CUI PRODEST?

CUI PRODEST?

M. Rosúa

(Este artículo se publicó en Papeles Salmantinos de Educación, nº 2. Ed. J. L. Hernández Huerta. Salamanca. 2003)

Madrid, 2002

 

La libertad, Cervantes y El Quijote. Y que no falten.

La libertad, Cervantes y El Quijote. Y que no falten.

Si se dijera que toda esa Reforma Educativa que desde los ochenta hasta ayer ha copado los medios y el discurso oficial y oficioso con las loas a su ideario, la oratoria social grandilocuente y las llamadas bélicas a su defensa no es una gran medida progresista sino la acotación de parcelas de poder sociopolítico, la promoción y afianzamiento de una clientela de votantes y la planificación de un reparto, la apreciación sería desdeñada por su banalidad y cortedad de miras. Y sin embargo es cierta. Naturalmente, existía también la necesidad del Gobierno de crear una cortina de humo populista con nulo coste económico. Pero tras la recién enterrada-aunque muy viva-logse hay y hubo votos y puestos, medios de difusión y de control, atribuciones y nombramientos, ascensos y dividendos que no son su consecuencia posterior sino su finalidad primordial. Han regido la iniciativa desde su origen, presidido su trazado, dispuesto su urgencia. Otra cosa es que la red de clanes se cubra, cara al exterior y a sí mismos, con galas de devoción misionera, paternalismo estajanovista y lealtad militante.
Cierto pudor, que difícilmente entenderán los usuarios del fin justifica los medios y los abonados al ataque personal y el personal provecho, hace penosa la mención concreta de la clientela que se ha beneficiado, y beneficia, de las ampulosas consignas con las que se ha revestido el entramado de intereses que segregó como caparazón verbal la Ley Educativa de 1990. Sus valedores han recurrido a diversos tipos de chantaje, coacción y agresión laboral cotidiana para neutralizar, perjudicar y eliminar a cuantos consideran fuera de su bando, que eran los que ocupaban, por diplomas, oposiciones y méritos, la docencia a adolescentes en la Enseñanza Pública. Es típico de la deriva de los poderes fácticos hacia variantes multiformes de la Cosa Nostra la utilización del miedo, el imperativo de sumisión a la prolífica especie del comisario político, el resignado ofrecimiento de cuantas mejillas sean precisas a la humillación indiscutible de una evidencia que hay que silenciar. Reina en los centros de enseñanza pública, desde hace más de tres lustros, una omertà comprensible, porque tanto los dos sindicatos como el partido que promocionó la ley, amén de los incondicionales y agradecidos, ejercen cotidianas, lentas y continuas represalias contra los reticentes a un credo de comportamientos, profesiones de fe y obediencias que se ha impuesto a base de mecanismos que reproducen, en el formato y extensión que sus condiciones les permiten, la maqueta totalitaria fuera de la cual no hay salvación.

No ha sido, sin embargo, el miedo el único freno a la denuncia explícita, ni siquiera constituye siempre la razón principal para las raras personas que anteponen a sus propios intereses los de la verdad. Existen el rechazo a la mención concreta de personas o asociaciones, la repugnancia intelectual hacia la nominalidad, el desprecio instintivo hacia el ataque individual y el libelo; quizás por la certidumbre, más allá de imperativos éticos, de que, en realidad, tales concreciones tienen escasa relevancia y sólo pueden transcender a la anécdota y la coyuntura por su valor como ejemplos significativos. Porque lo que importa no es el mal o bien que pueda causar la mención de los beneficiarios, sino el lugar que, por sus actos, éstos ocupan en la explicación de los hechos.

Ha ocurrido en la Educación española de las últimas décadas del siglo XX un curioso fenómeno que, por su entidad, transciende a sector-con ser importante éste-y a implicados, que posee rasgos diferenciadores respecto a la crisis educativa en otros países europeos y que, más allá de un capítulo de la historia universal de la infamia, da pie a muy interesantes reflexiones sobre la justificación de los movimientos sociales, no por supuestas metas ideológicas, sino por la clientela y sectores de los que precisan adueñarse. En este sentido, Marx estaría tan acertado como el sacerdote de la películaprotagonizada por los Beatles que necesita recuperar el anillo porque sin él no hay sacrificio y sin sacrificio se queda en el paro.

El recurso a la nominalidad resulta aquí insoslayable para la comprensión de un experimento, totalitario por sus rasgos en cuanto le permitía su limitado formato, que ha purgado de profesionales y de conocimientos a un importante sector y ha hecho de los estudiantes sus rehenes y víctimas. De no haber ofrecido el acceso a casi cualquier puesto, nivel, curso de lo que era antes Enseñanza Media a cualquier docente no especializado, de no haberle multiplicado sus posibilidades de horas lectivas y de alumnado potencial, de no haber garantizado a aquéllos cuyo mérito de fidelidad política era inverso al académico múltiples cargos justificables por la supervisión y aplicación de la logse, de no prometer, pese al descenso demográfico, hueco lectivo a los que son capaces de cantar las excelencias del macramé y la guardería indefinida con tal de no ser desplazados, la reforma logse jamás habría existido. Porque, para pagar a las mesnadas de posibles o seguros votantes (maestros de primaria y formación profesional, más fieles gratificados con la distribución entre su grupo local de las pequeñas, pero muy valiosas, ventajas cotidianas y dispuestos a evitar el traslado al precio que sea), Comisiones Obreras y UGT, junto con el PSOE, optaron por desmochar y apisonar la enseñanza a adolescentes, asimilarlos a niños, minimizar el bachillerato, eliminar de los horarios los espacios dedicados a asignaturas fundamentales, multiplicar materias de rango intelectual ínfimo y rellenar el conjunto con vagas menciones a áreas de conocimiento, ámbitos, preparaciones a la vida activa, conocimientos del medio, iniciaciones a la técnica y la manualidad y demás lindezas. Esto ofrecía acomodo laboral a cualquiera, ya que se trataba, en suma, de rellenar cuadrículas de dedicación, firmar horarios e introducirse, como guardés, en un aula. Legalmente, permitía arrinconar y desplazar al agregado y catedrático de física, lengua o historia, por lo común, más independiente y ajeno a los sindicatos citados. La improvisación, la puerilidad, la guardería hasta edades provectas, la sala de espera laboral y los amagos de técnica son niveles que están todos ellos al alcance de una clientela cuya polivalencia y vertiginosa ascensión era justificada por la transformación de la Media en Secundaria entendida como igualación a mínimos, una bolsa indistinta en la que ocupar cualquier puesto, con el placer añadido de obligar a los que nada tenían que ver con los párvulos a darles clase. Siempre es gratificante para aquéllos que no se han distinguido por sus propios méritos una ración de igualitarismo al buen estilo añejo de Mao.

La purga silenciosa, que continúa, consiste en arrinconar y expulsar a los disidentes, imponerles las peores condiciones de trabajo, grupos, horarios, y repartir entre los afines el botín de institutos reducidos a escuela primaria y club social. De forma estrictamente simétrica a lo ocurrido con el alumnado, la logse ha potenciado en los profesores a la gente peor y a lo peor de la gente, haciéndoles participar de una vileza que les obliga a defender el sistema, negar la evidencia y actuar, por activa o por pasiva, como lamentables compañeros de viaje.

Esto en cuanto a la clase de la tropa, compuesta en buena parte por una base amedrentada por la aparente irreversibilidad del proceso y por el chantaje continuo de la asimilación logse-progresismo y deseosa, en ocasiones, de promocionarse a golpe de consigna. Sobre ella, y a través de ella por los canales de la liberación sindical y los líderes de la Reforma, se extiende una clientela mucho más ávida a causa la precariedad de sus cargos y funciones. El cambio de estructuración educativa, al ofrecer la bolsa única de Secundaria, garantizaba la arbitrariedad en colocaciones y atribuciones a una capa extensa, y bien ramificada, de lo que se ha llamado con justicia la secta pedagógica. Nada más fácil que anular criterios objetivos, comprobables y difícilmente improvisables sustituyéndolos por la fidelidad, rigor y entusiasmo en la aplicación de directivas sociopolíticas. Parte de los temarios de oposición pasaron, por ejemplo, a basarse en la exégesis de los artículos de la logse; ni salvación ni promoción podían existir fuera de ella. La postura al uso debía caracterizarse por el desdén hacia el conocimiento, diplomas y méritos comprobables y la aseveración de la importancia fundamental de cualidades pedagógicas a caballo entre la mística, la vocación misionera y el alegre desbordamiento del instinto maternal, supremo don que sólo podía ser juzgado por representantes de la secta según la lealtad a los principios de la Ley del 90.

La capa, inmediatamente superior, de beneficiarios se compone de liberados de diversos tipos, desde el experto y el atrincherado en centros de indispensable (como modus vivendi de su plantilla) formación hasta celosos asesores ministeriales, pasando por la cohorte de orientadores, colaboradores y coordinadores que, en lugar de ser desplazados de destinos cercanos a su hogar en virtud de una fuga de alumnado en buena parte debida precisamente a la degradación de los antiguos institutos, se ven gozosos dueños de reinos de taifas en forma de mínimos horarios lectivos, diminutos grupos de diseño cuya diferenciación conviene a toda costa mantener, clases testimoniales de materias fantasmagóricas y cotas de poder que les permiten justificarse abrumando de reuniones, diatribas morales y exigencias burocráticas a sus antiguos colegas.    Sus consignas son idénticas a las de los liberados sindicales de las dos organizaciones que llevan lustros actuando como los mastines de Rebelión en la granja y ladran con no menos furia que éstos ante las desviaciones del dogma. Quizás en otras áreas Comisiones Obreras y UGT han tenido un papel socialmente útil y necesario como informadoras, defensoras y representantes; en la Enseñanza española han sido sin embargo desdichados y activos agentes de la injusticia y el desastre por cuanto que la Reforma del 90 se diseñó con ellos, no por criterios inherentes al desarrollo del pensamiento y del saber, sino como oficina de empleo y distribución de parcelas, de manera que las directivas no se han hecho en función de adquisición de conocimientos sino de colocación y fidelidad de clientelas, defensa de plataformas y reductos de manipulación de la opinión y exhibición de falsa representatividad y justificación del propio puesto.

Para esto, desde luego, no se ha dudado en el recurso al acoso, la anulación de los contrarios y el silenciamiento forzoso, de forma que ninguna organización ni consideración profesional objetiva les hiciera sombra y que se tuviera bien presente que poner en tela de juicio sus dogmas representaba un rosario de represalias en las condiciones de trabajo cotidianas y en los escasos accesos a una situación mejor. Los liberados sindicales lo son de un trabajo cada vez más ingrato, en lógico fruto de cuanto ellos mismos han impuesto, su porcentaje real de afiliados es mínimo pero se han constituido en clan de poder fáctico extremadamente virulento que vive de los réditos de una supuesta condición, sagrada e indispensable, de agente y mediador. Es ésta una clase que tiene mucho que defender porque nunca antes, a cambio de la llamada paz social, les había otorgado el Estado ventajas materiales semejantes. La sola idea de volver, como docente raso, a sus puestos laborales, incluso a los milagrosamente promocionados por la bolsa única de Secundaria, les resulta impensable. Les es vital el halago de asociaciones no profesionales, que se reducen con frecuencia al manipulable club vecinal o al grupo de estudiantes a los que se sigue prometiendo gratis pan y circo y que representan fáciles plataformas de control y propaganda. Precisan adueñarse del espacio mediático, de la amenaza del ruido y de la calle. La secta pedagógica mantiene, así, su credo y pretorianos con la tenacidad de quien es, en el fondo, consciente de la vaciedad de sus premisas, de la injusticia y el daño cometidos, y que, al tiempo, sabe su suerte ligada a la del ecosistema de mediocridad preceptiva. El edificio se mantiene por su red de intereses, se aferra a Administración y Educación Públicas, y se recubre de un revestimiento verbal pseudoideológico que revela, bajo los tópicos, la implacable desnudez de los resultados.

La Reforma Educativa se presentó como un logro social e igualitario, pero incluso la lectura más somera del proyecto revelaba, ya en los ochenta, la vaciedad de tales premisas. La extensión de la enseñanza obligatoria hasta los dieciséis años era preceptiva, por la integración en la Comunidad Europea, para cualquier gobierno español. El almacenamiento gratuito del alumnado en la Enseñanza Secundaria puede llegar, de hecho, hasta provectas edades, lo que no favorece la madurez y sentido de la responsabilidad del joven pero sí engorda inútilmente el número de matrículas. Durante esta larga Secundaria los estudiantes han sido tratados como infantes, promocionados, sin aprobar y sin esfuerzo, de un curso a otro, han visto sus seis horas lectivas diarias ocupadas en gran parte por materias menores y nombres meramente simbólicos que esconden la simple guardería, han hecho un bachillerato que poco tiene de lo que se entendía como tal y es el más corto de Europa, los que hubiesen querido aprender algo han tenido que someterse a la ley del mínimo común denominador y a la dictadura de los peores, no se ha dirigido en su momento a los que no querían estudiar a buenos politécnicos-que jamás se construyeron-, pero sí se ha trufado su horario de manualidades y técnicas  mientras se le despojaba de estudios de mayor calado, han sido privados de desarrollo lineal histórico, fechas clave, visión geográfica global, razonamiento teórico, memoria, antigüedad clásica y conciencia de las raíces del área occidental y europea cuyos logros y derechos disfrutan. Son, respecto a ésta última, además los únicos entre sus coetáneos a los que resulta vergonzante, y casi innombrable, la referencia histórica, la pertenencia, los símbolos de España y el nombre de su país. Su libertad es la gregaria del niño mimado, pero no la de la soledad reflexiva, el esfuerzo y riesgo asumidos y la necesaria maduración mental precisas a la adolescencia.

Los sectores que se presentaron como adalides del progreso abortaron la espléndida posibilidad, en un momento de gran ilusión, de impulsar una sólida Reforma Educativa que aprovechara y extendiese la muy buena Enseñanza Media española y se ocupara, por otra parte, adecuadamente de los demás niveles pedagógicos y, en muy distinto plano, de las tareas propias de la asistencia social. En vez de esto, arrasaron los cuerpos profesionales, fomentaron la huida de los alumnos hacia la enseñanza de pago y colocaron los réditos de su clientela política, empresarial y sindical muy por encima de los valores democráticos y el servicio público.

El proceso ha tenido por igual todos los atributos de la falsa ciencia y del bonsai totalitario: infantilización, sacralización de la innovación y demonización de memoria y de pasado, reducción del entorno mental, temporal y físico, sustitución del saber, el análisis y el dato por la consigna, la corrección política y el tópico, unificación a mínimos y explotación del victimismo, de la envidia, de la irresponsabilidad gregaria y del filón del nacionalismo tribal y doliente, anulación del individuo, de la calidad, el mérito y libertad y sustitución de estos rasgos por la indiferenciación intercambiable de sujetos. Se ha producido esto en dos direcciones: con el profesorado, porque permitía repartir el espacio público existente entre clanes, y con los alumnos, a los que había por fuerza que laminar para trocearlos luego entre los aspirantes al reparto.

En el ápice de la pirámide se hallan beneficiarios de perfil muy distinto: la capa política que diseñó, impuso y mantuvo la ley del 90, sus homólogos autonómicos y las empresas editoriales y de comunicación que son, en realidad, un gobierno tras el Gobierno. La logse ha sido para ellos una inmensa fuente de beneficios. Era imperativo, en los años ochenta, ofrecer a una opinión deseosa de vivir en la confortable democracia burguesa pero halagada por rituales de admiración socialista una revolución virtual. Había que olvidar, anular, mutilar y transformar el pasado, hacer de políticos diseñados a medida de las circunstancias y las exigencias de cambio y modernidad los luchadores de un largo, heroico y mayoritario combate que no había existido, ocultar sobre todo que la transición de 1975 de la dictadura a la democracia se debía, no al arrojado heroísmo de los nuevos líderes, sino a la prosaica pero eficaz extensión de la clase media, a la prosperidad económica desde el comienzo de los sesenta, a la fuerza irresistible del cambio de los tiempos y la atracción del conjunto europeo. Se imponía que precisamente los autores materiales del esquema de la transición democrática al Estado de derecho y a las libertades se autoinmolaran, puesto que pertenecían al sistema anterior y la opinión precisaba del rostro fresco de líderes recién fabricados para consumo de cámaras, de pensamiento fácil y de alabanzas a la amnesia colectiva y a sistemas socialistas en los que nadie quería vivir. Mientras, se fortalecían el tejido técnico y los servicios y estructuras del país moderno.

Surgió así una clase de nuevos ricos que precisaban de legitimación ideológica, y la obtuvieron a base de perpetuar el recurso maniqueo a las dos Españas y de apropiarse de las múltiples ventajas económicas, del glamour y del muelle comfort propio de Buenos de una película que habría comenzado, en la década de los treinta, con una república de idílicos rasgos sostenida, de común acuerdo, por grupos amantes todos ellos de la democracia, el pluralismo y la libertad. Se trataba de proyectar, de 1936 a la actualidad, una guerra civil de pureza dual e interminable en la que el franquismo representaba el Mal absoluto, sus treinta y seis años de régimen un páramo sin mezcla de bien alguno y, por el contrario, el partido elegido por abrumadora e ilusionada mayoría en los años ochenta era la manifestación final de anheladas utopías. El mito fundacional antifranquista se corresponde, en esta clase dominante de reciente cuño, a los de autoctonía imaginados por las supuestas nacionalidades históricas de primera división para legitimar sus clientelas políticas, sus ventajas, exenciones, prebendas y fueros respecto al resto de los ciudadanos y su victimismo a tiempo completo. Los representantes de un nuevo régimen curiosamente esquizofrénico habían de definirse a contrario, dado que la realidad-en la que también ellos estaban gozosamente instalados y de la que sólo abominaban en el discurso-era capitalista, burguesa, de propiedad privada, libre mercado, mundo occidental y democracias parlamentarias; esto era lo que funcionaba y, sin lugar a dudas, el sistema en el que tanto ellos como sus votantes querían vivir. Para mantener la ilusión de autoctonía ideológica revolucionaria les era imprescindible un firme control y anclaje en los medios de comunicación, la pasarela cultural y, de forma más durable, en la Educación.

La Reforma Educativa de 1990-puesta en marcha mucho antes, no por solicitudes de adhesión, como solía decirse, sino en la mayor parte de los casos por imposiciones puras y netas-reunía grandes ventajas: cumplía con el requisito Comunitario indispensable de generalizar la enseñanza obligatoria y gratuita hasta los dieciséis años y ofrecía a la opinión y al consumo interno de los correligionarios una revolución sin revoluciones, igualitarismo, asistencia social, aparcamiento juvenil y diploma automático. Se trató de un gran fraude populista que carecía de fondos específicos y desviaba la atención de enriquecimientos súbitos, negocios turbios y gestiones ruinosas. En ella tenían asentamiento, promoción y acomodo clientelas no precisamente caracterizadas por el rigor de su formación académica, el espíritu crítico y el respeto por el saber. El diseño de la logse no se presentó, naturalmente, entre sus fieles como un desguace y reparto del anterior sistema educativo. Se cubrió el andamiaje de clichés verbales de inevitable adhesión, pero, sin la arbitrariedad y oferta a la clientela del Partido y a sus dos sindicatos, la bolsa única de Secundaria no hubiera existido jamás.      Una vez asentada, su naturaleza era tan engañosa, sus clichés tan hueros, que sólo cabía el mantenimiento del conjunto del edificio a ultranza, sin cambio alguno, porque el menor movimiento revelaba, bajo el estucado de consignas, la estulticia abrumadora y los deleznables contenidos. De ahí el absoluto rechazo al cambio, la virulencia defensiva, la censura férrea a las críticas.

Era, sin embargo, útil. Al grito de ¡Bienvenido, Míster Mao!, permitió a una generación-no por amante del buen vivir personal, el envío de los hijos a colegios anglosajones y la ropa de marca menos huérfana de legitimación ideológica ni menos ayuna de honestidad intelectual-el lujo verbal igualitario, el derroche de calcos del Pequeño Libro Rojo que plagan literalmente la logse, la exhibición, al fin, de un gran logro socialista que compensara las corruptelas millonarias y las cegueras selectivas impresentables. Para los clanes nacionalistas, por su parte, la Reforma Educativa ofreció el terreno ideal para la jibarización esperpéntica de literatura, geografía e historia, la mediocridad nepotista elevada, por efecto de perspectiva, a las cimas del mérito a causa de la exigüidad del horizonte, y el rentable llanto sistemático. La logse venía a consagrar, mantener y perpetuar celosamente una guerra civil que, antes del 36, retrocedía, con su división de Poderosos Malos y Pobres Buenos, hasta los balbuceos de la prehistoria y se prolongaba en el futuro siempre y cuando necesitara la clase de nuevos ricos y el monopolio cultural e informativo recurrir al esquema dual legitimador. Nada importaban, ni nunca habían importado, las víctimas, la ignorancia de generaciones de estudiantes, la creación de jóvenes incultos, infantilizados, dependientes e incapaces, la destrucción de una Enseñanza Media que era buena y la fuente de formación y saber primordial para aquéllos cuyas familias no podían costearles el centro especial y el máster. A niveles más vastos, en el ancho mundo, también importaba a los dueños del discurso muy poco la gente concreta, que se contaba por millones, eliminada, dispersada o empobrecida por sistemas socialistas y comunistas a los que convenía, periódicamente, demostrar platónica adhesión. La ocasión perdida en los ochenta de una extensión honesta y adecuada de la enseñanza gratuita y la sustitución por un fraude destruyó de raíz lo que pudo haber sido un logro realmente progresista y democrático, lo convirtió en su antítesis y caricatura y bloqueó con su barricada las honestas posibilidades de mejora sustancial y cambio. No por error. Con intereses que los beneficiarios siguen cobrando hasta hoy.

Es impresionante la indiferencia ante los males causados cuando se trata de mantener territorios, la defensa encarnizada de despropósitos, como el paso sin aprobar de curso a curso. De esto ha sido la Reforma Educativa un ejemplo de manual: pese a la evidencia del desastre logse, no ha habido jamás rectificación, por modesta que fuera, en pro del bien común. Muy al contrario, por encima de ese bien, del país y de sus ciudadanos, lo que se ha hecho es defender encarnizadamente la situación establecida porque significaba para sindicatos, partido, clientelas y autonomías cotas de poder. El cambio, finalmente, se ha reducido, con la Ley de Calidad, a tímidos parches, ya que, por miedo a poderes fácticos con los que es más cómodo el reparto que el enfrentamiento, no se ha tocado, la distribución de personal, el desglose de Primaria y Media, la separación niños/adolescentes y colegios/institutos, la supresión de los centros integrados, la ampliación del Bachillerato, la implantación de un programa sólido basado en asignaturas fundamentales y la asignación de puestos docentes en función de niveles académicos y especialización por edades y materias. Se esbozan, sin embargo, mejoras loables, como el aprobado preceptivo por asignaturas y cursos y la reducción del poder de asociaciones no docentes. La abolición explícita de la bolsa única de, por decreto ley, trabajadores de la enseñanza (tan cara a los sistemas totalitarios) hubiera acabado con el reino de la arbitrariedad, el nepotismo localista, el hervidero de cabezas de ratón, la mediocridad preceptiva y la asignación de promociones, ventajas laborales y prebendas entre amigos y correligionarios, se hubiese derrumbado como un castillo de naipes la retícula de supuestos representantes de las masas, que reinan en asociaciones vecinales y reducen lo que fueron institutos a aparcamientos asistenciales degradados cortados a la medida de la conveniencia casera.

El problema no se arregla con juguetes caros y partidas indiscriminadas que, otorgadas a la logse, sólo hubieran ahondado el hoyo. Lo que importa es el programa de estudios y la gestión de personal. Dada la propensión a la cómoda alternancia de partidos, la legislación educativa de 2002 del actual Gobierno podría dejar el campo libre a los contratos-basura de jóvenes y al amiguismo de los grandes negocios de informatización de los centros de enseñanza que maquillen, bajo el papanatismo de las cifras y la técnica, la incultura crasa y la reforma abortada. Con ser mucho mejor que el desastre anterior, la Ley de Calidad se presta, en su medrosidad y temores, a la peligrosa antítesis democrática amasada con populismo, demagogia y duplicación de clientelas. Valga como ejemplo la estrategia de la Comunidad de Madrid, que, durante estos años, ha hecho gala de la más exquisita delicadeza hacia una oposición que continúa ocupando, ventajosamente, sus antiguos lares y mostrando junto al prócer, en actos públicos, las bellezas fraternales del consenso. En la práctica, la maniobra es, por demás, espuria por cuanto, al mantener a unos, inevitablemente sojuzga y aplasta a otros y traiciona la esperanza de beneficiosos cambios. Pero quizás es rentable: se trata de un electoralismo tan amoral, como útil. Pocas campañas tan vomitivas como la que fue lanzada por el consejero del Presidente para ofrecer como pasto a la indignación pública las por lo visto desmesuradas vacaciones del profesorado. Fue un dechado de demagogia nacido de la necesidad personal del asesor áulico de desviar la atención de asuntos turbios y de la avidez de votos y la escasez de ética de su jefe.

Del mecanismo totalitario que ha impedido en la práctica, durante más de tres lustros, la aparición de críticas contra la logse, que impone de forma férrea el lenguaje políticamente correcto, la docena escasa de tópicos, el progresismo inquisitorial y esperpéntico y la invención del pasado, dan idea los libros de texto y un fenómeno específico de la España del último cuarto de siglo: el desproporcionado poder fáctico acumulado por el monopolio de la información. En la guerra contra la veracidad, la lucidez y la inteligencia, se ha sustituido la visión cronológica, lineal, nacional y universal de la geografía, la lengua, la literatura, la filosofía, el arte y la historia por migajas ocasionales salpicadas en áreas y en páginas cubiertas de ilustraciones y redactadas en estilo catequista e infantil. Esto ha alcanzado cotas de sangriento ridículo en el País Vasco, pero también ha producido caricaturas pedagógicas nada desdeñables en otras regiones, puesto que en ellas impera una clientela localista que antepone el enriquecimiento y la promoción tribal a cualquier consideración guiada por la grandeza, la racionalidad y la excelencia. Desde un gobierno central cada vez más vacío de atribuciones, nadie osa reprochar a los virreinatos autonómicos la ilegalidad constitucional del contenido de sus libros de texto, la falsedad y desinformación a la que someten a los estudiantes y el gueto lingüístico en el que pretenden recluir a aquéllos que no pueden costearse centros privados. El negocio editorial se enriquece mientras, en todo el territorio español, con unos manuales que nunca han contenido menos, pesado más ni costado tan caros, un refrito de fichas, siempre elaboradas por equipos según los preceptos logse y destinadas a marcar destrezas, habilidades y valores ecológico-gregarios memorizables a los llamados niños, que a veces peinan barba, a los que se pretende distribuir simultáneamente potitos didácticos, juegos de mesa y preservativos. Los peores textos son a veces, en los centros, defendidos por valedores de la logse que obtienen ventajas económicas de su imposición. La otra cara editorial es un control de los medios que permite asegurar presencia continua a los miembros de nómina siempre y cuando muestren pública, uniforme y regular adhesión a las consignas sociopolíticas de la tribu.    El credo es, por demás, simple (cierta mezcla de socialtercermundismo primario, indigenismo ecológico y relatividad cultural en la que no pueden faltar el antiamericanismo y las diatribas contra los poderosos, el capitalismo y contra una derecha fuente de todos los males). Ello permite a la nueva clase de ricos por fraude servir al pueblo llano el puré ideológico predigerido, que también chorrea de los libros escolares, mientras que los beneficiarios del invento se alhajan para la fiesta como granjeros y cerdos en el capítulo final de la fábula de Orwell. Este horizonte intelectual minúsculo, tan caro, por razones obvias, a las autonomías y a la élite de código restringido, se halla pertrechado, para su defensa, de una batería de improperios que suelen limitarse a la excomunión, como fascista, reaccionario, burgués imperialista, derechista y franquista, de cualquiera que difiera de ellos y que amenace, por la inevitable fuerza que la verdad y la evidencia tienen, el próspero disfrute de su negocio. La máquina ha funcionado de forma excelente y se las promete felices por la fuerza del monopolio informativo-editorial y por la tendencia al sistema político de cómoda alternancia dual de partidos y reparto de cotos de poder y pactos, con periódica distribución de prebendas entre la coreografía, pasablemente parásita, de los grupos de presión y los representantes de las masas y la paz social. La operación es de calado: significa la sustitución de la democracia, en el sentido noble y deseable del término, por un populismo demagógico que es, hoy por hoy, su peor enemigo. No hay más antídoto posible que la intervención de cuantos son de ello conscientes y la destrucción del mito de las dos Españas.

El mito legitimador de autoctonía, que ha encontrado hasta ahora su último reducto en Educación, Comunicación y Cultura, se construye con una versión amputada, tergiversada y maniquea del siglo XX, la Guerra Civil y sus orígenes, la dictadura y la transición; se impone con un chantaje político y moral continuo que anula la disidencia y se asegura sine die dominio y privilegios, y defiende un victimismo de perpetua lucha de clases que le garantiza, pese al continuo desmentido de los hechos, el provechoso monopolio de la buena conciencia. En esta pugna por mantener a viento y marea el papel de Buenos de una película inexistente, las víctimas importan poco. La verdad es la primera de ellas, como en toda guerra y reducto totalitario que se precie. Se ha tenido buen cuidado de reducir a Fuerzas del Mal y del Bien presente, pasado y perspectivas de futuro, se ha incluido en una leprosería a los otros, una derecha identificada en bloque con franquismo, éste con fascismo y éste connazismo a su vez. Con el mismo desdén por el rigor y el conocimiento, se han conservado como iconos dictaduras-el más típico es el caso de Cuba-por las que pasean, frecuentemente con invitación y sin quedarse nunca a vivir en ellas, los miembros de la clase mediática dominante. La reiteración terminológica tiene en este proceso un papel fundamental: la identificación con el Bien se efectúa a base de la repetición exhaustiva del puñado de mantras imprescindibles (socialista, progresista, izquierda, igualdad). Se ha producido un eficaz mecanismo de autocensura por el que los individuos no osan pensar, expresar ni interpretar la realidad con términos de signo contrario a los diariamente recibidos. La libertad que aparentemente les baña es la del soma, del licor de la victoria y la ebriedad gratuita de Orwell y Huxley, una sopa popular de pequeños alicientes con primas para la zafiedad erigida en canon y precepto. Bajo el aparente pluralismo se toleran pocos competidores. La nueva Iglesia laica sociopolítica ve con buenos ojos múltiples prácticas y exóticas sectas, pero mantiene el cercado del desprestigio y la pena de excomunión para cuantos considera adversarios por su solidez, valores permanentes e influencia.

El clan logse pertenece a un poder fáctico que ha cometido, desde principios de la transición, un crimen imperdonable: perpetuar en beneficio propio la idea, explotada por la dictadura franquista, de las dos Españas. Fue un cainismo de distinto tipo pero en nada mejor que el anterior, que se ha exacerbado de nuevo, en los últimos tiempos, por torpe estrategia electoral, coreada, naturalmente, por la miopía autonómica. Se ha tratado, y trata, del secuestro (descafeinado y en libertad vigilada) de nombre, símbolos y existencia misma del país, de la apropiación y sustitución por ficciones de la Historia y la condena al oprobio y el silencio de los otros, marcados apresurada e interesadamente con el hierro franquista para mejor disponer del campo libre y repartirse el botín. No ha habido el menor escrúpulo en incorporar a ese otros a cuantos aspiran al ejercicio de la razón, reconocen valores y grandeza y anteponen al provecho inmediato la honestidad intelectual. Esto ha dañado muy gravemente a la sociedad española, ya que imposibilita la integración sana y plural, la estima de valores individuales, el fluir de propuestas, discurso e inteligencia, la exposición y asimilación de los hechos, la proyección del futuro. En cambio, al reducir a una leprosería ideológica y mediática a la supuesta derecha abominable, es fácil que en ésta, por reacción defensiva y rechazo de las catacumbas a las que la condena el progresismo oficial, florezcan las posturas y grupos políticos y religiosos más alérgicos al Estado laico, la democracia y la libertad.

El reducto totalitario en el que se vienen moviendo Cultura y Enseñanza es tanto más real cuanto que la censura es interna, mediatizada la mente ex ovo en el ejercicio de apreciación, selección y análisis de la realidad, constreñida so pena de ostracismo, rechazo social, ridículo y represalias a unirse al club políticamente correcto coreado hasta la saciedad en textos, clases, prensa y medios audiovisuales. El lenguaje totalitario se caracteriza por la sustitución de ideas por consignas, la pretensión de inexistencia de cuanto no nombra y la perversión de conceptos que ejemplifica, en su fusión de contrarios, la neolengua orwelliana. Véase, en España, la manipulación histórica, literaria y geográfica, la acronía, la eliminación de causa-efecto, la identificación de progresismo y democracia con sus contrarios: la degradación de la educación gratuita, la mentira generalizada y el razonamiento mínimo. Los sanos principios de la enseñanza pública laica y la separación Iglesia/Estado se han visto defraudados con la logse de forma particularmente irónica bajo el título educación en valores. Se trata de clichés repetidos hasta el hastío, pertenecientes al catecismo oficial al uso. Es el fruto propio del pensamiento débil. Nada tienen esas campañas y rosarios de jaculatorias contra el racismo, machismo, violencia, etc, de principios nacidos de una coherente, amplia y profunda apreciación del mundo. Por el contrario, sólo cubren una ignorancia completa del pasado donde nacieron los conceptos de derechos humanos y democráticos. El craso desconocimiento de la mitología y de la Biblia, de la cultura clásica y del Renacimiento, ha producido generaciones de analfabetos respecto a la simbología más elemental que empapa en Occidente miles de años de filosofía, literatura y arte. El pobre remedo logse de formación del espíritu nacional ha robado a los jóvenes su herencia cultural y los deja inermes cara a la difícil época que les ha tocado vivir. Son comprensibles el desdén y hostilidad respecto a la secta pedagógica, adalid de la infantilización de la Enseñanza, vivero de comisarios logse, barricada visible de una clientela política y de una maniobra educativa fraudulentas. No puede menos de decirse Adversum Paedagogos con el profesor García Madrid. Él apunta sin embargo una posibilidad esperanzadora: la recuperación de esa figura liberal, humanística, de espíritu y horizontes intelectuales amplios, que podría ser, por su coraje, sus conocimientos y su honradez desprovista de complejos y de envidia, el antídoto contra la caterva de expertos de raquítico vuelo que anidan en los despachos de políticos, juntas directivas y sindicatos y defienden con uñas y dientes su hueco en el hombro del jefe. Se han acostumbrado durante décadas a la mediocridad preceptiva que es su medio vital, a la ocupación impune del espacio ético y mediático. Pero el tiempo de chantaje se acaba, y urge la presencia, la aportación y la colaboración de personas y sectores mantenidos en el lazareto, con los que hallarán entendimiento común aquéllos, de buena voluntad y cualquier tendencia, que aspiren a una sociedad mejor.

La degradación causada por el discurso totalitario no es irreversible. Las lenguas son inocentes de las manipulaciones de cuantos pretenden vivir de ellas; se trata de simples moldes, en cambio continuo, que plasman la comunidad que las habla, valen lo que ésta vale y reflejan lo que en cada momento el grupo es. Cada acto de libertad y lucidez, la simple constatación de los hechos, las modifica. De ahí la importancia de recuperar la capacidad de expresión de los individuos, por encima de la jerga políticamente correcta, de la demagogia triunfante y de la imposición mayoritaria del más mísero común denominador. Mucho tienen que aportar en esta dinámica aquéllos cuyo horizonte contempla valores más amplios que el inmediato provecho coyuntural. Porque la verdad realmente hace libres.