La ciudad amanece libre. 5 de Mayo de 2021, tras las elecciones del 4 de mayo.

La ciudad amanece libre

 

Madrid, 5 de mayo de 2021,

tras las elecciones del día anterior

Escribir estas líneas es una curiosa, insólita experiencia. Nada tiene de impostada, intelectual, elaborada, dirigida a alguna finalidad, motivada por algún deseo, por vago que éste fuere, de adhesión a un grupo, de necesidad social, de perspectivas futuras. Es, incluso, vulgar puesto que cuanto trata de política y políticos concretos debe, indefectiblemente, serlo, y es tema reñido con la reflexión distanciada, la tibieza y escepticismo de buen tono y el elegante desapego del hastiado especialista en crítica, observación y contabilidad de ilusiones perecederas.

Exterior inquietante

Y sin embargo, en la orilla misma y la corriente por donde discurre el caudal de la vida, el de la inocente, espontánea alegría del pueblo llano, se produjo un cambio enorme en el Madrid, España, del 5 de mayo de 2021, consecuencia de la radical disolución de una situación imposible estancada en un tiempo que ya parecía inmemorial y con visos de irremediable y eterno. La gente estaba secuestrada, por un Gobierno nefasto, el peor que nunca habían tenido, al que nadie había votado en elecciones generales y que parecía controlar hasta tal punto todos los resortes de propaganda y poder que nada podría abrir brecha en el muro que a los ciudadanos separaba de la libertad. La libertad, a cada nueva disposición abusiva, ridícula, arbitraria, se hacía más lejana, más débil, más confinada tras la pared a la que se añadían nuevos ladrillos, no para preservar de la pandemia sino para aumentar la indefensión, el control y el vago temor a penas infinitas, a sanciones, denuncias, comisarios instalados en la espesa cúpula totalitaria que se iba coagulando sobre sus cabezas.

Amanece, que es mucho.

Y en Madrid, capital de esa España maltratada, desmembrada y risible para quien desde el exterior considere que es un espécimen de nación fallida donde se rechazan nombre, bandera y lengua propias, apareció, como en los cuentos, una mujer que hacía y defendía la buena política, de ilusiones, libertad e ideas. Es reconfortante, y nuevo para la escritora, que siempre ha rechazado la cita de nombres propios, que sabe de la condena por mal gusto y la inmediata sospecha de adulación y personales intereses que la alabanza personal conlleva, permitirse ahora, tras el hartazgo de mediocridad, grisura y cobardía, citar a la única en tantos años que, al fin, le permite sentir como propio, de nuevo, el país que habita, la ciudad que ama, la gente que ha visto como nunca ansiosa de votar al fin, tras habérselo impedido por todos los medios. Ha habido algo de milagro en el operado por la Presidenta de la Comunidad, que ha sacudido el fango de anteriores componendas, el mísero, pálido y constante temor de su partido y otros a presentar batalla, los diezmos de la venta de derechos y tierra, y ha hecho retroceder, caer, verse reducidos a las reales dimensiones de sus mezquinos términos a los malos de esta pobre y que siempre fue falsa película dual Nosotros Buenos Ellos Malos. El comienzo del fin del chantaje, del final del reino parásito ha comenzado.

Elecciones del 4 de Mayo de 2021

Memorial a las víctimas de la pandemia. Plaza de La Cibeles. Madrid

Quien esto escribe, y escribe desde que tiene uso de razón y lo hará hasta el final y siempre, tiene que saldar una deuda con Isabel Ayuso, y por primera vez no le importa poner el nombre propio. Le debe haber recuperado el aprecio por su país, por sus paisanos, a ella, a quien ha convocado en Madrid las elecciones y luchado sola. Gracias a ella me he despojado de la capa de vergüenza que sentía al decir mi nacionalidad, al leer y oír las noticias, al palpar en la calle la mansedumbre, el acobardamiento, el acomodo con la indignidad, la falsedad notoria y el cacique. No es poca deuda. Quien esto escribe comenzó al sentir por primera vez sonrojo al mostrar el “España” de su pasaporte a raíz y desde el 11 de Marzo de 2004, cuando un tropel llenó las calles manifestándose, no contra los asesinos que pusieron las bombas en los trenes de la estación de Atocha de Madrid y se embolsaron doscientos muertos y un cambio en las inminentes elecciones, sino contra el Gobierno legítimo. A partir de aquellas inmensas vergüenzas y tristezas la distancia gélida y el exilio interior no la abandonaron ya nunca, y a ello se añadían paletadas impunes de propaganda burda mediante la cual una masa parásita pretendía, lograba y logró, en su beneficio, obtener cuanto ni merecía ni por sí hubiera merecido. La falsa dualidad impuesta e impostada, el chantaje mísero, rentable y perdurable, el secuestro de las palabras, de la educación, la difusión y la cultura ha durado largas décadas. Hoy parece haber sido breve, fútil, insustancial, como una niebla oscura y aceitosa que de repente se levanta. Y la ciudad se llena de luz, y descubre que aquella nube espesa, cargada de rencor y envidia, no es eterna. Hay un sentimiento de liberación tan evidente, tan difícil de expresar con palabras que probablemente en los cuidados círculos del cuidado pensamiento será omitido. Porque es de mal gusto alabar, agradecer a un político, y hay que desdeñar los placeres del vulgo y conviene redactar, levantado el dedo meñique, en el prístino reino de las ideas. Pero quien esto escribe sólo cree en los actos concretos de individuos concretos, ha residido en cinco países y viajado sola por más de un centenar, viviéndolos más en profundidad y tiempo que en extensión, y sabe del valor de la libertad y del suave roce roce de su ala, que nunca se olvida.

En Chamberí, tras la gran nevada Filomena

Hubo suerte

La mañana del cinco era como si las gotas de luz hubieran disuelto un hechizo, el hechizo mísero, barato, de mercadillo provinciano de país de provincias, que mantenía bajo su red y trama, encadenada a su chantaje Nosotros Buenos, Ellos Malos, a la población entera, obligada a inclinarse, temblar y enmudecer para que no se les atacara con huecos dardos verbales, instrumentos adiestrados, como canes, para servir al dueño y garantizar a los que los prodigaban el disfrute inmerecido de bienes ajenos, de guerras que no ganaron jamás, de riesgos que no corrieron, .El día 5 todavía resonaba el eco de la caída del pesado decorado, zurcido y repintado hasta la náusea, el retablo de la representación, frente a un público cautivo, del esperpento de héroes de ninguna batalla. Del enjambre ruidoso y ocioso que ocupaba la escena llegan el eco y el polvo, los actores aferrados a la lágrima de mártires y víctimas de pago desaparecen confundidos con la polifonía de la calle y el latido de algo que comienza. El hechizo se disuelve con rapidez, en la transparencia de una mañana no como las otras y que sabe como el aire que se aspira, tras, en el mar, tocar fondo, darse impulso y salir a la superficie.

El 5 de mayo en la calle Fuencarral, entre las glorietas de Bilbao y Quevedo, se respiraba un aire distinto, la bañaba distinta luz, y no sólo la que descendía, como de millones de pinceles de Velázquez, de un cielo azul y raso sobre cada uno de los ciudadanos de la Villa, siempre ansiosos de estar en la calle, de fatigar asfalto, de exprimir cada losa, cada mesa y cada silla de su ración de sol, todavía tierno y ya insistente, del comienzo de la primavera. Nada va a volver a meter en una botella opaca, estrecha y sucia al genio de la vida. A Isabel Díaz Ayuso la votaron abrumadora, mayoritariamente, con afán de resurrección, los que caminaban erguidos y los que lo hacían en silla de ruedas, los que confían en el trabajo de sus manos y los que no aceptan que les eliminen ningún día ni posibilidad de disfrute de los que de existencia les queden. En la cafetería-panadería centenaria cuatro señoras de muy avanzada edad, cuidadosamente vestidas y peinadas, se reúnen para dar cuenta de un rico menú del día a diez euros. En sitio alguno del planeta salen tanto las mujeres mayores solas, en ninguno hay menú de pan a manteles, con dos platos bien cocinados, pan, bebida y postre por diez euros. Es la calle propia y querida, moderna y antigua de grandes superficies y tiendas chicas, de viejos joyeros con talleres de los que ya no quedan y nuevas boutiques con jóvenes que luchan por su puesto de trabajo, proceden de diversos lugares, encuentran su rincón y le cogen apego. La cafetería-panadería tiene poco y bien aprovechado espacio que ha visto bastantes reformas. Junto a los ventanales el techo se sustenta en bloques de granito del Guadarrama que por su peso, aspecto y volumen ciclópeo parecen de cuando eran jóvenes los Toros de Guisando. En la misma acera, la casa del jamón embriaga con sus efluvios, más arriba Francisco de Quevedo se distrae con el tráfico, considera que del ayer al hoy no hay tanto espacio y que las parejas continúan besándose como si no existiera la ceniza. En la terraza de un bar alguien diseña lo que mañana serán ilustraciones de su nuevo libro y más abajo la sala Paz defiende cine y sueños y lucha para así y por los que esperan que vuelva a iluminarse la pantalla.

En el café

En la corriente que fluye calle abajo hay una distinta ligereza del aire, un todavía tímido entusiasmo, un agradecimiento y orgullo tácitos pero perceptibles, los de quienes se creen también agentes del cambio, del sabor inconfundible de la libertad, tanto más intenso cuanto soterrado durante largo tiempo. Lo que era falso aparece, al fin, como falso; árboles, viandantes, fachadas de edificios tienen un perfil más nítido. Los ciudadanos han mascado anteriormente cada día, todos los días, la obligación de asentir al abuso, a la ignorancia sacralizada, a la estupidez preceptiva, a las consignas de obligado asentimiento so pena de herejía, han entregado a manera de tributo retazos de su privacidad y albedrío en el pensamiento y la palabra, como si una mano se introdujera cada noche bajo sus sábanas. De repente, en horas veinticuatro, nada es ni será como era. Vendrán miserias, vendrán los mortecinos de fábrica, haciendo ascos a la papeleta de voto, vendrá la espuma sucia que también arrastran las grandes mareas. Pero se acabó la prisión dual, se acabó el miedo. Late el cambio, en las calles como en Santa Engracia, que ha visto el empeño de los ciudadanos en sentarse a beber en sillas y mesas que alzan su modesto Everest entre los montones de nieve de la tempestad Filomena. No será un país de caciques. La pequeña calle es tan ancha que en ella todos caben, millones.  Y apuran el más seguro antídoto contra las dictaduras: El gusto de la vida y de la libertad.

M. Rosúa