LOS TRES R. I. P. 23 de julio de 2023

 LOS TRES R. I. P.

(Qué estúpida inocencia la de quien escribió esto, la autora de estas páginas que fueron el prólogo de la más mísera degeneración y regresión de su país. Sustitúyase inocencia por estupidez cuantas veces se desee. Nunca serán bastantes).

Hay tres finales que cumple celebrar este 20 de julio de 2023, vísperas en España de elecciones generales:

-Es el final de la era del  desplazamiento del discurso político del cerebro a las nalgas. Esto ha ocurrido, y es visual y empíricamente comprobable, en un fenómeno que, aunque vergonzoso, por su persistencia no deja de tener originalidad, durante los años presididos por un Gobierno español al que el pie no le calza ya en el estribo por la acumulación de estiércol. Basta con observar el abrumador porcentaje de su temática legal, oratoria y mediática sobre la penetración, descripción y uso de, como dirían los clásicos chinos en el empleo de los perfumes, los cinco orificios. La pedagogía, modo de empleo e imposición y promoción continuas de la Constitución Genital han desplazado y empujado, hacia debajo de la cintura y adláteres la atención, trabajo y tiempo oficiales que deberían haberse empleado en tareas de adecuado nivel. Los escritos, proclamas, análisis de los asuntos públicos, normativa, mensajes sonoros o visuales y estudio de los problemas nacionales e internacionales han sido reemplazados por la adhesión compulsiva a la difusión del rito de los glúteos multiformes, variables e intercambiables y los autos de fe para críticos y tibios.

-Es el final de un clímax de estupidez rara o jamás alcanzado, ciertamente no en la esfera civilizada actual, que ha reemplazado por su insólita, general y silenciosamente asumida aceptación, a un peculiar tipo del orgasmo: El de la envidia y mediocridad soterradas respecto a la evidencia de que hay verdaderos países con verdaderos ciudadanos que jamás tolerarían tal ridículo. Es posible que, llegada a ciertos límites, la acumulación, magnitud e intensidad de la estulticia pueda provocar, ,al ser reiterada, un nivel crítico explosivo y expansivo que afecta a la mayor parte de la población española y la hace insensible a que no se emplee su lengua, se dictamine a gusto del dictador-cacique cuál es su Historia y qué debe o no amar, comer, recordar, saber, decir u odiar. Los niveles de irracionalidad, recurso al absurdo, negación de la evidencia y completo e impune desguace del país y sus recursos junto con la lluvia incesante de disposiciones entre el delirio, la insania y el ridículo, no admiten una única explicación. Se trata de un proceso de bases más antiguas y en él se ha insertado en la conciencia colectiva un implante Buenos/Malos con una guerra permanente del Bien y el Mal absolutamente falso en fondo y forma, martilleado desde hace varias décadas verbal, mediática y económicamente, y  reforzado por la obligación ciudadana de apoyar vilezas de gran calado.

-Es el final del último cacique. Hay el sabor inconfundible de esos días en que termina algo, en que se abren los ojos tras un muy largo, mal sueño, erizado de extrañas imposturas tan abundantes que han cubierto la llanura de la realidad hasta alcanzar el horizonte. Nada de cuanto  se ha venido afirmando con la violencia de un martillo pintado con palomas y caramelos, con un País de Oz donde la felicidad se repartiría diariamente con cucharones enormes a filas de ciudadanos con bocas siempre abiertas, nada de esto es real. Los largos años de ficción en los que bastaba con proclamar como mérito no haberlo jamás tenido, condecorarse en batallas nunca presentadas, proyectar en dioses inalcanzables situados en el espacio milenario el derecho a reinar, pastorear y repartirse  este mundo, todo aquello se desmenuza lenta, seguramente. Las bases de un edificio de tierra que el agua de la realidad, largo tiempo retenida, ha anegado al hallar al fin su cauce son por momentos dispersión y múltiples naufragios de cuantos han vivido de cosechas de raqueros.

En España no sólo cambia un régimen político. Simplemente se desvanece una ficción, se detiene la música de un largo baile de esqueletos que permitía la existencia gratuita y confortable de los creadores infatigables de batallas que precisaban que fueran eternas, homéricas, contra un mal que alimentaba la orquesta y empapaba la vastedad del territorio con el reparto de las únicas verdad y bondad creíbles, en las que, sin mayor esfuerzo, tumbarse y justificar, de forma directa o vicaria, las propias subsistencia y existencia. Cesa finalmente la música y caen, como los granos de arena, al suelo los huesos de los esqueletos, a los que sólo mantenía la imperiosa necesidad de recrear, afirmar y nutrir la gran ficción  que se creía y quería perdurable, alimentada por los nutridos con la vileza asumida, el mito fundacional que regalaba  generosas raciones de nobleza junto con el terror a la expulsión del grupo oficial de los bienaventurados.

 

 

Goya. Perro amedrentado.

Todo desaparece y se diluye en este año de 2023 en el que, afortunadamente, por la lógica, y no por el mérito cívico de la rebelión moral de los ciudadanos que sólo se yerguen perezosamente frotándose los ojos, del final de las pesadillas, llega la visión del raspado fondo del recipiente donde los que fueron habitantes de las torres altas del castillo de arena bracean ahora entre los restos de estancias, fragmentos de relatos  falsos, compulsivos, que escribieron con rango de leyes en la playa y que destruye una y otra vez la marea inapelable de la historia y la verdad.

Se acabó el miedo, el pastoso maquillaje que cubría con amenazas, mordazas  y violencia, con la horrible sonrisa del pequeño aspirante a totalitario, con esa estupidez obligatoria, decretada, el natural ritmo de los días, el precio de las pequeñas, felicidades. En el fondo del cubo y del hoyo en la arena se agitan, minúsculos, vacíos de sustancia, los que elevaron muros y cerraban el paso a la inteligencia, el coraje y la libertad.

Rosúa