DIARIO DE A BORDO
LIBROS
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DIARIO DE A BORDO
Mercedes Rosúa
ÍNDICE
1-Con el diario en las manos.
2-El discurso del siglo XXI.
3-Consignas para un motín.
4-El salón de los ritos excitantes.
5-Oda rátida al episodio del buque correo.
6-La entrega de llaves.
7-El reparto del cofre.
8-El enviado de Piratas Irredentos.
9-Reparto de cargos.
10-Los Mercenarios Light.
11-Noticias internacionales.
12-La rampa viscosa.
13-Rueda de prensa.
14-Diktátor.
15-Gal
16-El Galeón de los Ritos Oscuros.
17-El cofre sin tesoro.
18-Camino de la Cala de los Malditos.
19-La Gabarra de los Lisiados.
20-Asamblea en la Sala Místico-Planetaria.
21-El dúo de la solución final.
22-La cruzada sexual.
23-Y en superficie…
24-La flota imperial.
25-El Congreso.
26-Himno del PIL
27-Confidencias.
28-Cónclave.
29-Las armas del Imperio.
30-Offing agente secreto.
31-El Hallazgo.
32-Traición y rapto.
33-Dulcita y el Imperio de la Felicidad.
34-Reparto de papeles.
35-Tercer grado.
36-El Foso de las Medusas Venenosas.
37-Duelos en Diktátor.
38-Hazañas Bélicas.
39-Asuntos de familia.
40-Santabárbara bendita.
41-De entre los muertos.
42-Lepóridos versus Mustélidos.
43-De Profundis
44-El final del imperio.
45-Testigos peligrosos.
46-Agitprop.
47-Desconcierto.
48- ¡Exclusiva! ¡Exclusiva!
49-El arma infantil.
50-Currículum.
51-La bandera engañosa.
52-Cuerpo a cuerpo-
53-Siempre nos quedará Diktátor.
54-Descubrimiento de la altura.
55- ¡Largad lastre! ¡Royendo amarras!
56-El mar era una fiesta.
57-El Club de la Eterna Venganza.
58-Gente’s News.
59-Migración
60-El Atolón de la Perfecta Igualdad.
61- Faros.
62-Los náufragos felices.
DIARIO DE A BORDO
1
Con el diario en las manos
Queridas ratas:
Estáis saltando del barco. Hasta ahí todo es normal. La diferencia es que en el barco que, al fin, se hunde la tripulación estaba compuesta exclusivamente por ratas. Y, por muy náufragos que seáis, no puedo compadecerme de ninguna de vosotras.
Pero sí escribir vuestra historia.
Hay multitud de galeotes todavía remando en la flota que habéis, si no aprovisionado, sí dirigido mientras roíais hasta la sombra del tocino y el último grano de las bodegas bien provistas cuando os hicisteis con el mando.
En este mar no existen fronteras, ni recuerdos, ni calendarios. Los galeotes acaban amando sus cadenas porque son lo único firme que recuerdan, y les habéis repetido tantas veces los nombres y la orientación que, sin esa referencia, babor, estribor, a mi izquierda, a mi derecha, se sentirían terriblemente perdidos. Por eso alzan a veces la vista sin detenerse en formas intermedias: el cuenco mermado y escaso, el remo cansino y el cómitre sentado sobre un queso enorme. Miran directamente el Mito Negro que ondea en lo alto, el mito inverso, como el cliché de una fotografía, tejido exactamente con lo opuesto al valor, el tesón, la originalidad, el humor, la inteligencia, la libertad, el genio, la belleza. La tripulación de la nave capitana, ésa que ahora se disputa los mejores puestos en el barco de emergencia, eligió cuidadosamente su símbolo, que campea en lo alto del mástil y es una versión rencorosa de las filas de estrellas utilizadas al otro lado del océano. Optó por un estampado de múltiples cabecitas rátidas sin mancha de león alguno.
Comprendo, ratas, cuán duro ha debido resultaros coexistir con quienes os superaban (o a poco que hicieran podían superaros) por estudios, trabajo, esfuerzo, dotes, honradez, mérito. Era esencial que los galeotes no mirasen hacia arriba, que amasen el grillete porque los colocaba a todos en los mismos bancos y les prometía un mundo tan plano como la cubierta. Para vosotras, que ahora sois un festón negro pespunteando cada superficie, bote salvavidas, camarote, soga, jarcia, claraboya, y que cubrís incluso el casco en vuestro afán de huida del naufragio, la total igualdad era una cuestión de supervivencia, porque ¿cómo si no hubierais logrado destacar de alguna forma, tomar el mando, someter a la antigua población cuando eran todavía ciudadanos de un país?
Quiero cantar para la posteridad el relato de vuestras tácticas, porque tal vez pronto no quede, de lo que creíais dominio indefinido, más que los huecos dejados por la voracidad de vuestros incisivos en cuanto era susceptible de roerse. Utilizasteis, de segunda mano o de nuevo cuño, la creación de múltiples clientelas, la dispersión de vileza asumida, la potenciación del viejo recurso a la ceguera voluntaria, la sacralización de la cobardía, la promesa de quesos inagotables y del imperio de sectas cortadas a la medida de vuestro tamaño, alimentadas por quienes no tendrían más horizonte que la superficie que les mostrabais, ni otros recuerdos que los difundidos, con leves variantes, por los diversos altavoces.
De Euralia habéis seleccionado, en su apéndice oeste, el No País, la pieza más fácil para vuestra cacería, ese último animal lacerado por mordeduras aún recientes que los chacales escogen como presa. Ninguna se ajustaba mejor al Mito Negro del que ibais a presentaros como los salvadores. Los materiales de una conciencia histórica renqueante, amedrentada, confusa estaban ahí; sólo faltaba ensamblarlos, imponerlos como patrón continuo y podar enormes trozos de memoria. Vuestra talla, la envergadura de vuestros bigotes, crecían según seccionabais del pasado, del presente, de las aspiraciones y vivencias de los habitantes cuanto era grande. Sin anclas ya en sitio alguno, fraccionada la superficie del país en apriscos y cada uno de sus hatos de ganado convencido de su condición de víctima y anhelante del pienso, sólo quedaba zarpar para hacerse con el barco. Fue sencillo separar del continente la península, desligarla de la estrechez de la cadena montañosa como quien se suelta un cinturón. Y disfrutar, sin más contactos ni referencias que los que juzgabais oportunos, en exclusiva del botín.
Ratas, sois numerosas, peligrosas, intercambiables, miméticas con el gris de una mediocridad interminable que solíais disfrazar de afán igualitario y devoción por los humildes. No soportáis a otras especies, que existan animales de dos patas, que difieran sus goces y sus hábitos, que gusten a veces de la soledad, que prefieran la altura al agujero y que rechacen, con la porción de tocino, la alegría complacida del cerdo. Os habéis, sin embargo, apoderado del timón, la bodega y la santabárbara, y habéis hecho la ley durante una muy larga travesía hasta que llegó la hora de saltar. Pero yo tengo vuestro diario de a bordo.
2
El discurso del siglo XXI
El barco cabeceaba suavemente y el Alto Mando Rátida había escogido aquella ocasión de mar estable y apenas brisa para convocar asamblea informativa en el salón principal. En el público hervía la expectación. No se esperaban novedades pero había, desde hacía tiempo, una clara tensión en el ambiente, rumores, vagas alusiones a correos del extranjero e incluso, lo que era más preocupante, los galeotes descuidaban sus obligaciones, aunque desde luego eran inmediatamente llamados al orden, sancionados o hechos desaparecer rumbo a naves de castigo o lugares de no retorno en la temida Costa de las Brumas.
El tema base a exponer, según costaba en la convocatoria, para información y sin derecho a preguntas dada la amplitud de los asuntos a tratar, consistía en una recapitulación general del presente, de los proyectos futuros y de un pasado que no era conocido suficientemente bien por la población y al cual debían, sin embargo, su bonanza actual.
Hubo cerrada salva de aplausos a la aparición de los dirigentes, que no solían prodigar su presencia conjunta. Ahí estaba, en el centro, Rata Primera, que respondía asimismo a los títulos de Igualísima y Rata Máxima entre otros. A su lado, pero sin rozarla y a un nivel levemente inferior, Rata Segunda, conocida como Eminencia Gris, y alrededor lo más granado de la Junta, Rata Ecónoma, Rata Parda, Rata Mayor, Rata Pedagoga y algunas más que no se presentaban habitualmente en público.
Rata Máxima, que resplandecía de una blancura escogida para la ocasión, tras agradecer los aplausos y dar, con un gesto, por iniciado el acto, dejó graciosamente la exposición a Rata Segunda:
“Compañeras, nunca se nos ofrecerá mejor oportunidad en terreno más propicio. Y, lo mejor, estamos en el siglo XXI, y cuanto creíamos obsoleto revive con nuevos bríos gracias al aliado informático. Vivan la comunicación infinita, la omnisciencia a pie de tecla y la ubicuidad sin esfuerzo. Nada de reflexión, búsqueda y contraste. Los galeotes ignorarán todo y creerán saberlo todo desde la infancia. Su aprendizaje consistirá, de la guardería a las aulas universitarias, en fragmentos dispersos suministrados de forma aleatoria, escogidos según el sistema del mínimo común denominador preceptivo y las prioridades coyunturales de nuestra tropa. En vez del Yo sé que no sé nada, estarán convencidos del Ningún saber vale más que otro. Compañeras, creced y multiplicaos. El campo es nuestro hasta extremos que nunca hubiéramos soñado. Arriba la democracia instantánea y mudable.”
“La era, si manejamos adecuadamente los rasgos que la caracterizan al nivel ras de tierra que nos corresponde, en el cual es imprescindible mantener al público que nos sigue, nos es propicia. Porque, gracias a la telemática, nunca la dependencia de la gente en su vida diaria respecto a algo que no puede controlar había sido tan absoluta. Jamás la sensación de omnipotencia había estado tan íntimamente asociada a la completa indefensión ante una pantalla muda, un bloqueo, la interrupción de un suministro.”
“Acostumbrados al mecanismo sin esfuerzo de la nueva magia, a la devoción por el ruido, a la multitudinaria, instantánea compañía que depende tan sólo de la presión de su dedo, ya aspiran casi más a ser sometidos que nosotras a su conquista.”
“Nuestro reino será asambleario o no será, y ruidoso, vistoso, abrumador, festivo, indiscutible. Olvidad los caminos hacia la dictadura igualitaria que soñaron, llevados por el ideal de mejorar nuestra condición, respetables abuelas. Se abren ante nosotras atajos gloriosos. Dictaduras ecológica, informática e indigenista même combat. Tribus unidas nunca serán saciadas ni vencidas.”
“Y ahora, os ruego que, además de los nuevos mapas y organigramas de las sectas y la recopilación de indispensables jaculatorias, admiréis esta galería de retratos:”
“He aquí los Viejos de la Montaña, indispensables para nuestra tarea (lamentablemente no hemos podido localizar Viejas de igual altura). No sé si recordáis a inspirados profetas de dunas, grutas y caseríos, a abades y prelados de masías y monasterios imbuidos de las esencias del terruño, al noble anciano que asesora hoy con su indignada visión anticapitalista y su pureza ecoloplanetaria a la generosa juventud. Ocupan un merecido lugar en la serie de mascarones de proa. Porque, por detrás, su cuerpo no puede estar formado sino por millones de los nuestros.”
“Ni por un instante olvidéis el código, las respuestas y consignas que, al ser idénticas por diferente que sea la situación de cada una de vosotras, constituyen nuestra fuerza. Nadie, y antes que nadie los galeotes, debe ni por un solo instante pensar que el universo se divide en más de las dos partes desde tiempo inmemorial establecidas: babor y estribor, ni podrá caber la menor duda de que los justos líderes están situados, y los conducen, hacia la parte buena.”
“Resumamos, compañeras, resumamos: Nosotras comeremos, comeremos gratis, comeremos todo. Dispondremos como nuestro de cuanto produzca el país, dejando a sus habitantes lo calculado para su reproducción y mantenimiento. Debéis recordar, siempre, con las jaculatorias adecuadas, el Mal con el que vosotras solas os habríais enfrentado, al Viejo Dictador erigido en icono negativo imprescindible, al Enemigo, el que es desigual, activo, brillante, laborioso, del que nosotras defendemos a la masa, prometedoramente informe, de los ciudadanos.”
“Ratas asistentes y ratas del orbe, tened presente en todo momento que ninguna debe sobresalir, distinguirse, haberse ganado el pan y el mérito con su esfuerzo. Y, para que no quepa discrepancia, vuestros chillidos ocuparán las ondas, la repetición rítmica de los términos loables o reprobables llenará el espacio. Debéis chillar sin reposo, sin descanso de un día ni una hora, porque ahí está la clave de nuestro éxito, manutención, proliferación y gloria”.
“Rechazaremos y perseguiremos cuanto nos sobrepasa: arte, catedrales, museos, buenos cuadros, grandes obras literarias, belleza de un rostro, escritura límpida, pensamientos altos, reflexiones profundas, seres excepcionales. Y, a ser posible, lo haremos cada hora y cada día, en cada fotograma y cada columna de prensa, en cada escaño de los órganos de Gobierno y cada sillón de magistrados y jueces.”
“Veo llegar el día, compañeras,….:”
(En este punto, el rostro de Rata Primera, la más igual de las iguales, se iluminó desde el hocico a las orejas, al tiempo que el orador, Rata Segunda, se erguía en postura bípeda y brillaban, mientras entrechocaba mandíbulas y dientes, sus ojuelos ávidos. El auditorio, al unísono, lanzó el hurra de un chillido coral.)
“…veo llegar el día en el que nada ni nadie sobrepasará nuestra altura, degustará manjares distintos de las ralladuras de queso, percibirá algo fuera del alcance de nuestros bigotes. Las vestiduras y colores serán eliminados de los gustos, y se impondrá entre cuantos habitantes posee esta tierra el gris de nuestra especie. Veo…Pero quizás el entusiasmo ante el futuro radiante, ya alcanzado en numerosos aspectos desde que ganamos la batalla del Atentado Oportuno, me ha llevado a extenderme en demasía. Dejo la palabra a nuestro máximo representante electo.”
Y, saludada por una ovación atronadora, Rata Primera, la Más Igual de los Iguales, se dirigió, con su modestia acostumbrada, a la asamblea resumiendo, en breves palabras, lo ya expuesto, garantizando el bienestar y prosperidad crecientes, la globalización de su victoria y su propia fidelidad inquebrantable a servirlas a ellas y a la causa.
Igualísima no gustaba de prodigarse. Además, cuantas más declaraciones más posibles contradicciones posteriores, fácilmente justificadas pero molestas. Lo importante era mantener, y exhibir, los atributos del cargo y reforzar los lazos de fidelidad y dependencia. Así pues el final de su breve intervención de clausura fue una grande y afable sonrisa mirando a las asistentes a los ojos de manera que el mensaje se sintiera como personal.
Aunque no se había previsto coloquio alguno y la guardia ya se ocupaba de canalizar al público hacia las salidas, una joven rata de las de las últimas filas que anhelaba explicar al líder su plan trabajosamente elaborado para reforzar el control sobre los galeotes logró llegar hasta Rata Máxima, le tendió los esquemas y balbuceó emocionada minuciosas explicaciones. El documento mereció una breve ojeada de Igualísima, que lo pasó a una asistente; luego posó su pata unos instantes en el hombro de la autora y le dijo:
– Excelente. Estamos en contacto.
La joven de la audaz iniciativa palideció visiblemente y su hocico rezumó esa viscosidad que en su especie equivale a las lágrimas. Había oído la frase fatal, Estamos en contacto, la que indefectiblemente, pronunciada por alguien de importancia, equivalía a no volveremos a hablarnos nunca más. Como así fue.
Y la Junta Suprema salió de la sala.
3
Consignas para un motín
En las bodegas de bajeles secundarios, donde unos galeotes se hacinaban y sorbían las raciones de rancho y otros simplemente vegetaban y se distraían con videojuegos de experiencias virtuales, había empezado a circular un peligroso documento en cuyo encabezamiento se leía: Consignas para un motín.”
El contenido era tan insólito y violento que al principio los lectores palidecieron y experimentaron el vertiginoso terror a lo desconocido. Pero luego pudo en ellos la pequeña llama, no totalmente extinta, de la curiosidad; y continuaron leyendo.
“1-Rechazar, por la fuerza si es preciso, el uso de los términos babor, estribor excepto en el caso de situación física en el buque. Desconfiar de cualquiera que los emplee.
“2-Rechazar a cualquiera que se valga, como medida de valor, de una categoría, ajena a las propias de rasgos individuales”.
“3-Desconfiar de inmediato, y negar subvención y privilegio alguno, a quien se integre explícitamente en el rango de víctima genérica o histórica.”
“4-Negar los agravios ancestrales. Desposeer, acto seguido, de bienes y prebendas a cuantos se valen de ello como medio de vida.”
“5-Renunciar a los planteamientos duales buenos, malos, y marcar como objeto de escarnio a cuantos los usen para ejercer el parasitismo en todas sus formas.”
“6-Acosar, con mofa, befa y denuncia pública, al que medra a costa de dictadores muertos, batallas en las que nunca participó y riesgos que no corrió jamás.”
“7-Establecer salidas regulares de pateras dirección única norte-sur, en las que serán condenados a embarcarse cuantos obtienen beneficios pecuniarios y sociales de la loa de los usos del Oriente Feliz. El pasaje incluirá un bono para la escolarización obligatoria de las hijas de los viajeros en los países de destino. Durante el trayecto, se rifarán puestos de trabajo doméstico en la Casa Real Saudí.”
“8-Cualquiera que se dirija a los galeotes con las expresiones galeotes y galeotas, estudios transversales sobre la Mar Oceana, ideólogos de la pedagogía marítima, oprimidos vitalicios, veteranos eternamente retribuidos o salvadores de la gente será inmediatamente encadenado al banco de remo penoso.
“9-Quien, tras revisión pormenorizada de sus calificaciones, trabajo y obras, no haya vivido sino de las apariencias será condenado a fregar la cubierta, zurcir el velamen y pulir los mástiles.”
“10-Cualquiera que se haya aprovechado del atentado del Buque Correo para lograr poder, dinero y puestos será pasado inmediatamente por la quilla.”
Los galeotes descifraban con dificultad el escrito. Todos habían superado con éxito los cursos de formación inversa destinados a mantenerlos en una incultura, no ya absoluta, sino retrospectiva en cuanto al punto cero, caracterizada por la extrema simplicidad y los contados personajes y sucesos que debían colocarse a babor o a estribor.
De hecho, en el silencio de la navegación nocturna, llegaban hasta las naves de la flota situadas más lejos los sonidos del barco-escuela y del bajel universitario. En uno y otro los alevines de galeotes repetían sus lecciones, que consistían sustancialmente en tres premisas:
“Yo soy un amante de la paz.”
“Salvemos el planeta.”
“Viva, mejor que ninguno, mi pueblo.”
Resonaban alegremente las fichas de trabajos manuales con las que, según sus colores rojos o azules, se reproducían perfiles, no exactamente de países pasados o actuales ni de accidentes geográficos, sino de la adecuada clasificación sociopolítica del orbe. En la universidad se elaboraban cuadros mayores que incluían el futuro glorioso de la igualdad completa.
Con mal disimulado orgullo, los diseñadores pedagógicos contemplaban el progreso del alumnado. Las preguntas no eran respondidas erróneamente jamás desde que se inventó la réplica uniforme:
“- ¿Cuántos continentes tiene el mundo?”
“-Babor bueno. Estribor malo.”
“- ¿Qué son los estados de la materia?”
“-Babor bueno. Estribor malo.”
“- ¿Cuándo empieza la Historia?”
“-Babor bueno. Estribor malo.”
La sensación de seguridad y contento se mantenía, entre el alumnado, de curso en curso, sin que la empañaran las cuestiones matemáticas:
“- ¿Cuántas son dos y dos?”
“-Lo que babor diga.”
Existían todavía, empero, algunas preguntas más complejas que requerían respuestas elaboradas:
“- ¿Si de veinte empresarios se eliminan diez cuántos quedan?”
“-Demasiados.”
Las Consignas para un motín eran leídas a los más jóvenes por aquéllos que habían superado la edad de alfabetización. Ésta fue, en su momento, objeto de largas discusiones porque, por muy tarde que se empezara el aprendizaje de lectura y escritura, siempre había quienes superaban rápidamente a los otros y pasaban, sin permiso, de la cartilla a los libros contraviniendo el deseable ideal de total igualdad. Primero se establecieron los cinco, luego los siete, a continuación los diez y los quince años como edad para aprender a leer. Los más avanzados pedagogos incluso propugnaban lo que se llamó analfabetismo de consenso como medida idónea, idea revolucionaria y del babor más puro
Ahora corrían malos tiempos, escaseaba la pólvora para cañones y salvas. Las ratas aseguraban que no había crisis alguna, pero se habían sustituido los fuegos artificiales por bengalas y los faroles de proa por velas de cumpleaños que, según premisa de la campaña económico-saludable, para menor contaminación de la brisa y mayor aprovechamiento, había que encender sólo las noches sin luna. Ese año no habría, quizás, los acostumbrados festejos y celebraciones. Al menos era el rumor que se había extendido desde que alguien preguntó tímidamente a los jefes de la nave capitana dónde estaban las reservas. Las ratas al mando respondieron drásticamente, mientras iban cargando de provisiones sus botes salvavidas, que no había el menor problema y la situación estaba controlada y era la prevista.
4
El salón de los ritos excitantes
En la Alegre Galera de la Revolución Gratuita (que, en su momento, debería extenderse al orbe y resplandecer desde el empobrecido extremo de Euralia hasta, como mínimo, las lunas de Júpiter) reinaba el jolgorio. Alguna rata había reparado en que estaban chapoteando en el agua, pero eso añadía lustre a su pelaje. Rata Primera, la Igualísima entre los representantes de todas las ratas del país, animaba, si no con su presencia física –porque estaba ocupada en la supervisión de la puesta a punto de su yate de emergencia-, sí con la multiplicación de su imagen, el evento. La sonrisa inalterable y el gesto siempre pacificador de sus manos brillaban en paredes, solapas, bitácoras, astrolabios y brújula, que señalaba permanentemente a babor. Su vate preferido había tomado la guitarra. Agrupados por sectores según las diversas pancartas, los asistentes se balanceaban al ritmo de las estrofas equitativamente alusivas: Vivimos como ricos sin palas y sin picos. La Enseñanza al hoyo y a repartirse el bollo. Los antis a la lucha. Todo para la hucha. El diploma está mal; peor el capital. Abajo oposiciones, vivan las subvenciones. Los yates ocupados; todos gastos pagados. Es eso, es eso, birlarles todo el queso.
A altas horas de la noche, cuando la cuajada embriagadora había producido su efecto, era tiempo de descender hasta el salón de la bodega destinado a los excitantes ritos de los Heroicos Luchadores Contra Estribor. Todas se disputaban el hueco para morder representaciones del Mal Antiguo, del Dios de la Desigualdad, horrendo hasta en el nombre. Todas brincaban y danzaban, al ritmo de la guitarra del vate, orinaban y azotaban con sus colas a las momias de los seres altos y distintos. Luego, en el salón contiguo, las esperaba siempre el gratuito y abundante refrigerio compuesto de sabrosas pilas de papeles. Diplomas, títulos y certificados ya inservibles desde que el reparto automático produjo la deseada igualdad absoluta. Algunas recordaban la primera etapa, anterior a la abolición de los saberes. Fue hermoso anular lo que antes se entendía por educación especializada en temas, edades de los alumnos, asignaturas, categorías profesionales; fue bello perseguir, fragmentar, eliminar a los más calificados; para, acto seguido, simplemente repartir las horas de clase diaria entre los fieles, que llenarían espacios y cobrarían haciendo cualquier cosa con alumnos de cualquier nivel. Mientras, los más calificados del profesorado antiguo eran destinados a la limpieza de retretes.
La siguiente etapa produjo la espléndida cosecha de papeles para todos de tal forma multiplicada que, actualmente, los comensales de la bodega elegían antes de roer, con prurito gastronómico, los pliegos más apetecibles:
-Yo devoro la Física.
– ¿Y eso qué es?
-Algo que impusieron los Antiguos a la clase entera antes de que nuestro Comité Igualitario lo sustituyera por cinco horas en Peluquería, dos en prácticas de Gastronomía Local, tres en Reciclaje de Libros de Literatura y Ciencias en Pro del Bosque Amazónico y diez en diversos refuerzos, permanentes.
-Sé que fue una gran victoria de la que, aunque muchos lo ignoren, proviene nuestro acceso y toma del poder- dijo una rata culta que había ya despachado media tesis doctoral de Filosofía.
-Nunca se agradecerá bastante al Comité su labor, indispensable para invadir los territorios de la antigualla llamada Educación, sustituirla por el A. A., el Adoctrinamiento Adecuado, expulsar o degradar a sus docentes y colocar a los que nada o menos sabían. ¡Ah, el gulag, las purgas de intelectuales! No podíamos llegar físicamente a ello, no disponíamos de medios para la eliminación y el confinamiento. Pero lo hicimos mejor.
– ¿Mejor todavía? – La representante del Gremio Ni Un Día Sin Consigna se atragantó con las migajas de la Antología de Lengua, tosió y luego juzgó de buen tono eructar para dejar patente su inquebrantable igualitarismo social.
-. Mucho mejor. Simplemente nadie podía reaccionar en contra; bueno, hubo individuos aislados, a los que fue fácil injuriar, sobornar o condenar al ostracismo.
– ¡Recuerdo! ¡Recuerdo! –la rata de la tesis filosófica volvió a atragantarse, pero era el momento de citar el papel del Movimiento de Todos a mi Altura, sección del Gremio al que pertenecía. – ¿Para qué estudiar si puedes aprobar?, El puesto será tuyo y el cátedra al trullo., Primaria Universal. Saber más está mal. Éste es el paraíso, sin trabajar y fijo. Con la tribu y con el clan pan y vino que nos dan. No a la discriminación: todos pasta y botellón.
Alguien del fondo, que se aburría por lo conocido de las consignas y estaba ahíto de su legajo, gritó:
¡Compañeras, recordemos el ideal que nos une: ¡Rátidas unidas nunca serán vencidas!
Y el conjunto lo repitió tres veces con entusiasmo.
-Nada tendríamos sin la sagaz estrategia planteada y llevada a cabo con éxito hace décadas. Muchas de vosotras no lo recordáis, pero había ratas flacas. -terció una rata oronda que se deleitaba con las ilustraciones de la reproducción de un códice miniado. –Aunque debo reconocer que en realidad fue mucho más sencillo de lo que esperábamos. No teníamos enemigo. Bastó con hacer a la mayoría, a diversos niveles, mercenarios, y con asustarlos con la continua amenaza de encasillar al que disintiera con Eres de Estribor. Dominamos los cables, ya sabéis que, desde tiempo secular, roerlos es lo nuestro. Simplemente aprendimos a mordisquearlos hasta ciertos límites, de forma que la gran mayoría de la comunicación pública, y, en apariencia, privada pasase por nuestros hocicos.
-A veces hubo que dar un empujoncito. –quien había intervenido, dejando de lado el fajo de hemeroteca, pertenecía a las muy discretas pero siempre presentes Fuerzas de Choque, y tenía una cola singularmente larga y afilada que utilizaba en artes marciales. –Como el Gran Salto Adelante. Ya sabéis, la casual y oportuna explosión, y hundimiento, del Buque Correo.
Hubo un coro de risas sofocadas y chillidos de puro gozo en el que se mezclaban apostillas diversas:
-Sí, sí. El que se atribuyó a un ataque terrorista de Piratas Irredentos. Los que están ahora colocados en la red de Autonomías Sublimes y celebran regularmente concursos de levantamiento de sacas de billetes, explosiones controladas y Juntas Gastronómicas a las que, como miembros de la sección “Amigos del Caviar Beluga”, nos hemos unido en algunas ocasiones.
-El episodio lo sabemos pero, ¡es tan bonito! ¡Cuéntanoslo otra vez! ¡Cuéntanos la peli! -parte de los presentes se había vuelto hacia un ejemplar menudo, de pulidas uñas, especializado en la dieta de grabaciones de filmografía.
Y, reforzando la petición, entonaron juguetonas:
– ¡Euros mil en el cofre del Muerto! ¡Ha, ha, ha, la botella de ron!
-Acompáñame, Rata Cantora.
La interpelada sacó su instrumento y comenzó a pulsar delicadamente las cuerdas, ora con el rabo ora con la fina garra. El barco se balanceaba y el subir y bajar del mar aumentaba el efecto del ritmo de los párrafos y creaba un ambiente hipnótico en cuya penumbra tomaba cuerpo visible el relato.
5
Oda rátida al episodio del Buque Correo
Reinó el silencio en la sala, anexa a la de juntas, donde se desarrollaba el acto informativo. En la oscuridad, las superficies parecían tapizadas por la afelpada cubierta de ratas y salpicadas por el brillo de centenares de ojos. Toda la atención se concentraba en las imágenes, el recitado y las explicaciones añadidas por las responsables de revivir la memoria histórica. Los grandes episodios que marcaron su ascenso al poder tomaron cuerpo ante el auditorio.
Las más jóvenes seguían, fascinadas, la proyección, levemente brumosa, del episodio de la explosión del buque correo, acompañado por los versos y la música de fondo.
Había una vez un tesoro
de más quilates que el oro,
un botín de mucho peso.
¡Era un país como un queso!
La incertidumbre reinaba entonces en el reino de las ratas. Antes habían vivido, se habían reproducido durante largos años en el país de la seguridad y la abundancia, eran las reinas destronadas de reinos que habían inventado, y, por ello, había que mantenerlas, rendirles pleitesía y cantar con regularidad, sus alabanzas. Los súbditos trabajaban, se sometían en silencio, dejaban entre sus patas regularmente ricas porciones de quesitos y palidecían cada vez que eran amenazados con la invasión de Estribor. Pero la inseguridad y la gula se apoderaron, con justo motivo, del corazón de los roedores. A sus hocicos llegaba el olor al cambio de los tiempos, el final del periodo dorado durante el que su superioridad, la del Babor Salvador, no era por nadie discutida. Algunos súbditos se habían habituado a alzar la cabeza y descubrían que había múltiples direcciones, y no sólo dos, en la amplia superficie del mar, comprobaban que incluso se podía mirar arriba y abajo. Musitaban que tal vez el relato de las dos fuerzas primordiales de Estribor Oscuro y Babor Benéfico no era sino un mito. Y entonces ¿por qué servirles a ellas queso, proporcionarles confortables cubiles, instalarlas de por vida en despachos, distribuirles diplomas, pasear a sus representantes por los actos públicos, premiar sus obras?
A la inquietud se sumaba la glotonería. El Pobre No País ya no era pobre, su cofre se había ido llenando y rebosaba de los más apetecibles bienes: nombramientos, sueldos, promociones, dietas, homenajes, palmarés, divisas de todos los colores, doradas tarjetas de crédito, premios cinematográficos, ediciones en papel satinado, estrados, micrófonos, cámaras, coros exclusivamente dedicados a repetir sus palabras y denigrar a sus tímidos adversarios. El todo envuelto en un aroma a tocino sin tasa que afilaba los ansiosos hocicos. El inimaginable peligro había llegado; la masa anónima, medrosa, desconcertada, podía optar porque se mantuvieran al mando los que habían llenado el cofre y que refutaban el derecho de las ratas al eterno y gratuito queso.
En ese momento crucial la unidad las salvó. ¡Ah la vieja consigna, la máxima que no había que olvidar jamás!: ¡Rátidas unidas nunca serán vencidas!
Vino la oportunidad
en víspera de elecciones.
Por todos los galeones
se difundió la consigna
porque así el pueblo se indigna
contra el monstruo de Estribor:
¡Muertos a más y mejor!
El ya lejano episodio del Buque Correo revivía en la pantalla brumosa de la evocación. Avanzaba el bajel un día cualquiera, con el viento a favor de las primicias primaverales, confiado en la rutina de su derrotero, animados sus ocupantes por el desayuno reciente y por el afán laborioso de mejorar, mediante el trabajo, su suerte y, quizás, vencer a las ratas en las que, de forma todavía confusa, comenzaba a percibirse, más que a un salvador, a una carga y a un enemigo.
En los periódicos del día, preparados para su reparto en la bodega, se leían las noticias habituales sobre ataques de Piratas Irredentos al grito de ¡Terror is beautiful! ¡Que los unos maten a los otros! Entre los Piratas Irredentos había un grupo de especial peligrosidad porque servía al Dios del Aburrimiento Sumo y, por lo tanto, precisaba compensarlo con mortíferos brotes de excitación. La aleatoriedad de sus ataques los hacía particularmente útiles para las ratas, ya que todo podía achacárseles. Los piratas extendían a sus refugios y puertos francos la estricta disciplina que reinaba en sus bajeles, en los cuales estaban abolidos canciones e instrumentos musicales, ropajes y adornos vistosos, danzas y juegos de azar y, por supuesto, lecturas otras que las de sus peculiares ordenanzas y salmodias. En las islas consideradas su hogar y en aquéllas en las que atracaban y se reponían las mujeres eran sustituidas, a todos los efectos, por mamíferos hembra que caminaban, con ronzal y correa, rienda o cadena, detrás de sus dueños. Para la reproducción se las reemplazaba temporalmente por hembras humanas sin que la diferencia se advirtiera, dado que iban convenientemente cubiertas por espesas túnicas de pelo de cabra. Los ritos, abundantes, regulares y de estricto cumplimiento, encauzaban su energía y su fervor. Debían mostrar su entrega a la Divinidad tirándose al suelo y dando tres vueltas sobre él diez veces al día y cinco en el transcurso de la noche, al tiempo que gritaban con toda la fuerza de sus pulmones ¡Sí, sí, Él está aquí! Sólo durante los periodos de abordaje, asalto, exterminio y reparto estaban exentos de tales obligaciones, y esto influía positivamente en su eficacia.
-Y entonces se presentó la oportunidad de hacernos con el cofre- La rata del Taller de Historia cuidaba los tiempos, dejó crecer la expectativa del auditorio, dio unos pasos atrás:
-Había habido varias acciones de los Adoradores del Dios del Aburrimiento Sumo, con el resultado de una gran sensación de inseguridad y numerosas víctimas en las poblaciones de los Desiguales, los humanos, que nos despreciaban y pretendían, ¡imaginad!, que estudiáramos, trabajáramos y que nos comiésemos solamente el queso ganado por nosotras mismas. Tras la última, espectacular e imprevista en la que, por cierto, disfrutamos viendo reducirse altas torres a unas cenizas y escombros entre las que nos encontrábamos en nuestro ambiente, los Desiguales decidieron unirse en una gran coalición para presentar batalla a Piratas Irredentos. ¿Qué mejores oportunidad y lugar para tomar el poder que la provocación a los santos guerreros?
– ¿Por qué no en Camemberia, el vecino? Los quesos son mejores. – preguntó alguien del público.
-Porque no hubiera resultado. Tened en cuenta que en el pobre No País hay numerosos adoradores pasivos de la igualación, cuanto más baja mejor porque así menos sujetos sufren viendo que otros los sobrepasan. En cualquiera de los demás sitios los ataques tenían el efecto de unir a la gente con los que los representaban. Sólo en el No País, cuyas tramas habíamos roído sin obstáculos, se nos presentaban grandes posibilidades de éxito. Y lo tuvimos.
En el brumoso plasma de la bodega se materializó el Buque Correo que avanzaba tranquilo con su carga mañanera sobre las ondas hasta que un inesperado despliegue de truenos, llamas, humo, vidrios, metal y cuerpos proyectados atrajo la atención de la flota, de la población entera y de los siete mares.
De inmediato las ratas se hicieron con una situación para la que se habían preparado desde hacía meses, entrenadas en la canalización del miedo, la indignación y la sumisión. Sólo podía haber para la opinión pública un culpable, el habitual de los diversos atentados anteriores. Pero el auténtico, y cercano, responsable no sería el brutal, incontrolable e inasible jefe de Piratas Irredentos sino el Gobierno del No País, que había provocado la ira de los Adoradores del Dios del Aburrimiento Sumo.
-Y esto a tres días de la ceremonia de Entrega de las Llaves del Cofre. – apostilló la Rata del Taller de Historia.
– ¡Qué cálculo! ¡Qué precisión! -llovieron los comentarios admirativos.
La oradora prosiguió:
que nos fueron entregadas por decisión popular.
El barco hundimos después
con extrema rapidez.
Por pruebas no comprobables
quedan nombrados culpables
unos piratas de Fez.
A los tres días está
la hazaña finalizada.
La masa aclama a Babor,
por temor y con fervor,
se expulsa al vil Estribor
y aquí no ha pasado nada.
Los restos del Buque Correo descienden lentamente bajo las aguas. Pero el pecio no se ha destruido de forma tan completa como se quisiera. Quedan grandes fragmentos que flotan al albur de las olas. Distraídos los galeotes por urgentes menesteres, nadie repara en las curiosas maniobras de la armada de barquichuelas y roedores; especialmente porque desde largos meses atrás ya se estaba produciendo un ajetreo febril, una continua reiteración de alarmas sobre el peligro de excitar la furia de Piratas Irredentos con la belicosa alianza contra sus Acciones de Igualación. Por ello pocos se extrañan cuando, apenas apagado el fragor de las explosiones, las calles se llenan de gritos, reproches e improperios no dirigidos contra los autores del hundimiento del buque y de la muerte del pasaje, sino contra los dirigentes del No País que gestionan, según las leyes en vigor, y creen poder seguir gestionando, el contenido del cofre.
La noche misma del trágico evento la superficie se llena de diminutos puntos luminosos en los que nadie de los grandes barcos repara. Son los ojillos de escuadrones de ratas que navegan entre los pecios y los golpean y lastran para que se hundan. De cuando en cuando examinan alguno con más detenimiento a la luz de un farol medio cubierto.
-Esto podría ser un resto de la dinamita.
– ¡Húndelo, húndelo bien! ¡Ponlo en un saco con piedras!
El mar parecía casi fosforescente a causa de la abundancia y rápidos movimientos de las ratas, porque en la espesa oscuridad sólo se distinguían ojos y dientes. Habían llegado refuerzos con órdenes drásticas y precisas, y golpeaban con las palas de los remos, no ya los trozos de madera y enseres, sino también a los malheridos náufragos que aún se aferraban a ellos.
– ¡A la cabeza! ¡En los nudillos! ¡Que no quede ni uno!
Y el cuerpo baja desmadejado, y con cara de asombro, rodeado de cartas procedentes de las destripadas sacas de correo.
En el fondo del océano reposan los restos del barco. Poco antes de rayar el día el escuadrón de ratas artificiosas despliega con sumo cuidado banderas de Piratas Irredentos y las coloca sobre algunas tablas de forma que puedan ser halladas a las pocas horas con toda facilidad.
6
La entrega de llaves
Sólo faltaban tres días hasta la Ceremonia de Entrega de Llaves. No se desperdició ninguno. Crecía como la espuma el clamor popular para que entregaran a las ratas el cofre. Los todavía sus depositarios legales eran cubiertos de inmundicias cada que vez que osaban salir al exterior.
-El cofre nos lo abrirá
-hoy el pueblo soberano
-para que metamos mano,
-y nada les quedará
-al cabo de algunos años
-sino las deudas y engaños,
-miseria y precariedad.
-Porque nuevos amos somos
-de la nueva situación
-y no habrá sublevación
que tengamos ni temamos
-ni queja, juicio o rencor.
-Todo les va a dar igual
-pues los salvamos del mal
-de la perversa Estribor.
Tras la ceremonia de la entrega de llaves, que los representantes del amedrentado pueblo presentaron de rodillas para estar a la altura de las ratas, y antes incluso de introducir éstas en la cerradura, Rata Máxima anunció cuáles serían las líneas maestras de su gobierno:
El cofre les había sido entregado por voluntad popular. Su queso nunca ya sería incierto, ni se les exigiría contrapartida alguna por los excelentes cubiles, la dieta refinada de tocino de bellota y los honores garantizados para ellas y su prole.
Las ratas sabían que su largo esfuerzo había sido recompensado. Habían ganado.
-Ganamos. Y, presurosos,
-por la labor de las ratas
-apaciguando piratas,
-los ciudadanos dichosos
-mucho nos felicitaron.
-Las llaves nos entregaron
-con el cofre y la despensa
-por el miedo del que piensa
– “Hay que estar bien avenido
-con los grandes criminales”.
-En la gesta me recreo.
-Que figure en los anales.
-Es de lo más divertido
-el éxito que ha tenido
-el naufragio del Correo.
7
El reparto del cofre
– ¿A cuántas botellas de ron tocamos?
– ¿Nos garantizan el derecho al ron vitalicio?
– ¡Todo el garrafón para el pueblo!
– ¡Quesitos para todas!
– ¡Todo el poder a las ratas!
En la espaciosa sala, donde reinaba la euforia, cada grupo pedía y aclamaba. Recibían con aplausos los objetos que, como botón de muestra, el Comité de Administración y Reparto les mostraba. Era una parte ínfima del tesoro que contenía el cofre porque aquella gran caja que parecía inagotable tenía la peculiaridad de reproducirse y mantenerse mientras fuese nutrida por el fluido laboral de los individuos ajenos al pueblo de las ratas. La caja maravillosa fabricaba por sí misma papel moneda, nóminas, rentas vitalicias, gratificaciones, contratos, dones, premios, asignaciones, dietas, mercedes. De común acuerdo la asamblea convino, a efectos contables, en denominar al variado conjunto del que esperaban vivir lujosamente numerosos años El Botimagno, y, con un comprensible prurito de orgullo, se propusieron exhibirlo ante los homólogos del mundo entero. Porque ¿qué asalto de buque correo, qué joyas de la corona, qué desfalco, rescate de hijo de millonario, partida de cocaína, comisiones astronómicas, rentas de mal obtenido capital, fructuoso tráfico de armas podía compararse a la posesión sine die de cuanto contenía y podría en el futuro ofrecer un país de talla media?
De hecho, como la memoria de las ratas es corta, se veían a sí mismas como las únicas propietarias, pasadas, presentes y futuras, del Cofre Nacional. Sus pequeñas patas delanteras se hundían en él sin alcanzar ni por asomo el fondo, sus hocicos lo olfateaban en todas direcciones y, corriendo por su superficie, creían hallarse ante un paisaje que ellas habitaban en exclusiva. Imaginaban la envidia de Piratas Irredentos porque ningún botín de los ataques de aquellos sanguinarios bucaneros podía ni lejanamente compararse con el suyo. ¡Todo un país, allí, a su disposición, con lo acumulado por el malvado Estribor y por los que pronto serían galeotes o, como mucho, mercenarios de categorías diversas!
-Ha llegado la hora de las recompensas. Cuantas estáis aquí presentes habéis participado, en grados diversos, en el suceso que nos ha llevado al poder. Procedamos, con orden, al reparto actual de nuestros territorios. Es indispensable verificar, compañeras, que se reúnen las dotes necesarias, que se posee el adecuado programa político y la recta visión social. Ocupad vuestros asientos y mostrad los tocados propios de cada sector- dijo la coordinadora de la mesa.
Siguiendo las directivas de Igualísima para evitar el peligro de que alguien se erigiera en jefe, la asamblea, obediente y ansiosa de recibir su parte del botín, se distribuyó en sectores claramente distinguibles por los gorros que lucían. Los había rojos, picudos y con forma de hucha. Eran las Insaciables del Rincón Este, parientes de las norteñas Servidoras de Aitor, que se tocaban con un adoquín negro en cuyo centro llevaban clavado el escudo nobiliario: la manzana de Adán, que reivindicaban como robada de su huerto, y el hacha de sílex, con la que acostumbraban sacrificar a sus víctimas y sembrar el terror entre los ex-ciudadanos del No País. Su presencia solía inspirar una mezcla de temor, por su presteza en morder a las ratas poco colaboradoras, y avidez gástrica dadas sus dotes culinarias en la preparación del tocino poco hecho y con rico tufillo sanguinolento. El sector Afectados por Discriminaciones se veía obligado, dado su gran número, a enviar representantes de las tres ramas, Ancestrales, del Sistema y Diversas, y se subdividía en delegaciones que mostraban visiblemente los símbolos de sus quejas estampados en tocados con la forma de una gran lágrima. La Cofradía de Danzas, Pelis y Coros insistía en su papel crucial en la preparación de un ambiente favorable al odio hacia los anteriores administradores del Cofre, y agitaba sus vistosos sombreros, triplemente reversibles, que producían un zumbido musical mezcla de La Cósmica Laboral, Verde que te quiero verde y de la conocida tonadilla ¡Viva mi dueño!
– ¡Orden! ¡Igualdad! ¡Orden! –se pedía desde el estrado. Pero la euforia era excesiva y la contención difícil. Hubo de recurrirse a la intervención inesperada de Igualísima, que se lanzó en un vuelo rasante sobre el público, planeó limpiamente con la membrana lechosa que unía al cuerpo sus extremidades y volvió a posarse para recibir con humildad la atronadora ovación. (Hay que decir que en el Diario de a bordo el nombre de Igualísima es el único en escribirse con floreadas letras de oro).
-Compañeras, todas servís para hacer lo que yo hago. Soy cada una de vosotras. -proclamó desde el estrado. Sus ojos, más límpidos que los del resto, brillaban empañados por la más ejemplar modestia. Abrió los brazos. En uno de ellos se posó un loro convenientemente teñido de blanco paloma al que sólo se le permitía repetir ¡Paz, paz, paz infinita!
– ¡Paz! –dijeron al unísono Igualísima y sus adláteres.
El grito fue coreado por la asamblea con un corolario:
– ¡Paz, paz, paz…y la botella de ron!
Igualísima acarició el albo plumaje del loro, que miraba, inquieto, los ramitos de olivo con los que habían decorado su percha. Rata Segunda se inclinó, esquivando al ave, para susurrar en la oreja de su compañera entre risitas contenidas:
-Habrá que ocuparse de los galeotes.
– ¿Para qué? Todavía están desfilando con carteles de ¡Rendición sin discriminación! Se los ve encantado de habernos entregado las llaves. Los organizaremos como previsto. –Y, dirigiéndose a la sala, – ¡Tomemos, troceemos y disfrutemos!
– ¡He aquí los principios de base! -Rata Máxima, por otro título la Víctima entre las Víctimas, se preparó para anunciar el programa en vigor a partir de aquella jornada histórica, pero antes precisaba asegurarse, con un somero examen, de que los asistentes dominaban los conocimientos y aptitudes imprescindibles. El método, rápido y debidamente colectivo, consistía en ir exhibiendo ante la audiencia palabras que expresaban conceptos-clave para el buen funcionamiento del que esperaban su largo reino. La reacción de cada rata del público debía expresarse de forma inmediata y perfectamente audible, y todo miembro de la vasta asamblea tenía la obligación de escuchar además lo que respondían sus compañeras de alrededor, y, en caso de discordancia, denunciarla al punto.
El test oral fue tan vertiginoso como satisfactoria la catarata de respuestas:
– ¿Héroes?
– ¡Jamás!
– ¿Grandes?
– ¡Nunca!
– ¿Mediocres?
– ¡Viva!
– ¿Individuos?
– ¡Colectivo!
– ¿Belleza o asco?
– ¡Asco, asco, asco por igual!
– ¿Monumentos?
– ¡Alcantarillas!
– ¿Cultura?
– ¡No, nunca, ninguna!
– ¿Habéis estudiado?
– ¡Nooo!
– ¿Tenéis alguna un diploma?
– ¡Nooo! –Pero hubo una incidencia. Al fondo se levantaron chillidos acusadores – ¡Ésta, ésta se calla! ¡Tiene uno!
La mesa rectora se dirigió con severidad a la interpelada, que intentaba en vano ocultarse en un hueco. – ¿Es cierto?
-Yo, yo…Residí en la fiambrera de un galeote en el tiempo de los estudios primarios. Daba paseos por el aula. Me aficioné al sabor de la tiza…Hace muchos años de aquello, ya no recuerdo nada. Soy igual a las compañeras.
-Te cortarás a ras los bigotes y con ellos barrerás la sala. –sentenciaron en la mesa.
Se reanudó la prueba:
– ¿Nación?
Se produjo un revuelo indignado porque, no contentos con pronunciar aquellas palabras, Rata Máxima y Rata Segunda habían exhibido el nombre propio, e incluso la bandera, que habían caracterizado en tiempos al No País en el que se hallaban.
– ¡Nación fuera! ¡País fuera! ¡Sólo tribus! ¡Nuestras tribus!, ¡Clan! ¡Nuestro clan! ¡Hato! ¡Hatajo!
Satisfechas por la reacción, las dirigentes arrojaron al público, desde el estrado, la bandera única e ignominiosa que hasta la entrega del cofre había simbolizado al No País. Abajo todas las ratas se precipitaron sobre ella, comenzaron a roer la tela ávidamente, y ésta pronto quedó reducida a hilachas desperdigadas. En su lugar se había desplegado sobre el escenario la enseña multicolor, rematada con una cenefa de rosa-tocino y estampada de cabecitas rátidas.
Continuaron:
– ¿Trabajo?
– ¡Jamás!
– ¿Lucha?
– ¡En ningún caso! -El auditorio recitó sabiamente la consigna: – Rendición, mano tendida, cola bajada, tocino a discreción y soborno.
– ¿Justicia, crímenes, robos?
– ¡Amor y paz para todos!
Hubo aquí un silencio. La asamblea hizo corro en torno a cinco asistentes. La acusación contra ellas brotó de varios puntos y su tono agudo llegó hasta la mesa:
– ¡Son las que no gritan amor y paz con la fuerza debida!
– ¡Sabotean la asamblea!
– ¡Ya lo han hecho otras veces!
Desde el estrado, Igualísima clavó en las culpables la tranquila dulzura de sus ojos verdes. Sonrió. Alzó las garras suaves para imponer silencio y dijo:
-No deberían tener la oportunidad de hacerlo otra vez.
-Ya habéis oído. Proceded-ordenó Rata Segunda sin sonrisa alguna. Por el contrario, se habían erizado sus bigotes y enseñaba los colmillos.
Las cinco acusadas intentaron rectificar, pero era demasiado tarde. Las rodeaban, estrechándose hacia ellas, filas concéntricas que repetían ¡Paz! ¡Amor! frotándose las uñas. Dada su avidez y gran número, formaron pronto una pila cambiante en la que sólo resaltaban, según el movimiento de los individuos, la blancura de los colmillos y los jirones de carne con sangre a que habían quedado prestamente reducidas las condenadas. ¡Paz! ¡Amor! también surgía del montón entre chillidos de competencia y gruñidos satisfechos.
– ¡Brigada de limpieza! –ordenó el comité auxiliar.
De inmediato se dispersó la masa ejecutora y el escuadrón gris oscuro encargado normalmente de tales menesteres lamió el pavimento hasta eliminar pelos, piltrafas y manchas.
Prosiguió la sesión.
– ¿Quiénes son nuestros enemigos?
– ¡Aquéllos a los que no ganamos, a los que no robamos, con los que no nos colocamos!
La unanimidad era ejemplar.
– ¿Qué contestaréis a cualquier pregunta?
– ¡Viva babor! ¡Sólo babor! ¡Somos babor!
8
El enviado de Piratas Irredentos
-Alguien quiere hablar contigo, bueno, con un representante ejecutivo de la asamblea –musitó a su compañero una de las ratas de la mesa, la cual preguntó en el mismo tono apenas audible:
– ¿Son…ellos? Sabíamos que vendrían a por su parte.
-Es una muy pequeña parte. Realmente sólo han servido…digamos que para un derecho de uso.
-Pero no quieren quedarse fuera. Y algo se les debe. Aunque sea para que no se inmiscuyan.
En otra habitación esperaba el enviado de Piratas Irredentos, y, mientras lo hacía, observaba con curiosidad las fotos y relatos de la explosión y hundimiento del Buque Correo.
Las ratas dialogantes entraron con grandes sonrisas y estrecharon efusivamente su mano al tiempo que aparentaban sorpresa:
– ¡Vosotros aquí! Os creíamos preparando alguna explosión en la plaza de San Pedro.
-Pues lleváis usando nuestra franquicia bastante tiempo. Lo de la bandera fue descarado.
-Elemental estrategia que en nada os perjudica y no hace sino aumentar vuestro prestigio y el terror que inspiráis.
-Aunque esperamos que ninguno de los galeotes os ha visto entrar.
-No. Estaban muy ocupados pidiendo amor y paz. No hablaremos con nadie del tema. Nos contentaremos con nuestra parte.
-Al fin y al cabo, todos nos enfrentamos al malvado Estribor, ¿no es cierto? -afirmó la rata más locuaz.
El enviado de Piratas Irredentos recibió su porción del botín, la guardó en la bolsa de la que se había provisto y, con cierta ironía, dijo antes de salir:
-Afuera tenéis una larga fila de colaboradores esperando.
Y así era. Tan abundantes como los granos de trigo desperdigados al romperse un saco.
Eran los subgrupos de toda clase y especie que habían visto su oportunidad, desde hacía ya tiempo, en la serie de maniobras que culminaron en la explosión del Buque Correo, los focos de sublevaciones que ardieron acto seguido como la yesca y la entrega forzada de las llaves del Cofre. Esperaban gozosos su recompensa, como activos o pasivos colaboradores, los clanes y tribus criados o engordados a efectos de cobro. También las más variopintas asociaciones: Analfabetos Vocacionales, Analfabetos Funcionales, Mujeres Desdeñadas, Hombres Fofos, Bizcos Discriminados (con un gran cartel ¡Bizco is beautiful ¡), Bajitos Segregados (con pancarta ¡Espejos de los lavabos a nuestra altura ya!), Adoradores del Planeta, Feos Irremediables, Orgullosos de la Ignorancia, Prehistoria Ya, Por el Derecho a Roncar, Nadie Sin Doctorado, La Guerra Me Aterra.
9
Reparto de cargos
Afortunadamente lo mejor del cofre no era tanto las riquezas que encerraba sino las que generaría, en años venideros, continuamente. Hasta tocar un fondo que a las alegres ratas les parecía tan inalcanzable como el silencioso pecio del Buque Correo, que reposaba, junto con los restos y los testigos lastrados por piedras, en el fondo del mar.
En el salón de actos se continuaba con los puntos previstos:
– ¡Reparto de Ministerios!
– ¿Por qué deberíamos continuar con el sistema antiguo y caduco, que insulta a la igualdad y reproduce el sistema de los galeotes? A este paso volverán a tener un País en vez de El No País que hemos logrado con esfuerzo, tirando y royendo por todas sus junturas. -se objetó.
-Compañeras, compañeras, el mañana es nuestro, y también el presente desde hoy, pero no debemos olvidar que nos hallamos en una fase de transición. Es importante que mantengamos a los galeotes en los estrictos límites que requiere el establecimiento del paraíso de nuestras congéneres. Por ello habrá Ministerios, y la entrada en ellos se llevará a cabo bajo severas normas.
-Comenzaré por lo esencial
– ¿Economía?
-No. Ministerio de Educación: Vosotros, los de la Comisión por la Enseñanza Simple y vosotros, los de la Unión de Simple Enseñanza, organizaréis, dispondréis, amenazaréis, colocaréis y expulsaréis. ¿Quiénes forman el grueso de vuestros simpatizantes?
-Los maestros de A A. de Adoctrinamiento Adecuado.
-Se les otorgarán de inmediato diplomas de profesor, doctor, catedrático.
– ¿Y los que antes tenían diplomas y enseñaban a jóvenes y adolescentes?
-Pasarán a las clases de básica mínima, los catedráticos cuidarán la higiene de las letrinas y los doctores enseñarán manicura y vigilarán los pasillos.
– ¿Y El programa de estudios? Es difícil mantener siempre al alumnado en la etapa infantil.
– ¡Aunque lo conseguiremos! –se alzó una voz entusiasta al fondo entre el público.
-Por lo pronto, de las seis horas diarias, se dedicarán cuatro a lo propio de nuestros seguidores de primaria: generalidades, manualidades, sumas simples, alfabetización somera, talleres de cultivo en latas, de fabricación de cestos, peluquería….
– ¿Y las otras dos horas?
-Tras los segmentos de ocio, habrá No Historia y No Geografía. Se votará democráticamente si la Tierra es o no plana, cuántos son los continentes, quién gira alrededor de quién entre los planetas, la conveniencia de contar sólo hasta donde alcancen los dedos, la existencia de esos extraños personajes –César, Cristo, Platón, Colón, Miguel Ángel- cuyos nombres olvidarán en breve y que serán declarados ficticios.
– ¡Maravilloso!
– ¡Genial!
-Nuestros seguidores y simpatizantes nos otorgarán, y os otorgarán, su incondicional apoyo.
El orador se inclinó. Una de sus compañeras de estrado tomó la palabra para resaltar el mérito de la planificación y del planificador.
-Quiero haceros notar, aunque ya lo sabéis sin duda, que los programas de todos nuestros Ministerios responden al giro revolucionario: Sus premisas se resumen en ofrecer los puestos a los nuestros. El contenido es un punto meramente secundario. ¿Que el gremio de Cortadores de Setos apoya a nuestros ayudantes, síndicos y uniones? Entonces de las seis horas de clase dos irán a teoría y práctica del seto recortado y a nociones de pedagogía sobre el seto y sus afines respectivamente, y ahí se colocarán los que nos votan. ¿Qué los Maestros de Nivel Mínimo nos secundan? Los alumnos tendrán por decreto nivel mínimo hasta los veinte años y los puestos de enseñanza serán para nuestra gente.
-Es forzoso que también hablemos de la Universidad.
– ¡Fuera, fuera! Doctorado para todas y se acabó.
-Estamos en ello. Algunas de nuestras compañeras, aquí presentes vienen de la antigua zona universitaria, en la cual habitan. Es ya difícil distinguirla porque la cubre un grueso estrato de cascos de botellas, panfletos, latas, plásticos, bocatas semiconsumidos y demás detritus. La Ley del Botellón Obligatorio y Gratuito, en la que tanto hemos insistido, ha dado sus frutos.
– ¿Y Cultura? ¿Y Propaganda?
-Magníficas fuentes de empleo. En esta fase precisamos de Ministerios innumerables: de Reflexión Igualitaria, de Vigilancia Doméstica, de Fraternidad Cósmica, de Climatología Universal, de Nueva Historia, de Nueva Geografía. Sin olvidar las Direcciones Generales de Eventos Diversos: la de leyes de acuerdos dialogados, que permitirá la satisfacción y paz más completas, y la de Indiferenciación Absoluta, que consagre lo que entre nosotras es una realidad: la igualdad física.
Las ratas se vanagloriaban de la inexistencia entre ellas de signos excesivamente aparentes que atentaran contra la homogeneidad sexual. Eran ratas, exclusivamente ratas, de la primera a la última, sin asomo, por lo tanto, de discriminación alguna.
-Y más, compañeras. Tenemos puestos para todas. Ministerios de la Alegría y de Distracciones y Ocio. Aquí tratamos un punto esencial. Las masas, como la mayonesa, se cortan si no se agitan, de forma superficial, continuamente. Nos hallamos, además, ante una mesa de infinitos manjares ofrecida a los nuestros y a sus instintivas habilidades. El dinero correrá, para estos fines, sin control. Concursos, visitas intempestivas a los lugares más inesperados como el antiguo salón del trono, los lavabos del Congreso, circuitos de madrugada y a tientas por las grandes bibliotecas –mientras éstas aún existan -, carreras en patinete por las salas, que serán kilométricas, de los museos de arte moderno, escalada nocturna de esculturas y fachadas de centros públicos, submarinismo en fuentes, carreras urbanas, a pie y en bicicleta, arrollando a cuantos se opongan a tan sano impulso, Noche del Decibelio Sin Medida, Noche de Loquillas al Poder, Noche del Tanga Obligatorio, Concurso de Basuras, Conciertos de Toses, Día del Gorrón Exigente, Maratones Sin Fronteras (cualquier día, a cualquier hora, con participantes de uno a unos miles, los corredores tendrán preferencia a cualquier otra actividad civil, excepto las de Bicicletas Sin Descanso).
Hubo risitas porque muchos recordaban el chistoso evento de la señora que había osado intentar atravesar una calle y a la que le habían pasado por encima los ciclistas de la última carrera urbana, decretada ésta por una dirigente de la capital siempre ansiosa de atraerse la simpatía de las ratas.
-Je, je. Se lo mereció. ¿Pues no dijo que prefería los coches?
-Y también, justo antes de que la arrollaran, que estaba harta de que no hubiera autobuses y se paralizara por fuerza el tráfico.
-Lo mejor fue aquel padre que iba con sus hijos, en pequeñas bicicletas, y sujetó el manillar de la de su niña para que no se cayera al tropezar con el cuerpo y pasara por encima sin impresionarse.
-He ahí alguien que sabe educar en la vida sana.
-Antes de cruzar la señora había gritado, a los de televisión, que se empeñaban en entrevistar a la gente para que expresara su satisfacción por el Enésimo Día Peatonal, que en la ciudad no aguantaban a ese alcalde que los freía a impuestos.
-Lo del alcalde por supuesto lo borraron en las noticias. Y subrayaron la fanática incomprensión, propia de Estribor, del solaz y sano esparcimiento de las masas. Y su típica hostilidad hacia el planeta verde.
El alcalde citado gozaba de grandes simpatías entre las ratas. No en vano les había construido, en mármol, una red subterránea de autopistas enlazando las rutas del alcantarillado.
-Estuvo bien, pero aún quedó más lucido el Día del Orgullo Calvo.
La Mesa llamó al orden:
-Venga, venga. A lo que estamos. Ministerio de Política Exterior….
-Eh, eh. Que hay que tratar primero lo más importante. –terció la Rata Adjunta de Proyección de las Administraciones Territoriales. –Aquí tengo –y desplegó listas de nombres para cuya confección había utilizado numerosos rollos de papel higiénico. –a los que tenemos que colocar. Por lo tanto, al efecto, hará falta el número de embajadas, consulados, secretarías, direcciones generales, representaciones y cargos que garantice un puesto muy bien remunerado para cada una de las ratas que aquí cito, las cuales llevarán su correspondiente corte auxiliar y serán tratadas con rango principesco: Equipos Gubernoautónomos de Tufillos del Rey, de Barrilete Alto, de Barrilete Bajo, de Pancetoak, de Panceta y Peseta, de Salazones Divinas, de Mordisquillos, de…
-Basta, basta. Lo pasarás por Registro. Continuamos. Como os decía, compañeras, Ministerio de Política Exterior, con especial atención a la Subdirección de Imagen en el Extranjero y a la de Concordia Universal. Como sabéis, la tarea está casi hecha. Es lo que hemos venido promoviendo, con notable éxito, desde hace no pocos años, aunque de forma irregular según las circunstancias. No siempre hemos tenido acceso a una parte substancial del Cofre.
-Pero siempre hemos dominado el chantaje y las técnicas para paralizar de miedo a Estribor. –reivindicó con legítimo orgullo una de las presentes.
-Cierto. Repasemos el programa. Toda inversión es poca para mantener en el exterior la imagen que nos interesa. Somos para los extranjeros la reserva de lo que les parece, a conveniente distancia, ideal y divino, pero que de manera alguna querrían tener en sus casas donde, desde luego, no vivirían, aunque aquí se pasen estupendas vacaciones. En el No País reina la libertad múltiple de las más variadas y coloridas tribus, luchan, matan y vencen valerosos guerrilleros montaraces, enfrentados al antiguo rey perverso y a sus sucesores. Aquí reparte flores, leche y sonrisas el nominal Ejército, no hay delincuente reprobable ni ley que no se adapte a sujetos y conveniencias, es inminente el advenimiento de la socialización ideal, de la comunidad perfecta y de la abolición de competencia, laboriosidad y esfuerzo. Los peligrosos y temibles Piratas Irredentos nos miran con benevolencia. Los violentos y brutales asesinos pactan con nosotros indefinidas treguas a cambio de honores, dietas y lujosas pensiones vitalicias. ¿Quién no canta, allende fronteras, nuestras alabanzas?
-Nuestro dinero nos cuesta. Es decir, el de los galeotes. –refunfuñó la Rata Ecónoma.
-Pero está muy bien empleado. Repartimos ejemplares innumerables, en varias lenguas, de “Aquí sol, tribus felices y jauja social”, hacemos llegar el periódico oficioso El No País Avanzado hasta el último quiosco de la aldea más lejana de Europa, lo reciben, de forma gratuita, todas las embajadas, miles de organismos. Invitamos a observadores y agasajamos a periodistas, paseándolos por los lugares oportunos y haciéndoles valorar nuestra continua y difícil lucha contra la malvada Estribor, que no ceja en su empeño por resucitar edades pasadas y dictadores y prácticas despóticos. Competimos, lamentablemente sin ganar, en festivales donde cantantes, actores y cineastas glosan y alaban nuestra gesta secular contra el Eterno Enemigo.
Por otra parte, la Subdirección de Cordialidad Universal no puede sino ser alabada por la población, ya que le garantiza, sin el menor gasto –sobornos aparte- y esfuerzo, la existencia más despreocupada. Los ciudadanos del No País gozan por doquier de cierta benevolencia y, aunque no se les respeta e incluso son objeto de extrañeza y risa por su afán de denigrar lo propio, sí son tolerados como nosotras, a quienes ya se parecen en extremo. A ambos se nos mira como a aquéllos que, por su insignificancia y medrosidad, no constituyen adversario ni competencia alguna y carecen de talla, valor, obras que tener en cuenta y capacidad de respuesta cuando se les aparta o se les pisa.
Se escucharon algunas protestas:
– ¿Pisarnos? De eso nada.
-Pisarlos a ellos quise decir. Nosotras no nos dejamos
Pese a la extensión del discurso, el auditorio escuchaba embebido. Tal vez ellas no hubieran crecido un ápice, ni fueran a hacerlo, pero los antiguos propietarios del Cofre menguaban a ojos vistas y estaban a su merced.
10
Los Mercenarios Light
– ¡Hemos encontrado un infiltrado! Estaba aquí, en uno de los barriles del ron de la Victoria, el que distribuimos tras el hundimiento del Buque Correo.
Hubo enorme revuelo entre las ratas.
¡Ah!, ¡Ah!, ¡Ah! ¿Qué es? ¿Quién es?
Se encontraron, desconcertadas, conque no era fácil saberlo. Por supuesto un galeote, pero con tantos rasgos semejantes a los de ellas mismas que parecía un gran peluche de rata. Era gris y suave, los ojos brillantes y casi sin pestañeo, los dedos encorvados y finos y sienes y orejas cubiertas de una fina cabellera que se prolongaba en el belfo. Advirtieron que no iba solo; un murmullo bajo los toneles de cecina del fondo delató a lo que parecía su guardia, seres semejantes a él, pero toscos y de tamaño intermedio. Llevaban pegatinas que los relacionaban con tribus urbanas que habían sido extraordinariamente activas en los meses que precedieron y en los días siguientes a la explosión del barco correo. Estaban Alienados en lucha, Kasas y koches okupados, Profesores al paredón, Mandar, cobrar y beber y una delegación de Amantes del Planeta, sector delta del Ebro y selvas amazónicas. Se mantenían silenciosos y acurrucados, simple telón de fondo de de su líder, que se adelantó unos pasos, identificándose como Rata Aspirante.
Éste se dirigió directamente a la Mesa con sorprendente familiaridad:
-Vengo para ahorraros trabajo. –dijo.
– ¿Por qué aquí y hoy? Hasta ahora nos hemos entendido con discreción. ¿Qué propones que necesite público? -inquirió Rata Segunda.
-Habéis elaborado un plan de transición sabio y extenso; incluso habláis de Ministerios, programas y política. Lo que habéis dicho se resume, sin embargo, en premisas muy simples que hace tiempo gozan de nuestra aprobación: Cuanto se disponga tendrá como fin primero colocar a vuestra gente para que roa a placer sin aportar sino sus uñas y colmillos. Nosotros os imitaremos y recibiremos lo que nos proporcionéis por nuestra fidelidad y servicios. Lo que acostumbraba a denominarse ideas, teorías, proyectos, propuestas, normas, leyes, no es sino el decorado de la premisa anterior y servirá exclusivamente a ese fin.
-O sea, que vosotros os encargaréis de las tareas de mantenimiento, repetición, distribución, aislamiento o eliminación de galeotes molestos…
-Naturalmente. Tal y como llevamos haciéndolo desde mucho antes de…preparar el ambiente para la entrega de las llaves del Cofre.
– ¿Sois suficientes?
-Nos crecemos gracias a vuestra generosidad. Con la inestimable ayuda de estos compañeros Síndicos de los Gremios A y B, que me han acompañado para tener el honor de saludaros. Y también contamos con el apoyo de las amplias masas de base, los ML.
Procedentes del grupo agazapado en el fondo, avanzaron dos colegas de Rata Aspirante que se distinguían por llevar sendas gorritas idénticas en colores y forma, pero con la visera en un caso a cuadros y en el otro a rayas. Los asistentes recordaron que ya habían reparado en ellos. Resultaban algo molestos por su costumbre de tocar el silbato cada pocos minutos y ejercer estiramientos de brazos. Los dos dijeron a coro:
-Dispuestos estamos a coger lo que pactamos: El barril de tocino, las galletas y el vino.
Y, a un gesto de Rata Segunda, cargaron con las vituallas y se encaminaron, sin dar la espalda, hacia la puerta con grandes reverencias.
– ¿Quiénes son los ML? –preguntó una rata del público.
-Los Mercenarios Light. –le respondió otra dos filas más atrás.
Rata Tercera, especialista en tareas de contabilidad y aprovisionamientos, aclaró:
-Las recompensas, primas y sueldos de mantenimiento pueden ser de varios tipos. Por ejemplo, los síndicos y capataces, como los que habéis visto, obtienen beneficios directos a cambio de elegir a nuestros representantes, asentir a nuestras propuestas y llevar a cabo nuestras iniciativas. Son los Mercenarios, e indispensables hoy por hoy. Sin embargo nuestro imperio reposa sobre un pedestal sólido y extenso constituido por los muchos que, sin obtener un pago, se consideran pertenecientes, y por ello mejores, a la Tribu Babor, la nuestra, que, con mensajes cotidianos incontables, es la Buena y Perfecta en oposición a la Estribor Malvada. Los Mercenarios Light desconocen su categoría, se conforman con los títulos de Amigo de los Igualísimos o piden puestecillos de poca monta, migajas, retazos; incluso algún que otro gesto de condescendiente familiaridad les basta.
-Salen baratos. ¿Nunca exigen?
-No, porque han participado en nuestras empresas, se han embarcado en nuestros buques y ayudado ellos mismos a mantener a los demás en las calas inferiores.
– ¿Siempre podremos utilizarlos?
La mayoría se rascó la tripa, que es la forma que tienen las ratas de encogerse de hombros. Las preguntas sobre el futuro a largo plazo no tenían sentido cuando se nadaba en la victoria y la abundancia.
Rata Tercera echó una mirada a sus libros de cuentas y otra al Cofre.
-Qué importa. Es nuestro imperio, el reparto inagotable, las abundantes migajas. Ellos están encantados, se miran en nuestro espejo con envidia, evitan pensar en el Buque Correo, temen siquiera mencionar el tema. Simplemente ruegan en sus plegarias que nada excite de nuevo la ira de Piratas Irredentos. Aunque no hay prueba alguna de que ellos planearan la explosión.
– ¿Y la bandera?
– ¿La que apareció flotando entre los restos, mucho después? –Hubo un guiño de entendimiento entre orador y sala. Simultáneamente los focos se centraron en el goloso contenido del Cofre, en el variado amasijo de cuanto contenía y podía ofrecer el No País. Montañeses Sangrientos, especie de ratas de las alcantarillas más al norte que solían reclamar, y obtener, los mejores bocados de las víctimas, soltaron la carcajada. Y, sin decir palabra, los miembros de la Mesa comenzaron a aplaudir al auditorio, el auditorio a ellos, y todos durante largo rato se dieron una prolongada ovación al éxito del plan y a sí mismos.
– ¡La rueda de prensa, la rueda de prensa! –recordó Rata Parda, encargada de Comunicación-Propaganda. –La prensa extranjera ya ha amarrado sus botes a nuestro costado y espera en la cubierta de recepciones. –Se inclinó con deferencia. –Por favor, Rata Máxima….:
Igualísimo, con los mesurados gestos que lo caracterizaban pero revelando cierto nerviosismo en la voz, ordenó sobre los hombros los pliegues de su membrana planeadora, se atusó bigote y cejas con la lengua y ordenó:
-Vamos.
11
Noticias internacionales
Aunque en apariencia descuidadas e incluso caóticas, las ratas tenían un plan preciso. El Alto Mando daba gran importancia a la imagen en el extranjero, así que el trato a la prensa había sido estudiado con detalle y programado en etapas en las que el grado de seducción iría de menor a mayor: Información escueta primero, en un decorado sobrio, con aparición, sin prodigarse, de los líderes y quizás irreprimible éxtasis de Rata Primera. Refrigerio inicial sin escatimar la bebida. Distribución de documento. A continuación segunda, e inesperada, fase.
Los representantes de Albinia News y Le Monde c’est moi, en primera fila, aparentaban, como sus colegas, no sentirse sorprendidos por el aspecto, zoomorfo, pequeño y gris de sus interlocutores. Eran, a fin de cuentas, reporteros duchos en el oficio y que tenían a gala mostrar su soltura en el contacto con diversas civilizaciones y en su carencia de prejuicio alguno sobre rasgos físicos diferenciales. A todos les resultaba simpático el No País precisamente por serlo, por el trato sencillo y campechano con los múltiples contactos deseosos de abrumarles con información e invitaciones a espectáculos, viajes, copas y cenas. Les encantaba no verse obligados a investigar sobre la explosión y rápido hundimiento, con cientos de víctimas, del Buque Correo y por haber recibido con tal presteza, y prácticamente en correos sucesivos, la instantánea seguridad de que los autores de la carnicería eran, una vez más, Piratas Irredentos en una de sus muchas ramas de acción rápida e imprevisible. Con los cadáveres aún flotando dulcemente camino de la gabarra-morgue y los restos del buque desaparecidos, hasta el último clavo, en el fondo, pasaban, en la misma página del bloc de notas, del tema del naufragio al veloz cambio de Gobierno tras la inesperada entrega de llaves del Cofre.
-Observo, tras el cambio de poderes, la impecable limpieza de las calles. –apuntó el periodista alemán.
-Si. –abundó otro colega- Llegaron unas fotos de vías públicas ocupadas por una multitud que tiraba barro y excrementos a los anteriores guardianes de las llaves del Cofre. Las paredes estaban cubiertas de improperios, y también de excusas y súplicas de clemencia a los piratas.
-Infundios. –se apresuró a puntualizar Rata Parda. –Simples infundios de los enemigos de la igualdad, que envidian nuestro sistema y abrumadora victoria.
– ¿Cuánto tiempo os haréis cargo del Cofre?
Rata Máxima se colocó en primer plano con esa discreción que le permitía emerger con el más apacible de los gestos entre los suyos. Y respondió:
-Cuanto tiempo sea necesario para garantizar las completas paz, igualdad y felicidad en el conjunto de la flota.
Pausa. Su actitud se hizo más íntima, su voz baja y dulce. Anunció:
-Les comunicaré una primicia.
Mantuvo durante unos instantes la expectativa. Sus acompañantes se frotaron las garras y emitieron chillidos de reprimido gozo y excitación.
-Ya hemos emprendido negociaciones con Piratas Irredentos. Sus actitudes violentas, nacidas de la injusticia social y la secular opresión, pasarán a la historia. ¡Diálogo! ¡Fraternidad! ¡Paz infinita!
– ¡Diálogo! ¡Fraternidad! ¡Paz infinita! –repitió al completo el grupo dirigente. La frase, según las consignas emitidas, fue coreada de barco en barco. La prensa, impresionada por el eco y el griterío, la apuntó y subrayó en sus cuadernos de notas. Poco más tarde aparecería en los diarios de sus países, un recuadro en páginas interiores porque el origen no merecería más ni despertaba otra curiosidad que la de lo anecdótico, ligeramente aureolado de exotismo por la distancia y el atraso. No dejaba de resultar llamativa la regresión del No País, que, por perder, había perdido hasta nombre, fronteras, insignias y territorio.
– ¿Cómo ven ustedes el futuro? ¿Cuáles son sus planes, una vez asentados en el poder? –preguntó el enviado de Babuinolandia.
Rata Segunda comenzó a recitar la larga lista de propósitos bien aprendidos, pero se produjo una interrupción. Igualísima había entrado en trance. Sus claros ojos giraban en las órbitas color de rosa, hasta que se detuvieron clavados en un punto del horizonte. Temblorosa, babeante el lustroso belfo y tersa la piel del tono del pulido metal, clamó ante el auditorio:
– ¡He tenido un sueño! La noche pasada tuve un sueño que responde a todas sus preguntas. Soñé que cuanto gobernamos, y gobernaremos, era un pan, una hogaza enorme llena de rica miga blanca. Su superficie, cuadriculada, dura, la mantenía aislada de los deseos de las masas; una red de represión, órdenes y reglamentos convertían en coraza su dorada superficie. Hasta que llegamos nosotras, todas mis compañeras, a las que represento, de las que soy, no ya sólo parte, sino porción intercambiable con cada una de ellas. Entonces, mientras los galeotes cantaban nuestras alabanzas, empujamos, deslizamos la hogaza hasta un charco igualmente enorme. Y esperamos sentadas en la orilla. El agua, turbia y profunda, iba convirtiendo en blanda sustancia la dorada corteza. Esperamos, y… ¡Oh! ¡Qué momento! ¡Inmensas cantidades de miga! ¡El más equitativo reparto! Nada dejamos. –Igualísima brincaba por el escenario, subía y bajaba, llevada por la euforia, por mesas, sillas y cortinas. Repetía
– ¡He tenido un sueño! ¡Gris, gris; gris todo el pan, que ya no es pan, que es migas, infinitas migas! ¡Gris, gris! El pan desaparece, lo hacemos desaparecer. ¡Migas iguales, migas idénticas, grisáceas, húmedas, a nuestra medida! ¡Tuve un sueño! ¡Tuve un sueño!
– ¿Será el suyo un gobierno tripartito? –preguntó la enviada de Cosmopueblo News– Se lo digo porque hemos visto al venir, al pairo a pocas millas de aquí, una galera de Piratas Irredentos y uno de los pesqueros de la temible facción Montaraces Boinapétrea.
– ¿Ah? ¡Oh! –La pregunta intempestiva pareció desconcertar a Igualísima, sacarla bruscamente del éxtasis aéreo, hasta tal punto que se soltó de la cortina, descendió arañando el tejido sin conseguir aferrarse y aterrizó por fortuna en los brazos extendidos de Rata Tercera y Rada Segunda. Inmediatamente éstas la colocaron en un segundo plano y anularon posteriores intervenciones, mientras ambas afirmaban a coro.
-Nada tienen que ver esas naves en nuestras decisiones y proyectos. Ni hay ni ha habido ni habrá acuerdos con sus capitanías. Sin duda esperan el mejor momento para rendirse. Sabemos de fuentes solventes que si no lo han hecho antes ha sido por retrasos en la entrega del pedido de banderas blancas.
-Vimos… -la voz de la periodista fue ahogada por la entrada, en aquel preciso momento, de numerosos portadores de botellas, copas y bandejas de riquísimos canapés. El evento había sido sincronizado con los acordes, a todo volumen, del Himno. Y así se dieron por acabadas las preguntas. Simultáneamente se distribuyó a cada uno de los asistentes el opúsculo Mi Singladura, En él se exponía el ambicioso ideario que diseñaría, desde ese mismo instante, el mundo futuro. Algunos, mientras daban cuenta del refrigerio, se pusieron a hojearlo. Era breve y comenzaba con un Mi miniado, metáfora del sujeto colectivo, que ocupaba todo el ancho y alto de la página. En la mayúscula trepaban, jugueteaban y se mordían ratas en todas las posiciones, para girar luego en una esfera terrestre que era el punto de la i. Acto seguido se exponía, con un sencillo gráfico, la parte medular de la teoría. A=Pasado. B=Futuro. A=Era injusta. B=Paraíso Nova Rata. La zona intermedia entre B y A no podía, pues, sino consistir en el diseño, imposición y utilización de la Nova Memoria, de seres injustamente tratados y despojados, mientras que, cara al futuro, no cabía sino la eliminación, física u operativa, de los maléficos seres antiguos, los cuales, sea dejarían paso, sea serían transformados en Seres Novos propios del Paraíso reciente. En un arranque irreprimible de inspiración y entusiasmo, se habían dedicado algunos párrafos a explayarse sobre la teoría de la Rata Primigenia, modelo de la especie, subyugada y mantenida en servidumbre, desprecio y sombra por cuantos poderosos en el mundo han sido y rescatada, al fin, por sus congéneres.
La rueda de prensa se había enmarcado en un ambiente austero y con poca luz. Los dirigentes parecían haberse esfumado, como si el acto hubiese terminado bruscamente. Sin embargo lo mejor estaba por llegar.
12
La rampa viscosa
Y vino la sorpresa. Grande, fastuosa, inesperada por el conjunto de la prensa (excepto por el grupo comunicativo oficioso El No País Avanzado), por algunas de las ratas y por la totalidad –ratas peluche exceptuados- de los galeotes. Vigías y altavoces habían anunciado de barco a barco la inminencia de la buena nueva, dispuesto la presencia en proa de la orquestina, que ya ensayaba sus violines, solicitado que las embarcaciones se situaran en círculos concéntricos en torno a la nave capitana.
La prensa extranjera se dedicaba ya con fruición a los exquisitos canapés y bebidas que habían sido prestamente dispuestos para el evento. El tiempo ayudaba porque la superficie del mar era una balsa de aceite, tal y como si los implicados en el evento hubieran sabido con notable anticipación el parte meteorológico. Los periodistas locales explicaban a sus compañeros foráneos la naturaleza y calidad de los manjares y la graduación y añada de los espirituosos, de forma que en el lapso previo al evento ya reinaba un clima de cálida y difusa euforia.
Las ratas presentaban un aspecto espléndido. No habían crecido, pero sí dominaban la forma de trepar y mantenerse unas sobre otras, de manera que la altura les permitía vestir diversos uniformes, pisar fuerte con las botas que anteriormente hubieran roído y agitar sombreros de ceremonia que se balanceaban sobre las enhiestas orejas.
Sincronizadamente, sonaron las sirenas.
Las naves hicieron pasillo. Surgida de las brumas de la media tarde, avanzaba una galera de un blanco impoluto, empavesada de pequeñas, múltiples banderas en las que doradas ratas rampantes sonreían en un fondo azul marino.
El mascarón de proa era un ave de brillo metálico y gran tamaño, híbrida de paloma y mítico grifo, que cobijaba bajo sus alas a sendas ratas, se posaba en un grupo de sonrientes galeotes y sostenía en el enorme pico junto con una rama de olivo la parte central de la amplia banderola desplegada de proa a popa con el lema PAZ ETERNA. Éste se repetía en banderines de todos los tamaños acompañado de un pie, artísticamente trazado y coloreado en los siete tonos del arco iris, en el que se leía RENDICIÓN IS BEAUTIFUL.
El albo navío se situó, todas sus velas desplegadas, en el centro del círculo. Sonó la música suavísima de los violines, y entonces surgió una plancha que conectó su cabina de mando con la de la nave capitana.
-Acompañadme. –dijo Rata Máxima. Y compañeras y periodistas la siguieron por la empinada rampa, que estaba cubierta de una substancia resbaladiza y viscosa porque el barco había atravesado un banco de calamares.
13
Rueda de prensa
-Apreciamos profundamente vuestro esfuerzo e interés por informar a la opinión internacional y os rogamos aceptéis esta modesta prueba de nuestra gratitud, destinada a contribuir a los gastos del desplazamiento.
La rata-chambelán, seguida de miembros del cuerpo diplomático provistos de cestas y bandejas, había recibido con estas cordiales palabras a los representantes de la prensa y ahora hacía llover sobre ellos y llenaba sus manos de vales diversos: Hotel Dos mil y dos noches, fin de semana en Isla Mulatas Divinas, citas de trabajo con barra libre en El Rey de los Cócteles, boletos para una rifa del puesto, excelentemente remunerado, de consejero…
Desde el techo, se desplegó súbitamente una enorme pieza de tela.
– ¡Ooohhh! – exclamó sorprendido el auditorio.
-Permitidnos, antes de que comience el espectáculo, presentaros la que será nuestra enseña nacional- anunciaron a coro las ratas dirigentes- ¡Igualdad es diversidad!
La bandera, que cubría todo el ancho y alto de la estancia, reunía los motivos que, en pequeño formato, adornaban la galera. Consistía en filas de diminutas cabezas de rata cada una con un tocado diferente. Había conos rojos con forma de hucha, rectángulos con aspecto y color de adoquín, turbantes sembrados de hortalizas, gatos disecados a los que atravesaba con su lanza un rátida victorioso, manos de fieltro en posición de aplauso, enormes claveles en la oreja, pañuelos empapados de lágrimas que goteaban sobre el portador gracias a un ingenioso dispositivo…Quedaba en la bandera un espacio libre en el que el globo terrestre, sub specie de caja de quesitos, aparecía rodeado de roedores que unían sus colas y alzaban brazos y hocicos.
La enseña se plegó para que comenzara el espectáculo.
El cantor Pasta Supina afinaba su arpa. El comité central de las Rátidas, conscientes de su valía, le habían preparado un sitial, modesto porque se trataba de un vate que tenía a gala ser popular en extremo, pero imponente en el decorado de su rampa de acceso, que simbolizaba el colectivo esfuerzo y universal valía de su nación. No se habían regateado mármoles, chapados de oro, cristales de roca y alfombra oriental.
Vestía el vate con cuidada sencillez: Chaqueta de seda salvaje imitación pana, camiseta firmada por pintor célebre y bordada a mano con el rostro de un líder selvático muerto por una alta causa, pantalón negro con cinturón de calaveras de brillantes marca Chic Paris, alpargatas de diseño florentino y, al alcance de la mano, sin darle mayor importancia, el Stradivarius que había requisado Rata Ecónoma de los antaño fondos artísticos nacionales. En el gozo del reparto, se había propuesto utilizar para añadido de los bigotes las cuerdas, pero finalmente se pospuso la moción en espera de medidas de tipo más general.
El vate templó instrumento y atacó, sin más preámbulos la Oda Rátida, que efectuaba, según se explicó, tendido en el suelo para ponerse a la altura de los más modestos entre las masas y acercar su voz a los desfavorecidos. Porque el acto era el anuncio al resto del planeta del vigor, proyectos y radiante futuro del Nuevo Sistema.
Hubo un problema: su voz, pese a los amplificadores y debido en gran parte a ellos, consistía mayormente en los agudos chillidos propios del idioma de la especie, y resultaba difícilmente audible, penosa e indescifrable para el auditorio extranjero. Sin embargo éstos siguieron, acompañaron y despidieron al vate con aplausos. El desconcierto inicial desapareció en cuanto algunos manifestaron en frases que cundieron por la sala:
– ¡Distinto!, ¡Rompedor!, ¡Nuevo!
– ¡Es una cultura diferente!
– ¡Pasó el arpegio! ¡Viva el chillido!
– ¡Recibimos las primicias!
– ¿Por qué no aplaudes? ¡Nunca más la marginación cultural!
-Vate, tú eres el instrumento.
Y en verdad lo era, porque tañía las cuerdas con la punta de la cola y lograba efectos de percusión mordiendo rítmicamente el estrado.
Contribuyó a la euforia la generosa distribución de viandas y caldos de añada y la promesa de cruceros gratuitos y dádivas sin cuento. Los periodistas sintieron una cálida ola de simpatía por las Ratas. Quien recordaba el hámster que había alegrado su niñez, quien los cuentos sobre ratones sabios, quien la militancia en grupos para la defensa del derecho al voto de los animales, sector mamíferos, quien los pliegos de firmas para habilitación del centro urbano para solípedos. Lo cierto es que, según la noche y el festejo avanzaban, el Sistema Nuevo gozaba de más partidarios dispuestos a defender, de vuelta a sus países, la noble causa de masas oprimidas diminutas que al fin estaban logrando el ideal antiguo de la perfecta igualdad. Todos los periodistas, agradecidos por las invitaciones prometidas, recordaban pasadas luchas juveniles de ellos y de sus lectores, desteñidas luego por el tiempo y por el ingrato y crudo principio de realidad. Por ello ahora se proyectaban en el mundo gris y anónimo de las ratas múltiples utopías, envidias, rencores e ideales que ya no eran decepciones, errores, callados fracasos, sino valientes iniciativas de futuro. Tanto más gratas cuanto, finalmente, más ajenas en distancia, circunstancia y raza, y, por ello, perfectas para la ovación y el sueño.
El volumen creciente del sonido, y de la graduación de las bebidas, no había permitido percibir con detalle la proyección que se desplegaba en el escenario. Las ratas exhibían el cortometraje de su proyecto, mezclado con paisajes planetarios, del sistema solar y luego del planeta azul al que había que salvar a toda costa de los desmanes cometidos por la civilización humana. Se precisaba la vuelta a lo diminuto, el troceado de los siempre agresivos países, asociaciones y naciones, para llegar a los millones de comunidades, cada una en su agujero, nutridas por el generoso botín procedente de la organización y el trabajo de seres humanos, diferenciados, agresivos, exigentes y defensores de formas incompatibles con la homogeneidad perfecta. ¡Había tanto para repartir!
En la pantalla, ahora en forma de película de dibujos mezclada con paisajes del planeta azul, las ratas desplegaban, con el título El Queso Global, las etapas de su proyecto. Comenzarían royendo en el norte la cadena montañosa fronteriza. Separado el No País del Continente de las Abominaciones Individuales, aquél bogaría entre galeras, juntándose, por natural afinidad, con las secciones del Feliz Sur Tribal. Al tiempo, y desde diversos ángulos, se derramaba desde paredes y techo un espectáculo de luz y sonido. La luz no cubría todo el espectro del arco iris.
-Se diría que faltan…-insinuó Rata Cuarta en la mesa directiva.
– ¿Cómo que falta? Nuestra Líder, junto con sus asesores y secretarias, le dio su visto bueno. Perfecto para un plan perfecto que ilumina la senda de la felicidad universal.
-Ya, ya los distingo, los siete. Al principio el amarillo y el violeta me parecieron….
Rata Cuarta se deshizo en excusas, mientras la mesa de la directiva se dirigía al entregado público:
– ¿Acaso no los veis?
– ¡Los vemos, vemos los siete! ¡Oh el brillante dorado y el tierno malva! – afirmaron los invitados apuntando a los inexistentes colores que las ratas, a causa de su peculiar órgano de visión, no habían logrado proyectar.
El detalle se hundió en el olvido, excepto para Rata Cuarta, que recibió bajo la mesa un aviso de cita para remar en la galera XXVI desde el amanecer del día siguiente.
La rata de relaciones públicas consultó sus notas y tuvo la impresión de que había olvidado un punto que solía figurar en las reuniones con los medios:
– ¿Hay alguna pregunta?
Se trataba de una interrogación retórica, sin embargo, un enviado abstemio y comedido dijo, después de comprobar lo que figuraba en su cuaderno:
– ¿No fue cerca de estas aguas donde se hundió el Buque Correo?
-Una gran catástrofe. Un atentado.
-Muchos muertos.
Añadieron algunas voces.
– ¿Correo? ¿Buque? – La portavoz de la Junta Rátida, y luego la Junta en pleno, no supieron durante unos instantes disimular su desconcierto. – ¿Atentado? ¿Atentado?
-Lo publicó toda la prensa. Por muy poco tiempo. Curioso. No se habló más. Está clasificado en la t, terrorismo. Nos distribuyeron la ficha. Zanjado. ¿No fue poco antes de las elecciones? – Voces diversas se alzaron en la sala.
Las ratas se recuperaron con prontitud, fueron respondiendo:
-Ah, el terrible atentado.
-Pasó hace mucho tiempo.
-Nadie se acuerda.
-Fue una plaga mundial.
-Como la peste.
– ¿Y los culpables? – se interesó Jean-Claude, columnista de Le peuple c’est moi.
-Piratas Irredentos, por supuesto. – le respondieron al unísono –Un abominable acto terrorista.
-Pero nunca se encontraron a los planificadores, ni se analizaron pruebas- insistió Jean-Claude.
-Los culpables, en realidad, fueron….¡los culpables del hambre, los culpables de la opresión de tribus indefensas, de jeques abocados a la más negra desesperación, de clanes benéficos frustrados en sus legítimas aspiraciones, los eternos enemigos de la desigualdad que combatimos y que erradicaremos en el próximo y radiante futuro!-Las ratas de las fuerzas especiales de momentos críticos habían tomado oportunamente la iniciativa y acompañadas por los acordes del vate Pasta Supina, habían ofrecido al auditorio una explicación apasionada que selló el tema. Además, prácticamente ninguno de los extranjeros recordaba sino muy vagamente el suceso, del que la publicidad había sido mínima una vez zanjado oficialmente por el nuevo gobierno rátida, con el que la mayoría consideraban conveniente congraciarse.
– ¡Que siga la fiesta! -pidió la mayoría.
Una catarata de luces y de lo que parecían serpentinas y confeti descendió del techo. Se trataba de largos cheques al portador y de brillantes y valiosas monedas doradas y diminutas. El cantor repitió estrofas escogidas de sus anteriores actuaciones y derrochó energía y cabriolas en el escenario. Se proyectó un vuelo tridimensional de palomas provistas de ramos de olivo y una música dulcísima acompañó a la invocación, a los presentes, para que se cogieran de las manos y rodearan un mechero gigante en cuya llama aparecía y desaparecía un globo del mundo verde y sonriente y diversas constelaciones del zodiaco rátida.
Llevado por la necesidad de expresar su gratitud hacia los espléndidos anfitriones y su simpatía por el vasto programa desplegado, cada cual comenzó a reclamar la presencia del autor del espectáculo y la de Rata Primerísima, que se mantenía en la sombra. La presentadora dio unos brincos hasta el borde del escenario y resumió:
-Éste es el futuro: Bondad, Comunidades, Tradición, Esencias, Iguales, Idénticos, Felices, Paz, Paz, Mucha Paz, Paz Infinita.
– ¡Viva, viva, hijo de Siva! – gritó un periodista indostánico, y, como iba achispado, tarareó el himno de su grupo Pro Culturas Ancestrales:
Las viudas se queman alegremente
con vítores y aplausos de la gente.
A la pira con empeño
porque tradición es
que abolió el malvado inglés.
Del fondo de la sala, un reportero de “Enfriemos el norte antes de que sea demasiado tarde” expresó también sus sentimientos:
-Las ciudades y los coches
asco profundo me dan.
Me vuelvo al vikingo clan.
– ¡Small is beautiful! – Apuntó, para no ser menos, el enviado del “Saxon News”.
14
Diktátor
Grandes eran el gozo, la euforia, los aplausos y el buen ambiente a cuya muelle sensación parecía contribuir el suave balanceo del barco. Por ello ninguno de los asistentes se esperaba el brusco, pero bien planeado cambio. En cuestión de segundos se extinguieron alegres colores, cantos, conversaciones, porque una espesa sombra que parecía casi sólida y rezumaba del techo y paredes laterales de la parte delantera de la enorme sala descendía, se agazapaba y se diría dispuesta a avanzar hacia el auditorio.
– ¡Diktátor! ¡Diktátor! – clamó el agudo timbre de algunas ratas.
Y hubo desconcierto, que rayó en el pánico.
-¡Dictator! ¡The King of Estribor! ¡The Evil, the Evil!
-¡The Mother of all Evil!
De un extremo a otro de la sala se elevaba un clamor que parecía querer oponerse a la negra, inesperada presencia del Mal.
-No puede ser. Diktátor murió hace muchos años. -aventuró un periodista.
-En efecto. El terrorífico, pavoroso, letal tirano pertenece al pasado. Pero nosotras somos las únicas que se interponen entre el hoy feliz y su resurrección-
La respuesta venía de lo que en ese momento iluminaban los focos. Las ratas habían formado, las unas sobre las otras, una barrera de pelo gris y ojos brillantes que, con un sabio efecto visual, se levantaba entre la negra sombra del ancestral enemigo y el intimidado público. La ola negra se plegó, se redujo a ojos vistas y acabó siendo triunfalmente pisoteada por la Junta Rátida Directiva.
– ¡Pero a partir de ahora somos fuertes! ¡El Bien cuenta con vuestra ayuda! – dijo Rata Segunda desde el ápice de la pirámide de relucientes cuerpos y hocicos sonrientes color de rosa. Igualísima, con su acostumbrada modestia, había quedado en un segundo plano. Rata Segunda extendió los brazos hacia los representantes de la prensa
¡Venceremos al Mal como lo hicieron vuestros padres, vigilaremos sus brotes negros, denunciaremos y denunciaréis las múltiples manifestaciones de Estribor!
Sin solución de continuidad, cambió el escenario. Lo ocupaban ahora las Ratas del Conjunto, que danzaban alegremente y hacían llover sobre los asistentes paquetes-regalo, sobres-sorpresa y condecoraciones a título prematuro. Los periodistas comentaban en grupos excitados, halagados, optimistas y febriles hazañas bélicas de ellos y de sus antepasados en las fuerzas contra Estribor, acosos gloriosos a parlamentarios estribonitas, apoyos incondicionales al lejano líder oriental Kim El Radiante, que desde hacía ya tres generaciones estaba empeñado en la noble causa de la Igualdad Suma, sin reparar en medios ni en que la población hubiera mermado más de un cincuenta por ciento. Kim El Radiante, ¡ay!, estaba lejos, pero el No País ofrecía, ya durante su Guerra Civil y ahora con el advenimiento Rátida, la oportunidad de excitantes batallas lidiadas, a conveniente distancia, en tierra ajena. Y gratis total.
– ¿Quién es Diktátor? – preguntó tímidamente Offing, un periodista de Albinia joven, flaco y rubio.
Su compañero, entrado ampliamente en la madurez, inclinó la cabeza, guardó grabadora y notas y se acomodó en el asiento del fondo donde, en la penumbra y separados de los numerosos corrillos, tenía lugar la charla.
-Diktátor….Claro, ellos lo dan por sabido, pero no es cierto. Es verdad que basta con citarlo para sembrar el pánico. Algunos de nuestros abuelos lucharon en la cruenta guerra civil que hubo en estas latitudes.
– ¿Te refieres a la epopeya de Babor contra Estribor?
-A uno de sus capítulos, porque como sabes, Offing, se trata de una batalla ancestral, el Mal y el Bien, aunque en estos tiempos revueltos ya las cosas se confundan y no haya dos frentes con la claridad de antaño.
-Creía que eran ya una especie de sagas del pasado, relatos que cambian. Fíjate, en mis islas antes los vikingos eran piratas que mataban, robaban y quemaban. Ahora son fundadores de nuevos reinos, audaces pobladores de lejanas tierras.
-La historia ha sido distinta en estos mares. Aquí venció la Maldad, Estribor, en la batalla. Y su jefe, Diktátor, reinó como líder supremo durante décadas.
– ¡Y su pueblo huyó, se rebeló en masa, mendigó el pan y la sal de los que se apropiaban los servidores del tirano! Los caminos estaban sembrados sin duda, en las fiestas conmemorativas, de ajusticiados de Babor. ¡Debo escribir algo sobre esto! – Offing se estaba entusiasmando ante la crónica retrospectiva de los terribles sucesos, más trágicos por lo repetidos durante años innumerables y, sin embargo, extrañamente sepultados por el polvo del olvido.
-Tranquilo- le dijo su compañero, que se llamaba Metáforos y procedía de un pueblo costero del sur. -No fue así…exactamente. Al menos eso creo. No, los habitantes no huyeron en tropel, ni se batieron, tras la victoria de las huestes de Estribor, hasta la última gota de su sangre.
-Sin duda les separaba de la libertad el alto muro construido por el terrible régimen, vigilado por mastines rabiosos y armas automáticas.
-Pues no, Offing. No hubo, no ahí, muro. Salían, entraban y salían. Ya sabes que la gente olvida, se acomoda. Los padres de un colega mío estuvieron en el No País antes de serlo, de vacaciones. No les iba tan mal.
-Pero acabaron asesinando al tirano horrendo.
-Efectivamente murió.
– ¡Ah! ¡Lo sabía! Justicia, merecida justicia.
-Diktátor murió de vejez. -apuntó Metáforos, más apesadumbrado por la decepción de su compañero que por el final de la historia.
-Estribor fue aplastado por Babor sin duda.
-Los últimos años han sido confusos. El No País aún no lo era, cada vez se distinguía menos de los demás países. Y con Babor y Estribor pasaba lo mismo. Hasta que Igualísima y los suyos comenzaron a imponerse y a establecer la cadena de Monumentos Defensivos….
– ¿Contra quién? – Offing seguía el relato con dificultad.
-Contra Diktátor, sus manifestaciones, sus encarnaciones. Todo Estribor, cada fragmento de Estribor es, puede ser él.
Offing consultó sus notas. Propuso lleno de entusiasmo:
– ¡Investiguemos! La oportunidad es excelente, primera invitación oficial del alto mando rátida. Buena parte de la flotilla está desplegada alrededor. No hemos visto ni a uno solo de los galeotes. A mí no me convence…
-Baja la voz- Metáforos miró a su alrededor con inquietud. Su joven compañero estaba menos afectado que el resto por el generoso servicio de espirituosos, la larga e intensa jornada y el viaje previo. Offing había heredado de sus antepasados vikingos la resistencia al alcohol. Vibraba de curiosidad y energía.
-Subamos a cubierta- propuso Metáforos.
15
Gal
Su idea era continuar la conversación en un ambiente más discreto. Nadie vigilaba las escaleras porque los encargados de hacerlo yacían embriagados por el generoso reparto de esencia de tocino rancio de la cosecha del siglo pasado.
-La cecina ciega mis ojos….- tarareaba uno de ellos. Otro, que en tiempos había trabajado de enlace en el sindicato Galeotes Sin Fronteras, repetía con insistencia etílica fragmentos de una de las canciones de Pasta Supina: -Me pagan por eso….Me pagan por eso….-
Afuera reinaba el silencio. Demasiado silencio. Se acodaron en la borda.
Una sombra recorría el barco, un susurro metálico rozó la escalerilla, una mano introdujo un papel arrugado en el bloc de notas de Offing, que sobresalía del bolsillo de su chaqueta.
Metáforos había oído algo y se volvió hacia cubierta. La sombra se escabulló rápidamente, pero no lo bastante como para que ambos no distinguieran a alguien de pequeña talla que desaparecía por una escotilla.
-Parece un niño. Pero la población del anterior sistema no está en este barco-comentó a Offing.
Los dos periodistas olfatearon oportunidad, misterio y noticia. Sabían que las ratas eran pueblo celoso de sus asuntos internos, que no comunicaban sino lo acordado y anunciado con pompa y preparaciones, pero aquella noche la tripulación de la lujosa galera de recepciones y grandes eventos se había entregado a la confianza y la ebriedad, al reposo que sucede a conquista, puesto que consideraban afianzado su régimen y abierto el camino al mundial reconocimiento y a los grandes proyectos de expansión. Paralelamente, Juventudes Rátidas y Rátidas Primera Regional disfrutaban mascando diminutos trozos de la bandera, en tiempos anteriores a la gesta del Hundimiento del Buque Correo, del No País, la cual se habían divertido desgarrando y apostando a ver quién lograba separar el trozo más pequeño.
Ambos periodistas dudaron.
-Vamos.
Y descendieron ambos por la escotilla.
Todo estaba húmedo, ligeramente viscoso y sombrío. Oyeron cerrarse puertas excepto una mal encajada. En el interior no había sino oscuridad y moho, un espacio pequeño con viejas cuerdas y algunos barriles. Repentinamente de un tablón desprendido muy cercano, surgió un brazo que atenazó el de Offing. Era un galeote, un tipo grande, ciertamente no el que habían entrevisto arriba. Sus ojos brillaban en la oscuridad. El encuentro fue tan breve que apenas intercambiaron algunas palabras. Dijo:
– ¿La habéis visto? A la sirena, ¿verdad?
– ¿Sirena? Había alguien pequeño….
-Es ella, la que huye, aparece y desaparece. Sabemos que va de barco en barco. Es de los nuestros. La persiguen. Se escapó un día y se escapa siempre.
Alguien que parecía también surgido de la pared apoyó familiarmente la mano en el hombro de Metáforos. Entonces pudieron verlos: Dos tipos con el cabello largo y costroso de sal, de hombros anchos que les hacían parecer más altos de lo que eran.
– ¿Qué queréis? ¿Quiénes sois?
-Huidos. Prófugos. Proscritos. Éste es, era, el Remo número 32, nombre actual Orky, y yo el Remo número 24, Kraky.
-Es que hemos elegido, llamarnos como grandes animales asesinos, Kraken y Orca; pero sin exagerar. -puntualizó Orky-, nombres que den un poco de miedo.
– ¡Prófugos! ¿De un sistema donde reinan la felicidad y, sobre todo, la igualdad, según nos dijeron? ¿Verdad, Offing? -Metáforos se volvió hacia su compañero, quien, tras la sorpresa inicial, había sacado su bloc de notas y comenzaba a escribir.
-Bueno…-respondió éste- Lo de la felicidad y la igualdad absolutas….En el País de la Reina Eterna somos muy pragmáticos, algo desconfiados, no lo tenemos claro. Había que investigar. Es una prioridad asegurar el comercio marítimo.
-Ni la medusa más tonta se lo hubiera creído-Había no poca ironía en la voz de Kraky.
-Sin embargo era mucho peor, muchísimo peor, en la época de Diktátor.
-La era de la Dictadura Horrenda.
Los dos periodistas habían hablado casi a coro porque hasta en los más elementales libros de historia existían un antes y un después que explicaban, antes, ahora y para siempre, cuanto ocurrió, ocurría o podría ocurrir en el No País y la flota rátida. Hemerotecas, diarios, textos escolares, medios sonoros y publicaciones diversas se nutrían del regular flujo informativo que llegaba desde la flota. Hasta la Reina Eterna del país de Offing, entre sorbo y sorbo de licor de la juventud imperecedera mezclado con su té, lo leía en el boletín por las tardes.
-Sois felices-insistió Metáforos-; y es hermoso saber que hay un lugar así y que os apoyamos, y navegamos por vuestros cálidos mares disfrutando del mejor marisco. ¡Es bello que haya paraísos!
-Siempre y cuando estén a cierta distancia….-Offing era un tipo reticente. – ¿Y la sirena?
-Ella…Nosotros os enseñaremos muchas cosas. Si os atrevéis. -dijo el ex Remo número 24-Hablad. Escribid. Podéis hacerlo. ¡Cuidado!
Las ratas de guardia chillaban arriba; se habían despejado lo suficiente como dar un breve paseo de reconocimiento. De un tirón brusco hacia dentro, los dos visitantes se encontraron en un pasillo estrecho mientras el tablón se ajustaba al resto ocultando la entrada. El hombre – ¿era un galeote? Y si no lo era, ¿quién? – corría delante. Iban dejando atrás pasillos laterales y huecos que al principio intentaron contar para luego volver sobre sus pasos, pero desecharon la tarea por imposible.
-Bajad. -les dijo.
Eran escalones, no las escalerillas habituales. Algo se cerró sobre sus cabezas. Hubo un chapoteo. Gentes que no distinguían trajeron una luz. Había agua en el charco de la esquina, y sentada en su orilla se encontraba una figura menuda, vestida de gris excepto la parte inferior del cuerpo, de un verde brillante y embutida en algo tubular.
– ¡La sirena!
-O tritón.
– ¡Qué reportaje!
Metáforos se acercó y se presentó educadamente. Su familiaridad con los mitos grecolatinos le permitía considerar con notable amplitud de criterio la existencia de seres especiales, mixtos y diversos.
-Corresponsal del Odiseo Incansable y del semanal Club Pericles.
– ¿Del Viejo Continente? ¿Del mundo externo? -la voz era femenina y no tenía nada de infantil. Se expresaba con tono cristalino y un leve burbujeo de fondo.
Offing alargó a su vez la mano en saludo:
-Escribo para el News from the Continent y para la gaceta de la Reina Eterna. La Reina de mi país lo es; eso da mucha estabilidad a las instituciones.
-Soy Gal, y era galeote antes.
La mano que estrechó no estaba fría ni resbaladiza.
– ¿Era galeota?
Gal azotó la superficie del charco con la extremidad verde y pareció encolerizada. Subió el tono:
– ¡Qué galeota ni qué nada! ¿También os ha aquejado en vuestro lejano país la peste de la vocal final que usaron las ratas como consigna? ¿los ballenos y las ballenas, los delfines y las delfinas? Mi nombre era Galerna, en vez de ser galeota, pero escogí Gal.
Offing observó que nada tenía de niña. Se sentó cerca, bloc en mano.
Comenzó una larga y un tanto frenética conversación. Gal quería explicarles todo, enseñarles todo, y el tiempo apremiaba.
– ¿Conocéis la cámara acorazada de los almacenes de memoria?, ¿la gabarra de los lisiados?, la santabárbara para dinamitar embalses y carreteras de la época de Diktátor?, ¿la central M.O.P.I., Ministerio de Obras Públicas Inútiles?, ¿las salas ocultas donde está la máquina de fabricar tribus?, ¿los planos para hacer todos los ríos circulares, con su virrey en el medio? ¿Y la reproductora gigante de agravios ancestrales? Mira el mapa que te di de cuanto transporta la flota.
Offing sacó el papel arrugado de su cuaderno. Era mucho más minucioso y cuidadoso en su dibujo de lo que en principio hubiera podido creer. Él y su compañero anotaban febrilmente. Gal usaba un vocabulario amplio, de inusitada riqueza. Parecía que no iba a terminar la enumeración nunca.
En el fervor de la conversación, Gal echó la cabeza hacia atrás y la capucha gris se deslizó sobre sus hombros. Su cabeza estaba muy cerca de la de Offing y él vio que los ojos parecían contener los reflejos cambiantes del agua, y que su pelo era de tres colores diferentes y ondeaba en una corta melena de bucles amplios que recordaban a la rizada superficie del mar.
A él se le cayó el bloc de notas, y Gal observó mientras se inclinaba para recogerlo que aquel extranjero tenía cráneo y barbilla cubiertos de fino cabello rubio, sin pizca de salitre, que la piel parecía de gran suavidad y que sin embargo sus manos y brazos daban sensación de valor e incluso de atrevimiento. Algo que no comprendía la impulsó a coger, al tiempo que Offing, el cuaderno y rozar sus dedos. El rostro de él cambió, sorprendentemente, de color como ocurre con las medusas cuando pasan del azulado al rosáceo. Las cejas también eran rubias, los ojos oscuros del tono de la madera de navío, y estables como ésta.
– ¿Eres….eres realmente una sirena?
– ¿Ya te dijeron que soy la sirena fantasma?
-Las sirenas matan, embrujan y matan-terció Metáforos, y añadió en un susurro:
– ¿Y si es una espía de los antiguos partidarios de Diktátor? Se cuenta que existen. Terribles, temibles, estriboritas extremos.
No hubo tiempo para respuestas. Se encontraron rodeados por el sonido de artilugios de dos ruedas que golpeaban pasillos y escaleras en su avance
– ¡Persecución, persecución! No saben dónde estamos pero sospechan, y las Ratas han enviado a las fuerzas de búsqueda de disidentes en varios destacamentos.
– ¡Qué ruido infernal! -Offing se tapó los oídos.
-Es una de sus armas. Son los Rataciclos.
Entonces se sumergieron en el charco, bucearon brevemente y emergieron en recónditas dependencias. Allí, mientras algunos exgaleotes discutían el plan de fuga, otros les explicaron en qué consistían las Fuerzas Represivas Rátidas. Cuando introdujeron el rataciclo aseguraron que era para mejorar la salud física y mental de las tripulaciones. Pronto se reveló su siniestra función, su agresividad arrolladora. Ninguna cabina, pasillo, cubierta, estaba libre a hora alguna de su ataque. En cualquier instante un rataciclo conducido con febril y prepotente pedaleo por vigorosas ratas aferradas con dientes y rabo al manillar podía arrollar al humano, machacar al menos rápido y más débil, privarle de transporte y comida, someterlo a tratos degradantes y a insultos por oponerse a la salud y al progreso, hacer pasar sobre él a toda la manada triunfal que le escupiría además desde la altura de las dos ruedas. Su llegada era anunciada por la bocina de timbre desgarrador, la parálisis general del público y el altavoz que denunciaba los vergonzosos medios de transporte, de cuatro ruedas, del tiempo pasado, devoradores de la energía de la bondadosa Madre Naturaleza. Cualquier galeote debía, cuando se aproximaban, detenerse y permanecer, sonriente, en posición de saludo. A continuación, solía llegar el carromato de retirada de víctimas: lisiados, ancianos, torpes peatones, gentes variadas de mediana edad todavía reticentes ante las bondades del nuevo y sano régimen. Los cuerpos desaparecían rumbo a un trillado del que no se solía volver.
La tropa entonó el largo himno del Destacamento Rataciclo. Los ecos de sus voces agudas multiplicados por el eco de los pasillos y por el estruendo de su paso producían pavor.
No hay nada igual
al pedal, al pedal.
Arrollemos con desdén.
Al peatón que le den,
que le den su merecido
y que sea escarnecido.
Cuatro ruedas es senil,
enemigo, torpe y vil.
Nuestra es la superficie.
Combatamos la molicie.
Las especies inferiores
tiemblan ante los señores
del manillar poderoso.
El pedaleo, ¡qué hermoso!
¡Rataciclos sin fronteras
ocupando las aceras!
Elimínese el transporte.
Todo el mundo a hacer deporte.
Desde la proa a la quilla
impere la zapatilla.
Sométete o te reciclo.
¡Viva, viva el Rataciclo!
– ¡Qué memoria tienen! -se dijo Metáforos recordando a los aedos de antaño. Pero, al aguzar el oído, se dio cuenta de que había solistas y coro, de forma que los fragmentos del himno se repartían al cantar y finalizaban todos luego, a modo de estribillo, con la alabanza al pedal, la amenaza de reciclaje y los vivas al Rataciclo.
-Hay que salir de aquí. Las ratas tienen olfato. – ¡Rápido!
Kraky había cogido del brazo a Metáforos mientras Gal hacía lo propio con su compañero. Era tiempo, porque el estruendo se aproximaba. Los agentes se detenían de cuando en cuando y golpeaban las paredes para verificar posibles escondites.
Comenzó entonces una carrera desaforada que desde cubierta los dos periodistas nunca hubieran creído posible. Las bodegas parecían abrigar incontables espacios comunicantes. Offing advirtió que los dedos de Gal se clavaban en la palma de su mano y que las uñas tenían un tono azulado. Ella se desplazaba como deslizándose por todas las superficies. No sabía si la joven, suponiendo que lo fuese, le inspiraba atracción o repulsión.
– ¿Eres una sirena? -acertó a preguntar de nuevo sin detenerse en la huida.
-No. -respondió en un tono bastante seco.
Ahora estaban en una especie de almacén de géneros apilados en montones grises cubiertos de lonas. Sin que mediaran explicaciones, a toda velocidad, los galeotes disidentes se enfundaron prendas que llamaron “de camuflaje”. El cuerpo de Gal ya no se prolongaba en el tubo verde brillante sino en anchos pantalones de algas.
-Las ratas tienen buen oído y buen olfato, pero no tan buena vista-explicaron.
-No eres una sirena…-Offing sentía una mezcla de alivio y de decepción.
Por primera vez Gal esbozó algo que se parecía a una sonrisa:
-Pero estuve a punto de serlo-respondió-. Cuando tenemos alguna enfermedad en las piernas nos reciclan para adaptarnos exclusivamente al remo y utilizarnos de la cintura para arriba. La etapa siguiente es la escotilla de desechos, la Cueva del Lastre o la Cala de los Malditos para los que se fugan y consiguen llegar a ella. Ahí estuve yo.
– ¿Qué nos ponemos nosotros? -preguntó Metáforos.
-Nada. Os enseñaremos el camino de vuelta. La patrulla va en dirección contraria. Es importante que lleguéis a aquí- Gal señaló un punto en el arrugado pero legible mapa de la flota.
-Asegurémonos de que todos han pasado.
Miraron por una rendija. Había aún ratas rezagadas, que cruzaban tarareando el himno y agitando la banderita diminuta, con dos largas orejas enlazadas, que distinguía a la policía. Llevaban camisetas con la imagen de una sonriente y paternal Rata Primera y una Rata Segunda que lucía la banda del Pedal de Oro Honorífico. Pasó el último, que compensaba su escasa velocidad cantando el himno con pasión.
– ¡Ahora! -dijeron a los periodistas.
– ¿Cuándo nos veremos? -preguntaron ellos.
-Pronto. ¡Seguid a Orky antes de que vuelvan!
Nueva zambullida. Emergieron en estancias oscuras que no tenían apenas tiempo de mirar. Pasillos iluminados por un leve resplandor. Offing observó que la huella de las uñas azules de Gal había quedado marcada en la palma de su mano. Orky iba muy deprisa y les señalaba huecos y pasadizos con un ademán.
De repente su guía desapareció, los ruidos cesaron, palparon una escalerilla próxima.
Metáforos y Offing se encontraron con sorpresa de nuevo en la cubierta de la galera, con un cielo encapotado bajo el que se adivinaban los bultos de la numerosa flota. De uno de ellos, apenas perceptible, se filtraba por las claraboyas una curiosa luz azul.
La observaron con fijeza, apoyados en la borda. Y, al bajar la vista, vieron la chalupa amarrada al costado. Miraron el arrugado mapa cuya tinta, calamar de primera calidad, no parecía haber sufrido por el contacto con el agua.
El mar era una balsa de aceite.
– ¿Y si…? – Offing comenzó a buscar una escala de cuerda.
-Nos cogerán. Nos quitarán el permiso. Nos…tal vez nos morderán. – Metáforos negaba con el antiguo gesto de su pueblo de origen, hincando la barbilla en el pecho, pero al tiempo sus gestos lo traicionaban y, acostumbrado al medio marinero, encontró pronto la escala.
Bajaron.
16
El Galeón de los Ritos Oscuros
La galera, que parecía próxima, estaba lejos y la navegación se les hizo larga. Procuraban hundir los remos sin hacer el menor ruido. De todas formas el griterío e iluminación de la nave de las grandes recepciones ahogaba cualquier otra señal cercana.
-Hemos bajado, sin pensar, por el lado de estribor -susurró Metáforos temeroso- ¡El lado del Mal!
Alzaron los remos. El regreso, a plena luz según se acercaran, de los focos multicolores de la fiesta, era arriesgado. Convenía esperar a que, como los guardianes, se durmieran casi todos. No podían permanecer, estúpidamente, al pairo mientras la noticia, el posible reportaje, se escondía en alguno de aquellos bultos negros que se balanceaban en la zona prohibida. Más tarde subirían, sin riesgos, por la borda reglamentaria. Continuaron. Sólo cuando estaban ya muy cerca de la luz espectral, tenue, un tanto metálica se dieron cuenta de algo que les erizó el cabello. No estaban solos. Su bote no era el único, pero sí el menor. Flotando tranquilamente había otros, al parecer vacíos, como si hubieran depositado y esperaran de nuevo a sus pasajeros.
Llegaron a la nave, se deslizaron a su alrededor y miraron por las claraboyas. De las inferiores venía la luz, que parecía proceder de multitud de pequeños objetos. Éstos se desplazaban a veces.
Offing estaba fascinado por el silencio misterioso y el riesgo, pero Metáforos tomó la iniciativa:
-Subamos.
Era grande el silencio, nadie en cubierta. Lo opuesto del jolgorio en la galera de recepciones. Ni siquiera vigilantes, y escasa la iluminación de los faroles en proa, popa y el mástil principal. Como si existiera la completa seguridad de que nadie podía querer ir allí. Los dos humanos se movieron por la cubierta, a distintos niveles, de un compartimento a otro. No era un barco usual hecho para que lo habitaran tripulaciones. De cuando en cuando encontraban un dibujo, signos extraños, indicaciones en las que se repetía una garra gris con una uña larga que apuntaba hacia el esquema de un pedestal y una especie de medalla de oro. Los siguieron. Pronto les llegó otro indicio: el olor a humo, un humo especial, cargado del fuerte olor de la grasa de las ofrendas. Habían oído hablar de nuevos ritos imitados de los antiguos usos por los rátidas. Entonces supieron que la nave era, toda ella, un templo.
No se sabía que hubiese religiones en la nación rátida. Más aún: sus dirigentes abominaban de aquellas creencias opresoras a las que antes se entregaban los humanos. Rata Máxima concentraba, en toda su pureza, los ideales, era la Víctima entre las víctimas, la Igualísima entre los iguales, la Etérea Defensora de la Paz Planetaria, la Humildísima Servidora de los Sufrientes. Llegados a estado tan benéfico, no podía haber otros dioses. Y, sobre todo, ella, junto con Rata Primera, Rata Segunda, Rata Ecónoma, Rata Mayor, Ratas Insaciables de la Montaña Este, Ratas Purasangre de la Montaña Norte y Rata Parda de Propaganda Multicultural, habían luchado y vencido a Diktátor, el abominable tirano muerto hacía décadas pero en el que se encarnó todo el Mal, la esencia estriborita. Los galeotes, el antiguo No-País, Euralia y el mundo entero habían así contraído una deuda impagable con la nación Rátida y nadie se atrevía a discutir detalles.
La pasada experiencia les había servido para manejarse en el interior de aquellos curiosos laberintos flotantes. Guiados por el olor y por un lejano murmullo mezcla de siseos y chillidos, despacio y con gran prudencia, sin seguir las indicaciones de manera directa, ascendieron por una escalerilla, luego se arrastraron por rampas tras las que se abrían en la pared respiraderos en forma de claraboyas, pequeños, en círculos de cinco en cinco., todo a lo largo en una vasta extensión. Miraron, y les recorrió un escalofrío.
Abajo, como un estanque lodoso, se situaban ondulantes filas de ratas en una formación sin gran orden, rota por movimientos, gestos, palmas una contra otra de las patas. Parecían excitadas, atentas y felices. A su felicidad contribuían la embriaguez del humo espeso, las bandejas de vituallas –con quesos mucho más variados que los del festejo a la prensa y además exóticos embutidos foráneos- y los cuencos de líquidos que lamían chupándose luego los bigotes.
-Son pocas-susurró a su compañero Metáforos.
-Con demasiados dientes. No creo que nos acogieran con entusiasmo. -respondió él.
Bajaron por otra rampa para, sin perder perspectiva, verlas más de cerca. Entonces advirtieron que no eran ratas ordinarias sino de especial categoría, con insignias de diversos cargos y títulos, colgados del cuello, de delegadas de los departamentos de información, educación, difusión y elaboración histórica. Repentinamente se hizo un silencio expectante, las filas se apretaron dejando paso a los dirigentes que saludaban y enseñaban a manera de sonrisa la blancura de sus colmillos. Eran las Ratas Máximas, los conocidos líderes de la Nación Rátida. Se situaron, en un pequeño grupo, en cabeza, al pie de algo que parecía un gran monumento cubierto por gruesas telas. Brillaron lámparas que sustituían a los pequeños faroles de luz azul. Se cerraron herméticamente, con un largo rechinar, todas las entradas.
– ¿Tendremos, hacia atrás, salida, Offing?
-No vamos a irnos ahora.
– ¿Tú no tienes miedo?
-Miedo no. Estoy aterrado, Metáforos. Pero me quedo. Además, luego podremos guiarnos con el mapa.
-Calla. Empiezan.
Escucharon. Y se dieron cuenta con sorpresa de que les favorecía el escaso nivel de ruido y la sonoridad de la sala que, con su forma oval, parecía recoger, devolver las voces, de manera que, aunque se hablaba en tono menor, como quien no desea ser oído en el exterior y además mantiene una actitud reverencial, podían seguir el discurso. Comenzaron a fotografiar y tomar notas febrilmente.
-Compañeras, escogidas compañeras del Ministerio de la Devoción Secreta, nos hemos reunido, como acostumbramos en fechas importantes, para rendir el merecido tributo de agradecimiento y homenaje al ser sin el cual nunca gozaríamos del poder del que disfrutamos.
Los líderes rátidas hablaban de pie frente al auditorio, sin pódium pero cuidando muy mucho el presentarse a la misma altura, por lo que calzaban suelas de distinto grosor en pro de la imagen igualitaria. A su espalda la superficie velada se iluminaba lentamente y las gruesas telas comenzaban a ondular.
-Compañeras, entonemos nuestra acción de gracias:
Sin abandonar el medido tono de voz, el breve himno se elevó acompañado por la vibración de algunos instrumentos, que eran en realidad el fino rabo de las encargadas de la música de cámara:
Luz de nuestra especie, ser providencial
que siempre nos haces Buenos frente al Mal,
gracias a tu guerra, gracias a tu historia,
estamos y estaremos en la gloria.
Como una sola rata tus pies beso.
A ti debemos voz, poder y queso.
Y comenzó una danza lenta. Los reunidos avanzaban y retrocedían, tras lamer el pavimento sobre el que reposaba el borde del enorme telón. Pronto el suelo adquirió un húmedo brillo.
-Permitamos que también los representantes de las antiguas, desiguales y atrasadas naciones se aproximen para presentar sus respetos. -dijo la rata que parecía hacer las veces de maestra de ceremonias.
Desde el fondo, con paso tímido, comenzaron a aproximarse algunos galeotes, muy distintos de los pocos que los dos periodistas habían tenido ocasión de ver. Ni su cabello tenía costras de sal ni su ropa estaba descuidada. Vestían austeras pero limpias túnicas grises con un pequeño remo amarillo cosido a la manga. Llegados al frente, entonaron:
¡Todo el amor a Babor!
¡Odiemos siempre a Estribor!
– ¿A quién te recuerda el de la izquierda, en la segunda fila?
Metáforos reflexionó. En principio a nadie, pero luego dijo:
-A Orky, se parece a Orky, pero más joven.
Offing le pasó una nota escrita en el reverso de la hoja del mapa que le había dado Gal en la que se leía “Cuidado con las juventudes de galeotes aspirantes a rátidas. Son los más peligrosos”.
Eran, desde luego, los más ardientes porque aquél y otro joven galeote habían avanzado unos pasos y, en un breve discurso lleno de emoción y cortado por los sollozos, agradecían a las ratas dirigentes la confianza que les habían demostrado al permitirles compartir el gran secreto y participar en la periódica acción de gracias. Renegaban de sus turbios orígenes desiguales, de su retrógrada e insolidaria especie, y recordaban, una vez más, que a las legiones salvadoras de la nación rátida y a sus líderes, democráticamente elegidos entre aclamaciones tras el episodio del criminal hundimiento del Buque Correo y el acoso a los instigadores de la catástrofe, debían y deberían todos un futuro luminoso y una próspera e igualitaria existencia.
-No entiendo. ¿Qué es lo que agradecen? -Offing estaba desconcertado. Aunque las noticias eran a veces confusas, se sabía que el gobierno rátida había sido mayoritariamente elegido y que a ello había contribuido no poco su persecución implacable de los causantes del episodio del Buque Correo y su inmaculada defensa del Bien, de los principios baboritas, frente al estriborismo, desde hacía ya más de medio siglo representado por el fenecido pero siempre temido y abominable símbolo del Mal Sumo.
Sus preguntas se transformaron en un interrogante aún mayor porque en el escenario, despejado para la ocasión, comenzaba la parte principal del evento. Los galeotes colaboradores, sin cesar de mostrar con gestos su agradecimiento y emoción, se habían retirado a una esquina y estaban de rodillas, los líderes imponían respetuoso silencio al auditorio y varias ratas se habían lanzado sobre el telón y lo empujaban hacia abajo con los dientes. Se abrió la tela, y una figura enorme, de rasgos humanoides pero mezclados con incisivos y garras de tipo claramente depredador y provista de símbolos de mando con aire militar fue apareciendo despacio entre los pliegues.
– ¡De esto nos salvasteis! ¡De esto! -sollozaron los galeotes colaboradores, mientras del auditorio rátida se elevaba, como una oración, un solo nombre:
– ¡Diktátor!, ¡Diktátor!, ¡Diktátor!
17
El cofre sin tesoro
¿Diktátor?…Imposible. Era imposible, absurdo, increíble e impensable. Diktátor era el gran enemigo desaparecido hacía décadas, pero al que las crónicas citaban como ejemplo de todos los males, concentrado de tiranías, símbolo de una época que no se citaba siquiera en los libros de Historia y se sustituía por negros iconos de la perversidad. No había, o no se conocían testigos, de tan nefasto pasado. Sin embargo sirvió para que se alzara como salvadora la nación rátida frente los tímidos y humanos, luego galeotes, a los que bastaba con amenazar con el tratamiento de simpatizantes retrospectivos de Diktátor (¡diktatofista!, ¡retrofista! silbaban las ratas) para que entraran en un estado de pánico, parálisis social y disposición para la servidumbre.
– ¡No puede ser! -exclamaron a la vez, por lo bajo pero horrorizados, los dos periodistas.
Y se asomaron aún más sin advertir que la hoja del mapa, que estaba colocada bajo el cuaderno de notas, se deslizaba hacia fuera. Había en el piso alto cierta corriente de aire marino. Antes de que pudieran impedirlo, vieron como el papel descendía planeando lentamente sobre el auditorio rátida. Una rata levantó la vista, advirtió a una segunda, siguieron la trayectoria, vieron desde donde parecía haber caído. Se levantó un clamor:
– ¡Espías entre nosotras!
– ¡Corramos! -dijeron los periodistas.
Pero la madera era ruidosa y ahora carecían del mapa que les señalizaba el camino de regreso. Huyeron en una dirección, luego en otra. El estruendo se oía cada vez más cerca. Entonces vieron el cofre, en una esquina donde había viejas velas de chalupas. Era enorme, sorprendentemente alto y ancho, y en un escrito apenas legible clavado en la parte de atrás se leía “Pagos hundimiento Buque Correo” y debajo, en letra más pequeña, “Propinas a Piratas Irredentos”. Se cerraba con una llave imponente y herrumbrosa, parecía una antigua caja fuerte que podría haber contenido en sus buenos tiempos el tesoro de varios piratas. Estaba vacío, la llave giraba pero la madera de abajo se desmenuzaba carcomida y su fondo había sido roído y parcialmente devorado por las antepasadas, hambrientas, repudiadas y oprimidas, de la nación rátida.
-Tengo una idea. No nos buscarán en un cofre cerrado por fuera.
Metáforos era hombre de recursos. Se aseguraron de dar varias vueltas a la llave, se introdujeron en el arcón poniéndolo de lado y cuidándose de colocar alrededor telas viejas en las que también ellos se envolvieron, lo pusieron de nuevo de pie y contuvieron la respiración.
Las ratas llegaron, algunas de ellas. Husmearon en todos los sentidos, pero la humedad, el moho y la herrumbre de viejos objetos de metal cubrían otros olores. La reunión había sido secreta, y por ello no estaban presentes en la nave de los ritos oscuros más que pequeños y escogidos cuerpos de guardia. No se oía el estruendo de los rataciclos ni de los escuadrones entrenados en la persecución, por el olor, de posibles disidentes, en cuya detección y caza se habían especializado. La eficacia rátida en la creación de tales cuerpos policiales había traspasado las fronteras. Se trataba de los temibles Hermafroditas Radicales, de los Ecologistas Implacables y, los peores, de los miembros del Corpus Nígrum, que se hacían llamar a sí mismos asesores pedagógicos y sometían a sus prisioneros a audiciones innumerables de los principios igualitarios y de los discursos de Rata Máxima.
Los dos hombres contenían la respiración. Las oyeron alejarse, pero no se atrevieron a dejar su escondite. Cuando, tímidamente, comenzaban a levantar el cofre escucharon pasos diferentes. Por las voces supieron que esta vez se trataba de los galeotes colaboradores. Uno de ellos, precisamente el de las Juventudes Aspirantes a Rátida que tenía manifiesto parecido con Orky, se quedó rezagado. Estaba de espaldas. Había sacado de entre sus ropas algo comestible, escamoteado del festín previo al acto ritual, y aprovechaba para hacerlo desaparecer, en solitario, a grandes bocados.
-Necesitamos un guía-se dijeron los periodistas.
Y, a la desesperada, con una madera aguzada y clavos de los que habían hecho armas provisionales, se lanzaron sobre él, le taparon la boca y le aseguraron que si hacía el menor ruido era galeote muerto.
– ¡Vas a guiarnos hasta la borda menos vigilada!
Él negó con la cabeza y susurró:
– ¡Me enviarán a la Cala de los Malditos! O, peor, a la gruta de las medusas venenosas.
– ¿Cómo te llamas? -preguntó Metáforos.
-Remosumiso 14.
– ¡Tu nombre verdadero, el anterior!
-Óskar, Óskar Brey.
-Pues nosotros te enviaremos más cerca, al baúl de los cangrejos hambrientos.
Offing hizo a su compañero un signo de absoluta ignorancia y desconcierto. No existía tal cosa, y además él era, o había sido hasta hacia pocos minutos, un pacifista militante. Metáforos le hizo señas tranquilizadoras imitando a los inexistentes cangrejos con la mano y haciéndole ver que procedían de su imaginación. Luego, en tono de amenaza terrible, apremió, señalando un rincón sombrío:
– ¡Decídete!
-Os guiaré.
Lo maniataron con jirones de la vieja lona.
Óskar se había teñido parte del pelo en gris plomo y se dejaba crecer las uñas. Hacía cuanto podía para asemejarse a las ratas, pero desde luego no lo conseguía. Tenía los ojos de un azul cándido y cierta impresión de inseguridad y alerta que en nada concordaba con quien está del lado de los vencedores.
– ¿Así que eres el hermano de Orky y estás sirviendo en la policía rátida? -En la voz de Metáforos no había un ápice de complacencia y una de sus manos jugueteaba con un palo del montón de desechos.
-Yo…no tenía opción. Me aseguraron que mi hermano formaba parte del peligroso comando terrorista, afín a Piratas Irredentos, que hundió el Buque Correo. Eso justificó que, respaldadas por nuestro juramento de fidelidad, las ratas se llevasen las Llaves de Mando y todo el tesoro.
-Por lo pronto sácanos de aquí. Ya hablaremos.
Pero no era tan fácil. Una vahada de olor entre rancio y corrompido les anunció un nuevo peligro. Además de a los Rataciclos, el enemigo recurría al armamento químico y había enviado en su busca, como les explicó Óskar, al comando de los Naturalistas Fétidos.
Los tres se introdujeron en una celdilla abandonada, se cubrieron de restos de bacalao para anular su propio olor y Offing, que tomaba febrilmente notas, inquirió:
– ¿Quiénes son los Naturalistas Fétidos?
-Galeotes de la rama Adaptados y Adoptados como ratas honorarias. Jamás usan desodorante, persiguen a cuantos no llevan la vida natural, aquéllos que no procuran asimilarse a las nobles bestias que antes de la aparición, artificial y depredadora, del poder homínido, señoreaban la Tierra.
– ¡Ah! -respondieron los dos periodistas a coro.
El hedor se aproximaba.
– ¡Huyamos! Hay que descolgarse-Óskar parecía aterrorizado-El castigo de un traidor es terrible. ¡Por esta claraboya!
El agua espejeaba tranquila, el barco apenas se mecía y era fácil avanzar por el reborde que sobresalía en el casco. Todo transcurrió muy deprisa; huyeron en un bote tras cortar las amarras de los demás para dificultar la persecución. A tiempo, porque se movían faroles y escuchaban chillidos y voces que delataban la composición mixta, humano-rátida, de los perseguidores. Les llegó un fuerte olor a pachulí que los extranjeros creyeron técnica de camuflaje de Naturalistas Fétidos.
Pero no lo eran.
-Se trata de Hermafroditas Radicales -Óskar había palidecido y parecía aún más aterrado que ante la proximidad del comando anterior. Sin embargo, como si el miedo tuviese sobre él un efecto propulsor, el muchacho se había revelado un guía estimable. Continuó en voz baja y temblorosa:
-Están movilizando a sus mejores efectivos. No quieren que estas noticias transciendan hasta la opinión planetaria. Su plan, que presentarán como benéfico e ilustrado, es geoglobal.
– ¿Quiénes son Hermafroditas Radicales? ¿Ratas? ¿Galeotes?
-Galeotes adoptados, fuerzas de choque, encargados de la acción directa vía rápida para el Paraíso Igualitario. Si nos apresan se asegurarán de que nuestros….atributos sexuales -la palidez de Óskar se tiñó levemente con un rubor de doncella -tienen estrictamente la misma dimensión -Imitó con los dedos el movimiento de unas tijeras.
Los fugitivos maniobraron con desesperación, pero ésta no bastaba para otorgarles la habilidad náutica de la que carecían.
-Yo pensaba que los de Megas Musakia eran un pueblo de marineros-dijo Offing sardónico.
– ¡Y a mí me suena lo de “¡Rule, Britannia! Britannia rule the waves!”. Además, no todos somos Ulises-respondió Metáforos.
La noche era tan oscura que sólo distinguieron al enemigo cuando una garra gris se clavó en la borda.
18
Camino de la Cala de los Malditos
Estaban perdidos. En efecto, las ratas habían planeado la operación de forma silenciosa para que no llegara el escándalo hasta los demás corresponsales extranjeros, los cuales, por cierto, dormían apaciblemente con el pesado sueño producido por las bebidas espirituosas, los abundantes canapés y la deliciosa perspectiva de viajes a paradisíacos parques temáticos de Paz, Bondad y Amor gracias a los cheques-regalo distribuidos.
Los tres, incluso Óskar, decidieron vender cara su vida, y su integridad física. La primera rata cayó al agua con un chillido, la garra atravesada por el bolígrafo de Offing. Un Hermafrodita Radical lanzó un quejido lastimero cuando Metáforos le golpeó con el remo. El medroso Óskar parecía estar sacando fuerzas de flaqueza y, sea insultaba hábilmente en su peculiar jerga de la policía acción violenta a los adoptados, sea les hacía confundirle en la oscuridad con uno de los suyos.
Pero estaban perdidos. Una mezcla tibia de pachulí, sudor y piel de rata los cubrió.
Entonces se produjo el abordaje salvador. Algo estaba haciendo volcar los botes de la flotilla rátida desde el agua. En ella se movían formas amigas y humanas, espaldas poderosas empujaban las quillas y hacían zozobrar las embarcaciones.
Las ratas no eran diestras en la natación. Estaban acostumbradas a la escasa profundidad de las alcantarillas, a la seguridad del grupo y a la variedad de residuos flotantes que les servían de apoyo y, en tiempos pasados, de alimento. Por su parte los galeotes adoptados que formaban los cuerpos especiales no habían recibido el entrenamiento conveniente porque buena parte de sus horas de formación se había dedicado al aprendizaje de consignas, a sesiones de corrección genérica y a identificación de individualidades adversas.
Offing, que se debatía con el valor de las causas perdidas, notó disminuir la presión enemiga, como si el aire marino soplara de nuevo entre su cuerpo y el tejido de pieles y sonidos. Ellos retrocedían, Orky y Metáforos le devolvieron, sudorosos, el gesto de alivio. Miró al agua.
Y allí vio, como si la encontrara por vez primera, el cuerpo de Gal marcado por las prendas mojadas que la cubrían, su rostro que flotaba con el cabello esparcido. Ella también lo vio, y sonrió. En aquel mismo instante, como un silencio instantáneo en el tumulto, el periodista de Albinia supo que había encontrado su propio continente.
Con el que tomó contacto de forma brusca porque la perentoria orden ¡Saltad todos ya! y el empujón habían sido casi simultáneos y, aunque sabía nadar, se encontró con el brazo firme de ella que lo sujetaba impulsándolo lejos, hacia donde los cubrían la acogedora oscuridad y la bruma. A su lado vio a Metáforos y a Óskar, que no parecían necesitar ayuda alguna.
– ¿Qué hacéis? ¿Por qué hemos dejado los botes? A los rátidas les será más fácil encontrarnos, pescarnos…-preguntó.
-No. Tranquilo. Ya vienen en nuestra ayuda. -reconoció la voz de uno de los galeotes prófugos que había encontrado anteriormente.
– ¿Ayuda? Ellas tienen barcos, tienen lanchas, faroles. Irán rápido.
-También nosotros. -le respondieron.
En efecto. De la nada, como si hubiera surgido del fondo, aunque en realidad había bogado silenciosamente, apareció una extensa mancha negra sobre la que se movían figuras humanas que les hacían señas y les tiraban escalas de cuerda.
La consigna era no delatar su ruta con sonido alguno ni moverse por cubierta hasta que llegaran a su destino final, al refugio. Los extranjeros, acostumbrados a suelos inmóviles, debían permanecer tumbados y aferrados a las tablas mientras aumentaba la velocidad y en el mar, antes tranquilo, se levantaban rizos de espuma.
Metáforos, incapaz en ninguna circunstancia de total silencio, intercambiaba gestos y monosílabos con los exgaleotes más próximos. Así supieron que se encontraban en la Gabarra de los Lisiados, camino de La Cala de los Malditos.
19
La Gabarra de los Lisiados
-Tranquilos. Somos, aquí donde nos veis, los desechados por los Rátidas de Aprovechamiento de Recursos Humanos.
– ¿Quiénes? -Metáforos estaba desconcertado y empezaba a creer que cuanto les ocurría era fruto de su imaginación, un delirio provocado por el stress, la fatiga acumulada y las resacas del cóctel de bienvenida. Su interlocutor era un galeote sorprendentemente frágil, delgado, con pelo largo recogido en dos trenzas, ojuelos vivos y cierto aire que hubiera podido llamarse intelectual.
-Me llamo Segis.
Y le tendió la mano izquierda, que él y Offing estrecharon, advirtiendo entonces que la derecha tenía los dedos atrofiados.
-Su nombre me suena- dijo el periodista albinio, aficionado a historias y libros antiguos. Su país se caracterizaba por tener los mayores mercadillos de segunda mano del planeta y él rebuscaba en las pilas de publicaciones.
-Primero fui Segis, de Segismundo; y oficialmente Remo 72. Lo escogí por incordiar. Las referencias tradicionales o se desconocen o molestan. Nada odia más la Nación Rátida que el que alguien sepa más que otro. Firmo las comunicaciones de resistencia galeote con él. Pero ahora no es momento de más explicaciones. Esperad a que nos hayamos alejado suficientemente.
La gabarra era grande, mucho más de lo esperado, y extraordinariamente rápida. Aunque no había luna se movía como si patinara sobre el agua y conociera con exactitud su camino, guiada al parecer en parte por el sonido lejano de invisibles arrecifes. Algo la impulsaba, no sólo el remo. Había mucha gente en cubierta, y otros en una especie de cabina central. Acostumbrada ya la vista a la oscuridad, los rescatados distinguieron a personas de ambos sexos y advirtieron que muchos tenían deficiencias físicas: A aquél le faltaba un pie sustituido por una prótesis mezcla de aleta y rueda, otro se desplazaba con torpeza, varios tenían vendas o se cubrían ojo, nariz u orejas con parches.
Entonces Offing reparó en que Gal, ocupada en explicar algo a un pequeño grupo, no manejaba con soltura sus extremidades inferiores.
-Sirena al fin-se dijo, a sabiendas de que nunca lo había sido. Es más, no sintió disminuir por ello el atractivo extraño que hacia ella había experimentado desde que la vio en el agua, y que ahora lo llevaba a buscar su rostro, que encontraba con frecuencia vuelto hacia él. Gal, como a ráfagas, lo repelía, le inspiraba cierto temor. “Seguro que sabe a anguila” se dijo. Aunque su brazo era cálido cuando le ayudó a subir a la Gabarra de los Lisiados.
– ¿Los Lisiados? -preguntaba muy bajito a Óskar Metáforos.
-Sí -respondió-Ya los ves. Las ratas van desechando material cuando encuentran que no les conviene y les sale gravoso. Lo hacen con extrema discreción, como si nos enviaran a centros de reposo, pero lo sabemos. Hay una trampilla y allá van, después de que una amable acogida y explicación pedagógica sobre las ventajas de la adaptación y el diálogo en el Taller de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Sin embargo los prófugos se las arreglaron para….
-Eso se les explicará cuando hayamos llegado. No ahora. -Segis cortó la conversación.
Se aproximaba el ruido de arrecifes, formas que los extranjeros apenas alcanzaban a distinguir. Pronto se encontraron en lo que parecía ser un laberinto de pasadizos y cuevas. La gabarra ancló en una pequeña cala y desde allí caminaron hasta el fondo, siguieron corredores de roca, comenzaron a oír voces, avistar a lo lejos una luz. Y finalmente se encontraron en un espacio amplio, bien acondicionado, al que parecían tener acceso, como si de un vasto salón de entrada se tratara, numerosas viviendas.
Se rompió el silencio. A los recién llegados y a los que ya se encontraban en la sala se fueron uniendo personajes diversos, que resultaban tanto más llamativos cuanto que nada tenían que ver con la uniformidad gris de las ratas. A los periodistas les llamó particularmente la atención un alegre grupo con gorras de colores, barbas y camisetas negras en las que la calavera y dos tibias había sido tachada y a su lado se leía ¡De muerte nada! ¡Vivan los P.I.L.!
– ¿Quiénes son éstos? ¿Quiénes son todos? ¿Dónde estamos? ¿Qué…
Gal se acercó, con aquella sonrisa que Offing veía por vez primera. Le puso la mano en el hombro y él observó que no olía a anguila. Explicó:
-Estáis a salvo. Mañana se os explicará todo. Ahora tenéis que dormir. Os encontráis en La Cala de los Malditos.
Y durmieron, el pesado sueño del cansancio y tensión acumulados, del que no los despertó la juerga que se había organizado en el salón.
19
La Gabarra de los Lisiados
-Tranquilos. Somos, aquí donde nos veis, los desechados por los Rátidas de Aprovechamiento de Recursos Humanos.
– ¿Quiénes? -Metáforos estaba desconcertado y empezaba a creer que cuanto les ocurría era fruto de su imaginación, un delirio provocado por el stress, la fatiga acumulada y las resacas del cóctel de bienvenida. Su interlocutor era un galeote sorprendentemente frágil, delgado, con pelo largo recogido en dos trenzas, ojuelos vivos y cierto aire que hubiera podido llamarse intelectual.
-Me llamo Segis.
Y le tendió la mano izquierda, que él y Offing estrecharon, advirtiendo entonces que la derecha tenía los dedos atrofiados.
-Su nombre me suena- dijo el periodista albinio, aficionado a historias y libros antiguos. Su país se caracterizaba por tener los mayores mercadillos de segunda mano del planeta y él rebuscaba en las pilas de publicaciones.
-Primero fui Segis, de Segismundo; y oficialmente Remo 72. Lo escogí por incordiar. Las referencias tradicionales o se desconocen o molestan. Nada odia más la Nación Rátida que el que alguien sepa más que otro. Firmo las comunicaciones de resistencia galeote con él. Pero ahora no es momento de más explicaciones. Esperad a que nos hayamos alejado suficientemente.
La gabarra era grande, mucho más de lo esperado, y extraordinariamente rápida. Aunque no había luna se movía como si patinara sobre el agua y conociera con exactitud su camino, guiada al parecer en parte por el sonido lejano de invisibles arrecifes. Algo la impulsaba, no sólo el remo. Había mucha gente en cubierta, y otros en una especie de cabina central. Acostumbrada ya la vista a la oscuridad, los rescatados distinguieron a personas de ambos sexos y advirtieron que muchos tenían deficiencias físicas: A aquél le faltaba un pie sustituido por una prótesis mezcla de aleta y rueda, otro se desplazaba con torpeza, varios tenían vendas o se cubrían ojo, nariz u orejas con parches.
Entonces Offing reparó en que Gal, ocupada en explicar algo a un pequeño grupo, no manejaba con soltura sus extremidades inferiores.
-Sirena al fin-se dijo, a sabiendas de que nunca lo había sido. Es más, no sintió disminuir por ello el atractivo extraño que hacia ella había experimentado desde que la vio en el agua, y que ahora lo llevaba a buscar su rostro, que encontraba con frecuencia vuelto hacia él. Gal, como a ráfagas, lo repelía, le inspiraba cierto temor. “Seguro que sabe a anguila” se dijo. Aunque su brazo era cálido cuando le ayudó a subir a la Gabarra de los Lisiados.
– ¿Los Lisiados? -preguntaba muy bajito a Óskar Metáforos.
-Sí -respondió-Ya los ves. Las ratas van desechando material cuando encuentran que no les conviene y les sale gravoso. Lo hacen con extrema discreción, como si nos enviaran a centros de reposo, pero lo sabemos. Hay una trampilla y allá van, después de que una amable acogida y explicación pedagógica sobre las ventajas de la adaptación y el diálogo en el Taller de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Sin embargo los prófugos se las arreglaron para….
-Eso se les explicará cuando hayamos llegado. No ahora. -Segis cortó la conversación.
Se aproximaba el ruido de arrecifes, formas que los extranjeros apenas alcanzaban a distinguir. Pronto se encontraron en lo que parecía ser un laberinto de pasadizos y cuevas. La gabarra ancló en una pequeña cala y desde allí caminaron hasta el fondo, siguieron corredores de roca, comenzaron a oír voces, avistar a lo lejos una luz. Y finalmente se encontraron en un espacio amplio, bien acondicionado, al que parecían tener acceso, como si de un vasto salón de entrada se tratara, numerosas viviendas.
Se rompió el silencio. A los recién llegados y a los que ya se encontraban en la sala se fueron uniendo personajes diversos, que resultaban tanto más llamativos cuanto que nada tenían que ver con la uniformidad gris de las ratas. A los periodistas les llamó particularmente la atención un alegre grupo con gorras de colores, barbas y camisetas negras en las que la calavera y dos tibias había sido tachada y a su lado se leía ¡De muerte nada! ¡Vivan los P.I.L.!
– ¿Quiénes son éstos? ¿Quiénes son todos? ¿Dónde estamos? ¿Qué…
Gal se acercó, con aquella sonrisa que Offing veía por vez primera. Le puso la mano en el hombro y él observó que no olía a anguila. Explicó:
-Estáis a salvo. Mañana se os explicará todo. Ahora tenéis que dormir. Os encontráis en La Cala de los Malditos.
Y durmieron, el pesado sueño del cansancio y tensión acumulados, del que no los despertó la juerga que se había organizado en el salón.
20
Asamblea en la Sala Místico-Planetaria
Entre las ratas reinaba gran inquietud. Habían aparentado indiferencia para mantener ante propios y foráneos la imagen de tranquilo dominio y felicidad generalizada que pretendían transmitir al exterior, pero, tras la fallida expedición naval sin los prisioneros que esperaban, eran de suma urgencia medidas excepcionales. Precisaban de una estrategia que blindara sus planes y su poder y garantizara la desaparición de molestos testigos. Habían olfateado por vez primera la amplitud de los grupos de resistencia, la posibilidad de que la mención de Diktátor y de la culpabilidad del anterior gobierno en la matanza del episodio del Buque Correo estuvieran perdiendo su eficacia en otorgarles el control del No-País. Tal vez su número y su gloriosa oferta de completa igualdad no bastasen. Necesitaban consejo.
Se habían reunido, en el Galeón de los Ritos Oscuros, en la estancia a la que sólo se tenía acceso por pasos hábilmente roídos, vecinos al altar de Diktátor, pero disimulados por el fleco dorado del sagrado paño, y estaban el colectivo dirigente en pleno y lo más escogido de la tropa. Animaban la austeridad monacal del recinto algunos carteles de campañas pasadas: Termiteros Sin dinero. Rátidas au visage humain. Cómitres for ever. ¡Larga vida a los ecologistas implacables! La planète c’est nous. Apoyemos a la Policía Pedagógica. La propiedad de conocimientos es un robo. La memoria es un crimen. ¡Cubiles con despensa ya! El regimiento de los Mustélidos, siempre fieles mientras los alimentaran con los manjares que su dieta carnívora pedía, montaba vigilancia en previsión del avistamiento de enemigos externos y reforzaban su celo por si fuera preciso eliminar a algún elemento indeseable de los rátidas.
Los Mustélidos eran un regimiento particularmente feroz. Consideraban que habían sido ancestralmente agraviados por la raza de mamíferos primates homo que, en el musteliceno, habían ocupado sus territorios y les habían arrebatado el puesto egregio que por sus méritos les correspondía. Vivían, pues, en un perpetuo estado de agravio nacional y amargura por sus fueros prehistóricos perdidos y el teórico dominio que hubiera debido corresponderles en el Continente. Compartían los ideales de desguace, desmigajamiento y reparto de las ratas, y degustaban, no sólo con buen apetito sino con fruición gastronómica, los trozos de galeotes no aprovechables que les proporcionaban sus jefes. Eran muy apreciados como mercenarios por las Insaciables del Rincón Este y por las Ratas Purasangre de la Montaña Norte, que hallaban deliciosas las generosas raciones llamadas de compensación del agravio que el Comité Central Rátida les asignaba.
El Comité se sentía, pues, seguro y estaba preparado para recurrir a la más alta instancia. La sala no era muy grande, bastaba para albergar a los escogidos frente a los cuales, en la oscuridad, había un cubo de notables proporciones en el cual, mecido por el líquido que contenía, se iba perfilando un ser que no era rátida, que no parecía de este mundo.
Sólo en las grandes ocasiones, en las especiales emergencias, se recurría al Gran Calamar Inteligente. Las ratas no lo eran, pero sí listas y avispadas en la imitación y el aprendizaje. En especial Rata Segunda, la eminencia gris plomo, y Rata Parda, encargada de la propaganda multicultural. Sabían que los galeotes estuvieron convencidos, durante décadas, de que la especie humana era un deleznable subproducto evolutivo, vergüenza de las otras formas de vida que poblaban el universo. Muchos de los ahora galeotes practicaron la adoración platónica de reptiles, infusorios gigantes y amasijos variados de células caracterizados todos por venir del espacio exterior y poseer un grado de sabiduría, progreso y bondad cósmica de calidad óptima en comparación con el bestial atraso, abominables tendencias y civilización nefasta de los humanos. Nada más natural, así pues, que la sumisión a los consejos del Gran Calamar Inteligente, ser de origen incierto, probablemente extraterrestre, pero que en cualquier caso había aprendido a superar los dos años de esperanza de vida propios de los habitantes de su especie en los mares conocidos y que, por lo tanto, poseía el más refinado lenguaje tentacular y una exquisita capacidad de discernimiento.
– ¡Ilumínanos! ¡Aclara nuestras mentes! ¡Guía nuestros pasos, oh criatura de superioridad infinita! -Rogó Rata Segunda.
– ¡Que la sibila traduzca sus mensajes! -Añadió Rata Parda.
Y la sibila se mostró a ellas.
– ¡Gorgony! ¡Gor-go-ny!. ¡Gor-go-ny! -Corearon todas.
El alboroto cesó súbitamente y fue sustituido por un siseo mitad admirativo mitad temeroso. Porque la figura que había aparecido y se deslizaba alrededor del cubo parecía rodeada de un halo fosforescente, un resplandor variable que correspondía con sus destellos a los de la criatura que se adivinaba al otro lado de la pared transparente y en aquel lenguaje sin sonido se comunicaba con ella.
Gorgony se movía con oscilaciones que despertaban en el auditorio un placer visiblemente sensual que se mezclaba con el miedo. Tenía una figura indeterminada, difícil de adivinar en la penumbra, con los rasgos flexibles de una grande y esbelta rata y al tiempo las extremidades y el rostro de una galeote hembra lampiña. La cubría un tejido de color semejante al del líquido del cubo, surcado por los reflejos que a veces se concentraban en el terrible brillo de los ojos.
– ¡Háblanos! -suplicó Rata Primera, consciente de su obligación como Líder. A su súplica se unió Rata Segunda y tras ella la totalidad del cuerpo de miembros políticos dirigentes.
La figura dio una vuelta completa. Hubo un silencio expectante, un intercambio de reflejos que sólo podía interpretarse como transmisión a la sibila del Gran Calamar Inteligente. Y Gorgony habló:
La tinta y el desconcierto
son armas de la victoria.
Quien las use con acierto
logrará fortuna y gloria.
El Secretariado Rátida tomaba notas afanosamente. Todos callaron en espera de explicaciones:
Dice el sabio Calamar,
Dios del espacio estelar,
que el humano miserable
es especie indeseable.
Borrad pues del Universo
un animal tan perverso.
La igualdad es imposible
con esa bestia terrible.
Salvemos pues al planeta
de la destrucción completa.
Fuera manos. Sólo patas.
¡Todo el poder a las ratas!
Hubo vítores entusiastas. Luego humildemente se rogó a la sibila que obtuviese del Gran Calamar Inteligente algunas puntualizaciones para llevar a cabo la tarea. Verdad era que la Nación Rátida había hasta entonces obrado tímidamente, por etapas, se sentía insegura. Ahora comprendía que había llegado el momento de pasar a la gran etapa final: Un mundo sin humanos de gran igualdad rátida.
– ¡Oh, Gorgony!, ¿cómo haremos? Debemos evitar ser atacados por el resto de países a la vez. Hasta ahora hemos llevado una sagaz política de propaganda basada en el culto a la Igualdad Suprema, la Alianza de Paz y Amor baborita, el Respeto Multiforme y la victoriosa lucha ancestral contra el horrible Diktátor.
La respuesta se materializó en una nube de tinta expulsada por el Gran Calamar. Estaba claro: Había que repetir cuantas veces fuera necesario acciones de choque diversas, algunas de gran calado, como el Hundimiento del Buque Correo, otras menores pero reiterativas, continuas y numerosas.
– ¡Mojad uñas y rabo en la tinta! ¡Comenzad a propagar directivas! ¡Afirmad incansables vuestro eterno papel de luchadoras contra todo diktátor pasado, presente y futuro! Ése es el mensaje. -Gorgony se erguía ahora categórica, cercana, símbolo de los suyos. La miraron con adoración.
– ¿Qué es la tinta? ¿Para qué sirve? -preguntó una voz indecisa.
Se oyó una risa mezclada con burbujas y gorgoteo. Y la voz de la sibila, con un tono más alto, festivo y diferente:
-La tinta os muestra las mil formas de enturbiar la visión del enemigo, de dividir hasta el infinito su fuerza como en gotas un tintero. La tinta son los mensajes contrarios, incesantes, halagadores, que enviaréis al resto del planeta, tan abundantes que ya no habrá transparencia en el agua. Habéis utilizado, aprovechado sabiamente a los adversarios, os habéis apropiado de su queso. Llegó el momento de confundirlos y enfrentarlos primero y exterminarlos después. ¡Al trabajo!
Comenzaba el tiempo de las deliberaciones y de las estrategias. El cubo y su ocupante se fueron hundiendo hacia atrás en la oscuridad, pero las ratas habían comprendido. La tinta les mostraba el camino. Sonó una música casi festiva a la que eran muy aficionadas las ratas, que, relajada la tensión y gozosas ante la perspectiva, habían pasado a actuar con febril energía. Se abrió la puerta, pasado el tiempo del alto secreto, a numerosos miembros del grupo que habían permanecido en el exterior, se movieron muebles hasta formar corros que dialogaban y trazaban esquemas con el rabo y uñas mojados en tinta. Rata Primera, Igualísima, se mantenía en un silencio satisfecho, fiel a au papel de líder ideológico que encarnaba la suprema bondad del Reino Futuro cuyo advenimiento era inminente. Las directivas más importantes del plan corrían a cargo de Rata Segunda y su cuerpo escogido de Baboritas Sumas. El resumen de cada directiva y su esquema de puesta en práctica se pasaba acto seguido a los diversos responsables de aplicaciones prácticas, que a su vez los resumían y distribuían a la tropa.
-Atención, compañeras-dijo Rata Segunda, y fue atentamente escuchada. Nadie dudaba de su autoridad, por supuesto inferior en rango a la alta categoría ideológica de Primera, pero en la práctica era el hocico visible y la garra palpable de la Nación Rátida. Tenía todas las cualidades: rápida, astuta, eficaz y también implacable cuando apuntaba la menor disidencia. La aplaudieron antes de que comenzara a hablar. Con la modestia que acostumbraba, ella aceptó las inquebrantables muestras de adhesión que siempre precedían y seguían a sus propuestas, y las enunció lentamente para que nadie alegara ignorancia. Los detalles eran esenciales:
-Los galeotes nunca se habrán sentido más mimados-Rata Segunda sonreía con todos los dientes al resumir los puntos esenciales del plan, acogido con chillidos de satisfacción.
-Ofreceremos dones y beneficios distintos y especiales, mejores en cada caso que los de las demás, a cada galera de la flota. A la tripulación de cada una le diremos que su superioridad respecto al resto obedece, sin mayores merecimientos, a su ubicación marítima según latitud y longitud y al origen, que se ha investigado, de sus tatarabuelos, grandes remeros (hubiera o no litoral, río o puerto) dotados, como ellos, por herencia, de un material sanguíneo de especial densidad y capaces de silbar en una docena de tonos.
-Cuidaremos, mucho más de lo que hasta ahora lo hemos hecho, de las relaciones extranjeras. El equipo de propaganda se está ya empleando a fondo y sigue un régimen energético de hígado de bacalao en vez del tocino habitual. Ofreceremos fructuosos intercambios comerciales y apertura de mercados marinos y nuestra buena voluntad se manifestará en el reparto, junto con la nuestra propia, de banderas de diversos tamaños y diseños que correspondan a cuantos grupos potenciales o imaginarios podamos crear o localizar. Esta maniobra será paralela a un reparto similar a los galeotes.
Hubo un murmullo de desconcierto, e incluso asomos de crítica:
– ¿Su propia bandera? Nos llevó tiempo buscar y desmenuzar la que tenían, difundir la inexistencia del No-País. ¿Y vamos a apoyar, además, las del exterior, dificultando nuestro posterior avance?
-No entendéis-aclaró Rata Segunda, condescendiente -Es el paso, la “tinta” de nuestra posterior etapa. Imaginada en qué van a emplear su energía, qué va a ocupar la mayor parte de sus conversaciones, de su tiempo. En realidad, ellos no han asimilado el ideal de la igualdad completa, suspiran por que su remo sea mejor que el del vecino, o que al menos la cadena del vecino brille menos que la suya. De nada sirve con ellos la tinta de los halagos si no se acompaña de reparaciones inacabables unidas a la afirmación de que cuando a uno lo supera otro individuo de su especie sólo es siempre por manifiesta injusticia.
– ¿Y los países extranjeros? El mundo es grande, nuestro dominio aún reducido.
La Rata del Ministerio de Superficies Exteriores intervino:
-No estamos solas, compañeras. El hecho de que seamos poco visibles esconde nuestro poder, basado en el número, la oportunidad y la prudencia. Hemos establecido fructuosos contactos con los gobiernos rátidas en la sombra, quienes, desde las alcantarillas más lejanas, nos aseguran su apoyo y adhesión a nuestra causa. Por lo pronto, como prueba de fidelidad, han comenzado a erosionar las zonas estrechas que separan algunas naciones (las anchas ya se andará) siguiendo nuestra táctica, en realización muy avanzada, de roer montes con el noble fin de dejar el No-País definitivamente aislado, no ya de Camemberia, sino de Euralia. Pronto nuestra flota bogará alrededor de lo que fue la tierra firme origen de las tripulaciones que ahora nos sirven y para la que tenemos, cuando flote a gran distancia y esté convenientemente remojada y apta para el troceo, grandes proyectos de uso para la producción de queso y otras delicias, porque nuestra gastronomía omnívora ha variado y mejorado notablemente. Tarea por supuesto a cargo de la mano de obra que seleccionemos al efecto.
Rata Primera intervino, brevemente:
-Soy, como sabéis, no sólo la que veis aquí sino la concentración misma del pueblo rátida. La única voluntad es la vuestra, y no la de delegación ni institución alguna. Por ello, y como prueba del ideal de igualdad y unanimidad baborita que nos caracteriza, votad a cola alzada, las que estén a favor de cuanto se ha propuesto.
Como un único cuerpo gris erizado de apéndices, se alzó la unánime y afirmativa respuesta. Igualísima agradeció la confianza y el Secretariado pareció tomar nota.
Continuaron durante algún tiempo y, una vez el trabajo distribuido y las siguientes citas fijadas, se disolvió la asamblea en un ambiente casi de euforia. Lo acompañó la alegre música a cuyos sones se abandonó el recinto. A las ratas les gustaban especialmente los solos de flauta. Tras una cortés reverencia dirigida a la mesa de notables y, con inclinación más profunda, al oscuro fondo tras el que habían desaparecido Calamar Gigante Inteligente y su sibila, salieron siguiendo el sonido que se desplazaba hacia el pasillo contiguo y luego continuaron, tras él, por los restantes pasadizos.
El grupo dirigente se aseguró de que sus miembros eran los únicos que quedaban en el salón y que se había cerrado por dentro el acceso. Entonces entró por el agujero de ventilación situado al fondo el jefe de los Mustélidos.
-Hay un trabajo urgente por terminar. -le dijo la Secretaria.
-Nosotros no fallamos, tenéis pruebas-aseguró el vigoroso carnívoro.
-Para eso os pagamos, espléndidamente por cierto. Os lleváis los mejores bocados. Estás engordando.
Mustélido One no se dignó responder, pero se relamió los bigotes.
-Los dos periodistas deben desaparecer; sin rastros. Ni un pelo ni una uña. Y queremos a la chica viva; ella nos llevará a los otros. -continuó la Secretaria, y procedió a concretar estrategia, datos y recompensa.
Con la agilidad y discreción que le eran propias, el mustélido deslizó por la abertura su flexible cuerpo.
– ¿Podemos confiar en él? -preguntó Rata Tercera.
-Podemos, porque podemos pagarle. Con nadie hubieran engordado tanto.
– ¿No hubiera sido mejor recurrir a Piratas Irredentos? Al menos, que sean culpables oficiales caso de problemas. Como en lo de la explosión del Buque Correo, cuando….
– ¡Calla! Ese episodio ni lo nombres. Olvidado, enterrado, cubierto para siempre por el agua. Atente a la versión oficial. Malvados terroristas.
-Providenciales diría yo. Los galeotes, y su queso, se echaron en nuestros brazos.
-Piratas Irredentos pueden valer como mano de obra asociada, en trabajos concretos, pero son simples sin estabilidad alguna. Excepto los PIL, los Piratas Irredentos Libres, la rama disidente, y peligrosa.
-Muchos Irredentos están incorporándose a los PIF, Piratas Irredentos Fundamentalistas. Con ellos, para exterminaciones urgentes, se puede contar.
-Por lo pronto, nos atendremos a los Mustélidos, y ya veremos si el asunto se complica.
El mar, hasta entonces tranquilo, respondió a la suave brisa meciendo la embarcación. Los dirigentes rátidas agotaron algunas botellas de bebidas espirituosas acompañadas de tocino de la mejor calidad y se entregaron al plácido sueño de un merecido descanso.
21
El dúo de la solución final
Pero Rata Segunda no descansaba. Esperaba en un discreto reservado amueblado con comodidad, al estilo de las antiguas viviendas del No-País, que ella conocía bien porque su trabajo como Censora Principal le daba acceso a documentos prohibidos por afines al Estriborismo y propios de la época nefanda de Diktátor. El mobiliario de épocas periclitadas, infame muestra, como cuadros, libros y vestidos, de la destrucción del Sagrado Planeta y sus vastas selvas, había ido alimentando hornos de cocinas y salas de máquinas.
Rata Segunda tenía una cita. Pasado el tiempo prudencial para asegurarse de que sus compañeras estaban en un profundo sueño, la que esperaba apareció sin hacer el menor ruido, con su acostumbrada eficacia y puntualidad en los encuentros, imprescindibles para el intercambio de información. Esta vez eran más importantes que nunca. De esa noche tenía que surgir un minucioso plan respecto al que la matanza del Buque Coreo no dejaba de ser una ínfima, aunque excelente, muestra y entrenamiento para la gestión de acciones futuras.
Gorgony parecía otra sin serlo. Era un ser flexible, fosforescente, dúctil y verdoso que se cubría con manto y capucha, de forma que era difícil clasificarla según la lista de entes rátidas puros, colaboradores, adaptados, mimetizados o provenientes, quizás, de una rama especial evolucionada en tiempos remotos a partir de los calamares inteligentes –siempre infinitamente más inteligentes que cualquier humano- venidos del espacio exterior. Gorgony se echó hacia atrás la capucha y dejó deslizarse la capa, que se diría ondeaba por sí misma. La Adjunta a Igualísima, pues tal era el rango del interlocutor, observó sus ojos chispeantes, la pequeña cabeza siempre alerta y las dos figurillas de rata, forjadas en eléctrum, que adornaban ambos hombros y cuyos rabos se prolongaban hacia arriba, en una fina cadena, enlazando con los colgantes del mismo brillante material que adornaban sus orejas con ratas diminutas. Ella sacó una mano en cuyos delgados apéndices no se advertía el comienzo y final de las uñas, aunque terminaban en una punta aguda, y acarició levemente de arriba abajo, empezando por las orejas, a Rata Segunda, que se dejaba hacer llevado por su poder de seducción.
-Debemos establecer prioridades, trazar cuidadosamente nuestros planes, asegurar nuestras fuerzas-mientras hablaba, jugaba con los pendientes de Gorgony y con el eslabón dorado que los unía a la ratita de su hombro.
-Habéis subestimado al enemigo- aseguró ella.
-Tal vez, pero no parecían ya representar peligro alguno. La población estaba tan contenta de que la salváramos de los que habían hecho explotar el Buque Correo, los galeotes tan satisfechos de que garantizáramos su seguridad y su igualdad…Incluso se ofrecen con entusiasmo para participar en la demolición de las ciudades, calles, carreteras, centros urbanos, casas de mayor altura que los habitáculos preceptivos, de los muchos restos que, desgraciadamente, aún persisten y se llamaban anteriormente Educación y Cultura.
Gorgony la animó:
-Los Elegidos siempre van a contracorriente. Y los demás acaban siguiendo, y eliminando a los odiosos, los individuos, los que no comprenden el gran futuro selvático que a la Tierra aguarda, cubierto, como por un manto de pelo, y quizás plumas, -hay que ser amplios de criterio- por animalidades tan sanas como la nuestra.
Los finos dientes de Gorgony y los incisivos de Rata Segunda entrechocaron, se alejaron y volvieron a encontrarse, varias veces, en un itinerario que consistía en recorrer con sus puntas afiladas los recovecos y superficies de una y otra.
No por ello descuidaban su tarea, cuyos planes iban trazando en diversas superficies.
Con pausas. Y caricias.
22
La Cruzada Sexual
El pueblo rátida era de una sexualidad difusa, separada de su frecuente y prolífica reproducción, centrada aquélla en olores, sabores, sonidos rítmicos y tacto. Para la especie antiguamente en el Gobierno admitían el coito como fuente, controlada, de nueva mano de obra y, sabedoras del poder que los atractivos pasionales podían ejercer, habían hallado la fórmula para erosionar, como quien roe un muro hasta hacerlo caer, la peligrosa dimensión de individualidad que las diferencias de sexo y consiguientes derivados podía favorecer en los galeotes, creando incluso zonas impermeables a la igualdad que escaparían a su control. Previsores, los departamentos rátidas de Orden y Propaganda, asistidos por los HLCE (Heroicos Luchadores Contra Estribor) habían puesto en marcha la Cruzada Sexual: Bajo el lema sexo obligatorio igual para todos (y todas/es), estaban logrando, con sesiones incansables de adoctrinamiento masivo, crear en los galeotes epidemias de frigidez cuya gravedad y extensión aumentaban en proporción al hastío, aburrimiento y rechazo fruto de la Cruzada. Las lecciones sexopedagógicas eran abundantes, largas y por supuesto obligatorias. El control de actividades sexuales igualitariamente polimorfas semanal y preceptivo, de manera que si no se demostraba haber fichado sucesivamente en prácticas homo, hetero, bi, pluri, animal, vegetal y solitarias, con el atrezzo correspondiente en cada caso, no se obtenían bonos de comida ni descansos laborales. Aunque no pocos galeotes se disfrazaban de travestis falsos para aparentar que habían cumplido las cuotas, las protestas en general eran menores y centradas en enfermedades imaginarias. Cualquier excusa que permitiese escapar a las implacables normas enumeradas en los manuales de sexualidad sanamente pluridisciplinar era bienvenida. Se recordaban con melancolía vocablos como erotismo, pasión, deseo, amor y se acariciaban con fruición las imágenes de algunos calendarios clandestinos que se pasaban de mano en mano y respondían a los títulos El camionero feliz o Bomberos de Madrid.
Las lecciones de aprendizaje y práctica genital comenzaban en la más temprana infancia y ocupaban lo que otrora se llamó estudios de asignaturas de base, con la diferencia de que, si en la Oscura e Insolidaria Época Prerrátida no había que repetir curso cuando se suspendían Matemáticas, Literatura o Lengua, en la actualidad era imprescindible aprobar Orgullo Hermafrodita, Promiscuidad Igualitaria: Teoría y Práctica o Kamasutra aplicado a Fauna y Flora para obtener el pase. El destacamento de Genitopedagogos defendía con singular fiereza sus territorios laborales, en continua expansión hemanada con SS (Sanidad Suma) y PC (Pureza Ciclista). Los galeotes, tanto machos como hembras, consideraban Promiscuidad Igualitaria la materia más dura porque el criterio era que la pareja poseyera las menores cotas de atractivo posibles.
Con Gorgony y Rata Segunda no era el caso. Las punzadas de uñas y dientecillos se traducían en delicioso cosquilleo que alimentaba en ambos la materialización de su plan y nada era tiempo ni energía perdidos. Anotaban en sus cuadernos, pegaban en las paredes consignas inspiradoras, volvían al sofá aún más excitados ante la perspectiva de la Solución Final y del paisaje, ya trazado en esquemas, de un mundo de alcantarillas, confortables cubiles calentados por la putrefacción y piscinas de aguas estancadas con deliciosos residuos flotantes. Arriba, una vez ultimado el trabajo roedor, habría sólo espacios troceados fácilmente controlables, patrullados por rataciclos que se deslizarían por la red de carriles que cubrirían por completo los territorios donde otrora se alzaron edificios, carreteras, vehículos y viandantes y los individuos, carentes de conciencia igualitaria, habían circulado según su libre albedrío. Los Agentes Rataciclo, que estaban adquiriendo por momentos nuevas cotas de poder, tendrían ante sí una gran misión: Señalar a los elementos prescindibles que no colaborasen con entusiasmo en el Proyecto Planetario Rátida, en espera de su definitiva eliminación.
23
Y en superficie….
Offing se había despertado con la presencia de Gal, pero sin oír su voz. Ella estaba de pie, junto a la entrada, con una timidez que no le era propia y que cambió en gestos decididos cuando él abrió los ojos.
-Pensé que estarías despierto.
-No. Sí. Gracias.
Y ella se aproximaba, tras dejar algo sobre la repisa.
-Tendrás hambre.
-Sí.
Pasado el tiempo, bastante tiempo, cada uno intentó recordar con detalle cómo transcurrió aquel primer encuentro real, sin urgencias ni compañía.
Gal no era una sirena, de ninguna de las maneras, se había dicho Offing. Descubrió una piel pálida y brillante bajo la tela que llevaba, tersa, sí, pero sin asomo de escamas.
Ésos eran los hombres exteriores, pensó ella de Offing, muy distintos unos de otros por cierto, bastaba con ver a Metáforos, que aún dormía bajo los efectos de las bebidas de la noche anterior. La falsa sirena y miembro del RG (Resistencia Galeote) y del comando GP (Galeotes Prófugos) le tendió ropa seca.
-No hay sal, es estupendo-observó Offing al cogerla y dar las gracias- ¿Cómo os arregláis para el agua dulce?
-Tenemos toda la que queremos. Hay, cerca, la desembocadura de un río. Además disponemos de almacenes con lo que hemos ido consiguiendo. También nos gusta vestirnos, ¿sabes?
Y, mucho después, recordaron que, cuando se rozaron, algo como el paso de una anguila chispeó entre uno y otra.
Por un hueco se filtraba luz, y al periodista de Albinia le pareció sorprendente porque se creía en el fondo de cavernas, en el subsuelo. Puso la mano en la hendidura, por donde llegaba aire y el rumor del mar.
– ¿No estábamos escondidos en el fondo?
-Es un laberinto de acantilados que hemos acondicionado un poco. Te enseñaré cuando comas y te vistas.
Le llevó de la mano, y la electricidad seguía ahí. – “¿Y si es de otra especie?”-pensaron ambos. Desde los tiempos de la Gran Confusión y ruptura de las comunicaciones existía una extensa ignorancia de la situación y características de otros países. Las ratas habían roído, astutamente, cables y conductores de forma selectiva, procurando siempre que la responsabilidad recayera sobre Piratas Irredentos o fenómenos atmosféricos. Caminaron por pasillos unos amplios, otros estrechos con entradas cuya altura le obligaba a él a agacharse. Y al salir de uno de ellos la luz le deslumbró.
Sólo entonces advirtió el mucho tiempo que llevaba, junto con Metáforos y los otros, en la penumbra, parcial o casi completa, en espacios cerrados, bajo cielos cubiertos y sobre aguas oscuras como la tinta. Ella, entregada a su existencia vertiginosa habitual, cambiando con frecuencia de lugar y reuniéndose en rincones secretos, también pareció darse cuenta del final de la noche, del despliegue de los lentos colores del día sobre las olas, en la altura y hasta en los recovecos de los arrecifes. Nunca se había sentido así. Avanzaron descalzos hacia la orilla.
–Like as the waves make towards the pebbled shore,
So do our minutes hasten to their end;[1]–
Offing parecía dirigir sus extrañas palabras al mar. Gal le miró desconcertada.
– ¿Qué dices? ¿Qué es?
-Algo antiguo, sobre las olas y las piedras.
Dieron unos pasos. La temperatura del agua era gélida.
– ¡Qué mar tan frío! -dijo Offing-Ven. Mejor nos sentamos.
La llevó hasta una roca y al bajar la vista observó que no era tan acuática como esperaba: tenía los pies enrojecidos y, además, sobre los cantos y algas no caminaba tan segura como de una luchadora clandestina él hubiera esperado. Le calentó los pies frotándolos entre sus manos. A ella la fascinaba el pelo de Offing, ahora inclinado. Parecía suave plumón de un tono amarillo rojizo peinado ahora por la brisa y las gotas de espuma. No resistió la tentación de tocarlo.
No resistieron ninguna tentación.
Había pasado un tiempo indefinido durante el que les parecía que hubiese enmudecido hasta el mar. Entonces les sacudió un espectáculo de gestos y gritos. Corriendo por la playa se aproximaba Metáforos, que hacía honor a su nombre saltando con agilidad envidiable sobre rocas y piedras. No le seguía el enemigo, sino gente que estaba en la cueva durante la fiesta de la noche anterior. Offing se levantó sacudiéndose restos de algas y acogió a su compañero jadeante, que respondió a las preguntas antes de que se las plantearan:
– ¡Están impacientes por poner en práctica la atención a las diversidades! Tenían cursos obligatorios, les habían hecho practicar con especies de flora y fauna de varios tipos, edad y condición, incluida una tal Medusa Bondadosa Venenosa que, al parecer, es de lo más temible. Fue uno de los motivos de su desesperada huida. Ahora parece que nuestra llegada les ha abierto nuevas perspectivas. Yo, anoche….bebimos bastante. ¡Qué bodegas hay en los naufragios!. Por lo visto dije, expliqué, ofrecí cosas…Y hoy no estoy por la labor.
Los prófugos de diversos sexos habían ido llegando. No parecían agresivos, simplemente desconcertados y víctimas, como Metáforos, de la resaca. Offing les propuso a todos ellos una refrescante y breve inmersión en las gélidas olas, tras la que era precisa una gran reunión. Se había sabido que las ratas estaban planeando su ataque final, la completa toma de poder en nombre de la armonía ecoplanetaria. Acudían representantes y miembros de a pie del PIL, la facción de Piratas Irredentos que se habían proclamado Libres, los cuales, abandonando su imprecisa posición de vago anarquismo, deseaban explicar lo que los llevaba a escindirse de sus antiguos compañeros y sus propuestas ante la inminencia del peligro.
-Son de fiar-susurró Gal al oído de Offing- Saben que si no actúan acabarán en la Galera de Aprovechamiento de Recursos Humanos.
– ¿De qué?
-Enseguida vamos-dijo Gal a los otros. Y a él-Ahora te explico.
Le llevó hasta una zona, al pie de las rocas, donde había unos metros de arena lisa, y se puso a dibujar con un tallo de alga seca, marcando con piedras las naves de una flota. El periodista observó que tenía buen conocimiento de cartografía marítima, maquetas de barcos, distancias y estrategia. Se explicó que tuviera un puesto directivo en la resistencia galeote.
24
La flota imperial
Hasta entonces los periodistas, y en general los países de los que procedían, habían mirado con curiosidad no exenta de simpatía los sucesos ocurridos en el que, desde hacía unas décadas, se hacía llamar PNP (Pobre No País). Al parecer allí estaban más cerca que nadie de lograr lo que, tras las últimas lluvias de mensajes, se había convertido en meta ideal: El diálogo constante, la igualdad completa y la fusión entre especies en una gran alianza de paz, colaboración y amor. Precisamente Euralia bullía en controversias sobre los medios más rápidos para lograr un sistema de felicidad gratuita, instantánea y duradera. Desde Albinia a Bosquimania pasando por Litoralia y Camemberia las manifestaciones sobrepasaban las horas del reloj y los días del calendario, de forma que en los lugares de población más numerosa habían debido habilitarse carriles viarios de doble dirección al efecto. A tal efervescencia no le faltaban contestatarios, aunque se trataba de minorías miradas con recelo por los defensores del supremo y nuevo bien para cuyo advenimiento era forzoso pagar grandes peajes. Offing y Metáforos no habían viajado juntos casualmente al acto de presentación internacional del Imperio Rátida. Ambos se conocían, aunque a distancia, por artículos de disidencia y manifiestos de rebeldía ciudadana. Offing se había negado a incorporar a su ajuar la alarma detectora de la soledad, que comunicaba de inmediato a la Central de Auxilios Psicosociales si alguien se encontraba desconectado de los habituales medios comunicativos y sin presencia muy cercana de seres de la misma especie. Pese a haber manifestado en numerosas ocasiones su negativa, no se sentía ya cómodo en lo que sabía que era un predelito; de ahí su torpeza y desconcierto en las primeras horas con Gal.
A Metáforos poco le había faltado para acabar en una prisión tradicional (los modestos medios de su país, Megas Musakia, no habían todavía permitido reemplazar los tradicionales centros penitenciarios por los modernos Recintos de Esparcimiento y Libertad Relativa Dosificada). Se había negado, con contumacia y reincidencia, a firmar el manifiesto de amor eterno a todos y todas, sin distinción, y había llegado en su osadía a suprimir de sus artículos las imprescindibles distinciones de género y la oda final a la diversidad benéfica, lo cual constituía delito de leso odio.
Ahora descubría, mientras las ágiles manos de Gal manejaban piedras y marcaban distancias sobre la húmeda arena de la playa, que la nación rátida sabía perfectamente qué hacer y a dónde ir, y que su plan, bien trazado, era incompatible con el gran bien general basado en el amoroso coloquio, consigna clave diariamente repetida en Euralia.
– ¿Y esto? – señaló dos cantos oscuros, grandes y de igual tamaño, que ella había rodeado de una cohorte de piedras más pequeñas, de tamaños diversos, dispuestas en formación.
-Son el Buque Nodriza y los Almacenes de Memoria.
Aparecían, ambas naves, unidas por largos filamentos de algas.
-Se comunican continuamente y trabajan en conjunto-continuó Gal.
– ¿Los conoces?
-Los Almacenes no. Están perfectamente vigilados. Lo dirige el mejor cuerpo de asesores rátidas y al frente está Heston, temible, poderoso.
– ¿Una rata tremenda, supongo?
-No. Un exgaleote que también preside el directorio colaborador.
-Pero sí has estado en el Buque Nodriza.
-Cuando era pequeña. Tuvimos allí tratamientos intensivos. Y los más viejos nos contaron sus salidas pedagógicas. Fundamentalmente había que ignorar y despreciar, en vistas a su aniquilación, lo que llaman Queso Rancio, Venenosa Cultura Opresora, y para ello había que demostrar indiferencia y repulsión a la vista de edificios y objetos, algunos grandes, con torres, que llaman palacios, castillos, templos, catedrales. Otros de menor tamaño, inútiles, frágiles, absurdos. Todos molestos estorbos que impiden la expansión de la Naturaleza.
– ¿Y lo creías?
-Repitieron siempre esto, y la relación de grandes héroes del pasado.
-Que eran…
-Hace tiempo, no recuerdo bien. Algunos se llamaban Atila, Nerón, Hitler, Stalin, Lenin, Chacal, Drácula, Ben o Bin algo. Yo ya no creo nada de eso, me escapé muy pronto.
– ¿Cómo?
-A mí me salvó que me despreciaran, por problemas físicos. Las ratas me marcaron para pasar a la Gabarra de los Lisiados y acabar en la Galera de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Lo supe enseguida, hice contactos, conseguimos otra embarcación, ya lo has visto. Llegamos a los arrecifes.
Apartada del diseño general de la flota, y con trozos de roca negra, Gal había esbozado el plano del lado oscuro de la Nación Rátida, las naves que separaban, trataban y hacían desaparecer a los galeotes peligrosos o inservibles. Entre ellas también se encontraba el Galeón de Castigo, al que servía de enlace con el resto la flotilla Lamentábilis.
– ¿Por qué La-men-ta-bi-lis? -Offing terminó de deletrear el nombre escrito en la arena.
Gal sonreía raramente, pero esta vez una chispa de burla brilló en sus ojos.
-Oh, las ratas no son siempre buenas en cuestión de cálculo. Primero quisieron algo pomposo, muy grande, con mascarón de proa de Gran Rata rampante y Sémper Víctor en letras doradas en el costado, según unos planos que habían encontrado. Demasiado tarde comprobaron que, en el Régimen Anterior, ese barco se había hundido nada más botarlo. Estaban sin embargo empeñadas en que la idea, de Rata Máxima asesorada por el Líder Cósmico, era excelente. Entraba agua por todas partes y la tripulación debía turnarse para achicarla. Salvaron justo algunos trozos del pecio, que sirvieron para construir la pequeña flotilla Lamentábilis.
A lo lejos, en una de las calas, resonó un ruido extraño, respondido por otros sólo en parte semejantes. Gal se sumó al concierto escogiendo y soplando con rapidez en tres caracolas.
-Nos llaman-dijo-A todos. Es la reunión para decidir la estrategia de ataque.
Sin embargo ninguno de los dos tenía grandes deseos de volver. Les parecía llevar muy poco tiempo solos. Solucionada la duda sobre las escamas, el periodista de Albinia se preguntaba si habría en alguna parcela insuficientemente explorada del cuerpo de ella algo peculiar.
-Antes de ir quiero enseñarte algo. Me lo hice yo. Las cosas del mar tienen varios usos.
Gal le llevó hasta una oquedad de la entrada, levantó una piedra, apartó la arena y allí, protegido su tesoro por dos grandes valvas, estaban sus joyas, un collar de diminutos caracoles del azul pálido al violeta oscuro en el que se intercalaba el nácar de las conchas y del que pendía un trozo de vidrio común. Se lo puso.
-Así empezaron los palacios, templos y catedrales que te dijeron que había que eliminar porque estorbaban. Tampoco esto es Naturaleza. -dijo Offing.
Les sobrevino un tiempo sin tiempo, del que les sacó el sobresalto de una voz muy cercana:
-Vaya, haciendo planos y discutiendo estrategias…-Segis había hablado prácticamente a su lado, tras aproximarse sin hacer el menor ruido.
Le saludaron. Él observaba el dibujo en la arena y la disposición de las piedras. En su tono y en su mirada había suspicacia. El extranjero podía ser un espía, un vendido a la nación rátida que estaba sonsacando información a Gal.
Sin embargo la breve charla que siguió a su llegada, los antecedentes de la fuga y la disposición de ambos periodistas a arriesgarse por la liberación galeote y la derrota rátida acabaron convenciéndole. Segis daba gran importancia a la información sobre su causa a la opinión pública mundial. Había llegado el momento de presentar batalla, en todos los frentes.
-Vamos. La reunión es la más importante que hemos tenido.
Y dejaron a sus espaldas el bronco ruido del mar.
25
El Congreso
Metáforos observaba con interés la gran variedad de caracolas y sus diferentes sonidos y formas de emplearlas. Unas, grandes y de color violeta, se utilizaban para reclamar la atención de los presentes, otras, estriadas de rosa y gris, anunciaban la llegada de nuevos asistentes, y las de tono más agudo, pequeñas y rojizas, se distribuían para pedir la palabra. El ambiente era formal, sobre todo en comparación con el de la noche anterior, pero ruidoso. En mesas laterales se habían dispuesto cuencos y vasijas con bebidas, entre las que no faltaban botellas de origen y añada diversos. Más allá, separados puesto que se destinaban a la pausa y el final, los que se adivinaban como alimentos aunque estaban cubiertos de un tejido.
Metáforos hablaba animadamente con Kraky y Orky, que ya le parecían viejos conocidos dado el aceleradísimo transcurso del tiempo.
– ¿Y tu hermano, Óskar, el que antes estuvo en la policía rátida y ahora parece que se ha reconvertido? -preguntó a Orky, antes remo 32.
-La verdad es que no lo sé. Creo que vendrá. Le necesitamos y lo sabe. Los conoce desde dentro.
-Seguro que llega a la pausa alimenticia. A eso no falta nadie. -aseguró Kraky- Los mariscadores llevan haciendo un muy buen trabajo con los pecios, sin contar con el mercado negro pirata y las incursiones en la Galera de los Manjares Prohibidos.
– ¿Los manjares prohibidos?
-Lo mejorcito, claro, y las ratas lo saben.
Segis, que recorría los grupos dando y recibiendo información y tomaba notas cuidadosamente, terció para ofrecer un análisis político del tema.
-El baborismo siempre ha dado gran importancia al control cotidiano, los detalles de la vida de todos los días que pueden parecer triviales pero ocupan la mayor parte del tiempo y de la atención. Insistieron en la saludable costumbre de roer, mucho más solidaria que morder grandes bocados, que ellas sí dan cuando se reúnen en sus banquetes a puerta cerrada.
– ¿Qué tiene eso que ver con la Galera de los Manjares?
-La consigna de mantener el cuerpo libre de materias pesadas e impuras, y por lo tanto rentable, consumible y aprovechable, se repite sin cesar desde la infancia. Hay desfiles, conferencias y loas a la vida sana, y ceremonias de abominación de antiguos productos en los que se basaba buena parte de la dieta del Pobre No País. La consigna final era delatar a los degenerados que sueñan con pan francés, carne, vino, café, copa y cigarrillo, en vez de con las hamburguesas de lentejas, el zumo de algas y el pan negro elaborado con la madre de todas las masas. -Mira -Segis sacó de la gran bolsa que llevaba hojas con unas imágenes de tiempos pasados -Algunos de los nuestros lograron infiltrarse y nos informaron sobre las comidas y bebidas que estuvieron al uso y con las que se nutrían las gentes y disfrutaban, y se reunían al hacerlo.
Melancolía y saliva se unieron en un mismo sabor en la boca de Metáforos.
-Y ésta es la lista de alimentos de vida longeva y sana -continuó Segis-, que las ratas, por cierto, comen cada vez menos porque, una vez terminada la publicidad y el discurso, se retiran a sus reductos aprovisionados con cuanto les place. Hay ahí alguien que os lo explicará mejor. ¡Eh, Pesofijo, acércate, por favor!
Y aclaró a su auditorio:
-Pesofijo era hasta hace poco Remo 45. Se fugó justo cuando su óptimo estado corporal le había colocado entre los primeros del siguiente lote de Aprovechamiento de Recursos Humanos.
Pesofijo se aproximó. Metáforos, que gozaba del instinto de asociaciones poéticas, pensó que tenía aspecto de alga triste. Era un joven filiforme, que se desplazaba incluso a cortas distancias dando saltitos y manteniendo una especie de lenta carrera. Explicó con un hilo de voz que se había alimentado, bajo la estrecha vigilancia de las ratas para las que realizaba tareas administrativas y contables y que practicaban con él al cien por cien sus consignas, con materias vegetales de origen diverso, algunas huevas de erizo en días señalados y raspaduras de queso, regado todo ello con agua reciclada o desalinizada. Nada más escaparse y llegar al refugio de los galeotes prófugos se había ofrecido como voluntario para acciones suicidas, que le aseguraron allí no existían, porque le obsesionaba el panorama de longevidad que, según las ratas, le garantizaba su dieta. Veía con dificultad y tropezaba con frecuencia porque los preceptos de la existencia natural prohibían aditamentos artificiales como lentes o dientes postizos. Le había correspondido atender a la organización de grandes recepciones rátidas con visitas de otros buques de importancia y observó que ellas llevaban una vida en extremo malsana, sin privarse de transporte, chapuzones en agua dulce tibia y alimentos cuyo color, origen y textura nada tenían que ver con sus pastosas raciones cotidianas. No veía, por tan repetida transgresión de los sagrados principios de la vida saludable, a las ratas morir en breve, y, agotada su paciencia, decidió utilizar para la fuga el contenedor de basuras.
Ahora a Pesofijo, en su categoría de último de los fugados, se le escuchaba con atención, alguien le había acercado una bebida, espirituosa, le explicaron, por su alto valor moral, y algunas de las vituallas reservadas para mucho más tarde, que él mascaba con la lentitud de la pérdida del hábito. Sin embargo aquellas atenciones parecieron cambiarle a ojos vistas, como si el vino comenzara a fluir por su sangre pálida y fría y el rosa fuera subiendo hasta las pupilas vítreas con transparencia de pescado. Por fin contaba su historia y descubría que tenía una, y que incluso podía prolongarse por algún tiempo y cambiar de forma imprevisible pero influida por su participación en las actividades que se avecinaban.
-Me siento otro-dijo. Y lo era.
La asamblea tenía poco de la seriedad que se esperaba de ocasión semejante. Al menos eso pensó Offing, acostumbrado por su trabajo a frecuentar las células sociopolíticas de amplio pero siempre extremo espectro, caracterizadas por la dureza diamantina de sus tomas de posición, la división dual implacable entre ellos y el Enemigo y el ritual de excomuniones y purgas periódicas. Los concienciados militantes albinianos de Cambio Radical, Antisistema Sistemático, Rebelión con Subvención y la más de moda Desarrollo Físico y Belleza Igualitarios hubieran mirado con desdén el ambiente de la gran sala-cueva, en el que reinaba cierta sana acracia.
Segis quería imponer el orden y le dijo, con tono de disculpa, al pasar:
-Espero que no tendrás una mala imagen de nuestra causa. Desde luego esto no pasa en las asambleas rátidas. Aquí al fin la gente es gente, y se relaja.
-Tranquilo. Lo entiendo. Y lo entenderé mejor si me pasas una cerveza. ¡Benditos naufragios!.
Estaba encantado de su inesperado papel de reportero de guerra. Su especialidad periodística le había llevado a que se le asignara cubrir el reportaje sobre el Caso Rátida. Se dudaba aún sobre cómo denominar la última revolución, y las ratas mismas, temerosas de atraer hostilidad inicial, preferían Nación Rátida a Imperio e insistían en que la palabra rátida misma sólo era el común denominador de individuos solidariamente hermanados en sus ideales.
De repente un silencio expectante y tenso se hizo en la amplia cueva que servía de sala. Había corrido anteriormente el rumor, pero muchos aún optaron por no creerlo: Iba a llegar una delegación, prófuga a su vez pero de la terrible y temible organización central de Piratas Irredentos. Increíble, sobre todo desde que se habían convertido en aliados fácticos de las ratas y además sembraban con sus ataques suicidas, bajo la dirección y el credo de líderes iluminados, el terror en los mares.
Y sin embargo allí estaban, entrando por la puerta y saludando con cierta cordialidad. Hubo en los asistentes una ola de retroceso instintivo. Eran cuatro, con el atuendo que les era propio pero cuidado para la ocasión. Se colocaron en lugar alto y visible para tomar la palabra y, antes de que hablasen, para sorpresa de la concurrencia, Segis y otros les estrecharon la mano y luego explicaron:
-No hay de qué temer; al contrario. Vienen para que seamos más fuertes. Su combate ahora se asemeja al nuestro. Son el P.I.L., Piratas Irredentos Libres, y rechazan al P.I.F., Piratas Irredentos Fundamentalistas. Van a explicároslo.
Entonces tres de los piratas sacaron sus instrumentos, acordeón, armónica y guitarra mientras que el cuarto, que se había mantenido en segundo plano, en la sombra, se colocó al frente y un murmullo mezcla de miedo y desconcierto recorrió la sala. Era el temible Muerte Súbita, conocido por su pericia en el manejo de las armas y su elegancia en el vestir. Aquel día había elegido del cofre la camisa de rayas azules y rojas hecha a la medida por un sastre chino, pantalones con estampado de pata de palo, sombrero negro de ala ancha con falsos agujeros de bala estéticamente repartidos y pañuelo de encaje con sus iniciales primorosamente bordadas por una condesa del Caribe. Calzaba zapatos gris plomo con hebilla de oro macizo. Comenzó la presentación:
-Nos alegra estar con vosotros, galeotes prófugos, exiliados del No-País, observadores extranjeros. Es tiempo de grandes cambios, para todos. También queremos vencer al imperio rátida y tenemos planes importantes para emprender, en todos los sentidos de la palabra, otros derroteros. Pero antes de entrar en detalles de estrategia mis compañeros van a ofreceros, con música, un resumen de nuestros planteamientos.
El trío avanzó, afinó instrumentos y anunció
-Himno del P.I.L.
Y comenzó la actuación. Cada estrofa la interpretaba uno de ellos como solista y los tres cantaban a coro el estribillo.
26
Himno del PIL
Somos valientes piratas.
No servimos a las ratas
ni nos va la calavera
que figura en la bandera.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Nos ha impuesto su conquista
la ley fundamentalista:
austeridad sin placeres,
vino, música o mujeres.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Basta de sexualidad
en la negra oscuridad
y evitar derroche vil
de la energía viril.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Estoy hasta la bandera
de la leche de palmera.
Aburre hasta a las ovejas
la salida sin parejas.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Es norma dura y amarga
ir limpiando con la barba
las tablas de la cubierta.
Tal uso nos desconcierta.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
La plaga de santidad
gusta una barbaridad
al pirata millonario
harto de caviar diario
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Nos dicen que las sirenas
nos esperan por docenas
si nos tiramos de un salto
del precipicio más alto.
Es un plan agotador.
Mejor playa con amor.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Un día con emoción
descubrimos el jamón
pero nos dijo el gurú
que no estaba en el menú.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
El paraíso y la muerte
no son nuestro plato fuerte.
Mucho mejor que estar muerto
una novia en cada puerto.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Ni salvador ni opresión.
Triunfará la rebelión.
A la insoportable horda
tiraremos por la borda.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Nos gusta el mar y la tierra.
Hartos estamos de guerra.
Sobre el barco que transita
que salte y se estrelle Rita.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
La libertad por delante,
ya no hay rata que me espante
ni galeote traidor
de babor o de estribor.
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Aquí estamos, compañeros,
los hermanos marineros
unidos a vuestra lucha,
que la recompensa es mucha.
¡Viva la temeridad!
¡Goce, risa y libertad!
Se acabó la prohibición.
¡Queremos ron! ¡Queremos ron!
Y la sala se deshizo en aplausos.
27
Confidencias
Alguien levantó la mano:
– ¿No erais vosotros los que habíais cometido el atentado contra el Buque Correo?
El ambiente cambió de forma radical, como el paso de una corriente de agua cálida a otra fría.
Una voz había planteado la incómoda pregunta, y ésta parecía flotar sobre las cabezas sin materializarse en palabras. El reflejo adquirido era integrado, profundo y simple. Sin mirarse, la mayor parte de los asistentes supieron que temían la aparición de la Policía del Silencio. Cada vez que se había aludido, tras la catástrofe, el suceso del BC (siempre reducido a siglas y alusiones y raramente al siniestro y víctimas reales) simplemente había sido borrado de expresión ni difusión alguna. Las Ratas del Silencio, un destacamento suave y afelpado, del mismo gris que el entorno, aparecían, como surgidas de la nada, e iban borrando, absorbiendo y eliminando cualquier alusión a las explosiones y hundimiento. No había violencia explícita, sino en algunos casos en los que arrastraban a elementos ruidosos o tenaces fuera de la sala. Bastaba con su eficaz labor de borrado de alusiones, difusión, conversaciones incluso que enmudecían cuando las agentes clavaban en alguno su mirada gélida.
Esperaron verlas aparecer incluso allí, en la seguridad relativa de la Cueva de los Prófugos, y los exgaleotes se miraron luego con desconfianza porque les parecía que hasta las ratas podían adoptar la apariencia de uno de ellos.
Y finalmente a la primera pregunta siguieron otras:
-Hubo cientos de víctimas. De mi familia entre ellos.
-Y un amigo.
-Fue horrible. Se hundió entre explosiones.
-Nadie pudo salvarse.
-No quedaron testigos.
-Ni pruebas. Se hundió todo.
-El Destacamento de Seguridad, que llevaban eficaces funcionarios rátidas, nos aseguró que no pudo recuperarse ni un solo bote salvavidas.
Algunos que hasta entonces habían permanecido callados decidieron intervenir:
-Nos dijeron que era culpa del Gobierno, que os había irritado sin motivo, una lógica y legítima represalia.
-Aseguraron que nunca hubiese ocurrido de estar Babor al mando.
-Que los baboritas nos salvarían y habría siempre paz y amor por doquier.
-Y entonces la población, irritada. atemorizada, y confusa, les dio las llaves del Cofre del Tesoro y del poder y gobierno.
-Nos acordamos, sí, nos acordamos.
Segis miró con inquietud, de soslayo, a Muerte Súbita, pero ni él ni sus compañeros parecían incómodos por la situación. Por el contrario, simplemente levantaron la mano para solicitar silencio, Muerte Súbita se quitó el sombrero y, a guisa de respuesta, interpretaron con sus instrumentos una breve y triste melodía terminada por largos y profundos acordes. Luego dijeron:
-Os vamos a explicar lo que ocurrió, o al menos lo que de ello sabemos, en aquella funesta ocasión. Preguntad cuanto queráis. Nosotros nada tuvimos que ver con aquel suceso, pero ignoramos si una facción pirata lo aprovechó para cobrar como mercenarios. Supimos que el mando rátida nos presentaba como culpables para difundir el terror porque somos imprevisibles. El P.I.F. pensó que nos beneficiaba, pero se mantuvo distante del asunto. Ya entonces el P.I.L. manifestó su disconformidad. No era nuestro estilo, teníamos proyectos de vivir de otra manera, cada vez lo pasábamos peor. La Dirección Irredenta impuso el juramento público varias veces al día todos reunidos en cubierta y siempre con la cabeza cubierta por el gorro negro con borlas de calaveras. Luego nos os obligó a hacer prácticas de fidelidad kamikaze tirándonos de una tabla cada vez más alta en bajíos de escasa profundidad.
– ¿Y no os rebelabais? -preguntó el público.
-Las rebeliones, parece que no, pero llevan su tiempo. Y el tiempo llegó cuando el Comité de Pureza Extrema pasó a la etapa de completo dominio y exterminio.
-Ah, la de los vuelos divinos-recordó alguien.
-En efecto. Para acabar con barcos y tripulantes enemigos, que lo eran todos menos nosotros, los piratas agraciados con la posibilidad de muerte heroica debían tirarse desde los acantilados cuando las naves pasaban por debajo, de manera que, si calculaban correctamente, perforaran la cubierta e incluso el casco y eliminaran a cuantos navegantes fuese posible por el impacto de su cuerpo transformado en proyectil.
-Brillante idea-dijo uno.
-Economiza pólvora-añadió otro.
– ¿Y a cambio?
-Nos matábamos. Y entonces íbamos al paraíso verde marino donde nos esperaban, a cada uno, ochenta y dos sirenas purísimas pero libidinosas.
El auditorio, desconcertado, apuntó:
-Pues no valía mucho la pena.
-Vaya plan.
-Y eso para los elegidos.
-Imagínate el infierno entonces.
-Vamos a lo esencial: Si vosotros no fuisteis responsables de lo del Buque Correo, ¿quién lo fue?.
-Se ignora- Muerte Súbita se cubrió de nuevo la cabeza. Los tres guardaron sus instrumentos y Segis dijo:
-Visto. Cambiemos de tema. Ahora lo que importa es la elaboración del plan.
Comenzó una actividad febril. El gran golpe debía ser definitivo, radical y simultáneo. La fuerza de las ratas estaba en su número, en su reproducción vertiginosa y en la sagaz política de difusión y división que llevaban a cabo entre propios y extraños, de manera que nadie estaba seguro de la fidelidad de nadie y, por sectores compartimentados, agrupaciones, destacamentos de apoyo y galeras, se repartían, simultáneamente pero guardando formas de información confidencial y privilegiada, incentivos de participación en cofres del tesoro, promesas de perfecta igualdad y mascarones de proa personalizados.
Hacía falta unir a los galeotes, estar seguros de su apoyo. Y esto no era nada fácil. Por lo pronto las Chicas de la Técnica, que había sido galeotes en salas de máquinas y compartimentos de calderas, estaban calculando efectivos de flotación suplementaria que serían liberados en el momento preciso. Y la Sección de Comunicaciones se enfrentaba a la tarea, esencial, de obtener respuestas fiables de los galeotes, sin olvidar los llamados mutantes, que en realidad no eran sino aspirantes, por semejanza y asimilación, a unirse a la nación rátida. A ellos había pertenecido el hermano de Orky, Óskar, al que se buscó para que los orientara sobre la organización policial interna.
-No lo encuentro-dijo Orky.
-Ni yo. Y eso que durmió conmigo-añadió Glamy, la joven que la noche anterior había compartido hasta altas horas copas y canciones con él.
– ¿Cuándo se separó de ti?
-Al despertarnos con la llamada comentó que todavía tenía mucho sueño, sólo habíamos dormido dos horas. Dijo que iba a bañarse en un rincón tranquilo para ver si así se despejaba, que desayunara yo sin él.
-Probablemente está aún durmiendo la borrachera en alguna playa.
La noche anterior Glamy y los demás habían formado parte del más ruidoso y alegre grupo, al que se había unido con entusiasmo la delegación de Piratas Irredentos Libres al grito de ¡Queremos vino y mujeres! ¡Comida, comida y música! Hubo brotes de encendidas protestas por algunas feministas, pero se disolvieron pronto en el jolgorio general y los piratas hallaron incluso una acogida particularmente cálida. Algunos contaron historias que conmovieron y asombraron a su auditorio. Los exgaleotes estaban sorprendidos de que aquellos tipos, que bogaban por los siete mares gozando de la libertad que ellos no habían tenido, tuviesen tristes experiencias de opresión.
– ¿Cómo pudo ocurrir?
Pero ellos se mostraron reacios a dar pormenores hasta que a la mañana siguiente explicara a la asamblea los principios básicos P I L. su delegado, y los demás prefirieron no ahondar en la herida. Sólo finalmente, y al calor de numerosas copas, con voz aguardentosa uno de ellos se puso a rememorar, como quien murmura a sí mismo, algún episodio de su triste pasado:
-Pasó varios días en el extremo del palo mayor….Lo oíamos hablar muy fuerte…Al cielo…Alzaba la mano para tocarlo… ¿Días? Sí, no sé cuántos….¿Comida?…Tal vez se llevó comida y agua….Cuando bajó no tenía mal aspecto pero entonces ya era Iluminado Magnífico, así había que llamarle…Tenía su grupo…Se propagó cuanto decía.
-También daban bastante miedo sus guardias…los controladores de la pureza y la fidelidad, el Clero Tinta Negra, apodados Los Chipirones.
Desde la silla vecina, echado completamente borracho sobre la mesa, otro de los piratas quiso intervenir en un brote de apasionada insistencia.
-Sí, los Chipirones…Los llamábamos así por las túnicas y las capuchas grandes….Me dieron un palo, aquí, aquí.
Señaló la zona afectada y luego volvió a dormirse sin conseguir alcanzar la botella más próxima.
El primer pirata continuó su relato:
-La gente estaba muy aburrida con la calma chicha…Comíamos poco…de mujeres nada…Mucho sol…muchas visiones…Ya no seríamos piratas vulgares…Todos creerían en nosotros, o trabajarían para nosotros, o los aplastaríamos nosotros…Las sirenas….las ochenta y dos sirenas…No queríamos tantas sirenas….¡No, no, no!
Se echó a llorar con lágrimas etílicas, pero los demás lo consolaron.
-Tranquilo, compañero. Nada de eso va a ocurrir.
La voz pausada y llena de autoridad pareció ejercer un efecto de instantáneo apaciguamiento en la sala. Muerte Súbita no había hablado apenas anteriormente y ahora mostraba un aspecto y atuendo particularmente impecables por contraste con el de los demás. El representante de los PIL se dirigía al auditorio desde una mesa de poca altura en un lateral, pero todas las miradas se volvieron hacia él. Que no estaba solo. Lo. acompañaba una figura que, sin esperar presentaciones, avanzó unos pasos y se despojó de sombrero y capa. Hizo una reverencia:
-Os presento a Pirata Prófuga-dijo él.
-Me llamo Angelina-añadió ella- ¡Se acabaron las no-mujeres! ¡No más banderas ambulantes!
– ¡Bien dicho! – animó desde debajo de la mesa donde yacía el borracho, que se despertaba de cuando en cuando para lanzar consignas de apoyo:
– ¡Programa, programa, programa! ¡Vino, jamón, mujeres simpáticas y guitarras para todos! – y volvió a sumirse en profundo sueño.
El auditorio no entendía, comenzó a comprender cuando entre los asistentes otros piratas se despojaron igualmente de sombreros y mantos color arena y de los parches que en vez de un ojo les tapaban la boca y se declararon también prófugas.
-Los de Fundamentalistas Puros decidieron hace tiempo que era muy práctico utilizar a las hembras como banderas, de forma que los extraños a la causa pudieran a simple vista, todos los días, a cualquier hora y en cualquier ocasión, en mar y en tierra, comprobar la fuerza y existencia de los de Iluminado Máximo. -aclaró Muerte Súbita.
– ¡Estabais también en los barcos! -dijeron algunos piratas asombrados.
-Y en todas partes, En mar y en tierra. -afirmó Angelina- Hemos sido la propaganda más eficaz para infundir miedo porque no hay bandera tan numerosa. Nuestra ausencia o nuestra presencia como un bulto extraño, una sombra, era el mejor signo de poder del tronco originario PIF. Hubo variantes, pero sin que pudiese faltar jamás la estrella parda cosida a la ropa desde la infancia.
– ¿Nadie de los extranjeros lo descubrió?
-Estaba descubierto desde siempre, era tan evidente como la luz del día, pero había mucho miedo y las quintas columnas de atemorizados, muy numerosas, defendían la estética del bozal, el respeto a los usos tradicionales y la comodidad del manto arenoso, según aquello de reivindicar las raíces étnicas que obligaron a los habitantes de las dunas, según el mito de la Opresión Ancestral, a echarse al mar.-explicó la oradora prófuga.
– ¡Programa, rebelión, programa! -gritó el borracho antes de dormirse de nuevo.
– ¡Ahora se acabó la bandera gratuita! Vamos a ir a por ellos. -Y Angelina selló su discurso con un apasionado beso que desveló a la concurrencia su relación con Muerte Súbita.
Hubo ovación, aplauso general y no pocas imitaciones.
28
Cónclave
Las fuerzas rátidas no estaban ociosas y celebraban también en esos momentos una reunión general en la que se proponían sopesar alianzas y calibrar fuerzas. Los aliados y asimilados, entre los que se encontraban los jefes de Mustélidos y de Mercenarios Light, esperaban órdenes. Los Galeotes Colaboradores, se sorprendieron al encontrar una faceta nueva en alguien muy conocido entre los dirigentes rátidas. Para la ocasión todos ellos lucían sus condecoraciones, y Rata Máxima, que se sentaba modestamente a la misma altura y junto a Rata Segunda como si gozase de similar categoría, llevaba el pecho cubierto de ellas. En su fuero interno, echaba de menos la que se prendería en el futuro, tras la victoria indiscutible: Un barco cargado de sobres que desaparecía entre las olas. Rata Igualísima, antes Rata Tonta, había sido seleccionada en principio como miembro dirigente por su escasez de luces entre una camada de crías particularmente torpes y afanosas. Instalada y alimentada durante largo tiempo en cubículo aparte, Rata Tonta fue presentada en sociedad en el momento oportuno. Había sido declarada imagen ideal, creía con firmeza poseer las dotes y estar predestinada a cumplir los fines para los que se la había investido. Era gris perla, a veces marfileña según las circunstancias, angelical, inocente, rebosante de fe en el paraíso de paz universal y tribus armónicas al que había sido llamada a llevar a los suyos. Jamás podría ser enemigo; atraería, como el canto de los ruiseñores y las placas solares, la simpatía general. El tono de su pelaje fue aclarándose hasta el blanco más cándido. Primero fue para el público Rata Etérea. Luego se prefirió el título, más comprometido con los cambios sociales que se avecinaban, de Igualísima. Mi corazón es un copo de nieve sin más ley que la del agua pura. Mi mente es un estanque donde reposan las aves peregrinas. Mi aliento es aire que se une al del eterno sufridor de la injusticia anunció en la primera proclama. Y todos aplaudieron su programa de gobierno.
Ahora buscaban en ella esa sublime comprensión, superior, global, de los sucesos. Rata Segunda era hábil, expeditiva, ordenada, inapelable una vez daba directivas y marcaba pautas y estrategia. Pero la voz de Igualísima transcendía al ruido y la atropellada sucesión de los acontecimientos, les protegía como las nubes porque nada importaban los actos concretos, las realidades ni las bajas si se observaban desde su altura, como simples y pasajeras espumas del oleaje que en nada serían capaces de cambiar la masa del poder rátida y la convicción de su victoria en todos los frentes.
-Somos las gotas del mar, somos la clase innumerable semejante a las algas, somos lo que siempre flota, como las hojas, como los fragmentos de madera, como….
Rata Segunda consideró oportuno dar paso a las preguntas y cortar la enumeración de símiles en la que se había embarcado en pleno éxtasis Rata Primera, con las acolchadas patas delanteras cruzadas sobre el pecho y las garras hundidas en su largo y claro pelaje.
-Decid, decid, compañeras.
– ¿Hay realmente peligro? Los galeotes están controlados, están incluso convencidos de que la igualdad que les ofrecemos merece cualquier precio; y, sobre todo, están divididos.
La Rata Portavoz del Secretariado expresaba las dudas de gran parte de las reunidas. Estaban sorprendidas por la brusquedad de formas de la convocatoria, por la repentina alarma ante un peligro que les parecía imaginario, por el colofón abrupto de la agradable embriaguez de la reciente fiesta. Acababan de recibir pruebas de la inminencia de su reconocimiento como nación por parte de la comunidad mundial. Y he aquí que, en lugar de las luminarias del festejo, se encendían las luces rojas de emergencia.
-Lo hay. Y debemos prevenirlo. Pero somos muchas más que el lamentable, desunido, desigual elemento humano.
Rata Segunda se expresaba con voz tranquila. Se expuso el plan, que no debía reflejarse en documento alguno y que sólo se comunicaría a los aliados de manera fragmentaria. Los puntos de base de la autocrítica eran corregir los errores cometidos en la cadena Escuela-Propaganda-Selección-Aprovechamiento de Recursos Humanos. La etapa final, altamente ecológica, ergonómica, económica y nutritiva, no se había llevado a cabo con discreción, rapidez y eficacia suficientes. Muchos eran los prófugos, elementos indeseables, caducos, defectuosos, de escasa o nula rentabilidad previsible, dados a actividades de placer personal, lúdicas, que incluían aspirar el humo de hierbas, ingerir manjares del Antiguo Régimen y recordar viejas libertades.
-No puede haber tantos prófugos. Los aprovechamos. -protestó Rata Ecónoma.
-Vaya si los aprovechamos-afirmó al fondo alguna, mientras se relamía el hocico.
-Por lo pronto, respecto a estos elementos peligrosos…-la estratega bajó la voz para comentarles la lista de nombres y el plan.
La sesión fue muy larga. Y sólo cuando tripulaciones, tareas, armamento y tácticas sucesivas se definieron el cónclave rátida decidió pasar a la etapa de comunicación y coordinación con sus aliados.
-Que entren.
La delegación de Piratas Irredentos apareció con su nuevo jefe a la cabeza, Muertesana, estaba exultante. Había logrado su sueño, desbancar al odioso y popular Muerte Súbita, hacerse con la confianza de Iluminado Magnífico y servir de enlace al temible Clero Tinta Negra. Ahora llevaba la calavera honorífica cosida al jubón de terciopelo y rodeada, bordado en oro, del lema “Sólo quedarán los nuestros”, al que se había añadido apresuradamente en punto de cruz “Y los hermanos rátidas, claro”.
-Mi barco, el más veloz y silencioso, está a vuestra disposición. -dijo.
– ¿Cuánto? -preguntó Rata Ecónoma.
-Oh, menos de lo acostumbrado. Luchamos contra el mismo enemigo, somos hermanos…o casi.
Desde el fondo, avanzó un grupo recién llegado que quería hacerse oír. Algunas ratas los miraron perplejas y pidieron explicaciones con la mirada al Secretariado.
-Tranquilas. Aunque no parezcan de los nuestros trabajarán para nosotros-se les dijo.
Eran un vistoso y curioso conjunto, amalgama más bien de grupos diversos, con una miríada de tocados, banderines y pancartas entre las cuales una mucho más grande parecía ser el lema común, lo que no impedía que disputaran entre sí sobre el lugar que en las filas les correspondía. Ésta rezaba “¡Contra el centralismo invasor!” y más abajo en caracteres pequeños “Apoyemos la diversidad rátida. Même combat”.
Se trataba de las nanotribus de galeotes colaboradores, y comenzaron a ofrecer sus servicios y fidelidades de una forma algo atropellada.
– ¿Deseáis algo a cambio o es pura generosidad y convencimiento? -preguntó, con cierto deje irónico, la Rata Escribiente.
En lugar de contestar directamente, algunos que vestían tocados diversos se adelantaron y, tras anunciar
-Primero cumplamos nuestros ritos.
se pusieron a efectuar una especie de danzas, diferentes según origen. Unos daban en solitario grandes saltos, amagaban golpearse con largos bastones y amenazaban al aire, al techo y a los asistentes dando patadas al vacío. Otros, a cierta distancia y tomados de la mano, se hacían continuas reverencias, escenificaban, desplazándose circularmente de rodillas, la adoración del suelo indígena y besaban, por último, el centro, que llamaban ónfalos euralio.
El secretariado rátida los observaba con estupor. Cuando acabaron, los dirigentes de las nanotribus avanzaron y dijeron:
-Comprendemos, y compartimos, la opresión del imperialismo centrista humano que vosotras habéis sufrido. Nos embarga la satisfacción ante la perspectiva de la lucha contra el enemigo común.
Rata Máxima, hasta entonces silenciosa, pidió:
-Que se adelanten las principales víctimas.
Estalló un tumulto considerable porque los colaboradores de las nanotribus se atropellaban unos a otros. En su fuero interno Rata Máxima sintió que su superioridad sobre los galeotes estaba plenamente justificada.
Entre los miembros de aquel grupo algunos habían hallado la compensación a su escasa estatura y dominaban la técnica de construir pirámides humanas. Lo hicieron con rapidez y, desde esa altura, imponiéndose al resto, anunciaron:
-Nuestros precios son modestos y, como siempre, negociables. Seremos vuestros intermediarios en la adquisición de los mejores quesos. Por una módica tarifa.
– ¿Cómo os llamáis? -preguntó Rata Escribiente.
-Nuestro lugar se llama Butifalia. También se nos conoce como Los Insaciables del Rincón Este.
Manejando diestramente el hacha de deforestación que solían utilizar como navaja multiusos y dando de nuevo grandes y desconcertantes saltos, intervino otro jefe nanotribal:
-Despreciamos las mezquinas recompensas. Aceptaremos simplemente la cesión eterna de colinas, mares y ríos ancestrales que desde los albores de la creación nos corresponden. Con sus minas, pepitas auríferas y manzanos descendientes de la fruta bíblica cuyo árbol, naturalmente, se encontraba en uno de nuestros valles. Guardado por la famosa serpiente cuya progenie no ha cesado de multiplicarse en nuestras idílicas tierras. Somos los BIPS.
– ¿Quiénes?
-Los Brincadores Incesantes Pura Sangre-aclaró el representante de la nanotribu de la Montaña Norte.
Rata Ecónoma, que apuntaba costes, interrogó respetuosamente, pero con inquietud, a los directivos:
– ¿Hacen falta realmente? Son muchos gastos. Puede que baste con prevenir sin más. Quizás si tienen miedo…Un buen susto….Los galeotes nos verían de nuevo como a sus salvadores, rechazarían a sus jefes, delatarían a los prófugos. Algo como lo del Buque Correo….
Las orejas y bigotes de Rata Máxima se habían tensado y sus dulces ojos verdes estaban inyectados en sangre. Cortó la palabra a Rata Ecónoma:
-No hay que citar jamás aquel desgraciado incidente, el lamentable acto terrorista, de origen desconocido y obra de elementos incontrolables, Piratas Irredentos y asociados…Nosotras trajimos la paz.
-Ah, no. Mi jefatura no admite mezclas con aquel asunto-protestó Muertesana.
-Pues en su momento os vino muy bien la atribución. Poder, gloria y recompensas. ¿Quién no os teme? ¿Olvidas la rendición preventiva, el derecho de peaje secreto que el Gobierno os acordó en todos los estrechos de los siete mares? -se le respondió.
-Atendamos al presente.
Gorgony, hasta entonces silenciosa y alerta, y Rata Segunda casi hablaron a coro y desplegaron los planos que asignaban a cada uno su tarea. La estrategia era tan minuciosa que todos quedaron impresionados. No se limitaba a un enfrentamiento. La dirección rátida aprovechaba la ocasión para eliminar toda disidencia, extenderse por el mundo y aumentar su fuerza y su prestigio de forma que en breve serían imperio dominante.
29
Las armas del Imperio
La relación del armamento dejó a los congregados estupefactos. Ni las ratas ni sus aliados habían pensado seriamente que pudieran ser algún día tan poderosas. Las nanotribus decidieron tomar notas y añadir sus símbolos a la previsible y victoriosa insignia imperial. La exaltación llegó al máximo cuando Rata Segunda anunció:
-Además del nuevo armamento, de reciente diseño, hace tiempo que hemos establecido secretas y poderosas alianzas. Kimyrata III del Norte nos apoya con entusiasmo. En su reducto del Lejano Oriente han hecho grandes progresos en unidad homogénea perfecta. Su doctrina se encierra en los quinientos mil volúmenes de sus obras ideológicas que, recubiertas de resistente metal, son disparadas con regularidad hacia otras naciones. En cuanto a las armas, hemos recurrido a las biológicas.
Varias ayudantes procedieron a repartir copias del nuevo diseño armamentístico. En unos modelos se mostraban, bajo el nombre de “Rata peluche”, amorosos muñecos ratoniles con mochilitas cargadas de peste bubónica. En otros figuraba una simple bola de pequeño tamaño envuelta en brillante y atractivo papel rojo.
-Es un bombón-dijo alguien, y lo olfateó-Huele a chocolate.
Gorgony sonrió y lo puso en la palma de su mano.
-Está todavía en etapa experimental, pero casi listo. Lo debemos a la inspiración de Gran Calamar Inteligente. Los fabricaremos por millares. Contienen huevas de la especie más letal de calamar feroz, una raza extrasolar con un gran futuro en nuestra galaxia
Llovieron los elogios.
-Tiene todo el aspecto de un bombón de licor con cereza.
-Está muy conseguido.
– ¿Y si nos muerde?
Gorgony los tranquilizó:
-Éste es sólo un prototipo inofensivo.
Eran armas sofisticadas que entretuvieron largo rato a la concurrencia. Hasta que aparecieron, transportados por varios porteadores, gruesos fajos de papel que recordaban a las antiguas ediciones diarias de prensa.
– ¡Mirad! No nos hemos dedicado exclusivamente a la logística ocasional ni hemos esperado a que el peligro y la inminencia de la batalla llamase a nuestras puertas. Llevamos más tiempo del que creéis preparando el terreno. ¡Miedo! ¡Temor! ¡Amenaza! ¡Salvación! -proclamó la Directiva en pleno con legítimo orgullo por su trabajo.
La sala había quedado cubierta de hojas de todos los tamaños. No correspondían a los habituales carteles, folletos y avisos que se distribuían en abundancia, por diversos medios y con regularidad entre los galeotes, y en los que solía leerse, con diversas variantes.
Diktátor puede volver
si no hay ratas al poder.
Estribor es el horror.
¡Vivan la paz y el amor!
Estriborita es lo mismo
que el crimen del elitismo.
Sólo hay un gran criminal:
El sistema desigual.
Tened siempre en la memoria
los agravios de la Historia.
Las ratas nos han salvado
de aquel Gobierno malvado.
Las encargadas de transmisión cultural e histórica explicaron:
-Hemos variado nuestras técnicas al ritmo de los tiempos. El lenguaje puede ser un instrumento útil, previa reducción y elaboración, pero no deja de ser un estorbo. Impera la….¡imagen!
-Efectivamente-añadió una de sus compañeras- Querámoslo o no, la época de la tiranía de Diktátor, su figura y existencia mismas, el episodio del Buque Correo, el pánico y ola de movilizaciones públicas de entonces se van desdibujando en la memoria colectiva. No sabemos por cuánto tiempo los galeotes responderán aún a las palabras clave, las consignas de rechazo, los conjuros contra el Mal, los resortes de incondicional adhesión. No tienen suficiente miedo. Les han llegado noticias de otras referencias.
-No tienen suficiente miedo localizado, pero tienen muchos más miedos de menor tamaño- terció Rata Segunda-, cosas que pueden perder, que no saben bien cómo nombrar, confusión respecto a los enemigos, desorientación temporal…No hicimos suficientemente bien nuestro trabajo pedagógico.
– ¡Textos, textos! Farragoso, aburrido. Aunque hayamos eliminado ya buena parte del vocabulario del antiguo sistema- la encargada de transmisión cultural defendió con entusiasmo su obra. – ¡Época de claridad, sin medias tintas! ¿No hemos adaptado la labor física y ecológica, de gran valor formativo, de los galeotes y al tiempo la mecanización de nuestros barcos? ¡Imágenes, sólo imágenes! Mirad.
Y señaló lo que el auditorio tenía entre sus manos. Efectivamente, de forma instantánea se percibían en las ilustraciones mensajes de sentido inequívoco, la figura amenazadora y voraz de Diktátor alzándose sobre un paisaje de ciudades en ruinas, ciudadanos esqueléticos y familias crucificadas, con un primer plano en vivos colores de ratas y galeotes salvadores que se preparaban para hacerle frente, islas paradisiacas hacia las que bogaban engalanadas carabelas, piratas irredentos que se hundían en las olas gracias a la oportuna intervención de los cómitres de Mercenarios Light, países, penínsulas y gigantescos cuerpos y rostros compuestos, si se miraban con cierta atención, por miles de puntos que eran sonrientes cabezas de rata cubiertas a veces por tocados diversos como gorras, boinas chatas, boinas puntiagudas, boinas enormes, boinas con extremo de arco iris, boinas peludas, boinas negras y rojas reversibles, sombreros de copa plegables en versión boina. Incluso había, además de material en papel, grandes colchas y tapices en tejido que reproducía los mismos motivos, de manera que los fieles se sintieran arropados por los millares que compartían sus sentimientos.
-Tenemos, además, otra arma. Pero para utilizarla hará falta un golpe de mano. -dijo Gorgony.
Hubo expectación. Rata Máxima dijo:
-El salto al reconocimiento internacional nos es ahora imprescindible, y para ello, como con el manejo de la imagen, debemos filtrar las noticias, tanto la información de consumo externo como la proyectada hacia el exterior. Nada debe transcender hasta la victoria. Sabemos que hay elementos foráneos incontrolados. Pero también sabemos cómo hacerles entrar en razón; y que transmitan lo que nos conviene. Gorgony se encarga del asunto.
Le dio a ella la palabra. Gorgony rezumaba seducción, y nadie era ajeno a ello. Menos que nadie Rata Segunda y no pocos del comité directivo. Contribuía a esto su naturaleza ambigua, las mutaciones lábiles de su aspecto, el brillo cambiante de su piel, la fijeza de sus ojos, la vida propia que parecía tener su cabellera y la agilidad de las manos, a veces en un reposo cálido sobre el brazo o el hombro de algún asistente, otras dispuestas a saltar como si tomara impulso con sus largas uñas.
Gorgony les descubrió que el enemigo disponía de más información de la que pensaban.
-…Una mujer…una galeote prófuga. Capaz de trazar los planos esenciales de nuestra flota. Podía parecer inofensiva, pero la hemos subestimado, como a otros. Casi estaba entre los desechos, debería haber sido eliminada, aprovechada en Recursos Humanos en el momento adecuado. Pero no se hizo, huyó, con los conocimientos que poseía. Nuestro espía nos informa de que está confabulándose con los elementos foráneos.
La inquietud recorrió, como una ola, la gran sala.
Con un ademán casi maternal, los directivos y Gorgony apaciguaron sus temores.
-Tranquilos. Sabemos perfectamente cómo hacer.
30
Offing agente secreto.
En la playa reinaba la calma del final del atardecer. Offing caminaba solo camino de la pequeña cala, algo alejada, que ya conocía y que podía resultar desapercibida entre dos entrantes de rocas. Junto a la pared casi vertical de uno de los extremos se había hundido el lecho marino y el agua era honda y formaba una corriente que, tras chocar con las elevaciones laterales, refluía de nuevo hacia el mar y se adentraba en él en un rápido río visible por la inclinación de las algas.
Offing conocía ahora, instruido por algunos piratas y galeotes, por Metáforos y por sus propias dotes como nativo de un país de larga tradición naval y hombre acostumbrado a largos viajes, las corrientes de la zona. Le interesaba una en concreto, la del Golfillo, que sabía llegaba, en aquella época del año, a las costas de Albinia. Había preferido no compartir su idea con nadie para no despertar las burlas de sus compañeros ni mezclar a Gal en algo que, inexplicablemente, le unía, por su misma carencia de seguridad ni lógica, a ella. Cuando no estaban juntos la veía en todas partes, era consciente de que Gal observaba las olas, el cielo, el perfil oscuro de las rocas y la aparición de la luna al tiempo que él, lo mismo que él, en algún momento, y le parecía tocarla en cada superficie por donde pasaba la mano. Nunca le había ocurrido nada semejante. Naturalmente había estado con chicas, e incluso practicado, como buen inglés, vicios inocuos de categoría menor, como hacerles vestirse de colegialas con uniformes escolares comprados en M&Smith, pero aquello era tan distinto…
Su plan privado de transmisión de mensajes era su reducto de meditación, soledad y de aquella nueva libertad que consistía en estar libre de sentirse apegado a alguien y de dedicarse a tareas sin probable futuro ni fundamento.
Aunque, ¿quién sabía? Aquello podía funcionar. La comunicación con Albinia, con las naciones exteriores, era difícil, podía ser interceptada, la corriente de Golfillo era rápida, segura y discurría lejos del territorio rátida. En la Cala de los Malditos se apilaban innumerables botellas rescatadas de bodegas de naufragios y repescadas, y consumidas por los prófugos. Offing introdujo sus mensajes explicando la situación, fecha, latitud y longitud y finalizando con un toque de alarma y de premura ante el peligro que representaba en realidad la dulce, pacífica e igualitaria nación rátida. Añadía peticiones de auxilio y su identificación como periodista. Una vez bien sellada la botella la confiaba a la rápida corriente, una tras otra, con mensajes semejantes. Alguna hallaría su destinatario.
A la vuelta, ya en la oscuridad, corrió hacia él una figura que reconoció desde lejos por la forma de andar y porque, en un intento de coquetería, Gal se había puesto últimamente un chal, encontrado en el almacén de restos de naufragios, de fino encaje que ondeaba al viento.
– ¿Dónde estabas? Éstos son momentos importantes. Hay mucho que decidir. Se está planeando la primera ofensiva, algo rápido que les prive de un elemento esencial.
Offing la besó primero y luego le pidió que continuara con sus explicaciones. Había reunión general. Se elegiría a los miembros del comando y la forma de ataque. El resultado dependía de la coordinación y de la rapidez. Además Muerte Súbita y Angelina les habían anunciado que pensaban darles una sorpresa, una prueba contra las ratas con la que no contaba nadie.
Se apresuraron, entraron en la sala y avanzaron, no sin trabajo porque la masa era casi compacta, hasta colocarse al lado de Metáforos. Reinaba un atento fervor que contrastaba con la anterior frivolidad del ambiente festivo. Habían llegado noticias precisas, con documentación incluida, sobre la galera de Aprovechamiento de Recursos Humanos. Desde hacía largo tiempo se comentaba la insistencia rátida, aliada con un Gobierno humano temeroso y oportunista, en imponer absolutamente a todos la obtención de un cuerpo ejemplar e impecablemente sano, avezado en la continua marcha a pie, a ser posible con alguna carga como bolsas, maletas y artilugios rodantes. Se impusieron además el consumo de algas, los productos superbióticos de huertos urbanos y la ingestión del rocío de prados municipales. Las leyes de protección y recuperación del agro y de abominación de los agresivos transportes introducidos desde el siglo XIX habían ido produciendo ya la silenciosa fosilización de algunas ciudades, por cuyos espacios sin transporte deambulaban escasos y fatigados viandantes que se refugiaban en los portales cuando anunciaban su paso los escuadrones rataciclo. El plan rátida, discreto, insistente y de largo alcance, daba sus frutos; Civilización, libertad y autonomía individual se iban desvaneciendo con la lenta muerte de las ciudades. El programa de regreso al neolítico y culto a la Madre Naturaleza hizo su efecto: Empezaron a desaparecer gente de edad, disidentes y en general cualquiera que no deseara, quisiera o pudiera desplazarse a pie por el desierto pavimentado en el que se convertían las otrora animadas vías, cines, bares, restaurantes y comercios. Los humanos deportivos, prepotentes y mimados por donaciones y propaganda, desfilaban con frecuencia en maratones cotidianos que privaban del poco espacio aún disponible al ciudadano habitual.
-No entendemos. ¿Las ratas pudieron hacer esto solas, someter a todo el mundo a condiciones cada vez peores? ¿Sin protestas? -preguntaron varios.
-Protestas hubo, pero pocas, tímidas, silenciosas, rápidamente acalladas por un diluvio de improperios como ¡Estriboritas!, ¡Diktatoristas!, ¡Enemigos de las ballenas!, ¡Corruptores del éter! –se les respondió.
-Además las ratas no estaban solas. -Segis había tomado a su cargo la exposición pormenorizada- Durante largo tiempo el camino fue allanado por sus colaboradores humanos con cuartel general en la Dirección Urbana de la capital del No-País. Había allí un grupo singularmente eficaz identificado por completo, incluso físicamente en su líder femenina, con los principios de Rata Máxima. Esperaban llegar a altos y confortables destinos una vez conseguidos el igualitarismo total y la completa destrucción de cuanto antes hubiese destacado. Tras su victoria por aclamación popular después del episodio del Buque Correo, las ratas dieron el siguiente paso, justificado con las consignas de regreso completo al estado primigenio. Su teoría era que la sociedad no podía permitirse el desperdicio de elementos aprovechables y que el cuerpo era un cultivo como cualquier otro que debía contemplarse en función de su beneficio social. Por lo tanto el lema “cadáveres impecables” se impuso, así como el escarnio, la persecución y la denuncia de cuantos se resistieran al ideal del sano primate neolítico, de vida breve pero adecuada a su utilidad para el planeta Tierra y a cuyas virtudes de respeto al medio sólo faltaba el dominio de la bicicleta.
Lo que eran rumores, y se había tachado de propaganda antirrátida, se veía ahora confirmado por datos y testimonios sobre el significado final de “Aprovechamiento” y el destino que esperaba a los habitantes del mundo. Los concurrentes supieron, sin embargo, dominar su indignación para, como se impuso en consigna, transformar aquella energía en estrategia que devolviese a ciudades y ciudadanos la vida que se les robaba.
No convenía perder tiempo en denuestos, demostraciones de horror, gritos y llantos. Se procedió a distribuir en grupos de acción a los asistentes. Iba a atacarse en primer lugar a los puntos donde las ratas menos lo esperaban, al Galeón de los Almacenes de Memoria, al Buque-Escuela, para poner a los niños a salvo en lugar seguro, y al Galeón de Castigo y su conexión con Aprovechamiento de Recursos Humanos. Era importante, antes de destruirlos, obtener material que sirviera como prueba contra los opresores, que se habían mostrado siempre sumamente hábiles en proyección de imagen y propaganda.
-Será difícil atraer a nuestra causa a la mayoría. Muchos creen que pueden obtener beneficios, pese a todo, de la situación simplemente dejando ocupar a las ratas amplios territorios y sirviéndoles gratuito y abundante queso. -opinaron varios con aire mortecino.
Los asistentes se dividieron. La exaltación indignada y la euforia habían dado paso, como las crestas de una ola, al agua baja que arrastraba el oscuro lodo del fondo.
-La seguridad no es la que era-dijo Segis, y Gal, Offing y Metáforos asintieron, pero sin dejarse llevar y convencidos de que sería fugaz el pesimismo.
– ¿Qué dice el PIL? ¿Dónde están los representantes de Piratas Irredentos Libres? – la pregunta recorrió la sala.
Y encontró respuesta en la entrada, por donde avanzaban Muerte Súbita y Angelina, diciendo:
-Estoy aquí. Y os traemos algo.
31
El Hallazgo
Cumpliendo lo prometido, el jefe pirata disidente se dirigía hacia el centro de la asamblea llevando en la mano un objeto cuidadosamente envuelto.
-Os prometí un arma. No lo es exactamente, pero puede ser mucho más eficaz que los cañones.
Cundió la expectación. Las filas se apretaron alrededor de Muerte Súbita. Angelina intervino:
-El uso del arma requiere una explicación. En sí os parecerá poca cosa, pero fue mucho lo que comenzó con ella, marcó la época del gran cambio, la entrega de las llaves del Cofre a la nación rátida y la sumisión del No-País. Mirad:
Desplegó un antiguo mapa en el cual estaban marcadas las aguas territoriales y los litorales del anterior régimen.
– ¿Recordáis dónde se hundió, bueno, hundieron con aquella explosión asesina el Buque Correo?
-Aproximadamente ahí- señalaron varios.
-Nunca se hallaron los restos, ni hubo expediciones investigadoras, ¿verdad? – continuó Muerte Súbita.
-No. Se aceptó enseguida la denuncia popular contra el Gobierno de entonces, apoyada ésta por las ratas, que prometieron seguridad y condena de los culpables. Lástima que los pocos detenidos murieran tan rápidamente. – Los de más edad llevaban el peso del relato mientras que los jóvenes escuchaban con curiosidad una historia que les era o desconocida o dada por zanjada y caduca.
-Pues bien, nosotros hemos encontrado esto.
Desenvolvió el paquete y hubo un rumor de decepción. Sobre la mesa no había sino un trozo de madera viejo, astillado y ennegrecido, con algunos signos.
– ¡No es un arma! -exclamaron.
-Pero sí una prueba. Se trata de un trozo del Buque Correo. Examinadlo.
Se lo fueron pasando. Efectivamente, en él, visible, aunque cubierto de una capa ennegrecida, se distinguía el logotipo característico. Y la marca de algo que no eran dedos humanos, sino uñas de roedores.
-Bien. Y ¿qué hacemos con eso? Las marcas nada prueban, en los barcos siempre ha habido ratas. Sabemos que hubo una explosión y es normal que esté ennegrecido. -dijo un escéptico al que se sumaron numerosas voces críticas.
Angelina señaló un punto en el mapa:
-Lo encontramos aquí. Conocemos las profundidades, mareas y corrientes. Hemos estudiado el asunto. Son fuertes y cambian según la época del año. Creemos que ahora se puede encontrar, y examinar, gran parte del pecio. ¿No tiene eso importancia?
La tenía. Todos asintieron en ello. Porque significaba rescatar de la espesa capa de agua y olvido un decisivo evento que había marcado el devenir, no ya sólo del No-País, sino también de los limítrofes y cambiado radicalmente el reparto de poderes. Había, además, no poca curiosidad precisamente porque aquel episodio trágico parecía no haber existido según los relatos oficiales rátidas y su simple mención resultaba llamativa, inquietante y provocadora.
El pecio, según lo que Muerte Súbita denominó Plan Arquímedes, aparecería dónde conviniese y cuándo llegara el momento, para observación general y confirmación de datos que, por entonces, se mantenían en secreto. El reflote requeriría un trabajo de ingeniería minucioso, el conocimiento de los fondos marinos y sobre todo preparación estratégica y el esfuerzo de todos, prófugos y no prófugos, piratas libres y extranjeros unidos a la causa.
-Aquí está el gran problema -explicó Segis- Los galeotes se encuentran muy divididos en grupos de signo contrario. Unos se arriesgarían a cualquier cosa, para otros lo más conveniente es el diálogo, la colaboración y el reparto con las ratas. Muchos se han acostumbrado a la seguridad de la galera, la memoria prefabricada y las directivas del cómitre y prácticamente han olvidado el No-País. Cada cual, además, no responde de sí mismo sino que delega su responsabilidad en algún jefe y colectivo.
-Nos queda la llamada individual-dijeron Kraky, Orky y Metáforos.
El abucheo fue general. ¿Una gran campaña sin coordinación, estrategia, mandos ni planes de batalla? ¿Sirviendo en bandeja al enemigo las formas y fechas de ataque puesto que habría con toda seguridad filtraciones, traidores y desertores? Se había propuesto el caos, el absurdo, no ya la derrota anticipada sino la aniquilación de la resistencia prófuga.
– ¡Estáis borrachos! – gritaron.
No lo estaban. Había que ofrecer a los galeotes algo tan nuevo, especial y excitante como la libertad personal, la posibilidad de un acto, un mismo acto, en un momento preciso, sin el apoyo previo de explicaciones y consignas, sin normas marcadas por el jefe del grupo ni la seguridad de la participación del resto de sus compañeros. Cada galeote recibiría secretamente, bien enumeradas y especificadas respecto a lugar y tiempo, las acciones que debería llevar a cabo, y la explicación de la importancia de guardar silencio hasta la hora precisa y, llegada ésta, actuar sin vacilación fuera o no seguido por otros. Pesofijo y algunos compañeros se habían ofrecido para deslizarse en las naves y hacer llegar a las manos de cada uno el mensaje crucial. Actuarían pronto, en tres etapas. Harían falta fuerza y destreza, conocimiento del interior de la flota, de la zona marítima en la que debía producirse la exhibición de la prueba final contra la nación rátida y, finalmente, rapidez para exterminar a las ratas y salvar las vidas de los galeotes. La apuesta era arriesgada, pero factible.
El plan, los sucesivos planes, se discutieron en voz baja en el centro de la sala, donde se habían desplegado mapas y se dibujaba la disposición interior de las principales galeras así como el litoral y el lecho marino. Fueron horas de trabajo febril, pero el entusiasmo por la empresa iba ganando a los asistentes. Apenas se interrumpían para comer y beber y sólo advirtieron la llegada de la noche por la necesidad de alumbrarse.
El margen de incertidumbre se volvió uno de los incentivos, la reacción de los galeotes no prófugos ante esta inesperada, e inusitada, opción de libertad, llena de soledad y riesgo, presentaba para los resistentes un particular atractivo. Sin confesárselo abiertamente, no confiaban en sus compañeros de las galeras, sentían profunda reticencia a asociarse con ellos en una lucha en la que, de vencer, tal vez se hicieran con los mejores frutos e incluso buscaran pactos con elementos asimilados a las ratas. Obligarlos a saltar en solitario, a renunciar a las concesiones y temores de su vida pasada permitiría a los prófugos confiar en ellos, compartir aquello que, si triunfaban, esperaban obtener, recuperar, reconstruir y disfrutar de cuanto se les había arrebatado hasta el punto del olvido.
-No va a ser fácil. – Pesofijo era de tendencia más bien pesimista por aquello del optimista bien informado. Sin embargo tanto él como los compañeros reunidos a su alrededor y que compartían pasado y fines semejantes estaban dispuestos a ir hasta el final.
-Pero ¿podréis hacerlo? – le preguntaron- ¿Llegará la consigna, y las instrucciones, a cada galeote?
-La tendrán en la mano en el momento oportuno. Y cada cual deberá decidir; por su cuenta.
Intervino Gal, que, buena conocedora de cartografía y del organigrama y estructura interna de la flota rátida, se aseguró de que no habría en el comando ni errores ni pérdidas de tiempo.
-Tened bien presentes las tres etapas: Cambio en la dirección y agrupación. Acción desde diversos puntos desde el mar y difusión de la evidencia. Sabotaje y abandono.
Todos asintieron, excepto el borracho habitual, que pidió varias veces que le fuera repetido el plan.
Entonces llegó la excelente noticia del éxito en el ataque a los Almacenes de Memoria y el Buque-Escuela. El alborozo fue general.
Lo hubiera sido menos de haber sabido que las fuerzas aliadas pro rátidas eran más numerosas de lo que pensaban y que, además, precisamente entonces iba a llevarse a cabo, con éxito, un golpe de mano del enemigo.
32
Traición y rapto.
Tras las tensión y concentración vividas, prófugos, PIL y extranjeros, integrados ya éstos últimos perfectamente al grupo y su lucha, decidieron que había que celebrar su primer éxito. Se distribuyeron vituallas y bebidas y alguien sacó su guitarra e improvisó coplillas sobre las sesiones rátidas de adoctrinamiento para llevar una existencia ecovirtuosa y dejar un cadáver impecable.
Van mis coplas en honor
del cerdo benefactor
y canto con sentimiento
a esa fuente de sustento.
de la Humanidad sostén.
Y a las ratas que les den.
Siempre de ti me acuerdo
bendito cerdo.
Nos tenían sometidos,
sin los manjares prohibidos
y con sus sanos consejos
nos volvíamos conejos.
Ni huertecillos ni nada.
Algas a la mar salada.
Si te muerdo resucito,
cerdo bendito.
Y me privan tus andares
por los prados y encinares
mientras mascas las bellotas.
Por eso, con estas notas
de mi guitarra proclamo
que te estimo, alabo y amo.
Y a las ratas huerto urbano.
¡Qué lamentable!
¡Qué lamentable
que la vida de rata
no es tolerable!
¡Qué triste es eso!
¡Qué triste es eso
el que las ratas quieran
darnos con queso!
Un compañero le cogió la guitarra y, tras inclinarse ante la concurrencia, entonó, con mucho sentimiento:
Sincero,
te digo que soy sincero.
Las chuletas de cordero
también las quiero,
las quiero.
Que yo no rechazo nada
de tierra o de mar salada.
El cantor acabó su improvisación con grandes aplausos. Offing estaba entusiasmo y achispado por la tercera ronda procedente de las bodegas de un carguero portugués. Se inclinó para besar a Gal y compartir con ella su alborozo. Y no la encontró.
– ¿Dónde está Gal?
Ni Metáforos ni los otros la habían visto hacía rato. Pasado cierto tiempo comenzaron a inquietarse, a preguntar y a mirar en las estancias interiores. Ella no estaba pero sí todas sus pertenencias.
Algo desconocido y angustioso se había instalado en el pecho de Offing y la opresión crecía a cada minuto. Entonces Orky recordó un detalle que le había parecido sin importancia:
-Óskar, mi hermano, le dijo que quería enseñarle algo curioso que había depositado el mar en la playa.
– ¿De noche? – La oscuridad ya era total y no había luna. – ¿Sólo se lo dijo a ella?
-No parecía importante. Simplemente salir un momento.
– ¿Dónde está él?
Le buscaron en vano en la sala y luego salieron al exterior, Offing el primero, y la llamaron.
Las voces se perdían en el ruido bronco del mar, que estaba agitado, con viento que soplaba hacia tierra y formaba pálidas líneas de espuma sobre la negrura de su superficie. Trajeron faroles. En el interior, cerca del acantilado, había huellas, aún frescas, no tocadas por la marea, los pies pequeños de Gal, que produjeron en Offing una dolorosa punzada de ternura, y los de Óskar probablemente. Se alejaban bastante de la entrada de la cueva. En un recodo encontraron el chal de Gal y prendido en él un mensaje:
Se dirigía al periodista de Albinia, pero también al resto, y se trataba de un rapto y de un chantaje.
Comprendieron que Gal había sido secuestrada gracias a la complicidad de Óskar, que no era un ex policía rátida arrepentido sino que había optado por continuar colaborando activamente con las ratas, hacerse espía y agente doble y vender a sus compañeros.
– ¿Tú también, hermano mío? – Exclamó Orky desolado. Había habido otros, pero aquel era el caso más inesperado, grave y que le era cruelmente cercano. El traidor había escondido una lancha, llevado hasta ella a Gal con engaños y, una vez en alta mar, se la había entregado a ratas venidas al encuentro antes de que ella, en la oscuridad, hubiera podido apercibirse de la trampa.
En el mensaje se explicaba claramente la situación: La prisionera moriría en la fosa de las medusas venenosas, tras ser sometida a interrogatorio, si no se paralizaban de inmediato los planes de los disidentes y se entregaban sus jefes y los extranjeros, que debían comprometerse a llevar a sus países y defender ante la opinión mundial la bondad universal del proyecto rátida.
El comité de emergencia sabía que las ratas no querían arriesgarse a un ataque en tierra, en terreno desconocido, y que, por lo tanto, era altamente improbable una invasión de La Cala de los Malditos. Tampoco contaban con las informaciones de Óskar porque el agente llevaba muy poco tiempo allí y carecía de conocimientos sobre los refugios. Instalaron sin embargo numerosos puestos de vigilancia. No iban a ceder al chantaje, continuarían con el plan, pero con mayor rapidez y en secreto. Mientras, un comando se lanzaría al rescate de Gal, para el que, sin esperar más, ya se estaba preparando Offing y hubo que convencerle para que aguardase a que se trazara la estrategia y se repartieran las tareas.
Incapaz de contenerse y llevado por una premura angustiosa, Offing se fue a la orilla y, adentrándose unos pasos en el agua, golpeó con los puños la superficie, con la furia inútil con la que un rey de la antigüedad lejana había azotado el mar, que obraba contra sus deseos.
Millas más allá, mientras Gal forcejeaba en el fondo de la lancha que la conducía a su fatal destino, en un mar color de tinta la galera capitana rátida acogía a una visita singular.
33
Dulcita y el Imperio de la Felicidad
La fatiga estaba produciendo sus efectos en Rata Primera, y Rata Segunda conocía bien que a las grandes euforias, sucedía el sueño. Igualísima solía caer en una agradable somnolencia al final de cada ambicioso discurso. En esa ocasión, y dirigiéndose al escogido Comité Directivo, la gran Líder les había reiterado sus planes universales. Las presentes circunstancias, el enemigo potencial al que apenas consideraba digno de atención y que sería sometido con mayor facilidad aún que en el pasado, eran detalles deleznables.
-No debemos reducir nuestro horizonte a las conquistas inmediatas. La igualdad, la verdadera, la única igualdad, la igualdad rátida se impondrá en toda la superficie del planeta, de éste y de aquéllos que se conquisten. Tengo un maravilloso sueño. Nuestro ideal, en parte realizado, se halla tan sólo en sus comienzos. Hay que ser audaces, compañeras. Algunas de las nuestras parecen temer, dudar de nuestro destino.
Los miembros del Comité Directivo se habían mirado con cierta inquietud. Las divergencias de opinión no siempre eran bien aceptadas por Igualísima y algunas desapariciones daban fe de ello. Corrían, en el mayor secreto, relatos sobre ratas de alto rango a las que se había invitado a un paseo por la borda para discutir estrategias y que parecían haberse evaporado sin dejar más rastro que el ruido apagado de un breve chapoteo.
Habían convencido a Rata Máxima para que se tomara un merecido descanso y