LA GENERACIÓN DEL GRAN RECUERDO

La Generación Del Gran Recuerdo

Rosúa, M. (1977). La Generación del Gran Recuerdo. Madrid: Cupsa/Planeta. Colección Goliárdica, nº 7, 208 pp.

ISBN: 84-390-0017-0

La generación del gran recuerdo   La Generación del Gran Recuerdo es la de los jóvenes chinos que vivieron y participaron en esa enorme coreografía que dirigió Mao Tse-tung durante la Revolución Cultural. Como profesora de español en la República Popular durante el curso 1973-74, la autora estuvo en contacto con aquella generación de ex-guardias rojos y pudo compararla con la de sus colegas, los profesores chinos de más edad.

Destinada primero a Sian y luego a Pekín, viaja por algunas ciudades del país y estudia el significado de la Revolución Cultural, la visión del mundo y la existencia concreta (al otro lado de los arquetipos oficiales y de los clichés verbales) de la gente del país.

ÍNDICE

  • I. Los chinos y su visión del mundo exterior
  • II. Los ex-guardias rojos
  • III. Revolución y postrevolución cultural
  • IV. La revolución educativa
  • V. China y la Unión Soviética
  • VI. El plan «5-7-1»
  • VII. ¡Pi-Lin, Pi-Kon! (Criticad a Lin Piao, criticad a Confucio)
  • VIII. El Oeste también es rojo.

Capítulo I: Los chinos y su visión del mundo exterior. Textos escogidos

En cierto museo chino una pintura antigua reproduce a los embajadores y extranjeros en el acto de rendir pleitesía al Emperador. Son caricaturas: enormes narices y mostachos, ojos y cabellos de llameantes colores insólitos. En otra ocasión hojeamos en mi despacho del instituto de Lenguas Extranjeras de Sian un libro de láminas de arte. Una nos muestra una vasija de metal en forma de cabeza de macho cabrío. El joven profesor Chou, que nunca se distinguió por su diplomacia, exclama:

—¡Parece un europeo!

Me llevo la mano a la cara y le interrogo con la vista….

* * *

…el emperador Chin Shih-huang, al que Mao admiró perdidamente en su juventud, soñó con imitar, y presentó a la devoción popular como su lejano alter ego. Shih-huang, duque de Tsin en la provincia de Chensí antes de fundar la dinastía Chin, reinó al parecer del 221 al 210 antes de Cristo. Hizo edificar la Gran Muralla, alzó un palacio cerca de Sian. Gran gobernante, férreo dictador, eficaz, imperialista, aglutinó en un reino gigantesco los principados, ordenó unificar los sistemas de monedas, pesas y medidas; hizo quemar libros y enterrar vivos, habiéndoles amputado los pies y las manos, a los letrados, eliminando así toda influencia que no fuera la suya propia. La palabra «China» viene de Chin (de la dinastía Chin) y del sufijo -a, en sánscrito «tierra».

* * *

Los pabellones habían sido completamente devastados por los guardias rojos durante la revolución cultural, no quedaba sino el recuerdo de esculturas y pórticos. Como hubiera mostrado a un funcionario deseos de visitar el monasterio de la dinastía Sung, llamado Las Cinco Terrazas del Oeste, e insistiera en su demanda, el funcionario acabó por contestarle que no quedaba nada por ver en el monasterio después de que los guardias rojos lo habían quemado.

Por fortuna, entre la multitud de templos, museos, etc., cerrados tras la revolución cultural no se incluía el Museo Histórico de Sian, uno de los más bellos del mundo, no sólo por su inestimable contenido, sino por estar instalado en un conjunto de pabellones alzados durante los Tang, que fueron templo de Confucio, e incluir en su recinto una graciosa casa de té del siglo VIII.

La primera sala es la provincial, y guarda, entre otras piezas, una estatua de caballo de piedra del siglo IV y una campana  de  bronce  del  VIII.  La  segunda  sala  contiene bronces, cerámicas, porcelanas, estatuas Han, Wei, Tang. Este museo guarda además cuatro de los cinco caballos Wei, mundialmente célebres. Quien ha visto —de ellos— el que, de la carrera, ya pasó al vuelo y apoya uno de sus cascos en el dorso de una golondrina, que vuelve sorprendida la cabeza, quien vio esta maravilla, vio la libertad misma.

* * *

Notas de mi diario

Sian, 8 de noviembre de 1973

   Durante la clase pido ejemplos de explotación del hombre por el hombre. Uno habla de un conocido que trabajó en las peores condiciones en una fábrica en manos de los japoneses. Otro, de la opresión ejercida por un terrateniente contra los campesinos.  Una muchacha dice:

—Yo pienso en los niños-obreros europeos que los capitalistas emplean para pagarles la mitad y rendir como un adulto.

Le indico:

—Esa situación pertenece más bien al pasado. En Europa no hay sistemáticamente ahora niños-obreros.

Desconcierto.

—¿Y si los capitalistas quieren escoger niños para sus fábricas?

-No pueden tan fácilmente. Está prohibido por la ley. Los niños deben ir a la escuela hasta los catorce o dieciséis años. Naturalmente hay excepciones y abusos.

Ni me creen ni pueden convencerse a sí mismos de que miento.

—¿Y si los pobres no pueden pagar la escuela?

—La escuela es gratuita hasta cierta edad. Depende de los países. Hay excepciones y carencias, por supuesto.

Asombro. Incredulidad. Y un algo hostil. Estoy tomando ante ellos la imagen del defensor del sistema abominable, que choca con mi imagen real, familiar.

—Pero ¡los capitalistas no van a hacer una escuela gratuita para los obreros! —La muchachita parece indignada y pensando a gritos «¿Qué clase de mentiras nos está contando usted?»

—Es que el proletariado ha luchado ya mucho en Europa y ha conseguido cosas. Tampoco los capitalistas pueden ahora hacer la ley como a principios de la industrialización. Y ocurre que, por evolución económica, ellos mismos necesitan un proletariado instruido. Además, los partidos de izquierdas hacen pasar leyes progresivas, los obreros presionan, se declaran en huelga…

—¿Los capitalistas permiten partidos?, ¿y huelgas? —preguntan incrédulos.

¿Cómo explicar a estos marxistas de la aurora de la industrialización la pluralidad de partidos, el derecho a la huelga —cosas que, por cierto, en mi prehistórico país ibérico aún están en el tablero—, el desarrollo de las clases medias, el nivel de la clase obrera europea, su género de reivindicaciones?

La visión maniquea del mundo que se proporciona al chino medio es quizá su fuerza: un mundo blanco y negro en el cual les ha correspondido ser los valientes cruzados de la blancura. Pero, como Europa es realmente muy compleja, los conocimientos de los chinos dan un rodeo, al topar con ella, para llegar al Tercer Mundo, que sobrevuelan a la suficiente-altura como para no distinguir sino los grandes trazos, fijos los ojos en el paraíso comunista futuro.

* * *

He llevado a cabo encuestas minuciosas —56 preguntas en el número irrisorio de cuatro sujetos, máximo que me ha sido permitido. Los cuatro son buenos amigos, profesores de español de mi sección. (…)

—«Las costumbres de los extranjeros son distintas a las de los chinos. Me llama la atención su carácter activo, dinámico, entusiasta y su franqueza (…)

En los extranjeros me llama mucho la atención el carácter abierto. Dicen lo que piensan, sobre todo tú (…)

—«Pienso que los extranjeros son amigos que trabajan con entusiasmo, aunque algunos a veces se muestran poco amistosos. Su sexualidad es diferente de la nuestra; siempre necesitan estar juntos el marido y la mujer, los jóvenes tienen relaciones sin casarse, hay putas por la calle. Los extranjeros tienen mayor vigor y salud física. Gozan de mucha más energía que nosotros. También tienen mayor curiosidad por saber cosas, entusiasmo por conocer

* * *

—«Trabajé bastante con soviéticos y practiqué el ruso. Había muchos hasta 1960. Existía una gran intimidad entre ellos y nosotros. Yo iba con frecuencia a casa de una familia rusa. Como era aún bastante joven, la mujer me trataba como una madre. No querían marcharse cuando llegó la orden de Moscú. Ella lloraba cuando les acompañé al tren. Muchos chinos se casaron en aquellos años con rusas. Luego hubo bastantes divorcios. Los rusos eran buena gente, pero estúpidos. Me gustaría conocer España y algunos otros países» (H., profesor de treinta y seis años).

* * *

Se quiere controlar cuanto hago en clase con los alumnos, estos alumnos de veintitantos años cuya puerilidad me asombra y me asusta. Tuve la desafortunada idea de comentar con el profesor de alemán, Berth:

—Me preocupa la mentalidad de los alumnos. Parecen, salvo excepciones, de un nivel de madurez bajo. Creo que, si se les sometiera a un test, darían una edad mental cinco o siete años menor que la física.

Berth sacude la cabeza con una sonrisa angelical:

—No. Eso es un fenómeno corriente en los países del Tercer Mundo. Los jóvenes parecen más infantiles. Ya sabes que los test son en realidad reaccionarios, sobre todo el de C.I. (coeficiente intelectual). Los test están cargados de connotaciones culturales,  ideológicas,  etcétera.

—Sí, lo sé. No digo que un test reflejaría el C.I. real ni que haya inferioridad intelectual, sino una falta de madurez de juicio, de análisis, que me preocupa. Se diría que tienen catorce años.

— Ya lo discutiremos otro día.

Y Berth, por confesión posterior propia, me excomulga desde ese instante. Sin embargo, lo que yo veo cualquiera puede verlo: una puerilidad real que debe ser analizada sin prejuicios, guste o no guste, y que viene forzosamente del tipo de educación, de la carencia de iniciativa, de responsabilidad. La inhibición absoluta del factor sexual tiene sin duda un papel importantísimo en lo que se presenta para mí como comportamiento pueril. Los cambios de impresiones con los demás profesores extranjeros han dado un panorama parecido

* * *

No por ello era cuestión de tirar la esponja. Ni podía librarme de mis condicionamientos ni quería aseptizarme hasta caer en la voluntaria frigidez mental que observaba en algunos de mis colegas extranjeros. Ante ellos se manifestaban cosas que les hubieran hecho poner el grito en el cielo de ocurrir en sus países, de atañerles a ellos o a los suyos directamente, pero allí se estaba en China, y China pertenecía a otra dimensión estelar. Cualquier juicio en contra del sistema era hacerle el juego al capitalismo. Entonces mis colegas callaban y aceptaban, ponían entre ellos y los seres humanos que tenían delante una hojarasca de libros, máximas, consignas, teorías, del «cómo debe ser», del «cómo será en la sociedad luminosa que se aproxima», todo menos un acercamiento sencillo y directo hacia esas personas vivas y concretas, hacia sus vidas reales en su escenario cotidiano.

* * *

En otro tiempo era de uso el acercamiento de los europeos hacia los asiáticos y africanos según el modelo paternalista. Ahora la muralla seguía nuevas técnicas de construcción, se apuntalaba en la creencia necesaria de la bondad fundamental de todo lo emanado por el sistema social, político, maoísta; en la diferencia específica, venida de oscuras raíces históricas, de los chinos. Mejor dicho: no había chinos, sino Mao identificado a la China, la China como debía ser, como convenía que fuera. Los chinos también colocaban, por supuesto, entre ellos y nosotros la doble pantalla de la imagen de la República Popular para la exportación y la aséptica hacia el mundo extranjero que representábamos, paganos aún no tocados por la divina luz de la revelación maoísta. Pero en el caso de los chinos esta pantalla se había hecho crecer con ellos, incrustada en sus retinas; mientras que los extranjeros sabían que la usaban.

(…)

esa patética esquizofrenia voluntaria practicada con la firme convicción de que todo juicio negativo sobre algo de China era socavar los cimientos del socialismo.

(…)

Por aquel entonces yo ya sabía que5 en China para visitar cualquier cosa —fábrica, escuela, una ciudad, para desplazamientos a más de 20 kilómetros de Pekín—, para obtener una entrevista, un dato, para todo en fin es necesario pasar por un canal oficial. No puede esperarse investigar por su cuenta. Poco importa que se conozca la lengua o no. La desconfianza es general, las consignas respecto al trato con extranjeros, estrictas. En la República Popular un corresponsal extranjero sólo puede hacer carrera si se hace ver bien por las autoridades, de las que depende absolutamente para conseguir la información que requiere su oficio. Ni los chinos ni los corresponsales ignoran, sin embargo, que un estilo tan ausente de matices y crítica como es el de la prensa interior china es inaceptable en Occidente, y cuidan de aderezarlo.

(…)

Es probable que lo que en educación, arte, vivienda, no le arrancaba en China sino alabanzas le hubiera entusiasmado menos de serle impuesto a él mismo. Es muy posible en todo caso que su estrategia fuera la única inteligente para especializarse en China, pero su pasión cerebral translucía al hombre de orden, de etiqueta, de programación, en detrimento de las existencias puntuales. Puede que, para un mínimo de seriedad científica, de conocimiento sistemático, fuera justa la distancia que él tomaba a lo vivo, pero lo cierto es que jamás criticaba y que sus razones tampoco tenían quizá la pureza —estúpida, pero pura— de los devotos que creían defender en Mao el ideal del socialismo.

Los profesionales de la pluma se han fabricado así el puesto de comentadores privilegiados de China Popular; se han preparado para ocupar el espacio dejado por los grandes interlocutores como Snow, como Karol, para ser llamados por Mao Tse-tung, Chou En-lai, sus sucesores, para darles las primicias de una declaración. Una postura diplomática, realista, inteligente e interesada.

* * *

Me era posible «ver» con perfecta claridad su mapa interno del mundo: en el centro del mapa universal y bien coloreado en rojo, Chung Kuo, el Imperio del Medio, China. El mundo exterior a ella eran dos grandes monstruos imperialistas: Estados Unidos y U.R.S.S. (este último más monstruo y más cercano), como dos venenosas manchas de ácido. Entre ambos monstruos, una Europa gastada, capitalista, ex colonialista y corrompida, pero no imperialista, atenazada por ambos lados. A través de ella y de los Estados Unidos deambulaban sombrías muchedumbres de parados, los ricos reinaban despóticamente y los niños, obligados a trabajar en las fábricas, desfallecían junto a sus máquinas. Era un dibujo en tiza y con muy pocos colores, y una Europa decimonónica, de Dickens y de Marx, mezclados y simplificados.

Capítulo II: Los exguardias rojos. Textos escogidos

… mi intérprete me comunica que sólo se me permite hacer una encuesta oral y con tres alumnos. Intenté explicar los fundamentos de una encuesta, la importancia del número de sujetos. Para los responsables chinos era incomprensible mi empeño en someter al cuestionario a los 25 alumnos.

—¡Pero si los veinticinco te iban a contestar lo mismo de todas formas! -me respondió la delegada con el más espontáneo convencimiento.

Cierto. Veinticinco millones de alumnos que fueran me hubieran proporcionado veinticinco millones de respuestas idénticas.

* * *

»Me impresionó mucho el ver al presidente Mao en persona en Pekín en  1966.»

«En otros lugares de Sian hubo durante la revolución cultural muertos y heridos, pero no en el instituto, porque no tuvimos lucha armada. Las masas atacaron a veces, sin embargo, a gente que no era reaccionaria. Era difícil distinguir, porque cada cual quería expresar más que el otro su amor al presidente Mao. Para ello cantábamos y hacíamos danzas mostrando nuestra admiración y fidelidad al pensamiento maotsetung. También decíamos nuestros buenos propósitos por la mañana ante su retrato y nuestros errores por la noche.»

(Hago un inciso. Preguntó si a nadie se le ocurría que todo eso era una  exageración.)

«Tú no puedes comprender lo que nosotros hemos pasado. En ese tiempo no se podía rehusar, sin ser acusado de no seguir la línea correcta del pensamiento maotsetung.

* * *

—¿Qué hace en sus horas y días libres? ¿Cuál es su pasatiempo favorito?

«En las horas libres estudio las obras de marxismo-leninismo-pensamiento maotsetung. También leo novelas sobre historia de China y de otros países. Los días de fiesta siempre voy a la ciudad, al parque, a exposiciones, museos, etc., con mis amigas. Algunas veces voy a casa de mis amigas. Me gusta mucho cantar o tocar el violín.»

«Aprovecho el tiempo libre para estudiar las obras de marxismo-leninismo y del presidente Mao, también para lavar y ayudar a mis padres y compañeros. Charlo con mis compañeros sobre la situación del mundo.»

«Dedico una hora y pico a estudiar las obras de Marx, Lenin y del presidente Mao. Aprovechamos las demás horas libres para jugar, leer, ver películas, teatro, etc., y para descansar. Los días de fiesta visito parques y monumentos. Asisto a veladas, etc. Mi diversión favorita es leer novelas.»

«En mis horas libres estudio las obras de Marx, Lenin y del presidente Mao, hago deporte y descanso. Los días de fiesta voy al cine, al teatro, al parque, a visitar lugares interesantes, juego, asisto a veladas, etc. Mi diversión favorita es jugar al ping-pong.»

«En las horas libres me gusta jugar al baloncesto, leer o escuchar la radio y ver la televisión. Los días de fiesta podemos ir al cine, al teatro y al parque. Mi diversión favorita es escribir.”

* * *

—¿Le gustaría vivir solo, con amigos, con su familia? ¿Piensa casarse? ¿Cuándo? ¿Cuántos hijos quisiera tener?

«Prefiero vivir con los míos y con amigas. Haré lo que me preguntó de acuerdo con las enseñanzas del presidente Mao y las directivas de nuestro Partido.»

«Me gustaría vivir con mi familia. Haré lo que me preguntó de acuerdo con las necesidades del trabajo futuro y las directivas de nuestro Partido.»

«Ahora soy una estudiante, por eso tengo que estudiar con mucha aplicación para cumplir la tarea del estudio que me ha dado el Partido. De esta forma podré servir a los pueblos del mundo con mis conocimientos. Ese es mi único deseo; por ello no tengo mucho tiempo ni quiero pensar en otra cosa. Así pues, no puedo contestar a su pregunta.»

«Estoy muy contento de vivir en esta gran familia revolucionaria, llena de cariño, junto con los hermanos de clase.

»Ahora no pienso en esas cosas. Sólo pienso en hacer mayores esfuerzos para cumplir bien las tareas de estudio que nos ha dado el Partido, y servir de todo corazón al pueblo chino y a los pueblos del mundo.”

«Me gusta mucho vivir en el instituto, que es una gran familia revolucionaria, junto con los hermanos de clase.»

«Siento alegría de vivir junto con los camaradas, pues nos cuidamos entre sí, nos tenemos afecto y nos ayudamos mutuamente como si fuera una gran familia cariñosa. Ahora no es el momento de pensar en casarse. Debemos aprovechar toda oportunidad para estudiar y trabajar.»

* * *

La estricta fidelidad con que estos jóvenes responden, según las consignas oficiales, a las preguntas «¿piensa casarse?», «¿cuántos hijos quisiera tener?», es perfectamente representativa de una realidad: la enorme represión sexual existente en China. No es ésta exclusiva de los jóvenes que todavía no han alcanzado la edad terminantemente aconsejada por el Partido para casarse. Su manifestación más brutal se halla en la separación por largos años de matrimonios. Me atengo a ejemplos muy concretos: de las seis profesoras de español que, junto con cuatro profesores, formaban la sección de castellano del Instituto de Lenguas Extranjeras de Sian, sólo una habitaba con su marido: Mei, miembro del Partido, la veterana, con cuarenta años de edad. Su esposo era técnico, tenían un hijo de quince años. Sólo iba, sin embargo, a su casa de Sian los fines de semana, permaneciendo el resto del tiempo en su habitación del instituto. De las otras profesoras, Yan, con veintiocho años, se había casado hacía tres meses. Su marido era maestro en otra ciudad, a más de mil kilómetros, y se veían en los quince días de vacaciones anuales que el Gobierno da a las personas separadas de su familia —normalmente en China los trabajadores no tienen otras vacaciones que los domingos y los muy escasos días de fiesta—. Otra profesora, L., de treinta años, con dos hijos pequeños, residía con los niños y su madre en el instituto, mientras que su marido trabajaba en Pekín. Otra profesora que se incorporó tardíamente a la plantilla, W., vivía también separada de su esposo. Una profesora más joven, y a la que, de hecho, apenas llegué a conocer, había estado en el campo durante una temporada de trabajo manual. No llegué a saber con claridad si su esposo vivía o no en Sian.

El caso más patético era el de una pequeña profesora, Hu, una muchacha aquejada de asma y con una seria lesión cardíaca. Tenía un niño, y mi llegada al instituto de Sian coincidió con la vuelta de ella a su puesto, tras las vacaciones de maternidad, en las que dio a luz a una niña. Había estado en una población cercana de Shanghai, en la que residían su marido, su madre y sus hijos, y había vuelto al instituto, a miles de kilómetros, tras dejar con su madre y su esposo al nuevo bebé. Estaba separada de esta forma de su marido desde hacía ocho años.

Los ejemplos son múltiples y se resumen a una completa supeditación del individuo al Estado. Me permito, pues, un inciso dedicado a esa faz oculta de la luna china: la condición sexual:

* * *

Hao, durante nuestras largas conversaciones nocturnas, no dudó en hablarme de la terrible vigilancia de la presión social: «…sí, algunos lo hacen, pero van de noche, en la oscuridad, como ladrones. Las paredes tienen ojos, oídos. La presión social es terrible»; y me contó, con voz de gran escándalo, cómo, hacía tres años, un alumno y una alumna del instituto de Sian habían sido sorprendidos haciendo cosas «muy malas» —¡Qué muy malas! —le respondí— No. Buenísimas.

—Muy malas —insistió Hao, moralista. Y luego me explicó que el chico y la chica habían sido enviados a lugares distintos.

Otro ejemplo del que soy testigo es Chung, profesor de Sian, veintiocho años, que jamás había besado a una mujer (no digamos el resto).

(…)

La opresión en todo lo que se refiere al sexo y al placer es extrema y se ejerce sobre ellos y ellas con mecanismos de conocido corte religioso, que operan tan temprano y tan profundo que impiden la formulación misma de un rechazo consciente, la toma de conciencia de la represión como tal.

Capítulo III: Revolución y postrevolución Cultural. Textos escogidos

Los dos tadzupaos más célebres de la revolución cultural son, sin duda, el que fue colocado en la Universidad de Pekín el 25 de mayo de 1966, redactado por estudiantes y profesores de la misma, y el tadzupao compuesto por Mao Tse-tung mismo con el título: ¡«Fuego sobre el cuartel general!», redactado por el Presidente durante la IX sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista chino, que tuvo lugar del 1 al 12 de agosto de 1966. (…)

Wu Han pasó a formar parte tempranamente de los muchos intelectuales que fueron atacados, degradados, durante la revolución cultural, bajo acusaciones de derechistas, revisionistas, burgueses, opuestos al invencible pensamiento maotsetung y al proletariado. En ellos, diana próxima y visible, cristalizó fácilmente el encono de una juventud muy joven y, por diversos factores, muy reprimida, y también contra ellos se dirigieron con rapidez las críticas de los menos jóvenes que anhelaban marcarse tantos políticos, de aquellos a los que desazonaba la existencia de un sector con cierto potencial de crítica propia y raciocinio, por humilde y mesurado que éste fuera.

(…)

Todos estos cargos importantes en el Partido esperan satisfacer a Mao Tse-tung con un ataque generalizado contra los intelectuales, campañas de educación ideológica y destitución de responsables medios. No se salvarán por ello. Con una táctica que le era bien propia, el Presidente les ha inducido a ocupar los puestos de mando de un movimiento cuyos resortes deben volverse, llegado el momento, contra los mismos que los manejan como una bomba de relojería. El hecho de que ellos sean los responsables de las decisiones y medidas tomadas respecto a la revolución cultural, permite criticarles y atacarles posteriormente. Al exhortarles a encargarse de la revolución cultural, Mao les entrega la materia prima de sus propias destituciones y muerte político-social futura. En ellos lógicamente se fijarán las iras de jóvenes multitudes que degustan por vez primera el delicioso licor de poder atacar a sus superiores, a altos cargos, de alzar la voz… Ante ellos, el Presidente simboliza la pura luz de la revolución, velada por los múltiples «burócratas» y «traidores»

(…)

uno de los diez mariscales del Ejército, había emprendido ya hacía tiempo la tarea de transformar el Ejército chino en «una vasta escuela del pensamiento maotsetung», preludio de la consigna de la revolución cultural de hacer de China una gran escuela del pensamiento maotsetung. Lin Piao inició en el seno del EPL el movimiento de masas de estudio de las citas de Mao en 1960. En 1964 el Departamento Político General del EPL recopiló y publicó las «Citas de Mao Tse-tung», que pasaron a circular entre el pueblo. El prestigio y la fuerza de Lin en el Ejército, por su calidad de miembro del Buró Político y el más maoísta de los maoístas, era enorme. Lin en persona preparó y puso en circulación para uso de todos los soldados el Pequeño Libro Rojo.

La revolución cultural estaba, pues, bien y sabiamente organizada. Dijimos que el Grupo de los Cinco se había encargado, por sugerencia de Mao, de ésta

(…)

Lo cierto es que en el Gran Salto Adelante, en 1958, China a poco estuvo de dislocarse las dos piernas al aterrizar en la dura realidad de la situación de crisis económica de los años 59, 60, 61, producida por los ímpetus voluntaristas y autocráticos del Presidente y por las calamidades naturales y la retirada de los expertos rusos ordenada por Kruschef. Con harto dolor, sin duda, Mao debió conformarse con el papel de ideólogo supremo y único y líder indiscutible, y dejar que, en otros campos, responsables más a ras de tierra se ocuparan de los asuntos prácticos, económicos. China fue saliendo del bache, y en 1966 el Presidente podía, sin duda, permitirse la eliminación política de equipos de cuadros del Buró Político, susceptibles de ser presentados fácilmente a las masas, y sobre todo a los estudiantes, como reos de economicismo, de apoyo a la técnica y la especialización, cortos de fe en la potencia todopoderosa del pensamiento de Mao y en la eficacia arrolladora de los movimientos de masas.

(…)Los muchachos y muchachas se dividen en grupos, cada cuál preciándose de ser más rojo que el otro y más maoísta. Se condena y ataca todo lo que puede ser burgués, extranjero o tradicional; se destruyen obras de arte y monumentos, templos y esculturas, discos de música clásica y obras literarias; es incendiada la cancillería británica en Pekín. Van cayendo cuadros altos y medios. La purga culmina con Liu Shao-shi, durante largo tiempo designado con perífrasis. Liu era presidente de la República, vicepresidente del Partido Comunista chino y miembro del Buró Político.

Primero para reemplazar a los grupos directivos de las entidades, luego para codirigir con ellos, se van formando los llamados comités revolucionarios, con nuevos responsables del Partido y representantes de las masas y soldados. Estos comités revolucionarios se definían como los nuevos órganos de poder creados durante la revolución cultural, que funcionaban según el sistema de triple unión, es decir, con una repartición del poder y la responsabilidad en tercios iguales entre militares, cuadros del Partido y representantes de las masas.

En cuanto al término de «revolucionario», que se usa con profusión en China Popular, significa él o lo que sigue la línea del presidente Mao.

(…)

…sólo él, ocupa un lugar permanente en la pantalla: estatuas de yeso, retratos gigantes, retratos medianos, retratos portátiles, hagiografías en colores pastel, estatuas iluminadas por dentro para mejor aureolar al gran hombre, el martilleo incesante de sus citas gritado por los altavoces callejeros desde las seis de la mañana en adelante. «El presidente Mao tiene una experiencia práctica mucho mayor que la de Marx, Engels y Lenin, que no han dirigido personalmente y durante largo tiempo una revolución proletaria… El camarada Mao es el más grande marxista-leninista de nuestra época», dice Lin en el discurso del 18 de mayo de 1966 durante una reunión ampliada del Buró Político. Y durante meses y años estos temas y este tono serán repetidos ad infinitum por los «mass media». En el prefacio a la segunda edición de «Citas del presidente Mao Tse-tung» (el pequeño Libro Rojo), Lin tampoco se muerde la lengua: …«la tarea más fundamental en el trabajo político-ideológico de nuestro Partido es mantener siempre en alto la gran bandera roja del pensamiento de Mao Tse-tung, armar a todo el pueblo con el pensamiento de Mao Tse-tung y, en todo tipo de trabajo, colocar resueltamente el pensamiento de Mao Tse-tung en el puesto de mando… Es preciso que todos estudien las obras del presidente Mao, Sigan sus enseñanzas, actúen de acuerdo con sus instrucciones y sean buenos combatientes del presidente Mao…; es necesario estudiar una y otra vez los muchos conceptos fundamentales del presidente Mao. Conviene aprender de memoria sus frases clave, estudiarlas y aplicarlas reiteradamente. En la prensa deben insertarse constantemente citas del presidente Mao, de acuerdo con la realidad, para que la gente las estudie y aplique… Una vez dominado por las vastas masas, el pensamiento de Mao Tse-tung se convierte en una fuerza inagotable, en una bomba atómica espiritual de infinita potencia.»

(…)

El 1 de marzo de 1967 las escuelas e institutos abren de nuevo sus puertas. Se intensifica el proceso destinado a que la revolución cultural sea controlada por el Estado y por el Comité Central del Partido. Estos, y Lin a través del EPL, difunden ahora la necesidad de vuelta al orden, de meditación, autocrítica y estudio del pensamiento maotsetung. A la muchedumbre adolescente y juvenil se le indican nuevos horizontes: deben ir a construir el socialismo a los campos, al interior, educarse ideológicamente por el trabajo manual y el estudio en las granjas del Ejército o similares. Profesores e intelectuales se lavarán durante años de sus ideas burguesas trabajando en comunas, fábricas, en los centros de reeducación del Ejército llamados «Escuelas del 7 de Mayo». Unos ocho millones de jóvenes se fueron al campo durante la revolución cultural.

Que para la juventud la revolución cultural fue una gran catarsis, de eso no cabe la menor duda. Estrechamente encuadrada en sus estudios por el entramado de la burocracia del Partido, y con el invariable telón de fondo político de la gerontocracia en el poder desde el 49, el lazo pasional que Mao supo establecer entre ella y su persona, lazo apoyado en el inmenso carisma totalitario del Presidente, galvanizó a la juventud china. Se gritó y se lloró hasta la saciedad, y se atacó por todo lo que jamás se había atacado en los diecisiete años de régimen. Mao fue ante ellos el Padre, el Dios, el Gran Hermano, el Bondadoso Rey semisecuestrado en su palacio por las intrigas de cortesanos pervertidos. Fue —y quiso ser, como bien lo demuestra la imaginería oficial— el Sol resplandeciente, el Gran Ideal de la Gran Cruzada llevada al grito de «¡Mao lo quiere!», el joven anciano de geniales y justos ideales rodeado de maduros jerarcas altivos que ni le comprendían ni le secundaban.

(…)

«Vine. Aclamé. Condené. Volví» podrán decir los muchachos y muchachas que cubrieron cada centímetro de T’ien An-Men, armados de un ideario de bolsillo, de un bagaje cultural extremadamente reducido y filtrado, nutridos diariamente por entusiasmantes y revulsivos destinados a crear, como en los perros de Paulov, poderosos reflejos teledirigidos de amor y odio, regados a diario por los «mass media» con abundantes chorros de algo que no tiene otro parentesco con el marxismo, con el materialismo dialéctico, que la nomenclatura empleada, que pertenece al tiempo a esos fenómenos multitudinarios religiosos que ya han descolorido los siglos en otras latitudes, y que es simultáneamente una inmensa premonición materializada de lo que podrá conseguir en sus súbditos un sistema de control total en todos los terrenos.

…durante la revolución cultural se acusó a Liu Shao-shi de dirigirse más hacia el postulado socialista «De cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo», que hacia el comunista «De cada uno según su trabajo, a cada uno según sus necesidades». Ahora se condena, haciendo de Lin Piao y de algunos dirigentes sus representantes, el «ultraizquierdismo» (hoy tachado de esta manera, mientras que, durante la revolución cultural, fue la recta línea de Mao), los excesos igualitarios de la línea de Lin «sin contar con la capacidad ni la producción» (es decir, ahora impera «a cada cual según su trabajo»). En Liu y en Lin se han concentrado sucesivamente el mal y la negrura. Sólo Mao permanece inmaculado e infalible.

* * *

La traducción de «Wuchan Zhiezhi Wenjua Ta Renmin» como «revolución cultural» no deja de estar preñada de ironía. Uno de los efectos más marcados y perdurables de esta revolución ha sido el cierre de museos, bibliotecas, monumentos. En 1973 los inmensos Museo de Historia y Museo de la Revolución, que se alzan frente a T’ien An-Men, continuaban cerrados, e igual suerte corren diversos lugares, símbolos o depósitos de cultura, por toda China. Durante el Gran Exorcismo, sus neófitos, inflamados de celo y ansiosos por demostrarlo a ojos de los demás, han destruido total o parcialmente cultura y arte, y, lo que es peor, han marcado con un reflejo de temor y repulsa la pecadora inclinación hacia la belleza que no trabaja bajo contrato gubernamental.

Me pregunto si la Historia ha visto jamás un desierto cultural más grande, más esterilizado y raso que los efectos culturales de la «gran revolución cultural proletaria», en la que el proletariado participó tan poco.

En 1967, cuando el movimiento estaba en toda su gloria, la única actividad cultural y recreativa que se ofrecía a los chinos era la lectura de los tadzupaos, con sus críticas, caricaturas y chistes políticos sobre tal o cual responsable, y la lectura, meditación, memorización, declamación, canto, danza y mimo de las citas de Mao Tse-tung. Para facilitarles el trabajo, altavoces incansables y omnipresentes las gritaban al máximo de volumen. Ni cine, ni teatro, ni ópera, ni reuniones, ni deportes. Por supuesto el baile moderno, al que la juventud china comenzaba a tomar gusto, fue fulminado como perversión occidental.

La desculturalización se ha llevado a cabo simultánea e intensivamente en dos dimensiones: la exterior, material, y la interior, mental. Sobre los cascotes de la cultura se colocó luego una tarta de yeso de estatuas de Mao y guindas de libros de citas. Sobre las neuronas se instaló un circuito de aspiradoras que engullían los brotes de espíritu crítico.

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sería demasiado morboso, demasiado fácil, triste y exhaustivo ir desgranando más muestras de la gran castración cultural, de este nuevo gran salto en el que se ha aterrizado con los dos pies en el cerebro. Cualesquiera que sean las disquisiciones políticas sobre este movimiento, los grandes ecos pasionales que sus bellas y puras máximas habrán levantado en las tierras allende las fronteras de China, entre hermanos espirituales de los guardias rojos; cualesquiera que sean los doctos estudios sobre la justicia y oportunidad del movimiento, reclinados sobre las páginas y las frases de Mao Tse-tung, siempre quedará lo esencial, la realidad desarmante de un gran culto montado a escala infinita, en el que se han llevado a sus últimas consecuencias métodos terriblemente empobrecedores de las facultades humanas, la realidad flagrante de una megalomanía sin medida, que llevó a Mao, quizá plenamente convencido de la legitimidad de su propósito, a borrar cuanto no era él y sus obras, a autoencarnarse como la Verdad y a obligar a la vista y al oído a que, para ir a cualquier parte, hubieran previamente de atravesarle y teñirse de su persona.

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La expresión que los obreros, sin primas y sin sindicatos, habrán puesto ante el regreso de los cuadros reeducados, se asemejará, sin duda, a la de los jóvenes que marcharon al campo a construir el socialismo en 1969 con todo su bagaje de entusiasmo, y que, algo menos jóvenes, de vuelta del campo y quizá de más cosas, han sido testigos del apretón de manos con Nixon, de las inevitables servidumbres y filigranas del ballet diplomático, de cómo Lin Piao, «el mejor alumno…, el más fiel…, etc.», se ha transformado en monstruo en una noche de luna llena. Si estos jóvenes se han salvado de la esquizofrenia será por la salvadora adquisición de una serie de reflejos defensivos cerebrales, por la secreción de una espesa membrana mental aislante, o porque en algunos —no todo van a ser fracasos— se ha logrado la tan suspirada castración del espíritu crítico.

Capítulo IV: La Revolución Educativa. Textos escogidos

Escribo. Fotografío a los alumnos leyendo los carteles. Mis notas se enhebran día a día sobre los blocs de papel de cartas del hotel, hojas muy finas, rayadas en rojo. Mojo la plumilla de metal en el tintero y la hago rasguear, con un regusto de infancia. Son apuntes con la mayor exactitud que me es posible. Son recuerdos e impresiones. Son los grandes silencios de la noche. La pluma rasguea. El papel se entibia bajo la lámpara.

Dos días después Mei me comunicó, de parte de Tao, que no me era posible mandar artículos sobre la revolución educativa fuera de China, por considerarse este asunto interno en experimentación. Tampoco podía tomar fotos de tadzupaos

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Hao acudía a mi departamento del hotel después de la cena, con los documentos, en chino, que extraía de su gastada cartera y me iba leyendo y traduciendo dificultosamente, mientras yo tomaba notas. Eran textos largos, y ocurría que nos daban las doce de la noche. Yo estaba tan feliz por la presencia humana como por la información, y casi más por lo primero. Hao había ido estableciendo hacia mí una corriente positiva, mutua por cierto. Durante aquellas largas veladas servía té, mirábamos fotos, charlábamos de todo, y más que nada de él y de su vida. Era algo increíble —y que nunca en Pekín fue creído más tarde—, pero Hao me dio, simple, sencilla, totalmente, su confianza. Por supuesto entre los extranjeros de Pekín aquello pertenecía al dominio de la fábula: «¡Vamos! ¡Serás ingenua…! En todo caso estaría disimulando a ver qué te sacaba y qué postura tenías, o convenciéndote para que te quedaras en Sian. Sabes perfectamente que ni en años de trato hay con los chinos semejante confianza.»

Yo en aquel momento no sabía nada. Generalmente buena detectora de hipocresías, en Hao no veía ninguna, ni siquiera se empeñaba en llevar a cabo concienzudamente su papel. Le gustaba venir, le gustaba hablar conmigo, y lo hacía sin reserva, cada vez con más placer; y en verdad lo acogían toda mi sed de relación individual humana, todo mi agradecimiento y mi confianza, y, pronto, una sólida amistad.

—Hao, vamos a empezar con el documento, anda.

—Dentro de un rato, Rosúa; hay tiempo, sigamos hablando.

—Que no hay tiempo, hombre. Que después nos dan las tantas.

—Hablamos un poco más y empiezo a traducir luego.

Más tarde, al fin, suspirando, se ponía a traducir. Me gustaba su forma convencida de hacerlo y sus paréntesis autobiográficos; cuando llegamos en una ocasión a la que él llamaba campaña de los intelectuales contra el Partido Comunista en 1957, diciendo «Los profesores deben llevar las riendas. Los especialistas deben dirigir en todos los aspectos y el Partido Comunista debe retirarse de las universidades», Hao, cesando de traducir, exclamó indignado:

—¡La lucha era terrible, se lo aseguro, Rosúa! Alumnos, hijos de antiguos terratenientes, pegaron tadzupaos en mi casa del instituto, a espaldas de mi cama, pidiendo que yo me fuera de la escuela porque era miembro del Partido.

A aquellas veladas debo dos largas e interesantes relaciones sobre la revolución cultural y la revolución educativa, y también debo a ellas y a Hao el gozo y el calor de aquella amistad individual, aquella amistad que hoy me llena de esperanza en los seres humanos, sean cuales fueren, y de tristeza porque, ¿para qué engañarse?, jamás volveremos a conversar como entonces ni nos volveremos a ver jamás.

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Liu Shao-shi, presidente de la República Popular China, fue el principal capote presentado a las iras de los guardias rojos durante la revolución cultural, en 1966. En él se personificaron los demonios del revisionismo, economicismo, etc.

De la misma manera que Liu Shao-shi y un numeroso cuerpo de cuadros habían sido útiles e indispensables para una política económica y pragmática al principio de los sesenta, para bruscamente convertirse en 1966 y 1967 en el blanco de todas las baterías y la personificación del mal de derechas, así también a continuación el péndulo de la política maoísta se pone en marcha en sentido contrario para hacer de Lin Piao —cuyo papel de arcángel militar había sido indispensable durante la revolución cultural— la personificación del mal de izquierdas, el chivo expiatorio de cuanto reprochable pudiera hallarse en la revolución cultural. Se logra así dejar siempre la figura del Presidente al margen de toda sombra de error o de exceso, envuelta en un carisma sin mácula, pleno y solo poseedor de la infalibilidad y de la pureza del dogma.

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Lo realmente sorprendente de todo esto no eran los hechos en sí mismos, ni la presentación de ellos. Lo raro era la actitud de los chinos cuando se les hacía una observación sobre ciertas contradicciones históricas o lógicas del texto que contaban. No parecían comprender. Tras un leve descarrilamiento mental, repetían el argumento ya citado y continuaban como si la realidad y la lógica mismas palidecieran y se eclipsaran ante la fuente que les suministraba la información y las directivas. Sin embargo, Hao y los demás forzosamente habían leído en otros tiempos declaraciones y artículos de los dirigentes criticados, que se contradecían totalmente con las versiones oficiales en boga, pero las aceptaban sin mayor esfuerzo. Quizá sencillamente tomaban la senda cuesta abajo, la menos conflictiva, eliminando de forma casi inconsciente lo incompatible con la última versión dada. La parte que había en este comportamiento de pura hipocresía necesaria y acomodaticia no la sé. Sí sé que no se trataba en todo caso de hipocresía solamente, ni siquiera principalmente. Era un proceso en el que se combinaban la inhibición temporal y ocasional de zonas de memoria, y el rechazo de la realidad, en un grado muy superior y cualitativamente —no sólo cuantitativamente— mayor que el de una vivencia religiosa.

Capítulo V: China y la Unión Sociética. Textos escogidos

El gobierno y el pueblo chino, regado diariamente por una copiosa lluvia de anatemas contra la Unión Soviética, consideran que su gran vecino del norte supera por varias cabezas de ventaja al imperialismo americano. Razón: el imperialismo U.S.A. es capitalismo declarado y agresión evidente, mientras que el caso de la U.R.S.S. tiene el agravante de malignidad y alevosía por disfrazarse de socialismo.

La mejor forma hoy de congraciarse a bajo coste a interlocutores chinos es criticar a la U.R.S.S. y dejar así, explícita o tácitamente, la antorcha revolucionaria en manos exclusivas de China.

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Entre las pilas de obras dedicadas a la querella chino-soviética me viene la voz de Hao

«…nos llevábamos muy bien con los rusos, como hermanos. Ellos estaban contentos de trabajar aquí. Eran cordiales. Yo tenía pocos años por entonces, un muchacho, y la mujer de un experto ruso fue para mí como una madre, siempre me invitaban a su casa. Por aquella época muchos chinos se casaron con rusas…»

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había desacuerdos, aún hoy nada claramente esclarecidos, entre los dirigentes rusos y el Gobierno chino respecto a la fabricación de la bomba atómica china con ayuda soviética y quizá la posibilidad de bases mixtas o, en el plano de la defensa, ciertos acuerdos que hubieran podido ser juzgados por los chinos como injerencia. El caso es que el 16 de julio de 1960 llega de Moscú la orden de regreso inmediato a la Unión Soviética para todos los expertos rusos que trabajaban en China en ese momento.

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Mao ha manejado siempre con enorme pericia los resortes de la psicología de masas, ha sabido halagar como nadie el feroz y ferozmente humillado orgullo nacional chino, y para este orgullo fue sin duda mucho más fácil y consolador creer en traiciones y abandonos que en los propios fracasos. Mao había embarcado a China en el Gran Salto Adelante, en 1958, en medio de una apoteosis de propaganda voluntarista cuasi mística que no guardaba más relación con el marxismo-leninismo que el uso verbal de algunos términos. Los chinos, embriagados de afirmaciones sobre la omnipotencia del gran pueblo chino, la gran revolución china, el gran líder Mao Tse-tung, no debían de ser ni alumnos ni aprendices fáciles para los expertos rusos, técnicos y materialistas prudentes. Esto está claro sobre todo tras haber observado el «Segundo Gran Salto Adelante»: la revolución cultural. Los expertos rusos que trabajaban en China en 1958 se quejan de la nula atención que se prestaba a sus consejos, de la convicción de los chinos de que, por el hecho de serlo, podían aprender, hacer cualquier cosa, en la mitad del tiempo científicamente indicado, sin el menor aprecio de las reglas de seguridad y de las normas técnicas, lo cual dio lugar a pérdidas enormes en material, tiempo y vidas humanas. Al cabo, en el frenesí general de «los chinos lo podemos todo, el pueblo todo lo puede con Mao», los expertos rusos se vieron arrinconados y tratados en carteles de «revisionistas», «derechistas», etc., hombres de poca fe en Mao, vamos. La revolución cultural de 1966-69, con sus exorcismos chovinistas de masas y sus fanatismos, abona en favor de los testimonios de los expertos rusos en China durante los años 1958-60.

Según los rusos, la ruptura de 1960 era consecuencia inevitable y previsible de una situación que degeneraba por momentos, en la que los chinos se mostraban cada vez más intratables, más poseedores únicos de una verdad que, distribuida y racionada por el Partido y el presidente Mao, era una energía imparable y todopoderosa. Forzosamente la cauta y pragmática política de sus vecinos, que ya se encontraban en una etapa económica superior, no podía inspirarles sino desprecio y rechazo.

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Una cosa es la presencia o la influencia de la U.R.S.S. en las fronteras de China, y otra la atmósfera de eterna movilización y estado de excepción que el Gobierno chino crea tanto en el interior como en el exterior de su territorio, para lo cual precisa de manera indispensable de enemigos. En todo caso las sucesivas purgas que han eliminado política y socialmente a veteranos del P.C.C. se han apoyado en el «prosovietismo» de esos hombres: Kao Kang, Wang Ming, Chang Kuo-tao, Peng Te-juai, Huang Ke-sheng…, y así hasta cualquiera caído en desgracia, porque Mao no se mostró en absoluto avaro en otorgar a los excolmulgados de turno automáticamente la Gran Orden del prosovietismo.

Y los alumnos de ruso continúan estudiando esa lengua con afán para, como me dijeron, poder interrogar en su día a futuros prisioneros.

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lo que sí puede constatarse es la utilización por parte del Gobierno chino del antisovietismo, con razón o sin ella y desde luego sin grandes preocupaciones de análisis; cómodo anatema y cómoda justificación cuando de condenar a un cuadro o apoyar a un régimen reaccionario se trata. Una cosa es el peligro soviético real y otra la utilización que de él hace Pekín para crear una atmósfera de eterno estado de excepción, de movilización continua.

Capítulo VI: El Plan 5-7-1. Textos escogidos

Comenzó entonces en China la eliminación social de Lin, semejante a la de Liu, pero más violenta. El «mejor alumno del presidente Mao» fue presentado por los medios de información como el símbolo del Mal. Lin había sido traidor prácticamente desde la infancia y arrastrado sus perversos instintos durante medio siglo gracias a la magnanimidad del Presidente, siempre propicio a perdonar a la oveja arrepentida. En realidad se emplearon en la labor de denigración las mismas técnicas del culto con sentido contrario. Los excesos de la revolución cultural, las fiebres de la ultraizquierda, la adoración desmedida al Presidente, las insignias, estatuas, citas, todo se puso en la cuenta negativa del traidor Lin, que se valía de ello para mejor disimular su complot. Mientras tanto, los encargados y simpatizantes de los centros de amistad con China repartidos por Europa quedaban ante los paganos que les preguntaran en tiempos sobre el asunto Lin Piao en el mayor de los ridículos. Recuerdo la expresión y la ironía de un amigo al que yo le había respondido, cuando me citaba artículos de la prensa del otoño de 1971 sobre la desaparición de Lin, con mi mejor suficiencia de iniciada en el maoísmo, que «en China no pasaban ese tipo de cosas». Recuerdo, pues, bien su tono al comentar el asunto un año más tarde. En los centros de amistades con China se hicieron horas extras arrancando el prefacio de Lin Piao del «pequeño Libro Rojo», cortando su imagen de las películas chinas. Generalmente, los chinos juzgan el nivel crítico de la gente en Europa según el de su país, y les preocupa poco armar con versiones lógicas y hechos convincentes a sus incondicionales de Occidente, ni tampoco se ocupan de irles teniendo al tanto de los cambios, así que los amigos de China (léase del Gobierno chino) suelen hacer periódicamente el ridículo. Por lo general, mientras ellos están aún corriendo en la dirección indicada por las últimas consignas con las orejeras puestas, ya hace tiempo que los chinos dieron una vuelta de ciento ochenta grados. Los incondicionales, sin tiempo de tomar la curva, se estrellan, rectifican como mejor pueden en ansiosa espera del documento oficial chino que les ahorrará las angustias de la duda y de la pecadora crítica, se reajustan las orejeras, y se embalan de nuevo.

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Dentro de unos meses, o unos años, la próxima campaña estatal difundirá las consignas del momento, pintará de blanco lo que hoy es presentado como negro, y viceversa, y lo hará como si siempre hubiera sido así y como si la explicación no pudiese ser otra que la que en ese momento se ofrece. Habrá mítines, reuniones, carteles, muchas consignas, ningún análisis; muchos anatemas y juicios categóricos, ninguna prueba; muchos artículos de exégesis, ninguna información real. Los traidores se presentarán como traidores desde siempre. Se rectificará una vez más la Historia, se expurgarán los libros, se borrarán acontecimientos como si jamás hubiesen existido. Y, lo que es estremecedor, nadie parecerá extrañarse, nadie hablará del fresco pasado, nadie se hará preguntas; y se competirá en mostrar a cual mejor su adhesión y su comprensión de los documentos oficiales.

Capítulo VII: ¡PI-LIN, PI-KON! ¡Criticad a Lin Piao, criticad a Confucio!. Textos escogidos

Durante un buen rato dudo de mis ojos, de mis oídos, de mi comprensión. No. Por muy acríticas que sean las reuniones políticas, no pueden llegar a esto. Pero sí, ya lo creo que llegan, y pasan. Lo que tengo ante mí es una prueba irrefutable de hasta qué punto pueden dislocarse, invertirse términos, desmigajar la realidad, desdentar la masa gris. Frases, frases aisladas de todo contexto, ayuntadas alegremente con otras supuestamente pronunciadas por Lin, escritas en su correspondencia privada o pintadas en bandas de tela en su cuarto. Y la explicación oficial de cada una. Es para llorar. Aquí quisiera yo ver a los que me decían que los chinos son el pueblo más politizado del mundo.

Y en efecto, casi lloramos cuando me encuentro con Joseph y Lucie, que también han participado en su escuela en una reunión parecida. Joseph tiene la sinceridad de su juventud excitada:

Todavía no me lo puedo creer. ¡Es demencial! En frasecitas, sin contexto, sin originales, sin análisis, sin pruebas… Todo se lo tragan  —se desploma en una silla — . Estoy hecho polvo.

Son capaces de decir cualquier cosa, de repetir cualquier cosa  —añade Lucie, mohína.

Silencio.

—Me haría falta un buen vaso de vino tinto. ¿Tenemos, Lucie?

Con el índice, Joseph dibuja caracteres en el polvo de la mesa. Me dice:

—Imagínate que yo he estado trabajando todo el tiempo en Amistades Franco-Chinas. ¿Cómo vuelvo allí? ¿Cómo explico todo esto? Yo soy amigo de China, continúo siendo un amigo de China, pero… quién nos iba a decir…

—Y si nos lo hubieran dicho no lo hubiésemos creído. Diriamos que era un embuste reaccionario de la burguesía —respondo.

—Seguro. Había que verlo con nuestros propios ojos, que vivir esta experiencia… —Lucie ordena maquinalmente sus papeles de las clases.

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el caudal de indignación amasado pacientemente, día a día, exhaustivamente, será dirigido en su momento contra enemigos más próximos que Confucio y Lin Piao, pero esto aún tardará. Primero se irá afinando la puntería, condenando implícitamente. Los pertenecientes a la camarilla de Lin Piao y Confucio sólo serán nombrados al final, si llegan a serlo. Se trata a fin de cuentas de una depuración en el seno del Partido en un momento de lucha por el poder. La táctica de acusación china —con su práctica usual de la delación-, si bien tiene sus ventajas, produce un clima muy vivamente sentido y muy especial de prudencia, reserva, introversión y toda una serie de tácticas de salvaguardia y cautela, pero procurando combinarlas con las necesarias muestras de entusiasmo.

Capítulo VIII: El Oeste también es rojo. Textos escogidos

Los individuos pasan a ser abstracciones, soportes nominales de epítetos e inventivas, catalizadores del gran exorcismo, piezas en torno a las cuales cristalizan, durante las sucesivas purgas, los clichés intercambiables. «Conspirador», «antipartido», «traidor», «burgués», «contrarrevolucionario», «seguidor del capitalismo», «archicriminal», «subversor de la dictadura del proletariado», «derechista», «revisionista», «hierba venenosa», «monstruo», «demonio», «ultraizquierda», «prosoviético», etc., no son sino el acompañamiento acostumbrado de los políticamente eliminados; mientras que «revolucionario» traduce el defensor y seguidor de las consignas oficiales, «manifestación» significa un desfile y recitado de slogans programado por la células del Partido,

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El líder absoluto es fruto necesario y lógico de un régimen absoluto de partido único. Independientemente de que las directivas de ese partido y ese cuerpo rector reducidísimo hayan sido o no encomiables, su naturaleza de estructura piramidal y autoritaria debía llevarle por necesidad a introducirse en los moldes del antiguo sistema burocrático-imperial. En torno al Presidente se aglutina y disputa el Buró Político, tras los muros de la Ciudad Prohibida en la que residen. De allá emanan directivas y campañas que, por un sistema de esclusas, escogidas y dosificadas, deben, a través de las células del Partido, impregnar al pueblo, bien encuadrado por la tupida red burocrático-social. Radio, prensa, publicaciones, forman un todo homogéneo en el que no existen prácticamente filtraciones del exterior ni oposición interior, sino expansión de una tesis gubernamental. El Verbo sustituye a la realidad objetiva en un universo cerrado en el que el Gobierno crea la objetividad. Ni la lógica ni las pruebas tienen razón de ser.

Es simplemente increíble la alegre ignorancia o voluntaria ceguera con que la prensa occidental en su mayor parte, y en pluma de editorialistas de fama, ha comentado la nueva constitución  china del  17 de enero de  1975.  El hecho macizo, innegable, de que en ella se elimine todo vestigio de derechos civiles, de derechos humanos, para dejar el país sometido por completo a la Seguridad Pública, se pasa prácticamente por alto. En la nueva constitución se anula, respecto a la de 1954, el derecho a la inviolabilidad de la correspondencia, a la libertad religiosa, a la libertad de emprender por cuenta propia trabajos de investigación científica y literaria, cultural y trabajos de creación. Por oportunismo profesional o por sumisión religioso-patológica al orden y al Gran Líder, la inmensa mayoría de los comentaristas occidentales han despreciado olímpicamente de la forma más segura, es decir, canonizándolos, a los chinos.

(…)

este martilleo sobre el presidente Mao, este wagnerianismo, esta iconografía, hablan por sí solos, por lógica pura si se reflexiona y observa, de algo que ya está entrando en el pasado, que sale de la vida cotidiana para entrar irremediablemente al museo con todos los honores. Ya no es un brillante amanecer, sino una esplendorosa puesta de sol. La religión maoísta entra en el bizantinismo.