La estupidez sin esfuerzo

La estupidez sin esfuerzo

 

Al asalto del empleo público. (Mayo de 2011. Acampada de Indignados en Madrid)

De la categoría a la anécdota: La ignorancia, vagancia y desánimo plañidero es la generosa cosecha de una vasta y pertinaz siembra, el fruto del filtro a contrario favoreciendo la mediocridad por decreto y la generalizaciónde la ingeniería social basada en el victimismo, extraordinariamente rentable en tramos electorales de corto plazo y gran control de los canales comunicativos. Por ejemplo: No existe una maquiavélica conjura para lograr que los estudiantes nada sepan, que (cap. 3 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)sean legión los jóvenes sin oficio ni beneficio que, cargados de títulos inútiles, se vean obligados a buscarse la vida en otros países. La aparentemente misteriosa razón por la que se han reducido, eliminado o minimizado en los programas de enseñanza de niños y adolescentes materias fundamentales como Ciencias Naturales, Lengua, Matemáticas, Filosofía, Geografía, Latín, Griego, Historia, la causa del mísero nivel actual, de la Primaria, donde se aprende a leer lo más tarde posible y el dictado está tan perseguido como los libros en Fahrenheit 451, y de la Universidad, que es un Parnaso del graffiti y un vertedero de envases del todo a cien, es de una sencillez meridiana: Había que repartir las horas lectivas y los puestos docentes entre aquéllos que llamarían los clásicos de menos valer, una masa sin profesionalidad, formación ni solvencia académica, cuya fidelidad a la repetición de consignas es directamente proporcional a los beneficios, prestigio y empleos recibidos. La diferenciación entre fanerógamas y criptógamas o la traducción de La Guerra de las Galias no están al alcance de cualquiera, pero los afiliados y miembros de los dos sindicatos mantenidos oficialmente a peso de oro hallaron amplio acomodo lectivo en la desastrosa Ley educativa de 1990, la nunca bastante denigrada, y, en la práctica en su mayoría aún vigente por la cobardía de los pretendidos gobiernos de la oposición, la LOGSE. La parafernalia ideológica que la cubría esconde una verdad sencillísima: De no haber servido para anular a los cuerpos profesionales y a los profesionales mismos para, así, disponer de sus puestos y colocar en ellos a clientela sociopolítica, la LOGSE no hubiera existido jamás. Las preguntas de los temarios de oposiciones que versaban sobre conocimientos se vieron sustituidas por adhesiones memorísticas a las jaculatorias del ideario con el que la clase dueña del discurso ha vestido su programa básico de toma del Estado como fuente de beneficios, y ello siguiendo al pie de la letra la táctica de la multiplicación selectiva de lo peor y los peores como garantía de adhesiones multitudinarias. A menor coeficiente intelectual, profesional y moral, mayor y más entusiasta apoyo a convocatorias de reuniones, cargos de coordinación, comisiones de seguimiento, especialistas en enseñar a enseñar, en aprender a aprender, tutores de tutores, inspectores de equipos, supervisores de aplicación de los principios (de género, igualdad, valores, ecologismo, derechos de los animales, amor planetario, fraternidad sostenible, etc. etc.  Es infinitamente más fácil repetir los mantras de rigor que estudiar y aprobar cursos académicos, publicar investigaciones de enjundia, superar en buena lid pruebas serias y transparentes, cumplir rentablemente en una empresa, trabajar ocho horas, arriesgarse en un negocio propio. Cuando esta ingeniería social se aplica en dictaduras convictas y confesas tenemos una Democracia Popular. Cuando funciona paralela al Estado que se supone parlamentario y lo hace de forma creciente y con claras aspiraciones a absorber la mayor parte de los recursos tenemos el caso español, en el que los iconos Democracia, Igualdad y Justicia no pasan de ser caricaturas multitudinarias de sus referentes, significantes utilizados a modo de pancarta que han sido vaciados, durante décadas de aprovechamiento parásito, de su significado.

La maquinaría no se limita a la cooptación inversa, la de aquéllos de menos valía: Los fabrica. Y es profundamente antidemocrática porque se ensaña en los más débiles. Empeora, envilece, elimina los caminos de ascenso de cada persona a mejores categorías humanas, siembra, continuamente, con todo tipo de mensajes supra y subliminales, la aversión a la grandeza, la altura de miras y de pensamiento, a la jerarquía de valores, a los frutos del saber, a los términos mismos civilización y cultura. Esos peores que son su resultado y su más fiel y dependiente apoyo no son peores congénitos ni así marcados fatalmente por su origen socioeconómico. Se les ha privado, desde la escuela, de la conciencia de la mejora por el propio esfuerzo, se les ha arrebato su legítima herencia cultural, los conocimientos que les eran debidos, para encerrarlos en un reducto ovejuno y miserable, sin más horizonte que la vecindad, lo inmediato, la grey y el terruño; se les han quitado la filosofía y las lenguas clásicas, la amplitud de la geografía del mundo y la de su patria; les han arrebatado la literatura, el arte, la certidumbre de que, por el estudio y el trabajo, podían llegar lejos independientemente de sus orígenes y posibilidades económicas. Les han robado lo mejor de la Democracia, en su sentido real, universal, noble.

Junto con la libertad, la víctima a abatir en tal sistema es lógicamente el individuo con cuanto le protege y defiende. De ahí el desplazamiento, a todos los niveles, de la persona a la tribu, lo que equivale a la eliminación del lazo entre sujeto y objeto y, por ende, a la anulación de la responsabilidad en la propia vida. Los actos mismos no existen, como la realidad tampoco. Unos y otra pasan a ser manifestaciones transitorias y subjetivas de condiciones mudables según la conveniencia, favorables si así se obtiene beneficio y desfavorables e injustas si contravienen las consignas que caracterizan al clan. Cobijadas todas ellas bajo el paraguas ficticio de la doctrina del Mal Sistémico, fuente continua de injusticia y, por lo tanto, de legitimación. El llamado mundo de la cultura se vuelve una parodia de la libertad e inteligencia que la palabra cultura evoca. Nada que ver con riesgo, esfuerzo, amplitud, altura, sabiduría. Es sólo una reiterativa fábrica de tópicos duales destinada a empapar sin descanso a la masa social con la visión propia del mito rentable. Poco importa que sea creído, que resulte a todas luces incompatible con la Historia real, con la evidencia y con la lógica. Lo fundamental es que esa sociedad se perciba a sí misma embarcada en un movimiento que la transciende, una onda que recorre y explica presente, futuro y pasado y delimita, sin esfuerzo personal crítico alguno, los Benditos y los Malditos de un padre que es el padrino de los coordinadores de la distribución de papeles en la obra.

Sin subvenciones, sin apoyos, el otro mundo de la cultura bracea para respirar, crear y persistir. Hay jóvenes actores que se niegan a pertenecer a tribus, homosexuales que rechazan exhibirse con el grupo al que le pagan por serlo y resguardan su amor y su vida privada, hay intérpretes de vocación y de valía que aceptan, para comer, el enésimo papel secundario en el metraje alusivo a la Guerra Civil, hay músicos, pintores, poetas, guionistas que prefieren la sombra a la incondicional, secular y preceptiva adhesión a la corrección política, héroes anónimos de la cultura que sí merece el nombre, y el renombre.

Un expresivo cartel de la concentración-acampada de mayo de 2011 en Madrid pedía ¡Empleos públicos para todos!, otro No al exclavismo (sic) laboral seguido de Complot (sic; probablemente por boicot) a Mercadona. También, en el mejor estilo del 68, Lo queremos todo, y lo queremos ahora. Hay que reconocer que el gratis total es la madre de todas las leyes que conforman la Transición B, y que su originalidad es cero porque, bajo enunciados diversos, esas dos palabras resumen la oferta programática de numerosos líderes. Ahora bien, tal consigna, mediante el sabio uso del chantaje dual de quien lo niegue franquista, ha alcanzado en España, a fuer de cantidad en el empleo, una específica calidad. Desde niños, los futuros ciudadanos han sido convencidos de que se les debe todo, de que una oscura injusticia les ha privado de la seguridad, el bienestar, los artículos de consumo ofrecidos por la televisión y el sexo satisfactorio. Y ello de la cuna a la tumba. La ingesta de cantidades industriales de premisas, no sólo rigurosamente opuestas al principio de realidad sino perfectamente inviables, les ha infundido ante el primer asomo de exigencia de esfuerzo, indignación estéril, desahogo en forma de rabietas urbanas e impulsos de adhesión a las tribus parásitas y el pensamiento no ya débil sino paupérrimo. Han aceptado mansamente que se les adoctrine en la ignorancia histórica y geográfica, que estudien de los ríos tan sólo el tramo que pasa por su zona, que nada se deba al individuo y todo al medio. No han salido a la calle jamás durante décadas de adoctrinamiento descarado, no han denunciado nunca el robo de la herencia cultural del que han sido y son objeto, han aplaudido a los sátrapas del terruño porque les daban ocio, botellón y circo. Son los únicos en Europa que no tienen país, ni bandera, ni símbolos y referencias patrias,  porque se les ha acostumbrado desde la infancia a considerarlo vergonzoso, de manera que su vacío intelectual formativo interno se corresponde con el gran vacío externo de referencia, que se suplanta con mitos locales y euforias deportivas.

La gratuidad ha sido ubicua, para ellos y para sus padres. En todos los sentidos, de manera que ni siquiera había que comprometerse en opciones morales, en denuncias de la injusticia flagrante, de la violencia próxima, del asesinato y el robo impunes, de la reincidencia descarada. Porque estaba mal visto, porque ni siquiera se nombraba, porque lo cubría el velo de idearios de lucha nacionalista, penuria económica, determinismo psicológico. Lo propio era que, en pleno sistema democrático parlamentario, las víctimas de los grupos independentistas parecieran leprosas, culpables y debieran llorar en silencio su muerto y su pena. Lo natural ha sido, y es, que el crimen común gozara de impunidad o de lenidad en casos múltiples y que fuera normal tener que codearse con el liberado asesino de su familia, que se destruyeran con rapidez inaudita las pruebas del mayor atentado terrorista de Europa, que las leyes se aplicaran a capricho de las taifas y los tribunales estuviesen al servicio del partido que los nombra. En tal contexto, la anécdota educativa, de cuyos polvos vienen buena parte de estos lodos, el exigir estudio para pasar de un curso al otro, buenas notas para merecer becas, exámenes de control de conocimientos, abono de parte de las matrículas que la sociedad subvenciona, reparación de destrozos causados en las instalaciones públicas, oposiciones basadas en un temario compuesto por materias esenciales, esto es absurdo, y por ende  insultante.

Gratuidad revolucionaria (Mayo de 2011. Acampada de indignados en Madrid.

Gratuidad revolucionaria (Mayo de 2011. Acampada de indignados en Madrid.

A los jóvenes les han quitado mucho, pero el bloque parásito que ha hecho llover sobre ellos juguetes en forma de universidades inútiles, campus que son un vertedero, diplomas sin valor, cursos que ni se inauguran ni vale la pena que presida claustro de prestigio alguno, esa misma generosa fuente de barato barato y títulos todo a cien les ha ofrecido sin embargo un don inestimable: Les ha proporcionado un Enemigo, sempiterno, multiuso y económico puesto que no pide más esfuerzo que el del exorcismo esporádico.

Y ahí están, en pleno siglo XXI, utilizando, con ejemplar e inconsciente fidelidad al guión, reaccionario, franquista, fascista, inermes ante la desesperanza de un horizonte frente al que bruscamente se encuentran y en el que la vida no es gratis, sino difícil. Son muchos años de guardería para pasar, directamente, a la jungla.