La España de Oriana Fallaci

LA ESPAÑA DE ORIANA FALLACI

2007-M. Rosúa

(Este artículo apareció en Foro de Educación, nº 9. Ed. J. L. Hernández Huerta. Salamanca. 2007)

La libertad, siempre.

La libertad, siempre.

La cronología ha dispuesto que los últimos libros de Oriana Fallaci, escritos en un especial estado de pasión, indignación, voluntad de raciocinio y grito de alarma ante el pasivo entreguismo de Europa, hayan coincidido con un periodo crítico para la historia de España, centrado en 2004 pero enmarcado en un contexto geopolítico intensamente determinado por el atentado del 11 S y desarrollado en un inacabado rosario de desastrosos epílogos.
Lo que comenzó como un largo artículo, redactado sin descanso durante quince días y alumbrado por la conmoción, vivida personalmente en Nueva York, de la matanza de septiembre, se transformó en tres libros, el segundo de los cuales se cierra con unas breves líneas de la autora: La fuerza de la razón se imprimía veinticuatro horas después de lo que la escritora define como enésimo ataque del terrorismo islámico contra Occidente, la masacre del 11 de marzo en Madrid, y a esos muertos dedica el libro. Las ediciones se suceden; ella afirma haber controlado palabra por palabra la versión española (traducción, por cierto, que deja mucho que desear). En el otoño del mismo año, 2004, aparecerá el tercer volumen de la trilogía (la cual no es sino un continuum) titulado Oriana Fallaci se entrevista a sí misma. El Apocalipsis. La periodista hace honor a las afirmaciones de que su cerebro la mantenía viva y lúcida por encima del cáncer, impulsado por la fuerza de voluntad y el imperativo del testimonio. Morirá en septiembre de 2006.
España adquiere en sus páginas una dimensión peculiar. Le cabe el dudoso honor de situarse en cabeza de la lograda estrategia de penetración islámica, en primera línea del antiamericanismo, y de haberse transformado con extraordinaria rapidez en un ejemplo de manual del populismo buenista. El capítulo segundo de La fuerza de la razón, redactado antes del once de marzo de 2004, se dedica a la demostración, por vía de los hechos, de que los países europeos son objeto de una ocupación islámica subrepticia que aspira a establecer estados dentro de los estados y se vale, para imponer sus usos por encima y contra las leyes del país de acogida, de la censura, el miedo y la presión de los sectores afines. Utiliza para ello a una población musulmana inmigrada, no sólo ajena a los conceptos de democracia y de libertad individual, sino manifiestamente opuesta a la integración en la nación donde se ha establecido y controlada, en connivencia con las autoridades locales, por imanes cuyas enseñanzas son incompatibles con la separación de poderes y las premisas básicas de un sistema moderno. Sus apoyos son múltiples, desde los medios de comunicación y los políticos que venden una mezcla de pacifismo pluricultural y bienestar gratuito a los intelectuales de nómina, con una base amplísima de beneficiarios de subvenciones, comisiones, contratas y petrodólares cuyo origen se sitúa, finalmente, en jeques, emires y dirigentes de verbo revolucionario y saneada fortuna.Tras pasar revista a la situación en Inglaterra, Alemania, Dinamarca y Holanda, la señora Fallaci afirma que ningún caso es tan grave como el español. En la Península, visitada antes de ir a Miami por el piloto del 11 S Mohamed Atta para entrevistarse, en la cárcel de Tarragona, con un colega experto en explosivos, campan por sus respetos los terroristas mejor adiestrados del continente y han adquirido los príncipes saudíes, el riquísimo clan marroquí y los multimillonarios del Golfo multitud de inmuebles y los mejores territorios de la costa. Éstos y aquéllos financian en España la propaganda islamista, premian las conversiones y gratifican con seis mil dólares a la conversa que da a luz a un varón y con generosas recompensas a las mujeres que se avienen a cubrirse con el velo. Aquí se encuentran los que creen en el mito del paraíso perdido del reino andalusí y aquí existe un movimiento político llamado Asociación para el Regreso de Andalucía al Islam. En el histórico barrio del Albaicín se inaugura la Gran Mezquita de Granada, con un Centro Islámico anejo. El proyecto se efectuó apelando al acuerdo firmado por Felipe González en 1992 de garantizar a los musulmanes el pleno reconocimiento jurídico, materializado y nutrido por el flujo de millones llegado desde Libia, Malasia, Arabia Saudita, Brunei y el sultanato de Sharjah, cuyo príncipe presidió la apertura y aseguró que se sentía volver a su propia patria, a lo que los conversos españoles, por entonces dos mil solamente en Granada, respondieron que se trataba de recobrar sus raíces. La Asociación para el Regreso de Andalucía al Islam nació en Córdoba hace más de treinta años, y sus fundadores no fueron musulmanes de origen, sino españoles de extrema izquierda que cambiaron las profecías de Marx y la religión del proletariado por los preceptos de Mahoma y la devoción al Corán. Naturalmente su iniciativa fue acogida con todo entusiasmo por la jet de Marruecos, Arabia y el Golfo. Llovieron dólares y asociados. Los conversos acudían, no sólo de diversas provincias españolas, sino del resto de Europa, animados además por el hecho de que con la apostasía del cristianismo no arriesgaban la vida, cosa que sí hubiera ocurrido de, a la inversa, abjurar de Mahoma. No hubo reacciones oficiales ni de la Iglesia católica ni de las autoridades. Por el contrario, en 1979, en nombre del ecumenismo, el obispo de Córdoba les permitió celebrar la Fiesta del Sacrificio, durante la cual se degüellan corderos, en el interior de la catedral. Para ello fue preciso cubrir o retirar vírgenes, santos y crucifijos y limpiar luego los restos de animales sacrificados.Visto lo visto, el año siguiente el prelado optó por enviar a los nuevos y entusiastas musulmanes a celebrar el sacrificio a Sevilla (justo es recordar, como hace la escritora, que la Semana Santa sevillana no carece de parafernalia morbosa y sangrienta), pero hubo enfrentamientos. Se los transfirió, pues, a Granada, donde se instalaron, y permanecen, en el Albaicín. Allí han creado un miniestado que obedece a sus propias leyes y posee sus propios hospital, cementerio, matadero, periódico (La Hora del Islam), tiendas, mercados, oficinas, bancos, editoriales, bibliotecas y escuelas, que son madrasas dedicadas a la enseñanza del Corán; y allí han puesto en circulación su propia moneda, de oro y plata, acuñada sobre el modelo del dirham de tiempos de Boabdil. El Estado de Derecho, la Constitución y la igualdad entre todos los ciudadanos se inhiben, como ocurre, por ejemplo, también en Italia cuando los escolares musulmanes rechazan escuchar a la profesora porque es mujer y consiguen que les envíen un sustituto varón, cuando los empleados de tal credo se valen de su religión para amenazar al empresario con denuncias de racismo si les reprocha su ineficacia laboral, cuando se pretende por imposición musulmana desterrar obras de arte, canciones, iconografía, celebraciones y usos tradicionales del país de acogida, y se transmiten por los medios de comunicación europeos las alabanzas de los inmigrantes al terrorismo y a los asesinatos de Bin Laden. Las autoridades españolas colaboran activamente con los que financian la construcción, no ya de oratorios, sino de enormes mezquitas, cuya altura supere, como es política usual de éstos, a los edificios del entorno con minaretes que demuestren su dominio sobre el infiel, edificios que sean los hitos del orden nuevo, de lo que llama la escritora la mayor conjura de la historia moderna, un proyecto totalitario que se eleva en Europa sobre las ruinas ideológicas de credos fracasados, el clientelismo parásito y los señuelos populistas, con la ayuda inestimable de organizaciones que van desde la Unión Europea hasta los grupos pacifistas pasando por los cristianos ecuménicos y los intelectuales ayunos de catecismo sociopolítico. No es casual que éstos últimos saltaran con tanta destreza de las alabanzas a Stalin al silencio respecto al goulag y del fervor antisistema al apoyo al discurso más reaccionario, el de las teocracias árabes, que existe hoy por hoy en el planeta.
Los borradores de Proyectos de Acuerdo que se están elaborando, con secretismo estratégico y ocultación parlamentaria, en varios países de Europa entre representantes islámicos y entidades oficiales y financieras significan el reconocimiento de un status especial para colectivos dentro del propio territorio, receptores legales de todos los derechos y ventajas pero eximidos de los deberes y obligaciones a que la generalidad de los ciudadanos se halla sujeta, en un esquema por demás muy parecido al que en economía reivindican las supuestas nacionalidades históricas y cuantos han descubierto las ventajas de adscribirse al victimismo de un grupo para el que minoría es sinónimo de trato preferencial e imposición a la mayoría. El caso musulmán, aunque utilice el argumento del respeto religioso, no tiene parangón con otras confesiones, que viven con normalidad su vida ciudadana. Su conflictividad, y la violencia que contra las estructuras de los sistemas europeos ejerce, reside en su radical
incompatibilidad con libertad, democracia y derechos humanos y civiles. La confusión que se establece al unificar islam con árabes y con la totalidad de la comunidad inmigrada es una voluntaria maniobra para anular los derechos de los individuos y del Estado democrático y dejar a los más progresistas y laicos inermes en manos de la teocracia de origen y la red religiosa de control civil.
Lejos de representar estas medidas un avance en la tolerancia y el respeto a las diferencias, tales iniciativas son un apoyo directo a la opresión ejercida por el más rico, influyente, fuerte y poderoso, sea el padre el jeque, el imán el rey, el varón del clan patriarcal o el director de la escuela del barrio. Naturalmente la renuncia del Estado de Derecho a defender la igualdad de todos los ciudadanos y a proteger, por encima de raza, religión, sexo y cultura, a la persona y su libertad tiene como víctimas directas a los más débiles: niños, mujeres, disidentes, represaliados, pobres ignorantes e ignorantes pobres. La segregación y subordinación femenina es tan clara en los preceptos coránicos y en la sharia que está a prueba de exégesis y maquillajes. Los consejos dados por el imán Mohamed Kamal Mustafá, de la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, sobre cómo pegar a las mujeres son de la más estricta ortodoxia y fueron justamente aprobados por el imán de Valencia, Abdul Majad Rejab.
Imán M. K. Mustafá: Usar un bastón fino y ligero, útil para golpearla aunque esté lejos. Golpearla con precisión en el cuerpo, las manos, los pies. Nunca en la cara porque ahí se ven las cicatrices y los hematomas. Tener en cuenta que los golpes deben hacer sufrir no sólo física, sino también psicológicamente. Imán A. M. Rejab: El imán Mustafá es islámicamente correcto. Golpear a la mujer es un recurso. A lo que añade el imán de Barcelona, Abdelaziz Hazan: El imán Mustafá se limita a referirse a lo que está escrito en el Corán. Si no lo hiciera, sería un hereje.
Las raíces de este afianzamiento de situaciones contra derecho se hallan también en las declaraciones hechas durante la Asamblea Parlamentaria de la Unión Europea celebrada en París en mayo de 1991. El Consejo de Europa, a propuesta de la Fundación Occidental de la Cultura Islámica, en la estela del Diálogo Euroárabe de Madrid, dio a luz una serie de ponencias centradas en La contribución de la civilización islámica a la cultura europea. El resultado fue un documento final de ciento ochenta y cinco páginas en el que los diversos delegados occidentales rivalizaban en la apología de un Islam sin tacha que sería la fuente de toda virtud, sabiduría, ciencia y cultura. Raro era el invento que, de escuchar a los congresistas, carecía de precedentes en territorios musulmanes.
Oriana cuenta cómo, con el ardor de una conversa, Margarita López Gómez, de la Fundación Occidental de la Cultura Islámica sita en Madrid, les atribuía la invención de los helados, del papel (que no a los chinos), el primer estudio de la circulación de la sangre y el establecimiento de ciudades de corte moderno.
A lo que se añadiría el cultivo del algodón, la inspiración de las escuelas poéticas medievales del Dolce Stil Novo por el afortunado contacto de los cruzados con el culto a la dama propio de los sarracenos, la Ilustración gracias a Al-Nabulusi quien, en 1730, expresaría en Damasco ideas luego enunciadas por Voltaire, y las bases de la economía moderna, dado que Adam Smith se habría inspirado en las normas expresadas por Mahoma. Tras esto, no cabe sino agradecer y esperar, con la lógica impaciencia, una segunda invasión que civilice, al fin, el Viejo Continente. Mientras tanto los actos se clausuraron con todo tipo de exhortaciones, recomendaciones e iniciativas para crear universidades euroárabes, publicar libros islámicos y ofrecer en prensa, radio y televisión programas relacionados con el tema. De ello es ejemplo el artículo sobre la inauguración de la mezquita de Granada, en el que la redactora entonaba una loa a la gloria andalusí, celebraba el pronto regreso a la ciudad de la voz del muecín que llamaría a la plegaria y esperaba que, con ello, se reparara en algo la ignominia cometida por Isabel de Castilla, quien en 1492 había sido la causante de dos desdichados sucesos: la expulsión de los árabes de España y el descubrimiento de América. El artículo se cerraba con el lógico lamento: Y vivimos ahora en un mundo que todavía sufre a causa del éxito de aquellas dos empresas.
La Historia concede también a España, en el tema que a Oriana Fallaci interesa, un papel muy especial a causa de la temprana invasión islámica, los siete siglos de ocupación (aunque parcial y en franco retroceso desde la baja Edad Media) y el hecho de ser el único país en haber expulsado, finalmente, a los musulmanes de su suelo. Desde luego la periodista no suscribe la teoría de la pacífica convivencia de culturas, que califica de mito colaboracionista, y remite a los lectores a las crónicas de monasterios y conventos quemados, iglesias profanadas, religiosas violadas, cristianas y hebreas raptadas para ser recluidas en harenes, crucifixiones en Córdoba, ahorcamientos en Granada y decapitaciones en Toledo, Barcelona y Zamora. La población hispanovisigótica estaba obligada a ocultar los símbolos cristianos, inclinarse al paso de los musulmanes y mostrar sumisión, y no se le exigía convertirse porque ello les hubiera eximido de pagar tributos al califa. Las invasiones procedentes del norte de África, el desembarco de ejércitos tan ávidos de botín y territorio como impregnados de fundamentalismo purista y que contaban en la Península con grupos que actuaban de quinta columna, fue una constante, como lo fue el hostigamiento de las poblaciones mediterráneas por los piratas berberiscos.
En el siglo XVI los turcos, tras haberse hecho dueños en 1453 de Constantinopla con un baño de sangre, avanzaban por Centroeuropa, la ocupaban, sitiaban Viena y anunciaban claramente su propósito de englobar el Continente entero en el Gran Islam que reivindica el fundamentalismo actual y que la hubiera reducido a algo semejante a lo que son hoy los países del Magreb. En 1571 el general turco Lala Mustafá se apoderó de Chipre, hizo mutilar, y desollar en público al patricio veneciano Marcantonio Bragadino, gobernador de la isla, que intentaba negociar con él la paz, y ordenó, una vez que éste hubo
muerto bajo la tortura, que le fabricasen un monigote con su piel. Mientras el rey de Francia se aliaba con la Sublime Puerta España, unida a Venecia, el Vaticano, los ducados italianos y Malta, se enfrentó en Lepanto a la flota turca y logró con esa victoria frenar el avance del imperio otomano y cambiar lo que parecía extensión imparable, que hubiese significado un mapa de Europa muy distinto del actual.
España es objeto de la atención de la señora Fallaci en otro especial
momento histórico: 1975. Franco agoniza. Se perfila la transición democrática que en realidad llevaba años gestándose. En su entrevista con el Secretario General del Partido Comunista Español, y en la introducción previa, la periodista expresa, no sólo su percepción de Santiago Carrillo, sino las expectativas de una Europa que observaba el último acto de una larga y anacrónica dictadura y aguardaba expectante la reacción posterior del país. Oriana es por entonces una mujer de cuarenta y seis años, en la plena madurez de una destreza profesional de la que son parte la pasión y la energía. Con el instinto del periodista y la vehemencia de su compromiso por la defensa de las libertades, refleja y concentra en su persona lo que eran sentimientos comunes de la opinión pública: la querencia de utopías y el reconocimiento de realidades insoslayables.
Existe en Occidente, junto con el rechazo de las dictaduras, un grave
conflicto identitario. Sectores importantes de intelectuales y de ciudadanos habían apostado, de una forma más platónica que otra cosa, primero por el comunismo revolucionario; luego, según los desastrosos efectos de éste se hacían más obvios, por un vago socialismo que sabría conciliar teorías marxistas con democracia y libertad. Oriana abomina del estalinismo y sus seguidores, ha reflejado impecablemente el fundamentalismo marxista de Alvaro Cunhal, la franca honestidad del presidente Mario Soares (quien denuncia que Cunhal y los suyos se han hecho con todos los medios de comunicación de Portugal) y las contradicciones de otros líderes; recuerda el desprecio de su padre por la castración colectiva del albedrío de los individuos que los sistemas comunistas producen.Ya entonces, 1975, advierte la trampa del chantaje dual «Derechas/Izquierdas»: Ay de no ser tenido por persona de izquierdas, o lo bastante izquierdista. Equivalía a ser calificado de reaccionario, de contrarrevolucionario, de fascista. Al que no era comunista se le llamaba fascista. Pero ella se aferra al amor a la independencia y necesita, como tantos otros de su época, saber que las esperanzas e ideales revolucionarios no han existido en vano. En Santiago Carrillo encuentra al comunista perfecto, imprescindible, el Hombre Nuevo del futuro en quien se alían inteligencia y bondad, el dirigente de un partido marxista que opta, ¡al fin!, por la tercera vía, que ha descubierto y que promete ese «socialismo en libertad» que es la piedra filosofal de los alquimistas políticos.
Carrillo, que cuenta sesenta años, es un hombre delicioso, distinto de todos los demás, encantador, enemigo de la violencia, dispuesto a aceptar alianzas con todos los partidos, a someterse al veredicto de las urnas, alguien que considera desfasada la pretensión de dictadura del proletariado e injusta la invasión soviética de Checoslovaquia. Oriana muestra hacia él una admiración rendida, difícilmente observable respecto a otros sujetos de sus reportajes. Si todos los comunistas fueran como Santiago Carrillo, el mundo sería más inteligente y más feliz. No hay apenas preguntas sobre la Guerra Civil ni aparecen temas espinosos.
Entrevista con la Historia, ese volumen en el que se publican las que Oriana Fallaci realizó entre 1969 y 1975, es un libro fascinante en el que los personajes que hace tres décadas tejían, o creían tejer, la Historia juzgan el destino del planeta, el pasado, el futuro y a sí mismos. Se trata de un documento que resulta hoy inapreciable por la comparación de aquella visión del mundo con el posterior desarrollo de la realidad. La periodista ha llegado a España dispuesta a poner flores sobre las tumbas de los últimos ajusticiados por el franquismo, a denunciar los crímenes finales del dictador. Se identifica con la lucha contra la opresión que juzga ser la de ETA. Huele por todos sitios la sangre de las víctimas del régimen que se extingue y ve en Carrillo alzarse frente a ella a un hombre que había dedicado su vida a luchar por el cambio pacífico. Sobre toda la entrevista planeará el olor de la sangre de los cinco fusilados, a los que siempre se califica de criaturas por su juventud. (No se percibe el olor de ninguna otra sangre ni se cita que a éstos chicos de entre 21 y 27 años se los acusaba de tres asesinatos, asalto y atraco). Criaturas se repite cuando habla Carrillo de las generaciones sacrificadas por el General, contra cuyas infamias él ofrece una paciencia y deseo de reconciliación nacional angélicos. Su personal pasado estalinista parece al militante español de absoluta lógica teñida, incluso durante su estancia en la URSS, de ingenuidad. Nada advirtió, en sus seis meses de residencia en Moscú: yo no puedo decir que guarde un mal recuerdo de Stalin porque en aquella época no sabía que Stalin fuese Stalin. No se veía en nada (sic). Y lo explica diciendo que él nunca aprendió ruso, y además gozaba de total libertad y podía decir a los soviéticos (recuerde el lector que se está hablando del periodo de purgas, depuraciones, asesinatos y deportaciones) lo que se le antojara. Tampoco se enteró de mucho en Nueva York, donde residió otros seis meses, a causa de su desconocimiento del idioma. Una impermeabilidad al aprendizaje de lengua extranjera difícilmente creíble en alguien de veintipocos años. La entrevista se cierra con las seguridades que el líder comunista ofrece a la periodista de que, tras el asesinato de aquellas cinco criaturas, la larga noche franquista está por acabar.
Treinta años después, ni la noche ni el día son ya lo que eran. Oriana
observa con desconfianza y tristeza a una España en la que la blanda rendición ante la agresividad de las nuevas invasiones, la incapacidad de defender valores e identidad propios, la cobardía oportunista y el sectarismo tribal son, como en Italia, rasgos dominantes. España forma parte del coro de la izquierda caviar especializado en himnos al pacifismo incondicional, el antiamericanismo venenoso, el filoislamismo entusiasta y el antioccidentalismo masoquista. La pronta retirada de las tropas españolas de Irak por el gobierno llegado al poder tras el atentado de Madrid del 11 de marzo le produce desprecio, y su juicio sobre el presidente José Luis Rodríguez Zapatero se resume en calificarlo de insoportable, populista cínico y pícaro deleznable que no vale un comino.Ve, sobre todo, claro peligro en la perversión del lenguaje y en la avidez con la que grupos parásitos explotan el gran negocio del victimismo e imponen la dictadura de las minorías. Le repele la rentable y agresiva petulancia de homosexuales, ecologistas, antisistema y de cuantos, en nombre de «Paz», «Pueblo» y «Naturaleza», adoran la moda islámica y sirven a los enemigos de la libertad.
Hace alusión al brindis al sol de Zapatero legalizando, sin que nadie le tratase al menos de cretino (sic), el matrimonio y la adopción para las parejas homosexuales, y utilizando, a falta de cosa mejor, el exhibicionismo de esos grupos para procurarse él notoriedad y clientelas. Esto mientras juega a desdeñar a una Norteamérica que es para Europa el único baluarte de la libertad, que envió por miles a sus soldados a defenderla en las dos Guerras Mundiales y que constituye el más claro exponente democrático y el único defensor real que a Occidente le queda. Oriana no reconoce -está bien acompañada en ese sentimiento- a su Italia en el país actual, acomodaticio y de dirigentes sin categoría.
La suya es una patria valiente, digna, laica, defensora de su cultura y de sus principios, que no se deja intimidar. La escritora jamás renuncia a su ideal de revolucionaria impenitente enemiga del miedo y de la sangre, segura del poder de la inteligencia, la razón, la paciencia, la belleza, y se rebelará hasta el final contra esa Europa sin alma que se somete a los terroristas. Recuerda que los estadounidenses respondieron con bravura a la pública exhortación de Bin Laden antes de las elecciones. Él les dijo que no debían votar a Bush para así evitar otro Manhattan. Os hablo para deciros que seguir con la misma política conducirá a la repetición del incidente (sic; incidente figura en el discurso televisivo de Bin Laden) acaecido el 11 de Septiembre. Ellos se negaron a practicar la rendición preventiva.