Educación para la indefensión

Educación para  la indefensión

 

En un lugar donde se aprenda…

 

Se trata del pensamiento, el saber, el sabor inconfundible de la excelencia que puede alcanzar lo humano. Los territorios de altura alguna vez, pese a todo, avistados son eliminados prestamente por la amnesia inducida cuando no por la denigración en nombre del igualitarismo. Están vetados la energía y el tiempo que debieron dedicarse a la reflexión, a la conciencia de la dificultad y el esplendor del razonamiento y de lo abstracto, a la imprescindible humildad del reconocimiento en otros de la grandeza que es el único camino para desarrollar la propia. Se les ha robado la riqueza y autonomía que dan lo aprendido, las páginas de filosofía, ciencias naturales, lenguas vivas y lenguas clásicas que, con su espléndida estructura, claridad y contenido, siguen siendo la savia de la civilización a la que ellos pertenecen y a la que se ha sumado, comprensiblemente, buena parte del planeta. En verdad la consigna Aprender para la vida adquiere pleno fundamento en el caso de la vida de sus defensores, que la enuncian en beneficio propio y llevan viviendo cómodamente de ella y sus sucedáneos.

 

 

 

Posible ejemplo de la abominable opresión del proletariado medieval (el Duomo. Florencia)

La barbarie utilitaria, vestida de falso tecnicismo y no de la grandeza que la Ciencia posee, ha extendido la virulencia de su plaga por el mundo desarrollado, de Japón a Estados Unidos pasando por Europa, con desigual fortuna pero importantes daños. La consigna es erradicar las Humanidades, concentrar las horas de aprendizaje en lo que se presenta como de inmediata aplicación y aplicable uso, véase matemáticas, física experimental, lenguas, informática y poco más. Filosofía, arte, latín, griego, literatura, historia quedarían como el lujo complementario, el patrimonio de una clase privilegiada que emprendería el sendero vital con una mochila mucho mejor provista intelectualmente que el resto. Queda para la gran mayoría que tenía como seguro plato de resistencia la enseñanza pública la indefensión intelectual por inanición. Porque los clásicos no han sido a través de los siglos considerados como tales por mero azar, porque nadie podrá robar el haber visto el cántaro de “El aguador de Sevilla”, de Velázquez, el rostro del ángel de Leonardo, la figurilla tallada en mármol en el Egeo en la que ya están los ideales mediterráneos. Sin la humanidad inmensa de Cervantes, sin la reflexión sobre la verdad, el ser, la nada, la bondad, el mal, el bien y la belleza, sin la ingeniería perfecta del latín, sin los coloquios de Sócrates y de Platón y la grandeza de los héroes de la Ilíada, sin el tejido de ideales, imágenes y mitos que permea y nutre con su leche el espacio cognitivo universal y europeo mal pueden afrontarse cuestiones clave como el terrorismo, la eutanasia, la incomprensible perfección de la maldad del Holocausto, la guerra justa, el tipo de vida, el tipo de muerte, el vértigo cósmico, la solidaridad, el odio, la caridad, el desinterés, la legitimidad de la defensa del débil y la responsabilidad individual.

La belleza, pese a todo, existe (Arte egipcio. Museo de Berlín).

Se trata de un robo muy largo por parte de la cuadrilla de pedagogos y sociólogos que parasitan el sistema educativo, prometen fórmulas de rápido empleo futuro y venden barato barato a la opinión el reciclado de los alumnos en piezas del engranaje al que se les entregará, por un magro sueldo desprovistos de defensa cultural alguna y de la forma más antidemocrática que existe, puesto que se habrá privado a los de menos medios económicos de la única fuente auténtica de igualdad y ascenso social. Los ladrones se han enriquecido, a plena luz y con la mayor legalidad, al precio de esos miles de rehenes usados para la construcción de feudos neomedievales, alistados desde la infancia en las huestes de defensores de la resurrección e imposición de dialectos, excitados por las cotidianas raciones de odio, divertidos por las pequeñas guerras y enemigos puestos a su disposición y mucho más apetecibles que los videojuegos, indispensables en fin como garantes de empleos, publicaciones, ganancias y, a su tiempo, votos para los expertos en sustituir enseñanza por adiestramiento e implantar como asignatura troncal la mediocridad que es la base de su inexistente formación.

 

 

Imperio de la magia. Mali.

Amén de la secta de los malditos del comisariado pedagógico, que no pasa de ser mano de obra del jefe, los grandes obstáculos para restablecer una Educación de calidad son paradójicamente su impopularidad, el número de sus enemigos y el hecho de que no precise, excepto en el caso de la Formación Profesional, cuantiosas inversiones. Se lleva larguísimo tiempo vendiendo a las familias salas de espera hasta los dieciocho años desde donde sus hijos pasen luego a la jungla del paro. Se ha predicado a la opinión el mito del título gratis, de la exacta igualdad en dedicación y vocación; se les ha convencido de la necesidad primordial del pedagogo, que desbanca con sus dotes taumatúrgicas a los caducos profesores especialistas. Se ha impregnado a la sociedad con el timo de la revolución igualitaria en la probeta del aula –por supuesto, bajo la dictadura de los expertos- y con el de la mágica adaptación al mercado laboral y los nuevos tiempos que, al revés que ocurre en Pinocho, convertiría sin esfuerzo al perezoso retoño en estudiante aplicado y ejecutivo triunfador. Sin precio alguno, como si el ejercicio de los circuitos cerebrales, la memorización y la lectura fueran letales de necesidad. Excelente homenaje coral a George Orwell y luminoso futuro de mañanas que cantan la dependencia absoluta del banco de datos, el distribuidor informático y el empresario que controle pantalla e innovaciones. Olvido programado desde la historia de la Antigüedad al 11 M. Todo, por supuesto, de la mano de quien en universidad, colegios e institutos sustituye saber por pastoreo alternando la soberbia del creador del Hombre Nuevo frente a su auditorio y la sumisión del temeroso siervo frente a los clanes y poderes fácticos a las que los sucesivos Gobiernos nunca desde hace décadas se han atrevido a enfrentarse.

Acostumbrados a infantilizar a unos adolescentes a los que, por otra parte, se abruma con información sexual y gratificación instantánea, mal pueden aceptar unos adultos encantados con el aparcamiento indefinido y los cuidadores-padres vicarios de sus hijos que el andamiaje es nocivo y ficticio. Como lo es la pinza de control permanente sobre ellos a la que aspiran, formada por familia y profesor en régimen informativo de 24 horas. No por repetida es menos falsa la imagen del maestro casi misionero, con una vocación que raya en el sacerdocio, feliz ante la estremecedora perspectiva de un contacto y supervisión constante con los padres. Éstos y aquéllos tienen su territorio y nada más saludable que la distancia, la profesionalidad en la materia que se imparte, los contactos reglamentados según horarios de tutorías y el razonable respeto, también hacia el adolescente, que precisa de espacio lo suficientemente libre como para que asuma elecciones, fracasos, soledad e iniciativas.

La dulce droga de la irresponsabilidad tiene antídoto y cura. Empezando por sus ladrillos elementales. La ruina del sistema educativo puede invertirse de forma extraordinariamente simple, con un corpus general de materias fundamentales y una metodología basada en la transmisión de conocimientos, en el reconocimiento de la obvia jerarquía de éstos y en el de la básica importancia del esfuerzo, la valía y las dotes personales. El precio es la desaparición del confuso aparcamiento de niños y adolescentes que se llamó la Bolsa de Trabajadores de la Enseñanza, del todos haciendo de todo a golpe de consigna, clientelismo político-sindical y estulticia que ha venido siendo, fuente de ingresos y reino de la dictadura de la secta pedagógica[2]. La importancia y excelente nivel que tuvo en tiempos la Educación Pública, la realmente democrática, necesaria, degradada y atacada tanto por sus supuestos defensores como por los amigos de la privatización universal, es recuperable. Precisa de un cuerpo de docentes nombrados por medio de oposiciones estatales abiertas basadas en titulación y dominio de materias. Necesita profesionales cuya independencia se respete, especializados según niveles y edades del alumnado, con una clara distinción entre Básica, Media y Formación Profesional. Le son indispensables exámenes que demuestren el dominio de cada temario y permitan así el paso lógico de un ciclo a otro. No hay más salida que atenerse a criterios de calidad y sabiduría que son antagónicos de la maraña de intereses caciquiles que infecta aulas, libros de texto y universidades superfluas sembradas como hongos según capricho del jeque local. Debe subsanar con atención y financiación adecuadas una larga carencia: la falta de buenos centros gratuitos de Formación Profesional, que son instalaciones costosas a las que nunca se han dedicado los fondos que de urgencia requieren mientras se multiplican universidades inútiles. Ese rescate de la Enseñanza es incompatible con la barata demagogia de la oferta de una eterna y confusa guardería donde el pedagogo mezcla de psicólogo, animador, ingeniero de almas y canguro distribuya píldoras informativas según la zona autonómica, el tópico mediático o las preferencias del nanogobierno de turno.

Gran desolación, caso de llevarse a cabo este rescate, en las prietas filas de cuantos verán desaparecer la fuente de fáciles colocaciones de afiliados, simpatizantes y votantes cautivos; indignada protesta de los ardientes defensores del tótum revolútum, de los dinamiteros de los colegios profesionales, de los amantes de la prohibición –insólita pero real en España- del uso de la lengua española. Pero el amenazador ruido inicial se disolvería con mucha mayor rapidez de lo que se cree ante el contacto con el insobornable, aunque por décadas postergado, principio de realidad. Las armas amenazadoras de estas huestes nada famélicas son de chapa y plástico, los atrezzos nacionalistas de guardarropía, y no resistirán el aire exterior ni el caudal de libertad y de posibilidades que proporciona al individuo desde sus comienzos el verdadero alimento intelectual.

Tombuktú: Recuerdo de una joven sacrificada a los malos espíritus.

Al alcance de los deseosos de trabajos prácticos que, además del incansable grial del dominio del inglés, les proporcionen sustancia directa cognitiva y reflexiva están los recorridos por el ancho mundo; limitados por el tiempo y, más que en los medios económicos, por el precio de austeridad, riesgo y fatiga que se acepte pagar. Por ejemplo, África. Nada que ver con la realidad virtual, el buen salvaje y el videojuego. Descubrirá la fundamental importancia de recorrer cincuenta kilómetros sin que te roben, te violen o te maten. Tal vez tome otra dirección y deambule por la jungla de asfalto sin seguridad social solícita ni tres comidas garantizadas. O se halle impensadamente en el neolítico, reflexionando sobre los albores de la especie en la seca inmensidad australiana. Puede que, en un instructivo circuito por las zonas del Islam, no le quede más remedio que poner en duda las alianzas de civilizaciones cuando vea que en el siglo XXI millares de mujeres son animales enjoyados que pasean la oscura cárcel ambulante que las cubre. Es probable que, en esta pedagogía desde la calle del barrio al resto del Globo, lea en los antiguos periódicos del museo de Hiroshima las declaraciones, previas a la bomba atómica, del Emperador negándose a la rendición y advirtiendo que eran preferibles cincuenta millones de muertos con honor, y es previsible que, al leerlo, sienta vacilar sus certidumbres y se asome a los abismos a los que se enfrentaron los hombres del siglo XX. En su recorrido irá trazando el retrato de sí mismo, de sus límites y de ese yo que sólo el desnudo contacto revela, averiguará los precios de lo que ya conoce. Llevaba en la mochila, tal vez de marca, dos viandas diferentes. Como una Alicia en el País de las Maravillas, el mordisco de una afirmará la maldad de la bestia humana; de la otra sus angélicos rasgos primigenios. Ninguna de ambas le valdrá como alimento en el oleaje continuo de las diferencias de los seres, pero muchas más manos le ayudarán que las que le hieran. Sabrá del mundo como pregunta, como exigencia. Y de su terrible belleza.

La democracia es etapas de lucidez, conocimiento y dignidad, y, sin recuperación de la herencia cultural y de los imperativos del saber, el mérito y el esfuerzo, su existencia es imposible. En un espacio nacional de igualdad de deberes y derechos no ha lugar el relativismo postmoderno, la interesada visión del mundo parcelado enemiga de los valores universales, amasada con oportunismo y cobardía y envuelta en diálogo y tolerancia. El individuo recupera la ética, los ideales y la facultad de juzgar, se alza sobre las tribus, desaparece el temor a emplear los justos términos, pierde el miedo a pensar sin censura y a verbalizar la evidencia, advierte la legitimidad, nada vergonzosa, del modesto sentido común, rechaza la ración extra de pienso que le ofrecía el jefe del clan más próximo. Ha aprendido. Sabe. Se sorprende al descubrir su sed, antes inconsciente y soterrada, de verdad, de bien, de belleza, observa que tales rasgos pertenecen a la generalidad de la especie, Y llegado a este punto no hay vuelta atrás.