato a la opinión parar los pies a genocidas sin derramar una gota de sangre, utilizar el mejor armamento y pasar la factura al Washington que se tachaba de gendarme mundial. Se continuaba, sin embargo, jugando a la dualidad entre las invocaciones y los hechos. No existían muchas opciones: o había valores-y además, pero no de manera forzosamente simultánea, intereses-que se consideraban universales y que valía la pena defender, o se aceptaban los tiranos, la regresión y la jungla bajo la hoja de parra del pluralismo cultural y se apartaba la vista de casos como las mujeres de Afganistán, cuya situación era infinitamente peor que la del último negro del apartheid. Iberia, desde luego, no era en este terreno la única; el siglo se acercaba a su final arrastrando el lastre de viejos complejos ante los nacionalismos y ante un pacifismo irracional que era la bendición de invasores y amantes de limpiezas étnicas. No faltaban el recurso al antimilitarismo indiscriminado y la pretensión de sacar ventaja de la presencia en organismos internacionales y en el próspero bloque occidental pero sin las servidumbres que ello conllevaba en gastos y peligros. Los pacifistas solían olvidar que Gandhi hubiera durado poquísimo si sus protestas y ayunos, en vez de en la India británica, hubiesen tenido lugar frente al palacio de Sadam Husein; tampoco reparaban en que sólo la decisiva intervención de Estados Unidos, y no las amonestaciones de la tibia Europa, habían obligado a la ex Yugoslavia a firmar la paz.

Sobre las mesas con manteles de hule se pasan tazas de orujo, vasos de vino. Gente de partidos imposibles brinda en Madrid. El local, denso de humo y de vapor de guiso, está en la calle estrecha donde vivió, hace tres siglos, un famoso escritor. Todos se han legalizado y el público corea, sin excepción, vivas y proclamas. Es inimaginable, junto a ellos, un grupo de derechas con pancartas de Dios, Patria, Rey y no al aborto. Isa sorbe su cuenco. El país es feliz; lo ignora pero posee ese goce de vivir que disculpa la irreflexión y el olvido, que impide la fría cólera y la máquina eficaz de los archipiélagos. Como en los individuos, quizás también aquí la felicidad es incompatible con la Historia.

 

Añoranza de Camboya

No siempre puede materializarse el discurso en sus inevitables consecuencias. A veces ni siquiera se desea. Es dudoso que Platón hubiera pretendido pasar más de unas ocasionales vacaciones en la República que proyectaba. En no pocas utopías, incluido el Paraíso católico, el agente letal del genocidio hubiese sido el tedio. Pero los utensilios verbales del proyecto ofrecen múltiples aplicaciones que sólo deben ser explicadas ante el Mañana, Dios y la Historia. Como esos plazos de presentación de beneficios son largos, los intereses suelen revertir en los instaladores de la maqueta.

Con la cercanía del siglo XXI, podía aspirarse al final de la censura, a la reducción a sus justos términos de la terminología e iconos exhibidos en décadas de manipulación provechosa. Pero el método izquierda-derecha era en España excesivamente rentable para permitir el abandono porque estableció, nutrió y mantuvo a una clase amplia que marcó los canales de comunicación al resto de la población y construyó para sí un reducto blindado en Educación, Cultura y en la maquinaria estatal. No a todo el mundo le gusta construir Camboyas pero, si le gusta y se beneficia, cada uno construye la Camboya que puede.

Isa había vuelto del síndrome de Estocolmo por vía lenta. Aun así resultaba una velocidad de vértigo vista la red ferroviaria. El contacto directo con las diversas formas del archipiélago y las inmersiones sin paliativos ni intermediarios en la crudeza de las realidades le habían proporcionado, sin embargo, una provisión de anticuerpos quizás en exceso generosa. En cualquier caso irremediable. No cabía autoengaño ni aceptación de engaño; ni siquiera la suave componenda con ese mundo dual que se teje con palabras y tópicos lejanos a los hechos. Por  imperativos de ganarse la vida y preservar el oro de su tiempo, se encontró instalada en un reducto que, casualmente, dio en ser escenario, en la medida de sus posibilidades y formato, de una representación esperpéntica de las ya familiares técnicas de destrucción de la cultura y purga de intelectuales. El partido en el gobierno precisaba, a mediados de los ochenta, de legitimaciones. Su presencia se basaba en ayuda y coyuntura, su justificación en la imagen social conjugada con la realidad, evidente e indiscutible para votantes y votados, de las ventajas del capitalismo y la economía de mercado. Eran ricos recientes, de peso intelectual escaso y perspectivas que se vertían por entero en la embriaguez del dominio que les daba su triunfo. Heredaban consignas en otros lugares de Europa ya periclitadas pero que en España podían serles útiles. Precisaban en primer lugar, aunque ni siquiera entre ellos mismos se lo plantearan en tan crudos términos, dar acomodo, premiar y garantizar las fidelidades de una clientela amplia, ofrecer igualitarismo testimonial en un estilo híbrido de Méjico y de los descamisados.

No se trataba de corrientes generales de pensamiento ni de la lógica inercia de tendencias de alcance mundial. Esto se aprovechó primero como argumento, luego como alegato y finalmente como excusa, pero substancialmente consistió en tomar una porción amplia del sistema educativo, en concreto el destinado a adolescentes hasta el umbral universitario, rebajarlo, diluirlo y asimilarlo a etapas inferiores, abrir así las puertas a la instalación en él de capas relativamente numerosas de gente de calificación académica breve que trabajaba en sectores primarios, manuales e infantiles, y ejercer al tiempo una opresión y degradación generalizadas contra los que ocupaban por especialización y méritos puestos que ahora, anulados derecho, saber y lógica, se ponían a libre disposición. Con ello se colocaba y promocionaba como profesores de filosofía y matemáticas a docentes de párvulos y especialistas en talleres de carpintería, y se enviaba a vigilar infantes y mantener encerrados a jóvenes sin la menor intención de dedicarse al estudio a licenciados que había obtenido sus puestos por carreras universitarias, especialización y concurso público. Lo que anteriormente eran en la Enseñanza dos sectores bien diferenciados, uno, de corte global, dedicado a niños y atendido por maestros y otro centrado en el conocimiento de materias importantes y precisas, que cubría en cuatro años la preparación juvenil y era terreno propio de profesorado idóneo para tal fin, pasaba a convertirse en una bolsa física e intelectualmente indiferenciada, llamada Enseñanza Secundaria, en la que los antiguos estudios se reducían a la mitad de cursos, las asignaturas de base desaparecían, se mezclaban o se minimizaban, mientras ocupaba su espacio una festiva imitación de juegos, sugerencias y pasatiempos. El éxito estaba garantizado por la abolición de exigencias, pruebas de paso, nivel de conocimientos, repetición de curso, aprobado por materias. Párvulos y adolescentes debían formar un continuum encapsulado en el recinto de una prolongada infancia en el que entraban y por el que discurrían sin más trabas que el paseo por un aparcamiento público y del que salían con el ticket sistemático que les correspondía según el tiempo transcurrido. Quedaban garantizadas la igualdad, la retirada, durante el día, de los adolescentes de las calles y la desaparición del fracaso escolar. Y, frente a los adultos escépticos, se exhibía además el servicio de una floración exuberante de burocracia adjunta, de pedagogos que sabían cómo saber, que enseñaban a los enseñantes, orientaban a los reticentes, aconsejaban por ley, convocaban por decreto, exigían encuestas, regurgitaban fotocopias, impartían cursillos, enviaban informes y reunían por imposición normativa, cumpliendo así el ferviente sueño de las familias postmodernas que consistía en distribuir generosas raciones de vigilancia filial y materna solicitud entre los servicios sociales del Estado.

Lo que se dio en llamar la Reforma Educativa, con un énfasis que superaba a los teólogos de Trento y con una defensa de la trama que veía en las posteriores propuestas de cambio una amenaza de fisura en el Titanic, constituyó, desde su gestación a mediados de los ochenta, hasta la Ley del 90 que organizaba toda la enseñanza española y durante su imposición posterior, una curiosa muestra de fraude y folklore maoísta, de nepotismo político y monopolio ideológico, de fortaleza logística y oficina de empleo. Se había presentado ornada, sobre todas las cosas, de las virtudes de democracia e igualdad, asimiladas a la extensión gratuita de la Enseñanza hasta los dieciséis años, y aderezada de una innumerable cohorte de gracias teologales y cardinales que garantizaban la atención personalizada a individuos, problemas, niveles y aptitudes. La castellana palabra mentira palidece y se esfuerza para estar a la altura del abismo que mediaba entre contenido y letra. Al crear aquella sucesión de tópicos, la cascada de utopías y clichés de obligada reverencia que hacían de la Ley un monumento al pensamiento mínimo, no se pretendía reflexión y colaboración menos todavía. Se trataba de crear una vistosa cortina de humo populista y de ofrecer a una clientela ávida de puestos y huérfana de títulos el reparto gratuito de lo que habían sido cátedras, jefaturas, agregaciones, clases de bachillerato y de curso de preparación para la universidad, Latín, Lengua, Literatura, Matemáticas, Historia, Ciencias Naturales, Física, Filosofía y Griego. De forma paralela, desde las alturas y los grandes cargos de despachos alfombrados hasta el mezquino agraciado con los restos del reparto y la moqueta polvorienta de los institutos, un sinnúmero de expertos pedagogos cobraban sueldos, recibían nombramientos de asesor, subsecretario y consejero, disponían, imponían, predicaban la sumisión a la Ley, vigilaban y amenazaban. Importaba al Gobierno autor de la Reforma y a sus dos sindicatos afines premiar a una clientela de base mientras se laminaba a los profesionales independientes que ocupaban niveles apetecibles y condiciones de trabajo de las que había que apropiarse por la vía rápida. Era indispensable asegurar no sólo votos, sino el control de la extensa parcela que, desde 1982, la clase que ejercía el poder consideraba como suya.

La neolengua funcionaba como eficaz blindaje que arropaba en progresista, izquierdas, democrático y sindical a grupos y conductas del más puro corte siciliano que no admitían competencia y eran tan feroces como ficticia su supuesta representatividad. Sus agentes eran los más próximos a la carne de cañón de que se nutrían, y defendían la Ley, los aumentos presupuestarios, los centros de formación de formadores y los expertos pedagógicos con el ardor de quien goza de la manumisión del aula, del sueldo íntegro y del cortejo de prebendas. Sus militantes paseaban los pendones verbales y las jaculatorias ideológicas que los hacían intocables; a ellos iban los fondos para cursillos, los puntos para promociones, el control de plantillas y asignaturas y los miles de millones que ellos se encargarían de canalizar distribuyendo café y ordenadores para todos. La palabra sindicato proporcionaba a UGT y CCOO la inmunidad completa, el temeroso respeto automático debido a los iconos del diálogo social. Mantenidos ambos a pensión completa por el erario estatal y liberados de servidumbres laborales, servían para dar al Gobierno una imagen de diálogo que era pura ficción porque ni representaban a los niveles superiores de la Enseñanza ni vivían de las cuotas de sus escasos afiliados reales. Formaban parte de la panoplia necesaria al decorado, tenían aún sentido en otros sectores y contextos, pero su pretensión era presentarse como dueños exclusivos del terreno, representantes de una gran masa indiferenciada y global. Por ello habían colaborado en la Ley de Enseñanza, la habían empedrado de clichés y jerga populista que sustituían al simple criterio intelectual de contenidos y al discurso racional, y por eso, en pro de una defensa cerrada de la privilegiada y en buena parte superflua clase que ellos mismos, como miembros de esos sindicatos, constituían, reaccionaban con extrema violencia ante cualquier cambio de la Reforma. Su ortodoxia era tanto más inflexible cuanto que la hueca muralla de tópicos era el bastión único que poseían.

Tanto en el caso de los dos sindicatos como en el del partido con el que formaban frente, la intransigencia correspondía al miedo a la desnudez del emperador, a la inconsistencia-eliminadas campañas de imagen, coacciones y manipulaciones- de su propia razón de ser. Se seguían las reglas del buen representante: asimilar la convicción en la bondad del producto. Pero la Ley de Educación de 1990 desafiaba, en su redacción, contenidos y desarrollo, a las más piadosas actitudes de conmiseración intelectual, tal era su insistente empeño en la generalización de la estulticia. Esto constituía, empero, un detalle ancilar y secundario. No se trataba del torpe fruto de nobles y confusos anhelos de justicia social, de un sendero jalonado de escollos y de errores pero encaminado al bien público e iluminado por el imprescindible resplandor de la utopía. Fue, desde su gestación, un fraude, consciente y concebido como tal, una prevaricación a la vasta escala en la que se elaboran y firman las leyes generales; representaba una oferta a la opinión pública tan amplia como falsa, un desvío de fondos de innumerables guarismos, la inmunidad de un cohecho perdurable de votos e influencias; y fue sobre todo una regresión de extraordinario calado que bloqueó toda posibilidad de una eficaz reforma democrática de la enseñanza estatal. La justificación ideológica se distribuyó sobre el edificio a posteriori. Para ello se echó mano del mítico, y siniestro, imperio de la pedagogía, de los ya por entonces fallidos experimentos británicos y de una mezcla de calcos lingüísticos anglosajones y de lindezas autóctonas de corte obrerista políticamente correcto que produjo una jerga de inanidad sorprendente. Paralela a las lagunas presupuestarias, pero con frecuentes transvases, corrían los jugosísimos ingresos de empresas editoriales afines al nuevo régimen, las cuales hallaron un filón perdurable en el revuelto de fichas, temas y épocas que caracterizaba a los lamentables libros de texto de la Reforma.

El partido en el gobierno exhibía como principal florón algo que era de imprescindible cumplimiento para cualquiera que hubiese accedido, en aquella época, al poder en España: la extensión de la escolarización obligatoria y gratuita hasta los dieciséis años. Sentada esta premisa, y ofrecidos innumerables servicios que cubrían, de la guardería al preservativo, todas las posibilidades de unos jóvenes cómodamente aparcados hasta los dieciocho años, nunca se pormenorizaron presupuestos. No había financiación, ni se pretendía colocar a personal especializado en gabinetes de psicología, centros politécnicos, vigilancia, cuidados especiales, asesoría psicosocial, orientación laboral, guardianes de párvulos, maestros de primaria, profesores de las distintas asignaturas de media. Tras los apartados, normas y premisas que llenaban las páginas del Boletín Oficial del Estado no existían sino cheques sin fondos, empresas ficticias, dividendos que revertían en los bolsillos de la extensa clase en el poder, de sus allegados y de la vasta orla que se consideraba fiel al clan. La realidad consistía en la transformación de los institutos en cajas mezcla de secundaria rebajada y escuela primaria en la que los antiguos profesores, titulares de especialidades, agregadurías y cátedras que habían obtenido por oposición, fuesen dedicados a cualquier tarea, de docencia o vigilancia con cualquiera, ya fuesen niños de la edad más tierna, elementos conflictivos y violentos que imponían al resto su ley o discapacitados para los que se consideraba que introducirlos sin mayor preparación ni gasto en un aula era un logro social. Naturalmente esto incluía la declarada guerra a la especialización y adquisición de conocimientos y tuvo como consecuencia, amén de una injusticia flagrante que a nadie importaba sino a los interesados, un descenso brutal en el nivel de los alumnos, cuyo desarrollo intelectual quedaba congelado, contra natura, en un estado de infancia permanente. El antiguo profesorado de Enseñanza Media debía impartir temas sin relación alguna con su formación y título y era carne de cañón sumisa y disponible para el nutrido comisariado de pedagogos de la Reforma. El absurdo era imprescindible porque sólo su confusa arbitrariedad permitía poner a disposición de la nueva especie rapaz huecos, cargos y puestos.

La censura lingüística se hizo feroz y la tímida afirmación de que la novedad fuera nociva, de que hubieran existido mejores sistemas, imposible. El franquismo acudía en socorro del Gobierno con su papel irreemplazable de enemigo que legitimaba cuanto le fuera ajeno. Cualquier alusión a la propia categoría académica, a los diplomas laboriosamente obtenidos y a la pretensión de mantener, en virtud de esto, las merecidas condiciones de trabajo, atribuciones y puestos era considerada reaccionaria muestra de elitismo. Catedráticos y agregados, jefes de seminario y profesores de Bachillerato, no sólo dejaban de existir por decreto sino que sólo podían referirse a sí mismos como indiferenciados miembros de una comunidad. Cualquier alusión a méritos comprobables, categorías obvias, conocimientos indiscutibles, tangibles diferencias y derechos sólida y racionalmente asentados era un atentado contra la democracia, identificada por virtud de una espuria maniobra lingüística con una igualdad de tabla rasa y mínimo común denominador que se materializaba para profesores y alumnos en la dictadura de los peores.

El componente miedo se extendía justamente donde debiera haber empezado la zona de la libertad, y lo hacía de una forma difusa y omnipresente, porque de la red de los nuevos clérigos culturales, de los supuestos representantes, portavoces, predicadores de cursillos y mandarines de nombramiento instantáneo dependían todas las pequeñas ventajas que podían marcar de forma decisiva las condiciones del trabajo cotidiano. A ellos se debía sumisión, asentimiento y el medroso silencio con el que se acogía, con las órdenes, la certidumbre de que cada curso era peor que el anterior e iba a ser mejor que el siguiente. Los muros se estrechaban como en las casas de Boris Vian, se cubrían de aditamentos de guardería, se multiplicaban los jueces: consejos escolares en los que gente ajena a la profesión y amante del club social exigía y mandaba, alumnos investidos de todos los derechos y sin más deber que la permanencia en el interior del centro, floración de comunidades, células, representantes y asambleas, confusión que permitía a los de base hacer rápidas carreras sobre el espinazo de aquéllos que, por decreto, se había desplazado o hecho desaparecer, horarios de los que se exigía maximalismo y agotamiento mientras se amagaba con la reducción de los espacios de libertad que constituían la única contrapartida al diluvio de amenazas y exigencias. Jamás había asomo de protesta alguna. Imperaba el ambiente catequístico, la anulación de autonomía, responsabilidad, valor intelectual, creatividad. Cada degradación era aceptada con una actitud genuflexa que hubiera resultado insólita en tiempos de la dictadura. Las trabas franquistas tenían algo de burdo e inocente en comparación con el viscoso temor que, sin sobresaltos, sin comentario alguno, se había extendido como un líquido y se componía de pequeños repartos de prebendas mínimas, despojos de escasa cuantía, chantaje cómplice, fidelidad tribal, fatalidad asumida y la evidencia de la extraordinaria estupidez de ley, normativa y jerga oficial.

La Ley del 90 era una gran probeta con la que el partido socialista en el gobierno podía permitirse lujos imposibles en otros terrenos, disfrutar con el mecano de la comuna soñada en sus años jóvenes, la revolución sin revoluciones, el comunismo intramuros, la distribución automática de igualitarismo social. Era un híbrido de maoísmo revenido y exaltación del Sistema de Bienestar. Por ello no había subsecretario, consejero, jerarca o aspirante a la Presidencia que no ofreciese a la sociedad, por medio de lo que habían sido lugares de estudio de calidad nada despreciable, guarderías a tiempo completo, salas de juegos presididas por animadores sociales y sucedáneos parentales e institutos con vocación farmacéutica y puertas abiertas vacaciones, noches y fines de semana. Había un placer añadido en asignar cualquier tipo de tareas a aquellos intelectuales sin brillo mediático, en disponer de aquella tropa de profesionales sin defensa que se habían pretendido élite, que hablaban todavía de cátedras, diplomas, oposiciones y doctorados como si no se hallaran en la gloriosa época de la igualdad y aún se considerasen superiores a los trabajadores rasos. Toda ocasión era buena para recordarles que ahora eran piezas idénticas en la misma bolsa y que él, desde el despacho, deslumbraría a la afición exigiendo al profesorado la presencia continua en aparcamientos juveniles de indudable interés social.

Evidentemente el Partido en el poder nunca hubiera podido permitirse el experimento con ingenieros, aeronautas o cirujanos; hubiese sido difícilmente explicable al pasaje la permutabilidad de piloto y azafata, al enfermo la operación decidida según criterio del consejo de personal, a las víctimas del hundimiento del puente los valores igualitarios que habían presidido su diseño. La Enseñanza era la gaseosa para innovadores hallazgos que, por sólo romper con lo anterior, adquirían carta de excelencia. Y el único terreno de pruebas sin riesgo visible, a corto plazo, de víctimas. A largo, el hormigón había fraguado lo suficiente como para ocupar de manera estable cada resquicio y entendía como molde la igualdad de Procusto, que se aplicaba desde a aptitudes y méritos hasta al desarrollo biológico, desde a la eliminación de tarimas hasta a la homologación y fusión de edificios de colegios infantiles e institutos, desde a la elección uniforme de literatura pueril hasta a la omisión de las diferencias individuales obvias.

La década de la mitad de los ochenta hasta la de los noventa fue prodigiosa en la acumulación de delitos económicos que corrieron a cargo del PSOE, entonces en el Gobierno, pero de los miles de millones desviados con los fastos del 92, las interesadas expropiaciones, los fondos embolsados a beneficio de inventario y el ruinoso reparto de las arcas públicas ninguno tuvo la gravedad del fraude de la Logse. Los demás fueron delitos puntuales, técnicas más o menos burdas de enriquecimiento de corto alcance, provechosos blindajes contra la previsible salida del poder. La Ley del 90 imposibilitó la reforma educativa democrática, vendió a las capas sociales que dependían más de la enseñanza gratuita pública y, al destruir el que era un nada desdeñable nivel de calidad, segregó a los centros estatales reduciéndolos a contenedores de aquéllos que no podían acceder a los de pago. Las ambiciones oficiales iban más allá de la financiación nunca fijada y gastada de antemano en otros fines, no se limitaban a la oferta engañosa con la que se distraía al público de la corrupción que empapaba al régimen: El sector cultural y educativo era un pilar de poder y una inversión que de ninguna manera debía abandonarse, que los destinados a sucederles en el gobierno no podrían permitirse, por muchos diputados que tuviesen, tocar. La alternancia en el oficio político pedía el respeto mutuo de cotos y parcelas, la distribución de ubres y la clonación de entidades. Cuando el Partido Popular ganó, sucesivamente, dos elecciones, bordeó con consideración exquisita los feudos de su antecesor, mantuvo los puestos y nóminas que pedían el buen gusto y la reciprocidad futurible y, sabedor de que la revocación y sustitución de una ley tan empapada en populismo e intereses no ofrecía votos sino enfrentamientos y disgustos, eligió mantener un marco legal al que adornaría con alguna hoja de parra como refuerzos de humanidades y consejos píos. Sus mandarines locales recurrieron al populismo de saldo y al estajanovismo de portada con la misma alegría que lo habían hecho los precedentes. La oferta de depósitos en consigna hasta los dieciocho o veintitantos años sirvió de nuevo para cubrir pasados dudosos, ambiciones futuras y pretensiones presentes de Godoy provincial. El nuevo Gobierno se comportó con la más ejemplar cobardía: compró el satisfecho asentimiento del clero pedagógico y sindical, confirmó sus prerrogativas, aplaudió su protagonismo y les otorgó el control de certificados y nombramientos. Aquella opción política supuestamente liberal se encargó de laminar lo que quedaba de independencia, calidad según niveles y diplomas, espacios de libertad y ventajas ganadas por méritos propios, y vendió al profesorado a las familias deseosas de disponer de un suplemento gratuito de guardianes. Nadie ignoraba la interesada confusión que había presidido en los ochenta la elaboración de la Ley, pero, en vez de derogarla y sustituirla, el Partido Popular optó por desviar la mirada, sacudirse el polvo del lento hundimiento de lo que había sido Enseñanza Media, avalar con el silencio la estulticia y la injusticia y comprar al clan del gobierno precedente y a los dos supuestos interlocutores sociales con larguezas presupuestarias destinadas a alimentar de por vida a los causantes del desastre, fomentar monopolios y apariencias y completar una ruina que ya era de por sí difícilmente superable.

La situación no está a la altura de la Revolución Cultural; han faltado medios que nunca llegarán y que no se querría que llegaran. Está lejos de los experimentos totales, cuando los países de partido único tenían a su disposición a cada una de las personas, bienes, edificios, páginas que comprendían sus fronteras. Hay que conformarse con el casposo perímetro de taifas burocráticas, con el generalato de ministerios y con las armas de circulares, expedientes y fotocopias; pero no es poco si se firman los decretos, se dictan órdenes, se considera la distancia que media entre el ajado recluso y la cara del triunfador ante el espejo, si se contempla el panorama desde la otra orilla, desde el confortable sillón del nuevo sueldo, el hijo que estudia en la enseñanza privada, el activo intercambio de favores y el sabor de la ropa y los amigos de marca. Son purgas benignas (No sé de qué se quejan. Qué exageración, por Dios, Camboya). Es gente de poco, que ni siquiera dispondrá nunca de los diez minutos de audiencia en televisión. Simplemente los arrinconan, se van los que pueden, sobrevive el resto, intenta acostumbrarse y traga la piel viscosa del sapo, se humilla (Hay peor. No tiene importancia), piensa en la ventana abierta de la vejez. El tiempo transcurre y trabaja a favor de la cúspide, de la simple razón del último cambio y el argumento de autoridad de lo más moderno. Y lo que se lleva es este adolescente aparcado en clase, en el mejor de los casos como un bulto que ni insulta ni grita para buscarse diversión, en el peor como el virrey de la nueva e inevitable dictadura, que pasa sin conocimiento alguno de curso en curso, y aprende, como única materia, la inutilidad del esfuerzo y la lógica del gratis total. Él no lo sabe, pero es una avanzadilla de algo, figura como pendón del Partido que lo creara y que lo multiplica. Al régimen no le faltan los apoyos de los que el mínimo común denominador y la fuerza jamás carecen, esa base de colaboradores con la blandura y calidez del lodo, tan gratos a un público que aspira a disponer de padres suplementarios, al individuo que considera un insulto cualquier rasgo de superioridad ajena, al los que esperan alojarse en los huecos vacíos por desahucio.

La Reforma Educativa de los ochenta-noventa tiene, sin embargo, algunas ventajas: ha ofrecido a la Historia un cumplido ejemplo de esos reductos que gustan de fabricarse, a coste ajeno y con la extensión que su cuota de poder les permite, los amigos de los archipiélagos.

 

La máquina de infantilizar

El sistema público de Enseñanza para los adolescentes es el reducto de la irracionalidad. La aparente paradoja se explica sin esfuerzo: La contradicción entre la presumible seriedad de los contenidos y el manejo de lo irracional se encuentra en la manera de abordar el tema como objeto sea de proyecciones, sea de manipulaciones, en el primer caso inconscientes, en el segundo mucho menos. La Enseñanza actúa como Segundo Sexo, es en cierta forma el Otro social. En ella, sucedáneo de los padres pero sin beneficiar de la ambigua carga afectiva ligada a éstos, vierte el individuo el resquemor por carencias, inadaptaciones y fracasos. A ella recurre la familia como guardián y educador vicario a cuya esfera ansía transferir responsabilidades que en realidad corresponden al hogar. Sobre ella descarga la sociedad, sin mayor análisis, sus deseos de mejora colectiva y su protesta por problemas generalizados.

El poder, por su parte, hace uso de ella cuando precisa ofrecer una imagen ficticia de cambio a barato o nulo coste, y muy en especial en coyunturas económicas escasamente gratas. Frente a medidas impopulares, al Ministerio de Educación suele caberle el recitado de un prometedor libreto de voluntarismos gratuitos que muy poco tiene que ver con el acceso a la cultura.

Embarcados en la facilidad de los planteamientos duales, se ha dado en dividir el concepto de Enseñanza en dos bandos antagónicos: Los partidarios de la transmisión de conocimientos han vestido la camiseta de conservadores y, por ende, reaccionarios, elitistas y gremiales. En el campo opuesto se sitúan los defensores de una actividad definida por la simple fuerza del verbo como global, creativa, progresista en suma. Nadie, durante largos años de imposición, hubiera osado negar su apoyo a estos últimos y prometedores adjetivos. Henos pues instalados en pleno reino del discurso irracional. Con tan sencillos elementos el poder puede pagarse, sin desembolsar un céntimo del erario público, cuantas reformas, renovaciones, e incluso revoluciones educativas precise ofrecer a una opinión pública en otros planos muy descontenta por degradaciones en su nivel de vida y en sus propias posibilidades cotidianas.

En los ochenta, mientras que en el resto de Europa se observaba una prudente reconsideración de la importancia de los conocimientos en sí, tras haber constatado que el activismo pedagógico sin más giraba en el vacío y que el descenso de nivel cultural ni se compensaba con voluntarismo ni solucionaba el paro, en España se defendió como genialmente innovador lo que otros ya se habían visto obligados a desandar. Con el agravante de que en este país se presentaba como progresista lo que, en realidad, era profundamente antidemocrático. No había en ello ingenuidad bienintencionada ni comprensibles errores. Era una maniobra de distracción, un fraude consciente y una ocupación en toda regla de la Administración del Estado por parte del PSOE, partido por entonces en el poder, y de clientelas sindicales y políticas mayormente de básica que se apuntaron a una escalada del escalafón gratuita y fulgurante. Los Presupuestos Generales fueron un exponente inequívoco de cuál era en realidad la estrategia educativa gubernamental; en ellos se advertía-caso insólito en una nación del área occidental-un descenso en las partidas del Ministerio de Educación (y, en general, en los servicios públicos) y, dentro ya de esas cantidades, una ausencia de fondos destinados a la Reforma Educativa supuestamente primordial y viento en popa.

El recurso a la demagogia de la facilidad servía para desviar la atención de carencias reales. No fue casual si se emplearon hasta la saciedad términos sumamente atractivos-despertar la creatividad, expresión libre, adecuación a la sociedad moderna-pero carentes de concreción, faltos de rigor y que convienen más al jardín de infancia que al adolescente en el umbral de la madurez cuyo desarrollo pide ya manjares conceptuales más serios. La sociedad se siente halagada por la perspectiva de un diploma de estudios medios obtenido sin esfuerzo y sin conflicto; su accesibilidad por el bajísimo común denominador de los contenidos se confunde con progresismo. El proceso trabaja, sin embargo, en sentido contrario, en el de ahondar desde la temprana juventud las diferencias sociales: El alumno de familia modesta, de extracción sociocultural humilde, no dispone sino, estrictamente, de los conocimientos que puede adquirir en el instituto y de los medios que le ofrezca éste. Siendo, como es, mentalmente laborioso, lento, exigente y complejo el proceso mental que, tras aprendizajes, adquisiciones, conceptualizaciones y abstracciones, permite el salto hasta la creatividad y la argumentación científica, el adolescente se estancará con frecuencia en la manipulación sin que ésta le facilite por sí sola el paso cualitativo a niveles superiores. Por el contrario, el alumno de clase acomodada completará y perfeccionará sin problemas su formación, fuera del centro, con la biblioteca, los discos, la conversación misma y el nivel lingüístico de sus padres, las salidas, los cursillos y los viajes. Y, como la observación demuestra, se alzará sin esfuerzo hasta la abstracción y creación tomando impulso en la capa formativa de que el primero carece.

Mientras no se ofrezcan muy concretas y bien canalizadas inversiones, se dé a cada ciclo y edad el tratamiento y rigor adecuado y se respeten estrictamente las especializaciones del profesorado según niveles, titulación y asignaturas, al tiempo que se proporciona personal auxiliar idóneo para vigilancia, atención psicopedagógica, orientación y tareas de animación social, la palabra reforma no tiene más sentido que el provecho que proporciona a sus autores y adláteres, en los que se agrupa el ávido y temible clero de predicadores pedagógicos. Cuanto represente una reducción en la cantidad y en la calidad de los conocimientos dispensados por la Enseñanza Pública es, bajo los ropajes del populismo y la retórica, una manipulación antidemocrática que se sustenta con los recursos más manidos de la facilidad intelectual, y significa la construcción de una gran máquina puerilizadora de los adolescentes que acabará, como es actualmente el caso, lanzándolos a una sociedad profundamente selectiva en la que estarán, laboral y humanamente, indefensos.

 

 

Techo de posibilidades y techo de aspiraciones

Los profesores, que eran por entonces todavía de Enseñanza Media y, en virtud de supuestas globalizaciones igualitarias, pasaron a ser confusa masa multiuso, se han movido bajo un techo de posibilidades mínimo. Corren a cargo del azar o del juego de las influencias y de las relaciones sociales los albures de un cambio sustancial, de una progresión apreciable, pero, en el orden general de las cosas, se encuentran tempranamente encasillados en un estrechísimo y repetitivo marco. En él le recluirá durante el resto de su vida activa el sistema de compartimentos estancos del tejido cultural español, segmentado en celosos cotos de forma que el paso a la universidad, a otros organismos, a la investigación, a la estancia en el extranjero, al año sabático, no pasan por lo normal de ser sueños producto de la claustrofobia. Los cambios se realizarán exclusivamente en horizontal, logrando, con el paso de los años, ubicaciones más favorables en el tablero geográfico de los traslados. Hasta esta última posibilidad se ha minimizado con el fraccionamiento endocéntrico de las autonomías, la falta de plazas y el defensivo apego al conocido mal menor.

Existe una razonable proporción que se acomoda a la estratificación de sus perspectivas y las desarrolla con pulcritud y con un margen de honesta complacencia. Pero el necesario efecto ortopédico del techo de posibilidades, de su física exigüidad profesional, es con frecuencia un choque y un rechazo, una frustración de las energías y un encauzamiento de éstas hacia satisfacciones sustitutorias. El techo al podía aspirar un profesor de Enseñanza Media estaba tan bajo, es actualmente tan arbitrario, asfixiante y mínimo, que cualquier parcela de realización personal, el mínimo retazo de prestigio en esa microunidad que es un centro de enseñanza y esas microcortes que son su claustro, puede resultar apetecible y ser disputada con una acritud que la ausencia o irrelevancia de incentivos salariales hace casi incomprensible. El premio es mínimo, pero también el máximo a que puede aspirarse en ese contexto. Era de esto ilustración el ejemplo ofrecido por la estancia, a mediados de los ochenta, en un centro piloto. Las porciones de poder eran allí indudablemente más grandes que cuanto se maneja en un instituto normal, incluían-de facto si no de iure-la admisión y la expulsión de miembros, la modelación flexible de los programas, la perpetuación de un núcleo en sus cargos; e indudablemente todo ello ofrecía atractivos lo bastante fuertes como para sacrificar a ellos la racionalidad, identificar las relaciones humanas con las relaciones políticas y a éstas con el bien común, y supeditar las evidencias a los compromisos. Empero todo ello no bastaba, por los simples caminos de la lógica, para comprender actitudes de una agresividad insólita en un medio sin intereses económicos en juego. Los había sociales y políticos: estos institutos se suponían viveros y probetas de la catástrofe que, en forma de la Ley de 1990, se avecinaba, hijos, pues, ideológicos del todopoderoso clan progresista, que agrupaba por entonces no sólo al gobierno sino a diez millones de votantes. Eran vanguardias de la Reforma en proceso de gestación e imposición, puesto que se obligó a incorporarse a ella por anticipado a numerosos centros, a los que se presentaba como voluntarios del experimento. Según los iba deglutiendo la Logse (Ley General de Ordenación del Sistema Educativo) y el paso de los años revelaba los lamentables resultados, se daba el fenómeno contrario: Nadie, en los institutos, quiere ser jefe de estudios, director, secretario, ni tutor siquiera, y poco importa el plus salarial ofrecido. Es un caso de terror y huida ante promoción y nombramiento que en cualquier empresa, hubiera resultado insólito A falta de voluntario alguno, son nombrados por simple imposición oficial, lo que, por sí solo, da la medida del fracaso.

El análisis administrativo que demuestre las carencias de ese estatuto híbrido y confuso que era el de los centros piloto importa poco. Sí interesa señalar que la violencia de las posiciones, de la madeja de intereses creados, rencillas y situaciones establecidas, no era fruto de la peculiar personalidad de individuos, ni correspondía finalmente a un plan de muy largo alcance. Con cualquier grupo docente al que se hubiera dado en régimen de práctica omnipotencia-y con claros vasallajes en la canalización del ingreso de nuevos miembros-las mínimas, pero comparativamente grandes parcelas de motivación, hubiera ocurrido exactamente lo mismo. Y en cualquier caso el grupo desplazado finalmente de su parcela por una tardía, torpe, quizás lógica, reacción de los organismos de los que el centro depende vivirá su situación como injusta y desarrollará en torno a ella un caudal de animosidad sin común proporción con la materia en juego.

Estas reacciones se dan con peculiar fuerza en centros experimentales. Con distinta virulencia, no son sin embargo extrañas a otros y pertenecen a la universal dinámica de la justificación y defensa de estructuras por sus beneficiarios de la que es buen ejemplo el largo reinado del clero pedagógico. En el primer caso, cristalizan socialmente en un complejo de falsa élite del que se hace partícipe al alumnado; el docente, por su parte, tiende a superponer a su personaje real uno artificial dotado de ejemplaridad y dedicación acartonadas y ampulosamente falsas.

 

 

Imagen de sí y realidad

El profesor se mueve, pues, en un medio singularmente angosto y de un techo de altura mínima. Realidad y Administración le recuerdan las dimensiones de su jaula y de su modesto pasar, pero simultáneamente sobre ese colectivo se proyecta e impone una imagen que oscila entre el sacerdocio y el criado pedagogo. Entra aquí el muy especial cariz de su conciencia de clase: económicamente, por fuerza de la nómina, se pertenece a una franja media con magras posibilidades de mejora y fuertemente proletarizada en sus coordenadas básicas si el núcleo familiar depende de ese único sueldo. La imagen que se recibe es otra y se encuentra a caballo entre el digno prototipo del maestro y el subalterno destino del preceptor. La volatilidad del mercado laboral ha venido a otorgar a los reducidos pero seguros haberes del docente público una categoría especial que, por una parte, los hace vagamente codiciables y, por lo tanto, mejora la raída y antigua imagen. Por otra parte excita al inagotable filón hispánico de la envidia y hace que la opinión les haga sentir la estabilidad de empleo y sus condiciones de trabajo como una culpable deuda social en cuyo complejo se deleitan los sectores intelectualmente débiles del profesorado. Materialmente, el status no da para altos vuelos. Formalmente, se pertenece a la élite cultural, pero a una élite que se circunscribía a los límites del Bachillerato y COU y pasó luego a diluirse en la bolsa mixta dominada  por rasgos de escuela elemental. El resultado es cierta dicotomía-que puede, según los casos, llegar a ser trágica-entre la imagen ideal y la cruda realidad. Los inexistentes horizontes profesionales, intelectuales, se reemplazan por unos horizontes ficticios de sublimación de la tarea cotidiana, o, al menos, de apariencia de sublimación cara a la galería social.

Esto puede alcanzar su apoteosis cuando conviene cubrir intereses o justificar actitudes. Se crea entonces la obligación de dar una imagen, retóricamente vana en su expresión aunque la salpiquen actos concretos de identificación del individuo con su papel, con el personaje del profesional modélico. Grupos pedagógicos, equipos encargados de predicar la buena nueva de la Logse, centros experimentales, elaboradores de cursillos, coincidían en la necesidad de justificar su ocupación de una parcela de poder con la exhibición de una creencia casi mística en las virtudes de la enseñanza, utilizando para ello tonos que tenían ciertamente la virtud de infundir una repugnancia perdurable hacia el tema en cualquier mediano conocedor de su oficio poco dotado para los esquemas retóricos y las apetencias de mando.

Ningún gobierno, ni en los ochenta, ni en los noventa, ni en los tímidos pasos del siglo XXI, ofreció caminos para la ampliación del techo de posibilidades, el PSOE porque practicaba, según la letra de la Ley, la globalización docente, que significaba arbitrariedad y raseros mínimos, el PP porque se aprovechó de la situación y optó por jornaleros de sueldo fijo y disponibilidad permanente. Unos y otros coincidían en la sola oferta de cursillos pedagógicos, que eran la forma de alimentar expertos, pedagogos y sindicatos y controlar promociones y plantillas. No hubo una voluntad de ventanas abiertas y apoyo al mérito y los individuos, de intercambios, becas, fomento de la adquisición de nuevas licenciaturas, permeabilidad, ruptura del hábito de la cooptación universitaria, disminución de las horas lectivas, año sabático, estancias en el extranjero, transparencia en las comisiones de servicio, fluidez en la investigación. Por el contrario, la Enseñanza Media fue precipitada a la olla común que era, con jirones de bachillerato, una Primaria, y se ajustó la tapadera de forma que, sin gastos extra, el Gobierno dispusiera, al meter el cazo, de porciones homogéneas de guardería.

En este espacio raquítico de pobres diablos, como definía un colega, se hacía notar la escisión entre la realidad y las pretensiones, maternales, paternales o apostólicas, de magnificar la labor. La alternativa intermedia, simplemente profesional, en la que la dedicación no se presentase unida a la necesidad de dar imagen sino como una sencilla opción individual brillaba por su ausencia, falta de un sustento social y administrativo que canalizara y ofreciese posibilidades de promoción. Mención aparte merece un peculiar sector sociológico que se ha popularmente denominado señoras de segundo sueldo. Significa que un sector apreciable de este gremio se compone de docentes-no exclusivamente del género femenino, aunque éste sea mayoría-cuyos cónyuges aportan la parte sustancial de los ingresos domésticos. La nómina profesoral es una ayuda y el ejercicio de la profesión tiende al poco conflictivo club social, el conformismo, las exigencias intelectuales y laborales mínimas y la visión del instituto como ampliación del cuarto de estar del domicilio cercano. Respecto al resto, pasada la conocida frontera de los cinco años de docencia, el profesor suele haber ya adquirido una conciencia clara de las limitaciones de su marco, su sistema nervioso ha sido convenientemente usado y deteriorado por clases multitudinarias a una frecuencia semanal tres veces superior al horario lectivo de un docente de universidad y la rutina se ha convertido en la tabla de salvación contra tensión y  fatiga. La adaptación llega al coste de una reclusión en la mecánica del oficio, o de una sublimación que a la larga o a la corta se revela ficticia, y un contemporizar con el vago fondo de inútiles apetencias y expectativas que en otras circunstancias no hubieran tenido por qué resultar desmesuradas.

La reciente demanda ciudadana de sucedáneo de guarderías para sus jóvenes es producto del desarrollo de la sociedad de bienestar, el apetito de ocio, la escasa presencia-y deseo de presencia-parental en los hogares y la creación, propia de los países ricos, de una capa de población en estado flotante entre el final de la niñez, la universidad de aluvión y las lejanas perspectivas de incorporación en el mundo laboral. De los centros de enseñanza no se pide cultura sino aparcamiento, que los gobiernos pretenden ofrecer a los votantes sin meterse en gastos, echando mano del mismo personal que en su momento contrataron para otros usos. Ello significa una aglutinación antinatura de los jóvenes en forzadas infancias, en reductos regidos por sistemas educativos que han borrado las nada caprichosas divisiones que, por biología y sentido común, habían separado niños y adolescentes, Elemental y Media, bachilleres y pupilos de primaria. Con la eliminación por decreto de los cuerpos profesionales de agregados y catedráticos y la fusión de alumnos en la llamada Secundaria, los diablos se hicieron mucho más pobres, más temerosos y completamente inermes ante los atropellos, que llovían directamente, sin necesidad de justificación ni excusa, de instancias ministeriales. Lo que había sido la capa de profesionales dedicada a los adolescentes perdió su carácter específico, su genuino quehacer intelectual, su valor y sus saberes, y pasó a ser sentida por la opinión como una etapa ancilar de la Enseñanza Superior, de la que la separaban espacios jerárquico-administrativos infranqueables, y, mientras tanto, como un aparcamiento de utilidad social.

 

 

Presencia y eficiencia

La conciencia ambigua respecto a este tipo de profesorado siempre gustó de fundarse en un equívoco entre presencia física, hora lectiva, calidad pedagógica y horarios laborales; equívoco cuidadosamente mantenido por la Administración, ora como zurriago cuando los tiempos piden chivos expiatorios y estajanovismos televisivos, ora como esponja de reivindicaciones. Lo que no sea la guardería de alumnos, cuanto más continua e invariable mejor, está prácticamente penalizado en lo que respecta al profesorado, de Enseñanza Media y luego, y cada vez más, Secundario, penalizaciones que van desde el curso en el extranjero pagado de su  propio bolsillo por el titular de idiomas hasta el año sabático penosamente autofinanciado y purgado con la bajada vertiginosa en el escalafón y la incertidumbre del regreso. Las licencias por estudios están sometidas a un visto bueno de la inspección muy semejante al antiguo certificado parroquial de buena conducta y brillan por su excepcionalidad y por la incógnita de su graciosa concesión.

La justificación oficial de la rareza de ese tipo de permisos ha sido su falta de rentabilidad y el insolidario comportamiento de los beneficiarios, que, tras disfrutar de la licencia, prefieren continuar en el extranjero y no regresan a volcar en su medio laboral de origen los frutos obtenidos. El argumento no puede menos de arrancar una sonrisa ácida. Mientras se ofrezca al individuo con inquietudes un horizonte cerrado en el que un permiso de estudios represente el irrepetible premio de una tómbola es ilusorio imaginar que va a volver de motu proprio a encarcelarse rápida y mansamente por el resto de sus días en las mismas coordenadas que sabe penalizarían muy seriamente un segundo intento. España exhibe, en estos terrenos, su vieja veta tercermundista, reacia a la movilidad y la pluralidad de ofertas y perspectivas. Bastaría con crear condiciones que valoren, o, al menos, no castiguen el desplazamiento y el cambio para que el cuadro se resolviera con un índice positivo de rentabilidad económica y cultural respecto a ambas partes. La infantilización propia de la Logse ha impulsado la corriente en sentido inverso; el prototipo es el maestro (mejor maestra: más servicial y sufridora) estable, como la pareja unida y los padres no divorciados, conviene el sucedáneo de mamá repetida de un curso a otro, e incomoda la percepción plural de los individuos, la constatación de sus diferencias y criterios, la comparación inevitable entre agudeza, envergadura y saber y la mansedumbre reiterativa del servicio doméstico escolar habitual.

La apertura requiere, aquí como en otros terrenos, un desembolso mucho más mental que monetario, una amplitud de criterios y un margen de audacia, pluralismo e imaginación que no ha estado jamás-excepto en los valientes intentos regeneracionistas y anteriores a la Guerra Civil-al alcance de la política estatal. Ya a lo largo de 1983 fue antológica la avalancha de ordenancismo despectivo con que se gratificó a los profesores de Enseñanza Media, haciéndoles, muy contra su voluntad, actuar de comparsas en un show doméstico estilo Gran Salto Adelante. Quien esto escribe anotaba por entonces:

Si mañana se anunciase que se incorpora a las obligaciones del profesorado de Bachillerato el establecimiento de turnos de noche a domicilio en que los padres saldrían tranquilos al cine mientras el profesor vela el sueño de sus hijos y supervisa sus deberes, la opinión pública ciertamente aplaudiría. Poco le falta a la hipérbole para dejar de serlo.

Y tan poco. El Ministerio ha festejado la entrada del milenio con una campaña de populismo particularmente deleznable en la que, de nuevo pero con amenazas concretadas con calendarios, se presenta ante la opinión a un profesorado, denigrado hasta la náusea y atropellado hasta el cansancio, con la coroza de vagos que precisan se alargue lo más posible el número de sus días lectivos. Evidentemente a los polvos de la Logse, que es de por sí un tratado de teoría y práctica de la demagogia, se han sumado las aspiraciones del experto educativo de turno-esta vez en la Comunidad de Madrid-de hacerse notar en el cargo y merecer los favores del virrey.

Porque uno de los rasgos del sector que nos ocupa es su indefensión, la timorata tibieza de sus quejas, la actitud pastueña con la que reciben espuela y alforjas, en parte quizás debida a las fallidas huelgas de los ochenta y a la traición sindical. Muchas son las profesiones cuyas exigencias no guardan relación directa con la presencia física medida cronométricamente. Es el caso del abogado y del médico, del docente de universidad y del artista. Pero el profesorado de instituto es un caso excepcional de vulnerabilidad y de conciencia confusa en lo que respecta al cumplimiento de sus funciones. Lo que en otras profesiones se considera lógico y exigido por la naturaleza de la actividad misma, en el profesor-cuyos horarios, vacaciones y días festivos se instalan permanentemente cara al público a través de los alumnos y sus familias-es rápida y desdeñosamente tachado de ociosidad y abuso (con la generosa y pródiga ayuda de los portavoces del Gobierno y el populismo mediático). Su rendimiento no se juzga sino en función de su presencia física, en la que se aprecia su papel de guardián del reducto juvenil, no los conocimientos que imparte. En el mejor de los casos, la opinión pública se compadece de su nivel salarial y le incluye en el trapicheo hispánico de los económicamente débiles, mientras el Gobierno condiciona la futurible mejora de sus nóminas a que abandone sus notorios hábitos de pereza.

A partir de la segunda mitad de los años ochenta y, sobre todo, tras la completa implantación de la Logse en la década posterior, la calidad de vida de aquéllos que ya podían ser obligados a enseñar cualquier materia, a cualquiera, a cualquier nivel y edad fue objeto de un proceso de degradación inmisericorde que no podía sino convertir a los que por titulación y oposición eran agregados y catedráticos en maestros de primaria y a los institutos en contenedores que servían de sala de espera de los doce a los dieciocho años. Finalmente, se coronó la oferta de guardería ofreciendo a unos padres encantados de la gratuita ampliación del servicio doméstico la permanente apertura de los centros. El frustrado candidato del partido socialista a la Presidencia en las últimas elecciones del siglo XX tuvo la escasa originalidad de ilustrar su mortecino programa con la promesa de institutos abiertos los fines de semana. El partido popular no quiso quedarse atrás: la campaña oficial de la Comunidad de Madrid en el 2001 para la eliminación de unas vacaciones que constituían la única ventaja y respiro del profesorado estatal dio la medida del desprecio que por ellos sentía y de lo que se podía esperar de la clase política fuera quien fuese.

 

 

El alumnado de la Administración

 La Administración mantiene conscientemente, pues, una atmósfera de culpabilización permisiva respecto a esos pupilos díscolos que son los profesores y la vende al mejor postor electoral. Existe una cuadrícula maximalista de horas lectivas, de intervalos que no bastan para satisfacer las necesidades fisiológicas; lo demás es para los representantes de la autoridad horarios laborales ficticios que encubren la repetición monótona, la desidia y el pluriempleo. De cuando en cuando, al vaivén de los cambios ministeriales, llega el temor en forma de amenaza de vigilancia, rigor y fichajes que en nada son relevantes para la actividad que cada profesor en su clase realiza. Los interesados capean como pueden el temporal, la superioridad ofrece a la opinión fáciles chivos expiatorios, el desdén hacia el profesor aumenta algunos grados; y así hasta el exorcismo burocrático siguiente.

Ocurre que, al tiempo que les niegan las motivaciones y compensaciones apropiadas, aquéllos de los que emanan las directivas dispensan a sus subordinados un trato propio de alumnos algo crecidos respecto a cuyo rendimiento la única prueba de actividad intelectual es el confinamiento en los compartidos espacios del instituto. Este tipo de infantilización extensa y simétrica a la del alumnado, junto con la ausencia de respeto profesional, tan común en el trato que se reserva al colectivo, ocupan el vacío de la asesoría y la eficacia, pero son para la burocracia irreemplazables porque de ellos extrae su sustento la extensa tribu de los expertos pedagógicos. El complicado e inútil edificio de organismos de formación, cursillos y asesorías se derrumbaría por la base en cuanto le faltaran las armas coactivas que el ministerio le proporciona, el filtro y monopolio con el que le han dotado. Y quedaría la escueta evidencia de que tanto el profesor que prefiere atenerse a una labor tradicional y bien delimitada como el que investiga son necesarios, pero ninguno de ambos tipos es de eficacia cuantificable por la presencia física, fuera de las horas lectivas y de ciertas dedicaciones. Y ni uno ni otro precisan, para hacer bien su labor, de expertos en cómo enseñar. Es de considerar la enorme diferencia entre lo exigido por las distintas materias: mientras que el profesor de Física o de Ciencias debe disponer de material experimental que se halla en un laboratorio y su tarea se presta especialmente al trabajo en equipo, en el caso del profesor de Letras su laboratorio se encuentra mayoritariamente en su cerebro, más allá de las paredes del centro, en las salas de conferencias, exposiciones, museos y bibliotecas, en el teatro y en la velada poética, en la soledad de la lectura en su domicilio y en el silencio del análisis literario. Esto lo lleva a cabo, no sólo al margen de su labor profesional, sino con un sentimiento de escapismo defensivo.

Interesa a la burocracia perpetuar esta especial atmósfera mezcla de culpabilidad vaga e indiferencia. La vulnerabilidad del profesorado de Enseñanza Media, y luego Secundaria, ha sido y es muy peculiar porque éste se halla continuamente en falta respecto a unos horarios y exigencias tan inútiles como teóricos y unas obligaciones que se intenta confusamente presentar como propias de su función y cuyo carácter totalizador él rechaza. Baste con recordar la abominable frase La enseñanza es un sacerdocio.

Se infiere que debe aparentarse, con mayor o menor autoconvicción, la vivencia vocacional y su corolario de identificación de la persona individual con su función en el más amplio uso del término dedicación exclusiva. Esto proporciona quizás una valiosa compensación psicológica frente a la sociedad y una defensa contra el medio. La mitificación ofrece una cuota de autoestima, pero el principio de realidad suele volver, tarde o temprano, por sus fueros. En un oficio que se había caracterizado por acoger a individuos que valoran más su libertad, su actividad personal y su autonomía que el horizonte financiero y el prestigio, la laminadora ha descendido a raseros de la más ramplona homogeneidad utilitaria. La gente a cuya independencia solía acompañar-y no por precisamente por azar-una evergadura intelectual más que notable se ha nombrado especie a extinguir en pro del modelo materno-filial de escuela primaria que extiende su archipiélago monocolor sobre enseñantes y enseñados

 

 

La línea de sombra

Isa no pretende deshojar los datos numéricos que dibujan, en sus gráficos, la incidencia de las enfermedades profesionales. Pero no se le olvida la expresión de Pepe el primer día de su vuelta. Pepe ha tenido, por segunda vez, una angina de pecho. Está en esa línea de edad-Omnes vulnerant. Última necat-que empieza a clarear con las bajas, todavía ninguna irremediable, ya premonitorias. Pero a Pepe aún le quedan lustros que gastar, proyectos, obras que a veces exhibe en galerías y son como puertas hacia el universo que, éste sí, es exclusivamente suyo e introduce en un campo desolado, en objetos de engañosa inocencia y ojos de juguetona perversidad. Pepe, que rebosaba energía y es hombre brusco y fuerte, de carcajada homérica, desde hace dos años se ha inclinado y callado, como la grieta en un muro, como la piel de un viejo árbol. Le han venido, en secuela, los males, de huesos, de tendones, de corazón. Comenzó a subir muy despacio las escaleras, a sorber café sin cafeína y a despotricar sin pasión. Tuvo un amago de infarto, luego otro. A la vuelta ha cogido a Isa del brazo, con la energía de otros tiempos, y le ha dicho lo que ella, que le observa, ya sabía, que todo arranca en un punto preciso, un insulto impune, en plena clase, a gritos, de un alumno como tantos que ya los profesores saben que hay que pasar por la humillación de soportar hagan lo que hagan, día a día, aprobarlos de año en año, hasta que, si hay suerte y sus padres no insisten en aparcarlos en el instituto todavía más, cumplidos los dieciocho, se vayan.

Nadie duda-pero nadie cita a la hora de echar en cara a los docentes sus ocios excesivos-de la usura física y psíquica que produce el mantener la atención de varias decenas de adolescentes durante horas. Los padecimientos mentales y nerviosos se clasifican como enfermedad profesional y el número de aquejados de depresiones, neurosis y trastornos de la conducta es, a partir de cierta edad, estremecedor. Parece que entre el cuarto y quinto año del ejercicio de la profesión se delimita fatalmente la frontera más allá de cuyo margen se extienden el cansancio, el descorazonamiento y las patologías. Consumida la capa de ilusiones, novedad y audacias, castradas las aspiraciones individuales por la lógica gerontocracia del escalafón, queda al descubierto la labor corrosiva de tres tensiones: la del aula en sí, la generada por las relaciones con su patrón, la Administración, y la tensión respecto a sí mismo, a las propias aspiraciones.

En el aula se halla frente a un numeroso grupo de personas que se encuentran en clase contra su voluntad y a las que el ambiente familiar y social no inculca la más mínima noción del esfuerzo, la deferencia y la gratificación no inmediata. El profesor representa la obligación aburrida y el resabio de un principio de autoridad caduco. Su clientela conoce bien la escasa valoración social de ese docente, compara sus ingresos con los de la mayor parte de sus padres e ironiza sobre ello, o exige de él servicios intelectuales mimetizando la actitud del patrón descontento que suele ser la que adopta ante el profesor la sociedad. Él no arranca ni la autoridad indiscutida y las compensaciones afectivas, lúdicas y maternales del parvulario ni el aprecio y la autonomía de que goza el profesor de universidad. La usura psíquica que padece es una enfermedad profesional vergonzante, invisible para aquéllos que, en absoluta ignorancia de las servidumbres del oficio, se complacen en culpabilizarla tachando de ocio cuanto no es presencia física ante sus hijos. El docente recibe así las consecuencias de un estado de ánimo azuzado por la Administración y los cazadores de votos, y queda totalmente inerme ante la opinión pública, el Estado-patrón y ante sí mismo.

La tensión frente al patrón-Estado está marcada por un antagonismo en el que el enseñante busca eludir las nunca favorables intervenciones burocráticas al tiempo que salvaguarda sus magras parcelas de bienestar. Cuando el Gobierno habla de innovaciones en la Educación, sorprendentemente el profesor (primer conocedor del problema, primer motor e inmediato implicado) parece ser considerado por las autoridades como ser de nula capacidad analítica y decisoria, ancilar y famélico, cuya no conflictividad se supone poder comprar con recortados aumentos salariales. La Administración no hace en esto, en verdad, sino satisfacer y justificar a sus propias clientelas internas y proyectar las deficiencias del mundo burocrático que le es propio sobre otro mundo radicalmente distinto, como es el de las aulas. Así, en lugar de favorecer el interés y la responsabilidad de ese colectivo con un trato respetuoso e inteligente de igual a igual, no sabe optar sino por posturas de ordenancismo, por llamadas a la burocratización dotadas de tanto autoritarismo como ignorancia y tras las que transparenta el proyecto ideal de una vasta oficina y una fábrica por horas y por pieza de expedición de diplomas.

La tensión respecto a sí mismo no requiere, después de lo ya dicho, mayores comentarios. El concepto vertical de los estamentos docentes desacredita a quien se ha quedado varado en el de Secundaria, y la ausencia de alternativas no permite a los que están satisfechos con su profesión discernir si se trata de placer auténtico o de necesidad hecha virtud. La enseñanza ha representado y representa, para muchos licenciados, la amarga razón práctica en que confluyen carreras y ambiciones muy diversas. Como en la Edad Media, este supuesto sacerdocio se hace obligatorio por el hambre y la falta de mayorazgo. La profesión, como tal, viene dada por la práctica. Existe el acceso a un sueldo mediante unas oposiciones y un diploma. Luego, si hay suerte, el hábito, con asaltos-cada vez más espaciados y débiles-de inquietud y necesidad de cambio. Las pretensiones de crear carrera docente, centro expedidor de diplomas de capacitación, formadores de formadores, no pasan de ser la organizada línea defensiva con la que gente de baja titulación, aun menor envergadura y especialización inexistente se ha tallado un lucrativo reino de taifas pedagógico amurallado de clichés progresistas, sustancioso e inamovible.

Gran parte de los profesionales que se ocupan de la cultura presentan las características citadas supra, pero raramente los márgenes de expectativa son tan mezquinos como en el profesor de instituto. El sociólogo Alberto Moncada describe el actual sistema educativo como un vasto aparcamiento juvenil de esos millares de adolescentes forzosos sin hueco en el mundo laboral. Una encuesta masiva entre el profesorado de institutos tendría serios riesgos de definir a la enseñanza como un no menos vasto, y además vitalicio, aparcamiento de frustrados.

La Logse ha logrado en esto maravillas, porque las condiciones de la Enseñanza Media eran paradisiacas comparadas con el reducto en el que la Ley del 90 ha convertido la Secundaria. La gozosa igualdad obliga al catedrático de Latín a dar clase de francés, y al de Física a vigilar párvulos en el eufemismo de estudio dirigido. No hay especializaciones, ni cuentan diplomas, oposiciones ni asignaturas. Los maestros han hecho, gracias al impulso de los dos sindicatos acorazados con la bula de progresistas, una carrera fulgurante que de repente los capacita para ocupar, en el barbecho de libre disposición del alumnado de doce a casi veinte años, el puesto docente de cualquier nivel. Arrebatándoselo, como es lógico, a los que lo poseían por capacitación y derecho. Del Bachillerato y el COU queda un resto testimonial y jibarizado. La idea misma de exigencia, o selección, es culpable, y los niños pasan suavemente, en estado semianalfabeto, al instituto desde la Primaria, y continúan pasando, con igual automatismo y suavidad, de curso a curso en virtud de la promoción obligatoria. Con menor fortuna, el que fue profesorado de Medias pasea las orejas de burro de su degradación innegable, se humilla, recibe diariamente de los alumnos más groseros y violentos su cuota de dictadura de los peores, compadece al oprimido resto de la clase al que se le arrebata la posibilidad de aprender ;y cuenta las horas, los minutos y los años que le separan de una salida del aula que ningún estudiante ansía tanto como él.

Mientras, con la lógica asamblearia de la basura televisiva, el Gobierno-poco importan las fechas, siempre es el mismo-le ofrece como víctima propiciatoria de una sociedad que lo que desearía es ver funcionar la guardería de adolescentes incómodos a ritmo de horas veinticuatro los doce meses del año.

 

 

Solidaridad y corporativismo

El Estado suele presentarse como el adversario y gendarme de su criatura, los trabajadores de la función pública, y como tal traduce los cambios políticos en exigencias formales. Procura, y más en el caso de un partido que se define como socialista, erigirse en adalid de la igualdad y entrar en combate contra el egoísmo y corporativismo en miras al bien común, pero no es capaz de filtrar el bebé antes de arrojar el agua de la bañera, olvida que creatividad y excelencia tienen la libertad como precio, y asimila el corporativismo a cualquier defensa legítima de las condiciones de trabajo de los distintos grupos profesionales. En numerosos casos, no lo hace por inocente idealismo, sino por librarse de la incomodidad que los derechos de otros representan, por el concepto patrimonial del Estado y por la tendencia de los partidos en el gobierno, y muy particularmente de los idearios socialistas, a invadir todas las esferas del poder civil. La extensión del atropello depende de las fuerzas en presencia y la capacidad de réplica del contrario. Poco tienen que temer los defendidos por el dinero, la popularidad o el prestigio. En el caso de Cultura y Educación su suerte está echada, porque no pueden sino claudicar ante el arma del Boletín Oficial del Estado.

El corporativismo es, para los amantes del laminado, simplemente el sector de los otros. Hay una lógica sana e inevitable en las solidaridades inmediatas y las posibilidades de autoorganización, y esto es defendible, sin necesidad de recurrir a baremos morales, porque genera núcleos laborales más eficaces, flexibles y cohesionados, capaces por sí mismos, y sin continua sumisión y referencia a la letra impresa, de cumplir sus funciones. La solidaridad gremial, las referencias humanamente asequibles, favorecen el enraízamiento profesional del individuo y su tranquilidad personal y abonan, cuando éstos son necesarios, el espíritu del trabajo en equipo y el intercambio docente. Por su independencia y dispersión, por su escasa capacidad de oposición y réplica, los profesores de lo que fue Enseñanza Media han sido un ejemplo de manual de ejercicio de prepotencia impune por parte del gobierno que, de un plumazo, como introducción a la Ley del 90, borró de la existencia oficial a Agregados y Catedráticos. Más allá incluso, la censura fue tan fuerte que el solo hecho de aludir a los Cuerpos desaparecidos, de nombrar sus títulos como tales, se consideraba reprobable muestra de elitismo y quién sabe si de inclinaciones ocultas, si no fascistas, al menos sí reaccionarias. Naturalmente la evidencia de que la pertenencia a esos Cuerpos profesionales era fruto de esfuerzo y mérito, de años de estudios universitarios, titulaciones y oposiciones abiertas al común de los ciudadanos, de que las condiciones de trabajo que conllevaban era base del trato firmado por el profesor estatal y en todo ajenas a las de los diplomados en las Escuelas Normales para ejercer en la Primaria, era eliminada por el nuevo régimen. Esto ha desvirtuado además el título de Maestro, que ya no es alguien de merecida categoría por su especialización y titulación en una franja de edad y aprendizaje concretos. Ahora es un intruso empujado por presiones políticas y sindicales, tras el desalojo de los profesionales idóneos, a dar clase a niveles que no son los suyos y de materias que desconoce porque no pertenecen a su título y oposición. La igualación artificial le ha promocionado tan artificialmente como a los alumnos que pasan por inercia de un curso a otro, y ha llevado al que era un buen docente de Primaria, con la dignidad e importancia que esto conlleva, a ser un mal profesor de etapas de Secundaria que no le corresponden. También él asume la censura y evita definirse como maestro por complejo de menor categoría.

Antes, durante y sobre todo a partir de esta maniobra, no ha cesado el ministerio de prodigarse en las técnicas de infantilización medrosa de sus súbditos. La táctica ha sido, desde luego, un triste éxito. No hay rumor alarmista que no encuentre, en lugar de protesta, bovina mansedumbre en el profesorado. La referencia continua a inminentes disposiciones, siempre restrictivas, siempre encaminadas a deteriorar los márgenes de autonomía profesional, a recortar vacaciones e imponer inútiles fichajes se reciben con la sumisión del criado de antaño. Los docentes han asimilado el desdén y el sentimiento de culpabilidad, e incluso de parasitismo, con el que les han venido gratificando. Hallan, si no justo, sí normal que se les trate de forma que despertaría la indignación legítima de otros colectivos; se resignan periódicamente a ser víctimas propiciatorias de un patrón cuyas iras esperan, con tiempo y silencio, capear; tienen mucho de rebaños desorientados por un granjero que no resultó ser el líder indicado y por dos sindicatos que emplean sus desvelos en el voto mayoritario de las ovejas.

Probablemente hay una buena dosis de deformación profesional en el condicionamiento que hace a ciertos profesores alumnos algo crecidos frente a un superior inapelable en cuya presencia sólo cabe hurtar cuerpo al golpe y asentir, con la esperanza de engañarle en cuanto vuelva la espalda. La conciencia y orgullo activamente apoyados en razonamientos son excepción o están ausentes, y sólo se presentan, de cuando en cuando, algunas referencias a reivindicaciones económicas o problemas de escalafón sobre el fondo uniforme de la encogida idea de sí mismo. El buen tono es el vergonzante, el de asentimiento tácito ante dogmas de estupidez arbitraria, alimentados por la fuerza del tópico social, que etiquetan de absentista, ocioso, privilegiado. Esta postura, su indigencia en  mecanismos de defensa de la calidad de vida laboral, es insólita en cualquier colectivo asalariado que no sea el que fue Media, no ha merecido, defendiéndolo, gozar del nombramiento que legítimamente adquirió y se ha colgado sin chistar el letrero genérico de Secundaria.

El atraso de las ciencias en España en este siglo, ¿quién puede dudar que proceda de la falta de protección que hallan sus profesores?. Hay cochero en Madrid que gana trescientos pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se h a de morir de hambre como se entregue a las ciencias; exceptuadas las del ergo que son las únicas que dan qué comer.

Los pocos que cultivan las otras, son como los aventureros voluntarios de los ejércitos, que no llevan paga y se exponen más. Es un gusto oírles hablar de matemáticas, física moderna, historia natural, derecho de gentes, y antigüedades y letras humanas, a veces con más recato que si hiciesen moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron.[20]

La sociedad conserva el tópico, el Gobierno lo manipula, el profesorado lo interioriza. Y esto llega a extremos tales que muy raro es el profesor que osa desentonar diciendo que esa autodenigración no está objetivamente justificada por llamativos niveles de incompetencia y absentismo, sino muy al contrario. Los medios de comunicación se hacen puntualmente, a su vez, caja de resonancia de clichés tan gozosamente recibidos por un pueblo que nunca se ha repuesto de la añoranza de los autos de fe. La Universidad tiene siempre posibilidades infinitamente mayores de hacerse oír y de hacerse respetar, tanto por la influencia sociopolítica de sus miembros como por la plantilla de éstos. La Enseñanza, antes Media y hoy-en el sentido extenso de la palabra-Secundaria, no es sino receptora de las decisiones que sobre ella toman otras instancias, y se ha transformado además en un parque temático de vago igualitarismo socialista precisamente por el profundo desdén y prevención que por sus Cuerpos, niveles y sectores profesionales sienten el actual y el anterior gobierno. Aunque estos que bautizan como corporativismos sean el precio de la calidad y de la eficacia, aunque el desprecio oficial esconda la conciencia del atropello, aunque un último reducto de racionalidad les asegure que lo ocurrido hasta ahora ha sido un fraude y el sistema en curso una confusa deriva hacia el mínimo común denominador y la asignación inútil de presupuestos, sin embargo temen acercarse, tocar el caótico entramado, asumir palabras tabú como élite, Cuerpos, selección, especialidades, enfrentarse a la acelerada infantilización y parar la máquina. Prefieren mantenerse a distancia y manejar la Enseñanza valiéndose de las pinzas de supuestos representantes, de sindicatos a los que, a cambio de la pensión completa con la que les gratifican, piden una superficie de paz social, mientras continúan sirviéndose del concilio de pedagogos para dar a sus decisiones una fachada de tecnicismo inapelable.

 

 

El profesor objeto de fijaciones

Actor inevitable de su gran teatro del mundo, en el profesor se proyectan tanto las fijaciones que guardan los padres desde su infancia como la ambivalencia amor-odio que la dependencia propia de la edad genera en los adolescentes. Él es la imagen inmediatamente visible que representa ese mecanismo inevitablemente represor de la aculturación social. La familia también ejerce tal papel, pero se halla protegida por afectividades y autocensuras, mientras que, a lo largo de la vida y ya dejado muy atrás el periodo escolar, el profesor persistirá en el recuerdo como el estamento con el que ha tenido el más largo e intenso contacto la mayor parte de la población, en proporciones muy superiores a las que corresponden a sacerdotes o médicos.

Cuando los padres acuden al instituto a procurar que se den a su hijo las claves del éxito, ven ante sí al causante de que ellos no lo lograsen; siempre existe un supuesto tácito Si mi profesor cuando yo era pequeño…. En el orden de excusas con las que cada cual justifica el desfase entre la realidad y las aspiraciones, figura en primer lugar, naturalmente, el recurso culpabilizador de la familia, pero en segundo está el profesor, que, de haberse dedicado con más ahínco a hacer amables algunos saberes, hubiera quizás abierto las puertas de otras posibilidades de vida. Los padres gustan de sentirse, llegado el momento, jueces de los que en tiempos lo fueron de ellos mismos, y saben que la sociedad y la Administración aplauden o, al menos, toleran en ellos hacia los profesores intromisiones, exigencias y propósitos que resultarían impensables e inadmisibles dirigidos a otro grupo de profesionales. El profesor está lejos de disfrutar de la enésima parte del respeto con que se escucha y trata al médico o al abogado. Muy por el contrario, hay una general aceptación del hecho de que cualquiera, padre o alumno, puede poner en entredicho su capacidad profesional y su presentación de la materia en la cual está calificado.

Simultáneamente, los alumnos imponen al profesor una usura afectiva que se suma a la intelectual y nerviosa. El tradicional complejo de inferioridad culpable de los trabajadores de la degradada Enseñanza Media hace que se observe incluso con tímido recelo al colega que se atreve a deslindar sus obligaciones profesionales de la asistencia social y sentimental a sus pupilos. Lo que es impulso gratuito perteneciente a la esfera del libre albedrío de cada enseñante pasa a ser considerado como una obligación suya más, en paridad laboral con los conocimientos de la materia que imparte. Paternalismo y maternalismo son exigidos como un derecho y considerados como un deber, sea cual fuere la edad del alumnado, bajo la mirada satisfecha de una sociedad cada vez más celosa de sus ocios, cuyos padres aman delegar así sus responsabilidades, y con el beneplácito de políticos que apoyan cuanto les represente, a bajo coste, votos potenciales de familias que se complacerían en sumar a la figura del profesor las del esclavo pedagogo y la canguro.

Esto se añade al placer que experimentan algunos profesores-normalmente también asiduos al club del segundo sueldo y la mesa camilla-en el ejercicio de esta maternidad-paternidad delegada, que les reviste a sus propios ojos de cierta dignidad, enmascara el hecho palmario de la humillación cotidiana y tempera en ocasiones las carencias de su vida personal. En este sentido se inscribe la bajeza de la imposición del perfil de maestra voluntaria, esa maniobra, apoyada coercitivamente por la Reforma, para que los profesores de bachillerato impartan clase a un alumnado de infantes en espera de alfabetización respecto a cuya docencia tienen, lógicamente, tantos conocimientos, vocación y titulación como en previsión meteorológica o fontanería. Por supuesto, no faltan, en el club del máximo conformismo y el mínimo coeficiente intelectual, voces entusiastas cuyo rasgo más destacable es sumarse a las mayores estulticias siempre y cuando sigan la corriente del poder establecido, las cuales declamarán las bellezas de que el catedrático de filosofía dirija los trabajos manuales, y, con trémulo acento maternal, afirmarán la conveniencia de ocuparse de los niños desde la más temprana edad. A quien no quiera optar por esta modalidad de fecundación in vitro y reconvertirse en progenitor interino, parvulista ni misionero, simplemente se le obliga; para algo se tiene la Ley en la mano con sus normas, inspecciones y variado-y nada democrático-catálogo de formas de presión.

Esto significa un doble robo: al profesorado calificado y a los alumnos del nivel idóneo. En ambos casos se les despoja de clases de Física, Literatura o Latín para entregar esas horas lectivas al procedente de Primaria, apadrinado por el partido-logse y sus dos sindicatos. El todo lleva a una malsana confusión de límites entre el ejercicio pedagógico y el aprendizaje de datos por una parte y el principio de autoridad y de dependencia que tiñe las relaciones familiares por otra, al tiempo que contribuye al desvanecimiento del perfil del profesor como profesional en la transmisión de conocimientos de una materia. Los adolescentes se inclinan hacia estas desviaciones afectivas por las carencias propias de sus años y por otras más coyunturales como la falsa independencia que la sociedad actual les ofrece, y las alternan con una transferencia de la rebelión contra el padre que tiene como blanco la figura próxima y despojada de connotaciones emotivas que es el profesor. Tras la imagen de libertad y omnipotencia que se hace espejear ante sus ojos los jóvenes no ignoran que se esconde una realidad parca en ofertas, difícil y supeditada a la posesión de unos ingresos de los cuales carecen. La dependencia material completa y prolongada de la familia contrasta con la engañosa difusión de una autonomía ideal. Buena parte de los impulsos que esto despierta se vuelca hacia el representante físico inmediato del sistema, el aculturador que les mantiene contra su voluntad varias horas diarias en el aula.

Fijaciones afectivas, desmesura en las atenciones personales y en la tutela y exceso de proteccionismo tienen como consecuencia retrasar o cegar el camino del adolescente hacia la madurez al impedirle adquirir la conciencia del riesgo y de la responsabilidad, deteriorando así el proceso de formación del propio criterio. Esto se traduce en un haz de tensiones que inciden multiplicada y continuamente en el profesor de Enseñanza, hasta qué punto hoy Secundaria, y que se ven agravadas por la inexistencia de auténticos gabinetes profesionales psicopedagógicos y de orientación a los que correspondería hacerse cargo de tales problemáticas, cuyas fronteras limitan las irrefutables diferencias de capacidades y de actitud Ante ellas sólo cabe disponer de centros de formación profesional adecuados para los que se niegan claramente al estudio, en lugar de obligarles a la permanencia en el aula y someter, a sus compañeros y a los docentes, a la dictadura de los peores.

En trabajo alguno, excepto en la enseñanza actual, se supone la humillación incluida en el sueldo. Ésta es real, explícita, reiterada y abundante. Los alumnos la ejercen convencidos de su impunidad, los padres la consideran tal vez molesta pero disculpable, la sociedad la integra al ejercicio de la profesión docente como la capa de tizne a los obreros de la minería, la ley reglamenta las supuestas sanciones contra ella de tal forma que hace imposible la defensa del injuriado. Con la Reforma se ha creado en este tema todo un mecanismo de cierta sutileza. Naturalmente el ambiente es defensivo y lejano, implica la sordera y ceguera voluntarias del profesor ante insultos, gestos obscenos y agresiones que, se espera, no pasen al ataque físico de él o de sus pertenencias. La aceptación es tan insólita que no existe trabajador alguno, fuera del del aula, cuyo deber se suponga que incluye leer y oír que su madre era puta o su cónyuge adúltero. Es lo que lleva largamente encajado Mónica, al borde de la jubilación, que cometió la torpeza de mantener, desde conocimientos y categoría académica que lo avalan y la sitúan por encima de la media, un nivel de exigencia en perfecta disconformidad con la práctica del aprobado general y la maternal indulgencia. Los clanes docentes amigos de contemporizar con las asociaciones de padres la llaman, como ellos y durante las reuniones conjuntas, la Villena (la homologación no consiste sólo en la quema de tarimas) y lamentan a coro la intolerancia de ese fósil de eras anteriores a la logse. Mónica, que ha sorteado, con una valentía solitaria que desmiente su aspecto frágil, además de invectivas, bombas fétidas, denuncias a la inspección y empujones por la escalera, ve acercarse el fin de una carrera laboral que pudo haber tenido resultados excelentes como quien aguarda que corten el alambre de espino. Adalberto paga el peaje de un tic nervioso y un tartamudeo que los jóvenes carnívoros del aula provocan, imitan y corean con fruición. Nada debe importar ni nada importa. Hace poco-el caso dista de ser único-un estudiante amenazó a clase y profesor con una escopeta de cañones recortados. Cosas de chicos, dijo el padre. El centro no puso denuncia, y no por que, en el fondo, no hubiera deseado ver al niño de diecisiete años condenado a galeras, sino por la perfecta inoperancia del recurso. De hecho, conviene silenciar cuanto ocurre porque, de lo contrario, se creará una mala imagen, menos padres enviarán a sus hijos y la ya escasa matrícula, puesto que la degradación logse ha canalizado hacia la enseñanza privada a buena parte de los que antes confiaban en la pública, pondrá en peligro de traslado forzoso a los docentes que han acomodado su vida en torno a la plaza en propiedad.

La situación no carece, sin embargo, de alicientes: Permite ver sumidos en idéntica miseria a los que antes destacaban por nivel y méritos, ofrece generosas raciones de servilismo y atracones de autoflagelación a los numerosos adictos a tales placeres, puede adornarse incluso con un exquisito decorado pedagógico que convierta en oro las oleadas de materia fecal. Así Silvina, que se presenta cada día con un nuevo modelo que prueba sus desvelos por la elegancia de las formas, proclama gozosa su aprecio de las caricaturas y mimos que de ella y otros profesores hacen los alumnos en revistas y obras teatrales-también está sin duda incluido en el sueldo-, las ensalza con patético afán y ha encontrado el escudo perfecto ayudando a los muchachos en la tarea, celebrando sus ocurrencias e intentado convencer a los demás de la satisfacción que le proporciona tan creativa actividad. Ella no cita-nadie cita-el sacrilegio que representaría el que un profesor hiciera amago de imitar o burlarse de un alumno o imprimiera chistes sobre ellos y sus familias. Un ingenioso vate adolescente ha glosado, viñetas al apoyo, la sospechada operación de lifting de Aurorita, pero no el visible implante capilar de Marco Antonio porque, en circunstancias equivalentes, al sector masculino suele adjudicársele un resto de respeto y de temor del que el femenino, blanco de las burlas de la camada como pieza más débil, carece.

Nihil novum sub sole: Es ya antigua la exhortación del pedagogo escocés Alexander Neill a que los alumnos comenzaran su vida escolar llamando asno imbécil a su educador y que éste demostrase su valía aceptándolo como lo más natural del mundo. Neill creó en 1921 la escuela de Summerhill, que se hizo famosa en Gran Bretaña por su ruptura con el concepto de enseñanza reglamentada. Los alumnos, de los cinco hasta los dieciséis años, vivían en este internado rural en un régimen de completa libertad de asistir, o no, a las clases que desearan y de decir a los profesores cuanto les pareciera. El individualismo libertario de Neill tuvo gran eco en los movimientos norteamericanos de los años sesenta, y tal vez, vista la situación española, no le han faltado admiradores europeos que han decidido animosamente erigirse en avanzadilla de la modernidad pedagógica, siempre y cuando los que se trate de imbéciles o algo peor (¿lo hay?) no sean ellos y sus familias. El experimento de Summerhill, que se daba en un internado de pago y con alumnos juzgados por centros anteriores o por sus padres con frecuencia como difíciles o especiales, ha revelado, con el paso de los años, un resultado desigual. Ha habido alumnos que han cursado luego carreras brillantes y dicen gozar de una formación satisfactoria. En cambio otros pasaron una feliz infancia y adolescencia pero se situaron en la madurez con un desconocimiento prácticamente completo de las ciencias más elementales y en un estado que rozaba el analfabetismo.

Fue obra tuya (de Dios) conmigo el que me dejara persuadir de ir a Roma para enseñar allí lo que venía enseñando en Cartago. Y debo confesarte los motivos de esta decisión, ya que, incluso en asuntos como éstos, manifiestas tus altísimos secretos y la misericordia que estás siempre dispuesto a hacer presente en nosotros.

La decisión de ir a Roma no fue por ganar más dinero ni mayores honores, aunque así me lo prometieran los amigos que me aconsejaban la marcha. Naturalmente que estas consideraciones también pesaban en mí entonces. Pero el motivo más importante y casi único fue que los jóvenes estudiantes de Roma-según había oído-eran más tranquilos y estaban sometidos a una disciplina más severa. No se les permitía, por ejemplo, irrumpir violentamente y cuando les viniera en gana en las clases de maestros que no fueran los suyos. Tampoco eran admitidos en ellas sin el permiso del maestro. En Cartago, por el contrario, los estudiantes estaban sin control y su conducta era intemperante. Entraban alborotadamente y sin respeto en las aulas, trastornando el orden impuesto por el maestro en beneficio de los alumnos. Su estupidez era increíble hasta el punto de cometer gamberradas que deberían ser castigadas por la ley, si la costumbre no los protegiera. (…) Cierto que aquí (en Roma) no encontré las gamberradas de estudiantes alborotadores de Cartago, pero llegué a saber que, en cualquier momento, los estudiantes se podían amotinar para no pagar el estipendio a sus maestros y pasarse a otro maestro. (…) Creo que los odiaba más por lo que había de sufrir de ellos que por el mal que podían hacer a cualquier maestro.[21]

Las escasas perspectivas actuales de un cambio de horizonte hacen comprensible el recurso a la patrística del siglo IV d. C.

La humillación tiene sus deleites: Se la puede llamar igualdad y deseo de justicia. Pone en bandeja al paciente crónico de rijosa envidia el regalo de poder llamar probidad y celo distributivo al reparto de cadenas. El barrido ha sido eficaz: Elvira, que además de su trabajo docente, dirigió un departamento de investigaciones de literatura histórica, impulsó y enriqueció una excelente revista de estudios madrileños y que daba, con su sola presencia, una idea de la envergadura que la enseñanza media tuvo y podría haber tenido, ha sido suavemente impulsada a recluirse en un centro donde sólo aspira a dar sus clases e irse. Precedió a la eliminación, cuando era jefe de seminario de su anterior instituto, el activo boicot que le declararon los partidarios de logse maternal, destete tardío y un horizonte en forma de mesa camilla para el que la simple presencia de aquella mujer marcada en la frente por el estigma de brillante catedrática de pata negra era una provocación y un insulto. Lope se quedó en la cuneta de la depresión, tez amarillenta y un convulsivo apego a rituales que ha desembocado en la cadena de bajas, los ojos huidizos y la chispa esporádica de indignaciones desproporcionadas. Rodolfo nunca se quedará en cuneta alguna: sin cesar de alabar los méritos de la Reforma, ha acumulado baremo, apoyos y puntos para huir de ella, y se prepara para ocupar un despacho prometedor cubierto de la inevitable alfombra que tejen las miserias de los menos hábiles.

Si pudieran, si Rodolfo y sus colegas en la lucha por la imposición de consignas sindicales y en la persecución de cualquier puesto-licencia, comisión-que los aleje de los alumnos de la ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria creada por la Ley de 1990, a la que convendría llamar exclusivamente “IT”, en homenaje perverso a Stephen King.[22]), pudieran, los exilios de los heterodoxos hubiesen sido definitivos, las represalias condenas al trabajo físico y al hambre, las murmuraciones se transformarían en delaciones policiales y asambleas multitudinarias de autocrítica que llegarían a la exaltación anónima de la destrucción individual. Con los mimbres a su alcance hacen lo que pueden: perjudican a los jóvenes objeto oficial de sus desvelos aumentando cada día su puerilidad y su ignorancia, se encastillan en el viejo e indigno argumento, refugio de colaboradores, de la obediencia debida, se hacen firmar órdenes que les sirven para obligar a colegas a someterse a actividades nocivas, inútiles y contraproducentes y protestan de su inocencia al tiempo que apoyan la fuga hacia adelante y la intensificación de los daños. Todo ello en nombre de bellos ideales de igualdad y justicia guarnecidos de proclamas de compungido sentimiento ante las medidas inevitables, comprensión afectuosa e inexistencia de animosidad personal. Si pudieran…Pero a su alcance no está más que una pequeña Camboya en cuyos límites caben amagos totalitarios de formato modesto, que al menos proporcionan migajas de beneficios y placeres desprendidas del modelo inspirador.

 

 

 

Contra la panacea decimonónica

Lo peor de la reforma de la Enseñanza Media española es que no requería medidas geniales, insólitas ni drásticas, y eso descorazona a cualquier político, sobre todo cuando tiene que marcar las diferencias respecto a un sistema anterior en el que nada podía existir que no fuese abominable y digno de los basureros de la Historia. La Reforma educativa gestada por el PSOE en los ochenta equivale al desecado de la red pantanos puesto que éstos habían sido construidos a órdenes del dictador. El sistema educativo español era bueno, razonablemente estructurado y mucho menos elitista que buena parte de sus homólogos europeos. Para su democratización, extendiendo la gratuidad obligatoria hasta los dieciséis años, no hacía falta sino una política inteligente de inversiones y de gestión de recursos humanos. Pero la humildad y el respeto al saber estaban reñidas con una maniobra de estrategia partidista y fuegos de artificio. Las primeras imposiciones anticipadas de la nueva Ley de Educación revelaron con toda claridad los rasgos que la caracterizaban: burocratismo, arbitrariedad autoritaria, completo desdén por el cuerpo docente y un voluntarismo demagógico desordenadamente experimental y dependiente del grupo efímero en el poder. Hacía falta una óptica muy distinta, consciente de sus limitaciones e imprescindibles exigencias, una adaptación inteligente a situaciones y materias sacando el mejor partido posible de los cuerpos profesionales y cubriendo con personal especializado las necesidades nuevas. Se precisaba la adecuación  con los países desarrollados de la Europa del Mercado Común y no frenéticas carreras tercermundistas hacia atrás; no planes maravillosos ni rendimientos estajanovistas pesados en balanza de tendero, sino que se gastase dinero en la Enseñanza Pública por encima de los intereses privados, populistas y sindicales, de forma que la inversión en fondos y en respeto redundara en beneficios y eficacia, diluyese conflictos y vigorizase la conciencia profesional y la responsabilidad individual.

Viene siendo recurrente que la prudente sencillez de las reformas se vea continuamente desvirtuada por utopías mesiánicas que insisten en hacer de la Enseñanza la Gran Panacea decimonónica, la piedra filosofal de nuestros males sociales, cara a los Ilustrados desde el siglo XVIII hasta la Segunda República española. La Enseñanza es comodín igualmente útil para los que utilizan el tema a efectos de coyuntura política tergiversándolo, sea en masivas socializaciones reglamentadas por una Administración autoritaria que distribuye primas al rendimiento, sea en bloques de futuros trabajadores creados estrictamente a la medida de la demanda de las grandes empresas, sea en un híbrido de ambas opciones, más encaminado por la burocracia estatal (alejada del ejercicio de la pedagogía) a justificarse ante la opinión pública que nacido de una real y razonable preocupación por la formación y el aprendizaje de adolescentes. Quien desee buscar claros ejemplos prácticos de lo último no tiene sino que leer cualquiera de las declaraciones sobre la Enseñanza Media y los docentes expresadas por el gobierno español a partir de 1983.

En noviembre de 1981 la Conferencia Internacional de Educación de la UNESCO se planteaba en Ginebra el problema de formación intelectual y adecuación al mercado de trabajo, en forma de una dicotomía Humanismo/Economicismo que resultaba, como era de esperar, un callejón sin salida. Estados Unidos y regímenes políticos como los de Chile y Argentina propugnaban acérrimamente una educación al servicio exclusivo de la economía, con cursillos de corta duración y eliminación de las carreras llamadas humanísticas. Otros países, entre los cuales estaban Méjico, Francia y España misma, defendían una educación humanista y una economía al servicio del hombre y no a la inversa. La UNESCO se hallaba impotente para ofrecer soluciones válidas al incremento del paro, al superávit de licenciados, a las herencias coloniales y a los calcos estadounidenses de cuya importancia se quejan los países del Tercer Mundo, y se expresaba un claro temor de que la frustración juvenil se decantara en violencia y crimen.[23]

El planteamiento ya parece de por sí sospechoso por lo bipolar. La Enseñanza ni puede ni debe solucionar la problemática sociolaboral del país, excepto si decide abandonar limpiamente su papel formativo y volver a la concepción de siglos pasados por la que se incorporaba a los niños a la producción en el más breve plazo. Como esta concepción no resultaba ni siquiera económica por la extensión del paro, que alcanzaría con el PSOE índices catastróficos, la Administración española se vio tentada por ese utilitarismo a corto plazo que tan ruinoso se ha revelado siempre a largo: eliminar materias “inútiles”, soltar lastre intelectual, abaratar conceptos, someter, en nombre de la igualdad, a los alumnos con aptitudes e interés a la talla mínima del lecho de Procusto, reducir el Bachillerato a dos años, rellenar los espacios que ocupaban las asignaturas de reflexión y base (Física, Filosofía, Latín, Griego, Lengua, Literatura, Ciencias) con una lluvia de simulacros de oficios, y colocar artísticos letreros del tipo preparación a la vida activa, ámbito, diversificación a las salas de espera donde estudiantes que no lo eran sino de nombre aguardaban el momento de abandonar las aulas. Precisamente una de las claves de la inferioridad económica española era su penuria en ciencia especulativa, en teóricos e investigadores. Por ello afirmaciones de apariencia tan bien intencionada como que había que preparar a los alumnos para la vida, no para la ciencia, para el trabajo productivo, no para el éxito personal, escondían-y esconden-un peligro enorme cuando vida y trabajo productivo se reducen en la realidad a una coyuntura política o socioeconómica determinadas, en un esquema en el que, por la alienación a abstracciones colectivas sociales, el enriquecimiento cultural del individuo concreto queda perennemente sacrificado en aras de un utilitarismo ramplonamente estéril a medio y a largo plazo. Esto cae especialmente de plano sobre los alumnos provenientes de clases desfavorecidas, que no hallarán, ni en su hogar por supuesto, ni en la escuela el fondo de conocimientos y de especulaciones con que se nutren la Humanidad, el progreso y el desarrollo personal.

Los alumnos precisan de una buena formación amplia y general en las asignaturas no “rentables” a corto plazo, pero profundamente formativas e impulsoras de una irreemplazable gimnasia intelectual. Tras la etapa de mecanicismo utilitario experimental, se ha esbozado en Europa una clara vuelta al enfoque humanista. Pero no en España, que ha seguido el proceso inverso-Logse obliga-, ha impuesto en el menú educativo los manjares pasados de fecha de sus vecinos y continúa, por imperativos que nada tienen que ver con la planificación pedagógica y todo con la desesperada resistencia a mover la trama de intereses que el nuevo sistema ha creado, oficialmente aferrada a los restos del naufragio.

Las cantidades ingentes de demagogia sobre la enseñanza a puertas abiertas, la relación con el medio, la apreciación de los rasgos locales, el predominio de la práctica han dado un panorama cultural de horizontes mínimos, en el que grandeza, hondura, belleza y universalidad son reemplazadas por la visión entomológica de los edificios inmediatos. Un léxico obrerista impuesto por las circunstancias y cortado por patrones de los tiempos de Mao ha actuado de telonero de este mundo pueril y raquítico, bautizando de taller la introducción a actividades intelectuales para cuyo disfrute se precisa la conciencia de calidad, rigor y categorías y el contacto con las grandes obras.

Si bien es cierto que la literatura es la gran amiga de la vida, ésta también es el mayor enemigo de la literatura.(…) En la Revolución Cultural los chinos quisieron destruir la literatura, y se intentó en todos los países comunistas. Cualquiera podía escribir un poema, y bajo ese semblante democrático se destruía la literatura en nombre del pueblo.[24]

 

La revolución sin revoluciones

La Enseñanza es la revolución cuando no ha habido revoluciones. Se agita para desviar la atención del congelado principio de realidad, de la sucesión de historias y de Historia que deja un sabor agridulce de sueños desmenuzados y de la tranquilizadora continuación de las cosas. En la China de Mao ofrecía una representación multitudinaria del estilo de la ópera de Pekín. En el modesto formato de la España de los ochenta, resultaba muy útil como espacio teatral en el que autores del libreto, amigos del artista y público veían proyectada la revolución que jamás habían hecho ni tenían la menor intención de hacer, tras la lucha, que nunca había tenido lugar, contra la pasada dictadura y mucho después de que la épica dual hubiera transformado el pasado en un duelo interminable entre ofensores y ofendidos.

A la hora de elegir figurantes, la Universidad se preservó por su influencia y prestigio, ante los que el Estado retrocedía, conformándose con rebañar mandarinatos y distribuirlos, por el sistema de jubilaciones anticipadas, a su clientela. En cambio los estudiantes de Enseñanza Media eran escasamente susceptibles de manifestarse pidiendo mejor formación y sus profesores se guardaban muy mucho de exponerse en la picota de los reaccionarios. Por ello se vertió en este sector la parafernalia y terminología propias de la exaltación revolucionaria; toda prudencia, humildad, tacto, quedaron proscritos. Se recurrió a las decisiones piramidales y a la exhibición de la más desnuda prepotencia oficial.

De forma simultánea, quedaban intocados otros sectores sin duda necesitados de cambios, a los que se trataba con exquisita precaución.

La Enseñanza ejerce así de nuevo su función de Panacea, pero adaptada en este caso a la de sucedáneo de la Revolución. La misma palabra reforma se encuentra cargada en este caso de una agresividad administrativa de la cual carece cuando se aplica a otros planos sociales y políticos. La que se impuso como Educativa se caracterizaba por opciones autoritarias y productivistas que brillaban-y no por su genio-a causa del desfase que suponían respecto a las corrientes del mundo moderno; resaltaba su inequívoco sello tercermundista, su retórica de socialismos añejos aplicada a un país de problemática muy contemporánea. Asombraban, en el tratamiento del tema, el simplismo y la ignorancia, cierto mecanicismo autocrático que disponía de la masa docente a base de ritmos de producción intensivos y de exhibiciones de trabajadores modelo. El recurso a esta terminología no pasaba de ser aderezo demagógico, la pobre argumentación que convenía a unos esquemas socioeconómicos caducos. Las coincidencias con el programa de la China del 66 son tantas y tan textuales que cuesta hablar de simple coincidencia. Baste para ello releer, en el capítulo I, los títulos Plataforma continental, Marea baja, Tierra adentro, Veinte años son todo, Historias, Cajas chinas. De eliminar el contexto y las fechas, no supone el menor esfuerzo incluir en la campaña educativa de la España de los ochenta la lista de consignas: Proliferación de comités que sustituyen en la dirección a los estamentos profesionales, primacía de la obediencia a las directivas y sustitución de alma por conciencia política, depuración y unificación, acortamiento de los estudios pre y universitarios, simplificación y recorte de programas y materias de base, eliminación de pruebas de conocimientos y promoción automática de los estudiantes de curso a curso, material de enseñanza con carácter local, adulación de la juventud y sumisión del profesorado a los alumnos y a los diversos colectivos, desdén por especialización, nivel académico y títulos, reducción de los estudios de Humanidades, eliminación de valores intelectuales objetivos y universales, desprecio por la formación de tipo universitario, colectivización de actividades y rechazo de la adquisición personal de conocimientos y del esfuerzo y mérito propios, apertura permanente de los centros, eliminación o minimización de la historia y literatura de épocas anteriores a la actual, asignación de puestos laborales en función de la fidelidad a las normas y según premisas de libre disposición estatal de un colectivo indistinto, anulación del individuo, que se reemplaza por un ideal de sujeto intercambiable, rellenable, permanentemente disponible y carente de personalidad diferenciada.

En el mundo desarrollado del que España forma parte coexisten, paradójicamente, altos índices de paro y búsqueda de empleo con exigencias de calidad de vida y  rechazo del trabajo en cuanto actividad repetitiva, alienante y forzosa:

En toda Europa, la mayoría de las personas que tienen un empleo prefieren disponer de más tiempo libre antes que recibir sueldos más altos. Quieren que sus trabajos encajen en sus vidas y no al revés (…) Cuanto menos agotador y alienante es el trabajo, mayores son los deseos de actividades propias de cada individuo (…) El futuro de la izquierda depende de su capacidad para satisfacer las necesidades y aspiraciones de la gente más allá de su esfera de trabajo, especialmente en lo que concierne a la forma de vida.[25].

Dice mucho del desprecio gubernamental por los enseñantes la carrera tomada exactamente en sentido contrario. La Administración pretende reducir los imperativos actuales al pasado y vender a la opinión cierto igualitarismo obrerista en el que no se consideran sino las horas de producción.

Por una vez, la conveniencia política está de acuerdo con la realidad. Pues, a no ser que destruyamos el mundo para poder tener el privilegio (si es que sobrevivimos) de trabajar para su reconstrucción, ya no es posible contar con más puestos de trabajo a pleno tiempo para todos. La alternativa a más tiempo libre para todos no es más trabajo y un trabajo más duro, sino más desempleo y fatigas. (op. cit.)

Mientras tanto en la Enseñanza española se había suprimido una de las raras opciones laborales que existían en nuestra sociedad entre menos tiempo menos sueldo, sin que ello sirviese para otra cosa que para aumentar, por una parte, la insatisfacción, y por otra el paro. En contraste con sus vecinos europeos, no existe ya la dedicación normal que, con menos horas que la exclusiva y un salario más, pero no ridículamente, reducido, permitía acogerse a tal posibilidad. Y esto en uno de los pocos trabajos que se caracteriza, a causa de la independencia de cursos y unidades lectivas, por la facilidad de su distribución. Por el contrario, al tiempo que se negocian jubilaciones anticipadas con numerosos sectores y que hasta la República Popular China establece la edad para las mujeres entre los cincuenta y los cincuenta y cinco años, respecto al profesor se incita a la prolongación hasta la lápida de su vida laboral y no se hace ni siquiera alusión al año sabático, que es un derecho en otros sistemas.

La alternativa (…)  es la redistribución planificada y constante de la cada vez menor fuerza de trabajo asalariada necesaria, a fin de que todos puedan seguir trabajando cada vez menos, disponiendo de unos ingresos garantizados. Esta redistribución del trabajo es ya conocida por los más modernos dirigentes obreros (…) El principio sobre el que se sustentan tales convenios es que las horas de trabajo eliminadas por la automatización se pagan a la misma tarifa que aquellas que siguen siendo necesarias. La cantidad de ingresos no depende ya de la cantidad de trabajo realizado. Este punto había sido ya expuesto por los socialistas ricardianos y posteriormente por Marx (…) El futuro de la izquierda depende de su capacidad para hacer frente a la actual revolución posindustrial, no con un esfuerzo nostálgico para dar marcha atrás al tiempo, sino con un fuerte sentido de futuro, contemplando los grandes espacios que pueden abrirse para la libertad, la creatividad y la colaboración voluntaria más allá de la crisis del actual orden económico y social. (op. cit.).

El repentino florecimiento de ensayos sobre la desbeatificación del Trabajo debería incitar cuando menos a cierta reflexión. El auge de las teorías de Paul Lafarge está lejos de ser simple pereza y parasitismo. Consiste, cada vez más claramente, en una búsqueda de fórmulas en las que la ociosidad, en el rico sentido etimológico de la palabra, adquiera derecho de ciudadanía y coexistencia con formas de producción y consumo hechas a la medida de la satisfacción humana. Se habla de espacios sociales discontinuos formados por una esfera que aseguraría la producción planificada de todo lo necesario e imprescindible, y de otra esfera autónoma de individuos libremente asociados que producirían lo que particularmente considerasen apetecible y deseable.

Y esta frugalidad, se nos advierte, es hoy posible ya que el problema no está en la producción, sino en la distribución. El colectivo Andret y Ellul calcula que, en base al desarrollo tecnológico actual, trabajando sólo dos horas por día no hay razón para que disminuya el nivel de vida (…) Obviamente, en una coyuntura marcada por el paro y sus secuelas, reivindicar a Lafargue puede considerarse como una “boutade”, como una broma de mal gusto, como ganas de “epatar”, o, incluso, como un insulto o provocación. En cualquier caso, lo que nadie puede negar es que los seguidores de Lafargue poseen, además de su dosis de utopismo, la virtud de advertirnos que el trabajo “per se” no nos hará libres, como rezaba la sentencia nazi en el campo de concentración de Auschwitz.[26].

En este movimiento, con el que el cuerpo social reacciona masiva y vigorosamente en pro de las calidades de vida y la salvaguardia del individuo, el vasto sector de cuantos trabajan en la Enseñanza que era Media no sólo está marginado, sino que se le ha encerrado en el vagón que va en dirección contraria. Los interesados mismos se muestran renuentes, silenciosos, tibiamente reformistas y expectantes de soluciones exteriores a remolque de exigencias exógenas. Constituyen uno de los últimos reductos de white collars, tirando más bien a azul porcelana, sobre el que la demagogia obrerista de los líderes gubernamentales ha ejercido una función culpabilizadora que los representantes del poder cultivan celosamente. Y ello porque conviene disponer de un colectivo que se preste a ser el último de la lista, un destacamento de kamikazes descremados que se flagele con periodicidad y se someta sin chistar a la lógica del empeoramiento progresivo. Esto significa empleo fijo y campo franco para el nutrido comisariado de vigilantes del cumplimiento de la Ley, porque éstos no suelen tener más brillo

que la fidelidad al que les nombra, más mérito que la invocación a las bellezas del trabajo infatigable, ni otras prendas intelectuales que la maestría en la delación y la vigilancia. Sin estajanovismo no son nada, pero su mediocridad es consciente de sí misma y les impulsa a defender el mantenimiento del sistema que les es propio, la red nutricia que se desvanecería tan pronto como entrasen en sus mallas la inteligencia y la libertad.

 

 

De la toma indolora de un Palacio de Invierno

Tanto aquéllos cuyas conciencias precisan de cierto horizonte como los que necesitan justificar un puesto de responsabilidad u optan por hacer tajantemente bandera de doctrinas anteriores o se saben condenados a bracear en incertidumbres que no les darán el consuelo de lo absoluto y ni siquiera las dulzuras del ideal. Intelectualmente, hace tiempo que se proclama el abandono de la utopía. Reflexivamente, se asume con gran dificultad tal abandono y raramente éste se incorpora a la metodología interna, que sigue siendo fundamentalmente maniquea además de marcada por las incoherencias lógicas que en ella han ido dejando los totalitarismos del siglo XX.

La conjunción en España de, por una parte, la crisis del cambio de régimen y la llegada al poder político de un partido de terminología-e incluso a veces, en algunos de sus militantes, de vagas convicciones-obrerista, y en cualquier caso obligado a dar una imagen de tal, y, por otra parte, de una pretendida reforma del sector público (y de la Enseñanza Media pues) en plan toma de un desguarnecido Palacio de Invierno, ha dado lugar a una ejemplificación singularmente didáctica de los postreros usos de la iconografía proletaria. Ésta, como una pesada argamasa uniforme, se supone mágicamente capaz de tapar los huecos de una problemática que le es ajena y reemplazar con el encofrado desequilibrios de vigas y de cimientos.

Esa liturgia, manida pero en ciertos estratos irreemplazada, exige que el intelectual sea un parásito vergonzante, el único trabajo auténtico la jornada de cuatrocientos ochenta minutos y, si es posible, a pico y pala, o, en su defecto, el bloque de documentos y los codos hincados-profundamente-en la mesa, en la misma mesa. De ahí se pasa a considerar a todo el que no trabaja de minero, aceitunero o que está en paro, como un burgués explotador, y los profesores se ven, pues, ascendidos-nunca soñaron tal-a la categoría del capitalista vampiro aunque sin sus ventajas, deudores de ese proletariado en el que los obreristas necesitan creer como imaginería para, así, creer en sí mismos, y especialmente para obviar el vértigo y el esfuerzo intelectual que representa la planificación de un futuro fluido y rebelde a las normas previstas.

El profesor de Secundaria, y antes Media, explota al labrador y al cantero y vive gozosamente con el zumo extraído del parado y del obrero del metal, cuyos sudores bebe en sus culpables ocios junto a su café culpable (quien esto escribe no necesita recurrir a la hipérbole: está reproduciendo una conversación). De ahí a que la primera dosis intensiva de Panacea pase por buscar la mimetización en bloque de este sector público con el status de los trabajadores más desfavorecidos la distancia es mínima.

La argumentación sorprende ante todo por su perfecta falta, y ni siquiera pretensión, de lógica dentro del más puro estilo de unión de contrarios y suma de diversos. Se presentan gratuitamente situaciones distintas enlazadas, atribuyéndoles categorías de causa-efecto: proletario versus intelectual, honesto trabajo cuantificable versus turbias dedicaciones que llevan en su naturaleza el fraude. Es el territorio del mito, la iconografía cuyo cumplido corolario ha llegado en algunos países y ocasiones hasta el disfraz físico de trabajador manual.

En ningún momento se plantean las premisas elementales, la validez o invalidez de la labor fundamental, que en el ejemplo dado consiste en transmitir conocimientos, activar y enriquecer el mundo intelectual de los alumnos. Lo que se evoca es un ritual igualitario al que no justifica más que la necesidad de actores en un una obra sobrada de directores escénicos. El evidente arcaísmo que señalaba Baudrillard en estas actitudes procede de una defensa crispada, de las angustias de los nuevos regímenes a la hora de organizar un mundo que ya no funciona por ninguna de las leyes familiares a lo que confortablemente se etiquetaba como izquierda. El relativo bienestar ha producido en Occidente una defensa cada vez más cerrada por parte del individuo de sus parcelas de autonomía y de satisfacción, de la misma forma que todo ocio, al dejar más espacio al pensamiento, trabaja hacia la singularización de las conciencias. Desde mediados de los ochenta le tocó al sector público y al profesorado protagonizar en España el exorcismo de los males sociales. El proceso es demasiado fácil y fullero para ser erróneo, no digamos inocente. Por el contrario, puede ser sincera-aunque no por ello menos obtusa- la reacción del intelectual que se cree obligado, por fidelidad a la tribu de los que considera buenos, a sentirse culpable del paro y demás carencias. La anécdota se inserta en el rosario de autocríticas, en los vastos ejercicios espirituales con que lleva fustigándose gozosamente la autobautizada izquierda europea desde hace décadas. El proceso tiene, además, grandes ventajas porque es, en realidad, una mullida forma de conformismo: elimina la reflexión, el planteamiento de rebeliones, las incómodas protestas y enfrentamientos con enemigos mucho más cercanos que las vagas premisas ideológicas y, con un plus de buena conciencia, rubrica los placeres de la sumisión y reduce la problemática al ejercicio de técnicas para acomodarse cada cual en el hueco más asequible, cultivar la parcela de amistades y pequeños beneficios y asegurarse un pasar hogareño sin sobresaltos.

La tradición judeocristiana ha prestado unos cimientos envidiables a la conciencia pecadora, de cuyo discreto encanto nuestro siglo XX y el que comienza son, al parecer, extremadamente golosos. Al Buen Salvaje rousseauniano corrompido simplemente por el hecho social le ha sucedido el Buen Tercermundista explotado por todos y cada uno de los europeos. Asia, África, América Latina poseen la intacta virginidad de la utopía.

Mais les intellectuels européens ont pris, de longue date, l’habitude de se couvrir la tête de cendre et d’annoncer leur propre effacement. Aragon, dès 1925, se pourléchait de notre imminente agonie. Sartre s’est surpassé dans l’autodétestation avec sa préface à Frantz Fanon (…) Instrument brouillon mais décisif de cette contrition forcée: la télévision, avec ses images lancinantes d’orbites creuses et ses chiffres de misère en vrac, d’où toute âme sensible ne peut que conclure à notre ignominie. Nous exterminons ces enfants-squelettes, nous sommes des nazis économiques, nous devrions rougir de seulement survivire, etc. C’est la prime au carnage le mieux filmé, au démuni le plus geignard, la porte ouverte aux campagnes débiles telle l’invitation récente à manger moins de viande (…)

Autres auxiliaires, généralement involontaires, d’un mimétisme de mauvais aloi: l’ethnologie et l’idéologie du bon sauvage qui s’y mêle. Ou encore, plus nigaude, la vogue du spiritualisme hindou (ce Club Méditerranée de l’âme), des sectes bidons et de l’oecuménisme à la Garaudy, réducteur des diversités. Décidément, les Blancs du Nord seraient les plus grands criminels de l’histoire, génocidaires par essence, forbans par nature, affameurs par cynisme foncier, l’ordure des nations: auto-accusation morale qui, par parenthèse, nous maintient, ainsi que nos victimes, dans une irrresponsabilité infantile.[27]

( Pero los intelectuales europeos hace tiempo que han cogido la costumbre de cubrise la cabeza de cenizas y anunciar su propia desaparición. Aragon, desde 1925, se relamía ante nuestra agonía inminente. Sartre se ha superado a sí mismo en la autodenigración con su prólogo a Franz Fanon (…) Instrumento confuso pero decisivo de esta contrición forzada: la televisión, con sus imágenes desgarradoras de órbitas hundidas y sus cifras de miseria a granel, de las que cualquiera con espíritu sensible no puede sacar como conclusión sino nuestra ignominia. Nosotros exterminamos a esos niños esqueléticos, nosotros somos los nazis de la economía, deberíamos ruborizarnos por el simple hecho de sobrevivir, etc. Se trata de la prima a la matanza mejor filmada, al desdichado que más gime, la puerta abierta a campañas de tan profunda estupidez como la reciente invitación a comer menos carne (…) Otros auxiliares, generalmente involuntarios, de un mimetismo de mala ley: la etnología y la ideología del buen salvaje que se mezcla a ella. O, aún más estúpida, la moda del espiritualismo hindú (ese Club Méditerranée del alma), de las sectas de pacotilla y del ecumenismo a lo Garaudy, reductor de diversidades. Decididamente, los Blancos del Norte serían los mayores criminales de la historia, genocidas por esencia, bandidos por naturaleza, causantes de las hambrunas por cinismo innato, la basura de las naciones: autoacusación moral que, por paréntesis, nos mantiene, así como a nuestras víctimas, en un estado de irresponsabilidad infantil. Trad.de la autora).

Como los buenos salvajes escasean y los tercermundistas quedan lejos y suelen pasarse al bando contrario en cuanto tienen la ocasión, se les ha reemplazado, para uso local, con víctimas honorarias más próximas a las que se pueda recurrir para mostrar a las víctimas reales cuán afortunadas son en comparación con aquéllas. El obrerismo continúa funcionando, aunque los ingresos de fontaneros y albañiles lleven varias cabezas de ventaja a buena parte de las nóminas y pese a que la argumentación es nula y se limita a sumar peras y manzanas.

En formato doméstico y a corto plazo, los gobiernos encuentran grandes ventajas en el fomento de estos tópicos, hechos para crear sumisiones y mellar críticas. La culpabilidad actúa como desvitalizador de las actitudes más lúcidas o más enérgicas; ella será la que produzca el avergonzado y mudo asentimiento de numerosos profesionales, el balido del Muchos están peor ante una ducha de improperios y amenazas que se ha vuelto cotidiana, pero en la que un examen más cauto revela una ausencia total de razonamiento lógico y de datos objetivos. A los profesores les corresponde ser perezosos, explotadores e indignos con la misma alegre facilidad con que el empleado de banca es un lacayo del capitalismo y el intérprete chino de Mozart un vendido al imperialismo occidental. Todo depende de quién, cuándo y para qué otorga los certificados.

Puesto que de certificados se trata, es difícil no ceder a la tentación de reproducir algunos de los cursillos ofrecidos por el ínclito ICE, ese instituto de Ciencias de la Educación y Alcázar de la Logse al que se debe, en proporción nada desdeñable, la ruina de la Enseñanza Media, porque es materialización, refugio y símbolo del cónclave pedagógico que, a profiláctica distancia de la tiza, se ha labrado un lucido porvenir a costa de los docentes. El folleto para el 21 de abril de 2001 reza:

Metodología didáctica de la Enseñanza Secundaria-Universidad Autónoma de Madrid.

 

Metodología didáctica en secundaria

1-Cómo favorecer la motivación de los alumnos: 65 técnicas para lograrlo.

(…)

4-Como “desempeorarse”(sic). Análisis del “Ego Docente del profesor de secundaria: 300 defectos principales

El folleto no especifica si se reparten en el curso cilicios y flagelo, o si pueden sumarse como créditos la participación en procesiones de penitentes y los retiros de examen de conciencia. Pero brilla en estas páginas la esperanza de que el alumno logre algún día perdonar la exigencia de los que, quizás, intentaron introducir en su mente conocimientos para él extraños. Se adivina en el cursillo un horizonte de firmes propósitos de humildad que se materialicen en tareas de voluntariado como vigilante de recreos, ordenador de mochilas y adecentador del aula: Y en un agradecimiento infinito hacia los que, desde despacho y obras completas de los grandes benefactores de la Humanidad, emplean su vocación de formador de formadores en tareas tan ingratas como prometedoras. Los trescientos defectos son sólo el comienzo. La lucha-y el filón de cargos y sueldos-continúa.

 

 

La tecnificación del Humanismo

Sobre las áreas de Letras incide una continua lluvia de metodología técnica, idónea quizás para ciertas asignaturas de Ciencias pero inadecuada para materias que, por su substancia misma, reclaman un tratamiento distinto y dan sus mejores frutos con frecuencia protegidas por la autoformación y la libertad individual. Esto no niega en modo alguno las ventajas del trabajo en equipo, pero sí rechaza que ésa sea la sola y única forma óptima para todos los docentes. El uso de material no accesible fuera del centro condiciona a veces las actividades, pero, como tónica general, los que enseñan-enseñaban-a adolescentes no dan sus mejores frutos, y ni siquiera su rendimiento habitual, sino cuando gozan de amplios espacios de formación autónoma y de márgenes permisivos con que desarrollarla. El control dirigista y la continua exigencia de público por parte del que precisa de coro para justificar burocráticamente su presencia son factores decisivos en el deterioro profesional.

Con el fervor propio de los neófitos, la metología de las ciencias, armada de su superior consideración socioeconómica, invade el campo humanista y desdeña en él toda labor que no se ajuste a los usos del biólogo, el matemático y el físico. Se encuentra con la escasa resistencia de un personal más que medianamente inseguro y acomplejado, y avanza por un terreno abonado por la visión que se quiere ejecutiva y moderna de las altas instancias. La eliminación de las lenguas clásicas, de las horas lectivas antes destinadas a Historia, Lengua, Latín y Griego, corre, además, el comprobable peligro de no ser ni siquiera sustituidas por su equivalencia en Física o Matemáticas, sino simplemente eliminadas, junto con cursos enteros de Bachillerato (es el caso español desde 1990), para ofrecer el conjunto bajo la vaga forma de áreas, palabra dotada de cierto prestigio geométrico. La Logse impone un puré bajo en neuronas que contiene retazos aguados de algunos saberes. Se parte del presupuesto que condena la concreción, la calidad, la envergadura y la categoría, que precisa la poda de asignaturas fundamentales para hacer sitio a la puerilidad y confusión de niveles primarios transplantados-con los encargados de su magisterio-a la enseñanza de adolescentes. La consigna de lo mezclado, anónimo e indistinto destiñe sobre la totalidad del sistema, condena los valores objetivos, asimila Peluquería y Química e impone al individuo la dictadura del equipo y la forzosa homogeneidad de pareceres. Las diferencias-de criterio, actuación, enfoque-, lejos de ser enriquecedoras, se juzgan nocivas e incompatibles: El esquema, a todos los niveles, está hecho para someter al conjunto a un molde relleno de un batido pedagógico de docentes intercambiables. Libertad de cátedra y libertad intelectual no son sino términos nostálgicos, restos de una época pretérita, y su uso resulta aún más irónico cuando se considera la supuesta autonomía de los centros favorecida por la Reforma. Porque esa dinámica proliferación de textos que son un sofrito acrónico de fichas y una exégesis de clichés según el catecismo progresista al uso, el destierro a los basureros de la historia de Geografía y Literatura, Ciencias Naturales y Filosofía, para reemplazarlas por el rastreo entusiasta del barrio del alumno y el estudio del folklore de su comunidad autónoma han producido una censura de peligrosidad extremada, semejante además en la caricatura que su contexto le permite al bullicio demoledor de la Revolución Cultural China.

 

 

El derecho a la autoestima

Por autoestima se entiende el necesario y saludable aprecio de sí mismo de que toda persona debe disfrutar para mantener relaciones sanas consigo y con su entorno. Una de las claves de que se valió el PSOE fue precisamente, por encima de los derrotismos usuales, impulsar a los españoles al optimismo, revalorizarles su propia identidad como país y como individuos, limpiar de complejos su presente e imbuirles seguridad ante el futuro. Esto se hizo al precio de cierta amnesia colectiva, que va pasando factura, y de un espejismo de limitada caducidad.

Es curioso que se haya recurrido luego a maniobras de signo contrario siendo el recurso, como es, de una eficacia y de una oportunidad probadas. En la arena nacional, los valores de cambio han sido la flagelación-esos deliciosos rigores de los que ya se ha hablado-y el autoescarnio. En la microarena de la Enseñanza, que era todavía en los ochenta Media, se diría que los interesados y sus jefes se recrearon en dar una imagen coyuntural mediocre y catastrofista, lo que justificaba sotto voce el consenso de necesidad de mano dura y otorgaba al Gobierno poderes discrecionales que se tradujeron en la invasión de las instituciones.

Se ha subrayado, aunque nunca lo suficiente, la tibia e indefinida conciencia refleja del profesorado. En su mayoría el colectivo tiene un comportamiento timorato y gustosamente acomplejable. Ninguna afirmación parecía lo suficientemente dura ni tinta lo bastante negra para pintar el estado de la Enseñanza en España, se partía del supuesto de que la situación era radicalmente mala, y esa radicalidad asumida justificaba por sí misma todas las reformas.

Desentonaba llamativamente la simple afirmación de que no era así, de que las enseñanzas impartidas eran de nivel más que aceptable, los institutos no se derrumbaban y el colectivo profesoral no estaba masivamente formado por ineptos ayunos de guías pedagógicos, defraudadores, absentistas, corporativistas desalmados e indiferentes. Frente al vistoso catastrofismo adobado de adjetivos maximalistas (“todos”, “absolutamente”, “por completo”, “radicalmente”, etc) una visión ecuánime y serena hubiese apuntado la existencia de un colectivo con niveles de interés por su trabajo y por las personas con las que tenía contacto diario que en nada desmerecían, y eran con frecuencia superiores, de los de otros cuerpos profesionales. Bajo condiciones de motivación económica y promoción intelectual extremadamente débiles, se llevaban dando sin embargo en la Enseñanza Media comportamientos que no se caracterizaban por la dejación ni por el incumplimiento mayoritario. Al contrario, no era raro encontrar en esa labor grados de dedicación poco abundantes en otras.

Se trata de una faceta de la panacea decimonónica, del mito de la Educación Fuente del Bien y del Mal, y de la tendencia a magnificarla en positivo y en negativo. Los trabajadores del metal o de las comunicaciones pueden reivindicar sin reparo sus necesidades específicas y asumen el rendimiento vario de sus sectores. Con el profesorado se ha conseguido un sentimiento de defraudadores públicos en potencia, evidentemente acompañado de desprecio hacia lo que les concierne. Resulta difícil creer que haya alguna posibilidad de mejorar razonablemente la Enseñanza con mayúscula si los enseñantes, con minúscula, no recuperan un mínimo grado de autoestima. En este sentido, es ilustrativa la actitud de quienes, por diversos motivos, se han identificado como los destinados a llevar a cabo la limpieza de los Establos de Augias que, a su entender, eran material y potencialmente los institutos, y a poner coto a cualquier brote de insumisión ante los Grandes Ideales Igualitarios de la Reforma. Lejos de aspirar a progesistas de las Luces, ni siquiera brillaron como absolutistas ilustrados porque la distribución era de sombras, de recorte del saber y de veloces incursiones en territorios ajenos a la Razón. Había mucho de todo con el pueblo pero sin el pueblo cuando se diseñaba e imponía un sistema de Enseñanza sin contar en absoluto con los profesores, pero no puede olvidarse que la comparación con ilustrados, liberales o absolutistas, es de pura forma, porque en este caso se trataba de prioridades de clientela, de imperativos de obtención, y oferta, de cargos, nóminas, votos y puestos; no de ideas nacidas de la pureza del deseo de cambio. El armazón ideológico venía a justificar un producto definido por el cui prodest?, por la radiografía de sus beneficiarios, la cual, como documento comprobable, puede examinarse en sus efectos casi tres lustros después, cuando ya se ha extendido la Logse a sus últimas, y desdichadas, consecuencias.

Obviamente, el cui prodest? no se presenta jamás en su cruda desnudez: Reviste las cualidades de la túnica que, por necesidad y apariencia, está llamada a formar parte de la piel. Su versión castiza es la rotunda interrogación retórica de Los intereses creados: ¿Quién no se considera superior a su propia vida?. Esto enlaza con las actitudes de religiosidad laica que brotan con frecuencia en esta profesión y constituyen una variante particularmente nefasta de la peligrosa identificación del individuo con sus funciones sociales. Se presta a ello el contacto diario con personas sobre las que se ejerce (ejercía) un grado de autoridad, la similitud con algunas células familiares, y una serie de mecanismos cuya enumeración sería larga. Como rasgo social, es en extremo significativa la presencia en la Enseñanza Media, ahora Secundaria, de un número considerable de mujeres. El sector femenino está pasando, en esta época de transición, de la exclusiva dedicación al círculo de la familia, el trabajo casero y los sentimientos a las actividades profesionales. El proceso no ha hecho sino comenzar. Su madurez en extensión y, sobre todo, en profundidad ocupará todavía algunas generaciones. Hoy por hoy esto incide en la Enseñanza en dos aspectos: la consideración del trabajo docente como un apéndice subsidiario de la economía familiar y, en el polo opuesto, la necesidad de hacer de esa labor una completa justificación personal en la que se vuelcan sentimientos y querencias desmesuradas. Entre ambos polos se sitúa el síndrome que se podría llamar del cuarto de estar o la mesa camilla, la tendencia a hacer del instituto una prolongación hogareña repartida entre los íntimos con una óptica de familiar amparo , pero de violenta agresividad excluyente a la hora de defender para sí y los suyos el dominio de ese lugar que se considera patrimonio propio y que suele estar cercano al domicilio. El elemento femenino es, en este último caso, no único pero sí ampliamente mayoritario, las conversaciones abundan en la terminología maternal, los alumnos (quince, diecisiete años) son niños, precedidos por el posesivo, las conversaciones en espacios de descanso y fuera del centro giran en torno a comidillas sobre las ocurrencias de los infantes y los problemas adultos de salud, la temática externa, el interés intelectual son mínimos, pero la intolerancia es, en caso de defensa de un territorio que se considera adquirido, absoluta y el rechazo de los que poseen mayores méritos académicos y profesionales total. Por ello este sector ha resultado especialmente receptivo a la Logse, puesto que su ecosistema está en realidad mucho más cerca de la escuela primaria local que de lo que eran la Media y el auténtico Bachillerato. El Ministerio lo ha entendido perfectamente así y se ha valido de él para formar equipos directivos, imponer la Reforma por anticipado, asegurar la purga y el ostracismo de los catedráticos y agregados disidentes, forzar la fusión física y administrativa de institutos y colegios bajo el eufemismo de integración y presentar los hechos como inamovibles.

Como en política, también en numerosos casos profesionales la mujer todavía obedece a mecanismos de entregas absolutas por una incapacidad de distanciamiento y de pluralización de los intereses que sólo el tiempo irá haciendo desaparecer. Es obvio, sin embargo, que el tipo de sacerdote laico de la Enseñanza no es exclusivamente femenino. Le caracterizan actitudes monolíticas y autoritarias apoyadasa en invocaciones al Bien Común y al Servicio Público. Esto le permite asumir la postura de superior pureza del censor y hacer pesar sobre sus colegas un desdén fundado en la incapacidad de éstos para tan excelsos grados de dedicación y devoción.

Nada de ello tendría mayor interés si no abonara el característico complejo de culpabilidad latente y no tergiversase la sana y razonable dedicación profesional; amén de los escasos beneficios que obtienen los alumnos de estos apóstoles que se identifican mucho más con los padres obsesivos que con los propios adolescentes. El peligro capital de la religiosidad laica, de los moralismos al uso, es su incapacidad profunda de vivir la tolerancia, su impotencia respecto a la pluralidad. Los evangelistas no suelen conformarse con la idea de que existen otros mundos además del que ellos escogen para predicar.

En la Enseñanza Media se han encontrado siempre doctores y licenciados que no han canalizado el ejercicio de su título por caminos más ambiciosos socialmente y de mayor riesgo y remuneración. En las últimas décadas se han volcado en ella los que, tras la universidad, temían el paro y las estrecheces de un mercado laboral roído por la crisis económica. Existe, por último, un tercer componente de personas que realmente la han escogido como opción, laboral y de una cierta calidad de vida preferible a mejores sueldos. En el fortuito aporte de la valía intelectual de muchos de los que han sido empujados por la crisis hacia las aulas y en el de otros para los que en la existencia la libertad y el tiempo cuentan más que la nómina se encontraba el abanico de posibilidades más esperanzador. Es lo que el burocratismo estatal y la legislación reinante están destruyendo de raíz. Quien puede, abandona; individuos de una calidad notable, de excelente formación, han sido confinados, o se han confinado por fuerza de las circunstancias, a los rincones más grises en espera de la liberación de lo que la burocracia ha convertido en pelotón de castigo en la guardería. Porque la continua usura en la calidad de vida ha hecho odioso su trabajo y ha falseado el único ejercicio real de su labor: dar clase y darla bien.

 

 

El techo de posibilidades de los alumnos

Si el techo de posibilidades de los profesores se caracteriza por su raquitismo, el de los alumnos es gris, no sólo por la inevitable monotonía y aburrimiento que conlleva toda actividad impuesta, sino por el plomizo horizonte de incertidumbre que perfilan los índices de paro, la precariedad de los contratos laborales y la amputación de la dimensión adulta que su edad normalmente hubiera de ellos requerido. A este tono brumoso se añade la carga de eufemismos, la incongruencia de proclamas de enseñanza dinámica, metodología revolucionaria, evaluación permanente. Los alumnos prefieren atenerse a unas claras y bien delimitadas reglas del juego obligatorio que en todo grupo humano constituye el adiestramiento del individuo para integrarle en la sociedad. Un notorio riesgo reside en el momento en el que el profesor magnifica su papel y el papel de la docencia y se indigna de que no se comparta la transcendencia de su visión. El techo físico de los alumnos es un cubo de cemento en el que pasan seis o más horas diarias. Llegados al curso final, sus intereses se vuelcan en la selectividad y la nota media que deben alcanzar para ingresar en según qué facultades. El instituto, y su periodo de aprendizaje, ha perdido aceleradamente función propia alguna: recibe niños en un estado de semianalfabetismo que se dejan pasar, indiscriminadamente, desde la Primaria, prolonga ésta con eufemísticas promociones, sin estudio, saber ni mérito, hasta los dieciséis, dieciocho o más años porque se impone la oferta casi indefinida del aparcamiento del joven, concentra en dos cursos de algo que sólo conserva del Bachillerato el nombre lo que se daba antes en cuatro de formación Media, hace por primera vez en esta etapa chocar a los adolescentes que se ha venido manteniendo en la infancia contra algo que empieza a parecerse al principio de realidad. Y abre las puertas de la guardería para verterlos, cuando ya la familia debe resignarse-muy a su pesar-a hacerse cargo por completo de este adulto, en la jungla. La Reforma Educativa impuesta por el PSOE y mantenida cómodamente por el PP es un enorme altavoz que les promete, como a los compañeros de Pinocho en la Ciudad del Placer, diversiones continuas, esfuerzo nulo, inexistencia de exámenes, aprobados para todos, salas de charla y mesas cubiertas de dibujos, muñecos de papel y lapiceros de colores. El altavoz truena e insiste: ninguno es menos que otro, nada tiene que envidiar el vago al estudioso, el que atiende al que insulta. Muy al contrario, al peor de ellos le asisten-de forma paralela a la práctica impunidad del criminal juvenil-el abanico protector del que sus víctimas carecen e impondrá su ley al conjunto cuanto y como le plazca.

A menos exigencias de conocimientos y de elemental corrección, más interiorizan los alumnos la certidumbre de que se les debe a perpetuidad el derecho, sin la menor contrapartida, a recibir completa asistencia, inmerecidas gratificaciones, exención absoluta de pago, indefinida tregua en la necesidad de asumir responsabilidades. Su educación se ha transformado en un adiestramiento parasitario, en un forzoso anclaje intemporal al que falta el principio de realidad, la aceptación del riesgo personal y de la conciencia de la inevitabilidad de la fatiga y del trabajo solitario. Ante las llamadas al orden, a la atención, a la necesidad de simple reflexión reaccionan con auténtica sorpresa. La simple expresión de ideas por escrito les parece tarea abrumadora. Exámenes, reválidas, selectividades son reprobables muestras de represión, fósiles de dictaduras pretéritas. El fraude, que consagra una normativa del noventa que ofrece todo sin proporcionar nada, es de calado porque, al reducirlos legalmente a una categoría infantil que por edad y desarrollo mental no les corresponde, les están amputando etapas imprescindibles y privándoles de los alimentos necesarios para su crecimiento.

La familia recibe esta oferta con alegría; es más, aspira a que el instituto los tome a su cargo, prolongue indefinidamente la responsabilidad completa del colegio-es la idea materializada en los centros de integración-y aplaude la pinza tutor-padres que convierte a aquél en continuo sustituto de éstos que debería sentarse a su cabecera, hurgar en sus más escondidos pensamientos, disipar sus dudas sexuales y mecerles con la autoafirmación que necesitan. Pero el alumno no es ya un párvulo por mucho que se le quiera reducir a tal y él mismo siga el juego por la comodidad que implica; precisa de espacios de libertad, de autonomía y distanciamiento respecto al local donde pasa más de la mitad de la jornada. Hay un carácter profundamente malsano en esa aspiración totalizadora al control de los niños que ya no lo son, que no lo son de los profesores y que nunca deberían serlo por grande que sea la presión ejercida por la opinión pública en este sentido (la palabra integración es, por demás, fraudulenta: incluye, con ligereza triunfalista digna de juzgado de guardia, la inclusión en las aulas de estudiantes afectados de discapacidades profundas sin que se les asigne personal especializado y sin que existan siquiera rampas o ascensores en el edificio). Pero esa ampliación de supuestos espacios sociales de acogida es la gran chocolatina que el Gobierno, sabedor de la falacia del sistema y presto a aprovecharse de su demagogia, está dispuesto a vender a cambio de votos: explotación del personal existente ampliando horarios e imponiendo tareas fuera de su área profesional; y a cambio también de los huecos laborales que estas necesidades artificiales y ficticias ponen a disposición de la clientela de burócratas, orientadores, pedagogos y consejeros.

Con ser gravísimo el descenso en los conocimientos, la amputación de las asignaturas humanísticas, la reducción y mezcla de materias, como la Literatura y la Lengua, en un resumen fragmentado y arbitrario ayuno de hilazón histórica y transfondo cultural, las claves del vasto robo del nivel de enseñanza que a este alumnado hubiera correspondido se encuentran en la eliminación de los conceptos mismos de estudio, mérito individual, trabajo intelectual y esfuerzo. Se vive en una sociedad de consumo inmediato y la fiebre de mostrar aplicaciones prácticas alcanza, en su deseo de motivar, extremos ridículos, cediendo a la vertiente paternalista del Estado-Providencia, que convierte a los alumnos en eternos lactantes. El hecho en sí de aprender no existe como valor, la utilización y el desarrollo de la memoria, de la conceptualización, de la capacidad de abstracción, de síntesis y de análisis se suponen reemplazadas por vagas actividades semimanuales, por supuesto en equipo y ligadas a los cuatro tópicos del indispensable catecismo que acabará haciendo del arte, de la historia y de la literatura españolas el más timorato de los páramos.

Eliminadas socialmente, hasta edades muy tardías, competencia y el riesgo, los jóvenes se decantan, con más ferocidad que en el sistema de enseñanza anterior, entre los que provienen de familias capaces de pagarles estudios en centros eficaces y selectivos y los que se ven reducidos al deteriorado almacén en que se van convirtiendo las instituciones públicas. Se ha construido en esta probeta un especimen de sociedad que, como va ocurriendo en las corrientes de su entorno, adolece de la ignorancia del precio, se acuna en la muelle impresión de gratuidad y distancia, sea cuando se trata de alabar ideologías de realización ajena y remota, sea cuando el adolescente ve como prolongación lógica de tan larga infancia su paso a la Enseñanza Superior de un país que tiene el más desmesurado porcentaje de universitarios del mundo, a facultades donde va a instalarse, no porque tenga especial vocación ni intención de estudio; simplemente a causa de que le parece lógico el traslado a un nuevo aparcamiento indefinido que considera, como el anterior, servicio obligatorio y gratuito puesto a su disposición en bienes y servicios con la naturalidad con la que las hojas brotan en primavera.

En marzo de 2001 hubo una manifestación que puede considerarse ejemplar. El partido en el Gobierno, según su medrosa política de conservación de la Ley del 90 con algún que otro parche vergonzante para tapar las carencias más escandalosas, había hablado de mejora de calidad y exigencia avaladas por pruebas de paso entre los ciclos. Se cubrieron entonces los institutos, con sospechosa simultaneidad, de carteles de cuidada impresión en los que el sindicato de estudiantes convocaba en rojo al ¡Todos contra la Contrarreforma del PP!, y rechazaba con indignación cualquier intento de mejora de saberes y de rigor selectivo, que por entonces era inexistente. No pasaba sin duda por las mentes de ninguno de los manifestantes, que en su mayor parte estaban ya en la edad, no de la plastilina, sino del preservativo, que sus estudios eran pagados, silla a silla y mes a mes, por la cuota extraída de los trabajadores del exterior, que les correspondía cumplir su parte y que los que los alimentaban tenían derecho a exigir la comprobación de sus inversiones. La lógica continuaba siendo la defensa del niño que tira el plato de comida al suelo. La estrategia, cortada por el burdo patrón que delataban los carteles de la convocatoria, consistía sin más en atacar defensivamente al Gobierno para que no se le ocurriese mover ni un milímetro la silla de una Logse que continuaba siendo el economato de la clientela y sindicatos del gobierno anterior, a la que se había sumado, notoriamente en la Comunidad de Madrid, parte de la del PP deseosa, a su vez, de ingresar en ese club de demagogos que siempre se presenta en sociedad pretendiendo imponer, por medio de los institutos, guarderías ampliadas de la incómoda grey juvenil.

 

 

Café y ordenadores

Tras la achicoria cuyo reparto equitativo no la ha transformado en café, amaga otra falacia de tamaño al menos tan monumental como la Gran Revolución Cultural Educativa de 1990. Se trata de peticiones, y concesiones, de presupuestos repletos de guarismos con los que la calabaza se transformará en carroza electrónica, los alumnos en receptores del conocimiento universal y las materias en digeribles píldoras de sabiduría en formato de discos. Con una pasada de ordenadores, el sistema aparecerá modernizado y rejuvenecido, las conciencias oficiales satisfechas, la opinión feliz por las pioneras inversiones educativas y la clientela de Administración y de los dos sindicatos aún más felices porque esto les permite control de fondos, cursillos sin cuento e infinitos puestos en los que, sin más capacitación que la pericia de la tecla, desbancarán al docto y silenciarán al profesorado. El timo que se prepara va a ser antológico. La obvia adaptación al cambio informático es plataforma utilizable para manipular valores y metodologías y aprovecharse del papanatismo ambiente. De hecho, en estos terrenos vieron su oportunidad buena parte de los destacamentos logse. Evidentemente es más asequible por la vía rápida el cursillo de ordenadores que otras titulaciones, especializaciones, categorías y niveles para cuya adquisición han hecho falta años, pruebas y conocimientos. En los centros de lo que fue Enseñanza Media se impuso, en opciones, horarios, publicidad, la golosa oferta de pantalla, y con ella ocuparon con rapidez las primeras filas del espacio docente expertos del ramo que solían unir a su devoción técnica la que les inspiraba la Reforma. En la situación actual, sin una poda del lastre de la Ley del 90, la superposición de aditamentos informáticos equivale a la distribución de bonos para juegos de rol.

A nadie escapa que los métodos y técnicas van a sufrir una transformación tan radical como la que media entre el dirigible y las líneas aéreas regulares. La parte mecánica, acumulativa, almacenable y repetitiva de la enseñanza va a correr a cargo de la sistematización audiovisual. El papel del profesor sufrirá una remodelación intensa y forzosamente cualitativa, se ampliarán sus funciones de guía en la selección de fuentes y saberes y disminuirá el tiempo lectivo y la presencia física horaria. El material de consulta se multiplicará, contenido en un espacio mínimo de fácil acceso. Cualquiera que sea ahora la vena gubernamental formalista que pretende hacer pantalla de humo con disposiciones de un estajanovismo trasnochado e inútil, lo cierto es que las cosas no van por ese camino y que incluso el punto en el que nos encontramos está ya sobrepasado por los hechos.

El siglo que apunta deja entrever una posibilidad de existencia para la expansión óptima de las facultades individuales y para la opción de libertad responsable en el doble prisma de profesor y alumno. La técnica puede facilitar una serie de medios que suplirán a las cuerdas vocales, la pizarra, la fatiga física y la monotonía de las repeticiones. El estudiante dispondrá de estos medios y lo importante será la orientación en su uso, la forma de contrarrestar la inercia de la imagen con el cultivo de la reflexión crítica y de la memoria, y mantener, llenándolo de sentido, el factor humano. Harán falta locales apropiados y material opcional con cuyo contacto alumnos liberados en gran parte del esquema caduco de la obligada asistencia a todo, motivados y no abrumados en la medida de lo posible, den al vocablo estudiar el sentido que piden los tiempos.

Hasta ahora, como dice el adagio chino, con poner el letrero ya se ha pensado que existía la tienda. Se habla de modernidad y avances, de internautas y bancos de datos. Puro mito en las condiciones materiales existentes que, en pleno Madrid, distrito norte, siglo XXI, se reducen, por ejemplo, a dar clase todo el invierno con el abrigo puesto por deficiencia crónica de la calefacción, moverse entre paredes sucias, techos desconchados, mesas cubiertas de pintadas, rejas, pizarras rechinantes y añosas, largos tramos de escaleras sin ascensor, persianas rotas, polvo y aspecto carcelario.

Se habla también de dinámica y creatividad, de atención personalizada y perfiles minuciosos. Mito de nuevo. La tarea de limpieza de eufemismos es ardua en un medio tan propicio al verbalismo oficial y, por vulnerable y atacado, tan ansioso de autojustificación. Se ha contrastado artificialmente el método secular autoritario y pasivo con otro, que sería maravilloso e idílico, permisivo, activo, creativo, etc, etc. De esta ola se van decantando conclusiones más modestas, entre las que no es la menor la constatación, ahora sobradamente comprobada, de que no siempre las innovaciones, por ser las últimas, son las mejores.

 

-Desde luego, dedicamos todo nuestro cuidado a la descendencia. También en este aspecto tuvimos que tomar medidas muy distintas de las que existían anteriormente, cuando se dejaba la crianza al arbitrio del individuo. No, ahora ejercemos una asistencia que comprende al ser humano en su integridad sin omisiones hasta su vigésimo año de vida. Hemos perfeccionado los medios de la enseñanza audiovisual y trabajamos con programas que se adecúan a cada uno hasta en los detalles más nimios. Cada cual recibe una instrucción especialmente calculada para él, de acuerdo a sus talentos e inclinaciones. Es lógico que también entrenemos las cualidades del carácter y los modos de obrar. El resultado son personas en equilibrio consigo mismas y con el medio. Las tareas que les asignamos posteriormente se corresponden con sus capacidades y preferencias. Y están dispuestas a obrar de modo correcto y a adaptarse a las necesidades del sistema. Ya  no se sojuzga a nadie, ni física ni espiritualmente, ni de modo directo ni indirecto.

El objetivo final del desarrollo debe ser una captación y elaboración total de la información; para ello, el ciudadano debe cumplir también, en el marco de sus actvidades diarias, con su deber informativo; otros medios para la obtención de datos son las pruebas y los tests, algunos de los cuales se aplican de forma declarada y otros (para conservar la espontaneidad) de forma enmascarada. El material de datos psicológicos, junto con los resultados corrientes de las revisiones médicas, brindan una imagen abarcadora de la personalidad. De acuerdo al principio de la identidad entre Estado y ciudadano, no hay una esfera privada ni un derecho al secreto frente a las autoridades de captación de datos. Según los fundamentos positivistas de la información, la personalidad no es más que la suma de todos los datos individuales medibles. Sólo puede cumplimentarse el derecho del ciudadano a la protección y a la seguridad cuando hay una total transparencia de la estructura de la personalidad. Por tanto, el deber de la revelación ha sido incorporado como constituyente integral al párrafo I de la Ley Fundamental. [28]

Desde ese mundo de la ciencia-ficción que los vaivenes de la aceleración histórica dejan cada vez atrás llega el perfil sutil, diseñado desde los corredores de la infancia, de lo que podrían ser las vastas e impalpables dictaduras del mañana, mañanas entremezclados con el hoy, sazonados con la risueña prepotencia del bárbaro que juega con los mágicos poderes de los dioses y con la miseria de los que han visto en el dominio de las técnicas al uso la prótesis para un bagaje de inteligencia personal singularmente mezquino, y se han apresurado a utilizarlo como escala de su progresión social. No en vano la extensión del desastre intelectual de la reforma educativa comenzada en los ochenta dispuso de una fuerza de choque que se investía a sí misma con todos los atributos de la falsa ciencia, con el monopolio de la informática y la modernidad. Las milicias de la Reforma tenían ahí su oportunidad de ascenso rápido, de control indiscutido ante un público tomado de imprevisto y momentáneamente indefenso. La aprovecharon para deslumbrar con su función sacramental, desalojaron y despojaron, ocuparon desde los modestos aulas, horarios, grupos, nombramientos y cursillos hasta las alturas asesoras, mediáticas y ministeriales. Y vendieron su producto mediante el que, con el toque mágico de miles de millones y de conectores, hileras de mandriles se afanarían sobre sus teclados hasta transformarse-sin duda por la final ley de las variantes combinatorias-en cumplidos y razonables humanos. Esta orden de pretorianos-sacerdotes ha ido perdiendo buena parte de su lustre según se ha generalizado la informática, se ha incorporado el sistema global e instantáneo de comunicaciones a la vida cotidiana y se van apreciando los avances de las ciencias en sus necesarias contrapartidas, su esplendor y sus limitaciones. La función que la ciencia ha tenido en manos de los que la han utilizado, en provecho propio, para resultados contrarios a la inteligencia queda como un aviso para navegantes.

 

 

Milenarismo, productividad y paro

No se ha hecho secreto en estas líneas de la necesidad de dignidad, como premisa inmediata para cualquier proyecto, vasto o limitado, que modifique las condiciones en las que el profesorado trabaja. Se ha añadido y subrayado la urgencia de un saneamiento de las presiones que intentan dar dimensiones utópicas, pseudorreligiosas y fariseas al fenómeno de la enseñanza, y esto por un mínimo de higiene mental.

La profesión es propicia a la atomización, y lo es también a cierto mesianismo dirigista por la limitación del techo de posibilidades y por la magnificación e identificación de afectos insatisfechos con el papel docente. La dificultad reside en procurar espacios al derecho, a la pluralidad, a la delimitación profiláctica de tareas y al distanciamiento. Hay una premisa simple que se va filtrando tras más de un siglo de apasionados absolutos: el precio de la democracia, del bienestar, de la libertad, y, en general, de esos valores llamados humanistas es un margen de riesgo, de incertidumbre, de errores, de ineficacias, de inesperadas diferencias y de fracasos. Sólo los sistemas totalitarios aseguran cuotas diamantinas de producción, pero la producción así obtenida se condena a sí misma, es pura criatura burocrática alumbrada a costa de los valores creativos, originales, del factor humano. En los sistemas de funcionamiento democrático, cualquiera que sea su escala, la aceptación del margen de pérdidas, de la angustia de las inseguridades y del enfrentamiento solitario con el edificio de la propia personalidad es el precio; subyace en ellos la impresión de que la libertad, la satisfacción y el respeto no sólo son rentables: Son productividad en sí, pero de otro signo. Depende de qué sociedad se quiere. Un simple caso de prioridades.

Se entra en el siglo XXI con cierto terror ante un milenarismo técnico cuyo tren se escapa, y con la sensación de una masa abrumadora de personas a las que no se sabe, laboralmente, dónde poner. Miedo, crisis y desconcierto han producido curiosos rebrotes de exorcismos estajanovistas a los cuales no son ajenos la satisfacción de ser mandado y mandar, el placer de la imposición sobre los otros y también sobre sí mismo, la amalgama, en fin, de motivaciones cuya racionalización visible en el exterior, y a veces en la propia conciencia, puede tomar la forma de Bien Común, Orden, Eficacia, devoción al Servicio Público, con los cuales suelen legitimarse autoritariamente toda manipulación y todo fraude.

Son dioses desfasados pero de formulismo siempre listo para el consumo y de fácil y tentador recurso. La coyuntura incita a recordar y a refrescar algunos rasgos históricos de aquella religión laica, teleguiada por la nomenklatura en el poder, pieza de museo pero cuya liturgia aún caldea algunos espíritus. Hoy esas consignas son recordadas con melancolía-y aplicadas con ridículo-por la burocracia tecnológica, sin consideración de si ésta se coloca a las supuestas izquierda o derecha del espectro político:

El 26 de junio de 1940 el Presídium de la URSS hizo público un decreto que permitía llevar ante los tribunales a los trabajadores que se hubieran ausentado o que se presentaran con un retraso de veinte minutos, y condenarlos a trabajos forzados. La cuota diaria de certificados por enfermedad que los médicos de los hospitales podían extender se limitó a un número fijo, independiente del número de enfermos reales. Se instituyeron libretas, de función estrictamente disciplinaria, en las que se iban consignando todos los avatares de la vida laboral, actitud, cambios y rendimientos, y, según las cuales, el interesado podía obtener, o no, un nuevo empleo o la jubilación. Las cadencias se aceleraron enormemente.

Ya en los años veinte, el neotaylorismo había fascinado a los dirigentes de la URSS y había sido introducido bajo el nombre de NOT (Organización Científica del Trabajo). La primera conferencia panrusa del NOT, en enero de 1921, planteó cómo se podía obtener, en la sociedad socialista, rendimientos óptimos con el máximo de alegría en el trabajo. El fisiólogo Bechterev expuso su ponencia sobre La explotación racional de la fuerza humana en el trabajo.[29]

La liturgia continúa aunque el movimiento haya caído en desuso, pero se engalana con un nuevo modelo agresivo-ejecutivo made in USA sobre un fondo japonés de himnos a la empresa.

¡Qué es lo que ocurre exactamente hoy?. Citemos a la revista del PCUS “Komunist”: “La disciplina del trabajo socialista comporta, por un lado, la obligación, de parte de los administradores, de organizar racionalmente el trabajo; por otro lado, la obligación, por parte de los obreros y los empleados, de consagrar todas sus fuerzas al trabajo.

Y comenta Voslensky:

No se les pide mucho a los obreros: simplemente sacrificar la totalidad de sus fuerzas al trabajo.

Siguiendo esta lógica, la Administración es el órgano especializado en organizar el trabajo, sacar de él el máximo rendimiento, contabilizarlo y controlarlo.

La Nomenklatura considera que su misión esencial consiste en elevar al máximo las normas de producción, lo que desde su punto de vista es justo. A pesar de que suele extenderse, en la prensa, en largas tiradas sobre el indefectible entusiasmo que el pueblo soviético siente por el trabajo, la Nomenklatura, en el fondo de sí misma, está persuadida de que esta banda de perezosos no trabaja más que a medias, que se niega obstinadamente a darlo todo al Estado, que hay que romper esta especie de huelga de celo permanente.

La semejanza entre estas líneas y el tono que ha presidido las directivas de algunos prohombres del régimen actual es tan grande que explica una comparación en principio aparentemente desmesurada. La probeta de Enseñanza no es tan pequeña: afecta a varios miles de profesores y a bastantes miles más de alumnos que van siendo aparcados en la aulas y finalmente las dejan con un título simbólico. Es obvio que no se trata de un parangón entre el sovietismo y la política española, pero ésta última desde luego no se halla en absoluto exenta, cuando se le presenta la oportunidad, del recurso a la manipulación, el abuso y la exacerbación de la psicosis de perro pastor frente a rebaño perezoso. Se viene intentando una vez más en nuestra Historia-y ya parece que va la vencida-dar el salto definitivo a la Edad Contemporánea sin haber pasado por la Moderna. La falta de integración profunda de los mecanismos democráticos en la vida cotidiana deja amplios espacios para todos los complejos de nomenklatura. Existe una idea clara de la modernización como meta, que es hacia lo que oscila la mayor parte del país, pero tras ese término se sitúan distintas realidades: Hay fines materiales ligados a intereses, fines sociales y psicológicos confusos, y medios faltos de coherencia y sobrados de un populismo de la peor ley:

El presidente de la Comunidad de Madrid (…) entiende “perfectamente” el planteamiento de los docentes, pero cree que llegarán a un acuerdo con la Comunidad cuando comprendan que sus reivindicaciones deben pesar menos que los derechos de los estudiantes y que el objetivo de la medida es una mayor calidad de la educación.[30]

El presidente de la Comunidad está realizando, en estas declaraciones, cuando habla sobre una huelga docente contra la imposición de un calendario escolar en el que se aumentan los días lectivos, un llamativo ejercicio de inversión de términos. Al dictado del gabinete asesor que para estos temas ha nombrado, está enhebrando como probadas afirmaciones que no sólo son vagas sino falsas, asimila, con arbitrariedad generalista, calidad educativa con simple tiempo de permanencia de la globalidad del alumnado en centros a su vez globales; pretende ocupar, sin coste alguno, titulares en la prensa, asume y establece, sin más argumento que la imposición, que se prive al profesorado de uno de los rasgos que fueron determinantes en el contrato que con la Administración firmaron y que constituye hoy por hoy su única compensación y respiro, un calendario y unos días que obedecen, no a graciosas concesiones a la pereza, sino al complemento necesario de la usura de una profesión cuyas tensiones durante la permanencia en el aula alcanzan grados difícilmente soportables si no se intercalan periodos de respiro que existen y se respetan en los demás países europeos. La campaña no se limita al anuncio oficial sino que disfruta, a micrófono unánime, de vasto refuerzo mediático. Los reporteros exponen a los niños la injusticia de que los profesores tengan más vacaciones que sus papás. En ningún momento añaden la apostilla de que las carreras universitarias y oposiciones que hicieron esos profesores para acceder a tan, por lo visto, envidiable posición estaban abiertas a cualquier español sin discriminación de edad, religión o sexo. Tampoco ignoran el escaso entusiasmo de los papás por encerrarse varias horas con decenas de niños y adolescentes.

El Presidente gusta de planear a la elegante distancia de los intachables, se precia de mantener con la oposición relaciones excelentes, y no puede menos de ser tal porque, gracias a él, ésta ya no precisa serlo excepto cuando se la despierta para alguna actividad testimonial. Por el contrario, conserva puestos y prebendas como lo hacía con el anterior partido en el poder. De tal felicidad sólo están excluidas las víctimas de normas y leyes tan nocivas como la intocable e intocada del 90, de nombramientos que reafirman, con ligeras alteraciones en el mobiliario, el acomodo vitalicio. Los dos gobiernos se han sucedido en un gran baile de intercambio de parejas, sin salir del salón y sin que mengüen la barra libre ni la bandeja de canapés, y han practicado, avant la lettre, la clonación de organismos y cargos. El Presidente pasea, conversa y recibe escoltado por los amables beneficiarios del anterior desastre. Escucha, asiente e inaugura con unción y benevolencia de Pantocrátor mientras delega el manejo de los asuntos mundanos en esos delegados que son la viva imagen de la integración. Practica, en tertulias y conciertos, la elegancia exquisita del regalo al antiguo adversario político. Es una bellísima estampa de convivencia y tolerancia; augura mañanas ininterrumpidos de alternancia dual que no es sino facetas de una realidad única basada en el común interés de los participantes.

La demagogia nunca es casual. Cuando, desde el otoño de 2000, el alto cargo de turno decide recurrir a la oferta gratuita de ampliación del tiempo de guardería en los institutos, con la maniobra está cubriendo turbias etapas del pasado, abonando sus ambiciones de futuro y barnizando el presente con fidelidad áulica. Tiene que hacer méritos. Maneja sus mimbres con los que le urge procurarse cierto grado de notoriedad a coste presupuestario mínimo. Ha recurrido alegremente a la neolengua y vendido con gran aparato escénico que ya no habrá Semana Blanca (ergo, más tiempo de estudio y guardería disponible) Está llamando semana a tres días que se intercal