Salir de la cárcel

Salir de la cárcel (para salir de la cárcel hay que verla primero)

 

El cuarto oscuro.

La cárcel, en la que aún se vive, ha durado demasiado tiempo. Ya, como el exoesqueleto de los artrópodos, no resulta cómoda y oprime por todos sitios al cuerpo social. Además comienza a escasear el rancho. Las premisas que, como las dos grandes puertas del Juicio Final, marcaban camino y categoría a justos y a réprobos, simplemente no eran ciertas, nunca lo fueron. Pero de ellas se amamantaron ideólogos y activistas, (cap. 6 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)a ellas recurrieron como eje bipolar inalterable en el XIX, y de ellas lleva viviendo una especie improductiva multiforme durante el XX y lo que va del XXI. Para gran ruina de cuantos producen bienes reales, ejecutan servicios necesarios y son individuos con valor personal propio, y para estancamiento y miseria de los que sí precisan de atención, solidaridad y servicios públicos. Porque el espacio de éstos ha sido ocupado por los que viven de chupar su sustancia y se justifican apelando a la defensa de esos principios. Conviene subrayar que la parásita oficializada es especie zoológicamente nueva, puesto que aparece con el Estado de Bienestar durante la segunda mitad del siglo XX y actúa como tumor inseparable de aquél, al que obliga, por medio del chantaje ético y populista, a alimentarla de forma no sólo gratuita sino altamente onerosa.

La llave. (Museo de la Emigración. Australia West.)

Nunca existió, aplicada a los humanos, una dualidad transcendente, permanente y en la práctica indiscutible definida según los términos inalterables y antagónicos Clase Social Buena/Clase Social Mala, Izquierdas/Derechas, Progresistas/Reaccionarios. Existen, en cualquier momento, tiempo y lugar, actos y personas concretos, hechos, responsables, culpables, actores de la diminuta, fugaz y gran historia, esa historia que avanza, progresa, mejora o retrocede según el mosaico y el impulso de las iniciativas. La masa parasitaria se ha colocado entre la consciencia del sujeto y la evidencia, ha construido un muro, opaco y denso, entre la capacidad de percepción y raciocinio y la desnudez de los actos, y se ha quedado con la llave de la puerta. Nadie, excepto los beneficiarios de esta enorme y duradera ficción, podría, según esto, opinar, descifrar el caos de seres y de sucesos del mundo inmediato y del orbe exterior. Su visión dispone que, en su dimensión temporal, el orbe, humanos incluidos, se mueve por una planificada fuerza externa, un supremo relato regido por las fuerzas de la Historia o de la Naturaleza, que es descifrado en clave maniquea por el partido, la secta, el clero laico muy de este mundo. En la dimensión espacial del presente el orbe se convierte en una sólida cuadrícula impermeabilizada respecto al análisis crítico por el dogma de la respetabilísima igualdad de culturas. Al vetarse los juicios de valor, la jerarquía de calidad y las ideas, se veta asimismo la acción. Falto de la médula del pensamiento, el individuo se ve encadenado por el miedo al extrañamiento social y cubierto por la tibieza acolchada de la molicie y por la parálisis que produce la ausencia de visión alternativa.

Hay salida.

Hay salida

 

Se vive hoy el final de la creencia en el sentido de la Historia, y esto produce una inmensa sensación de vértigo, semejante a la del descubrimiento de que la Tierra, lejos de ser el centro del Universo, es un planeta más que gira en el inabarcable y negro espacio del cosmos. Ante esto, la reacción puede ser furiosa, aldeana, introvertida, ansiosa de marcos de referencia familiares, asequibles, de puntos de partida y de llegada, de algo tan tentador como la explicación global, predigerida a los conflictos de cada día, un esquema tan polivalente como la navaja suiza, tan binario como la base informática: la máquina expendedora de etiquetas del Bien y del Mal. Sin la menor consideración por los hechos, por la tenacidad de las realidades, minúsculo ejemplo entre millares, en la segunda década del siglo XXI los jóvenes españoles se manifiestan y llaman a la huelga contra los que añoran el sistema educativo franquista. No tienen de éste la menor idea, y se sorprenderían si supieran que, académicamente hablando, producía individuos mucho mejor preparados que los planes de estudio posteriores y que no ha sido su extensión gratuita obligatoria lo que lo ha conducido a sus actuales niveles ínfimos, sino el espurio clientelismo de los diseñadores de la Enseñanza como su coto patrimonial.

 

Berlín. Antigua frontera del Muro.

Como utensilio canalla en el caso de sus beneficiarios o como reacción defensiva en sus pocos críticos, la falsedad bipolar ha sido útil forja de expolio y servidumbre de los tiempos modernos. En lugar de limitarse a su dominio propio, el de la Sociología y la Historia, ha generalizado el uso de sus barrotes de forma que encuadraran a la población entera, que se derramasen como la lluvia fina, mezclados con los más diversos materiales, durante las horas, los días y los años. Nadie debía estar a salvo de su clasificación, de su distribución ética del espacio, y en quienes la controlan y otorgan está la clave de ese poder que sólo se mide por la cantidad de los que medran a su sombra y por el número de los que han sido privados de lo que por obras y por dotes merecían. Incansablemente, porque viven de ello y sin ello no serían nada, repiten los miembros del club invisible los mantras izquierdas derecha como quien orina para marcar su territorio. Y, en un patético reflejo, caen de hoz y coz en la misma trampa los que deberían precisamente reivindicar la urgente necesidad de denunciar su empleo, aquéllos a los que la premura del ejercicio inmediato de crítica y brillantez acaba imposibilitando para el análisis simple y sucesivo de los actos.

 

Adiós, muros, adiós (Australia West).

En lugar alguno esto ha sido tan patente, y tan letal, como en España. En ella lleva viviendo de la fantasmagoría de los eternos dos bandos, de la ancestral guerra contra el Mal perdida por un Bien del que se reclaman únicos y legítimos representantes, una cantidad de parásitos que en otras latitudes no tiene parangón. Se fabricó y prolongó durante décadas, y con intención de permanencia, una guerra civil mítica, y se hizo basándose en elementos, seleccionados según necesidades del guión, procedentes de la cantera de la Guerra Civil pasada, los cuales eran coloreados y difundidos, de manera que planease en todo momento la amenaza de ser clasificado como simpatizante del bando maligno. Durante cuarenta años el ejercicio del mito legitimador ha servido para extraer substancia de cada tejido y órgano vivo y para bloquear a gente valiosa, que huye del país, falta de salidas y, sobre todo, de esperanza. Los nichos ecológicos del Estado paralelo son el reino de extraños y negativos dobles que han creado, modificado y nombrado cada empresa y organismo en función de que sirviera a sus adeptos, que han inundado las instituciones de sindicalistas pagados por el Gobierno, de maestros a los que no se exige el saber ni la transmisión de conocimientos sino el de consignas y órdenes tribales, de servicios supeditados a los nuevos caciques, de entidades bancarias y jurídicas a las órdenes del político que las coloca y nombra y a las que, por lo tanto, lo último que les pide es calidad ética y profesional, de cultura sometida a las exigencias del imprescindible guión maniqueo y al rosario de tópicos de obligado cumplimiento.

Por supuesto, el tipo de religión dual laica lleva existiendo largo tiempo, sus estragos carecen de fronteras y son más o menos graves en función de la menor o mayor salud, vitalidad y nivel de libertades individuales del tejido cívico. Pero en España se ha dado con particular virulencia por la rápida formación, con intención de perdurar, de un tumor decidido a vivir de los recursos procurados por otros y hacerlo en nombre de un mérito y legitimidad que vendrían de una lucha que no se dio, de unos riesgos que jamás se corrieron y de una superioridad intelectual, ética, profesional o simplemente humana inexistente. Todo ello bañado en el predominio agresivo en los medios de comunicación, enseñanza y cultura y en la actitud violenta hacia cualquiera que amenace a los habitantes de un coloso con pies de barro, sí, pero con garganta y estómago en los que ha desaparecido el patrimonio nacional. El recurso al perverso dictador, tan providencial para los beneficiarios del progresismo de nómina, ha permitido vivir a lo más y los más mediocres del chantaje, una vez se aseguraron el monopolio de las temibles etiquetas fascista, franquista, derecha, facha, reaccionario. El caso no sería tan grave si se hubiera limitado a la voracidad de un desmesurado organismo parásito, pero éste, al pretender perdurar y justificarse, ha llevado y lleva a cabo de forma implacable una trilla inversa, en la que se procura eliminar cualquier obra con visos de calidad, a los independientes con valor, tesón, inteligencia, inventiva, las asignaturas que implican rigor y conocimientos reales, las obras de arte basadas en la percepción inequívoca de la belleza. Los términos de igualdad y democracia se han rebajado a su acepción más peligrosa y mezquina. El bloque del mínimo común denominador simplemente los utiliza como ariete para derrumbar cuanto y cuantos valen más que él. Por eso es tan importante para este totalitarismo parcelario el control de educación, comunicación y cultura.

Al saqueo de lo que otros habían producido se une la dinámica imparable, excepto por el agotamiento final del combustible económico, de creación de entidades, cargos, organismos no por éstos en sí sino para colocar a vasallos en ellos. Así el fenómeno, que no se da en sitio alguno de Europa, de los aeropuertos, complejos deportivos, centros culturales, sedes monumentales, gigantescos teatros, megalomanías urbanas y rurales de distinto pelaje y el corolario de equipos, secretariados, direcciones, subdirecciones, campos de energías alternativas, escuelas en las que no se enseñan asignaturas de base ni la lengua española, facultades reducidas a centros de botellón y vertedero, universidades sin universitarios ni diplomas que tengan valor alguno. Éstos no son, ni mucho menos, errores ni iniciativas fallidas. Su finalidad previa fue crear ecosistemas para albergar clientelas. Todo ello no es solamente inútil y ruinoso, sino absurdo excepto por la lógica de la simple rapacidad, estulticia y falta de escrúpulos de ese asombro del orbe que sería, en discurso de los clásicos, la clase dominante surgida del chantaje postfranquista, de la medrosidad de los que deberían haberse opuesto y del desconcierto de una población oportunamente amordazada por el maniqueísmo preceptivo y enjaulada por la red carcelaria de las taifas.

El panorama no por cansino y reiterativo es insoluble. De hecho, la reiteración da ligeramente la medida de la normativa verbal y bienpensante en la que se ha venido estando inmersos. Sin embargo la situación es susceptible de cambiar, lo está haciendo a cada momento, y puede dar un giro drástico hacia la libertad y la altura intelectual si un número apreciable de ciudadanos se sitúa al otro lado de las rejas transparentes del largo condicionamiento verbal. La realidad del régimen parásito no implica nueva dualidad, estigma de clase ni determinismo histórico. El campo opuesto es variado, mutable, y, de cesar la dinámica de selección negativa, podrían aflorar valores genuinos en los mismos que se han sometido mansamente a la seguridad del pienso. Tampoco la conciencia de la situación debería dar lugar a una decantación de resentidos que se juzgan, con o sin razones objetivas, privados del reconocimiento y de los bienes que hubiesen debido corresponderles. La valoración por hechos reales y probada valía sigue siendo la medida real, independiente de lo que cada cual juzgue que es, fue o pudo ser.

El resumen sería: A partir de los años 80 lo que fue euforia del cambio de una dictadura a un sistema moderno de democracia parlamentaria se transformó, interiormente, en un proceso de creación y consolidación de grupos de interés centrados en la disposición y reparto del erario nacional. Exteriormente se complementó, de forma necesaria, con la elaboración y difusión de una imagen, absolutamente ficticia, que legitimaba las fachadas visibles de beneficiarios de esa retícula, les proporcionaba una mitología de representantes de la lucha contra el Mal (encarnado en los vencedores de la Guerra Civil terminada hacía décadas y en el dictador muerto de vejez sin que hubiera habido asomo de rebeliones populares) y se embarcaba al país en una esquizofrenia de eterna epopeya Pobres contra Ricos, Socialistas contra Burgueses que nada tenía que ver con las aspiraciones, actividades y vidas reales de la población. No todos los que participaron en aquella ilusionada Transición apoyaban ese proceso, que naturalmente coexistía con gente honesta, pero éstos fueron marginados y silenciados bajo amenaza de denuncia profranquista. La España previa a la Transición no era una nación totalitaria (aunque partidos que se decían defensores de la libertad apoyaron con entusiasmo regímenes totalitarios, dictaduras de la peor especie siempre y cuando tuvieran el marchamo comunista). La sociedad civil, sustentada en una amplia y moderna clase media que ya había cuajado antes del paso al sistema democrático, se acostumbró a vivir en una realidad doble: la verbal de los que reivindicaban como herencia su superioridad (con aspiraciones a la eliminación de otras realidades) de representantes del Bien y la complejidad de una nación moderna, con su libre mercado y diversidad de ocupaciones y dotes individuales.

Naturalmente el botín directo de los grupos de interés era, y es, el sector público, la administración del Estado. Ninguna corrupción ni robo puede comparársele. El más rentable de los latrocinios es el legal, consistente en autoadjudicarse beneficios de todo tipo, acapararlos en el presente, blindarlos respecto al futuro, dictar normas y distribuir obras según cohecho, y, en esa superior escala que ha constituido el rasgo distintivo del régimen español, trocear y clonar las fuentes de ingresos y fabricar ex nihilo una red social y geográfica de tribus pagadas por serlo, las cuales se transforman rápidamente en entusiastas defensoras del sistema parasitario. En él medraron y proliferaron hablantes de cualquier dialecto o lengua distinta de la oficial del país, nacionalistas de terruño, reivindicadores de agravios ancestrales diversos, asociaciones para la compensación de injurias históricas, victimismos variados y, en fin, clanes de reproducción asistida siempre caracterizados por el común denominador de la anulación del individuo y sus dotes y calidad en pro e interés de la grey, el nacimiento, el sexo, la ascendencia, la clase, la etnia, el clan. La laboriosa desmantelación de un edificio nacional realmente democrático de ciudadanos iguales ante la Ley tenía como necesario corolario la cooptación inversa, la promoción de lo peor y los peores, clientela ideal que defenderá con uñas y dientes a los que la mantienen y nombran.

En términos prácticos, la dualidad Buenos/Malos se reduce a parásitos activos y pasivos por una parte y por otra al amplísimo resto hijos de sus obras, variopintos, en su mayoría anónimos, desconcertados por la continua ducha de chantaje verbal en abierta oposición con la vida libre y confortable a la que aspiran y que contemplan y a los sucesivos cambios a lo largo de la existencia. Ellos son el ganado útil del bloque preceptivamente bueno al que, como a la abeja reina, deben alimentar en razón de su rango jerárquico. El Club de Utopías Subvencionadas se distingue del de la colmena en estar constituido por zánganos que anulan con el zumbido de las delicias comunitarias cualesquiera otros sonidos. La dualidad no es tal, en absoluto se trata de Partido de Izquierdas versusPartido de Derechas. El Bloque Beneficiario es en extremo amplio, jerarquizado y capilar. Señorea por supuesto su ápice una masa de nuevos ricos adosados a la Transición que llevan décadas distribuyendo carnets de identidad ideológica que, cual cupones de racionamiento, son indispensables para la adquisición de porciones de prosperidad y relevancia social. Al irse agotando, por imperativo biológico, la mina Izquierdas y antifranquismo honorífico, estos plutócratas sociológicos se han multiplicado y diversificado en vistas a la creación y explotación de vetas urbanas, tribales y de nacionalidades creadas por imperativos del cobro. Más allá de los nuevos, y ya institucionalizados, ricos se reparte una variada y nutritiva sopa. No todos los sopistas gozan de privilegios materiales, pero sí de uno de gran valor: Sentirse superiores al resto, amedrentar, silenciar, imponerse, ser escuchado, adquirir categoría, no por la valía propia, sino por la proclamación belicosa de un puñado de consignas y el confortable sentimiento de irresponsabilidad victimista y gregaria.

Cuando, por mimetismo dual y reflejo de autodefensa, algunos se identifican como Derechas resultan singularmente patéticos, porque están entrando en el fango que pretenden combatir, en el juego del adversario, y extrapolan lo que no son sino términos aplicables cada vez al análisis de épocas y hechos específicos en el marco de Historia y Sociología. La multiplicación sistemática de su empleo, reiterada hasta la náusea por los medios de comunicación y la vieja calaña de los trepas, es simplemente falsa e intelectualmente de una peligrosa facilidad maniquea que le garantiza adeptos de mínimo común denominador reflexivo. Se presenta como clasificación intemporal del género humano y constituye, con su chantaje verbal, precisamente el arma del oponente tanto en los que la utilizan con sentido positivo como en los que se apoyan en uno de sus términos para combatir a la entelequia que englobaría el otro. Pero es un recurso extraordinariamente cómodo, integrado en el habla cotidiana con la misma rutina que las frases de despedida y saludo, y evoca en cada término, no actos y personajes concretos, sino formas de presentarse, de pertenecer a una imagen y un club, opuesta a lo existente en un caso, conservadora hasta la caricatura en otro, irracional e infantiloide en la exigencia del se me debe todo sin precio en aquéllos, neocarlista en éstos. Cada vez que se emplea Derechas, Izquierdas sin análisis, justificación ni contexto se está añadiendo un barrote más a la celda y engordando al próspero gremio de los herreros.

La indefensión tiene como uno de sus principales pilares el desconcierto, la imposibilidad de asir, expresar y transmitir lo que realmente se observa y a lo que los demás y uno mismo aspiran, y ello por falta de instrumentos verbales no contaminados por condena social de alto riesgo, por la animosidad instantánea que despierta el roce de un invisible campo minado. Ay del que denuncie a los iconos consagrados y a los países y sistemas en los que de ninguna forma se querría vivir pero a los que hay forzosamente que alabar o, al menos, aceptar tibiamente mientras se denigra por sistema el bloque Occidente-Estados Unidos-Libre Comercio. En España el guerracivilismo, sumado a las fuerzas anteriores, duplica las tropas contra los indefensos sin ética ni discurso que ponerse. Y estas tropas, desde luego, no sirven a un partido, aunque haya partidos que las han utilizado, con gran diferencia, más que otros. Sirven al envilecimiento clientelar del sistema, y lo hacen e hicieron apropiándose en primer lugar de aulas y escenarios, copando vastos espacios preferentes en el tiempo, atención y energía de los canales comunicativos, borrando la distinción entre entretenimiento instantáneo y sustancia informativa, manteniendo fijo el ángulo y el punto de mira a gusto del magma parásito diversificado y reservando para el resto el desdén, la descalificación preventiva y la sombra.

Es fácil el salto desde la sensación de indefensión y desconcierto a la seguridad prometedora de las diferenciaciones, a la gratificante plataforma que ofrecen nacionalismos y clanes sociales que deifican la marginalidad, tanto más cuanto que ofrecen y procuran muy materiales beneficios amén del marchamo de superioridad sobre el resto, el cual forzosamente se compondrá pues de individuos de segunda clase ajenos y probablemente enemigos del Pueblo, la región ascendida a Nación, la Clase, los Buenos y Superiores en fin.

Ancha es Castilla.

Ancha es Castilla.

 

Hasta las cárceles tienen fecha de caducidad. Naturalmente el chantaje Izquierdas (Bondad e impunidad por definición)/Derechas (Maldad impresentable) y su marca hispánica Progresistas (antifranquistas a título póstumo)/Reaccionarios (el resto) envejecía con las generaciones por mucho que el bombardeo de mensajes diario auditivo y visual fuera con mayoría abrumadora monocolor. Entonces se impuso un volantazo cuya concreción plástica merece tratamiento aparte.