17 c. De Transiciones y de muñecas rusas (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

De transiciones y de muñecas rusas

 Todos felices por doquier.

Todos felices por doquier.

Aunque el conflicto español entre la realidad y el deseo subvencionado (parafraseemos al poeta) es de peculiar gravedad no es único. Europa y por extensión el área de forma de vida con tradición occidental viven una sucesión de transiciones que encierran las unas a las otras como muñecas rusas. La ignorancia histórica de un pasado bastante reciente y que no debería ser olvidado junto con el halago popular en periodos gubernamentales de cuatro años ha impuesto la gratificación inmediata y la exigencia del Estado, no ya de Bienestar, sino Benéfico, en un mundo igualmente benéfico por arte de birbirloque, un Estado Vigilante del la Dicha Generalizada y por lo tanto autorizado a la intromisión en la intimidad de los individuos, que deambulan felices unidos al soma por el cordón aislante del audio musical.

En algún momento se perdió la conciencia del precio de las situaciones y las cosas, se impuso una amplia y voluntariosa ceguera y se pasó, del compromiso con valores concretos y de beneficio probado, a la componenda fugaz y momentánea según la ley del mínimo esfuerzo y la fe inconsciente en el musculoso primo transatlántico. Pero el primo, aparte de no querer ya serlo en lo que a Europa concierne, también tiene sus propias muñecas rusas por las que transita, las múltiples alianzas que le hacen apetecible un bajo perfil. También él, Estados Unidos, dejó de lado las personas y los grandes principios universales y la insobornable solidez de los hechos en pro de las tribus, el show coyuntural y las etnias. Por primera vez se eligió Presidente en virtud del color de la piel y no del programa y los méritos. En cuestión de unos años se perdió la sustancia final que alimenta y conforma las actividades humanas y su producto, es decir, las ideas, se incluyó en el apartado de la inoportunidad y el mal gusto la defensa, al menos verbal y explícita, de principios que deberían regir en todo el planeta, derechos ciudadanos, y denuncia de su ausencia. En su lugar se mezcló con el plano ético el de las alianzas puntuales, la floración de núcleos de potencia comercial y la reorganización y volatilidad del comercio, el mantenimiento de un Ejército bueno para gastar dinero en él y para intervenciones sin previsión ni seguimiento abocadas al fracaso en la mejora de la vida de las poblaciones. A la opinión pública se le servía un predigerido de relativismo en dos lecciones: todo el mundo es (casi) bueno, las culturas (cualquier cosa, de los piojos a dinamitar imágenes y machacar al débil, es cultura) son sin excepción respetables, no hay que arriesgarse lo más mínimo a dar juicios de valor, no digamos a defender principios ni a oponer, llegado el caso, la fuerza a la barbarie. Es la definición del Paraíso para el criminal, el dictador, el terrorista y el cobarde. En su nombre, se abandonó a las capas más ilustradas, liberales y ansiosas de modernización del mal llamado mundo árabe (en realidad plural y complejo), se favoreció a fanáticos integristas, teócratas impresentables y hordas salidas de una

Sonrisa engañosa.

Sonrisa engañosa.

edad media mucho más oscura que ninguna de Europa y amamantadas de irracionalidad, codicia agresiva y muy justificado complejo de inferioridad, gentes sometidas a los usos y costumbres religiosos más aburridos del planeta que tal vez no encuentran mejor distracción que suicidarse llevándose de paso por delante a cuantos puedan.

La excitación del Mal y el placer que produce infligirlo, la facilidad con la que puede obtenerse, aunque sea por un muy breve lapso de tiempo, la vivencia de superioridad y poder es, por doquier, comparable al chute de droga, más asequible que la heroína e incomparablemente más rápida que los métodos de dominación tradicionales. En los países islámicos en ella se decanta la tremenda y soterrada violencia diaria que genera la segregación de sexos, la anulación social y pública del femenino, la repugnancia  y temor masculinos, incrustados como un reflejo condicionado, a la suciedad inherente a la percepción y sugerencia del cuerpo de mujer, a la humillación de que esa cosa reservada a la reproducción y placer del dueño se ofrezca a libre disposición visual. Tal caudal invisible de frustración, aburrimiento feroz, absurdo blindado por el temor y el dogma, percepción inevitable de inferioridad respecto a las personas libres toma formas metafísicas, místicas, bélicas, normalmente arropadas de una capa de pureza extrema y completo desdén por las uvas siempre verdes e inalcanzables.

El Mal, su realización placentera y su embriaguez son incomprensibles pero exportables, tienen su público allende el área islámica y gozan en Occidente del beneficio del estupor, de la carencia de instrumentos mentales y léxicos con los que manejar realidades que se creían lejanas y superadas, que sólo hallan afines en las pasadas guerras mundiales, en buena parte desconocidas por la generalizada ignorancia histórica. El Mal se suponía enfermedad, defensa, fruto de opresiones de clase, simple diferencia de criterios. Hasta verse confrontados con su real existencia, sin disculpas ni paliativos y sin posibilidad de alianzas, buenismos ni pactos. Y el Mal es tal que se nutre y crece en primer lugar a base de los habitantes de su lugar de origen, los más débiles, los inermes, para buscar luego la saciedad en esas sociedades occidentales despreciadas por su pasividad y carencia de principios.

En ese panorama, la indefensión de la gente del común es total, aunque la velen y maquillen el buen vivir cotidiano y la aparente lejanía (hasta que algún atentado los sienta a la mesa) de los conflictos. En un ambiente de rendición preventiva sólo quedan el halago a los bárbaros y la espera de que pasará la mala racha como ocurre con los fenómenos meteorológicos. La comparación con una Historia que se desconoce revela sin embargo la fractura y diferencia abismal entre un ideario básico, no tan lejano, de principios sometido, evidentemente, a las servidumbres de la práctica y la fluidez turbia de paisaje actual, carente de portulanos excepto el generalizado e inconsciente convencimiento del derecho a la gratuidad y la disolución en colectivos diversos y agresiones ancestrales de las responsabilidades de cada individuo. Una Transición notable, a la medida de la servidumbre que genera; y del reparto de placebos.

Paraíso. A distancia.

Paraíso. A distancia.

Estados Unidos ocupa todavía, sin duda por inercia y por falta de referente de recambio, el papel de polo negativo y mascarón del proa del Capitalismo en la dualidad izquierda buena/derecha mala sin la cual ni el lenguaje ni el cerebro parecen, en su gran mayoría, ser capaces de funcionar. Y, como en Europa, también los norteamericanos han adoptado, en lugar del análisis de hechos e individuos concretos, la perversa clasificación usada por el enemigo, la de los sucesivos miembros del club de la irracionalidad y del grupo parásito, y optan por la distante y torpe visión del mundo, con esporádicas cargas de elefantes que dejan los territorios intervenidos en peor situación que la previa al salvamento. Apuestan además por un distanciamiento respecto al Viejo Mundo comprensible porque éste último lleva décadas haciendo méritos para ello, mientras aquéllos pagaban en dinero y en muertos. Sin embargo la nueva estrategia, a la que no es ajena la reciente independencia petrolífera, es de corto alcance de miras porque ignora el valor más real, exportado y exportable a la mínima oportunidad que la gente tiene de adoptarlo: Los fundamentos en los que se basa el modo de vida occidental. Su defensa sólo cuesta, para empezar, la recuperación de la palabra, de, al menos, la denuncia verbal incansable, independiente de los necesarios acuerdos diplomáticos y de la esfera del comercio. Porque los justos términos ante la obviedad de hechos, discriminaciones, dictaduras, bondadosa estulticia, expolio cotidiano son los instrumentos en los que se encapsulan las ideas que a su vez producen cambios, logros, invenciones y el mejor progreso.

Los crueles dioses del Paraíso.

Los crueles dioses del Paraíso.

Las transiciones se llevan haciendo desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI en sentido contrario, alejándose a toda velocidad de cuanto significa compromiso, obviando las incómodas verbalización y precio de los actos. Crímenes, robos, apartheid femenino, violencia, destrozo y ocupación de lo público, no son tales  ni reprobables; dependen de quién los haga, de sus circunstancias, intenciones y latitud.

El proceso en curso sería el de muñecas inversas, es decir, la introducción de las muñecas más grandes, los principios y valores de envergadura, en la muñeca más pequeña, la del aparente beneficio puntual de elementos anónimos aglutinados en el grupúsculo del agravio, la carencia y la intemporal referencia a la tribu, normalmente servidos con una guarnición irracional de vago paraíso futuro y ubicua conjura presente contra el bien común. A corto plazo esto es exactamente el mister Hyde de la democracia, el alter ego más oscuro, y más nocivo, de un sistema de Derecho con Constitución, Parlamento y votaciones periódicas, corrupciones inevitables pero, también, leyes, responsabilidad penal, prensa libre y separación de poderes. Según se produce el deslizamiento hacia la pseudodemocracia se acelera la técnica de ingeniería social: El denominador mínimo al más corto plazo es el que hay que ganarse y manejar en un clima de continua medida, composición y recomposición de la opinión, a la que se riega con irracionalidad y grandes dosis de adhesión sentimental en forma de asambleísmo y participación instantáneos, pero que al menor enfrentamiento con el efecto real de las utopías subvencionadas clamaría amargamente contra el deterioro y la pérdida de su actual forma de vida. Y descubriría que la única dualidad contra la que luchar es la del tejido productivo por una parte y por otra el tejido parásito que se procura mantener incrustado en aquél por todos los medios. Que fallen suministros esenciales, cajeros, policía, seguridad viaria, aviones, trenes, barcos, carreteras, farmacias, y el destinatario del discurso del paraíso gratuito virtual acaba descubriendo que vivir aceptablemente es una lucha mucho más trabajosa y menos nítida de lo que pensaba, que el Mal no es el gran dios del Dinero, el Satán bancario y el poderoso y rico por el hecho de serlo, sino que en cada caso, individuo y momento se impone un juicio de los actos y un reconocimiento de la legalidad y de las Leyes, que éstas valen lo que el coraje de las poblaciones de velar por ellas, que a nadie se le garantiza por el acto de nacer otra cosa que, si hay suerte y lo hace en una zona civilizada, la igualdad de derechos, y que, efectivamente, las ideas, encapsuladas para su actuación en las palabras, son las que producen cambios, inventos, degradación o progreso.

El eficaz utensilio ideológico de la falsa dualidad preceptiva está en directa relación con la trampa del pensamiento positivo forzoso, el «sonríe o muere» que ya están denunciando no pocos filósofos, que ha sido de rigor en Estados Unidos y ha desteñido sobre Europa. Se consiguen pocos votos con la descripción de las situaciones ingratas y la crudeza de las verdades, no se lleva la obligación de asumir la responsabilidad que es la médula de un sistema democrático decente, es cómodo el olvido de la simple existencia del Bien, de la necesidad ética y práctica de defenderlo. El estudio de Hannah Arendt sobre la banalidad del Mal no ha perdido un ápice de vigencia y, por el contrario, se ha diluido en dosis de fácil digestión por la mayoría. Y el ciudadano del común camina con un pie en el voluntarioso buenista del todo es relativo y otro pie en la explosión del antisistema alimentado por la ira de haber llegado tarde al reparto.

El fraccionamiento y minimización de los territorios, desde la floración de pseudonaciones aferradas al eterno victimismo hasta los viveros de mafias y tribus urbanas que ejercen el chantaje de la desproporción mediática, es el arma más eficaz contra el individuo libre, su trabajo, su seguridad y sus recursos. Todo para él dependerá de las consignas aplicadas en la estrechez del reducto, el lenguaje sufrirá un vuelco que despoje a los términos de su recto significado, desaparecerán, y serán incluso objeto de oprobio, las jerarquías elementales de bondad, verdad y belleza, las simples evidencias fruto del sentido común, de la decencia instintiva y primaria. Fuera de la pertenencia a alguno de los colectivos agraciados con patente de corso hay poca salvación.

Pero siempre habrá un superman. Pequeño luchador mongol.

Pero siempre habrá un superman. Pequeño luchador mongol.

Véase una simple pincelada a título de mínimo ejemplo: Festivo, y casi idílico, pueblito del País Vasco. Plaza, baile, música. Disparos. Cae muerta, en plena calle y delante de su hijo pequeño, una mujer. En tiempos perteneció a un grupo independentista que lleva cometiendo, en plena democracia española, numerosos asesinatos. La prensa extranjera los ha tratado con mimo y simpatía porque España parece condenada a ser el parque temático de utopías de nacionalismo terrorista que en el propio país sin embargo el resto de Europa prefiere ver lejos. En el pueblito idílico se ha formado un charco de sangre en el suelo. Los antiguos compañeros de la mujer han abandonado tranquilamente la escena. Los protege, y protegerá, un manto de temor, vileza asumida y olvido inducido, y ese manto cubre todo el pueblo. Retirado el cadáver, se echa serrín y no se suspenden canciones ni orquesta. Los bailarines procuran no pisar la zona. de serrín con sangre. De igual manera, la palabra «crimen» no existe en las mentes, se cubre, se rodea. Y continúa la fiesta. El nivel de vida es excelente en el País Vasco, no se pagan apenas impuestos, el perfil, convenientemente exportado, es el del cromo rural, la comida rica y los recios norteños.

No hay mejor ceguera que la selectiva. Se lleva sorteando mucho serrín empapado en incómodas materias. Y quien lo ha hecho y lo hace cada vez lo sabe.