Prólogo a «La Guerra de los Mundos»

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PRÓLOGO A «LA GUERRA DE LOS MUNDOS», DE H. G. WELLS.

  • (La Guerra de los Mundos. H. G. Wells. Col. Castalia Prima. Ed. Castalia. 2006. Madrid. ISBN: 84-9740-182-4)

M. Rosúa

LA ÉPOCA

 

¿Qué son esos marcianos? pregunta el desconcertado párroco al protagonista de La Guerra de los Mundos en el capítulo 13 de la primera parte, y éste le responde ¿Qué somos nosotros?. La respuesta resume una época. Es vieja como el hombre en el mundo, pero a finales del siglo XIX adquiere una nueva dimensión. La revolución industrial y técnica, que ha cambiado como ninguna otra después del descubrimiento de la agricultura, la faz histórica (e incluso, en parte, la física) de la Tierra, parecía haber comenzado a entregar, en un proceso imparable, las claves del universo, la felicidad y prosperidad infinitas, para todos, para unas multitudes que, gracias a los avances de higiene, alimentación y medicina, se multiplican con cifras demográficas vertiginosas. Y he aquí que esta hermosa manzana de descubrimientos y de ciencia guarda un corazón amargo, da mucho que pensar, tiene un precio, que es la pérdida de la vieja seguridad de ser los elegidos de Dios, los reyes de la Naturaleza, el centro, en fin. El ser humano se ve lanzado, con la pequeña esfera en la que vive, a un oscuro espacio infinito en el que pueden haber existido, existir o aparecer seres semejantes, distintos, superiores a él.

Londres es el centro-al que se suma a gran velocidad Estados Unidos-de redes de comunicación, comercio, flota marítima y experimentación aérea, ferrocarriles, exploraciones de zonas del planeta todavía no cartografiadas. Las ciudades comienzan a iluminarse con gas y electricidad, a tomar el perfil del futuro gracias a la ingeniería. Se logra dominar epidemias y enfermedades, como hará Sir Alexander Fleming, quien, con el descubrimiento de la penicilina en 1928, salva cada año millones de vidas. Con sus estudios de neurología, Santiago Ramón y Cajal sienta las base del estudio del funcionamiento del cerebro mientras Sigmund Freud se adentra en los subterráneos de la conciencia y del psicoanálisis. Es tiempo de exploración infinita, de dudas que no impiden la iniciativa, la fe en la razón y en el esfuerzo. T. H. Huxley se declara agnóstico y defensor de Darwin; pone en tela de juicio cuanto no se sabe por experimentación científica y análisis lógico, pero sitúa la ética por encima del materialismo y cree que el progreso puede obtenerse mediante el control humano de la evolución. Su nieto, Aldous Huxley, publicará en 1932 un libro profético sobre un siglo XXV regido por la manipulación genética: Un mundo feliz. Albert Einstein cambia para siempre la Física y nos sumerge en un universo relativo donde el tiempo está ligado a la velocidad y la masa a la energía. Se rompe el núcleo atómico.

Se extienden los sistemas de gobierno abiertos, representativos y parlamentarios, pero al tiempo crecen de forma amenazadora militarismos y nacionalismos. Simultáneos a la esperanza en el progreso, la justicia, los derechos humanos, la democracia y los grandes movimientos sociales, surgen, en los siglos XIX y XX, las ideologías y sistemas totalitarios (fascismo, comunismo) que van a desembocar en ruina, guerras, represión, millones de muertos y completa negación del individuo y su libertad. Las utopías del Superhombre, de la Raza Elegida, de la Clase Social Justa e Infalible, de la Vanguardia del Proletariado y el Igualitarismo forzoso arrasan las vidas y las conciencias.

En este final del siglo XIX de grandes prodigios y de grandes preguntas se escribió La Guerra de los Mundos.

 

 

 

 

EL MOVIMIENTO LITERARIO: LA CIENCIA-FICCIÓN

 

Expresión, vanguardia y fruto de la época de los inventos y de la configuración del mundo contemporáneo, surge en el siglo XIX un género de narrativa que deja volar la fantasía pero que se vale de los materiales científicos que tecnología, investigación y experimentación le ofrecen. No carece de precedentes esporádicos, de relatos que sueñan con ciudades utópicas, viajes astrales, reinos perdidos y aventuras submarinas, pero éstos no tienen pretensión alguna de rigor y en ellos la trama sirve con frecuencia de metáfora y soporte para ideas de tipo filosófico, religioso o político, o constituye un simple divertimento para el lector. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, aparecen a comienzos del siglo XVIII, Sir Thomas More (Tomás Moro) ha descrito dos siglos antes la ciudad-estado ideal, Utopía, ya tratada por Platón en su República y presente en los mitos de la desaparecida Atlántida y de la Edad de Oro. No falta tampoco la contrapartida catastrófica, comenzando por la inmensa influencia, desde el siglo I, del Apocalipsis, de San Juan, la visión de un periodo final en el que monstruos descendidos del cielo destruirán a los habitantes de la Tierra. Hay algo de esta ansia persistente de anticiparse al futuro que llega, desde entonces, hasta nuestros días.

Pero la ciencia ficción como tal es fenómeno literario de una época precisa, que no en vano es también la de la novela realista y naturalista, y responde a la curiosidad y voracidad de millones de lectores, a una sociedad que cambia a ritmos vertiginosos y en la que, sobre todo desde mediados del siglo XIX, la ciencia ofrece en cascada maravillas que superan a los más atrevidos vuelos de la imaginación. El término ha adquirido hoy, con la proliferación y banalización del uso, un tinte superficial que no refleja ni su valor real ni sus orígenes. Los grandes escritores que se dedicaron a él eran lectores incansables, pensadores con frecuencia profundos, emplean en la recopilación de información científica, social, técnica y geográfica buena parte de su tiempo y siguen con pasión el ritmo de descubrimientos, exploraciones, experimentos y aplicaciones prácticas. Hay un gran componente de razonamiento, aporte de datos, afán pedagógico e informativo y reflexión política y filosófica en sus obras. Más que de ciencia ficción, el escritor Jorge Luis Borges gustaba de hablar de fantasías de carácter científico o imaginación razonada. Julio Verne, de quien se cumple en 2005 el centenario de la muerte, fascina desde 1863 (Cinco semanas en globo) con una larga serie de títulos inolvidables: Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna, Viaje al centro de la Tierra, La vuelta al mundo en ochenta días, La isla misteriosa…Verne describe minuciosamente naves, submarinos, máquinas, paisajes e instrumentos, ofrece cálculos, sitúa, proporciona referencias, y lee a diario todo tipo de revistas y libros especializados en las diversas ramas del saber. El término anticipación o futurista no es en esta literatura exacto, porque generalmente lo que hacen estos autores es prolongar, con los elementos que ofrece su época, las posibilidades humanas y darles un perfil previsible, se trata de un futuro que está, generalmente, ahí y ahora.

Wells nace ya más cerca del siglo XX , le separan de Verne, entre otras cosas, una notable diferencia generacional (muy importante en periodo de tal aceleración histórica) y una hondura intelectual realzada por el talento literario. Ambos son los grandes escritores de este tipo de literatura, pero llueven a continuación libros y autores. Son importantes revistas como Amazing Stories (que aparece en 1926) y Astounding Science Fiction (1937). El estilo periodístico, favorecido por las corresponsalías de las Guerras Mundiales, se mezcla a las fantasías y especulaciones sobre un desarrollo tecnológico que coloca en primer plano la conquista del espacio exterior, el microcosmos atómico y la ingeniería genética. Es el territorio de escritores de ciencia ficción ya clásicos, como Isaac Asimov, Stanislaw Lem, Arthur C. Clarke o Ray Bradbury. El británico George Orwell, inspirado por la manipulación partidista de la Guerra Civil española y por el totalitarismo comunista silenciado por la mayor parte de los intelectuales de su tiempo, describe el presente en forma de fábula en Rebelión en la granja (1945) y el futuro próximo en 1984, que en su momento-aparece en 1949-era una novela de anticipación.

Los relatos de ciencia ficción pasarán inmediatamente a la radio y al cine. En 1902 se estrena la versión cinematográfica del Viaje a la Luna de Verne, producida por Mélies y en 1953 La Guerra de los Mundos, del realizador Byron Haskin, obtiene el óscar de efectos especiales. Metrópolis, 2000 la odisea del espacio, Alien, La Guerra de las Galaxias, son otros tantos hitos de un género al que el progreso del conocimiento científico y el aporte tecnológico de datos reales no han privado de la fascinación que evidentemente continúa ejerciendo sobre espectadores y lectores.

 

 

 

 

EL AUTOR

 

A finales del siglo XIX un profesor británico, tras licenciarse en Biología, continúa ganándose la vida en el oficio de la enseñanza, pero la patada, al parecer no fortuita, de un alumno le produce una lesión en los riñones que, para bien de la literatura, le hace abandonar las aulas. El nombre del agredido (la Historia no recoge el del agresor) es H. (Herbert) G. (George) Wells. Ha nacido en el pueblecito de Bromley, condado de Kent, en 1866, ejercido algún oficio y obtenido, por su brillantez intelectual, una beca en la Normal School of Science de South Kensington, donde imparte clases T. H. Huxley. En Londres sale adelante los primeros tiempos con gran dificultad, abriéndose camino en el periodismo, historias cortas y libros de texto de Biología y Fisiografía, pero la publicación de La Máquina del Tiempo, en 1895, inaugura su carrera de escritor. Suceden a esta obra La isla del doctor Moreau (1896) y La Guerra de los Mundos (1898). Aunque lo más conocido de Wells son las novelas de ficción científica y relatos breves, escribe también libros de realismo social, una autobiografía y varias obras de corte filosófico y educativo como la Breve Historia del Mundo. Una parte importante de su trabajo se centra, sobre todo desde 1900, en ensayos sociológicos y políticos como Anticipaciones o Una utopía moderna. Su optimismo sobre un socialismo liberal generalizado y un gobierno mundial se ensombrece con la observación de las tensiones y grandes crisis que prometen conflictos de creciente envergadura. Wells, que posee una sólida formación científica, notable inquietud social y profética visión del XX, prevé la bomba atómica en El mundo liberado, publicada en 1914, y la gravedad del peligro que la Humanidad corre en La mente al borde del abismo, que aparecerá en 1945, un año antes de su muerte.

Es hombre que practicó, enfrentándose a los prejuicios de su época, tanto la libertad intelectual como la personal. Divorciado de su primera esposa, su prima Isabel, se fugó con una de sus alumnas, Amy Catherine Robbins, con la que luego contrajo matrimonio, y mantuvo más tarde, para gran escándalo de la conservadora sociedad británica, una relación notoria con Rebecca West, de la que tuvo un hijo. Fue ésta una mujer singular, escritora angloirlandesa autora de novelas psicológicas, periodista y crítico literario.

Mientras que Julio Verne es el brillante divulgador apto para todos los públicos, con Wells estamos ante un pensador y escritor de calado que analiza su época presente y traza proyecciones pasadas y futuras, hasta el postrero y mortecino atardecer de una vieja Tierra donde ya ha desaparecido hace millones de años el último ejemplar de la especie humana. Tiempo y darwinismo son esenciales en su visión de una evolución continua regida por la adaptación al medio, la memoria acumulada y la supervivencia. Sin embargo él, y sus protagonistas, se yerguen contra el determinismo material, presentan batalla y luchan, pese a todo, por lo que consideran necesario, valioso y humano.

 

 

 

 

OBRA: LA GUERRA DE LOS MUNDOS

 

Desde su aparición, en 1898, La Guerra de los Mundos ha ejercido fascinación indudable primero en los lectores, después en todos los medios de comunicación. Es célebre la anécdota de su retransmisión en Estados Unidos durante la noche de Halloween ,en 1938, en un programa de radio, por el célebre actor y director cinematográfico Orson Welles. Resultó tan convincente que causó pánico generalizado, huidas, atrincheramiento en refugios y cientos de llamadas a la emisora por parte de ciudadanos persuadidos de la realidad de la invasión marciana. La fascinación, como lo prueban las adaptaciones cinematográficas, continúa.

La Guerra de los Mundos es una narración para la que se ha escogido el estilo autobiográfico de un intelectual (que tiene mucho de Wells mismo) al que las circunstancias han convertido en corresponsal de guerra. Las consideraciones generales se mezclan con los hábitos privados, algunos muy british (en plena conmoción por la caída del objeto extraterrestre el protagonista se va a su casa a tomar el té). Está estructurada con una arquitectura cuya perfección contrasta con el aparente descuido de una escritura rápida, de léxico repetitivo e hincapié en las mismas imágenes literarias. La habitual práctica en la época de publicar relatos por entregas en prensa y revistas se refleja en esta obra, de capítulos breves y suspense final mantenido en espera del número siguiente.

La Madre de las Ciudades, como en la obra se la denomina, Londres, enorme en habitantes, peso político y actividad comercial e industrial, constituye de por sí un protagonista de la novela, y los capítulos centrales, en los que se relata el precipitado éxodo de seis millones de personas, son con razón considerados una de las mejores descripciones que nunca se han hecho del pánico y huida de masas. Wells se supera a sí mismo en la hábil, progresiva y minuciosa descripción del colapso del edificio social, de la ruina material y moral de una sociedad altamente civilizada confrontada, en un tiempo récord, a la amenaza incontrolable de la muerte que, de forma apocalíptica, llueve del cielo y se concreta en armas invencibles. En los individuos afloran los peores y más bajos instintos, pero también existen altruismo, nobleza y espíritu de lucha, como se ve en la actitud del hermano respecto a las mujeres que ayuda, en el carácter práctico y valiente de una de ellas (contrapuesto a la histeria inútil de la otra mujer, para la que cualquiera ajeno a su pequeño medio ambiente es casi un marciano) y en el intento de los poderes públicos, gobierno y ejército por oponerse, pese a todo, al invasor y por ayudar a la población civil. Hay también esperanza en la capacidad humana de rápida recomposición, tras la muerte de los extraterrestres, del tejido social.

La obra se cierra como comenzó, con una larga reflexión (en forma aquí de epílogo) sobre la experiencia vivida y sus secuelas, el lugar del Hombre en el Universo y la definitiva pérdida de la inocente seguridad en la protectora evolución del Progreso. Un final muy propio de una época en la que Wells percibe la oscura gestación de las utopías y conflictos asesinos que arrasarán el siglo XX.