04/1/17

UTOPÍAS Y CLIENTELAS (Historiadores al rescate)

   UTOPÍAS Y CLIENTELAS

(Historiadores al rescate)

Historiadores al rescateRosúa, M. (2011). Historiadores al rescate. En Hernández Huerta, J. L., Sánchez Blanco, L., Cachazo Vasallo, A., Rebordinos Hernando, F. J. (Eds.), Historia y Utopía. Estudios y reflexiones (pp. 103-123).  Salamanca: Hergar Ediciones Antema. ISBN: 9788493948214.

Se publicó en 2011 en Hernández Huerta, J. L. y otros, Rebordinos Hernando, F.. J. (Eds.), Historia y Utopía. Estudios y Reflexiones (pp. 103-123).  Salamanca: Hergar Ediciones Antema. ISBN: 9788493948214 

2011-M. Rosúa

   Si no fuera por el desastre, educativo y mucho más, que ha marcado las últimas décadas y de no ser por las bajas en forma de generaciones robadas de su herencia cultural, de ignorantes, de dependientes profundos creados a efectos de coreografía y voto, de aspirantes, frustrados, a la independencia laboral y económica, de víctimas físicas y no físicas utilizadas para, subido a ellas, tocar poder, de no ser por esto, cumpliría felicitar a cuantos investigadores se sientan a la mesa de trabajo, cara al futuro, con los materiales del presente y del pasado sobre ella.

Chinos Buenos.Papeles recortados, época maoísta

Chinos Buenos.Papeles recortados, época maoísta

 Porque éste es tiempo de  historiadores, que, como el    biólogo que descubre especies  nuevas, tienen ante sí  fenómenos que no por  formados, como el universo, con  materias antiguas dejan de ser  una excitante novedad. Les  esperan batallas difíciles y  peligrosas dada la trama de  intereses que se nutre del  ocultamiento de los hechos,  pero es lucha necesaria. Los aplazamientos, como el miedo,  se han ido agotando; los  sucedáneos y rodeos tienen  sabor a marchito y a cansino; el  ataque a la prolífica especie  parásita que vive en el  ecosistema de los tópicos ofrece  pocas recompensas y muchos  riesgos. Continue reading

04/1/17

Mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid

 MAYO 2011: ACAMPADA EN LA  PUERTA DEL SOL

Paso por la Puerta del Sol para intentar captar esa percepción fugaz, concentrada, repentina, que sólo da el contacto físico con la realidad.

Mayo de 2011. Puerta del Sol

Mayo de 2011. Puerta del Sol

La primera impresión es de burbuja, burbuja marginal, joven y festiva encapsulada respecto a la ciudadanía, la ciudad y el país circundante. Y ello por la vaguedad abstracta de sus peticiones, que en realidad configuran un ideal milagrero de pan y peces subvencionados. Hay algo a la vez anciano e infantil en estos jóvenes, un 68 sin nervio, originalidad ni horizonte. Continue reading

04/1/17

EN UN MUNDO EXTRAÑO

EN UN MUNDO EXTRAÑO

2011-M. Rosúa

 

Larga noche

La noche larga

Donde los ultracuerpos han tomado el lugar que ocupaban las personas en su imagen cotidiana. Repetición de los mismos, idénticos tópicos, consignas sobre la sociedad, los personajes y acontecimientos, con milimétrica, previsible exactitud y, lo más escalofriante, con la patente certidumbre de estar enunciando opiniones propias. Del provecho ecológico de cobrar las bolsas de plástico hasta la monolítica adscripción a un bloque de bondad Continue reading

04/1/17

NO AMAMOS AL GRAN HERMANO

NO AMAMOS AL GRAN HERMANO

 2011-M. Rosúa

Proa ¿a dónde?

Proa ¿a dónde?

Estáis esperando que toda la población, menos los irreductibles que se escupen al lado como el hueso de la fruta, se sume a la conmovida gratitud, al irreprimible espasmo sentimental que produce ver llorar a los dirigentes a lágrima viva porque han logrado acabar con un grupo terrorista, porque han devuelto la libertad, la felicidad y la completa democracia a todo el país. Ésa es la calificación con la que presentáis vuestra hazaña, envuelta en ramos de flores, brindis, vítores y promesas nada menos que del premio Nobel de la paz.

Debajo de la p, de la a y de la z, y de cada una de vuestras sonrisas y lágrimas (“Retenedme, que rompo en sollozos”, “Mirad, sin perder detalle, hasta qué punto estoy emocionadísimo”) hay, exactamente, el fenomenal pago de un soborno, Continue reading

04/1/17

LOS ESTADOS COMBATIENTES Y LAS GUERRAS DE PRIMAVERA Y OTOÑO

Los Estados Combatientes y las Guerras de Primavera y Otoño

España. Europa. Y más allá.

Junio de 2012

Revolución Cultural. China, años 60. Papel recortado con motivo maoísta.

Parece que fue ayer. Hace entre    dos mil novecientos y dos mil    doscientos años se vivía en China  un período (de siete siglos que hoy  dan impresión de brevedad porque  las eras ya no son lo que eran) que  se llamó de Primavera y Otoño y  de los Estados Combatientes.  Reinaba la dinastía Chou, primero  del Oeste y luego del Este, y fue  una curiosa época de crecimiento económico, prosperidad, incertidumbre y guerras interminables  Para el gran público, sólo ha sobrenadado al tiempo, las luchas y los príncipes el nombre de alguien que se definió como maestro: Confucio.

Comienzo del tercer milenio. Ahí están Europa otoñal, incapaz de digerir sus esperanzas y logros, enzarzada en taifas, Continue reading

04/1/17

MONUMENTO AL VOTANTE DESCONOCIDO

EL MONUMENTO AL VOTANTE DESCONOCIDO

 (17-Mayo-2015. Madrid, una semana antes de las elecciones)

Luz de Gas

Luz de Gas

La llama tiembla, avanza y retrocede en el estrecho cuenco de piedra que la acoge y alimenta. Fluctúa, como un barco en alta mar, pero no se extingue. La alimentan historias que no figuran en la prensa, no enmarcan las pantallas, no tienen la menor audiencia. Paralelamente, pero en un monumento historiado sobre el que convergen todos los focos, crepita la voluminosa pira de los fabricantes y recolectores de votos, que chispea con la grasa abundante de la piara nutrida de impuestos nunca anunciados como tales a la voz pública, lancetas que sangran a la res enorme de la controlada y laboriosa población. Continue reading

04/1/17

ADOLFO SUÁREZ MUERE EL 23 DE MARZO DE 2014

Adolfo Suárez muere el 23 de marzo de 2014

El recuerdo.

El recuerdo.

 Definitivamente. Porque su cerebro se había vaciado de recuerdos desde hacía años. Y su muerte, de una forma extraña, me ha llenado de tristeza. Todos los epítetos verdaderos se han unido para desgarrar el tejido que quedaba de una época –los setenta, los ochenta- que se identifica con lo más ilusionado de mí, con lo más ilusionado del país, con la referencia lejana de gentes y hechos respecto al telón de los cuales los protagonistas de la res pública actual son de una mediocridad y de una vileza abrumadoras. Se me va, con ese hombre que ya se había ido, un trozo de mi vida, y es desolador lo que queda al descubierto, como el vacío entre los huesos al quitar la piel. Continue reading

04/1/17

EL MARTIRIO EN EFIGIE DE JOSÉ MARÍA CALATRAVA

El martirio en efigie de José María Calatrava

(Sobre la presentación del libro La desventura de la libertad, de Pedro J. Ramírez)

Se merecía esto

Se merecía esto

 El 8 de mayo de 2014 tuvo lugar en el Ateneo de Madrid una sesión de tortura en efigie. Lo más penoso era la indefensión completa del reo, encerrado en un retrato oficial que se exhibía, a modo de túmulo, enmarcado por los pliegues de una pieza de tela oro viejo y subido a un podio Continue reading

04/1/17

EL FINAL DEL CHANTAJE

ESPAÑA,  JUNIO DE 2014

 EL FINAL DEL CHANTAJE

M. Rosúa

 

Hay muchos Santos Oficios, de nómina

Hay muchos Santos Oficios, de nómina

No se trata de un tópico: Vivimos, en efecto, una época importante porque significa, amén del final de la Transición (ya era hora) como dicen -que también lo es-, el final de algo nefasto: del chantaje. El de Izquierdas/Derechas, la gran manipulación a base demonizar, de distribuir etiquetas (bien remuneradas) de Buenos/Malos, de preconizar utopías a costa de otros, de populismo fácil, de un mecanismo verbal e intelectual nefasto bajo el que han brotado y pululado tribus que han vampirizado recursos y energía, copado educación y cultura y llenado el espacio cognitivo y perceptivo con Continue reading

04/1/17

DIARIO DE UN PACIENTE

DIARIO DE UN PACIENTE

 Julio de 2012

 Me he levantado llena de inquietud: Nada me duele, ninguno de mis componentes falla, no observo señales de mi seguro fin.

Bendición del pincho de morcilla

Bendición del pincho de morcilla

En otras circunstancias, hubiera salido a la calle con la modesta certidumbre de apreciar el frescor de la mañana, el verdor joven de los árboles, el primer café. Pero el proyecto sin más aspiraciones que las cuatro paredes del presente ha sido cubierto, en el consultorio, por una paletada gris. Continue reading

04/1/17

EL OTRO ESTADOS UNIDOS

EL OTRO ESTADOS UNIDOS

2008-M. Rosúa

Eran USA

Eran USA

Estreno. En la pantalla, los malos son grises, están lívidos y tienen un aire que recuerda vagamente a los agresivos extraterrestres de los primeros tiempos de la ciencia-ficción. Van vestidos de negro y su expresión es amargada y tensa incluso en el gozo de la victoria. El plano de fondo, con banderas, presenta el escasamente eufórico diseño de una esquela. Sus antagonistas, los buenos, son guapos, altos e impecables, están dotados de los mejores sentimientos, respiran optimismo y salud, se mueven entre luces y objetos de brillante colorido, viven grandes amores e inquebrantables amistades y, pese a que la acción transcurre en los años cuarenta, no fuman. Continue reading

04/1/17

DENISOVANOS Y AUSTRALIA

DENISOVANOS Y AUSTRALIA

2013-M. Rosúa

Lograron sobrevivir en el desierto rojo

Lograron sobrevivir en el desierto rojo

 Desde mi primera visita a Australia, los aborígenes australianos me parecieron, por su extrañísima morfología, la rama de una antigua y aislada especie del género homo, hostigada quizás por neandertales y cromañones hasta arrinconarla en el inhóspito corazón de Australia, a la que en tiempos se pudo acceder por las bajas aguas del sudeste asiático. Por supuesto, la censura de la corrección sociopolítica y el pensamiento fácil (que hacen de la era de los múltiples mensajes y la omnipotencia comunicativa una época con menor libertad que sus cercanas vecinas temporales) impedía Continue reading

04/1/17

Sumeria. La escritura cuneiforme

Mesopotamia. Sumeria. Antes del DiluvioSUMERIA. LA ESCRITURA CUNEIFORME.

   La dimensión temporal, sus asombrosos  miles de años de existencia, es lo primero en  llamar la atención, porque se conjugan todos  los rasgos de una civilización madura y  auténtica con la lejanía cronológica y su  persistencia como lengua viva y después  como lengua muerta, pero utilizada por toda  el área de Oriente Medio y Egipto como  vehículo diplomático, de una manera similar al latín en la Edad Media. Continue reading

04/1/17

Wu Hsing-Kuo Rey Lear-Madrid, 27-05-2016

Wu Hsing-Kuo Rey Lear

Wu Hsing-Kuo Rey Lear

WU HSING-KUO, O LA SOLEDAD Y LAS PASIONES UNIVERSALES

 

Sobre el King Lear, de Shakespeare, representado en ópera china por el Contemporary Legend Theatre, de Taiwán

Por Wu Hsing-Kuo, director, dramaturgo y actor en solitario, Con su equipo y músicos. (Teatros del Canal, 27 de mayo de 2016. Madrid)-

M. Rosúa

Wu aparece en el centro del escenario, rodeado por grandes figuras grises cuyas formas participan de las rocas y de perfiles vagamente humanos, decidido a construir un puente, el que enlaza su propio pasado, el de su tierra de origen y el de un Oriente tradicional pero abierto al futuro con un Occidente al que para la gran mayoría el teatro chino sólo es accesible con el lenguaje de sonidos, colores y gestos. Y el actor aúna, en su persona que se transfigura Continue reading

04/1/17

LAS ARCAS PERDIDAS

LAS ARCAS PERDIDAS

(Revista de Amigos del Arte Altomedieval. 2014. On line)

 

2014-Mercedes Rosúa

Amanecer asturiano

Amanecer asturiano

Viaje al prerrománico asturiano

Está ahí, pequeña sobre la pequeña colina que la sustenta, una loma redonda y mansa, como el estanque subterráneo en el que tal vez iglesia y elevación reposan. Nieblas y claros descubren un paisaje de casas esparcidas, sin grandes poblaciones. Podría anclarse en otro tiempo. Hasta las cimas de las montañas duermen en un viejo oleaje retenido, ajeno a la dureza bravía de los Picos de Europa. Continue reading

04/1/17

ESCALADORES DE LA HISTORIA

ESCALADORES DE LA HISTORIA 

De M. Rosúa, para Raúl, Pablo, Carlos y cuantos me acompañaron en el viaje de Amigos del Arte Altomedieval el 23 y 24 de agosto de 2014. Con mi agradecimiento por su saber y muy grata compañía.

Santiago de Peñalba, nitidez de luz y sombra.

¿Se puede ir a un lugar más necesario que el Valle del Silencio? La ascensión comienza desde la hondonada tórrida de la gran ciudad en el punto de encuentro de las dos Castillas, requemada por la tenacidad del sol y el calor apelmazado en el hormigón de calles y estructuras. Los ruidos, en brote, en germen, en amenaza, ya vuelven por sus fueros a donde solían con el final de las vacaciones de agosto, y el horizonte es de meses agobiados por tareas imperiosas y coyunturales que muerden una y otra vez los talones, encerrado cada uno en el pequeño círculo de la diminuta existencia personal, la docena de metros cuadrados y la docena de personas que constituyen el habitual entorno.

Pero hay una salida hacia el norte, Continue reading

04/1/17

EL BUSCADOR Y SU PRESA

EL BUSCADOR Y SU PRESA

M. ROSÚA

(Tras el viaje La ruta de Fernán González,  artículo aparecido en Altomedieval, revista on line de la Asociación de Amigos del Arte Altomedieval Español. Octubre de 2015)

Cepas y piedra

Cepas y piedra

La meseta está sembrada de cascotes en gran parte invisibles, cubiertos por capas de polvo producto de varios siglos, vecinos de pueblos sucesivos, que se resisten a morir, mecidos en sus estratos oscuros por las aguas freáticas, aventados hasta colinas donde se codean con fósiles de un primigenio mar, transportados por manos ávidas de piedras hasta muros, abrevaderos y casas de labor. Todo es mar. Un mar de tierra que encierra modestísimos tesoros, sacudido al lento ritmo de milenios por galernas y mareas que, sea han salpicado la meseta del Duero con duros, sufridos foramontanos, sea la han despoblado con la invasión musulmana, cuidadosa de quemar las iglesias con sus cristianos dentro (toda una tradición), sea ha vuelto a repoblarse con los que tenían la espada en una mano y la azada en la otra. Continue reading

04/1/17

UNA PECULIAR CRUCIFIXIÓN Y UNA MUJER EXCEPCIONAL

UNA PECULIAR CRUCIFIXIÓN Y UNA MUJER EXCEPCIONAL

M. Rosúa. Publicado en la Semanal de Turismo Prerrománico. Revista Altomedieval on line. 19-Octubre-2016

Crucifixión. Beato de Gerona. Monja Ende. S. X.

Una de las miniaturas que aparecen en el artículo sobre copistas de La semanal de turismo prerrománico de la segunda semana de octubre de 2016 merece especial atención. Se trata de la Crucifixión, del Beato de Gerona. Y no, aunque ya es de por sí mucho, porque la artista sea la primera y única mujer pintora de la época, sino por las características de la miniatura en sí, Continue reading

04/1/17

HUELLAS DE FUTURO-ORENSE, ARTE PRERROMÁNICO

HUELLAS DE FUTURO

Mercedes Rosúa

Este artículo apareció en La Semanal del Turismo Prerrománico, revista on line Altomedieval primera semana de noviembre de 2016,

Salida y travesía larga de la estepa de Castilla la Vieja, dirección noroeste, para ver, como restos de barcos hoy varados en lejanas playas, algunas iglesias prerrománicas. Es un viaje a contracorriente, en el tiempo y en mucho más, hacia lo que queda, apenas, de lo que fue y hacia lo que pudo ser esta piel estirada de Hispania, tendida de sur a norte, en azaroso y siempre incierto equilibrio entre el África pronto asolada por las ávidas olas del monoteísmo guerrero y tribal del desierto y el vivero, trunco pero repleto de brotes y semillas, de la civilización romana. Continue reading

04/1/17

EGIPTO È VICINO

El alma (el Bâ) vuela

El alma (el Bâ) vuela. British Museum

 

EGIPTO È  VICINO

M. Rosúa

(Este artículo apareció en 2009 en la revista  del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto, IEAE.)

  Egipto, el Antiguo y lo que del Antiguo continúa desvelando el actual, es y puede ser cercano, abierto y fuente de apreciaciones útiles para la común especie a la que sus integrantes pertenecieron. Uno de sus rasgos más peculiares es el interés que suscita. A ello se atienen las reflexiones que siguen, exentas de pretensión erudita alguna. Continue reading

04/1/17

Artículos

A veces, muchas veces, no hace falta que venga el dios Apolo a conceder don profético alguno. Basta, para adivinar el porvenir, con mirar el presente sin filtros de intereses creados, sin servidumbres a las consignas de la tribu; es suficiente con querer ver, ejercer la lógica y preferir a todas las amistades la de la verdad.

 

La utilización evocativa de Casandra puede parecer pretenciosa, pero no hay en ella sino una cierta empatía agridulce entre colegas. El don consiste simplemente en carecer de aptitudes para la cómoda ceguera voluntaria.

 

El lector puede jugar a la adivinanza siguiente: Lea los artículos de prensa que aquí se le muestran. Una vez finalizado cada uno de ellos, póngale una fecha en la que él supone se escribió y publicó. A continuación verifique su error o acierto según la datación que figura al pie. Entonces comprenderá la elección del nombre de Casandra.

Artículos en revistas

Artículos en periódicos

03/15/17

Transiciones

Y ahora, ¿qué va a ser de nosotros sin bárbaros?

Esas gentes eran, al fin y al cabo, una solución.

 P. Cavafis: “Esperando a los bárbaros”

Los capítulos de De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa» pueden leerse cada uno, dada su estructura, como artículos aunque el libro en sí  tenga un desarrollo progresivo y lineal.

Transiciones

Capítulos del libro De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa.https://www.elrincondecasandra.es/transiciones/

 

Dualidad Bueno y Malo malísimo (Bulgaria, fresco).Dualidad Bueno y Malo malísimo (Bulgaria, fresco).

 

A la transición pacífica, desde un régimen dictatorial a otro realmente parlamentario elegido con todas las reglas del sufragio universal y las normas electorales, sucedió rápidamente en España la generación y mantenimiento de una estructura oportunista, incrustada en la deseable y genuina, de carácter esencialmente parásito, autolegitimada por la mitificación como el Mal absoluto del régimen anterior y sostenida por (cap. 1 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa» Continue reading

03/15/17

Cómo fabricar transiciones

Cómo fabricar transiciones:

Paga tribus y tendrás muchas

 

La República Española. Museo de Melilla.

La República Española. Museo de Melilla.

En la España de las postrimerías del franquismo, en los años setenta y principios de los ochenta, hubo un primer proceso admirable por su pacifismo. Pero a la Transición A, la genuina, basada en valores tan positivos como el general deseo de concordia y la búsqueda del bien común ciudadano enmarcado en instituciones estables, libres, democráticas y similares a las de los países desarrollados europeos, siguió con lamentable rapidez la Transición B, que se desarrolló a partir y en el cuerpo mismo de la anterior, aunque con miras opuestas. Se sustenta en la elaboración y capitalización del antifranquismo como mito legitimador, y esto a todos los niveles, (cap. 2 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

La estupidez sin esfuerzo

La estupidez sin esfuerzo

 

Al asalto del empleo público. (Mayo de 2011. Acampada de Indignados en Madrid)

De la categoría a la anécdota: La ignorancia, vagancia y desánimo plañidero es la generosa cosecha de una vasta y pertinaz siembra, el fruto del filtro a contrario favoreciendo la mediocridad por decreto y la generalizaciónde la ingeniería social basada en el victimismo, extraordinariamente rentable en tramos electorales de corto plazo y gran control de los canales comunicativos. Por ejemplo: No existe una maquiavélica conjura para lograr que los estudiantes nada sepan, que (cap. 3 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

La Enseñanza como botín

La Enseñanza como botín

 

Leonardo II

¿Para qué Leonardo? (Leonardo Da Vinci. Fragmento de “La Virgen de las Rocas”)

Pocos atracos pueden compararse a la apropiación, como botín, del entero sistema de Enseñanza. Merece el honor de clasificarse entre los robos más grandes jamás contados. Prueba de ello es la virulencia con la que se defiende, por sus ocupantes, el dominio del coto. Se trata, además, de un robo al que difumina la aparente inocuidad del sujeto. La Educación es un tópico (cap. 4 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

Educación para la indefensión

Educación para  la indefensión

 

En un lugar donde se aprenda…

 

Se trata del pensamiento, el saber, el sabor inconfundible de la excelencia que puede alcanzar lo humano. Los territorios de altura alguna vez, pese a todo, avistados son eliminados prestamente por la amnesia inducida cuando no por la denigración en nombre del igualitarismo. Están vetados la energía y el tiempo que debieron dedicarse a la reflexión, a la conciencia de la dificultad y el esplendor del razonamiento y de lo abstracto, a la imprescindible humildad del reconocimiento en otros de la grandeza que es el único camino para desarrollar la propia. Se les ha robado la riqueza y autonomía que dan lo aprendido, Continue reading

03/15/17

Salir de la cárcel

Salir de la cárcel (para salir de la cárcel hay que verla primero)

 

El cuarto oscuro.

La cárcel, en la que aún se vive, ha durado demasiado tiempo. Ya, como el exoesqueleto de los artrópodos, no resulta cómoda y oprime por todos sitios al cuerpo social. Además comienza a escasear el rancho. Las premisas que, como las dos grandes puertas del Juicio Final, marcaban camino y categoría a justos y a réprobos, simplemente no eran ciertas, nunca lo fueron. Pero de ellas se amamantaron ideólogos y activistas, (cap. 6 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

Totalitarismo light

Totalitarismo light

Preparando una Autonomía.

 Democracia e Igualdad: conceptos cargados en principio de dignidad e intenciones nobles no sólo se han vaciado, sino que se utilizan favoreciendo a sus contrarios, y transformándolos así en armas peligrosas para los principios que nominalmente defienden. Las más añejas tiranías, los asesinos legales más longevos, los sistemas a los que no les caben los muertos en ningún armario, las más letales dictaduras se han bautizado a sí mismos y cara al mundo comoDemocracias Populares, (cap. 7 de «De la transición a la Indefensión. Y viceversa») Repúblicas Democráticas y Líderes del Pueblo.

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03/15/17

El nuevo arte de la guerra

El nuevo Arte de la Guerra

En espera de demolición según la memoria histórica.

 No se trata de la obra clásica de Sun-Tzu, que analizó en la China del siglo IV a. C. todos  los factores de la estrategia bélica con la sabia finalidad de vencer sin luchar, pero existe hoy un nuevo Arte de la Guerra que tiene con el antiguo dos puntos en común: la utilización del miedo y la difusión de una moral dominante que permita someter sin dar batalla. Se trata simplemente del aprovechamiento de la guerra, (cap. 8 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

Del latín al bable

Del latín al bable

Reparto de riquezas-Tapiz flamenco, Toledo.

Reparto de riquezas (tapiz flamenco, Toledo).

 

 

Nunca había sido tan rentable como en el siglo XX, y particularmente en España, declararse nacionalista, poner en pie todo un vasto edificio burocrático, enviar propaganda y propagandistas por el ancho mundo, nutrirse, como en el caldero mágico de Asterix, del cocimiento inagotable de los ancestrales agravios,  (cap. 9 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

La Era de la Marmota

La Era de la Marmota

¡Otra vez no!

 El absurdo, elevado a categoría y por ello difícilmente atacable, impregna las expresiones culturales de la vida española con una violencia coercitiva que condena al ostracismo a los escasos disidentes. No de otra forma se explica la inacabable y fiel repetición de los mismos tópicos especialmente visible en (cap. 10 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)

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03/15/17

Historia de dos postguerras

Historia de dos postguerras 

Berlín: El Muro.

Berlín: El Muro.

 

La maldición, aparentemente ancestral e inexplicable, que condena a España entre los países a ser aquél al que, como el del Ulises de Cavafis, es mejor llegar lo más tarde posible (o quizás no llegar), aquél del que incluso hay que renegar y rechazar cualquiera de los normales símbolos que utilizan sin complejos todas las naciones no es tópico inasequible al análisis. Sobre todo no si se van anotando sucesivos beneficiarios y circunstancias. cap. 11 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones

Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones

El oro al peso (aeropuerto de Dubai).

El oro al peso (aeropuerto de Dubai).

 

Cuando la corrupción es institucional, legal y sistemática para mantener el estado de cosas  se impone una liturgia periódica de denuncia virtuosa. Hay que esconder, tras una fanfarria de hechos puntuales centrados en el delito personal, la colosal ruina del empleo estúpido, interesado y estéril del erario público, la financiación de obras pretenciosas y prescindibles, la permanencia del timo legal, la multiplicación de minigobiernos, cortes y satrapías. (cap. 12 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

Del Romanticismo y sus estragos. España parque temático

Del Romanticismo y sus estragos:

España parque temático.

Ahogar las penas.

 Paralela a la España a secas, al país en el que se ha hecho todo lo posible para eliminarlo como tal de la percepción, del uso mismo de su nombre y de sus símbolos y tradiciones, existe la España B, construida según guión y a efectos de uso. Para su difusión en el extranjero se han gastado sumas ingentes y no se ha reparado en esfuerzos. Naturalmente se obtienen, y esperan conseguir una parte y otra allende y aquende, dividendos considerables. Es la marca B export,  (cap. 13 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)

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03/15/17

La catarsis de la tomatina

La catarsis de la tomatina

.

El disidente Wang Weilin, sin duda muy malo, se opone a los tanques del P. Comunista Chino. Pekín 1989.

 Que se haya erigido en icono español de renombre mundial la lucha de todos contra todos a base de tomates no deja de ser adecuada metáfora del país. Aquí moros y cristianos, toreros y miuras son reemplazados por el sanguíneo producto hortícola que encuentra así una muerte más honrosa que acabar en una lata, (cap. 14 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)

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03/15/17

Variantes del «Cui prodest?»

Variantes del Cui prodest?

Niños judíos a los que la tribu de diferencial superior consideró de baja calidad. Museo del Holocausto, Washington.

 El romanticismo resiste mal la prueba del Cui prodest?, que consiste en observar prosaicamente el por qué, a quién y en qué han beneficiado las iniciativas que se creían fruto de impulsos idealistas más o menos loables y generosos aunque con frecuencia fallidos. No hay tales nobleza de miras ni inocencia; ni siquiera (cap. 15 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

El filtro inverso

El filtro inverso

 

El nuevo canon. Univ. Complutense de Madrid.

La realidad es bastante menos romántica que sus versiones bipolares al estilo del cómic. Desde muy pronto la Transición, indefinida y abierta por sus propias definición y naturaleza, comenzó a generar cultivadores, defensores y gestores de lo más bajo en formas de ser y de actuar de individuos y de sociedad, en una imposición de la fealdad, la inanidad profesional y formativa y la banalidad, ignorancia y grosería como normas; una especie de clubes de orgullos agresivos, marginales y gratuitos Continue reading

03/15/17

De transiciones y de muñecas rusas

De transiciones y de muñecas rusas

 

Sonrisas por doquier

Aunque el conflicto español entre la realidad y el deseo subvencionado (parafraseemos al poeta) es de peculiar gravedad no es único. Europa y por extensión el área de forma de vida con tradición occidental viven una sucesión de transiciones que encierran las unas a las otras como muñecas rusas. La ignorancia histórica de un pasado bastante reciente y que no debería ser olvidado junto con el halago popular en periodos gubernamentales de cuatro años ha impuesto la gratificación inmediata y la exigencia del (cap. 17 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

Del esperpento a la tragedia

Del esperpento a la tragedia

El totalitarismo parcelario de España es el del esperpento. Véanse proclamas entusiastas cuya incongruencia es de una estupidez tal que es difícil creer que se hayan pronunciado en serio: Alianza de Civilizaciones, según la cual tanto

Valle-Inclán con bufanda roja (la que está cayendo).

valdría la lapidación pública como el hábeas corpus, Prefiero morir a matar en boca de un Ministro de Defensa que, por supuesto, está cobrando por serlo, Oficina de Ideología de Género conveniente y lujosamente instalada en la ONU, Ministerio de Igualdad en el frontispicio de un edificio público (que no en una página de Orwell). Pero el volumen mismo de la estulticia oculta el del dinero que esto permite atesorar a los rentistas del invento. Nada hay de inocente, (cap. 18 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

El Monumento al Olvido-11 M

El Monumento al Olvido-11 M.

Monumento al 11 M (al Olvido).

 Quien salga de la Estación de Atocha, en pleno centro de Madrid, tal vez repare, aunque es poco probable, en que en la plazoleta se alza un cilindro de poca altura. No pasará junto a él porque está fuera del acceso de los peatones y del tránsito habitual. Se alza sobre un reborde de hormigón mordido por el tráfico y su fealdad de superficie envejecida contrasta con sus vecinos, la hermosa planta de la antigua estación remodelada y el airoso frente del que fue Ministerio de Agricultura. Podría ser el respiradero de alguna obra subterránea, el acceso a un parking o la gran funda en plástico de burbujas (cap. 19 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)

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03/15/17

Galería

Galería

El Parlamento Español: Una galería más.

El Parlamento Español: Galería.

En el Parlamento español, Las Cortes, faltan retratos. De las salas cuelgan los de cada presidente y ministro, pero frente por frente, en la pared opuesta, podrían alinearse otros; aunque, por el desprecio cosechado, tal vez hallarían mejor hueco en el dibujo de la alfombra. Sobrenada en el imaginario, por su insignificancia, el de un señor pequeño y nada joven. Va vestido con aseo, peinado hacia atrás el escaso pelo gris sin implantes. Lleva con esfuerzo una bandera española. Hay poca gente en la plaza madrileña, es una de tantas manifestaciones de víctimas del terrorismo. El señor está solo, y digno, (cap. 20 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

El ciudadano de Piranesi

El ciudadano de Piranesi

G. B. Piranesi: Cárcel Oscura.

 

La sensación de omnipotencia discurre, actualmente, paralela al peculiar, difuso, continuo sabor a indefensión profunda. Tal cosa parece, en principio, imposible por lo contradictorio: No lo es. Ambas corrientes coexisten. Todo puede saberse, mucho está al alcance de la mano, más todavía espera, en cuestión sólo de tiempo, ser clasificado y puesto en su casillero. Cada día es el final de la Historia, universal y propia, incluso la del recorrido mental por un cosmos cartografiado (cap. 21 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa») Continue reading

03/15/17

La postmodernidad universal

La postmodernidad universal

Armenia mira al monte Ararat, que ya no es suyo, como las guerras perdidas (monasterio y monte Ararat. Armenia).

 Al menos el pequeño ciudadano no está solo. Nunca se encontró más acompañado y su angustia vital correspondería a l’embarras du choix, como dirían los franceses, a la dificultad de elegir entre las múltiples ofertas para emplear el ocio, los cientos de amigos virtuales, los senderos que se ramifican ante él a cada paso ofreciéndole algo, y alguien, mejor que lo que tiene. La disponibilidad infinita de un medio que se abre ante él como la barra libre en un inmenso supermercado choca frontalmente con (cap. 22 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)

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03/15/17

Hay vida ahí fuera

Hay vida ahí fuera

Luna y Júpiter. De los tiempos en que el cielo era pequeño.

 En un vertiginoso descenso tierra a tierra, se descubre que la  indefensión y sus variantes, el Clan Parásito, el Gran Hermano Dual, el Chantaje Zurdo, en el que se atribuye el monopolio metafísico del Bien a un ente llamado Izquierda, la especial negatividad centrífuga que, como una maldición genética, parece cebarse con España no son sino fenómenos coyunturales y perecederos cuya dimensión agiganta la ausencia de competidores explícitos, la reiteración de los tópicos y el aparente fatalismo del pensamiento fácil. Las técnicas para su erradicación son simples. (cap. 23 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)

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03/15/17

Liberación

Liberación

Más que una calle. Cádiz.

 La pobreza del discurso es inseparable de la pobreza política, intelectual y social. Es inimaginable un Winston Churchill que se moviera con las muletas izquierdas/derechas. Si se hiciera pagar prenda en tertulias, televisiones, radios, aulas, editoriales y redacciones de periódico cada vez que se utilizan las palabrasderecha, izquierda, progresista y reaccionario sin explicar a qué actos corresponden se habría dado un primer paso para la necesaria eliminación del gran tirano anónimo (cap. 24 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)

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03/15/17

Yihadismo y nueva dualidad

Yihadismo y nueva dualidad

Cines y plegarias Emiratos Árabes Unidos.

El terrorismo islámico llega para ser coronado como Rey antisistema, la antítesis vengadora de Estados Unidos, adornado de la fascinante y simple pureza del guerrero que sólo aspira a matar y a destruir la organización existente, que ofrece la seguridad de un credo de sumisión absoluta, la embriaguez de esa forma suprema de placer que es el poder de infligir terror y sufrimiento. Ocupa el hueco de iconos ya ajados de las esferas comunista, anarquista y neonazi. (cap. 25 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»). Continue reading

03/15/17

El mundo «árabe» y su indefensión. Yihadistas honorarios

El mundo “árabe” y su indefensión.

Yihadistas honorarios.

Necesidad de prohibir.

La mayor parte de los europeos ignoran que, lejos de hundir sus raíces en la noche de los tiempos, los usos medievales, primitivos, crueles y discriminatorios del área de mayoría musulmana estaban, hace medio siglo, en franco proceso de modernización y mejora, que en los países mal llamados por extensión árabes se estaba tejiendo una clase media deseosa de derechos semejantes a los de sus vecinos del norte, defensora de la separación Estado/Clero, de la igualdad educativa y el abandono de los velos. Por cada asesinado por el terrorismo islámico en suelo europeo ha habido diez, cien, mil en mercados, cementerios y lugares públicos de Oriente Medio. (cap. 26 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»). Continue reading

03/15/17

En busca del individuo perdido

En busca del individuo perdido

Pobres chicas malas. Fresco. Bulgaria.

La irracionalidad confortable está bien provista de armas no por toscas menos eficaces. Con profusión, por su carácter de bandera gregaria ajena al análisis concreto se airean regularmente los banderines de enganche de palabras-icono del tipo de paz, guerra, aborto, género (en el sentido sexual). Su finalidad, ajena por completo al examen específico de problemáticas y  a la toma beneficiosa y correcta de decisiones, no tiene más fin que precipitar en el líquido social elementos que se precisa, para manejarlos, que sean contrarios, antagónicos y empapados de la adrenalina adecuada a la exhibición de apoyo. (cap 27 de «De la Transición a la indefensión»). Continue reading

03/15/17

Rescate

Rescate

La civilización existe: Estatua romana y rosa.

 

El edificio dual tiene como preludio la Revolución Francesa, pero empieza probablemente con la difusión de los conceptos de Lucha de Clases y Sentido de la Historia. Entrados en esta dinámica, aparentemente dialéctica pero bipolar de hecho, los ideales de igualdad ciudadana se difuminan; persona, análisis concretos, civilización como resultado acumulativo de logros que generan un mejor vivir pasan a muy segundo plano, son cubiertos por el manto homogéneo de la necesaria pertenencia a uno de dos bloques antagónicos. (cap. 28 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»). Continue reading

03/15/17

Tiempo de ideas

Tiempo de Ideas

Muchas más que dos.

Se buscan luces.

Es tiempo de ideas versus tiempo de tribus. La red ratonil es aún voraz pero también caduca. Antes de la plaga de las clientelas de la utopía, las utopías existieron. Como indicara Leonardo, cuanto se distingue y no pertenece a la Naturaleza ha sido primero una idea en una mente, para ir materializándose luego en lo que forma, con sus luces y sus sombras, cultura y civilización. Todo fue creación en alguien, (cap. 29 de «De la Transición a la indefensión. Y viceversa»). Continue reading

03/15/17

Tiempo de precios

Tiempo de precios

El dinero de los muertos (Taiwán).

Por supuesto que las utopías valen la pena, pero no las pagadas con la piel de otros. Las actuales piden implicación personal mucho más que llanto y mito y su ejercicio incluye un incómodo peaje en el recorte de parcelas de comodidad y no poca modestia en la aceptación de las mejoras obra de otros, sean quienes fueren, y la constatación de que lo mejor es enemigo de lo bueno. La costumbre de pagar, o al menos reconocer, el precio de cuanto bien se desea o se disfruta está tan oculta por ofertas electoreras de felicidad todo a cien, por el interesado dogma de la gratuidad extendido por las clientelas utópicas y por la doctrina, incrustada en la opinión, de la eterna deuda injusta que el rescate del principio de realidad no es tarea fácil. Se ha extendido el consumo de una peligrosa droga: (cap. 30 de «De la Transición a la indefensión. Y viceversa»). Continue reading

03/15/17

Transición final de trayecto

Transición final de trayecto

Paul Delvaux y la especial soledad de las estaciones.

Adiós, Transición, adiós. Fue hermoso mientras duró quizás por el empeño en creer que lo era. Es posible que a la inocencia y afán de ese empeño se debe el paso franco ofrecido pronto a la vileza. Tuvo el atractivo de la juventud, del principio de algo que es un simple umbral, una promesa no avalada por los actos, asentada en la negación infantil de lo existente, en los ritos de afirmación de guerrilla urbana, de valientes desafíos que no habían existido. Y en España su parte más noble de solidaridad e ilusiones fue rápidamente secuestrada por los que pretendían, y lograron, hacer de ella su durable y provechosa parcela. (cap. 31 «De la Transición a la indefensión. Y viceversa»). Continue reading

03/15/17

Un mundo de transiciones

Un mundo de transiciones

 

Jinete mongol poniéndose al día.

España no es ciertamente la única embarcada en cambios perceptibles de etapa, ni tiene el copy right del producto Transición. Aquello a lo que ella se enfrenta con la sensación inconfundible de paso a otra época sucede también en diversas medidas en el área occidental a la que pertenece, mientras que en el resto del mundo cada cual intenta resolver a su vez contradicciones que recuerdan a los dolores de crecimiento de los adolescentes. Tal vez se trata del fin de la infancia del que hablaba Arthur C. Clarke, del paso de la omnipotencia infantil al sano, y a la larga mucho más gratificante, principio de realidad. (cap. 32 de «De la Transición a la Indefensión»). Continue reading

05/21/16

Currículum Vitae

CURRÍCULUM VITAE DE MERCEDES ROSÚA DELGADO

 Es escritora desde siempre y desde el comienzo de su memoria.

Trabajó en España, Francia, Túnez, Bélgica, la República Popular China y Gran Bretaña.

Ha viajado, casi siempre sola, por un centenar de países.

Libros publicados: El Viaje, La Generación del Gran Recuerdo, El Sol, El archipiélago Orwell, Diario de China, Las Clientelas de la Utopía, Nombres Árabes y el último (2016) De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa. 

 Ha escrito, pero sólo publicado on line, La Balsa (sobre Cuba).

 Es autora de artículos y reportajes sobre viajes, sociopolítica y educación.

Publicó ponencias y artículos extensos, en Foro de Educación, de Salamanca, números 10, 11 y 12: De la persona a la tribu, ¡A mí la Ilustración!, El rapto de Europa.

Ha traducido del inglés y hecho las ediciones de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, La Guerra de  los Mundos, de H. G. Wells y Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary W. Shelley.

Es Doctora en Filosofía y Letras (Románicas), con tesis sobre el lenguaje totalitario. Catedrática de Lengua y Literatura Española, Licenciada en Ciencias Políticas y Sociales y diplomada en inglés y en francés. Posee varios certificados, de psicología, árabe, lengua jeroglífica y cultura en el Antiguo Egipto y también de temas varios de cursos del Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid.

 

 

05/19/16

SINOPSIS DE «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»

De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa. –Mercedes Rosúa

ISBN: 978-84-9949-876-8. Ed. Liber Factory-Madrid 2016

 Sinopsis

 

El sueño de la Razón

En la palabra Transición, que se ha transformado en un icono coyuntural y españolizado, se engarza en este libro un texto fundamentalmente literario que considera las distintas, relacionadas y mudables situaciones de un mundo agitado por la aceleración de la Historia.

Las causas de indefensión individual, auténtica o simplemente percibida como tal, son diversas pero han alcanzado, con técnica, comunicaciones, clientelismo subvencionado utópico y servidumbre a dualidades preceptivas, una extensión y fuerza sin precedentes.

Es en esto fundamental la cárcel verbal, ideológica, fuertemente coercitiva, de las falsas dualidades. Derechas/Izquierdas, trabajadores/burgueses, progresistas/reaccionarios son marchamos ajenos a actos concretos, a momentos históricos y a análisis y nomenclaturas sociológicas determinados. Se trata simplemente de un mecanismo de chantaje y dominio que en el caso de España, particularmente vulnerable, se duplican con la amenaza de los calificativos de franquista, fascista, elitista o poderoso, eficazmente cargados con la munición del ostracismo y segregación profesional, laboral, cultural y social. Su uso como arma ofensiva ha garantizado la obtención de beneficios sin relación con los propios méritos y ha actuado como eficaz mecanismo de censura interna y externa.

Las dualidades ficticias, de por sí sólo aplicables como nomenclatura útil en estudios de sociología e historia, han pasado interesadamente a erigirse en dogmas, entes de razón dotados de una existencia propia que presidiría, a través del tiempo, la clasificación de personas, sectores, obras e ideas. Instrumento esencial para ello ha sido el robo de la Educación basada en conocimientos y adquisición de cultura y de conciencia del valor intelectual y del esfuerzo, para sustituirla por una imposición de los mínimos comunes denominadores y la fabricación de banderías gregarias y tribales. Esto ha ido minando y destruyendo los fundamentos del edificio educativo y de la herencia del saber en el espacio y en tiempo, para sustituirlos por una amalgama ocasional y oportunista de puntos resaltados, según consignas del momento, que carecen de sentido de causalidad, responsabilidad, rango de valores y cronología lineal.

Paralelo e imbricado en ello se ha impuesto, especialmente en España a causa de su débil flanco de guerracivilismo interesadamente cultivado, un mecanismo dual ávido e incesante de creación, mantenimiento y multiplicación de clientelas que a su vez aseguran con su fidelidad la prosperidad de sus creadores.

Esto ocurre en una época en la que a la vez se dan, globalmente, la sensación de omnipotencia y ubicuidad más absolutas y la más inusitada indefensión individual, simultáneas ambas como consecuencia del vertiginoso paso a la era digital y del precio a pagar por él. Nunca el individuo había sido tan dependiente de una técnica que escapa, en todas las facetas de la vida cotidiana, a su control. Enfrentado además a un universo del que, de repente, conoce la cartografía, detalles, tiempo desde su formación y quizás multiplicidad de sus existencias, la transición técnica y cósmica deja al limitado ciudadano de la Tierra sujeto al optimismo de rigor por el avance de la ciencia pero también a las eternas preguntas existenciales.

Sin embargo, una vez liberados –y es perfectamente factible- de la peste dual y su masa parásita, la amplitud de posibilidades que se abre a una España, una Europa, a las poblaciones víctimas de una dualidad asesina en los mal llamados países árabes y al vasto y laborioso horizonte de Asia es inmensa. Porque, recuperadas las Luces de la Razón, el análisis de los hechos concretos, los derechos y deberes de la persona y la conciencia de los precios que hay que pagar por la mejor y más libre forma de vivir que llamamos civilización (inconfundible cuando falta), el mundo y sus habitantes se mueven, en sus aceleradas transiciones sin las trabas de las clientelas inútiles y su peso muerto, hacia la necesaria recuperación del individuo.

05/11/16

De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN.

  VICEVERSA

 

 

 

Mercedes Rosúa Delgado

 

 

 

 

 

En la fuente antigua de un pueblo de la meseta, meseta. El sueño de siempre.

En la fuente antigua de un pueblo de la meseta, meseta. El sueño de siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN.

 

Y VICEVERSA

 

ÍNDICE

 

 

1-Transiciones.

 

2-Cómo fabricar transiciones (paga tribus y tendrás muchas).

 

3-La estupidez sin esfuerzo.

 

4-La Enseñanza como botín.

 

5-Educación para la indefensión.

 

6-Salir de la cárcel.

 

7-Totalitarismo light.

 

8-El nuevo arte de la guerra.

 

9-Del latín al bable.

 

10-La Era de la Marmota.

 

11-Historia de dos postguerras.

 

12-Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones.

 

13-Del Romanticismo y sus estragos. España parque temático.

 

14-La catarsis de la tomatina.

 

15-Variantes del Cui prodest?

 

16-El filtro inverso.

 

17-De transiciones y de muñecas rusas.

 

18-Del esperpento a la tragedia.

 

19-El Monumento al Olvido-11 M.

 

20-Galería.

 

21-El ciudadano de Piranesi.

 

22-La postmodernidad universal.

 

23-Hay vida ahí fuera.

 

24-Liberación.

 

25-Yihadismo y nueva dualidad.

 

26-El mundo “árabe” y su indefensión. Yihadistas honorarios.

 

27-En busca del individuo perdido.

 

28-Rescate.

 

29-Tiempo de ideas.

 

30-Tiempo de precios.

 

31-Transición final de trayecto.

 

32-Un mundo de transiciones.

Fotografías y portada de la autora

 

 

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Y ahora, ¿qué va a ser de nosotros sin bárbaros?

Esas gentes eran, al fin y al cabo, una solución.

 P. Cavafis: “Esperando a los bárbaros”

 

 

Transiciones

Dualidad Bueno y Malo malísimo (Bulgaria, fresco).

Dualidad Bueno y Malo malísimo (Bulgaria, fresco).

 

 

A la transición pacífica, desde un régimen dictatorial a otro realmente parlamentario elegido con todas las reglas del sufragio universal y las normas electorales, sucedió rápidamente en España la generación y mantenimiento de una estructura oportunista, incrustada en la deseable y genuina, de carácter esencialmente parásito, autolegitimada por la mitificación como el Mal absoluto del régimen anterior y sostenida por la publicidad cultural y mediática. Esto ha consistido, y en buena parte aún consiste, en crear tribus que cobran por el hecho de serlo y en favorecer la proliferación de clientelas basadas específicamente en la ausencia de mérito propio y en el monopolio de un poder que se basa en los privilegios de comisariado social, en la unificación de cultura y educación según los tipos de propaganda y en la difusión del temor al ostracismo y la represalia.

La diferenciación rentable, crear tribus y pagarlas por serlo ha sido, desde muy pronto, la argamasa más asiduamente utilizada por arquitectos y albañiles de un entramado pseudoestatal hispano que ha crecido abrazando y asfixiando el árbol original de la Constitución. Siempre bajo el paraguas de proclamas utópicas finalmente a cargo del tesoro público, la metodología se basa en generar, delimitar, favorecer y blindar a grupos a los que se hace beneficiarios y deudores de inmerecidas cuotas de privilegios. Es exactamente la antítesis del Estado de Derecho compuesto por individuos sólo iguales ante la Ley y los derechos cívicos, pero que deberán lo que cada uno obtenga a sus dotes, obras y merecimientos.

La fábrica de fidelidades recibe apoyo y procura seguridad durante un espacio de tiempo, que en España se extiende desde el comienzo de los años 80 del pasado siglo hasta la actualidad, mientras existan fondos para ello. Si la estructura de clanes creada ad hoc persiste y prospera durante décadas, es porque la censura, en buena parte interna y asumida, ha impedido, no ya la denuncia, sino ni siquiera la verbalización de lo que sucede. La implosión, cuando llega, simplemente va haciendo saltar las mallas del tejido. Se carece incluso de terminología para la descripción de un estado de cosas que la percepción omite o justifica.

Las tribus prestamente generadas por el alter ego parásito de la Transición española se han formado con elementos cuyo denominador común es la falta de valía que justifique el puesto, prestigio, dinero, preeminencia e inmunidad de los que gozan. Nunca se componen de individuos en un contexto de igualdad ciudadana, no se trata de personas diferenciadas ni de obras concretas sometidas directamente a observación. Pertenecen a la iglesia terrenal de la Clase, la etiqueta política, el Opresor o el Oprimido, el Privilegiado o el Rebelde. La tribu puede serlo por el lugar que habita, por mitologías etnológicas, por hablas locales, por la opción y el género sexuales, por la inferioridad profesional, intelectual, social entendidas como rasgo meritorio, por la marginalidad. De forma que, lejos de paliar deficiencias, favorecer el desarrollo y aspirar y hacer aspirar a mejoras, lo que se potencia es la selección inversa y la multiplicación de lo peor en todos los aspectos, la dictadura del miembro, anónimo e irresponsable, sobre el ciudadano y la mediocridad militante como norma. Ello ejercido según una táctica agresiva que actúa en defensa propia de la numerosa, y bien alimentada clientela. De ahí el apoyo, férreo, largo y tenaz, al sistema por parte de un vivero de población adicta que ha sido moldeada según el baremo de los mínimos comunes denominadores.

Los genéricos anulan el análisis, persecución y castigo real de actos concretos. Este individuo no  ha hecho tal cosa, no es persona ni jurídica ni de tipo alguno, no es responsable. Pertenece a un estrato gregario, semianimal, determinado por sexo, lugar, trabajo, usos, ingresos. Por ello nada más fácil, una vez creada esta conciencia de ganadería, que infundir en ella el odio a sus supuestos dueños, a cualquiera que, por cualquier concepto, resulta envidiable y sobrepasa al rebaño. La utilización de falso léxico es, en este caso, indispensable, las grandes palabras dignas de utilizarse con el mayor rigor o se desvirtúan o se vulgarizan de manera que pierdan todo sentido, terrorismo o genocidio pasan a ser cualquier cosa.

El parásito ha cubierto el árbol de tal manera que resulta difícil distinguir el tronco originario, las ramas que pugnan por abrirse paso hacia la copa, la tierra y las raíces mismas que, en su momento, le dieron base y existencia. Porque la Transición española no siempre fue la madeja de excrecencias sin más finalidad que la rapiña y el engorde. Y menos todavía la mutación taumatúrgica del viejo al nuevo sistema. Fue un proceso por el que circulaba la savia de la buena voluntad, de la amplitud de miras, cuyo marco era, no ya parejo, sino exactamente antagónico al horizonte tribal. El árbol incluía en su materia las semillas de voracidades y clanes, pero ni éstas fueron el componente principal ni el único. Las cubría y silenciaba un arranque general hacia arriba, un empuje de ilusión y de esperanza que contó sobre todo con el individuo y que fue sostenido por personas que, o dieron la talla, o engañaron a cuantos confiaron en que podían darla.

Décadas después, el desengaño ha sido proporcional al volumen de la ilusión invertida, al espejismo prometedor de mayor y segura dicha. Y el desengaño es tanto más letal cuanto que sus perfiles no son perceptibles, se difuminan en el vago panorama de generales, casi universales crisis. De forma que el enemigo siempre carece de rostro, de nombre, finalidades y orígenes. Es simplemente un avatar mudable según lo que reflejen las pantallas, y, por lo tanto, nada más fácil que someterse a las tribus cercanas, a la desaparición del país y de los principios y valores comunes, a la negación de las relaciones causa-efecto y a la vaciedad del término historia.

Son muy reales, sin embargo, los lotes y repartos, las gabelas aseguradas para el hoy y los tiempos venideros, las reservas y haberes diezmados hasta la extenuación. Con la grande, inmensa diferencia respecto a los normales casos, en otras naciones, de abusos, corrupción y rapiña de que en la España de la Transición dulce lo que ha crecido, más que hierbas parásitas, es un bosque paralelo sembrado desde su origen a efectos de expolio. Universidades, fundaciones, organizaciones, unidades políticas y administrativas, medios de comunicación, ministerios, cuerpos administrativos y judiciales, currículos de Enseñanza, leyes, aeropuertos se han ido creando ex ovo para cobrar de ellos y a través de ellos. La interminable polémica sobre las reformas educativas que ha producido ya en dos generaciones un bajísimo nivel se resume, tras el maquillaje del ideario, en la necesidad de quitar conocimientos para sustituirlos por consignas. Y esto con el fin inmediato de poder colocar, en lugar de a profesionales, a la fácil y agradecida clientela de comisariado, partido, sindicatos de nómina, votantes, colegas y simpatizantes. Sólo así se comprende el afán por eliminar de los programas de estudios, de las oposiciones y hasta de escuelitas de primaria y guarderías, el aprendizaje real, la jerarquía de importancia en los saberes, la posibilidad de que la inteligencia natural, el trabajo personal y el caudal de conocimientos  hallen el hueco social que se les debe.

El atraco perfecto al hispánico modo ha consistido, y consiste, en crear y adueñarse de vastos sectores públicos y/o subvencionados y en diseñar, acotar y fidelizar rebaños de diversos hierros; véanse minorías raciales, sexuales, sociológicas, que se constituyen en receptores naturales de indemnización por ancestrales agravios, ofensas al orgullo de género y traumas debidos al represivo rojo de los semáforos o al aprendizaje de la ortografía[1]. En el amplísimo club tienen cabida amantes del patín solar y de la bicicleta urbana, defensores del carril para jabalíes y de la reintroducción del oso madroñero, amigos del piojo verde (en peligro de extinción) y, hablantes del castrapo o de las formas dialectales catalano-árabes del área barcelonense. Paralelamente, se elimina a un ritmo cada vez más acelerado el respeto a la vida privada y derechos del ciudadano sin mayores distingos, de forma que se acorrale a éste en el reducto de una libertad vigilada bajo sospecha de incorrección sociopolítica. Nadie será hijo de sus obras. No hay personas. Las que vayan quedando sirven para pagar, callar y ofrecer periódicamente sacrificios a los dioses Solidaridad, Progresismo y Democracia.

 

 

 

Cómo fabricar transiciones:

Paga tribus y tendrás muchas

 

La República Española. Museo de Melilla.

La República Española. Museo de Melilla.

 

 

En la España de las postrimerías del franquismo, en los años setenta y principios de los ochenta, hubo un primer proceso admirable por su pacifismo. Pero a la Transición A, la genuina, basada en valores tan positivos como el general deseo de concordia y la búsqueda del bien común ciudadano enmarcado en instituciones estables, libres, democráticas y similares a las de los países desarrollados europeos, siguió con lamentable rapidez la Transición B, que se desarrolló a partir y en el cuerpo mismo de la anterior, aunque con miras opuestas. Se sustenta en la elaboración y capitalización del antifranquismo como mito legitimador, y esto a todos los niveles, grupos, comunidades, áreas, individuos, por medio de la definición a contrario, de manera que no existan hechos concretos, que nada ni nadie valga por sí, sino que reciba bienes, remuneración, reconocimiento social y blindaje legal con la simple invocación de oponerse a la pasada dictadura y mediante la amenaza de incluir, a efecto retroactivo, a los demás en ella. Estamos ante un proceso eminentemente económico, aunque la profusión de verbología ideológica pudiera hacerlo parecer lo contrario. Tras disposiciones, leyes, iniciativas, declaraciones empedradas de solidario, igualdad, poderosos, social hay a poco que se mire una finalidad previa, que consiste en favorecer a las diversas tribus que se han ido creando para que, a su vez, apoyen al creador que garantiza su sustento. Esto sólo podría haberse dado en el siglo XX y principios del XXI porque únicamente ahí, como apéndice enfermizo del Estado de Bienestar, se da el fenómeno de las utopías subvencionadas, del victimismo rentable y de un chantaje ético que alcanza dimensiones inusitadas cuando impregna los medios de comunicación y la sobreabundancia de mensajes elimina el espacio crítico. Este proceso, ocasional, sectorial en el resto de países, alcanza en España un grado cualitativo y cuantitativo sin parangón porque la máquina de fabricar tribus adictas no se enfrenta a oposición alguna. La sociedad está intimidada, condicionada y cebada por la imagen que se le ofrece de vencedora en una batalla póstuma contra el enemigo ancestral y siempre alerta. Y desde el extranjero resulta halagador asimismo apoyar a los que se presentan como vencedores tardíos de la triste y lejana contienda, cuyo vago perfil es simplemente el de la última romántica guerra de antaño.

 

 

 

 

 

La estupidez sin esfuerzo

 

Al asalto del empleo público (Mayo de 2011.Acampada de Indignados en Madrid.

Al asalto del empleo público (Mayo de 2011.Acampada de Indignados en Madrid.

 

 

De la categoría a la anécdota: La ignorancia, vagancia y desánimo plañidero es la generosa cosecha de una vasta y pertinaz siembra, el fruto del filtro a contrario favoreciendo la mediocridad por decreto y la generalización de la ingeniería social basada en el victimismo, extraordinariamente rentable en tramos electorales de corto plazo y gran control de los canales comunicativos. Por ejemplo: No existe una maquiavélica conjura para lograr que los estudiantes nada sepan, que sean legión los jóvenes sin oficio ni beneficio que, cargados de títulos inútiles, se vean obligados a buscarse la vida en otros países. La aparentemente misteriosa razón por la que se han reducido, eliminado o minimizado en los programas de enseñanza de niños y adolescentes materias fundamentales como Ciencias Naturales, Lengua, Matemáticas, Filosofía, Geografía, Latín, Griego, Historia, la causa del mísero nivel actual, de la Primaria, donde se aprende a leer lo más tarde posible y el dictado está tan perseguido como los libros en Fahrenheit 451, y de la Universidad, que es un Parnaso del graffiti y un vertedero de envases del todo a cien, es de una sencillez meridiana: Había que repartir las horas lectivas y los puestos docentes entre aquéllos que llamarían los clásicos de menos valer, una masa sin profesionalidad, formación ni solvencia académica, cuya fidelidad a la repetición de consignas es directamente proporcional a los beneficios, prestigio y empleos recibidos. La diferenciación entre fanerógamas y criptógamas o la traducción de La Guerra de las Galias no están al alcance de cualquiera, pero los afiliados y miembros de los dos sindicatos mantenidos oficialmente a peso de oro hallaron amplio acomodo lectivo en la desastrosa Ley educativa de 1990, la nunca bastante denigrada, y, en la práctica en su mayoría aún vigente por la cobardía de los pretendidos gobiernos de la oposición, la LOGSE. La parafernalia ideológica que la cubría esconde una verdad sencillísima: De no haber servido para anular a los cuerpos profesionales y a los profesionales mismos para, así, disponer de sus puestos y colocar en ellos a clientela sociopolítica, la LOGSE no hubiera existido jamás. Las preguntas de los temarios de oposiciones que versaban sobre conocimientos se vieron sustituidas por adhesiones memorísticas a las jaculatorias del ideario con el que la clase dueña del discurso ha vestido su programa básico de toma del Estado como fuente de beneficios, y ello siguiendo al pie de la letra la táctica de la multiplicación selectiva de lo peor y los peores como garantía de adhesiones multitudinarias. A menor coeficiente intelectual, profesional y moral, mayor y más entusiasta apoyo a convocatorias de reuniones, cargos de coordinación, comisiones de seguimiento, especialistas en enseñar a enseñar, en aprender a aprender, tutores de tutores, inspectores de equipos, supervisores de aplicación de los principios (de género, igualdad, valores, ecologismo, derechos de los animales, amor planetario, fraternidad sostenible, etc. etc.).

Es infinitamente más fácil repetir los mantras de rigor que estudiar y aprobar cursos académicos, publicar investigaciones de enjundia, superar en buena lid pruebas serias y transparentes, cumplir rentablemente en una empresa, trabajar ocho horas, arriesgarse en un negocio propio. Cuando esta ingeniería social se aplica en dictaduras convictas y confesas tenemos una Democracia Popular. Cuando funciona paralela al Estado que se supone parlamentario y lo hace de forma creciente y con claras aspiraciones a absorber la mayor parte de los recursos tenemos el caso español, en el que los iconos Democracia, Igualdad y Justicia no pasan de ser caricaturas multitudinarias de sus referentes, significantes utilizados a modo de pancarta que han sido vaciados, durante décadas de aprovechamiento parásito, de su significado.

La maquinaría no se limita a la cooptación inversa, la de aquéllos de menos valía: Los fabrica. Y es profundamente antidemocrática porque se ensaña en los más débiles. Empeora, envilece, elimina los caminos de ascenso de cada persona a mejores categorías humanas, siembra, continuamente, con todo tipo de mensajes supra y subliminales, la aversión a la grandeza, la altura de miras y de pensamiento, a la jerarquía de valores, a los frutos del saber, a los términos mismos civilización y cultura. Esos peores que son su resultado y su más fiel y dependiente apoyo no son peores congénitos ni así marcados fatalmente por su origen socioeconómico. Se les ha privado, desde la escuela, de la conciencia de la mejora por el propio esfuerzo, se les ha arrebato su legítima herencia cultural, los conocimientos que les eran debidos, para encerrarlos en un reducto ovejuno y miserable, sin más horizonte que la vecindad, lo inmediato, la grey y el terruño; se les han quitado la filosofía y las lenguas clásicas, la amplitud de la geografía del mundo y la de su patria; les han arrebatado la literatura, el arte, la certidumbre de que, por el estudio y el trabajo, podían llegar lejos independientemente de sus orígenes y posibilidades económicas. Les han robado lo mejor de la Democracia, en su sentido real, universal, noble.

Junto con la libertad, la víctima a abatir en tal sistema es lógicamente el individuo con cuanto le protege y defiende. De ahí el desplazamiento, a todos los niveles, de la persona a la tribu, lo que equivale a la eliminación del lazo entre sujeto y objeto y, por ende, a la anulación de la responsabilidad en la propia vida. Los actos mismos no existen, como la realidad tampoco. Unos y otra pasan a ser manifestaciones transitorias y subjetivas de condiciones mudables según la conveniencia, favorables si así se obtiene beneficio y desfavorables e injustas si contravienen las consignas que caracterizan al clan. Cobijadas todas ellas bajo el paraguas ficticio de la doctrina del Mal Sistémico, fuente continua de injusticia y, por lo tanto, de legitimación. El llamado mundo de la cultura se vuelve una parodia de la libertad e inteligencia que la palabra cultura evoca. Nada que ver con riesgo, esfuerzo, amplitud, altura, sabiduría. Es sólo una reiterativa fábrica de tópicos duales destinada a empapar sin descanso a la masa social con la visión propia del mito rentable. Poco importa que sea creído, que resulte a todas luces incompatible con la Historia real, con la evidencia y con la lógica. Lo fundamental es que esa sociedad se perciba a sí misma embarcada en un movimiento que la transciende, una onda que recorre y explica presente, futuro y pasado y delimita, sin esfuerzo personal crítico alguno, los Benditos y los Malditos de un padre que es el padrino de los coordinadores de la distribución de papeles en la obra.

Sin subvenciones, sin apoyos, el otro mundo de la cultura bracea para respirar, crear y persistir. Hay jóvenes actores que se niegan a pertenecer a tribus, homosexuales que rechazan exhibirse con el grupo al que le pagan por serlo y resguardan su amor y su vida privada, hay intérpretes de vocación y de valía que aceptan, para comer, el enésimo papel secundario en el metraje alusivo a la Guerra Civil, hay músicos, pintores, poetas, guionistas que prefieren la sombra a la incondicional, secular y preceptiva adhesión a la corrección política, héroes anónimos de la cultura que sí merece el nombre, y el renombre.

Un expresivo cartel de la concentración-acampada de mayo de 2011 en Madrid pedía ¡Empleos públicos para todos!, otro No al exclavismo (sic) laboral seguido de Complot (sic; probablemente por boicot) a Mercadona. También, en el mejor estilo del 68, Lo queremos todo, y lo queremos ahora. Hay que reconocer que el gratis total es la madre de todas las leyes que conforman la Transición B, y que su originalidad es cero porque, bajo enunciados diversos, esas dos palabras resumen la oferta programática de numerosos líderes. Ahora bien, tal consigna, mediante el sabio uso del chantaje dual de quien lo niegue franquista, ha alcanzado en España, a fuer de cantidad en el empleo, una específica calidad. Desde niños, los futuros ciudadanos han sido convencidos de que se les debe todo, de que una oscura injusticia les ha privado de la seguridad, el bienestar, los artículos de consumo ofrecidos por la televisión y el sexo satisfactorio. Y ello de la cuna a la tumba. La ingesta de cantidades industriales de premisas, no sólo rigurosamente opuestas al principio de realidad sino perfectamente inviables, les ha infundido ante el primer asomo de exigencia de esfuerzo, indignación estéril, desahogo en forma de rabietas urbanas e impulsos de adhesión a las tribus parásitas y el pensamiento no ya débil sino paupérrimo. Han aceptado mansamente que se les adoctrine en la ignorancia histórica y geográfica, que estudien de los ríos tan sólo el tramo que pasa por su zona, que nada se deba al individuo y todo al medio. No han salido a la calle jamás durante décadas de adoctrinamiento descarado, no han denunciado nunca el robo de la herencia cultural del que han sido y son objeto, han aplaudido a los sátrapas del terruño porque les daban ocio, botellón y circo. Son los únicos en Europa que no tienen país, ni bandera, ni símbolos y referencias patrias,  porque se les ha acostumbrado desde la infancia a considerarlo vergonzoso, de manera que su vacío intelectual formativo interno se corresponde con el gran vacío externo de referencia, que se suplanta con mitos locales y euforias deportivas.

La gratuidad ha sido ubicua, para ellos y para sus padres. En todos los sentidos, de manera que ni siquiera había que comprometerse en opciones morales, en denuncias de la injusticia flagrante, de la violencia próxima, del asesinato y el robo impunes, de la reincidencia descarada. Porque estaba mal visto, porque ni siquiera se nombraba, porque lo cubría el velo de idearios de lucha nacionalista, penuria económica, determinismo psicológico. Lo propio era que, en pleno sistema democrático parlamentario, las víctimas de los grupos independentistas parecieran leprosas, culpables y debieran llorar en silencio su muerto y su pena. Lo natural ha sido, y es, que el crimen común gozara de impunidad o de lenidad en casos múltiples y que fuera normal tener que codearse con el liberado asesino de su familia, que se destruyeran con rapidez inaudita las pruebas del mayor atentado terrorista de Europa, que las leyes se aplicaran a capricho de las taifas y los tribunales estuviesen al servicio del partido que los nombra. En tal contexto, la anécdota educativa, de cuyos polvos vienen buena parte de estos lodos, el exigir estudio para pasar de un curso al otro, buenas notas para merecer becas, exámenes de control de conocimientos, abono de parte de las matrículas que la sociedad subvenciona, reparación de destrozos causados en las instalaciones públicas, oposiciones basadas en un temario compuesto por materias esenciales, esto es absurdo, y por ende  insultante.

 

Gratuidad revolucionaria (Mayo de 2011. Acampada de indignados en Madrid.

Gratuidad revolucionaria (Mayo de 2011. Acampada de indignados en Madrid.

 

 

A los jóvenes les han quitado mucho, pero el bloque parásito que ha hecho llover sobre ellos juguetes en forma de universidades inútiles, campus que son un vertedero, diplomas sin valor, cursos que ni se inauguran ni vale la pena que presida claustro de prestigio alguno, esa misma generosa fuente de barato barato y títulos todo a cien les ha ofrecido sin embargo un don inestimable: Les ha proporcionado un Enemigo, sempiterno, multiuso y económico puesto que no pide más esfuerzo que el del exorcismo esporádico.

Y ahí están, en pleno siglo XXI, utilizando, con ejemplar e inconsciente fidelidad al guión, reaccionario, franquista, fascista, inermes ante la desesperanza de un horizonte frente al que bruscamente se encuentran y en el que la vida no es gratis, sino difícil. Son muchos años de guardería para pasar, directamente, a la jungla.

 

 

 

La Enseñanza como botín

 

Leonardo II¿Para qué Leonardo? (Leonardo Da Vinci. Fragmento de “La Virgen de las Rocas”).

 

 

Pocos atracos pueden compararse a la apropiación, como botín, del entero sistema de Enseñanza. Merece el honor de clasificarse entre los robos más grandes jamás contados. Prueba de ello es la virulencia con la que se defiende, por sus ocupantes, el dominio del coto. Se trata, además, de un robo al que difumina la aparente inocuidad del sujeto. La Educación es un tópico al que siempre se rinde pleitesía verbal, pero que jamás se considera del rango de los temas que ocupan la portada de los periódicos. Y sin embargo no ha habido golpe de Estado tan determinante como el educativo. Imagínese lo que representa disponer a entera discreción de las seis o más horas del horario lectivo de todos los alumnos, del parvulario a una universidad cada día más infantilizada por el bajo nivel con el que a ella se accede, multiplíquense las jornadas en las aulas por los días del curso, por el número de individuos matriculados y por cada uno de los locales destinados a este fin y rellénense esas seis o más horas con el contenido que plazca impartido por quien convenga según afinidades, dependencias y fidelidades. Cuando se dispone de tal botín utilizable a efectos que nada tienen que ver con la transmisión de conocimientos y el desarrollo de la inteligencia, con barra libre para minimizar lo que fueron propiamente asignaturas y sustituirlas por populismos, nacionalismos, victimismo y consignas, entonces se tiene un poder mucho mayor y durable que el del dinero. Se dispone, y se ha dispuesto, como es el caso español, de miles de sujetos absolutamente vulnerables en los que verter desde la temprana infancia la completa ignorancia histórica, a los que privar de su herencia cultural inserta durante milenios en el área de Europa y en el devenir secular de su antiguo país. Se les priva del capital personal, del viático irreemplazable que es lo almacenado en la memoria, el único del que nadie podría despojarles, muy distinto a la información puntual y dispersa que irán hallando según necesidades del momento. Es una tropa a la que, en vistas al futuro y al presente mismo (no en vano se pretende hacer del niño sujeto político), se ha ejercitado en el abandono de la causalidad y la cronología y en la sumisión a los canales de datos y sucesos de los que dependerá su existencia entera, de forma que ellos no serán nada si el canal, de por sí en continuo cambio, les falla. Imposible y vetado que comprendan la riqueza de unos clásicos expulsados del espacio lectivo, que aprecien la guía señera de obras y personas de las que, como de las estrellas lejanas, sigue llegando su luz.

 

 

Educación para  la indefensión

 

En un lugar donde se aprenda...

En un lugar donde se aprenda…

 

 

Véase indefensión por inanición. Ninguna falacia mayor que la pretensión de educar a los alumnos para la vida, es decir, privarles, en una edad crítica de gran plasticidad, de lo más esencial: Aquello que en apariencia para nada sirve, ninguna utilidad práctica inmediata tiene y que, precisamente por ello, es lo que posee mayor importancia. Se trata del pensamiento, el saber, el sabor inconfundible de la excelencia que puede alcanzar lo humano. Los territorios de altura alguna vez, pese a todo, avistados son eliminados prestamente por la amnesia inducida cuando no por la denigración en nombre del igualitarismo. Están vetados la energía y el tiempo que debieron dedicarse a la reflexión, a la conciencia de la dificultad y el esplendor del razonamiento y de lo abstracto, a la imprescindible humildad del reconocimiento en otros de la grandeza que es el único camino para desarrollar la propia. Se les ha robado la riqueza y autonomía que dan lo aprendido, las páginas de filosofía, ciencias naturales, lenguas vivas y lenguas clásicas que, con su espléndida estructura, claridad y contenido, siguen siendo la savia de la civilización a la que ellos pertenecen y a la que se ha sumado, comprensiblemente, buena parte del planeta. En verdad la consigna Aprender para la vida adquiere pleno fundamento en el caso de la vida de sus defensores, que la enuncian en beneficio propio y llevan viviendo cómodamente de ella y sus sucedáneos.

Posible ejemplo de la abominable opresión del proletariado medieval (el Duomo. Florencia)

Posible ejemplo de la abominable opresión del proletariado medieval (el Duomo. Florencia)

 

 

La barbarie utilitaria, vestida de falso tecnicismo y no de la grandeza que la Ciencia posee, ha extendido la virulencia de su plaga por el mundo desarrollado, de Japón a Estados Unidos pasando por Europa, con desigual fortuna pero importantes daños. La consigna es erradicar las Humanidades, concentrar las horas de aprendizaje en lo que se presenta como de inmediata aplicación y aplicable uso, véase matemáticas, física experimental, lenguas, informática y poco más. Filosofía, arte, latín, griego, literatura, historia quedarían como el lujo complementario, el patrimonio de una clase privilegiada que emprendería el sendero vital con una mochila mucho mejor provista intelectualmente que el resto. Queda para la gran mayoría que tenía como seguro plato de resistencia la enseñanza pública la indefensión intelectual por inanición. Porque los clásicos no han sido a través de los siglos considerados como tales por mero azar, porque nadie podrá robar el haber visto el cántaro de “El aguador de Sevilla”, de Velázquez, el rostro del ángel de Leonardo, la figurilla tallada en mármol en el Egeo en la que ya están los ideales mediterráneos. Sin la humanidad inmensa de Cervantes, sin la reflexión sobre la verdad, el ser, la nada, la bondad, el mal, el bien y la belleza, sin la ingeniería perfecta del latín, sin los coloquios de Sócrates y de Platón y la grandeza de los héroes de la Ilíada, sin el tejido de ideales, imágenes y mitos que permea y nutre con su leche el espacio cognitivo universal y europeo mal pueden afrontarse cuestiones clave como el terrorismo, la eutanasia, la incomprensible perfección de la maldad del Holocausto, la guerra justa, el tipo de vida, el tipo de muerte, el vértigo cósmico, la solidaridad, el odio, la caridad, el desinterés, la legitimidad de la defensa del débil y la responsabilidad individual.

La belleza, pese a todo, existe (Arte egipcio. Museo de Berlín).

La belleza, pese a todo, existe (Arte egipcio. Museo de Berlín).

 

Se trata de un robo muy largo por parte de la cuadrilla de pedagogos y sociólogos que parasitan el sistema educativo, prometen fórmulas de rápido empleo futuro y venden barato barato a la opinión el reciclado de los alumnos en piezas del engranaje al que se les entregará, por un magro sueldo desprovistos de defensa cultural alguna y de la forma más antidemocrática que existe, puesto que se habrá privado a los de menos medios económicos de la única fuente auténtica de igualdad y ascenso social. Los ladrones se han enriquecido, a plena luz y con la mayor legalidad, al precio de esos miles de rehenes usados para la construcción de feudos neomedievales, alistados desde la infancia en las huestes de defensores de la resurrección e imposición de dialectos, excitados por las cotidianas raciones de odio, divertidos por las pequeñas guerras y enemigos puestos a su disposición y mucho más apetecibles que los videojuegos, indispensables en fin como garantes de empleos, publicaciones, ganancias y, a su tiempo, votos para los expertos en sustituir enseñanza por adiestramiento e implantar como asignatura troncal la mediocridad que es la base de su inexistente formación.

 

Imperio de la magia. Mali.

Imperio de la magia. Mali.

 

 

Amén de la secta de los malditos del comisariado pedagógico, que no pasa de ser mano de obra del jefe, los grandes obstáculos para restablecer una Educación de calidad son paradójicamente su impopularidad, el número de sus enemigos y el hecho de que no precise, excepto en el caso de la Formación Profesional, cuantiosas inversiones. Se lleva larguísimo tiempo vendiendo a las familias salas de espera hasta los dieciocho años desde donde sus hijos pasen luego a la jungla del paro. Se ha predicado a la opinión el mito del título gratis, de la exacta igualdad en dedicación y vocación; se les ha convencido de la necesidad primordial del pedagogo, que desbanca con sus dotes taumatúrgicas a los caducos profesores especialistas. Se ha impregnado a la sociedad con el timo de la revolución igualitaria en la probeta del aula –por supuesto, bajo la dictadura de los expertos- y con el de la mágica adaptación al mercado laboral y los nuevos tiempos que, al revés que ocurre en Pinocho, convertiría sin esfuerzo al perezoso retoño en estudiante aplicado y ejecutivo triunfador. Sin precio alguno, como si el ejercicio de los circuitos cerebrales, la memorización y la lectura fueran letales de necesidad. Excelente homenaje coral a George Orwell y luminoso futuro de mañanas que cantan la dependencia absoluta del banco de datos, el distribuidor informático y el empresario que controle pantalla e innovaciones. Olvido programado desde la historia de la Antigüedad al 11 M. Todo, por supuesto, de la mano de quien en universidad, colegios e institutos sustituye saber por pastoreo alternando la soberbia del creador del Hombre Nuevo frente a su auditorio y la sumisión del temeroso siervo frente a los clanes y poderes fácticos a las que los sucesivos Gobiernos nunca desde hace décadas se han atrevido a enfrentarse.

Acostumbrados a infantilizar a unos adolescentes a los que, por otra parte, se abruma con información sexual y gratificación instantánea, mal pueden aceptar unos adultos encantados con el aparcamiento indefinido y los cuidadores-padres vicarios de sus hijos que el andamiaje es nocivo y ficticio. Como lo es la pinza de control permanente sobre ellos a la que aspiran, formada por familia y profesor en régimen informativo de 24 horas. No por repetida es menos falsa la imagen del maestro casi misionero, con una vocación que raya en el sacerdocio, feliz ante la estremecedora perspectiva de un contacto y supervisión constante con los padres. Éstos y aquéllos tienen su territorio y nada más saludable que la distancia, la profesionalidad en la materia que se imparte, los contactos reglamentados según horarios de tutorías y el razonable respeto, también hacia el adolescente, que precisa de espacio lo suficientemente libre como para que asuma elecciones, fracasos, soledad e iniciativas.

La dulce droga de la irresponsabilidad tiene antídoto y cura. Empezando por sus ladrillos elementales. La ruina del sistema educativo puede invertirse de forma extraordinariamente simple, con un corpus general de materias fundamentales y una metodología basada en la transmisión de conocimientos, en el reconocimiento de la obvia jerarquía de éstos y en el de la básica importancia del esfuerzo, la valía y las dotes personales. El precio es la desaparición del confuso aparcamiento de niños y adolescentes que se llamó la Bolsa de Trabajadores de la Enseñanza, del todos haciendo de todo a golpe de consigna, clientelismo político-sindical y estulticia que ha venido siendo, fuente de ingresos y reino de la dictadura de la secta pedagógica[2]. La importancia y excelente nivel que tuvo en tiempos la Educación Pública, la realmente democrática, necesaria, degradada y atacada tanto por sus supuestos defensores como por los amigos de la privatización universal, es recuperable. Precisa de un cuerpo de docentes nombrados por medio de oposiciones estatales abiertas basadas en titulación y dominio de materias. Necesita profesionales cuya independencia se respete, especializados según niveles y edades del alumnado, con una clara distinción entre Básica, Media y Formación Profesional. Le son indispensables exámenes que demuestren el dominio de cada temario y permitan así el paso lógico de un ciclo a otro. No hay más salida que atenerse a criterios de calidad y sabiduría que son antagónicos de la maraña de intereses caciquiles que infecta aulas, libros de texto y universidades superfluas sembradas como hongos según capricho del jeque local. Debe subsanar con atención y financiación adecuadas una larga carencia: la falta de buenos centros gratuitos de Formación Profesional, que son instalaciones costosas a las que nunca se han dedicado los fondos que de urgencia requieren mientras se multiplican universidades inútiles. Ese rescate de la Enseñanza es incompatible con la barata demagogia de la oferta de una eterna y confusa guardería donde el pedagogo mezcla de psicólogo, animador, ingeniero de almas y canguro distribuya píldoras informativas según la zona autonómica, el tópico mediático o las preferencias del nanogobierno de turno.

Gran desolación, caso de llevarse a cabo este rescate, en las prietas filas de cuantos verán desaparecer la fuente de fáciles colocaciones de afiliados, simpatizantes y votantes cautivos; indignada protesta de los ardientes defensores del tótum revolútum, de los dinamiteros de los colegios profesionales, de los amantes de la prohibición –insólita pero real en España- del uso de la lengua española. Pero el amenazador ruido inicial se disolvería con mucha mayor rapidez de lo que se cree ante el contacto con el insobornable, aunque por décadas postergado, principio de realidad. Las armas amenazadoras de estas huestes nada famélicas son de chapa y plástico, los atrezzos nacionalistas de guardarropía, y no resistirán el aire exterior ni el caudal de libertad y de posibilidades que proporciona al individuo desde sus comienzos el verdadero alimento intelectual.

 

Tombuktú: Recuerdo de una joven sacrificada a los malos espíritus.

Tombuktú: Recuerdo de una joven sacrificada a los malos espíritus.

 

 

Al alcance de los deseosos de trabajos prácticos que, además del incansable grial del dominio del inglés, les proporcionen sustancia directa cognitiva y reflexiva están los recorridos por el ancho mundo; limitados por el tiempo y, más que en los medios económicos, por el precio de austeridad, riesgo y fatiga que se acepte pagar. Por ejemplo, África. Nada que ver con la realidad virtual, el buen salvaje y el videojuego. Descubrirá la fundamental importancia de recorrer cincuenta kilómetros sin que te roben, te violen o te maten. Tal vez tome otra dirección y deambule por la jungla de asfalto sin seguridad social solícita ni tres comidas garantizadas. O se halle impensadamente en el neolítico, reflexionando sobre los albores de la especie en la seca inmensidad australiana. Puede que, en un instructivo circuito por las zonas del Islam, no le quede más remedio que poner en duda las alianzas de civilizaciones cuando vea que en el siglo XXI millares de mujeres son animales enjoyados que pasean la oscura cárcel ambulante que las cubre. Es probable que, en esta pedagogía desde la calle del barrio al resto del Globo, lea en los antiguos periódicos del museo de Hiroshima las declaraciones, previas a la bomba atómica, del Emperador negándose a la rendición y advirtiendo que eran preferibles cincuenta millones de muertos con honor, y es previsible que, al leerlo, sienta vacilar sus certidumbres y se asome a los abismos a los que se enfrentaron los hombres del siglo XX. En su recorrido irá trazando el retrato de sí mismo, de sus límites y de ese yo que sólo el desnudo contacto revela, averiguará los precios de lo que ya conoce. Llevaba en la mochila, tal vez de marca, dos viandas diferentes. Como una Alicia en el País de las Maravillas, el mordisco de una afirmará la maldad de la bestia humana; de la otra sus angélicos rasgos primigenios. Ninguna de ambas le valdrá como alimento en el oleaje continuo de las diferencias de los seres, pero muchas más manos le ayudarán que las que le hieran. Sabrá del mundo como pregunta, como exigencia. Y de su terrible belleza.

La democracia es etapas de lucidez, conocimiento y dignidad, y, sin recuperación de la herencia cultural y de los imperativos del saber, el mérito y el esfuerzo, su existencia es imposible. En un espacio nacional de igualdad de deberes y derechos no ha lugar el relativismo postmoderno, la interesada visión del mundo parcelado enemiga de los valores universales, amasada con oportunismo y cobardía y envuelta en diálogo y tolerancia. El individuo recupera la ética, los ideales y la facultad de juzgar, se alza sobre las tribus, desaparece el temor a emplear los justos términos, pierde el miedo a pensar sin censura y a verbalizar la evidencia, advierte la legitimidad, nada vergonzosa, del modesto sentido común, rechaza la ración extra de pienso que le ofrecía el jefe del clan más próximo. Ha aprendido. Sabe. Se sorprende al descubrir su sed, antes inconsciente y soterrada, de verdad, de bien, de belleza, observa que tales rasgos pertenecen a la generalidad de la especie, Y llegado a este punto no hay vuelta atrás.

 

 

 

Salir de la cárcel (para salir de la cárcel hay que verla primero)

 

El cuarto oscuro

 

 

El cuarto oscuro.

La cárcel, en la que aún se vive, ha durado demasiado tiempo. Ya, como el exoesqueleto de los artrópodos, no resulta cómoda y oprime por todos sitios al cuerpo social. Además comienza a escasear el rancho. Las premisas que, como las dos grandes puertas del Juicio Final, marcaban camino y categoría a justos y a réprobos, simplemente no eran ciertas, nunca lo fueron. Pero de ellas se amamantaron ideólogos y activistas, a ellas recurrieron como eje bipolar inalterable en el XIX, y de ellas lleva viviendo una especie improductiva multiforme durante el XX y lo que va del XXI. Para gran ruina de cuantos producen bienes reales, ejecutan servicios necesarios y son individuos con valor personal propio, y para estancamiento y miseria de los que sí precisan de atención, solidaridad y servicios públicos. Porque el espacio de éstos ha sido ocupado por los que viven de chupar su sustancia y se justifican apelando a la defensa de esos principios. Conviene subrayar que la parásita oficializada es especie zoológicamente nueva, puesto que aparece con el Estado de Bienestar durante la segunda mitad del siglo XX y actúa como tumor inseparable de aquél, al que obliga, por medio del chantaje ético y populista, a alimentarla de forma no sólo gratuita sino altamente onerosa.

La llave. (Museo de la Emigración. Australia West.)

La llave. (Museo de la Emigración. Australia West.)

 

 

Nunca existió, aplicada a los humanos, una dualidad transcendente, permanente y en la práctica indiscutible definida según los términos inalterables y antagónicos Clase Social Buena/Clase Social Mala, Izquierdas/Derechas, Progresistas/Reaccionarios. Existen, en cualquier momento, tiempo y lugar, actos y personas concretos, hechos, responsables, culpables, actores de la diminuta, fugaz y gran historia, esa historia que avanza, progresa, mejora o retrocede según el mosaico y el impulso de las iniciativas. La masa parasitaria se ha colocado entre la consciencia del sujeto y la evidencia, ha construido un muro, opaco y denso, entre la capacidad de percepción y raciocinio y la desnudez de los actos, y se ha quedado con la llave de la puerta. Nadie, excepto los beneficiarios de esta enorme y duradera ficción, podría, según esto, opinar, descifrar el caos de seres y de sucesos del mundo inmediato y del orbe exterior. Su visión dispone que, en su dimensión temporal, el orbe, humanos incluidos, se mueve por una planificada fuerza externa, un supremo relato regido por las fuerzas de la Historia o de la Naturaleza, que es descifrado en clave maniquea por el partido, la secta, el clero laico muy de este mundo. En la dimensión espacial del presente el orbe se convierte en una sólida cuadrícula impermeabilizada respecto al análisis crítico por el dogma de la respetabilísima igualdad de culturas. Al vetarse los juicios de valor, la jerarquía de calidad y las ideas, se veta asimismo la acción. Falto de la médula del pensamiento, el individuo se ve encadenado por el miedo al extrañamiento social y cubierto por la tibieza acolchada de la molicie y por la parálisis que produce la ausencia de visión alternativa.

Hay salida.

Hay salida

 

Se vive hoy el final de la creencia en el sentido de la Historia, y esto produce una inmensa sensación de vértigo, semejante a la del descubrimiento de que la Tierra, lejos de ser el centro del Universo, es un planeta más que gira en el inabarcable y negro espacio del cosmos. Ante esto, la reacción puede ser furiosa, aldeana, introvertida, ansiosa de marcos de referencia familiares, asequibles, de puntos de partida y de llegada, de algo tan tentador como la explicación global, predigerida a los conflictos de cada día, un esquema tan polivalente como la navaja suiza, tan binario como la base informática: la máquina expendedora de etiquetas del Bien y del Mal. Sin la menor consideración por los hechos, por la tenacidad de las realidades, minúsculo ejemplo entre millares, en la segunda década del siglo XXI los jóvenes españoles se manifiestan y llaman a la huelga contra los que añoran el sistema educativo franquista. No tienen de éste la menor idea, y se sorprenderían si supieran que, académicamente hablando, producía individuos mucho mejor preparados que los planes de estudio posteriores y que no ha sido su extensión gratuita obligatoria lo que lo ha conducido a sus actuales niveles ínfimos, sino el espurio clientelismo de los diseñadores de la Enseñanza como su coto patrimonial.

 

Berlín. Antigua frontera del Muro.

Berlín. Antigua frontera del Muro.

 

 

 

Como utensilio canalla en el caso de sus beneficiarios o como reacción defensiva en sus pocos críticos, la falsedad bipolar ha sido útil forja de expolio y servidumbre de los tiempos modernos. En lugar de limitarse a su dominio propio, el de la Sociología y la Historia, ha generalizado el uso de sus barrotes de forma que encuadraran a la población entera, que se derramasen como la lluvia fina, mezclados con los más diversos materiales, durante las horas, los días y los años. Nadie debía estar a salvo de su clasificación, de su distribución ética del espacio, y en quienes la controlan y otorgan está la clave de ese poder que sólo se mide por la cantidad de los que medran a su sombra y por el número de los que han sido privados de lo que por obras y por dotes merecían. Incansablemente, porque viven de ello y sin ello no serían nada, repiten los miembros del club invisible los mantras izquierdas derecha como quien orina para marcar su territorio. Y, en un patético reflejo, caen de hoz y coz en la misma trampa los que deberían precisamente reivindicar la urgente necesidad de denunciar su empleo, aquéllos a los que la premura del ejercicio inmediato de crítica y brillantez acaba imposibilitando para el análisis simple y sucesivo de los actos.

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Adiós, muros, adiós (Australia West).

 

 

En lugar alguno esto ha sido tan patente, y tan letal, como en España. En ella lleva viviendo de la fantasmagoría de los eternos dos bandos, de la ancestral guerra contra el Mal perdida por un Bien del que se reclaman únicos y legítimos representantes, una cantidad de parásitos que en otras latitudes no tiene parangón. Se fabricó y prolongó durante décadas, y con intención de permanencia, una guerra civil mítica, y se hizo basándose en elementos, seleccionados según necesidades del guión, procedentes de la cantera de la Guerra Civil pasada, los cuales eran coloreados y difundidos, de manera que planease en todo momento la amenaza de ser clasificado como simpatizante del bando maligno. Durante cuarenta años el ejercicio del mito legitimador ha servido para extraer substancia de cada tejido y órgano vivo y para bloquear a gente valiosa, que huye del país, falta de salidas y, sobre todo, de esperanza. Los nichos ecológicos del Estado paralelo son el reino de extraños y negativos dobles que han creado, modificado y nombrado cada empresa y organismo en función de que sirviera a sus adeptos, que han inundado las instituciones de sindicalistas pagados por el Gobierno, de maestros a los que no se exige el saber ni la transmisión de conocimientos sino el de consignas y órdenes tribales, de servicios supeditados a los nuevos caciques, de entidades bancarias y jurídicas a las órdenes del político que las coloca y nombra y a las que, por lo tanto, lo último que les pide es calidad ética y profesional, de cultura sometida a las exigencias del imprescindible guión maniqueo y al rosario de tópicos de obligado cumplimiento.

Por supuesto, el tipo de religión dual laica lleva existiendo largo tiempo, sus estragos carecen de fronteras y son más o menos graves en función de la menor o mayor salud, vitalidad y nivel de libertades individuales del tejido cívico. Pero en España se ha dado con particular virulencia por la rápida formación, con intención de perdurar, de un tumor decidido a vivir de los recursos procurados por otros y hacerlo en nombre de un mérito y legitimidad que vendrían de una lucha que no se dio, de unos riesgos que jamás se corrieron y de una superioridad intelectual, ética, profesional o simplemente humana inexistente. Todo ello bañado en el predominio agresivo en los medios de comunicación, enseñanza y cultura y en la actitud violenta hacia cualquiera que amenace a los habitantes de un coloso con pies de barro, sí, pero con garganta y estómago en los que ha desaparecido el patrimonio nacional. El recurso al perverso dictador, tan providencial para los beneficiarios del progresismo de nómina, ha permitido vivir a lo más y los más mediocres del chantaje, una vez se aseguraron el monopolio de las temibles etiquetas fascista, franquista, derecha, facha, reaccionario. El caso no sería tan grave si se hubiera limitado a la voracidad de un desmesurado organismo parásito, pero éste, al pretender perdurar y justificarse, ha llevado y lleva a cabo de forma implacable una trilla inversa, en la que se procura eliminar cualquier obra con visos de calidad, a los independientes con valor, tesón, inteligencia, inventiva, las asignaturas que implican rigor y conocimientos reales, las obras de arte basadas en la percepción inequívoca de la belleza. Los términos de igualdad y democracia se han rebajado a su acepción más peligrosa y mezquina. El bloque del mínimo común denominador simplemente los utiliza como ariete para derrumbar cuanto y cuantos valen más que él. Por eso es tan importante para este totalitarismo parcelario el control de educación, comunicación y cultura.

Al saqueo de lo que otros habían producido se une la dinámica imparable, excepto por el agotamiento final del combustible económico, de creación de entidades, cargos, organismos no por éstos en sí sino para colocar a vasallos en ellos. Así el fenómeno, que no se da en sitio alguno de Europa, de los aeropuertos, complejos deportivos, centros culturales, sedes monumentales, gigantescos teatros, megalomanías urbanas y rurales de distinto pelaje y el corolario de equipos, secretariados, direcciones, subdirecciones, campos de energías alternativas, escuelas en las que no se enseñan asignaturas de base ni la lengua española, facultades reducidas a centros de botellón y vertedero, universidades sin universitarios ni diplomas que tengan valor alguno. Éstos no son, ni mucho menos, errores ni iniciativas fallidas. Su finalidad previa fue crear ecosistemas para albergar clientelas. Todo ello no es solamente inútil y ruinoso, sino absurdo excepto por la lógica de la simple rapacidad, estulticia y falta de escrúpulos de ese asombro del orbe que sería, en discurso de los clásicos, la clase dominante surgida del chantaje postfranquista, de la medrosidad de los que deberían haberse opuesto y del desconcierto de una población oportunamente amordazada por el maniqueísmo preceptivo y enjaulada por la red carcelaria de las taifas.

El panorama no por cansino y reiterativo es insoluble. De hecho, la reiteración da ligeramente la medida de la normativa verbal y bienpensante en la que se ha venido estando inmersos. Sin embargo la situación es susceptible de cambiar, lo está haciendo a cada momento, y puede dar un giro drástico hacia la libertad y la altura intelectual si un número apreciable de ciudadanos se sitúa al otro lado de las rejas transparentes del largo condicionamiento verbal. La realidad del régimen parásito no implica nueva dualidad, estigma de clase ni determinismo histórico. El campo opuesto es variado, mutable, y, de cesar la dinámica de selección negativa, podrían aflorar valores genuinos en los mismos que se han sometido mansamente a la seguridad del pienso. Tampoco la conciencia de la situación debería dar lugar a una decantación de resentidos que se juzgan, con o sin razones objetivas, privados del reconocimiento y de los bienes que hubiesen debido corresponderles. La valoración por hechos reales y probada valía sigue siendo la medida real, independiente de lo que cada cual juzgue que es, fue o pudo ser.

El resumen sería: A partir de los años 80 lo que fue euforia del cambio de una dictadura a un sistema moderno de democracia parlamentaria se transformó, interiormente, en un proceso de creación y consolidación de grupos de interés centrados en la disposición y reparto del erario nacional. Exteriormente se complementó, de forma necesaria, con la elaboración y difusión de una imagen, absolutamente ficticia, que legitimaba las fachadas visibles de beneficiarios de esa retícula, les proporcionaba una mitología de representantes de la lucha contra el Mal (encarnado en los vencedores de la Guerra Civil terminada hacía décadas y en el dictador muerto de vejez sin que hubiera habido asomo de rebeliones populares) y se embarcaba al país en una esquizofrenia de eterna epopeya Pobres contra Ricos, Socialistas contra Burgueses que nada tenía que ver con las aspiraciones, actividades y vidas reales de la población. No todos los que participaron en aquella ilusionada Transición apoyaban ese proceso, que naturalmente coexistía con gente honesta, pero éstos fueron marginados y silenciados bajo amenaza de denuncia profranquista. La España previa a la Transición no era una nación totalitaria (aunque partidos que se decían defensores de la libertad apoyaron con entusiasmo regímenes totalitarios, dictaduras de la peor especie siempre y cuando tuvieran el marchamo comunista). La sociedad civil, sustentada en una amplia y moderna clase media que ya había cuajado antes del paso al sistema democrático, se acostumbró a vivir en una realidad doble: la verbal de los que reivindicaban como herencia su superioridad (con aspiraciones a la eliminación de otras realidades) de representantes del Bien y la complejidad de una nación moderna, con su libre mercado y diversidad de ocupaciones y dotes individuales.

Naturalmente el botín directo de los grupos de interés era, y es, el sector público, la administración del Estado. Ninguna corrupción ni robo puede comparársele. El más rentable de los latrocinios es el legal, consistente en autoadjudicarse beneficios de todo tipo, acapararlos en el presente, blindarlos respecto al futuro, dictar normas y distribuir obras según cohecho, y, en esa superior escala que ha constituido el rasgo distintivo del régimen español, trocear y clonar las fuentes de ingresos y fabricar ex nihilo una red social y geográfica de tribus pagadas por serlo, las cuales se transforman rápidamente en entusiastas defensoras del sistema parasitario. En él medraron y proliferaron hablantes de cualquier dialecto o lengua distinta de la oficial del país, nacionalistas de terruño, reivindicadores de agravios ancestrales diversos, asociaciones para la compensación de injurias históricas, victimismos variados y, en fin, clanes de reproducción asistida siempre caracterizados por el común denominador de la anulación del individuo y sus dotes y calidad en pro e interés de la grey, el nacimiento, el sexo, la ascendencia, la clase, la etnia, el clan. La laboriosa desmantelación de un edificio nacional realmente democrático de ciudadanos iguales ante la Ley tenía como necesario corolario la cooptación inversa, la promoción de lo peor y los peores, clientela ideal que defenderá con uñas y dientes a los que la mantienen y nombran.

En términos prácticos, la dualidad Buenos/Malos se reduce a parásitos activos y pasivos por una parte y por otra al amplísimo resto hijos de sus obras, variopintos, en su mayoría anónimos, desconcertados por la continua ducha de chantaje verbal en abierta oposición con la vida libre y confortable a la que aspiran y que contemplan y a los sucesivos cambios a lo largo de la existencia. Ellos son el ganado útil del bloque preceptivamente bueno al que, como a la abeja reina, deben alimentar en razón de su rango jerárquico. El Club de Utopías Subvencionadas se distingue del de la colmena en estar constituido por zánganos que anulan con el zumbido de las delicias comunitarias cualesquiera otros sonidos. La dualidad no es tal, en absoluto se trata de Partido de Izquierdas versus Partido de Derechas. El Bloque Beneficiario es en extremo amplio, jerarquizado y capilar. Señorea por supuesto su ápice una masa de nuevos ricos adosados a la Transición que llevan décadas distribuyendo carnets de identidad ideológica que, cual cupones de racionamiento, son indispensables para la adquisición de porciones de prosperidad y relevancia social. Al irse agotando, por imperativo biológico, la mina Izquierdas y antifranquismo honorífico, estos plutócratas sociológicos se han multiplicado y diversificado en vistas a la creación y explotación de vetas urbanas, tribales y de nacionalidades creadas por imperativos del cobro. Más allá de los nuevos, y ya institucionalizados, ricos se reparte una variada y nutritiva sopa. No todos los sopistas gozan de privilegios materiales, pero sí de uno de gran valor: Sentirse superiores al resto, amedrentar, silenciar, imponerse, ser escuchado, adquirir categoría, no por la valía propia, sino por la proclamación belicosa de un puñado de consignas y el confortable sentimiento de irresponsabilidad victimista y gregaria.

Cuando, por mimetismo dual y reflejo de autodefensa, algunos se identifican como Derechas resultan singularmente patéticos, porque están entrando en el fango que pretenden combatir, en el juego del adversario, y extrapolan lo que no son sino términos aplicables cada vez al análisis de épocas y hechos específicos en el marco de Historia y Sociología. La multiplicación sistemática de su empleo, reiterada hasta la náusea por los medios de comunicación y la vieja calaña de los trepas, es simplemente falsa e intelectualmente de una peligrosa facilidad maniquea que le garantiza adeptos de mínimo común denominador reflexivo. Se presenta como clasificación intemporal del género humano y constituye, con su chantaje verbal, precisamente el arma del oponente tanto en los que la utilizan con sentido positivo como en los que se apoyan en uno de sus términos para combatir a la entelequia que englobaría el otro. Pero es un recurso extraordinariamente cómodo, integrado en el habla cotidiana con la misma rutina que las frases de despedida y saludo, y evoca en cada término, no actos y personajes concretos, sino formas de presentarse, de pertenecer a una imagen y un club, opuesta a lo existente en un caso, conservadora hasta la caricatura en otro, irracional e infantiloide en la exigencia del se me debe todo sin precio en aquéllos, neocarlista en éstos. Cada vez que se emplea Derechas, Izquierdas sin análisis, justificación ni contexto se está añadiendo un barrote más a la celda y engordando al próspero gremio de los herreros.

La indefensión tiene como uno de sus principales pilares el desconcierto, la imposibilidad de asir, expresar y transmitir lo que realmente se observa y a lo que los demás y uno mismo aspiran, y ello por falta de instrumentos verbales no contaminados por condena social de alto riesgo, por la animosidad instantánea que despierta el roce de un invisible campo minado. Ay del que denuncie a los iconos consagrados y a los países y sistemas en los que de ninguna forma se querría vivir pero a los que hay forzosamente que alabar o, al menos, aceptar tibiamente mientras se denigra por sistema el bloque Occidente-Estados Unidos-Libre Comercio. En España el guerracivilismo, sumado a las fuerzas anteriores, duplica las tropas contra los indefensos sin ética ni discurso que ponerse. Y estas tropas, desde luego, no sirven a un partido, aunque haya partidos que las han utilizado, con gran diferencia, más que otros. Sirven al envilecimiento clientelar del sistema, y lo hacen e hicieron apropiándose en primer lugar de aulas y escenarios, copando vastos espacios preferentes en el tiempo, atención y energía de los canales comunicativos, borrando la distinción entre entretenimiento instantáneo y sustancia informativa, manteniendo fijo el ángulo y el punto de mira a gusto del magma parásito diversificado y reservando para el resto el desdén, la descalificación preventiva y la sombra.

Es fácil el salto desde la sensación de indefensión y desconcierto a la seguridad prometedora de las diferenciaciones, a la gratificante plataforma que ofrecen nacionalismos y clanes sociales que deifican la marginalidad, tanto más cuanto que ofrecen y procuran muy materiales beneficios amén del marchamo de superioridad sobre el resto, el cual forzosamente se compondrá pues de individuos de segunda clase ajenos y probablemente enemigos del Pueblo, la región ascendida a Nación, la Clase, los Buenos y Superiores en fin.

Ancha es Castilla.

Ancha es Castilla.

 

 

 

Hasta las cárceles tienen fecha de caducidad. Naturalmente el chantaje Izquierdas (Bondad e impunidad por definición)/Derechas (Maldad impresentable) y su marca hispánica Progresistas (antifranquistas a título póstumo)/Reaccionarios (el resto) envejecía con las generaciones por mucho que el bombardeo de mensajes diario auditivo y visual fuera con mayoría abrumadora monocolor. Entonces se impuso un volantazo cuya concreción plástica merece tratamiento aparte.

 

 

Totalitarismo light

 

Preparando una Autonomía.

Preparando una Autonomía.

 

 

Democracia e Igualdad: conceptos cargados en principio de dignidad e intenciones nobles no sólo se han vaciado, sino que se utilizan favoreciendo a sus contrarios, y transformándolos así en armas peligrosas para los principios que nominalmente defienden. Las más añejas tiranías, los asesinos legales más longevos, los sistemas a los que no les caben los muertos en ningún armario, las más letales dictaduras se han bautizado a sí mismos y cara al mundo como Democracias Populares, Repúblicas Democráticas y Líderes del Pueblo.

Igualdad ha servido y sirve, en una sociedad de bienes contados, para privar de los frutos de su trabajo, de sus oportunidades y de la expansión de sus capacidades a los que por sí mismos lo merecen para que ocupe su espacio lógico, por medio de la discriminación pervertida, cualquiera sin más atributos que la pertenencia a un colectivo y la insignia de de una reivindicación. Este Cuarto Estado, el Parásito, cuya finalidad exclusiva es el mantenimiento y multiplicación propios, es exactamente el auténtico reverso de la Solidaridad que proclama. Los términos democracia, solidaridad, igualdad actúan como sustitutos ideales de la persona, del análisis concreto y de la causalidad razonada, blindan contra la denuncia, la apropiación indebida y la gestión ruinosa y son oportunos maquillajes de la simple cobardía, el mero oportunismo a golpe de exaltación callejera y las evidencias del lucro personal. Nadie, o apenas, ve, al otro lado del estrepitoso montaje, a las silenciosas víctimas que, por justicia y por necesidad, hubieran debido disfrutar de buenos servicios públicos, ser las receptoras de ayuda genuinamente solidaria, gozar de representación democrática. La lógica de los bienes finitos y, según circunstancias, escasos priva en primer lugar a los indefensos de lo más necesario. Porque el espacio ético que les correspondía ha sido invadido

Señor de Derechas (Drácula; Rumanía).

Señor de Derechas (Drácula; Rumanía).

por el populismo y la demagogia de la clase usurpadora.

 

 

 

El término democracia no queda mejor parado. En su nombre se puede laminar a explosivos a cualquier país que formalmente no la tenga y sentirse, sin mayores riesgos, el Bueno de la película que se proyectará en todas las pantallas. Las mayores barbaridades gozan de patente de corso cuando se alega el apoyo ocasional por una mayoría. Valga como botón de muestra la benevolente ceguera con la que los puntillosos gobiernos occidentales vienen desde hace medio siglo tratando el apartheid femenino islámico, tanto en las naciones de origen como entre los que viven en Europa. A los más débiles, empezando por su debilidad física y siguiendo por la social, se los (y sobre todo las) machaca y anula por sistema en los barrios turcos de Alemania (la estrella amarilla agobiaba menos que el chador) como en los de Pakistán, en las zonas musulmanas de Cataluña como en Kandahar. Porque Respeto, Tradición, Diálogo, Cultura, Tolerancia se han convertido, como el nacionalismo a cargo del contribuyente, en el último refugio de los canallas. Todo con tal de no arriesgarse a la incomodidad del enfrentamiento diario para defender, -al menos de palabra y con un mínimo de valentía- derechos humanos libertad propia y ajena, dignidad y principios. Cualquier cosa menos mirar cara a cara la insobornable desnudez de los hechos, perder mano de obra rentable, irritar a la bestia de países respecto a los cuales la premisa implícita es que lo mejor que se puede esperar es que se despedacen entre ellos. Nada más fácil que pasar la mano por el lomo a los más fanáticos, violentos y peligrosos (a los que están debajo, aplastados por la barbarie, ni se les ve ni se les espera), afirmar cuánto se respetan sus usos y costumbres, firmar contratos y correr.

Torres Gemelas antes del 11 S. New York, U. S. A.

Torres Gemelas antes del 11 S. New York, U. S. A.

 

 

Hay puntos críticos, jalones en el espacio y en el tiempo que emergen como marcadores visibles de una corriente de curso prolongado y ancho a la que, al socaire del mantra de la rebeldía contra un Occidente en el cual se bienvive, la opinión se acomoda a una curiosa ignorancia de grandes zonas de percepción. Quizás se sitúa en los años sesenta del siglo XX el giro hacia una de las jaculatorias laicas que hará mejor fortuna: los multiculturalismos, las falsas igualdades y la inseparable, y previa, pérdida de juicios de valor y compromisos morales que ello conlleva. Son los tiempos de un Jomeini mimado y apoyado por el París de la Ilustración. Ahí se abandona la idea de la defensa de los Derechos Humanos, los valores universales, el concepto de civilización. La puerta del Infierno se abre a vastas salas alfombradas de buenas intenciones y mejores consignas en las que da gusto dormir la siesta, prometedores paraísos en los que las simples comprensión y espera producirían cambios excelentes, respeto hacia el débil, amor generalizado, aplaudido todo por los observadores desde  una distancia profiláctica. Ya no hay hechos, se ha entrado de nuevo en la cresta de una ola de bienaventurada ceguera que permitirá prosperar inmensamente a los surfistas del populismo.

Torres Gemelas después del 11 S, U.S.A. museo, 2012.

Torres Gemelas después del 11 S, U.S.A. museo, 2012.

 

 

Será un nuevo hito, décadas más tarde, el discurso en Egipto del Presidente de Estados Unidos. Por primera vez alguien ha sido elegido para el cargo, no por sus obras ni programa, sino por el color de su piel, por la pertenencia física a un sector étnico. Los mismos motivos de clan ideológico previo, de realidad impostada y amputada, harán que se le otorgue el Nobel de la Paz antes de que ejecute hazaña alguna. No hablará en El Cairo más que a los que identifican religión, aquí Islam, con población, ley y forma de vida. Acariciará con su verbo exclusivamente a los estudiantes y auditorio de la gran mezquita y universidad musulmana. Obviará, por el simple hecho de haber elegido ese lugar para su único discurso, a todos los demás, en un país con ochenta millones de habitantes, a los individuos y sus derechos, a los oprimidos, a las mujeres, a los cristianos y a los laicos. Y consagrará la omisión respecto a injusticias que hay que denunciar, el silencio en cuanto a gente a la que hay que defender al menos con la palabra y la presencia, abandonando los valores universales que son lo más humano y medular de lo que él ahí representa. La gran pantalla ilustra perfectamente el cambio hacia un confortable relativismo abrigado con la piel de cordero de la tolerancia general: Se ha pasado del alienígena que devora sin contemplaciones a la tripulación de la nave espacial a la especie mortífera pero incomprendida. La gigantesca hormiga reina de El juego de Ender es un híbrido de AlienE. T con predominio de los dulces y enormes ojos ovales del último. La película concluye con un tiernísimo diálogo en el que, en escena de inenarrable  cursilería que sume a la espectadora en desesperada añoranza de Alien, monstruoso y feroz sin paliativos, al niño humano y al insecto se les escapan sendas lágrimas. Empapado en pacifismo, salvación de otras especies (en este caso la causante de varios millones de víctimas terrícolas) y diálogo cósmico, el protagonista vuela en búsqueda de un hogar para el huevo de la hormiga finada, en un periplo inverso al de la tripulante de la nave de Alien, que tan valientemente luchó por destruir al monstruo y a su progenie. En este bajo mundo, el transparente mensaje de Ender no puede menos de ser bien recibido por todo monstruo humano que cifre su objetivo en imponerse y destruir formas de vida civilizada mediante la violencia. Aplausos con todas las extremidades por parte de Al Qaeda, ETA y sucedáneos. Como telón de fondo, el de la obra en cartel Cambio de eje estratégico, que consiste, no ya en la lógica alianza con el área del Pacífico, sino en un repliegue a posiciones contemplativas, coyunturales y tibias en las que el esqueleto de jerarquía de valores ha sido extraído para sustituirlo por manuales de Claudique sin esfuerzo.

Peligroso delincuente: Mío Çid-Burgos

Peligroso delincuente: Mío Çid-Burgos

 

 

No en vano el profundo cambio en la política estadounidense –y por ende en la Occidental en sentido lato- coincide con el anuncio de Obama del abandono de los proyectos de vuelos espaciales. Se echa el cierre a la exploración de otros planetas, al envío de hombres a Marte. La NASA se convierte en un parque temático para visitas de fin de semana. Ya no opera, como impulso primordial, la necesidad de ir más allá, del descubrimiento como meta y escalón del umbral siguiente. Se invierten los términos, y lo que importa es programar previamente rentabilidades. Hay un cambio de época, un giro hacia el propio barrio, el pensamiento se ha hecho más pequeño y, al pretenderse utilitario, condiciona la grandeza de la idea inicial sin la cual nada se dará luego por añadidura. Habrá pequeños actos encerrados en días y en presupuestos pequeños y condicionados a lo que una información epidérmica haga llover con mayor frecuencia y por mayor número de canales.

Santiago antes de la Inquisición siglo XXI

Santiago antes de la Inquisición siglo XXI

 

 

La España del siglo XX y principios del XXI es un gran botón de muestra del mecanismo de anulación de un gran trozo de la realidad, de impregnación de ceguera selectiva e impotencia inducida respecto a la normal capacidad de juicio de actos concretos. Pero el caso español es un retazo, adecuado para el análisis por su proximidad y concentración de los elementos, del muestrario. Los regímenes totalitarios inauguran el ensayo general de ese proceso, que perece necesariamente de éxito, cuando logra implantarse como movimiento líder bajo las doctrinas paralelas, de comunistas y nazis. A partir de ese punto, y tenazmente, contra toda evidencia, ya no existirá para millones de personas lo que sus ojos ven y su mente enjuicia. Considerarán que el material bruto resultado del pensamiento debe estar sometido a la criba y filtro de leyes sociales, de la Historia, de la Clase, del Mito de la Eterna Lucha Antifranquista, del Mañana Igualitario, de Imperialismo contra Pueblos, de Clan, Micronación, Relativismo, Raza. Los muertos de un tiro en la nuca sólo habrán sido asesinados cuando, como en el caso hispánico del millar víctima de la ETA, cuando el guión coyuntural les conceda ese rango, las personas castradas, violadas, fusiladas, robadas lo habrán sido según conveniencia del relato.

Esto no es sino una tesela en el inmenso mosaico del silencio bajo el que, pertinazmente, se ha enterrado a millones de seres humanos eliminados durante, por y en sistemas comunistas y socialistas, siempre llamados populares. Hasta el día de  hoy (véanse estadísticas y libros de texto). Las mismas fuerzas que actuaron en gran escala y con la impunidad del movimiento nazi o soviético llegado al poder  la primera mitad del siglo XX siguen vendiendo bien, aunque sea en porciones y retazos, la envidia y el rencor apenas maquillados de igualdad forzosa y pretensiones de ingeniería social. No existen las dualidades transcendentes, ni la eterna Lucha de Clases o el callejero editado desde el Más Allá para la Historia. Pero sí existen la tremenda fuerza de la primera pasión bíblica, la tristeza por el bien ajeno, y la costumbre de legitimar el robo y el expolio con la creación de clanes nacionalistas y morales nuevas. Probablemente en el Edén lo más engañoso en la actuación de la serpiente no fue la oferta de la manzana sino hacerlo, junto con el Conocimiento y el Árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, totalmente gratis, sin contrapartida alguna.

Hay muchos Santos Oficios, de nómina

Hay muchos Santos Oficios, de nómina

 

 

 

La doctrina bienpensante establece que la contemplación de la realidad exige claves previas las cuales, por su abanico reducido, eximen de la perplejidad, la incertidumbre y el esfuerzo de vérselas cara a cara con el mundo exterior y tener que forjarse juicios propios. La realidad es reaccionaria, cada cual habrá sido provisto de la previa explicación a ella. Ahora no se trata siquiera de silenciar la evidencia, de ocultarla, de hacerla invisible, sino de enseñar a la gente a que no la vea y, si la ve, que no la comente ni se extrañe, que actúe como si no existiera.

 

 

El nuevo Arte de la Guerra

 

No se trata de la obra clásica de Sun-Tzu, que analizó en la China del siglo IV a. C. todos  los factores de la estrategia bélica con la sabia finalidad de vencer sin luchar, pero existe hoy un nuevo Arte de la Guerra que tiene con el antiguo dos puntos en común: la utilización del miedo y la difusión de una moral dominante que permita someter sin dar batalla. Se trata simplemente del aprovechamiento de la guerra, de la guerra por encargo, de la creación y mantenimiento de una atmósfera de enfrentamiento bélico que garantiza, en un mundo moderno impregnado de mensaje e imagen, la impunidad y el botín. El nuevo Arte de la Guerra nace del pensamiento débil, de la clientela improductiva y del chantaje dual, siendo éste último a la vez instrumento indispensable y terreno propicio. Hay que crear enemigos y guerra, y esto debe escapar a la racionalidad, la responsabilidad personal y los límites temporales.

Carlos III mira la hora-Madrid, Puerta del Sol.

Carlos III mira la hora-Madrid, Puerta del Sol.

 

 

 

Parafraseando el Si no hay Dios todo está permitido, si hay guerra, si hay un adversario preferentemente global y amorfo, el robo no es robo sino resarcimiento de anteriores e indebidas apropiaciones, la vileza es una simple cuestión de oportunidad y perspectiva, el asesinato es la adecuada respuesta a anteriores crímenes, la legítima defensa en el sentido más lato. Basta con decretar, convencer y convencerse de la existencia de un estado bélico continuo para que el terrorista sea un soldado más en el vasto campo de batalla social plagado de adversarios a los que se puede eliminar con toda legitimidad, sean estos policías, carteros, militantes de un partido, oficinistas de la City o niños de una guardería marcados por el pecado original de algún sector opresor.

En la vida cotidiana, la guerra es útil. Permite okupar la vivienda ajena, abstenerse de la enfadosa costumbre de pagar por la adquisición de bienes, amenazar y ejercer diversos tipos de violencia sin que la medrosidad ambiente se oponga a los deseos del guerrillero urbano, y además ofrece sin mayor esfuerzo una justificación moral a los actos, una placentera sensación de superioridad y dominio y una muy ventajosa promoción social con el apoyo de las diversas plataformas comunicativas, ansiosas de espectáculo y de víctimas y refractarias al aburrido pasar de la existencia burguesa.

En espera de demolición según la memoria histórica.

En espera de demolición según la memoria histórica.

 

 

España es, una vez más, un ejemplo de manual, con jalones muy precisos en el remozamiento y empleo de la guerra rentable. La civil de 1936- 1939 ha sido utilizada, envuelta en toda la parafernalia bipolar Izquierdas/Derechas, bien entrados los años setenta y luego, en plena democracia, como supremo argumento legitimador. El modo de empleo consistía en mantener la idea de un enemigo latente, trasiego de la maldad ejemplificada por el bando antaño vencedor, y justificar por ello una especie de solapado estado de excepción que legitimaría cualquier acto. La lógica guerrera y sus baterías de permanente reivindicación de agravios y de compensación por injurias se desgastaron con el paso del tiempo, de las generaciones y del uso. La clase parásita, que precisaba sucederse a sí misma y veía su arsenal exhausto, se lanzó con el nuevo milenio al terreno de la lógica bélica, trajo la ya antigua Guerra Civil al primer plano, la rodeó de alusiones y conmemoraciones ligadas a exigencias de paz planetaria y buenismo abrumador. El clímax, y la fractura decisiva con los usos del Estado de Derecho, se produjo en 2004, cuando tras la matanza de Madrid justo antes de las elecciones, se aprovechó ésta para manifestaciones contra el entonces Gobierno. El siguiente, llegado al poder, se apresuró a difundir el nuevo arte de la guerra, la Civil remozada, la búsqueda de cadáveres –sólo de los de un bando- de la contienda del siglo anterior, la insistencia en reparaciones, depuraciones y caza de brujas culpables a posteriori de cualquier afinidad con el bando del mal. Esto en un ambiente acobardado por la supuesta superioridad moral del adversario y por el continuo chantaje mediático, con el aplauso entusiasta de las víctimas creadas al efecto y dispuestas a ser objeto de resarcimiento. En los trenes de la estación de Madrid no se pusieron solamente bombas. Junto con los vagones, explotó una artillería retardada de resurrección guerracivilista con los más interesados y míseros fines.

Proa ¿a dónde?

Proa ¿a dónde?

 

 

En un plano más amplio, no faltan en el resto del mundo las variadas guerras santas, una especie de neofascismo (o neocomunismo, quid pro quo) de acción directa heredero de la lucha de clases, amigo de las denuncias de conjuras mundiales y poderosos en la sombra, que permite descargar en abstractos la responsabilidad y autoría de sus propios actos. El arte de la guerra a gusto de los consumidores se difunde porque es grato, divierte en los videojuegos, proporciona sin mayor esfuerzo intelectual una supuesta comprensión del mundo con folleto de respuestas instantáneas y catarsis de indignación con visos de ética. Y, sobre todo, viste de moral al descarado y sórdido ejercicio del propio interés.

La lucha, y la victoria, contra el ejército dual y las añejas tropas del chantaje ideológico deja sin duda el campo sembrado de víctimas de las que no pocas merecen al menos lápida si no primeros auxilios. La ignorancia de la historia del siglo XX es tan fenomenal, tan escorada que, ayudados por la ley del péndulo, se puede pasar limpiamente a demonizar a cualquiera que, bajo las banderas de comunismo y socialismo, haya luchado honesta y generosamente por mejorar la vida de sus semejantes. Cada uno de los que combatieron la injusticia que constataban no era un fragmento de Stalin ni de Mao, ni de los milicianos que en España volcaron su rencor en torturas, saqueos y asesinatos durante la Guerra Civil. Entre aquellos republicanos estuvo parte de la gente más solidaria. Tampoco son fragmentos de Hitler, Franco ni Mussolini los que vieron en el apoyo a los nacionales la defensa de su país, sus principios morales, el orden y las leyes. A la manipulación y la ignorancia históricas que empiezan en los primeros años de enseñanza hay que añadir el bombardeo a golpe de millones de muertos, la distorsión basada en el maratón de atrocidades, la puja sobre qué totalitarismo produjo mayor número de víctimas. Porque, si es cierto que el comunista, con sus hambrunas, gulag, exterminios gana la partida por extensión geográfica y duración (hasta hoy, en Corea del Norte) de su reino, también es indudable que el nazi, desde los años treinta a 1945, alcanza un grado cualitativo de abominación incomparable y nunca igualado a causa de su carácter genocida sistemático, industrializado, técnico, de su racismo provisto de toda la frialdad y eficacia de la modernidad y la ciencia, inspirado en las purgas y campos de concentración comunistas en un principio, pero luego insuperable e insuperado en la deshumanización y el mal.

 

Monumento al Muerto Desconocido.

Monumento al Muerto Desconocido.

 

 

En España los intentos de aprovechamiento de cadáveres han alcanzado cotas de macabra caricatura. En pleno 2016 el partido socialista pretendió seguir alimentando su discurso y su menguado crédito con las víctimas de una guerra que acabó en 1939 y propugnó, a fines electorales, rebuscar muertos (los que consideraba de su signo, no otros) en las cunetas.

Hay circuitos didácticos que deberían ser de obligado recorrido: algún campo de exterminio nazi, las que fueron prisiones y testigos en la Camboya de los Jemeres Rojos del genocidio de un tercio de la población en nombre del Comunismo perfecto, y, más cerca, los pequeños museos locales de países como Polonia y los Bálticos, que reproducen la infinita y ubicua opresión de la época soviética. Si el comunismo ha tenido, finalmente, un balance mucho peor, en lo que a número de víctimas y ruina se refiere, que el nazismo se debe probablemente a que poseía, además de las materiales, tres armas sin comparación más duraderas que las brutales de los nazis. Fueron éstas la extrema disolución de la responsabilidad personal en el Partido, la Clase y la Vanguardia trabajadora, la buena conciencia de la meta de la felicidad y justicia universales que les procuró apoyo perdurable y sin fronteras, y, last but not least, la ausencia de Gran Jefe mortal, encarnado en iconos perecederos, lo cual les otorgaba la perdurabilidad de la Iglesia.

Las peores víctimas de esta batalla no precisan lápida sino ayuda, porque son necesarias y viven aunque las cubran cuerpos muertos. Corren grave riesgo las utopías, el impulso generoso y solidario, la aspiración a esos imposibles que ha ido haciendo posibles la voluntad humana, la misma voluntad que ha producido lo peor, pero también lo mejor de cuanto se conoce.

 

 

 

 

 

 

Del latín al bable

Reparto de riquezas-Tapiz flamenco, Toledo.

Reparto de riquezas (apiz flamenco, Toledo).

 

 

Nunca había sido tan rentable como en el siglo XX, y particularmente en España, declararse nacionalista, poner en pie todo un vasto edificio burocrático, enviar propaganda y propagandistas por el ancho mundo, nutrirse, como en el caldero mágico de Asterix, del cocimiento inagotable de los ancestrales agravios, forjarse una armadura resplandeciente con metales proporcionados por el odioso enemigo y reprocharle con amargura la propia inferioridad en hablantes, extensión, peso histórico y presencia internacional. En la Península del mito tribal el movimiento ha sido inverso al del latín medieval y clásico: Éste fue la lingua franca del cosmopolitismo y los saberes. Aquél se ha embarcado en un acelerado proceso de jibarización, mapas estrictamente regionales, horizontes de barrio y aldea, arroyos preferibles a ríos, colinas a falta de montañas, historia de reyes impostados y batallas ficticias, maquetas en fin cercadas por alambre ideológico por donde transitan ciudadanos que se quieren exclusivos del terruño y a los que se enseña en la escuela desde la infancia a ignorar y odiar, por partes iguales, al país y a la lengua españoles. No hay en esto exageración alguna. Los libros de texto escolares avalan el dato, insólito en el resto de Europa y apenas comentado en una prensa extranjera que, sin embargo, se prodiga en ocasionales comentarios folklóricos o de apenas velada alabanza del terrorista como luchador valeroso. Es exactamente el proceso que, por imposición de las autoridades locales y por omisión de las gubernamentales, se viene dando en España hace largo tiempo y ha producido, desde que se llevó a cabo la desdichada transmisión de las competencias educativas a las Autonomías. El raquitismo intelectual y el despropósito económico han sembrado de minigobiernos, minipalacios y monumentos mini la entera geografía hispana, producido una incomparable clonación de coches y organismos oficiales, inundado televisiones y radios de predicadores de la diferencia étnica y de la lengua del último valle, todo ello a cargo de una vaca gubernamental hipotecada hasta las ubres. Gran éxito: Ya hay generaciones de niños que no hablan sino el habla de su zona, que han sido convencidos de que el enemigo se asienta al otro lado de su estrecho perímetro geográfico, que se ven como los soldados de un excitante juego de ordenador con Estrella de la Muerte sita en Madrid.

Sin comentarios

Los niños no cobran, pero sí sus maestros, profesores, rectores, directores, ministrines, con sueldos y prebendas procedentes de la Fuerza Oscura. No saben, pero sabrán quiénes y por qué les robaron su herencia y jibarizaron su cultura, sus saberes y su mundo. Descubrirán quizás cuánto cobraron las agencias de viaje que les embarcaron en el viaje del latín al bable. Toda irracionalidad ha tenido en España blindaje y asiento, con el bloque mediático funcionando a pleno pulmón tanto para aclamar como para mantener en silencio lo que convenía, hacia el interior y respecto al exterior. No deja de ser sintomática la ausencia de comentarios sobre fenómenos tan curiosos como que a los niños se lleve décadas aleccionándoles desde la escuela a aprender como referencia el terruño del que el resto de España es enemigo, a vivir en una nación que, única en Europa y en el resto del mundo, carece de bandera, tradición y nombre, en cuyos centros de enseñanza el uso de la lengua española está vedado. Algún espacio hubiese debido merecer tan insólito fenómeno en la prensa foránea. Curiosa, ejemplar discreción.

Ya no hay hechos concretos, no hay Historia, ni resultados, ni empresas, logros, fracasos, esfuerzo, riesgos. No hay, en Enseñanza, conocimientos valiosos per se. No existe la nación en cuanto comunidad de ciudadanos libres e iguales, ni hay tampoco Constitución, códigos civil y penal, delitos, recompensas. Existe, va existiendo, lo que sirve para que una tribu sociológica, sindical, autonómica nazca, crezca, cobre, se reproduzca y apoye a los jeques que mantienen, y se mantienen, en y de la red de intereses llamada Transición B. La espesa y continua capa de consignas políticas que recubre el entramado no pasa de ser epidérmica, aunque a fuer de reiterada los beneficiarios la adopten como credo común por la lógica de la facilidad, la ausencia de alternativa y la necesidad de aceptación por el grupo mediático dominante. No de otra forma podría explicarse un rasgo típico del totalitarismo que se da en estas parcelas de dimensión mudable que de él existen. Se trata de la negación de la evidencia y del sentido común y de la aceptación del absurdo. En el auge de los sistemas totalitarios, se llegaron a aceptar las monstruosidades de las que ha sido testigo la primera mitad del siglo XX, aunque repugnaran, no ya, por supuesto, a la moral, sino a la simple lógica e implicaran la destrucción del propio país y la de millones de sus ciudadanos. Cuando el totalitarismo se presenta de forma oportunista y dispersa, pero con un arraigo institucional variable, su meta es copar el sector público y, en él, Educación, Enseñanza y Cultura, porque a partir de éstos determina la presente y futura implantación y mantenimiento del poder tribal, de la red parásita que sin ellos no podría vivir y que ni siquiera habría visto la luz de la existencia a no ser por la legitimidad ficticia que se le confiere y el chantaje verbal que la acompaña.

Bibliotheca Alexandrina. Alejandría, Egipto.

Bibliotheca Alexandrina. Alejandría, Egipto.

 

 

Nadie creería en buena ley que se puede decretar que los niños no aprendan en la escuela, que los profesores den clase de lo que no saben y que los diplomas correspondan a conocimientos inexistentes. Sin embargo esto es lo que se instauró en la España de la reforma educativa de 1990, presentada e implantada por el partido socialista y mantenida, bajo formas diversas, a lo largo de décadas porque la oposición no osó derogarla cuando pudo y sus valedores la defendieron, bajo distintas siglas, con la ferocidad de quien sabe que le va en ello la alimentación presente, la futura y la de toda su clientela. El absurdo de instaurar que no se estudiaran prioritariamente asignaturas de base, que se copara el horario lectivo con necedades buenistas de obligado asentimiento, que se jibarizaran historia y geografía en pro de las tribus locales, que los desdichados alumnos pasaran sin aprobar de un curso a otro cargados de ignorancia satisfecha y de suspensos y que se les sometiera en el aula a la dictadura del más vago, el más ruidoso y el menos afín al estudio simplemente se aceptó, se acepta, con cierto momentáneo desconcierto, inevitable ante la confrontación con la verdad tenaz de los hechos, pero con el silencio cómplice de quien asiente por instinto ante el que domina. La ignorancia por decreto es algo tan increíble que simplemente no tiene cabida en el universo mental medio. La explicación es, sin embargo, extremadamente sencilla: La anulación de la Enseñanza basada en el saber era imprescindible para poner en los puestos educativos a cualquiera, sin formación, profesión ni merecimientos, que diera clase de cualquier cosa a estudiantes de cualquier nivel. Había que quitar, como se hizo, a catedráticos, a profesores por oposición rigurosa, eliminar criterios basados en materias fundamentales, rigor, esfuerzo, cualidades, estudio, y sustituirlos por miembros de la tribu cliente, véase sindicalistas de las dos correas de transmisión de los políticos en el Gobierno en 1990, gente del partido y afines, maestros que ocupaban el espacio docente de los extintos catedráticos, regionalistas ansiosos de reescribir la historia y de jurar fidelidad a la bandera local y al sueldo, contratados a los que la precariedad hacía defensores a ultranza de la sustitución de conocimientos por consignas y oposición por antigüedad. Ya de los ríos no se aprende el nacimiento y desembocadura, sólo el tramo que pasa por la comarca. No cabe asombrarse de la cosecha tribal. Sus profesores, salvo honrosas y heroicas excepciones, lucirán en clase sin empacho camiseta, pin y chapita ante los menores, perfectamente indefensos contra la manipulación. Es posible que a los chicos se les haga actuar en actos independentistas, animarles a que peguen en el recinto del instituto carteles en los que se llama asesino al Presidente del Gobierno, como ocurrió en 2004, y que se les prohíba hablar en castellano cuando salen al patio en el segmento de ocio, otrora llamado recreo. La insufrible parafernalia terminológica que siempre ha acompañado a la LOGSE (Ley de 1990) y sus recuelos no pasa de ser guarnición del modus vivendi del concurrido club del mínimo común denominador. Y aún lo es; de ahí la defensa de la barricada.

De haber vivido en la España de las últimas décadas, el gran escritor, pensador y grandísima persona Albert Camus no hubiera podido ser apoyado por su maestro de primaria, Louis Germain, al que envió su agradecimiento y cariño al recibir el Nobel de Literatura. Camus era huérfano de padre y de familia extremadamente pobre. Creció en la Argelia francesa. Louis Germain encauzó sus dotes, compensó la ausencia paterna y el analfabetismo materno y le informó sobre becas y ayudas, hasta la facultad de Filosofía. En España Camus hubiera aprendido a leer lo más tarde posible, y la misma tónica hubiera regido en cuanto a conocimientos en pro de la igualdad respecto al último de la clase, Louis Germain no hubiera tenido la dignidad de maestro ni hubiese ejercido, como hizo, con nobleza y eficacia su deber de enseñar y de impulsar al máximo la capacidad y esfuerzo de los alumnos, facilitándoles así el ascenso social y personal. De intentar tal cosa, hubiera sido un apestado reaccionario, rodeado de gente que se denominan maestros y que forman parte de la correa de transmisión de los dos sindicatos lujosamente mantenidos por el partido que ha hundido la Enseñanza española. Louis Germain sufriría el más severo ostracismo, no hubiera podido impartir conocimientos sino consignas, vería a los que fueron catedráticos vigilar los lavabos y a los maestros dar clase de materias y niveles que desconocen y defender encarnizadamente a los que les han milagrosamente promocionado. Albert Camus, cuya familia no tenía dinero para pagarle ni un máster ni una caja de lápices, habría resistido penosamente la dictadura de lo peor y los peores en el aula, no le habría sido permitido hablar y escribir en francés, ni a su maestro utilizar la lengua de su patria, sino que una tribu local habría impuesto el kabileño. El futuro escritor compadecería al infeliz Germain y hubiera abandonado el inútil aparcamiento antes centro de enseñanza. Camus, inteligente donde los haya, y Germain, honrado y sabio, serían cebo de la jauría del comisariado pedagógico, de los que engordan  a base del control y espionaje de los profesores y de la ocupación del horario lectivo y de los temarios de oposición con el Aprender a aprender, Aprender a enseñar, Educación en valores, Conocer al alumno, Sexualidad para la igualdad de género, Infancia igualitaria, Igualdad en equipo. Afortunadamente Albert Camus estaba en la enseñanza francesa, en la segunda década del siglo XX.

No hay, en lo que al absurdo se refiere, tanta diferencia entre el alumno que, en vez de en matemáticas, latín, ciencias naturales, lengua, arte, emplea buena parte de las seis horas lectivas diarias en materias del tipo Valores para la solidaridad, Sexualidad creativa, Aprender a aprender cómo aprender. Discusión, formando grupos, sobre la patata y el dónut, Lucha nacionalista en mi aldea a través de los siglos y el mundo adulto. Al igual que la crasa estulticia de las consignas que pueblan aulas, discurso lectivo y libros de texto, también están blindadas contra la crítica obras, organismos, cuerpos de traductores de lenguas locales, asesorías, normas, inspecciones, equipos y delegados perfectamente inútiles. Todo se justifica por la fuente de autoridad y las iniciales premisas de Igualdad, Solidaridad y Valores Comunitarios. En un sistema totalitario puro habría un Líder que marcaría el puñado de axiomas indiscutibles y a partir de ahí no existiría  absurdo posible porque Historia, hechos, pasado, futuro y presente deberían acomodarse a las leyes de la tesis enunciada. Como aquí estamos en el esperpento con rasgos de bonsai totalitario en lo que los medios del sector parásito Transición B lo permiten, hay que conformarse con territorios sociales acotados que se defienden con la mayor fiereza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Era de la Marmota

 

¡Otra vez no!

¡Otra vez no!

 

 

El absurdo, elevado a categoría y por ello difícilmente atacable, impregna las expresiones culturales de la vida española con una violencia coercitiva que condena al ostracismo a los escasos disidentes. No de otra forma se explica la inacabable y fiel repetición de los mismos tópicos especialmente visible en el cine subvencionado. Década tras década, con la fidelidad de quien si no ficha no come y con honrosas, valentísimas excepciones, se ha repetido hasta la extenuación el rosario de tópicos presididos por Guerra Civil milicianos buenos (encarnados luego en el bloque progresista del Bien) y adversarios franquistas malísimos (encarnados en Iglesia, Guardia Civil y un ente tipo Godzilla llamado Represión Sexual tan fantástico como el monstruo japonés). El Catecismo Cultural es de piñón fijo, a saber: Como la sesión es continua y hay que actualizarla un poco, el flamenco guitarrero, el número de la Benemérita y el adúltero de calzoncillo de segundas rebajas alternarán con la monja lesbiana, el empresario malvado, el cacique moda retro y el militar fosilizado en su uniforme. El comienzo de la película incluirá, a ser posible en los diez primeros minutos, expresiones sobre la urgente necesidad de coito. Se pronunciará un taco cada tres palabras. Aparecerán, ridiculizados, elementos y símbolos cristianos (pero serán tratados con cuidado exquisito los islámicos). Se seguirá el mismo criterio con personajes que encarnen a policías y fuerzas del orden y se procurará que muestren inclinación a la homosexualidad y la pederastia. Se ofrecerán, cuadren o no cuadren con el guión, numerosas escenas que variarán entre el sexo explícito, escasamente atractivo por la rudeza ginecológica y el discutible gusto en posturas y ropa interior, y las alusiones continuas a represiones sufridas y superadas. No escasearán, en todas sus variantes, los mantras caca, culo, pedo, pis, y las festivas referencias a coprofilia, delincuencia común y festivo consumo de drogas. Se evitarán, con atención vigilante, la exhibición, elogio y descripción de Belleza, Bondad, Inteligencia, Altruismo, Valor y Fidelidad. Los protagonistas aparecerán de mal humor, broncos y de trato desagradable precursor de inminentes desdichas, y no ahorrarán actitudes verbales y gestuales ofensivas y violentas. De citarse por alguno de sus símbolos o lugares de fácil reconocimiento, se ridiculizará e injuriará al propio país, si éste fuera España; no así cuando se trate de otras naciones, de tribus primitivas o de autonomías. Es importante que al final de la película los malos venzan, el criminal quede impune, el vampiro procree, el ladrón disfrute burlando a las fuerzas del orden y los maleantes se instalen, sin ser molestados, en un piso hogar de alguna aburrida familia de clase media. Por supuesto, cualquier ocasión será buena para describir la indecible y global perversidad, sin mezcla de bondad alguna, de los franquistas antes, durante y después de la Guerra. No existirán en las tomas ambientadas en los años treinta del pasado siglo civiles asesinados por los milicianos, ni seglares ni religiosos, aunque se contaran por miles. Y, lo más importante, con simples variaciones de attrezzo e intérpretes, esta misma película se proyectará, incansable, e incansablemente subvencionada, durante más de treinta años.

Marmotaland: El largo sueño.

Marmotaland: (El Paular, sierra de Madrid. Nubes del Largo Sueño).

 

 

La amplia meseta ibérica parece adquirir rasgos de las praderas del Lejano Oeste. Surgen, multiplicadas por doquier, no una, sino centenares de marmotas que una y otra vez salen de su agujero para predecir la misma borrascosa primavera, alertar con sus chillidos sobre el pasado-presente nefasto, abrir, y cerrar, siempre el mismo paraguas y reclamar a la comunidad la distribución indefinida de vitualllas y edredones.

¿Tapiz o edredón?-Baldaquino en Las Cortes, Parlamento español. Madrid

¿Tapiz o edredón? Parlamento Español. Madrid

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Historia de dos postguerras

 

Berlín: El Muro.

Berlín: El Muro.

 

 

La maldición, aparentemente ancestral e inexplicable, que condena a España entre los países a ser aquél al que, como el del Ulises de Cavafis, es mejor llegar lo más tarde posible (o quizás no llegar), aquél del que incluso hay que renegar y rechazar cualquiera de los normales símbolos que utilizan sin complejos todas las naciones no es tópico inasequible al análisis. Sobre todo no si se van anotando sucesivos beneficiarios y circunstancias. La debilidad no es mítica sino inducida. En un horizonte temporal nada lejano, mediados del siglo XX, la Europa de los Aliados sale fortalecida en sus miembros porque se ha enfrentado a un enemigo común. En sentido contrario, Alemania comulga unánimemente con la desgracia, la vergüenza y la tarea de reconstrucción. Los discursos de Winston Churchill representan lo mejor de los ciudadanos, lo más esforzado, generoso y valiente. En la posteridad los enemigos de cualquier grandeza escarbarán para arrojar alguna basura, encontrar fallos en los que, con la vista puesta más allá de sus fronteras y del Continente, se decían conscientes de defender los grandes ideales de libertad, cultura, civilización y derechos del individuo. Las naciones de la postguerra de la II Mundial salieron fortalecidas en su esencia y conciencia de tales, también empobrecidas y enfrentadas a miríadas de cuentas pendientes con los colaboracionistas, la jauría de vengadores de agravios a toro pasado y el Telón de Acero de la Guerra Fría. Pero tenían lo más importante: la visión de futuro, la claridad respecto a las aspiraciones y retos del presente y la unidad tanto interna como externa en el rechazo de peligros y males que, por haberlos visto muy de cerca, sabían que eran los peores enemigos.

Terrible ser ciego en Granada. Patética la ceguera voluntaria. (La Alhambra).

Terrible ser ciego en Granada. Patética la ceguera voluntaria (La Alhambra).

 

 

En la divergencia durante los años cuarenta y cincuenta de España respecto a la evolución e ideario del bloque de los Aliados se gesta buena parte de la miseria política actual, no sólo en la autarquía de la dictadura franquista. Mientras que Churchill y Estados Unidos hablaban de la situación en el planeta, de los enormes retos de la era atómica, del futuro deseable, de la defensa de los principios medulares de la libertad individual, el bienestar y la prosperidad como antídoto contra dictaduras, de la salvaguarda de valores y tradiciones consustanciales a Europa y su proyección atlántica y dignos de ser defendidos por doquiera, en la Península se seguía el camino inverso en una visión caracterizada por la estrechez mental y geográfica y un bloqueo defensivo de lo inmediatamente propio alimentado con valores de pura apariencia tras los que se movían el complejo de inferioridad, la mediocridad y la avidez de los intereses locales.

La divergencia se fue ahondando porque el populismo necesita grandes cosechas de envidia que, como el pan, no debe faltar en el yantar cotidiano de los electores españoles. Para ello es necesario un auténtico odio a la grandeza ajena por serlo, aunque se vista la inquina de excusas sociopolíticas. Naturalmente nadie va a denunciar como males cósmicos el imperialismo de Luxemburgo o de Andorra, pero para eso están países extensos, activos, laboriosos, influyentes. En la mecánica rencorosa es también imprescindible la búsqueda de taras en personajes de enorme talla intelectual, personal, política. Se hoza, por ejemplo, en la figura de Winston Churchill e incluso se repite, con el deleite de quienes al fin han encontrado espacio para rebajarlo y con la ligereza de una leyenda urbana, el supuesto rechazo británico a la excesiva personalidad arrolladora de tal político en tiempos de paz. Pero se omite que su derrota electoral de 1945 obedeció en buena parte a que, tras cinco años de guerra y antes de lanzarse la bomba atómica, las tropas británicas temían verse involucradas en los uno o dos años más de combates en el Pacífico con un saldo de dos millones de bajas de los Aliados, que era el precio en que se calculaba la victoria sobre el fascismo nipón. Japón se rinde el 14 de agosto de 1945, a poco de las elecciones generales británicas. La Guerra del Pacífico fue probablemente el factor más determinante en el rechazo a tener como Premier en la paz al que lo había sido, ¡y cómo!, en la guerra. De hecho, Churchill teniendo un peso decisivo, lleva a la victoria al Partido Conservador y es de nuevo Primer Ministro en 1951. Deja el puesto, pero no el Parlamento, en 1955 a los 80 años de edad y muere diez años más tarde rodeado de admiración y agradecimiento.

La otra Iberia, cerca del Vellocino de Oro. (Armenia-Georgia).

La otra Iberia, cerca del Vellocino de Oro. (Armenia-Georgia).

 

 

En España el efecto de la postguerra fue, pues, en la segunda mitad del siglo XX, inverso al europeo. La suya había sido una guerra de facciones telonera de la mundial y penetrada por el ensayo general de los totalitarismos, empapada pronto en la irracionalidad, el rencor y la violencia como motores de cambio socia, en los que se anegaban las mejores personas e intenciones. La posible república moderna se transformó ya desde sus significativos preludios en opresión, fragmentación, expolio y recurso al asesinato, en un ambiente y en una época en la que a los veinte años quien no era comunista era fascista y viceversa. Su final dejó la impresión de algo trunco, de general fracaso nunca asumido, de intervención aliada que, vencido el nazismo, vendría a implantar para unos el país afín a sus vecinos, para otros la dictadura comunista que, paradójicamente, ya era en el mundo y fue una máquina de fabricar ruina y muertos por cientos de millones peor aún que la nazi por su duración. Al revés que Francia o Inglaterra, la primera cosecha española tras su guerra civil fue en gran medida de amargura y desconcierto. La segunda, en su momento, una duradera máquina de subsistencia, legitimación, chantaje y extorsión de bienes, cultura y ética basada en la mitificación del término Izquierda, en la ignorancia, secuestro y silenciamiento de la historia y en la implantación ubicua de un bloque parásito cuya única fuente de recursos y de prestigio era y es el mito nutricio de la eterna Guerra Civil y la República ideal y truncada cuyos réditos se les deben de generación en generación. El panorama no es ni mucho menos de nuevo una dualidad, igualmente falsa que la de Izquierdas/Derechas, que adquiriría la forma Oposición/Gobierno o Socialistas/Liberales. Hay sencillamente un filtro a contario que selecciona y promociona lo más mezquino, y por ello más fácil y extenso, de todos, en racimos y clanes puesto que el ruidoso factor gregario, apoyado en la telemática, y cuanto desdibuje la responsabilidad y percepción crítica del individuo es en este régimen vital. Y hay paralela y conjuntamente un statu quo tácito por el cual los supuestos opositores, dentro y fuera del Gobierno, que se reclamaban como defensores de derechos, nación igualitaria y libertades, viven enquistados en el tejido del sector público, blindados respecto a la Justicia con algún ocasional chivo expiatorio mediante y seguros de los pactos con los caciques que les perdonan la vida y garantizan holgada subsistencia mientras les gestionen, les mantengan gratis et amore y no se opongan al desguace tribal, a la tergiversación y destrucción de educación y cultura y realicen o permitan periódicamente la liturgia de los ritos de la República Mítica, el antifranquismo perpetuo y la guerra civil rediviva. Al bloque Parásito de cuantos carecen de mérito personal alguno y que han ido eliminando y orillando a los que sí trabajaron, arriesgaron y defendieron ideales nobles y la Constitución de los setenta, pronto e impunemente incumplida, les es indispensable el rito y el mito de Malos y Buenos de la Guerra Perdida. No tienen otra cosa, pero sí una de extrema importancia: La implantación en la sociedad del convencimiento de que ellos son mejores que el resto. Y lógicamente precisan azuzar lo más bajo en conductas y aptitudes hasta lograr niveles de completo ridículo, desde la pompa y circunstancia del hervidero ratonil de satrapías hasta orinar en público. La guerra es contra la excelencia, la valía, la productividad, el progreso, el saber y la memoria, contra cuanto sobrepase el rasero de una masa a la que se quiere anónima, unánime, rencorosa y dependiente.

De ahí la importancia cardinal del control educativo en el que, desde la primaria hasta la universidad, lo que se penaliza es el estudio, el conocimiento, las buenas calificaciones, el esfuerzo. Por el contrario, las becas se concederán a discreción de forma que, sin precio monetario ni intelectual, se pueda aparcar en las aulas, con aparente gratuidad pero por supuesto a cargo del contribuyente, por tiempo indefinido, disponer a capricho de las instalaciones y ensuciarlas y degradarlas si place, y recibir finalmente a granel diplomas que, por supuesto, ni avalan conocimientos ni tiene valor. Todo ello proclamando la perversidad del represivo sistema franquista que, triste paradoja, fuese de Franco o de Viriato era infinitamente mejor que el implantado a partir de 1990. Y no por el efecto colateral, indeseado pero inevitable, de su extensión democrática a la población entera ni por el cambio de los tiempos, sino por el rigor inmisericorde de los que desde el nuevo régimen y sus virreinatos autonómicos precisan como ecosistema ese ínfimo nivel. Nada tan delator de las intenciones carcelarias en la falsa dualidad Izquierdas/Derechas, Franquistas/Progresistas como la avidez por apropiarse del terreno formativo, desde la infancia a las Facultades; nada tan inequívoco como dato de seguras y lucrativas intenciones de manipulación y apropiación a beneficio muy personal que la agresividad con la que los grupos aferrados al reparto de puestos y poder entre sus huestes defienden el monopolio de las aulas, el destierro o minimización en los programas de estudio de cuantos saberes tienen real envergadura, de cuanto sirve, no para la falacia definida como para la vida, sino para pensar, adquirir conocimientos y conciencia de su jerarquía y del precio en solitario esfuerzo que conllevan, disponer de la propia reserva intelectual, de la biblioteca inasequible al robo y a la lluvia fugaz de mensajes ajenos al real aprendizaje.

Sin la ferocidad mostrada desde los tempranos años 80 del pasado siglo en la apropiación de lo que se ha venido presentando como única cultura sería incomprensible la situación actual. Simplemente afloran a la superficie los frutos de la prolongada y generalizada siembra de intereses. Cómo si no explicar la imposición de lenguas locales que no tuvieron auge alguno fuera de sus predios simplemente porque, como es regla puesto que en la práctica no existen hablas sino hablantes, los que las utilizaban no hicieron lo que otros, carecieron de la proyección que el castellano sí tuvo por razones semejantes a las que hacen que el inglés y no el swahili sea el idioma de la informática. Cómo entender el fracaso educativo si no se abandonan las proclamas histórico-metafísicas y se desciende a la simple y ubicua red capilar de gente que cobra de este fracaso y llega incluso a creerse superior al resto. No en vano existe una fina e inapelable línea que incluso los que pretenden radicales mejoras se guardan de traspasar mientras se refugian, una vez más, en supuestas dotes taumatúrgicas de la formación del profesorado. Ninguno se atreve, sobrado de temor y falto de esa modestia intelectual sin la cual no hay progreso, a, no sólo reivindicar con forzada retórica, sino a realmente garantizar por ley a ámbito nacional lo que ya está inventado: Programas basados en materias fundamentales, pruebas de nivel, aulas desinfectadas de oportunismos, localismos, clientelismos y consignas, clases impartidas por profesores según su nivel de diplomatura y conocimientos avalados por oposición pública.

El raquitismo de la cosecha es sólo comprensible gracias a la implantación, desde finales de los años ochenta del pasado siglo, de este temprano vivero de ignorancia preceptiva bajo el irónico nombre de progreso democrático. En él se lleva sembrando, junto con grano variopinto, la postguerra ficticia y el cómodo victimismo todo a cien. Y ahí residen, por la vaga conciencia de la indigencia intelectual y el desconcierto, buena parte de las causas del sentimiento de indefensión.

 

 

 

 

Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones

El oro al peso (aeropuerto de Dubai).

El oro al peso (aeropuerto de Dubai).

 

 

Cuando la corrupción es institucional, legal y sistemática para mantener el estado de cosas  se impone una liturgia periódica de denuncia virtuosa. Hay que esconder, tras una fanfarria de hechos puntuales centrados en el delito personal, la colosal ruina del empleo estúpido, interesado y estéril del erario público, la financiación de obras pretenciosas y prescindibles, la permanencia del timo legal, la multiplicación de minigobiernos, cortes y satrapías. El vistoso capote de delincuencias menores agitado por los medios televisivos en momentos oportunos torea y dirige a su antojo al votante y la opinión ciudadana. En España han campeado y campean a sus anchas intocables de todo tipo y condición, familias enteras de los feudos nacionalistas, sindicatos y empresarios administradores seculares de los fondos europeos, con tal pericia que el país está en cabeza del paro, nubes de expolíticos venden sus contactos y hornadas de licenciados se expatrían provistos de sus diplomas inútiles sin que ninguno de los hacedores de las nefastas leyes educativas se responsabilice.

Naturalmente para la trama de intereses de Gobiernos prácticamente nacidos en el escaño del Parlamento las Clientelas de la Utopía subvencionadas y amamantadas son tan indispensables como el ying para el yang: Hay que exhibir hordas agresivas de revolución total para evitar que se repare en la perversión del libre mercado y el Estado de Derecho en forma de consejos de administración de bancos y grandes empresas formados por políticos, ministros y ex ministros, hace falta ruido mediático de fronda para ahogar la alianza oficial con la Justicia, a cuyos miembros nombran los partidos y apoyos virtuosos al “derecho a la vida” como si los demás sostuvieran sin discriminaciones la muerte, y ello por parte de los que no se han manifestado jamás contra la pena capital ni propuesto medidas prácticas reales en el marco legal y económico ni denunciado las causas que, integradas en el sistema, favorecen lógicamente la corrupción.

Remedio drástico contra la corrupción. Museo del Espacio, Washington

Remedio drástico contra la corrupción. Museo del Espacio, Washington

 

 

Paralelos, hasta juntarse en un charco estancado, corren los dos arroyos, el de la corrupción oficializada y el de los robos clásicos a base de comisiones fraudulentas, desvío de fondos, apropiación de capitales. Desembocan en el agudo sentimiento de indefensión ciudadana, se mire hacia donde se mire, sin hallar recambio ni desagüe al cauce del charco, alimentado además subterráneamente por una oscura, silenciosa y silenciada, pero cierta conciencia de culpabilidad vicaria, de cegueras oportunistas y selectivas, de 11 M que se descompone lentísima, inacabablemente, de embriaguez temporal a base de consignas que alababan paraísos en los que no se deseaba vivir, de historia de una lucha inexistente para gozar de los privilegios del eterno adversario.

Del pastel de más de treinta años de componendas y reparto del Estado se escoge oportunamente alguna guinda para exhibirla como implacable actuación contra los corruptos, se crean comisariados de buenas costumbres según conveniencia y audiencia, se inventa un chantaje en forma de denuncia sin pruebas que implica la muerte política del chivo, inocente o no, más a mano. El puritanismo selectivo es un arma de letal eficacia. Y es perfecta para desviar tiempo y energías y omitir la aplicación de leyes básicas existentes pero cuya transgresión nunca se paga, nadie devuelve jamás las inmensas sumas desaparecidas en el sumidero del despilfarro, la propaganda y los rentables acuerdos con grandes empresas. En cambio, aparecen y pueden aparecer en cualquier momento remedos de los ministerios orwellianos: Ministerio de  la Transparencia, De la Gestión de Imputaciones, De la Defensa del Género Epiceno, De la Corrección Lingüística, De la Corrupción Preventiva (todo un clásico en la tradición del “crimental” de 1984), que ofrecerán la obligatoria Formación para la Ciudadanía en forma de cursos como “La bisexualidad sin esfuerzo”, “Lesbianismo para principiantes: teoría y práctica”, “Reciclaje de rosarios y belenes obsoletos” o “Las chirigotas en la literatura universal”. En todas las lenguas y dialectos peninsulares, por supuesto. Y, como nunca antes la cuota de pantalla, palabras y tiempo otorgada a grupos e individuos tuvo tanta importancia, organismos y consignas tendrán un éxito prácticamente asegurado, sobre todo los que cobren por ello. Es probable que la oposición se vea reducida a la impresora y el folleto semiclandestinos.

A mayor escala, las peores dictaduras están ciertamente exentas de corrupción,. Son, como Corea del Norte o la China maoísta, infiernos de perfecta pureza que no dudan, como en el caso coreano, en inaugurar una nueva forma de pena de muerte que ha sido su única aportación original a la historia actual de la humanidad: En Pyongyang el Ministro de Defensa se durmió durante el desfile nacional y el Gran Líder ordenó su fusilamiento (término impropio en espera de que se invente el adecuado) con un misil: He aquí un ejemplo de severidad y de responsabilidad en la aplicación de las leyes. Cabe imaginar la suerte, en parecidas circunstancias, de su homólogo español que afirmó que prefería morir a matar. Los sistemas totalitarios comunistas son vivos ejemplos del Paraíso de la igualdad, la felicidad y la ausencia de delincuencia por decreto y de la Revolución, el inconformismo y el perfecto progresismo universales. Los millones de muertos muy reales, las hambrunas, la falta total de libertad y vida privada han sido y son simples tropiezos a beneficio de inventario. Mientras el Paraíso llega, todo vale contra el Estado existente, puesto que legalidad, normas y usos y la existencia y patrimonio de sus gentes no son sino brotes de la injusticia radical, productos de una sopa primordial mal hecha que hay que rehacer. Llegado el advenimiento, los pequeños peces-víctima pasarán sin soluciones de continuidad a ser grandes depredadores (la semántica de la violencia en el discurso pacifista e idílico es cuanto menos sorprendente) guardianes del edén futurible.

 

Nunca mais la virtuosa Ley Seca.

Nunca mais la virtuosa Ley Seca.

 

 

En Occidente en el sentido más lato de tipo de civilización (la aburrida fórmula tradicional democracia, libertad individual, pensamiento racional, derechos humanos, propiedad, comercio) los paraísos se han apoyado por control remoto y con gran entusiasmo vicario. En España se ha reforzado el general edén platónico con otro superpuesto: el Paraíso truncado por la Guerra Civil. Es la República Dorada, reducto de prosperidad, paz y justicia, que, de continuar más allá de los años treinta, hubiera dado lugar al país soñado. Lamentablemente la historia es complicada y su estudio trabajoso. No hubo jamás aquel todo a cien para todos. Pero al menos la prolífica serpiente entregó a las generaciones venideras la posibilidad de ser siempre víctima. Junto con la expectativa de la Gran Pureza, que garantiza aquí y ahora la irresponsabilidad personal (por las vías del asambleísmo, el dominio mediático y la acción directa)  y legitima todos los actos.

La China tradicional ofrece sin embargo un dicho digno de encomio: “El agua pura no cría peces.” Esta sabia máxima, junto con “Lo mejor es enemigo de lo bueno” y “Cada cual es hijo de sus obras” debería figurar, grabada en mármol, en salones, despachos y Congreso.

 

 

 

 

 

 

 

Del Romanticismo y sus estragos:

España parque temático.

 

Ahogar las penas.

Ahogar las penas.

 

 

Paralela a la España a secas, al país en el que se ha hecho todo lo posible para eliminarlo como tal de la percepción, del uso mismo de su nombre y de sus símbolos y tradiciones, existe la España B, construida según guión y a efectos de uso. Para su difusión en el extranjero se han gastado sumas ingentes y no se ha reparado en esfuerzos. Naturalmente se obtienen, y esperan conseguir una parte y otra allende y aquende, dividendos considerables. Es la marca B export, construida, y deconstruida, a base de omisiones y de un puñado de datos ciertos pero que no lo son cuando el cuadro, el espacio en el que se fija el foco, carece de partes indispensables de la realidad. No deja de ser extraña la ceguera de los corresponsales ante las espaciosas y tristes regiones de la Península donde salta a la vista la carencia de inversiones e industrialización. Se diría que, de cóctel en cóctel y de comida de trabajo en bebida de trabajo, han ido volando y posándose en las zonas más ricas de España, que lo son gracias al conjunto del país, para transmitir fielmente las quejas, vituperios y proclamas independentistas de quienes a todas luces están y han estado más favorecidos que el resto. Ídem de lienzo en la selección de entrevistados, interlocutores y fuentes. Es, en este sentido, ejemplar el hecho de que una publicación de prestigio, como The Economist haya escogido, para resumir la situación y perspectivas del país en sus números anuales, a quien representa en España el periódico insignia de la Transición B.

Paella (señas de identidad).

Paella (señas de identidad).

 

 

El tratamiento del atentado del 11de marzo de 2004 constituye también un ejemplo de desinformación: The Economist se apresuró –sin duda no fue el único- a incluirlo en la lista mundial de atentados islamistas, con una celeridad sorprendente la prensa extranjera comulgó con la nada probada afirmación de la autoría islámica, se repitió la tesis oficial, en absoluto avalada por los hechos, nada se dijo respecto a la precipitada destrucción de los vagones donde estallaron las bombas, nada en cuanto a la siembra de pruebas falsas y la eliminación de lo que podía haber dado pistas e indicios, ni palabra sobre la ausencia de autopsias de los supuestos suicidas, y vaguísimas alusiones al dato clave de que se desconoce el autor intelectual que planeó y dispuso la matanza, sin comentarios a la evidente voluntad de silencio que sigue hoy cubriendo el tema. Es curioso que ante un hecho de tal magnitud europea y mundial se hayan leído tan pocos análisis geopolíticos. Es innegable que el atentado de Madrid, con sus cientos de víctimas, tuvo como efecto un cambio radical de Gobierno, economía y geoestrategia tres días antes de las elecciones, en beneficio, obvio pero no sólo, del entramado de tribus y de los terroristas autóctonos. Pudo haber, o no haber, mano de obra etarra e islámica, pero han quedado resguardadas por la sombra las de los que, a un nivel superior, mecieron los ataúdes.

La verja de Melilla.

La verja de Melilla.

 

 

Es llamativo también que en la prensa extranjera el análisis de la situación española se centre con frecuencia en la cuestión catalana y que, para ello, efectúe un ejercicio de corta y pega basado en previas declaraciones de algún líder independentista. El caso catalán es un ejemplo de sustitución de la realidad palmaria por una confusa mezcla de censura, propaganda, autocensura y mitología a uso externo e interno, para gran dicha de cuantos corresponsales no dudan en asimilar el tema –la reivindicación tribal vende- a grupos foráneos sin la menor afinidad ni semejanza. El clan montaraz es un apéndice del atractivo folklore ibérico, sin violencias orientales y tan al alcance de la mano para ofrecerle comprensión y apoyo. Ello en justa correspondencia con las grandes sumas procedentes del erario público español que se emplean en implantar allende fronteras centros a efecto de embajadas oficiosas.

Poca visibilidad.

Poca visibilidad (paso de Semana Santa).

 

 

Esta cultura independentista de la queja tiene unos pies de barro amalgamado por una red de interesadas clientelas, se recubre de un aparato escénico perfectamente ficticio, blindado por el temor que ha logrado inspirar en quien proclame que el rey está desnudo, y desdeña el análisis concreto y los verdaderos méritos propios. Por esto mismo es incapaz de, tras percibir y aceptar la realidad, dar un enfoque positivo a la misma, promocionar sus reales valores, superar la hostilidad y el hastío que ha sembrado su rechazo de la “enemiga España” en el resto de la Península. A la región productora en un tiempo de riqueza y receptora de principales proyectos estatales de desarrollo y de ventajas proteccionistas le es fácil, cuando las vacas enflaquecen, clamar al expolio del que habría sido objeto desde la aurora de los tiempos, inventar dinastías regias, aferrarse a la orla del manto del norte europeo salvador cortando amarras con el reducto semiafricano de subdesarrollo. Tras coqueteos con racismos étnicos y fundamentalismos ancestrales risibles, Cataluña se aferra a la lengua, a falta de otro asidero, como elemento diferenciador y sustancial en su reivindicación nacionalista. Ocurre con la lengua catalana lo que pasaba antiguamente con la hija de familia rica nada agraciada excepto en la cuantiosa dote: No con su riqueza adquiría belleza, aunque sus padres la querían por ser su hija y para ellos no existía su fealdad. En el caso del catalán, se trata de un idioma particularmente cacofónico en sonidos y acento. Es así, como en otras lenguas, véanse el gaélico, el ruso, el italiano, sucede lo contrario, se trata de un factor puramente físico que algunas páginas literarias y canciones ayudan a hacer pasable pero no por ello, porque es imposible, pueden otorgarle la armonía tónica de la que carece. Sin embargo, para no ser tachados de anticatalanistas y reaccionarios, en un ejercicio de hipocresía forzada a nivel del país entero, se ha obligado al conjunto de la población española a oír, escribir y repetir el mantra “la bellísima lengua catalana”, tarea semejante a empeñarse en afirmar que Madrid es puerto de mar y merece un Ministerio de Marina Autonómica Manchega.

Identidades variadas.

Identidades variadas.

 

 

Respecto a la proyección internacional, sucede que castellanos, extremeños, andaluces, y otros españoles llevaron a cabo la aventura americana, que por ello millones de personas hablan fundamentalmente el mismo idioma desde una esquina de la Península a la Tierra del Fuego. Las lenguas no son sino la plasmación de cuanto sus hablantes hacen, y los de Cataluña no invirtieron valor, dinero ni energía en hazaña de tal envergadura. De sus empresas marítimas mediterráneas queda el recuerdo de una venganza y poco más. Sin un transfondo acomplejado no se entendería el empeño, no de afirmación, sino de diferenciación agresiva y búsqueda anhelante de reconocimiento foráneo. Así hasta el envenenamiento por hastío de propios y ajenos, que impide a Cataluña llevar a cabo una promoción necesaria, en España misma, de sus propios y muy reales valores, de su nivel musical, de su patrimonio artístico, de sus instituciones científicas punteras, en un ambiente donde haya entrado el aire fresco de la realidad.

La tormenta perfecta (Toledo, de El Greco).

La tormenta perfecta (Toledo,  El Greco).

 

 

El proceso, muy moderno, de florecimiento reivindicativo de nacionalidades y microestados es diferente a lo que se ha entendido en épocas anteriores como tal. Se inscribe en la dinámica de las clientelas franquicias de la utopía rentable de un edén sociopolítico –y étnico de forma vergonzante- fabricado al efecto, y se amalgama con mayores o menores fondos sentimentales y viscerales preexistentes, que son siempre plantas de rápido crecimiento con el riego adecuado. El esquema de su evolución es muy semejante en distintos lugares: Regiones que en su momento se beneficiaron de la captación de empresas estatales y trato comercial interno favorecido, de la pertenencia a la nación común, descubren en la actualidad, con sus nuevas perspectivas de ingresos, agravios ancestrales. Llegan las grandes revoluciones, la industrial, la técnica y la informática, cambia la geografía de las fuentes de ingresos, incomoda compartir con provincias menos afortunadas, y se clama por la independencia del poder central y el salto a una federación de microestados vagamente europeos. Dado el desprestigio, tras el nazismo, de las singularidades étnicas, aunque éstas se mantengan en sordina es forzoso aferrarse al elemento diferencial lingüístico. Cuando en Bélgica, país bastante artificial y de reciente creación pero eficazmente organizado, la riqueza estaba en la industria y minas de carbón de la parte valona la flamenca reivindicaba poco y el bilingüismo era habitual, coexistían el francés, propio de la zona sur fronteriza con Francia, y el neerlandés, variante del holandés, de la zona norte. Existe, además, una pequeña comunidad de habla alemana. La prosperidad del sur declinó, cambiaron las tornas, nuevas energías, técnica e informática oscilaron hacia la parte septentrional que, generadora de buena parte de los ingresos del país, hizo rápidamente bandera del nacionalismo lingüístico hasta dividir por barrios la pequeña Bruselas y lograr que los flamencos eviten cuidadosamente el empleo del francés, por lo que, dado que la proyección mundial del neerlandés es más bien escasa, se ven forzados a recurrir al inglés. De manera semejante en Escocia, bella pero hasta épocas recientes extremadamente pobre y encantada de sumarse a la revolución industrial comenzada en Inglaterra, coinciden hoy sus reivindicaciones independentistas con la reciente prosperidad económica y las fuentes de energía que promete el Mar del Norte. Afortunadamente no se les ha pasado por la imaginación (otro es el caso en latitudes más meridionales) la estupidez oceánica de imponer el gaélico como lengua nacional. A las clientelas en general nunca les falta un rasgo típico de todas ellas, nacionalistas o no: El rechazo de que tiene un precio aquello de cuanto disfrutan, la voluntaria ignorancia de que las ventajas incluyen siempre contrapartidas. El imperio romano lo fue durable y extensamente no por la fuerza bruta sino por la capacidad de organización, oferta de seguridad y obras públicas. Irlandeses y escoceses no han dudado, con sentidos práctico, cívico y de la grandeza muy británicos, en contar entre sus tesoros la lengua inglesa y dar a esa literatura algunos de sus mejores escritores. En el extremo opuesto se encuentra la variante perversa del small is beautiful, el vivero de envidias y de intereses creados agraciado con grandes porciones de espacio escénico en virtud de la estética de la tribu indomable, variante étnica de los parias de la tierra. Pantallas, ondas, discursos, cuadros y poemas se llenan mejor con la imagen de un revolucionario independentista que con la de un empleado del común. La estética desborda inevitablemente sobre la ética, lo llamativo y apasionante desplaza por fuerza a lo verídico en la era del reino de la comunicación visual. Ocurre con el mito español como con todos los mitos. El rasgo diferencial contemporáneo podría ser la creación de una clase de adoradores en nómina.

Dos ficciones se miran: Desde el resto de Europa, la que se tiene del parque temático español, mezcla de sesentayochismo, de una alegre y socialista Cuba a este lado del Atlántico y de micronaciones encantadas de que les paguen para serlo. Desde España se fija la vista dirección norte, en algo que tiene aún mucho del ¡Vente a Alemania, Pepe!, del inalcanzable dios del aprobado en modernidad y desarrollo del que hay que hacerse perdonar, a base de diezmos y primicias, Leyenda Negra, Franco, Catolicismo e Inquisición. Los corresponsales extranjeros pasean, y son paseados, por la imagen prefabricada, hemipléjica y acomodaticia del zurcido tribal que siempre espera el beneplácito del club U. E. y paga las copas para ganárselo.

Los aguerridos etarras gozaron de trato preferente tanto ético como estético; para eso está la excitación de la lucha, por persona interpuesta, en defensa de naciones oprimidas. No hay color entre el quasi nulo espacio dedicado a la descripción de los cadáveres, las torturas y la dictadura del miedo obra de los terroristas vascos y las entrevistas, exposiciones y análisis de lo que se presenta como conflicto bélico en una contienda heredada hasta la eternidad contra un dictador difunto. No se expone el simple, y poco glamuroso hecho, de que en España no existieron nunca dos bandos armados frente a frente, que las desdichadas víctimas son sin duda las únicas –y merecedoras al menos del Guinness de los récords- que no se han tomado jamás la venganza por su mano. Ellas esperaron, de forma ilusoria, que la justicia y el Estado de Derecho cumpliera su deber. Y se engañaron, mientras en el resto de Europa jugaban a ver sucedáneos del IRA o de tribus valerosas y maltratadas. La verdad es que tiene mucho más gancho periodístico hablar de Transiciones maravillosas, defensa de guerreros aborígenes, protección de de ballenas y de miuras y riesgo de dictaduras fascistas que ofrecer al lector la receta de la concordia al hispánico modo: Clientelas utópicas subvencionadas + mito negativo fundacional + red parásita tribal. Con un coulis abundante de diálogo, paz infinita y no menos infinito robo legalizado.

La utilización de una España ficticia, manejable y rentable como mito, tiene una doble vertiente: Ha habido y hay, por supuesto, la logística interna, indispensable para disponer de ella como botín. Pero la utilización externa es de suma importancia, con buena voluntad, ignorancia e inconsciencia por una parte, y por razones financieras sustanciosas por otra. Las tribus internas dan la mayor importancia a la imagen ofrecida al exterior porque ésta debe legitimarlas, y no han reparado en gastos para ello. Curiosamente un periódico español, y uno solo, emblemático en sus orígenes de la Transición en sí y que luego mutó en defensor de la Transición B y su lobby parásito, es el que se encuentra siempre en quioscos y hasta en pueblos perdidos de Europa, el que aparece traducido en diarios internacionales, se reparte en organismos y entidades diversos y se asocia al rostro moderno del país. El resto de la prensa española tiene escasa presencia en el exterior, aunque la informática está cambiando rápidamente el panorama. El periódico insignia, que tuvo su momento real de gloria cuando defendía Constitución, democracia y libertades, fue presta y hábilmente sustituido. Pasó a ser mascarón de proa de clanes para los que el mantenimiento del mito de las dos Españas Buenos/Malos era esencial porque no podían definirse sino a contrario y sorbían sin contrapartida la sustancia vital de los bienes sociales. Resulta imperativo para ese bloque mediático y sus representados identificarse con una única oposición a la difunta dictadura, y prolongar la lucha post mortem contra el villano.

Pero hasta los cadáveres se gastan; las generaciones se suceden y para continuar hay que cambiarse. Ha habido una negra Providencia en el desarrollo de los hechos, que se han acelerado en el siglo XXI. España era un país próspero e integrado, ya con peso internacional, en el área de Occidente Pero se invierten finanzas y política en horas veinticuatro, véase 2004 y años sucesivos. Lustro y pico después el cofre está vacío, la nación cada vez lo es menos y destaca, donde antes se distinguía de forma positiva, por lo endeble, confuso y vergonzante de su imagen e instituciones. El expolio, sin embargo, se difumina en una crisis financiera global que, paradójicamente, salva a los responsables autóctonos de la culpabilidad del desastre y coloca en muy segundo plano cuanto no sea recuperación o al menos subsistencia económica. La generalizada crisis providencial ha hecho disminuir la talla, de por sí gigantesca, de cohechos, malversaciones, corrupciones, mordidas, gabelas, extorsiones, robos, fraudes, rapiña, derroche, estupidez e ineficacia locales. No queda a los patrocinadores de la Transición B sino repetir esquemas, en una especie de Transición C donde son indispensables nuevos enemigos, englobados en el Gran Mal. Se está en ello.

La Transición nació cargada de buena voluntad, al menos en su base, en lo mejor de la mejor gente y en algunos de los que la pergeñaron. Se quería, ya antes de la muerte del dictador y con auténtica ansiedad a partir de ésta, verse y ser vista como país moderno europeo, democrático y semejante a sus vecinos respecto a estructura e instituciones. No sabía cómo librarse del lastre de la diferencia. Desde el extranjero, se la contemplaba con una visión fruto de la inercia del folklorismo romántico, El imaginario gustaba del primitivismo decimonónico a pocos kilómetros de sus fronteras, de la cabila africana sin serlo, del resort playero que ofrecía a la vez las razonables seguridades de Occidente y un subdesarrollo que abarataba precios y añadía excitación, y alcohol barato, a la vida. Las simpatías se canalizaron hacia ese guerrillero, anarquista, fundador de comunas, socialista generoso, comunista valiente, enemigo de Iglesia, Rey, Patrón y Dueño que el correcto ciudadano de latitudes más septentrionales lleva dentro y que sale a flote en la melancolía de novelas, copas y reflexiones sobre la juventud pasada y lo que pudo ser y no fue. Poco importaban los hechos. En el cuadro desentonaba que los valerosos muchachos de ETA fueran torturadores que dejaran morir de hambre y sed entre sus propios excrementos a los secuestrados, que vivieran implantando un clima de terror y chantaje en el norte de España, que mataran hombres, niños y mujeres, que descerrajaran tiros por la espalda en un país con democracia, parlamento y partidos. Que en Cataluña se ponga a calles el nombre de terroristas que prefirieron a los votos el método de poner bombas en el pecho a los secuestrados de manera que hubiera que recuperar luego sus trozos pegados a las paredes no tenía gran audiencia en foros europeos. Estas noticias ocupaban bien poco espacio en la prensa extranjera La doctrina del crimen simpático podría resumirse en el chiste publicado en un diario madrileño: “Ayer yo era simplemente un asesino, pero ahora tengo una teoría”. Poca tinta se ha gastado la prensa foránea en describir algunas hazañas bélicas de los liberadores vascos, la bomba en un gran supermercado, los tiros por la espalda, la mujer rematada delante de su hijo pequeño en plena fiesta popular, tras la que autoridades y lugareños no menos heroicos que los pistoleros continuaron con el festejo procurando no pisar la sangre. Tal vez los cronistas británicos redimían así otras omisiones, como la matanza nunca bien esclarecida ni juzgada, de Omagh, cuyas víctimas aún están pidiendo saber la verdad, y los alemanes los oportunos suicidios en cadena y en la cárcel, y Francia las alianzas de todo tipo con la hez de los dictadores africanos.

La inversión propagandística cara al exterior fue fenomenal, y todo un éxito. En la España recreada por necesidades foráneas se recuperaba en el extranjero la romántica Guerra Civil perdida, se enterraba el turbio colaboracionismo frente al ejército nazi y la deuda respecto a la intervención salvadora de Estados Unidos, se trazaban consoladores paralelos con una IRA y demás grupos que nada tenían que ver con el caso hispánico. No convenía saber, ni reflexionar, sobre aquella contienda, preludio de la Mundial, y cuál hubiera sido el destino de la Península de haber impuesto su régimen Stalin, el jefe último de las bienintencionadas Brigadas Internacionales. Con España podía vivirse de manera vicaria un socialismo que de ninguna forma se hubiese querido en tierra propia. Allí era lícito, fácil y agradable apoyar a ese comunismo ideal y fraterno que había formado parte de los sueños de juventud y respecto al que, cuando la cruda realidad de los millones de muertos llamó a las puertas del conocimiento y de la Historia, se había preferido cerrar los ojos. Era el Edén de las tribus felices para aquéllos que habían escupido en tierra propia la amarga fruta del independentismo insolidario y que, sin embargo, reservaban un resquicio sentimental para el culto a la raíz primigenia y la bandera de las ocasiones. En la España moderna, reflejada en el periódico insignia, las leyes eran benignas con delincuentes y niños descarriados que delinquían cientos de veces o violaban y quemaban vivas niñas en un comprensible arrebato de juventud. Estaba a un paso del Edén de pacífico diálogo entre el lobo y el cordero, el que todo país hubiera querido para sí pero, ¡ay!, sabía imposible. Ladrones de todo pelaje entraban y salían de la cárcel sin romperla ni mancharla. Las víctimas de terroristas, de la lenidad de las leyes, de la generalizada inhibición de jueces y políticos, no ocupaban, por poco atractivas y estéticas, espacio externo mediático. Y a falta de himno se cantaba España, por favor.

Con la Transición también el resto de Europa saldaba una deuda antigua de apoyo necesario a la dictadura de Franco y de olvido selectivo de los estragos, cesiones y componendas con el comunismo mundial. Se añadía el siempre agradable ingrediente de anticlericalismo y la sustitución de las fidelidades tradicionales, de los esquemas viejos, por una religión laica de corrección política y tentadora ingeniería social. En España todo despropósito, por nocivo y absurdo que fuera, podía gozar de buena prensa si se presentaba por y en el medio adecuado. La añoranza del tiempo en que se creyó en el Hombre Nuevo, antisistema, ex nihilo velaba con rosado beneplácito las ocurrencias, desastres, corrupciones y lamentables complacencias del sistema español. Era la utopía gratis total.

Aunque no a la hora del reparto. Porque de panorama tan agradable emergió, en lógica consecuencia, un país troceado, esquilmado por sus propios clanes mientras duró la bonanza estacional y comprado luego a precio de saldo por firmas foráneas una vez vaciada la caja y anunciada la ruina.

Es comprensible que los corresponsales extranjeros oscilen entre la copa en el madrileño Ritz, el Ave, la admiración por los bravos y primitivos guerreros del País Vasco y las referencias a Barcelona (que, casual pero quizás no gratuitamente, esmaltan sin venir a cuento numerosas películas), junto con incursiones folklórico-festivas en algún otro punto. Se vive, y viven, bien en Iberia. Lo que sería insólito allende fronteras pirenaicas no merece aquende atención: Que los fondos europeos de cohesión y para el desarrollo hayan venido desapareciendo sin que produjeran oficio ni beneficio, que los pueblos andaluces lleven décadas siendo un damero de cacicatos sociosindicales, que las familias de la rancia prosapia catalana tengan por uso acumular euros incontables procedentes de la extorsión ritual propia de sus cargos, que los escolares no puedan estudiar en español en buena parte de España, que se prohíba el uso de esa lengua en la señalización de carreteras y en los organismos públicos, que se multe a los que la usan o se les cierre el camino a empleos, son detalles que se omiten o minimizan. Es una nueva España del XIX pero informatizada, repartida en vistosos cotos de bandoleros, aldeanizada, cada vez con menor presencia y peso en los foros internacionales y más ignorante, gracias en buena parte a los sistemas educativos, de la geografía, historia y situación del mundo.

La práctica mafiosa se efectúa in Spain europea y elegantemente, con maneras y apariencias muy distintas de las sicilianas, aunque el botín sea mucho mayor, como lo es el número de los damnificados para los que no existe recurso alguno ni denuncia posible. Su indefensión es la de los peculiares parias habitantes de la zona de sombra donde nunca se posa el foco, la del ciudadano del común al que no asiste privilegio tribal ni mediático alguno. Porque de regiones como Cataluña se emigra porque no es posible escolarizar en español a los hijos y no todo el mundo puede pagarse el colegio privado y el máster. Porque son legión las obras inútiles, semiabandonadas y ruinosas excepto para quienes se embolsaron subvenciones y comisiones. Porque en esa misma Andalucía donde los líderes de los trabajadores se zampan mariscadas con las ayudas al paro muere un hombre con vómitos fecales tras días de obstrucción intestinal a causa de que se le negaron en el hospital las pruebas, tratamiento e intervención supuestamente por falta de presupuesto, y no ha habido más denuncia legal que la promovida por su hijo. Todo muy desagradable y poco noticiable. No cuadra en la foto. Mientras se mantenga la fachada de modernidad y consumo las incómodas máculas en el rostro de la Transición democrática sobran. Basta con las versiones reproducidas, a veces a golpe de corta y pega, a base de las fuentes del verdadero núcleo oficioso de asuntos exteriores, véase diario insignia del establishment y brigada de la cultura preceptiva, acompañados como guarnición por toques de esa acracia asambleísta con aderezo de terrorismo light e independentismo comarcal que queda tan bien en las fotos, y tan mal en la residencia propia.

Hay poca memoria de críticas en la prensa extranjera a la ausencia de división de poderes española, o sobre la justificada certidumbre de desamparo del ciudadano sin apoyos, la impunidad de los criminales reincidentes que se pasean por las calles, la lenidad de los sucesivos Gobiernos en la aplicación de las leyes, la miseria de los planes de estudio amputados de asignaturas fundamentales y empapados de consignas y manipulación de la historia. Igualmente difícil sería hallar análisis y denuncias foráneas sobre los fondos europeos malversados, la ruinosa prepotencia durante décadas de los dos sindicatos amalgamados con el régimen postransicional, los inmensos e inútiles dispendios, perfectamente legales e infinitamente peores que cualquier corrupción puntual, de los que nadie responde jamás con explicación, disculpas y devolución a cuenta de su propio patrimonio.

En sus veloces desplazamientos en el AVE no ha lugar a que los corresponsales que cubren la información sobre la extensa piel de Iberia se detengan a observar los vastos páramos dejados de lado en inversiones e industrialización. La más elemental constatación de las realidades que, en los distintos pueblos y territorios, van surgiendo ante sus ojos desmontaría por sí misma los victimismos y localismos rentables a los que ellos en sus columnas  miman y de los que su visión española se nutre, salpimentada ésta con entrañables incursiones estéticas, folklóricas y paisajísticas en algún lugar desértico o mesetario en el que fijan temporalmente su atención para solaz de los lectores.

En general la Transición prolongada ha sido una especie de indefinida tregua respecto a las exigencias de cumplimiento real con los parámetros de las naciones avanzadas de la esfera occidental. Desde el extranjero España gozaba de la muelle condescendencia del agradable lugar en donde se pasan las vacaciones y de la expectativa indefinida de los vagos sueños de ideales asociaciones de tribus felices y semisocialismos humanísimos gratis total. Gratis sólo en apariencia. En lo inmediato es más fácil endosar baratijas en el trueque a los jefecillos de diecisiete tribus que a los representantes de una nación fuerte. Sin embargo el precio en inevitables facturas muy reales dista de reportar los esperados beneficios, porque un socio comercial débil y fragmentado puede ser deseable pero a más largo plazo su fiabilidad es escasa.

Fiel a la delicadeza en el trato de sus fuentes informativas, la prensa extranjera ha sido de una discreción ejemplar en lo que respecta al expolio generalizado y oficializado de gran parte de la población española, a su indefensión de facto y a la extorsión  multiuso y multiforme obra del bloque Parásito, a las grandes zonas de impunidad y a los cabezas de lista –que tienen nombres, apellidos y muy desahogado pasar- del próspero club del chantaje Nosotros o los Malos de Antaño. Es más rentable, más rápido y más simpático obrar por inercia; se conservan más amigos, confidentes y puertas abiertas entre los que, al fin y al cabo, están en el candelero. Y los lectores adoran esa ruidosa espuma de floración y permisividad (que se confunde sin esfuerzo con la bondadosa tolerancia) de movimientos antisistema y ocupaciones de lo privado y de lo público. Mientras lo paguen otros.

Todo ello se mezcla a los naturales evolución y crecimiento biológicos, a la modernidad imparable que, con la transformación fundamental producida desde hace tres décadas por la revolución tecnológica y las comunicaciones, ha extendido una capa de merengue y tomatina sobre la estructura social toda y rellenado en apariencia huecos y zonas oscuras, de forma que la superficie evoca aún la homogénea blancura de la Transición, de una Constitución desde muy pronto –y en la mayor impunidad- no cumplida y que se pretende cambiar precisamente para acelerar el desguace del país y evitar que se cumpla.

En el siglo XIX los bandoleros gustaban, pero lejos, en óperas, relatos y dibujos costumbristas. Sigue gustando, amén de para las vacaciones, la España de las utopías verbales, de las ruidosas minorías festivas, del todo a cien y de la nación débil que nunca hará a las otras la competencia comercial y cuyo coste de Transición impecable empezó a pagarse a partir de los años ochenta al precio de mantener una inmensa red de clientelas improductivas. Por supuesto, Gran Bretaña, Francia u Holanda están muy lejos de la perfección y en sus armarios no falta la inevitable cuota de esqueletos, pero la defensa ciudadana frente al poder establecido, fático o fáctico, es mucho mayor que en España y el blindaje legal y social de los nuevos caciques, apoyado en el chantaje verbal guerracivilista, es allí inexistente. Esto es clave en el porcentaje, abrumador, de indefensos a este lado de los Pirineos, caracterizados además por situarse en una especie de limbo mediático, por carecer hasta de instrumentos verbales de denuncia e incluso de conceptualización respecto a lo que les ocurre debido a la censura interiorizada, el temor al rechazo social, la deformación cultural temprana y por la muy material, aunque silente, presión que ejerce la capilaridad de la red clientelar. El ciudadano español si no tiene dinero e influencias se sabe inerme ante el abuso y las leyes, no puede recurrir, como en Londres, al asesor legal gratuito de su zona que le garantiza, sin gastos, la denuncia y trámite de daños y robos de escasa –pero no para él- cuantía, ve como caso extraordinario y excepciones que simplemente confirman la regla el enjuiciamiento de un político, su desigualdad ante la ley es sensación asumida, cotidiana y sin común medida respecto a franceses o británicos. El hispano ha interiorizado la trampa del nosotros, que mete en el mismo saco a honrados y delincuentes, tramposos y veraces, bribones y gente honrada; en su mayoría acepta el así somos aunque ni él ni los suyos pertenezcan al grupo de los que, de una manera u otra, viven de la mentira y de lo ajeno, acepta mansamente el reflejo de ineficacia y falta de fiabilidad que con mayores o menores dosis de caridad compasiva ofrece de él la opinión foránea. Se refugia en su propia debilidad identitaria, que cultiva para beneficio propio el bloque parásito, y asume el estado de Transición eterna hacia una democracia y nación plenamente europeas como situado de forma inevitable en un inalcanzable horizonte.

El mito de la España Imposible es tentador, y no sólo como juguete filosófico y tema de tertulia en círculos escogidos. Presenta, además, indudables y muy materiales atractivos de consumo interno. Cuanto más se niegue lo que la ha conformado como nación más fácil es repartírsela por parcelas en un apetecible y mesurado desguace. Romanización, cristianización y todo lo que comparta una idea transcendente y un funcionamiento conjunto es antagónico de las aspiraciones a comunidades infinitas, sea de divinas acracias, sea de mercaderes al por menor (no tan lejanos éstos de aquéllas como pudiera parecer). Los buenos del mito de la España Imposible serán forzosamente las sucesivas bandas musulmanas, los reinos de Taifas, los altivos bandoleros y, en fin, cualquiera de categoría suficientemente agresiva y, a la vez, menor.

 

España luminosa, actual y noctámbula.

España luminosa, actual y noctámbula.

 

 

La Guerra Civil española no fue romántica, aunque la nombraran tal los amantes del que se apuntaba como último idealismo. La sintieron como romántica cuantos fueron a ella impulsados por sentimientos de solidaridad, antifascismo y nobleza. Pero el hecho es que Stalin y el bloque soviético apoyaban y proyectaban un monstruo cuya implantación en la sociedad española hubiera representado la catástrofe, el gulag y la servidumbre que han sido ampliamente documentadas y realizadas en los países del antiguo bloque del Este y en cualquiera de las sociedades comunistas de las que persisten algunos ejemplos particularmente siniestros hasta el día de hoy. La desdichada república se transformó pronto en el peor de los dilemas entre el nacionalcatolicismo de Franco, que derivó afortunadamente pronto en formas de economía abiertas y unidas al bloque occidental, y el totalitarismo comunista que aún hoy se intenta obviar y minimizar en los libros de texto. La España carne de mito goza de excesivos amigos del parque temático, de una Marca de distinta, entre atrasada y folklórica, que ha sumado a sus casetas de feria, amén de las de la acracia festiva y la gratuidad indefinida del botellón y los clanes vistosos con attrezzo a cargo del Ministerio de Hacienda, la de la Transición como se quisiera que hubiese siempre sido. Al dicho oriental de que los dioses nos libren de vivir tiempos interesantes convendría añadir que también nos libren de vivir tiempos románticos.

 

 

 

 

La catarsis de la tomatina

 

El disidente Wang Weilin, sin duda muy malo, se opone a los tanques del P. Comunista Chino. Pekín 1989.

El disidente Wang Weilin, sin duda muy malo, se opone a los tanques del P. Comunista Chino. Pekín 1989.

 

 

Que se haya erigido en icono español de renombre mundial la lucha de todos contra todos a base de tomates no deja de ser adecuada metáfora del país. Aquí moros y cristianos, toreros y miuras son reemplazados por el sanguíneo producto hortícola que encuentra así una muerte más honrosa que acabar en una lata, como ya lamentaba la sabiduría popular. Bienvenida la fiesta. Pero tal vez bajo ella hay sustratos que añoran, aunque lo saben imposible, pasar de la potencia al acto. La vieja dualidad Malos/Buenos basada en premisas guerracivilistas y exhumación de forzosos y eternos antagonismos sociales, vocabulario incluido, se sabe a sí misma una impostura. Pero la representación continúa, en foros políticos y televisiones mientras algo se espere obtener de ella y reparta generosas dosis de legitimidad.

Sin embargo, para llevar al extremo lógico sus consecuencias, habría que empeñarse en hazañas que se revelan imposibles, a causa de la molesta y terca complejidad de las realidades, que hace acompañar siempre los beneficios a sus precios y obliga a salvaguardar obras y hechos de épocas y autores detestables. La Revolución Cultural maoísta se propuso muy seriamente acabar con Lo Viejo, comenzar una página en blanco pues nada más igualitario que la nada. Los guardias rojos propusieron cambiar el color de los semáforos puesto que era reaccionario detenerse ante el símbolo de la revolución. La iniciativa ni siquiera en ambiente tan enfervorizado prosperó. La Revolución Cultural China, de la que nunca faltan en otras latitudes patéticos remedos, abrió brecha aboliendo la música clásica y sustituyéndola por la difusión por altavoces de himnos a todo volumen. En España, para ser por completo consecuentes, los Buenos del joven hombre nuevo deberían dinamitar los pantanos, construidos por orden del Jefe de la era predemocrática, purgar minuciosamente calles y ciudades, no ya de nombres alusivos a los Malos de la Guerra Civil, sino de cuanto se hizo, publicó, inauguró y legisló (leyes sociales incluidas) durante los casi cuarenta años de dictadura y, a ser posible, sembrar de sal las zonas contaminadas.

Chinos buenos (papeles recortados, época maoísta. China)

Chinos buenos (papeles recortados, época maoísta. China)

 

 

La consecuencia entre palabras y actos exige una labor mucho más exhaustiva en lo que a un adecuado anticlericalismo se refiere. Porque Iglesia y cristianismo son una trama de hilos históricos blancos y negros de imposible separación para la que no basta la consabida catarsis de matar al cura. El Estado habría de hacerse cargo de todas las tareas de asistencia y educación que durante siglos y hasta el momento actual efectúan religiosos, incluyendo las que se llevan a cabo en el Tercer Mundo. La erradicación de todo lo relacionado con el Mal no puede menos de incluir la titánica empresa de dinamitar, quemar, destruir cuantas obras están inspiradas en motivos cristianos. El inventario monumental y artístico del país experimentaría una reducción fácilmente imaginable proporcional a los solares donde hubo antes templos, las salas de los museos serían una sucesión de huecos y el patrimonio nacional cabría en espacio reducido. Por supuesto habría que eliminar toda la música sacra, empezando por Bach, para marcar postura, y continuando con el resto: Gregoriano, Misa Luba, Stabat Mater, Schubert,. Mozart, Haendel…Es dudoso que gracias a ello desaparecieran la pedofilia, la simonía en sus variantes de chantaje político, la irracionalidad y la raza prolífica de los inquisidores, los cuales, como miembros de iglesias ideológicas, no toleran competencia.

Necesariamente el proceso se decantaría en nuevas dualidades, con espectacular revival de variantes periclitadas de guerrilleros de Cristo, defensores sin paliativos del nasciturus desde el minuto uno con pena de muerte para las mujeres que no continúan el embarazo no deseado, partidarios de la abolición del color morado por su implicación feminista, brigadas para la erradicación de la palabra socialista, fans de la abolición de los servicios públicos y amigos de la distribución de armas para defender el derecho a la venta de armas.

Nada de esto es gratis et amore, sino un filón para la floreciente, como quizás nunca antes (ni siquiera, ni por asomo, con dictaduras periclitadas) especie de los censores. Ahí es nada: asesores, equipos, consejeros, unidades para la detección y persecución de antiecologistas, pacifistas, homófobos, ofensores del género (obviamente femenino), burgueses confesos, ciudadanos tibios en su entusiasmo hacia ciclistas y maratones y reaccionarios de toda calaña. En lo que concierne a esta especie no hay paro. Nunca gente con menos méritos había progresado tanto.

Programa político muy elaborado (Universidad Complutense de Madrid).

Programa político muy elaborado (Universidad Complutense de Madrid).

 

 

El organigrama no sería completo sin el Cuerpo de Fabricantes de Víctimas para que las víctimas se sientan tales y los voten. La variante visceral –en el sentido etimológico de la palabra- del nacionalismo es el gregarismo de género, el halago untuoso y ridículo hacia las mujeres entendidas por una grey y tan sólo por el hecho de serlo. Los indefensos morfemas –o y –es van directamente al paredón porque no cumplen suficientemente con la diferenciación sexual ya que se supone que las mujeres precisan de todo tipo de muletas, discriminaciones positivas y exhibiciones genitales para hacer valer como simples seres humanos su existencia. En la política llamada “de género” toda estupidez tiene su asiento. Para gran detrimento de los individuos, mujeres, hombres o viceversa, que valen y se hacen valer por sí mismos, y son, por tanto, el enemigo a abatir.

Afortunadamente, con la crisis económica se han reducido los dineros para pagar las mesnadas, hay una gran rebatiña en torno a cofre y, para mayor desdicha, ya no cabe en la arena pública ni en la nómina ni una víctima más.

 

 

 

 

 

 

Variantes del Cui prodest?

 

El romanticismo resiste mal la prueba del Cui prodest?, que consiste en observar prosaicamente el por qué, a quién y en qué han beneficiado las iniciativas que se creían fruto de impulsos idealistas más o menos loables y generosos aunque con frecuencia fallidos. No hay tales nobleza de miras ni inocencia; ni siquiera (si bien se hallan cantidades apreciables) torpeza o estupidez. Las obras inútiles, los dispendios millonarios y absurdos, las proclamas nacionalistas, los monumentos pretenciosos tan caros como antiestéticos obedecen ex ovo a la voluntad de cobrar y embolsarse cantidades ingentes, apariencia de poder y prestigio y potenciales votantes. No se trata de algunos casos esporádicos. Lo significativo en España es su número, el de los integrantes del clan, que los eleva durante las décadas posteriores a la sufrida Transición, de excepción a norma, categoría en sí, blindada a cualquier crítica seria, al ajuste de cuentas, a la responsabilidad del autor, no digamos a la devolución al erario público de las enormes cantidades malgastadas. Nadie paga nunca por los aeropuertos sin viajeros, por las instalaciones desiertas que caen lentamente en ruinas, por los museos y centros culturales que funcionaron justo el día de su inauguración, por el recorte en servicios públicos mientras que se ha cuadruplicado desde 1977 el número de funcionarios. Todo se ha creado, por las correas de fidelización de clientelas que son los dos sindicatos oficiosos, por los dos partidos que juegan alternativamente a poli malo poli bueno más por la red de las múltiples autonomías y virreinatos administrativos para sorber presupuesto y mantener las propias huestes, tan improductivas como fieles.

Niños judíos a los que la tribu de diferencial superior consideró de baja calidad. Museo del Holocausto, Washington.

Niños judíos a los que la tribu de diferencial superior consideró de baja calidad. Museo del Holocausto, Washington.

 

 

Si se conformaran con cobrar y ser mantenidos los efectos del mal no serían tan perversos, pero el parásito con cargo es una subespecie de la clientela singularmente peligrosa porque necesita justificar su puesto. El inquilino de los reductos de especies protegidas, sean de género, número, ideología o militancia, no se conforma con el mantenimiento a cargo del prójimo. El necio es incansable en sus fidelidades, el indigente intelectual trabaja como tal a todas horas excepto las del sueño, el ignorante descubre con rapidez el valor de la consigna, y con tal bagaje desplaza a cuanto y cuantos le superan. Éstos son su enemigo natural, y le es imprescindible atacarlos y neutralizarlos desde las raíces mismas sociales. La armada de necios profesionales no hace prisioneros y es letal, y particularmente peligrosa porque ellos consideran que deben hacerse valer en los despachos en los que les ha colocado la fidelidad ideológica y el amiguismo militante. El peligro de los corderos no es el silencio, sino que se empeñen en hablar. Un tonto con iniciativas eliminará como el eucalipto cuanto crezca a su alrededor, dejará moho y la hierba más rala, exigirá cuanto signifique la huida del conocimiento y el refugio en lo gregario, véase equipos, reuniones, asesores de asesores, coordinaciones tutoriales, controles de fidelidad a los preceptos ecopacifistas y nanonacionalistas, a las campas de igualdad, amor ambiental, paz universal, discriminación positiva de género. Antropológicamente hablando, han hallado el nicho ecológico que les ofrece la era de la selección inversa en forma de clones autonómicos, sindicales, provinciales, municipales, estatales, administrativos transformados en múltiples agencias de empleo.

Lo trágico es que no se trata de estulticia inevitable por congénita sino fabricada. Existe un empeño real, desde la guardería hasta las más altas esferas, en podar cuanto sobresale, tiene posibilidades, cumple, se esfuerza. Al tonto se le crea y mantiene en ese estado prodigándole generosas raciones de alabanzas a la mediocridad preceptiva y a la irresponsabilidad victimista. De ahí la temprana y persistente toma de territorios culturales clave y la infusión intravenosa de la pequeñez intelectual, del horizonte romo y de las miserias ética y estética como norma.

Nada ha sido ideal ni gratuito. Cada iniciativa ha correspondido al fervor de la colocación y el reparto, al mordisqueo al presupuesto gratis total y con perspectivas indefinidas de jugoso acomodo. La ley de 1990 que acabó con la Enseñanza, no hubiera existido como tal jamás de no servir como botín de reparto para el partido entonces en el poder y el tándem de sus dos sindicatos. Las innumerables instituciones autonómicas de defensa lingüística no deben asimismo su permanencia en el ser sino a lo que los integrantes cobran por ello. No sólo en dinero, que por supuesto también es bienvenido y procede del odiado Estado central, sino que parte importante de la remuneración consiste en parcelas y parcelitas de poder y prestigio, de sopa social nutricia y halago mediático con el que se retroalimenta el clan contento, aferrado al pezón de colectivos y entelequias gregarias, míticas y telúricas, incapaz de existir como individuo y ciudadano objeto de derecho y amparado por la libertad de la Constitución en una nación donde todos son libres, iguales e hijos de sus obras.

La versión romántica y exportable se desmorona ante el sencillo y eficaz análisis del Quién cobra por qué y Quién paga qué. Aparecen las poco gloriosas sagas de familias millonarias gracias a la ubre del nacionalismo, sagas tratadas con ejemplar consideración por la prensa extranjera. Se dibuja, por este simple método, un mapa de Iberia plagado de líneas rojas del propio interés que los aspirantes, no a padres pero sí a herederos de la legítima de la postransición, han traspasado sin el menor empacho y en las más perfectas discreción e impunidad. Se revela entonces una ya vieja trama de intereses creados tan capilar, extensa y firmemente hincada a todos los niveles que resulta descorazonadora y rezuma para quienes -que los hay- aspiran a un país pasablemente avanzado y limpio una indefensión sin nombre, enemigo ni forma que sólo se materializa en las carencias, en la percepción instintiva del fraude y de lo injusto, en la certidumbre de mejores sistemas posibles, en la rabia impotente, en el desconcierto respecto a la supuesta responsabilidad que al votante atañe en el estado de cosas y en la certidumbre, en la práctica, de que su capacidad de control, respuesta y cambio es nula y que lo que se le vende bajo el sagrado icono de democracia no pasa de ser una forma de expoliarle mientras él bracea a diario bajo un torrente de información y aparente omnipotencia comunicativa que se esfuma falta de formación sólida y espacio crítico.

 

 

El filtro inverso

El nuevo canon. Univ. Complutense de Madrid.

El nuevo canon. Univ. Complutense de Madrid.

 

 

 

La realidad es bastante menos romántica que sus versiones bipolares al estilo del cómic. Desde muy pronto la Transición, indefinida y abierta por sus propias definición y naturaleza, comenzó a generar cultivadores, defensores y gestores de lo más bajo en formas de ser y de actuar de individuos y de sociedad, en una imposición de la fealdad, la inanidad profesional y formativa y la banalidad, ignorancia y grosería como normas; una especie de clubes de orgullos agresivos, marginales y gratuitos que han impuesto la dictadura urbana y exigen de un Estado acobardado la coima y la inoperancia legal, con el enorme volumen de indefensión ciudadana que esto significa. Nada, en tal contexto, es más encomiable que el analfabetismo funcional, la abolición de las burguesas normas de ortografía y la obligatoriedad en las pantallas de todos los tamaños de esmaltar los diálogos con un taco cada diez segundos. La imposición del gregarismo y del grito, la micción en público y la apropiación de lo ajeno forman parte de la misma dinámica notablemente acelerada en 2015. Porque ese bloque de personas, devenidas masa y aglutinadas por la facilidad del rencor hacia cuanto posee valor y aspira a calidad y altura, es el escalón perfecto para que se lancen quienes aspiran a conseguir, amén de bienes de consumo y categoría social sin esfuerzo, jugosas porciones de poder político. Confían, y no sin razón aunque el reinado es fatalmente efímero, en que ese mínimo común denominador de la especie humana es lo bastante extenso y durable como para sustentarlos.

El punto al que se ha llegado en España, con marchamo oficial, en cuanto a imposición consciente de la dictadura de lo peor y los peores por el hecho de serlo carece de parangón civilizado. Sólo puede quizás explicarse por el largo chantaje dual previo, por la sacralización de lo mísero y negativo; una especie de cinco estrellas gastronómicas en la guía Michelín de la coprofagia. Difícilmente se comprendería si no el texto recitado en un acto oficial en Barcelona, promocionado y aplaudido por las autoridades. El vocabulario empleado en el supuesto poema “de género” era coño, vagina, útero e hijos de puta en una parodia del Padrenuestro que a nadie denigraba tanto como a las mujeres mismas. Esto a principios del año 2016 y patrocinado por el partido que en aquella ciudad rige los destinos municipales.

Las tropas de la actual caricatura de las revoluciones Francesa, la de Octubre y algunas más se distinguen por su afán de gratuidad e impunidad, su nula afición al riesgo y su oferta libérrima de paraísos todo a cien. Los líricos defensores de la vida en microcomunas selváticas se guardarían de ir, en vez de al dentista, al brujo local, no suelen enviar a sus hijas a educarse en países islámicos, no parecen haber considerado la posibilidad de renunciar a guardar sus ahorros en el banco y se guardan de repartir entre los sin techo los metros cuadrados de su vivienda.

Lo que todavía, por comodidad, falacia o inercia, gusta de definirse como sectores y medidas progresistas, representativas, democráticas frente al turbio enemigo poderoso heredado del pasado, así como sus supuestos adversarios, quienes, por otra parte, ponen todo su interés en contemporizar y conservar sus puestos, no pasa de ser actualmente una cuestión de ineficacia, torpeza y estulticia, sin necesidad de profundos análisis ideológicos. Se ha ido a menos y menos de una forma y manera espectaculares. La estadística sobre la formación, niveles y currículum de los personajes públicos y sus adláteres durante las últimas décadas revela, con la crudeza terca de los datos, un descenso paralelo a la promoción de los bloques parásitos, una pobreza intelectual que destiñe sobre los medios de comunicación y la supuesta cultura, y, por ende, sobre la población de cuyas necesidades y gustos pretenden ser espejo. Cuesta encontrar en la arena política (aunque haberlas haylas, y son objeto de feroces ataques) personas hermosas en su rebeldía que corren con los gastos y los riesgos de sus actos. El Parlamento emplea la mayor parte de su tiempo en puras cuestiones personales cuya  posible faceta delictiva utilizable contra el adversario paladean unos y otros como una chocolatina. Los temas de envergadura, la situación mundial, las líneas maestras a seguir en problemas y en proyectos importantes, el horizonte económico global previsible, la gran, enorme indefensión ciudadana ocupan un espacio mínimo de minutos y de palabras. Y, de forma semejante, la proyección de la actualidad y lo que no lo es, que suele ser mucho más importante que lo meramente actual, es la de una dictadura de lo peor y los peores en el horizonte de un patio de vecinos. Se ha vuelto a unos niveles de provincianismo a los que sin duda no es ajeno el hervidero ratonil de los virreinatos autonómicos, pero desde luego ellos no son la única razón. La calidad del discurso es tal que a su lado los debates de la República del 31 parecen el Areópago de Atenas. Ocurre que la calidad simplemente humana ha descendido, se ha degradado de forma notable y que, a la inversa, los intereses creados han aumentado en pareja proporción. Todavía hoy el viejo manto de las falsas dualidades y la orfandad de referencias de los defensores de lo simplemente bueno, dotado de fundamento y de sentido común silencian el proceso y mantiene una sutilísima mordaza y un muy justificado temor ante la violencia y el poder fáctico, oficioso –y ahora oficial- de los conglomerados parásitos. Los mismos que vetan el acceso a presupuesto, bienes y servicios a aquéllos que intentan honradamente salir adelante y los necesitan.

No hay, como gustarían de creer los postrománticos nacionales y extranjeros, una réplica española del cuadro de Delacroix “La Libertad guiando al pueblo”, ni existen esas masas de oprimidos, víctimas, hambrientos y pobres de solemnidad a los que la élite de malvados explotadores pretende apagar la luz de la antorcha. Hay un largo mural de brochazos sucesivos que empezó con aportaciones múltiples de pintura y con buenos deseos y que se ha ido degradando según cada cual tiraba del lienzo para aprovechar sus fragmentos. La pericia de los pintores deja actualmente que desear, son equipos contratados a empresas externas según subasta a la oferta más barata. Los marcos se reutilizan o almacenan según el comité de limpieza ideológica, generosamente retribuido, ordena que se retiren personajes, temas y épocas. Y no falta quien proponga, en adecuación a los nuevos tiempos, a propuesta de los sindicatos y en alabanza de las masas, una sucesión de fotocopias-reproducción de los equipos de la limpieza. Porque en este caso la muchacha de la antorcha guía al pueblo hacia abajo.

 

 

De transiciones y de muñecas rusas

 

Sonrisas por doquier

Sonrisas por doquier

 

 

Aunque el conflicto español entre la realidad y el deseo subvencionado (parafraseemos al poeta) es de peculiar gravedad no es único. Europa y por extensión el área de forma de vida con tradición occidental viven una sucesión de transiciones que encierran las unas a las otras como muñecas rusas. La ignorancia histórica de un pasado bastante reciente y que no debería ser olvidado junto con el halago popular en periodos gubernamentales de cuatro años ha impuesto la gratificación inmediata y la exigencia del Estado, no ya de Bienestar, sino Benéfico, en un mundo igualmente benéfico por arte de birbirloque, un Estado Vigilante del la Dicha Generalizada y por lo tanto autorizado a la intromisión en la intimidad de los individuos, que deambulan felices unidos al soma por el cordón aislante del audio musical.

Sonrisa engañosa.

Sonrisa engañosa.

 

 

En algún momento se perdió la conciencia del precio de las situaciones y las cosas, se impuso una amplia y voluntariosa ceguera y se pasó, del compromiso con valores concretos y de beneficio probado, a la componenda fugaz y momentánea según la ley del mínimo esfuerzo y la fe inconsciente en el musculoso primo transatlántico. Pero el primo, aparte de no querer ya serlo en lo que a Europa concierne, también tiene sus propias muñecas rusas por las que transita, las múltiples alianzas que le hacen apetecible un bajo perfil. También él, Estados Unidos, dejó de lado las personas y los grandes principios universales y la insobornable solidez de los hechos en pro de las tribus, el show coyuntural y las etnias. Por primera vez se eligió Presidente en virtud del color de la piel y no del programa y los méritos. En cuestión de unos años se perdió la sustancia final que alimenta y conforma las actividades humanas y su producto, es decir, las ideas, se incluyó en el apartado de la inoportunidad y el mal gusto la defensa, al menos verbal y explícita, de principios que deberían regir en todo el planeta, derechos ciudadanos, y denuncia de su ausencia. En su lugar se mezcló con el plano ético el de las alianzas puntuales, la floración de núcleos de potencia comercial y la reorganización y volatilidad del comercio, el mantenimiento de un Ejército bueno para gastar dinero en él y para intervenciones sin previsión ni seguimiento abocadas al fracaso en la mejora de la vida de las poblaciones. A la opinión pública se le servía un predigerido de relativismo en dos lecciones: todo el mundo es (casi) bueno, las culturas (cualquier cosa, de los piojos a dinamitar imágenes y machacar al débil, es cultura) son sin excepción respetables, no hay que arriesgarse lo más mínimo a dar juicios de valor, no digamos a defender principios ni a oponer, llegado el caso, la fuerza a la barbarie. Es la definición del Paraíso para el criminal, el dictador, el terrorista y el cobarde. En su nombre, se abandonó a las capas más ilustradas, liberales y ansiosas de modernización del mal llamado mundo árabe (en realidad plural y complejo), se favoreció a fanáticos integristas, teócratas impresentables y hordas salidas de una edad media mucho más oscura que ninguna de Europa y amamantadas de irracionalidad, codicia agresiva y muy justificado complejo de inferioridad, gentes sometidas a los usos y costumbres religiosos más aburridos del planeta que tal vez no encuentran mejor distracción que suicidarse llevándose de paso por delante a cuantos puedan.

Paraíso. A distancia.

Paraíso. A distancia.

 

 

La excitación del Mal y el placer que produce infligirlo, la facilidad con la que puede obtenerse, aunque sea por un muy breve lapso de tiempo, la vivencia de superioridad y poder es, por doquier, comparable al chute de droga, más asequible que la heroína e incomparablemente más rápida que los métodos de dominación tradicionales. En los países islámicos en ella se decanta la tremenda y soterrada violencia diaria que genera la segregación de sexos, la anulación social y pública del femenino, la repugnancia  y temor masculinos, incrustados como un reflejo condicionado, a la suciedad inherente a la percepción y sugerencia del cuerpo de mujer, a la humillación de que esa cosa reservada a la reproducción y placer del dueño se ofrezca a libre disposición visual. Tal caudal invisible de frustración, aburrimiento feroz, absurdo blindado por el temor y el dogma, percepción inevitable de inferioridad respecto a las personas libres toma formas metafísicas, místicas, bélicas, normalmente arropadas de una capa de pureza extrema y completo desdén por las uvas siempre verdes e inalcanzables.

El Mal, su realización placentera y su embriaguez son incomprensibles pero exportables, tienen su público allende el área islámica y gozan en Occidente del beneficio del estupor, de la carencia de instrumentos mentales y léxicos con los que manejar realidades que se creían lejanas y superadas, que sólo hallan afines en las pasadas guerras mundiales, en buena parte desconocidas por la generalizada ignorancia histórica. El Mal se suponía enfermedad, defensa, fruto de opresiones de clase, simple diferencia de criterios. Hasta verse confrontados con su real existencia, sin disculpas ni paliativos y sin posibilidad de alianzas, buenismos ni pactos. Y el Mal es tal que se nutre y crece en primer lugar a base de los habitantes de su lugar de origen, los más débiles, los inermes, para buscar luego la saciedad en esas sociedades occidentales despreciadas por su pasividad y carencia de principios.

Los crueles dioses del Paraíso.

Los crueles dioses del Paraíso.

 

 

En ese panorama, la indefensión de la gente del común es total, aunque la velen y maquillen el buen vivir cotidiano y la aparente lejanía (hasta que algún atentado los sienta a la mesa) de los conflictos. En un ambiente de rendición preventiva sólo quedan el halago a los bárbaros y la espera de que pasará la mala racha como ocurre con los fenómenos meteorológicos. La comparación con una Historia que se desconoce revela sin embargo la fractura y diferencia abismal entre un ideario básico, no tan lejano, de principios sometido, evidentemente, a las servidumbres de la práctica y la fluidez turbia de paisaje actual, carente de portulanos excepto el generalizado e inconsciente convencimiento del derecho a la gratuidad y la disolución en colectivos diversos y agresiones ancestrales de las responsabilidades de cada individuo. Una Transición notable, a la medida de la servidumbre que genera; y del reparto de placebos.

Estados Unidos ocupa todavía, sin duda por inercia y por falta de referente de recambio, el papel de polo negativo y mascarón del proa del Capitalismo en la dualidad izquierda buena/derecha mala sin la cual ni el lenguaje ni el cerebro parecen, en su gran mayoría, ser capaces de funcionar. Y, como en Europa, también los norteamericanos han adoptado, en lugar del análisis de hechos e individuos concretos, la perversa clasificación usada por el enemigo, la de los sucesivos miembros del club de la irracionalidad y del grupo parásito, y optan por la distante y torpe visión del mundo, con esporádicas cargas de elefantes que dejan los territorios intervenidos en peor situación que la previa al salvamento. Apuestan además por un distanciamiento respecto al Viejo Mundo comprensible porque éste último lleva décadas haciendo méritos para ello, mientras aquéllos pagaban en dinero y en muertos. Sin embargo la nueva estrategia, a la que no es ajena la reciente independencia petrolífera, es de corto alcance de miras porque ignora el valor más real, exportado y exportable a la mínima oportunidad que la gente tiene de adoptarlo: Los fundamentos en los que se basa el modo de vida occidental. Su defensa sólo cuesta, para empezar, la recuperación de la palabra, de, al menos, la denuncia verbal incansable, independiente de los necesarios acuerdos diplomáticos y de la esfera del comercio. Porque los justos términos ante la obviedad de hechos, discriminaciones, dictaduras, bondadosa estulticia, expolio cotidiano son los instrumentos en los que se encapsulan las ideas que a su vez producen cambios, logros, invenciones y el mejor progreso.

Las transiciones se llevan haciendo desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI en sentido contrario, alejándose a toda velocidad de cuanto significa compromiso, obviando las incómodas verbalización y precio de los actos. Crímenes, robos, apartheid femenino, violencia, destrozo y ocupación de lo público, no son tales  ni reprobables; dependen de quién los haga, de sus circunstancias, intenciones y latitud.

El proceso en curso sería el de muñecas inversas, es decir, la introducción de las muñecas más grandes, los principios y valores de envergadura, en la muñeca más pequeña, la del aparente beneficio puntual de elementos anónimos aglutinados en el grupúsculo del agravio, la carencia y la intemporal referencia a la tribu, normalmente servidos con una guarnición irracional de vago paraíso futuro y ubicua conjura presente contra el bien común. A corto plazo esto es exactamente el mister Hyde de la democracia, el alter ego más oscuro, y más nocivo, de un sistema de Derecho con Constitución, Parlamento y votaciones periódicas, corrupciones inevitables pero, también, leyes, responsabilidad penal, prensa libre y separación de poderes. Según se produce el deslizamiento hacia la pseudodemocracia se acelera la técnica de ingeniería social: El denominador mínimo al más corto plazo es el que hay que ganarse y manejar en un clima de continua medida, composición y recomposición de la opinión, a la que se riega con irracionalidad y grandes dosis de adhesión sentimental en forma de asambleísmo y participación instantáneos, pero que al menor enfrentamiento con el efecto real de las utopías subvencionadas clamaría amargamente contra el deterioro y la pérdida de su actual forma de vida. Y descubriría que la única dualidad contra la que luchar es la del tejido productivo por una parte y por otra el tejido parásito que se procura mantener incrustado en aquél por todos los medios. Que fallen suministros esenciales, cajeros, policía, seguridad viaria, aviones, trenes, barcos, carreteras, farmacias, y el destinatario del discurso del paraíso gratuito virtual acaba descubriendo que vivir aceptablemente es una lucha mucho más trabajosa y menos nítida de lo que pensaba, que el Mal no es el gran dios del Dinero, el Satán bancario y el poderoso y rico por el hecho de serlo, sino que en cada caso, individuo y momento se impone un juicio de los actos y un reconocimiento de la legalidad y de las Leyes, que éstas valen lo que el coraje de las poblaciones de velar por ellas, que a nadie se le garantiza por el acto de nacer otra cosa que, si hay suerte y lo hace en una zona civilizada, la igualdad de derechos, y que, efectivamente, las ideas, encapsuladas para su actuación en las palabras, son las que producen cambios, inventos, degradación o progreso.

El eficaz utensilio ideológico de la falsa dualidad preceptiva está en directa relación con la trampa del pensamiento positivo forzoso, el sonríe o muere que ya están denunciando no pocos filósofos, que ha sido de rigor en Estados Unidos y ha desteñido sobre Europa. Se consiguen pocos votos con la descripción de las situaciones ingratas y la crudeza de las verdades, no se lleva la obligación de asumir la responsabilidad que es la médula de un sistema democrático decente, es cómodo el olvido de la simple existencia del Bien, de la necesidad ética y práctica de defenderlo. El estudio de Hannah Arendt sobre la banalidad del Mal no ha perdido un ápice de vigencia y, por el contrario, se ha diluido en dosis de fácil digestión por la mayoría. Y el ciudadano del común camina con un pie en el voluntarioso buenista del todo es relativo y otro pie en la explosión del antisistema alimentado por la ira de haber llegado tarde al reparto.

El fraccionamiento y minimización de los territorios, desde la floración de pseudonaciones aferradas al eterno victimismo hasta los viveros de mafias y tribus urbanas que ejercen el chantaje de la desproporción mediática, es el arma más eficaz contra el individuo libre, su trabajo, su seguridad y sus recursos. Todo para él dependerá de las consignas aplicadas en la estrechez del reducto, el lenguaje sufrirá un vuelco que despoje a los términos de su recto significado, desaparecerán, y serán incluso objeto de oprobio, las jerarquías elementales de bondad, verdad y belleza, las simples evidencias fruto del sentido común, de la decencia instintiva y primaria. Fuera de la pertenencia a alguno de los colectivos agraciados con patente de corso hay poca salvación.

Véase una simple pincelada a título de mínimo ejemplo: Festivo, y casi idílico, pueblito del País Vasco. Plaza, baile, música. Disparos. Cae muerta, en plena calle y delante de su hijo pequeño, una mujer. En tiempos perteneció a un grupo independentista que lleva cometiendo, en plena democracia española, numerosos asesinatos. La prensa extranjera los ha tratado con mimo y simpatía porque España parece condenada a ser el parque temático de utopías de nacionalismo terrorista que en el propio país sin embargo el resto de Europa prefiere ver lejos. En el pueblito idílico se ha formado un charco de sangre en el suelo. Los antiguos compañeros de la mujer han abandonado tranquilamente la escena. Los protege, y protegerá, un manto de temor, vileza asumida y olvido inducido, y ese manto cubre todo el pueblo. Retirado el cadáver, se echa serrín y no se suspenden canciones ni orquesta. Los bailarines procuran no pisar la zona. de serrín con sangre. De igual manera, la palabra crimen no existe en las mentes, se cubre, se rodea. Y continúa la fiesta. El nivel de vida es excelente en el País Vasco, no se pagan apenas impuestos, el perfil, convenientemente exportado, es el del cromo rural, la comida rica y los recios norteños.

No hay mejor ceguera que la selectiva. Se lleva sorteando mucho serrín empapado en incómodas materias. Y quien lo ha hecho y lo hace cada vez lo sabe.

Pero siempre habrá un superman. Pequeño luchador mongol.

Pero siempre habrá un supermán. Pequeño luchador mongol (Mongolia).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Del esperpento a la tragedia

 

Valle-Inclán con bufanda roja.

Valle-Inclán con bufanda roja.

 

 

El totalitarismo parcelario de España es el del esperpento. Véanse proclamas entusiastas cuya incongruencia es de una estupidez tal que es difícil creer que se hayan pronunciado en serio: Alianza de Civilizaciones, según la cual tanto valdría la lapidación pública como el hábeas corpus, Prefiero morir a matar en boca de un Ministro de Defensa que, por supuesto, está cobrando por serlo, Oficina de Ideología de Género conveniente y lujosamente instalada en la ONU, Ministerio de Igualdad en el frontispicio de un edificio público (que no en una página de Orwell). Pero el volumen mismo de la estulticia oculta el del dinero que esto permite atesorar a los rentistas del invento. Nada hay de inocente, y la irremediable mediocridad de los dueños del lucrativo montaje postfranquista español no impide el suficiente grado de habilidad como para copar hacia el interior y el exterior buena parte de los medios de comunicación y dominar la propaganda. Porque en el escenario de la Transición guión y actores fueron prestamente sustituidos por la oferta de gratis total y facha el último. Aquí ha sido, y es, franquista, y aterrorizado del epíteto, cualquiera que negara el derecho de los dos sindicatos del sector partido socialista y aledaños, a ser fastuosa y perpetuamente mantenidos por el erario, es reaccionario e infame el que constata que los escolares no puedan estudiar en lengua española en amplísimas zonas, es un burgués deleznable y un conservador ultramontano el que afirma que los programas lectivos son desastrosos y abismalmente inferiores respecto a los de hace décadas, y merece la hoguera el que denuncia la manipulación histórica.

El esperpento ofrece escenarios para todos los gustos, que, curiosamente, hasta ayer no llamaron la atención de la prensa local ni de la foránea. Ahí están los fastuosos polideportivos en pueblos con población escasa y de edad provecta, la ratio demencial de universidades por habitante, las artísticas escombreras con pretensiones de decoración urbana. Forman parte de un vasto escenario ocupado por la fábrica de indemnizaciones, comisiones, dietas, pensiones vitalicias, retiros precoces, ayudas a festejos reivindicativos, pluses a minorías ofendidas, cacerías, hoteles, gorras, pancartas, carrozas, cenas, transporte, banderas, silbatos, folletos independentistas, tarjetas de crédito, indignados manifiestos, puñetas jurídicas subastadas al mejor postor, denuncias televisivas del capitalismo, clamores radiofónicos por la paz y el diálogo con el ladrón y asesino recuperados al efecto, coronas embargadas en Suiza y virreinatos dispuestos a que les corone y pague la enseña el Gobierno del que fue país común. Abonado todo ello por lo que se exprime del sueldo del infeliz ciudadano espectador quien, además, debe aplaudir obra y actores porque no hay más teatro ni función a donde ir.

Los ingredientes del caso español no son originales. Lo son su proporción y su orden temporal. Robos, fraudes, corrupción, populismo los hay por doquiera, pero no en cantidades industriales, no como estructura paralela, permanente, regular y básica del edificio nacional, que se va transformando a ojos vistas en una cáscara cuyos despojos del país que fue se disputan los clanes afanados en el reparto político-financiero y territorial. Desde luego esos ingredientes en normales sistemas democráticos no preceden y conforman los planos del edificio, la creación de organismos, los proyectos de obras, la normativa y las leyes. En España, en olas sucesivas de mayor o menor degradación, han sido creados ad hominen, para beneficiar a contratistas, receptores de comisiones, jeques locales, afiliados al sindicato, la asociación o el partido. Desde que comenzó, en los años ochenta, la degeneración de la que aparecía como transición ejemplar, se entró en un original proceso no lineal sino acelerado o contenido según clan en el poder y apetito y exigencias tribales. De ahí la sorprendente inutilidad, la palmaria estulticia, el derroche estéril de inversiones, el aprendizaje para la ignorancia, los microgobiernos autonómicos. La inutilidad es sólo aparente. Su creación, encarnizada defensa y mantenimiento adquieren pleno sentido porque son garantía de empleos, sueldos, gratificaciones, cohechos y ocupación de parcelas oficiales de libre disposición y manipulación. Indispensables para el proceso son el miedo y el control, generosamente subvencionado, de la opinión interna y externa. Para ello ha sido, y aún es, agente indispensable el chantaje verbal, dual y sociológico anteriormente descrito.

Hay multitud de Max Estrella.

Hay multitud de Max Estrella.

 

 

Se entiende mal la situación de la Península, la extraña sumisión que permea su ambiente, si no se considera ese invisible campo de minas que, en forma de iconos verbales, ha sido sembrado en su territorio. Se trata de un puñado de palabras en la que los significantes han sido vaciados de su normal significado para rellenarlos de otro llamativo, asociado a elementos rechazables, diseñado para la inmediata repulsa. España es desde luego el primero de ellos; no de otra forma podría explicarse la extraña orfandad de símbolos y de expresiones nacionales de este país en el conjunto de Europa, su ansiosa búsqueda de una identidad vicaria. Bajo la palabra no hay, sino en una minoría honrada e ilustrada, su auténtico significado de nación de ciudadanos libres e iguales en derechos y oportunidades. Para la gente del común, y por todos los medios, el término mismo es evitable, asociado con el negativo mito originario cuidadosamente criado al efecto. España, tras este vaciado y relleno del referente, debe ser, junto con banderas, escudos e himno, un ente que bordea el fascismo, el franquismo póstumo pero mantenido por exigencias del guión en el candelero, España será sólo gente bien vestida en calles y plazas de la zona rica, adolescentes pulcros enarbolando enseñas de otrora, niñas de buena familia, intelectuales de catolicismo, orden y naftalina. Todo ciudadano moderno que se precie huirá del icono y de las banderas como vampiro del ajo, y mostrará su repugnancia de buen gusto ante los símbolos patrios, que sólo serán aceptados cuando se trate de cobrar de un puesto, de beneficiarse de un acto en el que necesariamente figuran. El icono vergonzante ha recubierto por completo al primigenio, el de igualdad y libertades, aquél sinceramente querido con el afecto simple de lo ancestral y lo próximo, con la estima hacia territorios distintos pero comunes por los que no ha tanto se deambulaba sin conciencia de animosidades y fronteras. El significante verbal había de ser transformado en su contenido, reducido mitad a anatema mitad a una sustancia amorfa para cuya mención se utiliza todo tipo de pseudosinónimos, de forma que pueda ser troceado para su reparto.

La finalidad sociotribal es que el vocablo España no exista. Un espacio nacional de igualdad y libertades, de historia y horizontes amplios es incompatible con el ansioso reparto del botín y la justificación de la propia existencia por parte de los clanes. Éstos han trabajado con el mayor encono en destruir, de forma retroactiva, el contenido del término. El símbolo verbal que con esa forma agitan es el común enemigo al que se ha enseñado convenientemente a odiar y ridiculizar desde la escuela primaria. Cuando esto sucede sus habitantes no tienen más refugios que el círculo local y familiar inmediato y el cacique y líder que, al menos, les sirve de parapeto contra el complejo de inferioridad del europeo dudoso. Pasado el acné juvenil de ciudadano del cosmos, el adulto siente que la patria existe y que su deseada ciudadanía mundial se ejerce a través de ella, que no hay antagonismo sino extensión entre el conocimiento y los afectos del país en el que ha nacido y lo que más allá de las fronteras va encontrando. Pero le han provisto de un icono falso, al que apenas puede nombrar.

Ningún grito más agudo que el del silencio. En Hispania todo iba pasablemente en el más pasable de los mundos posibles, porque se vivía bien, con esa salsa acogedora condimentada con sol, buena dieta y paz turbada tan sólo por balazos esporádicos en la zona noreste. La Transición B se mantenía sin esfuerzo a flote e incluso bogaba sin problemas, sacando velamen. Los disidentes de la estricta corrección dual política desaparecían de foros televisivos, radios, charlas y periódicos, eran degradados en sus trabajos, eliminados de listas y promociones, pero no aparecían seguidamente con un tiro en la nuca en las cunetas. Gozaban del ostracismo light, de cierto estatus de apestado leve. Uno menos en el reparto de las mil y una recompensas al hervidero de tribus. Sin embargo del Callejón del Gato ya se había pasado a sombrías bocacalles laterales en las que podía pisarse un charco de sangre, por omisión de criminales no adecuadamente perseguidos, liberados en aras del buenismo con ellos y el malismo hacia sus antiguas y nuevas víctimas, por un caso, el GAL, de escuadrones de la tortura y de la muerte contratados por y en las cloacas del Estado, por un maridaje justicia-política-negocios incorporado a los menús habituales. Pero la gran línea roja se pasó más tarde.

Algo oscuro aguarda.

Algo oscuro aguarda.

 

 

Hasta entonces se había costeado por un mapa al estilo de los portulanos antiguos, en parte real y en parte fabuloso, en cuya cartografía se alternaban monstruos resucitados o creados según exigencias del guión y datos que se querían eficaces para llegar a la deseada cota del progreso europeo. A partir del 11 de marzo de 2004, y antes de él ya en sus preludios, se entró en las aguas abiertas, calmas y de una negrura profunda de la banalidad del Mal [3]

 

 

 

El Monumento al Olvido-11 M.

 

Monumento al 11 M (al Olvido).

Monumento al 11 M (al Olvido).

 

 

Quien salga de la Estación de Atocha, en pleno centro de Madrid, tal vez repare, aunque es poco probable, en que en la plazoleta se alza un cilindro de poca altura. No pasará junto a él porque está fuera del acceso de los peatones y del tránsito habitual. Se alza sobre un reborde de hormigón mordido por el tráfico y su fealdad de superficie envejecida contrasta con sus vecinos, la hermosa planta de la antigua estación remodelada y el airoso frente del que fue Ministerio de Agricultura. Podría ser el respiradero de alguna obra subterránea, el acceso a un parking o la gran funda en plástico de burbujas de algún contenedor. Incluso, aguzando una imaginación ya castigada por pavorosas y onerosas decoraciones urbanas, un gigantesco bote desteñido de bebida refrescante obra genial del sobrino de algún concejal.

Es gris, mate y polvoriento. Se confunde, en los días nublados, con el fondo y sobre él resbala, sin advertirlo, el ajetreo. Carece de elementos figurativos. Su diseño se diría que corresponde a la voluntad de no atraer atención alguna, una gigantesca lata desechable de continente y contenido amorfos, en el tono indefinido del humo de los escapes y la indiferencia.[4]

La estación que nunca será la misma.

La estación que nunca será la misma.

Es simplemente perfecto como ejemplo de la plasticidad de la arquitectura, siempre molde de la voluntad de los líderes y del bovino asentimiento de las sociedades. Ambos lo segregaron como el molusco la concha. Sólo el conocimiento previo informa de que el grueso cilindro fue erigido en conmemoración del mayor atentado terrorista de la historia de España, la matanza del 11 de marzo de 2004. Esa mañana, a la hora punta en que la gente venía al trabajo, se hicieron explotar con bombas los trenes, con el saldo de doscientos muertos y más de un millar de víctimas cuyos nombres oculta y mimetiza con el asfalto el sudario aislante.

Las vías (puerta a ninguna parte).

Las vías (puerta a ninguna parte).

 

 

Es improbable que, de observar el cilindro, cosa que prácticamente nadie hace, el curioso  coincida con la visita oficial de algún político. Tales eventos ocurren muy raramente y a una velocidad vertiginosa. Se cumple el expediente de un preceptivo homenaje a las víctimas sin la menor ceremonia llamativa y con ese ritmo que delata, antes de entrar en el recinto, la premura de salir. Más allá, en uno de los bordes del Parque de El Retiro, un bosquecillo dedicado a la misma conmemoración y llamado, sin duda en un lapsus freudiano, “del Recuerdo”, permite también los perfectos anonimato y  lejanía de la opinión pública. Si el viajero quiere matar el tiempo y pregunta, hallará, perfectamente disimulado en el gran hall central de la estación, el recinto subterráneo situado bajo el cilindro y que constituye todo el Monumento del 11 M. Normalmente se pasa de largo ante la pared opaca azul oscuro con indicación minúscula de contenido y horarios. Se trata simplemente de una mesa de folletos y algunas flores, un pasillo, los nombres de los asesinados en un azul pálido levemente iluminado en el muro y la sala circular sobre la que se levanta el cilindro externo a la que sirve de techo una cúpula semitransparente con frases. Por aquí no ha pasado la Historia, no hay explicaciones de ningún tipo, carecen de rostro y de leyenda matadores y muertos. Por no existir, no existe ni la insistente y preceptiva versión oficial de la autoría islamista, como si un último rubor hubiera impedido, una vez alcanzados los fines de los que manipularon la matanza, llevar la impostura hasta el epitafio. El folleto es asimismo breve, átono y con un texto dedicado mayormente a la arquitectura de la obra cuyo resultado, en verdad, plasma de maravilla en su burbuja la voluntad de borrar de la memoria, no ya el dolor, que al no haberse esclarecido realmente la masacre sigue, sino la vergüenza de aquella semana, del mes de marzo de 2004 y de las rendiciones incontables que a él siguieron.

El Monumento al 11 M -y demás víctimas del terrorismo puestos a aprovechar- es una tirita azul pálido con funda de plástico de color sucio colocada sobre una llaga abierta de las dimensiones de un cuerpo puesto a continuación del otro. Podría al menos, en un alarde figurativo, haberse dibujado bajo ella una gran boca sellada.

Se pasa sin verlo (Estación de Atocha. Madrid).

Se pasa sin verlo (Estación de Atocha. Madrid).

 

 

Había elecciones generales en España tres días después del atentado, y la víspera debía ser, según la legislación vigente, jornada de reflexión. En las jornadas que mediaron entre la matanza, el estado de shock de la población y las urnas todo el afán de los dos sindicatos y el partido de la oposición y sus afines se concentró en excitar la animosidad de los ciudadanos, no contra los autores del sabotaje, sino contra los políticos y el Presidente todavía en ejercicio. Los vagones de tren fueron desguazados y destruidos prácticamente en horas veinticuatro, en parte de la prensa, la que no pertenecía al sólido bloque mediático de los nuevos ricos del régimen, hubo pronto denuncias de que se había sembrado la investigación de pruebas falsas, destruido las auténticas como enseres de las víctimas, maquinaria, metales, y que se había ocultado el arma del crimen, el tipo de explosivo. Militantes, políticos y movimientos de oposición se lanzaron, aún calientes los muertos, a una actividad frenética de agitación y propaganda según la cual los criminales no eran los que habían puesto las bombas sino el partido por entonces en el poder. Ocurrió lo que no había sucedido en país alguno: En respuesta a una masacre ciudadana se llamó asesino, no a los que mataron, sino al Presidente democráticamente elegido, se cercaron las sedes de su partido, se infundió en la opinión, en nombre de la paz a toda costa, la rendición a los criminales, se culpabilizó la presencia española en la guerra de Irak, como si, contra toda lógica y obviedad de los hechos, el país nunca hubiera participado ni fuera jamás a participar en acción militar alguna, se violó la jornada de reflexión y se montaron grandes manifestaciones, acoso e insultos con un agitprop en toda regla que, desde luego, logró en tres días, contra todas las expectativas de voto anteriores, el cambio del gobierno por otro singularmente favorable al mosaico de intereses tribales, al nacionalismo rapaz, al grupo terrorista ETA, que había acabado con las vidas de casi mil personas en plena democracia, y a la doctrina de la blanda sumisión en política exterior.

La apoteosis de agitación-propaganda de 2004 fue precedida, mucho antes del 11 M, por un clima diario de rechazo y denuncia de la intervención en Oriente Medio y por la nada pacífica exaltación de una paz universal y, como el resto de los bienes, gratuita y garantizada. En los centros de enseñanza llevaban largo tiempo campeando sin rebozo, ante los niños y adolescentes, carteles, llamadas a concentraciones y pintadas contra los miembros del Gobierno, a los que se tachaba de fascistas, nazis y criminales, pintadas y proclamas que desaparecieron como por arte de magia desde el día siguiente a las elecciones. Con celeridad vertiginosa, los militares fueron repatriados desde sus misiones en el extranjero en medio de una lluvia de plumas de gallina que les enviaban los soldados en plaza de otras nacionalidades, el nuevo Presidente levitaba en su toma de posesión proclamando su afán de paz infinita, el Ministro del Ejército afirmaba (sin dar ejemplo pero cobrando puntualmente su sueldo) que prefería morir a matar.

 

Víctimas de la matanza. (fueron rentables).

Víctimas de la matanza. (fueron rentables).

 

 

El objetivo era revitalizar, en el imaginario popular, el mito dual indispensable, el que hacía décadas se vertía, fuese a base de lluvia fina o de bombardeo, desde los púlpitos oficiales y oficiosos: La existencia del Gran Enemigo, la España A, Mala, frente al País B, mosaico de tribus felices y seres benéficos cuyo camino hacia el edén fue truncado por la Guerra Civil.

La oposición obtuvo el poder a los tres días del 11 M, arruinó y desguazó la nación en los años siguientes y, lo más grave, hizo a la población partícipe de la maniobra por medio del sabio uso de la vileza compartida. Los españoles habían votado y participado en un cambio de régimen que fue un claro éxito para los que planearon inmediatamente antes de las elecciones la matanza. La gente sabía que había cooperado masiva, miserablemente en la vasta manipulación y su chantaje, que no en el reparto de un botín más amplio y menos visible que el simple manejo del erario público. Así pues forzoso era olvidar, aceptar y tragar rápidamente, de una pieza, la apresurada y tajante versión oficial. Por mucho que se proclamara la autoría islámica nunca se supo quiénes fueron los autores de la matanza, quién el cerebro de la operación. Siempre se supo a quienes había beneficiado, aquende y allende fronteras.

Tras un cierre claramente en falso del proceso, se extendió sine die, una extraña y significativa ley del silencio que es quizás la prueba más clara en contra de la versión oficializada. El 11 M debía borrarse de la mención verbal o escrita y hasta de la memoria, De citarse, se presentaría siempre, en los exorcismos periódicos, como el atentado islamista que, en realidad, nunca se probó que hubiese sido. Cualquier otra alusión, calificación, petición de investigación, hipótesis estarían anatematizadas e incluidas en el acostumbrado bloque del Mal (fascistas, franquistas, derechas, etc.). El gran atentado de la estación de Atocha  sirvió y sirve a aquéllos para los que era imprescindible remozar el mito dual Progresistas/Reaccionarios, la España mala frente a la buena, la perpetua guerra civil pendiente sin la cual el avejentado clan parásito carecería de justificación y subsistencia. La matanza útil y utilizada no fue, ni mucho menos, tan sólo asunto de victoria y derrota de dos partidos políticos. Tuvo probablemente bastante de acuerdo de franquicias y de negocio conjunto, amén de una gran proyección externa en la que se repitió, con curiosa homogeneidad y probablemente a bastante coste, la versión islamista preceptiva.

A partir de ahí planeó sobre la ciudadanía, junto con el silencio, el temor a la repetición de actos similares, la certidumbre de la cesión ante la fuerza brutal bien organizada y la existencia de oscuros, antiguos e intocables centros de intereses y de poder. Y, desde luego, aquello marcó un antes y un después en la historia española; también en la europea, inaugurando, con la alianza de indefensión, desconcierto y cobardía, la estrategia de la Rendición Preventiva y la anulación de valores, Ley, Estado de Derecho y análisis de hechos y responsabilidades individuales: El Gran Culpable de aquel crimen, de cualquier crimen, ni habría sido ni sería su autor, sino la ancestral e intemporal injusticia del Sistema, el Leviatán capitalista, imperialista, derechista, eterno, lo que permitiría seguir una apacible rutina sin darse por enterado de agresión, delito ni violencia alguna. Bastaría con alternar dos paraguas: El de la revolución pendiente, a cargo del erario público puertas adentro, y el multicolor de la Alianza de Civilizaciones más allá. Simplemente cumplía recostarse en el derecho a ser mantenido y en la buena conciencia fruto de la amnesia selectiva y la irresponsabilidad personal. Sumergidos en un estado de cosas opresor per se desde el origen de los tiempos, no cabe hablar de jerarquía ni universalidad de valores; tan sólo confiar en la bondad de los bárbaros, en la innata virtud de los indigentes y en la pureza de los marginados. Y refugiarse en la tribu de víctimas más cercana.

La censura y la autocensura respecto al tema del 11 M alcanzó cotas de virtuosismo, su simple mención olía a azufre, rompía la superficie de las aguas del dorado estanque del bienestar y el asunto zanjado. Como hojas que se cortan de un árbol, fueron cayendo las de los periódicos que osaron tratarlo de forma crítica, los libros sobre el tema que aparecieron tenían algo de clandestino y muy escasa difusión, se apartó a directores de diarios y a columnistas. Alguno en el mundo de la prensa hubo que, tras investigar durante años el atentado y las clamorosas contradicciones de la versión oficial, optó sin embargo luego por publicar rectificaciones de corta y pega abjurando de su error y confesando la islámica autoría. Fue ascendido, pero para ser cesado al poco tiempo. Quizás porque Roma no paga a los traidores.

Hubo algo en extremo patético en las cinco líneas de rectificación de todas sus investigaciones anteriores en las que el conocido periodista abjuraba de su error al buscar en los causantes de los atentados de Atocha a otros que no fueran los islamistas. Éstos aparecían, además luego en noticias de prensa en lugares dispares, Serbia, Marruecos, Siria, preferentemente ya muertos. Ninguna versión en medios de amplia audiencia contraria a la preceptiva de autoría islámica, pero sí una lluvia de artículos diversos, sin relación con Madrid pero abundando en historias del radicalismo musulmán, de manera que la opinión se impregnaba, por proximidad, de la relación entre éste y la matanza madrileña. La exaltación de los sentimientos corría paralela a la ausencia de datos fiables, pruebas concretas, culpables confesos y a la demonización de los muy pocos –y muy valientes- que se atrevieron a poner en entredicho la versión oficial.

Sólo hay, y no por azar, otro tema que despierta animosidad semejante cuando se quebranta la ley del silencio: La denuncia de que el espacio cultural está prácticamente copado por el marchamo Izquierdas reservándose para los otros, englobados en Derechas por supuesto, el ostracismo y el rechazo. Sin embargo la afirmación es simplemente cierta y basta para demostrarlo un simple análisis estadístico y proporcional de temas de películas españolas, series televisivas, discursos, declaraciones, obras diversas. El que denuncia al clan Progresista por decreto, al lucrativo monopolio de la ética, debe prepararse a ser incluido en “la caverna”, los conservadores reaccionarios por definición, y ello con una animosidad y violencia verbales que por sí solas son prueba fehaciente de la veracidad del discurso del denunciante.

El cilindro de Atocha es el apropiado monumento porque su cerrada superficie encierra bajo llaves que podrían no ser las suficientes dos tesoros: Por una parte la España desconocida, minimizada o ausente de libros de texto y de medios de comunicación, hoy insólita, pero que fue, que quizás podría ser. Y, por otra parte, cuanto debió ocurrir, y no ocurrió, en el 11 M. Allí se encontrarían, como el cliché posible de aquella interminable fotografía, las manifestaciones de un país unido, en su clase política y su ciudadanía, llamando asesinos a los asesinos, estarían los responsables guardando cuidadosamente las pruebas, preservando hasta la última chapa, clavo, sustancia impregnada en las ropas y los cadáveres. Se hallarían todos ennoblecidos por la doble fraternidad de la indignación y el dolor, pisoteando el mito de las dos Españas, liberados al fin de canalla y parásitos. De abrirse la puerta del cilindro deberían salir los sindicalistas que olvidaron su sueldo gubernamental para ponerse en primera fila de los que exigían claridad y justicia, estarían los que limpiaron, por vergonzosa en momentos tales, toda pintada sectaria y condenaron la manipulación en los centros de enseñanza. Allí aparecerían los valientes chicos de la prensa, insensibles a las presiones del club de los ricos del régimen, atentos tan sólo al horror y al minucioso esclarecimiento del caso. Y no podrían faltar los jueces y fiscales que, desdeñosos de los políticos que los nombran, con ejemplares eficacia y discreción, no tendrían más preocupación que la búsqueda de la verdad. Pero no están, no ocurrió, estuvieron, no ya a la altura, sino al otro extremo de la circunstancia. No hay vacío, sino materia oscura en el espacio que el cilindro abarca.

Para acceder al segundo tesoro, el del conocimiento, hay que ascender a la terraza del edificio, porque desde ella podría observarse, con cierto esfuerzo, el panorama de una España que hoy parece insólita y sin embargo existió no ha tanto y podría en el presente haber existido. Aguzando la vista en el espacio y en el tiempo se descubre que hace pocas décadas España era un país como los demás de Europa y la generalidad del mundo, con bandera, himno y una lengua que se enseñaba y podía aprenderse en todos sus centros de enseñanza y con libros de texto que narraban su historia y hablaban de sus grandes figuras, de sus hechos notables y de sus monumentos. Vería el observador en la distancia gentes, millones de personas, que se desplazaban y residían sin distinción alguna de privilegios ni trato de un extremo a otro de su país y para las que el apego al terruño no era sino un aditamento más al natural afecto por la propia tierra en el sentido lato. El cilindro se habría vuelto, por entonces un peldaño de la alta torre de las grandes vistas, que hace parecer ridículas las torrecillas de imitación marfileña y despreciables a aquéllos con vocación de habitantes de termitero empeñados en hacerse con bienes comunes para su uso exclusivo durante su propio, interminable invierno. La España de las amplias vistas, la similar a sus homólogas de Europa, existió realmente, aunque la cubra y la sofoque una gran ficción del Paraíso perdido y el hervidero de víctimas insaciables. Hoy por hoy, se divisa un Madrid-Pompeya, cubierta la ciudad de mullida ceniza que apaga los sonidos y tan sutil que ni se advierte su presencia ni se añora que hubo cielos de mayor limpidez.

El Monumento al Olvido lo es más por contraste con la envergadura de los actos conmemorativos de los grandes atentados en otros países de Europa, como Gran Bretaña o Francia, la unidad en ellos de gobiernos, ciudadanía y oposición en el homenaje a las víctimas y la repulsa de las muertes que sí, en su caso y no en el español, reivindicó el terrorismo islámico. Lo que en el Reino Unido es unión y común impulso en España no es sino el instrumento para perpetuar en el poder, real o en la sombra, al Clan de la Bondad, al de la Transición B o más bien P de Parásita, a los beneficiarios de la nómina vitalicia, la eterna deuda  y la eterna guerra.

Se ha consumado el proceso totalitario de la No Persona, la modificación, borrado, cortado y pegado de la Historia: El 11 M no existe, su mención ha entrado en la rampa que conduce al averno verbal, en este caso un pequeño limbo azul, sellado y frío, donde revolotean y se consumen hasta la insignificante transparencia víctimas y victimarios. Nadie intente aludirlo porque le protege, amén de la coraza de plástico, el estigma Reaccionario que su simple mención lleva consigo. El que exprese sus dudas sobre el proceso y la autoría islámica, su repugnancia por la utilización vomitiva que se hizo de la masacre, ingresará en el grupo de los parias de la España segregada por los secuestradores de la Transición.

Interior del Monumento (la luz que siempre se espera).

Interior del Monumento (la luz que siempre se espera).

 

 

 

 

 

 

 

 

Galería

El Parlamento Español: Una galería más.

El Parlamento Español: Galería.

 

 

En el Parlamento español, Las Cortes, faltan retratos. De las salas cuelgan los de cada presidente y ministro, pero frente por frente, en la pared opuesta, podrían alinearse otros; aunque, por el desprecio cosechado, tal vez hallarían mejor hueco en el dibujo de la alfombra. Sobrenada en el imaginario, por su insignificancia, el de un señor pequeño y nada joven. Va vestido con aseo, peinado hacia atrás el escaso pelo gris sin implantes. Lleva con esfuerzo una bandera española. Hay poca gente en la plaza madrileña, es una de tantas manifestaciones de víctimas del terrorismo. El señor está solo, y digno, con una pequeña insignia en la solapa y la mirada atenta a los oradores y a la espera de los acordes del himno nacional. Es la antítesis del cantautor de éxito, dinero y progresismo, del intelectual desdeñoso, del joven enérgico de papá generoso y del que se ha hecho un provechoso hueco en algún clan de minorías agraviadas y protegidas. El señor lleva trabajando muchos años, robar no entraba en sus cálculos, quería justicia, ley y orden. Han matado a la gente buena, y por eso acude. Quiere a su patria y por eso lleva una bandera. Ignora con qué desprecio, con cuánto desapego y a cuánta distancia le miraría la clase dominante, la superioridad inmensa desde la que probablemente ni le ve el cantautor ingenioso que se apunta a grandes hazañas como tirar de madrugada la estatua del dictador muerto. El cuadro del señor bajito, con su bandera roja y gualda, no va a colgar en el muro de Las Cortes. Ni tampoco el de Remedios, la señora que se ha pasado media hora entre las papeletas, el día de las votaciones, porque no sabe a quién votar. Ella, y toda su familia, se han ido enquistando en el hogar humilde, de clase baja-media, en la misa del domingo y el belén de Navidades, como los católicos practicantes que siempre han sido, en las fidelidades a familia, honradez y palabra dada, a la cartilla de ahorros y la amortización de la hipoteca. Las corrientes externas tocaban a antifranquismo, pero ellos sólo querían trabajo, seguridad social y que hubiera menos robos en la calle. Ahora resulta que el partido conservador al que Remedios siempre votaba apoya a los adversarios y no defiende sus principios, que el sindicalista liberado, bien pagado y vocinglero irrumpe en su despacho y en su ordenador con consignas en las que ella no cree, resulta que meten en el Ministerio con contratas precarias a gente superflua y le quitan a ella y a sus compañeros, los de oposición, sus tareas habituales. Ella no se ha atrevido nunca a casi nada, no se ha enfrentado a casi nadie. Tiene el patriotismo de las clases populares y el armazón moral, estrecho pero seguro, de los usos y creencias tradicionales conservados en un medio muy reducido, que es el de las paredes de la oficina y de su casa. No ha hecho mal a otros, ha trabajado siempre, reivindica los viejos principios. Y ahora se encuentra conque la han timado, que la engañó el periódico que siempre compraba su padre, que la estafan los representantes de un gobierno que se decía defensor de ella, de su familia, de un país que se disuelve, se compra y malbarata, de una moral que ahora parece vergonzante y es el único techo ideológico que ella conoce. ¿Qué hacer? ¿Qué queda a la gente del común sino las urnas y, si acaso, una manifestación de víctimas en la que se firma un manifiesto, se escucha y se grita? Remedios, con la indignación y el desamparo pintados en el semblante y la papeleta de voto inútil en la mano, no tendrá cuadro en las paredes de la sala.

Aún Puerta del Sol (Madrid), pronto de Plutón por solidaridad con los planetas enanos.

Aún Puerta del Sol (Madrid), pronto de Plutón por solidaridad con los planetas enanos.

 

 

Tampoco habría espacio en la nueva galería por hacer para víctimas recientes, entre las que no faltan las que creyeron, amaron y defendieron buenos ideales y proyectos llenos de sentido, que en un tiempo correspondieron a los iconos originarios. Un polvo espeso hace, además, inidentificables los retratos del sindicalista que trabajaba, combatía por los trabajadores  y nada tiene hoy que ver con los mastines a sueldo de la plataforma parásita, y las telarañas cubren alegremente la efigie del socialista con deseos de mundo solidario y vidas mejores, el profesor que defendió la enseñanza pública y el saber y se opuso a la peste logsiana, los catedráticos eliminados de un plumazo porque eran una élite del saber y por lo tanto sobraban y los compadres ladraban por sus puestos. No habrá ni rastro de la que debería ser muy larga hilera de asesinados, heridos, afectados doblemente por el terrorismo y por el silencio y la complicidad. En esta sección de la pinacoteca se impondría el collage, porque así se reproduce adecuadamente en el lienzo la dispersión de los miembros, los fragmentos de órganos y extremidades que saltaron por los aires con las bombas-lapa, los balazos a quemarropa, las explosiones en los trenes de Atocha, los vehículos dinamitados, el atentado en los grandes almacenes. Convendría que estos cuadros de motivos fragmentados propios de una vanguardia de casquería se mirasen con las figuras correctamente vestidas de la pared de enfrente, entre las que no pueden faltar caballeros togados y magistrados dependientes en todo del gobierno que los nombra, condecora y recompensa.

Continúan las tratas (Sorolla "Trata de blancas").

Continúan las tratas (Sorolla «Trata de blancas»).

 

 

Es preferible que la galería se abra en el lateral a una pequeña sala circular que fue, en los tiempos anteriores a la Corrección Política, de fumadores. Aquí habrán venido a refugiarse los retratos de otra clase de víctimas, las de la dualidad contraria, aquéllas que, por reacción mimética, han adoptado el armamento verbal del adversario y caído de hoz y coz en la trampa de la aceptación de la falsa realidad maniquea. Hartas de presenciar el servil acatamiento del monopolio del Bien ligado al término Izquierdas, del temor perruno a ser tachados de Derechas, Franquistas o Fascistas, de la continua danza del chantaje para hacerse perdonar pecados originales e imaginarios, personas inteligentes, valientes y valiosas se han empeñado en la reivindicación del polo opuesto. Como si el mundo se redujera a uno u otro icono.

Hay algo patético, y difícilmente comprensible en gente de enjundia intelectual, en esa inconsciente rendición al Enemigo. Son, serán la Derecha, proclaman con la exaltación del converso y del sometido al abucheo diario. Hay dos, ellos y las Izquierdas, porque hay que tener orgullo de ser de uno y no del otro. Como si se renovara eternamente la lucha de Dioses y Titanes, Ángeles y Demonios, Fuerza Buena y Fuerza Oscura. De nuevo, pues, los hechos desaparecen, la observación  se mediatiza, los juicios se amputan y tuercen para introducirlos en el molde dual. El proceso es doloroso y forzado, porque traiciona la simple lucidez, la verdad y los impulsos generosos y solidarios que se teme podrían ser confundidos con el lenguaje de la Izquierda. El movimiento pendular lleva a individuos normalmente razonables a la defensa de un paraíso incompatible con el servicio público, a la cruzada para la privatización de cuanto existe y se mueve, al vago ideal de un nuevo Estados Unidos en formato pequeñito donde, en feliz régimen de contratación libérrima y variadísima, se migra de un extremo a otro de la piel de toro, parando media hora al día para tragar un sándwich en la cadena de comida rápida. Desaparecida la Enseñanza Pública y el currículum general básico, los niños deambularán, cheque escolar en mano, según sus padres consideren que les conviene saber o no geografía o física; si el pater familias es musulmán devoto las niñas sólo asistirán, con otras niñas, a labores y cocina. Se abrirán, con el cheque, a los escolares de barrios desfavorecidos las puertas de centros en el corazón de zonas residenciales, con el pequeño inconveniente de que se encontrarán algo desplazados a la hora de inscribirse a las numerosas, y costosas, actividades extraescolares de ballet, golf, violín y ski de fondo. La liberalización completa y redentora suprimirá inútiles autobuses urbanos, que no abarrotaban veinticuatro horas al día los pasajeros así como todo tipo de transportes prescindibles, por lo que languidecerán y perecerán en sus domicilios aquéllos que los precisaban, con el consiguiente ahorro de medios y energía para la capa activa, solvente y emprendedora de los ciudadanos. La Derecha Liberalísima que parece añorar el año 0 de organización autónoma de Atapuerca se complace, con masoquismo ejemplar, en asumir la caricatura que le han asignado sus adversarios; por ello ejerce con frecuencia un papismo mucho más allá que el conciliar, saca a pasear proclamas antiaborto sin venir a cuento y frunce el ceño cuando la prensa tiene el mal gusto de denunciar desfalcos al abrigo de la Corona. Naturalmente con estos enemigos el club Izquierda Parásita no necesita amigos: Nadie lo apoyaría mejor.

Es probable que la estética de los retratos de la que fue Sala de Fumadores deje que desear. De hecho, los de la pared opuesta los observan, desde el largo corredor al que la entrada da acceso, con desdén. Los padres y demás familiares de la Patria suelen posar con la tranquilidad de quien lo hace para la Historia, mientras que su puñado de vecinos lo haría con la boca abierta de asombro y cólera, la indignación y el desconcierto pintadas en el semblante, las manos en gestos nada convencionales. Ellos eran de izquierdas, ellos eran buenos, y…lo siguen siendo, pero se han caído desde muy alto del caballo, no se recuperan de las múltiples contusiones. Es lo que tiene imaginar solamente dos cabalgaduras, la blanca y la negra, como el bueno y el malo de las películas. Los desconcertados tienen marcos modestos, e incluso soportes a la pared precarios que se desprenden con frecuencia. No ganaron para más. En cambio sus vecinos del ala noble disponen de cada vez mejor estructura con los años porque, bajo diversos títulos, se han votado a sí mismos y a sus homólogos durante más tiempo, sin que importara la etiqueta política sino las reciprocidades esperadas. La dualidad queda para la plebe. Se habla de nombres nuevos, de recién llegados que intentan sortear el blindaje que alrededor de sí han segregado los clanes parásitos, que ni son dos, ni son dos partidos ni corresponden a dualidad alguna.

En la habitación del fondo, siempre en obras, hay un olor a recién pintado. Allá se encuentran los apresurados lienzos en los que falta por añadir cabeza y manos, que se ponen y quitan, como en los muñecos de feria, ajustados al espacio vacío. Son tantos y tan imprevisibles los cargos, los títulos diariamente creados, la clonación autonómica indispensable de funciones y puestos, con sus consiguientes pensiones vitalicias, la multiplicación exponencial de representantes, presidentes y ministros que el departamento de protocolo no ha encontrado mejor método que la fabricación y almacenamiento en serie, con figuras adaptables según las circunstancias.

La mostra transicional cumpliría que se cierre por pequeños grabados, entre goyesco y simbolista, en los que encuentren acomodo especies en grave peligro de extinción: La vieja hermosura de la necesaria utopía, la libertad no sólo de asignación de impuestos, el cariño patrio sin peaje de odio previo, y la negrura de Goya en pleno para recibir en el oscuro recinto de un aquelarre cerrado a cal y canto a cuantos roban a golpe de ley y cargo, a los que ordenan poner bombas y a los que viven y medran a base de halagar a los dueños del miedo. A los vistosos Desastres de las Guerra puede corresponder su versión actualizada Los Desastres del Silencio, cuyas víctimas, no menos muertas ni maltratadas que las de Goya, nunca disfrutarán de audiencia ni justicia. Se las ha entregado, una y otra vez, a criminales reincidentes por la premura escénica de autoridades y próceres para dar una imagen de benignidad y obedecer al que manda. Sería muy difícil hallar en Europa un país donde la reiteración en el robo sea tan impune en la práctica como en España, o donde el asesinato múltiple salga más barato. Las víctimas de un Gobierno ansioso de ceder al chantaje son muchos cientos de gentes sin poder, sin fuerza, sin riqueza, sin armas. Podrían hallar acomodo al final de la galería, en una llama al Ciudadano Desconocido para la cual bastaría la caja de cerillas del cuento de Andersen.

Que viva la España.

Que viva la España.

 

 

 

 

 

 

 

La pinacoteca del Parlamento español no es la del Museo del Prado, pero con estas modificaciones es susceptible de aportar preciosa información sobre la evolución del país durante los siglos XX y XXI.

También, quizás, los retazos de algún diario:

He tenido un estrecho contacto con un Ministro, el que quiere inmortalizarse alicatando en plan hortera Madrid en dorado y hasta el techo. Había una concentración de apoyo a las víctimas del terrorismo. Debieron decirle que estaba allí la líder y a él le dio el ataque de cuernos y se presentó de repente. Pasó rodeado de guardaespaldas, impasible el ademán y a toda marcha. Y, sin detenerse ni mirar, me aplastó el pie. Llegó a tiempo de fotografiarse con los que presidían el acto.

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Están soltando asesinos de ETA mezclados con presos comunes de la peor ralea para mejorar el conjunto.

Hoy ya han anunciado, tanto el partido en el Gobierno como el de la  oposición, diálogos para reformar el texto constitucional.

Comienza a cerrarse el broche del golpe de Estado blanco.

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Voy a una manifestación, quizás la última, pero en todo caso final de una época, de víctimas del terrorismo. Por primera vez se anuncia de forma oficiosa el cambio de la Constitución de libertad e igualdad para dar paso al acuerdo de tribus, la regresión, derrota y el intenso regusto canalla.

 

Valió la pena ir.

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Parafraseando:

Primero vinieron para expulsar a los que se manifestaban por los mismos derechos ciudadanos en toda España. Ni palabra de protesta porque los manifestantes eran de los otros, de Derechas.

Después llegaron para condenar a los que denunciaban que no se pudiera estudiar en castellano ni aprender materias fundamentales. Nada en contra porque los condenados eran conservadores retrógrados, es decir, de los otros, Derechas.

Ayer se presentaron para eliminar de la vida pública y de los medios de comunicación a los que reprochan la excarcelación masiva y fulminante de terroristas, asesinos y violadores. Nada que decir porque los descontentos eran gente de los otros, de Derechas, que lleva banderas chillonas y se concentra incómoda y ruidosamente.

Hoy han venido a quitarme mis derechos, que ya no son iguales en todo el país porque éste no existe, a consagrar la enseñanza sin aprender, sin estudiar y sin lengua española, a robarme para mantener a sus clanes, a silenciarme, denunciarme y multarme si protesto.

Siempre vinieron a por mí.

A por mí, que no estuve en ninguna parte, porque los que protestaban eran los Otros, llevaban banderas y hacían manifestaciones de mal gusto.

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Madrid, 6-XII-2113 (por escribir. O quizás no)

Diversas manifestaciones de apoyo a la última Constitución han discurrido por las calles autónomas, a razón de una docena de individuos en cada vía pública. Los intentos de unanimidad en las enseñas han sido, una vez más, vanos. Predominó la bandera que hace el número quince de las diseñadas sucesivamente durante el último siglo, blanca con diversos motivos geométricos, pero fue abucheada por los partidarios de la nueva propuesta, el rectángulo con tres docenas de cabezas de ratón, inspirada, según se dice, por la de los Estados Unidos.

El Ministerio del Interior y Exterior (la delimitación no está clara) ha enviado, desde el Caserío que comparte la capitalidad y gestión hispánica con la Masía, fuerzas del orden violentas y semiviolentas para vigilar el acto. La rama independentista habla de entregar algunas armas, previo aumento de sus honorarios como Guardianes de las Esencias. El Ministerio de Finanzas Asimétricas se ha encargado, desde su sede noreste, del cobro a los manifestantes por el permiso de participación en el acto constitucional. No acudieron, como de costumbre, Intelectuales Hastiados ni Artistas Comprometidos. Se cursó invitación, aún sin respuesta, a la Unión Euroasiática, con la que Hispania tiene un convenio en tanto que franquicia vacacional asociada.

Se estudia la apertura de treinta y seis embajadas autonómicas  en las islas Fiji.

Se prepara la celebración de los Cien Años de Paz.

 

 

 

El ciudadano de Piranesi

G. B. Piranesi: Cárcel Oscura.

G. B. Piranesi: Cárcel Oscura.

 

 

La sensación de omnipotencia discurre, actualmente, paralela al peculiar, difuso, continuo sabor a indefensión profunda. Tal cosa parece, en principio, imposible por lo contradictorio: No lo es. Ambas corrientes coexisten. Todo puede saberse, mucho está al alcance de la mano, más todavía espera, en cuestión sólo de tiempo, ser clasificado y puesto en su casillero. Cada día es el final de la Historia, universal y propia, incluso la del recorrido mental por un cosmos cartografiado y datado en años luz. Se ha averiguado la edad del Universo, millones de espejos mágicos responden a cualquiera a cualquier pregunta. Dios está en la cola  del paro.

Jacques Dutronc, un cantante francés de los años sesenta, del siglo XX, venía a resumir la pregunta común agazapada en el fondo del alma, o, en el recoveco de neuronas: Sept cent millions de Chinois, et moi, et moi, et moi? (Setecientos millones de chinos, ¿Y yo?,¿Y yo? ¿Y yo?). Y continuaba pasando revista a las grandes cifras de la demografía de la Tierra e intentando afirmar, frente a ellas, su pequeño mundo. Actualizado: Miles de millones de años luz de edad del cosmos, cadenas genéticas modificables, paseos virtuales por la Luna ahora tan conocida como el parque de la urbanización, inventario de los tipos de estrellas, razones químicas de los comportamientos. ¿Y yo, y yo, y yo? Yo, a quien ya me pueden dar respuestas para todo, ¿dónde, por qué y para qué estoy donde creo, aunque no me siento muy seguro, estar? Mientras el universo se expande y multiplica el ciudadano de Piranesi vive su agorafobia con mayor intensidad cuanto mayores son las dimensiones del recinto en que se halla.

Pese a la omnipotencia y omnisciencia, en los pequeños lugares y países, en las pequeñas vidas, la conciencia de sentirse inerme, sin embargo, es cierta. Quizás porque ha sido muy largo el período sin exigencias de pagar un precio, esos precios sin los cuales carecen de raíces los logros. Hay un instintivo reflejo de huida hacia la célula familiar, más o menos ampliada, hacia lo inmediato, incluidas ficciones de pertenencias ancestrales que ofrecen una acogedora tibieza de refugio. Pero resulta que el enemigo está en casa, en la facilísima felicidad, ocurre que el mejor o menos malo de los mundos posibles con toda su oferta de deseos satisfechos podría ser una máquina de continuas falsificaciones, que lo pequeño no es necesariamente beautiful sino que, por el contrario, puede lanzar sobre las sociedades, aprovechándose de la superioridad del número, una red gris de cuyas múltiples celdas la escapatoria parece imposible. El Tiempo de Tribus prohíbe, arrincona, barre al Tiempo de Ideas. El camino recorrido puede ser, y es en grandes, peligrosas parcelas, el contrario al de la Ilustración; va de la persona a los casilleros de cada clan.

Con todo su progreso, con la mutación social inigualable que suponen la informática y el inmenso avance tecnológico, esto conlleva, sin embargo, un enorme volumen de indefensión. Es el precio. La Revolución industrial, la técnica, permitían todavía cierta influencia y control del usuario, una proximidad física, una imagen mental abarcable. Nada semejante puede decirse del ambiente que rodea a los humanos en el momento actual. Nunca han disfrutado, ni imaginado, una omnipotencia virtual semejante, un conocimiento potencial de tales calibre e instantaneidad. Simultáneamente, jamás han sido tan dependientes de un corte de suministro, de una caída de la red, de una avería del automóvil, tan ignorantes de aquello que es vital para su existencia y que no pueden controlar en absoluto. En la grande y nueva etapa que representa el mundo cibernético, los canales, constituyen por sí mismos el mensaje y además, dado el espacio temporal que su recepción ocupa, están inseparablemente acompañados por el hecho de que las correas de transmisión son el Líder. No el único porque no impera, ni ya es necesario, un régimen de completo y exclusivo dominio del poder, pero los clanes parásitos se han asegurado de buena parte del control de esos cauces por donde fluye la materia visual y verbal que les garantiza, por cesión en su favor de la sociedad, un flujo de prestigio, dinero y especial rango en la jerarquía moral y en cuantos elementos culturales conforman la percepción que los ciudadanos tienen de sí y de su medio.

Las fronteras y lenguas ondean y se difuminan porque en la aldea global es necesario que el mensaje vaya más allá. Sin embargo la necesidad de referencias cercanas, propias, comunitarias, el temor instintivo a los grandes espacios y las entidades anónimas e inalcanzables y la falta de distancia crítica producen a la vez miedo y euforia ante la infinita libertad, inacción ante lo que sobrepasa y brotes fugaces de excitación que tienen la fugaz duración propia del escaso conocimiento y juicio personal reflexivo en los que se asientan. La rapidez de la mutación ha impedido tomar aliento, calibrar, situarse, Ha dejado, además, en el limbo de aquéllos que son objeto de una especial explotación a legiones de jornaleros de pantalla y teclado que carecen de bagaje intelectual propio. Habitan un terreno dual, entre el olimpo de jefaturas que planean sobre sus cabezas mientras, por debajo, se sitúa la ignorante, contrita y sumisa masa ante la que pueden mostrar desdén y prepotencia. No en vano, según se comenta, ya hay escuelas alemanas donde no se permite a los alumnos llevar ordenadores a clase hasta los doce años y en las que se aprende a escribir a mano e incluso a pluma y con caligrafía. También se cuenta que existen grandes empresas que escogen para directivos a gente que ha cursado Filosofía porque la visión en profundidad y en altura se ha hecho un valor en alza. El envés sería países donde se pretende desde la infancia, en vez de transmitir conocimientos, “formar para la vida”, es decir, fabricar seres adaptados a la coyuntura y el mercado laboral, buenos para hostelería, servicios y exportación medianamente calificada.

La revolución cibernética que se impuso en pocas décadas de forma irreversible, inexcusable y perentoria, fue utilizada en España de forma particularmente espuria por los grupos parásitos. Vieron en ella la oportunidad de eliminar social y laboralmente a los poseedores de conocimientos y categoría intelectual de la que ellos carecían. Necesitaban acaparar en breve espacio de tiempo la imagen de modernidad, europeísmo y eficacia, y enviar a las tinieblas del rancio país retrógrado a los que les estorbaban. La informática reinó suprema, no con la necesaria y encomiable finalidad de incorporarla y universalizar su manejo, sino como instrumento calibrado para segregar, expulsar y apoderarse con rapidez de territorios de adquisición normalmente laboriosa. El último de la clase poseía de repente la varita mágica que le transformaba en príncipe del encanto instantáneo. Su Alteza disfrutaba de derecho de pernada sobre los horarios lectivos, desplazaba o eliminaba asignaturas fútiles como Literatura Universal, leía el Periódico-Insignia y acaparaba cargos que le rescataban de la molesta tarea de enseñar. Mientras un partido, el socialista, imponía y otro, el popular, consentía leyes educativas que consagraban la ignorancia, la idiocia y la pereza, llovían sobre los centros de enseñanza caros equipos informáticos en su mayor parte inútiles o apenas utilizados. Eran los juguetes caros que regalan los padres para así compensar su falta de atención debida a la progenie. La manada, no de los alfa sino de los arroba @, aprovechó ávidamente la coyuntura para llevar a cabo una especie de limpieza cronológica suave y descafeinada en la que no se eliminaba físicamente. Sólo se desplazaba a la cuneta de la sociedad a los individuos que no habían cogido con suficiente rapidez el tren de la única modernidad posible. Se creó una clase dominante (y a su vez dominada por quienes la dirigían) de llamativa prepotencia, un clero que poseía las claves del saber sin el cual no había salvación. Y la limpieza fue eficaz mediante una especialísima toma de poder que deja a la población en un estado obligatorio de dependencia profunda, cotidiana, irremisible y reduce al silencio, la incomunicación y la invisibilidad a ciudadanos que pasan a ser daños colaterales.

La indefensión ha fermentado en España poco a poco dentro de la sopa primordial de optimismo, confianza, solidaridad, nobles ideas y horizontes ilimitados. En los años ochenta y antes, aún en vida de Franco, había cuajado la energía de hacer futuros mejores y no había eclosionado el gratis total. La libertad desteñía naturalmente desde la esfera privada a la generalidad de las costumbres, y en nada fue el cambio tan presto y radical como en las mujeres, que ya desde los sesenta se emancipaban de la sumisión biológica gracias a los anticonceptivos. Se creía en la Transición y en sí mismos como sujetos de una mejora que parecía segura, progresiva e irreversible. Apenas se prestaba atención al peaje de los nuevos territorios. Hubo pocas o ninguna crítica cuando las cárceles se abrieron y dejaron en las calles un puñado de presos políticos y un torrente de criminales, muchos con delitos de sangre. Fueron Saturnales largas y ruidosas, que las gentes de orden sin otro delito ni franquismo que su apego a lo conocido, al puesto de trabajo y a las tradiciones miraron desde la orilla en la que se sentían marginadas, años donde la fiesta se prolongaba en los interminables brindis patrocinados por el Estado de Bienestar y en los que no había transgresión, reivindicación, localismo y fuero que no se viera aclamado, declamado y festejado con pólvora del Rey.

Al tiempo se producía la gran mutación de las comunicaciones adscrita al universal vértigo de la segunda mitad del siglo XX. De repente todo podía saberse, todo era posible, si no ahora y ya, desde luego sí en el futuro inmediato, en una lógica del instante incompatible con la reflexión y el espacio crítico. Se desvanecían la soledad, la individualidad y la creación estrictamente personal junto con las grandes figuras, que eran reemplazadas por sus iconos, su plasma figurativo, el lugar simultáneo que podían ocupar en un momento dado en la lluvia múltiple de formas y mensajes. Con las inocuas fugacidad y brevedad y el esfuerzo nulo de rozar una tecla. La falsa libertad y la ocupación del espacio cognitivo con falso conocimiento son peajes probablemente necesarios, de la era informática incluidos en el conjunto de las muchas ventajas que de ella se obtienen. Pueden digerirse convenientemente pasada la fase inicial, pero se trata de una mutación que se produce a una velocidad que sobrepasa a la de cualquiera de los cambios que han afectado a la especie humana. La lógica del instante, de la comunicación permanente y comunitaria, puede ser utilizada para invalidar formas de reflexión y de existencia por su naturaleza exclusivas del repetido y largo esfuerzo individual. Desparecerían o se minimizarían como anecdóticas a un paso de reprobables la soledad, responsabilidad y creación personales. Adiós a las grandes figuras y bienvenidas las leyes mordaza que tacharán de retrógrado, caduco, inadaptado y estúpido a quien disienta. La falsa libertad de la pantalla global se resolvería en la okupación del espacio y del tiempo cognitivos con placebos de conocimiento. Se estaría en la dictadura de lo moderno, en la aceptación preceptiva del cambio como óptimo, sean los hechos cuales fueren, una especie de neofascismo futurista al que no es ajena la insistencia en dar por muerta a la prensa, al papel, a la lectura, y, con ello, eliminar espacio crítico.

De forma coyuntural, esto puede ser utilizado, tal ha sido el caso, como el instrumento perfecto para promocionar nulidades, obviar la ignorancia, infundir prepotencia a aquéllos  cuyo único diploma es el del cursillo coyuntural. Muchos vieron en ello su oportunidad para expulsar, dominar, invadir espacios, cargarse de suficiencia inapelable en nombre de los vigorosos dioses telemáticos. En muchos rasgos la nueva dictadura recuerda a las vanguardias del Hombre Nuevo de principios del siglo XX, al culto de lo moderno, lo joven, lo actual y lo fuerte, y, como los seguidores de Marinetti, desprecia lo anterior como caduco y propugna un sometimiento devoto al cambio continuo que, en sí, es necesariamente para el individuo concreto fuente de sometimiento e indefensión, potenciados ambos por el miedo a ser tachado de retrógrado, incapaz, caduco y prescindible, Nada más fácil, por otra parte, para el neovanguardismo del siglo XXI que el ejercicio virtual, e indoloro, por pantalla interpuesta, del vivir peligrosamente de los seguidores de Nietzsche, que sí se arriesgaban y lo pagaban muy caro. En un país de democracia socialmente débil, como es el caso español, inmerso en la desorientación identitaria, esta situación es particularmente grave porque se deja al individuo a la merced de sucedáneos de referencias orientativas y trampas duales, que utilizan ávidamente, a fines de robo organizado, los clanes parásitos.

Llegados a este punto, bueno es rechazar la nueva trampa dual. Es cómodo caer en la facilidad del razonamiento maniqueo. Lejos de existir el Bien y el Mal en forma de Modernos y Retrógrados, jóvenes agresivos y viejos desfasados, hay en el siglo XXI una vibración prometedora que abre cada día al descubrimiento, a la admiración y a la curiosidad horizontes de una extensión y profundidad cuajadas de posibilidades. E, invariablemente, también ahí funciona la lógica de los precios. Con la pantalla, la genética y el átomo, como con el hacha de sílex, se puede sobrevivir y alzarse hacia un mejor destino o sacar el corazón al enemigo. Las opciones no son fáciles cuando se ha alcanzado, en tan poco tiempo, tanto poder.

El ciudadano vaga, voto futurible en mano, como un homúnculo de Piranesi, por espacios que no controla en absoluto e incluso le son desconocidos y ajenos. El suelo se mueve bajo sus pies, el mapa del país en el que creía estar se ha fraccionado en múltiples grietas que se empeñaba antes en ver como simples fisuras y en realidad se han ido ahondando, en el transcurso de las décadas, hasta hacerse espacios intransitables erizados de peajes, fronteras, listas de espera y coimas. Descubre con estupor que el erario no es inagotable y que cebar a las clientelas significaba desnudarle a él.

El españolito de Piranesi es una especie nueva que vagamente soñó tiempos mejores y que ahora, cogido en la pinza de partidos que aspiran a repartirse y a repartir en exclusiva los beneficios que el poder procura, sólo se esfuerza en capear malas rachas y arañarse un mediano pasar. Presencia, con entrada obligatoria al incómodo patio de butacas, una nueva, peligrosísima farsa, la variante de la simpática mascota que saca las uñas y los dientes. Es un espectáculo nuevo, la Democracia Esperpéntica, blindada incluso a la crítica por su coraza parlamentaria que, ejercida como arma dual, concede como única antítesis la Dictadura. Sin embargo el hombrecito hispánico, aunque todo se ha hecho para que siga comulgando con la propaganda bipolar izquierda/derecha, progresismo/reacción del franquismo post mortem, siente que flota entre grandes bloques de organismos subvencionados desde la cuna, jueces mercenarios del político de turno y chantajistas de un pelaje que va del pistolero montaraz al aliado tribal previo pago de su importe. Lo que se le presenta como única organización social aceptable hace imposible la democracia real porque se ha convertido en un sistema hecho para garantizar la impunidad de los peores y para atemorizar y explotar al ciudadano. Y en eso, en la indefensión garantizada, parece haberse resuelto la ejemplar Transición.

No hay trabajo, ni el dinero fácil que antes cubría la fragilidad del entramado y permitió, hasta el minuto antes de la crisis, el reparto de sobras y dádivas. El voto cuatrienal no consuela de la realidad precaria, la cultura escasa, confusa y fragmentaria, el desvanecimiento de valores establecidos. Hecho a la inercia de los dos grandes clanes gubernamentales, expoliado y traicionado por ambos, el ciudadano de una democracia aprendiz que parece estar repitiendo siempre curso se siente robado por todos los frentes, y no halla punto de referencia. Adiós herencia cultural, que se fue por el sumidero de una enseñanza copada por consignas y por huestes del nuevo régimen ansiosas de hacer méritos para que les confirmaran puestos y mando en plaza. Ya no tiene historia, ni  héroes, ni reyes, ni romanos, ni cristianismo, ni tradición, ni descubrimiento de América, ni aspiraciones, fracasos y victorias. Tiene una imitación, gris y fallida, de más hábiles vecinos del norte. Adiós a la libertad económica provechosa que prometían los unos porque, cuando entraron en escena los otros, se apresuraron  a sobreañadir a la clientela anterior la propia, a sangrar la Administración del Estado y a arrinconar y presentar como inútiles a los funcionarios de a pie. El procedimiento es sencillo: Se imponen por doquier equipos de contratas temporales para que hagan tareas que corresponden a los empleados en plaza pagados por ello y capaces de ello. Los himnos al liberalismo y la externalización, a veces entonados en sordina para camuflar el negocio que para un puñado de amigos del dinero ajeno representan, se acompañan de aparente celo por el aprovechamiento de recursos y la disminución del sector público. Los nuevos jornaleros de ordenador, escoba o escritorio reciben, por el mismo trabajo, la mitad de sueldo que los de nómina, son despedidos a los pocos meses y contratante y contratador extraen del proceso jugosas mordidas duplicando así los costes de un cada vez más denostado sector Se consigue por lo tanto pésima atmósfera laboral, ninguna profesionalidad ni interés por parte de los trabajadores, derroche institucionalizado y descrédito del funcionariado ante una ciudadanía a la que se hace creer que toda asignación del presupuesto a servicios generales es ruinosa, educación, medicina y transportes públicos una antigualla y los minutos del cafelito mañanero la causa final de la desastrosa situación de las finanzas del país.

El ciudadano, pequeño, ocupado en la supervivencia y sometido a la desmemoria del mensaje prescindible fugaz e inmediato, se esfuerza por esquivar uno y otro bloque, conserva la añoranza de situaciones que fueron mejores y no sólo porque el dinero corriese más libremente, convive con la neta conciencia del engaño. Y, como gracias a la eliminación del almacén de datos y de la cultura personales, se está volviendo a la memoria fugaz primitiva, propia de la aurora de nuestra especie, el homo privado de Google se encuentra inerme, carece de acervo de conocimientos propios, estructurados, universales, cronológicos, en los que hallar seguridad, defensa, alimento y referencias. Ha aprendido que vive, y vivirá durante más tiempo que generación pasada alguna, en el mejor de los mundos posibles. Si el sistema informático no se cae de repente, si los servicios que da por inmarcesibles están ahí, si la energía eléctrica no le abandona. Y no recuerda, como raíces, más que la tonadilla que acompañaba a los dibujos de su infancia en la tele. Quizás el peaje de haber aceptado una educación-placebo en la que se pasaba sin saber de un curso a otro, quizás el banderín de tribu diminuta, las tabletas de la ley adaptables según consumo no hayan sido tan buen negocio después de todo.

El habitante actual de ese vago territorio llamado Hispania tuvo un mito, y aun varios, que incluían la dictadura extinta y una Transición ejemplar. Los bloques parásitos nacieron, engordaron y se instalaron sin ser apercibidos, infinitamente más peligrosos que los clásicos espectáculos de corrupción, carecen de nombre, su materialización requiere visualizar un cliché de intereses satisfechos que no se refleja en los órganos de información-propaganda que fueron en un tiempo lejano bandera de esperanza y libertades. Se ha perdido la costumbre de juzgar por individuos y por hechos. Y quien no tiene poder económico, social, mediático está por completo inerme y con toda razón amedrentado. La Justicia, el Estado en sus ramificaciones diversas pueden empobrecerle, arruinarle, dejarle en el limbo de un proceso durante largos años, obligarle a convivir con asesinos, a sufrir innumerables robos, a temer abusos, agresiones e intimidaciones sin que su débil status de ciudadano de a pie le ofrezca amparo. El hombrecito de Piranesi se ha acostumbrado a la censura preventiva, y sin advertirlo la ha interiorizado de forma mucho más eficaz que la vieja y tosca del régimen franquista. La ilusión de los setenta, y aun de los ochenta, ha dejado paso a un hueco a la medida del pasado impulso. Va buscando, con su papeleta en la mano como gran logro democrático, y se tropieza con populismo que corea clichés caducos y se acalla con la distribución gratuita de algunos bienes. Él sigue la rutina, de supervivencia, de los días. Mira sobre las desdibujadas fronteras. Europa. Quizás hay ilusión. Pero, ¿y si al fin y al cabo es también allí lo mismo? Ah, no. Allá el hombrecito crece y tiene la estatura normal de los ciudadanos. Sabe de buena tinta, por compañeros que lo vivieron, que, por ejemplo, en Gran Bretaña hay un servicio de asistencia jurídica gratuito para los que son víctimas de pequeños abusos y robos, aquéllos ante los que en su país de origen él está particularmente indefenso. Esos abogados británicos le escuchan y defienden sus derechos. Allí la justicia independiente existe, no está al albur, como en España, del partido que la nombra y de la importancia, cargo y riqueza del que, gracias a ello, no pisará la cárcel y ni siquiera será acusado. Tal vez sería una opción esperanzadora que Inglaterra desbordase Gibraltar y ocupara más terreno de la Península. O que esa Francia donde en todos los colegios los niños pueden estudiar en francés y se tienen las mismas leyes tanto se habite en la Normandía como en Marsella se desperece hacia el sur.

Porque aquí, en este país que por no tener no tiene apenas ni nombre, le han quitado mucho y pueden quitarle cualquier día cualquier cosa, como si el atracador se cruzara a su acera desde la acera de la impunidad y, después de hacer lo que le viniera en gana respaldado por una ley que sólo protege a los criminales y a los fuertes, volviera a cruzar la calle con su botín, con las manchas de sangre en su chaqueta, que no tiene por qué esconder y que no esconde, mientras es recibido con aplausos por sus homólogos y la prensa local y foránea se hace lenguas de la extraordinaria protección y desvelos gubernamentales de la que gozan ladrones habituales, violadores, asesinos y terroristas (valga la redundancia) en la España de las transiciones maravillosas.

La Historia se la han quitado en bloque. Ni Descubrimiento de América ni navegaciones de increíble riesgo, valor y audacia por el Pacífico. Ni héroes –serlo está mal visto- ni figuras señeras de las que brillan en el cedazo de las épocas. Las conmemoraciones de 1492 las hace de rodillas, pidiendo excusas y trajinando por los caminos con una cerda. Las defensas en mar y en tierra, por su honor y sus principios, no merecen mención en los libros; si acaso algún análisis del psicoanalista. Incluso los monumentos se ignoran, a las no-personas del pasado las acompañan obras de perdida autoría, la ciudad y los recuerdos son despojados de cuanto les daba significado, tradición y grandeza, se cierran tiendas y cafés seculares que en otras capitales se preservan como oro en paño. La fina red grisácea ignora cuanto sobrepasa el tamaño minúsculo de sus celdas. El ciudadano de Piranesi flota en un vacío de referencias que le proporciona una engañosa sensación de libertad.

Puestos a robar, le han robado hasta el término nacionalismo, que ahora es una abominación vergonzosa en cada una de sus facetas excepto en la tribal. Él tenía ese cariño instintivo por su patria que, por mucho que renegara de ella, era un sabor recurrente en las ausencias, en los paisajes, en la masa de finas raíces mezcladas con la vida propia. Estaba tan lejos de transformarlo en instrumento de estupidez y odio como de declarar la guerra a todos los pueblos en los que él no había nacido. Lo de ciudadano del mundo le parecía muy bien, quedaba estupendamente, pero tenía un algo de irreal y sofisticado que no se compadecía con la parte más cálida y veraz de su persona. Adoptó, sin embargo, esa jaculatoria como el resto, puesto que el dios de la indefinición exigía de continuo sacrificios y adhesiones y convenía que todo fuese vago, difuso, postmoderno, relativo y transitorio, desde el sexo a la nacionalidad pasando por moral, religión, estado civil y preferencias en cuanto a países, usos y valores. Del intelectual sabio al último presentador televisivo o actor en boga, todos denuestan ese sentimiento nacional que el ciudadano tenía tranquilamente integrado a sus afectos. No puede tenerlo en España, es, por activa y por pasiva, abominable. Sólo resulta digno de mención, aprecio y loa en otros lugares, también si se refiere a épocas distintas, o en la proclama deportiva ocasional. Dado que le arrebataron, desde la escuela, su propia herencia cultural y los más elementales conocimientos de filosofía e historia, el ciudadano expoliado nada puede alegar en su defensa. De lo contrario, le sería posible decir que el nacionalismo no sólo fue el monstruo de los desfiles de antorchas nazis, los genocidios balcánicos y los ensueños racistas del terrorismo vasco, sino que también existe y ha existido otro generoso y noble, del que es fragmento el suyo y su pequeña bandera y que existe como una perla entre materia espuria. El nacionalismo, muy bien acompañado por la rebeldía ante la opresión, impulsó al pueblo de Madrid el 2 de Mayo, mantuvo en pie bajo los bombardeos alemanes a la democrática Inglaterra, caminó hombro con hombro con los guerreros de Maratón que invocaban y defendían, para ellos y para nosotros, la más noble palabra, ¡Eleuzería!, en griego clásico libertad.

No le han robado sólo cultura y conceptos filosóficos: Le han robado la cartera. Se le supone protegido por la más nutrida batería de derechos que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros, pero cada uno esconde innumerables cláusulas en implacable letra pequeña, que le hacen transgresor potencial de normas incontables, sobre las que se depositan cada día otras nuevas como las hojas del otoño. Le han vendido una ilusión tal de completa seguridad que nunca ha advertido que el precio consistía en todas sus libertades y en todo el dinero del que les plazca apropiarse a los señores del feudo. A día de hoy, la ley penaliza ya, no los actos, sino los juicios de valor, la expresión de opiniones, el crimental (crimen mental) que diría el llorado Orwell. En la práctica, cualquier línea, gesto o frase es susceptible de multa, denuncia, reproche, escarnio puesto que se camina por un pavimento cruzado por la apretada cuadrícula de la corrección y de la delimitación de los territorios microtribales. Imposible explicar a jóvenes desprovistos de información veraz retrospectiva y de espacio crítico que la libertad individual que viven como un vasto supermercado es mucho menor que antaño, aunque otrora fuese la existencia más precaria, incluso si había dictaduras, porque contra las dictaduras se lucha, el enemigo es limitado, ofrece agarre al oponente. Pero en la tibia sopa de indecisión e inconsistencia no hay enemigo posible. Puede inventarse un gran fantasma llamado Sistema, y hacerlo objeto de las iras, aunque el rostro espectral se componga de los de buena parte de los iracundos.

A falta de un París luminoso siempre quedará el consumo. Desdichadamente hay que pagarlo, y las tribus llevan roída hasta la última migaja de la caja. Son innecesarios el antiguo ejército de las asonadas decimonónicas y la moderna policía política. Los supera con creces, como instrumento de sumisión, el miedo difuso al robo aleatorio oficializado y la falta de alternativas a un sistema que, en nombre de la legítima representación popular, es omnipotente, omnipresente e inatacable. El sujeto se rige por la regla del menor de los males y el horizonte inmediato, él y lo suyo y los suyos, sobre los que se sitúa la esfera de los nuevos señores que se conformarán con ritos de ingeniería social y tributos siempre y cuando el vasallo no les resulte molesto. Porque, si esto último ocurriera y el ciudadano no gozara de respaldo alguno, carnet de algún club de víctimas oficioso ni de finanzas que paguen su defensa, entonces lo empobrecerán impunemente y amargarán su vida, mientras como el resto, presencia el espectáculo cotidiano de criminales libres, jueces a la orden de quien les nombra y fortunas amasadas al abrigo de cargo, título y rango.

El hombrecito se pasea con su inseparable buitre, que vuela en círculos cansinos sobre su cabeza y desciende de cuando en cuando para arrancar la libra de carne y depositarla en las arcas oficiales, de donde pasará al departamento de trinchado y reparto entre el ocioso enjambre tribal. La gente del común cuenta con un carroñero por persona y es fácil, si se aguza el oído, oír su planeo, aunque el ave se confunda con el aire de los días grises. Las buenas gentes se esfuerzan, sin embargo, en pasarlo bien, en sacar partido de lo que parece todavía coloreado, disponible, con luces, de aquello que tal vez mejore. Capean la larga mala racha envueltos parcialmente en los reflejos virtuales de sentimientos, experiencias, placeres vicarios; levemente embriagados por visiones y sonidos que aparecen y se disuelven sin consecuencias pero que llenan huecos y, sobre todo, abrigan y aíslan del frío de la cruda realidad. Saben que les han robado cosas, muchas cosas además de la extracción cotidiana de múltiples impuestos y la amenaza continua de diezmos, penas, castigos burocráticos inapelables que no  tendrán más rostro que la respuesta mecánica de una línea telefónica y el aviso que incluye un número de pago y cláusulas imposibles. Regularmente el buitre baja, hunde el pico y sube, con su porción de carne, la coloca en la mano enguantada del cetrero y reanuda el vuelo circular sobre la cabeza que le corresponde.

Esas gentes advierten, por ejemplo, que les han robado la Navidad, y no la foránea del trineo y los renos. Los cérvidos representantes de la esfera nórdica no hubieran sufrido, ni sufren, en el país vergonzante del sur, menoscabo alguno. El robo se concentra en la imaginería milenaria propia del cristianismo. Jadeantes por el afán de parecerse a la ideal Europa moderna, los señores que ordenan el diseño del Hombre Nuevo han implantado el Advenimiento Geométrico y desterrado previamente, en una limpia ejemplar, belenes, estrellas, angelitos, campanas, reyes magos, misterios y pastores. En espera de que se imponga universalmente la Fiesta del Solsticio con los ritos correspondientes (el neopaganismo hitleriano podría ser una fuente de inspiración), las escuadrillas del Bloque Parásito han hallado una meta provisional con la que justificar su sustento y su existencia. Por supuesto, se favorecen incondicionalmente las expresiones y festejos religiosos de cualesquiera otras confesiones, sean judías, budistas o musulmanas. Las lucecitas, de una palidez insulsa, lagrimean en los escasos árboles que las cobijan, las decoraciones festivas son un homenaje a Fermat y Pitágoras y los belenes se acogen al sagrado de recintos cuyas paredes impiden que la mirada del ateo y del agnóstico sufran con su roce. Hay una premura tan provinciana y patética en demostrar desapego de las propias raíces y obtener el beneplácito de un invisible juez supraeuropeo asistido por un comité progresista del buen gusto que la representación antinavideña rezuma la tristeza del espectáculo sin público. Apoyado en el tenaz sentido común, el viandante mira, y sabe que le han robado algo.

Ese algo puede ser tan vasto como la realidad misma, incluso la que transciende fronteras, porque le han privado de la fresca posibilidad de percibirla según su saber y entender. No puede juzgar; los juicios de valor están mal vistos fuera de los carriles de lo conveniente y adecuado. El ejercicio libre del pensamiento, las categorías de malo y bueno tienen que obtener, como requisito previo a la clasificación definitiva, el pase de la correcta percepción, según a quién, dónde, cuándo y para qué sirven. Nada será, pues, per se aberrante, nefasto, injusto, peligroso, falaz, idiota, bárbaro, absurdo. Para extender sobre cuanto acontece el manto acolchado del distanciamiento sonriente se ha creado una doctrina como la Alianza de Civilizaciones, que se vende en diferentes tallas y cuya estupidez sólo es superada por la específica maldad inherente a un peligroso tipo de estulticia que le es propio. Espontáneamente, un juicio sano rechaza prácticas opresoras y repulsivas, pero no si se halla sometido a la implacable lluvia de consignas como la igualdad de culturas y el relativismo universal. En su nombre, se pueden contemplar sin condenar ni siquiera de palabra -o incluso tampoco de pensamiento, tal es la autocensura actual- las mayores aberraciones. El velo obligatorio o la ablación de clítoris son únicamente algunos ejemplos; podría tratarse de la estrella amarilla de los judíos de haber triunfado los nazis. Nada más cómodo que fotografiar y hacer lo que vieres. En ayuda del oportunismo y de todas las alianzas se ha extendido el dogma implícito de la intemporalidad de las situaciones. ¿Cómo rechazar usos que, por culturales –y todo lo es- gozan de patente de corso y están establecidos y aceptados por las poblaciones desde el comienzo de la eternidad? La premisa es de una falsedad patente, pero funciona, apoyada en el general anatema contra los juicios de valor y la timidez inconsciente ante el riesgo de rechazo.

Junto a lo que no debe percibir le han robado también la cronología, los acontecimientos insertados en su tiempo real. Los pequeños seres de Piranesi ignoran que lo que les presentan como ancestral, inmutable, casi eterno, jamás lo fue. Basta con echar un vistazo a fotografías no tan antiguas para observar que ha habido regresiones, empeoramientos, avances súbitos, que la Historia no es un relato lineal y lento sino que, como el Tiempo en sí, no pasa de ser una abstracción y sólo consiste en lo que los hombres hacen, de manera que ese tejido de omisiones y actos a cada instante dibuja el mapa de la realidad, El cambio que no ocurre en siglos sucede en pocos meses y el salto a la barbarie o a formas mejores de ser puede darse en muy breve espacio o no producirse en absoluto.

Como la virtual omnisciencia de la era telemática produce el espejismo del poder sin límites y la garantía  informativa, el sujeto de a pie se sorprende cuando alguien le dice que en absoluto ha sido esclarecida la masacre del 11 de Marzo de 2004 y que los que la planearon y/o aplaudieron gozan de manera patente de sus frutos, se extraña de que en las calles de Irán o Afganistán parecieran  mucho más modernas que en la actualidad en fotografías de hace no tantas décadas, y que por ellas caminaran mujeres vestidas libremente y con la cabeza descubierta. Él creía que, en una geografía cultural de espacios temáticos tan intemporales como las reservas zoológicas, los cambios en usos y costumbres no se producían sino a un lentísimo ritmo geológico con el que no cabe interferir de modo alguno. Al individuo abrevado cotidianamente con los clichés de la corrección le sorprende saber que, de no prohibirlo los ingleses, la costumbre hindú de quemar a las viudas en la pira del marido hubiese continuado felizmente por tiempo indefinido, o que la ancestral práctica china de escupir sobre el pavimento a diestro y siniestro, que parecía inscrita en sus genes, haya desaparecido con sorprendente rapidez en Singapur tras la imposición de elevadas multas. Tales intromisiones en ajenas estructuras étnicas tienen un insoportable perfume de herejía. Cuando se ha perdido el hábito de mirar de frente a los hechos, llamar a las cosas por su nombre y dejar libres las neuronas, es inquietante encontrarse en un universo sin balizas ni folleto de modo de empleo, en el que se desvanecen las consoladoras certidumbres en un lento e ineluctable progreso por medio de la taumaturgia educativa.

Ya se tratara del futuro de mañanas cantarines, ya de la victoria final de la clase laboriosa, ya de la parusía del entendimiento global, todo confluía en crear un cómodo estar con muelles seguridades garantizadas por la abstracción situada en el porvenir. Gracias a ella, los amables gestores de entelequias de consenso pueden enriquecerse hoy por hoy. Futuro y Tiempo forman parte, junto con las Leyes de la Historia, del mito forjado por los estafadores del presente. La pequeña figura de los grabados de Piranesi se encuentra rodeada por un medio aún más temible que los altos muros y las imposibles escaleras: flota en un vacío semejante al que rodea a los astronautas y, de repente, se ve obligada a procurarse, a base de observaciones y deducciones personales, la ley de su propia gravedad.

Que se abra alguna puerta.

Que se abra cualquier puerta.

 

 

Tierra a tierra, el ciudadano mira en torno suyo. Reduce, sensatamente, su campo de visión al país que primero le nutrió y que le alberga. Y observa, una vez desvanecido el mito, que simplemente se está llamando Democracia a la Dictadura de los Peores. Ve pasar defraudadores de todo pelaje y jaez. Son el mascarón de proa de la nave capitana y de la flota que la sigue, forman un grupo escultórico de docenas de cuerpos en los que se quintaesencia y simboliza la tripulación a la que preceden. Como una estatua horizontal, constituyen el pináculo de una espesa base amalgamada de clientelas, menos vistosas, toscas y violentas que el bandolero tradicional pero, por acumulación y extensión temporal, mucho más dañinas. El tropel no pasa de ser la última secreción de la resaca larga, hay quienes luchan por librarse de su peso.

Y, vivo símbolo de su tiempo, el hombrecito se pasea por el país de la indefensión.

 

 

 

La postmodernidad universal

 

Armenia mira al monte Ararat, que ya no es suyo, como las guerras perdidas (monasterio y monte Ararat. Armenia).

Armenia mira al monte Ararat, que ya no es suyo, como las guerras perdidas (monasterio y monte Ararat. Armenia).

 

 

Al menos el pequeño ciudadano no está solo. Nunca se encontró más acompañado y su angustia vital correspondería a l’embarras du choix, como dirían los franceses, a la dificultad de elegir entre las múltiples ofertas para emplear el ocio, los cientos de amigos virtuales, los senderos que se ramifican ante él a cada paso ofreciéndole algo, y alguien, mejor que lo que tiene. La disponibilidad infinita de un medio que se abre ante él como la barra libre en un inmenso supermercado choca frontalmente con las limitaciones del día a día, de la falta de medios, de trabajo, de afectos, certidumbres, seguridad, y con la caducidad caprichosa de su propio código corporal de barras. Algo en su yo ancestral echa de menos el espacio medido que tenía su planeta en el centro, ahora un sistema solar que a su vez se columpia en los bordes de la franja de la Vía Láctea. De repente parecen haberse acabado, no ya la Historia, sino nada menos que las dimensiones siderales sin más cartografía que la incógnita. La datación del principio y fin del océano de galaxias en la que la propia ocupa un modestísimo lugar es cosa hecha. Su recorrido es imposible mientras no se descubran atajos dimensionales pero está plasmado en cifras. Algo de magia se ha perdido pero la compensa la belleza abrumadora de los objetos celestes. El terráqueo, en el estrato más hondo de su corteza primitiva, rezonga que ya era bastante conque la Tierra se moviera bajo sus pies, conque además lo hiciera con el conjunto de los planetas en torno a un Sol que tampoco está fijo. Y, como si tal cosa no bastara, ahora cuanto contempla en el cielo, junto con él mismo, se sabe lanzado en la proyección de una explosión espacial a cuyo origen debe la existencia.

Anteriormente él podía imaginar un antes y un después, un enorme círculo no por inaccesible y remoto menos sujeto que él a las leyes básicas de la existencia y, ¿por qué no?, dotado de una finalidad semejante a la que el humano siempre ha soñado para su propia persona. Sociedades y relaciones tenían así un sentido, los actos una transcendencia, el azar no era árbitro único del insignificante, pero personalmente fundamental, fenómeno de la vida.

Melancolía de otro mundo-Groenlandia.

Melancolía de otro mundo-Groenlandia.

 

 

Asoma entonces el universo-esponja, la posibilidad de un infinito y simultáneo conglomerado de entes posibles que aparecen y desaparecen en una alternancia de materia/energía, vivo/muerto, fin/comienzo. Deslumbrado pero abandonado a sí mismo, advierte que no hay más referencias, normas, jalones orientativos que los que él quiera establecer como tales. La observación no tiene nada de nueva: La muerte de un Gran Patrón de la ética había sido proclamada en diversas ocasiones, pero no con el amparo de la Física, con la solidez comprobada de la Ciencia. Porque la nueva, y aparentemente definitiva, postmodernidad es la Era del Relativismo Cósmico, la de la Gran Lotería en la que simplemente las favorables condiciones que han permitido el desarrollo de la vida en un planeta óptimamente situado y dotado para ello no son sino la combinación de cifras premiada entre todas las bolas y vueltas del bombo posibles, y por ello, y no al revés, se da la especie consciente que reflexiona sobre su existencia, porque paralelas a ella se han dado todas las otras que no podían producir el fenómeno.

La levedad del ser.

La levedad del ser.

 

 

El Universo-Lotería ofrece, en la práctica, una plataforma de impunidad a cualquier habitante del pequeño planeta azul del extrarradio. En las burbujas espaciales cada posibilidad de acción de su ente paralelo puede estar realizándose. Sus yos matan a su mujer, nunca la conocieron, hacen la carrera que él siempre soñó, aprueban la oposición, roban bancos, se dedican a la política, toman cada uno de los senderos de aquéllos cruces en los que él optó por la dirección opuesta. El relativismo redivivo y avalado por buena parte de la Ciencia ofrece un resquicio privilegiado a una clientela sin escrúpulos ya avezada en su uso. Si la lotería es la ley no puede haber regla alguna excepto el capricho del azar que, como los dioses de los griegos, se ríe cruelmente de los avatares de los seres diminutos.

En un plano más pedestre, ante este panorama, no ya galáctico sino pluricósmico, el ser humano medio siente una especial indefensión afín a la de “Marx ha muerto, Dios ha muerto y yo no me siento nada bien”. El dogma de la Santísima Trinidad era simplicísimo al lado de los arcanos de la física y matemáticas que rigen cuanto existe, astros y dimensiones incluidos. La longevidad que le prometen en breve no resultará jamás suficiente para abarcar una ínfima parte de los saberes. Virtualmente ha alcanzado la ubicuidad y su libertad no tiene límites (con mayor razón si ésta y su ser todo son resultado de la cifra casualmente salida del bombo), sin embargo lo malo de la omnipotencia es que todos los otros son también omnipotentes, lo cual dificulta bastante en el día a día la comprensión y relación con el mundo cercano.

Cápsula espacial-Washington.

Cápsula espacial-Washington.

 

 

Siempre habrá, sin embargo, aquéllos que piensen que, lotería o no, vale la pena creer y defender un marco de valores, con mayor razón si aparentemente nada los avala sino un precario consenso. Como las luchas en las guerras perdidas.

 

 

 

Hay vida ahí fuera

 

Luna y Júpiter. De los tiempos en que el cielo era pequeño.

Luna y Júpiter. De los tiempos en que el cielo era pequeño.

 

 

En un vertiginoso descenso tierra a tierra, se descubre que la  indefensión y sus variantes, el Clan Parásito, el Gran Hermano Dual, el Chantaje Zurdo, en el que se atribuye el monopolio metafísico del Bien a un ente llamado Izquierda, la especial negatividad centrífuga que, como una maldición genética, parece cebarse con España no son sino fenómenos coyunturales y perecederos cuya dimensión agiganta la ausencia de competidores explícitos, la reiteración de los tópicos y el aparente fatalismo del pensamiento fácil. Las técnicas para su erradicación son simples.

La primera consiste en bajar a la calle sin artilugios que corten los sentidos de la realidad. Ahí están unas ofertas cotidianas, un vivir de todos los días que tienen un valor extraordinario, porque nada es tan importante como lo que constituye reiteradamente la mayor parte de los tejidos del ahora y del hoy. Se encontrarán con aceras, coches y gente, con establecimientos públicos, con islas de charla y compañía en forma de vasos de bebida y su inseparable condumio, con platos calientes y guisos en su debido orden a precios asequibles. Hallarán a distancia abordable aguas, montañas, llanuras y playas. Verán de norte a sur los paisajes diversos y palparán en monumentos que persisten siglos, e incluso milenios, arte e historia. Estarán en fin, a no ser que se encierren y se resistan, en uno de los ambientes más a la medida de lo humano. Con los peligros que ello conlleva, de los que no es el menor la dificultad de abstraer el pensamiento de los requerimientos y fáciles dulzuras del simple dejarse vivir. Algo saben de ello los millones de turistas cuyo número anual supera al de la población entera del país (afortunadamente no están todos a la vez) y que, desde los visitantes nórdicos a las cigüeñas, vuelven e incluso establecen residencia permanente.

Voluntad de vivir.

Voluntad de vivir.

 

 

El de España es un entorno en el que, como en el resto del mundo, pueden darse y se dan crueldades, enfrentamientos, crímenes, guerras, pero es un cuenco en el que han confluido las suficientes migraciones como para estar pasablemente vacunados contra veleidades de xenofobia organizada. Es difícil imaginar en estas latitudes fríos exterminios, satánicas conjuras en aisladas comunidades cuyo semanal esparcimiento es la confesión a voces entre cantos religiosos y cuyas opciones gastronómicas varían entre la ausencia o no de cebolla, queso y pepinillos. En Iberia se vive al aire, con nocturnidad e intercambio de expresiones físicas de camaradería y saludo que resultan inusitadas en otras latitudes y los puntales de las sanidad gratuita y atención urbana a urgencias se siguen manteniendo, como barcos en medio de las andanadas de los que, en crispada respuesta defensiva al monopolio ético de la socialización, han caído torpemente en el extremo contrario: la demonización de cuanto es público y las loas a una generalización de lo privado que se diría calcada de las primeras poblaciones del Far West.

Más allá: El explorador del Ártico Rasmussen.

Más allá: Rasmussen, explorador del Ártico.

 

 

La sustancia de España, sus ásperos sabores, parecen por una parte suavizarse y diluirse con las aguas cercanas del Mediterráneo mientras que, por otra, es aventada por las corrientes que vienen del norte y de las lejanías del océano, mientras al tiempo –geografía obliga- mantiene con África una frontera necesariamente porosa, conflictiva y por ello de necesario contacto. En estas latitudes se tiene la querencia por lo propio arraigada hasta el punto de sentirse en la obligación de negarla continuamente. El español suele ser un renegado profesional del país en el que ha nacido y un apasionado defensor del terruño familiar. La popularización de los viajes le ha permitido ver, admirar, comparar y acto seguido disfrutar a la vuelta, en silencio, con mayores convicción y empeño, de las buenas, simples, habituales y asequibles cosas de su medio, de los dos platos con pan a manteles, como bien aconseja Sancho Panza, postre y vino a un precio y calidad que son rara avis en buena parte de los países que visita. Ese español que, aunque no lo diga por vergüenza, aprecia lo que tiene, rechaza convertirse en la figurita de maqueta pseudomoderna objeto de los sueños de líderes presuntuosos, de sempiternos ricos que juegan, como en su privilegiada clase es preceptivo, a construir en la capital un Ámsterdam ciclista, una Venecia manchega, un huerto peatonal en el que se deshoje a su favor la margarita de las elecciones. A él le gusta su vida, de la que, naturalmente, abomina en público y no pierde ocasión de manifestarlo al que sabe está engordando con sus impuestos. Y detesta a los que, de la mañana a la noche, le inundan con mensajes sobre los males de la era moderna y pretenden imponerle las sanas costumbres, sin sombra de vehículos, vicios ni comercios, del neolítico.

Quirós: Explorador español del Pacífico.

Quirós: Explorador español del Pacífico.

 

 

Ha comenzado a percibir las cadenas con las que se le ha venido atando a la obligación de mantener, nutrir, sumarse a las ofrendas a falsos dioses que se alimentaban de la promoción, todos gastos pagados, de utopías a cargo del indefenso contribuyente. Viaja, compara, ve. Los paraísos ya no son lo que eran. Instintivamente reconoce que los pequeños edenes, siempre perecederos, se encuentran de puertas adentro y de puertas afuera de su casa, que hay un camino largo, y con empinadas cuestas, para quien opta por pagar el precio en esfuerzo y riesgos de distintos manjares y que las navegaciones se hacen entre islas separadas por mares de angustia, penalidades e incertidumbre que son el peaje de la singladura. Y precisamente por ello advierte que ya no está de moda despreciar lo que tiene.

El corazón del Norte, zona polar ártica.

El corazón del Norte, zona polar ártica.

 

 

Hay muchas lucecitas al final del túnel, y no son el tren. Una de ellas, prueba de que la vitalidad de la gente del común sobrenada a los escombros parasitarios, es el saludable rechazo, no a la totalidad del cine español, sino al elaborado en las últimas décadas según el patrón bien definido de la revolución permanentemente subvencionada y la cutrez máxima. Se sigue pagando el peaje al mínimo común denominador intelectual, al mal gusto y a la zafiedad, no ya ocasional, humorística y festiva, sino normativa y servida en grandes dosis, como el mal vino y las palomitas en cubos gigantes. Pero se han producido, y se producen, algunas películas españolas excelentes y series televisivas que, precisamente por su notable calidad, no alcanzan cotas rentables de audiencia y son retiradas en beneficio de las generosas dosis de basura. La oferta cultural es amplia y de alto nivel en exposiciones, convocatorias, conferencias, la percepción de ciudadanía europea, de desplazamientos lejanos previsibles, de distancia respecto al pequeño espacio, mental y físico, propio de sus mayores es en los jóvenes intensa e irreversible. Si bien les robaron, con la Enseñanza, conocimientos, tradición y calidad de la cultura, sin embargo la generación reciente tiene la mejor de las maestras: La necesidad. Tras la certidumbre inculcada de la indefinida guardería no les es fácil orientarse en la nueva jungla, pero en cada uno de sus retos y peligros están también el desarrollo personal y la esperanza. Desaparecidas las dualidades y sus profetas, tienen ante sí un horizonte carente de chantajes y abierto al conocimiento El saber que se les robó, los valores, jerarquías, calidades no han desaparecido, están ahí para redescubrirlos, para que ellos se acerquen por vez primera a clásicos que ayudaron a vivir a otras generaciones, y pueden hacerlo con la llave de una ciencia que abre ventanas desde su mesa hasta los límites del espacio profundo donde se hallan las ondas que proyectó en su comienzo el Universo Se extiende ante los historiadores un amplísimo campo en el cual deberán, antes de ponerse a explorar e investigar, limpiar el terreno de la espesa maleza de intereses, tópicos, autocensura. Tendrán que ser cartógrafos de las fronteras entre la comunicación real y la ficticia, entre la virtualidad y la realidad de sensaciones, aspiraciones, sentimientos. Cuanto han dado por hecho porque se les ofrecía con entera facilidad comenzará a pasar facturas, a mostrar las tarjetas de sus precios. Y es muy posible que la infelicidad, la desdicha, la soledad, el silencio se desvelen, tras la pantalla de excitaciones coyunturales y satisfacciones inmediatas y obligatorias, como sustancia inseparable de lo humano. Será un mapa vital nuevo, de nuevos y también muy antiguos recorridos, que deberán, y les valdrá la pena, descubrir. A todos ellos corresponde de ahora en adelante el salvamento de las utopías. Mal podrían vivir si ellas no existen. Las utopías sin clientelas, las que no están pagadas con la piel de otros.

Bendición del pincho de morcilla-Zamora,

Bendición del pincho de morcilla (Zamora).

 

 

Finalmente, ellos y cualquiera deberán enfrentarse al conflicto de Aquiles entre intensidad de las vivencias y duración de la vida, la vieja apuesta a un solo número del caudal limitado de energías y tiempo o la prudente dosificación para alargar el consumo de las porciones y con ellas el de la existencia. Es una lucha antigua del mundo de la Física que se lleva a cabo continuamente y por millones en el corazón de las estrellas, la tensa pugna entre la presión de la de la materia externa y la energía irradiada por su núcleo, que finaliza, roto el equilibrio, con la compresión o con la explosión que implican la victoria, bastante pírrica, de una de las partes. Tal vez procesos semejantes hijos de la misma ley cósmica se den en cuerpos vivos, humanos incluidos, enzarzadas mente y materia en hallar un fiel de la balanza en forma de proyecto y en mantener su materia sin que se extinga el rescoldo que las anima. Para esos dilemas no habrá respuestas instantáneas ni mapas virtuales, pero sí habrá una sustancia cotidiana en función de lo que se vaya haciendo cada día de la vida.

"¡Viva la vida!"-tasca madrileña.

«¡Viva la vida!»-tasca madrileña.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Liberación

 

Más que una calle-Cádiz.

Más que una calle-Cádiz.

 

 

La pobreza del discurso es inseparable de la pobreza política, intelectual y social. Es inimaginable un Winston Churchill que se moviera con las muletas izquierdas/derechas. Si se hiciera pagar prenda en tertulias, televisiones, radios, aulas, editoriales y redacciones de periódico cada vez que se utilizan las palabras derecha, izquierda, progresista y reaccionario sin explicar a qué actos corresponden se habría dado un primer paso para la necesaria eliminación del gran tirano anónimo que lleva décadas viviendo de la sustancia productiva ajena.

Indispensable en el caso español añadir la explicación minuciosa del empleo de franquista y fascista, términos en cuyo uso toda mediocridad ha tenido su asiento, para gran detrimento de aquéllos que en su momento sí lucharon por la libertad.

La mordaza femenina de un traje tradicional. Armenia, museo folklórico.

La mordaza femenina de un traje tradicional. Armenia, museo folklórico.

 

 

Tan modesto procedimiento equivaldría a la lima que comenzara a operar sobre uno de los barrotes de la jaula que encierra la opinión, más allá de la cual se extiende el inmenso y variado campo de las realidades. Y la liberación, como un inmenso soplo de aire fresco, dejaría fluir la autonomía de expresión y de juicio. No procuraría grandes riquezas pero sí arrancaría de manera perdurable al bloque parásito un botín que corresponde a quienes, por verdadero ejercicio de la solidaridad, lo precisan y, al tiempo, abriría cauces y corrientes de recursos a quienes saben y quieren sacar partido de ellos.

A grandes males grandes medios. En el manual de primeros auxilios para librarse de las largas extorsión e imposición hay que dar prioridad a la erradicación de la iconografía dual, del chantaje verbal y mental basado en Derechas/Izquierdas y sucedáneos. Esto debería llevarse a cabo con el mayor rigor, bajo pena de inmediata condena y posterior ostracismo, obligando a quienes los empleen a explicar cada vez, inmediatamente, qué acto, sujeto y hecho concreto califican como tal y por qué y cubriendo de desdén y vilipendio a cuantos –ardua tarea. Son legión- los empleen para justificar superioridades o/y (siempre es , van unidos) privilegios. La terapia debería incluir una hucha de multas instalada en cada estudio radiofónico, plató televisivo, redacción de periódico y empresa editora, de forma que el uso de tales términos se reduzca exclusivamente a los ámbitos histórico y sociológico en casos y épocas bien determinados y de forma limitada y precisa. El chantaje dual generalizado, instrumento de opresión y de acaparamiento de bienes inmerecidos, perdería todo su poder, se revelaría huero y primario, un burdo pero eficaz método de interesada manipulación. Desde el instante en que la temida balística de facha, reaccionario, burgués, centralista y la reluciente armadura de progresista, izquierdista, nacionalista, revolucionario cayeran a tierra disolviéndose volvería a respirarse el aire fresco de la realidad y de la capacidad de nombrarla, juzgarla y cambiarla en función de sí misma y de la evidencia y la lógica individuales. Llamar a las cosas por su nombre no es pequeño antídoto.

No se trata, sin embargo, de una tarea fácil por el inmenso peso de la inercia, el hábito y los intereses creados, pero resulta indispensable como reactivo contra la indefensión a causa del poder que en sí poseen las palabras, mucho mayor en la vaga y fluctuante topografía del totalitarismo light del que vive y prospera, en perfecta, oficial y oficiosa impunidad, la peligrosa clase de las clientelas de la utopía subvencionada, el rentable club de víctimas agraviadas y los sempiternos y agresivos defensores de la socialización, en su favor, de lo ajeno. Por ello, amén de la eliminación profiláctica del chantaje dual Buenos/Malos, los primeros auxilios exigen una pedagogía intensiva de la ley del precio, es decir, de la inexistencia de la gratuidad como derecho, de la conciencia de que alguien, si no es uno mismo, está pagando por el bien del que se disfruta, de la certidumbre de que, lejos de moverse en un mundo estático de Poderosos Malvados y de Desprovistos (véase Pueblo, Gente y demás colectivos) Buenos, de Ratas Urbanas nutridas con el queso que arrebatan a los inocentes ratones rurales, por el contrario cada cual es hijo de lo que, en gran parte, puede hacer y deshacer según sus actos, sus dotes personales y la energía y el tiempo invertidos, y se construye a sí mismo en un proceso de sucesivas elecciones. Los defensores de genéricos, colectivos y clanes de tierra, raza o lengua como dotados de bondad per se en realidad están privando a cada individuo tanto de la protección de las leyes y derechos comunes e iguales como de la indispensable e intransferible responsabilidad personal que es la base de la existencia.

Manifestación en una ciudad europea (pero hay varios terrores políticos).

Manifestación en una ciudad europea ( hay varios terrores políticos).

 

 

Esta terapia ni es popular ni promete grandes audiencias de pantalla. Sin víctimas el vengador carece de público, el gurú de creyentes, el cruzado anticlerical de su moderna y agresiva parroquia, la Inquisición de combustible, el predicador antisistema de fieles dispuestos a corear las consignas pero nunca a renunciar a sus ventajas. Una vez el tratamiento aplicado con éxito y desaparecidas las formas de chantaje dual y gratuidad obligatoria, entonces sí se pueden y deben cubrir las necesidades de quien verdaderamente lo precisa y defender los servicios públicos, atacados por ambos frentes tanto por quienes no ven la salvación sino en la empresa individual y la ley de la jungla informatizada como por los que suspiran por el advenimiento de un estatalismo siglo XXI en el que volcar sus viejas añoranzas del comunismo pretérito y se ahorran la molesta tarea de pensar dividiendo a la población en Poderosos y Pueblo. La corriente nutricia de dinero y bienes, desviada por la fuerza del chantaje hacia capas de población parásita, quedaría libre para fluir por los cauces y hacia los sujetos adecuados. Simultáneamente el caudal de la indignación legítima, que actualmente se desangra y desvía al dirigirse hacia sujetos de poca monta y hacia escándalos coyunturales que no representan ni la milésima porción del daño ocasionado por la clase parásita, se emplearía con eficacia. Y el ciudadano medio se vería liberado de buena parte de la indefensión y el desconcierto que gravitan sobre él.

El tratamiento incluye la desactivación de una de las mercancías más rentables y, por ello, menos fáciles de eliminar: el Miedo. No el agradable escalofrío del relato de terror, sino la difusión regular en una sociedad permeable del temor por medio de elementos negativos que representan el Enemigo y tienen mayor o menor categoría según guión y circunstancias. Hay una ocupación diaria del espacio perceptivo y mediático por parte de múltiples adversarios de cuanto resulta deseable y grato en pro de paraísos de salud perfecta, juventud perdurable y perfección física ejemplar. Bienvenidas son a efectos de audiencia las catástrofes, las futuras exterminaciones planetarias, los alimentos cancerígenos, las variaciones climáticas. De la rentabilidad del miedo dan fe las ventas de productos naturales, primigenios, exentos del roce corruptor de la química, de espacios dotados de multiplicadores de energía, potencia, tersura, virilidad, de cuidadas selecciones de terremotos, tifones y tsunamis que permiten paladear el contrapunto de la propia seguridad y adquirir detectores climatológicos y sísmicos.

Café Comercial, Madrid: Isla urbana de libertad cerrada.

Café Comercial, Madrid: Isla urbana de libertad cerrada.

 

 

En otro plano, el chantaje dual sirve a la comercialización del miedo de maravilla por la latente y bien mantenida animosidad de clase que convierte a cualquiera en posesión de algo en presa potencial del que no lo tiene y divide en dos bandos irreconciliables a una Humanidad siempre al borde de la solución final. El dualismo –Capitalistas/Trabajadores, Creyentes/Infieles, Minoría/Masa- es un mecanismo mental tan simple, tan propicio a la delegación del propio albedrío y a la adquisición gratuita de conciencia de superioridad sobre el prójimo, que brota y se expande con la virulencia y ferocidad del Ébola.

Más allá.

Más allá: Arena y azul. Océano Pacífico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Yihadismo y nueva dualidad

 

Cines y plegarias-Emiratos Árabes Unidos.

Cines y plegarias-Emiratos Árabes Unidos.

 

 

El terrorismo islámico llega para ser coronado como Rey antisistema, la antítesis vengadora de Estados Unidos, adornado de la fascinante y simple pureza del guerrero que sólo aspira a matar y a destruir la organización existente, que ofrece la seguridad de un credo de sumisión absoluta, la embriaguez de esa forma suprema de placer que es el poder de infligir terror y sufrimiento. Ocupa el hueco de iconos ya ajados de las esferas comunista, anarquista y neonazi. La aparición, en carne y hueso, del enemigo perfecto de Civilización y Occidente, la Yihad islámica en todas sus formas de IS, Al Qaeda, Daesh, etc., es, de cierta manera, providencial como Gran Enemigo y era, desde luego, previsible. Porque su absoluta barbarie, cultivada por esas mismas élites europeas a las que hoy aterroriza y que durante décadas se han guardado de criticar sus actos y han armado unas contra otras a milicias sanguinarias, concentra en sí la percepción del Mal y presenta el riesgo para las sociedades abiertas de dejar libres y en la impunidad a los múltiples males, usuales, diarios, los que Hannah Arendt denunció de la forma más certera como consanguíneos del totalitarismo, es decir, la inhibición ante el delito, la silenciosa aceptación de la vileza por parte de las gentes del común, el ama de casa, el padre de familia, el vecino y los colegas, la cohabitación con la injusticia, el salvajismo y la estupidez criminal, de la que en España hay, por cierto, ejemplos clarísimos en el País Vasco. El IS se enfrenta a una rendición programada por incomparecencia del adversario, a un tupido telón no ya de acero sino de un material más consistente: la firme voluntad de no defender principio alguno excepto la exigencia de bienestar total o parcialmente gratuito. El Telón Acolchado, con aspecto de edredón confortable, sustituye al de Acero y limita un espacio ficticio que rasga a veces, con gran sorpresa de los inquilinos del recinto, el principio de realidad.

La máscara de tela.

La máscara de tela.

 

 

Ya tienen un dios al que orar los que sólo se preocuparon, tras el 11 S, de la reacción del Gobierno de Washington y el 11 de marzo de 2004 de utilizar en España, en uno de los casos de miseria política más vomitiva que se recuerdan, los muertos de una masacre para ganar elecciones. Había que ser antinorteamericano a toda costa. Y vender propaganda, ganar dinero y colocarse. La banalidad del Mal tiene hoy un peligroso aliado en el IS, a cuya cuenta pueden cargarse todo tipo de actos de terrorismo encubierto, golpes de Estado blancos o negros, eliminación de oponentes, agitación de la opinión pública. En su saldo es posible apuntar cualquier acción, cualquier amputación de las libertades, cualquier estado de excepción presentándolos como destinados a combatirlo. El Gran Satán de Oriente Medio impediría así, con la negrura de su brillo, percibir las dejaciones occidentales en la defensa de los derechos humanos, el vacío informativo sobre sistemas autocráticos y crueles en nombre de la diplomacia y el petróleo, la ausencia de condenas de una segregación femenina que supera a cualquier apartheid racial y rezuma como tinta de continuo en esas comunidades la inevitable violencia fruto de su modo mismo de vida. Son ya muchas décadas de silencio cómplice respecto a la regresión progresiva de toda el área islámica aplaudida desde Europa en nombre de alianzas de civilizaciones y relativismos culturales. Los jóvenes y no tan jóvenes no tienen ni idea de que lo que les presentan como comportamientos milenarios y rasgos poco menos que genéticamente determinados en el mundo árabe no son tal ni han sido tales hace cuarenta años, que por las calles pasaban las mujeres libres de los trapos que ahora las cubren desde la infancia, que países como Túnez abolieron la poligamia y dictaron una Constitución inspirada en la de Suiza, que Turquía rompió radicalmente con pasados califales e implantó el estado laico, que la dictadura del Shah de Persia, pese a serlo y a mantener su temible policía política, introdujo el derecho y obligatoriedad de la educación para las niñas y fue, con mucho, mejor que el régimen mimado por París que le sucedió. La Francia de las Luces sostuvo y aupó al poder a una teocracia siniestra, madre de todos los fundamentalismos, en la persona del ayatolá Jomeini, la Norteamérica faro de la Democracia armó en Afganistán a la flor y nata de los talibanes para frenar a la Unión Soviética, la Holanda del liberalismo total expulsó de su Parlamento y obligó a exiliarse a la etíope luchadora y crítica en sus denuncias de la segregación femenina Ayaan Hirsi Ali, la aristocracia periodística compitió en cobardía marcando distancias y descalificando sus actos y escritos en los obituarios de Oriana Fallaci, escritora incansable en la denuncia de la violencia islámica y en la valiente lucha por la libertad.

Ellos tienen rostro.

Ellos tienen rostro.

 

 

No hay “mundo árabe” sino turcos, bereberes, iraníes, egipcios que en su momento prefirieron identificarse con sus jefes de las tribus de Arabia. Hasta la actualidad, esa aristocracia de jeques saudíes ha impuesto y monopolizado la interpretación wahabista, la de la más extrema intransigencia, del Corán, y ello con impunidad completa gracias a su poder financiero, de forma que países como España y Francia aceptan que construyan en su territorio mezquitas mientras que a la inversa no se permite ni el menor asomo de libertad de cultos. La violencia, externa e interna, impregna la sociedad islámica como un cáncer, ha adquirido su máxima expresión y barbarie en el IS pero éste es el fruto lógico, exacerbado, de un proceso que ya hizo evidente hace años el retroceso en la situación de la mujer, tratado en Occidente como asunto menor. La más mínima segregación e imposición social y de vestimenta a la población femenina, sea pañuelo, chador o completo fúnebre de cabeza a pies, no se merece el menor respeto, la menor concesión, en nombre de religión y cultura, Y no porque sean muchos individuos y muy violentos los que lo practican es lícito ni decente contemporizar con tal estado de cosas y no llamarlo por su nombre, que nada tiene de halagador.

Máscara-cárcel portátil femenina. Emiratos; museo.

Ellas no.

 

 

Sin separación religión/Estado y sin erradicación forzosa, desde la infancia, de la misoginia institucionalizada no hay civilización ni futuro algunos. La supuestamente árabe hoy es tan sólo el último mito totalitario, el de la Gran Patria Musulmana, la Umma, una fantasmagoría a efectos de propaganda y agitación. Nada valen las vagas esperanzas cobardes, cómodas y buenistas de progresivas y lentas evoluciones. En el mundo árabe, islámico, tal como se proclama, no hay lugar para el desarrollo, nada tienen que esperar los débiles sometidos a la fuerza más primaria, no puede haber ni asomo de Estados de Derecho en un conglomerado encerrado en confusas cárceles religiosas e incapaz de ver en primer lugar en sus propios actos al enemigo causa de sus desdichas y de su justificado y soterrado complejo de inferioridad. Hay cosas que no admiten componendas, como matar un poquito, estar ligeramente embarazada o disfrutar de democracia los días pares. Por muchos millones que se sea, no puede aspirarse a modernización ni mejora alguna si no separa religión y Estado, de forma que la creencia, o no, y la práctica del Corán pertenezcan exclusivamente a la esfera personal, privada y libre del individuo. Occidente los contempla con desánimo a causa de su número, que hace sentir como imposible la solución del problema que representan, porque parecen condenados a defender las rejas de su prisión.

La palabra “misoginia” no refleja adecuadamente el fenómeno del trato y consideración de la mujer en el área islámica. Se trata de algo ajeno a lo que se entiende en el mundo occidental por el término, no de una simple diferencia de grado. A lo que más se parece es a una enfermedad arraigada, como la peste, mezcladas psiqué y materia corporal hasta resultar indistinguibles como si de una infección contagiosa y endémica se tratara. El hombre aprende, se empapa de la certidumbre de que el cuerpo de la hembra es una fuente de impureza cuya visión, insinuación  o roce le producirá secreción de suciedades que empañaran su limpieza viril. La mujer es carne, carne necesaria pero bien medida. La expresión de los que comentan la visión de las bañistas playeras es que ellas son “shish kebab”, es decir, pinchitos morunos, trocitos de ternera o cordero que llenan la boca de saliva. Ese cuerpo femenino hay que cubrirlo lo más posible, ocultar cualquier vestigio de la piel, no permitir que sus formas se marquen, no rozarlo ni menos aún saludar dándole la mano. Y esto desde la etapa de la vida más indefensa, que marca de manera perdurable,.desde la niñez, con pañuelos que nada tienen de folklóricos ni de vistosos si son obligatorios todos los días del año y condenan a no dejar ya jamás que el pelo sienta la caricia del viento y del sol. Esta lepra patológica sólo admite ser erradicada, con rapidez (cosa perfectamente posible; otras situaciones supuestamente milenarias se ha visto cambiar en meses)  porque sólo con ella desaparecerá una fuente continua de violencia cotidiana nacida de una situación antinatura cuya frustración e irracionalidad buscan cauce, excusas y víctimas.

Pocos habrán expresado la situación del mundo islámico con la claridad, lucidez  y valentía –que a los europeos les falta- del escritor sirio-libanés Ali Ahmad Said Esber, conocido como Adonis: Para él, sin separación entre religión y estado político, cultural y social nada puede lograrse. Es imposible hablar de revolución positiva, cambio de régimen, “primaveras árabes” sin que se libere a la mujer de la ley religiosa, se renuncie a la sharia, y se funden sociedades de individuos apoyadas en la defensa de los derechos humanos. Adonis ve a los árabes en plena regresión, impotentes para crear futuro e integrarse en el concierto de naciones libres, sumidos en el oscurantismo, la ignorancia, la agresividad y la misoginia. Podrían forjar una sociedad distinta, pero no sin separar religión y Estado y centrarse en el ser humano actual y concreto, no en el pasado, las tradiciones, los cultos. Adonis habla de los movimientos y personajes laicos, dentro de las sociedades árabes, que no han tenido apoyo ni por parte de Occidente ni, por supuesto, muy al contario, por parte de la rémora de los ricos países petroleros.[5]

Entre el negro y el oro.

Entre el negro y el oro.

 

 

Estamos de nuevo ante la cuestión del precio. Todo lo tiene, y no hay gratuitos progreso, humanización, mejor vivir sin conciencia clara del esfuerzo, actitud, cambio, peaje que esto exige, tanto para Occidente como para Oriente. Pero en el área “árabe” emerger a la superficie implica una batalla tan difícil como radical e imprescindible.

 

 

El mundo “árabe” y su indefensión.

Yihadistas honorarios.

 

 

Necesidad de prohibir.

Necesidad de prohibir.

 

 

La mayor parte de los europeos ignoran que, lejos de hundir sus raíces en la noche de los tiempos, los usos medievales, primitivos, crueles y discriminatorios del área de mayoría musulmana estaban, hace medio siglo, en franco proceso de modernización y mejora, que en los países mal llamados por extensión árabes se estaba tejiendo una clase media deseosa de derechos semejantes a los de sus vecinos del norte, defensora de la separación Estado/Clero, de la igualdad educativa y el abandono de los velos. Por cada asesinado por el terrorismo islámico en suelo europeo ha habido diez, cien, mil en mercados, cementerios y lugares públicos de Oriente Medio. Y es precisamente esa gente, la más débil, la más vulnerable, la que fue vendida a la bestialidad de los fundamentalistas por un Occidente en cuyos valores esas personas creyeron, pero tales valores nada valen sin ayuda ante el imperio bruto de la fuerza. Gobiernos y empresarios prefirieron favorecer a la hez de jerarcas y a los proveedores de mano de obra. Demagogos baratos de tercermundismo todo a cien y liturgia de la cutrez se deleitan –y cobran- en el oprimido musulmán redentor. La prensa occidental no muestra a los jordanos, tunecinos, egipcios que se quieren tan pacíficos y normales como cualquiera. Reserva, por el contrario, sus primeras páginas para el asesino brutal.

Un porvenir de arena. Mali.

Un porvenir de arena. Mali.

 

 

No se trata de hacer tabla rasa e instaurar en horas veinticuatro sistemas justos y democráticos en países donde no los había en absoluto; no es cuestión de renunciar a las necesarias relaciones diplomáticas y comerciales, que se sitúan en planos diferentes. Pero el cambio era y es posible manteniendo estructuras, ofreciendo defensa en el lugar mismo frente a las agresiones y amenazas, salvaguardando esos derechos y libertades individuales que en toda civilización que merezca tal nombre siempre ha sido necesario imponer frente al crudo reino de la jungla y el más fuerte. Hay un vacío vergonzante, babeante en esas manifestaciones europeas feministas, pacifistas, laicistas que nunca alzaron susurro, titular ni pancarta contra lo que rozara al Islam porque era la esperanza antisistema, el gran guerrero vicario de los indignados virtuales, el Amigo Talibán frente al adversario imprescindible que, de manera creciente a falta de otros, es, más allá de Norteamérica, Capital y Libre Mercado, la Civilización en sí.

Alejandro, perplejo, contempla la actual Alejandría (Egipto).

Alejandro, perplejo, contempla la actual Alejandría (Egipto).

 

 

No ya por razones morales sino por simple eficacia y elemental ejercicio del raciocinio se podía y debía describir situaciones, esgrimir el arma temible de la propiedad lingüística, negar la invisibilidad mediática a las viejas formas de tiranía, exhibir y reivindicar con natural estima los propios principios en la certidumbre de que con ellos, y pese a todos sus errores y defectos, se han construido sociedades más habitables. Era perfectamente factible evitar el silencio cómplice, exigir reciprocidades y conminar a los inmigrados a que, si querían vivir en Europa, acataran todas sus reglas. No en vano se ha inaugurado el siglo XXI con el enfrentamiento, en orden de batalla, contra un ejército de acrónimos que no son un ejercicio de sinonimia sino que reflejan la progresión de estrategias muy concretas. La yihad en sí es la guerra, conversión o matanza de los infieles a la que exhorta abundantemente el Corán desde sus comienzos, como religión muy de este mundo y definida por la materialidad, la fuerza y la conquista. Nada nuevo al respecto. Pero sí lo es el armamento moderno, la fluidez de inversiones y petróleo aderezada con dosis de narcotráfico, el Vichy interminable de la rendición preventiva y de los pactos con las guerrillas del Daesh, que pasa lógicamente a transformarse en IS (Estado Islámico), en ISI (Estado Islámico de Irak) y luego, como es natural, en ISIS, con Levante añadido, es decir, un imperio desde España hasta China (lo cual, dicho sea de paso, es alentador si comienzan por el Este, dada la acogida que les aguarda en el Celeste Imperio).

Dubai. Amanece. Ambición de verticalidad.

Dubai. Amanece. Ambición de verticalidad.

 

 

La explosión y expansión terrorista bajo la negra bandera del fundamentalismo puede encerrar, en su voluntad califal de apoteosis, la muestra de su definitivos derrota y declive. Se halla en plena “hybris”, en la vertiginosa desmesura producto fatal de la huida hacia delante de sociedades, credos y ritos inviables, encerrados en su gran juguete que no puede vestirse ya sino de terror, dolor y armas. Se han lanzado, como último recurso, en un estado supremo de la impotencia y la envidia, a la conquista de cuanto existe y es mejor que ellos. Con el furor agónico que anuncia el fin.

Entre un amplio sector de Occidente encantado con las rendiciones preventivas y la apoteosis kamikaze, de corte netamente fascista, de la yihad se extiende una masa humana compuesta por millones de personas en un estado de indefensión muy peculiar. Se trata de “árabes” que no son forzosamente árabes, sino egipcios, iraníes, malayos, bereberes, que no son fundamentalistas musulmanes o ni musulmanes tampoco, pero que carecen de horizonte, de identidad ideológica, de autoestima a causa de la frustración, silenciada pero obvia, en su incorporación al desarrollo y el mundo moderno. El IS ha exhibido ante ellos una bandera perfectamente falsa compuesta de orgullo impostado, mitología y acción directa. Ante ella y ante la inapelable crudeza de los hechos, de las muertes y la barbarie, el mundo “árabe”, una vez más, no se atreve a romper el círculo vicioso de su atraso y arrancar la raíz de su servidumbre, no se decide a manifestarse en contra, a elegir, al fin, ponerse del lado de los que defienden esos sistemas libres y modernos en los que, por una parte, ellos saben que quieren vivir, pero que, por otra parte, les hacen sentir por su mera existencia el fracaso y el atraso propios. No han condenado masivamente las masacres terroristas, las han vitoreado incluso en ocasiones en lo que es una trágica prueba de impotencia e indefensión. Se saben detenidos en el andén de los trenes de la Historia, no ignoran la irracionalidad de la guerra santa contra grandes satanes, ni la oscura vergüenza –nunca confesada de forma explícita- de su largo fracaso y el terror a perder de nuevo su oportunidad de saltar al fin al mundo moderno, a la vida libre y con derechos. Es su hora de romper la indefinición, la falsa identidad global, el silencio que equivale, ante los terroristas, a un apoyo activo, de escapar de la prisión de la Umma concebida, no como vivencia personal religiosa, sino como un proyecto político totalitario. Y el tren pasa, sin que se atrevan a levantar la vista más allá de la cárcel social permanente que a cada uno le rodea. Plasmada en esa continua manifestación de lealtad que es la visible segregación femenina.

No puede faltar, en el contexto de fingimiento y apariencia generalizados que, por fuerza, caracteriza a sociedades de tal fundamentalismo puritano la típica exaltación de la mujer reina intra muros. De las odaliscas de Ingres a las sensuales e ingeniosas princesas de las Mil y Una Noches, de las matriarcas y las regentes en la sombra a las protagonistas de conjuras de harem, pintores, escritores y sociólogos se complacen en reivindicar ese poder femenino oculto. Abundan, además, dentro del mundo islámico, las intelectuales que afirman, con no poca imaginación, la existencia de derechos igualitarios para ambos sexos explícitos en el Corán y que, por supuesto, lamentan la ceguera occidental respecto a las escondidas virtudes de tan excelentes formas de vida. Resaltan éstas en contraste con las que sí reflejan, en toda su crudeza estadística y no ateniéndose a una élite urbana, la situación real. No se trata sólo en aquéllas del síndrome de Estocolmo o de una manera de medrar y de contemporizar. Dicen y escriben lo que buena parte de Occidente ha deseado oír y leer, ellas y su clase social en Oriente incluidas. Pero ni los datos ni la observación mienten. Los matriarcados de puertas adentro significan, y no sólo en el Islam, que la mujer cuenta bien poco de puertas afuera, en todas las dimensiones de la vida pública, y su reino por un día limita con las bofetadas, la entrega a un marido de mucha mayor edad y el animado coloquio con un móvil mientras, aislada del entorno por la opacidad de la tela de la frente al pie, empuja un carrito de bebé, sujeta a otro con la mano y lleva el que será penúltimo en el vientre. Novelas románticas y relatos novelescos aparte, la inmensa mayoría vive existencias vigiladas, enclaustradas y sórdidas, con bastante pocos magia, gasas, brocados y ojos fascinantes entrevistos con la irresistible atracción de lo prohibido. La belleza sensual de las Mil y Una Noches vela tal vez la constatación de que su protagonista, el sultán Shahriar, es el mayor asesino en serie de toda la historia mundial de la Literatura; basta con multiplicar las vírgenes decapitadas, una por noche tras desflorarlas, por los días de varios años y sumar a la cifra igual número de muertes ordenadas por su hermano. Hipérbole oriental sin duda, pero significativa como buque insignia nacional literario.

Dominó

Dominó.

 

 

El to have or have not la cabeza cubierta por un pañuelo no es un detalle baladí ni pertenece al rango muy menor de asuntos de familia y cosas de mujeres: Es un medio de identificación instantánea, un medidor de fidelidades que permite mantener continuamente a la vista el dominio que se posee sobre la población toda y llevar en permanencia registro de su sumisión. Las mujeres y su vestimenta son la marca pública y controlable. La total o parcial invisibilidad femenina es cuño de pertenencia al especial conglomerado religión-estado, bandera de unos jefes tanto más peligrosos y violentos cuanto menos reducidos sólo a la esfera de la política. Si ellas muestran su piel o sus formas, si llevan la cabeza alta descubierta y no permanentemente en la sombra, si se ponen la prenda de ropa que les plazca serán inmediatamente vistas y denunciadas, para comenzar por sus vecinos y por cada uno de los supuestos creyentes, convertidos en infinitos delatores. Es la conocida trama de los estados totalitarios transpuesta a formas de oscurantismo protomedieval y normas tribales vestidas de profesión de fe y credo único. Lo que se llama Islam tiene muy poco de religión. Es en realidad una vasta organización de control ciudadano que precisa asegurarse, visual y continuamente, de la fidelidad de sus miembros. Sus ritos son preferentemente, gregarios, públicos. La parte propiamente espiritual, de moral interna, apenas existe, se resume a un puñado de jaculatorias y a la repetición, preferentemente en voz alta, del invariable texto sagrado. El componente místico, sufí, es mínimo y reservado a una élite del intelecto. La hipocresía y la apariencia imperan, son inseparables de un sistema tan inviable como único por su carácter de teocracia estatalizada, mal calificada de medieval porque no hubo tal fusión Iglesia-Estado jamás en la Edad Media, ni siquiera en las épocas más oscuras. Lo que aquí se llama religión consiste en actos públicos de afirmación de sumisión incondicional casi siempre conjuntos, como la peregrinación, las cinco oraciones diarias cuerpo a tierra, las llamadas a la plegaria a todo decibel o el callo en mitad de la frente que muestra la devoción en las postergaciones del orante. Nada más visible, en todo momento, que una comunidad sin mujeres, cubiertas ellas y preferentemente mudas cuando aparecen. El rápido cambio de indumentaria de las hembras veladas cuando pasan a zona libre, en la frontera, en la carlinga del avión, en la escapada al extranjero, es espectacular y patético, tiene mucho del gesto del judío que esconde la estrella amarilla, del negro que al fin ocupa en el autobús un asiento al lado de los blancos. Transplantadas las familias a naciones no musulmanas por emigración laboral, comienzan a vivir de forma libre hasta que, mientras las autoridades del país de acogida hace oídos sordos, se instalan en el barrio numerosos compatriotas, madrasas y mezquitas que reproducen la célula de control, de forma que la pakistaní de Cataluña y la turca de Düsseldorf esté tan enclaustrada y vigilada como en la aldea de origen. Lejos de ser esta segregación sólo una cuestión de género, concierne a todos por entero, hombres incluidos, puesto que la parte más lúcida, avanzada  y decente de ellos no puede sino sentir la opresión ambiental. De ahí la importancia de romper esa red de totalitarismo social y de asegurar, con la completa libertad en la vestimenta y en la presencia pública, la igualdad de autonomía y de criterio. Porque, sin paliativos supuestamente culturales, de ello depende la posibilidad de acceder a un Estado moderno de Derecho para el conjunto de la población.

Por fin él y ella, juntos. E.A.U.

Por fin él y ella, juntos. E.A.U.

 

 

En Europa fue muy cómodo, y tan oportunista como cobarde, dejar que se establecieran microestados islámicos dentro de los países de acogida, admitir so pretexto de respeto religioso el sometimiento de las mujeres, su negra cárcel ambulante, el control por los imanes, la discriminación y manipulación de niños y adolescentes en los colegios. Mientras turcos, pakistaníes, magrebíes trabajaran sin dar molestias nada había que objetar. Entre tanto, los medios de comunicación y una élite supuestamente intelectual optaban por la alabanza en nombre de la cultura distinta y el relativismo. Nada de esto fue siempre así. Todo pudo, y puede, ser de otra manera, pero el secuestro de la Historia es, junto con el de la Enseñanza, una de las armas más eficaces en manos de los amigos del terrorismo purificador y de sus tiernos, comprensivos, líricos compañeros de viaje.

Ahora no sólo es factible sino urgente crear en esos países mismos zonas liberadas civilizadas provistas de defensas y de soldados y de la tropa local de la que pueda progresivamente disponerse. En ellas confluiría y se iría estableciendo una parte creciente de la población por el mismo motivo que impulsó otrora a los vasallos a buscar protección contra las tiranías feudales en los fueros y tierras del Rey. Allí deberá haber escuelas a las que se acudirá, por imperativo legal, desde la infancia en igualdad de sexos, aulas limpias de la tara que significa impregnar a las pequeñas con la convicción de que la feminidad provoca y ensucia a los hombres y que deben ocultar y disimular su cuerpo desde la cabeza hasta la forma de las piernas y la piel de las manos. Pronto su estrella amarilla, la imposición de velarse continuamente, se hundirá en el pasado, se verá como lo que realmente fue: El ronzal de sumisión y diferencia, el cuño de una segregación social que jamás debió tolerarse.

Incluso animada de las buenas intenciones con las que se pavimenta el infierno, es llamativa la estulticia de intelectuales que postulan, en Occidente, la irrelevancia de la imposición del pañuelito y que defienden la autoridad suprema de los padres por encima de los derechos de los hijos. En esas escuelas donde los menores gocen de protección contra discriminaciones se ejercerá la libertad de cultos, que puede y debe diluir los seculares y sangrientos enfrentamientos en las distintas sectas del Islam y que dará fe ante la opinión pública de una real tolerancia en paralelo con la que exigen los musulmanes en Occidente, de manera que exista reciprocidad en el derecho a erigir templos de distintas creencias en unos países y otros. Tales cambios nada tienen de utópicos, han existido y luego han dejado de existir por pura dejación y flaqueza en la defensa de los fundamentos de estados civilizados. Los burladeros para la inacción son un puñado de lugares comunes a cual más falso y más endeble, véase la necesidad de grandes espacios temporales para que, con geológica lentitud, los pueblos cambien. No hay tal. Los cambios se producen, cuando lo hacen, con gran rapidez, o, por el contrario, se puede estar estancado en una situación durante siglos, o entrar en regresión.

De la mano de la excelente maestra que es la necesidad y mediante la percepción de mejoras accesibles y leyes, multas y recompensas, la gente muda sus hábitos milenarios con sorprendente presteza, las crisis son vistas como oportunidades y los usos ancestrales pasan al museo a una velocidad pasmosa. Para desolación de los amigos de la fotografía étnica, los rituales mayas, la ablación de clítoris, la esclavitud y la sana y ecológica –aunque breve- existencia de los hombres del neolítico. Millones de asiáticos han experimentado una mutación vertiginosa y la satanización del capital, la modernidad, el dinero, el trabajo y el patrimonio, de moda entre las élites occidentales, es un lujo que escapa a su comprensión, véanse la ausencia de mendigos chinos en las calles del Viejo Continente y la celeridad de esos países en especializarse en tecnología puntera.

Los mantras como la lenta evolución hacia el progreso y la no interferencia en otras culturas se han repetido, a falta de datos contrastados y análisis crítico, como verdades incuestionables. El más simple estudio comparativo hubiera echado por tierra los dogmas de los adoradores de la diosa Estulticia. Basta con ver cómo, dada la oportunidad, las sociedades supuestamente condenadas a enquistarse han evolucionado en breve espacio de tiempo sin perder por ello personalidad y usos que les son caros. Fue el caso de Singapur, Corea del Sur, Taiwán, y, antes de la regresión, de buena parte de las poblaciones de esos países de Oriente que hoy parecen condenados a la peor edad media por los siglos de los siglos. No deja de ser llamativo que, por ejemplo, Taiwán esté hoy en cabeza de Asia en igualdad sexual respecto a educación, trabajo y todos los ámbitos públicos de la vida, que la enseñanza tenga el peso –incluso excesivo- que tiene y que budismo, junto con confucianismo y taoísmo, y ritos tradicionales florezcan con mayor ímpetu que en décadas anteriores. La tecnología, que en otras latitudes ha servido para sembrar fundamentalismo y odio, en los jóvenes tigres asiáticos ha ayudado a la difusión de fiestas y celebraciones.

Chicas de Taipei (no están por la yihad).

Chicas de Taipei (no están por la yihad).

 

 

La civilización, la libertad, la igualdad de derechos, la protección de los débiles precisan del ejercicio de la fuerza legal, y si se renuncia al precio que esto comporta se está participando por omisión en la desgracia de las víctimas. La quema de las viudas en la pira del marido se hubiera continuado practicando alegremente en la India de no prohibirlo y perseguirlo los británicos, las mujeres de Uzbekistán se animaron a hacer una hoguera en la plaza con sus velos alentadas por los soviéticos y por la perspectiva de la liberación femenina, pero sólo para ser degolladas por sus hermanos, maridos y padres cuando regresaron a sus casas sin que nadie las protegiera. Los pequeños parques temáticos de la barbarie incrustados en Europa son fruto y obra tanto de la selección política inversa que llevó al poder a los más duchos en la demagogia como de las clientelas de la utopía, deseosas de disponer de culturas alternativas como fuerzas de choque.

La civilización es un mejor vivir, una etapa en el proceso de humanización, y la nacida en el Viejo Continente no se ha extendido por azar, ni sólo por el imperio de la fuerza, la técnica y el dinero. Lo ha hecho porque cada vez más personas preferían adoptar las formas de ella que les eran más beneficiosas y gratas en su existencia cotidiana, en el medio en que esperaban vivieran sus hijos. No pertenece a Occidente ni a su lugar de origen sino, como cualquier descubrimiento, a la Humanidad. El odio al progreso, la envidia del bienestar logrado por otros, el amor a la muerte siempre parecen imponerse en un principio por su crudeza, estrépito y violencia. Pero los vencen la tenacidad del número, semejante a la del agua, las opciones, los cambios uno a uno de ciudadanos que construyen la materia de sus días. No hay ningún arma comparable a la voluntad y a la idea, que no es el Pensamiento Único del Líder Máximo y el Gran Hermano sino un edificio de hallazgos ensamblados que hacen el mundo más habitable. Cuando los individuos descubren cómo se puede vivir mejor ése es el gran enemigo del terrorismo, sea islámico, comunista o nazi.

Diez años antes de la revolución de 1917 Joseph Conrad describe este proceso a la perfección en su novela “El agente secreto”, excelente y eclipsada por el poder y fascinación de “El Corazón de las Tinieblas” y dedicada, muy significativamente, a H. G. Wells. En ella, en su tiempo, los anarquistas sueñan, planean y a veces ejecutan atentados para que maten, indiscriminadamente, al mayor número de personas, de forma que el terror deje expedito el camino hacia la Nueva Sociedad, el nuevo mundo. Pero se les opone un terrible ejército, la grande y creciente cantidad de seres empeñados en afanes, afectos y tareas, la tenacidad de la vida, de la búsqueda de felicidad cotidiana, los pequeños y esenciales placeres y rutinas, las necesarias imperfección, cambio, variedad, albedrío que hacen de cada ser humano que lo sea y que se alzan por millares frente al soberbio profeta de la idea política radical única, salvadora y exterminadora por tanto en su letal pureza. Y ante la conciencia de esto el terrorista ve sus armas diluirse y cae en una profunda depresión. El libro, que pudo inspirarse en un sabotaje en el Observatorio de Greenwich en 1894, es de innegable actualidad.

El proceso de abandono de las capas de población más avanzadas, tolerantes, abiertas y deseosas de modernización y cambio discurrió en Oriente Medio en el siglo XX en paralelo con el abandono simétrico en Occidente de los ideales de civilización, libertad y derechos como principios universales dignos de ser mantenidos y defendidos en tierra propia y ajena. Desaparecieron los precios, el necesario peaje para vivir mejores existencias en sistemas mejores. Estos beneficios se daban por adquiridos, debidos y perdurables. Blanco por lo tanto de la denigración y el amargo reproche de los cada vez más numerosos adeptos al buen salvaje redivivo y la paz planetaria sin intromisiones en culturas foráneas. Para la defensa y protección si fueren necesarias –como lo fueron- siempre estaba el odioso Amigo Americano con su escudo tras el que se acurrucó durante la interminable postguerra una Europa encantada de que otro firmara los cheques en soldados y dólares. La retirada del escudo por la comprensible atención prioritaria de Estados Unidos al área del Pacífico ha dejado a la vista, como si se desmochara un termitero, el desconcierto del Viejo Continente confrontado al principio de realidad, a los resultados de una descolonización desordenada y prematura, a una estrategia militar norteamericana y europea lamentables de torpeza y estupidez inauditas que ha sumido en el caos y la fragmentación tribal países enteros sin previsión ni planificación algunas y sin proporcionarles estructuras, orden y cuerpos administrativos y defensivos. Lo que podría haber sido un progresivo establecimiento de zonas liberadas y renovadas en las que se afianzaran, y fueran defendidas, por tropas in situ las capas sociales más avanzadas de los países en conflicto se transformó en pretensiones de construir democracias a base de bombardeos por ordenador que, con su siembra, prometen una eficaz cosecha de terroristas y guerrillas.

Dejando las cimas gubernamentales, por su parte los que se creían a sí mismos la flor del progreso y la rebelde vanguardia social que vive cómodamente en la sociedad occidental han otorgado, a cuanto al Islam se refiere, afectuosa comprensión y han mostrado un oportunismo tan populista como criminal, halagando el egoísmo más lerdo e ignorando todas las violaciones de derechos humanos. La remozada religión dual les ordenaba concentrarse en alancear al moro muerto de la iglesia cristiana, manifestarse contra Sudáfrica y la violencia de género pero estar mudos, ciegos y paralíticos en lo que respecta a millones de mujeres musulmanas en peor situación que lo estuvo jamás negro alguno, a leyes brutales, al control cotidiano y la sumisión teocrática a los textos coránicos.

También en los medios  occidentales se admitió el mito enemigo según el cual existiría, siempre había existido y siempre debería existir el imperio de la Umma, el gran estado totalitario fundamentalista islámico, de un extremo a otro del mapa, indiferente a fronteras y pueblos, con el Gran Jefe Califa y sus sucesores y asesores a la cabeza. Esto es pura ficción que las reiteraciones y la falta de oponentes impuso como realidad. Se cubrió con ese manto de la Gran Madre Musulmana, la Umma, a multitud de gentes que no profesan esa religión de esa forma, que practican otras o ninguna, a capas sociales y niveles de enorme diversidad, a emplazamientos que oscilan entre la aldea primitiva y la urbanización completa, a una variedad inmensa de historia e historias, de aspiraciones, orígenes, migraciones y asentamientos. Al hablar, haciendo inconscientemente el juego a los propagandistas de la yihad, de los árabes, de la Umma como entidad política, se cubre con el velo de una homologación ficticia y letal a millones de seres a los que se encierra en un ente colectivo forzoso con derivas totalitarias megalómanas del tipo del Comunismo, Nazismo o Maoísmo. Su misma irracionalidad le asegura el momentáneo éxito, y por ello ha prendido con gran rapidez en el terreno reseco de la frustración envidiosa y, allende fronteras, en la falta de firmeza en la creencia y defensa de los valores propios y en la molicie de quien no ha pagado el precio de aquello de lo que disfruta.

El séquito de yihadistas honorarios ha sido en Europa variopinto, numeroso y rebosante de pacifismo fraternal. Puestos a renunciar a armamento, han renunciado incluso al de la palabra, de manera que actos dañinos, situaciones lamentables y condiciones de vida opresivas y denigrantes de los países árabes se presentasen como el peaje necesario para la acogida de los nuevos bonísimos salvajes que, pese a las apariencias, traen entre los pliegues de la túnica impoluta el soplo de aire puro del anticapitalismo y antiimperialismo redentor. En el séquito occidental del fundamentalismo islámico virtual se encuentran muchachas seducidas por el glamour diferencial del velo, jóvenes integrados en el nuevo juego de guerra y vastos sectores en busca de profeta vía Internet. Mientras, en un plan menos militante y más cotidiano, son legión los que simpatizan y empatizan, a través de la pertenencia al club de víctimas vitalicias, con estos recientes y prósperos damnés de la terre sin fronteras, que no dudan en golpear de manera suicida y ubicua a la corrompida civilización. No ha habido, durante larguísimos años, escándalo, denuncia ni condena del inmenso peligro que representaba la práctica del fundamentalismo islámico y la radical incompatibilidad de sus usos con una existencia libre y civilizada. En lugar de lucidez y críticas se lanzaban diatribas a cuantos estamentos osaban disentir del coro de afable comprensión. Es el mismo mecanismo que ha venido exculpando, e incluso alabando, actos terroristas anteriores, como los de ETA o de cualquiera que asesinara revestido de una teoría.

Recién licenciadas omaníes.

Recién licenciadas omaníes.

 

 

El dualismo ha encontrado un nuevo Rey, el drogadicto ha hallado en bandeja el más barato de los éxtasis: el supremo placer del poder de infundir pánico y muerte. Mientras, en las tímidas y desconcertadas democracias una tropa de compañeros de viaje de la yihad honoraria sigue su senda: Por el hecho de ser marginal, quien nada había hecho y nada era se ve en posesión de una cantera de votos y financiaciones. El yihadismo se presenta ahora por políticos y periodistas como un reducto irracional y, por lo tanto, puede cobijar sin mayores explicaciones las más diversas zonas de sombra, permitir manipulaciones y recortes de las libertades. El Mal, en forma de IS, ha ido, como en el cuento de terror, llamando a la puerta cada vez más cerca. Y cada uno de sus pasos se ha apoyado en la cobardía de los partidarios de la discreción respecto a males cotidianos con los que, según ellos, era preciso convivir y dialogar.

 

 

En busca del individuo perdido

 

Pobres chicas malas. Fresco, Bulgaria.

Pobres chicas malas. Fresco, Bulgaria.

 

 

La irracionalidad confortable está bien provista de armas no por toscas menos eficaces. Con profusión, por su carácter de bandera gregaria ajena al análisis concreto se airean regularmente los banderines de enganche de palabras-icono del tipo de paz, guerra, aborto, género (en el sentido sexual). Su finalidad, ajena por completo al examen específico de problemáticas y  a la toma beneficiosa y correcta de decisiones, no tiene más fin que precipitar en el líquido social elementos que se precisa, para manejarlos, que sean contrarios, antagónicos y empapados de la adrenalina adecuada a la exhibición de apoyo. Su completa imprecisión e inoperancia en el enunciado generalista como tal los hace perfectos para la fabricación y manejo de bloques de fieles. Los argumentos que se pretende acompañen a la exhibición de los iconos son de una completa inanidad reflexiva, pertenecen al terreno de la consigna al estilo del ¡Dios lo quiere! de las Cruzadas, del gurú y el salvador pacifista de turno o de las féminas que se consideran perpetuamente agraviadas, y merecedoras de compensaciones infinitas, por el hecho de serlo. A las que se suma la plétora de los que dicen sentirse orgullosos por su pertenencia, sin mérito alguno pero como si esto lo tuviera, al grupo, homo, bisexual, a los que pesan de cien kilos en adelante o a los vegetarianos vocacionales. La religión planetaria New Age suma sus banderines en tonos de verde a los de variadas combinaciones del arco iris y ya defiende las sensibilidades, y pronto los derechos, de las plantas, acogidas a los indiscutibles dogmas sobre el cambio climático y las encíclicas sobre el calentamiento global. Todo coincide en una negación del individuo y de sus actos y responsabilidades concretos. Los argumentos del batallón de la irracionalidad son de una puerilidad gregaria conmovedora y se recitan con la convicción del catecismo de aldea y el anticlericalismo de salón: Unos han hecho cuentas y calculado que, de no existir jamás aborto alguno, el problema de la baja demografía europea se resolvería en horas veinticuatro. Otros acuden en peregrinación periódica, flor en mano, ante las bases norteamericanas, o se ponen alegremente al servicio de la nueva inquisición destinada a borrar las diferencias de género y organizar quemas de belenes y símbolos navideños al estilo de Fahrenheit 451.

Cruzadas por todas partes (Nagorno Karabah-Armenia)

Cruzadas por todas partes (Nagorno Karabah-Armenia)

 

Los banderines de enganche que sirven simplemente para excitar y congregar a las huestes, blindar la dicotomía Izquierdas/Derechas y castrar la libertad y juicio personales tienen poco que ver con las banderas de nuestros padres. Responden más bien a la técnica televisiva del verdadero/falso, excitación/audiencia, al reino de la comida perceptiva rápida y el pensamiento débil. Sería conmovedor, de no resultar trágico, ver a supuestos defensores de la vida a toda costa condenar sin pestañear, a muerte, a la cárcel o a la desdicha a las mujeres que se quedan embarazadas sin desearlo. El no al aborto se utiliza políticamente, con los mayores oportunismo y desvergüenza, como inyección de adrenalina sectaria, de forma que caigan en una trampa de irracionalidad y el fanatismo personas de buena voluntad que sin embargo no dudan en sacar niños en manifestaciones de clara intencionalidad política y cuya actitud produce el efecto contrario, puesto que favorece a los partidarios prácticamente del infanticidio, de la banalización del consumo de anticonceptivos,  e impide el establecimiento de una normativa legal de consenso que es la única posible, ajena a la privada opción religiosa. La servidumbre del determinismo biológico, atento sólo a la reproducción de la especie, se enfrenta en este caso a la humanidad, peculiaridad y albedrío de los individuos, que no son úteros dotados de extremidades sino mujeres, y el conflicto entre la libertad de éstas a disponer, no ya sólo de su cuerpo sino de su vida toda, y la protección del nasciturus no tiene solución ideal posible excepto que la especie sufra una mutación hacia la gallina ponedora. Ni existe para el tema del aborto más salida que leyes, plazos, reflexión y consenso ni fue jamás más evidente el lema de que lo mejor es enemigo de lo bueno.

El bloque irracional, que se transforma en depredador y enemigo cuando se dan las circunstancias favorables; se alimenta del silencio del público y de la ausencia de individuos, que pasan a transformarse en piezas de un conjunto idealizado y justificado por referencias globales externas. Enfrentada la gente libre a tal coyuntura, los primeros auxilios se rigen por una regla de base: No subestimar al enemigo, al parásito que ha engordado, prosperado y se ha multiplicado a base del armamento dual y ha logrado implantar a lo largo y a lo ancho de la población un decálogo preciso en lo que a percepción de la realidad y formas de conducta se refiere. El microcosmos español es un buen ejemplo de creación de clones de la práctica totalidad de los organismos que financia el presupuesto nacional. Los clones, que no sus originales, están desprovistos de cualquier finalidad que no sea nutrirse del erario público y han sido creados específicamente para justificar gastos y distribuir prebendas. Programas e idearios no son sino simples aditamentos.

A efectos de captación de votos, voluntades y de recursos productivos, es y ha sido indispensable la utilización con destreza de las dos cadenas imaginarias de opresiones: vertical y horizontal, social e histórica, de manera que nadie escape, consciente o inconscientemente, al sentimiento de ser un eslabón de ambas y, por lo tanto, se sienta ajeno a la responsabilidad de su vida. La mercancía es de fácil venta: los agentes del mal son siempre externos y los actos inocentes y blindados por el aura de la reivindicación. Nunca se hará bastante hincapié en la tentadora facilidad de la explicación del mundo que esto ofrece. La iconografía dual da forma y presta metodología a la impostura no por burda menos halagadora y eficaz. Según su credo, no habría individuos ni decisiones propias, riesgos que se asuman, obras que se ejecuten. No existiría el puro y simple juicio inmediato de lo que percibe la vista y el razonamiento elemental y el sentido común imponen. Semejante proceso es percibido como culpable y carece de hueco en el cerebro compartimentado por el pensamiento dual. Las explicaciones historicistas y de clase sustituyen por entero a la realidad cambiante de las personas y de sus existencias, anulan los principios morales, los universales y las jerarquías de excelencia y de degradación. No se estudia ni adquieren conocimientos ni se crea ciencia, labor bien hecha ni arte. Por el contrario, se escuchan y se repiten las consignas gregarias que clasifican forzosamente en dos grupos, garantizan la homogeneidad mediocre y otorgan votos, empleos absolutamente improductivos y sueldos vitalicios a quienes se erigen en administradores de la inagotable cantera del agravio.

Pasamos de los filosóficos, clásicos, imperecederos (y muy socorridos) principios bipolares Luz/Tinieblas, Dios/Satán/ Orden/Caos, Vida/Muerte al simple A versus B que impone, en función del auge de los medios de comunicación, su ley. Se trata de iconos útiles, significantes vaciados de su original significado histórico y sociológico que sirven para configurar, previos reiteración verbal y etiquetado, la aceptación o el rechazo, la prosperidad, la medianía o la satanización pura y simple. Los elementos pueden intercambiarse, pero la dinámica y el modo de empleo son los mismos y la finalidad idéntica en cuanto a lo que a las enormes dimensiones del fenómeno parásito se refiere. Esta labor procura frutos nada despreciables que consisten en extraer de los sectores y elementos productivos bienes y privilegios sólo justificables por el antagonismo interesado y la teórica defensa, no de individuos y sus libertades y derechos, sino de grupos afectados por un mal que hunde sus raíces en el espacio y en el tiempo y que, por ello, les hace embarcarse en una lucha prácticamente infinita que garantiza la infinita y privilegiada subsistencia de los rabadanes del rebaño.

Aunque por inercia mental y analogía es explicable el instintivo impulso de transponer al proceso intelectual el de la acción, con su Sí y No como opciones únicas, hay un salto inmenso en la imposición generalizada e intemporal de un Buenos y Malos tan inmutable como las leyes físicas. Ya no se trata de enjuiciar actos y personas según coyunturas políticas y religiosas, de implicarse y arriesgarse en empresas y decisiones que pueden ser benéficas o nefastas, acertadas o torpes, pero que en cualquier caso responden de sí y son una canalla o generosa inversión vital. En el siglo XX adviene un fenómeno nuevo: En torno a las grandes y nobles causas se arraciman los que van a vivir, estable y durablemente, del uso de sus invocaciones y se hacen con poder para imponerse como élite al resto. Se pasa a la gran ingeniería de masas, a la autocensura de una eficacia tanto mayor cuanto más profundo es el convencimiento de que se gozan de grandes libertades de información y de juicio.

El reverso de este proceso es exactamente el inverso del que los términos sugieren, la antítesis de solidaridad, derechos, igualdad y libertades. Al actuar de una forma zoológica, agrupando a los humanos en categorías que se dirían inmutables y pertenecientes a especies distintas, un miembro de los Pobres, el Pueblo o el Proletariado no puede aspirar a mejorar y a ser rico, y ello por razones semejantes a las que hacen descartar que un buey se plantee estudiar para caballo de carreras. El Rico lo es por perversos determinantes de la genética, el colegial se guardará muy bien de aprender a leer antes que su vecino y el ambicioso, inteligente y culto disimulará su vergonzosa propensión a distinguirse y elevarse. El parasitismo que vende utopías y cobra, generalmente del Estado, el monopolio de su uso se apodera de la sustancia de realidades positivas, véase democracia, derecho, equidad, educación pública, protección legal, y las capitaliza pero transformándolas en sus opuestos, en la impunidad de los que se blindan con rasgos diferenciales, en la ignorancia compulsiva impartida en aulas donde el tiempo lectivo sirve para que cobre y medre el enjambre de zánganos, en la inmensa indefensión del que carece de recursos, dinero, influencias y de discurso incluso, porque oponerse a la dualidad moral y verbal dominante le situaría de inmediato en el ostracismo y le produciría un incómodo sentimiento de confusión y de orfandad de referentes. Una larga cola de acreedores espera a diario para pasar factura por las ancestrales y menos ancestrales deudas, por la marginación, carencia, diferencia, deficiencia exhibidas como hazañas propias y defendidas por el capataz que cosecha la parcela correspondiente. Esa misma cola bloquea el paso a los individuos que real y justamente sí necesitan y merecen ayuda, atención y apoyo.

Asia: Un optimismo ganado a pulso (Taiwán).

Asia: Un optimismo ganado a pulso (Taiwán).

 

 

El chantaje es inseparable de la eliminación de la propiedad de las palabras, de la difuminación y maquillaje de causas y actos: Nadie y nada es sino según situación, clasificación motivación y explicación previa. De hecho, el terrorismo ocupa el lugar extremo en el arco de disociación entre los actos en sí mismos y la pura constatación de éstos y el calificativo que merecen. El crimen dejaría de serlo según el motivo que para cometerlo se alegue. Basta con mencionar la palabra guerra, con atenerse a términos militares, para que los muertos no hayan sido asesinados, los trenes hechos explotar correspondan a logística y represalias y el ametrallamiento de seres indefensos y la masacre por bombas en supermercados al paisaje después de la batalla. Esta guerra de un solo bando armado, en un país democrático en el que cualquier grupo podía formar su partido y presentarse en las urnas, ha sido la tónica en España durante décadas, y ha impuesto en buena parte de la opinión extranjera y en no poco de la autóctona su falsa lógica bélica. El terrorismo es en estos casos el máximo exponente del bloque parásito. Reúne sus rasgos pero va más allá: Vive sustancialmente del mito, la muerte y el miedo que crea y actúa, de manera no explícita pero sí necesaria y fáctica, como agente colateral de las tribus que simplemente aspiran a sorber la mayor materia posible de cuanto y cuantos les rodean sin los riesgos e incomodidades del asesinato. La gratificación que ETA y afines más o menos platónicos obtienen es menos material pero más excitante y poderosa que el dinero. Sin relevancia personal alguna, el terrorista se siente elevado, entre el clan, al más alto rango, vive la ebriedad de la Causa, se erige ante sí y ante la opinión como el que ha elegido caminar por las cimas más allá del Bien y del Mal. Tiene el poder, y la libertad, de matar. En un plano más cerca de tierra, menos absoluto, la peculiaridad, el rasgo diferencial con su habitual corolario de subvencionado, especialmente favorecido, situado respecto al resto en la aristocracia, es el reducto de la irracionalidad más prolija y repetidamente razonada, al mejor estilo nazi por cierto, pues durante el III Reich, a la par que la tradicional eficiencia y lógica alemanas, se dio un sorprendente fervor por esoterismos, neopaganismos, mitologías y todo tipo de ensoñaciones que se iban convirtiendo prestamente en grandes monstruos. Probablemente quien mejor lo ha escenificado es, en España, Albert Boadella, dramaturgo y cómico genial durante su monólogo, solo en escena y todas las luces apagadas. Inspirado por la situación en su Cataluña natal, anunciaba su singularidad, repetía Yo soy singular y ustedes no y terminaba conminando al auditorio a acatar la consecuencia lógica: Paguen ustedes, paguen. Y es que el “Pagad, pagad, malditos” es el motto del club de la queja. La singularidad reivindicada nunca es la de los individuos, libres e iguales en derechos, sino exactamente su opuesto, el orwelliano de unos muchísimo más iguales que otros entre sí mismos, en el coto favorecido.

La civilización existe: Estatua romana y rosa.

La civilización existe: Estatua romana y rosa.

 

 

Hay una clase de nuevos ricos, de élite postmoderna, que nace muy concretamente en la Europa y países similares ultramarinos del pasado siglo y que pretende a continuación vivir de la mala conciencia de las sociedades del, aunque maltrecho, estado de bienestar y de la publicidad que les procuran los medios de comunicación, que otorgan una dimensión desmesurada a su importancia real. Las nuevas élites revolucionarias coinciden, y muy probablemente no por casualidad, con los años setenta, como una réplica del movimiento sísmico, que se saldó con millones de muertos, de la Revolución Cultural maoísta. La época fue viendo nacer y extenderse diversas guerrillas, deificadas y pasablemente asesinas, en Italia, Alemania, Perú, Argentina, España, unificadas por la franquicia ideológica de la creencia en el estado de guerra permanente contra el sistema opresor, la cual permite a cualquiera cualquier crimen contra la existencia y propiedad ajenas con buena conciencia y generosa prima de publicidad. De este maná social han bebido hasta la fecha aquéllos que, por sus propios merecimientos, carecerían de peso profesional y vital alguno.

En el proceso de creación de una especie de antimateria verbal, nacionalismo y utopía son ingredientes imprescindibles, dobletes de cuanto los términos originales abrigaron y abrigan de contenido positivo, abierto, noble. Han pasado a ser refugio de los canallas, motores de exclusión y de agresión, membrete de lucrativos negocios, apropiaciones y desfalcos, atractivo cartel de propaganda. Y sus principales víctimas son los referentes genuinos, el cálido afecto hacia el suelo propio que, cuando es de buena ley, desborda hacia el interés y aprecio por los ajenos, el nervio solidario y desinteresado de indignación ante la maldad y la injusticia, la búsqueda del ideal, el recuerdo de que los avances se han ido produciendo a partir del luminoso círculo de las buenas ideas. De cuyo brillo se apropiaron los clanes parásitos para construir el empedrado de su infierno.

El armazón que sostiene la defensa de la aristocracia diferencial tiene una gran ventaja: encierra en su misma esencia su antídoto porque está hilado con pura fantasmagoría que no resiste la primera embestida neuronal, la confrontación más leve con la realidad.

 

 

Rescate

 

La civilización existe: Estatua romana y rosa.

Estatua romana y rosa. Sí hay excelencia.

 

 

El edificio dual tiene como preludio la Revolución Francesa, pero empieza probablemente con la difusión de los conceptos de Lucha de Clases y Sentido de la Historia. Entrados en esta dinámica, aparentemente dialéctica pero bipolar de hecho, los ideales de igualdad ciudadana se difuminan; persona, análisis concretos, civilización como resultado acumulativo de logros que generan un mejor vivir pasan a muy segundo plano, son cubiertos por el manto homogéneo de la necesaria pertenencia a uno de dos bloques antagónicos. Ambos son simples entes de razón, construcciones mentales, no realidades indiscutibles. Las” Clases” carecen de existencia excepto como término concreto aplicado a sectores en un marco y momento definidos. No hay “Historia” con un proyecto, movimiento y leyes propias en el que estarían fatalmente insertos todos los individuos como las gotas en un torrente. Sin embargo la trama verbal dual ha descendido como una red sobre lengua y cultura, encerrado en sus mallas comunicación y pensamiento. Y de ello vive quien no podría vivir, ni prosperar, de otra cosa, a partir de un fenómeno nuevo: La construcción de los Estados de Bienestar, en sí un enorme logro pero que ha producido la ruinosa y peligrosa excrecencia de las utopías subvencionadas, grupos que se vuelven pronto de presión, adquieren gran fuerza como palanca electoral y exigen del Estado vivir en un régimen de manutención completa porque representan ideales por los que sus miembros nada arriesgan. Y ello en una época en la que se vive pendiente de aparatos que, de apagarse súbitamente, sumirían en la mayor indefensión y desconcierto a aquéllos mismos que reivindican la vuelta a las condiciones naturales que procuraban a nuestros antepasados una esperanza de vida de treinta años y un cuerpo en el que cualquier deterioro físico era irreversible. El petróleo de esta maquinaria de poder tribal es la canalización y explotación de la envidia, la más antigua, y estéril, de las pasiones criminales. Con ese estiércol se abonan, con una mano, vastos campos de victimismo mientras que se extiende la otra para recibir del Estado los fondos necesarios para continuar la tarea y ser elegido como gestor del acceso al indiscriminado reparto y al Reino de la Completa Gratuidad.

La civilización existe: Li Po, poeta clásico chino (Taiwán)

El poeta clásico chino Li Po.

 

 

Los siglos XX y XXI, inundados de mensajes, técnica y millones de millones de población, están muy lejos de un uso primero de las dualidades, que, fuera del mundo de la acción, probablemente obedeció en su raíz a la necesidad de entender el universo, de dar un sentido a lo que en sí no tiene sino el que se quiere creer o se le presta. El final de la idea del sentido de la Historia, de la eterna Lucha de Clases, ha sido reciclado, con mayor o menor fortuna, según países y conveniencias. Hay casos en que, lejos de vitalizar el sentimiento e ideal de Civilización como memoria acumulativa de progresos de la especie humana, de alejamiento de la irracionalidad y aprecio de la cultura, el oportunismo ha ganado, momentáneamente, la partida y ha seguido imponiendo, incluso con mayor empeño, dualidades ficticias de Mal y Bien como únicas formas de interpretar la realidad. Izquierdas y Derechas es probablemente el caso más representativo en la edad contemporánea. Y España un ejemplo de manual. Pero sólo aún, apenas, todavía. El desprecio terapéutico de las tripulaciones de ratas del barco político ha comenzado a actuar. Hay una Resistencia simplemente armada de desdén y lejanía. Las dualidades preceptivas, y su manejo, están desapareciendo, se dispersan, con las invocaciones e intereses de sus fieles, en el nuevo aire exterior, perecen de pura vejez y están destinadas, como los viejos dioses, a difuminarse en el olvido, la anonimia y la indiferencia.

Y aquí se alza la gran cuestión: ¿Pueden defenderse causas nobles, luchar por la igualdad de derechos y contra la injusticia, proteger a los más débiles, salvar el muy necesario servicio público –y en él se incluyen sanidad y educación- y desfacer entuertos sin los viejos andadores duales? El comodín bipolar ofrecía el confort de la ropa muy usada, los zapatos amoldados al pie, la etiqueta fija, el precocinado listo en minutos. ¿Puede, sin estos maîtres à penser, sin estos dueños de la batuta de la orquesta social, haber oposición, movimientos de protesta, denuncias, sindicatos, alternativas, cambios? Sí, porque los ha habido y siguen siendo necesarios. Hubo individuos de valor y con decencia, que obraron con mayor o menor fortuna, cometieron errores pero invirtieron esfuerzo, corrieron riesgos y quemaron tiempo en la empresa. Su enemigo es justamente quienes usurparon sus nombres en beneficio propio, hicieron de la contestación y reivindicación un empleo fijo y se empeñan en mantener, con amenazas, la cárcel de los dos tipos de etiquetados.

La receta para la liberación y contra la impostura es de preparación fácil, Basta con añadir al instantáneo rechazo de quien se justifica (o descalifica al contrario) con los anatemas-icono antes citados un rechazo no menos automático de cuanto se ofrece sin precio y de aquéllos que prometen gratuidades inmerecidas, véanse diplomas, cargos, bienes, servicios y la seguridad, alojamiento y manutención garantizadas, de la cuna a la lápida, por el simple hecho de existir. Es importante tener en cuenta, en la preparación de la receta, la expulsión vomitiva y vomitable de todo tipo de transposición de la responsabilidad individual a aglomeraciones de sujetos gregarios. Tras esta saludable tarea de filtrado quedarán personas y hechos desprovistos de cortezas y ataduras y capaces de planear y construir parcelas de futuro.

La terrible belleza del mundo: Groenlandia. Doble luna.

La terrible belleza del mundo: Groenlandia. Doble luna.

 

 

No tardarán en encontrar, tras el vértigo del aparente vacío inicial, el aliciente inconfundible de la libertad y de esa superación de las ficciones que es el mundo real, cada vez más conectado, más cercano y, al tiempo, más asombroso en la variedad de sus formas, un mundo, un universo ciertamente crueles, pero cuya belleza supera toda ponderación.

 

 

 

Tiempo de Ideas

 

Muchas más que dos.

Se buscan luces.

 

 

Es tiempo de ideas versus tiempo de tribus. La red ratonil es aún voraz pero también caduca. Antes de la plaga de las clientelas de la utopía, las utopías existieron. Como indicara Leonardo, cuanto se distingue y no pertenece a la Naturaleza ha sido primero una idea en una mente, para ir materializándose luego en lo que forma, con sus luces y sus sombras, cultura y civilización. Todo fue creación en alguien, en algún momento, proyección de voluntad y deseo, antes de germinar, prosperar e ir cambiando lo que conforma el medio vital y teje ciencia, técnica, arte, filosofía e historia. El Renacimiento, el Humanismo, la Ilustración, los Estados de Derecho, los valores universales y los derechos humanos han impulsado cada vez, con millares de palabras, intentos, instituciones, leyes y empresas henchidas de ilusión sociedades mejores cuyos logros sobrenadan a los naufragios, las aberraciones y los monstruos creados en el camino. La conciencia de esa universalidad de valores cara al Siglo de las Luces es extraordinariamente importante, pero de nada sirve sin su verbalización, sin que se encapsule en las palabras adecuadas y sea expresada por cualquiera en cualquier ocasión que lo requiera, aunque no existan medios materiales de cambiar las situaciones y se transija, acuerde y pacte según el peso económico y diplomático. Esto no impide que se eluda la denuncia y la defensa de lo que debe ser defendido. Muy por encima de un supuesto respeto a la pluralidad de religiones y costumbres que no es sino oportunismo, ignorancia y tibieza se alza la universalidad de los derechos, la responsabilidad en los actos, la insobornable realidad. Cada expresión, pública y privada, de desacuerdo, cada análisis y juicio claro desprovisto de consignas son un medio de socavar situaciones que, lejos de ser eternas e inalterables, son vulnerables en extremo a la imagen externa, el común sentido y la fluidez global de datos. El dos y dos son cuatro y no cinco de Orwell sigue teniendo toda su vigencia.

Adivina lo que estoy pensando. (Niño esquimal. Ártico).

Adivina lo que estoy pensando. (Niño esquimal. Ártico).

 

 

La idea de espacios de igualdad de Derecho fue invadida por la ola parásita de clientelas a cargo del contribuyente, las cuales, mientras se nutrían del huésped, seguían el mandato de multiplicaos y poblad la tierra mientras en ella quede algo que roer. Sin embargo se está invirtiendo el desdichado proceso que, en dinámica inversa a la de Las Luces, ha llevado de la persona a la tribu. Y es tiempo de recobrar el camino anterior y opuesto, el de la tribu a la persona, ese indispensable espacio de la nación como sede de ciudadanos y de ciudadanía, de gentes libres e iguales con derechos en nada condicionados a rasgos localistas, lingüísticos, raciales o históricos, un perímetro de seguridad legal desinfectado de superioridades míticas, amante de lo propio y precisamente por ello abierto a la apreciación de lo ajeno, día a día más propio también en una sucesión de círculos perceptivos que cada vez se extienden a mayores distancias.

Niños camelleros. Desierto egipcio cerca de Libia.

Niños camelleros. Desierto egipcio cerca de Libia.

 

 

Una vez desinfectado el panorama del chantaje Izquierdas/Derechas quedan otras dualidades, no por subrepticias y en apariencia inocuas menos peligrosas. Son las hermanas menores, las damas de honor del grande y engañoso atajo hacia supuestas verdades superiores y globales que liberan de la enfadosa tarea de pensar, de asumir las propias responsabilidades y de reconocer que el mundo ni es justo ni gratuito ni fuente de felicidad por decreto ley y que cada día representa un esfuerzo de lucidez y de solidaridad procurar que, en parte, lo sea. El Gran Enemigo puede adoptar tantos nombres como la legión satánica, véase Sistema, Estado, Capital, Conjura de Poderosos u Organizaciones Mundiales. El sujeto puede variar pero la dinámica es siempre la misma: Situar a un lado al diabólico dueño del poder y al otro al pueblo caracterizado por su inocencia y por el daño que el reino infernal le ocasiona. Poco importa, sorprendentemente, que se viva, con todas sus imperfecciones y fallos, en Estados de Derecho y sistemas democráticos con políticos y partidos electos. Entre otras dualidades que el Gran Enemigo cobija bajo sus alas se encuentra el mito del buen vasallo, tópico literario castellano en tiempos con base real apoyada en la noble figura del Mío Çid, pero luego amplia, oportunista y anacrónicamente asumido. Ocurre que los vasallos ni son desde hace largo tiempo vasallos ni son homogéneos ni son buenos por definición. Como todos los colectivos, éste también es una trampa, semejante al empleo del “Todos somos….Todos hacemos…Todos queremos….” cuando se hace participar a otro de rasgos y comportamientos que no tiene. Lo que se reprocha al sistema educativo, a los nacionalismos tribales, al sindicalismo de nómina estatal es lo que se ha apoyado, subvencionado, contemplado con indiferencia, admitido con la vaga permisividad de la cobardía y el pensamiento mínimo. Cuanto ocurre no es ineluctable resultado de alguna catástrofe meteorológica; llega arropado por el lenguaje impropio y tibio, por la dejación en el cumplimiento de las leyes, por el cansino asentimiento con tal de garantizarse la aceptación social y recibir los restos de la tarta dejados en el mantel.

Entre dos sombras (sierra de Gredos, España).

Entre dos sombras (sierra de Gredos, España).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tiempo de precios

 

El dinero de los muertos (Taiwán).

El dinero de los muertos. Templo chino.

 

 

Por supuesto que las utopías valen la pena, pero no las pagadas con la piel de otros. Las actuales piden implicación personal mucho más que llanto y mito y su ejercicio incluye un incómodo peaje en el recorte de parcelas de comodidad y no poca modestia en la aceptación de las mejoras obra de otros, sean quienes fueren, y la constatación de que lo mejor es enemigo de lo bueno. La costumbre de pagar, o al menos reconocer, el precio de cuanto bien se desea o se disfruta está tan oculta por ofertas electoreras de felicidad todo a cien, por el interesado dogma de la gratuidad extendido por las clientelas utópicas y por la doctrina, incrustada en la opinión, de la eterna deuda injusta que el rescate del principio de realidad no es tarea fácil. Se ha extendido el consumo de una peligrosa droga: La irresponsabilidad personal a todos los niveles, desde el niño-rey al criminal siempre producto de frustraciones sociales pasando por los visires autonómicos con exigencias de califa. En planos más globales, de repente Europa se encuentra conque el amigo americano no va a pagar más sus facturas sino que se vuelca hacia la activa y emprendedora cuenca del Pacífico. Gran desconcierto y apresurado reciclaje de las pancartas Americans, go home en Americans, come home, please.

Please, come back (Washington)-

Please, come back (Washington)-

 

 

Hay una búsqueda desesperada de enemigos. La retirada de escena del Poderoso Número Uno deja un vacío vertiginoso en la iglesia política mental de buena parte de Occidente. Los que carecían de poder, de influencia, de éxito tenían hasta ahora, por contraste, el certificado de garantía de su inocencia y su bondad. Esto ya no es válido. Hay pendiente una enorme tarea de desescombro, de disociación de los términos social y público del de parásito y explotador de la sufrida y pagana clase media. Cumple aprender a pensar y a orientarse en un terreno desconocido carente de señalización ideológica y de consignas. En la Antigüedad y en la Edad Media, incluso en el Antiguo Régimen, todo era más fácil, la dependencia, saqueos, recompensas, castigos y servidumbres se enmarcaban en el nítido reino de la fuerza, del jefe, responsable del bien y del mal, de vidas y haciendas. No cabían asociaciones reivindicativas del mérito de la diferencia, ni del especial orgullo de los arqueros zurdos, tampoco los domadores de pulgas podían reclamar compensaciones a su secular postergación social respecto a los cetreros, ni menudeaban las comisiones para la sustitución del Latín por el caló como lengua de la diplomacia sin fronteras. Pero llega la democracia a enturbiarlo todo, a distribuir a cada ciudadano un fardo de albedrío e implicación en normas, leyes y tipo de gobierno del que éste procura desembarazarse por diversos medios, de los que el más común es buscar al grande, ancestral, a ser posible lejano, colectivo e incluso abstracto enemigo.

La indómoda grandeza existe (Michelangelo: David).

La indómoda excelencia existe (Michelangelo: David).

 

 

El colectivo suplente está en las redes, en su oferta ilimitada de solidaridad y compañía, con el mínimo esfuerzo que permite decantarse con suma facilidad por lo más vil, lo menos exigente desde el punto de vista ético e intelectual, por el placebo de acción directa que no en vano se ha hecho indispensable para los adeptos al terrorismo. En el mundo real y de las buenas intenciones

 

 

 

Transición final de trayecto

 

 

Paul Delvaux y la especial soledad de las estaciones.

Paul Delvaux y la especial soledad de las estaciones.

 

 

Adiós, Transición, adiós. Fue hermoso mientras duró quizás por el empeño en creer que lo era. Es posible que a la inocencia y afán de ese empeño se debe el paso franco ofrecido pronto a la vileza. Tuvo el atractivo de la juventud, del principio de algo que es un simple umbral, una promesa no avalada por los actos, asentada en la negación infantil de lo existente, en los ritos de afirmación de guerrilla urbana, de valientes desafíos que no habían existido. Y en España su parte más noble de solidaridad e ilusiones fue rápidamente secuestrada por los que pretendían, y lograron, hacer de ella su durable y provechosa parcela. Enseguida todo lo fue cubriendo, como el merengue en una tarta, el radical y vertiginoso cambio técnico de las últimas décadas del siglo pasado, el buen vivir, semejante a los felices veinte, la prosperidad que se creía lineal y segura y, pronto, la mutación de la Era de las Comunicaciones, el aparente poder del saber instantáneo y las grietas, inesperadas, sorprendentes y sin embargo previsibles en algo en lo que se vivía con blandura y con la seguridad de lo permanentemente adquirido, y que, por lo tanto, se denigraba y que se llamaba civilización.

El universo desconcertante.

El universo desconcertante.

 

Las utopías piden un rescate, son, finalmente, un mosaico de ideales, de pequeñas empresas, de intentos tan ajenos a la conveniencia personal como el estudio de las galaxias del universo. En la Tierra y en lo que a sus habitantes humanos concierne, no se trata de su final, sino del final de las utopías gratis total y de las exhibidas como requisito para ponerse en nómina. Retos y disyuntivas son nuevos. No habrá diplomas de pertenencia al club dual adecuado, ni se ofrecerán lotes de placa solar, pancarta antiimperialista y bicicleta de última generación. El panorama es a la vez sencillo y complejo: Transportes y difusión informativa han puesto al alcance de quien lo desee la vivencia de cualquier etapa y cualquier variante de la evolución de la especie. Un anhelo tribal puede realizarse con la simple incorporación a cuantos aún viven de tal manera, pero para ser consecuentes esto incluye, llegado el caso, el recurso al brujo de la tribu en vez de al odontólogo. Por primera vez en el planeta se ofrecen simultáneamente la edad de piedra, los cazadores y recolectores y Silicon Valley. Con un pie en el paro y otro en las visitas virtuales por el cosmos, la orientación ideológica, e incluso física, no son fáciles ante tal oferta. Sobre todo cuando las referencias básicas se han reducido a la conveniencia del rechazo a lo conocido, lo tradicional, lo perteneciente al confuso y denigrado vocablo Civilización.

Australia West. Del comienzo del tiempo.

Australia West. Del comienzo del tiempo.

 

 

El panorama se clarifica no poco cuando se pasa por el cedazo del interés y se ve en qué quedan proclamas, manifestaciones y gestos cuando desaparece el beneficio al que venían siendo asociados, una rentabilidad no siempre económica y sí un mucho social. Han amarilleado y muestran fecha de caducidad los carnets imaginarios, ya no permiten la entrada a los clubes que solían. Para beneficio de los que, al menos, a partir de ahora crearán sus propias filiaciones teniendo como referencia el principio de realidad. Esa desaparición abre las puertas a una percepción más amplia y a unos actos sopesados según el riesgo, energía y tesón invertidos en ellos.

 

 

 

Un mundo de transiciones

 

 

Jinete mongol poniéndose al día.

Jinete mongol poniéndose al día. Mongolia.

 

 

España no es ciertamente la única embarcada en cambios perceptibles de etapa, ni tiene el copy right del producto Transición. Aquello a lo que ella se enfrenta con la sensación inconfundible de paso a otra época sucede también en diversas medidas en el área occidental a la que pertenece, mientras que en el resto del mundo cada cual intenta resolver a su vez contradicciones que recuerdan a los dolores de crecimiento de los adolescentes. Tal vez se trata del fin de la infancia del que hablaba Arthur C. Clarke, del paso de la omnipotencia infantil al sano, y a la larga mucho más gratificante, principio de realidad. La imparable globalidad actual, tejida en buena parte por la espesa red de comunicaciones, podría equivaler a una primera etapa de esa mente común en la que en el relato de Clarke se resuelven las individualidades de los seres del planeta Tierra bajo la supervisión del enviado por una superior especie galáctica. En la práctica del aquí y ahora, es dudoso que los humanos quieran desterrar la personalidad distinta de sus vidas, aunque el precio de ella, y de la libertad, sean la tristeza, el error, la angustia y el fracaso. Final y fatalmente siempre se alza en el horizonte el Árbol de la Ciencia, el alto peaje que pagar por el conocimiento y el ansia de alcanzarlo, y la agudeza de las pasiones que, como las sensaciones directas, no admiten simulacros.

El Árbol sin la Ciencia.

El Árbol sin la Ciencia.

 

 

A España se le ha acabado el tiempo de descuento, ha agotado la tregua entre una tiranía que le permitía ser irresponsable y la utilización del edificio propiedad de la cooperativa. Se enfrenta a sus propias cosechas, que incluyen la peligrosa mezcla de amplísima clase parásita, cesiones al terrorismo y nihilismo de vanguardia; tres elementos presentes en otros países pero no en semejante proporción ni protegidos por los mismos blindajes. En vez servir de parque temático de un romanticismo trasnochado y de un revolucionarismo light mediterráneo puede valer para naciones más consolidadas de cierto ejemplo negativo por lo que a ella tienen éstas de afín en lo que respecta a utopías de nómina y sectores improductivos cuyo mantenimiento, a cargo estatal, sirve de coartada para las fechorías financieras, siempre impunes. La cantidad en los ingredientes alcanza en España calidad significativa. Su red de intereses y sus financiaciones inútiles (excepto para sus beneficiarios) carece en Europa de parangón, como tampoco existe allende fronteras chantaje comparable al que aquende ha permitido el expolio. El sometimiento al terrorismo tras la matanza del 11 M y la colocación de miembros de ETA en puestos públicos ocupa un nada honroso solitario puesto. Es, además. España imbatible en el odio y denigración de sus símbolos, véase himno y bandera, de sus rasgos identitarios, como la propia historia, lengua y territorio, y del nombre mismo que la designa. Siempre parece tener una ansiosa lista de espera de enemigos autóctonos esperando repartirse su desguace, pero éstos, a diferencia de las guerras balkánicas, se guardan muy bien de arriesgar patrimonio o empleo.

La nueva franja norteamericana de energía (adiós, saudíes, adiós). Canadá.

La nueva franja norteamericana de energía (adiós, saudíes, adiós). Canadá.

 

En el resto de Europa un amplio sector significativamente presente lleva largo tiempo embarcado en una cuidadosa demolición de lo que civilización occidental representa. Entre otras razones porque el producto tiene las ventajas de la comida rápida y es rentable: A más comunicación instantánea menos reflexión y más autosatisfacción, por ahorro neuronal y por sensación de pertenencia a un grupo. Esa caricatura de la democracia que es la mezcla de populismo victimista, miedo y asambleísmo de luces cortas vende. El terrorista cuenta con una generosa cuota de comprensión, relativismo y todo tipo de argumentos que impidan al público la acción defensiva y ofensiva, la toma de posición y el riesgo. El interés por países lejanos y la afectuosa atención, con ejemplar solicitud y modestia, hacia sus culturas se utilizan como arma y argumento contra la propia. La bien pagada burocracia de organizaciones internacionales colabora activamente en esta dinámica de todos sois formidables con el reparto de títulos de herencia cultural, y lo hace con tal largueza que no sería extraño que se nombrara a la tradición de los cazadores de cabezas Patrimonio de la Humanidad.

¿Y si el hierro de Australia se cansa de ir a China?. Minas de Windawarri, Australia West.

¿Y si el hierro de Australia se cansa de ir a China?. Minas de Windawarri, Australia West.

 

Hay una curiosa virulencia indiscriminada en el movimiento que se proclama pacifista, parecida a la infinita sed antisistema de negación de cuanto existe precisamente porque tiene calidad, valor, peso. Se cultiva una añoranza de tierra quemada y punto cero porque los  habitantes de ese páramo carecerían de puntos comparativos y disfrutarían de la sensación de que nadie poseerá lo que ellos no han logrado. La nueva Edad Dorada mítica habría sido la del igualitarismo perfecto y sus antagonistas, en bloque, son desde Aquiles hasta el último de los héroes de la Aliada, Tersites –que al fin y al cabo tenía sus aspiraciones- incluido. La diferencia con el Hombre Nuevo o el Buen Salvaje rousseauniano es que ahora se trata de nihilistas bien instalados en la sociedad cotidiana, de la que extraen un estatus ventajoso y por la que se hacen pagar, y con frecuencia admirar. Como sin dualidad aparente no hay acción ni movilización, el cansino maniqueísmo tradicional se ve reemplazado por un inmenso Club de Víctimas, que sería el Pueblo (en absoluto el individuo ni el ciudadano de un Estado parlamentario de Derecho) enfrentado a los Poderosos, la Conjura y el indispensable Mal. El catecismo siglo XXI podría definirse como un Adanismo singularmente peligroso que reivindica para sí toda la legitimidad del fin que justifica los medios frente a un estado de cosas maligno, injusto y coercitivo. Se trata del adanismo de las clientelas parásitas del sistema cuya destrucción propugnan, dispuestas a trocear y repartirse como botín legítimo sencillamente cuanto existe mediante el monopolio de las utopías y la propaganda potenciada como nunca anteriormente por los medios de comunicación.

Uzbekistán: Ayer y ahora.

Uzbekistán: Ayer y ahora.

 

 

Como los dioses castigan a los hombres concediéndoles sus deseos, resulta que el Enemigo habitual, los malos de nómina, siguen el consejo de tantos graffiti Americans go home y se van a su casa. Estados Unidos, y Canadá, tienen las grandes reservas y la técnica para extraer de nuevas fuentes cuanto combustible necesitan, dan la espalda al viejo, conflictivo, siempre pedigüeño continente y estrechan lazos con las enérgicas y laboriosas naciones del Pacífico, en las que, por haber vivido la experiencia, tienen poco predicamento las veleidades utópicas gratis total. El pistoletazo de salida lo dio el Presidente Obama, a poco de ser nombrado, en su discurso en El Cairo, ignorando a la población con aspiraciones a un estado moderno laico egipcio y adulando a los islámicos. No está siendo una digna retirada, y es probable que tampoco el abandono de Europa, en ambos sentidos, sea una medida inteligente que impulse la afirmación de naciones más libres y prósperas en un mundo mejor, pero al menos hará patente e insoslayable la conciencia del precio de cuanto se posee y la necesidad de esforzarse y de pagar por vivir cómo se vive, con la grave consecuencia de dejar en el paro a las capas parásitas de las utopías vicarias.

Bulgaria: Los Balkanes, la valiente Europa de Eurasia.

Bulgaria: Los Balkanes, la valiente Europa de Eurasia.

 

 

Mientras tal cosa ocurre, proliferan los temas de sujeto neutro, indefinido, de irresponsabilidad difusa, que generan redes de intereses y permiten crear fuentes de beneficios sin méritos probados y sin pérdidas patrimoniales. Dado que el futuro, como el papel, lo aguanta todo, los sujetos individuales, responsables por lo tanto de sus actos, han desaparecido de escena. Los aquiles han menguado de talla a velocidad pasmosa y no aspiran a mayor gloria que al puñado de minutos televisivos. Ya no hay héroes, ni aspirantes a serlo, que para bien o para mal al menos se arriesguen en empresas y deban rendir cuentas en el presente confrontados al principio de realidad. Se ha creado un mundo de abstracciones sin culpables, un horizonte planetario anónimo que se constituye en nueva religión, la más reciente de las temibles religiones laicas, con sus dogmas, ritos y, sobre todo, oneroso clero. Los dioses antiguos están sin duda encantados ante la segunda oportunidad que, tras milenios de olvido, se les ofrece. Gea, Urano, Odín, Cibeles, Cernunnos, Isis, Zeus, Ra, la Pachamama y demás personificaciones de elementos naturales y leyes físicas disfrutan de la nueva juventud que les brindan los adoradores de la Madre Tierra, los cruzados de la salvación del Planeta, los convencidos del solícito amor con el que la Naturaleza los distingue, sin reparar en que la amorosa madre se rige por la selección natural y la supervivencia de la especie, no la del individuo y menos aún la del débil, el de avanzada edad (más de 35 años) o el enfermo. Toda irracionalidad y todo dispendio y abuso tienen barra libre en el culto futurible al uso, en nombre de dogmas tan indiscutibles como de imposible comprobación. Brilla de nuevo, en el horizonte de los partidarios del mínimo esfuerzo mental el sol de la autocensura. Imposible rebatir y ni siquiera cuestionar las predicciones, catastrofistas todas, de diversas y merecidas desdichas de las que será víctima la especie humana, culpable por el hecho de existir y, mientras alienta, en estado de pecado original e imperativa necesidad de arrepentimiento público, disculpa y expiación. Cuando el comisariado bienpensante veía con inquietud disminuir el terreno propicio para sus fieles, peligrar los chantajes duales y con ello los diezmos y primicias de su clero gloriosamente laico, aparece la gran empresa de la salvación planetaria, con filones inextinguibles de víctimas que reivindicar desde la aurora de los tiempos. Todo un respiro.

Oriente quiere a Occidente (Omán).

Oriente quiere a Occidente (panel decorativo. Omán).

 

 

Y sin embargo la cartografía de la indefensión y de las transiciones es precisamente la que permite avanzar hacia muy diferentes panoramas, la que, por contraste con el Lado Oscuro, delimita el perfil de territorios de claridad y, una vez abandonadas las cadenas duales, se abre a opciones,  hechos, individuos. Queda atrás, como un traje viejo, la cárcel lingüística, el lenguaje interesada o estúpidamente pervertido. Cada día es distinto, y la tarea, al principio trabajosa y desacostumbrada de juzgar por los hechos y actuar según el juicio propio, adquiere el atractivo de quien explora países a la vez familiares y desconocidos. Una limpieza a fondo de populismo permite descubrir las posibilidades personales, el rescate de la herencia cultural y el esfuerzo del saber aporta la inconfundible sensación de alimento no perecedero, el denigrado cariño por la tierra propia pasa a ser puerta hacia la percepción y aprecio de las ajenas, que crecen a su vez  y toman altura cuando, necesariamente, hay que rendirse a la belleza que acompaña a la crueldad del mundo. Y se vuelve a la vieja pregunta fundamental ¿Vale más vivir que morir? ¿Vale más el ser que la nada? cuya respuesta es siempre solitaria.

La vitalidad laboriosa de Asia.

La vitalidad laboriosa de Asia.

 

 

Tras las opciones hay puertas, con frecuencia muy materiales. La del abandono, que probablemente no será largo ni será tal, de un Washington volcado hacia el oeste podría atraer la atención del Viejo Mundo hacia una zona de posibilidades: la Eurasia más allá del mar Caspio. La nueva Ruta de la Seda revive su vocación comercial, se sabe crucial por el uranio, el oro y muy especialmente por las arterias de gas y de petróleo con proyectos cada vez de mayor importancia. Europa tiene ahí su Pacífico, su oportunidad y su salida, en países como Uzbekistán, con una gran ambición de modernidad, con vitalidad y dinamismo. Estos territorios situados en el centro del círculo antigua Unión Soviética-China y al sur de fundamentalismos islámicos de confesiones diversas, no desean integrarse en las áreas de sus vecinos, pese a los requiebros de Arabia Saudí y el peso de la China y la Rusia inmensas.[6] Su  historia, enterrada en la arena, habla de épocas más amplias, de un fluir paralizado y anegado en sangre, como en Merv (Mary), en 1221, por Tolui, el hijo de Gengis Khan, que la arrasó y exterminó con un saldo quizás de un millón de muertos y puso fin a la mítica Ruta. El pasillo de Asia central se reabre, los uzbecos miran hacia Occidente, en Tashkent se perciben la energía y el cambio. Una calle en Samarcanda recuerda a Ruy González de Clavijo, enviado por Enrique III de Castilla en 1404 como embajador en la corte del emperador mongol Tamerlán, que es Timur Lang, es decir, Timur el Cojo. El oasis de Fergana, en las puertas de China, es una moderna ciudad de tipo soviético y buen nivel. Las dictaduras de Turkmenistán puede que sigan el ejemplo –es decir, que desaparezcan- de uno de sus jefes supremos, amante de las estatuas de oro que se hacía erigir en la capital, Ashgabad, y que los congresos que le deseaban miles de años de Presidencia no impidieron que falleciera súbitamente de un infarto. Es muy probable que, esquivando el poco atractivo ejemplo iraní –por no hablar del de Afganistán y Pakistán-, estos países busquen alianzas semejantes a las aspiraciones de Turquía al ingreso en la Comunidad de países mediterráneos.

La Europa de Europa hoy por hoy es Eurasia, sus perspectivas de alianzas, comercio y progreso se encuentran también en Extremo Oriente, en sociedades vacunadas contra el comunismo por vecindades y por experiencias terribles, que han sabido alzarse hasta la modernidad en pocas décadas, en las que la sociedad civil hierve de iniciativas y deseos de instruirse y ha rechazado sabiamente el victimismo y el complejo respecto a Estados Unidos. Vietnam, Singapur, Malasia en buena medida, lo que podrá ser en breve Myanmar, la Birmania de otrora, Japón cada vez más alejado de un culto de tipo fascista al honor que parecía genético, Corea del Sur, Taiwán limpia como los chorros del oro, amable, vital, educada, sonriente y segura, y los que se van sumando configuran el amigo asiático por méritos propios. Los temidos amarillos no son un peligro sino una esperanza y una ventana al futuro para la Europa desorientada, regresiva, aldeana, temerosa. Los países musulmanes, encerrados en el problema del único juguete de una cultura y religión fallidas por la impotencia para separarse del Estado, lo resolverán o no, pero Europa tiene que dar el sorpasso, sobre ellos y comunicarse y establecer lazos con los que, en un mundo en todos los lugares asequible por los transportes, han optado por vivir vidas civilizadas, dichosas, prósperas. Sociedades punteras en informática pero sabiamente tradicionales en los usos que valía la pena preservar, donde hombres y mujeres salen, entran, van juntos, en las que los templos están abiertos a cualquiera y las aulas no dan abasto con el afán de aprender, poblaciones con arte y técnica, parejas enlazadas, niños, tradiciones amorosamente conservadas, con su color, bullicio y al tiempo su tolerancia y paz, para disfrute de propios y extraños.

Esos millones en los que Occidente ve temible masa por la simple razón del número no son hormigas homogéneas e implacables en la sumisa dedicación al trabajo. Son gentes, como los del otro lado de Eurasia, de una de gambas pero pagándosela ellos, de mercadillos con rica comida fresca, de competiciones de fuegos artificiales, bailes y música, de ir de tiendas, de pedir favores en los templos a sus santos patronos, vestirse a la última y aprovechar hasta el último minuto de sus ocios. Ellos han tenido de todo en cuestión de vicisitudes en los siglos XX y XXI, saben de la virtud de la modestia, la observación, la tenacidad, y se desviven por alcanzar altos niveles educativos, sufrieron agresiones, manifestaciones y muertos, conocen los precios de la libertad, del respeto y la fragilidad de los sistemas de Derecho y la democracia, sus vecinos próximos son dictaduras tan enemigas de los individuos y de la vida buena en Asia como en Europa o América. Tienen, por lo tanto, mucho que ofrecer, observar, compartir, intercambiar y disfrutar en el mejor sentido de las globalizaciones.

Tan lejos tan cerca. Auckland, Nueva Zelanda.

Tan lejos tan cerca. Auckland, Nueva Zelanda.

Tan lejos, tan cerca. Auckland, Nueva Zelanda.

 

La mercancía que Europa tiene para ofrecer, su oro, su uranio, su petróleo y su seda es su modo de vida, algo que parece banal, imperceptible por lo cotidiano, pero muy real, hasta el punto de que permea el planeta y se ha extendido por una aceptación que no es la del caballo ni la espada, amalgamándose cada vez con formas lejanas y diversas pero en todas reconocible, en especial cuando falta. Y responde al simple deseo de libertad, de saber, de pensar y de disfrutar de la existencia.

 

 

 

 

 

[1] La realidad hispánica no decepciona: acaba de ofrecer, en marzo de 2016, un remedo de semáforo maoísta versión de género, con muñequitos con femenina falda.

[2] Véase La Secta Pedagógica, de Mercedes Ruiz Paz. UNISÓN EDICIONES.

[3] Véase Hannah Arendt: Los Orígenes del Totalitarismo.

[4] Estas líneas fueron escritas algunos meses antes de que se desprendiera, arrugara y quedara desatendido e ignorado como un papel viejo el panel dedicado a los mensajes sobre las víctimas. No hace falta mucha agudeza para prever que la posible reparación se aprovechará para diluir el 11 M en sí en condenas al terrorismo en general.

[5] Ali Ahmad Said Esber, “Adonis” ha publicado en España (Ed. Ariel) Violencia e Islam, serie de entrevistas con la profesora y psicoanalista Huria Abdeluahad.

[6] Nombres Árabes. Mercedes ROSÚA. Editorial Alegoría. Sevilla 2012.

04/26/16

1er c.-Transiciones (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

«Y ahora, ¿qué va a ser de nosotros sin bárbaros?»

«Esas gentes eran, al fin y al cabo, una solución.»

C. P. Cavafis «Esperando a los bárbaros»

1-Transiciones.

Dualidad: Bueno y Malo malísimo (Bulgaria, fresco)

Dualidad: Bueno y Malo malísimo (Bulgaria, fresco)

A la transición pacífica, desde un régimen dictatorial a otro realmente parlamentario elegido con todas las reglas del sufragio universal y las normas electorales, sucedió rápidamente en España la generación y mantenimiento de una estructura oportunista, incrustada en la deseable y genuina, de carácter esencialmente parásito, autolegitimada por la mitificación como el Mal absoluto del régimen anterior y sostenida por la publicidad cultural y mediática. Esto ha consistido, y en buena parte aún consiste, en crear tribus que cobran por el hecho de serlo y en favorecer la proliferación de clientelas basadas específicamente en la ausencia de mérito propio y en el monopolio de un poder que se basa en los privilegios de comisariado social, en la unificación de cultura y educación según los tipos de propaganda y en la difusión del temor al ostracismo y la represalia.

La diferenciación rentable, crear tribus y pagarlas por serlo ha sido, desde muy pronto, la argamasa más asiduamente utilizada por arquitectos y albañiles de un entramado pseudoestatal hispano que ha crecido abrazando y asfixiando el árbol original de la Constitución. Siempre bajo el paraguas de proclamas utópicas finalmente a cargo del tesoro público, la metodología se basa en generar, delimitar, favorecer y blindar a grupos a los que se hace beneficiarios y deudores de inmerecidas cuotas de privilegios. Es exactamente la antítesis del Estado de Derecho compuesto por individuos sólo iguales ante la Ley y los derechos cívicos, pero que deberán lo que cada uno obtenga a sus dotes, obras y merecimientos.

La fábrica de fidelidades recibe apoyo y procura seguridad durante un espacio de tiempo, que en España se extiende desde el comienzo de los años 80 del pasado siglo hasta la actualidad, mientras existan fondos para ello. Si la estructura de clanes creada ad hoc persiste y prospera durante décadas, es porque la censura, en buena parte interna y asumida, ha impedido, no ya la denuncia, sino ni siquiera la verbalización de lo que sucede. La implosión, cuando llega, simplemente va haciendo saltar las mallas del tejido. Se carece incluso de terminología para la descripción de un estado de cosas que la percepción omite o justifica.

Las tribus prestamente generadas por el alter ego parásito de la Transición española se han formado con elementos cuyo denominador común es la falta de valía que justifique el puesto, prestigio, dinero, preeminencia e inmunidad de los que gozan. Nunca se componen de individuos en un contexto de igualdad ciudadana, no se trata de personas diferenciadas ni de obras concretas sometidas directamente a observación. Pertenecen a la iglesia terrenal de la Clase, la etiqueta política, el Opresor o el Oprimido, el Privilegiado o el Rebelde. La tribu puede serlo por el lugar que habita, por mitologías etnológicas, por hablas locales, por la opción y el género sexuales, por la inferioridad profesional, intelectual, social entendidas como rasgo meritorio, por la marginalidad. De forma que, lejos de paliar deficiencias, favorecer el desarrollo y aspirar y hacer aspirar a mejoras, lo que se potencia es la selección inversa y la multiplicación de lo peor en todos los aspectos, la dictadura del miembro, anónimo e irresponsable, sobre el ciudadano y la mediocridad militante como norma. Ello ejercido según una táctica agresiva que actúa en defensa propia de la numerosa, y bien alimentada clientela. De ahí el apoyo, férreo, largo y tenaz, al sistema por parte de un vivero de población adicta que ha sido moldeada según el baremo de los mínimos comunes denominadores.

Los genéricos anulan el análisis, persecución y castigo real de actos concretos. Este individuo no  ha hecho tal cosa, no es persona ni jurídica ni de tipo alguno, no es responsable. Pertenece a un estrato gregario, semianimal, determinado por sexo, lugar, trabajo, usos, ingresos. Por ello nada más fácil, una vez creada esta conciencia de ganadería, que infundir en ella el odio a sus supuestos dueños, a cualquiera que, por cualquier concepto, resulta envidiable y sobrepasa al rebaño. La utilización de falso léxico es, en este caso, indispensable, las grandes palabras dignas de utilizarse con el mayor rigor o se desvirtúan o se vulgarizan de manera que pierdan todo sentido, terrorismo o genocidio pasan a ser cualquier cosa.

El parásito ha cubierto el árbol de tal manera que resulta difícil distinguir el tronco originario, las ramas que pugnan por abrirse paso hacia la copa, la tierra y las raíces mismas que, en su momento, le dieron base y existencia. Porque la Transición española no siempre fue la madeja de excrecencias sin más finalidad que la rapiña y el engorde. Y menos todavía la mutación taumatúrgica del viejo al nuevo sistema. Fue un proceso por el que circulaba la savia de la buena voluntad, de la amplitud de miras, cuyo marco era, no ya parejo, sino exactamente antagónico al horizonte tribal. El árbol incluía en su materia las semillas de voracidades y clanes, pero ni éstas fueron el componente principal ni el único. Las cubría y silenciaba un arranque general hacia arriba, un empuje de ilusión y de esperanza que contó sobre todo con el individuo y que fue sostenido por personas que, o dieron la talla, o engañaron a cuantos confiaron en que podían darla.

Décadas después, el desengaño ha sido proporcional al volumen de la ilusión invertida, al espejismo prometedor de mayor y segura dicha. Y el desengaño es tanto más letal cuanto que sus perfiles no son perceptibles, se difuminan en el vago panorama de generales, casi universales crisis. De forma que el enemigo siempre carece de rostro, de nombre, finalidades y orígenes. Es simplemente un avatar mudable según lo que reflejen las pantallas, y, por lo tanto, nada más fácil que someterse a las tribus cercanas, a la desaparición del país y de los principios y valores comunes, a la negación de las relaciones causa-efecto y a la vaciedad del término historia.

Son muy reales, sin embargo, los lotes y repartos, las gabelas aseguradas para el hoy y los tiempos venideros, las reservas y haberes diezmados hasta la extenuación. Con la grande, inmensa diferencia respecto a los normales casos, en otras naciones, de abusos, corrupción y rapiña de que en la España de la Transición dulce lo que ha crecido, más que hierbas parásitas, es un bosque paralelo sembrado desde su origen a efectos de expolio. Universidades, fundaciones, organizaciones, unidades políticas y administrativas, medios de comunicación, ministerios, cuerpos administrativos y judiciales, currículos de Enseñanza, leyes, aeropuertos se han ido creando ex ovo para cobrar de ellos y a través de ellos. La interminable polémica sobre las reformas educativas que ha producido ya en dos generaciones un bajísimo nivel se resume, tras el maquillaje del ideario, en la necesidad de quitar conocimientos para sustituirlos por consignas. Y esto con el fin inmediato de poder colocar, en lugar de a profesionales, a la fácil y agradecida clientela de comisariado, partido, sindicatos de nómina, votantes, colegas y simpatizantes. Sólo así se comprende el afán por eliminar de los programas de estudios, de las oposiciones y hasta de escuelitas de primaria y guarderías, el aprendizaje real, la jerarquía de importancia en los saberes, la posibilidad de que la inteligencia natural, el trabajo personal y el caudal de conocimientos  hallen el hueco social que se les debe.

El atraco perfecto al hispánico modo ha consistido, y consiste, en crear y adueñarse de vastos sectores públicos y/o subvencionados y en diseñar, acotar y fidelizar rebaños de diversos hierros; véanse minorías raciales, sexuales, sociológicas, que se constituyen en receptores naturales de indemnización por ancestrales agravios, ofensas al orgullo de género y traumas debidos al represivo rojo de los semáforos o al aprendizaje de la ortografía[1]. En el amplísimo club tienen cabida amantes del patín solar y de la bicicleta urbana, defensores del carril para jabalíes y de la reintroducción del oso madroñero, amigos del piojo verde (en peligro de extinción) y, hablantes del castrapo o de las formas dialectales catalano-árabes del área barcelonense. Paralelamente, se elimina a un ritmo cada vez más acelerado el respeto a la vida privada y derechos del ciudadano sin mayores distingos, de forma que se acorrale a éste en el reducto de una libertad vigilada bajo sospecha de incorrección sociopolítica. Nadie será hijo de sus obras. No hay personas. Las que vayan quedando sirven para pagar, callar y ofrecer periódicamente sacrificios a los dioses Solidaridad, Progresismo y Democracia.

 

[1] La realidad hispánica no decepciona: acaba de ofrecer, en marzo de 2016, un remedo de semáforo maoísta versión de género, con muñequitos con femenina falda.

 

 

04/24/16

32 c. Un mundo de transiciones (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

Un mundo de transiciones

Jinete mongol poniéndose al día.

Jinete mongol poniéndose al día.

España no es ciertamente la única embarcada en cambios perceptibles de etapa, ni tiene el copy right del producto Transición. Aquello a lo que ella se enfrenta con la sensación inconfundible de paso a otra época sucede también en diversas medidas en el área occidental a la que pertenece, mientras que en el resto del mundo cada cual intenta resolver a su vez contradicciones que recuerdan a los dolores de crecimiento de los adolescentes. Tal vez se trata del fin de la infancia del que hablaba Arthur C. Clarke, del paso de la omnipotencia infantil al sano, y a la larga mucho más gratificante, principio de realidad. La imparable globalidad actual, tejida en buena parte por la espesa red de comunicaciones, podría equivaler a una primera etapa de esa mente común en la que en el relato de Clarke se resuelven las individualidades de los seres del planeta Tierra bajo la supervisión del enviado por una superior especie galáctica. En la práctica del aquí y ahora, es dudoso que los humanos quieran desterrar la personalidad distinta de sus vidas, aunque el precio de ella, y de la libertad, sean la tristeza, el error, la angustia y el fracaso. Final y fatalmente siempre se alza en el horizonte el Árbol de la Ciencia, el alto peaje que pagar por el conocimiento y el ansia de alcanzarlo, y la

El Árbol sin la Ciencia.

El Árbol sin la Ciencia.

agudeza de las pasiones que, como las sensaciones directas, no admiten simulacros.

A España se le ha acabado el tiempo de descuento, ha agotado la tregua entre una tiranía que le permitía ser irresponsable y la utilización del edificio propiedad de la cooperativa. Se enfrenta a sus propias cosechas, que incluyen la peligrosa mezcla de amplísima clase parásita, cesiones al terrorismo y nihilismo de vanguardia; tres elementos presentes en otros países pero no en semejante proporción ni protegidos por los mismos blindajes. En vez servir de parque temático de un romanticismo trasnochado y de un revolucionarismo light mediterráneo puede valer para naciones más consolidadas de cierto ejemplo negativo por lo que a ella tienen éstas de afín en lo que respecta a utopías de nómina y sectores improductivos cuyo mantenimiento, a cargo estatal, sirve de coartada para las fechorías financieras, siempre impunes. La cantidad en los ingredientes alcanza en España calidad significativa. Su red de intereses y sus financiaciones inútiles (excepto para sus beneficiarios) carece en Europa de parangón, como tampoco existe allende fronteras chantaje comparable al que aquende ha permitido el expolio. El sometimiento al terrorismo tras la matanza del 11 M y la colocación de miembros de ETA en puestos públicos ocupa un nada honroso solitario puesto. Es, además. España imbatible en el odio y denigración de sus símbolos, véase himno y bandera, de sus rasgos identitarios, como la propia historia, lengua y territorio, y del nombre mismo que la designa. Siempre parece tener una ansiosa lista de espera de enemigos autóctonos esperando repartirse su desguace, pero éstos, a diferencia de las guerras balkánicas, se guardan muy bien de arriesgar patrimonio o empleo.

En el resto de Europa un amplio sector significativamente presente lleva largo tiempo embarcado en una cuidadosa demolición de lo que civilización occidental representa. Entre otras razones porque el producto tiene las ventajas de la comida rápida y es rentable: A más comunicación instantánea menos reflexión y más autosatisfacción, por ahorro neuronal y por sensación de pertenencia a un grupo. Esa caricatura de la democracia que es la mezcla de populismo victimista, miedo y asambleísmo de luces cortas vende. El terrorista cuenta con una generosa cuota de comprensión, relativismo y todo tipo de argumentos que impidan al público la acción defensiva y ofensiva, la toma de posición y el riesgo. El interés por países lejanos y la afectuosa atención, con ejemplar solicitud y modestia, hacia sus culturas se utilizan como arma y argumento contra la propia. La bien pagada burocracia de organizaciones internacionales colabora activamente en esta dinámica de todos sois formidables con el reparto de títulos de herencia cultural, y lo hace con tal largueza que no sería extraño que se nombrara a la tradición de los cazadores de cabezas Patrimonio de la Humanidad.

Hay una curiosa virulencia indiscriminada en el movimiento que se proclama pacifista, parecida a la infinita sed antisistema de negación de cuanto existe precisamente porque tiene calidad, valor, peso. Se cultiva una añoranza de tierra quemada y punto cero porque los  habitantes de ese páramo carecerían de puntos comparativos y disfrutarían de la sensación de que nadie poseerá lo que ellos no han logrado. La nueva Edad Dorada mítica habría sido la del igualitarismo perfecto y sus antagonistas, en bloque, son desde Aquiles hasta el último de los héroes de la Aliada, Tersites –que al fin y al cabo tenía sus aspiraciones- incluido. La diferencia con el Hombre Nuevo o el Buen Salvaje rousseauniano es que ahora se trata de nihilistas bien instalados en la sociedad cotidiana, de la que extraen un estatus ventajoso y por la que se hacen pagar, y con frecuencia admirar. Como sin dualidad aparente no hay acción ni movilización, el cansino maniqueísmo tradicional se ve reemplazado por un inmenso Club de Víctimas, que sería el Pueblo (en absoluto el individuo ni el ciudadano de un Estado parlamentario de Derecho) enfrentado a los Poderosos, la Conjura y el indispensable Mal. El catecismo siglo XXI podría definirse como un Adanismo singularmente peligroso que reivindica para sí toda la legitimidad del fin que justifica los medios frente a un estado de cosas maligno, injusto y coercitivo. Se trata del adanismo de las clientelas parásitas del sistema cuya destrucción propugnan, dispuestas a trocear y repartirse como botín legítimo sencillamente cuanto existe mediante el monopolio de las utopías y la propaganda potenciada como nunca anteriormente por los medios de comunicación.

Como los dioses castigan a los hombres concediéndoles sus deseos, resulta que el Enemigo

La nueva franja norteamericana de energía (adiós, saudíes, adiós). Canadá.

La nueva franja norteamericana de energía (Adiós, saudíes, adiós). Canadá.

habitual, los malos de nómina, siguen el consejo de tantos graffiti Americans go home y se van a su casa. Estados Unidos, y Canadá, tienen las grandes reservas y la técnica para extraer de nuevas fuentes cuanto combustible necesitan, dan la espalda al viejo, conflictivo, siempre pedigüeño continente y estrechan lazos con las enérgicas y laboriosas naciones del Pacífico, en las que, por haber vivido la experiencia, tienen poco predicamento las veleidades utópicas gratis total. El pistoletazo de salida lo dio el Presidente Obama, a poco de ser nombrado, en su discurso en El Cairo, ignorando a la población con aspiraciones a un estado moderno laico egipcio y adulando a los islámicos. No está siendo una digna retirada, y es probable que tampoco el abandono de Europa, en ambos sentidos, sea una medida inteligente que impulse la afirmación de naciones más libres y prósperas en un mundo mejor, pero al menos hará patente e insoslayable la conciencia del precio de cuanto se posee y la necesidad de esforzarse y de pagar por vivir cómo se vive, con la grave consecuencia de dejar en el paro a las capas parásitas de las utopías vicarias.

Mientras tal cosa ocurre, proliferan los temas de sujeto neutro, indefinido, de irresponsabilidad difusa, que generan redes de intereses y permiten crear fuentes de beneficios sin méritos probados y sin pérdidas patrimoniales. Dado que el futuro, como el papel, lo aguanta todo, los sujetos individuales, responsables por lo tanto de sus actos, han desaparecido de escena. Los aquiles han menguado de talla a velocidad pasmosa y no aspiran a mayor gloria que al puñado de minutos televisivos. Ya no hay héroes, ni aspirantes a serlo, que para bien o para mal al menos se arriesguen en empresas y deban rendir cuentas en el presente confrontados al principio de realidad. Se ha creado un mundo de abstracciones sin culpables, un horizonte planetario anónimo que se constituye en nueva religión, la más reciente de las temibles religiones laicas, con sus dogmas, ritos y, sobre todo, oneroso clero. Los dioses antiguos están sin duda encantados ante la segunda oportunidad que, tras milenios de olvido, se les ofrece. Gea, Urano, Odín, Cibeles, Cernunnos, Isis, Zeus, Ra, la Pachamama y demás personificaciones de elementos naturales y leyes físicas disfrutan de la nueva juventud que les brindan los adoradores de la Madre Tierra, los cruzados de la salvación del Planeta, los convencidos del solícito amor con el que la Naturaleza los distingue, sin reparar en que la amorosa madre se rige por la selección natural y la supervivencia de la especie, no la del individuo y menos aún la del débil, el de avanzada edad (más de 35 años) o el enfermo. Toda irracionalidad y todo dispendio y abuso tienen barra libre en el culto futurible al uso, en nombre de dogmas tan indiscutibles como de imposible comprobación. Brilla de nuevo, en el horizonte de los partidarios del mínimo esfuerzo mental el sol de la autocensura. Imposible rebatir y ni siquiera cuestionar las predicciones, catastrofistas todas, de diversas y merecidas desdichas de las que será víctima la especie humana, culpable por el hecho de existir y, mientras alienta, en estado de pecado original e imperativa necesidad de arrepentimiento público, disculpa y expiación. Cuando el comisariado bienpensante veía con inquietud disminuir el terreno propicio para sus fieles, peligrar los chantajes duales y con ello los diezmos y primicias de su clero gloriosamente laico, aparece la gran empresa de la salvación planetaria, con filones inextinguibles

¿Y si el hierro de Australia se cansa de ir a China?. Minas de Windawarri, Australia West.

¿Y si el hierro de Australia se cansa de ir a China?. Minas de Windawarri, Australia West.

de víctimas que reivindicar desde la aurora de los tiempos. Todo un respiro.

Y sin embargo la cartografía de la indefensión y de las transiciones es precisamente la que permite avanzar hacia muy diferentes panoramas, la que, por contraste con el Lado Oscuro, delimita el perfil de territorios de claridad y, una vez abandonadas las cadenas duales, se abre a opciones,  hechos, individuos. Queda atrás, como un traje viejo, la cárcel lingüística, el lenguaje interesada o estúpidamente pervertido. Cada día es distinto, y la tarea, al principio trabajosa y desacostumbrada de juzgar por los hechos y actuar según el juicio propio, adquiere el atractivo de quien explora países a la vez familiares y desconocidos. Una limpieza a fondo de populismo permite descubrir las posibilidades personales, el rescate de la herencia cultural y el esfuerzo del saber aporta la inconfundible sensación de alimento no perecedero, el denigrado cariño por la tierra propia pasa a ser puerta hacia la percepción y aprecio de las ajenas, que crecen a su vez  y toman altura cuando, necesariamente, hay que rendirse a la belleza que acompaña a la crueldad del mundo. Y se vuelve a la vieja pregunta fundamental ¿Vale más vivir que morir? ¿Vale más el ser que la nada? cuya respuesta es siempre solitaria.

Ayer y ahora. Uzbekistán.

Ayer y ahora. Uzbekistán.

Tras las opciones hay puertas, con frecuencia muy materiales. La del abandono, que probablemente no será largo ni será tal, de un Washington volcado hacia el oeste podría atraer la atención del Viejo Mundo hacia una zona de posibilidades: la Eurasia más allá del mar Caspio. La nueva Ruta de la Seda revive su vocación comercial, se sabe crucial por el uranio, el oro y muy especialmente por las arterias de gas y de petróleo con proyectos cada vez de mayor importancia. Europa tiene ahí su Pacífico, su oportunidad y su salida, en países como Uzbekistán, con una gran ambición de modernidad, con vitalidad y dinamismo. Estos territorios situados en el centro del círculo antigua Unión Soviética-China y al sur de fundamentalismos islámicos de confesiones diversas, no desean integrarse en las áreas de sus vecinos, pese a los requiebros de Arabia Saudí y el peso de la China y la Rusia inmensas.[1] Su  historia, enterrada en la arena, habla de épocas más amplias, de un fluir paralizado y anegado en sangre, como en Merv (Mary), en 1221, por Tolui, el hijo de Gengis Khan, que la arrasó y exterminó con un saldo quizás de un millón de muertos y puso fin a la mítica Ruta. El pasillo de Asia central se reabre, los uzbecos miran hacia Occidente, en Tashkent se perciben la energía y el cambio. Una calle en Samarcanda recuerda a Ruy González de Clavijo, enviado por Enrique III de Castilla en 1404 como embajador en la corte del emperador mongol Tamerlán, que es Timur Lang, es decir, Timur el Cojo. El oasis de Fergana, en las puertas de China, es una moderna ciudad de tipo soviético y buen nivel. Las dictaduras de Turkmenistán puede que sigan el ejemplo –es decir, que desaparezcan- de uno de sus jefes supremos, amante de las estatuas de oro que se hacía erigir en la capital, Ashgabad, y que los congresos que le deseaban miles de años de Presidencia no impidieron que falleciera súbitamente de un infarto. Es muy probable que, esquivando el poco atractivo ejemplo iraní –por no hablar del de Afganistán y Pakistán-, estos países busquen alianzas semejantes a las aspiraciones de Turquía al ingreso en la Comunidad de países mediterráneos.

Bulgaria: Los Balkanes, la valiente Europa de Eurasia.

Bulgaria: Los Balkanes, la valiente Europa de Eurasia.

La Europa de Europa hoy por hoy es Eurasia, sus perspectivas de alianzas, comercio y progreso se encuentran también en Extremo Oriente, en sociedades vacunadas contra el comunismo por vecindades y por experiencias terribles, que han sabido alzarse hasta la modernidad en pocas décadas, en las que la sociedad civil hierve de iniciativas y deseos de instruirse y ha rechazado sabiamente el victimismo y el complejo respecto a Estados Unidos. Vietnam, Singapur, Malasia en buena medida, lo que podrá ser en breve Myanmar, la Birmania de otrora, Japón cada vez más alejado de un culto de tipo fascista al honor que parecía genético, Corea del Sur, Taiwán limpia como los chorros del oro, amable, vital, educada, sonriente y segura, y los que se van sumando configuran el amigo asiático por méritos propios. Los temidos amarillos no son un peligro sino una esperanza y una ventana al futuro para la Europa desorientada, regresiva, aldeana, temerosa.

Oriente quiere a Occidente (Omán).

Oriente quiere a Occidente (En Omán).

Los países musulmanes, encerrados en el problema del único juguete de una cultura y religión fallidas por la impotencia para separarse del Estado, lo resolverán o no, pero Europa tiene que dar el sorpasso, sobre ellos y comunicarse y establecer lazos con los que, en un mundo en todos los lugares asequible por los transportes, han optado por vivir vidas civilizadas, dichosas, prósperas. Sociedades punteras en informática pero sabiamente tradicionales en los usos que valía la pena preservar, donde hombres y mujeres salen, entran, van juntos, en las que los templos están abiertos a cualquiera y las aulas no dan abasto con el afán de aprender, poblaciones con arte y técnica, parejas enlazadas, niños, tradiciones amorosamente conservadas, con su color, bullicio y al tiempo su tolerancia y paz, para disfrute de propios y extraños.

Esos millones en los que Occidente ve temible masa por la simple razón del número no son hormigas homogéneas e implacables en la sumisa dedicación al trabajo. Son gentes, como los del otro lado de Eurasia, de una de gambas pero pagándosela ellos, de mercadillos con rica comida

La vitalidad laboriosa de Asia.

La vitalidad laboriosa de Asia.

fresca, de competiciones de fuegos artificiales, bailes y música, de ir de tiendas, de pedir favores en los templos a sus santos patronos, vestirse a la última y aprovechar hasta el último minuto de sus ocios. Ellos han tenido de todo en cuestión de vicisitudes en los siglos XX y XXI, saben de la virtud de la modestia, la observación, la tenacidad, y se desviven por alcanzar altos niveles educativos, sufrieron agresiones, manifestaciones y muertos, conocen los precios de la libertad, del respeto y la fragilidad de los sistemas de Derecho y la democracia, sus vecinos próximos son dictaduras tan enemigas de los individuos y de la vida buena en Asia como en Europa o América. Tienen, por lo tanto, mucho que ofrecer, observar, compartir, intercambiar y disfrutar en el mejor sentido de las globalizaciones.

La mercancía que Europa tiene para ofrecer, su oro, su uranio, su petróleo y su seda es su modo de vida, algo que parece banal, imperceptible por lo cotidiano, pero muy real, hasta el punto de que permea el planeta y se ha extendido por una aceptación que no es la del caballo ni la espada, amalgamándose cada vez con formas lejanas y diversas pero en todas reconocible, en especial cuando falta. Y responde al simple deseo de libertad, de saber, de pensar y de disfrutar de la

Tan lejos tan cerca. Auckland, Nueva Zelanda.

Tan lejos tan cerca. Auckland, Nueva Zelanda.

existencia.

 

 

 

 

[1] Nombres Árabes. Mercedes ROSÚA. Editorial Alegoría. Sevilla 2012.

04/24/16

31 c. Transición: final de trayecto (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

 

 

Transición: final de trayecto

Paul Delvaux y la especial soledad de las estaciones.

Paul Delvaux y la especial soledad de las estaciones.

Adiós, Transición, adiós. Fue hermoso mientras duró quizás por el empeño en creer que lo era. Es posible que a la inocencia y afán de ese empeño se debe el paso franco ofrecido pronto a la vileza. Tuvo el atractivo de la juventud, del principio de algo que es un simple umbral, una promesa no avalada por los actos, asentada en la negación infantil de lo existente, en los ritos de afirmación de guerrilla urbana, de valientes desafíos que no habían existido. Y en España su parte más noble de solidaridad e ilusiones fue rápidamente secuestrada por los que pretendían, y lograron, hacer de ella su durable y provechosa parcela. Enseguida todo lo fue cubriendo, como el merengue en una tarta, el radical y vertiginoso cambio técnico de las últimas décadas del siglo pasado, el buen vivir, semejante a los felices veinte, la prosperidad que se creía lineal y segura y, pronto, la mutación de la Era de las Comunicaciones, el aparente poder del saber instantáneo y las grietas, inesperadas, sorprendentes y sin embargo previsibles en algo en lo que se vivía con blandura y con la seguridad de lo permanentemente adquirido, y que, por lo tanto, se denigraba y que se llamaba civilización.

El universo desconcertante.

El universo desconcertante.

Las utopías piden un rescate, son, finalmente, un mosaico de ideales, de pequeñas empresas, de intentos tan ajenos a la conveniencia personal como el estudio de las galaxias del universo. En la Tierra y en lo que a sus habitantes humanos concierne, no se trata de su final, sino del final de las utopías gratis total y de las exhibidas como requisito para ponerse en nómina. Retos y disyuntivas son nuevos. No habrá diplomas de pertenencia al club dual adecuado, ni se ofrecerán lotes de placa solar, pancarta antiimperialista y bicicleta de última generación. El panorama es a la vez sencillo y complejo: Transportes y difusión informativa han puesto al alcance de quien lo desee la vivencia de cualquier etapa y cualquier variante de la evolución de la especie. Un anhelo tribal puede realizarse con la simple incorporación a cuantos aún viven de tal manera, pero para ser consecuentes esto incluye, llegado el caso, el recurso al brujo de la tribu en vez de al odontólogo. Por primera vez en el planeta se ofrecen simultáneamente la edad de piedra, los cazadores y recolectores y Silicon Valley. Con un pie en el paro y otro en las visitas virtuales por el cosmos, la orientación ideológica, e incluso física, no son fáciles ante tal oferta. Sobre todo cuando las referencias básicas se han reducido a la

Australia West. Del comienzo del tiempo.

Australia West. Del comienzo del tiempo.

conveniencia del rechazo a lo conocido, lo tradicional, lo perteneciente al confuso y denigrado vocablo Civilización.

El panorama se clarifica no poco cuando se pasa por el cedazo del interés y se ve en qué quedan proclamas, manifestaciones y gestos cuando desaparece el beneficio al que venían siendo asociados, una rentabilidad no siempre económica y sí un mucho social. Han amarilleado y muestran fecha de caducidad los carnets imaginarios, ya no permiten la entrada a los clubes que solían. Para beneficio de los que, al menos, a partir de ahora crearán sus propias filiaciones teniendo como referencia el principio de realidad. Esa desaparición abre las puertas a una percepción más amplia y a unos actos sopesados según el riesgo, energía y tesón invertidos en ellos.

 

04/24/16

30 c. Tiempo de Precios (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

 

Tiempo de precios

 

El dinero de los muertos (Taiwán).

El dinero de los muertos (Taiwán).

Por supuesto que las utopías valen la pena, pero no las pagadas con la piel de otros. Las actuales piden implicación personal mucho más que llanto y mito y su ejercicio incluye un incómodo peaje en el recorte de parcelas de comodidad y no poca modestia en la aceptación de las mejoras obra de otros, sean quienes fueren, y la constatación de que lo mejor es enemigo de lo bueno. La costumbre de pagar, o al menos reconocer, el precio de cuanto bien se desea o se disfruta está tan oculta por ofertas electoreras de felicidad todo a cien, por el interesado dogma de la gratuidad extendido por las clientelas utópicas y por la doctrina, incrustada en la opinión, de la eterna deuda injusta que el rescate del principio de realidad no es tarea fácil. Se ha extendido el consumo de una peligrosa droga: La irresponsabilidad personal a todos los niveles, desde el niño-rey al criminal siempre producto de frustraciones sociales pasando por los visires autonómicos con exigencias de califa. En planos más globales, de repente Europa se encuentra conque el amigo americano no va a pagar más sus facturas sino que se vuelca hacia la activa y emprendedora cuenca del Pacífico. Gran desconcierto y apresurado reciclaje de las pancartas Americans, go home en Americans, come home, please.

Please, come back (Washington)-

Please, come back (Washington)-

Hay una búsqueda desesperada de enemigos. La retirada de escena del Poderoso Número Uno deja un vacío vertiginoso en la iglesia política mental de buena parte de Occidente. Los que carecían de poder, de influencia, de éxito tenían hasta ahora, por contraste, el certificado de garantía de su inocencia y su bondad. Esto ya no es válido. Hay pendiente una enorme tarea de desescombro, de disociación de los términos social y público del de parásito y explotador de la sufrida y pagana clase media. Cumple aprender a pensar y a orientarse en un terreno desconocido carente de señalización ideológica y de consignas. En la Antigüedad y en la Edad Media, incluso en el Antiguo Régimen, todo era más fácil, la dependencia, saqueos, recompensas, castigos y servidumbres se enmarcaban en el nítido reino de la fuerza, del jefe, responsable del bien y del mal, de vidas y haciendas. No cabían asociaciones reivindicativas del mérito de la diferencia, ni del especial orgullo de los arqueros zurdos, tampoco los domadores de pulgas podían reclamar compensaciones a su secular postergación social respecto a los cetreros, ni menudeaban las comisiones para la sustitución del Latín por el caló como lengua de la diplomacia sin fronteras. Pero llega la democracia a enturbiarlo todo, a distribuir a cada ciudadano un fardo de albedrío e implicación en normas, leyes y tipo de gobierno del que éste procura desembarazarse por diversos medios, de los que el más común es buscar al grande, ancestral, a ser posible lejano, colectivo e incluso abstracto enemigo.

La indómoda grandeza existe (Michelangelo: David).

La incómoda excelencia existe (Michelangelo: David).

El colectivo suplente está en las redes, en su oferta ilimitada de solidaridad y compañía, con el mínimo esfuerzo que permite decantarse con suma facilidad por lo más vil, lo menos exigente desde el punto de vista ético e intelectual, por el placebo de acción directa que no en vano se ha hecho indispensable para los adeptos al terrorismo. En el mundo real y de las buenas intenciones

 

 

 

04/24/16

29 c. Tiempo de Ideas (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

 

Tiempo de Ideas

 

Muchas más que dos.

Ideas. Muchas más que dos.

Es tiempo de ideas versus tiempo de tribus. La red ratonil es aún voraz pero también caduca. Antes de la plaga de las clientelas de la utopía, las utopías existieron. Como indicara Leonardo, cuanto se distingue y no pertenece a la Naturaleza ha sido primero una idea en una mente, para ir materializándose luego en lo que forma, con sus luces y sus sombras, cultura y civilización. Todo fue creación en alguien, en algún momento, proyección de voluntad y deseo, antes de germinar, prosperar e ir cambiando lo que conforma el medio vital y teje ciencia, técnica, arte, filosofía e historia. El Renacimiento, el Humanismo, la Ilustración, los Estados de Derecho, los valores universales y los derechos humanos han impulsado cada vez, con millares de palabras, intentos, instituciones, leyes y empresas henchidas de ilusión sociedades mejores cuyos logros sobrenadan a los naufragios, las aberraciones y los monstruos creados en el camino. La conciencia de esa universalidad de valores cara al Siglo de las Luces es extraordinariamente importante, pero de nada sirve sin su verbalización, sin que se encapsule en las palabras adecuadas y sea expresada por cualquiera en cualquier ocasión que lo requiera, aunque no existan medios materiales de cambiar las situaciones y se transija, acuerde y pacte según el peso económico y diplomático. Esto no impide que se eluda la denuncia y la defensa de lo que debe ser defendido. Muy por encima de un supuesto respeto a la pluralidad de religiones y costumbres que no es sino oportunismo, ignorancia y tibieza se alza la universalidad de los derechos, la responsabilidad en los actos, la insobornable realidad. Cada expresión, pública y privada, de desacuerdo, cada análisis y juicio claro desprovisto de consignas son un medio de socavar situaciones que, lejos de ser eternas e

Adivina lo que estoy pensando. (Niño esquimal. Ártico).

Adivina lo que estoy pensando. (Niño esquimal. Ártico).

inalterables, son vulnerables en extremo a la imagen externa, el común sentido y la fluidez global de datos. El dos y dos son cuatro y no cinco de Orwell sigue teniendo toda su vigencia.

La idea de espacios de igualdad de Derecho fue invadida por la ola parásita de clientelas a cargo del contribuyente, las cuales, mientras se nutrían del huésped, seguían el mandato de multiplicaos y poblad la tierra mientras en ella quede algo que roer. Sin embargo se está invirtiendo el desdichado proceso que, en dinámica inversa a la de Las Luces, ha llevado de la persona a la tribu. Y es tiempo de recobrar el camino anterior y opuesto, el de la tribu a la persona, ese indispensable espacio de la nación como sede de ciudadanos y de ciudadanía, de gentes libres e iguales con derechos en nada condicionados a rasgos localistas, lingüísticos, raciales o históricos, un perímetro de seguridad legal desinfectado de superioridades míticas, amante de lo propio y precisamente por ello abierto a la apreciación de lo ajeno, día a día más propio también en una sucesión de círculos perceptivos que cada vez se extienden a mayores distancias.

Una vez desinfectado el panorama del chantaje Izquierdas/Derechas quedan otras dualidades, no

Niños del desierto. Egipto.

Niños del desierto cercano a Libia. Egipto.

por subrepticias y en apariencia inocuas menos peligrosas. Son las hermanas menores, las damas de honor del grande y engañoso atajo hacia supuestas verdades superiores y globales que liberan de la enfadosa tarea de pensar, de asumir las propias responsabilidades y de reconocer que el mundo ni es justo ni gratuito ni fuente de felicidad por decreto ley y que cada día representa un esfuerzo de lucidez y de solidaridad procurar que, en parte, lo sea. El Gran Enemigo puede adoptar tantos nombres como la legión satánica, véase Sistema, Estado, Capital, Conjura de Poderosos u Organizaciones Mundiales. El sujeto puede variar pero la dinámica es siempre la misma: Situar a un lado al diabólico dueño del poder y al otro al pueblo caracterizado por su inocencia y por el daño que el reino infernal le ocasiona. Poco importa, sorprendentemente, que se viva, con todas sus imperfecciones y fallos, en Estados de Derecho y sistemas democráticos con políticos y partidos electos. Entre otras dualidades que el Gran Enemigo cobija bajo sus alas se encuentra el mito del buen vasallo, tópico literario castellano en tiempos con base real apoyada en la noble figura del Mío Çid, pero luego amplia, oportunista y anacrónicamente asumido. Ocurre que los vasallos ni son desde hace largo tiempo vasallos ni son homogéneos ni son buenos por definición. Como todos los colectivos, éste también es una trampa, semejante al empleo del “Todos somos….Todos hacemos…Todos queremos….” cuando se hace participar a otro de rasgos y comportamientos que no tiene. Lo que se reprocha al sistema educativo, a los nacionalismos tribales, al sindicalismo de nómina estatal es lo que se ha apoyado, subvencionado, contemplado con indiferencia, admitido con la vaga permisividad de la cobardía y el pensamiento mínimo. Cuanto ocurre no es ineluctable resultado de alguna catástrofe meteorológica; llega arropado por el lenguaje impropio y tibio, por la dejación en el cumplimiento de las leyes, por el cansino

La patria del horizonte (Gredos)

Entre dos sombras (Gredos)

asentimiento con tal de garantizarse la aceptación social y recibir los restos de la tarta dejados en el mantel.

04/24/16

28 c. Rescate (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

 

Rescate

 El edificio dual tiene como preludio la Revolución Francesa, pero empieza probablemente con la difusión de los conceptos de Lucha de Clases y Sentido de la Historia. Entrados en esta dinámica, aparentemente dialéctica pero en realidad bipolar, los ideales de igualdad ciudadana se difuminan; persona, análisis concretos, civilización como resultado acumulativo de logros que generan un mejor vivir pasan a muy segundo plano, son cubiertos por el manto homogéneo de la necesaria pertenencia a uno de dos bloques antagónicos. Ambos son simples entes de razón, construcciones mentales, no realidades indiscutibles. Las” Clases” carecen de existencia excepto como término concreto aplicado a sectores en un marco y momento definidos. No hay “Historia” con un proyecto, movimiento y leyes propias en el que estarían fatalmente insertos todos los individuos como las gotas en un torrente. Sin embargo la trama verbal dual ha descendido como una red sobre lengua y cultura, encerrado en sus mallas comunicación y pensamiento. Y de ello vive quien no podría vivir, ni prosperar, de otra cosa, a partir de un fenómeno nuevo: La construcción de los Estados de Bienestar, en sí un enorme logro pero que ha producido la ruinosa y peligrosa excrecencia de las utopías subvencionadas, grupos que se vuelven pronto de presión, adquieren gran fuerza como palanca electoral y exigen del Estado vivir en un régimen de manutención completa porque representan ideales por los que sus miembros nada arriesgan. Y ello en una época en la que se vive pendiente de aparatos que, de apagarse súbitamente, sumirían en la mayor indefensión y desconcierto a aquéllos mismos que reivindican la vuelta a las condiciones naturales que procuraban a nuestros antepasados una esperanza de vida de treinta años y un cuerpo en el que cualquier deterioro físico era irreversible. El petróleo de esta maquinaria de poder tribal es la canalización y explotación de la envidia, la más antigua, y estéril, de las pasiones criminales. Con ese estiércol se abonan, con una mano, vastos campos de victimismo mientras que se extiende la otra para recibir del Estado los fondos necesarios para continuar la tarea y ser elegido como gestor del acceso al indiscriminado reparto y al Reino de la Completa Gratuidad.

Los siglos XX y XXI, inundados de mensajes, técnica y millones de millones de población, están muy lejos de un uso primero de las dualidades, que, fuera del mundo de la acción, probablemente obedeció en su raíz a la necesidad de entender el universo, de dar un sentido a lo que en sí no tiene sino el que se quiere creer o se le presta. El final de la idea del sentido de la Historia, de la eterna Lucha de Clases, ha sido reciclado, con mayor o menor fortuna, según países y conveniencias. Hay casos en que, lejos de vitalizar el sentimiento e ideal de Civilización como memoria acumulativa de progresos de la especie humana, de alejamiento de la irracionalidad y aprecio de la cultura, el oportunismo ha ganado, momentáneamente, la partida y ha seguido imponiendo, incluso con mayor empeño, dualidades ficticias de Mal y Bien como únicas formas de interpretar la realidad. Izquierdas y Derechas es probablemente el caso más representativo en la edad contemporánea. Y España un ejemplo de manual. Pero sólo aún, apenas, todavía. El desprecio terapéutico de las tripulaciones de ratas del barco político ha comenzado a actuar. Hay una Resistencia simplemente armada de desdén y lejanía. Las dualidades preceptivas, y su manejo, están desapareciendo, se dispersan, con las invocaciones e intereses de sus fieles, en el nuevo aire exterior, perecen de pura vejez y están destinadas, como los viejos dioses, a

La civilización existe: Li Po, poeta clásico chino (Taiwán)

La civilización existe: Li Po, poeta clásico chino (Taiwán)

difuminarse en el olvido, la anonimia y la indiferencia.

Y aquí se alza la gran cuestión: ¿Pueden defenderse causas nobles, luchar por la igualdad de derechos y contra la injusticia, proteger a los más débiles, salvar el muy necesario servicio público –y en él se incluyen sanidad y educación- y desfacer entuertos sin los viejos andadores duales? El comodín bipolar ofrecía el confort de la ropa muy usada, los zapatos amoldados al pie, la etiqueta fija, el precocinado listo en minutos. ¿Puede, sin estos maîtres à penser, sin estos dueños de la batuta de la orquesta social, haber oposición, movimientos de protesta, denuncias, sindicatos, alternativas, cambios? Sí, porque los ha habido y siguen siendo necesarios. Hubo individuos de valor y con decencia, que obraron con mayor o menor fortuna, cometieron errores pero invirtieron esfuerzo, corrieron riesgos y quemaron tiempo en la empresa. Su enemigo es justamente quienes usurparon sus nombres en beneficio propio, hicieron de la

La civilización existe: Estatua romana y rosa.

La civilización existe: Estatua romana y rosa.

contestación y reivindicación un empleo fijo y se empeñan en mantener, con amenazas, la cárcel de los dos tipos de etiquetados.

La receta para la liberación y contra la impostura es de preparación fácil, Basta con añadir al instantáneo rechazo de quien se justifica (o descalifica al contrario) con los anatemas-icono antes citados un rechazo no menos automático de cuanto se ofrece sin precio y de aquéllos que prometen gratuidades inmerecidas, véanse diplomas, cargos, bienes, servicios y la seguridad, alojamiento y manutención garantizadas, de la cuna a la lápida, por el simple hecho de existir. Es importante tener en cuenta, en la preparación de la receta, la expulsión vomitiva y vomitable de todo tipo de transposición de la responsabilidad individual a aglomeraciones de sujetos gregarios. Tras esta saludable tarea de filtrado quedarán personas y hechos desprovistos de cortezas y ataduras y capaces de planear y construir parcelas de futuro.

No tardarán en encontrar, tras el vértigo del aparente vacío inicial, el aliciente inconfundible de la libertad y de esa superación de las ficciones que es el mundo real, cada vez más conectado, más cercano y, al tiempo, más asombroso en la variedad de sus formas, un mundo, un universo

La terrible belleza del mundo: Groenlandia. Doble luna.

La terrible belleza del mundo: Groenlandia. Doble luna.

ciertamente crueles, pero cuya belleza supera toda ponderación.

 

 

04/24/16

27 c. En busca del individuo perdido (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

En busca del individuo perdido

Cruzadas por todas partes (Nagorno Karabah-Armenia)

Cruzadas por todas partes (Nagorno Karabah).

 La irracionalidad confortable está bien provista de armas no por toscas menos eficaces. Con profusión, por su carácter de bandera gregaria ajena al análisis concreto se airean regularmente los banderines de enganche de palabras-icono del tipo de paz, guerra, aborto, género (en el sentido sexual). Su finalidad, ajena por completo al examen específico de problemáticas y  a la toma beneficiosa y correcta de decisiones, no tiene más fin que precipitar en el líquido social elementos que se precisa, para manejarlos, que sean contrarios, antagónicos y empapados de la adrenalina adecuada a la exhibición de apoyo. Su completa imprecisión e inoperancia en el enunciado generalista como tal los hace perfectos para la fabricación y manejo de bloques de fieles. Los argumentos que se pretende acompañen a la exhibición de los iconos son de una completa inanidad reflexiva, pertenecen al terreno de la consigna al estilo del ¡Dios lo quiere! de las Cruzadas, del gurú y el salvador pacifista de turno o de las féminas que se consideran perpetuamente agraviadas, y merecedoras de compensaciones infinitas, por el hecho de serlo. A las que se suma la plétora de los que dicen sentirse orgullosos por su pertenencia, sin mérito alguno pero como si esto lo tuviera, al grupo, homo, bisexual, a los que pesan de cien kilos en adelante o a los vegetarianos vocacionales. La religión planetaria New Age suma sus banderines en tonos de verde a los de variadas combinaciones del arco iris y ya defiende las sensibilidades, y pronto los derechos, de las plantas, acogidas a los indiscutibles dogmas sobre el cambio climático y las encíclicas sobre el calentamiento global. Todo coincide en una negación del individuo y de sus actos y responsabilidades concretos. Los argumentos del batallón de la irracionalidad son de una puerilidad gregaria conmovedora y se recitan con la convicción del catecismo de aldea y el anticlericalismo de salón: Unos han hecho cuentas y calculado que, de no existir jamás aborto alguno, el problema de la baja demografía europea se resolvería en horas veinticuatro. Otros acuden en peregrinación periódica, flor en mano, ante las bases norteamericanas, o se ponen alegremente al servicio de la nueva inquisición destinada a borrar las diferencias de género y organizar quemas de belenes y símbolos navideños al estilo de Fahrenheit 451.

Al pan pan y al vino vino.

Al pan pan y al vino vino.

Los banderines de enganche que sirven simplemente para excitar y congregar a las huestes, blindar la dicotomía Izquierdas/Derechas y castrar la libertad y juicio personales tienen poco que ver con las banderas de nuestros padres. Responden más bien a la técnica televisiva del verdadero/falso, excitación/audiencia, al reino de la comida perceptiva rápida y el pensamiento débil. Sería conmovedor, de no resultar trágico, ver a supuestos defensores de la vida a toda costa condenar sin pestañear, a muerte, a la cárcel o a la desdicha a las mujeres que se quedan embarazadas sin desearlo. El no al aborto se utiliza políticamente, con los mayores oportunismo y desvergüenza, como inyección de adrenalina sectaria, de forma que caigan en una trampa de irracionalidad y el fanatismo personas de buena voluntad que sin embargo no dudan en sacar niños en manifestaciones de clara intencionalidad política y cuya actitud produce el efecto contrario, puesto que favorece a los partidarios prácticamente del infanticidio, de la banalización del consumo de anticonceptivos,  e impide el establecimiento de una normativa legal de consenso que es la única posible, ajena a la privada opción religiosa. La servidumbre del determinismo biológico, atento sólo a la reproducción de la especie, se enfrenta en este caso a la humanidad, peculiaridad y albedrío de los individuos, que no son úteros dotados de extremidades sino mujeres, y el conflicto entre la libertad de éstas a disponer, no ya sólo de su cuerpo sino de su vida toda, y la protección del nasciturus no tiene solución ideal posible excepto que la especie sufra una mutación hacia la gallina ponedora. Ni existe para el tema del aborto más salida que leyes, plazos, reflexión y consenso ni fue jamás más evidente el lema de que lo mejor es enemigo de lo bueno.

Pobres chicas malas. Fresco, Bulgaria.

Pobres chicas malas. Fresco, Bulgaria.

El bloque irracional, que se transforma en depredador y enemigo cuando se dan las circunstancias favorables; se alimenta del silencio del público y de la ausencia de individuos, que pasan a transformarse en piezas de un conjunto idealizado y justificado por referencias globales externas. Enfrentada la gente libre a tal coyuntura, los primeros auxilios se rigen por una regla de base: No subestimar al enemigo, al parásito que ha engordado, prosperado y se ha multiplicado a base del armamento dual y ha logrado implantar a lo largo y a lo ancho de la población un decálogo preciso en lo que a percepción de la realidad y formas de conducta se refiere. El microcosmos español es un buen ejemplo de creación de clones de la práctica totalidad de los organismos que financia el presupuesto nacional. Los clones, que no sus originales, están desprovistos de cualquier finalidad que no sea nutrirse del erario público y han sido creados específicamente para justificar gastos y distribuir prebendas. Programas e idearios no son sino simples aditamentos.

A efectos de captación de votos, voluntades y de recursos productivos, es y ha sido indispensable la utilización con destreza de las dos cadenas imaginarias de opresiones: vertical y horizontal, social e histórica, de manera que nadie escape, consciente o inconscientemente, al sentimiento de ser un eslabón de ambas y, por lo tanto, se sienta ajeno a la responsabilidad de su vida. La mercancía es de fácil venta: los agentes del mal son siempre externos y los actos inocentes y blindados por el aura de la reivindicación. Nunca se hará bastante hincapié en la tentadora facilidad de la explicación del mundo que esto ofrece. La iconografía dual da forma y presta metodología a la impostura no por burda menos halagadora y eficaz. Según su credo, no habría individuos ni decisiones propias, riesgos que se asuman, obras que se ejecuten. No existiría el puro y simple juicio inmediato de lo que percibe la vista y el razonamiento elemental y el sentido común imponen. Semejante proceso es percibido como culpable y carece de hueco en el cerebro compartimentado por el pensamiento dual. Las explicaciones historicistas y de clase sustituyen por entero a la realidad cambiante de las personas y de sus existencias, anulan los principios morales, los universales y las jerarquías de excelencia y de degradación. No se estudia ni adquieren conocimientos ni se crea ciencia, labor bien hecha ni arte. Por el contrario, se escuchan y se repiten las consignas gregarias que clasifican forzosamente en dos grupos, garantizan la homogeneidad mediocre y otorgan votos, empleos absolutamente improductivos y sueldos vitalicios a quienes se erigen en administradores de la inagotable cantera del agravio.

Pasamos de los filosóficos, clásicos, imperecederos (y muy socorridos) principios bipolares Luz/Tinieblas, Dios/Satán/ Orden/Caos, Vida/Muerte al simple A versus B que impone, en función del auge de los medios de comunicación, su ley. Se trata de iconos útiles, significantes vaciados de su original significado histórico y sociológico que sirven para configurar, previos reiteración verbal y etiquetado, la aceptación o el rechazo, la prosperidad, la medianía o la satanización pura y simple. Los elementos pueden intercambiarse, pero la dinámica y el modo de empleo son los mismos y la finalidad idéntica en cuanto a lo que a las enormes dimensiones del fenómeno parásito se refiere. Esta labor procura frutos nada despreciables que consisten en extraer de los sectores y elementos productivos bienes y privilegios sólo justificables por el antagonismo interesado y la teórica defensa, no de individuos y sus libertades y derechos, sino de grupos afectados por un mal que hunde sus raíces en el espacio y en el tiempo y que, por ello, les hace embarcarse en una lucha prácticamente infinita que garantiza la infinita y privilegiada subsistencia de los rabadanes del rebaño.

Aunque por inercia mental y analogía es explicable el instintivo impulso de transponer al proceso intelectual el de la acción, con su Sí y No como opciones únicas, hay un salto inmenso en la imposición generalizada e intemporal de un Buenos y Malos tan inmutable como las leyes físicas. Ya no se trata de enjuiciar actos y personas según coyunturas políticas y religiosas, de implicarse y arriesgarse en empresas y decisiones que pueden ser benéficas o nefastas, acertadas o torpes, pero que en cualquier caso responden de sí y son una canalla o generosa inversión vital. En el siglo XX adviene un fenómeno nuevo: En torno a las grandes y nobles causas se arraciman los que van a vivir, estable y durablemente, del uso de sus invocaciones y se hacen con poder para imponerse como élite al resto. Se pasa a la gran ingeniería de masas, a la autocensura de una eficacia tanto mayor cuanto más profundo es el convencimiento de que se gozan de grandes libertades de información y de juicio.

El reverso de este proceso es exactamente el inverso del que los términos sugieren, la antítesis de solidaridad, derechos, igualdad y libertades. Al actuar de una forma zoológica, agrupando a los humanos en categorías que se dirían inmutables y pertenecientes a especies distintas, un miembro de los Pobres, el Pueblo o el Proletariado no puede aspirar a mejorar y a ser rico, y ello por razones semejantes a las que hacen descartar que un buey se plantee estudiar para caballo de carreras. El Rico lo es por perversos determinantes de la genética, el colegial se guardará muy bien de aprender a leer antes que su vecino y el ambicioso, inteligente y culto disimulará su vergonzosa propensión a distinguirse y elevarse. El parasitismo que vende utopías y cobra, generalmente del Estado, el monopolio de su uso se apodera de la sustancia de realidades positivas, véase democracia, derecho, equidad, educación pública, protección legal, y las capitaliza pero transformándolas en sus opuestos, en la impunidad de los que se blindan con rasgos diferenciales, en la ignorancia compulsiva impartida en aulas donde el tiempo lectivo sirve para que cobre y medre el enjambre de zánganos, en la inmensa indefensión del que carece de recursos, dinero, influencias y de discurso incluso, porque oponerse a la dualidad moral y verbal dominante le situaría de inmediato en el ostracismo y le produciría un incómodo sentimiento de confusión y de orfandad de referentes. Una larga cola de acreedores espera a diario para pasar factura por las ancestrales y menos ancestrales deudas, por la marginación, carencia, diferencia, deficiencia exhibidas como hazañas propias y defendidas por el capataz que cosecha la parcela correspondiente. Esa misma cola bloquea el paso a los individuos que real y justamente sí necesitan y merecen ayuda, atención y apoyo.

El chantaje es inseparable de la eliminación de la propiedad de las palabras, de la difuminación y maquillaje de causas y actos: Nadie y nada es sino según situación, clasificación motivación y explicación previa. De hecho, el terrorismo ocupa el lugar extremo en el arco de disociación entre los actos en sí mismos y la pura constatación de éstos y el calificativo que merecen. El crimen dejaría de serlo según el motivo que para cometerlo se alegue. Basta con mencionar la palabra guerra, con atenerse a términos militares, para que los muertos no hayan sido asesinados, los trenes hechos explotar correspondan a logística y represalias y el ametrallamiento de seres indefensos y la masacre por bombas en supermercados al paisaje después de la batalla. Esta guerra de un solo bando armado, en un país democrático en el que cualquier grupo podía formar su partido y presentarse en las urnas, ha sido la tónica en España durante décadas, y ha impuesto en buena parte de la opinión extranjera y en no poco de la autóctona su falsa lógica bélica. El terrorismo es en estos casos el máximo exponente del bloque parásito. Reúne sus rasgos pero va más allá: Vive sustancialmente del mito, la muerte y el miedo que crea y actúa, de manera no explícita pero sí necesaria y fáctica, como agente colateral de las tribus que simplemente aspiran a sorber la mayor materia posible de cuanto y cuantos les rodean sin los riesgos e incomodidades del asesinato. La gratificación que ETA y afines más o menos platónicos obtienen es menos material pero más excitante y poderosa que el dinero. Sin relevancia personal alguna, el terrorista se siente elevado, entre el clan, al más alto rango, vive la ebriedad de la Causa, se erige ante sí y ante la opinión como el que ha elegido caminar por las cimas más allá del Bien y del Mal. Tiene el poder, y la libertad, de matar. En un plano más cerca de tierra, menos absoluto, la peculiaridad, el rasgo diferencial con su habitual corolario de subvencionado, especialmente favorecido, situado respecto al resto en la aristocracia, es el reducto de la irracionalidad más prolija y repetidamente razonada, al mejor estilo nazi por cierto, pues durante el III Reich, a la par que la tradicional eficiencia y lógica alemanas, se dio un sorprendente fervor por esoterismos, neopaganismos, mitologías y todo tipo de ensoñaciones que se iban convirtiendo prestamente en grandes monstruos. Probablemente quien mejor lo ha escenificado es, en España, Albert Boadella, dramaturgo y cómico genial durante su monólogo, solo en escena y todas las luces apagadas. Inspirado por la situación en su Cataluña natal, anunciaba su singularidad, repetía Yo soy singular y ustedes no y terminaba conminando al auditorio a acatar la consecuencia lógica: Paguen ustedes, paguen. Y es que el “Pagad, pagad, malditos” es el motto del club de la queja. La singularidad reivindicada nunca es la de los individuos, libres e iguales en derechos, sino exactamente su opuesto, el orwelliano de unos muchísimo más iguales que otros entre sí mismos, en el coto favorecido.

Hay una clase de nuevos ricos, de élite postmoderna, que nace muy concretamente en la Europa y países similares ultramarinos del pasado siglo y que pretende a continuación vivir de la mala conciencia de las sociedades del, aunque maltrecho, estado de bienestar y de la publicidad que les procuran los medios de comunicación, que otorgan una dimensión desmesurada a su importancia real. Las nuevas élites revolucionarias coinciden, y muy probablemente no por casualidad, con los años setenta, como una réplica del movimiento sísmico, que se saldó con millones de muertos, de la Revolución Cultural maoísta. La época fue viendo nacer y extenderse diversas guerrillas, deificadas y pasablemente asesinas, en Italia, Alemania, Perú, Argentina, España, unificadas por la franquicia ideológica de la creencia en el estado de guerra permanente contra el sistema opresor, la cual permite a cualquiera cualquier crimen contra la existencia y propiedad ajenas con buena conciencia y generosa prima de publicidad. De este maná social han bebido hasta la fecha aquéllos que, por sus propios merecimientos, carecerían de peso profesional y vital alguno.

En el proceso de creación de una especie de antimateria verbal, nacionalismo y utopía son ingredientes imprescindibles, dobletes de cuanto los términos originales abrigaron y abrigan de contenido positivo, abierto, noble. Han pasado a ser refugio de los canallas, motores de exclusión y de agresión, membrete de lucrativos negocios, apropiaciones y desfalcos, atractivo cartel de propaganda. Y sus principales víctimas son los referentes genuinos, el cálido afecto hacia el suelo propio que, cuando es de buena ley, desborda hacia el interés y aprecio por los ajenos, el nervio solidario y desinteresado de indignación ante la maldad y la injusticia, la búsqueda del ideal, el recuerdo de que los avances se han ido produciendo a partir del luminoso círculo de las buenas ideas. De cuyo brillo se apropiaron los clanes parásitos para construir el empedrado de su infierno.

El armazón que sostiene la defensa de la aristocracia diferencial tiene una gran ventaja: encierra en su misma esencia su antídoto porque está hilado con pura fantasmagoría que no resiste la primera embestida neuronal, la confrontación más leve con la realidad.

04/24/16

26 c. El mundo «árabe» y su indefensión. Yihadistas honorarios (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

El mundo “árabe” y su indefensión.

Yihadistas honorarios.

 

Un porvenir de arena. Mali.

Un porvenir de arena. Mali.

La mayor parte de los europeos ignoran que, lejos de hundir sus raíces en la noche de los tiempos, los usos medievales, primitivos, crueles y discriminatorios del área de mayoría musulmana estaban, hace medio siglo, en franco proceso de modernización y mejora, que en los países mal llamados por extensión árabes se estaba tejiendo una clase media deseosa de derechos semejantes a los de sus vecinos del norte, defensora de la separación Estado/Clero, de la igualdad educativa y el abandono de los velos. Por cada asesinado por el terrorismo islámico en suelo europeo ha habido diez, cien, mil en mercados, cementerios y lugares públicos de Oriente Medio. Y es precisamente esa gente, la más débil, la más vulnerable, la que fue vendida a la bestialidad de los fundamentalistas por un Occidente en cuyos valores esas personas creyeron, pero tales valores nada valen sin ayuda ante el imperio bruto de la fuerza. Gobiernos y empresarios prefirieron favorecer a la hez de jerarcas y a los proveedores de mano de obra. Demagogos baratos de tercermundismo todo a cien y liturgia de la cutrez se deleitan –y cobran- en el oprimido musulmán redentor. La prensa occidental no muestra a los jordanos, tunecinos, egipcios que se quieren tan pacíficos y normales como cualquiera. Reserva, por el contrario, sus primeras páginas para el asesino brutal.

No se trata de hacer tabla rasa e instaurar en horas veinticuatro sistemas justos y democráticos en países donde no los había en absoluto; no es cuestión de renunciar a las necesarias relaciones diplomáticas y comerciales, que se sitúan en planos diferentes. Pero el cambio era y es posible manteniendo estructuras, ofreciendo defensa en el lugar mismo frente a las agresiones y amenazas, salvaguardando esos derechos y libertades individuales que en toda civilización que merezca tal nombre siempre ha sido necesario imponer frente al crudo reino de la jungla y el más fuerte. Hay un vacío vergonzante, babeante en esas manifestaciones europeas feministas, pacifistas, laicistas que nunca alzaron susurro, titular ni pancarta contra lo que rozara al Islam porque era la esperanza antisistema, el gran guerrero vicario de los indignados virtuales, el Amigo Talibán frente al adversario imprescindible que, de manera creciente a falta de otros, es,

Necesidad de prohibir.

Necesidad de prohibir.

más allá de Norteamérica, Capital y Libre Mercado, la Civilización en sí.

No ya por razones morales sino por simple eficacia y elemental ejercicio del raciocinio se podía y debía describir situaciones, esgrimir el arma temible de la propiedad lingüística, negar la invisibilidad mediática a las viejas formas de tiranía, exhibir y reivindicar con natural estima los propios principios en la certidumbre de que con ellos, y pese a todos sus errores y defectos, se han construido sociedades más habitables. Era perfectamente factible evitar el silencio cómplice, exigir reciprocidades y conminar a los inmigrados a que, si querían vivir en Europa, acataran todas sus reglas. No en vano se ha inaugurado el siglo XXI con el enfrentamiento, en orden de batalla, contra un ejército de acrónimos que no son un ejercicio de sinonimia sino que reflejan la progresión de estrategias muy concretas. La yihad en sí es la guerra, conversión o matanza de los infieles a la que exhorta abundantemente el Corán desde sus comienzos, como religión muy de este mundo y definida por la materialidad, la fuerza y la conquista. Nada nuevo al respecto. Pero sí lo es el armamento moderno, la fluidez de inversiones y petróleo aderezada con dosis de narcotráfico, el Vichy interminable de la rendición preventiva y de los pactos con las guerrillas del Daesh, que pasa lógicamente a transformarse en IS (Estado Islámico), en ISI (Estado Islámico de Irak) y luego, como es natural, en ISIS, con Levante añadido, es decir, un imperio desde España hasta China (lo cual, dicho sea de paso, es alentador si comienzan por el Este, dada la acogida que les aguarda en el Celeste Imperio).

Dubai. Amanece. Ambición de verticalidad.

Dubai. Amanece. Ambición de verticalidad.

La explosión y expansión terrorista bajo la negra bandera del fundamentalismo puede encerrar, en su voluntad califal de apoteosis, la muestra de su definitivos derrota y declive. Se halla en plena “hybris”, en la vertiginosa desmesura producto fatal de la huida hacia delante de sociedades, credos y ritos inviables, encerrados en su gran juguete que no puede vestirse ya sino de terror, dolor y armas. Se han lanzado, como último recurso, en un estado supremo de la impotencia y la envidia, a la conquista de cuanto existe y es mejor que ellos. Con el furor agónico que anuncia el fin.

Entre un amplio sector de Occidente encantado con las rendiciones preventivas y la apoteosis kamikaze, de corte netamente fascista, de la yihad se extiende una masa humana compuesta por millones de personas en un estado de indefensión muy peculiar. Se trata de “árabes” que no son forzosamente árabes, sino egipcios, iraníes, malayos, bereberes, que no son fundamentalistas musulmanes o ni musulmanes tampoco, pero que carecen de horizonte, de identidad ideológica, de autoestima a causa de la frustración, silenciada pero obvia, en su incorporación al desarrollo y el mundo moderno. El IS ha exhibido ante ellos una bandera perfectamente falsa compuesta de orgullo impostado, mitología y acción directa. Ante ella y ante la inapelable crudeza de los hechos, de las muertes y la barbarie, el mundo “árabe”, una vez más, no se atreve a romper el círculo vicioso de su atraso y arrancar la raíz de su servidumbre, no se decide a manifestarse en contra, a elegir, al fin, ponerse del lado de los que defienden esos sistemas libres y modernos en los que, por una parte, ellos saben que quieren vivir, pero que, por otra parte, les hacen sentir por su mera existencia el fracaso y el atraso propios. No han condenado masivamente las masacres terroristas, las han vitoreado incluso en ocasiones en lo que es una trágica prueba de impotencia e indefensión. Se saben detenidos en el andén de los trenes de la Historia, no ignoran la irracionalidad de la guerra santa contra grandes satanes, ni la oscura vergüenza –nunca confesada de forma explícita- de su largo fracaso y el terror a perder de nuevo su oportunidad de saltar al fin al mundo moderno, a la vida libre y con derechos. Es su hora de romper la indefinición, la falsa identidad global, el silencio que equivale, ante los terroristas, a un apoyo activo, de escapar de la prisión de la Umma concebida, no como vivencia personal religiosa, sino como un proyecto político totalitario. Y el tren pasa, sin que se atrevan a levantar la vista más allá de la cárcel social permanente que a cada uno le rodea. Plasmada en esa continua manifestación de lealtad que es la visible segregación femenina.

No puede faltar, en el contexto de fingimiento y apariencia generalizados que, por fuerza, caracteriza a sociedades de tal fundamentalismo puritano la típica exaltación de la mujer reina intra muros. De las odaliscas de Ingres a las sensuales e ingeniosas princesas de las Mil y Una Noches, de las matriarcas y las regentes en la sombra a las protagonistas de conjuras de harem, pintores, escritores y sociólogos se complacen en reivindicar ese poder femenino oculto. Abundan, además, dentro del mundo islámico, las intelectuales que afirman, con no poca imaginación, la existencia de derechos igualitarios para ambos sexos explícitos en el Corán y que, por supuesto, lamentan la ceguera occidental respecto a las escondidas virtudes de tan excelentes formas de vida. Resaltan éstas en contraste con las que sí reflejan, en toda su crudeza estadística y no ateniéndose a una élite urbana, la situación real. No se trata sólo en aquéllas del síndrome de Estocolmo o de una manera de medrar y de contemporizar. Dicen y escriben lo que buena parte de Occidente ha deseado oír y leer, ellas y su clase social en Oriente incluidas. Pero ni los datos ni la observación mienten. Los matriarcados de puertas adentro significan, y no sólo en el Islam, que la mujer cuenta bien poco de puertas afuera, en todas las dimensiones de la vida pública, y su reino por un día limita con las bofetadas, la entrega a un marido de mucha mayor edad y el animado coloquio con un móvil mientras, aislada del entorno por la opacidad de la tela de la frente al pie, empuja un carrito de bebé, sujeta a otro con la mano y lleva el que será penúltimo en el vientre. Novelas románticas y relatos novelescos aparte, la inmensa mayoría vive existencias vigiladas, enclaustradas y sórdidas, con bastante pocos magia, gasas, brocados y ojos fascinantes entrevistos con la irresistible atracción de lo prohibido. La belleza sensual de las Mil y Una Noches vela tal vez la constatación de que su protagonista, el sultán Shahriar, es el mayor asesino en serie de toda la historia mundial de la Literatura; basta con multiplicar las vírgenes decapitadas, una por noche tras desflorarlas, por los días de varios años y sumar a la cifra igual número de muertes ordenadas por su hermano. Hipérbole oriental sin duda, pero significativa como buque insignia nacional literario.

Dominó

Dominó

El to have or have not la cabeza cubierta por un pañuelo no es un detalle baladí ni pertenece al rango muy menor de asuntos de familia y cosas de mujeres: Es un medio de identificación instantánea, un medidor de fidelidades que permite mantener continuamente a la vista el dominio que se posee sobre la población toda y llevar en permanencia registro de su sumisión. Las mujeres y su vestimenta son la marca pública y controlable. La total o parcial invisibilidad femenina es cuño de pertenencia al especial conglomerado religión-estado, bandera de unos jefes tanto más peligrosos y violentos cuanto menos reducidos sólo a la esfera de la política. Si ellas muestran su piel o sus formas, si llevan la cabeza alta descubierta y no permanentemente en la sombra, si se ponen la prenda de ropa que les plazca serán inmediatamente vistas y denunciadas, para comenzar por sus vecinos y por cada uno de los supuestos creyentes, convertidos en infinitos delatores. Es la conocida trama de los estados totalitarios transpuesta a formas de oscurantismo protomedieval y normas tribales vestidas de profesión de fe y credo único. Lo que se llama Islam tiene muy poco de religión. Es en realidad una vasta organización de control ciudadano que precisa asegurarse, visual y continuamente, de la fidelidad de sus miembros. Sus ritos son preferentemente, gregarios, públicos. La parte propiamente espiritual, de moral interna, apenas existe, se resume a un puñado de jaculatorias y a la repetición, preferentemente en voz alta, del invariable texto sagrado. El componente místico, sufí, es mínimo y reservado a una élite del intelecto. La hipocresía y la apariencia imperan, son inseparables de un sistema tan inviable como único por su carácter de teocracia estatalizada, mal calificada de medieval porque no hubo tal fusión Iglesia-Estado jamás en la Edad Media, ni siquiera en las épocas más oscuras. Lo que aquí se llama religión consiste en actos públicos de afirmación de sumisión incondicional casi siempre conjuntos, como la peregrinación, las cinco oraciones diarias cuerpo a tierra, las llamadas a la plegaria a todo decibel o el callo en mitad de la frente que muestra la devoción en las postergaciones del orante. Nada más visible, en todo momento, que una comunidad sin mujeres, cubiertas ellas y preferentemente mudas cuando aparecen. El rápido cambio de indumentaria de las hembras veladas cuando pasan a zona libre, en la frontera, en la carlinga del avión, en la escapada al extranjero, es espectacular y patético, tiene mucho del gesto del judío que esconde la estrella amarilla, del negro que al fin ocupa en el autobús un asiento al lado de los blancos. Transplantadas las familias a naciones no musulmanas por emigración laboral, comienzan a vivir de forma libre hasta que, mientras las autoridades del país de acogida hace oídos sordos, se instalan en el barrio numerosos compatriotas, madrasas y mezquitas que reproducen la célula de control, de forma que la pakistaní de Cataluña y la turca de Düsseldorf esté tan enclaustrada y vigilada como en la aldea de origen. Lejos de ser esta segregación sólo una cuestión de género, concierne a todos por entero, hombres incluidos, puesto que la parte más lúcida, avanzada  y decente de ellos no puede sino sentir la opresión ambiental. De ahí la importancia de romper esa red de totalitarismo social y de asegurar, con la completa libertad en la vestimenta y en la presencia pública, la igualdad de autonomía y de criterio. Porque, sin paliativos supuestamente culturales, de ello depende la posibilidad de acceder a un Estado moderno de Derecho para el conjunto de la población.

En Europa fue muy cómodo, y tan oportunista como cobarde, dejar que se establecieran microestados islámicos dentro de los países de acogida, admitir so pretexto de respeto religioso el sometimiento de las mujeres, su negra cárcel ambulante, el control por los imanes, la discriminación y manipulación de niños y adolescentes en los colegios. Mientras turcos, pakistaníes, magrebíes trabajaran sin dar molestias nada había que objetar. Entre tanto, los medios de comunicación y una élite supuestamente intelectual optaban por la alabanza en nombre de la cultura distinta y el relativismo. Nada de esto fue siempre así. Todo pudo, y puede, ser de otra manera, pero el secuestro de la Historia es, junto con el de la Enseñanza, una de las armas más eficaces en manos de los amigos del terrorismo purificador y de sus tiernos, comprensivos, líricos compañeros de viaje.

Alejandro, perplejo, contempla la actual Alejandría (Egipto).

Alejandro, perplejo, contempla la actual Alejandría (Egipto).

Ahora no sólo es factible sino urgente crear en esos países mismos zonas liberadas civilizadas provistas de defensas y de soldados y de la tropa local de la que pueda progresivamente disponerse. En ellas confluiría y se iría estableciendo una parte creciente de la población por el mismo motivo que impulsó otrora a los vasallos a buscar protección contra las tiranías feudales en los fueros y tierras del Rey. Allí deberá haber escuelas a las que se acudirá, por imperativo legal, desde la infancia en igualdad de sexos, aulas limpias de la tara que significa impregnar a las pequeñas con la convicción de que la feminidad provoca y ensucia a los hombres y que deben ocultar y disimular su cuerpo desde la cabeza hasta la forma de las piernas y la piel de las manos. Pronto su estrella amarilla, la imposición de velarse continuamente, se hundirá en el pasado, se verá como lo que realmente fue: El ronzal de sumisión y diferencia, el cuño de una segregación social que jamás debió tolerarse.

Incluso animada de las buenas intenciones con las que se pavimenta el infierno, es llamativa la estulticia de intelectuales que postulan, en Occidente, la irrelevancia de la imposición del pañuelito y que defienden la autoridad suprema de los padres por encima de los derechos de los hijos. En esas escuelas donde los menores gocen de protección contra discriminaciones se ejercerá la libertad de cultos, que puede y debe diluir los seculares y sangrientos enfrentamientos en las distintas sectas del Islam y que dará fe ante la opinión pública de una real tolerancia en paralelo con la que exigen los musulmanes en Occidente, de manera que exista reciprocidad en el derecho a erigir templos de distintas creencias en unos países y otros. Tales cambios nada tienen de utópicos, han existido y luego han dejado de existir por pura dejación y flaqueza en la defensa de los fundamentos de estados civilizados. Los burladeros para la inacción son un puñado de lugares comunes a cual más falso y más endeble, véase la necesidad de grandes espacios temporales para que, con geológica lentitud, los pueblos cambien. No hay tal. Los cambios se producen, cuando lo hacen, con gran rapidez, o, por el contrario, se puede estar estancado en una situación durante siglos, o entrar en regresión.

De la mano de la excelente maestra que es la necesidad y mediante la percepción de mejoras accesibles y leyes, multas y recompensas, la gente muda sus hábitos milenarios con sorprendente presteza, las crisis son vistas como oportunidades y los usos ancestrales pasan al museo a una velocidad pasmosa. Para desolación de los amigos de la fotografía étnica, los rituales mayas, la ablación de clítoris, la esclavitud y la sana y ecológica –aunque breve- existencia de los hombres del neolítico. Millones de asiáticos han experimentado una mutación vertiginosa y la satanización del capital, la modernidad, el dinero, el trabajo y el patrimonio, de moda entre las élites occidentales, es un lujo que escapa a su comprensión, véanse la ausencia de mendigos chinos en las calles del Viejo Continente y la celeridad de esos países en especializarse en tecnología puntera.

Por fin él y ella, juntos. E.A.U.

Por fin él y ella, juntos. E.A.U.

Los mantras como la lenta evolución hacia el progreso y la no interferencia en otras culturas se han repetido, a falta de datos contrastados y análisis crítico, como verdades incuestionables. El más simple estudio comparativo hubiera echado por tierra los dogmas de los adoradores de la diosa Estulticia. Basta con ver cómo, dada la oportunidad, las sociedades supuestamente condenadas a enquistarse han evolucionado en breve espacio de tiempo sin perder por ello personalidad y usos que les son caros. Fue el caso de Singapur, Corea del Sur, Taiwán, y, antes de la regresión, de buena parte de las poblaciones de esos países de Oriente que hoy parecen condenados a la peor edad media por los siglos de los siglos. No deja de ser llamativo que, por ejemplo, Taiwán esté hoy en cabeza de Asia en igualdad sexual respecto a educación, trabajo y todos los ámbitos públicos de la vida, que la enseñanza tenga el peso –incluso excesivo- que tiene y que budismo, junto con confucianismo y taoísmo, y ritos tradicionales florezcan con mayor ímpetu que en décadas anteriores. La tecnología, que en otras latitudes ha servido para sembrar fundamentalismo y odio, en los jóvenes tigres asiáticos ha ayudado a la difusión de fiestas y celebraciones.

Chicas de Taipei (no están por la yihad).

Chicas de Taipei (no están por la yihad).

La civilización, la libertad, la igualdad de derechos, la protección de los débiles precisan del ejercicio de la fuerza legal, y si se renuncia al precio que esto comporta se está participando por omisión en la desgracia de las víctimas. La quema de las viudas en la pira del marido se hubiera continuado practicando alegremente en la India de no prohibirlo y perseguirlo los británicos, las mujeres de Uzbekistán se animaron a hacer una hoguera en la plaza con sus velos alentadas por los soviéticos y por la perspectiva de la liberación femenina, pero sólo para ser degolladas por sus hermanos, maridos y padres cuando regresaron a sus casas sin que nadie las protegiera. Los pequeños parques temáticos de la barbarie incrustados en Europa son fruto y obra tanto de la selección política inversa que llevó al poder a los más duchos en la demagogia como de las clientelas de la utopía, deseosas de disponer de culturas alternativas como fuerzas de choque.

La civilización es un mejor vivir, una etapa en el proceso de humanización, y la nacida en el Viejo Continente no se ha extendido por azar, ni sólo por el imperio de la fuerza, la técnica y el dinero. Lo ha hecho porque cada vez más personas preferían adoptar las formas de ella que les eran más beneficiosas y gratas en su existencia cotidiana, en el medio en que esperaban vivieran sus hijos. No pertenece a Occidente ni a su lugar de origen sino, como cualquier descubrimiento, a la Humanidad. El odio al progreso, la envidia del bienestar logrado por otros, el amor a la muerte siempre parecen imponerse en un principio por su crudeza, estrépito y violencia. Pero los vencen la tenacidad del número, semejante a la del agua, las opciones, los cambios uno a uno de ciudadanos que construyen la materia de sus días. No hay ningún arma comparable a la voluntad y a la idea, que no es el Pensamiento Único del Líder Máximo y el Gran Hermano sino un edificio de hallazgos ensamblados que hacen el mundo más habitable. Cuando los individuos descubren cómo se puede vivir mejor ése es el gran enemigo del terrorismo, sea islámico, comunista o nazi.

Diez años antes de la revolución de 1917 Joseph Conrad describe este proceso a la perfección en su novela “El agente secreto”, excelente y eclipsada por el poder y fascinación de “El Corazón de las Tinieblas” y dedicada, muy significativamente, a H. G. Wells. En ella, en su tiempo, los anarquistas sueñan, planean y a veces ejecutan atentados para que maten, indiscriminadamente, al mayor número de personas, de forma que el terror deje expedito el camino hacia la Nueva Sociedad, el nuevo mundo. Pero se les opone un terrible ejército, la grande y creciente cantidad de seres empeñados en afanes, afectos y tareas, la tenacidad de la vida, de la búsqueda de felicidad cotidiana, los pequeños y esenciales placeres y rutinas, las necesarias imperfección, cambio, variedad, albedrío que hacen de cada ser humano que lo sea y que se alzan por millares frente al soberbio profeta de la idea política radical única, salvadora y exterminadora por tanto en su letal pureza. Y ante la conciencia de esto el terrorista ve sus armas diluirse y cae en una profunda depresión. El libro, que pudo inspirarse en un sabotaje en el Observatorio de Greenwich en 1894, es de innegable actualidad.

El proceso de abandono de las capas de población más avanzadas, tolerantes, abiertas y deseosas de modernización y cambio discurrió en Oriente Medio en el siglo XX en paralelo con el abandono simétrico en Occidente de los ideales de civilización, libertad y derechos como principios universales dignos de ser mantenidos y defendidos en tierra propia y ajena. Desaparecieron los precios, el necesario peaje para vivir mejores existencias en sistemas mejores. Estos beneficios se daban por adquiridos, debidos y perdurables. Blanco por lo tanto de la denigración y el amargo reproche de los cada vez más numerosos adeptos al buen salvaje redivivo y la paz planetaria sin intromisiones en culturas foráneas. Para la defensa y protección si fueren necesarias –como lo fueron- siempre estaba el odioso Amigo Americano con su escudo tras el que se acurrucó durante la interminable postguerra una Europa encantada de que otro firmara los cheques en soldados y dólares. La retirada del escudo por la comprensible atención prioritaria de Estados Unidos al área del Pacífico ha dejado a la vista, como si se desmochara un termitero, el desconcierto del Viejo Continente confrontado al principio de realidad, a los resultados de una descolonización desordenada y prematura, a una estrategia militar norteamericana y europea lamentables de torpeza y estupidez inauditas que ha sumido en el caos y la fragmentación tribal países enteros sin previsión ni planificación algunas y sin proporcionarles estructuras, orden y cuerpos administrativos y defensivos. Lo que podría haber sido un progresivo establecimiento de zonas liberadas y renovadas en las que se afianzaran, y fueran defendidas, por tropas in situ las capas sociales más avanzadas de los países en conflicto se transformó en pretensiones de construir democracias a base de bombardeos por ordenador que, con su siembra, prometen una eficaz cosecha de terroristas y guerrillas.

Dejando las cimas gubernamentales, por su parte los que se creían a sí mismos la flor del progreso y la rebelde vanguardia social que vive cómodamente en la sociedad occidental han otorgado, a cuanto al Islam se refiere, afectuosa comprensión y han mostrado un oportunismo tan populista como criminal, halagando el egoísmo más lerdo e ignorando todas las violaciones de derechos humanos. La remozada religión dual les ordenaba concentrarse en alancear al moro muerto de la iglesia cristiana, manifestarse contra Sudáfrica y la violencia de género pero estar mudos, ciegos y paralíticos en lo que respecta a millones de mujeres musulmanas en peor situación que lo estuvo jamás negro alguno, a leyes brutales, al control cotidiano y la sumisión teocrática a los textos coránicos.

También en los medios  occidentales se admitió el mito enemigo según el cual existiría, siempre había existido y siempre debería existir el imperio de la Umma, el gran estado totalitario fundamentalista islámico, de un extremo a otro del mapa, indiferente a fronteras y pueblos, con el Gran Jefe Califa y sus sucesores y asesores a la cabeza. Esto es pura ficción que las reiteraciones y la falta de oponentes impuso como realidad. Se cubrió con ese manto de la Gran Madre Musulmana, la Umma, a multitud de gentes que no profesan esa religión de esa forma, que practican otras o ninguna, a capas sociales y niveles de enorme diversidad, a emplazamientos que oscilan entre la aldea primitiva y la urbanización completa, a una variedad inmensa de historia e historias, de aspiraciones, orígenes, migraciones y asentamientos. Al hablar, haciendo inconscientemente el juego a los propagandistas de la yihad, de los árabes, de la Umma como entidad política, se cubre con el velo de una homologación ficticia y letal a millones de seres a los que se encierra en un ente colectivo forzoso con derivas totalitarias megalómanas del tipo del Comunismo, Nazismo o Maoísmo. Su misma irracionalidad le asegura el momentáneo éxito, y por ello ha prendido con gran rapidez en el terreno reseco de la frustración envidiosa y, allende fronteras, en la falta de firmeza en la creencia y defensa de los valores propios y en la molicie de quien no ha pagado el precio de aquello de lo que disfruta.

El séquito de yihadistas honorarios ha sido en Europa variopinto, numeroso y rebosante de pacifismo fraternal. Puestos a renunciar a armamento, han renunciado incluso al de la palabra, de manera que actos dañinos, situaciones lamentables y condiciones de vida opresivas y denigrantes de los países árabes se presentasen como el peaje necesario para la acogida de los nuevos bonísimos salvajes que, pese a las apariencias, traen entre los pliegues de la túnica impoluta el soplo de aire puro del anticapitalismo y antiimperialismo redentor. En el séquito occidental del fundamentalismo islámico virtual se encuentran muchachas seducidas por el glamour diferencial del velo, jóvenes integrados en el nuevo juego de guerra y vastos sectores en busca de profeta vía Internet. Mientras, en un plan menos militante y más cotidiano, son legión los que simpatizan y empatizan, a través de la pertenencia al club de víctimas vitalicias, con estos recientes y prósperos damnés de la terre sin fronteras, que no dudan en golpear de manera suicida y ubicua a la corrompida civilización. No ha habido, durante larguísimos años, escándalo, denuncia ni condena del inmenso peligro que representaba la práctica del fundamentalismo islámico y la radical incompatibilidad de sus usos con una existencia libre y civilizada. En lugar de lucidez y críticas se lanzaban diatribas a cuantos estamentos osaban disentir del coro de afable comprensión. Es el mismo mecanismo que ha venido exculpando, e incluso alabando, actos terroristas anteriores, como los de ETA o de cualquiera que asesinara revestido de una teoría.

Recién licenciadas omaníes.

Recién licenciadas omaníes.

El dualismo ha encontrado un nuevo Rey, el drogadicto ha hallado en bandeja el más barato de los éxtasis: el supremo placer del poder de infundir pánico y muerte. Mientras, en las tímidas y desconcertadas democracias una tropa de compañeros de viaje de la yihad honoraria sigue su senda: Por el hecho de ser marginal, quien nada había hecho y nada era se ve en posesión de una cantera de votos y financiaciones. El yihadismo se presenta ahora por políticos y periodistas como un reducto irracional y, por lo tanto, puede cobijar sin mayores explicaciones las más diversas zonas de sombra, permitir manipulaciones y recortes de las libertades. El Mal, en forma de IS, ha ido, como en el cuento de terror, llamando a la puerta cada vez más cerca. Y cada uno de sus pasos se ha apoyado en la cobardía de los partidarios de la discreción respecto a males cotidianos con los que, según ellos, era preciso convivir y dialogar.

04/24/16

25 c. Yihadismo y nueva dualidad (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

Yihadismo y nueva dualidad

Cines y plegarias-Emiratos Árabes Unidos.

Cines y plegarias-Emiratos Árabes Unidos.

 El terrorismo islámico llega para ser coronado como Rey antisistema, la antítesis vengadora de Estados Unidos, adornado de la fascinante y simple pureza del guerrero que sólo aspira a matar y a destruir la organización existente, que ofrece la seguridad de un credo de sumisión absoluta, la embriaguez de esa forma suprema de placer que es el poder de infligir terror y sufrimiento. Ocupa el hueco de iconos ya ajados de las esferas comunista, anarquista y neonazi. La aparición, en carne y hueso, del enemigo perfecto de Civilización y Occidente, la Yihad islámica en todas sus formas de IS, Al Qaeda, Daesh, etc., es, de cierta manera, providencial como Gran Enemigo y era, desde luego, previsible. Porque su absoluta barbarie, cultivada por esas mismas élites europeas a las que hoy aterroriza y que durante décadas se han guardado de criticar sus actos y han armado unas contra otras a milicias sanguinarias, concentra en sí la percepción del Mal y presenta el riesgo para las sociedades abiertas de dejar libres y en la impunidad a los múltiples males, usuales, diarios, los que Hannah Arendt denunció de la forma más certera como consanguíneos del totalitarismo, es decir, la inhibición ante el delito, la silenciosa aceptación de la vileza por parte de las gentes del común, el ama de casa, el padre de familia, el vecino y los colegas, la cohabitación con la injusticia, el salvajismo y la estupidez criminal, de la que en España hay, por cierto, ejemplos clarísimos en el País Vasco. El IS se enfrenta a una rendición programada por incomparecencia del adversario, a un tupido telón no ya de acero sino de un material más consistente: la firme voluntad de no defender principio alguno excepto la exigencia de bienestar total o parcialmente gratuito. El Telón Acolchado, con aspecto de edredón confortable, sustituye al de Acero y limita un espacio ficticio que rasga a veces, con gran sorpresa de los inquilinos del recinto, el principio de realidad.

Ya tienen un dios al que orar los que sólo se preocuparon, tras el 11 S, de la reacción del Gobierno de Washington y el 11 de marzo de 2004 de utilizar en España, en uno de los casos de miseria política más vomitiva que se recuerdan, los muertos de una masacre para ganar elecciones. Había que ser antinorteamericano a toda costa. Y vender propaganda, ganar dinero y colocarse. La banalidad del Mal tiene hoy un peligroso aliado en el IS, a cuya cuenta pueden cargarse todo tipo de actos de terrorismo encubierto, golpes de Estado blancos o negros, eliminación de oponentes, agitación de la opinión pública. En su saldo es posible apuntar cualquier acción, cualquier amputación de las libertades, cualquier estado de excepción presentándolos como destinados a combatirlo. El Gran Satán de Oriente Medio impediría así, con la negrura de su brillo, percibir las dejaciones occidentales en la defensa de los derechos humanos, el vacío informativo sobre sistemas autocráticos y crueles en nombre de la diplomacia y el petróleo, la ausencia de condenas de una segregación femenina que supera a cualquier apartheid racial y rezuma como tinta de continuo en esas comunidades la inevitable violencia fruto de su modo mismo de vida. Son ya muchas décadas de silencio cómplice respecto a la regresión progresiva de toda el área islámica aplaudida desde Europa en nombre de alianzas de civilizaciones y relativismos culturales. Los jóvenes y no tan jóvenes no tienen ni idea de que lo que les presentan como comportamientos milenarios y rasgos poco menos que genéticamente determinados en el mundo árabe no son tal ni han sido tales hace cuarenta años, que por las calles pasaban las mujeres libres de los trapos que ahora las cubren desde la infancia, que países como Túnez abolieron la poligamia y dictaron una Constitución inspirada en la de Suiza, que Turquía rompió radicalmente con pasados califales e implantó el estado laico, que la dictadura del Shah de Persia, pese a serlo y a mantener su temible policía política, introdujo el derecho y obligatoriedad de la educación para las niñas y fue, con mucho, mejor que el régimen mimado por París que le sucedió. La Francia de las Luces sostuvo y aupó al poder a una teocracia siniestra, madre de todos los fundamentalismos, en la persona del ayatolá Jomeini, la Norteamérica faro de la Democracia armó en Afganistán a la flor y nata de los talibanes para frenar a la Unión Soviética, la Holanda del liberalismo total expulsó de su Parlamento y obligó a exiliarse a la etíope luchadora y crítica en sus denuncias de la segregación femenina Ayaan Hirsi Ali, la aristocracia periodística compitió en cobardía marcando distancias y descalificando sus actos y escritos en los obituarios de Oriana Fallaci, escritora incansable en la denuncia de la violencia islámica y en la valiente lucha por la libertad.

La máscara de tela.

La máscara de tela.

No hay “mundo árabe” sino turcos, bereberes, iraníes, egipcios que en su momento prefirieron identificarse con sus jefes de las tribus de Arabia. Hasta la actualidad, esa aristocracia de jeques saudíes ha impuesto y monopolizado la interpretación wahabista, la de la más extrema intransigencia, del Corán, y ello con impunidad completa gracias a su poder financiero, de forma que países como España y Francia aceptan que construyan en su territorio mezquitas mientras que a la inversa no se permite ni el menor asomo de libertad de cultos. La violencia, externa e interna, impregna la sociedad islámica como un cáncer, ha adquirido su máxima expresión y barbarie en el IS pero éste es el fruto lógico, exacerbado, de un proceso que ya hizo evidente hace años el retroceso en la situación de la mujer, tratado en Occidente como asunto menor. La más mínima segregación e imposición social y de vestimenta a la población femenina, sea pañuelo, chador o completo fúnebre de cabeza a pies, no se merece el menor respeto, la menor concesión, en nombre de religión y cultura, Y no porque sean muchos individuos y muy violentos los que lo practican es lícito ni decente contemporizar con tal estado de cosas y no llamarlo por su nombre, que nada tiene de halagador.

Sin separación religión/Estado y sin erradicación forzosa, desde la infancia, de la misoginia institucionalizada no hay civilización ni futuro algunos. La supuestamente árabe hoy es tan sólo el último mito totalitario, el de la Gran Patria Musulmana, la Umma, una fantasmagoría a efectos de propaganda y agitación. Nada valen las vagas esperanzas cobardes, cómodas y buenistas de progresivas y lentas evoluciones. En el mundo árabe, islámico, tal como se proclama, no hay lugar para el desarrollo, nada tienen que esperar los débiles sometidos a la fuerza más primaria, no puede haber ni asomo de Estados de Derecho en un conglomerado encerrado en confusas cárceles religiosas e incapaz de ver en primer lugar en sus propios actos al enemigo causa de sus desdichas y de su justificado y soterrado complejo de inferioridad. Hay cosas que no admiten componendas, como matar un poquito, estar ligeramente embarazada o disfrutar de democracia los días pares. Por muchos millones que se sea, no puede aspirarse a modernización ni mejora alguna si no separa religión y Estado, de forma que la creencia, o no, y la práctica del Corán pertenezcan exclusivamente a la esfera personal, privada y libre del individuo. Occidente los contempla con desánimo a causa de su número, que hace sentir como imposible la solución del problema que representan, porque parecen condenados a defender las rejas de su prisión.

Ellos tienen rostro.

Ellos tienen rostro.

La palabra “misoginia” no refleja adecuadamente el fenómeno del trato y consideración de la mujer en el área islámica. Se trata de algo ajeno a lo que se entiende en el mundo occidental por el término, no de una simple diferencia de grado. A lo que más se parece es a una enfermedad arraigada, como la peste, mezcladas psiqué y materia corporal hasta resultar indistinguibles como si de una infección contagiosa y endémica se tratara. El hombre aprende, se empapa de la certidumbre de que el cuerpo de la hembra es una fuente de impureza cuya visión, insinuación  o roce le producirá secreción de suciedades que empañaran su limpieza viril. La mujer es carne, carne necesaria pero bien medida. La expresión de los que comentan la visión de las bañistas playeras es que ellas son “shish kebab”, es decir, pinchitos morunos, trocitos de ternera o cordero que llenan la boca de saliva. Ese cuerpo femenino hay que cubrirlo lo más posible, ocultar cualquier vestigio de la piel, no permitir que sus formas se marquen, no rozarlo ni menos aún saludar dándole la mano. Y esto desde la etapa de la vida más indefensa, que marca de manera perdurable,.desde la niñez, con pañuelos que nada tienen de folklóricos ni de vistosos si son obligatorios todos los días del año y condenan a no dejar ya jamás que el pelo sienta la caricia del viento y del sol. Esta lepra patológica sólo admite ser erradicada, con rapidez (cosa perfectamente

Ellas no.

Ellas no.

posible; otras situaciones supuestamente milenarias se ha visto cambiar en meses)  porque sólo con ella desaparecerá una fuente continua de violencia cotidiana nacida de una situación antinatura cuya frustración e irracionalidad buscan cauce, excusas y víctimas.

Pocos habrán expresado la situación del mundo islámico con la claridad, lucidez  y valentía –que a los europeos les falta- del escritor sirio-libanés Ali Ahmad Said Esber, conocido como Adonis: Para él, sin separación entre religión y estado político, cultural y social nada puede lograrse. Es imposible hablar de revolución positiva, cambio de régimen, “primaveras árabes” sin que se libere a la mujer de la ley religiosa, se renuncie a la sharia, y se funden sociedades de individuos apoyadas en la defensa de los derechos humanos. Adonis ve a los árabes en plena regresión, impotentes para crear futuro e integrarse en el concierto de naciones libres, sumidos en el oscurantismo, la ignorancia, la agresividad y la misoginia. Podrían forjar una sociedad distinta, pero no sin separar religión y Estado y centrarse en el ser humano actual y concreto, no en el pasado, las tradiciones, los cultos. Adonis habla de los movimientos y personajes laicos, dentro de las sociedades árabes, que no han tenido apoyo ni por parte de Occidente ni, por supuesto, muy al contario, por parte de la rémora de los ricos países petroleros.[1]

Entre el negro y el oro.

Entre el negro y el oro.

Estamos de nuevo ante la cuestión del precio. Todo lo tiene, y no hay gratuitos progreso, humanización, mejor vivir sin conciencia clara del esfuerzo, actitud, cambio, peaje que esto exige, tanto para Occidente como para Oriente. Pero en el área “árabe” emerger a la superficie implica una batalla tan difícil como radical e imprescindible.

 

[1] Ali Ahmad Said Esber, “Adonis” ha publicado en España (Ed. Ariel) Violencia e Islam, serie de entrevistas con la profesora y psicoanalista Huria Abdeluahad.

04/24/16

24 c. Liberación (de «De la Transición a la indefensión. Y Viceversa»).

 

Liberación

 

La mordaza femenina de un traje tradicional. Armenia, museo folklórico.

La mordaza femenina de un traje tradicional. Armenia, museo folklórico.

La pobreza del discurso es inseparable de la pobreza política, intelectual y social. Es inimaginable un Winston Churchill que se moviera con las muletas izquierdas/derechas. Si se hiciera pagar prenda en tertulias, televisiones, radios, aulas, editoriales y redacciones de periódico cada vez que se utilizan las palabras derecha, izquierda, progresista y reaccionario sin explicar a qué actos corresponden se habría dado un primer paso para la necesaria eliminación del gran tirano anónimo que lleva décadas viviendo de la sustancia productiva ajena.

Indispensable en el caso español añadir la explicación minuciosa del empleo de franquista y fascista, términos en cuyo uso toda mediocridad ha tenido su asiento, para gran detrimento de aquéllos que en su momento sí lucharon por la libertad.

Tan modesto procedimiento equivaldría a la lima que comenzara a operar sobre uno de los barrotes de la jaula que encierra la opinión, más allá de la cual se extiende el inmenso y variado campo de las realidades. Y la liberación, como un inmenso soplo de aire fresco, dejaría fluir la autonomía de expresión y de juicio. No procuraría grandes riquezas pero sí arrancaría de manera perdurable al bloque parásito un botín que corresponde a quienes, por verdadero ejercicio de la solidaridad, lo precisan y, al tiempo, abriría cauces y corrientes de recursos a quienes saben y quieren sacar partido de ellos.

A grandes males grandes medios. En el manual de primeros auxilios para librarse de las largas extorsión e imposición hay que dar prioridad a la erradicación de la iconografía dual, del chantaje verbal y mental basado en Derechas/Izquierdas y sucedáneos. Esto debería llevarse a cabo con el mayor rigor, bajo pena de inmediata condena y posterior ostracismo, obligando a quienes los empleen a explicar cada vez, inmediatamente, qué acto, sujeto y hecho concreto califican como tal y por qué y cubriendo de desdén y vilipendio a cuantos –ardua tarea. Son legión- los empleen para justificar superioridades o/y (siempre es , van unidos) privilegios. La terapia debería incluir una hucha de multas instalada en cada estudio radiofónico, plató televisivo, redacción de periódico y empresa editora, de forma que el uso de tales términos se reduzca exclusivamente a los ámbitos histórico y sociológico en casos y épocas bien determinados y de forma limitada y precisa. El chantaje dual generalizado, instrumento de opresión y de acaparamiento de bienes inmerecidos, perdería todo su poder, se revelaría huero y primario, un burdo pero eficaz método de interesada manipulación. Desde el instante en que la temida balística de facha, reaccionario, burgués, centralista y la reluciente armadura de progresista, izquierdista, nacionalista, revolucionario cayeran a tierra disolviéndose volvería a respirarse el aire fresco de la realidad y de la capacidad de nombrarla, juzgarla y cambiarla en función de sí misma y de la evidencia y la lógica individuales. Llamar a las cosas por su nombre no es pequeño antídoto.

Manifestación en una ciudad europea (pero hay varios terrores políticos).

Manifestación en una ciudad europea (pero hay varios terrores políticos).

No se trata, sin embargo, de una tarea fácil por el inmenso peso de la inercia, el hábito y los intereses creados, pero resulta indispensable como reactivo contra la indefensión a causa del poder que en sí poseen las palabras, mucho mayor en la vaga y fluctuante topografía del totalitarismo light del que vive y prospera, en perfecta, oficial y oficiosa impunidad, la peligrosa clase de las clientelas de la utopía subvencionada, el rentable club de víctimas agraviadas y los sempiternos y agresivos defensores de la socialización, en su favor, de lo ajeno. Por ello, amén de la eliminación profiláctica del chantaje dual Buenos/Malos, los primeros auxilios exigen una pedagogía intensiva de la ley del precio, es decir, de la inexistencia de la gratuidad como derecho, de la conciencia de que alguien, si no es uno mismo, está pagando por el bien del que se disfruta, de la certidumbre de que, lejos de moverse en un mundo estático de Poderosos Malvados y de Desprovistos (véase Pueblo, Gente y demás colectivos) Buenos, de Ratas Urbanas nutridas con el queso que arrebatan a los inocentes ratones rurales, por el contrario cada cual es hijo de lo que, en gran parte, puede hacer y deshacer según sus actos, sus dotes personales y la energía y el tiempo invertidos, y se construye a sí mismo en un proceso de sucesivas elecciones. Los defensores de genéricos, colectivos y clanes de tierra, raza o lengua como dotados de bondad per se en realidad están privando a cada individuo tanto de la protección de las leyes y derechos comunes e iguales como de la indispensable e intransferible responsabilidad personal que es la base de la existencia.

Más que una calle-Cádiz.

Más que una calle. Cádiz.

Esta terapia ni es popular ni promete grandes audiencias de pantalla. Sin víctimas el vengador carece de público, el gurú de creyentes, el cruzado anticlerical de su moderna y agresiva parroquia, la Inquisición de combustible, el predicador antisistema de fieles dispuestos a corear las consignas pero nunca a renunciar a sus ventajas. Una vez el tratamiento aplicado con éxito y desaparecidas las formas de chantaje dual y gratuidad obligatoria, entonces sí se pueden y deben cubrir las necesidades de quien verdaderamente lo precisa y defender los servicios públicos, atacados por ambos frentes tanto por quienes no ven la salvación sino en la empresa individual y la ley de la jungla informatizada como por los que suspiran por el advenimiento de un estatalismo siglo XXI en el que volcar sus viejas añoranzas del comunismo pretérito y se ahorran la molesta tarea de pensar dividiendo a la población en Poderosos y Pueblo. La corriente nutricia de dinero y bienes, desviada por la fuerza del chantaje hacia capas de población parásita, quedaría libre para fluir por los cauces y hacia los sujetos adecuados. Simultáneamente el caudal de la indignación legítima, que actualmente se desangra y desvía al dirigirse hacia sujetos de poca monta y hacia escándalos coyunturales que no representan ni la milésima porción del daño ocasionado por la clase parásita, se emplearía con eficacia. Y el ciudadano medio se vería liberado de buena parte de la indefensión y el desconcierto que gravitan sobre él.

Café Comercial, Madrid: Isla urbana de libertad cerrada.

Café Comercial, Madrid: Isla urbana de libertad cerrada.

El tratamiento incluye la desactivación de una de las mercancías más rentables y, por ello, menos fáciles de eliminar: el Miedo. No el agradable escalofrío del relato de terror, sino la difusión regular en una sociedad permeable del temor por medio de elementos negativos que representan el Enemigo y tienen mayor o menor categoría según guión y circunstancias. Hay una ocupación diaria del espacio perceptivo y mediático por parte de múltiples adversarios de cuanto resulta deseable y grato en pro de paraísos de salud perfecta, juventud perdurable y perfección física ejemplar. Bienvenidas son a efectos de audiencia las catástrofes, las futuras exterminaciones planetarias, los alimentos cancerígenos, las variaciones climáticas. De la rentabilidad del miedo dan fe las ventas de productos naturales, primigenios, exentos del roce corruptor de la química, de espacios dotados de multiplicadores de energía, potencia, tersura, virilidad, de cuidadas selecciones de terremotos, tifones y tsunamis que permiten paladear el contrapunto de la propia seguridad y adquirir detectores climatológicos y sísmicos.

En otro plano, el chantaje dual sirve a la comercialización del miedo de maravilla por la latente y bien mantenida animosidad de clase que convierte a cualquiera en posesión de algo en presa potencial del que no lo tiene y divide en dos bandos irreconciliables a una Humanidad siempre al borde de la solución final. El dualismo –Capitalistas/Trabajadores, Creyentes/Infieles, Minoría/Masa- es un mecanismo mental tan simple, tan propicio a la delegación del propio albedrío y a la adquisición gratuita de conciencia de superioridad sobre el prójimo, que brota y se

Más allá.

Más allá.

expande con la virulencia y ferocidad del Ébola.

 

04/24/16

23 c. Hay vida ahí fuera (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

Hay vida ahí fuera

 

Luna y Júpiter. De los tiempos en que el cielo era pequeño.

Luna y Júpiter. De los tiempos en que el cielo era pequeño.

En un vertiginoso descenso tierra a tierra, se descubre que la  indefensión y sus variantes, el Clan Parásito, el Gran Hermano Dual, el Chantaje Zurdo, en el que se atribuye el monopolio metafísico del Bien a un ente llamado Izquierda, la especial negatividad centrífuga que, como una maldición genética, parece cebarse con España no son sino fenómenos coyunturales y perecederos cuya dimensión agiganta la ausencia de competidores explícitos, la reiteración de los tópicos y el aparente fatalismo del pensamiento fácil. Las técnicas para su erradicación son simples.

Voluntad de vivir.

Voluntad de vivir.

La primera consiste en bajar a la calle sin artilugios que corten los sentidos de la realidad. Ahí están unas ofertas cotidianas, un vivir de todos los días que tienen un valor extraordinario, porque nada es tan importante como lo que constituye reiteradamente la mayor parte de los tejidos del ahora y del hoy. Se encontrarán con aceras, coches y gente, con establecimientos públicos, con islas de charla y compañía en forma de vasos de bebida y su inseparable condumio, con platos calientes y guisos en su debido orden a precios asequibles. Hallarán a distancia abordable aguas, montañas, llanuras y playas. Verán de norte a sur los paisajes diversos y palparán en monumentos que persisten siglos, e incluso milenios, arte e historia. Estarán en fin, a no ser que se encierren y se resistan, en uno de los ambientes más a la medida de lo humano. Con los peligros que ello conlleva, de los que no es el menor la dificultad de abstraer el pensamiento de los requerimientos y fáciles dulzuras del simple dejarse vivir. Algo saben de ello los millones de turistas cuyo número anual supera al de la población entera del país (afortunadamente no están todos a la vez) y que, desde los visitantes nórdicos a las cigüeñas, vuelven e incluso establecen residencia permanente.

Más allá: El explorador del Ártico Rasmussen.

Más allá: El explorador del Ártico Rasmussen.

El de España es un entorno en el que, como en el resto del mundo, pueden darse y se dan crueldades, enfrentamientos, crímenes, guerras, pero es un cuenco en el que han confluido las suficientes migraciones como para estar pasablemente vacunados contra veleidades de xenofobia organizada. Es difícil imaginar en estas latitudes fríos exterminios, satánicas conjuras en aisladas comunidades cuyo semanal esparcimiento es la confesión a voces entre cantos religiosos y cuyas opciones gastronómicas varían entre la ausencia o no de cebolla, queso y pepinillos. En Iberia se vive al aire, con nocturnidad e intercambio de expresiones físicas de camaradería y saludo que resultan inusitadas en otras latitudes y los puntales de las sanidad gratuita y atención urbana a urgencias se siguen manteniendo, como barcos en medio de las andanadas de los que, en crispada respuesta defensiva al monopolio ético de la socialización, han caído torpemente en el extremo contrario: la demonización de cuanto es público y las loas a una generalización de lo privado que se diría calcada de las primeras poblaciones del Far West.

Quirós: Explorador español del Pacífico.

Quirós: Explorador español del Pacífico.

La sustancia de España, sus ásperos sabores, parecen por una parte suavizarse y diluirse con las aguas cercanas del Mediterráneo mientras que, por otra, es aventada por las corrientes que vienen del norte y de las lejanías del océano, mientras al tiempo –geografía obliga- mantiene con África una frontera necesariamente porosa, conflictiva y por ello de necesario contacto. En estas latitudes se tiene la querencia por lo propio arraigada hasta el punto de sentirse en la obligación de negarla continuamente. El español suele ser un renegado profesional del país en el que ha nacido y un apasionado defensor del terruño familiar. La popularización de los viajes le ha permitido ver, admirar, comparar y acto seguido disfrutar a la vuelta, en silencio, con mayores convicción y empeño, de las buenas, simples, habituales y asequibles cosas de su medio, de los dos platos con pan a manteles, como bien aconseja Sancho Panza, postre y vino a un precio y calidad que son rara avis en buena parte de los países que visita. Ese español que, aunque no lo diga por vergüenza, aprecia lo que tiene, rechaza convertirse en la figurita de maqueta pseudomoderna objeto de los sueños de líderes presuntuosos, de sempiternos ricos que juegan, como en su privilegiada clase es preceptivo, a construir en la capital un Ámsterdam ciclista, una Venecia manchega, un huerto peatonal en el que se deshoje a su favor la margarita de las elecciones. A él le gusta su vida, de la que, naturalmente, abomina en público y no pierde ocasión de manifestarlo al que sabe está engordando con sus impuestos. Y detesta a los que, de la mañana a la noche, le inundan con mensajes sobre los males de la era moderna y pretenden imponerle las sanas costumbres, sin sombra de vehículos, vicios ni comercios, del neolítico.

El corazón del Norte.

El corazón del Norte.

Ha comenzado a percibir las cadenas con las que se le ha venido atando a la obligación de mantener, nutrir, sumarse a las ofrendas a falsos dioses que se alimentaban de la promoción, todos gastos pagados, de utopías a cargo del indefenso contribuyente. Viaja, compara, ve. Los paraísos ya no son lo que eran. Instintivamente reconoce que los pequeños edenes, siempre perecederos, se encuentran de puertas adentro y de puertas afuera de su casa, que hay un camino largo, y con empinadas cuestas, para quien opta por pagar el precio en esfuerzo y riesgos de distintos manjares y que las navegaciones se hacen entre islas separadas por mares de angustia, penalidades e incertidumbre que son el peaje de la singladura. Y precisamente por ello advierte que ya no está de moda despreciar lo que tiene.

Bendición del pincho de morcilla-Zamora,

Bendición del pincho de morcilla-Zamora,

Hay muchas lucecitas al final del túnel, y no son el tren. Una de ellas, prueba de que la vitalidad de la gente del común sobrenada a los escombros parasitarios, es el saludable rechazo, no a la totalidad del cine español, sino al elaborado en las últimas décadas según el patrón bien definido de la revolución permanentemente subvencionada y la cutrez máxima. Se sigue pagando el peaje al mínimo común denominador intelectual, al mal gusto y a la zafiedad, no ya ocasional, humorística y festiva, sino normativa y servida en grandes dosis, como el mal vino y las palomitas en cubos gigantes. Pero se han producido, y se producen, algunas películas españolas excelentes y series televisivas que, precisamente por su notable calidad, no alcanzan cotas rentables de audiencia y son retiradas en beneficio de las generosas dosis de basura. La oferta cultural es amplia y de alto nivel en exposiciones, convocatorias, conferencias, la percepción de ciudadanía europea, de desplazamientos lejanos previsibles, de distancia respecto al pequeño espacio, mental y físico, propio de sus mayores es en los jóvenes intensa e irreversible. Si bien les robaron, con la Enseñanza, conocimientos, tradición y calidad de la cultura, sin embargo la generación reciente tiene la mejor de las maestras: La necesidad. Tras la certidumbre inculcada de la indefinida guardería no les es fácil orientarse en la nueva jungla, pero en cada uno de sus retos y peligros están también el desarrollo personal y la esperanza. Desaparecidas las dualidades y sus profetas, tienen ante sí un horizonte carente de chantajes y abierto al conocimiento El saber que se les robó, los valores, jerarquías, calidades no han desaparecido, están ahí para redescubrirlos, para que ellos se acerquen por vez primera a clásicos que ayudaron a vivir a otras generaciones, y pueden hacerlo con la llave de una ciencia que abre ventanas desde su mesa hasta los límites del espacio profundo donde se hallan las ondas que proyectó en su comienzo el Universo Se extiende ante los historiadores un amplísimo campo en el cual deberán, antes de ponerse a explorar e investigar, limpiar el terreno de la espesa maleza de intereses, tópicos, autocensura. Tendrán que ser cartógrafos de las fronteras entre la comunicación real y la ficticia, entre la virtualidad y la realidad de sensaciones, aspiraciones, sentimientos. Cuanto han dado por hecho porque se les ofrecía con entera facilidad comenzará a pasar facturas, a mostrar las tarjetas de sus precios. Y es muy posible que la infelicidad, la desdicha, la soledad, el silencio se desvelen, tras la pantalla de excitaciones coyunturales y satisfacciones inmediatas y obligatorias, como sustancia inseparable de lo humano. Será un mapa vital nuevo, de nuevos y también muy antiguos recorridos, que deberán, y les valdrá la pena, descubrir. A todos ellos corresponde de ahora en adelante el salvamento de las utopías. Mal podrían vivir si ellas no existen. Las utopías sin clientelas, las que no están pagadas con la piel de otros.

"¡Viva la vida!"-tasca madrileña.

«¡Viva la vida!». Tasca madrileña.

Finalmente, ellos y cualquiera deberán enfrentarse al conflicto de Aquiles entre intensidad de las vivencias y duración de la vida, la vieja apuesta a un solo número del caudal limitado de energías y tiempo o la prudente dosificación para alargar el consumo de las porciones y con ellas el de la existencia. Es una lucha antigua del mundo de la Física que se lleva a cabo continuamente y por millones en el corazón de las estrellas, la tensa pugna entre la presión de la de la materia externa y la energía irradiada por su núcleo, que finaliza, roto el equilibrio, con la compresión o con la explosión que implican la victoria, bastante pírrica, de una de las partes. Tal vez procesos semejantes hijos de la misma ley cósmica se den en cuerpos vivos, humanos incluidos, enzarzadas mente y materia en hallar un fiel de la balanza en forma de proyecto y en mantener su materia sin que se extinga el rescoldo que las anima. Para esos dilemas no habrá respuestas instantáneas ni mapas virtuales, pero sí habrá una sustancia cotidiana en función de lo que se vaya haciendo cada día de la vida.

04/24/16

22 c. La postmodernidad universal (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

 

La postmodernidad universal

 

Monasterio y monte Ararat (Armenia). Como las guerras perdidas...

Monasterio y monte Ararat (Armenia). Como las guerras perdidas…

Al menos el pequeño ciudadano no está solo. Nunca se encontró más acompañado y su angustia vital correspondería a l’embarras du choix, como dirían los franceses, a la dificultad de elegir entre las múltiples ofertas para emplear el ocio, los cientos de amigos virtuales, los senderos que se ramifican ante él a cada paso ofreciéndole algo, y alguien, mejor que lo que tiene. La disponibilidad infinita de un medio que se abre ante él como la barra libre en un inmenso supermercado choca frontalmente con las limitaciones del día a día, de la falta de medios, de trabajo, de afectos, certidumbres, seguridad, y con la caducidad caprichosa de su propio código corporal de barras. Algo en su yo ancestral echa de menos el espacio medido que tenía su planeta en el centro, ahora un sistema solar que a su vez se columpia en los bordes de la franja de la Vía Láctea. De repente parecen haberse acabado, no ya la Historia, sino nada menos que las dimensiones siderales sin más cartografía que la incógnita. La datación del principio y fin del océano de galaxias en la que la propia ocupa un modestísimo lugar es cosa hecha. Su recorrido es imposible mientras no se descubran atajos dimensionales pero está plasmado en cifras. Algo de magia se ha perdido pero la compensa la belleza abrumadora de los objetos celestes. El terráqueo, en el estrato más hondo de su corteza primitiva, rezonga que ya era bastante conque la Tierra se moviera bajo sus pies, conque además lo hiciera con el conjunto de los planetas en torno a un Sol que tampoco está fijo. Y, como si tal cosa no bastara, ahora cuanto contempla en el cielo, junto con

Melancolía de otro mundo-Groenlandia.

Melancolía de otro mundo-Groenlandia.

él mismo, se sabe lanzado en la proyección de una explosión espacial a cuyo origen debe la existencia.

Anteriormente él podía imaginar un antes y un después, un enorme círculo no por inaccesible y remoto menos sujeto que él a las leyes básicas de la existencia y, ¿por qué no?, dotado de una finalidad semejante a la que el humano siempre ha soñado para su propia persona. Sociedades y relaciones tenían así un sentido, los actos una transcendencia, el azar no era árbitro único del insignificante, pero personalmente fundamental, fenómeno de la vida.

Asoma entonces el universo-esponja, la posibilidad de un infinito y simultáneo conglomerado de entes posibles que aparecen y desaparecen en una alternancia de materia/energía, vivo/muerto, fin/comienzo. Deslumbrado pero abandonado a sí mismo, advierte que no hay más referencias, normas, jalones orientativos que los que él quiera establecer como tales. La observación no tiene nada de nueva: La muerte de un Gran Patrón de la ética había sido proclamada en diversas ocasiones, pero no con el amparo de la Física, con la solidez comprobada de la Ciencia. Porque la nueva, y aparentemente definitiva, postmodernidad es la Era del Relativismo Cósmico, la de la Gran Lotería en la que simplemente las favorables condiciones que han permitido el desarrollo de la vida en un planeta óptimamente situado y dotado para ello no son sino la combinación de cifras premiada entre todas las bolas y vueltas del bombo posibles, y por ello, y no al revés, se da la especie consciente que reflexiona sobre su existencia, porque paralelas a ella se han dado todas las otras que no podían producir el fenómeno.

El Universo-Lotería ofrece, en la práctica, una plataforma de impunidad a cualquier habitante del pequeño planeta azul del extrarradio. En las burbujas espaciales cada posibilidad de acción de su ente paralelo puede estar realizándose. Sus yos matan a su mujer, nunca la conocieron, hacen la carrera que él siempre soñó, aprueban la oposición, roban bancos, se dedican a la política, toman cada uno de los senderos de aquéllos cruces en los que él optó por la dirección opuesta. El relativismo redivivo y avalado por buena parte de la Ciencia ofrece un resquicio privilegiado a una clientela sin escrúpulos ya avezada en su uso. Si la lotería es la ley no puede haber regla alguna excepto el capricho del azar que, como los dioses de los griegos, se ríe cruelmente de los

La levedad del ser.

La levedad del ser.

avatares de los seres diminutos.

En un plano más pedestre, ante este panorama, no ya galáctico sino pluricósmico, el ser humano medio siente una especial indefensión afín a la de “Marx ha muerto, Dios ha muerto y yo no me siento nada bien”. El dogma de la Santísima Trinidad era simplicísimo al lado de los arcanos de la física y matemáticas que rigen cuanto existe, astros y dimensiones incluidos. La longevidad que le prometen en breve no resultará jamás suficiente para abarcar una ínfima parte de los saberes. Virtualmente ha alcanzado la ubicuidad y su libertad no tiene límites (con mayor razón si ésta y su ser todo son resultado de la cifra casualmente salida del bombo), sin embargo lo malo de la omnipotencia es que todos los otros son también omnipotentes, lo cual dificulta bastante en el día a día la comprensión y relación con el mundo cercano.

Cápsula espacial-Washington.

Cápsula espacial-Washington.

Siempre habrá, sin embargo, aquéllos que piensen que, lotería o no, vale la pena creer y defender un marco de valores, con mayor razón si aparentemente nada los avala sino un precario consenso. Como las luchas en las guerras perdidas.

 

 

04/24/16

21 c. El ciudadano de Piranesi (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

El ciudadano de Piranesi

 

G. B. Piranesi: Cárcel Oscura.

G. B. Piranesi: Cárcel Oscura.

La sensación de omnipotencia discurre, actualmente, paralela al peculiar, difuso, continuo sabor a indefensión profunda. Tal cosa parece, en principio, imposible por lo contradictorio: No lo es. Ambas corrientes coexisten. Todo puede saberse, mucho está al alcance de la mano, más todavía espera, en cuestión sólo de tiempo, ser clasificado y puesto en su casillero. Cada día es el final de la Historia, universal y propia, incluso la del recorrido mental por un cosmos cartografiado y datado en años luz. Se ha averiguado la edad del Universo, millones de espejos mágicos responden a cualquiera a cualquier pregunta. Dios está en la cola del paro.

Jacques Dutronc, un cantante francés de los años sesenta, del siglo XX, venía a resumir la pregunta común agazapada en el fondo del alma, o, en el recoveco de neuronas: Sept cent millions de Chinois, et moi, et moi, et moi? (Setecientos millones de chinos, ¿Y yo?,¿Y yo? ¿Y yo?). Y continuaba pasando revista a las grandes cifras de la demografía de la Tierra e intentando afirmar, frente a ellas, su pequeño mundo. Actualizado: Miles de millones de años luz de edad del cosmos, cadenas genéticas modificables, paseos virtuales por la Luna ahora tan conocida como el parque de la urbanización, inventario de los tipos de estrellas, razones químicas de los comportamientos. ¿Y yo, y yo, y yo? Yo, a quien ya me pueden dar respuestas para todo, ¿dónde, por qué y para qué estoy donde creo, aunque no me siento muy seguro, estar? Mientras el universo se expande y multiplica el ciudadano de Piranesi vive su agorafobia con mayor intensidad cuanto mayores son las dimensiones del recinto en que se halla.

Pese a la omnipotencia y omnisciencia, en los pequeños lugares y países, en las pequeñas vidas, la conciencia de sentirse inerme, sin embargo, es cierta. Quizás porque ha sido muy largo el período sin exigencias de pagar un precio, esos precios sin los cuales carecen de raíces los logros. Hay un instintivo reflejo de huida hacia la célula familiar, más o menos ampliada, hacia lo inmediato, incluidas ficciones de pertenencias ancestrales que ofrecen una acogedora tibieza de refugio. Pero resulta que el enemigo está en casa, en la facilísima felicidad, ocurre que el mejor o menos malo de los mundos posibles con toda su oferta de deseos satisfechos podría ser una máquina de continuas falsificaciones, que lo pequeño no es necesariamente beautiful sino que, por el contrario, puede lanzar sobre las sociedades, aprovechándose de la superioridad del número, una red gris de cuyas múltiples celdas la escapatoria parece imposible. El Tiempo de Tribus prohíbe, arrincona, barre al Tiempo de Ideas. El camino recorrido puede ser, y es en grandes, peligrosas parcelas, el contrario al de la Ilustración; va de la persona a los casilleros de cada clan.

Con todo su progreso, con la mutación social inigualable que suponen la informática y el inmenso avance tecnológico, esto conlleva, sin embargo, un enorme volumen de indefensión. Es el precio. La Revolución industrial, la técnica, permitían todavía cierta influencia y control del usuario, una proximidad física, una imagen mental abarcable. Nada semejante puede decirse del ambiente que rodea a los humanos en el momento actual. Nunca han disfrutado, ni imaginado, una omnipotencia virtual semejante, un conocimiento potencial de tales calibre e instantaneidad. Simultáneamente, jamás han sido tan dependientes de un corte de suministro, de una caída de la red, de una avería del automóvil, tan ignorantes de aquello que es vital para su existencia y que no pueden controlar en absoluto. En la grande y nueva etapa que representa el mundo cibernético, los canales, constituyen por sí mismos el mensaje y además, dado el espacio temporal que su recepción ocupa, están inseparablemente acompañados por el hecho de que las correas de transmisión son el Líder. No el único porque no impera, ni ya es necesario, un régimen de completo y exclusivo dominio del poder, pero los clanes parásitos se han asegurado de buena parte del control de esos cauces por donde fluye la materia visual y verbal que les garantiza, por cesión en su favor de la sociedad, un flujo de prestigio, dinero y especial rango en la jerarquía moral y en cuantos elementos culturales conforman la percepción que los ciudadanos tienen de sí y de su medio.

Las fronteras y lenguas ondean y se difuminan porque en la aldea global es necesario que el mensaje vaya más allá. Sin embargo la necesidad de referencias cercanas, propias, comunitarias, el temor instintivo a los grandes espacios y las entidades anónimas e inalcanzables y la falta de distancia crítica producen a la vez miedo y euforia ante la infinita libertad, inacción ante lo que sobrepasa y brotes fugaces de excitación que tienen la fugaz duración propia del escaso conocimiento y juicio personal reflexivo en los que se asientan. La rapidez de la mutación ha impedido tomar aliento, calibrar, situarse, Ha dejado, además, en el limbo de aquéllos que son objeto de una especial explotación a legiones de jornaleros de pantalla y teclado que carecen de bagaje intelectual propio. Habitan un terreno dual, entre el olimpo de jefaturas que planean sobre sus cabezas mientras, por debajo, se sitúa la ignorante, contrita y sumisa masa ante la que pueden mostrar desdén y prepotencia. No en vano, según se comenta, ya hay escuelas alemanas donde no se permite a los alumnos llevar ordenadores a clase hasta los doce años y en las que se aprende a escribir a mano e incluso a pluma y con caligrafía. También se cuenta que existen grandes empresas que escogen para directivos a gente que ha cursado Filosofía porque la visión en profundidad y en altura se ha hecho un valor en alza. El envés sería países donde se pretende desde la infancia, en vez de transmitir conocimientos, “formar para la vida”, es decir, fabricar seres adaptados a la coyuntura y el mercado laboral, buenos para hostelería, servicios y exportación medianamente calificada.

La revolución cibernética que se impuso en pocas décadas de forma irreversible, inexcusable y perentoria, fue utilizada en España de forma particularmente espuria por los grupos parásitos. Vieron en ella la oportunidad de eliminar social y laboralmente a los poseedores de conocimientos y categoría intelectual de la que ellos carecían. Necesitaban acaparar en breve espacio de tiempo la imagen de modernidad, europeísmo y eficacia, y enviar a las tinieblas del rancio país retrógrado a los que les estorbaban. La informática reinó suprema, no con la necesaria y encomiable finalidad de incorporarla y universalizar su manejo, sino como instrumento calibrado para segregar, expulsar y apoderarse con rapidez de territorios de adquisición normalmente laboriosa. El último de la clase poseía de repente la varita mágica que le transformaba en príncipe del encanto instantáneo. Su Alteza disfrutaba de derecho de pernada sobre los horarios lectivos, desplazaba o eliminaba asignaturas fútiles como Literatura Universal, leía el Periódico-Insignia y acaparaba cargos que le rescataban de la molesta tarea de enseñar. Mientras un partido, el socialista, imponía y otro, el popular, consentía leyes educativas que consagraban la ignorancia, la idiocia y la pereza, llovían sobre los centros de enseñanza caros equipos informáticos en su mayor parte inútiles o apenas utilizados. Eran los juguetes caros que regalan los padres para así compensar su falta de atención debida a la progenie. La manada, no de los alfa sino de los arroba @, aprovechó ávidamente la coyuntura para llevar a cabo una especie de limpieza cronológica suave y descafeinada en la que no se eliminaba físicamente. Sólo se desplazaba a la cuneta de la sociedad a los individuos que no habían cogido con suficiente rapidez el tren de la única modernidad posible. Se creó una clase dominante (y a su vez dominada por quienes la dirigían) de llamativa prepotencia, un clero que poseía las claves del saber sin el cual no había salvación. Y la limpieza fue eficaz mediante una especialísima toma de poder que deja a la población en un estado obligatorio de dependencia profunda, cotidiana, irremisible y reduce al silencio, la incomunicación y la invisibilidad a ciudadanos que pasan a ser daños colaterales.

La indefensión ha fermentado en España poco a poco dentro de la sopa primordial de optimismo, confianza, solidaridad, nobles ideas y horizontes ilimitados. En los años ochenta y antes, aún en vida de Franco, había cuajado la energía de hacer futuros mejores y no había eclosionado el gratis total. La libertad desteñía naturalmente desde la esfera privada a la generalidad de las costumbres, y en nada fue el cambio tan presto y radical como en las mujeres, que ya desde los sesenta se emancipaban de la sumisión biológica gracias a los anticonceptivos. Se creía en la Transición y en sí mismos como sujetos de una mejora que parecía segura, progresiva e irreversible. Apenas se prestaba atención al peaje de los nuevos territorios. Hubo pocas o ninguna crítica cuando las cárceles se abrieron y dejaron en las calles un puñado de presos políticos y un torrente de criminales, muchos con delitos de sangre. Fueron Saturnales largas y ruidosas, que las gentes de orden sin otro delito ni franquismo que su apego a lo conocido, al puesto de trabajo y a las tradiciones miraron desde la orilla en la que se sentían marginadas, años donde la fiesta se prolongaba en los interminables brindis patrocinados por el Estado de Bienestar y en los que no había transgresión, reivindicación, localismo y fuero que no se viera aclamado, declamado y festejado con pólvora del Rey.

Al tiempo se producía la gran mutación de las comunicaciones adscrita al universal vértigo de la segunda mitad del siglo XX. De repente todo podía saberse, todo era posible, si no ahora y ya, desde luego sí en el futuro inmediato, en una lógica del instante incompatible con la reflexión y el espacio crítico. Se desvanecían la soledad, la individualidad y la creación estrictamente personal junto con las grandes figuras, que eran reemplazadas por sus iconos, su plasma figurativo, el lugar simultáneo que podían ocupar en un momento dado en la lluvia múltiple de formas y mensajes. Con las inocuas fugacidad y brevedad y el esfuerzo nulo de rozar una tecla. La falsa libertad y la ocupación del espacio cognitivo con falso conocimiento son peajes probablemente necesarios, de la era informática incluidos en el conjunto de las muchas ventajas que de ella se obtienen. Pueden digerirse convenientemente pasada la fase inicial, pero se trata de una mutación que se produce a una velocidad que sobrepasa a la de cualquiera de los cambios que han afectado a la especie humana. La lógica del instante, de la comunicación permanente y comunitaria, puede ser utilizada para invalidar formas de reflexión y de existencia por su naturaleza exclusivas del repetido y largo esfuerzo individual. Desparecerían o se minimizarían como anecdóticas a un paso de reprobables la soledad, responsabilidad y creación personales. Adiós a las grandes figuras y bienvenidas las leyes mordaza que tacharán de retrógrado, caduco, inadaptado y estúpido a quien disienta. La falsa libertad de la pantalla global se resolvería en la okupación del espacio y del tiempo cognitivos con placebos de conocimiento. Se estaría en la dictadura de lo moderno, en la aceptación preceptiva del cambio como óptimo, sean los hechos cuales fueren, una especie de neofascismo futurista al que no es ajena la insistencia en dar por muerta a la prensa, al papel, a la lectura, y, con ello, eliminar espacio crítico.

De forma coyuntural, esto puede ser utilizado, tal ha sido el caso, como el instrumento perfecto para promocionar nulidades, obviar la ignorancia, infundir prepotencia a aquéllos  cuyo único diploma es el del cursillo coyuntural. Muchos vieron en ello su oportunidad para expulsar, dominar, invadir espacios, cargarse de suficiencia inapelable en nombre de los vigorosos dioses telemáticos. En muchos rasgos la nueva dictadura recuerda a las vanguardias del Hombre Nuevo de principios del siglo XX, al culto de lo moderno, lo joven, lo actual y lo fuerte, y, como los seguidores de Marinetti, desprecia lo anterior como caduco y propugna un sometimiento devoto al cambio continuo que, en sí, es necesariamente para el individuo concreto fuente de sometimiento e indefensión, potenciados ambos por el miedo a ser tachado de retrógrado, incapaz, caduco y prescindible, Nada más fácil, por otra parte, para el neovanguardismo del siglo XXI que el ejercicio virtual, e indoloro, por pantalla interpuesta, del vivir peligrosamente de los seguidores de Nietzsche, que sí se arriesgaban y lo pagaban muy caro. En un país de democracia socialmente débil, como es el caso español, inmerso en la desorientación identitaria, esta situación es particularmente grave porque se deja al individuo a la merced de sucedáneos de referencias orientativas y trampas duales, que utilizan ávidamente, a fines de robo organizado, los clanes parásitos.

Llegados a este punto, bueno es rechazar la nueva trampa dual. Es cómodo caer en la facilidad del razonamiento maniqueo. Lejos de existir el Bien y el Mal en forma de Modernos y Retrógrados, jóvenes agresivos y viejos desfasados, hay en el siglo XXI una vibración prometedora que abre cada día al descubrimiento, a la admiración y a la curiosidad horizontes de una extensión y profundidad cuajadas de posibilidades. E, invariablemente, también ahí funciona la lógica de los precios. Con la pantalla, la genética y el átomo, como con el hacha de sílex, se puede sobrevivir y alzarse hacia un mejor destino o sacar el corazón al enemigo. Las opciones no son fáciles cuando se ha alcanzado, en tan poco tiempo, tanto poder.

El ciudadano vaga, voto futurible en mano, como un homúnculo de Piranesi, por espacios que no controla en absoluto e incluso le son desconocidos y ajenos. El suelo se mueve bajo sus pies, el mapa del país en el que creía estar se ha fraccionado en múltiples grietas que se empeñaba antes en ver como simples fisuras y en realidad se han ido ahondando, en el transcurso de las décadas, hasta hacerse espacios intransitables erizados de peajes, fronteras, listas de espera y coimas. Descubre con estupor que el erario no es inagotable y que cebar a las clientelas significaba desnudarle a él.

El españolito de Piranesi es una especie nueva que vagamente soñó tiempos mejores y que ahora, cogido en la pinza de partidos que aspiran a repartirse y a repartir en exclusiva los beneficios que el poder procura, sólo se esfuerza en capear malas rachas y arañarse un mediano pasar. Presencia, con entrada obligatoria al incómodo patio de butacas, una nueva, peligrosísima farsa, la variante de la simpática mascota que saca las uñas y los dientes. Es un espectáculo nuevo, la Democracia Esperpéntica, blindada incluso a la crítica por su coraza parlamentaria que, ejercida como arma dual, concede como única antítesis la Dictadura. Sin embargo el hombrecito hispánico, aunque todo se ha hecho para que siga comulgando con la propaganda bipolar izquierda/derecha, progresismo/reacción del franquismo post mortem, siente que flota entre grandes bloques de organismos subvencionados desde la cuna, jueces mercenarios del político de turno y chantajistas de un pelaje que va del pistolero montaraz al aliado tribal previo pago de su importe. Lo que se le presenta como única organización social aceptable hace imposible la democracia real porque se ha convertido en un sistema hecho para garantizar la impunidad de los peores y para atemorizar y explotar al ciudadano. Y en eso, en la indefensión garantizada, parece haberse resuelto la ejemplar Transición.

No hay trabajo, ni el dinero fácil que antes cubría la fragilidad del entramado y permitió, hasta el minuto antes de la crisis, el reparto de sobras y dádivas. El voto cuatrienal no consuela de la realidad precaria, la cultura escasa, confusa y fragmentaria, el desvanecimiento de valores establecidos. Hecho a la inercia de los dos grandes clanes gubernamentales, expoliado y traicionado por ambos, el ciudadano de una democracia aprendiz que parece estar repitiendo siempre curso se siente robado por todos los frentes, y no halla punto de referencia. Adiós herencia cultural, que se fue por el sumidero de una enseñanza copada por consignas y por huestes del nuevo régimen ansiosas de hacer méritos para que les confirmaran puestos y mando en plaza. Ya no tiene historia, ni  héroes, ni reyes, ni romanos, ni cristianismo, ni tradición, ni descubrimiento de América, ni aspiraciones, fracasos y victorias. Tiene una imitación, gris y fallida, de más hábiles vecinos del norte. Adiós a la libertad económica provechosa que prometían los unos porque, cuando entraron en escena los otros, se apresuraron  a sobreañadir a la clientela anterior la propia, a sangrar la Administración del Estado y a arrinconar y presentar como inútiles a los funcionarios de a pie. El procedimiento es sencillo: Se imponen por doquier equipos de contratas temporales para que hagan tareas que corresponden a los empleados en plaza pagados por ello y capaces de ello. Los himnos al liberalismo y la externalización, a veces entonados en sordina para camuflar el negocio que para un puñado de amigos del dinero ajeno representan, se acompañan de aparente celo por el aprovechamiento de recursos y la disminución del sector público. Los nuevos jornaleros de ordenador, escoba o escritorio reciben, por el mismo trabajo, la mitad de sueldo que los de nómina, son despedidos a los pocos meses y contratante y contratador extraen del proceso jugosas mordidas duplicando así los costes de un cada vez más denostado sector Se consigue por lo tanto pésima atmósfera laboral, ninguna profesionalidad ni interés por parte de los trabajadores, derroche institucionalizado y descrédito del funcionariado ante una ciudadanía a la que se hace creer que toda asignación del presupuesto a servicios generales es ruinosa, educación, medicina y transportes públicos una antigualla y los minutos del cafelito mañanero la causa final de la desastrosa situación de las finanzas del país.

El ciudadano, pequeño, ocupado en la supervivencia y sometido a la desmemoria del mensaje prescindible fugaz e inmediato, se esfuerza por esquivar uno y otro bloque, conserva la añoranza de situaciones que fueron mejores y no sólo porque el dinero corriese más libremente, convive con la neta conciencia del engaño. Y, como gracias a la eliminación del almacén de datos y de la cultura personales, se está volviendo a la memoria fugaz primitiva, propia de la aurora de nuestra especie, el homo privado de Google se encuentra inerme, carece de acervo de conocimientos propios, estructurados, universales, cronológicos, en los que hallar seguridad, defensa, alimento y referencias. Ha aprendido que vive, y vivirá durante más tiempo que generación pasada alguna, en el mejor de los mundos posibles. Si el sistema informático no se cae de repente, si los servicios que da por inmarcesibles están ahí, si la energía eléctrica no le abandona. Y no recuerda, como raíces, más que la tonadilla que acompañaba a los dibujos de su infancia en la tele. Quizás el peaje de haber aceptado una educación-placebo en la que se pasaba sin saber de un curso a otro, quizás el banderín de tribu diminuta, las tabletas de la ley adaptables según consumo no hayan sido tan buen negocio después de todo.

El habitante actual de ese vago territorio llamado Hispania tuvo un mito, y aun varios, que incluían la dictadura extinta y una Transición ejemplar. Los bloques parásitos nacieron, engordaron y se instalaron sin ser apercibidos, infinitamente más peligrosos que los clásicos espectáculos de corrupción, carecen de nombre, su materialización requiere visualizar un cliché de intereses satisfechos que no se refleja en los órganos de información-propaganda que fueron en un tiempo lejano bandera de esperanza y libertades. Se ha perdido la costumbre de juzgar por individuos y por hechos. Y quien no tiene poder económico, social, mediático está por completo inerme y con toda razón amedrentado. La Justicia, el Estado en sus ramificaciones diversas pueden empobrecerle, arruinarle, dejarle en el limbo de un proceso durante largos años, obligarle a convivir con asesinos, a sufrir innumerables robos, a temer abusos, agresiones e intimidaciones sin que su débil status de ciudadano de a pie le ofrezca amparo. El hombrecito de Piranesi se ha acostumbrado a la censura preventiva, y sin advertirlo la ha interiorizado de forma mucho más eficaz que la vieja y tosca del régimen franquista. La ilusión de los setenta, y aun de los ochenta, ha dejado paso a un hueco a la medida del pasado impulso. Va buscando, con su papeleta en la mano como gran logro democrático, y se tropieza con populismo que corea clichés caducos y se acalla con la distribución gratuita de algunos bienes. Él sigue la rutina, de supervivencia, de los días. Mira sobre las desdibujadas fronteras. Europa. Quizás hay ilusión. Pero, ¿y si al fin y al cabo es también allí lo mismo? Ah, no. Allá el hombrecito crece y tiene la estatura normal de los ciudadanos. Sabe de buena tinta, por compañeros que lo vivieron, que, por ejemplo, en Gran Bretaña hay un servicio de asistencia jurídica gratuito para los que son víctimas de pequeños abusos y robos, aquéllos ante los que en su país de origen él está particularmente indefenso. Esos abogados británicos le escuchan y defienden sus derechos. Allí la justicia independiente existe, no está al albur, como en España, del partido que la nombra y de la importancia, cargo y riqueza del que, gracias a ello, no pisará la cárcel y ni siquiera será acusado. Tal vez sería una opción esperanzadora que Inglaterra desbordase Gibraltar y ocupara más terreno de la Península. O que esa Francia donde en todos los colegios los niños pueden estudiar en francés y se tienen las mismas leyes tanto se habite en la Normandía como en Marsella se desperece hacia el sur.

Porque aquí, en este país que por no tener no tiene apenas ni nombre, le han quitado mucho y pueden quitarle cualquier día cualquier cosa, como si el atracador se cruzara a su acera desde la acera de la impunidad y, después de hacer lo que le viniera en gana respaldado por una ley que sólo protege a los criminales y a los fuertes, volviera a cruzar la calle con su botín, con las manchas de sangre en su chaqueta, que no tiene por qué esconder y que no esconde, mientras es recibido con aplausos por sus homólogos y la prensa local y foránea se hace lenguas de la extraordinaria protección y desvelos gubernamentales de la que gozan ladrones habituales, violadores, asesinos y terroristas (valga la redundancia) en la España de las transiciones maravillosas.

La Historia se la han quitado en bloque. Ni Descubrimiento de América ni navegaciones de increíble riesgo, valor y audacia por el Pacífico. Ni héroes –serlo está mal visto- ni figuras señeras de las que brillan en el cedazo de las épocas. Las conmemoraciones de 1492 las hace de rodillas, pidiendo excusas y trajinando por los caminos con una cerda. Las defensas en mar y en tierra, por su honor y sus principios, no merecen mención en los libros; si acaso algún análisis del psicoanalista. Incluso los monumentos se ignoran, a las no-personas del pasado las acompañan obras de perdida autoría, la ciudad y los recuerdos son despojados de cuanto les daba significado, tradición y grandeza, se cierran tiendas y cafés seculares que en otras capitales se preservan como oro en paño. La fina red grisácea ignora cuanto sobrepasa el tamaño minúsculo de sus celdas. El ciudadano de Piranesi flota en un vacío de referencias que le proporciona una engañosa sensación de libertad.

Puestos a robar, le han robado hasta el término nacionalismo, que ahora es una abominación vergonzosa en cada una de sus facetas excepto en la tribal. Él tenía ese cariño instintivo por su patria que, por mucho que renegara de ella, era un sabor recurrente en las ausencias, en los paisajes, en la masa de finas raíces mezcladas con la vida propia. Estaba tan lejos de transformarlo en instrumento de estupidez y odio como de declarar la guerra a todos los pueblos en los que él no había nacido. Lo de ciudadano del mundo le parecía muy bien, quedaba estupendamente, pero tenía un algo de irreal y sofisticado que no se compadecía con la parte más cálida y veraz de su persona. Adoptó, sin embargo, esa jaculatoria como el resto, puesto que el dios de la indefinición exigía de continuo sacrificios y adhesiones y convenía que todo fuese vago, difuso, postmoderno, relativo y transitorio, desde el sexo a la nacionalidad pasando por moral, religión, estado civil y preferencias en cuanto a países, usos y valores. Del intelectual sabio al último presentador televisivo o actor en boga, todos denuestan ese sentimiento nacional que el ciudadano tenía tranquilamente integrado a sus afectos. No puede tenerlo en España, es, por activa y por pasiva, abominable. Sólo resulta digno de mención, aprecio y loa en otros lugares, también si se refiere a épocas distintas, o en la proclama deportiva ocasional. Dado que le arrebataron, desde la escuela, su propia herencia cultural y los más elementales conocimientos de filosofía e historia, el ciudadano expoliado nada puede alegar en su defensa. De lo contrario, le sería posible decir que el nacionalismo no sólo fue el monstruo de los desfiles de antorchas nazis, los genocidios balcánicos y los ensueños racistas del terrorismo vasco, sino que también existe y ha existido otro generoso y noble, del que es fragmento el suyo y su pequeña bandera y que existe como una perla entre materia espuria. El nacionalismo, muy bien acompañado por la rebeldía ante la opresión, impulsó al pueblo de Madrid el 2 de Mayo, mantuvo en pie bajo los bombardeos alemanes a la democrática Inglaterra, caminó hombro con hombro con los guerreros de Maratón que invocaban y defendían, para ellos y para nosotros, la más noble palabra, ¡Eleuzería!, en griego clásico libertad.

No le han robado sólo cultura y conceptos filosóficos: Le han robado la cartera. Se le supone protegido por la más nutrida batería de derechos que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros, pero cada uno esconde innumerables cláusulas en implacable letra pequeña, que le hacen transgresor potencial de normas incontables, sobre las que se depositan cada día otras nuevas como las hojas del otoño. Le han vendido una ilusión tal de completa seguridad que nunca ha advertido que el precio consistía en todas sus libertades y en todo el dinero del que les plazca apropiarse a los señores del feudo. A día de hoy, la ley penaliza ya, no los actos, sino los juicios de valor, la expresión de opiniones, el crimental (crimen mental) que diría el llorado Orwell. En la práctica, cualquier línea, gesto o frase es susceptible de multa, denuncia, reproche, escarnio puesto que se camina por un pavimento cruzado por la apretada cuadrícula de la corrección y de la delimitación de los territorios microtribales. Imposible explicar a jóvenes desprovistos de información veraz retrospectiva y de espacio crítico que la libertad individual que viven como un vasto supermercado es mucho menor que antaño, aunque otrora fuese la existencia más precaria, incluso si había dictaduras, porque contra las dictaduras se lucha, el enemigo es limitado, ofrece agarre al oponente. Pero en la tibia sopa de indecisión e inconsistencia no hay enemigo posible. Puede inventarse un gran fantasma llamado Sistema, y hacerlo objeto de las iras, aunque el rostro espectral se componga de los de buena parte de los iracundos.

A falta de un París luminoso siempre quedará el consumo. Desdichadamente hay que pagarlo, y las tribus llevan roída hasta la última migaja de la caja. Son innecesarios el antiguo ejército de las asonadas decimonónicas y la moderna policía política. Los supera con creces, como instrumento de sumisión, el miedo difuso al robo aleatorio oficializado y la falta de alternativas a un sistema que, en nombre de la legítima representación popular, es omnipotente, omnipresente e inatacable. El sujeto se rige por la regla del menor de los males y el horizonte inmediato, él y lo suyo y los suyos, sobre los que se sitúa la esfera de los nuevos señores que se conformarán con ritos de ingeniería social y tributos siempre y cuando el vasallo no les resulte molesto. Porque, si esto último ocurriera y el ciudadano no gozara de respaldo alguno, carnet de algún club de víctimas oficioso ni de finanzas que paguen su defensa, entonces lo empobrecerán impunemente y amargarán su vida, mientras como el resto, presencia el espectáculo cotidiano de criminales libres, jueces a la orden de quien les nombra y fortunas amasadas al abrigo de cargo, título y rango.

El hombrecito se pasea con su inseparable buitre, que vuela en círculos cansinos sobre su cabeza y desciende de cuando en cuando para arrancar la libra de carne y depositarla en las arcas oficiales, de donde pasará al departamento de trinchado y reparto entre el ocioso enjambre tribal. La gente del común cuenta con un carroñero por persona y es fácil, si se aguza el oído, oír su planeo, aunque el ave se confunda con el aire de los días grises. Las buenas gentes se esfuerzan, sin embargo, en pasarlo bien, en sacar partido de lo que parece todavía coloreado, disponible, con luces, de aquello que tal vez mejore. Capean la larga mala racha envueltos parcialmente en los reflejos virtuales de sentimientos, experiencias, placeres vicarios; levemente embriagados por visiones y sonidos que aparecen y se disuelven sin consecuencias pero que llenan huecos y, sobre todo, abrigan y aíslan del frío de la cruda realidad. Saben que les han robado cosas, muchas cosas además de la extracción cotidiana de múltiples impuestos y la amenaza continua de diezmos, penas, castigos burocráticos inapelables que no  tendrán más rostro que la respuesta mecánica de una línea telefónica y el aviso que incluye un número de pago y cláusulas imposibles. Regularmente el buitre baja, hunde el pico y sube, con su porción de carne, la coloca en la mano enguantada del cetrero y reanuda el vuelo circular sobre la cabeza que le corresponde.

Esas gentes advierten, por ejemplo, que les han robado la Navidad, y no la foránea del trineo y los renos. Los cérvidos representantes de la esfera nórdica no hubieran sufrido, ni sufren, en el país vergonzante del sur, menoscabo alguno. El robo se concentra en la imaginería milenaria propia del cristianismo. Jadeantes por el afán de parecerse a la ideal Europa moderna, los señores que ordenan el diseño del Hombre Nuevo han implantado el Advenimiento Geométrico y desterrado previamente, en una limpia ejemplar, belenes, estrellas, angelitos, campanas, reyes magos, misterios y pastores. En espera de que se imponga universalmente la Fiesta del Solsticio con los ritos correspondientes (el neopaganismo hitleriano podría ser una fuente de inspiración), las escuadrillas del Bloque Parásito han hallado una meta provisional con la que justificar su sustento y su existencia. Por supuesto, se favorecen incondicionalmente las expresiones y festejos religiosos de cualesquiera otras confesiones, sean judías, budistas o musulmanas. Las lucecitas, de una palidez insulsa, lagrimean en los escasos árboles que las cobijan, las decoraciones festivas son un homenaje a Fermat y Pitágoras y los belenes se acogen al sagrado de recintos cuyas paredes impiden que la mirada del ateo y del agnóstico sufran con su roce. Hay una premura tan provinciana y patética en demostrar desapego de las propias raíces y obtener el beneplácito de un invisible juez supraeuropeo asistido por un comité progresista del buen gusto que la representación antinavideña rezuma la tristeza del espectáculo sin público. Apoyado en el tenaz sentido común, el viandante mira, y sabe que le han robado algo.

Ese algo puede ser tan vasto como la realidad misma, incluso la que transciende fronteras, porque le han privado de la fresca posibilidad de percibirla según su saber y entender. No puede juzgar; los juicios de valor están mal vistos fuera de los carriles de lo conveniente y adecuado. El ejercicio libre del pensamiento, las categorías de malo y bueno tienen que obtener, como requisito previo a la clasificación definitiva, el pase de la correcta percepción, según a quién, dónde, cuándo y para qué sirven. Nada será, pues, per se aberrante, nefasto, injusto, peligroso, falaz, idiota, bárbaro, absurdo. Para extender sobre cuanto acontece el manto acolchado del distanciamiento sonriente se ha creado una doctrina como la Alianza de Civilizaciones, que se vende en diferentes tallas y cuya estupidez sólo es superada por la específica maldad inherente a un peligroso tipo de estulticia que le es propio. Espontáneamente, un juicio sano rechaza prácticas opresoras y repulsivas, pero no si se halla sometido a la implacable lluvia de consignas como la igualdad de culturas y el relativismo universal. En su nombre, se pueden contemplar sin condenar ni siquiera de palabra -o incluso tampoco de pensamiento, tal es la autocensura actual- las mayores aberraciones. El velo obligatorio o la ablación de clítoris son únicamente algunos ejemplos; podría tratarse de la estrella amarilla de los judíos de haber triunfado los nazis. Nada más cómodo que fotografiar y hacer lo que vieres. En ayuda del oportunismo y de todas las alianzas se ha extendido el dogma implícito de la intemporalidad de las situaciones. ¿Cómo rechazar usos que, por culturales –y todo lo es- gozan de patente de corso y están establecidos y aceptados por las poblaciones desde el comienzo de la eternidad? La premisa es de una falsedad patente, pero funciona, apoyada en el general anatema contra los juicios de valor y la timidez inconsciente ante el riesgo de rechazo.

Junto a lo que no debe percibir le han robado también la cronología, los acontecimientos insertados en su tiempo real. Los pequeños seres de Piranesi ignoran que lo que les presentan como ancestral, inmutable, casi eterno, jamás lo fue. Basta con echar un vistazo a fotografías no tan antiguas para observar que ha habido regresiones, empeoramientos, avances súbitos, que la Historia no es un relato lineal y lento sino que, como el Tiempo en sí, no pasa de ser una abstracción y sólo consiste en lo que los hombres hacen, de manera que ese tejido de omisiones y actos a cada instante dibuja el mapa de la realidad, El cambio que no ocurre en siglos sucede en pocos meses y el salto a la barbarie o a formas mejores de ser puede darse en muy breve espacio o no producirse en absoluto.

Como la virtual omnisciencia de la era telemática produce el espejismo del poder sin límites y la garantía  informativa, el sujeto de a pie se sorprende cuando alguien le dice que en absoluto ha sido esclarecida la masacre del 11 de Marzo de 2004 y que los que la planearon y/o aplaudieron gozan de manera patente de sus frutos, se extraña de que en las calles de Irán o Afganistán parecieran  mucho más modernas que en la actualidad en fotografías de hace no tantas décadas, y que por ellas caminaran mujeres vestidas libremente y con la cabeza descubierta. Él creía que, en una geografía cultural de espacios temáticos tan intemporales como las reservas zoológicas, los cambios en usos y costumbres no se producían sino a un lentísimo ritmo geológico con el que no cabe interferir de modo alguno. Al individuo abrevado cotidianamente con los clichés de la corrección le sorprende saber que, de no prohibirlo los ingleses, la costumbre hindú de quemar a las viudas en la pira del marido hubiese continuado felizmente por tiempo indefinido, o que la ancestral práctica china de escupir sobre el pavimento a diestro y siniestro, que parecía inscrita en sus genes, haya desaparecido con sorprendente rapidez en Singapur tras la imposición de elevadas multas. Tales intromisiones en ajenas estructuras étnicas tienen un insoportable perfume de herejía. Cuando se ha perdido el hábito de mirar de frente a los hechos, llamar a las cosas por su nombre y dejar libres las neuronas, es inquietante encontrarse en un universo sin balizas ni folleto de modo de empleo, en el que se desvanecen las consoladoras certidumbres en un lento e ineluctable progreso por medio de la taumaturgia educativa.

Ya se tratara del futuro de mañanas cantarines, ya de la victoria final de la clase laboriosa, ya de la parusía del entendimiento global, todo confluía en crear un cómodo estar con muelles seguridades garantizadas por la abstracción situada en el porvenir. Gracias a ella, los amables gestores de entelequias de consenso pueden enriquecerse hoy por hoy. Futuro y Tiempo forman parte, junto con las Leyes de la Historia, del mito forjado por los estafadores del presente. La pequeña figura de los grabados de Piranesi se encuentra rodeada por un medio aún más temible que los altos muros y las imposibles escaleras: flota en un vacío semejante al que rodea a los astronautas y, de repente, se ve obligada a procurarse, a base de observaciones y deducciones personales, la ley de su propia gravedad.

Tierra a tierra, el ciudadano mira en torno suyo. Reduce, sensatamente, su campo de visión al país que primero le nutrió y que le alberga. Y observa, una vez desvanecido el mito, que simplemente se está llamando Democracia a la Dictadura de los Peores. Ve pasar defraudadores de todo pelaje y jaez. Son el mascarón de proa de la nave capitana y de la flota que la sigue, forman un grupo escultórico de docenas de cuerpos en los que se quintaesencia y simboliza la tripulación a la que preceden. Como una estatua horizontal, constituyen el pináculo de una espesa base amalgamada de clientelas, menos vistosas, toscas y violentas que el bandolero tradicional pero, por acumulación y extensión temporal, mucho más dañinas. El tropel no pasa de ser la última secreción de la resaca larga, hay quienes luchan por librarse de su peso.

Y, vivo símbolo de su tiempo, el hombrecito se pasea por el país de la indefensión.

 

La sensación de omnipotencia discurre, actualmente, paralela al peculiar, difuso, continuo sabor a indefensión profunda. Tal cosa parece, en principio, imposible por lo contradictorio: No lo es. Ambas corrientes coexisten. Todo puede saberse, mucho está al alcance de la mano, más todavía espera, en cuestión sólo de tiempo, ser clasificado y puesto en su casillero. Cada día es el final de la Historia, universal y propia, incluso la del recorrido mental por un cosmos cartografiado y datado en años luz. Se ha averiguado la edad del Universo, millones de espejos mágicos responden a cualquiera a cualquier pregunta. Dios está en la cola del paro.

Jacques Dutronc, un cantante francés de los años sesenta, del siglo XX, venía a resumir la pregunta común agazapada en el fondo del alma, o, en el recoveco de neuronas: Sept cent millions de Chinois, et moi, et moi, et moi? (Setecientos millones de chinos, ¿Y yo?,¿Y yo? ¿Y yo?). Y continuaba pasando revista a las grandes cifras de la demografía de la Tierra e intentando afirmar, frente a ellas, su pequeño mundo. Actualizado: Miles de millones de años luz de edad del cosmos, cadenas genéticas modificables, paseos virtuales por la Luna ahora tan conocida como el parque de la urbanización, inventario de los tipos de estrellas, razones químicas de los comportamientos. ¿Y yo, y yo, y yo? Yo, a quien ya me pueden dar respuestas para todo, ¿dónde, por qué y para qué estoy donde creo, aunque no me siento muy seguro, estar? Mientras el universo se expande y multiplica el ciudadano de Piranesi vive su agorafobia con mayor intensidad cuanto mayores son las dimensiones del recinto en que se halla.

Pese a la omnipotencia y omnisciencia, en los pequeños lugares y países, en las pequeñas vidas, la conciencia de sentirse inerme, sin embargo, es cierta. Quizás porque ha sido muy largo el período sin exigencias de pagar un precio, esos precios sin los cuales carecen de raíces los logros. Hay un instintivo reflejo de huida hacia la célula familiar, más o menos ampliada, hacia lo inmediato, incluidas ficciones de pertenencias ancestrales que ofrecen una acogedora tibieza de refugio. Pero resulta que el enemigo está en casa, en la facilísima felicidad, ocurre que el mejor o menos malo de los mundos posibles con toda su oferta de deseos satisfechos podría ser una máquina de continuas falsificaciones, que lo pequeño no es necesariamente beautiful sino que, por el contrario, puede lanzar sobre las sociedades, aprovechándose de la superioridad del número, una red gris de cuyas múltiples celdas la escapatoria parece imposible. El Tiempo de Tribus prohíbe, arrincona, barre al Tiempo de Ideas. El camino recorrido puede ser, y es en grandes, peligrosas parcelas, el contrario al de la Ilustración; va de la persona a los casilleros de cada clan.

Con todo su progreso, con la mutación social inigualable que suponen la informática y el inmenso avance tecnológico, esto conlleva, sin embargo, un enorme volumen de indefensión. Es el precio. La Revolución industrial, la técnica, permitían todavía cierta influencia y control del usuario, una proximidad física, una imagen mental abarcable. Nada semejante puede decirse del ambiente que rodea a los humanos en el momento actual. Nunca han disfrutado, ni imaginado, una omnipotencia virtual semejante, un conocimiento potencial de tales calibre e instantaneidad. Simultáneamente, jamás han sido tan dependientes de un corte de suministro, de una caída de la red, de una avería del automóvil, tan ignorantes de aquello que es vital para su existencia y que no pueden controlar en absoluto. En la grande y nueva etapa que representa el mundo cibernético, los canales, constituyen por sí mismos el mensaje y además, dado el espacio temporal que su recepción ocupa, están inseparablemente acompañados por el hecho de que las correas de transmisión son el Líder. No el único porque no impera, ni ya es necesario, un régimen de completo y exclusivo dominio del poder, pero los clanes parásitos se han asegurado de buena parte del control de esos cauces por donde fluye la materia visual y verbal que les garantiza, por cesión en su favor de la sociedad, un flujo de prestigio, dinero y especial rango en la jerarquía moral y en cuantos elementos culturales conforman la percepción que los ciudadanos tienen de sí y de su medio.

Las fronteras y lenguas ondean y se difuminan porque en la aldea global es necesario que el mensaje vaya más allá. Sin embargo la necesidad de referencias cercanas, propias, comunitarias, el temor instintivo a los grandes espacios y las entidades anónimas e inalcanzables y la falta de distancia crítica producen a la vez miedo y euforia ante la infinita libertad, inacción ante lo que sobrepasa y brotes fugaces de excitación que tienen la fugaz duración propia del escaso conocimiento y juicio personal reflexivo en los que se asientan. La rapidez de la mutación ha impedido tomar aliento, calibrar, situarse, Ha dejado, además, en el limbo de aquéllos que son objeto de una especial explotación a legiones de jornaleros de pantalla y teclado que carecen de bagaje intelectual propio. Habitan un terreno dual, entre el olimpo de jefaturas que planean sobre sus cabezas mientras, por debajo, se sitúa la ignorante, contrita y sumisa masa ante la que pueden mostrar desdén y prepotencia. No en vano, según se comenta, ya hay escuelas alemanas donde no se permite a los alumnos llevar ordenadores a clase hasta los doce años y en las que se aprende a escribir a mano e incluso a pluma y con caligrafía. También se cuenta que existen grandes empresas que escogen para directivos a gente que ha cursado Filosofía porque la visión en profundidad y en altura se ha hecho un valor en alza. El envés sería países donde se pretende desde la infancia, en vez de transmitir conocimientos, “formar para la vida”, es decir, fabricar seres adaptados a la coyuntura y el mercado laboral, buenos para hostelería, servicios y exportación medianamente calificada.

La revolución cibernética que se impuso en pocas décadas de forma irreversible, inexcusable y perentoria, fue utilizada en España de forma particularmente espuria por los grupos parásitos. Vieron en ella la oportunidad de eliminar social y laboralmente a los poseedores de conocimientos y categoría intelectual de la que ellos carecían. Necesitaban acaparar en breve espacio de tiempo la imagen de modernidad, europeísmo y eficacia, y enviar a las tinieblas del rancio país retrógrado a los que les estorbaban. La informática reinó suprema, no con la necesaria y encomiable finalidad de incorporarla y universalizar su manejo, sino como instrumento calibrado para segregar, expulsar y apoderarse con rapidez de territorios de adquisición normalmente laboriosa. El último de la clase poseía de repente la varita mágica que le transformaba en príncipe del encanto instantáneo. Su Alteza disfrutaba de derecho de pernada sobre los horarios lectivos, desplazaba o eliminaba asignaturas fútiles como Literatura Universal, leía el Periódico-Insignia y acaparaba cargos que le rescataban de la molesta tarea de enseñar. Mientras un partido, el socialista, imponía y otro, el popular, consentía leyes educativas que consagraban la ignorancia, la idiocia y la pereza, llovían sobre los centros de enseñanza caros equipos informáticos en su mayor parte inútiles o apenas utilizados. Eran los juguetes caros que regalan los padres para así compensar su falta de atención debida a la progenie. La manada, no de los alfa sino de los arroba @, aprovechó ávidamente la coyuntura para llevar a cabo una especie de limpieza cronológica suave y descafeinada en la que no se eliminaba físicamente. Sólo se desplazaba a la cuneta de la sociedad a los individuos que no habían cogido con suficiente rapidez el tren de la única modernidad posible. Se creó una clase dominante (y a su vez dominada por quienes la dirigían) de llamativa prepotencia, un clero que poseía las claves del saber sin el cual no había salvación. Y la limpieza fue eficaz mediante una especialísima toma de poder que deja a la población en un estado obligatorio de dependencia profunda, cotidiana, irremisible y reduce al silencio, la incomunicación y la invisibilidad a ciudadanos que pasan a ser daños colaterales.

La indefensión ha fermentado en España poco a poco dentro de la sopa primordial de optimismo, confianza, solidaridad, nobles ideas y horizontes ilimitados. En los años ochenta y antes, aún en vida de Franco, había cuajado la energía de hacer futuros mejores y no había eclosionado el gratis total. La libertad desteñía naturalmente desde la esfera privada a la generalidad de las costumbres, y en nada fue el cambio tan presto y radical como en las mujeres, que ya desde los sesenta se emancipaban de la sumisión biológica gracias a los anticonceptivos. Se creía en la Transición y en sí mismos como sujetos de una mejora que parecía segura, progresiva e irreversible. Apenas se prestaba atención al peaje de los nuevos territorios. Hubo pocas o ninguna crítica cuando las cárceles se abrieron y dejaron en las calles un puñado de presos políticos y un torrente de criminales, muchos con delitos de sangre. Fueron Saturnales largas y ruidosas, que las gentes de orden sin otro delito ni franquismo que su apego a lo conocido, al puesto de trabajo y a las tradiciones miraron desde la orilla en la que se sentían marginadas, años donde la fiesta se prolongaba en los interminables brindis patrocinados por el Estado de Bienestar y en los que no había transgresión, reivindicación, localismo y fuero que no se viera aclamado, declamado y festejado con pólvora del Rey.

Al tiempo se producía la gran mutación de las comunicaciones adscrita al universal vértigo de la segunda mitad del siglo XX. De repente todo podía saberse, todo era posible, si no ahora y ya, desde luego sí en el futuro inmediato, en una lógica del instante incompatible con la reflexión y el espacio crítico. Se desvanecían la soledad, la individualidad y la creación estrictamente personal junto con las grandes figuras, que eran reemplazadas por sus iconos, su plasma figurativo, el lugar simultáneo que podían ocupar en un momento dado en la lluvia múltiple de formas y mensajes. Con las inocuas fugacidad y brevedad y el esfuerzo nulo de rozar una tecla. La falsa libertad y la ocupación del espacio cognitivo con falso conocimiento son peajes probablemente necesarios, de la era informática incluidos en el conjunto de las muchas ventajas que de ella se obtienen. Pueden digerirse convenientemente pasada la fase inicial, pero se trata de una mutación que se produce a una velocidad que sobrepasa a la de cualquiera de los cambios que han afectado a la especie humana. La lógica del instante, de la comunicación permanente y comunitaria, puede ser utilizada para invalidar formas de reflexión y de existencia por su naturaleza exclusivas del repetido y largo esfuerzo individual. Desparecerían o se minimizarían como anecdóticas a un paso de reprobables la soledad, responsabilidad y creación personales. Adiós a las grandes figuras y bienvenidas las leyes mordaza que tacharán de retrógrado, caduco, inadaptado y estúpido a quien disienta. La falsa libertad de la pantalla global se resolvería en la okupación del espacio y del tiempo cognitivos con placebos de conocimiento. Se estaría en la dictadura de lo moderno, en la aceptación preceptiva del cambio como óptimo, sean los hechos cuales fueren, una especie de neofascismo futurista al que no es ajena la insistencia en dar por muerta a la prensa, al papel, a la lectura, y, con ello, eliminar espacio crítico.

De forma coyuntural, esto puede ser utilizado, tal ha sido el caso, como el instrumento perfecto para promocionar nulidades, obviar la ignorancia, infundir prepotencia a aquéllos  cuyo único diploma es el del cursillo coyuntural. Muchos vieron en ello su oportunidad para expulsar, dominar, invadir espacios, cargarse de suficiencia inapelable en nombre de los vigorosos dioses telemáticos. En muchos rasgos la nueva dictadura recuerda a las vanguardias del Hombre Nuevo de principios del siglo XX, al culto de lo moderno, lo joven, lo actual y lo fuerte, y, como los seguidores de Marinetti, desprecia lo anterior como caduco y propugna un sometimiento devoto al cambio continuo que, en sí, es necesariamente para el individuo concreto fuente de sometimiento e indefensión, potenciados ambos por el miedo a ser tachado de retrógrado, incapaz, caduco y prescindible, Nada más fácil, por otra parte, para el neovanguardismo del siglo XXI que el ejercicio virtual, e indoloro, por pantalla interpuesta, del vivir peligrosamente de los seguidores de Nietzsche, que sí se arriesgaban y lo pagaban muy caro. En un país de democracia socialmente débil, como es el caso español, inmerso en la desorientación identitaria, esta situación es particularmente grave porque se deja al individuo a la merced de sucedáneos de referencias orientativas y trampas duales, que utilizan ávidamente, a fines de robo organizado, los clanes parásitos.

Llegados a este punto, bueno es rechazar la nueva trampa dual. Es cómodo caer en la facilidad del razonamiento maniqueo. Lejos de existir el Bien y el Mal en forma de Modernos y Retrógrados, jóvenes agresivos y viejos desfasados, hay en el siglo XXI una vibración prometedora que abre cada día al descubrimiento, a la admiración y a la curiosidad horizontes de una extensión y profundidad cuajadas de posibilidades. E, invariablemente, también ahí funciona la lógica de los precios. Con la pantalla, la genética y el átomo, como con el hacha de sílex, se puede sobrevivir y alzarse hacia un mejor destino o sacar el corazón al enemigo. Las opciones no son fáciles cuando se ha alcanzado, en tan poco tiempo, tanto poder.

El ciudadano vaga, voto futurible en mano, como un homúnculo de Piranesi, por espacios que no controla en absoluto e incluso le son desconocidos y ajenos. El suelo se mueve bajo sus pies, el mapa del país en el que creía estar se ha fraccionado en múltiples grietas que se empeñaba antes en ver como simples fisuras y en realidad se han ido ahondando, en el transcurso de las décadas, hasta hacerse espacios intransitables erizados de peajes, fronteras, listas de espera y coimas. Descubre con estupor que el erario no es inagotable y que cebar a las clientelas significaba desnudarle a él.

El españolito de Piranesi es una especie nueva que vagamente soñó tiempos mejores y que ahora, cogido en la pinza de partidos que aspiran a repartirse y a repartir en exclusiva los beneficios que el poder procura, sólo se esfuerza en capear malas rachas y arañarse un mediano pasar. Presencia, con entrada obligatoria al incómodo patio de butacas, una nueva, peligrosísima farsa, la variante de la simpática mascota que saca las uñas y los dientes. Es un espectáculo nuevo, la Democracia Esperpéntica, blindada incluso a la crítica por su coraza parlamentaria que, ejercida como arma dual, concede como única antítesis la Dictadura. Sin embargo el hombrecito hispánico, aunque todo se ha hecho para que siga comulgando con la propaganda bipolar izquierda/derecha, progresismo/reacción del franquismo post mortem, siente que flota entre grandes bloques de organismos subvencionados desde la cuna, jueces mercenarios del político de turno y chantajistas de un pelaje que va del pistolero montaraz al aliado tribal previo pago de su importe. Lo que se le presenta como única organización social aceptable hace imposible la democracia real porque se ha convertido en un sistema hecho para garantizar la impunidad de los peores y para atemorizar y explotar al ciudadano. Y en eso, en la indefensión garantizada, parece haberse resuelto la ejemplar Transición.

No hay trabajo, ni el dinero fácil que antes cubría la fragilidad del entramado y permitió, hasta el minuto antes de la crisis, el reparto de sobras y dádivas. El voto cuatrienal no consuela de la realidad precaria, la cultura escasa, confusa y fragmentaria, el desvanecimiento de valores establecidos. Hecho a la inercia de los dos grandes clanes gubernamentales, expoliado y traicionado por ambos, el ciudadano de una democracia aprendiz que parece estar repitiendo siempre curso se siente robado por todos los frentes, y no halla punto de referencia. Adiós herencia cultural, que se fue por el sumidero de una enseñanza copada por consignas y por huestes del nuevo régimen ansiosas de hacer méritos para que les confirmaran puestos y mando en plaza. Ya no tiene historia, ni  héroes, ni reyes, ni romanos, ni cristianismo, ni tradición, ni descubrimiento de América, ni aspiraciones, fracasos y victorias. Tiene una imitación, gris y fallida, de más hábiles vecinos del norte. Adiós a la libertad económica provechosa que prometían los unos porque, cuando entraron en escena los otros, se apresuraron  a sobreañadir a la clientela anterior la propia, a sangrar la Administración del Estado y a arrinconar y presentar como inútiles a los funcionarios de a pie. El procedimiento es sencillo: Se imponen por doquier equipos de contratas temporales para que hagan tareas que corresponden a los empleados en plaza pagados por ello y capaces de ello. Los himnos al liberalismo y la externalización, a veces entonados en sordina para camuflar el negocio que para un puñado de amigos del dinero ajeno representan, se acompañan de aparente celo por el aprovechamiento de recursos y la disminución del sector público. Los nuevos jornaleros de ordenador, escoba o escritorio reciben, por el mismo trabajo, la mitad de sueldo que los de nómina, son despedidos a los pocos meses y contratante y contratador extraen del proceso jugosas mordidas duplicando así los costes de un cada vez más denostado sector Se consigue por lo tanto pésima atmósfera laboral, ninguna profesionalidad ni interés por parte de los trabajadores, derroche institucionalizado y descrédito del funcionariado ante una ciudadanía a la que se hace creer que toda asignación del presupuesto a servicios generales es ruinosa, educación, medicina y transportes públicos una antigualla y los minutos del cafelito mañanero la causa final de la desastrosa situación de las finanzas del país.

El ciudadano, pequeño, ocupado en la supervivencia y sometido a la desmemoria del mensaje prescindible fugaz e inmediato, se esfuerza por esquivar uno y otro bloque, conserva la añoranza de situaciones que fueron mejores y no sólo porque el dinero corriese más libremente, convive con la neta conciencia del engaño. Y, como gracias a la eliminación del almacén de datos y de la cultura personales, se está volviendo a la memoria fugaz primitiva, propia de la aurora de nuestra especie, el homo privado de Google se encuentra inerme, carece de acervo de conocimientos propios, estructurados, universales, cronológicos, en los que hallar seguridad, defensa, alimento y referencias. Ha aprendido que vive, y vivirá durante más tiempo que generación pasada alguna, en el mejor de los mundos posibles. Si el sistema informático no se cae de repente, si los servicios que da por inmarcesibles están ahí, si la energía eléctrica no le abandona. Y no recuerda, como raíces, más que la tonadilla que acompañaba a los dibujos de su infancia en la tele. Quizás el peaje de haber aceptado una educación-placebo en la que se pasaba sin saber de un curso a otro, quizás el banderín de tribu diminuta, las tabletas de la ley adaptables según consumo no hayan sido tan buen negocio después de todo.

El habitante actual de ese vago territorio llamado Hispania tuvo un mito, y aun varios, que incluían la dictadura extinta y una Transición ejemplar. Los bloques parásitos nacieron, engordaron y se instalaron sin ser apercibidos, infinitamente más peligrosos que los clásicos espectáculos de corrupción, carecen de nombre, su materialización requiere visualizar un cliché de intereses satisfechos que no se refleja en los órganos de información-propaganda que fueron en un tiempo lejano bandera de esperanza y libertades. Se ha perdido la costumbre de juzgar por individuos y por hechos. Y quien no tiene poder económico, social, mediático está por completo inerme y con toda razón amedrentado. La Justicia, el Estado en sus ramificaciones diversas pueden empobrecerle, arruinarle, dejarle en el limbo de un proceso durante largos años, obligarle a convivir con asesinos, a sufrir innumerables robos, a temer abusos, agresiones e intimidaciones sin que su débil status de ciudadano de a pie le ofrezca amparo. El hombrecito de Piranesi se ha acostumbrado a la censura preventiva, y sin advertirlo la ha interiorizado de forma mucho más eficaz que la vieja y tosca del régimen franquista. La ilusión de los setenta, y aun de los ochenta, ha dejado paso a un hueco a la medida del pasado impulso. Va buscando, con su papeleta en la mano como gran logro democrático, y se tropieza con populismo que corea clichés caducos y se acalla con la distribución gratuita de algunos bienes. Él sigue la rutina, de supervivencia, de los días. Mira sobre las desdibujadas fronteras. Europa. Quizás hay ilusión. Pero, ¿y si al fin y al cabo es también allí lo mismo? Ah, no. Allá el hombrecito crece y tiene la estatura normal de los ciudadanos. Sabe de buena tinta, por compañeros que lo vivieron, que, por ejemplo, en Gran Bretaña hay un servicio de asistencia jurídica gratuito para los que son víctimas de pequeños abusos y robos, aquéllos ante los que en su país de origen él está particularmente indefenso. Esos abogados británicos le escuchan y defienden sus derechos. Allí la justicia independiente existe, no está al albur, como en España, del partido que la nombra y de la importancia, cargo y riqueza del que, gracias a ello, no pisará la cárcel y ni siquiera será acusado. Tal vez sería una opción esperanzadora que Inglaterra desbordase Gibraltar y ocupara más terreno de la Península. O que esa Francia donde en todos los colegios los niños pueden estudiar en francés y se tienen las mismas leyes tanto se habite en la Normandía como en Marsella se desperece hacia el sur.

Porque aquí, en este país que por no tener no tiene apenas ni nombre, le han quitado mucho y pueden quitarle cualquier día cualquier cosa, como si el atracador se cruzara a su acera desde la acera de la impunidad y, después de hacer lo que le viniera en gana respaldado por una ley que sólo protege a los criminales y a los fuertes, volviera a cruzar la calle con su botín, con las manchas de sangre en su chaqueta, que no tiene por qué esconder y que no esconde, mientras es recibido con aplausos por sus homólogos y la prensa local y foránea se hace lenguas de la extraordinaria protección y desvelos gubernamentales de la que gozan ladrones habituales, violadores, asesinos y terroristas (valga la redundancia) en la España de las transiciones maravillosas.

La Historia se la han quitado en bloque. Ni Descubrimiento de América ni navegaciones de increíble riesgo, valor y audacia por el Pacífico. Ni héroes –serlo está mal visto- ni figuras señeras de las que brillan en el cedazo de las épocas. Las conmemoraciones de 1492 las hace de rodillas, pidiendo excusas y trajinando por los caminos con una cerda. Las defensas en mar y en tierra, por su honor y sus principios, no merecen mención en los libros; si acaso algún análisis del psicoanalista. Incluso los monumentos se ignoran, a las no-personas del pasado las acompañan obras de perdida autoría, la ciudad y los recuerdos son despojados de cuanto les daba significado, tradición y grandeza, se cierran tiendas y cafés seculares que en otras capitales se preservan como oro en paño. La fina red grisácea ignora cuanto sobrepasa el tamaño minúsculo de sus celdas. El ciudadano de Piranesi flota en un vacío de referencias que le proporciona una engañosa sensación de libertad.

Puestos a robar, le han robado hasta el término nacionalismo, que ahora es una abominación vergonzosa en cada una de sus facetas excepto en la tribal. Él tenía ese cariño instintivo por su patria que, por mucho que renegara de ella, era un sabor recurrente en las ausencias, en los paisajes, en la masa de finas raíces mezcladas con la vida propia. Estaba tan lejos de transformarlo en instrumento de estupidez y odio como de declarar la guerra a todos los pueblos en los que él no había nacido. Lo de ciudadano del mundo le parecía muy bien, quedaba estupendamente, pero tenía un algo de irreal y sofisticado que no se compadecía con la parte más cálida y veraz de su persona. Adoptó, sin embargo, esa jaculatoria como el resto, puesto que el dios de la indefinición exigía de continuo sacrificios y adhesiones y convenía que todo fuese vago, difuso, postmoderno, relativo y transitorio, desde el sexo a la nacionalidad pasando por moral, religión, estado civil y preferencias en cuanto a países, usos y valores. Del intelectual sabio al último presentador televisivo o actor en boga, todos denuestan ese sentimiento nacional que el ciudadano tenía tranquilamente integrado a sus afectos. No puede tenerlo en España, es, por activa y por pasiva, abominable. Sólo resulta digno de mención, aprecio y loa en otros lugares, también si se refiere a épocas distintas, o en la proclama deportiva ocasional. Dado que le arrebataron, desde la escuela, su propia herencia cultural y los más elementales conocimientos de filosofía e historia, el ciudadano expoliado nada puede alegar en su defensa. De lo contrario, le sería posible decir que el nacionalismo no sólo fue el monstruo de los desfiles de antorchas nazis, los genocidios balcánicos y los ensueños racistas del terrorismo vasco, sino que también existe y ha existido otro generoso y noble, del que es fragmento el suyo y su pequeña bandera y que existe como una perla entre materia espuria. El nacionalismo, muy bien acompañado por la rebeldía ante la opresión, impulsó al pueblo de Madrid el 2 de Mayo, mantuvo en pie bajo los bombardeos alemanes a la democrática Inglaterra, caminó hombro con hombro con los guerreros de Maratón que invocaban y defendían, para ellos y para nosotros, la más noble palabra, ¡Eleuzería!, en griego clásico libertad.

No le han robado sólo cultura y conceptos filosóficos: Le han robado la cartera. Se le supone protegido por la más nutrida batería de derechos que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros, pero cada uno esconde innumerables cláusulas en implacable letra pequeña, que le hacen transgresor potencial de normas incontables, sobre las que se depositan cada día otras nuevas como las hojas del otoño. Le han vendido una ilusión tal de completa seguridad que nunca ha advertido que el precio consistía en todas sus libertades y en todo el dinero del que les plazca apropiarse a los señores del feudo. A día de hoy, la ley penaliza ya, no los actos, sino los juicios de valor, la expresión de opiniones, el crimental (crimen mental) que diría el llorado Orwell. En la práctica, cualquier línea, gesto o frase es susceptible de multa, denuncia, reproche, escarnio puesto que se camina por un pavimento cruzado por la apretada cuadrícula de la corrección y de la delimitación de los territorios microtribales. Imposible explicar a jóvenes desprovistos de información veraz retrospectiva y de espacio crítico que la libertad individual que viven como un vasto supermercado es mucho menor que antaño, aunque otrora fuese la existencia más precaria, incluso si había dictaduras, porque contra las dictaduras se lucha, el enemigo es limitado, ofrece agarre al oponente. Pero en la tibia sopa de indecisión e inconsistencia no hay enemigo posible. Puede inventarse un gran fantasma llamado Sistema, y hacerlo objeto de las iras, aunque el rostro espectral se componga de los de buena parte de los iracundos.

A falta de un París luminoso siempre quedará el consumo. Desdichadamente hay que pagarlo, y las tribus llevan roída hasta la última migaja de la caja. Son innecesarios el antiguo ejército de las asonadas decimonónicas y la moderna policía política. Los supera con creces, como instrumento de sumisión, el miedo difuso al robo aleatorio oficializado y la falta de alternativas a un sistema que, en nombre de la legítima representación popular, es omnipotente, omnipresente e inatacable. El sujeto se rige por la regla del menor de los males y el horizonte inmediato, él y lo suyo y los suyos, sobre los que se sitúa la esfera de los nuevos señores que se conformarán con ritos de ingeniería social y tributos siempre y cuando el vasallo no les resulte molesto. Porque, si esto último ocurriera y el ciudadano no gozara de respaldo alguno, carnet de algún club de víctimas oficioso ni de finanzas que paguen su defensa, entonces lo empobrecerán impunemente y amargarán su vida, mientras como el resto, presencia el espectáculo cotidiano de criminales libres, jueces a la orden de quien les nombra y fortunas amasadas al abrigo de cargo, título y rango.

El hombrecito se pasea con su inseparable buitre, que vuela en círculos cansinos sobre su cabeza y desciende de cuando en cuando para arrancar la libra de carne y depositarla en las arcas oficiales, de donde pasará al departamento de trinchado y reparto entre el ocioso enjambre tribal. La gente del común cuenta con un carroñero por persona y es fácil, si se aguza el oído, oír su planeo, aunque el ave se confunda con el aire de los días grises. Las buenas gentes se esfuerzan, sin embargo, en pasarlo bien, en sacar partido de lo que parece todavía coloreado, disponible, con luces, de aquello que tal vez mejore. Capean la larga mala racha envueltos parcialmente en los reflejos virtuales de sentimientos, experiencias, placeres vicarios; levemente embriagados por visiones y sonidos que aparecen y se disuelven sin consecuencias pero que llenan huecos y, sobre todo, abrigan y aíslan del frío de la cruda realidad. Saben que les han robado cosas, muchas cosas además de la extracción cotidiana de múltiples impuestos y la amenaza continua de diezmos, penas, castigos burocráticos inapelables que no  tendrán más rostro que la respuesta mecánica de una línea telefónica y el aviso que incluye un número de pago y cláusulas imposibles. Regularmente el buitre baja, hunde el pico y sube, con su porción de carne, la coloca en la mano enguantada del cetrero y reanuda el vuelo circular sobre la cabeza que le corresponde.

Esas gentes advierten, por ejemplo, que les han robado la Navidad, y no la foránea del trineo y los renos. Los cérvidos representantes de la esfera nórdica no hubieran sufrido, ni sufren, en el país vergonzante del sur, menoscabo alguno. El robo se concentra en la imaginería milenaria propia del cristianismo. Jadeantes por el afán de parecerse a la ideal Europa moderna, los señores que ordenan el diseño del Hombre Nuevo han implantado el Advenimiento Geométrico y desterrado previamente, en una limpia ejemplar, belenes, estrellas, angelitos, campanas, reyes magos, misterios y pastores. En espera de que se imponga universalmente la Fiesta del Solsticio con los ritos correspondientes (el neopaganismo hitleriano podría ser una fuente de inspiración), las escuadrillas del Bloque Parásito han hallado una meta provisional con la que justificar su sustento y su existencia. Por supuesto, se favorecen incondicionalmente las expresiones y festejos religiosos de cualesquiera otras confesiones, sean judías, budistas o musulmanas. Las lucecitas, de una palidez insulsa, lagrimean en los escasos árboles que las cobijan, las decoraciones festivas son un homenaje a Fermat y Pitágoras y los belenes se acogen al sagrado de recintos cuyas paredes impiden que la mirada del ateo y del agnóstico sufran con su roce. Hay una premura tan provinciana y patética en demostrar desapego de las propias raíces y obtener el beneplácito de un invisible juez supraeuropeo asistido por un comité progresista del buen gusto que la representación antinavideña rezuma la tristeza del espectáculo sin público. Apoyado en el tenaz sentido común, el viandante mira, y sabe que le han robado algo.

Ese algo puede ser tan vasto como la realidad misma, incluso la que transciende fronteras, porque le han privado de la fresca posibilidad de percibirla según su saber y entender. No puede juzgar; los juicios de valor están mal vistos fuera de los carriles de lo conveniente y adecuado. El ejercicio libre del pensamiento, las categorías de malo y bueno tienen que obtener, como requisito previo a la clasificación definitiva, el pase de la correcta percepción, según a quién, dónde, cuándo y para qué sirven. Nada será, pues, per se aberrante, nefasto, injusto, peligroso, falaz, idiota, bárbaro, absurdo. Para extender sobre cuanto acontece el manto acolchado del distanciamiento sonriente se ha creado una doctrina como la Alianza de Civilizaciones, que se vende en diferentes tallas y cuya estupidez sólo es superada por la específica maldad inherente a un peligroso tipo de estulticia que le es propio. Espontáneamente, un juicio sano rechaza prácticas opresoras y repulsivas, pero no si se halla sometido a la implacable lluvia de consignas como la igualdad de culturas y el relativismo universal. En su nombre, se pueden contemplar sin condenar ni siquiera de palabra -o incluso tampoco de pensamiento, tal es la autocensura actual- las mayores aberraciones. El velo obligatorio o la ablación de clítoris son únicamente algunos ejemplos; podría tratarse de la estrella amarilla de los judíos de haber triunfado los nazis. Nada más cómodo que fotografiar y hacer lo que vieres. En ayuda del oportunismo y de todas las alianzas se ha extendido el dogma implícito de la intemporalidad de las situaciones. ¿Cómo rechazar usos que, por culturales –y todo lo es- gozan de patente de corso y están establecidos y aceptados por las poblaciones desde el comienzo de la eternidad? La premisa es de una falsedad patente, pero funciona, apoyada en el general anatema contra los juicios de valor y la timidez inconsciente ante el riesgo de rechazo.

Junto a lo que no debe percibir le han robado también la cronología, los acontecimientos insertados en su tiempo real. Los pequeños seres de Piranesi ignoran que lo que les presentan como ancestral, inmutable, casi eterno, jamás lo fue. Basta con echar un vistazo a fotografías no tan antiguas para observar que ha habido regresiones, empeoramientos, avances súbitos, que la Historia no es un relato lineal y lento sino que, como el Tiempo en sí, no pasa de ser una abstracción y sólo consiste en lo que los hombres hacen, de manera que ese tejido de omisiones y actos a cada instante dibuja el mapa de la realidad, El cambio que no ocurre en siglos sucede en pocos meses y el salto a la barbarie o a formas mejores de ser puede darse en muy breve espacio o no producirse en absoluto.

Como la virtual omnisciencia de la era telemática produce el espejismo del poder sin límites y la garantía  informativa, el sujeto de a pie se sorprende cuando alguien le dice que en absoluto ha sido esclarecida la masacre del 11 de Marzo de 2004 y que los que la planearon y/o aplaudieron gozan de manera patente de sus frutos, se extraña de que en las calles de Irán o Afganistán parecieran  mucho más modernas que en la actualidad en fotografías de hace no tantas décadas, y que por ellas caminaran mujeres vestidas libremente y con la cabeza descubierta. Él creía que, en una geografía cultural de espacios temáticos tan intemporales como las reservas zoológicas, los cambios en usos y costumbres no se producían sino a un lentísimo ritmo geológico con el que no cabe interferir de modo alguno. Al individuo abrevado cotidianamente con los clichés de la corrección le sorprende saber que, de no prohibirlo los ingleses, la costumbre hindú de quemar a las viudas en la pira del marido hubiese continuado felizmente por tiempo indefinido, o que la ancestral práctica china de escupir sobre el pavimento a diestro y siniestro, que parecía inscrita en sus genes, haya desaparecido con sorprendente rapidez en Singapur tras la imposición de elevadas multas. Tales intromisiones en ajenas estructuras étnicas tienen un insoportable perfume de herejía. Cuando se ha perdido el hábito de mirar de frente a los hechos, llamar a las cosas por su nombre y dejar libres las neuronas, es inquietante encontrarse en un universo sin balizas ni folleto de modo de empleo, en el que se desvanecen las consoladoras certidumbres en un lento e ineluctable progreso por medio de la taumaturgia educativa.

Ya se tratara del futuro de mañanas cantarines, ya de la victoria final de la clase laboriosa, ya de la parusía del entendimiento global, todo confluía en crear un cómodo estar con muelles seguridades garantizadas por la abstracción situada en el porvenir. Gracias a ella, los amables gestores de entelequias de consenso pueden enriquecerse hoy por hoy. Futuro y Tiempo forman parte, junto con las Leyes de la Historia, del mito forjado por los estafadores del presente. La pequeña figura de los grabados de Piranesi se encuentra rodeada por un medio aún más temible que los altos muros y las imposibles escaleras: flota en un vacío semejante al que rodea a los astronautas y, de repente, se ve obligada a procurarse, a base de observaciones y deducciones personales, la ley de su propia gravedad.

Tierra a tierra, el ciudadano mira en torno suyo. Reduce, sensatamente, su campo de visión al país que primero le nutrió y que le alberga. Y observa, una vez desvanecido el mito, que simplemente se está llamando Democracia a la Dictadura de los Peores. Ve pasar defraudadores de todo pelaje y jaez. Son el mascarón de proa de la nave capitana y de la flota que la sigue, forman un grupo escultórico de docenas de cuerpos en los que se quintaesencia y simboliza la tripulación a la que preceden. Como una estatua horizontal, constituyen el pináculo de una espesa base amalgamada de clientelas, menos vistosas, toscas y violentas que el bandolero tradicional pero, por acumulación y extensión temporal, mucho más dañinas. El tropel no pasa de ser la

Que se abra alguna puerta.

Que se abra alguna puerta.

última secreción de la resaca larga, hay quienes luchan por librarse de su peso.

Y, vivo símbolo de su tiempo, el hombrecito se pasea por el país de la indefensión.

 

04/24/16

20 c. Galería (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

Galería

El Parlamento Español: Una galería más.

El Parlamento Español: Una galería más.

 En el Parlamento español, Las Cortes, faltan retratos. De las salas cuelgan los de cada presidente y ministro, pero frente por frente, en la pared opuesta, podrían alinearse otros; aunque, por el desprecio cosechado, tal vez hallarían mejor hueco en el dibujo de la alfombra. Sobrenada en el imaginario, por su insignificancia, el de un señor pequeño y nada joven. Va vestido con aseo, peinado hacia atrás el escaso pelo gris sin implantes. Lleva con esfuerzo una bandera española. Hay poca gente en la plaza madrileña, es una de tantas manifestaciones de víctimas del terrorismo. El señor está solo, y digno, con una pequeña insignia en la solapa y la mirada atenta a los oradores y a la espera de los acordes del himno nacional. Es la antítesis del cantautor de éxito, dinero y progresismo, del intelectual desdeñoso, del joven enérgico de papá generoso y del que se ha hecho un provechoso hueco en algún clan de minorías agraviadas y protegidas. El señor lleva trabajando muchos años, robar no entraba en sus cálculos, quería justicia, ley y orden. Han matado a la gente buena, y por eso acude. Quiere a su patria y por eso lleva una bandera. Ignora con qué desprecio, con cuánto desapego y a cuánta distancia le miraría la clase dominante, la superioridad inmensa desde la que probablemente ni le ve el cantautor ingenioso que se apunta a grandes hazañas como tirar de madrugada la estatua del dictador muerto. El cuadro del señor bajito, con su bandera roja y gualda, no va a colgar en el muro de Las Cortes. Ni tampoco el de Remedios, la señora que se ha pasado media hora entre las papeletas, el día de las votaciones, porque no sabe a quién votar. Ella, y toda su familia, se han ido enquistando en el hogar humilde, de clase baja-media, en la misa del domingo y el belén de Navidades, como los católicos practicantes que siempre han sido, en las fidelidades a familia, honradez y palabra dada, a la cartilla de ahorros y la amortización de la hipoteca. Las corrientes externas tocaban a antifranquismo, pero ellos sólo querían trabajo, seguridad social y que hubiera menos robos en la calle. Ahora resulta que el partido conservador al que Remedios siempre votaba apoya a los adversarios y no defiende sus principios, que el sindicalista liberado, bien pagado y vocinglero irrumpe en su despacho y en su ordenador con consignas en las que ella no cree, resulta que meten en el Ministerio con contratas precarias a gente superflua y le quitan a ella y a sus compañeros, los de oposición, sus tareas habituales. Ella no se ha atrevido nunca a casi nada, no se ha enfrentado a casi nadie. Tiene el patriotismo de las clases populares y el armazón moral, estrecho pero seguro, de los usos y creencias tradicionales conservados en un medio muy reducido, que es el de las paredes de la oficina y de su casa. No ha hecho mal a otros, ha trabajado siempre, reivindica los viejos principios. Y ahora se encuentra conque la han timado, que la engañó el periódico que siempre compraba su padre, que la estafan los representantes de un gobierno que se decía defensor de ella, de su familia, de un país que se disuelve, se compra y malbarata, de una moral que ahora parece vergonzante y es el único techo ideológico que ella conoce. ¿Qué hacer? ¿Qué queda a la gente del común sino las urnas y, si acaso, una manifestación de víctimas en la que se firma un manifiesto, se escucha y se grita? Remedios, con la indignación y el desamparo pintados en el semblante y la papeleta de voto inútil en la mano, no tendrá cuadro en las paredes de la sala.

Continúan las tratas (Sorolla "Trata de blancas").

Continúan las tratas (Sorolla «Trata de blancas»).

Tampoco habría espacio en la nueva galería por hacer para víctimas recientes, entre las que no faltan las que creyeron, amaron y defendieron buenos ideales y proyectos llenos de sentido, que en un tiempo correspondieron a los iconos originarios. Un polvo espeso hace, además, inidentificables los retratos del sindicalista que trabajaba, combatía por los trabajadores  y nada tiene hoy que ver con los mastines a sueldo de la plataforma parásita, y las telarañas cubren alegremente la efigie del socialista con deseos de mundo solidario y vidas mejores, el profesor que defendió la enseñanza pública y el saber y se opuso a la peste logsiana, los catedráticos eliminados de un plumazo porque eran una élite del saber y por lo tanto sobraban y los compadres ladraban por sus puestos. No habrá ni rastro de la que debería ser muy larga hilera de asesinados, heridos, afectados doblemente por el terrorismo y por el silencio y la complicidad. En esta sección de la pinacoteca se impondría el collage, porque así se reproduce adecuadamente en el lienzo la dispersión de los miembros, los fragmentos de órganos y extremidades que saltaron por los aires con las bombas-lapa, los balazos a quemarropa, las explosiones en los trenes de Atocha, los vehículos dinamitados, el atentado en los grandes almacenes. Convendría que estos cuadros de motivos fragmentados propios de una vanguardia de casquería se mirasen con las figuras correctamente vestidas de la pared de enfrente, entre las que no pueden faltar caballeros togados y magistrados dependientes en todo del gobierno que los nombra, condecora y recompensa.

Es preferible que la galería se abra en el lateral a una pequeña sala circular que fue, en los tiempos anteriores a la Corrección Política, de fumadores. Aquí habrán venido a refugiarse los retratos de otra clase de víctimas, las de la dualidad contraria, aquéllas que, por reacción mimética, han adoptado el armamento verbal del adversario y caído de hoz y coz en la trampa de la aceptación de la falsa realidad maniquea. Hartas de presenciar el servil acatamiento del monopolio del Bien ligado al término Izquierdas, del temor perruno a ser tachados de Derechas, Franquistas o Fascistas, de la continua danza del chantaje para hacerse perdonar pecados originales e imaginarios, personas inteligentes, valientes y valiosas se han empeñado en la reivindicación del polo opuesto. Como si el mundo se redujera a uno u otro icono.

Aún Puerta del Sol (Madrid), pronto de Plutón por solidaridad con los planetas enanos.

Aún Puerta del Sol (Madrid), pronto de Plutón por solidaridad con los planetas enanos.

Hay algo patético, y difícilmente comprensible en gente de enjundia intelectual, en esa inconsciente rendición al Enemigo. Son, serán la Derecha, proclaman con la exaltación del converso y del sometido al abucheo diario. Hay dos, ellos y las Izquierdas, porque hay que tener orgullo de ser de uno y no del otro. Como si se renovara eternamente la lucha de Dioses y Titanes, Ángeles y Demonios, Fuerza Buena y Fuerza Oscura. De nuevo, pues, los hechos desaparecen, la observación  se mediatiza, los juicios se amputan y tuercen para introducirlos

en el molde dual. El proceso es doloroso y forzado, porque traiciona la simple lucidez, la verdad y los impulsos generosos y solidarios que se teme podrían ser confundidos con el lenguaje de la Izquierda. El movimiento pendular lleva a individuos normalmente razonables a la defensa de un paraíso incompatible con el servicio público, a la cruzada para la privatización de cuanto existe y se mueve, al vago ideal de un nuevo Estados Unidos en formato pequeñito donde, en feliz régimen de contratación libérrima y variadísima, se migra de un extremo a otro de la piel de toro, parando media hora al día para tragar un sándwich en la cadena de comida rápida. Desaparecida la Enseñanza Pública y el currículum general básico, los niños deambularán, cheque escolar en mano, según sus padres consideren que les conviene saber o no geografía o física; si el pater familias es musulmán devoto las niñas sólo asistirán, con otras niñas, a labores y cocina. Se abrirán, con el cheque, a los escolares de barrios desfavorecidos las puertas de centros en el corazón de zonas residenciales, con el pequeño inconveniente de que se encontrarán algo desplazados a la hora de inscribirse a las numerosas, y costosas, actividades extraescolares de ballet, golf, violín y ski de fondo. La liberalización completa y redentora suprimirá inútiles autobuses urbanos, que no abarrotaban veinticuatro horas al día los pasajeros así como todo tipo de transportes prescindibles, por lo que languidecerán y perecerán en sus domicilios aquéllos que los precisaban, con el consiguiente ahorro de medios y energía para la capa activa, solvente y emprendedora de los ciudadanos. La Derecha Liberalísima que parece añorar el año 0 de organización autónoma de Atapuerca se complace, con masoquismo ejemplar, en asumir la caricatura que le han asignado sus adversarios; por ello ejerce con frecuencia un papismo mucho más allá que el conciliar, saca a pasear proclamas antiaborto sin venir a cuento y frunce el ceño cuando la prensa tiene el mal gusto de denunciar desfalcos al abrigo de la Corona. Naturalmente con estos enemigos el club Izquierda Parásita no necesita amigos: Nadie lo apoyaría mejor.

Es probable que la estética de los retratos de la que fue Sala de Fumadores deje que desear. De hecho, los de la pared opuesta los observan, desde el largo corredor al que la entrada da acceso, con desdén. Los padres y demás familiares de la Patria suelen posar con la tranquilidad de quien lo hace para la Historia, mientras que su puñado de vecinos lo haría con la boca abierta de asombro y cólera, la indignación y el desconcierto pintadas en el semblante, las manos en gestos nada convencionales. Ellos eran de izquierdas, ellos eran buenos, y…lo siguen siendo, pero se han caído desde muy alto del caballo, no se recuperan de las múltiples contusiones. Es lo que tiene imaginar solamente dos cabalgaduras, la blanca y la negra, como el bueno y el malo de las películas. Los desconcertados tienen marcos modestos, e incluso soportes a la pared precarios que se desprenden con frecuencia. No ganaron para más. En cambio sus vecinos del ala noble disponen de cada vez mejor estructura con los años porque, bajo diversos títulos, se han votado a sí mismos y a sus homólogos durante más tiempo, sin que importara la etiqueta política sino las reciprocidades esperadas. La dualidad queda para la plebe. Se habla de nombres nuevos, de recién llegados que intentan sortear el blindaje que alrededor de sí han segregado los clanes parásitos, que ni son dos, ni son dos partidos ni corresponden a dualidad alguna.

En la habitación del fondo, siempre en obras, hay un olor a recién pintado. Allá se encuentran los apresurados lienzos en los que falta por añadir cabeza y manos, que se ponen y quitan, como en los muñecos de feria, ajustados al espacio vacío. Son tantos y tan imprevisibles los cargos, los títulos diariamente creados, la clonación autonómica indispensable de funciones y puestos, con sus consiguientes pensiones vitalicias, la multiplicación exponencial de representantes, presidentes y ministros que el departamento de protocolo no ha encontrado mejor método que la fabricación y almacenamiento en serie, con figuras adaptables según las circunstancias.

La mostra transicional cumpliría que se cierre por pequeños grabados, entre goyesco y simbolista, en los que encuentren acomodo especies en grave peligro de extinción: La vieja hermosura de la necesaria utopía, la libertad no sólo de asignación de impuestos, el cariño patrio sin peaje de odio previo, y la negrura de Goya en pleno para recibir en el oscuro recinto de un aquelarre cerrado a cal y canto a cuantos roban a golpe de ley y cargo, a los que ordenan poner bombas y a los que viven y medran a base de halagar a los dueños del miedo. A los vistosos Desastres de las Guerra puede corresponder su versión actualizada Los Desastres del Silencio, cuyas víctimas, no menos muertas ni maltratadas que las de Goya, nunca disfrutarán de audiencia ni justicia. Se las ha entregado, una y otra vez, a criminales reincidentes por la premura escénica de autoridades y próceres para dar una imagen de benignidad y obedecer al que manda. Sería muy difícil hallar en Europa un país donde la reiteración en el robo sea tan impune en la práctica como en España, o donde el asesinato múltiple salga más barato. Las víctimas de un Gobierno ansioso de ceder al chantaje son muchos cientos de gentes sin poder, sin fuerza, sin riqueza, sin armas. Podrían hallar acomodo al final de la galería, en una llama al Ciudadano Desconocido para la cual bastaría la caja de cerillas del cuento de Andersen.

La pinacoteca del Parlamento español no es la del Museo del Prado, pero con estas modificaciones es susceptible de aportar preciosa información sobre la evolución del país durante los siglos XX y XXI.

También, quizás, los retazos de algún diario:

 

He tenido un estrecho contacto con un Ministro, el que quiere inmortalizarse alicatando en plan hortera Madrid en dorado y hasta el techo. Había una concentración de apoyo a las víctimas del terrorismo. Debieron decirle que estaba allí la líder y a él le dio el ataque de cuernos y se presentó de repente. Pasó rodeado de guardaespaldas, impasible el ademán y a toda marcha. Y, sin detenerse ni mirar, me aplastó el pie. Llegó a tiempo de fotografiarse con los que presidían el acto.

………………………………….

Están soltando asesinos de ETA mezclados con presos comunes de la peor ralea para mejorar el conjunto.

Hoy ya han anunciado, tanto el partido en el Gobierno como el de la  oposición, diálogos para reformar el texto constitucional.

Comienza a cerrarse el broche del golpe de Estado blanco.

…………………………………

Voy a una manifestación, quizás la última, pero en todo caso final de una época, de víctimas del terrorismo. Por primera vez se anuncia de forma oficiosa el cambio de la Constitución de libertad e igualdad para dar paso al acuerdo de tribus, la regresión, derrota y el intenso regusto canalla.

 

Valió la pena ir.

……………………………

Parafraseando:

Primero vinieron para expulsar a los que se manifestaban por los mismos derechos ciudadanos en toda España. Ni palabra de protesta porque los manifestantes eran de los otros, de Derechas.

Después llegaron para condenar a los que denunciaban que no se pudiera estudiar en castellano ni aprender materias fundamentales. Nada en contra porque los condenados eran conservadores retrógrados, es decir, de los otros, Derechas.

Ayer se presentaron para eliminar de la vida pública y de los medios de comunicación a los que reprochan la excarcelación masiva y fulminante de terroristas, asesinos y violadores. Nada que decir porque los descontentos eran gente de los otros, de Derechas, que lleva banderas chillonas y se concentra incómoda y ruidosamente.

Hoy han venido a quitarme mis derechos, que ya no son iguales en todo el país porque éste no existe, a consagrar la enseñanza sin aprender, sin estudiar y sin lengua española, a robarme para mantener a sus clanes, a silenciarme, denunciarme y multarme si protesto.

Siempre vinieron a por mí.

A por mí, que no estuve en ninguna parte, porque los que protestaban eran los Otros, llevaban banderas y hacían manifestaciones de mal gusto.

…………………………………………….

 

Madrid, 6-XII-2113 (por escribir. O quizás no)

Diversas manifestaciones de apoyo a la última Constitución han discurrido por las calles autónomas, a razón de una docena de individuos en cada vía pública. Los intentos de unanimidad en las enseñas han sido, una vez más, vanos. Predominó la bandera que hace el número quince de las diseñadas sucesivamente durante el último siglo, blanca con diversos motivos geométricos, pero fue abucheada por los partidarios de la nueva propuesta, el rectángulo con tres docenas de cabezas de ratón, inspirada, según se dice, por la de los Estados Unidos.

El Ministerio del Interior y Exterior (la delimitación no está clara) ha enviado, desde el Caserío que comparte la capitalidad y gestión hispánica con la Masía, fuerzas del orden violentas y semiviolentas para vigilar el acto. La rama independentista habla de entregar algunas armas, previo aumento de sus honorarios como Guardianes de las Esencias. El Ministerio de Finanzas Asimétricas se ha encargado, desde su sede noreste, del cobro a los manifestantes por el permiso de participación en el acto constitucional. No acudieron, como de costumbre, Intelectuales Hastiados ni Artistas Comprometidos. Se cursó invitación, aún sin respuesta, a la Unión Euroasiática, con la que Hispania tiene un convenio en tanto que franquicia vacacional asociada.

Que viva la España.

Que viva la España.

Se estudia la apertura de treinta y seis embajadas autonómicas  en las islas Fiji.

Se prepara la celebración de los Cien Años de Paz.

 

04/24/16

19 c. El Monumento al Olvido-11 M (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

 

El Monumento al Olvido-11 M

 

Monumento al 11 M (al Olvido).

Monumento al 11 M (al Olvido).

Quien salga de la Estación de Atocha, en pleno centro de Madrid, tal vez repare, aunque es poco probable, en que en la plazoleta se alza un cilindro de poca altura. No pasará junto a él porque está fuera del acceso de los peatones y del tránsito habitual. Se alza sobre un reborde de hormigón mordido por el tráfico y su fealdad de superficie envejecida contrasta con sus vecinos, la hermosa planta de la antigua estación remodelada y el airoso frente del que fue Ministerio de Agricultura. Podría ser el respiradero de alguna obra subterránea, el acceso a un parking o la gran funda en plástico de burbujas de algún contenedor. Incluso, aguzando una imaginación ya castigada por pavorosas y onerosas decoraciones urbanas, un gigantesco bote desteñido de bebida refrescante obra genial del sobrino de algún concejal.

Es gris, mate y polvoriento. Se confunde, en los días nublados, con el fondo y sobre él resbala, sin advertirlo, el ajetreo. Carece de elementos figurativos. Su diseño se diría que corresponde a la voluntad de no atraer atención alguna, una gigantesca lata desechable de continente y contenido amorfos, en el tono indefinido del humo de los escapes y la indiferencia.[1]

Es simplemente perfecto como ejemplo de la plasticidad de la arquitectura, siempre molde de la voluntad de los líderes y del bovino asentimiento de las sociedades. Ambos lo segregaron como el molusco la concha. Sólo el conocimiento previo informa de que el grueso cilindro fue erigido en conmemoración del mayor atentado terrorista de la historia de España, la matanza del 11 de marzo de 2004. Esa mañana, a la hora punta en que la gente venía al trabajo, se hicieron explotar con bombas los trenes, con el saldo de doscientos muertos y más de un millar de víctimas cuyos nombres oculta y mimetiza con el asfalto el sudario aislante.

Es improbable que, de observar el cilindro, cosa que prácticamente nadie hace, el curioso  coincida con la visita oficial de algún político. Tales eventos ocurren muy raramente y a una velocidad vertiginosa. Se cumple el expediente de un preceptivo homenaje a las víctimas sin la menor ceremonia llamativa y con ese ritmo que delata, antes de entrar en el recinto, la premura de salir. Más allá, en uno de los bordes del Parque de El Retiro, un bosquecillo dedicado a la misma conmemoración y llamado, sin duda en un lapsus freudiano, “del Recuerdo”, permite también los perfectos anonimato y  lejanía de la opinión pública. Si el viajero quiere matar el tiempo y pregunta, hallará, perfectamente disimulado en el gran hall central de la estación, el recinto subterráneo situado bajo el cilindro y que constituye todo el Monumento del 11 M. Normalmente se pasa de largo ante la pared opaca azul oscuro con indicación minúscula de contenido y horarios. Se trata simplemente de una mesa de folletos y algunas flores, un pasillo, los nombres de los asesinados en un azul pálido levemente iluminado en el muro y la sala circular sobre la que se levanta el cilindro externo a la que sirve de techo una cúpula semitransparente con frases. Por aquí no ha pasado la Historia, no hay explicaciones de ningún tipo, carecen de rostro y de leyenda matadores y muertos. Por no existir, no existe ni la insistente y preceptiva versión oficial de la autoría islamista, como si un último rubor hubiera impedido, una vez alcanzados los fines de los que manipularon la matanza, llevar la impostura hasta el epitafio. El folleto es asimismo breve, átono y con un texto dedicado mayormente a la arquitectura de la obra cuyo resultado, en verdad, plasma de maravilla en su burbuja la voluntad de borrar de la memoria, no ya el dolor, que al no haberse esclarecido realmente la masacre sigue, sino la

Se pasa sin verlo (Estación de Atocha. Madrid).

Se pasa sin verlo (Estación de Atocha. Madrid).

vergüenza de aquella semana, del mes de marzo de 2004 y de las rendiciones incontables que a él siguieron.

El Monumento al 11 M -y demás víctimas del terrorismo puestos a aprovechar- es una tirita azul pálido con funda de plástico de color sucio colocada sobre una llaga abierta de las dimensiones de un cuerpo puesto a continuación del otro. Podría al menos, en un alarde figurativo, haberse dibujado bajo ella una gran boca sellada.

Había elecciones generales en España tres días después del atentado, y la víspera debía ser, según la legislación vigente, jornada de reflexión. En las jornadas que mediaron entre la matanza, el estado de shock de la población y las urnas todo el afán de los dos sindicatos y el partido de la oposición y sus afines se concentró en excitar la animosidad de los ciudadanos, no contra los autores del sabotaje, sino contra los políticos y el Presidente todavía en ejercicio. Los vagones de tren fueron desguazados y destruidos prácticamente en horas veinticuatro, en parte de la prensa, la que no pertenecía al sólido bloque mediático de los nuevos ricos del régimen, hubo pronto denuncias de que se había sembrado la investigación de pruebas falsas, destruido las auténticas como enseres de las víctimas, maquinaria, metales, y que se había ocultado el arma del crimen, el tipo de explosivo. Militantes, políticos y movimientos de oposición se lanzaron, aún calientes los muertos, a una actividad frenética de agitación y propaganda según la cual los criminales no eran los que habían puesto las bombas sino el partido por entonces en el poder. Ocurrió lo que no había sucedido en país alguno: En respuesta a una masacre ciudadana se llamó asesino, no a los que mataron, sino al Presidente democráticamente elegido, se cercaron las sedes de su partido, se infundió en la opinión, en nombre de la paz a toda costa, la rendición a los criminales, se culpabilizó la presencia española en la guerra de Irak, como si, contra toda lógica y obviedad de los hechos, el país nunca hubiera participado ni fuera jamás a participar en acción militar alguna, se violó la jornada de reflexión y se montaron grandes manifestaciones, acoso e insultos con un agiprop en toda regla que, desde luego, logró en tres días, contra todas las expectativas de voto anteriores, el cambio del gobierno por otro singularmente favorable al mosaico de intereses tribales, al nacionalismo rapaz, al grupo terrorista ETA, que había acabado con las vidas de casi mil personas en plena democracia, y a la doctrina de la blanda sumisión en

Víctimas de la matanza. (fueron rentables).

Víctimas de la matanza (fueron rentables).

política exterior.

La apoteosis de agitación-propaganda de 2004 fue precedida, mucho antes del 11 M, por un clima diario de rechazo y denuncia de la intervención en Oriente Medio y por la nada pacífica exaltación de una paz universal y, como el resto de los bienes, gratuita y garantizada. En los centros de enseñanza llevaban largo tiempo campeando sin rebozo, ante los niños y adolescentes, carteles, llamadas a concentraciones y pintadas contra los miembros del Gobierno, a los que se tachaba de fascistas, nazis y criminales, pintadas y proclamas que desaparecieron como por arte de magia desde el día siguiente a las elecciones. Con celeridad vertiginosa, los militares fueron repatriados desde sus misiones en el extranjero en medio de una lluvia de plumas de gallina que les enviaban los soldados en plaza de otras nacionalidades, el nuevo Presidente levitaba en su toma de posesión proclamando su afán de paz infinita, el Ministro del Ejército afirmaba (sin dar ejemplo pero cobrando puntualmente su sueldo) que prefería morir a matar.

El objetivo era revitalizar, en el imaginario popular, el mito dual indispensable, el que hacía décadas se vertía, fuese a base de lluvia fina o de bombardeo, desde los púlpitos oficiales y oficiosos: La existencia del Gran Enemigo, la España A, Mala, frente al País B, mosaico de tribus felices y seres benéficos cuyo camino hacia el edén fue truncado por la Guerra Civil.

La oposición obtuvo el poder a los tres días del 11 M, arruinó y desguazó la nación en los años siguientes y, lo más grave, hizo a la población partícipe de la maniobra por medio del sabio uso de la vileza compartida. Los españoles habían votado y participado en un cambio de régimen que fue un claro éxito para los que planearon inmediatamente antes de las elecciones la matanza. La gente sabía que había cooperado masiva, miserablemente en la vasta manipulación y su chantaje, que no en el reparto de un botín más amplio y menos visible que el simple manejo del erario público. Así pues forzoso era olvidar, aceptar y tragar rápidamente, de una pieza, la apresurada y tajante versión oficial. Por mucho que se proclamara la autoría islámica nunca se supo quiénes fueron los autores de la matanza, quién el cerebro de la operación. Siempre se supo a quienes había beneficiado, aquende y allende fronteras.

La estación que nunca será la misma.

La estación que nunca será la misma.

Tras un cierre claramente en falso del proceso, se extendió sine die, una extraña y significativa ley del silencio que es quizás la prueba más clara en contra de la versión oficializada. El 11 M debía borrarse de la mención verbal o escrita y hasta de la memoria, De citarse, se presentaría siempre, en los exorcismos periódicos, como el atentado islamista que, en realidad, nunca se probó que hubiese sido. Cualquier otra alusión, calificación, petición de investigación, hipótesis estarían anatematizadas e incluidas en el acostumbrado bloque del Mal (fascistas, franquistas, derechas, etc.). El gran atentado de la estación de Atocha  sirvió y sirve a aquéllos para los que era imprescindible remozar el mito dual Progresistas/Reaccionarios, la España mala frente a la buena, la perpetua guerra civil pendiente sin la cual el avejentado clan parásito carecería de justificación y subsistencia. La matanza útil y utilizada no fue, ni mucho menos, tan sólo asunto de victoria y derrota de dos partidos políticos. Tuvo probablemente bastante de acuerdo de franquicias y de negocio conjunto, amén de una gran proyección externa en la que se repitió, con curiosa homogeneidad y probablemente a bastante coste, la versión islamista preceptiva.

A partir de ahí planeó sobre la ciudadanía, junto con el silencio, el temor a la repetición de actos similares, la certidumbre de la cesión ante la fuerza brutal bien organizada y la existencia de oscuros, antiguos e intocables centros de intereses y de poder. Y, desde luego, aquello marcó un antes y un después en la historia española; también en la europea, inaugurando, con la alianza de indefensión, desconcierto y cobardía, la estrategia de la Rendición Preventiva y la anulación de valores, Ley, Estado de Derecho y análisis de hechos y responsabilidades individuales: El Gran Culpable de aquel crimen, de cualquier crimen, ni habría sido ni sería su autor, sino la ancestral e intemporal injusticia del Sistema, el Leviatán capitalista, imperialista, derechista, eterno, lo que permitiría seguir una apacible rutina sin darse por enterado de agresión, delito ni violencia alguna. Bastaría con alternar dos paraguas: El de la revolución pendiente, a cargo del erario público puertas adentro, y el multicolor de la Alianza de Civilizaciones más allá. Simplemente cumplía recostarse en el derecho a ser mantenido y en la buena conciencia fruto de la amnesia selectiva y la irresponsabilidad personal. Sumergidos en un estado de cosas opresor per se desde el origen de los tiempos, no cabe hablar de jerarquía ni universalidad de valores; tan sólo confiar en la bondad de los bárbaros, en la innata virtud de los indigentes y en la pureza de los marginados. Y refugiarse en la tribu de víctimas más cercana.

La censura y la autocensura respecto al tema del 11 M alcanzó cotas de virtuosismo, su simple mención olía a azufre, rompía la superficie de las aguas del dorado estanque del bienestar y el asunto zanjado. Como hojas que se cortan de un árbol, fueron cayendo las de los periódicos que osaron tratarlo de forma crítica, los libros sobre el tema que aparecieron tenían algo de clandestino y muy escasa difusión, se apartó a directores de diarios y a columnistas. Alguno en el mundo de la prensa hubo que, tras investigar durante años el atentado y las clamorosas contradicciones de la versión oficial, optó sin embargo luego por publicar rectificaciones de corta y pega abjurando de su error y confesando la islámica autoría. Fue ascendido, pero para ser cesado al poco tiempo. Quizás porque Roma no paga a los traidores.

Hubo algo en extremo patético en las cinco líneas de rectificación de todas sus investigaciones anteriores en las que el conocido periodista abjuraba de su error al buscar en los causantes de los atentados de Atocha a otros que no fueran los islamistas. Éstos aparecían, además luego en noticias de prensa en lugares dispares, Serbia, Marruecos, Siria, preferentemente ya muertos. Ninguna versión en medios de amplia audiencia contraria a la preceptiva de autoría islámica, pero sí una lluvia de artículos diversos, sin relación con Madrid pero abundando en historias del radicalismo musulmán, de manera que la opinión se impregnaba, por proximidad, de la relación entre éste y la matanza madrileña. La exaltación de los sentimientos corría paralela a la ausencia de datos fiables, pruebas concretas, culpables confesos y a la demonización de los muy pocos –y muy valientes- que se atrevieron a poner en entredicho la versión oficial.

Las vías (puerta a ninguna parte).

Las vías (puerta a ninguna parte).

Sólo hay, y no por azar, otro tema que despierta animosidad semejante cuando se quebranta la ley del silencio: La denuncia de que el espacio cultural está prácticamente copado por el marchamo Izquierdas reservándose para los otros, englobados en Derechas por supuesto, el ostracismo y el rechazo. Sin embargo la afirmación es simplemente cierta y basta para demostrarlo un simple análisis estadístico y proporcional de temas de películas españolas, series televisivas, discursos, declaraciones, obras diversas. El que denuncia al clan Progresista por decreto, al lucrativo monopolio de la ética, debe prepararse a ser incluido en “la caverna”, los conservadores reaccionarios por definición, y ello con una animosidad y violencia verbales que por sí solas son prueba fehaciente de la veracidad del discurso del denunciante.

El cilindro de Atocha es el apropiado monumento porque su cerrada superficie encierra bajo llaves que podrían no ser las suficientes dos tesoros: Por una parte la España desconocida, minimizada o ausente de libros de texto y de medios de comunicación, hoy insólita, pero que fue, que quizás podría ser. Y, por otra parte, cuanto debió ocurrir, y no ocurrió, en el 11 M. Allí se encontrarían, como el cliché posible de aquella interminable fotografía, las manifestaciones de un país unido, en su clase política y su ciudadanía, llamando asesinos a los asesinos, estarían los responsables guardando cuidadosamente las pruebas, preservando hasta la última chapa, clavo, sustancia impregnada en las ropas y los cadáveres. Se hallarían todos ennoblecidos por la doble fraternidad de la indignación y el dolor, pisoteando el mito de las dos Españas, liberados al fin de canalla y parásitos. De abrirse la puerta del cilindro deberían salir los sindicalistas que olvidaron su sueldo gubernamental para ponerse en primera fila de los que exigían claridad y justicia, estarían los que limpiaron, por vergonzosa en momentos tales, toda pintada sectaria y condenaron la manipulación en los centros de enseñanza. Allí aparecerían los valientes chicos de la prensa, insensibles a las presiones del club de los ricos del régimen, atentos tan sólo al horror y al minucioso esclarecimiento del caso. Y no podrían faltar los jueces y fiscales que, desdeñosos de los políticos que los nombran, con ejemplares eficacia y discreción, no tendrían más preocupación que la búsqueda de la verdad. Pero no están, no ocurrió, estuvieron, no ya a la altura, sino al otro extremo de la circunstancia. No hay vacío, sino materia oscura en el espacio que el cilindro abarca.

Para acceder al segundo tesoro, el del conocimiento, hay que ascender a la terraza del edificio, porque desde ella podría observarse, con cierto esfuerzo, el panorama de una España que hoy parece insólita y sin embargo existió no ha tanto y podría en el presente haber existido. Aguzando la vista en el espacio y en el tiempo se descubre que hace pocas décadas España era un país como los demás de Europa y la generalidad del mundo, con bandera, himno y una lengua que se enseñaba y podía aprenderse en todos sus centros de enseñanza y con libros de texto que narraban su historia y hablaban de sus grandes figuras, de sus hechos notables y de sus monumentos. Vería el observador en la distancia gentes, millones de personas, que se desplazaban y residían sin distinción alguna de privilegios ni trato de un extremo a otro de su país y para las que el apego al terruño no era sino un aditamento más al natural afecto por la propia tierra en el sentido lato. El cilindro se habría vuelto, por entonces un peldaño de la alta torre de las grandes vistas, que hace parecer ridículas las torrecillas de imitación marfileña y despreciables a aquéllos con vocación de habitantes de termitero empeñados en hacerse con bienes comunes para su uso exclusivo durante su propio, interminable invierno. La España de las amplias vistas, la similar a sus homólogas de Europa, existió realmente, aunque la cubra y la sofoque una gran ficción del Paraíso perdido y el hervidero de víctimas insaciables. Hoy por hoy, se divisa un Madrid-Pompeya, cubierta la ciudad de mullida ceniza que apaga los sonidos y tan sutil que ni se advierte su presencia ni se añora que hubo cielos de mayor limpidez.

El Monumento al Olvido lo es más por contraste con la envergadura de los actos conmemorativos de los grandes atentados en otros países de Europa, como Gran Bretaña o Francia, la unidad en ellos de gobiernos, ciudadanía y oposición en el homenaje a las víctimas y la repulsa de las muertes que sí, en su caso y no en el español, reivindicó el terrorismo islámico. Lo que en el Reino Unido es unión y común impulso en España no es sino el instrumento para perpetuar en el poder, real o en la sombra, al Clan de la Bondad, al de la Transición B o más bien P de Parásita, a los beneficiarios de la nómina vitalicia, la eterna deuda  y la eterna guerra.

Interior del Monumento (la luz que siempre se espera).

Interior del Monumento (la luz que siempre se espera).

Se ha consumado el proceso totalitario de la No Persona, la modificación, borrado, cortado y pegado de la Historia: El 11 M no existe, su mención ha entrado en la rampa que conduce al averno verbal, en este caso un pequeño limbo azul, sellado y frío, donde revolotean y se consumen hasta la insignificante transparencia víctimas y victimarios. Nadie intente aludirlo porque le protege, amén de la coraza de plástico, el estigma Reaccionario que su simple mención lleva consigo. El que exprese sus dudas sobre el proceso y la autoría islámica, su repugnancia por la utilización vomitiva que se hizo de la masacre, ingresará en el grupo de los parias de la España segregada por los secuestradores de la Transición.

 

[1] Estas líneas fueron escritas algunos meses antes de que se desprendiera, arrugara y quedara desatendido e ignorado como un papel viejo el panel dedicado a los mensajes sobre las víctimas. No hace falta mucha agudeza para prever que la posible reparación se aprovechará para diluir el 11 M en sí en condenas al terrorismo en general.

04/24/16

18 c. Del esperpento a la tragedia (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa)».

 

Del esperpento a la tragedia

 

Valle-Inclán con bufanda roja.

Valle-Inclán con bufanda roja.

El totalitarismo parcelario de España es el del esperpento. Véanse proclamas entusiastas cuya incongruencia es de una estupidez tal que es difícil creer que se hayan pronunciado en serio: Alianza de Civilizaciones, según la cual tanto valdría la lapidación pública como el hábeas corpus, Prefiero morir a matar en boca de un Ministro de Defensa que, por supuesto, está cobrando por serlo, Oficina de Ideología de Género conveniente y lujosamente instalada en la ONU, Ministerio de Igualdad en el frontispicio de un edificio público (que no en una página de Orwell). Pero el volumen mismo de la estulticia oculta el del dinero que esto permite atesorar a los rentistas del invento. Nada hay de inocente, y la irremediable mediocridad de los dueños del lucrativo montaje postfranquista español no impide el suficiente grado de habilidad como para copar hacia el interior y el exterior buena parte de los medios de comunicación y dominar la propaganda. Porque en el escenario de la Transición guión y actores fueron prestamente sustituidos por la oferta de gratis total y facha el último. Aquí ha sido, y es, franquista, y aterrorizado del epíteto, cualquiera que negara el derecho de los dos sindicatos del sector partido socialista y aledaños, a ser fastuosa y perpetuamente mantenidos por el erario, es reaccionario e infame el que constata que los escolares no puedan estudiar en lengua española en amplísimas zonas, es un burgués deleznable y un conservador ultramontano el que afirma que los programas lectivos son desastrosos y abismalmente inferiores respecto a los de hace décadas, y merece la hoguera el que denuncia la manipulación histórica.

Hay multitud de Max Estrella.

Hay multitud de Max Estrella.

El esperpento ofrece escenarios para todos los gustos, que, curiosamente, hasta ayer no llamaron la atención de la prensa local ni de la foránea. Ahí están los fastuosos polideportivos en pueblos con población escasa y de edad provecta, la ratio demencial de universidades por habitante, las artísticas escombreras con pretensiones de decoración urbana. Forman parte de un vasto escenario ocupado por la fábrica de indemnizaciones, comisiones, dietas, pensiones vitalicias, retiros precoces, ayudas a festejos reivindicativos, pluses a minorías ofendidas, cacerías, hoteles, gorras, pancartas, carrozas, cenas, transporte, banderas, silbatos, folletos independentistas, tarjetas de crédito, indignados manifiestos, puñetas jurídicas subastadas al mejor postor, denuncias televisivas del capitalismo, clamores radiofónicos por la paz y el diálogo con el ladrón y asesino recuperados al efecto, coronas embargadas en Suiza y virreinatos dispuestos a que les corone y pague la enseña el Gobierno del que fue país común. Abonado todo ello por lo que se exprime del sueldo del infeliz ciudadano espectador quien, además, debe aplaudir obra y actores porque no hay más teatro ni función a donde ir.

Los ingredientes del caso español no son originales. Lo son su proporción y su orden temporal. Robos, fraudes, corrupción, populismo los hay por doquiera, pero no en cantidades industriales, no como estructura paralela, permanente, regular y básica del edificio nacional, que se va transformando a ojos vistas en una cáscara cuyos despojos del país que fue se disputan los clanes afanados en el reparto político-financiero y territorial. Desde luego esos ingredientes en normales sistemas democráticos no preceden y conforman los planos del edificio, la creación de organismos, los proyectos de obras, la normativa y las leyes. En España, en olas sucesivas de mayor o menor degradación, han sido creados ad hominen, para beneficiar a contratistas, receptores de comisiones, jeques locales, afiliados al sindicato, la asociación o el partido. Desde que comenzó, en los años ochenta, la degeneración de la que aparecía como transición ejemplar, se entró en un original proceso no lineal sino acelerado o contenido según clan en el poder y apetito y exigencias tribales. De ahí la sorprendente inutilidad, la palmaria estulticia, el derroche estéril de inversiones, el aprendizaje para la ignorancia, los microgobiernos autonómicos. La inutilidad es sólo aparente. Su creación, encarnizada defensa y mantenimiento adquieren pleno sentido porque son garantía de empleos, sueldos, gratificaciones, cohechos y ocupación de parcelas oficiales de libre disposición y manipulación. Indispensables para el proceso son el miedo y el control, generosamente subvencionado, de la opinión interna y externa. Para ello ha sido, y aún es, agente indispensable el chantaje verbal, dual y sociológico anteriormente descrito.

Se entiende mal la situación de la Península, la extraña sumisión que permea su ambiente, si no se considera ese invisible campo de minas que, en forma de iconos verbales, ha sido sembrado en su territorio. Se trata de un puñado de palabras en la que los significantes han sido vaciados de su normal significado para rellenarlos de otro llamativo, asociado a elementos rechazables, diseñado para la inmediata repulsa. España es desde luego el primero de ellos; no de otra forma podría explicarse la extraña orfandad de símbolos y de expresiones nacionales de este país en el conjunto de Europa, su ansiosa búsqueda de una identidad vicaria. Bajo la palabra no hay, sino en una minoría honrada e ilustrada, su auténtico significado de nación de ciudadanos libres e iguales en derechos y oportunidades. Para la gente del común, y por todos los medios, el término mismo es evitable, asociado con el negativo mito originario cuidadosamente criado al efecto. España, tras este vaciado y relleno del referente, debe ser, junto con banderas, escudos e himno, un ente que bordea el fascismo, el franquismo póstumo pero mantenido por exigencias del guión en el candelero, España será sólo gente bien vestida en calles y plazas de la zona rica, adolescentes pulcros enarbolando enseñas de otrora, niñas de buena familia, intelectuales de catolicismo, orden y naftalina. Todo ciudadano moderno que se precie huirá del icono y de las banderas como vampiro del ajo, y mostrará su repugnancia de buen gusto ante los símbolos patrios, que sólo serán aceptados cuando se trate de cobrar de un puesto, de beneficiarse de un acto en el que necesariamente figuran. El icono vergonzante ha recubierto por completo al primigenio, el de igualdad y libertades, aquél sinceramente querido con el afecto simple de lo ancestral y lo próximo, con la estima hacia territorios distintos pero comunes por los que no ha tanto se deambulaba sin conciencia de animosidades y fronteras. El significante verbal había de ser transformado en su contenido, reducido mitad a anatema mitad a una sustancia amorfa para cuya mención se utiliza todo tipo de pseudosinónimos, de forma que pueda ser troceado para su reparto.

La finalidad sociotribal es que el vocablo España no exista. Un espacio nacional de igualdad y libertades, de historia y horizontes amplios es incompatible con el ansioso reparto del botín y la justificación de la propia existencia por parte de los clanes. Éstos han trabajado con el mayor encono en destruir, de forma retroactiva, el contenido del término. El símbolo verbal que con esa forma agitan es el común enemigo al que se ha enseñado convenientemente a odiar y ridiculizar desde la escuela primaria. Cuando esto sucede sus habitantes no tienen más refugios que el círculo local y familiar inmediato y el cacique y líder que, al menos, les sirve de parapeto contra el complejo de inferioridad del europeo dudoso. Pasado el acné juvenil de ciudadano del cosmos, el adulto siente que la patria existe y que su deseada ciudadanía mundial se ejerce a través de ella, que no hay antagonismo sino extensión entre el conocimiento y los afectos del país en el que ha nacido y lo que más allá de las fronteras va encontrando. Pero le han provisto de un icono falso, al que apenas puede nombrar.

Ningún grito más agudo que el del silencio. En Hispania todo iba pasablemente en el más pasable de los mundos posibles, porque se vivía bien, con esa salsa acogedora condimentada con sol, buena dieta y paz turbada tan sólo por balazos esporádicos en la zona noreste. La Transición B se mantenía sin esfuerzo a flote e incluso bogaba sin problemas, sacando velamen. Los disidentes de la estricta corrección dual política desaparecían de foros televisivos, radios, charlas y periódicos, eran degradados en sus trabajos, eliminados de listas y promociones, pero no aparecían seguidamente con un tiro en la nuca en las cunetas. Gozaban del ostracismo light, de cierto estatus de apestado leve. Uno menos en el reparto de las mil y una recompensas al hervidero de tribus. Sin embargo del Callejón del Gato ya se había pasado a sombrías bocacalles laterales en las que podía pisarse un charco de sangre, por omisión de criminales no adecuadamente perseguidos, liberados en aras del buenismo con ellos y el malismo hacia sus antiguas y nuevas víctimas, por un caso, el GAL, de escuadrones de la tortura y de la muerte contratados por y en las cloacas del Estado, por un maridaje justicia-política-negocios incorporado a los menús habituales. Pero la gran línea roja se pasó más tarde.

Algo oscuro aguarda.

Algo oscuro aguarda.

Hasta entonces se había costeado por un mapa al estilo de los portulanos antiguos, en parte real y en parte fabuloso, en cuya cartografía se alternaban monstruos resucitados o creados según exigencias del guión y datos que se querían eficaces para llegar a la deseada cota del progreso europeo. A partir del 11 de marzo de 2004, y antes de él ya en sus preludios, se entró en las aguas abiertas, calmas y de una negrura profunda de la banalidad del Mal [1]

[1] Véase Hannah Arendt: Los Orígenes del Totalitarismo.

04/24/16

17 c. De Transiciones y de muñecas rusas (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

De transiciones y de muñecas rusas

 Todos felices por doquier.

Todos felices por doquier.

Aunque el conflicto español entre la realidad y el deseo subvencionado (parafraseemos al poeta) es de peculiar gravedad no es único. Europa y por extensión el área de forma de vida con tradición occidental viven una sucesión de transiciones que encierran las unas a las otras como muñecas rusas. La ignorancia histórica de un pasado bastante reciente y que no debería ser olvidado junto con el halago popular en periodos gubernamentales de cuatro años ha impuesto la gratificación inmediata y la exigencia del Estado, no ya de Bienestar, sino Benéfico, en un mundo igualmente benéfico por arte de birbirloque, un Estado Vigilante del la Dicha Generalizada y por lo tanto autorizado a la intromisión en la intimidad de los individuos, que deambulan felices unidos al soma por el cordón aislante del audio musical.

En algún momento se perdió la conciencia del precio de las situaciones y las cosas, se impuso una amplia y voluntariosa ceguera y se pasó, del compromiso con valores concretos y de beneficio probado, a la componenda fugaz y momentánea según la ley del mínimo esfuerzo y la fe inconsciente en el musculoso primo transatlántico. Pero el primo, aparte de no querer ya serlo en lo que a Europa concierne, también tiene sus propias muñecas rusas por las que transita, las múltiples alianzas que le hacen apetecible un bajo perfil. También él, Estados Unidos, dejó de lado las personas y los grandes principios universales y la insobornable solidez de los hechos en pro de las tribus, el show coyuntural y las etnias. Por primera vez se eligió Presidente en virtud del color de la piel y no del programa y los méritos. En cuestión de unos años se perdió la sustancia final que alimenta y conforma las actividades humanas y su producto, es decir, las ideas, se incluyó en el apartado de la inoportunidad y el mal gusto la defensa, al menos verbal y explícita, de principios que deberían regir en todo el planeta, derechos ciudadanos, y denuncia de su ausencia. En su lugar se mezcló con el plano ético el de las alianzas puntuales, la floración de núcleos de potencia comercial y la reorganización y volatilidad del comercio, el mantenimiento de un Ejército bueno para gastar dinero en él y para intervenciones sin previsión ni seguimiento abocadas al fracaso en la mejora de la vida de las poblaciones. A la opinión pública se le servía un predigerido de relativismo en dos lecciones: todo el mundo es (casi) bueno, las culturas (cualquier cosa, de los piojos a dinamitar imágenes y machacar al débil, es cultura) son sin excepción respetables, no hay que arriesgarse lo más mínimo a dar juicios de valor, no digamos a defender principios ni a oponer, llegado el caso, la fuerza a la barbarie. Es la definición del Paraíso para el criminal, el dictador, el terrorista y el cobarde. En su nombre, se abandonó a las capas más ilustradas, liberales y ansiosas de modernización del mal llamado mundo árabe (en realidad plural y complejo), se favoreció a fanáticos integristas, teócratas impresentables y hordas salidas de una

Sonrisa engañosa.

Sonrisa engañosa.

edad media mucho más oscura que ninguna de Europa y amamantadas de irracionalidad, codicia agresiva y muy justificado complejo de inferioridad, gentes sometidas a los usos y costumbres religiosos más aburridos del planeta que tal vez no encuentran mejor distracción que suicidarse llevándose de paso por delante a cuantos puedan.

La excitación del Mal y el placer que produce infligirlo, la facilidad con la que puede obtenerse, aunque sea por un muy breve lapso de tiempo, la vivencia de superioridad y poder es, por doquier, comparable al chute de droga, más asequible que la heroína e incomparablemente más rápida que los métodos de dominación tradicionales. En los países islámicos en ella se decanta la tremenda y soterrada violencia diaria que genera la segregación de sexos, la anulación social y pública del femenino, la repugnancia  y temor masculinos, incrustados como un reflejo condicionado, a la suciedad inherente a la percepción y sugerencia del cuerpo de mujer, a la humillación de que esa cosa reservada a la reproducción y placer del dueño se ofrezca a libre disposición visual. Tal caudal invisible de frustración, aburrimiento feroz, absurdo blindado por el temor y el dogma, percepción inevitable de inferioridad respecto a las personas libres toma formas metafísicas, místicas, bélicas, normalmente arropadas de una capa de pureza extrema y completo desdén por las uvas siempre verdes e inalcanzables.

El Mal, su realización placentera y su embriaguez son incomprensibles pero exportables, tienen su público allende el área islámica y gozan en Occidente del beneficio del estupor, de la carencia de instrumentos mentales y léxicos con los que manejar realidades que se creían lejanas y superadas, que sólo hallan afines en las pasadas guerras mundiales, en buena parte desconocidas por la generalizada ignorancia histórica. El Mal se suponía enfermedad, defensa, fruto de opresiones de clase, simple diferencia de criterios. Hasta verse confrontados con su real existencia, sin disculpas ni paliativos y sin posibilidad de alianzas, buenismos ni pactos. Y el Mal es tal que se nutre y crece en primer lugar a base de los habitantes de su lugar de origen, los más débiles, los inermes, para buscar luego la saciedad en esas sociedades occidentales despreciadas por su pasividad y carencia de principios.

En ese panorama, la indefensión de la gente del común es total, aunque la velen y maquillen el buen vivir cotidiano y la aparente lejanía (hasta que algún atentado los sienta a la mesa) de los conflictos. En un ambiente de rendición preventiva sólo quedan el halago a los bárbaros y la espera de que pasará la mala racha como ocurre con los fenómenos meteorológicos. La comparación con una Historia que se desconoce revela sin embargo la fractura y diferencia abismal entre un ideario básico, no tan lejano, de principios sometido, evidentemente, a las servidumbres de la práctica y la fluidez turbia de paisaje actual, carente de portulanos excepto el generalizado e inconsciente convencimiento del derecho a la gratuidad y la disolución en colectivos diversos y agresiones ancestrales de las responsabilidades de cada individuo. Una Transición notable, a la medida de la servidumbre que genera; y del reparto de placebos.

Paraíso. A distancia.

Paraíso. A distancia.

Estados Unidos ocupa todavía, sin duda por inercia y por falta de referente de recambio, el papel de polo negativo y mascarón del proa del Capitalismo en la dualidad izquierda buena/derecha mala sin la cual ni el lenguaje ni el cerebro parecen, en su gran mayoría, ser capaces de funcionar. Y, como en Europa, también los norteamericanos han adoptado, en lugar del análisis de hechos e individuos concretos, la perversa clasificación usada por el enemigo, la de los sucesivos miembros del club de la irracionalidad y del grupo parásito, y optan por la distante y torpe visión del mundo, con esporádicas cargas de elefantes que dejan los territorios intervenidos en peor situación que la previa al salvamento. Apuestan además por un distanciamiento respecto al Viejo Mundo comprensible porque éste último lleva décadas haciendo méritos para ello, mientras aquéllos pagaban en dinero y en muertos. Sin embargo la nueva estrategia, a la que no es ajena la reciente independencia petrolífera, es de corto alcance de miras porque ignora el valor más real, exportado y exportable a la mínima oportunidad que la gente tiene de adoptarlo: Los fundamentos en los que se basa el modo de vida occidental. Su defensa sólo cuesta, para empezar, la recuperación de la palabra, de, al menos, la denuncia verbal incansable, independiente de los necesarios acuerdos diplomáticos y de la esfera del comercio. Porque los justos términos ante la obviedad de hechos, discriminaciones, dictaduras, bondadosa estulticia, expolio cotidiano son los instrumentos en los que se encapsulan las ideas que a su vez producen cambios, logros, invenciones y el mejor progreso.

Los crueles dioses del Paraíso.

Los crueles dioses del Paraíso.

Las transiciones se llevan haciendo desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI en sentido contrario, alejándose a toda velocidad de cuanto significa compromiso, obviando las incómodas verbalización y precio de los actos. Crímenes, robos, apartheid femenino, violencia, destrozo y ocupación de lo público, no son tales  ni reprobables; dependen de quién los haga, de sus circunstancias, intenciones y latitud.

El proceso en curso sería el de muñecas inversas, es decir, la introducción de las muñecas más grandes, los principios y valores de envergadura, en la muñeca más pequeña, la del aparente beneficio puntual de elementos anónimos aglutinados en el grupúsculo del agravio, la carencia y la intemporal referencia a la tribu, normalmente servidos con una guarnición irracional de vago paraíso futuro y ubicua conjura presente contra el bien común. A corto plazo esto es exactamente el mister Hyde de la democracia, el alter ego más oscuro, y más nocivo, de un sistema de Derecho con Constitución, Parlamento y votaciones periódicas, corrupciones inevitables pero, también, leyes, responsabilidad penal, prensa libre y separación de poderes. Según se produce el deslizamiento hacia la pseudodemocracia se acelera la técnica de ingeniería social: El denominador mínimo al más corto plazo es el que hay que ganarse y manejar en un clima de continua medida, composición y recomposición de la opinión, a la que se riega con irracionalidad y grandes dosis de adhesión sentimental en forma de asambleísmo y participación instantáneos, pero que al menor enfrentamiento con el efecto real de las utopías subvencionadas clamaría amargamente contra el deterioro y la pérdida de su actual forma de vida. Y descubriría que la única dualidad contra la que luchar es la del tejido productivo por una parte y por otra el tejido parásito que se procura mantener incrustado en aquél por todos los medios. Que fallen suministros esenciales, cajeros, policía, seguridad viaria, aviones, trenes, barcos, carreteras, farmacias, y el destinatario del discurso del paraíso gratuito virtual acaba descubriendo que vivir aceptablemente es una lucha mucho más trabajosa y menos nítida de lo que pensaba, que el Mal no es el gran dios del Dinero, el Satán bancario y el poderoso y rico por el hecho de serlo, sino que en cada caso, individuo y momento se impone un juicio de los actos y un reconocimiento de la legalidad y de las Leyes, que éstas valen lo que el coraje de las poblaciones de velar por ellas, que a nadie se le garantiza por el acto de nacer otra cosa que, si hay suerte y lo hace en una zona civilizada, la igualdad de derechos, y que, efectivamente, las ideas, encapsuladas para su actuación en las palabras, son las que producen cambios, inventos, degradación o progreso.

El eficaz utensilio ideológico de la falsa dualidad preceptiva está en directa relación con la trampa del pensamiento positivo forzoso, el «sonríe o muere» que ya están denunciando no pocos filósofos, que ha sido de rigor en Estados Unidos y ha desteñido sobre Europa. Se consiguen pocos votos con la descripción de las situaciones ingratas y la crudeza de las verdades, no se lleva la obligación de asumir la responsabilidad que es la médula de un sistema democrático decente, es cómodo el olvido de la simple existencia del Bien, de la necesidad ética y práctica de defenderlo. El estudio de Hannah Arendt sobre la banalidad del Mal no ha perdido un ápice de vigencia y, por el contrario, se ha diluido en dosis de fácil digestión por la mayoría. Y el ciudadano del común camina con un pie en el voluntarioso buenista del todo es relativo y otro pie en la explosión del antisistema alimentado por la ira de haber llegado tarde al reparto.

El fraccionamiento y minimización de los territorios, desde la floración de pseudonaciones aferradas al eterno victimismo hasta los viveros de mafias y tribus urbanas que ejercen el chantaje de la desproporción mediática, es el arma más eficaz contra el individuo libre, su trabajo, su seguridad y sus recursos. Todo para él dependerá de las consignas aplicadas en la estrechez del reducto, el lenguaje sufrirá un vuelco que despoje a los términos de su recto significado, desaparecerán, y serán incluso objeto de oprobio, las jerarquías elementales de bondad, verdad y belleza, las simples evidencias fruto del sentido común, de la decencia instintiva y primaria. Fuera de la pertenencia a alguno de los colectivos agraciados con patente de corso hay poca salvación.

Pero siempre habrá un superman. Pequeño luchador mongol.

Pero siempre habrá un superman. Pequeño luchador mongol.

Véase una simple pincelada a título de mínimo ejemplo: Festivo, y casi idílico, pueblito del País Vasco. Plaza, baile, música. Disparos. Cae muerta, en plena calle y delante de su hijo pequeño, una mujer. En tiempos perteneció a un grupo independentista que lleva cometiendo, en plena democracia española, numerosos asesinatos. La prensa extranjera los ha tratado con mimo y simpatía porque España parece condenada a ser el parque temático de utopías de nacionalismo terrorista que en el propio país sin embargo el resto de Europa prefiere ver lejos. En el pueblito idílico se ha formado un charco de sangre en el suelo. Los antiguos compañeros de la mujer han abandonado tranquilamente la escena. Los protege, y protegerá, un manto de temor, vileza asumida y olvido inducido, y ese manto cubre todo el pueblo. Retirado el cadáver, se echa serrín y no se suspenden canciones ni orquesta. Los bailarines procuran no pisar la zona. de serrín con sangre. De igual manera, la palabra «crimen» no existe en las mentes, se cubre, se rodea. Y continúa la fiesta. El nivel de vida es excelente en el País Vasco, no se pagan apenas impuestos, el perfil, convenientemente exportado, es el del cromo rural, la comida rica y los recios norteños.

No hay mejor ceguera que la selectiva. Se lleva sorteando mucho serrín empapado en incómodas materias. Y quien lo ha hecho y lo hace cada vez lo sabe.

04/24/16

16 c. El Filtro inverso (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa).

El filtro inverso

 

El nuevo canon. Univ. Complutense de Madrid.

El nuevo canon. Universidad  Complutense de Madrid.

La realidad es bastante menos romántica que sus versiones bipolares al estilo del cómic. Desde muy pronto la Transición, indefinida y abierta por sus propias definición y naturaleza, comenzó a generar cultivadores, defensores y gestores de lo más bajo en formas de ser y de actuar de individuos y de sociedad, en una imposición de la fealdad, la inanidad profesional y formativa y la banalidad, ignorancia y grosería como normas; una especie de clubes de orgullos agresivos, marginales y gratuitos que han impuesto la dictadura urbana y exigen de un Estado acobardado la coima y la inoperancia legal, con el enorme volumen de indefensión ciudadana que esto significa. Nada, en tal contexto, es más encomiable que el analfabetismo funcional, la abolición de las burguesas normas de ortografía y la obligatoriedad en las pantallas de todos los tamaños de esmaltar los diálogos con un taco cada diez segundos. La imposición del gregarismo y del grito, la micción en público y la apropiación de lo ajeno forman parte de la misma dinámica notablemente acelerada en 2015. Porque ese bloque de personas, devenidas masa y aglutinadas por la facilidad del rencor hacia cuanto posee valor y aspira a calidad y altura, es el escalón perfecto para que se lancen quienes aspiran a conseguir, amén de bienes de consumo y categoría social sin esfuerzo, jugosas porciones de poder político. Confían, y no sin razón aunque el reinado es fatalmente efímero, en que ese mínimo común denominador de la especie humana es lo bastante extenso y durable como para sustentarlos.

El punto al que se ha llegado en España, con marchamo oficial, en cuanto a imposición consciente de la dictadura de lo peor y los peores por el hecho de serlo carece de parangón civilizado. Sólo puede quizás explicarse por el largo chantaje dual previo, por la sacralización de lo mísero y negativo; una especie de cinco estrellas gastronómicas en la guía Michelín de la coprofagia. Difícilmente se comprendería si no el texto recitado en un acto oficial en Barcelona, promocionado y aplaudido por las autoridades. El vocabulario empleado en el supuesto poema “de género” era coño, vagina, útero e hijos de puta en una parodia del Padrenuestro que a nadie denigraba tanto como a las mujeres mismas. Esto a principios del año 2016 y patrocinado por el partido que en aquella ciudad rige los destinos municipales.

Las tropas de la actual caricatura de las revoluciones Francesa, la de Octubre y algunas más se distinguen por su afán de gratuidad e impunidad, su nula afición al riesgo y su oferta libérrima de paraísos todo a cien. Los líricos defensores de la vida en microcomunas selváticas se guardarían de ir, en vez de al dentista, al brujo local, no suelen enviar a sus hijas a educarse en países islámicos, no parecen haber considerado la posibilidad de renunciar a guardar sus ahorros en el banco y se guardan de repartir entre los sin techo los metros cuadrados de su vivienda.

Lo que todavía, por comodidad, falacia o inercia, gusta de definirse como sectores y medidas progresistas, representativas, democráticas frente al turbio enemigo poderoso heredado del pasado, así como sus supuestos adversarios, quienes, por otra parte, ponen todo su interés en contemporizar y conservar sus puestos, no pasa de ser actualmente una cuestión de ineficacia, torpeza y estulticia, sin necesidad de profundos análisis ideológicos. Se ha ido a menos y menos de una forma y manera espectaculares. La estadística sobre la formación, niveles y currículum de los personajes públicos y sus adláteres durante las últimas décadas revela, con la crudeza terca de los datos, un descenso paralelo a la promoción de los bloques parásitos, una pobreza intelectual que destiñe sobre los medios de comunicación y la supuesta cultura, y, por ende, sobre la población de cuyas necesidades y gustos pretenden ser espejo. Cuesta encontrar en la arena política (aunque haberlas haylas, y son objeto de feroces ataques) personas hermosas en su rebeldía que corren con los gastos y los riesgos de sus actos. El Parlamento emplea la mayor parte de su tiempo en puras cuestiones personales cuya  posible faceta delictiva utilizable contra el adversario paladean unos y otros como una chocolatina. Los temas de envergadura, la situación mundial, las líneas maestras a seguir en problemas y en proyectos importantes, el horizonte económico global previsible, la gran, enorme indefensión ciudadana ocupan un espacio mínimo de minutos y de palabras. Y, de forma semejante, la proyección de la actualidad y lo que no lo es, que suele ser mucho más importante que lo meramente actual, es la de una dictadura de lo peor y los peores en el horizonte de un patio de vecinos. Se ha vuelto a unos niveles de provincianismo a los que sin duda no es ajeno el hervidero ratonil de los virreinatos autonómicos, pero desde luego ellos no son la única razón. La calidad del discurso es tal que a su lado los debates de la República del 31 parecen el Areópago de Atenas. Ocurre que la calidad simplemente humana ha descendido, se ha degradado de forma notable y que, a la inversa, los intereses creados han aumentado en pareja proporción. Todavía hoy el viejo manto de las falsas dualidades y la orfandad de referencias de los defensores de lo simplemente bueno, dotado de fundamento y de sentido común silencian el proceso y mantiene una sutilísima mordaza y un muy justificado temor ante la violencia y el poder fáctico, oficioso –y ahora oficial- de los conglomerados parásitos. Los mismos que vetan el acceso a presupuesto, bienes y servicios a aquéllos que intentan honradamente salir adelante y los necesitan.

No hay, como gustarían de creer los postrománticos nacionales y extranjeros, una réplica española del cuadro de Delacroix “La Libertad guiando al pueblo”, ni existen esas masas de oprimidos, víctimas, hambrientos y pobres de solemnidad a los que la élite de malvados explotadores pretende apagar la luz de la antorcha. Hay un largo mural de brochazos sucesivos que empezó con aportaciones múltiples de pintura y con buenos deseos y que se ha ido degradando según cada cual tiraba del lienzo para aprovechar sus fragmentos. La pericia de los pintores deja actualmente que desear, son equipos contratados a empresas externas según subasta a la oferta más barata. Los marcos se reutilizan o almacenan según el comité de limpieza ideológica, generosamente retribuido, ordena que se retiren personajes, temas y épocas. Y no falta quien proponga, en adecuación a los nuevos tiempos, a propuesta de los sindicatos y en alabanza de las masas, una sucesión de fotocopias-reproducción de los equipos de la limpieza. Porque en este caso la muchacha de la antorcha guía al pueblo hacia abajo.

 

04/24/16

15 c. Variantes del «Cui prodest?» (= ¿A quién beneficia?); de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

 

Variantes del «Cui prodest?» (= ¿A quién beneficia?) Cui prodest?

 

Niños judíos a los que la tribu de diferencial superior consideró de baja calidad. Museo del Holocausto, Washington.

Niños judíos a los que la tribu de diferencial superior consideró de baja calidad. Museo del Holocausto, Washington.

El romanticismo resiste mal la prueba del Cui prodest?, que consiste en observar prosaicamente el por qué, a quién y en qué han beneficiado las iniciativas que se creían fruto de impulsos idealistas más o menos loables y generosos aunque con frecuencia fallidos. No hay tales nobleza de miras ni inocencia; ni siquiera (si bien se hallan cantidades apreciables) torpeza o estupidez. Las obras inútiles, los dispendios millonarios y absurdos, las proclamas nacionalistas, los monumentos pretenciosos tan caros como antiestéticos obedecen ex ovo a la voluntad de cobrar y embolsarse cantidades ingentes, apariencia de poder y prestigio y potenciales votantes. No se trata de algunos casos esporádicos. Lo significativo en España es su número, el de los integrantes del clan, que los eleva durante las décadas posteriores a la sufrida Transición, de excepción a norma, categoría en sí, blindada a cualquier crítica seria, al ajuste de cuentas, a la responsabilidad del autor, no digamos a la devolución al erario público de las enormes cantidades malgastadas. Nadie paga nunca por los aeropuertos sin viajeros, por las instalaciones desiertas que caen lentamente en ruinas, por los museos y centros culturales que funcionaron justo el día de su inauguración, por el recorte en servicios públicos mientras que se ha cuadruplicado desde 1977 el número de funcionarios. Todo se ha creado, por las correas de fidelización de clientelas que son los dos sindicatos oficiosos, por los dos partidos que juegan alternativamente a poli malo poli bueno más por la red de las múltiples autonomías y virreinatos administrativos para sorber presupuesto y mantener las propias huestes, tan improductivas como fieles.

Si se conformaran con cobrar y ser mantenidos los efectos del mal no serían tan perversos, pero el parásito con cargo es una subespecie de la clientela singularmente peligrosa porque necesita justificar su puesto. El inquilino de los reductos de especies protegidas, sean de género, número, ideología o militancia, no se conforma con el mantenimiento a cargo del prójimo. El necio es incansable en sus fidelidades, el indigente intelectual trabaja como tal a todas horas excepto las del sueño, el ignorante descubre con rapidez el valor de la consigna, y con tal bagaje desplaza a cuanto y cuantos le superan. Éstos son su enemigo natural, y le es imprescindible atacarlos y neutralizarlos desde las raíces mismas sociales. La armada de necios profesionales no hace prisioneros y es letal, y particularmente peligrosa porque ellos consideran que deben hacerse valer en los despachos en los que les ha colocado la fidelidad ideológica y el amiguismo militante. El peligro de los corderos no es el silencio, sino que se empeñen en hablar. Un tonto con iniciativas eliminará como el eucalipto cuanto crezca a su alrededor, dejará moho y la hierba más rala, exigirá cuanto signifique la huida del conocimiento y el refugio en lo gregario, véase equipos, reuniones, asesores de asesores, coordinaciones tutoriales, controles de fidelidad a los preceptos ecopacifistas y nanonacionalistas, a las campas de igualdad, amor ambiental, paz universal, discriminación positiva de género. Antropológicamente hablando, han hallado el nicho ecológico que les ofrece la era de la selección inversa en forma de clones autonómicos, sindicales, provinciales, municipales, estatales, administrativos transformados en múltiples agencias de empleo.

Lo trágico es que no se trata de estulticia inevitable por congénita sino fabricada. Existe un empeño real, desde la guardería hasta las más altas esferas, en podar cuanto sobresale, tiene posibilidades, cumple, se esfuerza. Al tonto se le crea y mantiene en ese estado prodigándole generosas raciones de alabanzas a la mediocridad preceptiva y a la irresponsabilidad victimista. De ahí la temprana y persistente toma de territorios culturales clave y la infusión intravenosa de la pequeñez intelectual, del horizonte romo y de las miserias ética y estética como norma.

Nada ha sido ideal ni gratuito. Cada iniciativa ha correspondido al fervor de la colocación y el reparto, al mordisqueo al presupuesto gratis total y con perspectivas indefinidas de jugoso acomodo. La ley de 1990 que acabó con la Enseñanza, no hubiera existido como tal jamás de no servir como botín de reparto para el partido entonces en el poder y el tándem de sus dos sindicatos. Las innumerables instituciones autonómicas de defensa lingüística no deben asimismo su permanencia en el ser sino a lo que los integrantes cobran por ello. No sólo en dinero, que por supuesto también es bienvenido y procede del odiado Estado central, sino que parte importante de la remuneración consiste en parcelas y parcelitas de poder y prestigio, de sopa social nutricia y halago mediático con el que se retroalimenta el clan contento, aferrado al pezón de colectivos y entelequias gregarias, míticas y telúricas, incapaz de existir como individuo y ciudadano objeto de derecho y amparado por la libertad de la Constitución en una nación donde todos son libres, iguales e hijos de sus obras.

La versión romántica y exportable se desmorona ante el sencillo y eficaz análisis del Quién cobra por qué y Quién paga qué. Aparecen las poco gloriosas sagas de familias millonarias gracias a la ubre del nacionalismo, sagas tratadas con ejemplar consideración por la prensa extranjera. Se dibuja, por este simple método, un mapa de Iberia plagado de líneas rojas del propio interés que los aspirantes, no a padres pero sí a herederos de la legítima de la postransición, han traspasado sin el menor empacho y en las más perfectas discreción e impunidad. Se revela entonces una ya vieja trama de intereses creados tan capilar, extensa y firmemente hincada a todos los niveles que resulta descorazonadora y rezuma para quienes -que los hay- aspiran a un país pasablemente avanzado y limpio una indefensión sin nombre, enemigo ni forma que sólo se materializa en las carencias, en la percepción instintiva del fraude y de lo injusto, en la certidumbre de mejores sistemas posibles, en la rabia impotente, en el desconcierto respecto a la supuesta responsabilidad que al votante atañe en el estado de cosas y en la certidumbre, en la práctica, de que su capacidad de control, respuesta y cambio es nula y que lo que se le vende bajo el sagrado icono de democracia no pasa de ser una forma de expoliarle mientras él bracea a diario bajo un torrente de información y aparente omnipotencia comunicativa que se esfuma falta de formación sólida y espacio crítico.

 

 

04/24/16

14 c. La catarsis de la tomatina (de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»).

 

La catarsis de la tomatina

 

Programa político muy elaborado-Univ. C. de Madrid.

Programa político muy elaborado (Universidad Complutense de Madrid).

Que se haya erigido en icono español de renombre mundial la lucha de todos contra todos a base de tomates no deja de ser adecuada metáfora del país. Aquí moros y cristianos, toreros y miuras son reemplazados por el sanguíneo producto hortícola que encuentra así una muerte más honrosa que acabar en una lata, como ya lamentaba la sabiduría popular. Bienvenida la fiesta. Pero tal vez bajo ella hay sustratos que añoran, aunque lo saben imposible, pasar de la potencia al acto. La vieja dualidad Malos/Buenos basada en premisas guerracivilistas y exhumación de forzosos y eternos antagonismos sociales, vocabulario incluido, se sabe a sí misma una impostura. Pero la representación continúa, en foros políticos y televisiones mientras algo se espere obtener de ella y reparta generosas dosis de legitimidad.

Sin embargo, para llevar al extremo lógico sus consecuencias, habría que empeñarse en hazañas que se revelan imposibles, a causa de la molesta y terca complejidad de las realidades, que hace acompañar siempre los beneficios a sus precios y obliga a salvaguardar obras y hechos de épocas y autores detestables. La Revolución Cultural maoísta se propuso muy seriamente acabar con Lo

Chinos buenos. Papeles recortados, época maoísta.

Chinos buenos. Papeles recortados, época maoísta.

Viejo, comenzar una página en blanco pues nada más igualitario que la nada. Los guardias rojos propusieron cambiar el color de los semáforos puesto que era reaccionario detenerse ante el símbolo de la revolución. La iniciativa ni siquiera en ambiente tan enfervorizado prosperó. La Revolución Cultural China, de la que nunca faltan en otras latitudes patéticos remedos, abrió brecha aboliendo la música clásica y sustituyéndola por la difusión por altavoces de himnos a todo volumen. En España, para ser por completo consecuentes, los Buenos del joven hombre nuevo deberían dinamitar los pantanos, construidos por orden del Jefe de la era predemocrática, purgar minuciosamente calles y ciudades, no ya de nombres alusivos a los Malos de la Guerra Civil, sino de cuanto se hizo, publicó, inauguró y legisló (leyes sociales incluidas) durante los casi cuarenta años de dictadura y, a ser posible, sembrar de sal las zonas contaminadas.

El disidente Wang Weilin, sin duda muy malo, se opone a los tanques del P. Comunista Chino. Pekín 1989.

El disidente Wang Weilin, sin duda muy malo, se opone a los tanques del Partido Comunista Chino. Pekín 1989.

La consecuencia entre palabras y actos exige una labor mucho más exhaustiva en lo que a un adecuado anticlericalismo se refiere. Porque Iglesia y cristianismo son una trama de hilos históricos blancos y negros de imposible separación para la que no basta la consabida catarsis de matar al cura. El Estado habría de hacerse cargo de todas las tareas de asistencia y educación que durante siglos y hasta el momento actual efectúan religiosos, incluyendo las que se llevan a cabo en el Tercer Mundo. La erradicación de todo lo relacionado con el Mal no puede menos de incluir la titánica empresa de dinamitar, quemar, destruir cuantas obras están inspiradas en motivos cristianos. El inventario monumental y artístico del país experimentaría una reducción fácilmente imaginable proporcional a los solares donde hubo antes templos, las salas de los museos serían una sucesión de huecos y el patrimonio nacional cabría en espacio reducido. Por supuesto habría que eliminar toda la música sacra, empezando por Bach, para marcar postura, y continuando con el resto: Gregoriano, Misa Luba, Stábat Máter, Schubert, Mozart, Haendel…Es dudoso que gracias a ello desaparecieran la pedofilia, la simonía en sus variantes de chantaje político, la irracionalidad y la raza prolífica de los inquisidores, los cuales, como miembros de iglesias ideológicas, no toleran competencia.

Necesariamente el proceso se decantaría en nuevas dualidades, con espectacular revival de variantes periclitadas de guerrilleros de Cristo, defensores sin paliativos del nasciturus desde el minuto uno con pena de muerte para las mujeres que no continúan el embarazo no deseado, partidarios de la abolición del color morado por su implicación feminista, brigadas para la erradicación de la palabra socialista, fans de la abolición de los servicios públicos y amigos de la distribución de armas para defender el derecho a la venta de armas.

Nada de esto es gratis et amore, sino un filón para la floreciente, como quizás nunca antes (ni siquiera, ni por asomo, con dictaduras periclitadas) especie de los censores. Ahí es nada: asesores, equipos, consejeros, unidades para la detección y persecución de antiecologistas, pacifistas, homófobos, ofensores del género (obviamente femenino), burgueses confesos, ciudadanos tibios en su entusiasmo hacia ciclistas y maratones y reaccionarios de toda calaña. En lo que concierne a esta especie no hay paro. Nunca gente con menos méritos había progresado tanto.

El organigrama no sería completo sin el Cuerpo de Fabricantes de Víctimas para que las víctimas se sientan tales y los voten. La variante visceral –en el sentido etimológico de la palabra- del nacionalismo es el gregarismo de género, el halago untuoso y ridículo hacia las mujeres entendidas por una grey y tan sólo por el hecho de serlo. Los indefensos morfemas –o y –es van directamente al paredón porque no cumplen suficientemente con la diferenciación sexual ya que se supone que las mujeres precisan de todo tipo de muletas, discriminaciones positivas y exhibiciones genitales para hacer valer como simples seres humanos su existencia. En la política llamada “de género” toda estupidez tiene su asiento. Para gran detrimento de los individuos, mujeres, hombres o viceversa, que valen y se hacen valer por sí mismos, y son, por tanto, el enemigo a abatir.

Afortunadamente, con la crisis económica se han reducido los dineros para pagar las mesnadas, hay una gran rebatiña en torno al cofre y, para mayor desdicha, ya no cabe en la arena pública ni en la nómina ni una víctima más.

 

04/24/16

13 c. Del Romanticismo y sus estragos: España parque temático (de «De la Transición a la Indefensión»).

Del Romanticismo y sus estragos:

España parque temático.

 

Ahogar las penas.

Ahogar las penas.

Paralela a la España a secas, al país en el que se ha hecho todo lo posible para eliminarlo como tal de la percepción, del uso mismo de su nombre y de sus símbolos y tradiciones, existe la España B, construida según guión y a efectos de uso. Para su difusión en el extranjero se han gastado sumas ingentes y no se ha reparado en esfuerzos. Naturalmente se obtienen, y esperan conseguir una parte y otra allende y aquende, dividendos considerables. Es la marca B export, construida, y deconstruida, a base de omisiones y de un puñado de datos ciertos pero que no lo son cuando el cuadro, el espacio en el que se fija el foco, carece de partes indispensables de la realidad. No deja de ser extraña la ceguera de los corresponsales ante las espaciosas y tristes regiones de la Península donde salta a la vista la carencia de inversiones e industrialización. Se diría que, de cóctel en cóctel y de comida de trabajo en bebida de trabajo, han ido volando y posándose en las zonas más ricas de España, que lo son gracias al conjunto del país, para transmitir fielmente las quejas, vituperios y proclamas independentistas de quienes a todas luces están y han estado más favorecidos que el resto. Ídem de lienzo en la selección de entrevistados, interlocutores y fuentes. Es, en este sentido, ejemplar el hecho de que una publicación de prestigio, como The Economist haya escogido, para resumir la situación y perspectivas del país en sus números anuales, a quien representa en España el periódico insignia de la Transición B.

El tratamiento del atentado del 11de marzo de 2004 constituye también un ejemplo de desinformación: The Economist se apresuró –sin duda no fue el único- a incluirlo en la lista mundial de atentados islamistas, con una celeridad sorprendente la prensa extranjera comulgó con la nada probada afirmación de la autoría islámica, se repitió la tesis oficial, en absoluto avalada por los hechos, nada se dijo respecto a la precipitada destrucción de los vagones donde estallaron las bombas, nada en cuanto a la siembra de pruebas falsas y la eliminación de lo que podía haber dado pistas e indicios, ni palabra sobre la ausencia de autopsias de los supuestos suicidas, y vaguísimas alusiones al dato clave de que se desconoce el autor intelectual que planeó y dispuso la matanza, sin comentarios a la evidente voluntad de silencio que sigue hoy cubriendo el tema. Es curioso que ante un hecho de tal magnitud europea y mundial se hayan leído tan pocos análisis geopolíticos. Es innegable que el atentado de Madrid, con sus cientos de víctimas, tuvo como efecto un cambio radical de Gobierno, economía y geoestrategia tres días antes de las elecciones, en beneficio, obvio pero no sólo, del entramado de tribus y de los terroristas autóctonos. Pudo haber, o no haber, mano de obra etarra e islámica, pero han quedado resguardadas por la sombra las de los que, a un nivel superior, mecieron los ataúdes.

Paella (señas de identidad).

Paella (señas de identidad).

Es llamativo también que en la prensa extranjera el análisis de la situación española se centre con frecuencia en la cuestión catalana y que, para ello, efectúe un ejercicio de corta y pega basado en previas declaraciones de algún líder independentista. El caso catalán es un ejemplo de sustitución de la realidad palmaria por una confusa mezcla de censura, propaganda, autocensura y mitología a uso externo e interno, para gran dicha de cuantos corresponsales no dudan en asimilar el tema –la reivindicación tribal vende- a grupos foráneos sin la menor afinidad ni semejanza. El clan montaraz es un apéndice del atractivo folklore ibérico, sin violencias orientales y tan al alcance de la mano para ofrecerle comprensión y apoyo. Ello en justa correspondencia con las grandes sumas procedentes del erario público español que se emplean en implantar allende fronteras centros a efecto de embajadas oficiosas.

Esta cultura independentista de la queja tiene unos pies de barro amalgamado por una red de interesadas clientelas, se recubre de un aparato escénico perfectamente ficticio, blindado por el temor que ha logrado inspirar en quien proclame que el rey está desnudo, y desdeña el análisis concreto y los verdaderos méritos propios. Por esto mismo es incapaz de, tras percibir y aceptar la realidad, dar un enfoque positivo a la misma, promocionar sus reales valores, superar la hostilidad y el hastío que ha sembrado su rechazo de la “enemiga España” en el resto de la Península. A la región productora en un tiempo de riqueza y receptora de principales proyectos estatales de desarrollo y de ventajas proteccionistas le es fácil, cuando las vacas enflaquecen, clamar al expolio del que habría sido objeto desde la aurora de los tiempos, inventar dinastías regias, aferrarse a la orla del manto del norte europeo salvador cortando amarras con el reducto semiafricano de subdesarrollo. Tras coqueteos con racismos étnicos y fundamentalismos ancestrales risibles, Cataluña se aferra a la lengua, a falta de otro asidero, como elemento diferenciador y sustancial en su reivindicación nacionalista. Ocurre con la lengua catalana lo que pasaba antiguamente con la hija de familia rica nada agraciada excepto en la cuantiosa dote: No con su riqueza adquiría belleza, aunque sus padres la querían por ser su hija y para ellos no existía su fealdad. En el caso del catalán, se trata de un idioma particularmente cacofónico en sonidos y acento. Es así, como en otras lenguas, véanse el gaélico, el ruso, el italiano, sucede lo contrario, se trata de un factor puramente físico que algunas páginas literarias y canciones ayudan a hacer pasable pero no por ello, porque es imposible, pueden otorgarle la armonía tónica de la que carece. Sin embargo, para no ser tachados de anticatalanistas y reaccionarios, en un ejercicio de hipocresía forzada a nivel del país entero, se ha obligado al conjunto de la población española a oír, escribir y repetir el mantra “la bellísima lengua catalana”, tarea semejante a empeñarse en afirmar que Madrid es puerto de mar y merece un Ministerio de Marina Autonómica Manchega.

La verja de Melilla.

La verja de Melilla.

Respecto a la proyección internacional, sucede que castellanos, extremeños, andaluces, y otros españoles llevaron a cabo la aventura americana, que por ello millones de personas hablan fundamentalmente el mismo idioma desde una esquina de la Península a la Tierra del Fuego. Las lenguas no son sino la plasmación de cuanto sus hablantes hacen, y los de Cataluña no invirtieron valor, dinero ni energía en hazaña de tal envergadura. De sus empresas marítimas mediterráneas queda el recuerdo de una venganza y poco más. Sin un transfondo acomplejado no se entendería el empeño, no de afirmación, sino de diferenciación agresiva y búsqueda anhelante de reconocimiento foráneo. Así hasta el envenenamiento por hastío de propios y ajenos, que impide a Cataluña llevar a cabo una promoción necesaria, en España misma, de sus propios y muy reales valores, de su nivel musical, de su patrimonio artístico, de sus instituciones científicas punteras, en un ambiente donde haya entrado el aire fresco de la realidad.

El proceso, muy moderno, de florecimiento reivindicativo de nacionalidades y microestados es diferente a lo que se ha entendido en épocas anteriores como tal. Se inscribe en la dinámica de las clientelas franquicias de la utopía rentable de un edén sociopolítico –y étnico de forma vergonzante- fabricado al efecto, y se amalgama con mayores o menores fondos sentimentales y viscerales preexistentes, que son siempre plantas de rápido crecimiento con el riego adecuado. El esquema de su evolución es muy semejante en distintos lugares: Regiones que en su momento se beneficiaron de la captación de empresas estatales y trato comercial interno favorecido, de la pertenencia a la nación común, descubren en la actualidad, con sus nuevas perspectivas de ingresos, agravios ancestrales. Llegan las grandes revoluciones, la industrial, la técnica y la informática, cambia la geografía de las fuentes de ingresos, incomoda compartir con provincias menos afortunadas, y se clama por la independencia del poder central y el salto a una federación de microestados vagamente europeos. Dado el desprestigio, tras el nazismo, de las singularidades étnicas, aunque éstas se mantengan en sordina es forzoso aferrarse al elemento diferencial lingüístico. Cuando en Bélgica, país bastante artificial y de reciente creación pero eficazmente organizado, la riqueza estaba en la industria y minas de carbón de la parte valona la flamenca reivindicaba poco y el bilingüismo era habitual, coexistían el francés, propio de la zona sur fronteriza con Francia, y el neerlandés, variante del holandés, de la zona norte. Existe, además, una pequeña comunidad de habla alemana. La prosperidad del sur declinó, cambiaron las tornas, nuevas energías, técnica e informática oscilaron hacia la parte septentrional que, generadora de buena parte de los ingresos del país, hizo rápidamente bandera del nacionalismo lingüístico hasta dividir por barrios la pequeña Bruselas y lograr que los flamencos eviten cuidadosamente el empleo del francés, por lo que, dado que la proyección mundial del neerlandés es más bien escasa, se ven forzados a recurrir al inglés. De manera semejante en Escocia, bella pero hasta épocas recientes extremadamente pobre y encantada de sumarse a la revolución industrial comenzada en Inglaterra, coinciden hoy sus reivindicaciones independentistas con la reciente prosperidad económica y las fuentes de energía que promete el Mar del Norte. Afortunadamente no se les ha pasado por la imaginación (otro es el caso en latitudes más meridionales) la estupidez oceánica de imponer el gaélico como lengua nacional. A las clientelas en general nunca les falta un rasgo típico de todas ellas, nacionalistas o no: El rechazo de que tiene un precio aquello de cuanto disfrutan, la voluntaria ignorancia de que las ventajas incluyen siempre contrapartidas. El imperio romano lo fue durable y extensamente no por la fuerza bruta sino por la capacidad de organización, oferta de seguridad y obras públicas. Irlandeses y escoceses no han dudado, con sentidos práctico, cívico y de la grandeza muy británicos, en contar entre sus tesoros la lengua inglesa y dar a esa literatura algunos de sus mejores escritores. En el extremo opuesto se encuentra la variante perversa del small is beautiful, el vivero de envidias y de intereses creados agraciado con grandes porciones de espacio escénico en virtud de la estética de la tribu indomable, variante étnica de los parias de la tierra. Pantallas, ondas, discursos, cuadros y poemas se llenan mejor con la imagen de un revolucionario independentista que con la de un empleado del común. La estética desborda inevitablemente sobre la ética, lo llamativo y apasionante desplaza por fuerza a lo verídico en la era del reino de la comunicación visual. Ocurre con el mito español como con todos los mitos. El rasgo diferencial contemporáneo podría ser la creación de una clase de adoradores en nómina.

Poca visibilidad.

Poca visibilidad.

Dos ficciones se miran: Desde el resto de Europa, la que se tiene del parque temático español, mezcla de sesentayochismo, de una alegre y socialista Cuba a este lado del Atlántico y de micronaciones encantadas de que les paguen para serlo. Desde España se fija la vista dirección norte, en algo que tiene aún mucho del ¡Vente a Alemania, Pepe!, del inalcanzable dios del aprobado en modernidad y desarrollo del que hay que hacerse perdonar, a base de diezmos y primicias, Leyenda Negra, Franco, Catolicismo e Inquisición. Los corresponsales extranjeros pasean, y son paseados, por la imagen prefabricada, hemipléjica y acomodaticia del zurcido tribal que siempre espera el beneplácito del club U. E. y paga las copas para ganárselo.

Los aguerridos etarras gozaron de trato preferente tanto ético como estético; para eso está la excitación de la lucha, por persona interpuesta, en defensa de naciones oprimidas. No hay color entre el quasi nulo espacio dedicado a la descripción de los cadáveres, las torturas y la dictadura del miedo obra de los terroristas vascos y las entrevistas, exposiciones y análisis de lo que se presenta como conflicto bélico en una contienda heredada hasta la eternidad contra un dictador difunto. No se expone el simple, y poco glamuroso hecho, de que en España no existieron nunca dos bandos armados frente a frente, que las desdichadas víctimas son sin duda las únicas –y merecedoras al menos del Guinness de los récords- que no se han tomado jamás la venganza por su mano. Ellas esperaron, de forma ilusoria, que la justicia y el Estado de Derecho cumpliera su deber. Y se engañaron, mientras en el resto de Europa jugaban a ver sucedáneos del IRA o de tribus valerosas y maltratadas. La verdad es que tiene mucho más gancho periodístico hablar de Transiciones maravillosas, defensa de guerreros aborígenes, protección de de ballenas y de miuras y riesgo de dictaduras fascistas que ofrecer al lector la receta de la concordia al hispánico modo: Clientelas utópicas subvencionadas + mito negativo fundacional + red parásita tribal. Con un coulis abundante de diálogo, paz infinita y no menos infinito robo legalizado.

Identidades variadas.

Identidades variadas.

La utilización de una España ficticia, manejable y rentable como mito, tiene una doble vertiente: Ha habido y hay, por supuesto, la logística interna, indispensable para disponer de ella como botín. Pero la utilización externa es de suma importancia, con buena voluntad, ignorancia e inconsciencia por una parte, y por razones financieras sustanciosas por otra. Las tribus internas dan la mayor importancia a la imagen ofrecida al exterior porque ésta debe legitimarlas, y no han reparado en gastos para ello. Curiosamente un periódico español, y uno solo, emblemático en sus orígenes de la Transición en sí y que luego mutó en defensor de la Transición B y su lobby parásito, es el que se encuentra siempre en quioscos y hasta en pueblos perdidos de Europa, el que aparece traducido en diarios internacionales, se reparte en organismos y entidades diversos y se asocia al rostro moderno del país. El resto de la prensa española tiene escasa presencia en el exterior, aunque la informática está cambiando rápidamente el panorama. El periódico insignia, que tuvo su momento real de gloria cuando defendía Constitución, democracia y libertades, fue presta y hábilmente sustituido. Pasó a ser mascarón de proa de clanes para los que el mantenimiento del mito de las dos Españas Buenos/Malos era esencial porque no podían definirse sino a contrario y sorbían sin contrapartida la sustancia vital de los bienes sociales. Resulta imperativo para ese bloque mediático y sus representados identificarse con una única oposición a la difunta dictadura, y prolongar la lucha post mortem contra el villano.

Pero hasta los cadáveres se gastan; las generaciones se suceden y para continuar hay que cambiarse. Ha habido una negra Providencia en el desarrollo de los hechos, que se han acelerado en el siglo XXI. España era un país próspero e integrado, ya con peso internacional, en el área de Occidente Pero se invierten finanzas y política en horas veinticuatro, véase 2004 y años sucesivos. Lustro y pico después el cofre está vacío, la nación cada vez lo es menos y destaca, donde antes se distinguía de forma positiva, por lo endeble, confuso y vergonzante de su imagen e instituciones. El expolio, sin embargo, se difumina en una crisis financiera global que, paradójicamente, salva a los responsables autóctonos de la culpabilidad del desastre y coloca en muy segundo plano cuanto no sea recuperación o al menos subsistencia económica. La generalizada crisis providencial ha hecho disminuir la talla, de por sí gigantesca, de cohechos, malversaciones, corrupciones, mordidas, gabelas, extorsiones, robos, fraudes, rapiña, derroche, estupidez e ineficacia locales. No queda a los patrocinadores de la Transición B sino repetir esquemas, en una especie de Transición C donde son indispensables nuevos enemigos, englobados en el Gran Mal. Se está en ello.

La Transición nació cargada de buena voluntad, al menos en su base, en lo mejor de la mejor gente y en algunos de los que la pergeñaron. Se quería, ya antes de la muerte del dictador y con auténtica ansiedad a partir de ésta, verse y ser vista como país moderno europeo, democrático y semejante a sus vecinos respecto a estructura e instituciones. No sabía cómo librarse del lastre de la diferencia. Desde el extranjero, se la contemplaba con una visión fruto de la inercia del folklorismo romántico, El imaginario gustaba del primitivismo decimonónico a pocos kilómetros de sus fronteras, de la cabila africana sin serlo, del resort playero que ofrecía a la vez las razonables seguridades de Occidente y un subdesarrollo que abarataba precios y añadía excitación, y alcohol barato, a la vida. Las simpatías se canalizaron hacia ese guerrillero, anarquista, fundador de comunas, socialista generoso, comunista valiente, enemigo de Iglesia, Rey, Patrón y Dueño que el correcto ciudadano de latitudes más septentrionales lleva dentro y que sale a flote en la melancolía de novelas, copas y reflexiones sobre la juventud pasada y lo que pudo ser y no fue. Poco importaban los hechos. En el cuadro desentonaba que los valerosos muchachos de ETA fueran torturadores que dejaran morir de hambre y sed entre sus propios excrementos a los secuestrados, que vivieran implantando un clima de terror y chantaje en el norte de España, que mataran hombres, niños y mujeres, que descerrajaran tiros por la espalda en un país con democracia, parlamento y partidos. Que en Cataluña se ponga a calles el nombre de terroristas que prefirieron a los votos el método de poner bombas en el pecho a los secuestrados de manera que hubiera que recuperar luego sus trozos pegados a las paredes no tenía gran audiencia en foros europeos. Estas noticias ocupaban bien poco espacio en la prensa extranjera La doctrina del crimen simpático podría resumirse en el chiste publicado en un diario madrileño: “Ayer yo era simplemente un asesino, pero ahora tengo una teoría”. Poca tinta se ha gastado la prensa foránea en describir algunas hazañas bélicas de los liberadores vascos, la bomba en un gran supermercado, los tiros por la espalda, la mujer rematada delante de su hijo pequeño en plena fiesta popular, tras la que autoridades y lugareños no menos heroicos que los pistoleros continuaron con el festejo procurando no pisar la sangre. Tal vez los cronistas británicos redimían así otras omisiones, como la matanza nunca bien esclarecida ni juzgada, de Omagh, cuyas víctimas aún están pidiendo saber la verdad, y los alemanes los oportunos suicidios en cadena y en la cárcel, y Francia las alianzas de todo tipo con la hez de los dictadores africanos.

La inversión propagandística cara al exterior fue fenomenal, y todo un éxito. En la España recreada por necesidades foráneas se recuperaba en el extranjero la romántica Guerra Civil perdida, se enterraba el turbio colaboracionismo frente al ejército nazi y la deuda respecto a la intervención salvadora de Estados Unidos, se trazaban consoladores paralelos con una IRA y demás grupos que nada tenían que ver con el caso hispánico. No convenía saber, ni reflexionar, sobre aquella contienda, preludio de la Mundial, y cuál hubiera sido el destino de la Península de haber impuesto su régimen Stalin, el jefe último de las bienintencionadas Brigadas Internacionales. Con España podía vivirse de manera vicaria un socialismo que de ninguna forma se hubiese querido en tierra propia. Allí era lícito, fácil y agradable apoyar a ese comunismo ideal y fraterno que había formado parte de los sueños de juventud y respecto al que, cuando la cruda realidad de los millones de muertos llamó a las puertas del conocimiento y de la Historia, se había preferido cerrar los ojos. Era el Edén de las tribus felices para aquéllos que habían escupido en tierra propia la amarga fruta del independentismo insolidario y que, sin embargo, reservaban un resquicio sentimental para el culto a la raíz primigenia y la bandera de las ocasiones. En la España moderna, reflejada en el periódico insignia, las leyes eran benignas con delincuentes y niños descarriados que delinquían cientos de veces o violaban y quemaban vivas niñas en un comprensible arrebato de juventud. Estaba a un paso del Edén de pacífico diálogo entre el lobo y el cordero, el que todo país hubiera querido para sí pero, ¡ay!, sabía imposible. Ladrones de todo pelaje entraban y salían de la cárcel sin romperla ni mancharla. Las víctimas de terroristas, de la lenidad de las leyes, de la generalizada inhibición de jueces y políticos, no ocupaban, por poco atractivas y estéticas, espacio externo mediático. Y a falta de himno se cantaba España, por favor.

Con la Transición también el resto de Europa saldaba una deuda antigua de apoyo necesario a la dictadura de Franco y de olvido selectivo de los estragos, cesiones y componendas con el comunismo mundial. Se añadía el siempre agradable ingrediente de anticlericalismo y la sustitución de las fidelidades tradicionales, de los esquemas viejos, por una religión laica de corrección política y tentadora ingeniería social. En España todo despropósito, por nocivo y absurdo que fuera, podía gozar de buena prensa si se presentaba por y en el medio adecuado. La añoranza del tiempo en que se creyó en el Hombre Nuevo, antisistema, ex nihilo velaba con rosado beneplácito las ocurrencias, desastres, corrupciones y lamentables complacencias del sistema español. Era la utopía gratis total.

Aunque no a la hora del reparto. Porque de panorama tan agradable emergió, en lógica consecuencia, un país troceado, esquilmado por sus propios clanes mientras duró la bonanza estacional y comprado luego a precio de saldo por firmas foráneas una vez vaciada la caja y anunciada la ruina.

Es comprensible que los corresponsales extranjeros oscilen entre la copa en el madrileño Ritz, el Ave, la admiración por los bravos y primitivos guerreros del País Vasco y las referencias a Barcelona (que, casual pero quizás no gratuitamente, esmaltan sin venir a cuento numerosas películas), junto con incursiones folklórico-festivas en algún otro punto. Se vive, y viven, bien en Iberia. Lo que sería insólito allende fronteras pirenaicas no merece aquende atención: Que los fondos europeos de cohesión y para el desarrollo hayan venido desapareciendo sin que produjeran oficio ni beneficio, que los pueblos andaluces lleven décadas siendo un damero de cacicatos sociosindicales, que las familias de la rancia prosapia catalana tengan por uso acumular euros incontables procedentes de la extorsión ritual propia de sus cargos, que los escolares no puedan estudiar en español en buena parte de España, que se prohíba el uso de esa lengua en la señalización de carreteras y en los organismos públicos, que se multe a los que la usan o se les cierre el camino a empleos, son detalles que se omiten o minimizan. Es una nueva España del XIX pero informatizada, repartida en vistosos cotos de bandoleros, aldeanizada, cada vez con menor presencia y peso en los foros internacionales y más ignorante, gracias en buena parte a los sistemas educativos, de la geografía, historia y situación del mundo.

La práctica mafiosa se efectúa in Spain europea y elegantemente, con maneras y apariencias muy distintas de las sicilianas, aunque el botín sea mucho mayor, como lo es el número de los damnificados para los que no existe recurso alguno ni denuncia posible. Su indefensión es la de los peculiares parias habitantes de la zona de sombra donde nunca se posa el foco, la del ciudadano del común al que no asiste privilegio tribal ni mediático alguno. Porque de regiones como Cataluña se emigra porque no es posible escolarizar en español a los hijos y no todo el mundo puede pagarse el colegio privado y el máster. Porque son legión las obras inútiles, semiabandonadas y ruinosas excepto para quienes se embolsaron subvenciones y comisiones. Porque en esa misma Andalucía donde los líderes de los trabajadores se zampan mariscadas con las ayudas al paro muere un hombre con vómitos fecales tras días de obstrucción intestinal a causa de que se le negaron en el hospital las pruebas, tratamiento e intervención supuestamente por falta de presupuesto, y no ha habido más denuncia legal que la promovida por su hijo. Todo muy desagradable y poco noticiable. No cuadra en la foto. Mientras se mantenga la fachada de modernidad y consumo las incómodas máculas en el rostro de la Transición democrática sobran. Basta con las versiones reproducidas, a veces a golpe de corta y pega, a base de las fuentes del verdadero núcleo oficioso de asuntos exteriores, véase diario insignia del establishment y brigada de la cultura preceptiva, acompañados como guarnición por toques de esa acracia asambleísta con aderezo de terrorismo light e independentismo comarcal que queda tan bien en las fotos, y tan mal en la residencia propia.

Hay poca memoria de críticas en la prensa extranjera a la ausencia de división de poderes española, o sobre la justificada certidumbre de desamparo del ciudadano sin apoyos, la impunidad de los criminales reincidentes que se pasean por las calles, la lenidad de los sucesivos Gobiernos en la aplicación de las leyes, la miseria de los planes de estudio amputados de asignaturas fundamentales y empapados de consignas y manipulación de la historia. Igualmente difícil sería hallar análisis y denuncias foráneas sobre los fondos europeos malversados, la ruinosa prepotencia durante décadas de los dos sindicatos amalgamados con el régimen postransicional, los inmensos e inútiles dispendios, perfectamente legales e infinitamente peores que cualquier corrupción puntual, de los que nadie responde jamás con explicación, disculpas y devolución a cuenta de su propio patrimonio.

En sus veloces desplazamientos en el AVE no ha lugar a que los corresponsales que cubren la información sobre la extensa piel de Iberia se detengan a observar los vastos páramos dejados de lado en inversiones e industrialización. La más elemental constatación de las realidades que, en los distintos pueblos y territorios, van surgiendo ante sus ojos desmontaría por sí misma los victimismos y localismos rentables a los que ellos en sus columnas  miman y de los que su visión española se nutre, salpimentada ésta con entrañables incursiones estéticas, folklóricas y paisajísticas en algún lugar desértico o mesetario en el que fijan temporalmente su atención para solaz de los lectores.

En general la Transición prolongada ha sido una especie de indefinida tregua respecto a las exigencias de cumplimiento real con los parámetros de las naciones avanzadas de la esfera occidental. Desde el extranjero España gozaba de la muelle condescendencia del agradable lugar en donde se pasan las vacaciones y de la expectativa indefinida de los vagos sueños de ideales asociaciones de tribus felices y semisocialismos humanísimos gratis total. Gratis sólo en apariencia. En lo inmediato es más fácil endosar baratijas en el trueque a los jefecillos de diecisiete tribus que a los representantes de una nación fuerte. Sin embargo el precio en inevitables facturas muy reales dista de reportar los esperados beneficios, porque un socio comercial débil y fragmentado puede ser deseable pero a más largo plazo su fiabilidad es escasa.

Fiel a la delicadeza en el trato de sus fuentes informativas, la prensa extranjera ha sido de una discreción ejemplar en lo que respecta al expolio generalizado y oficializado de gran parte de la población española, a su indefensión de facto y a la extorsión  multiuso y multiforme obra del bloque Parásito, a las grandes zonas de impunidad y a los cabezas de lista –que tienen nombres, apellidos y muy desahogado pasar- del próspero club del chantaje Nosotros o los Malos de Antaño. Es más rentable, más rápido y más simpático obrar por inercia; se conservan más amigos, confidentes y puertas abiertas entre los que, al fin y al cabo, están en el candelero. Y los lectores adoran esa ruidosa espuma de floración y permisividad (que se confunde sin esfuerzo con la bondadosa tolerancia) de movimientos antisistema y ocupaciones de lo privado y de lo público. Mientras lo paguen otros.

Todo ello se mezcla a los naturales evolución y crecimiento biológicos, a la modernidad imparable que, con la transformación fundamental producida desde hace tres décadas por la revolución tecnológica y las comunicaciones, ha extendido una capa de merengue y tomatina sobre la estructura social toda y rellenado en apariencia huecos y zonas oscuras, de forma que la superficie evoca aún la homogénea blancura de la Transición, de una Constitución desde muy pronto –y en la mayor impunidad- no cumplida y que se pretende cambiar precisamente para acelerar el desguace del país y evitar que se cumpla.

En el siglo XIX los bandoleros gustaban, pero lejos, en óperas, relatos y dibujos costumbristas. Sigue gustando, amén de para las vacaciones, la España de las utopías verbales, de las ruidosas minorías festivas, del todo a cien y de la nación débil que nunca hará a las otras la competencia comercial y cuyo coste de Transición impecable empezó a pagarse a partir de los años ochenta al precio de mantener una inmensa red de clientelas improductivas. Por supuesto, Gran Bretaña, Francia u Holanda están muy lejos de la perfección y en sus armarios no falta la inevitable cuota de esqueletos, pero la defensa ciudadana frente al poder establecido, fático o fáctico, es mucho mayor que en España y el blindaje legal y social de los nuevos caciques, apoyado en el chantaje verbal guerracivilista, es allí inexistente. Esto es clave en el porcentaje, abrumador, de indefensos a este lado de los Pirineos, caracterizados además por situarse en una especie de limbo mediático, por carecer hasta de instrumentos verbales de denuncia e incluso de conceptualización respecto a lo que les ocurre debido a la censura interiorizada, el temor al rechazo social, la deformación cultural temprana y por la muy material, aunque silente, presión que ejerce la capilaridad de la red clientelar. El ciudadano español si no tiene dinero e influencias se sabe inerme ante el abuso y las leyes, no puede recurrir, como en Londres, al asesor legal gratuito de su zona que le garantiza, sin gastos, la denuncia y trámite de daños y robos de escasa –pero no para él- cuantía, ve como caso extraordinario y excepciones que simplemente confirman la regla el enjuiciamiento de un político, su desigualdad ante la ley es sensación asumida, cotidiana y sin común medida respecto a franceses o británicos. El hispano ha interiorizado la trampa del nosotros, que mete en el mismo saco a honrados y delincuentes, tramposos y veraces, bribones y gente honrada; en su mayoría acepta el así somos aunque ni él ni los suyos pertenezcan al grupo de los que, de una manera u otra, viven de la mentira y de lo ajeno, acepta mansamente el reflejo de ineficacia y falta de fiabilidad que con mayores o menores dosis de caridad compasiva ofrece de él la opinión foránea. Se refugia en su propia debilidad identitaria, que cultiva para beneficio propio el bloque parásito, y asume el estado de Transición eterna hacia una democracia y nación plenamente europeas como situado de forma inevitable en un inalcanzable horizonte.

La tormenta perfecta (Toledo, de El Greco).

La tormenta perfecta (Toledo, El Greco).

El mito de la España Imposible es tentador, y no sólo como juguete filosófico y tema de tertulia en círculos escogidos. Presenta, además, indudables y muy materiales atractivos de consumo interno. Cuanto más se niegue lo que la ha conformado como nación más fácil es repartírsela por parcelas en un apetecible y mesurado desguace. Romanización, cristianización y todo lo que comparta una idea transcendente y un funcionamiento conjunto es antagónico de las aspiraciones a comunidades infinitas, sea de divinas acracias, sea de mercaderes al por menor (no tan lejanos éstos de aquéllas como pudiera parecer). Los buenos del mito de la España Imposible serán forzosamente las sucesivas bandas musulmanas, los reinos de Taifas, los altivos bandoleros y, en fin, cualquiera de categoría suficientemente agresiva y, a la vez, menor.

La Guerra Civil española no fue romántica, aunque la nombraran tal los amantes del que se apuntaba como último idealismo. La sintieron como romántica cuantos fueron a ella impulsados por sentimientos de solidaridad, antifascismo y nobleza. Pero la cruda realidad es que Stalin y el bloque soviético apoyaban y proyectaban un monstruo cuya implantación en la sociedad española hubiera representado la catástrofe, el gulag y la servidumbre que han sido ampliamente documentadas y realizadas en los países del antiguo bloque del Este y en cualquiera de las sociedades comunistas de las que persisten algunos ejemplos particularmente siniestros hasta el día de hoy. La desdichada república se transformó pronto en el peor de los dilemas entre el nacionalcatolicismo de Franco, que derivó afortunadamente pronto en formas de economía abiertas y unidas al bloque occidental, y el totalitarismo comunista que aún hoy se intenta obviar y minimizar en los libros de texto. La España carne de mito goza de excesivos amigos del parque temático, de una Marca de distinta, entre atrasada y folklórica, que ha sumado a sus casetas de feria, amén de las de la acracia festiva y la gratuidad indefinida del botellón y los clanes vistosos con attrezzo a cargo del Ministerio de Hacienda, la de la Transición como se quisiera que hubiese siempre sido. Al dicho oriental de que los dioses nos libren de vivir tiempos interesantes

España luminosa, actual y noctámbula.

España luminosa, actual y noctámbula.

convendría añadir que también nos libren de vivir tiempos románticos.

 

04/24/16

12 c. Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones (de «De la Transición a la Indefensión»).

Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones

 

El oro al peso (aeropuerto de Dubai).

El oro al peso (aeropuerto de Dubai).

Cuando la corrupción es institucional, legal y sistemática para mantener el estado de cosas  se impone una liturgia periódica de denuncia virtuosa. Hay que esconder, tras una fanfarria de hechos puntuales centrados en el delito personal, la colosal ruina del empleo estúpido, interesado y estéril del erario público, la financiación de obras pretenciosas y prescindibles, la permanencia del timo legal, la multiplicación de minigobiernos, cortes y satrapías. El vistoso capote de delincuencias menores agitado por los medios televisivos en momentos oportunos torea y dirige a su antojo al votante y la opinión ciudadana. En España han campeado y campean a sus anchas intocables de todo tipo y condición, familias enteras de los feudos nacionalistas, sindicatos y empresarios administradores seculares de los fondos europeos, con tal pericia que el país está en cabeza del paro, nubes de expolíticos venden sus contactos y hornadas de licenciados se expatrían provistos de sus diplomas inútiles sin que ninguno de los hacedores de las nefastas leyes educativas se responsabilice.

Naturalmente para la trama de intereses de Gobiernos prácticamente nacidos en el escaño del Parlamento las Clientelas de la Utopía subvencionadas y amamantadas son tan indispensables como el ying para el yang: Hay que exhibir hordas agresivas de revolución total para evitar que se repare en la perversión del libre mercado y el Estado de Derecho en forma de consejos de administración de bancos y grandes empresas formados por políticos, ministros y ex ministros, hace falta ruido mediático de fronda para ahogar la alianza oficial con la Justicia, a cuyos miembros nombran los partidos y apoyos virtuosos al “derecho a la vida” como si los demás sostuvieran sin discriminaciones la muerte, y ello por parte de los que no se han manifestado jamás contra la pena capital ni propuesto medidas prácticas reales en el marco legal y económico ni denunciado las causas que, integradas en el sistema, favorecen lógicamente la corrupción.

Paralelos, hasta juntarse en un charco estancado, corren los dos arroyos, el de la corrupción oficializada y el de los robos clásicos a base de comisiones fraudulentas, desvío de fondos, apropiación de capitales. Desembocan en el agudo sentimiento de indefensión ciudadana, se mire hacia donde se mire, sin hallar recambio ni desagüe al cauce del charco, alimentado además subterráneamente por una oscura, silenciosa y silenciada, pero cierta conciencia de culpabilidad vicaria, de cegueras oportunistas y selectivas, de 11 M que se descompone lentísima, inacabablemente, de embriaguez temporal a base de consignas que alababan paraísos en los que no se deseaba vivir, de historia de una lucha inexistente para gozar de los privilegios del eterno adversario.

Del pastel de más de treinta años de componendas y reparto del Estado se escoge oportunamente alguna guinda para exhibirla como implacable actuación contra los corruptos, se crean comisariados de buenas costumbres según conveniencia y audiencia, se inventa un chantaje en forma de denuncia sin pruebas que implica la muerte política del chivo, inocente o no, más a

Nunca mais la virtuosa Ley Seca.

Nunca mais la virtuosa Ley Seca.

mano. El puritanismo selectivo es un arma de letal eficacia. Y es perfecta para desviar tiempo y energías y omitir la aplicación de leyes básicas existentes pero cuya transgresión nunca se paga, nadie devuelve jamás las inmensas sumas desaparecidas en el sumidero del despilfarro, la propaganda y los rentables acuerdos con grandes empresas. En cambio, aparecen y pueden aparecer en cualquier momento remedos de los ministerios orwellianos: Ministerio de  la Transparencia, De la Gestión de Imputaciones, De la Defensa del Género Epiceno, De la Corrección Lingüística, De la Corrupción Preventiva (todo un clásico en la tradición del “crimental” de 1984), que ofrecerán la obligatoria Formación para la Ciudadanía en forma de cursos como “La bisexualidad sin esfuerzo”, “Lesbianismo para principiantes: teoría y práctica”, “Reciclaje de rosarios y belenes obsoletos” o “Las chirigotas en la literatura universal”. En todas las lenguas y dialectos peninsulares, por supuesto. Y, como nunca antes la cuota de pantalla, palabras y tiempo otorgada a grupos e individuos tuvo tanta importancia, organismos y consignas tendrán un éxito prácticamente asegurado, sobre todo los que cobren por ello. Es probable que la oposición se vea reducida a la impresora y el folleto semiclandestinos.

A mayor escala, las peores dictaduras están ciertamente exentas de corrupción. Son, como Corea del Norte o la China maoísta, infiernos de perfecta pureza que no dudan, como en el caso coreano, en inaugurar una nueva forma de pena de muerte que ha sido su única aportación original a la

Remedio drástico contra la corrupción. Museo del Espacio, Washington

Remedio drástico contra la corrupción. Museo del Espacio, Washington

historia actual de la humanidad: En Pyongyang el Ministro de Defensa se durmió durante el desfile nacional y el Gran Líder ordenó su fusilamiento (término impropio en espera de que se invente el adecuado) con un misil: He aquí un ejemplo de severidad y de responsabilidad en la aplicación de las leyes. Cabe imaginar la suerte, en parecidas circunstancias, de su homólogo español que afirmó que prefería morir a matar. Los sistemas totalitarios comunistas son vivos ejemplos del Paraíso de la igualdad, la felicidad y la ausencia de delincuencia por decreto y de la Revolución, el inconformismo y el perfecto progresismo universales. Los millones de muertos muy reales, las hambrunas, la falta total de libertad y vida privada han sido y son simples tropiezos a beneficio de inventario. Mientras el Paraíso llega, todo vale contra el Estado existente, puesto que legalidad, normas y usos y la existencia y patrimonio de sus gentes no son sino brotes de la injusticia radical, productos de una sopa primordial mal hecha que hay que rehacer. Llegado el advenimiento, los pequeños peces-víctima pasarán sin soluciones de continuidad a ser grandes depredadores (la semántica de la violencia en el discurso pacifista e idílico es cuanto menos sorprendente) guardianes del edén futurible.

En Occidente en el sentido más lato de tipo de civilización (la aburrida fórmula tradicional democracia, libertad individual, pensamiento racional, derechos humanos, propiedad, comercio) los paraísos se han apoyado por control remoto y con gran entusiasmo vicario. En España se ha reforzado el general edén platónico con otro superpuesto: el Paraíso truncado por la Guerra Civil. Es la República Dorada, reducto de prosperidad, paz y justicia, que, de continuar más allá de los años treinta, hubiera dado lugar al país soñado. Lamentablemente la historia es complicada y su estudio trabajoso. No hubo jamás aquel todo a cien para todos. Pero al menos la prolífica serpiente entregó a las generaciones venideras la posibilidad de ser siempre víctima. Junto con la expectativa de la Gran Pureza, que garantiza aquí y ahora la irresponsabilidad personal (por las vías del asambleísmo, el dominio mediático y la acción directa)  y legitima todos los actos.

La China tradicional ofrece sin embargo un dicho digno de encomio: “El agua pura no cría peces.” Esta sabia máxima, junto con “Lo mejor es enemigo de lo bueno” y “Cada cual es hijo de sus obras” debería figurar, grabada en mármol, en salones, despachos y Congreso.

 

04/24/16

11 c. Historia de dos postguerras (de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»).

Berlín: El Muro.

Berlín: El Muro.

Historia de dos postguerras

 

La maldición, aparentemente ancestral e inexplicable, que condena a España entre los países a ser aquél al que, como el del Ulises de Cavafis, es mejor llegar lo más tarde posible (o quizás no llegar), aquél del que incluso hay que renegar y rechazar cualquiera de los normales símbolos que utilizan sin complejos todas las naciones no es tópico inasequible al análisis. Sobre todo no si se van anotando sucesivos beneficiarios y circunstancias. La debilidad no es mítica sino inducida. En un horizonte temporal nada lejano, mediados del siglo XX, la Europa de los Aliados sale fortalecida en sus miembros porque se ha enfrentado a un enemigo común. En sentido contrario, Alemania comulga unánimemente con la desgracia, la vergüenza y la tarea de reconstrucción. Los discursos de Winston Churchill representan lo mejor de los ciudadanos, lo más esforzado, generoso y valiente. En la posteridad los enemigos de cualquier grandeza escarbarán para arrojar alguna basura, encontrar fallos en los que, con la vista puesta más allá de sus fronteras y del Continente, se decían conscientes de defender los grandes ideales de libertad, cultura, civilización y derechos del individuo. Las naciones de la postguerra de la II Mundial salieron fortalecidas en su esencia y conciencia de tales, también empobrecidas y enfrentadas a miríadas de cuentas pendientes con los colaboracionistas, la jauría de vengadores de agravios a toro pasado y el Telón de Acero de la Guerra Fría. Pero tenían lo más importante: la visión de futuro, la claridad respecto a las aspiraciones y retos del presente y la unidad tanto interna como externa en el rechazo de peligros y males que, por haberlos visto muy de cerca, sabían que eran los peores enemigos.

Terrible ser ciego en Granada. Patética la ceguera voluntaria. (La Alhambra).

Terrible ser ciego en Granada. Patética la ceguera voluntaria. (La Alhambra).

En la divergencia durante los años cuarenta y cincuenta de España respecto a la evolución e ideario del bloque de los Aliados se gesta buena parte de la miseria política actual, no sólo en la autarquía de la dictadura franquista. Mientras que Churchill y Estados Unidos hablaban de la situación en el planeta, de los enormes retos de la era atómica, del futuro deseable, de la defensa de los principios medulares de la libertad individual, el bienestar y la prosperidad como antídoto contra dictaduras, de la salvaguarda de valores y tradiciones consustanciales a Europa y su proyección atlántica y dignos de ser defendidos por doquiera, en la Península se seguía el camino inverso en una visión caracterizada por la estrechez mental y geográfica y un bloqueo defensivo de lo inmediatamente propio alimentado con valores de pura apariencia tras los que se movían el complejo de inferioridad, la mediocridad y la avidez de los intereses locales.

La divergencia se fue ahondando porque el populismo necesita grandes cosechas de envidia que, como el pan, no debe faltar en el yantar cotidiano de los electores españoles. Para ello es necesario un auténtico odio a la grandeza ajena por serlo, aunque se vista la inquina de excusas sociopolíticas. Naturalmente nadie va a denunciar como males cósmicos el imperialismo de Luxemburgo o de Andorra, pero para eso están países extensos, activos, laboriosos, influyentes. En la mecánica rencorosa es también imprescindible la búsqueda de taras en personajes de enorme talla intelectual, personal, política. Se hoza, por ejemplo, en la figura de Winston Churchill e incluso se repite, con el deleite de quienes al fin han encontrado espacio para rebajarlo y con la ligereza de una leyenda urbana, el supuesto rechazo británico a la excesiva personalidad arrolladora de tal político en tiempos de paz. Pero se omite que su derrota electoral de 1945 obedeció en buena parte a que, tras cinco años de guerra y antes de lanzarse la bomba atómica, las tropas británicas temían verse involucradas en los uno o dos años más de combates en el Pacífico con un saldo de dos millones de bajas de los Aliados, que era el precio en que se calculaba la victoria sobre el fascismo nipón. Japón se rinde el 14 de agosto de 1945, a poco de las elecciones generales británicas. La Guerra del Pacífico fue probablemente el factor más determinante en el rechazo a tener como Premier en la paz al que lo había sido, ¡y cómo!, en la guerra. De hecho, Churchill teniendo un peso decisivo, lleva a la victoria al Partido Conservador y es de nuevo Primer Ministro en 1951. Deja el puesto, pero no el Parlamento, en 1955 a los 80 años de edad y muere diez años más tarde rodeado de admiración y agradecimiento.

En España el efecto de la postguerra fue, pues, en la segunda mitad del siglo XX, inverso al europeo. La suya había sido una guerra de facciones telonera de la mundial y penetrada por el ensayo general de los totalitarismos, empapada pronto en la irracionalidad, el rencor y la violencia como motores de cambio socia, en los que se anegaban las mejores personas e intenciones. La posible república moderna se transformó ya desde sus significativos preludios en opresión, fragmentación, expolio y recurso al asesinato, en un ambiente y en una época en la que a los veinte años quien no era comunista era fascista y viceversa. Su final dejó la impresión de algo trunco, de general fracaso nunca asumido, de intervención aliada que, vencido el nazismo, vendría a implantar para unos el país afín a sus vecinos, para otros la dictadura comunista que, paradójicamente, ya era en el mundo y fue una máquina de fabricar ruina y muertos por cientos de millones peor aún que la nazi por su duración. Al revés que Francia o Inglaterra, la primera cosecha española tras su guerra civil fue en gran medida de amargura y desconcierto. La segunda, en su momento, una duradera máquina de subsistencia, legitimación, chantaje y extorsión de bienes, cultura y ética basada en la mitificación del término Izquierda, en la ignorancia, secuestro y silenciamiento de la historia y en la implantación ubicua de un bloque parásito cuya única fuente de recursos y de prestigio era y es el mito nutricio de la eterna Guerra Civil y la República ideal y truncada cuyos réditos se les deben de generación en generación. El panorama no es ni mucho menos de nuevo una dualidad, igualmente falsa que la de Izquierdas/Derechas, que adquiriría la forma Oposición/Gobierno o Socialistas/Liberales. Hay sencillamente un filtro a contario que selecciona y promociona lo más mezquino, y por ello más fácil y extenso, de todos, en racimos y clanes puesto que el ruidoso factor gregario, apoyado en la telemática, y cuanto desdibuje la responsabilidad y percepción crítica del individuo es en este régimen vital. Y hay paralela y conjuntamente un statu quo tácito por el cual los supuestos opositores, dentro y fuera del Gobierno, que se reclamaban como defensores de derechos, nación igualitaria y libertades, viven enquistados en el tejido del sector público, blindados respecto a la Justicia con algún ocasional chivo expiatorio mediante y seguros de los pactos con los caciques que les perdonan la vida y garantizan holgada subsistencia mientras les gestionen, les mantengan gratis et amore y no se opongan al desguace tribal, a la tergiversación y destrucción de educación y cultura y realicen o permitan periódicamente la liturgia de los ritos de la República Mítica, el antifranquismo perpetuo y la guerra civil rediviva. Al bloque Parásito de cuantos carecen de mérito personal alguno y que han ido eliminando y orillando a los que sí trabajaron, arriesgaron y defendieron ideales nobles y la Constitución de los setenta, pronto e impunemente incumplida, les es indispensable el rito y el mito de Malos y Buenos de la Guerra Perdida. No tienen otra cosa, pero sí una de extrema importancia: La implantación en la sociedad del convencimiento de que ellos son mejores que el resto. Y lógicamente precisan azuzar lo más bajo en conductas y aptitudes hasta lograr niveles de completo ridículo, desde la pompa y circunstancia del hervidero ratonil de satrapías hasta orinar en público. La guerra es contra la excelencia, la valía, la productividad, el progreso, el saber y la memoria, contra cuanto sobrepase el rasero de una masa a la que se quiere anónima, unánime, rencorosa y dependiente.

De ahí la importancia cardinal del control educativo en el que, desde la primaria hasta la universidad, lo que se penaliza es el estudio, el conocimiento, las buenas calificaciones, el esfuerzo. Por el contrario, las becas se concederán a discreción de forma que, sin precio monetario ni intelectual, se pueda aparcar en las aulas, con aparente gratuidad pero por supuesto a cargo del contribuyente, por tiempo indefinido, disponer a capricho de las instalaciones y ensuciarlas y degradarlas si place, y recibir finalmente a granel diplomas que, por supuesto, ni avalan conocimientos ni tiene valor. Todo ello proclamando la perversidad del represivo sistema franquista que, triste paradoja, fuese de Franco o de Viriato era infinitamente mejor que el implantado a partir de 1990. Y no por el efecto colateral, indeseado pero inevitable, de su extensión democrática a la población entera ni por el cambio de los tiempos, sino por el rigor inmisericorde de los que desde el nuevo régimen y sus virreinatos autonómicos precisan como ecosistema ese ínfimo nivel. Nada tan delator de las intenciones carcelarias en la falsa dualidad Izquierdas/Derechas, Franquistas/Progresistas como la avidez por apropiarse del terreno formativo, desde la infancia a las Facultades; nada tan inequívoco como dato de seguras y lucrativas intenciones de manipulación y apropiación a beneficio muy personal que la agresividad con la que los grupos aferrados al reparto de puestos y poder entre sus huestes defienden el monopolio de las aulas, el destierro o minimización en los programas de estudio de cuantos saberes tienen real envergadura, de cuanto sirve, no para la falacia definida como para la vida, sino para pensar, adquirir conocimientos y conciencia de su jerarquía y del precio en solitario esfuerzo que conllevan, disponer de la propia reserva intelectual, de la biblioteca inasequible al robo y a la lluvia fugaz de mensajes ajenos al real aprendizaje.

La otra Iberia, cerca del Vellocino de Oro. (Armenia-Georgia).

La otra Iberia, cerca del Vellocino de Oro (Armenia-Georgia).

Sin la ferocidad mostrada desde los tempranos años 80 del pasado siglo en la apropiación de lo que se ha venido presentando como única cultura sería incomprensible la situación actual. Simplemente afloran a la superficie los frutos de la prolongada y generalizada siembra de intereses. Cómo si no explicar la imposición de lenguas locales que no tuvieron auge alguno fuera de sus predios simplemente porque, como es regla puesto que en la práctica no existen hablas sino hablantes, los que las utilizaban no hicieron lo que otros, carecieron de la proyección que el castellano sí tuvo por razones semejantes a las que hacen que el inglés y no el swahili sea el idioma de la informática. Cómo entender el fracaso educativo si no se abandonan las proclamas histórico-metafísicas y se desciende a la simple y ubicua red capilar de gente que cobra de este fracaso y llega incluso a creerse superior al resto. No en vano existe una fina e inapelable línea que incluso los que pretenden radicales mejoras se guardan de traspasar mientras se refugian, una vez más, en supuestas dotes taumatúrgicas de la formación del profesorado. Ninguno se atreve, sobrado de temor y falto de esa modestia intelectual sin la cual no hay progreso, a, no sólo reivindicar con forzada retórica, sino a realmente garantizar por ley a ámbito nacional lo que ya está inventado: Programas basados en materias fundamentales, pruebas de nivel, aulas desinfectadas de oportunismos, localismos, clientelismos y consignas, clases impartidas por profesores según su nivel de diplomatura y conocimientos avalados por oposición pública.

El raquitismo de la cosecha es sólo comprensible gracias a la implantación, desde finales de los años ochenta del pasado siglo, de este temprano vivero de ignorancia preceptiva bajo el irónico nombre de progreso democrático. En él se lleva sembrando, junto con grano variopinto, la postguerra ficticia y el cómodo victimismo todo a cien. Y ahí residen, por la vaga conciencia de la indigencia intelectual y el desconcierto, buena parte de las causas del sentimiento de indefensión.

 

04/24/16

10 c. La Era de la Marmota (de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»).

La Era de la Marmota

 

¡Otra vez no!

¡Otra vez no! (Estatua. Madrid).

El absurdo, elevado a categoría y por ello difícilmente atacable, impregna las expresiones culturales de la vida española con una violencia coercitiva que condena al ostracismo a los escasos disidentes. No de otra forma se explica la inacabable y fiel repetición de los mismos tópicos especialmente visible en el cine subvencionado. Década tras década, con la fidelidad de quien si no ficha no come y con honrosas, valentísimas excepciones, se ha repetido hasta la extenuación el rosario de tópicos presididos por Guerra Civil milicianos buenos (encarnados luego en el bloque progresista del Bien) y adversarios franquistas malísimos (encarnados en Iglesia, Guardia Civil y un ente tipo Godzilla llamado Represión Sexual tan fantástico como el monstruo japonés). El Catecismo Cultural es de piñón fijo, a saber: Como la sesión es continua y hay que actualizarla un poco, el flamenco guitarrero, el número de la Benemérita y el adúltero de calzoncillo de segundas rebajas alternarán con la monja lesbiana, el empresario malvado, el cacique moda retro y el militar fosilizado en su uniforme. El comienzo de la película incluirá, a ser posible en los diez primeros minutos, expresiones sobre la urgente necesidad de coito. Se pronunciará un taco cada tres palabras. Aparecerán, ridiculizados, elementos y símbolos cristianos (pero serán tratados con cuidado exquisito los islámicos). Se seguirá el mismo criterio con personajes que encarnen a policías y fuerzas del orden y se procurará que muestren inclinación a la homosexualidad y la pederastia. Se ofrecerán, cuadren o no cuadren con el guión, numerosas escenas que variarán entre el sexo explícito, escasamente atractivo por la rudeza ginecológica y el discutible gusto en

Marmotaland: El largo sueño.

Marmotaland: El largo sueño (Sierra de Madrid).

posturas y ropa interior, y las alusiones continuas a represiones sufridas y superadas. No escasearán, en todas sus variantes, los mantras caca, culo, pedo, pis, y las festivas referencias a coprofilia, delincuencia común y festivo consumo de drogas. Se evitarán, con atención vigilante, la exhibición, elogio y descripción de Belleza, Bondad, Inteligencia, Altruismo, Valor y Fidelidad. Los protagonistas aparecerán de mal humor, broncos y de trato desagradable precursor de inminentes desdichas, y no ahorrarán actitudes verbales y gestuales ofensivas y violentas. De citarse por alguno de sus símbolos o lugares de fácil reconocimiento, se ridiculizará e injuriará al propio país, si éste fuera España; no así cuando se trate de otras naciones, de tribus primitivas o de autonomías. Es importante que al final de la película los malos venzan, el criminal quede impune, el vampiro procree, el ladrón disfrute burlando a las fuerzas del orden y los maleantes se instalen, sin ser molestados, en un piso hogar de alguna aburrida familia de clase media. Por supuesto, cualquier ocasión será buena para describir la indecible y global perversidad, sin mezcla de bondad alguna, de los franquistas antes, durante y después de la Guerra. No existirán en las tomas ambientadas en los años treinta del pasado siglo civiles asesinados por los milicianos, ni seglares ni religiosos, aunque se contaran por miles. Y, lo más importante, con simples variaciones de attrezzo e intérpretes, esta misma película se proyectará, incansable, e incansablemente subvencionada, durante más de treinta años.

¿Tapiz o edredón?-Baldaquino en Las Cortes, Parlamento español. Madrid

¿Tapiz o edredón?- Las Cortes, Parlamento Español. Madrid

La amplia meseta ibérica parece adquirir rasgos de las praderas del Lejano Oeste. Surgen, multiplicadas por doquier, no una, sino centenares de marmotas que una y otra vez salen de su agujero para predecir la misma borrascosa primavera, alertar con sus chillidos sobre el pasado-presente nefasto, abrir, y cerrar, siempre el mismo paraguas y reclamar a la comunidad la distribución indefinida de vituallas y edredones.

 

04/24/16

9 c.-Del latín al bable (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

Del latín al bable

 

Reparto de riquezas-Tapiz flamenco, Toledo.

Reparto de riquezas-Tapiz flamenco, Toledo.

Nunca había sido tan rentable como en el siglo XX, y particularmente en España, declararse nacionalista, poner en pie todo un vasto edificio burocrático, enviar propaganda y propagandistas por el ancho mundo, nutrirse, como en el caldero mágico de Asterix, del cocimiento inagotable de los ancestrales agravios, forjarse una armadura resplandeciente con metales proporcionados por el odioso enemigo y reprocharle con amargura la propia inferioridad en hablantes, extensión, peso histórico y presencia internacional. En la Península del mito tribal el movimiento ha sido inverso al del latín medieval y clásico: Éste fue la lingua franca del cosmopolitismo y los saberes. Aquél se ha embarcado en un acelerado proceso de jibarización, mapas estrictamente regionales, horizontes de barrio y aldea, arroyos preferibles a ríos, colinas a falta de montañas, historia de reyes impostados y batallas ficticias, maquetas en fin cercadas por alambre ideológico por donde transitan ciudadanos que se quieren exclusivos del terruño y a los que se enseña en la escuela desde la infancia a ignorar y odiar, por partes iguales, al país y a la lengua españoles. No hay en esto exageración alguna. Los libros de texto escolares avalan el dato, insólito en el resto de Europa y apenas comentado en una prensa extranjera que, sin embargo, se prodiga en ocasionales comentarios folklóricos o de apenas velada alabanza del terrorista como luchador valeroso. Es exactamente el proceso que, por imposición de las autoridades locales y por omisión de las gubernamentales, se viene dando en España hace largo tiempo y ha producido, desde que se llevó a cabo la desdichada transmisión de las competencias educativas a las Autonomías. El raquitismo intelectual y el despropósito económico han sembrado de minigobiernos, minipalacios y monumentos mini la entera geografía hispana, producido una incomparable clonación de coches y organismos oficiales, inundado televisiones y radios de predicadores de la diferencia étnica y de la lengua del último valle, todo ello a cargo de una vaca gubernamental hipotecada hasta las ubres. Gran éxito: Ya hay generaciones de niños que no hablan sino el habla de su zona, que han sido convencidos de que el enemigo se asienta al otro lado de su estrecho perímetro geográfico, que se ven como los soldados de un excitante juego de ordenador con Estrella de la Muerte sita en Madrid.

Sin comentariosLos niños no cobran, pero sí sus maestros, profesores, rectores, directores, ministrines, con sueldos y prebendas procedentes de la Fuerza Oscura. No saben, pero sabrán quiénes y por qué les robaron su herencia y jibarizaron su cultura, sus saberes y su mundo. Descubrirán quizás cuánto cobraron las agencias de viaje que les embarcaron en el viaje del latín al bable. Toda irracionalidad ha tenido en España blindaje y asiento, con el bloque mediático funcionando a pleno pulmón tanto para aclamar como para mantener en silencio lo que convenía, hacia el interior y respecto al exterior. No deja de ser sintomática la ausencia de comentarios sobre fenómenos tan curiosos como que a los niños se lleve décadas aleccionándoles desde la escuela a aprender como referencia el terruño del que el resto de España es enemigo, a vivir en una nación que, única en Europa y en el resto del mundo, carece de bandera, tradición y nombre, en cuyos centros de enseñanza el uso de la lengua española está vedado. Algún espacio hubiese debido merecer tan insólito fenómeno en la prensa foránea. Curiosa, ejemplar discreción.

Ya no hay hechos concretos, no hay Historia, ni resultados, ni empresas, logros, fracasos, esfuerzo, riesgos. No hay, en Enseñanza, conocimientos valiosos per se. No existe la nación en cuanto comunidad de ciudadanos libres e iguales, ni hay tampoco Constitución, códigos civil y penal, delitos, recompensas. Existe, va existiendo, lo que sirve para que una tribu sociológica, sindical, autonómica nazca, crezca, cobre, se reproduzca y apoye a los jeques que mantienen, y se mantienen, en y de la red de intereses llamada Transición B. La espesa y continua capa de consignas políticas que recubre el entramado no pasa de ser epidérmica, aunque a fuer de reiterada los beneficiarios la adopten como credo común por la lógica de la facilidad, la ausencia de alternativa y la necesidad de aceptación por el grupo mediático dominante. No de otra forma podría explicarse un rasgo típico del totalitarismo que se da en estas parcelas de dimensión mudable que de él existen. Se trata de la negación de la evidencia y del sentido común y de la aceptación del absurdo. En el auge de los sistemas totalitarios, se llegaron a aceptar las monstruosidades de las que ha sido testigo la primera mitad del siglo XX, aunque repugnaran, no ya, por supuesto, a la moral, sino a la simple lógica e implicaran la destrucción del propio país y la de millones de sus ciudadanos. Cuando el totalitarismo se presenta de forma oportunista y dispersa, pero con un arraigo institucional variable, su meta es copar el sector público y, en él, Educación, Enseñanza y Cultura, porque a partir de éstos determina la presente y futura implantación y mantenimiento del poder tribal, de la red parásita que sin ellos no podría vivir y que ni siquiera habría visto la luz de la existencia a no ser por la legitimidad ficticia que se le confiere y el chantaje verbal que la acompaña.

Nadie creería en buena ley que se puede decretar que los niños no aprendan en la escuela, que los profesores den clase de lo que no saben y que los diplomas correspondan a conocimientos inexistentes. Sin embargo esto es lo que se instauró en la España de la reforma educativa de 1990, presentada e implantada por el partido socialista y mantenida, bajo formas diversas, a lo largo de décadas porque la oposición no osó derogarla cuando pudo y sus valedores la defendieron, bajo distintas siglas, con la ferocidad de quien sabe que le va en ello la alimentación presente, la futura y la de toda su clientela. El absurdo de instaurar que no se estudiaran prioritariamente asignaturas de base, que se copara el horario lectivo con necedades buenistas de obligado asentimiento, que se jibarizaran historia y geografía en pro de las tribus locales, que los desdichados alumnos pasaran sin aprobar de un curso a otro cargados de ignorancia satisfecha y de suspensos y que se les sometiera en el aula a la dictadura del más vago, el más ruidoso y el menos afín al estudio simplemente se aceptó, se acepta, con cierto momentáneo desconcierto, inevitable ante la confrontación con la verdad tenaz de los hechos, pero con el silencio cómplice de quien asiente por instinto ante el que domina. La ignorancia por decreto es algo tan increíble que simplemente no tiene cabida en el universo mental medio. La explicación es, sin embargo, extremadamente sencilla: La anulación de la Enseñanza basada en el saber era imprescindible para poner en los puestos educativos a cualquiera, sin formación, profesión ni merecimientos, que diera clase de cualquier cosa a estudiantes de cualquier nivel. Había que quitar, como se hizo, a catedráticos, a profesores por oposición rigurosa, eliminar criterios basados en materias fundamentales, rigor, esfuerzo, cualidades, estudio, y sustituirlos por miembros de la tribu cliente, véase sindicalistas de las dos correas de transmisión de los políticos en el Gobierno en 1990, gente del partido y afines, maestros que ocupaban el espacio docente de los extintos catedráticos, regionalistas ansiosos de reescribir la historia y de jurar fidelidad a la bandera local y al sueldo, contratados a los que la precariedad hacía defensores a ultranza de la sustitución de conocimientos por consignas y oposición por antigüedad. Ya de los ríos no se aprende el nacimiento y desembocadura, sólo el tramo que pasa por la comarca. No cabe asombrarse de la cosecha tribal. Sus profesores, salvo honrosas y heroicas excepciones, lucirán en clase sin empacho camiseta, pin y chapita ante los menores, perfectamente indefensos contra la manipulación. Es posible que a los chicos se les haga actuar en actos independentistas, animarles a que peguen en el recinto del instituto carteles en los que se llama asesino al Presidente del Gobierno, como ocurrió en 2004, y que se les prohíba hablar en castellano cuando salen al patio en el segmento de ocio, otrora llamado recreo. La insufrible parafernalia terminológica que siempre ha acompañado a la LOGSE (Ley de 1990) y sus recuelos no pasa de ser guarnición del modus vivendi del concurrido club del mínimo común denominador. Y aún lo es; de ahí la defensa de la barricada.

De haber vivido en la España de las últimas décadas, el gran escritor, pensador y grandísima persona Albert Camus no hubiera podido ser apoyado por su maestro de primaria, Louis Germain, al que envió su agradecimiento y cariño al recibir el Nobel de Literatura. Camus era huérfano de padre y de familia extremadamente pobre. Creció en la Argelia francesa. Louis Germain encauzó sus dotes, compensó la ausencia paterna y el analfabetismo materno y le informó sobre becas y ayudas, hasta la facultad de Filosofía. En España Camus hubiera aprendido a leer lo más tarde posible, y la misma tónica hubiera regido en cuanto a conocimientos en pro de la igualdad respecto al último de la clase, Louis Germain no hubiera tenido la dignidad de maestro ni hubiese ejercido, como hizo, con nobleza y eficacia su deber de enseñar y de impulsar al máximo la capacidad y esfuerzo de los alumnos, facilitándoles así el ascenso social y personal. De intentar tal cosa, hubiera sido un apestado reaccionario, rodeado de gente que se denominan maestros y que forman parte de la correa de transmisión de los dos sindicatos lujosamente mantenidos por el partido que ha hundido la Enseñanza española. Louis Germain sufriría el más severo ostracismo, no hubiera podido impartir conocimientos sino consignas, vería a los que fueron catedráticos vigilar los lavabos y a los maestros dar clase de materias y niveles que desconocen y defender encarnizadamente a los que les han milagrosamente promocionado. Albert Camus, cuya familia no tenía dinero para pagarle ni un máster ni una caja de lápices, habría resistido penosamente la dictadura de lo peor y los peores en el aula, no le habría sido permitido hablar y escribir en francés, ni a su maestro utilizar la lengua de su patria, sino que una tribu local habría impuesto el kabileño. El futuro escritor compadecería al infeliz Germain y hubiera abandonado el inútil aparcamiento antes centro de enseñanza. Camus, inteligente donde los haya, y Germain, honrado y sabio, serían cebo de la jauría del comisariado pedagógico, de los que engordan  a base del control y espionaje de los profesores y de la ocupación del horario lectivo y de los temarios de oposición con el Aprender a aprender, Aprender a enseñar, Educación en valores, Conocer al alumno, Sexualidad para la igualdad de género, Infancia igualitaria, Igualdad en equipo. Afortunadamente Albert Camus estaba en la enseñanza francesa, en la segunda década del siglo XX.

Bibliotheca Alexandrina. Alejandría, Egipto.

Bibliotheca Alexandrina. Alejandría, Egipto.

No hay, en lo que al absurdo se refiere, tanta diferencia entre el alumno que, en vez de en matemáticas, latín, ciencias naturales, lengua, arte, emplea buena parte de las seis horas lectivas diarias en materias del tipo Valores para la solidaridad, Sexualidad creativa, Aprender a aprender cómo aprender. Discusión, formando grupos, sobre la patata y el dónut, Lucha nacionalista en mi aldea a través de los siglos y el mundo adulto. Al igual que la crasa estulticia de las consignas que pueblan aulas, discurso lectivo y libros de texto, también están blindadas contra la crítica obras, organismos, cuerpos de traductores de lenguas locales, asesorías, normas, inspecciones, equipos y delegados perfectamente inútiles. Todo se justifica por la fuente de autoridad y las iniciales premisas de Igualdad, Solidaridad y Valores Comunitarios. En un sistema totalitario puro habría un Líder que marcaría el puñado de axiomas indiscutibles y a partir de ahí no existiría  absurdo posible porque Historia, realidad, hechos, pasado, futuro y presente deberían acomodarse a las leyes de la tesis enunciada. Como aquí estamos en el esperpento con rasgos de bonsai totalitario en lo que los medios del sector parásito Transición B lo permiten, hay que conformarse con territorios sociales acotados que se defienden con la mayor fiereza.

 

04/24/16

8 c. El nuevo arte de la guerra (de «De la Transición a la indefensión. Y viceversa»).

El nuevo Arte de la Guerra

 

Carlos III mira la hora-Madrid, Puerta del Sol.

Carlos III mira la hora-Madrid, Puerta del Sol.

No se trata de la obra clásica de Sun-Tzu, que analizó en la China del siglo IV a. C. todos  los factores de la estrategia bélica con la sabia finalidad de vencer sin luchar, pero existe hoy un nuevo Arte de la Guerra que tiene con el antiguo dos puntos en común: la utilización del miedo y la difusión de una moral dominante que permita someter sin dar batalla. Se trata simplemente del aprovechamiento de la guerra, de la guerra por encargo, de la creación y mantenimiento de una atmósfera de enfrentamiento bélico que garantiza, en un mundo moderno impregnado de mensaje e imagen, la impunidad y el botín. El nuevo Arte de la Guerra nace del pensamiento débil, de la clientela improductiva y del chantaje dual, siendo éste último a la vez instrumento indispensable y terreno propicio. Hay que crear enemigos y guerra, y esto debe escapar a la racionalidad, la responsabilidad personal y los límites temporales.

En espera de demolición según la memoria histórica.

En espera de demolición según la memoria histórica.

Parafraseando el Si no hay Dios todo está permitido, si hay guerra, si hay un adversario preferentemente global y amorfo, el robo no es robo sino resarcimiento de anteriores e indebidas apropiaciones, la vileza es una simple cuestión de oportunidad y perspectiva, el asesinato es la adecuada respuesta a anteriores crímenes, la legítima defensa en el sentido más lato. Basta con decretar, convencer y convencerse de la existencia de un estado bélico continuo para que el terrorista sea un soldado más en el vasto campo de batalla social plagado de adversarios a los que se puede eliminar con toda legitimidad, sean estos policías, carteros, militantes de un partido, oficinistas de la City o niños de una guardería marcados por el pecado original de algún sector opresor.

En la vida cotidiana, la guerra es útil. Permite okupar la vivienda ajena, abstenerse de la enfadosa costumbre de pagar por la adquisición de bienes, amenazar y ejercer diversos tipos de violencia sin que la medrosidad ambiente se oponga a los deseos del guerrillero urbano, y además ofrece sin mayor esfuerzo una justificación moral a los actos, una placentera sensación de superioridad y dominio y una muy ventajosa promoción social con el apoyo de las diversas plataformas comunicativas, ansiosas de espectáculo y de víctimas y refractarias al aburrido pasar de la existencia burguesa.

España es, una vez más, un ejemplo de manual, con jalones muy precisos en el remozamiento y empleo de la guerra rentable. La civil de 1936- 1939 ha sido utilizada, envuelta en toda la parafernalia bipolar Izquierdas/Derechas, bien entrados los años setenta y luego, en plena democracia, como supremo argumento legitimador. El modo de empleo consistía en mantener la idea de un enemigo latente, trasiego de la maldad ejemplificada por el bando antaño vencedor, y justificar por ello una especie de solapado estado de excepción que legitimaría cualquier acto. La lógica guerrera y sus baterías de permanente reivindicación de agravios y de compensación por injurias se desgastaron con el paso del tiempo, de las generaciones y del uso. La clase parásita, que precisaba sucederse a sí misma y veía su arsenal exhausto, se lanzó con el nuevo milenio al terreno de la lógica bélica, trajo la ya antigua Guerra Civil al primer plano, la rodeó de alusiones y conmemoraciones ligadas a exigencias de paz planetaria y buenismo abrumador. El clímax, y la fractura decisiva con los usos del Estado de Derecho, se produjo en 2004, cuando tras la matanza de Madrid justo antes de las elecciones, se aprovechó ésta para manifestaciones contra el entonces Gobierno. El siguiente, llegado al poder, se apresuró a difundir el nuevo arte de la guerra, la Civil remozada, la búsqueda de cadáveres –sólo de los de un bando- de la contienda del siglo anterior, la insistencia en reparaciones, depuraciones y caza de brujas culpables a posteriori de cualquier afinidad con el bando del mal. Esto en un ambiente acobardado por la supuesta superioridad moral del adversario y por el continuo chantaje mediático, con el aplauso entusiasta de las víctimas creadas al efecto y dispuestas a ser objeto de resarcimiento. En los trenes de la estación de Madrid no se pusieron solamente bombas. Junto con los vagones, explotó una artillería retardada de resurrección guerracivilista con los más interesados y míseros fines.

Proa ¿a dónde?

Proa ¿a dónde?

En un plano más amplio, no faltan en el resto del mundo las variadas guerras santas, una especie de neofascismo (o neocomunismo, quid pro quo) de acción directa heredero de la lucha de clases, amigo de las denuncias de conjuras mundiales y poderosos en la sombra, que permite descargar en abstractos la responsabilidad y autoría de sus propios actos. El arte de la guerra a gusto de los consumidores se difunde porque es grato, divierte en los videojuegos, proporciona sin mayor esfuerzo intelectual una supuesta comprensión del mundo con folleto de respuestas instantáneas y catarsis de indignación con visos de ética. Y, sobre todo, viste de moral al descarado y sórdido ejercicio del propio interés.

La lucha, y la victoria, contra el ejército dual y las añejas tropas del chantaje ideológico deja sin duda el campo sembrado de víctimas de las que no pocas merecen al menos lápida si no primeros auxilios. La ignorancia de la historia del siglo XX es tan fenomenal, tan escorada que, ayudados por la ley del péndulo, se puede pasar limpiamente a demonizar a cualquiera que, bajo las banderas de comunismo y socialismo, haya luchado honesta y generosamente por mejorar la vida de sus semejantes. Cada uno de los que combatieron la injusticia que constataban no era un fragmento de Stalin ni de Mao, ni de los milicianos que en España volcaron su rencor en torturas, saqueos y asesinatos durante la Guerra Civil. Entre aquellos republicanos estuvo parte de la gente más solidaria. Tampoco son fragmentos de Hitler, Franco ni Mussolini los que vieron en el apoyo a los nacionales la defensa de su país, sus principios morales, el orden y las leyes. A la manipulación y la ignorancia históricas que empiezan en los primeros años de enseñanza hay que añadir el bombardeo a golpe de millones de muertos, la distorsión basada en el maratón de atrocidades, la puja sobre qué totalitarismo produjo mayor número de víctimas. Porque, si es cierto que el comunista, con sus hambrunas, gulag, exterminios gana la partida por extensión geográfica y duración (hasta hoy, en Corea del Norte) de su reino, también es indudable que el nazi, desde los años treinta a 1945, alcanza un grado cualitativo de abominación incomparable y nunca igualado a causa de su carácter genocida sistemático, industrializado, técnico, de su racismo provisto de toda la frialdad y eficacia de la modernidad y la ciencia, inspirado en las purgas y campos de concentración comunistas en un principio, pero luego insuperable e insuperado en la deshumanización y el mal.

En España los intentos de aprovechamiento de cadáveres han alcanzado cotas de macabra caricatura. En pleno 2016 el partido socialista pretendió seguir alimentando su discurso y su menguado crédito con las víctimas de una guerra que acabó en 1939 y propugnó, a fines electorales, rebuscar muertos (los que consideraba de su signo, no otros) en las cunetas.

Monumento al Muerto Desconocido.

Monumento al Muerto Desconocido.

Hay circuitos didácticos que deberían ser de obligado recorrido: algún campo de exterminio nazi, las que fueron prisiones y testigos en la Camboya de los Jemeres Rojos del genocidio de un tercio de la población en nombre del Comunismo perfecto, y, más cerca, los pequeños museos locales de países como Polonia y los Bálticos, que reproducen la infinita y ubicua opresión de la época soviética. Si el comunismo ha tenido, finalmente, un balance mucho peor, en lo que a número de víctimas y ruina se refiere, que el nazismo se debe probablemente a que poseía, además de las materiales, tres armas sin comparación más duraderas que las brutales de los nazis. Fueron éstas la extrema disolución de la responsabilidad personal en el Partido, la Clase y la Vanguardia trabajadora, la buena conciencia de la meta de la felicidad y justicia universales que les procuró apoyo perdurable y sin fronteras, y, last but not least, la ausencia de Gran Jefe mortal, encarnado en iconos perecederos, lo cual les otorgaba la perdurabilidad de la Iglesia.

Las peores víctimas de esta batalla no precisan lápida sino ayuda, porque son necesarias y viven aunque las cubran cuerpos muertos. Corren grave riesgo las utopías, el impulso generoso y solidario, la aspiración a esos imposibles que ha ido haciendo posibles la voluntad humana, la misma voluntad que ha producido lo peor, pero también lo mejor de cuanto se conoce.

 

04/24/16

7 c. Totalitarismo light (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

Totalitarismo light

 

Preparando una Autonomía

Preparando una Autonomía

Democracia e Igualdad: conceptos cargados en principio de dignidad e intenciones nobles no sólo se han vaciado, sino que se utilizan favoreciendo a sus contrarios, y transformándolos así en armas peligrosas para los principios que nominalmente defienden. Las más añejas tiranías, los asesinos legales más longevos, los sistemas a los que no les caben los muertos en ningún armario, las más letales dictaduras se han bautizado a sí mismos y cara al mundo como Democracias Populares, Repúblicas Democráticas y Líderes del Pueblo.

Igualdad ha servido y sirve, en una sociedad de bienes contados, para privar de los frutos de su trabajo, de sus oportunidades y de la expansión de sus capacidades a los que por sí mismos lo merecen para que ocupe su espacio lógico, por medio de la discriminación pervertida, cualquiera sin más atributos que la pertenencia a un colectivo y la insignia de de una reivindicación. Este Cuarto Estado, el Parásito, cuya finalidad exclusiva es el mantenimiento y multiplicación propios, es exactamente el auténtico reverso de la Solidaridad que proclama. Los términos democracia, solidaridad, igualdad actúan como sustitutos ideales de la persona, del análisis concreto y de la causalidad razonada, blindan contra la denuncia, la apropiación indebida y la gestión ruinosa y son oportunos maquillajes de la simple cobardía, el mero oportunismo a golpe de exaltación callejera y las evidencias del lucro personal. Nadie, o apenas, ve, al otro lado del estrepitoso montaje, a las silenciosas víctimas que, por justicia y por necesidad, hubieran debido disfrutar de buenos servicios públicos, ser las receptoras de ayuda genuinamente solidaria, gozar de representación democrática. La lógica de los bienes finitos y, según circunstancias, escasos priva en primer lugar a los indefensos de lo más necesario. Porque el espacio ético que les correspondía ha sido invadido por el populismo y la demagogia de la clase usurpadora.

El término democracia no queda mejor parado. En su nombre se puede laminar a explosivos a cualquier país que formalmente no la tenga y sentirse, sin mayores riesgos, el Bueno de la película que se proyectará en todas las pantallas. Las mayores barbaridades gozan de patente de corso cuando se alega el apoyo ocasional por una mayoría. Valga como botón de muestra la benevolente ceguera con la que los puntillosos gobiernos occidentales vienen desde hace medio siglo tratando el apartheid femenino islámico, tanto en las naciones de origen como entre los que viven en Europa. A los más débiles, empezando por su debilidad física y siguiendo por la social, se los (y sobre todo las) machaca y anula por sistema en los barrios turcos de Alemania (la estrella amarilla agobiaba menos que el chador) como en los de Pakistán, en las zonas musulmanas de Cataluña como en Kandahar. Porque Respeto, Tradición, Diálogo, Cultura, Tolerancia se han convertido, como el nacionalismo a cargo del contribuyente, en el último refugio de los canallas. Todo con tal de no arriesgarse a la incomodidad del enfrentamiento diario para defender, -al menos de palabra y con un mínimo de valentía- derechos humanos libertad propia y ajena, dignidad y principios. Cualquier cosa menos mirar cara a cara la insobornable desnudez de los hechos, perder mano de obra rentable, irritar a la bestia de países respecto a los cuales la premisa implícita es que lo mejor que se puede esperar es que se despedacen entre ellos. Nada más fácil que pasar la mano por el lomo a los más fanáticos, violentos y peligrosos (a los que están debajo, aplastados por la barbarie, ni se les ve ni se les espera), afirmar cuánto se respetan sus usos y costumbres, firmar

contratos y correr.

La máscara de hierro, femenina. Museo de Dubai.

La máscara de hierro femenina. Museo de Dubai.

Hay puntos críticos, jalones en el espacio y en el tiempo que emergen como marcadores visibles de una corriente de curso prolongado y ancho a la que, al socaire del mantra de la rebeldía contra un Occidente en el cual se bienvive, la opinión se acomoda a una curiosa ignorancia de grandes zonas de percepción. Quizás se sitúa en los años sesenta del siglo XX el giro hacia una de las jaculatorias laicas que hará mejor fortuna: los multiculturalismos, las falsas igualdades y la inseparable, y previa, pérdida de juicios de valor y compromisos morales que ello conlleva. Son los tiempos de un Jomeini mimado y apoyado por el París de la Ilustración. Ahí se abandona la idea de la defensa de los Derechos Humanos, los valores universales, el concepto de civilización. La puerta del Infierno se abre a vastas salas alfombradas de buenas intenciones y mejores consignas en las que da gusto dormir la siesta, prometedores paraísos en los que las simples comprensión y espera producirían cambios excelentes, respeto hacia el débil, amor generalizado, aplaudido todo por los observadores desde  una distancia profiláctica. Ya no hay hechos, se ha entrado de nuevo en la cresta de una ola de bienaventurada ceguera que permitirá prosperar inmensamente a los surfistas del populismo.

Torres Gemelas antes del 11 S. New York, U. S. A.

Torres Gemelas antes del 11 S. Nueva York, U. S. A.

Será un nuevo hito, décadas más tarde, el discurso en Egipto del Presidente de Estados Unidos. Por primera vez alguien ha sido elegido para el cargo, no por sus obras ni programa, sino por el color de su piel, por la pertenencia física a un sector étnico. Los mismos motivos de clan ideológico previo, de realidad impostada y amputada, harán que se le otorgue el Nobel de la Paz antes de que ejecute hazaña alguna. No hablará en El Cairo más que a los que identifican religión, aquí Islam, con población, ley y forma de vida. Acariciará con su verbo exclusivamente a los estudiantes y auditorio de la gran mezquita y universidad musulmana. Obviará, por el simple hecho de haber elegido ese lugar para su único discurso, a todos los demás, en un país con ochenta millones de habitantes, a los individuos y sus derechos, a los oprimidos, a las mujeres, a los cristianos y a los laicos. Y consagrará la omisión respecto a injusticias que hay que denunciar, el silencio en cuanto a gente a la que hay que defender al menos con la palabra y la presencia, abandonando los valores universales que son lo más humano y medular de lo que él ahí representa. La gran pantalla ilustra perfectamente el cambio hacia un confortable relativismo abrigado con la piel de cordero de la tolerancia general: Se ha pasado del alienígena que devora sin contemplaciones a la tripulación de la nave espacial a la especie mortífera pero incomprendida. La gigantesca hormiga reina de El juego de Ender es un híbrido de AlienE. T con predominio de los dulces y enormes ojos ovales del último. La película concluye con un tiernísimo diálogo en el que, en escena de inenarrable  cursilería que sume a la espectadora en desesperada añoranza de Alien, monstruoso y feroz sin paliativos, al niño humano y al insecto se les escapan sendas lágrimas. Empapado en pacifismo, salvación de otras especies (en este caso la causante de varios millones de víctimas terrícolas) y diálogo cósmico, el protagonista vuela en búsqueda de un hogar para el huevo de la hormiga finada, en un periplo inverso al de la tripulante de la nave de Alien, que tan valientemente luchó por destruir al monstruo y a su progenie. En este bajo mundo, el transparente mensaje de Ender no puede menos de ser bien recibido por todo monstruo humano que cifre su objetivo en imponerse y destruir formas de vida civilizada mediante la violencia. Aplausos con todas las extremidades por parte de Al Qaeda, ETA y sucedáneos. Como telón de fondo, el de la obra en cartel Cambio de eje estratégico, que consiste, no ya en la lógica alianza con el área del Pacífico, sino en un repliegue a posiciones contemplativas, coyunturales y tibias en las que el esqueleto de jerarquía de valores ha sido extraído para sustituirlo por manuales de Claudique sin esfuerzo.

Torres Gemelas después del 11 S, U.S.A. museo, 2012.

Torres Gemelas después del 11 S, U.S.A. Museo de Washington.

No en vano el profundo cambio en la política estadounidense –y por ende en la Occidental en sentido lato- coincide con el anuncio de Obama del abandono de los proyectos de vuelos espaciales. Se echa el cierre a la exploración de otros planetas, al envío de hombres a Marte. La NASA se convierte en un parque temático para visitas de fin de semana. Ya no opera, como impulso primordial, la necesidad de ir más allá, del descubrimiento como meta y escalón del umbral siguiente. Se invierten los términos, y lo que importa es programar previamente rentabilidades. Hay un cambio de época, un giro hacia el propio barrio, el pensamiento se ha hecho más pequeño y, al pretenderse utilitario, condiciona la grandeza de la idea inicial sin la cual nada se dará luego por añadidura. Habrá pequeños actos encerrados en días y en presupuestos pequeños y condicionados a lo que una información epidérmica haga llover con mayor frecuencia y por mayor número de canales.

Señor de Derechas (Drácula; Rumanía).

Señor de Derechas (Drácula; Rumanía).

La España del siglo XX y principios del XXI es un gran botón de muestra del mecanismo de anulación de un gran trozo de la realidad, de impregnación de ceguera selectiva e impotencia inducida respecto a la normal capacidad de juicio de actos concretos. Pero el caso español es un retazo, adecuado para el análisis por su proximidad y concentración de los elementos, del muestrario. Los regímenes totalitarios inauguran el ensayo general de ese proceso, que perece necesariamente de éxito, cuando logra implantarse como movimiento líder bajo las doctrinas paralelas, de comunistas y nazis. A partir de ese punto, y tenazmente, contra toda evidencia, ya no existirá para millones de personas lo que sus ojos ven y su mente enjuicia. Considerarán que el material bruto resultado del pensamiento debe estar sometido a la criba y filtro de leyes sociales, de la Historia, de la Clase, del Mito de la Eterna Lucha Antifranquista, del Mañana Igualitario, de Imperialismo contra Pueblos, de Clan, Micronación, Relativismo, Raza. Los muertos de un tiro en la nuca sólo habrán sido asesinados cuando, como en el caso hispánico del millar víctima de la ETA, cuando el guión coyuntural les conceda ese rango,

las personas castradas, violadas, fusiladas, robadas lo habrán sido según conveniencia del relato.

Peligroso delincuente: Mío Çid-Burgos

Peligroso delincuente: Mío Çid-Burgos

Esto no es sino una tesela en el inmenso mosaico del silencio bajo el que, pertinazmente, se ha enterrado a millones de seres humanos eliminados durante, por y en sistemas comunistas y socialistas, siempre llamados populares. Hasta el día de  hoy (véanse estadísticas y libros de texto). Las mismas fuerzas que actuaron en gran escala y con la impunidad del movimiento nazi o soviético llegado al poder  la primera mitad del siglo XX siguen vendiendo bien, aunque sea en porciones y

Santiago antes de la Inquisición siglo XXI

Santiago antes de la Inquisición siglo XXI

retazos, la envidia y el rencor apenas maquillados de igualdad forzosa y pretensiones de ingeniería social. No existen las dualidades transcendentes, ni la eterna Lucha de Clases o el callejero editado desde el Más Allá para la Historia. Pero sí existen la tremenda fuerza de la primera pasión bíblica, la tristeza por el bien ajeno, y la costumbre de legitimar el robo y el expolio con la creación de clanes nacionalistas y morales nuevas. Probablemente en el Edén lo más engañoso en la actuación de la serpiente no fue la oferta de la manzana sino hacerlo, junto con el Conocimiento y el Árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, totalmente gratis, sin contrapartida alguna.

La doctrina bienpensante establece que la contemplación de la realidad exige claves previas las cuales, por su abanico reducido, eximen de la perplejidad, la incertidumbre y el esfuerzo de vérselas cara a cara con el mundo exterior y tener que forjarse juicios propios. La realidad es reaccionaria, cada cual habrá sido provisto de la previa explicación a ella. Ahora no se trata siquiera de silenciar la evidencia, de ocultarla, de hacerla

Abolición de la Inquisición (¡qué tiempos aquéllos!). Cádiz-

Abolición de la Inquisición (¡qué tiempos aquéllos!). Cádiz.

invisible, sino de enseñar a la gente a que no la vea y, si la ve, que no la comente ni se extrañe, que actúe como si no existiera.

 

04/24/16

6-c. Salir de la cárcel (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

Salir de la cárcel (para salir de la cárcel hay que verla primero)

 

El cuarto oscuro.

El cuarto oscuro.

La cárcel, en la que aún se vive, ha durado demasiado tiempo. Ya, como el exoesqueleto de los artrópodos, no resulta cómoda y oprime por todos sitios al cuerpo social. Además comienza a escasear el rancho. Las premisas que, como las dos grandes puertas del Juicio Final, marcaban camino y categoría a justos y a réprobos, simplemente no eran ciertas, nunca lo fueron. Pero de ellas se amamantaron ideólogos y activistas, a ellas recurrieron como eje bipolar inalterable en el XIX, y de ellas lleva viviendo una especie improductiva multiforme durante el XX y lo que va del XXI. Para gran ruina de cuantos producen bienes reales, ejecutan servicios necesarios y son individuos con valor personal propio, y para estancamiento y miseria de los que sí precisan de atención, solidaridad y servicios públicos. Porque el espacio de éstos ha sido ocupado por los que viven de chupar su sustancia y se justifican apelando a la defensa de esos principios. Conviene subrayar que la parásita oficializada es especie zoológicamente nueva, puesto que aparece con el Estado de Bienestar durante la segunda mitad del siglo XX y actúa como tumor inseparable de aquél, al que obliga, por medio del chantaje ético y populista, a alimentarla de forma no sólo gratuita sino altamente onerosa.

La llave

La llave (Australia. Museo de la Emigración)

Nunca existió, aplicada a los humanos, una dualidad transcendente, permanente y en la práctica indiscutible definida según los términos inalterables y antagónicos Clase Social Buena/Clase Social Mala, Izquierdas/Derechas, Progresistas/Reaccionarios. Existen, en cualquier momento, tiempo y lugar, actos y personas concretos, hechos, responsables, culpables, actores de la diminuta, fugaz y gran historia, esa historia que avanza, progresa, mejora o retrocede según el mosaico y el impulso de las iniciativas. La masa parasitaria se ha colocado entre la consciencia del sujeto y la evidencia, ha construido un muro, opaco y denso, entre la capacidad de percepción y raciocinio y la desnudez de los actos, y se ha quedado con la llave de la puerta. Nadie, excepto los beneficiarios de esta enorme y duradera ficción, podría, según esto, opinar, descifrar el caos de seres y de sucesos del mundo inmediato y del orbe exterior. Su visión dispone que, en su dimensión temporal, el orbe, humanos incluidos, se mueve por una planificada fuerza externa, un supremo relato regido por las fuerzas de la Historia o de la Naturaleza, que es descifrado en clave maniquea por el partido, la secta, el clero laico muy de este mundo. En la dimensión espacial del presente el orbe se convierte en una sólida cuadrícula impermeabilizada respecto al análisis crítico por el dogma de la respetabilísima igualdad de culturas. Al vetarse los juicios de valor, la jerarquía de calidad y las ideas, se veta asimismo la acción. Falto de la médula del pensamiento, el individuo se ve encadenado por el miedo al extrañamiento social y cubierto por la tibieza acolchada de la molicie y por la parálisis que produce la ausencia de visión alternativa.

Se vive hoy el final de la creencia en el sentido de la Historia, y esto produce una inmensa sensación de vértigo, semejante a la del descubrimiento de que la Tierra, lejos de ser el centro del Universo, es un planeta más que gira en el inabarcable y negro espacio del cosmos. Ante esto, la reacción puede ser furiosa, aldeana, introvertida, ansiosa de marcos de referencia familiares, asequibles, de puntos de partida y de llegada, de algo tan tentador como la explicación global, predigerida a los conflictos de cada día, un esquema tan polivalente como la navaja suiza, tan binario como la base informática: la máquina expendedora de etiquetas del Bien y del Mal. Sin la menor consideración por los hechos, por la tenacidad de las realidades, minúsculo ejemplo entre millares, en la segunda década del siglo XXI los jóvenes españoles se manifiestan y llaman a la huelga contra los que añoran el sistema educativo franquista. No tienen de éste la menor idea, y se sorprenderían si supieran que, académicamente hablando, producía individuos mucho mejor preparados que los planes de estudio posteriores y que no ha sido su extensión gratuita obligatoria lo que lo ha conducido a sus actuales niveles ínfimos, sino el espurio clientelismo de los diseñadores de la Enseñanza como su coto patrimonial.

Hay salida

Hay salida

Como utensilio canalla en el caso de sus beneficiarios o como reacción defensiva en sus pocos críticos, la falsedad bipolar ha sido útil forja de expolio y servidumbre de los tiempos modernos. En lugar de limitarse a su dominio propio, el de la Sociología y la Historia, ha generalizado el uso de sus barrotes de forma que encuadraran a la población entera, que se derramasen como la lluvia fina, mezclados con los más diversos materiales, durante las horas, los días y los años. Nadie debía estar a salvo de su clasificación, de su distribución ética del espacio, y en quienes la controlan y otorgan está la clave de ese poder que sólo se mide por la cantidad de los que medran a su sombra y por el número de los que han sido privados de lo que por obras y por dotes merecían. Incansablemente, porque viven de ello y sin ello no serían nada, repiten los miembros del club invisible los mantras izquierdas derecha como quien orina para marcar su territorio. Y, en un patético reflejo, caen de hoz y coz en la misma trampa los que deberían precisamente reivindicar la urgente necesidad de denunciar su empleo, aquéllos a los que la premura del ejercicio inmediato de crítica y brillantez acaba imposibilitando para el análisis simple y sucesivo de los actos.

En lugar alguno esto ha sido tan patente, y tan letal, como en España. En ella lleva viviendo de la fantasmagoría de los eternos dos bandos, de la ancestral guerra contra el Mal perdida por un Bien del que se reclaman únicos y legítimos representantes, una cantidad de parásitos que en otras latitudes no tiene parangón. Se fabricó y prolongó durante décadas, y con intención de permanencia, una guerra civil mítica, y se hizo basándose en elementos, seleccionados según necesidades del guión, procedentes de la cantera de la Guerra Civil pasada, los cuales eran coloreados y difundidos, de manera que planease en todo momento la amenaza de ser clasificado como simpatizante del bando maligno. Durante cuarenta años el ejercicio del mito legitimador ha servido para extraer substancia de cada tejido y órgano vivo y para bloquear a gente valiosa, que huye del país, falta de salidas y, sobre todo, de esperanza. Los nichos ecológicos del Estado paralelo son el reino de extraños y negativos dobles que han creado, modificado y nombrado cada empresa y organismo en función de que sirviera a sus adeptos, que han inundado las instituciones de sindicalistas pagados por el Gobierno, de maestros a los que no se exige el saber ni la transmisión de conocimientos sino el de consignas y órdenes tribales, de servicios supeditados a los nuevos caciques, de entidades bancarias y jurídicas a las órdenes del político que las coloca y nombra y a las que, por lo tanto, lo último que les pide es calidad ética y profesional, de cultura sometida a las exigencias del imprescindible guión maniqueo y al rosario de tópicos de obligado cumplimiento.

Berlín: antigua frontera del Muro.

Berlín: antigua frontera del Muro.

Por supuesto, el tipo de religión dual laica lleva existiendo

Adiós, muros, adiós (Australia West).

Adiós, muros, adiós (Australia West).

largo tiempo, sus estragos carecen de fronteras y son más o menos graves en función de la menor o mayor salud, vitalidad y nivel de libertades individuales del tejido cívico. Pero en España se ha dado con particular virulencia por la rápida formación, con intención de perdurar, de un tumor decidido a vivir de los recursos procurados por otros y hacerlo en nombre de un mérito y legitimidad que vendrían de una lucha que no se dio, de unos riesgos que jamás se corrieron y de una superioridad intelectual, ética, profesional o simplemente humana inexistente. Todo ello bañado en el predominio agresivo en los medios de comunicación, enseñanza y cultura y en la actitud violenta hacia cualquiera que amenace a los habitantes de un coloso con pies de barro, sí, pero con garganta y estómago en los que ha desaparecido el patrimonio nacional. El recurso al perverso dictador, tan providencial para los beneficiarios del progresismo de nómina, ha permitido vivir a lo más y los más mediocres del chantaje, una vez se aseguraron el monopolio de las temibles etiquetas fascista, franquista, derecha, facha, reaccionario. El caso no sería tan grave si se hubiera limitado a la voracidad de un desmesurado organismo parásito, pero éste, al pretender perdurar y justificarse, ha llevado y lleva a cabo de forma implacable una trilla inversa, en la que se procura eliminar cualquier obra con visos de calidad, a los independientes con valor, tesón, inteligencia, inventiva, las asignaturas que implican rigor y conocimientos reales, las obras de arte basadas en la percepción inequívoca de la belleza. Los términos de igualdad y democracia se han rebajado a su acepción más peligrosa y mezquina. El bloque del mínimo común denominador simplemente los utiliza como ariete para derrumbar cuanto y cuantos valen más que él. Por eso es tan importante para este totalitarismo parcelario el control de educación, comunicación y cultura.

Al saqueo de lo que otros habían producido se une la dinámica imparable, excepto por el agotamiento final del combustible económico, de creación de entidades, cargos, organismos no por éstos en sí sino para colocar a vasallos en ellos. Así el fenómeno, que no se da en sitio alguno de Europa, de los aeropuertos, complejos deportivos, centros culturales, sedes monumentales, gigantescos teatros, megalomanías urbanas y rurales de distinto pelaje y el corolario de equipos, secretariados, direcciones, subdirecciones, campos de energías alternativas, escuelas en las que no se enseñan asignaturas de base ni la lengua española, facultades reducidas a centros de botellón y vertedero, universidades sin universitarios ni diplomas que tengan valor alguno. Éstos no son, ni mucho menos, errores ni iniciativas fallidas. Su finalidad previa fue crear ecosistemas para albergar clientelas. Todo ello no es solamente inútil y ruinoso, sino absurdo excepto por la lógica de la simple rapacidad, estulticia y falta de escrúpulos de ese asombro del orbe que sería, en discurso de los clásicos, la clase dominante surgida del chantaje postfranquista, de la medrosidad de los que deberían haberse opuesto y del desconcierto de una población oportunamente amordazada por el maniqueísmo preceptivo y enjaulada por la red carcelaria de las taifas.

El panorama no por cansino y reiterativo es insoluble. De hecho, la reiteración da ligeramente la medida de la normativa verbal y bienpensante en la que se ha venido estando inmersos. Sin embargo la situación es susceptible de cambiar, lo está haciendo a cada momento, y puede dar un giro drástico hacia la libertad y la altura intelectual si un número apreciable de ciudadanos se sitúa al otro lado de las rejas transparentes del largo condicionamiento verbal. La realidad del régimen parásito no implica nueva dualidad, estigma de clase ni determinismo histórico. El campo opuesto es variado, mutable, y, de cesar la dinámica de selección negativa, podrían aflorar valores genuinos en los mismos que se han sometido mansamente a la seguridad del pienso. Tampoco la conciencia de la situación debería dar lugar a una decantación de resentidos que se juzgan, con o sin razones objetivas, privados del reconocimiento y de los bienes que hubiesen debido corresponderles. La valoración por hechos reales y probada valía sigue siendo la medida real, independiente de lo que cada cual juzgue que es, fue o pudo ser.

El resumen sería: A partir de los años 80 lo que fue euforia del cambio de una dictadura a un sistema moderno de democracia parlamentaria se transformó, interiormente, en un proceso de creación y consolidación de grupos de interés centrados en la disposición y reparto del erario nacional. Exteriormente se complementó, de forma necesaria, con la elaboración y difusión de una imagen, absolutamente ficticia, que legitimaba las fachadas visibles de beneficiarios de esa retícula, les proporcionaba una mitología de representantes de la lucha contra el Mal (encarnado en los vencedores de la Guerra Civil terminada hacía décadas y en el dictador muerto de vejez sin que hubiera habido asomo de rebeliones populares) y se embarcaba al país en una esquizofrenia de eterna epopeya Pobres contra Ricos, Socialistas contra Burgueses que nada tenía que ver con las aspiraciones, actividades y vidas reales de la población. No todos los que participaron en aquella ilusionada Transición apoyaban ese proceso, que naturalmente coexistía con gente honesta, pero éstos fueron marginados y silenciados bajo amenaza de denuncia profranquista. La España previa a la Transición no era una nación totalitaria (aunque partidos que se decían defensores de la libertad apoyaron con entusiasmo regímenes totalitarios, dictaduras de la peor especie siempre y cuando tuvieran el marchamo comunista). La sociedad civil, sustentada en una amplia y moderna clase media que ya había cuajado antes del paso al sistema democrático, se acostumbró a vivir en una realidad doble: la verbal de los que reivindicaban como herencia su superioridad (con aspiraciones a la eliminación de otras realidades) de representantes del Bien y la complejidad de una nación moderna, con su libre mercado y diversidad de ocupaciones y dotes individuales.

Naturalmente el botín directo de los grupos de interés era, y es, el sector público, la administración del Estado. Ninguna corrupción ni robo puede comparársele. El más rentable de los latrocinios es el legal, consistente en autoadjudicarse beneficios de todo tipo, acapararlos en el presente, blindarlos respecto al futuro, dictar normas y distribuir obras según cohecho, y, en esa superior escala que ha constituido el rasgo distintivo del régimen español, trocear y clonar las fuentes de ingresos y fabricar ex nihilo una red social y geográfica de tribus pagadas por serlo, las cuales se transforman rápidamente en entusiastas defensoras del sistema parasitario. En él medraron y proliferaron hablantes de cualquier dialecto o lengua distinta de la oficial del país, nacionalistas de terruño, reivindicadores de agravios ancestrales diversos, asociaciones para la compensación de injurias históricas, victimismos variados y, en fin, clanes de reproducción asistida siempre caracterizados por el común denominador de la anulación del individuo y sus dotes y calidad en pro e interés de la grey, el nacimiento, el sexo, la ascendencia, la clase, la etnia, el clan. La laboriosa desmantelación de un edificio nacional realmente democrático de ciudadanos iguales ante la Ley tenía como necesario corolario la cooptación inversa, la promoción de lo peor y los peores, clientela ideal que defenderá con uñas y dientes a los que la mantienen y nombran.

En términos prácticos, la dualidad Buenos/Malos se reduce a parásitos activos y pasivos por una parte y por otra al amplísimo resto hijos de sus obras, variopintos, en su mayoría anónimos, desconcertados por la continua ducha de chantaje verbal en abierta oposición con la vida libre y confortable a la que aspiran y que contemplan y a los sucesivos cambios a lo largo de la existencia. Ellos son el ganado útil del bloque preceptivamente bueno al que, como a la abeja reina, deben alimentar en razón de su rango jerárquico. El Club de Utopías Subvencionadas se distingue del de la colmena en estar constituido por zánganos que anulan con el zumbido de las delicias comunitarias cualesquiera otros sonidos. La dualidad no es tal, en absoluto se trata de Partido de Izquierdas versus Partido de Derechas. El Bloque Beneficiario es en extremo amplio, jerarquizado y capilar. Señorea por supuesto su ápice una masa de nuevos ricos adosados a la Transición que llevan décadas distribuyendo carnets de identidad ideológica que, cual cupones de racionamiento, son indispensables para la adquisición de porciones de prosperidad y relevancia social. Al irse agotando, por imperativo biológico, la mina Izquierdas y antifranquismo honorífico, estos plutócratas sociológicos se han multiplicado y diversificado en vistas a la creación y explotación de vetas urbanas, tribales y de nacionalidades creadas por imperativos del cobro. Más allá de los nuevos, y ya institucionalizados, ricos se reparte una variada y nutritiva sopa. No todos los sopistas gozan de privilegios materiales, pero sí de uno de gran valor: Sentirse superiores al resto, amedrentar, silenciar, imponerse, ser escuchado, adquirir categoría, no por la valía propia, sino por la proclamación belicosa de un puñado de consignas y el confortable sentimiento de irresponsabilidad victimista y gregaria.

Cuando, por mimetismo dual y reflejo de autodefensa, algunos se identifican como Derechas resultan singularmente patéticos, porque están entrando en el fango que pretenden combatir, en el juego del adversario, y extrapolan lo que no son sino términos aplicables cada vez al análisis de épocas y hechos específicos en el marco de Historia y Sociología. La multiplicación sistemática de su empleo, reiterada hasta la náusea por los medios de comunicación y la vieja calaña de los trepas, es simplemente falsa e intelectualmente de una peligrosa facilidad maniquea que le garantiza adeptos de mínimo común denominador reflexivo. Se presenta como clasificación intemporal del género humano y constituye, con su chantaje verbal, precisamente el arma del oponente tanto en los que la utilizan con sentido positivo como en los que se apoyan en uno de sus términos para combatir a la entelequia que englobaría el otro. Pero es un recurso extraordinariamente cómodo, integrado en el habla cotidiana con la misma rutina que las frases de despedida y saludo, y evoca en cada término, no actos y personajes concretos, sino formas de presentarse, de pertenecer a una imagen y un club, opuesta a lo existente en un caso, conservadora hasta la caricatura en otro, irracional e infantiloide en la exigencia del se me debe todo sin precio en aquéllos, neocarlista en éstos. Cada vez que se emplea Derechas, Izquierdas sin análisis, justificación ni contexto se está añadiendo un barrote más a la celda y engordando al próspero gremio de los herreros.

La indefensión tiene como uno de sus principales pilares el desconcierto, la imposibilidad de asir, expresar y transmitir lo que realmente se observa y a lo que los demás y uno mismo aspiran, y ello por falta de instrumentos verbales no contaminados por condena social de alto riesgo, por la animosidad instantánea que despierta el roce de un invisible campo minado. Ay del que denuncie a los iconos consagrados y a los países y sistemas en los que de ninguna forma se querría vivir pero a los que hay forzosamente que alabar o, al menos, aceptar tibiamente mientras se denigra por sistema el bloque Occidente-Estados Unidos-Libre Comercio. En España el guerracivilismo, sumado a las fuerzas anteriores, duplica las tropas contra los indefensos sin ética ni discurso que ponerse. Y estas tropas, desde luego, no sirven a un partido, aunque haya partidos que las han utilizado, con gran diferencia, más que otros. Sirven al envilecimiento clientelar del sistema, y lo hacen e hicieron apropiándose en primer lugar de aulas y escenarios, copando vastos espacios preferentes en el tiempo, atención y energía de los canales comunicativos, borrando la distinción entre entretenimiento instantáneo y sustancia informativa, manteniendo fijo el ángulo y el punto de mira a gusto del magma parásito diversificado y reservando para el resto el desdén, la descalificación preventiva y la sombra.

Es fácil el salto desde la sensación de indefensión y desconcierto a la seguridad prometedora de las diferenciaciones, a la gratificante plataforma que ofrecen nacionalismos y clanes sociales que deifican la marginalidad, tanto más cuanto que ofrecen y procuran muy materiales beneficios amén del marchamo de superioridad sobre el resto, el cual forzosamente se compondrá pues de individuos de segunda clase ajenos y probablemente enemigos del Pueblo, la región ascendida a Nación, la Clase, los Buenos y Superiores en fin.

Ancha es Castilla

Ancha es Castilla

Hasta las cárceles tienen fecha de caducidad. Naturalmente el chantaje Izquierdas (Bondad e impunidad por definición)/Derechas (Maldad impresentable) y su marca hispánica Progresistas (antifranquistas a título póstumo)/Reaccionarios (el resto) envejecía con las generaciones por mucho que el bombardeo de mensajes diario auditivo y visual fuera con mayoría abrumadora monocolor. Entonces se impuso un volantazo cuya concreción plástica merece tratamiento aparte.

04/24/16

5 c.-Educación para la indefensión (de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa).

Educación para  la indefensión

 

En un lugar donde se aprenda...

En un lugar donde se aprenda…

Véase indefensión por inanición. Ninguna falacia mayor que la pretensión de educar a los alumnos para la vida, es decir, privarles, en una edad crítica de gran plasticidad, de lo más esencial: Aquello que en apariencia para nada sirve, ninguna utilidad práctica inmediata tiene y que, precisamente por ello, es lo que posee mayor importancia. Se trata del pensamiento, el saber, el sabor inconfundible de la excelencia que puede alcanzar lo humano. Los territorios de altura alguna vez, pese a todo, avistados son eliminados prestamente por la amnesia inducida cuando no por la denigración en nombre del igualitarismo. Están vetados la energía y el tiempo que debieron dedicarse a la reflexión, a la conciencia de la dificultad y el esplendor del razonamiento y de lo abstracto, a la imprescindible humildad del reconocimiento en otros de la grandeza que es el único camino para desarrollar la propia. Se les ha robado la riqueza y autonomía que dan lo aprendido, las páginas de filosofía, ciencias naturales, lenguas vivas y lenguas clásicas que, con su espléndida estructura, claridad y contenido, siguen siendo la savia de la civilización a la que ellos pertenecen y a la que se ha sumado, comprensiblemente, buena parte del planeta. En verdad la consigna Aprender para la vida adquiere pleno fundamento en el caso de la vida de sus defensores, que la enuncian en beneficio propio y llevan viviendo cómodamente de ella y sus sucedáneos.

Posible ejemplo de la abominable opresión del proletariado medieval (el Duomo. Florencia)

Posible ejemplo de la abominable opresión del proletariado renacentista (el Duomo. Florencia)

La barbarie utilitaria, vestida de falso tecnicismo y no de la grandeza que la Ciencia posee, ha extendido la virulencia de su plaga por el mundo desarrollado, de Japón a Estados Unidos pasando por Europa, con desigual fortuna pero importantes daños. La consigna es erradicar las Humanidades, concentrar las horas de aprendizaje en lo que se presenta como de inmediata aplicación y aplicable uso, véase matemáticas, física experimental, lenguas, informática y poco más. Filosofía, arte, latín, griego, literatura, historia quedarían como el lujo complementario, el patrimonio de una clase privilegiada que emprendería el sendero vital con una mochila mucho mejor provista intelectualmente que el resto. Queda para la gran mayoría que tenía como seguro plato de resistencia la enseñanza pública la indefensión intelectual por inanición. Porque los clásicos no han sido a través de los siglos considerados como tales por mero azar, porque nadie podrá robar el haber visto el cántaro de “El aguador de Sevilla”, de Velázquez, el rostro del ángel de Leonardo, la figurilla tallada en mármol en el Egeo en la que ya están los ideales mediterráneos. Sin la humanidad inmensa de Cervantes, sin la reflexión sobre la verdad, el ser, la nada, la bondad, el mal, el bien y la belleza, sin la ingeniería perfecta del latín, sin los coloquios de Sócrates y de Platón y la grandeza de los héroes de la Ilíada, sin el tejido de ideales, imágenes y mitos que permea y nutre con su leche el espacio cognitivo universal y europeo mal pueden afrontarse cuestiones clave como el terrorismo, la eutanasia, la incomprensible perfección de la maldad del Holocausto, la guerra justa, el tipo de vida, el tipo de muerte, el vértigo cósmico, la solidaridad, el odio, la caridad, el desinterés, la legitimidad de la defensa del débil y la responsabilidad individual.

Se trata de un robo muy largo por parte de la cuadrilla de pedagogos y sociólogos que parasitan el sistema educativo, prometen fórmulas de rápido empleo futuro y venden barato barato a la opinión el reciclado de los alumnos en piezas del engranaje al que se les entregará, por un magro sueldo desprovistos de defensa cultural alguna y de la forma más antidemocrática que existe, puesto que se habrá privado a los de menos medios económicos de la única fuente auténtica de igualdad y ascenso social. Los ladrones se han enriquecido, a plena luz y con la mayor legalidad, al precio de esos miles de rehenes usados para la construcción de feudos neomedievales, alistados desde la infancia en las huestes de defensores de la resurrección e imposición de dialectos, excitados por las cotidianas raciones de odio, divertidos por las pequeñas guerras y enemigos puestos a su disposición y mucho más apetecibles que los videojuegos, indispensables en fin como garantes de empleos, publicaciones, ganancias y, a su tiempo, votos para los expertos en sustituir enseñanza por adiestramiento e implantar como asignatura troncal la mediocridad que es la base de su inexistente formación.

La belleza, pese a todo, existe (Arte egipcio. Museo de Berlín).

La belleza, pese a todo, existe (Arte egipcio. Museo de Berlín).

Amén de la secta de los malditos del comisariado pedagógico, que no pasa de ser mano de obra del jefe, los grandes obstáculos para restablecer una Educación de calidad son paradójicamente su impopularidad, el número de sus enemigos y el hecho de que no precise, excepto en el caso de la Formación Profesional, cuantiosas inversiones. Se lleva larguísimo tiempo vendiendo a las familias salas de espera hasta los dieciocho años desde donde sus hijos pasen luego a la jungla del paro. Se ha predicado a la opinión el mito del título gratis, de la exacta igualdad en dedicación y vocación; se les ha convencido de la necesidad primordial del pedagogo, que desbanca con sus dotes taumatúrgicas a los caducos profesores especialistas. Se ha impregnado a la sociedad con el timo de la revolución igualitaria en la probeta del aula –por supuesto, bajo la dictadura de los expertos- y con el de la mágica adaptación al mercado laboral y los nuevos tiempos que, al revés que ocurre en Pinocho, convertiría sin esfuerzo al perezoso retoño en estudiante aplicado y ejecutivo triunfador. Sin precio alguno, como si el ejercicio de los circuitos cerebrales, la memorización y la lectura fueran letales de necesidad. Excelente homenaje coral a George Orwell y luminoso futuro de mañanas que cantan la dependencia absoluta del banco de datos, el distribuidor informático y el empresario que controle pantalla e innovaciones. Olvido programado desde la historia de la Antigüedad al 11 M. Todo, por supuesto, de la mano de quien en universidad, colegios e institutos sustituye saber por pastoreo alternando la soberbia del creador del Hombre Nuevo frente a su auditorio y la sumisión del temeroso siervo frente a los clanes y poderes fácticos a las que los sucesivos Gobiernos nunca desde hace décadas se han atrevido a enfrentarse.

Acostumbrados a infantilizar a unos adolescentes a los que, por otra parte, se abruma con información sexual y gratificación instantánea, mal pueden aceptar unos adultos encantados con el aparcamiento indefinido y los cuidadores-padres vicarios de sus hijos que el andamiaje es nocivo y ficticio. Como lo es la pinza de control permanente sobre ellos a la que aspiran, formada por familia y profesor en régimen informativo de 24 horas. No por repetida es menos falsa la imagen del maestro casi misionero, con una vocación que raya en el sacerdocio, feliz ante la estremecedora perspectiva de un contacto y supervisión constante con los padres. Éstos y aquéllos tienen su territorio y nada más saludable que la distancia, la profesionalidad en la materia que se imparte, los contactos reglamentados según horarios de tutorías y el razonable respeto, también hacia el adolescente, que precisa de espacio lo suficientemente libre como para que asuma elecciones, fracasos, soledad e iniciativas.

La dulce droga de la irresponsabilidad tiene antídoto y cura. Empezando por sus ladrillos elementales. La ruina del sistema educativo puede invertirse de forma extraordinariamente simple, con un corpus general de materias fundamentales y una metodología basada en la transmisión de conocimientos, en el reconocimiento de la obvia jerarquía de éstos y en el de la básica importancia del esfuerzo, la valía y las dotes personales. El precio es la desaparición del confuso aparcamiento de niños y adolescentes que se llamó la Bolsa de Trabajadores de la Enseñanza, del todos haciendo de todo a golpe de consigna, clientelismo político-sindical y estulticia que ha venido siendo, fuente de ingresos y reino de la dictadura de la secta pedagógica[1]. La importancia y excelente nivel que tuvo en tiempos la Educación Pública, la realmente democrática, necesaria, degradada y atacada tanto por sus supuestos defensores como por los amigos de la privatización universal, es recuperable. Precisa de un cuerpo de docentes nombrados por medio de oposiciones estatales abiertas basadas en titulación y dominio de materias. Necesita profesionales cuya independencia se respete, especializados según niveles y edades del alumnado, con una clara distinción entre Básica, Media y Formación Profesional. Le son indispensables exámenes que demuestren el dominio de cada temario y permitan así el paso lógico de un ciclo a otro. No hay más salida que atenerse a criterios de calidad y sabiduría que son antagónicos de la maraña de intereses caciquiles que infecta aulas, libros de texto y universidades superfluas sembradas como hongos según capricho del jeque local. Debe subsanar con atención y financiación adecuadas una larga carencia: la falta de buenos centros gratuitos de Formación Profesional, que son instalaciones costosas a las que nunca se han dedicado los fondos que de urgencia requieren mientras se multiplican universidades inútiles. Ese rescate de la Enseñanza es incompatible con la barata demagogia de la oferta de una eterna y confusa guardería donde el pedagogo mezcla de psicólogo, animador, ingeniero de almas y canguro distribuya píldoras informativas según la zona autonómica, el tópico mediático o las preferencias del nanogobierno de turno.

Gran desolación, caso de llevarse a cabo este rescate, en las prietas filas de cuantos verán desaparecer la fuente de fáciles colocaciones de afiliados, simpatizantes y votantes cautivos; indignada protesta de los ardientes defensores del tótum revolútum, de los dinamiteros de los colegios profesionales, de los amantes de la prohibición –insólita pero real en España- del uso de la lengua española. Pero el amenazador ruido inicial se disolvería con mucha mayor rapidez de lo que se cree ante el contacto con el insobornable, aunque por décadas postergado, principio de realidad. Las armas amenazadoras de estas huestes nada famélicas son de chapa y plástico, los atrezzos nacionalistas de guardarropía, y no resistirán el aire exterior ni el caudal de libertad y de posibilidades que proporciona al individuo desde sus comienzos el verdadero alimento intelectual.

Imperio de la magia. Mali.

Imperio de la magia. Mali.

Al alcance de los deseosos de trabajos prácticos que, además del incansable grial del dominio del inglés, les proporcionen sustancia directa cognitiva y reflexiva están los recorridos por el ancho mundo; limitados por el tiempo y, más que en los medios económicos, por el precio de austeridad, riesgo y fatiga que se acepte pagar. Por ejemplo, África. Nada que ver con la realidad virtual, el buen salvaje y el videojuego. Descubrirá la fundamental importancia de recorrer cincuenta kilómetros sin que te roben, te violen o te maten. Tal vez tome otra dirección y deambule por la jungla de asfalto sin seguridad social solícita ni tres comidas garantizadas. O se halle impensadamente en el neolítico, reflexionando sobre los albores de la especie en la seca inmensidad australiana. Puede que, en un instructivo circuito por las zonas del Islam, no le quede más remedio que poner en duda las alianzas de civilizaciones cuando vea que en el siglo XXI millares de mujeres son

Tombuktú: Recuerdo de una joven sacrificada a los malos espíritus.

Tombuktú: Recuerdo de una joven sacrificada a los malos espíritus.

animales enjoyados que pasean la oscura cárcel ambulante que las cubre. Es probable que, en esta pedagogía desde la calle del barrio al resto del Globo, lea en los antiguos periódicos del museo de Hiroshima las declaraciones, previas a la bomba atómica, del Emperador negándose a la rendición y advirtiendo que eran preferibles cincuenta millones de muertos con honor, y es previsible que, al leerlo, sienta vacilar sus certidumbres y se asome a los abismos a los que se enfrentaron los hombres del siglo XX. En su recorrido irá trazando el retrato de sí mismo, de sus límites y de ese yo que sólo el desnudo contacto revela, averiguará los precios de lo que ya conoce. Llevaba en la mochila, tal vez de marca, dos viandas diferentes. Como una Alicia en el País de las Maravillas, el mordisco de una afirmará la maldad de la bestia humana; de la otra sus angélicos rasgos primigenios. Ninguna de ambas le valdrá como alimento en el oleaje continuo de las diferencias de los seres, pero muchas más manos le ayudarán que las que le hieran. Sabrá del mundo como pregunta, como exigencia. Y de su terrible belleza.

La democracia es etapas de lucidez, conocimiento y dignidad, y, sin recuperación de la herencia cultural y de los imperativos del saber, el mérito y el esfuerzo, su existencia es imposible. En un espacio nacional de igualdad de deberes y derechos no ha lugar el relativismo postmoderno, la interesada visión del mundo parcelado enemiga de los valores universales, amasada con oportunismo y cobardía y envuelta en diálogo y tolerancia. El individuo recupera la ética, los ideales y la facultad de juzgar, se alza sobre las tribus, desaparece el temor a emplear los justos términos, pierde el miedo a pensar sin censura y a verbalizar la evidencia, advierte la legitimidad, nada vergonzosa, del modesto sentido común, rechaza la ración extra de pienso que le ofrecía el jefe del clan más próximo. Ha aprendido. Sabe. Se sorprende al descubrir su sed, antes inconsciente y soterrada, de verdad, de bien, de belleza, observa que tales rasgos pertenecen a la generalidad de la especie, Y llegado a este punto no hay vuelta atrás.

 

[1] Véase La Secta Pedagógica, de Mercedes Ruiz Paz. UNISÓN EDICIONES.

04/24/16

4 c.-La Enseñanza como botín (de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»).

La Enseñanza como botín

 

¿Para qué Leonardo?-Leonardo da Vinci, fragmento de "La Virgen de las rocas".

¿Para qué Leonardo? (Leonardo Da Vinci, fragmento de «La Virgen de las rocas»).

Pocos atracos pueden compararse a la apropiación, como botín, del entero sistema de Enseñanza. Merece el honor de clasificarse entre los robos más grandes jamás contados. Prueba de ello es la virulencia con la que se defiende, por sus ocupantes, el dominio del coto. Se trata, además, de un robo al que difumina la aparente inocuidad del sujeto. La Educación es un tópico al que siempre se rinde pleitesía verbal, pero que jamás se considera del rango de los temas que ocupan la portada de los periódicos. Y sin embargo no ha habido golpe de Estado tan determinante como el educativo. Imagínese lo que representa disponer a entera discreción de las seis o más horas del horario lectivo de todos los alumnos, del parvulario a una universidad cada día más infantilizada por el bajo nivel con el que a ella se accede, multiplíquense las jornadas en las aulas por los días del curso, por el número de individuos matriculados y por cada uno de los locales destinados a este fin y rellénense esas seis o más horas con el contenido que plazca impartido por quien convenga según afinidades, dependencias y fidelidades.

Gasterópodos y gasterópodas: observa su inteligente mirada y coméntala con tus compañeros.

Gasterópodos y gasterópodas: observa su inteligente mirada y coméntala con tus compañeros.

Cuando se dispone de tal botín utilizable a efectos que nada tienen que ver con la transmisión de conocimientos y el desarrollo de la inteligencia, con barra libre para minimizar lo que fueron propiamente asignaturas y sustituirlas por populismos, nacionalismos, victimismo y consignas, entonces se tiene un poder mucho mayor y durable que el del dinero. Se dispone, y se ha dispuesto, como es el caso español, de miles de sujetos absolutamente vulnerables en los que verter desde la temprana infancia la completa ignorancia histórica, a los que privar de su herencia cultural inserta durante milenios en el área de Europa y en el devenir secular de su antiguo país. Se les priva del capital personal, del viático irreemplazable que es lo almacenado en la memoria, el único del que nadie podría despojarles, muy distinto a la información puntual y dispersa que irán hallando según necesidades del momento. Es una tropa a la que, en vistas al futuro y al presente mismo (no en vano se pretende hacer del niño sujeto político), se ha ejercitado en el abandono de la causalidad y la cronología y en la sumisión a los canales de datos y sucesos de los que dependerá su existencia entera, de forma que ellos no serán nada si el canal, de por sí en continuo cambio, les falla. Imposible y vetado que comprendan la riqueza de unos clásicos expulsados del espacio lectivo, que aprecien la guía señera de obras y personas de las que, como de las estrellas lejanas, sigue llegando su luz.

 

 

04/24/16

3 c. La estupidez sin esfuerzo (de «De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa»).

 

La estupidez sin esfuerzo

 

Al asalto del empleo público (Mayo de 2011.Acampada de Indignados en Madrid.

Al asalto del empleo público (Mayo de 2011. Acampada de Indignados en Madrid).

De la categoría a la anécdota: La ignorancia, vagancia y desánimo plañidero es la generosa cosecha de una vasta y pertinaz siembra, el fruto del filtro «a contrario» favoreciendo la mediocridad por decreto y la generalización de la ingeniería social basada en el victimismo, extraordinariamente rentable en tramos electorales de corto plazo y gran control de los canales comunicativos. Por ejemplo: No existe una maquiavélica conjura para lograr que los estudiantes nada sepan, que sean legión los jóvenes sin oficio ni beneficio que, cargados de títulos inútiles, se vean obligados a buscarse la vida en otros países. La aparentemente misteriosa razón por la que se han reducido, eliminado o minimizado en los programas de enseñanza de niños y adolescentes materias fundamentales como Ciencias Naturales, Lengua, Matemáticas, Filosofía, Geografía, Latín, Griego, Historia, la causa del mísero nivel actual, de la Primaria, donde se aprende a leer lo más tarde posible y el dictado está tan perseguido como los libros en Fahrenheit 451, y de la Universidad, que es un Parnaso del graffiti y un vertedero de envases del todo a cien, es de una sencillez meridiana: Había que repartir las horas lectivas y los puestos docentes entre aquéllos que llamarían los clásicos «de menos valer»,, una masa sin profesionalidad, formación ni solvencia académica, cuya fidelidad a la repetición de consignas es directamente proporcional a los beneficios, prestigio y empleos recibidos. La diferenciación entre fanerógamas y criptógamas o la traducción de La Guerra de las Galias no están al alcance de cualquiera, pero los afiliados y miembros de los dos sindicatos mantenidos oficialmente a peso de oro hallaron amplio acomodo lectivo en la desastrosa Ley educativa de 1990, la nunca bastante denigrada, y, en la práctica en su mayoría aún vigente por la cobardía de los pretendidos gobiernos de la oposición, la LOGSE. La parafernalia ideológica que la cubría esconde una verdad sencillísima: De no haber servido para anular a los cuerpos profesionales y a los profesionales mismos para, así, disponer de sus puestos y colocar en ellos a clientela sociopolítica, la LOGSE no hubiera existido jamás. Las preguntas de los temarios de oposiciones que versaban sobre conocimientos se vieron sustituidas por adhesiones memorísticas a las jaculatorias del ideario con el que la clase dueña del discurso ha vestido su programa básico de toma del Estado como fuente de beneficios, y ello siguiendo al pie de la letra la táctica de la multiplicación selectiva de lo peor y los peores como garantía de adhesiones multitudinarias. A menor coeficiente intelectual, profesional y moral, mayor y más entusiasta apoyo a convocatorias de reuniones, cargos de coordinación, comisiones de seguimiento, especialistas en enseñar a enseñar, en aprender a aprender, tutores de tutores, inspectores de equipos, supervisores de aplicación de los principios (de género, igualdad, valores, ecologismo, derechos de los animales, amor planetario, fraternidad sostenible, etc. etc.).

Gratuidad revolucionaria (Mayo de 2011. Acampada de indignados en Madrid.

Gratuidad revolucionaria (Mayo de 2011. Acampada de indignados en Madrid).

Es infinitamente más fácil repetir los mantras de rigor que estudiar y aprobar cursos académicos, publicar investigaciones de enjundia, superar en buena lid pruebas serias y transparentes, cumplir rentablemente en una empresa, trabajar ocho horas, arriesgarse en un negocio propio. Cuando esta ingeniería social se aplica en dictaduras convictas y confesas tenemos una Democracia Popular. Cuando funciona paralela al Estado que se supone parlamentario y lo hace de forma creciente y con claras aspiraciones a absorber la mayor parte de los recursos tenemos el caso español, en el que los iconos «Democracia», «Igualdad» y «Justicia» no pasan de ser caricaturas multitudinarias de sus referentes, significantes utilizados a modo de pancarta que han sido vaciados, durante décadas de aprovechamiento parásito, de su significado.

La maquinaría no se limita a la cooptación inversa, la de aquéllos de menos valía: Los fabrica. Y es profundamente antidemocrática porque se ensaña en los más débiles. Empeora, envilece, elimina los caminos de ascenso de cada persona a mejores categorías humanas, siembra, continuamente, con todo tipo de mensajes supra y subliminales, la aversión a la grandeza, la altura de miras y de pensamiento, a la jerarquía de valores, a los frutos del saber, a los términos mismos civilización y cultura. Esos peores que son su resultado y su más fiel y dependiente apoyo no son peores congénitos ni así marcados fatalmente por su origen socioeconómico. Se les ha privado, desde la escuela, de la conciencia de la mejora por el propio esfuerzo, se les ha arrebato su legítima herencia cultural, los conocimientos que les eran debidos, para encerrarlos en un reducto ovejuno y miserable, sin más horizonte que la vecindad, lo inmediato, la grey y el terruño; se les han quitado la filosofía y las lenguas clásicas, la amplitud de la geografía del mundo y la de su patria; les han arrebatado la literatura, el arte, la certidumbre de que, por el estudio y el trabajo, podían llegar lejos independientemente de sus orígenes y posibilidades económicas. Les han robado lo mejor de la Democracia, en su sentido real, universal, noble.

Junto con la libertad, la víctima a abatir en tal sistema es lógicamente el individuo con cuanto le protege y defiende. De ahí el desplazamiento, a todos los niveles, de la persona a la tribu, lo que equivale a la eliminación del lazo entre sujeto y objeto y, por ende, a la anulación de la responsabilidad en la propia vida. Los actos mismos no existen, como la realidad tampoco. Unos y otra pasan a ser manifestaciones transitorias y subjetivas de condiciones mudables según la conveniencia, favorables si así se obtiene beneficio y desfavorables e injustas si contravienen las consignas que caracterizan al clan. Cobijadas todas ellas bajo el paraguas ficticio de la doctrina del Mal Sistémico, fuente continua de injusticia y, por lo tanto, de legitimación. El llamado mundo de la cultura se vuelve una parodia de la libertad e inteligencia que la palabra cultura evoca. Nada que ver con riesgo, esfuerzo, amplitud, altura, sabiduría. Es sólo una reiterativa fábrica de tópicos duales destinada a empapar sin descanso a la masa social con la visión propia del mito rentable. Poco importa que sea creído, que resulte a todas luces incompatible con la Historia real, con la evidencia y con la lógica. Lo fundamental es que esa sociedad se perciba a sí misma embarcada en un movimiento que la transciende, una onda que recorre y explica presente, futuro y pasado y delimita, sin esfuerzo personal crítico alguno, los Benditos y los Malditos de un padre que es el padrino de los coordinadores de la distribución de papeles en la obra.

Sin subvenciones, sin apoyos, el otro mundo de la cultura bracea para respirar, crear y persistir. Hay jóvenes actores que se niegan a pertenecer a tribus, homosexuales que rechazan exhibirse con el grupo al que le pagan por serlo y resguardan su amor y su vida privada, hay intérpretes de vocación y de valía que aceptan, para comer, el enésimo papel secundario en el metraje alusivo a la Guerra Civil, hay músicos, pintores, poetas, guionistas que prefieren la sombra a la incondicional, secular y preceptiva adhesión a la corrección política, héroes anónimos de la cultura que sí merece el nombre, y el renombre.

Un expresivo cartel de la concentración-acampada de mayo de 2011 en Madrid pedía ¡Empleos públicos para todos!, otro No al exclavismo (sic) laboral seguido de Complot (sic; probablemente por boicot) a Mercadona. También, en el mejor estilo del 68, Lo queremos todo, y lo queremos ahora. Hay que reconocer que el gratis total es la madre de todas las leyes que conforman la Transición B, y que su originalidad es cero porque, bajo enunciados diversos, esas dos palabras resumen la oferta programática de numerosos líderes. Ahora bien, tal consigna, mediante el sabio uso del chantaje dual de quien lo niegue franquista, ha alcanzado en España, a fuer de cantidad en el empleo, una específica calidad. Desde niños, los futuros ciudadanos han sido convencidos de que se les debe todo, de que una oscura injusticia les ha privado de la seguridad, el bienestar, los artículos de consumo ofrecidos por la televisión y el sexo satisfactorio. Y ello de la cuna a la tumba. La ingesta de cantidades industriales de premisas, no sólo rigurosamente opuestas al principio de realidad sino perfectamente inviables, les ha infundido ante el primer asomo de exigencia de esfuerzo, indignación estéril, desahogo en forma de rabietas urbanas e impulsos de adhesión a las tribus parásitas y el pensamiento no ya débil sino paupérrimo. Han aceptado mansamente que se les adoctrine en la ignorancia histórica y geográfica, que estudien de los ríos tan sólo el tramo que pasa por su zona, que nada se deba al individuo y todo al medio. No han salido a la calle jamás durante décadas de adoctrinamiento descarado, no han denunciado nunca el robo de la herencia cultural del que han sido y son objeto, han aplaudido a los sátrapas del terruño porque les daban ocio, botellón y circo. Son los únicos en Europa que no tienen país, ni bandera, ni símbolos y referencias patrias,  porque se les ha acostumbrado desde la infancia a considerarlo vergonzoso, de manera que su vacío intelectual formativo interno se corresponde con el gran vacío externo de referencia, que se suplanta con mitos locales y euforias deportivas.

La gratuidad ha sido ubicua, para ellos y para sus padres. En todos los sentidos, de manera que ni siquiera había que comprometerse en opciones morales, en denuncias de la injusticia flagrante, de la violencia próxima, del asesinato y el robo impunes, de la reincidencia descarada. Porque estaba mal visto, porque ni siquiera se nombraba, porque lo cubría el velo de idearios de lucha nacionalista, penuria económica, determinismo psicológico. Lo propio era que, en pleno sistema democrático parlamentario, las víctimas de los grupos independentistas parecieran leprosas, culpables y debieran llorar en silencio su muerto y su pena. Lo natural ha sido, y es, que el crimen común gozara de impunidad o de lenidad en casos múltiples y que fuera normal tener que codearse con el liberado asesino de su familia, que se destruyeran con rapidez inaudita las pruebas del mayor atentado terrorista de Europa, que las leyes se aplicaran a capricho de las taifas y los tribunales estuviesen al servicio del partido que los nombra. En tal contexto, la anécdota educativa, de cuyos polvos vienen buena parte de estos lodos, el exigir estudio para pasar de un curso al otro, buenas notas para merecer becas, exámenes de control de conocimientos, abono de parte de las matrículas que la sociedad subvenciona, reparación de destrozos causados en las instalaciones públicas, oposiciones basadas en un temario compuesto por materias esenciales, esto es absurdo, y por ende  insultante.

A los jóvenes les han quitado mucho, pero el bloque parásito que ha hecho llover sobre ellos juguetes en forma de universidades inútiles, campus que son un vertedero, diplomas sin valor, cursos que ni se inauguran ni vale la pena que presida claustro de prestigio alguno, esa misma generosa fuente de barato barato y títulos todo a cien les ha ofrecido sin embargo un don inestimable: Les ha proporcionado un Enemigo, sempiterno, multiuso y económico puesto que no pide más esfuerzo que el del exorcismo esporádico.

Y ahí están, en pleno siglo XXI, utilizando, con ejemplar e inconsciente fidelidad al guión, «reaccionario», «franquista», «fascista», inermes ante la desesperanza de un horizonte frente al que bruscamente se encuentran y en el que la vida no es gratis, sino difícil. Son muchos años de guardería para pasar, directamente, a la jungla.

04/24/16

2 c.-Cómo fabricar transiciones (paga tribus y tendrás muchas), de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa».

 

 

Cómo fabricar transiciones:

Paga tribus y tendrás muchas.

 

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La República Española-Busto. Museo de Melilla

En la España de las postrimerías del franquismo, en los años setenta y principios de los ochenta, hubo un primer proceso admirable por su pacifismo. Pero a la Transición A, la genuina, basada en valores tan positivos como el general deseo de concordia y la búsqueda del bien común ciudadano enmarcado en instituciones estables, libres, democráticas y similares a las de los países desarrollados europeos, siguió con lamentable rapidez la Transición B, que se desarrolló a partir y en el cuerpo mismo de la anterior, aunque con miras opuestas. Se sustenta en la elaboración y capitalización del antifranquismo como mito legitimador, y esto a todos los niveles, grupos, comunidades, áreas, individuos, por medio de la definición a contrario, de manera que no existan hechos concretos, que nada ni nadie valga por sí, sino que reciba bienes, remuneración, reconocimiento social y blindaje legal con la simple invocación de oponerse a la pasada dictadura y mediante la amenaza de incluir, a efecto retroactivo, a los demás en ella. Estamos ante un proceso eminentemente económico, aunque la profusión de verbología ideológica pudiera hacerlo parecer lo contrario. Tras disposiciones, leyes, iniciativas, declaraciones empedradas de solidario, igualdad, poderosos, social hay a poco que se mire una finalidad previa, que consiste en favorecer a las diversas tribus que se han ido creando para que, a su vez, apoyen al creador que garantiza su sustento. Esto sólo podría haberse dado en el siglo XX y principios del XXI porque únicamente ahí, como apéndice enfermizo del Estado de Bienestar, se da el fenómeno de las utopías subvencionadas, del victimismo rentable y de un chantaje ético que alcanza dimensiones inusitadas cuando impregna los medios de comunicación y la sobreabundancia de mensajes elimina el espacio crítico. Este proceso, ocasional, sectorial en el resto de países, alcanza en España un grado cualitativo y cuantitativo sin parangón porque la máquina de fabricar tribus adictas no se enfrenta a oposición alguna. La sociedad está intimidada, condicionada y cebada por la imagen que se le ofrece de vencedora en una batalla póstuma contra el enemigo ancestral y siempre alerta. Y desde el extranjero resulta halagador asimismo apoyar a los que se presentan como vencedores tardíos de la triste y lejana contienda, cuyo vago perfil es simplemente el de la última romántica guerra de antaño.

 

04/24/16

CAPÍTULOS DE «DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN. Y VICEVERSA»

DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN. Y VICEVERSA

ÍNDICE

 

 

 

1-Transiciones.

 

2-Cómo fabricar transiciones (paga tribus y tendrás muchas).

 

3-La estupidez sin esfuerzo.

 

4-La Enseñanza como botín.

 

5-Educación para la indefensión.

 

6-Salir de la cárcel.

 

7-Totalitarismo light.

 

8-El nuevo arte de la guerra.

 

9-Del latín al bable.

 

10-La Era de la Marmota.

 

11-Historia de dos postguerras.

 

12-Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones.

 

13-Del Romanticismo y sus estragos.14-España parque temático.

 

14-La catarsis de la tomatina.

 

15-Variantes del Cui prodest?

 

16-El filtro inverso.

 

17-De transiciones y de muñecas rusas.

 

18-Del esperpento a la tragedia.

 

19-El Monumento al Olvido.

 

20-Galería.

 

21-El ciudadano de Piranesi.

 

22-La postmodernidad universal.

 

23-Hay vida ahí fuera.

 

24-Liberación.

 

25-Yihadismo y nueva dualidad.

 

26-El mundo “árabe” y su indefensión. Yihadistas honorarios.

 

27-En busca del individuo perdido.

 

28-Rescate.

 

29-Tiempo de ideas.

 

30-Tiempo de precios.

 

31-Transición final de trayecto.

 

32  -Un mundo de transiciones.

 

 

 

04/24/16

De la Transición a la Indefensión. Y Viceversa.-TEXTO COMPLETO-2016

 

 

En la fuente antigua de un pueblo de la meseta. El sueño de siempre.

En la fuente antigua de un pueblo de la meseta. El sueño de siempre.

 

  

 

 

 

 

 

 

   

DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN.

 Y VICEVERSA

 

 Mercedes Rosúa Delgado  

 

  

 

 

 

ÍNDICE

 

DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN.

 

Y VICEVERSA

 

 

 

1-Transiciones.

 

2-Cómo fabricar transiciones (paga tribus y tendrás muchas).

 

3-La estupidez sin esfuerzo.

 

4-La Enseñanza como botín.

 

5-Educación para la indefensión.

 

6-Salir de la cárcel.

 

7-Totalitarismo light.

 

8-El nuevo arte de la guerra.

 

9-Del latín al bable.

 

10-La Era de la Marmota.

 

11-Historia de dos postguerras.

 

12-Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones.

 

13-Del Romanticismo y sus estragos. -España parque temático.

 

14-La catarsis de la tomatina.

 

15-Variantes del Cui prodest?

 

16-El filtro inverso.

 

17-De transiciones y de muñecas rusas.

 

18-Del esperpento a la tragedia.

 

19-El Monumento al Olvido.

 

20-Galería.

 

21-El ciudadano de Piranesi.

 

22-La postmodernidad universal.

 

23-Hay vida ahí fuera.

 

24-Liberación.

 

25-Yihadismo y nueva dualidad.

 

26-El mundo “árabe” y su indefensión. Yihadistas honorarios.

 

27-En busca del individuo perdido.

 

28-Rescate.

 

29-Tiempo de ideas.

 

30-Tiempo de precios.

 

31-Transición: final de trayecto.

 

32-Un mundo de transiciones.

 

 

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Y ahora, ¿qué va a ser de nosotros sin bárbaros?

Esas gentes eran, al fin y al cabo, una solución.

 P. Cavafis: “Esperando a los bárbaros”

 

 

Transiciones

 

Dualidad: Bueno y Malo malísimo (Bulgaria, fresco)

Dualidad: Bueno y Malo malísimo (Bulgaria, fresco)

A la transición pacífica, desde un régimen dictatorial a otro realmente parlamentario elegido con todas las reglas del sufragio universal y las normas electorales, sucedió rápidamente en España la generación y mantenimiento de una estructura oportunista, incrustada en la deseable y genuina, de carácter esencialmente parásito, autolegitimada por la mitificación como el Mal absoluto del régimen anterior y sostenida por la publicidad cultural y mediática. Esto ha consistido, y en buena parte aún consiste, en crear tribus que cobran por el hecho de serlo y en favorecer la proliferación de clientelas basadas específicamente en la ausencia de mérito propio y en el monopolio de un poder que se basa en los privilegios de comisariado social, en la unificación de cultura y educación según los tipos de propaganda y en la difusión del temor al ostracismo y la represalia.

La diferenciación rentable, crear tribus y pagarlas por serlo ha sido, desde muy pronto, la argamasa más asiduamente utilizada por arquitectos y albañiles de un entramado pseudoestatal hispano que ha crecido abrazando y asfixiando el árbol original de la Constitución. Siempre bajo el paraguas de proclamas utópicas finalmente a cargo del tesoro público, la metodología se basa en generar, delimitar, favorecer y blindar a grupos a los que se hace beneficiarios y deudores de inmerecidas cuotas de privilegios. Es exactamente la antítesis del Estado de Derecho compuesto por individuos sólo iguales ante la Ley y los derechos cívicos, pero que deberán lo que cada uno obtenga a sus dotes, obras y merecimientos.

La fábrica de fidelidades recibe apoyo y procura seguridad durante un espacio de tiempo, que en España se extiende desde el comienzo de los años 80 del pasado siglo hasta la actualidad, mientras existan fondos para ello. Si la estructura de clanes creada ad hoc persiste y prospera durante décadas, es porque la censura, en buena parte interna y asumida, ha impedido, no ya la denuncia, sino ni siquiera la verbalización de lo que sucede. La implosión, cuando llega, simplemente va haciendo saltar las mallas del tejido. Se carece incluso de terminología para la descripción de un estado de cosas que la percepción omite o justifica.

Las tribus prestamente generadas por el alter ego parásito de la Transición española se han formado con elementos cuyo denominador común es la falta de valía que justifique el puesto, prestigio, dinero, preeminencia e inmunidad de los que gozan. Nunca se componen de individuos en un contexto de igualdad ciudadana, no se trata de personas diferenciadas ni de obras concretas sometidas directamente a observación. Pertenecen a la iglesia terrenal de la Clase, la etiqueta política, el Opresor o el Oprimido, el Privilegiado o el Rebelde. La tribu puede serlo por el lugar que habita, por mitologías etnológicas, por hablas locales, por la opción y el género sexuales, por la inferioridad profesional, intelectual, social entendidas como rasgo meritorio, por la marginalidad. De forma que, lejos de paliar deficiencias, favorecer el desarrollo y aspirar y hacer aspirar a mejoras, lo que se potencia es la selección inversa y la multiplicación de lo peor en todos los aspectos, la dictadura del miembro, anónimo e irresponsable, sobre el ciudadano y la mediocridad militante como norma. Ello ejercido según una táctica agresiva que actúa en defensa propia de la numerosa, y bien alimentada clientela. De ahí el apoyo, férreo, largo y tenaz, al sistema por parte de un vivero de población adicta que ha sido moldeada según el baremo de los mínimos comunes denominadores.

Los genéricos anulan el análisis, persecución y castigo real de actos concretos. Este individuo no  ha hecho tal cosa, no es persona ni jurídica ni de tipo alguno, no es responsable. Pertenece a un estrato gregario, semianimal, determinado por sexo, lugar, trabajo, usos, ingresos. Por ello nada más fácil, una vez creada esta conciencia de ganadería, que infundir en ella el odio a sus supuestos dueños, a cualquiera que, por cualquier concepto, resulta envidiable y sobrepasa al rebaño. La utilización de falso léxico es, en este caso, indispensable, las grandes palabras dignas de utilizarse con el mayor rigor o se desvirtúan o se vulgarizan de manera que pierdan todo sentido, terrorismo o genocidio pasan a ser cualquier cosa.

El parásito ha cubierto el árbol de tal manera que resulta difícil distinguir el tronco originario, las ramas que pugnan por abrirse paso hacia la copa, la tierra y las raíces mismas que, en su momento, le dieron base y existencia. Porque la Transición española no siempre fue la madeja de excrecencias sin más finalidad que la rapiña y el engorde. Y menos todavía la mutación taumatúrgica del viejo al nuevo sistema. Fue un proceso por el que circulaba la savia de la buena voluntad, de la amplitud de miras, cuyo marco era, no ya parejo, sino exactamente antagónico al horizonte tribal. El árbol incluía en su materia las semillas de voracidades y clanes, pero ni éstas fueron el componente principal ni el único. Las cubría y silenciaba un arranque general hacia arriba, un empuje de ilusión y de esperanza que contó sobre todo con el individuo y que fue sostenido por personas que, o dieron la talla, o engañaron a cuantos confiaron en que podían darla.

Décadas después, el desengaño ha sido proporcional al volumen de la ilusión invertida, al espejismo prometedor de mayor y segura dicha. Y el desengaño es tanto más letal cuanto que sus perfiles no son perceptibles, se difuminan en el vago panorama de generales, casi universales crisis. De forma que el enemigo siempre carece de rostro, de nombre, finalidades y orígenes. Es simplemente un avatar mudable según lo que reflejen las pantallas, y, por lo tanto, nada más fácil que someterse a las tribus cercanas, a la desaparición del país y de los principios y valores comunes, a la negación de las relaciones causa-efecto y a la vaciedad del término historia.

Son muy reales, sin embargo, los lotes y repartos, las gabelas aseguradas para el hoy y los tiempos venideros, las reservas y haberes diezmados hasta la extenuación. Con la grande, inmensa diferencia respecto a los normales casos, en otras naciones, de abusos, corrupción y rapiña de que en la España de la Transición dulce lo que ha crecido, más que hierbas parásitas, es un bosque paralelo sembrado desde su origen a efectos de expolio. Universidades, fundaciones, organizaciones, unidades políticas y administrativas, medios de comunicación, ministerios, cuerpos administrativos y judiciales, currículos de Enseñanza, leyes, aeropuertos se han ido creando ex ovo para cobrar de ellos y a través de ellos. La interminable polémica sobre las reformas educativas que ha producido ya en dos generaciones un bajísimo nivel se resume, tras el maquillaje del ideario, en la necesidad de quitar conocimientos para sustituirlos por consignas. Y esto con el fin inmediato de poder colocar, en lugar de a profesionales, a la fácil y agradecida clientela de comisariado, partido, sindicatos de nómina, votantes, colegas y simpatizantes. Sólo así se comprende el afán por eliminar de los programas de estudios, de las oposiciones y hasta de escuelitas de primaria y guarderías, el aprendizaje real, la jerarquía de importancia en los saberes, la posibilidad de que la inteligencia natural, el trabajo personal y el caudal de conocimientos  hallen el hueco social que se les debe.

El atraco perfecto al hispánico modo ha consistido, y consiste, en crear y adueñarse de vastos sectores públicos y/o subvencionados y en diseñar, acotar y fidelizar rebaños de diversos hierros; véanse minorías raciales, sexuales, sociológicas, que se constituyen en receptores naturales de indemnización por ancestrales agravios, ofensas al orgullo de género y traumas debidos al represivo rojo de los semáforos o al aprendizaje de la ortografía[1]. En el amplísimo club tienen cabida amantes del patín solar y de la bicicleta urbana, defensores del carril para jabalíes y de la reintroducción del oso madroñero, amigos del piojo verde (en peligro de extinción) y, hablantes del castrapo o de las formas dialectales catalano-árabes del área barcelonense. Paralelamente, se elimina a un ritmo cada vez más acelerado el respeto a la vida privada y derechos del ciudadano sin mayores distingos, de forma que se acorrale a éste en el reducto de una libertad vigilada bajo sospecha de incorrección sociopolítica. Nadie será hijo de sus obras. No hay personas. Las que vayan quedando sirven para pagar, callar y ofrecer periódicamente sacrificios a los dioses Solidaridad, Progresismo y Democracia.

 

 

 

Cómo fabricar transiciones:

Paga tribus y tendrás muchas

 

En la España de las postrimerías del franquismo, en los años setenta y principios de los ochenta, hubo un primer proceso admirable por su pacifismo. Pero a la Transición A, la genuina, basada en valores tan positivos como el general deseo de concordia y la búsqueda del bien común ciudadano enmarcado en instituciones estables, libres, democráticas y similares a las de los países desarrollados europeos, siguió con lamentable rapidez la Transición B, que se desarrolló a partir y en el cuerpo mismo de la anterior, aunque con miras opuestas. Se sustenta en la elaboración y capitalización del antifranquismo como mito legitimador, y esto a todos los niveles, grupos, comunidades, áreas, individuos, por medio de la definición a contrario, de manera que no existan hechos concretos, que nada ni nadie valga por sí, sino que reciba bienes, remuneración, reconocimiento social y blindaje legal con la simple invocación de oponerse a la pasada dictadura y mediante la amenaza de incluir, a efecto retroactivo, a los demás en ella. Estamos ante un proceso eminentemente económico, aunque la profusión de verbología ideológica pudiera hacerlo parecer lo contrario. Tras disposiciones, leyes, iniciativas, declaraciones empedradas de solidario, igualdad, poderosos, social hay a poco que se mire una finalidad previa, que consiste en favorecer a las diversas tribus que se han ido creando para que, a su vez, apoyen al creador que garantiza su sustento. Esto sólo podría haberse dado en el siglo XX y principios del XXI porque únicamente ahí, como apéndice enfermizo del Estado de Bienestar, se da el fenómeno de las utopías subvencionadas, del victimismo rentable y de un chantaje ético que alcanza dimensiones inusitadas cuando impregna los medios de comunicación y la sobreabundancia de mensajes elimina el espacio crítico. Este proceso, ocasional, sectorial en el resto de países, alcanza en España un grado cualitativo y cuantitativo sin parangón porque la máquina de fabricar tribus adictas no se enfrenta a oposición alguna. La sociedad está intimidada, condicionada y cebada por la imagen que se le ofrece de vencedora en una batalla póstuma contra el enemigo ancestral y siempre alerta. Y desde el extranjero resulta halagador asimismo apoyar a los que se presentan como vencedores tardíos de la triste y lejana contienda, cuyo vago perfil es simplemente el de la última romántica guerra de antaño.

 

 

 

 

 

La estupidez sin esfuerzo

 

De la categoría a la anécdota: La ignorancia, vagancia y desánimo plañidero es la generosa cosecha de una vasta y pertinaz siembra, el fruto del filtro a contrario favoreciendo la mediocridad por decreto y la generalización de la ingeniería social basada en el victimismo, extraordinariamente rentable en tramos electorales de corto plazo y gran control de los canales comunicativos. Por ejemplo: No existe una maquiavélica conjura para lograr que los estudiantes nada sepan, que sean legión los jóvenes sin oficio ni beneficio que, cargados de títulos inútiles, se vean obligados a buscarse la vida en otros países. La aparentemente misteriosa razón por la que se han reducido, eliminado o minimizado en los programas de enseñanza de niños y adolescentes materias fundamentales como Ciencias Naturales, Lengua, Matemáticas, Filosofía, Geografía, Latín, Griego, Historia, la causa del mísero nivel actual, de la Primaria, donde se aprende a leer lo más tarde posible y el dictado está tan perseguido como los libros en Fahrenheit 451, y de la Universidad, que es un Parnaso del graffiti y un vertedero de envases del todo a cien, es de una sencillez meridiana: Había que repartir las horas lectivas y los puestos docentes entre aquéllos que llamarían los clásicos de menos valer, una masa sin profesionalidad, formación ni solvencia académica, cuya fidelidad a la repetición de consignas es directamente proporcional a los beneficios, prestigio y empleos recibidos. La diferenciación entre fanerógamas y criptógamas o la traducción de La Guerra de las Galias no están al alcance de cualquiera, pero los afiliados y miembros de los dos sindicatos mantenidos oficialmente a peso de oro hallaron amplio acomodo lectivo en la desastrosa Ley educativa de 1990, la nunca bastante denigrada, y, en la práctica en su mayoría aún vigente por la cobardía de los pretendidos gobiernos de la oposición, la LOGSE. La parafernalia ideológica que la cubría esconde una verdad sencillísima: De no haber servido para anular a los cuerpos profesionales y a los profesionales mismos para, así, disponer de sus puestos y colocar en ellos a clientela sociopolítica, la LOGSE no hubiera existido jamás. Las preguntas de los temarios de oposiciones que versaban sobre conocimientos se vieron sustituidas por adhesiones memorísticas a las jaculatorias del ideario con el que la clase dueña del discurso ha vestido su programa básico de toma del Estado como fuente de beneficios, y ello siguiendo al pie de la letra la táctica de la multiplicación selectiva de lo peor y los peores como garantía de adhesiones multitudinarias. A menor coeficiente intelectual, profesional y moral, mayor y más entusiasta apoyo a convocatorias de reuniones, cargos de coordinación, comisiones de seguimiento, especialistas en enseñar a enseñar, en aprender a aprender, tutores de tutores, inspectores de equipos, supervisores de aplicación de los principios (de género, igualdad, valores, ecologismo, derechos de los animales, amor planetario, fraternidad sostenible, etc. etc.).

Es infinitamente más fácil repetir los mantras de rigor que estudiar y aprobar cursos académicos, publicar investigaciones de enjundia, superar en buena lid pruebas serias y transparentes, cumplir rentablemente en una empresa, trabajar ocho horas, arriesgarse en un negocio propio. Cuando esta ingeniería social se aplica en dictaduras convictas y confesas tenemos una Democracia Popular. Cuando funciona paralela al Estado que se supone parlamentario y lo hace de forma creciente y con claras aspiraciones a absorber la mayor parte de los recursos tenemos el caso español, en el que los iconos Democracia, Igualdad y Justicia no pasan de ser caricaturas multitudinarias de sus referentes, significantes utilizados a modo de pancarta que han sido vaciados, durante décadas de aprovechamiento parásito, de su significado.

La maquinaría no se limita a la cooptación inversa, la de aquéllos de menos valía: Los fabrica. Y es profundamente antidemocrática porque se ensaña en los más débiles. Empeora, envilece, elimina los caminos de ascenso de cada persona a mejores categorías humanas, siembra, continuamente, con todo tipo de mensajes supra y subliminales, la aversión a la grandeza, la altura de miras y de pensamiento, a la jerarquía de valores, a los frutos del saber, a los términos mismos civilización y cultura. Esos peores que son su resultado y su más fiel y dependiente apoyo no son peores congénitos ni así marcados fatalmente por su origen socioeconómico. Se les ha privado, desde la escuela, de la conciencia de la mejora por el propio esfuerzo, se les ha arrebato su legítima herencia cultural, los conocimientos que les eran debidos, para encerrarlos en un reducto ovejuno y miserable, sin más horizonte que la vecindad, lo inmediato, la grey y el terruño; se les han quitado la filosofía y las lenguas clásicas, la amplitud de la geografía del mundo y la de su patria; les han arrebatado la literatura, el arte, la certidumbre de que, por el estudio y el trabajo, podían llegar lejos independientemente de sus orígenes y posibilidades económicas. Les han robado lo mejor de la Democracia, en su sentido real, universal, noble.

Junto con la libertad, la víctima a abatir en tal sistema es lógicamente el individuo con cuanto le protege y defiende. De ahí el desplazamiento, a todos los niveles, de la persona a la tribu, lo que equivale a la eliminación del lazo entre sujeto y objeto y, por ende, a la anulación de la responsabilidad en la propia vida. Los actos mismos no existen, como la realidad tampoco. Unos y otra pasan a ser manifestaciones transitorias y subjetivas de condiciones mudables según la conveniencia, favorables si así se obtiene beneficio y desfavorables e injustas si contravienen las consignas que caracterizan al clan. Cobijadas todas ellas bajo el paraguas ficticio de la doctrina del Mal Sistémico, fuente continua de injusticia y, por lo tanto, de legitimación. El llamado mundo de la cultura se vuelve una parodia de la libertad e inteligencia que la palabra cultura evoca. Nada que ver con riesgo, esfuerzo, amplitud, altura, sabiduría. Es sólo una reiterativa fábrica de tópicos duales destinada a empapar sin descanso a la masa social con la visión propia del mito rentable. Poco importa que sea creído, que resulte a todas luces incompatible con la Historia real, con la evidencia y con la lógica. Lo fundamental es que esa sociedad se perciba a sí misma embarcada en un movimiento que la transciende, una onda que recorre y explica presente, futuro y pasado y delimita, sin esfuerzo personal crítico alguno, los Benditos y los Malditos de un padre que es el padrino de los coordinadores de la distribución de papeles en la obra.

Sin subvenciones, sin apoyos, el otro mundo de la cultura bracea para respirar, crear y persistir. Hay jóvenes actores que se niegan a pertenecer a tribus, homosexuales que rechazan exhibirse con el grupo al que le pagan por serlo y resguardan su amor y su vida privada, hay intérpretes de vocación y de valía que aceptan, para comer, el enésimo papel secundario en el metraje alusivo a la Guerra Civil, hay músicos, pintores, poetas, guionistas que prefieren la sombra a la incondicional, secular y preceptiva adhesión a la corrección política, héroes anónimos de la cultura que sí merece el nombre, y el renombre.

Un expresivo cartel de la concentración-acampada de mayo de 2011 en Madrid pedía ¡Empleos públicos para todos!, otro No al exclavismo (sic) laboral seguido de Complot (sic; probablemente por boicot) a Mercadona. También, en el mejor estilo del 68, Lo queremos todo, y lo queremos ahora. Hay que reconocer que el gratis total es la madre de todas las leyes que conforman la Transición B, y que su originalidad es cero porque, bajo enunciados diversos, esas dos palabras resumen la oferta programática de numerosos líderes. Ahora bien, tal consigna, mediante el sabio uso del chantaje dual de quien lo niegue franquista, ha alcanzado en España, a fuer de cantidad en el empleo, una específica calidad. Desde niños, los futuros ciudadanos han sido convencidos de que se les debe todo, de que una oscura injusticia les ha privado de la seguridad, el bienestar, los artículos de consumo ofrecidos por la televisión y el sexo satisfactorio. Y ello de la cuna a la tumba. La ingesta de cantidades industriales de premisas, no sólo rigurosamente opuestas al principio de realidad sino perfectamente inviables, les ha infundido ante el primer asomo de exigencia de esfuerzo, indignación estéril, desahogo en forma de rabietas urbanas e impulsos de adhesión a las tribus parásitas y el pensamiento no ya débil sino paupérrimo. Han aceptado mansamente que se les adoctrine en la ignorancia histórica y geográfica, que estudien de los ríos tan sólo el tramo que pasa por su zona, que nada se deba al individuo y todo al medio. No han salido a la calle jamás durante décadas de adoctrinamiento descarado, no han denunciado nunca el robo de la herencia cultural del que han sido y son objeto, han aplaudido a los sátrapas del terruño porque les daban ocio, botellón y circo. Son los únicos en Europa que no tienen país, ni bandera, ni símbolos y referencias patrias,  porque se les ha acostumbrado desde la infancia a considerarlo vergonzoso, de manera que su vacío intelectual formativo interno se corresponde con el gran vacío externo de referencia, que se suplanta con mitos locales y euforias deportivas.

La gratuidad ha sido ubicua, para ellos y para sus padres. En todos los sentidos, de manera que ni siquiera había que comprometerse en opciones morales, en denuncias de la injusticia flagrante, de la violencia próxima, del asesinato y el robo impunes, de la reincidencia descarada. Porque estaba mal visto, porque ni siquiera se nombraba, porque lo cubría el velo de idearios de lucha nacionalista, penuria económica, determinismo psicológico. Lo propio era que, en pleno sistema democrático parlamentario, las víctimas de los grupos independentistas parecieran leprosas, culpables y debieran llorar en silencio su muerto y su pena. Lo natural ha sido, y es, que el crimen común gozara de impunidad o de lenidad en casos múltiples y que fuera normal tener que codearse con el liberado asesino de su familia, que se destruyeran con rapidez inaudita las pruebas del mayor atentado terrorista de Europa, que las leyes se aplicaran a capricho de las taifas y los tribunales estuviesen al servicio del partido que los nombra. En tal contexto, la anécdota educativa, de cuyos polvos vienen buena parte de estos lodos, el exigir estudio para pasar de un curso al otro, buenas notas para merecer becas, exámenes de control de conocimientos, abono de parte de las matrículas que la sociedad subvenciona, reparación de destrozos causados en las instalaciones públicas, oposiciones basadas en un temario compuesto por materias esenciales, esto es absurdo, y por ende  insultante.

A los jóvenes les han quitado mucho, pero el bloque parásito que ha hecho llover sobre ellos juguetes en forma de universidades inútiles, campus que son un vertedero, diplomas sin valor, cursos que ni se inauguran ni vale la pena que presida claustro de prestigio alguno, esa misma generosa fuente de barato barato y títulos todo a cien les ha ofrecido sin embargo un don inestimable: Les ha proporcionado un Enemigo, sempiterno, multiuso y económico puesto que no pide más esfuerzo que el del exorcismo esporádico.

Y ahí están, en pleno siglo XXI, utilizando, con ejemplar e inconsciente fidelidad al guión, reaccionario, franquista, fascista, inermes ante la desesperanza de un horizonte frente al que bruscamente se encuentran y en el que la vida no es gratis, sino difícil. Son muchos años de guardería para pasar, directamente, a la jungla.

 

 

La Enseñanza como botín

 

Pocos atracos pueden compararse a la apropiación, como botín, del entero sistema de Enseñanza. Merece el honor de clasificarse entre los robos más grandes jamás contados. Prueba de ello es la virulencia con la que se defiende, por sus ocupantes, el dominio del coto. Se trata, además, de un robo al que difumina la aparente inocuidad del sujeto. La Educación es un tópico al que siempre se rinde pleitesía verbal, pero que jamás se considera del rango de los temas que ocupan la portada de los periódicos. Y sin embargo no ha habido golpe de Estado tan determinante como el educativo. Imagínese lo que representa disponer a entera discreción de las seis o más horas del horario lectivo de todos los alumnos, del parvulario a una universidad cada día más infantilizada por el bajo nivel con el que a ella se accede, multiplíquense las jornadas en las aulas por los días del curso, por el número de individuos matriculados y por cada uno de los locales destinados a este fin y rellénense esas seis o más horas con el contenido que plazca impartido por quien convenga según afinidades, dependencias y fidelidades. Cuando se dispone de tal botín utilizable a efectos que nada tienen que ver con la transmisión de conocimientos y el desarrollo de la inteligencia, con barra libre para minimizar lo que fueron propiamente asignaturas y sustituirlas por populismos, nacionalismos, victimismo y consignas, entonces se tiene un poder mucho mayor y durable que el del dinero. Se dispone, y se ha dispuesto, como es el caso español, de miles de sujetos absolutamente vulnerables en los que verter desde la temprana infancia la completa ignorancia histórica, a los que privar de su herencia cultural inserta durante milenios en el área de Europa y en el devenir secular de su antiguo país. Se les priva del capital personal, del viático irreemplazable que es lo almacenado en la memoria, el único del que nadie podría despojarles, muy distinto a la información puntual y dispersa que irán hallando según necesidades del momento. Es una tropa a la que, en vistas al futuro y al presente mismo (no en vano se pretende hacer del niño sujeto político), se ha ejercitado en el abandono de la causalidad y la cronología y en la sumisión a los canales de datos y sucesos de los que dependerá su existencia entera, de forma que ellos no serán nada si el canal, de por sí en continuo cambio, les falla. Imposible y vetado que comprendan la riqueza de unos clásicos expulsados del espacio lectivo, que aprecien la guía señera de obras y personas de las que, como de las estrellas lejanas, sigue llegando su luz.

 

 

Educación para  la indefensión

 

Véase indefensión por inanición. Ninguna falacia mayor que la pretensión de educar a los alumnos para la vida, es decir, privarles, en una edad crítica de gran plasticidad, de lo más esencial: Aquello que en apariencia para nada sirve, ninguna utilidad práctica inmediata tiene y que, precisamente por ello, es lo que posee mayor importancia. Se trata del pensamiento, el saber, el sabor inconfundible de la excelencia que puede alcanzar lo humano. Los territorios de altura alguna vez, pese a todo, avistados son eliminados prestamente por la amnesia inducida cuando no por la denigración en nombre del igualitarismo. Están vetados la energía y el tiempo que debieron dedicarse a la reflexión, a la conciencia de la dificultad y el esplendor del razonamiento y de lo abstracto, a la imprescindible humildad del reconocimiento en otros de la grandeza que es el único camino para desarrollar la propia. Se les ha robado la riqueza y autonomía que dan lo aprendido, las páginas de filosofía, ciencias naturales, lenguas vivas y lenguas clásicas que, con su espléndida estructura, claridad y contenido, siguen siendo la savia de la civilización a la que ellos pertenecen y a la que se ha sumado, comprensiblemente, buena parte del planeta. En verdad la consigna Aprender para la vida adquiere pleno fundamento en el caso de la vida de sus defensores, que la enuncian en beneficio propio y llevan viviendo cómodamente de ella y sus sucedáneos.

La barbarie utilitaria, vestida de falso tecnicismo y no de la grandeza que la Ciencia posee, ha extendido la virulencia de su plaga por el mundo desarrollado, de Japón a Estados Unidos pasando por Europa, con desigual fortuna pero importantes daños. La consigna es erradicar las Humanidades, concentrar las horas de aprendizaje en lo que se presenta como de inmediata aplicación y aplicable uso, véase matemáticas, física experimental, lenguas, informática y poco más. Filosofía, arte, latín, griego, literatura, historia quedarían como el lujo complementario, el patrimonio de una clase privilegiada que emprendería el sendero vital con una mochila mucho mejor provista intelectualmente que el resto. Queda para la gran mayoría que tenía como seguro plato de resistencia la enseñanza pública la indefensión intelectual por inanición. Porque los clásicos no han sido a través de los siglos considerados como tales por mero azar, porque nadie podrá robar el haber visto el cántaro de “El aguador de Sevilla”, de Velázquez, el rostro del ángel de Leonardo, la figurilla tallada en mármol en el Egeo en la que ya están los ideales mediterráneos. Sin la humanidad inmensa de Cervantes, sin la reflexión sobre la verdad, el ser, la nada, la bondad, el mal, el bien y la belleza, sin la ingeniería perfecta del latín, sin los coloquios de Sócrates y de Platón y la grandeza de los héroes de la Ilíada, sin el tejido de ideales, imágenes y mitos que permea y nutre con su leche el espacio cognitivo universal y europeo mal pueden afrontarse cuestiones clave como el terrorismo, la eutanasia, la incomprensible perfección de la maldad del Holocausto, la guerra justa, el tipo de vida, el tipo de muerte, el vértigo cósmico, la solidaridad, el odio, la caridad, el desinterés, la legitimidad de la defensa del débil y la responsabilidad individual.

Se trata de un robo muy largo por parte de la cuadrilla de pedagogos y sociólogos que parasitan el sistema educativo, prometen fórmulas de rápido empleo futuro y venden barato barato a la opinión el reciclado de los alumnos en piezas del engranaje al que se les entregará, por un magro sueldo desprovistos de defensa cultural alguna y de la forma más antidemocrática que existe, puesto que se habrá privado a los de menos medios económicos de la única fuente auténtica de igualdad y ascenso social. Los ladrones se han enriquecido, a plena luz y con la mayor legalidad, al precio de esos miles de rehenes usados para la construcción de feudos neomedievales, alistados desde la infancia en las huestes de defensores de la resurrección e imposición de dialectos, excitados por las cotidianas raciones de odio, divertidos por las pequeñas guerras y enemigos puestos a su disposición y mucho más apetecibles que los videojuegos, indispensables en fin como garantes de empleos, publicaciones, ganancias y, a su tiempo, votos para los expertos en sustituir enseñanza por adiestramiento e implantar como asignatura troncal la mediocridad que es la base de su inexistente formación.

Amén de la secta de los malditos del comisariado pedagógico, que no pasa de ser mano de obra del jefe, los grandes obstáculos para restablecer una Educación de calidad son paradójicamente su impopularidad, el número de sus enemigos y el hecho de que no precise, excepto en el caso de la Formación Profesional, cuantiosas inversiones. Se lleva larguísimo tiempo vendiendo a las familias salas de espera hasta los dieciocho años desde donde sus hijos pasen luego a la jungla del paro. Se ha predicado a la opinión el mito del título gratis, de la exacta igualdad en dedicación y vocación; se les ha convencido de la necesidad primordial del pedagogo, que desbanca con sus dotes taumatúrgicas a los caducos profesores especialistas. Se ha impregnado a la sociedad con el timo de la revolución igualitaria en la probeta del aula –por supuesto, bajo la dictadura de los expertos- y con el de la mágica adaptación al mercado laboral y los nuevos tiempos que, al revés que ocurre en Pinocho, convertiría sin esfuerzo al perezoso retoño en estudiante aplicado y ejecutivo triunfador. Sin precio alguno, como si el ejercicio de los circuitos cerebrales, la memorización y la lectura fueran letales de necesidad. Excelente homenaje coral a George Orwell y luminoso futuro de mañanas que cantan la dependencia absoluta del banco de datos, el distribuidor informático y el empresario que controle pantalla e innovaciones. Olvido programado desde la historia de la Antigüedad al 11 M. Todo, por supuesto, de la mano de quien en universidad, colegios e institutos sustituye saber por pastoreo alternando la soberbia del creador del Hombre Nuevo frente a su auditorio y la sumisión del temeroso siervo frente a los clanes y poderes fácticos a las que los sucesivos Gobiernos nunca desde hace décadas se han atrevido a enfrentarse.

Acostumbrados a infantilizar a unos adolescentes a los que, por otra parte, se abruma con información sexual y gratificación instantánea, mal pueden aceptar unos adultos encantados con el aparcamiento indefinido y los cuidadores-padres vicarios de sus hijos que el andamiaje es nocivo y ficticio. Como lo es la pinza de control permanente sobre ellos a la que aspiran, formada por familia y profesor en régimen informativo de 24 horas. No por repetida es menos falsa la imagen del maestro casi misionero, con una vocación que raya en el sacerdocio, feliz ante la estremecedora perspectiva de un contacto y supervisión constante con los padres. Éstos y aquéllos tienen su territorio y nada más saludable que la distancia, la profesionalidad en la materia que se imparte, los contactos reglamentados según horarios de tutorías y el razonable respeto, también hacia el adolescente, que precisa de espacio lo suficientemente libre como para que asuma elecciones, fracasos, soledad e iniciativas.

La dulce droga de la irresponsabilidad tiene antídoto y cura. Empezando por sus ladrillos elementales. La ruina del sistema educativo puede invertirse de forma extraordinariamente simple, con un corpus general de materias fundamentales y una metodología basada en la transmisión de conocimientos, en el reconocimiento de la obvia jerarquía de éstos y en el de la básica importancia del esfuerzo, la valía y las dotes personales. El precio es la desaparición del confuso aparcamiento de niños y adolescentes que se llamó la Bolsa de Trabajadores de la Enseñanza, del todos haciendo de todo a golpe de consigna, clientelismo político-sindical y estulticia que ha venido siendo, fuente de ingresos y reino de la dictadura de la secta pedagógica[2]. La importancia y excelente nivel que tuvo en tiempos la Educación Pública, la realmente democrática, necesaria, degradada y atacada tanto por sus supuestos defensores como por los amigos de la privatización universal, es recuperable. Precisa de un cuerpo de docentes nombrados por medio de oposiciones estatales abiertas basadas en titulación y dominio de materias. Necesita profesionales cuya independencia se respete, especializados según niveles y edades del alumnado, con una clara distinción entre Básica, Media y Formación Profesional. Le son indispensables exámenes que demuestren el dominio de cada temario y permitan así el paso lógico de un ciclo a otro. No hay más salida que atenerse a criterios de calidad y sabiduría que son antagónicos de la maraña de intereses caciquiles que infecta aulas, libros de texto y universidades superfluas sembradas como hongos según capricho del jeque local. Debe subsanar con atención y financiación adecuadas una larga carencia: la falta de buenos centros gratuitos de Formación Profesional, que son instalaciones costosas a las que nunca se han dedicado los fondos que de urgencia requieren mientras se multiplican universidades inútiles. Ese rescate de la Enseñanza es incompatible con la barata demagogia de la oferta de una eterna y confusa guardería donde el pedagogo mezcla de psicólogo, animador, ingeniero de almas y canguro distribuya píldoras informativas según la zona autonómica, el tópico mediático o las preferencias del nanogobierno de turno.

Gran desolación, caso de llevarse a cabo este rescate, en las prietas filas de cuantos verán desaparecer la fuente de fáciles colocaciones de afiliados, simpatizantes y votantes cautivos; indignada protesta de los ardientes defensores del tótum revolútum, de los dinamiteros de los colegios profesionales, de los amantes de la prohibición –insólita pero real en España- del uso de la lengua española. Pero el amenazador ruido inicial se disolvería con mucha mayor rapidez de lo que se cree ante el contacto con el insobornable, aunque por décadas postergado, principio de realidad. Las armas amenazadoras de estas huestes nada famélicas son de chapa y plástico, los atrezzos nacionalistas de guardarropía, y no resistirán el aire exterior ni el caudal de libertad y de posibilidades que proporciona al individuo desde sus comienzos el verdadero alimento intelectual.

Al alcance de los deseosos de trabajos prácticos que, además del incansable grial del dominio del inglés, les proporcionen sustancia directa cognitiva y reflexiva están los recorridos por el ancho mundo; limitados por el tiempo y, más que en los medios económicos, por el precio de austeridad, riesgo y fatiga que se acepte pagar. Por ejemplo, África. Nada que ver con la realidad virtual, el buen salvaje y el videojuego. Descubrirá la fundamental importancia de recorrer cincuenta kilómetros sin que te roben, te violen o te maten. Tal vez tome otra dirección y deambule por la jungla de asfalto sin seguridad social solícita ni tres comidas garantizadas. O se halle impensadamente en el neolítico, reflexionando sobre los albores de la especie en la seca inmensidad australiana. Puede que, en un instructivo circuito por las zonas del Islam, no le quede más remedio que poner en duda las alianzas de civilizaciones cuando vea que en el siglo XXI millares de mujeres son animales enjoyados que pasean la oscura cárcel ambulante que las cubre. Es probable que, en esta pedagogía desde la calle del barrio al resto del Globo, lea en los antiguos periódicos del museo de Hiroshima las declaraciones, previas a la bomba atómica, del Emperador negándose a la rendición y advirtiendo que eran preferibles cincuenta millones de muertos con honor, y es previsible que, al leerlo, sienta vacilar sus certidumbres y se asome a los abismos a los que se enfrentaron los hombres del siglo XX. En su recorrido irá trazando el retrato de sí mismo, de sus límites y de ese yo que sólo el desnudo contacto revela, averiguará los precios de lo que ya conoce. Llevaba en la mochila, tal vez de marca, dos viandas diferentes. Como una Alicia en el País de las Maravillas, el mordisco de una afirmará la maldad de la bestia humana; de la otra sus angélicos rasgos primigenios. Ninguna de ambas le valdrá como alimento en el oleaje continuo de las diferencias de los seres, pero muchas más manos le ayudarán que las que le hieran. Sabrá del mundo como pregunta, como exigencia. Y de su terrible belleza.

La democracia es etapas de lucidez, conocimiento y dignidad, y, sin recuperación de la herencia cultural y de los imperativos del saber, el mérito y el esfuerzo, su existencia es imposible. En un espacio nacional de igualdad de deberes y derechos no ha lugar el relativismo postmoderno, la interesada visión del mundo parcelado enemiga de los valores universales, amasada con oportunismo y cobardía y envuelta en diálogo y tolerancia. El individuo recupera la ética, los ideales y la facultad de juzgar, se alza sobre las tribus, desaparece el temor a emplear los justos términos, pierde el miedo a pensar sin censura y a verbalizar la evidencia, advierte la legitimidad, nada vergonzosa, del modesto sentido común, rechaza la ración extra de pienso que le ofrecía el jefe del clan más próximo. Ha aprendido. Sabe. Se sorprende al descubrir su sed, antes inconsciente y soterrada, de verdad, de bien, de belleza, observa que tales rasgos pertenecen a la generalidad de la especie, Y llegado a este punto no hay vuelta atrás.

 

 

 

Salir de la cárcel (para salir de la cárcel hay que verla primero)

 

La cárcel, en la que aún se vive, ha durado demasiado tiempo. Ya, como el exoesqueleto de los artrópodos, no resulta cómoda y oprime por todos sitios al cuerpo social. Además comienza a escasear el rancho. Las premisas que, como las dos grandes puertas del Juicio Final, marcaban camino y categoría a justos y a réprobos, simplemente no eran ciertas, nunca lo fueron. Pero de ellas se amamantaron ideólogos y activistas, a ellas recurrieron como eje bipolar inalterable en el XIX, y de ellas lleva viviendo una especie improductiva multiforme durante el XX y lo que va del XXI. Para gran ruina de cuantos producen bienes reales, ejecutan servicios necesarios y son individuos con valor personal propio, y para estancamiento y miseria de los que sí precisan de atención, solidaridad y servicios públicos. Porque el espacio de éstos ha sido ocupado por los que viven de chupar su sustancia y se justifican apelando a la defensa de esos principios. Conviene subrayar que la parásita oficializada es especie zoológicamente nueva, puesto que aparece con el Estado de Bienestar durante la segunda mitad del siglo XX y actúa como tumor inseparable de aquél, al que obliga, por medio del chantaje ético y populista, a alimentarla de forma no sólo gratuita sino altamente onerosa.

Nunca existió, aplicada a los humanos, una dualidad transcendente, permanente y en la práctica indiscutible definida según los términos inalterables y antagónicos Clase Social Buena/Clase Social Mala, Izquierdas/Derechas, Progresistas/Reaccionarios. Existen, en cualquier momento, tiempo y lugar, actos y personas concretos, hechos, responsables, culpables, actores de la diminuta, fugaz y gran historia, esa historia que avanza, progresa, mejora o retrocede según el mosaico y el impulso de las iniciativas. La masa parasitaria se ha colocado entre la consciencia del sujeto y la evidencia, ha construido un muro, opaco y denso, entre la capacidad de percepción y raciocinio y la desnudez de los actos, y se ha quedado con la llave de la puerta. Nadie, excepto los beneficiarios de esta enorme y duradera ficción, podría, según esto, opinar, descifrar el caos de seres y de sucesos del mundo inmediato y del orbe exterior. Su visión dispone que, en su dimensión temporal, el orbe, humanos incluidos, se mueve por una planificada fuerza externa, un supremo relato regido por las fuerzas de la Historia o de la Naturaleza, que es descifrado en clave maniquea por el partido, la secta, el clero laico muy de este mundo. En la dimensión espacial del presente el orbe se convierte en una sólida cuadrícula impermeabilizada respecto al análisis crítico por el dogma de la respetabilísima igualdad de culturas. Al vetarse los juicios de valor, la jerarquía de calidad y las ideas, se veta asimismo la acción. Falto de la médula del pensamiento, el individuo se ve encadenado por el miedo al extrañamiento social y cubierto por la tibieza acolchada de la molicie y por la parálisis que produce la ausencia de visión alternativa.

Se vive hoy el final de la creencia en el sentido de la Historia, y esto produce una inmensa sensación de vértigo, semejante a la del descubrimiento de que la Tierra, lejos de ser el centro del Universo, es un planeta más que gira en el inabarcable y negro espacio del cosmos. Ante esto, la reacción puede ser furiosa, aldeana, introvertida, ansiosa de marcos de referencia familiares, asequibles, de puntos de partida y de llegada, de algo tan tentador como la explicación global, predigerida a los conflictos de cada día, un esquema tan polivalente como la navaja suiza, tan binario como la base informática: la máquina expendedora de etiquetas del Bien y del Mal. Sin la menor consideración por los hechos, por la tenacidad de las realidades, minúsculo ejemplo entre millares, en la segunda década del siglo XXI los jóvenes españoles se manifiestan y llaman a la huelga contra los que añoran el sistema educativo franquista. No tienen de éste la menor idea, y se sorprenderían si supieran que, académicamente hablando, producía individuos mucho mejor preparados que los planes de estudio posteriores y que no ha sido su extensión gratuita obligatoria lo que lo ha conducido a sus actuales niveles ínfimos, sino el espurio clientelismo de los diseñadores de la Enseñanza como su coto patrimonial.

Como utensilio canalla en el caso de sus beneficiarios o como reacción defensiva en sus pocos críticos, la falsedad bipolar ha sido útil forja de expolio y servidumbre de los tiempos modernos. En lugar de limitarse a su dominio propio, el de la Sociología y la Historia, ha generalizado el uso de sus barrotes de forma que encuadraran a la población entera, que se derramasen como la lluvia fina, mezclados con los más diversos materiales, durante las horas, los días y los años. Nadie debía estar a salvo de su clasificación, de su distribución ética del espacio, y en quienes la controlan y otorgan está la clave de ese poder que sólo se mide por la cantidad de los que medran a su sombra y por el número de los que han sido privados de lo que por obras y por dotes merecían. Incansablemente, porque viven de ello y sin ello no serían nada, repiten los miembros del club invisible los mantras izquierdas derecha como quien orina para marcar su territorio. Y, en un patético reflejo, caen de hoz y coz en la misma trampa los que deberían precisamente reivindicar la urgente necesidad de denunciar su empleo, aquéllos a los que la premura del ejercicio inmediato de crítica y brillantez acaba imposibilitando para el análisis simple y sucesivo de los actos.

En lugar alguno esto ha sido tan patente, y tan letal, como en España. En ella lleva viviendo de la fantasmagoría de los eternos dos bandos, de la ancestral guerra contra el Mal perdida por un Bien del que se reclaman únicos y legítimos representantes, una cantidad de parásitos que en otras latitudes no tiene parangón. Se fabricó y prolongó durante décadas, y con intención de permanencia, una guerra civil mítica, y se hizo basándose en elementos, seleccionados según necesidades del guión, procedentes de la cantera de la Guerra Civil pasada, los cuales eran coloreados y difundidos, de manera que planease en todo momento la amenaza de ser clasificado como simpatizante del bando maligno. Durante cuarenta años el ejercicio del mito legitimador ha servido para extraer substancia de cada tejido y órgano vivo y para bloquear a gente valiosa, que huye del país, falta de salidas y, sobre todo, de esperanza. Los nichos ecológicos del Estado paralelo son el reino de extraños y negativos dobles que han creado, modificado y nombrado cada empresa y organismo en función de que sirviera a sus adeptos, que han inundado las instituciones de sindicalistas pagados por el Gobierno, de maestros a los que no se exige el saber ni la transmisión de conocimientos sino el de consignas y órdenes tribales, de servicios supeditados a los nuevos caciques, de entidades bancarias y jurídicas a las órdenes del político que las coloca y nombra y a las que, por lo tanto, lo último que les pide es calidad ética y profesional, de cultura sometida a las exigencias del imprescindible guión maniqueo y al rosario de tópicos de obligado cumplimiento.

Por supuesto, el tipo de religión dual laica lleva existiendo largo tiempo, sus estragos carecen de fronteras y son más o menos graves en función de la menor o mayor salud, vitalidad y nivel de libertades individuales del tejido cívico. Pero en España se ha dado con particular virulencia por la rápida formación, con intención de perdurar, de un tumor decidido a vivir de los recursos procurados por otros y hacerlo en nombre de un mérito y legitimidad que vendrían de una lucha que no se dio, de unos riesgos que jamás se corrieron y de una superioridad intelectual, ética, profesional o simplemente humana inexistente. Todo ello bañado en el predominio agresivo en los medios de comunicación, enseñanza y cultura y en la actitud violenta hacia cualquiera que amenace a los habitantes de un coloso con pies de barro, sí, pero con garganta y estómago en los que ha desaparecido el patrimonio nacional. El recurso al perverso dictador, tan providencial para los beneficiarios del progresismo de nómina, ha permitido vivir a lo más y los más mediocres del chantaje, una vez se aseguraron el monopolio de las temibles etiquetas fascista, franquista, derecha, facha, reaccionario. El caso no sería tan grave si se hubiera limitado a la voracidad de un desmesurado organismo parásito, pero éste, al pretender perdurar y justificarse, ha llevado y lleva a cabo de forma implacable una trilla inversa, en la que se procura eliminar cualquier obra con visos de calidad, a los independientes con valor, tesón, inteligencia, inventiva, las asignaturas que implican rigor y conocimientos reales, las obras de arte basadas en la percepción inequívoca de la belleza. Los términos de igualdad y democracia se han rebajado a su acepción más peligrosa y mezquina. El bloque del mínimo común denominador simplemente los utiliza como ariete para derrumbar cuanto y cuantos valen más que él. Por eso es tan importante para este totalitarismo parcelario el control de educación, comunicación y cultura.

Al saqueo de lo que otros habían producido se une la dinámica imparable, excepto por el agotamiento final del combustible económico, de creación de entidades, cargos, organismos no por éstos en sí sino para colocar a vasallos en ellos. Así el fenómeno, que no se da en sitio alguno de Europa, de los aeropuertos, complejos deportivos, centros culturales, sedes monumentales, gigantescos teatros, megalomanías urbanas y rurales de distinto pelaje y el corolario de equipos, secretariados, direcciones, subdirecciones, campos de energías alternativas, escuelas en las que no se enseñan asignaturas de base ni la lengua española, facultades reducidas a centros de botellón y vertedero, universidades sin universitarios ni diplomas que tengan valor alguno. Éstos no son, ni mucho menos, errores ni iniciativas fallidas. Su finalidad previa fue crear ecosistemas para albergar clientelas. Todo ello no es solamente inútil y ruinoso, sino absurdo excepto por la lógica de la simple rapacidad, estulticia y falta de escrúpulos de ese asombro del orbe que sería, en discurso de los clásicos, la clase dominante surgida del chantaje postfranquista, de la medrosidad de los que deberían haberse opuesto y del desconcierto de una población oportunamente amordazada por el maniqueísmo preceptivo y enjaulada por la red carcelaria de las taifas.

El panorama no por cansino y reiterativo es insoluble. De hecho, la reiteración da ligeramente la medida de la normativa verbal y bienpensante en la que se ha venido estando inmersos. Sin embargo la situación es susceptible de cambiar, lo está haciendo a cada momento, y puede dar un giro drástico hacia la libertad y la altura intelectual si un número apreciable de ciudadanos se sitúa al otro lado de las rejas transparentes del largo condicionamiento verbal. La realidad del régimen parásito no implica nueva dualidad, estigma de clase ni determinismo histórico. El campo opuesto es variado, mutable, y, de cesar la dinámica de selección negativa, podrían aflorar valores genuinos en los mismos que se han sometido mansamente a la seguridad del pienso. Tampoco la conciencia de la situación debería dar lugar a una decantación de resentidos que se juzgan, con o sin razones objetivas, privados del reconocimiento y de los bienes que hubiesen debido corresponderles. La valoración por hechos reales y probada valía sigue siendo la medida real, independiente de lo que cada cual juzgue que es, fue o pudo ser.

El resumen sería: A partir de los años 80 lo que fue euforia del cambio de una dictadura a un sistema moderno de democracia parlamentaria se transformó, interiormente, en un proceso de creación y consolidación de grupos de interés centrados en la disposición y reparto del erario nacional. Exteriormente se complementó, de forma necesaria, con la elaboración y difusión de una imagen, absolutamente ficticia, que legitimaba las fachadas visibles de beneficiarios de esa retícula, les proporcionaba una mitología de representantes de la lucha contra el Mal (encarnado en los vencedores de la Guerra Civil terminada hacía décadas y en el dictador muerto de vejez sin que hubiera habido asomo de rebeliones populares) y se embarcaba al país en una esquizofrenia de eterna epopeya Pobres contra Ricos, Socialistas contra Burgueses que nada tenía que ver con las aspiraciones, actividades y vidas reales de la población. No todos los que participaron en aquella ilusionada Transición apoyaban ese proceso, que naturalmente coexistía con gente honesta, pero éstos fueron marginados y silenciados bajo amenaza de denuncia profranquista. La España previa a la Transición no era una nación totalitaria (aunque partidos que se decían defensores de la libertad apoyaron con entusiasmo regímenes totalitarios, dictaduras de la peor especie siempre y cuando tuvieran el marchamo comunista). La sociedad civil, sustentada en una amplia y moderna clase media que ya había cuajado antes del paso al sistema democrático, se acostumbró a vivir en una realidad doble: la verbal de los que reivindicaban como herencia su superioridad (con aspiraciones a la eliminación de otras realidades) de representantes del Bien y la complejidad de una nación moderna, con su libre mercado y diversidad de ocupaciones y dotes individuales.

Naturalmente el botín directo de los grupos de interés era, y es, el sector público, la administración del Estado. Ninguna corrupción ni robo puede comparársele. El más rentable de los latrocinios es el legal, consistente en autoadjudicarse beneficios de todo tipo, acapararlos en el presente, blindarlos respecto al futuro, dictar normas y distribuir obras según cohecho, y, en esa superior escala que ha constituido el rasgo distintivo del régimen español, trocear y clonar las fuentes de ingresos y fabricar ex nihilo una red social y geográfica de tribus pagadas por serlo, las cuales se transforman rápidamente en entusiastas defensoras del sistema parasitario. En él medraron y proliferaron hablantes de cualquier dialecto o lengua distinta de la oficial del país, nacionalistas de terruño, reivindicadores de agravios ancestrales diversos, asociaciones para la compensación de injurias históricas, victimismos variados y, en fin, clanes de reproducción asistida siempre caracterizados por el común denominador de la anulación del individuo y sus dotes y calidad en pro e interés de la grey, el nacimiento, el sexo, la ascendencia, la clase, la etnia, el clan. La laboriosa desmantelación de un edificio nacional realmente democrático de ciudadanos iguales ante la Ley tenía como necesario corolario la cooptación inversa, la promoción de lo peor y los peores, clientela ideal que defenderá con uñas y dientes a los que la mantienen y nombran.

En términos prácticos, la dualidad Buenos/Malos se reduce a parásitos activos y pasivos por una parte y por otra al amplísimo resto hijos de sus obras, variopintos, en su mayoría anónimos, desconcertados por la continua ducha de chantaje verbal en abierta oposición con la vida libre y confortable a la que aspiran y que contemplan y a los sucesivos cambios a lo largo de la existencia. Ellos son el ganado útil del bloque preceptivamente bueno al que, como a la abeja reina, deben alimentar en razón de su rango jerárquico. El Club de Utopías Subvencionadas se distingue del de la colmena en estar constituido por zánganos que anulan con el zumbido de las delicias comunitarias cualesquiera otros sonidos. La dualidad no es tal, en absoluto se trata de Partido de Izquierdas versus Partido de Derechas. El Bloque Beneficiario es en extremo amplio, jerarquizado y capilar. Señorea por supuesto su ápice una masa de nuevos ricos adosados a la Transición que llevan décadas distribuyendo carnets de identidad ideológica que, cual cupones de racionamiento, son indispensables para la adquisición de porciones de prosperidad y relevancia social. Al irse agotando, por imperativo biológico, la mina Izquierdas y antifranquismo honorífico, estos plutócratas sociológicos se han multiplicado y diversificado en vistas a la creación y explotación de vetas urbanas, tribales y de nacionalidades creadas por imperativos del cobro. Más allá de los nuevos, y ya institucionalizados, ricos se reparte una variada y nutritiva sopa. No todos los sopistas gozan de privilegios materiales, pero sí de uno de gran valor: Sentirse superiores al resto, amedrentar, silenciar, imponerse, ser escuchado, adquirir categoría, no por la valía propia, sino por la proclamación belicosa de un puñado de consignas y el confortable sentimiento de irresponsabilidad victimista y gregaria.

Cuando, por mimetismo dual y reflejo de autodefensa, algunos se identifican como Derechas resultan singularmente patéticos, porque están entrando en el fango que pretenden combatir, en el juego del adversario, y extrapolan lo que no son sino términos aplicables cada vez al análisis de épocas y hechos específicos en el marco de Historia y Sociología. La multiplicación sistemática de su empleo, reiterada hasta la náusea por los medios de comunicación y la vieja calaña de los trepas, es simplemente falsa e intelectualmente de una peligrosa facilidad maniquea que le garantiza adeptos de mínimo común denominador reflexivo. Se presenta como clasificación intemporal del género humano y constituye, con su chantaje verbal, precisamente el arma del oponente tanto en los que la utilizan con sentido positivo como en los que se apoyan en uno de sus términos para combatir a la entelequia que englobaría el otro. Pero es un recurso extraordinariamente cómodo, integrado en el habla cotidiana con la misma rutina que las frases de despedida y saludo, y evoca en cada término, no actos y personajes concretos, sino formas de presentarse, de pertenecer a una imagen y un club, opuesta a lo existente en un caso, conservadora hasta la caricatura en otro, irracional e infantiloide en la exigencia del se me debe todo sin precio en aquéllos, neocarlista en éstos. Cada vez que se emplea Derechas, Izquierdas sin análisis, justificación ni contexto se está añadiendo un barrote más a la celda y engordando al próspero gremio de los herreros.

La indefensión tiene como uno de sus principales pilares el desconcierto, la imposibilidad de asir, expresar y transmitir lo que realmente se observa y a lo que los demás y uno mismo aspiran, y ello por falta de instrumentos verbales no contaminados por condena social de alto riesgo, por la animosidad instantánea que despierta el roce de un invisible campo minado. Ay del que denuncie a los iconos consagrados y a los países y sistemas en los que de ninguna forma se querría vivir pero a los que hay forzosamente que alabar o, al menos, aceptar tibiamente mientras se denigra por sistema el bloque Occidente-Estados Unidos-Libre Comercio. En España el guerracivilismo, sumado a las fuerzas anteriores, duplica las tropas contra los indefensos sin ética ni discurso que ponerse. Y estas tropas, desde luego, no sirven a un partido, aunque haya partidos que las han utilizado, con gran diferencia, más que otros. Sirven al envilecimiento clientelar del sistema, y lo hacen e hicieron apropiándose en primer lugar de aulas y escenarios, copando vastos espacios preferentes en el tiempo, atención y energía de los canales comunicativos, borrando la distinción entre entretenimiento instantáneo y sustancia informativa, manteniendo fijo el ángulo y el punto de mira a gusto del magma parásito diversificado y reservando para el resto el desdén, la descalificación preventiva y la sombra.

Es fácil el salto desde la sensación de indefensión y desconcierto a la seguridad prometedora de las diferenciaciones, a la gratificante plataforma que ofrecen nacionalismos y clanes sociales que deifican la marginalidad, tanto más cuanto que ofrecen y procuran muy materiales beneficios amén del marchamo de superioridad sobre el resto, el cual forzosamente se compondrá pues de individuos de segunda clase ajenos y probablemente enemigos del Pueblo, la región ascendida a Nación, la Clase, los Buenos y Superiores en fin.

Hasta las cárceles tienen fecha de caducidad. Naturalmente el chantaje Izquierdas (Bondad e impunidad por definición)/Derechas (Maldad impresentable) y su marca hispánica Progresistas (antifranquistas a título póstumo)/Reaccionarios (el resto) envejecía con las generaciones por mucho que el bombardeo de mensajes diario auditivo y visual fuera con mayoría abrumadora monocolor. Entonces se impuso un volantazo cuya concreción plástica merece tratamiento aparte.

 

 

Totalitarismo light

 

Democracia e Igualdad: conceptos cargados en principio de dignidad e intenciones nobles no sólo se han vaciado, sino que se utilizan favoreciendo a sus contrarios, y transformándolos así en armas peligrosas para los principios que nominalmente defienden. Las más añejas tiranías, los asesinos legales más longevos, los sistemas a los que no les caben los muertos en ningún armario, las más letales dictaduras se han bautizado a sí mismos y cara al mundo como Democracias Populares, Repúblicas Democráticas y Líderes del Pueblo.

Igualdad ha servido y sirve, en una sociedad de bienes contados, para privar de los frutos de su trabajo, de sus oportunidades y de la expansión de sus capacidades a los que por sí mismos lo merecen para que ocupe su espacio lógico, por medio de la discriminación pervertida, cualquiera sin más atributos que la pertenencia a un colectivo y la insignia de de una reivindicación. Este Cuarto Estado, el Parásito, cuya finalidad exclusiva es el mantenimiento y multiplicación propios, es exactamente el auténtico reverso de la Solidaridad que proclama. Los términos democracia, solidaridad, igualdad actúan como sustitutos ideales de la persona, del análisis concreto y de la causalidad razonada, blindan contra la denuncia, la apropiación indebida y la gestión ruinosa y son oportunos maquillajes de la simple cobardía, el mero oportunismo a golpe de exaltación callejera y las evidencias del lucro personal. Nadie, o apenas, ve, al otro lado del estrepitoso montaje, a las silenciosas víctimas que, por justicia y por necesidad, hubieran debido disfrutar de buenos servicios públicos, ser las receptoras de ayuda genuinamente solidaria, gozar de representación democrática. La lógica de los bienes finitos y, según circunstancias, escasos priva en primer lugar a los indefensos de lo más necesario. Porque el espacio ético que les correspondía ha sido invadido por el populismo y la demagogia de la clase usurpadora.

El término democracia no queda mejor parado. En su nombre se puede laminar a explosivos a cualquier país que formalmente no la tenga y sentirse, sin mayores riesgos, el Bueno de la película que se proyectará en todas las pantallas. Las mayores barbaridades gozan de patente de corso cuando se alega el apoyo ocasional por una mayoría. Valga como botón de muestra la benevolente ceguera con la que los puntillosos gobiernos occidentales vienen desde hace medio siglo tratando el apartheid femenino islámico, tanto en las naciones de origen como entre los que viven en Europa. A los más débiles, empezando por su debilidad física y siguiendo por la social, se los (y sobre todo las) machaca y anula por sistema en los barrios turcos de Alemania (la estrella amarilla agobiaba menos que el chador) como en los de Pakistán, en las zonas musulmanas de Cataluña como en Kandahar. Porque Respeto, Tradición, Diálogo, Cultura, Tolerancia se han convertido, como el nacionalismo a cargo del contribuyente, en el último refugio de los canallas. Todo con tal de no arriesgarse a la incomodidad del enfrentamiento diario para defender, -al menos de palabra y con un mínimo de valentía- derechos humanos libertad propia y ajena, dignidad y principios. Cualquier cosa menos mirar cara a cara la insobornable desnudez de los hechos, perder mano de obra rentable, irritar a la bestia de países respecto a los cuales la premisa implícita es que lo mejor que se puede esperar es que se despedacen entre ellos. Nada más fácil que pasar la mano por el lomo a los más fanáticos, violentos y peligrosos (a los que están debajo, aplastados por la barbarie, ni se les ve ni se les espera), afirmar cuánto se respetan sus usos y costumbres, firmar contratos y correr.

Hay puntos críticos, jalones en el espacio y en el tiempo que emergen como marcadores visibles de una corriente de curso prolongado y ancho a la que, al socaire del mantra de la rebeldía contra un Occidente en el cual se bienvive, la opinión se acomoda a una curiosa ignorancia de grandes zonas de percepción. Quizás se sitúa en los años sesenta del siglo XX el giro hacia una de las jaculatorias laicas que hará mejor fortuna: los multiculturalismos, las falsas igualdades y la inseparable, y previa, pérdida de juicios de valor y compromisos morales que ello conlleva. Son los tiempos de un Jomeini mimado y apoyado por el París de la Ilustración. Ahí se abandona la idea de la defensa de los Derechos Humanos, los valores universales, el concepto de civilización. La puerta del Infierno se abre a vastas salas alfombradas de buenas intenciones y mejores consignas en las que da gusto dormir la siesta, prometedores paraísos en los que las simples comprensión y espera producirían cambios excelentes, respeto hacia el débil, amor generalizado, aplaudido todo por los observadores desde  una distancia profiláctica. Ya no hay hechos, se ha entrado de nuevo en la cresta de una ola de bienaventurada ceguera que permitirá prosperar inmensamente a los surfistas del populismo.

Será un nuevo hito, décadas más tarde, el discurso en Egipto del Presidente de Estados Unidos. Por primera vez alguien ha sido elegido para el cargo, no por sus obras ni programa, sino por el color de su piel, por la pertenencia física a un sector étnico. Los mismos motivos de clan ideológico previo, de realidad impostada y amputada, harán que se le otorgue el Nobel de la Paz antes de que ejecute hazaña alguna. No hablará en El Cairo más que a los que identifican religión, aquí Islam, con población, ley y forma de vida. Acariciará con su verbo exclusivamente a los estudiantes y auditorio de la gran mezquita y universidad musulmana. Obviará, por el simple hecho de haber elegido ese lugar para su único discurso, a todos los demás, en un país con ochenta millones de habitantes, a los individuos y sus derechos, a los oprimidos, a las mujeres, a los cristianos y a los laicos. Y consagrará la omisión respecto a injusticias que hay que denunciar, el silencio en cuanto a gente a la que hay que defender al menos con la palabra y la presencia, abandonando los valores universales que son lo más humano y medular de lo que él ahí representa. La gran pantalla ilustra perfectamente el cambio hacia un confortable relativismo abrigado con la piel de cordero de la tolerancia general: Se ha pasado del alienígena que devora sin contemplaciones a la tripulación de la nave espacial a la especie mortífera pero incomprendida. La gigantesca hormiga reina de El juego de Ender es un híbrido de AlienE. T con predominio de los dulces y enormes ojos ovales del último. La película concluye con un tiernísimo diálogo en el que, en escena de inenarrable  cursilería que sume a la espectadora en desesperada añoranza de Alien, monstruoso y feroz sin paliativos, al niño humano y al insecto se les escapan sendas lágrimas. Empapado en pacifismo, salvación de otras especies (en este caso la causante de varios millones de víctimas terrícolas) y diálogo cósmico, el protagonista vuela en búsqueda de un hogar para el huevo de la hormiga finada, en un periplo inverso al de la tripulante de la nave de Alien, que tan valientemente luchó por destruir al monstruo y a su progenie. En este bajo mundo, el transparente mensaje de Ender no puede menos de ser bien recibido por todo monstruo humano que cifre su objetivo en imponerse y destruir formas de vida civilizada mediante la violencia. Aplausos con todas las extremidades por parte de Al Qaeda, ETA y sucedáneos. Como telón de fondo, el de la obra en cartel Cambio de eje estratégico, que consiste, no ya en la lógica alianza con el área del Pacífico, sino en un repliegue a posiciones contemplativas, coyunturales y tibias en las que el esqueleto de jerarquía de valores ha sido extraído para sustituirlo por manuales de Claudique sin esfuerzo.

No en vano el profundo cambio en la política estadounidense –y por ende en la Occidental en sentido lato- coincide con el anuncio de Obama del abandono de los proyectos de vuelos espaciales. Se echa el cierre a la exploración de otros planetas, al envío de hombres a Marte. La NASA se convierte en un parque temático para visitas de fin de semana. Ya no opera, como impulso primordial, la necesidad de ir más allá, del descubrimiento como meta y escalón del umbral siguiente. Se invierten los términos, y lo que importa es programar previamente rentabilidades. Hay un cambio de época, un giro hacia el propio barrio, el pensamiento se ha hecho más pequeño y, al pretenderse utilitario, condiciona la grandeza de la idea inicial sin la cual nada se dará luego por añadidura. Habrá pequeños actos encerrados en días y en presupuestos pequeños y condicionados a lo que una información epidérmica haga llover con mayor frecuencia y por mayor número de canales.

La España del siglo XX y principios del XXI es un gran botón de muestra del mecanismo de anulación de un gran trozo de la realidad, de impregnación de ceguera selectiva e impotencia inducida respecto a la normal capacidad de juicio de actos concretos. Pero el caso español es un retazo, adecuado para el análisis por su proximidad y concentración de los elementos, del muestrario. Los regímenes totalitarios inauguran el ensayo general de ese proceso, que perece necesariamente de éxito, cuando logra implantarse como movimiento líder bajo las doctrinas paralelas, de comunistas y nazis. A partir de ese punto, y tenazmente, contra toda evidencia, ya no existirá para millones de personas lo que sus ojos ven y su mente enjuicia. Considerarán que el material bruto resultado del pensamiento debe estar sometido a la criba y filtro de leyes sociales, de la Historia, de la Clase, del Mito de la Eterna Lucha Antifranquista, del Mañana Igualitario, de Imperialismo contra Pueblos, de Clan, Micronación, Relativismo, Raza. Los muertos de un tiro en la nuca sólo habrán sido asesinados cuando, como en el caso hispánico del millar víctima de la ETA, cuando el guión coyuntural les conceda ese rango, las personas castradas, violadas, fusiladas, robadas lo habrán sido según conveniencia del relato.

Esto no es sino una tesela en el inmenso mosaico del silencio bajo el que, pertinazmente, se ha enterrado a millones de seres humanos eliminados durante, por y en sistemas comunistas y socialistas, siempre llamados populares. Hasta el día de  hoy (véanse estadísticas y libros de texto). Las mismas fuerzas que actuaron en gran escala y con la impunidad del movimiento nazi o soviético llegado al poder  la primera mitad del siglo XX siguen vendiendo bien, aunque sea en porciones y retazos, la envidia y el rencor apenas maquillados de igualdad forzosa y pretensiones de ingeniería social. No existen las dualidades transcendentes, ni la eterna Lucha de Clases o el callejero editado desde el Más Allá para la Historia. Pero sí existen la tremenda fuerza de la primera pasión bíblica, la tristeza por el bien ajeno, y la costumbre de legitimar el robo y el expolio con la creación de clanes nacionalistas y morales nuevas. Probablemente en el Edén lo más engañoso en la actuación de la serpiente no fue la oferta de la manzana sino hacerlo, junto con el Conocimiento y el Árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, totalmente gratis, sin contrapartida alguna.

La doctrina bienpensante establece que la contemplación de la realidad exige claves previas las cuales, por su abanico reducido, eximen de la perplejidad, la incertidumbre y el esfuerzo de vérselas cara a cara con el mundo exterior y tener que forjarse juicios propios. La realidad es reaccionaria, cada cual habrá sido provisto de la previa explicación a ella. Ahora no se trata siquiera de silenciar la evidencia, de ocultarla, de hacerla invisible, sino de enseñar a la gente a que no la vea y, si la ve, que no la comente ni se extrañe, que actúe como si no existiera.

 

 

El nuevo Arte de la Guerra

 

No se trata de la obra clásica de Sun-Tzu, que analizó en la China del siglo IV a. C. todos  los factores de la estrategia bélica con la sabia finalidad de vencer sin luchar, pero existe hoy un nuevo Arte de la Guerra que tiene con el antiguo dos puntos en común: la utilización del miedo y la difusión de una moral dominante que permita someter sin dar batalla. Se trata simplemente del aprovechamiento de la guerra, de la guerra por encargo, de la creación y mantenimiento de una atmósfera de enfrentamiento bélico que garantiza, en un mundo moderno impregnado de mensaje e imagen, la impunidad y el botín. El nuevo Arte de la Guerra nace del pensamiento débil, de la clientela improductiva y del chantaje dual, siendo éste último a la vez instrumento indispensable y terreno propicio. Hay que crear enemigos y guerra, y esto debe escapar a la racionalidad, la responsabilidad personal y los límites temporales.

Parafraseando el Si no hay Dios todo está permitido, si hay guerra, si hay un adversario preferentemente global y amorfo, el robo no es robo sino resarcimiento de anteriores e indebidas apropiaciones, la vileza es una simple cuestión de oportunidad y perspectiva, el asesinato es la adecuada respuesta a anteriores crímenes, la legítima defensa en el sentido más lato. Basta con decretar, convencer y convencerse de la existencia de un estado bélico continuo para que el terrorista sea un soldado más en el vasto campo de batalla social plagado de adversarios a los que se puede eliminar con toda legitimidad, sean estos policías, carteros, militantes de un partido, oficinistas de la City o niños de una guardería marcados por el pecado original de algún sector opresor.

En la vida cotidiana, la guerra es útil. Permite okupar la vivienda ajena, abstenerse de la enfadosa costumbre de pagar por la adquisición de bienes, amenazar y ejercer diversos tipos de violencia sin que la medrosidad ambiente se oponga a los deseos del guerrillero urbano, y además ofrece sin mayor esfuerzo una justificación moral a los actos, una placentera sensación de superioridad y dominio y una muy ventajosa promoción social con el apoyo de las diversas plataformas comunicativas, ansiosas de espectáculo y de víctimas y refractarias al aburrido pasar de la existencia burguesa.

España es, una vez más, un ejemplo de manual, con jalones muy precisos en el remozamiento y empleo de la guerra rentable. La civil de 1936- 1939 ha sido utilizada, envuelta en toda la parafernalia bipolar Izquierdas/Derechas, bien entrados los años setenta y luego, en plena democracia, como supremo argumento legitimador. El modo de empleo consistía en mantener la idea de un enemigo latente, trasiego de la maldad ejemplificada por el bando antaño vencedor, y justificar por ello una especie de solapado estado de excepción que legitimaría cualquier acto. La lógica guerrera y sus baterías de permanente reivindicación de agravios y de compensación por injurias se desgastaron con el paso del tiempo, de las generaciones y del uso. La clase parásita, que precisaba sucederse a sí misma y veía su arsenal exhausto, se lanzó con el nuevo milenio al terreno de la lógica bélica, trajo la ya antigua Guerra Civil al primer plano, la rodeó de alusiones y conmemoraciones ligadas a exigencias de paz planetaria y buenismo abrumador. El clímax, y la fractura decisiva con los usos del Estado de Derecho, se produjo en 2004, cuando tras la matanza de Madrid justo antes de las elecciones, se aprovechó ésta para manifestaciones contra el entonces Gobierno. El siguiente, llegado al poder, se apresuró a difundir el nuevo arte de la guerra, la Civil remozada, la búsqueda de cadáveres –sólo de los de un bando- de la contienda del siglo anterior, la insistencia en reparaciones, depuraciones y caza de brujas culpables a posteriori de cualquier afinidad con el bando del mal. Esto en un ambiente acobardado por la supuesta superioridad moral del adversario y por el continuo chantaje mediático, con el aplauso entusiasta de las víctimas creadas al efecto y dispuestas a ser objeto de resarcimiento. En los trenes de la estación de Madrid no se pusieron solamente bombas. Junto con los vagones, explotó una artillería retardada de resurrección guerracivilista con los más interesados y míseros fines.

En un plano más amplio, no faltan en el resto del mundo las variadas guerras santas, una especie de neofascismo (o neocomunismo, quid pro quo) de acción directa heredero de la lucha de clases, amigo de las denuncias de conjuras mundiales y poderosos en la sombra, que permite descargar en abstractos la responsabilidad y autoría de sus propios actos. El arte de la guerra a gusto de los consumidores se difunde porque es grato, divierte en los videojuegos, proporciona sin mayor esfuerzo intelectual una supuesta comprensión del mundo con folleto de respuestas instantáneas y catarsis de indignación con visos de ética. Y, sobre todo, viste de moral al descarado y sórdido ejercicio del propio interés.

La lucha, y la victoria, contra el ejército dual y las añejas tropas del chantaje ideológico deja sin duda el campo sembrado de víctimas de las que no pocas merecen al menos lápida si no primeros auxilios. La ignorancia de la historia del siglo XX es tan fenomenal, tan escorada que, ayudados por la ley del péndulo, se puede pasar limpiamente a demonizar a cualquiera que, bajo las banderas de comunismo y socialismo, haya luchado honesta y generosamente por mejorar la vida de sus semejantes. Cada uno de los que combatieron la injusticia que constataban no era un fragmento de Stalin ni de Mao, ni de los milicianos que en España volcaron su rencor en torturas, saqueos y asesinatos durante la Guerra Civil. Entre aquellos republicanos estuvo parte de la gente más solidaria. Tampoco son fragmentos de Hitler, Franco ni Mussolini los que vieron en el apoyo a los nacionales la defensa de su país, sus principios morales, el orden y las leyes. A la manipulación y la ignorancia históricas que empiezan en los primeros años de enseñanza hay que añadir el bombardeo a golpe de millones de muertos, la distorsión basada en el maratón de atrocidades, la puja sobre qué totalitarismo produjo mayor número de víctimas. Porque, si es cierto que el comunista, con sus hambrunas, gulag, exterminios gana la partida por extensión geográfica y duración (hasta hoy, en Corea del Norte) de su reino, también es indudable que el nazi, desde los años treinta a 1945, alcanza un grado cualitativo de abominación incomparable y nunca igualado a causa de su carácter genocida sistemático, industrializado, técnico, de su racismo provisto de toda la frialdad y eficacia de la modernidad y la ciencia, inspirado en las purgas y campos de concentración comunistas en un principio, pero luego insuperable e insuperado en la deshumanización y el mal.

En España los intentos de aprovechamiento de cadáveres han alcanzado cotas de macabra caricatura. En pleno 2016 el partido socialista pretendió seguir alimentando su discurso y su menguado crédito con las víctimas de una guerra que acabó en 1939 y propugnó, a fines electorales, rebuscar muertos (los que consideraba de su signo, no otros) en las cunetas.

Hay circuitos didácticos que deberían ser de obligado recorrido: algún campo de exterminio nazi, las que fueron prisiones y testigos en la Camboya de los Jemeres Rojos del genocidio de un tercio de la población en nombre del Comunismo perfecto, y, más cerca, los pequeños museos locales de países como Polonia y los Bálticos, que reproducen la infinita y ubicua opresión de la época soviética. Si el comunismo ha tenido, finalmente, un balance mucho peor, en lo que a número de víctimas y ruina se refiere, que el nazismo se debe probablemente a que poseía, además de las materiales, tres armas sin comparación más duraderas que las brutales de los nazis. Fueron éstas la extrema disolución de la responsabilidad personal en el Partido, la Clase y la Vanguardia trabajadora, la buena conciencia de la meta de la felicidad y justicia universales que les procuró apoyo perdurable y sin fronteras, y, last but not least, la ausencia de Gran Jefe mortal, encarnado en iconos perecederos, lo cual les otorgaba la perdurabilidad de la Iglesia.

Las peores víctimas de esta batalla no precisan lápida sino ayuda, porque son necesarias y viven aunque las cubran cuerpos muertos. Corren grave riesgo las utopías, el impulso generoso y solidario, la aspiración a esos imposibles que ha ido haciendo posibles la voluntad humana, la misma voluntad que ha producido lo peor, pero también lo mejor de cuanto se conoce.

 

 

 

Del latín al bable

 

Nunca había sido tan rentable como en el siglo XX, y particularmente en España, declararse nacionalista, poner en pie todo un vasto edificio burocrático, enviar propaganda y propagandistas por el ancho mundo, nutrirse, como en el caldero mágico de Asterix, del cocimiento inagotable de los ancestrales agravios, forjarse una armadura resplandeciente con metales proporcionados por el odioso enemigo y reprocharle con amargura la propia inferioridad en hablantes, extensión, peso histórico y presencia internacional. En la Península del mito tribal el movimiento ha sido inverso al del latín medieval y clásico: Éste fue la lingua franca del cosmopolitismo y los saberes. Aquél se ha embarcado en un acelerado proceso de jibarización, mapas estrictamente regionales, horizontes de barrio y aldea, arroyos preferibles a ríos, colinas a falta de montañas, historia de reyes impostados y batallas ficticias, maquetas en fin cercadas por alambre ideológico por donde transitan ciudadanos que se quieren exclusivos del terruño y a los que se enseña en la escuela desde la infancia a ignorar y odiar, por partes iguales, al país y a la lengua españoles. No hay en esto exageración alguna. Los libros de texto escolares avalan el dato, insólito en el resto de Europa y apenas comentado en una prensa extranjera que, sin embargo, se prodiga en ocasionales comentarios folklóricos o de apenas velada alabanza del terrorista como luchador valeroso. Es exactamente el proceso que, por imposición de las autoridades locales y por omisión de las gubernamentales, se viene dando en España hace largo tiempo y ha producido, desde que se llevó a cabo la desdichada transmisión de las competencias educativas a las Autonomías. El raquitismo intelectual y el despropósito económico han sembrado de minigobiernos, minipalacios y monumentos mini la entera geografía hispana, producido una incomparable clonación de coches y organismos oficiales, inundado televisiones y radios de predicadores de la diferencia étnica y de la lengua del último valle, todo ello a cargo de una vaca gubernamental hipotecada hasta las ubres. Gran éxito: Ya hay generaciones de niños que no hablan sino el habla de su zona, que han sido convencidos de que el enemigo se asienta al otro lado de su estrecho perímetro geográfico, que se ven como los soldados de un excitante juego de ordenador con Estrella de la Muerte sita en Madrid.

Los niños no cobran, pero sí sus maestros, profesores, rectores, directores, ministrines, con sueldos y prebendas procedentes de la Fuerza Oscura. No saben, pero sabrán quiénes y por qué les robaron su herencia y jibarizaron su cultura, sus saberes y su mundo. Descubrirán quizás cuánto cobraron las agencias de viaje que les embarcaron en el viaje del latín al bable. Toda irracionalidad ha tenido en España blindaje y asiento, con el bloque mediático funcionando a pleno pulmón tanto para aclamar como para mantener en silencio lo que convenía, hacia el interior y respecto al exterior. No deja de ser sintomática la ausencia de comentarios sobre fenómenos tan curiosos como que a los niños se lleve décadas aleccionándoles desde la escuela a aprender como referencia el terruño del que el resto de España es enemigo, a vivir en una nación que, única en Europa y en el resto del mundo, carece de bandera, tradición y nombre, en cuyos centros de enseñanza el uso de la lengua española está vedado. Algún espacio hubiese debido merecer tan insólito fenómeno en la prensa foránea. Curiosa, ejemplar discreción.

Ya no hay hechos concretos, no hay Historia, ni resultados, ni empresas, logros, fracasos, esfuerzo, riesgos. No hay, en Enseñanza, conocimientos valiosos per se. No existe la nación en cuanto comunidad de ciudadanos libres e iguales, ni hay tampoco Constitución, códigos civil y penal, delitos, recompensas. Existe, va existiendo, lo que sirve para que una tribu sociológica, sindical, autonómica nazca, crezca, cobre, se reproduzca y apoye a los jeques que mantienen, y se mantienen, en y de la red de intereses llamada Transición B. La espesa y continua capa de consignas políticas que recubre el entramado no pasa de ser epidérmica, aunque a fuer de reiterada los beneficiarios la adopten como credo común por la lógica de la facilidad, la ausencia de alternativa y la necesidad de aceptación por el grupo mediático dominante. No de otra forma podría explicarse un rasgo típico del totalitarismo que se da en estas parcelas de dimensión mudable que de él existen. Se trata de la negación de la evidencia y del sentido común y de la aceptación del absurdo. En el auge de los sistemas totalitarios, se llegaron a aceptar las monstruosidades de las que ha sido testigo la primera mitad del siglo XX, aunque repugnaran, no ya, por supuesto, a la moral, sino a la simple lógica e implicaran la destrucción del propio país y la de millones de sus ciudadanos. Cuando el totalitarismo se presenta de forma oportunista y dispersa, pero con un arraigo institucional variable, su meta es copar el sector público y, en él, Educación, Enseñanza y Cultura, porque a partir de éstos determina la presente y futura implantación y mantenimiento del poder tribal, de la red parásita que sin ellos no podría vivir y que ni siquiera habría visto la luz de la existencia a no ser por la legitimidad ficticia que se le confiere y el chantaje verbal que la acompaña.

Nadie creería en buena ley que se puede decretar que los niños no aprendan en la escuela, que los profesores den clase de lo que no saben y que los diplomas correspondan a conocimientos inexistentes. Sin embargo esto es lo que se instauró en la España de la reforma educativa de 1990, presentada e implantada por el partido socialista y mantenida, bajo formas diversas, a lo largo de décadas porque la oposición no osó derogarla cuando pudo y sus valedores la defendieron, bajo distintas siglas, con la ferocidad de quien sabe que le va en ello la alimentación presente, la futura y la de toda su clientela. El absurdo de instaurar que no se estudiaran prioritariamente asignaturas de base, que se copara el horario lectivo con necedades buenistas de obligado asentimiento, que se jibarizaran historia y geografía en pro de las tribus locales, que los desdichados alumnos pasaran sin aprobar de un curso a otro cargados de ignorancia satisfecha y de suspensos y que se les sometiera en el aula a la dictadura del más vago, el más ruidoso y el menos afín al estudio simplemente se aceptó, se acepta, con cierto momentáneo desconcierto, inevitable ante la confrontación con la verdad tenaz de los hechos, pero con el silencio cómplice de quien asiente por instinto ante el que domina. La ignorancia por decreto es algo tan increíble que simplemente no tiene cabida en el universo mental medio. La explicación es, sin embargo, extremadamente sencilla: La anulación de la Enseñanza basada en el saber era imprescindible para poner en los puestos educativos a cualquiera, sin formación, profesión ni merecimientos, que diera clase de cualquier cosa a estudiantes de cualquier nivel. Había que quitar, como se hizo, a catedráticos, a profesores por oposición rigurosa, eliminar criterios basados en materias fundamentales, rigor, esfuerzo, cualidades, estudio, y sustituirlos por miembros de la tribu cliente, véase sindicalistas de las dos correas de transmisión de los políticos en el Gobierno en 1990, gente del partido y afines, maestros que ocupaban el espacio docente de los extintos catedráticos, regionalistas ansiosos de reescribir la historia y de jurar fidelidad a la bandera local y al sueldo, contratados a los que la precariedad hacía defensores a ultranza de la sustitución de conocimientos por consignas y oposición por antigüedad. Ya de los ríos no se aprende el nacimiento y desembocadura, sólo el tramo que pasa por la comarca. No cabe asombrarse de la cosecha tribal. Sus profesores, salvo honrosas y heroicas excepciones, lucirán en clase sin empacho camiseta, pin y chapita ante los menores, perfectamente indefensos contra la manipulación. Es posible que a los chicos se les haga actuar en actos independentistas, animarles a que peguen en el recinto del instituto carteles en los que se llama asesino al Presidente del Gobierno, como ocurrió en 2004, y que se les prohíba hablar en castellano cuando salen al patio en el segmento de ocio, otrora llamado recreo. La insufrible parafernalia terminológica que siempre ha acompañado a la LOGSE (Ley de 1990) y sus recuelos no pasa de ser guarnición del modus vivendi del concurrido club del mínimo común denominador. Y aún lo es; de ahí la defensa de la barricada.

De haber vivido en la España de las últimas décadas, el gran escritor, pensador y grandísima persona Albert Camus no hubiera podido ser apoyado por su maestro de primaria, Louis Germain, al que envió su agradecimiento y cariño al recibir el Nobel de Literatura. Camus era huérfano de padre y de familia extremadamente pobre. Creció en la Argelia francesa. Louis Germain encauzó sus dotes, compensó la ausencia paterna y el analfabetismo materno y le informó sobre becas y ayudas, hasta la facultad de Filosofía. En España Camus hubiera aprendido a leer lo más tarde posible, y la misma tónica hubiera regido en cuanto a conocimientos en pro de la igualdad respecto al último de la clase, Louis Germain no hubiera tenido la dignidad de maestro ni hubiese ejercido, como hizo, con nobleza y eficacia su deber de enseñar y de impulsar al máximo la capacidad y esfuerzo de los alumnos, facilitándoles así el ascenso social y personal. De intentar tal cosa, hubiera sido un apestado reaccionario, rodeado de gente que se denominan maestros y que forman parte de la correa de transmisión de los dos sindicatos lujosamente mantenidos por el partido que ha hundido la Enseñanza española. Louis Germain sufriría el más severo ostracismo, no hubiera podido impartir conocimientos sino consignas, vería a los que fueron catedráticos vigilar los lavabos y a los maestros dar clase de materias y niveles que desconocen y defender encarnizadamente a los que les han milagrosamente promocionado. Albert Camus, cuya familia no tenía dinero para pagarle ni un máster ni una caja de lápices, habría resistido penosamente la dictadura de lo peor y los peores en el aula, no le habría sido permitido hablar y escribir en francés, ni a su maestro utilizar la lengua de su patria, sino que una tribu local habría impuesto el kabileño. El futuro escritor compadecería al infeliz Germain y hubiera abandonado el inútil aparcamiento antes centro de enseñanza. Camus, inteligente donde los haya, y Germain, honrado y sabio, serían cebo de la jauría del comisariado pedagógico, de los que engordan  a base del control y espionaje de los profesores y de la ocupación del horario lectivo y de los temarios de oposición con el Aprender a aprender, Aprender a enseñar, Educación en valores, Conocer al alumno, Sexualidad para la igualdad de género, Infancia igualitaria, Igualdad en equipo. Afortunadamente Albert Camus estaba en la enseñanza francesa, en la segunda década del siglo XX.

No hay, en lo que al absurdo se refiere, tanta diferencia entre el alumno que, en vez de en matemáticas, latín, ciencias naturales, lengua, arte, emplea buena parte de las seis horas lectivas diarias en materias del tipo Valores para la solidaridad, Sexualidad creativa, Aprender a aprender cómo aprender. Discusión, formando grupos, sobre la patata y el dónut, Lucha nacionalista en mi aldea a través de los siglos y el mundo adulto. Al igual que la crasa estulticia de las consignas que pueblan aulas, discurso lectivo y libros de texto, también están blindadas contra la crítica obras, organismos, cuerpos de traductores de lenguas locales, asesorías, normas, inspecciones, equipos y delegados perfectamente inútiles. Todo se justifica por la fuente de autoridad y las iniciales premisas de Igualdad, Solidaridad y Valores Comunitarios. En un sistema totalitario puro habría un Líder que marcaría el puñado de axiomas indiscutibles y a partir de ahí no existiría  absurdo posible porque Historia, realidad, hechos, pasado, futuro y presente deberían acomodarse a las leyes de la tesis enunciada. Como aquí estamos en el esperpento con rasgos de bonsai totalitario en lo que los medios del sector parásito Transición B lo permiten, hay que conformarse con territorios sociales acotados que se defienden con la mayor fiereza.

 

 

La Era de la Marmota

 

El absurdo, elevado a categoría y por ello difícilmente atacable, impregna las expresiones culturales de la vida española con una violencia coercitiva que condena al ostracismo a los escasos disidentes. No de otra forma se explica la inacabable y fiel repetición de los mismos tópicos especialmente visible en el cine subvencionado. Década tras década, con la fidelidad de quien si no ficha no come y con honrosas, valentísimas excepciones, se ha repetido hasta la extenuación el rosario de tópicos presididos por Guerra Civil milicianos buenos (encarnados luego en el bloque progresista del Bien) y adversarios franquistas malísimos (encarnados en Iglesia, Guardia Civil y un ente tipo Godzilla llamado Represión Sexual tan fantástico como el monstruo japonés). El Catecismo Cultural es de piñón fijo, a saber: Como la sesión es continua y hay que actualizarla un poco, el flamenco guitarrero, el número de la Benemérita y el adúltero de calzoncillo de segundas rebajas alternarán con la monja lesbiana, el empresario malvado, el cacique moda retro y el militar fosilizado en su uniforme. El comienzo de la película incluirá, a ser posible en los diez primeros minutos, expresiones sobre la urgente necesidad de coito. Se pronunciará un taco cada tres palabras. Aparecerán, ridiculizados, elementos y símbolos cristianos (pero serán tratados con cuidado exquisito los islámicos). Se seguirá el mismo criterio con personajes que encarnen a policías y fuerzas del orden y se procurará que muestren inclinación a la homosexualidad y la pederastia. Se ofrecerán, cuadren o no cuadren con el guión, numerosas escenas que variarán entre el sexo explícito, escasamente atractivo por la rudeza ginecológica y el discutible gusto en posturas y ropa interior, y las alusiones continuas a represiones sufridas y superadas. No escasearán, en todas sus variantes, los mantras caca, culo, pedo, pis, y las festivas referencias a coprofilia, delincuencia común y festivo consumo de drogas. Se evitarán, con atención vigilante, la exhibición, elogio y descripción de Belleza, Bondad, Inteligencia, Altruismo, Valor y Fidelidad. Los protagonistas aparecerán de mal humor, broncos y de trato desagradable precursor de inminentes desdichas, y no ahorrarán actitudes verbales y gestuales ofensivas y violentas. De citarse por alguno de sus símbolos o lugares de fácil reconocimiento, se ridiculizará e injuriará al propio país, si éste fuera España; no así cuando se trate de otras naciones, de tribus primitivas o de autonomías. Es importante que al final de la película los malos venzan, el criminal quede impune, el vampiro procree, el ladrón disfrute burlando a las fuerzas del orden y los maleantes se instalen, sin ser molestados, en un piso hogar de alguna aburrida familia de clase media. Por supuesto, cualquier ocasión será buena para describir la indecible y global perversidad, sin mezcla de bondad alguna, de los franquistas antes, durante y después de la Guerra. No existirán en las tomas ambientadas en los años treinta del pasado siglo civiles asesinados por los milicianos, ni seglares ni religiosos, aunque se contaran por miles. Y, lo más importante, con simples variaciones de attrezzo e intérpretes, esta misma película se proyectará, incansable, e incansablemente subvencionada, durante más de treinta años.

La amplia meseta ibérica parece adquirir rasgos de las praderas del Lejano Oeste. Surgen, multiplicadas por doquier, no una, sino centenares de marmotas que una y otra vez salen de su agujero para predecir la misma borrascosa primavera, alertar con sus chillidos sobre el pasado-presente nefasto, abrir, y cerrar, siempre el mismo paraguas y reclamar a la comunidad la distribución indefinida de vituallas y edredones.

 

 

 

Historia de dos postguerras

 

La maldición, aparentemente ancestral e inexplicable, que condena a España entre los países a ser aquél al que, como el del Ulises de Cavafis, es mejor llegar lo más tarde posible (o quizás no llegar), aquél del que incluso hay que renegar y rechazar cualquiera de los normales símbolos que utilizan sin complejos todas las naciones no es tópico inasequible al análisis. Sobre todo no si se van anotando sucesivos beneficiarios y circunstancias. La debilidad no es mítica sino inducida. En un horizonte temporal nada lejano, mediados del siglo XX, la Europa de los Aliados sale fortalecida en sus miembros porque se ha enfrentado a un enemigo común. En sentido contrario, Alemania comulga unánimemente con la desgracia, la vergüenza y la tarea de reconstrucción. Los discursos de Winston Churchill representan lo mejor de los ciudadanos, lo más esforzado, generoso y valiente. En la posteridad los enemigos de cualquier grandeza escarbarán para arrojar alguna basura, encontrar fallos en los que, con la vista puesta más allá de sus fronteras y del Continente, se decían conscientes de defender los grandes ideales de libertad, cultura, civilización y derechos del individuo. Las naciones de la postguerra de la II Mundial salieron fortalecidas en su esencia y conciencia de tales, también empobrecidas y enfrentadas a miríadas de cuentas pendientes con los colaboracionistas, la jauría de vengadores de agravios a toro pasado y el Telón de Acero de la Guerra Fría. Pero tenían lo más importante: la visión de futuro, la claridad respecto a las aspiraciones y retos del presente y la unidad tanto interna como externa en el rechazo de peligros y males que, por haberlos visto muy de cerca, sabían que eran los peores enemigos.

En la divergencia durante los años cuarenta y cincuenta de España respecto a la evolución e ideario del bloque de los Aliados se gesta buena parte de la miseria política actual, no sólo en la autarquía de la dictadura franquista. Mientras que Churchill y Estados Unidos hablaban de la situación en el planeta, de los enormes retos de la era atómica, del futuro deseable, de la defensa de los principios medulares de la libertad individual, el bienestar y la prosperidad como antídoto contra dictaduras, de la salvaguarda de valores y tradiciones consustanciales a Europa y su proyección atlántica y dignos de ser defendidos por doquiera, en la Península se seguía el camino inverso en una visión caracterizada por la estrechez mental y geográfica y un bloqueo defensivo de lo inmediatamente propio alimentado con valores de pura apariencia tras los que se movían el complejo de inferioridad, la mediocridad y la avidez de los intereses locales.

La divergencia se fue ahondando porque el populismo necesita grandes cosechas de envidia que, como el pan, no debe faltar en el yantar cotidiano de los electores españoles. Para ello es necesario un auténtico odio a la grandeza ajena por serlo, aunque se vista la inquina de excusas sociopolíticas. Naturalmente nadie va a denunciar como males cósmicos el imperialismo de Luxemburgo o de Andorra, pero para eso están países extensos, activos, laboriosos, influyentes. En la mecánica rencorosa es también imprescindible la búsqueda de taras en personajes de enorme talla intelectual, personal, política. Se hoza, por ejemplo, en la figura de Winston Churchill e incluso se repite, con el deleite de quienes al fin han encontrado espacio para rebajarlo y con la ligereza de una leyenda urbana, el supuesto rechazo británico a la excesiva personalidad arrolladora de tal político en tiempos de paz. Pero se omite que su derrota electoral de 1945 obedeció en buena parte a que, tras cinco años de guerra y antes de lanzarse la bomba atómica, las tropas británicas temían verse involucradas en los uno o dos años más de combates en el Pacífico con un saldo de dos millones de bajas de los Aliados, que era el precio en que se calculaba la victoria sobre el fascismo nipón. Japón se rinde el 14 de agosto de 1945, a poco de las elecciones generales británicas. La Guerra del Pacífico fue probablemente el factor más determinante en el rechazo a tener como Premier en la paz al que lo había sido, ¡y cómo!, en la guerra. De hecho, Churchill teniendo un peso decisivo, lleva a la victoria al Partido Conservador y es de nuevo Primer Ministro en 1951. Deja el puesto, pero no el Parlamento, en 1955 a los 80 años de edad y muere diez años más tarde rodeado de admiración y agradecimiento.

En España el efecto de la postguerra fue, pues, en la segunda mitad del siglo XX, inverso al europeo. La suya había sido una guerra de facciones telonera de la mundial y penetrada por el ensayo general de los totalitarismos, empapada pronto en la irracionalidad, el rencor y la violencia como motores de cambio socia, en los que se anegaban las mejores personas e intenciones. La posible república moderna se transformó ya desde sus significativos preludios en opresión, fragmentación, expolio y recurso al asesinato, en un ambiente y en una época en la que a los veinte años quien no era comunista era fascista y viceversa. Su final dejó la impresión de algo trunco, de general fracaso nunca asumido, de intervención aliada que, vencido el nazismo, vendría a implantar para unos el país afín a sus vecinos, para otros la dictadura comunista que, paradójicamente, ya era en el mundo y fue una máquina de fabricar ruina y muertos por cientos de millones peor aún que la nazi por su duración. Al revés que Francia o Inglaterra, la primera cosecha española tras su guerra civil fue en gran medida de amargura y desconcierto. La segunda, en su momento, una duradera máquina de subsistencia, legitimación, chantaje y extorsión de bienes, cultura y ética basada en la mitificación del término Izquierda, en la ignorancia, secuestro y silenciamiento de la historia y en la implantación ubicua de un bloque parásito cuya única fuente de recursos y de prestigio era y es el mito nutricio de la eterna Guerra Civil y la República ideal y truncada cuyos réditos se les deben de generación en generación. El panorama no es ni mucho menos de nuevo una dualidad, igualmente falsa que la de Izquierdas/Derechas, que adquiriría la forma Oposición/Gobierno o Socialistas/Liberales. Hay sencillamente un filtro a contario que selecciona y promociona lo más mezquino, y por ello más fácil y extenso, de todos, en racimos y clanes puesto que el ruidoso factor gregario, apoyado en la telemática, y cuanto desdibuje la responsabilidad y percepción crítica del individuo es en este régimen vital. Y hay paralela y conjuntamente un statu quo tácito por el cual los supuestos opositores, dentro y fuera del Gobierno, que se reclamaban como defensores de derechos, nación igualitaria y libertades, viven enquistados en el tejido del sector público, blindados respecto a la Justicia con algún ocasional chivo expiatorio mediante y seguros de los pactos con los caciques que les perdonan la vida y garantizan holgada subsistencia mientras les gestionen, les mantengan gratis et amore y no se opongan al desguace tribal, a la tergiversación y destrucción de educación y cultura y realicen o permitan periódicamente la liturgia de los ritos de la República Mítica, el antifranquismo perpetuo y la guerra civil rediviva. Al bloque Parásito de cuantos carecen de mérito personal alguno y que han ido eliminando y orillando a los que sí trabajaron, arriesgaron y defendieron ideales nobles y la Constitución de los setenta, pronto e impunemente incumplida, les es indispensable el rito y el mito de Malos y Buenos de la Guerra Perdida. No tienen otra cosa, pero sí una de extrema importancia: La implantación en la sociedad del convencimiento de que ellos son mejores que el resto. Y lógicamente precisan azuzar lo más bajo en conductas y aptitudes hasta lograr niveles de completo ridículo, desde la pompa y circunstancia del hervidero ratonil de satrapías hasta orinar en público. La guerra es contra la excelencia, la valía, la productividad, el progreso, el saber y la memoria, contra cuanto sobrepase el rasero de una masa a la que se quiere anónima, unánime, rencorosa y dependiente.

De ahí la importancia cardinal del control educativo en el que, desde la primaria hasta la universidad, lo que se penaliza es el estudio, el conocimiento, las buenas calificaciones, el esfuerzo. Por el contrario, las becas se concederán a discreción de forma que, sin precio monetario ni intelectual, se pueda aparcar en las aulas, con aparente gratuidad pero por supuesto a cargo del contribuyente, por tiempo indefinido, disponer a capricho de las instalaciones y ensuciarlas y degradarlas si place, y recibir finalmente a granel diplomas que, por supuesto, ni avalan conocimientos ni tiene valor. Todo ello proclamando la perversidad del represivo sistema franquista que, triste paradoja, fuese de Franco o de Viriato era infinitamente mejor que el implantado a partir de 1990. Y no por el efecto colateral, indeseado pero inevitable, de su extensión democrática a la población entera ni por el cambio de los tiempos, sino por el rigor inmisericorde de los que desde el nuevo régimen y sus virreinatos autonómicos precisan como ecosistema ese ínfimo nivel. Nada tan delator de las intenciones carcelarias en la falsa dualidad Izquierdas/Derechas, Franquistas/Progresistas como la avidez por apropiarse del terreno formativo, desde la infancia a las Facultades; nada tan inequívoco como dato de seguras y lucrativas intenciones de manipulación y apropiación a beneficio muy personal que la agresividad con la que los grupos aferrados al reparto de puestos y poder entre sus huestes defienden el monopolio de las aulas, el destierro o minimización en los programas de estudio de cuantos saberes tienen real envergadura, de cuanto sirve, no para la falacia definida como para la vida, sino para pensar, adquirir conocimientos y conciencia de su jerarquía y del precio en solitario esfuerzo que conllevan, disponer de la propia reserva intelectual, de la biblioteca inasequible al robo y a la lluvia fugaz de mensajes ajenos al real aprendizaje.

Sin la ferocidad mostrada desde los tempranos años 80 del pasado siglo en la apropiación de lo que se ha venido presentando como única cultura sería incomprensible la situación actual. Simplemente afloran a la superficie los frutos de la prolongada y generalizada siembra de intereses. Cómo si no explicar la imposición de lenguas locales que no tuvieron auge alguno fuera de sus predios simplemente porque, como es regla puesto que en la práctica no existen hablas sino hablantes, los que las utilizaban no hicieron lo que otros, carecieron de la proyección que el castellano sí tuvo por razones semejantes a las que hacen que el inglés y no el swahili sea el idioma de la informática. Cómo entender el fracaso educativo si no se abandonan las proclamas histórico-metafísicas y se desciende a la simple y ubicua red capilar de gente que cobra de este fracaso y llega incluso a creerse superior al resto. No en vano existe una fina e inapelable línea que incluso los que pretenden radicales mejoras se guardan de traspasar mientras se refugian, una vez más, en supuestas dotes taumatúrgicas de la formación del profesorado. Ninguno se atreve, sobrado de temor y falto de esa modestia intelectual sin la cual no hay progreso, a, no sólo reivindicar con forzada retórica, sino a realmente garantizar por ley a ámbito nacional lo que ya está inventado: Programas basados en materias fundamentales, pruebas de nivel, aulas desinfectadas de oportunismos, localismos, clientelismos y consignas, clases impartidas por profesores según su nivel de diplomatura y conocimientos avalados por oposición pública.

El raquitismo de la cosecha es sólo comprensible gracias a la implantación, desde finales de los años ochenta del pasado siglo, de este temprano vivero de ignorancia preceptiva bajo el irónico nombre de progreso democrático. En él se lleva sembrando, junto con grano variopinto, la postguerra ficticia y el cómodo victimismo todo a cien. Y ahí residen, por la vaga conciencia de la indigencia intelectual y el desconcierto, buena parte de las causas del sentimiento de indefensión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones

 

Cuando la corrupción es institucional, legal y sistemática para mantener el estado de cosas  se impone una liturgia periódica de denuncia virtuosa. Hay que esconder, tras una fanfarria de hechos puntuales centrados en el delito personal, la colosal ruina del empleo estúpido, interesado y estéril del erario público, la financiación de obras pretenciosas y prescindibles, la permanencia del timo legal, la multiplicación de minigobiernos, cortes y satrapías. El vistoso capote de delincuencias menores agitado por los medios televisivos en momentos oportunos torea y dirige a su antojo al votante y la opinión ciudadana. En España han campeado y campean a sus anchas intocables de todo tipo y condición, familias enteras de los feudos nacionalistas, sindicatos y empresarios administradores seculares de los fondos europeos, con tal pericia que el país está en cabeza del paro, nubes de expolíticos venden sus contactos y hornadas de licenciados se expatrían provistos de sus diplomas inútiles sin que ninguno de los hacedores de las nefastas leyes educativas se responsabilice.

Naturalmente para la trama de intereses de Gobiernos prácticamente nacidos en el escaño del Parlamento las Clientelas de la Utopía subvencionadas y amamantadas son tan indispensables como el ying para el yang: Hay que exhibir hordas agresivas de revolución total para evitar que se repare en la perversión del libre mercado y el Estado de Derecho en forma de consejos de administración de bancos y grandes empresas formados por políticos, ministros y ex ministros, hace falta ruido mediático de fronda para ahogar la alianza oficial con la Justicia, a cuyos miembros nombran los partidos y apoyos virtuosos al “derecho a la vida” como si los demás sostuvieran sin discriminaciones la muerte, y ello por parte de los que no se han manifestado jamás contra la pena capital ni propuesto medidas prácticas reales en el marco legal y económico ni denunciado las causas que, integradas en el sistema, favorecen lógicamente la corrupción.

Paralelos, hasta juntarse en un charco estancado, corren los dos arroyos, el de la corrupción oficializada y el de los robos clásicos a base de comisiones fraudulentas, desvío de fondos, apropiación de capitales. Desembocan en el agudo sentimiento de indefensión ciudadana, se mire hacia donde se mire, sin hallar recambio ni desagüe al cauce del charco, alimentado además subterráneamente por una oscura, silenciosa y silenciada, pero cierta conciencia de culpabilidad vicaria, de cegueras oportunistas y selectivas, de 11 M que se descompone lentísima, inacabablemente, de embriaguez temporal a base de consignas que alababan paraísos en los que no se deseaba vivir, de historia de una lucha inexistente para gozar de los privilegios del eterno adversario.

Del pastel de más de treinta años de componendas y reparto del Estado se escoge oportunamente alguna guinda para exhibirla como implacable actuación contra los corruptos, se crean comisariados de buenas costumbres según conveniencia y audiencia, se inventa un chantaje en forma de denuncia sin pruebas que implica la muerte política del chivo, inocente o no, más a mano. El puritanismo selectivo es un arma de letal eficacia. Y es perfecta para desviar tiempo y energías y omitir la aplicación de leyes básicas existentes pero cuya transgresión nunca se paga, nadie devuelve jamás las inmensas sumas desaparecidas en el sumidero del despilfarro, la propaganda y los rentables acuerdos con grandes empresas. En cambio, aparecen y pueden aparecer en cualquier momento remedos de los ministerios orwellianos: Ministerio de  la Transparencia, De la Gestión de Imputaciones, De la Defensa del Género Epiceno, De la Corrección Lingüística, De la Corrupción Preventiva (todo un clásico en la tradición del “crimental” de 1984), que ofrecerán la obligatoria Formación para la Ciudadanía en forma de cursos como “La bisexualidad sin esfuerzo”, “Lesbianismo para principiantes: teoría y práctica”, “Reciclaje de rosarios y belenes obsoletos” o “Las chirigotas en la literatura universal”. En todas las lenguas y dialectos peninsulares, por supuesto. Y, como nunca antes la cuota de pantalla, palabras y tiempo otorgada a grupos e individuos tuvo tanta importancia, organismos y consignas tendrán un éxito prácticamente asegurado, sobre todo los que cobren por ello. Es probable que la oposición se vea reducida a la impresora y el folleto semiclandestinos.

A mayor escala, las peores dictaduras están ciertamente exentas de corrupción,. Son, como Corea del Norte o la China maoísta, infiernos de perfecta pureza que no dudan, como en el caso coreano, en inaugurar una nueva forma de pena de muerte que ha sido su única aportación original a la historia actual de la humanidad: En Pyongyang el Ministro de Defensa se durmió durante el desfile nacional y el Gran Líder ordenó su fusilamiento (término impropio en espera de que se invente el adecuado) con un misil: He aquí un ejemplo de severidad y de responsabilidad en la aplicación de las leyes. Cabe imaginar la suerte, en parecidas circunstancias, de su homólogo español que afirmó que prefería morir a matar. Los sistemas totalitarios comunistas son vivos ejemplos del Paraíso de la igualdad, la felicidad y la ausencia de delincuencia por decreto y de la Revolución, el inconformismo y el perfecto progresismo universales. Los millones de muertos muy reales, las hambrunas, la falta total de libertad y vida privada han sido y son simples tropiezos a beneficio de inventario. Mientras el Paraíso llega, todo vale contra el Estado existente, puesto que legalidad, normas y usos y la existencia y patrimonio de sus gentes no son sino brotes de la injusticia radical, productos de una sopa primordial mal hecha que hay que rehacer. Llegado el advenimiento, los pequeños peces-víctima pasarán sin soluciones de continuidad a ser grandes depredadores (la semántica de la violencia en el discurso pacifista e idílico es cuanto menos sorprendente) guardianes del edén futurible.

En Occidente en el sentido más lato de tipo de civilización (la aburrida fórmula tradicional democracia, libertad individual, pensamiento racional, derechos humanos, propiedad, comercio) los paraísos se han apoyado por control remoto y con gran entusiasmo vicario. En España se ha reforzado el general edén platónico con otro superpuesto: el Paraíso truncado por la Guerra Civil. Es la República Dorada, reducto de prosperidad, paz y justicia, que, de continuar más allá de los años treinta, hubiera dado lugar al país soñado. Lamentablemente la historia es complicada y su estudio trabajoso. No hubo jamás aquel todo a cien para todos. Pero al menos la prolífica serpiente entregó a las generaciones venideras la posibilidad de ser siempre víctima. Junto con la expectativa de la Gran Pureza, que garantiza aquí y ahora la irresponsabilidad personal (por las vías del asambleísmo, el dominio mediático y la acción directa)  y legitima todos los actos.

La China tradicional ofrece sin embargo un dicho digno de encomio: “El agua pura no cría peces.” Esta sabia máxima, junto con “Lo mejor es enemigo de lo bueno” y “Cada cual es hijo de sus obras” debería figurar, grabada en mármol, en salones, despachos y Congreso.

 

 

 

 

Del Romanticismo y sus estragos:

España parque temático.

 

Paralela a la España a secas, al país en el que se ha hecho todo lo posible para eliminarlo como tal de la percepción, del uso mismo de su nombre y de sus símbolos y tradiciones, existe la España B, construida según guión y a efectos de uso. Para su difusión en el extranjero se han gastado sumas ingentes y no se ha reparado en esfuerzos. Naturalmente se obtienen, y esperan conseguir una parte y otra allende y aquende, dividendos considerables. Es la marca B export, construida, y deconstruida, a base de omisiones y de un puñado de datos ciertos pero que no lo son cuando el cuadro, el espacio en el que se fija el foco, carece de partes indispensables de la realidad. No deja de ser extraña la ceguera de los corresponsales ante las espaciosas y tristes regiones de la Península donde salta a la vista la carencia de inversiones e industrialización. Se diría que, de cóctel en cóctel y de comida de trabajo en bebida de trabajo, han ido volando y posándose en las zonas más ricas de España, que lo son gracias al conjunto del país, para transmitir fielmente las quejas, vituperios y proclamas independentistas de quienes a todas luces están y han estado más favorecidos que el resto. Ídem de lienzo en la selección de entrevistados, interlocutores y fuentes. Es, en este sentido, ejemplar el hecho de que una publicación de prestigio, como The Economist haya escogido, para resumir la situación y perspectivas del país en sus números anuales, a quien representa en España el periódico insignia de la Transición B.

El tratamiento del atentado del 11de marzo de 2004 constituye también un ejemplo de desinformación: The Economist se apresuró –sin duda no fue el único- a incluirlo en la lista mundial de atentados islamistas, con una celeridad sorprendente la prensa extranjera comulgó con la nada probada afirmación de la autoría islámica, se repitió la tesis oficial, en absoluto avalada por los hechos, nada se dijo respecto a la precipitada destrucción de los vagones donde estallaron las bombas, nada en cuanto a la siembra de pruebas falsas y la eliminación de lo que podía haber dado pistas e indicios, ni palabra sobre la ausencia de autopsias de los supuestos suicidas, y vaguísimas alusiones al dato clave de que se desconoce el autor intelectual que planeó y dispuso la matanza, sin comentarios a la evidente voluntad de silencio que sigue hoy cubriendo el tema. Es curioso que ante un hecho de tal magnitud europea y mundial se hayan leído tan pocos análisis geopolíticos. Es innegable que el atentado de Madrid, con sus cientos de víctimas, tuvo como efecto un cambio radical de Gobierno, economía y geoestrategia tres días antes de las elecciones, en beneficio, obvio pero no sólo, del entramado de tribus y de los terroristas autóctonos. Pudo haber, o no haber, mano de obra etarra e islámica, pero han quedado resguardadas por la sombra las de los que, a un nivel superior, mecieron los ataúdes.

Es llamativo también que en la prensa extranjera el análisis de la situación española se centre con frecuencia en la cuestión catalana y que, para ello, efectúe un ejercicio de corta y pega basado en previas declaraciones de algún líder independentista. El caso catalán es un ejemplo de sustitución de la realidad palmaria por una confusa mezcla de censura, propaganda, autocensura y mitología a uso externo e interno, para gran dicha de cuantos corresponsales no dudan en asimilar el tema –la reivindicación tribal vende- a grupos foráneos sin la menor afinidad ni semejanza. El clan montaraz es un apéndice del atractivo folklore ibérico, sin violencias orientales y tan al alcance de la mano para ofrecerle comprensión y apoyo. Ello en justa correspondencia con las grandes sumas procedentes del erario público español que se emplean en implantar allende fronteras centros a efecto de embajadas oficiosas.

Esta cultura independentista de la queja tiene unos pies de barro amalgamado por una red de interesadas clientelas, se recubre de un aparato escénico perfectamente ficticio, blindado por el temor que ha logrado inspirar en quien proclame que el rey está desnudo, y desdeña el análisis concreto y los verdaderos méritos propios. Por esto mismo es incapaz de, tras percibir y aceptar la realidad, dar un enfoque positivo a la misma, promocionar sus reales valores, superar la hostilidad y el hastío que ha sembrado su rechazo de la “enemiga España” en el resto de la Península. A la región productora en un tiempo de riqueza y receptora de principales proyectos estatales de desarrollo y de ventajas proteccionistas le es fácil, cuando las vacas enflaquecen, clamar al expolio del que habría sido objeto desde la aurora de los tiempos, inventar dinastías regias, aferrarse a la orla del manto del norte europeo salvador cortando amarras con el reducto semiafricano de subdesarrollo. Tras coqueteos con racismos étnicos y fundamentalismos ancestrales risibles, Cataluña se aferra a la lengua, a falta de otro asidero, como elemento diferenciador y sustancial en su reivindicación nacionalista. Ocurre con la lengua catalana lo que pasaba antiguamente con la hija de familia rica nada agraciada excepto en la cuantiosa dote: No con su riqueza adquiría belleza, aunque sus padres la querían por ser su hija y para ellos no existía su fealdad. En el caso del catalán, se trata de un idioma particularmente cacofónico en sonidos y acento. Es así, como en otras lenguas, véanse el gaélico, el ruso, el italiano, sucede lo contrario, se trata de un factor puramente físico que algunas páginas literarias y canciones ayudan a hacer pasable pero no por ello, porque es imposible, pueden otorgarle la armonía tónica de la que carece. Sin embargo, para no ser tachados de anticatalanistas y reaccionarios, en un ejercicio de hipocresía forzada a nivel del país entero, se ha obligado al conjunto de la población española a oír, escribir y repetir el mantra “la bellísima lengua catalana”, tarea semejante a empeñarse en afirmar que Madrid es puerto de mar y merece un Ministerio de Marina Autonómica Manchega.

Respecto a la proyección internacional, sucede que castellanos, extremeños, andaluces, y otros españoles llevaron a cabo la aventura americana, que por ello millones de personas hablan fundamentalmente el mismo idioma desde una esquina de la Península a la Tierra del Fuego. Las lenguas no son sino la plasmación de cuanto sus hablantes hacen, y los de Cataluña no invirtieron valor, dinero ni energía en hazaña de tal envergadura. De sus empresas marítimas mediterráneas queda el recuerdo de una venganza y poco más. Sin un transfondo acomplejado no se entendería el empeño, no de afirmación, sino de diferenciación agresiva y búsqueda anhelante de reconocimiento foráneo. Así hasta el envenenamiento por hastío de propios y ajenos, que impide a Cataluña llevar a cabo una promoción necesaria, en España misma, de sus propios y muy reales valores, de su nivel musical, de su patrimonio artístico, de sus instituciones científicas punteras, en un ambiente donde haya entrado el aire fresco de la realidad.

El proceso, muy moderno, de florecimiento reivindicativo de nacionalidades y microestados es diferente a lo que se ha entendido en épocas anteriores como tal. Se inscribe en la dinámica de las clientelas franquicias de la utopía rentable de un edén sociopolítico –y étnico de forma vergonzante- fabricado al efecto, y se amalgama con mayores o menores fondos sentimentales y viscerales preexistentes, que son siempre plantas de rápido crecimiento con el riego adecuado. El esquema de su evolución es muy semejante en distintos lugares: Regiones que en su momento se beneficiaron de la captación de empresas estatales y trato comercial interno favorecido, de la pertenencia a la nación común, descubren en la actualidad, con sus nuevas perspectivas de ingresos, agravios ancestrales. Llegan las grandes revoluciones, la industrial, la técnica y la informática, cambia la geografía de las fuentes de ingresos, incomoda compartir con provincias menos afortunadas, y se clama por la independencia del poder central y el salto a una federación de microestados vagamente europeos. Dado el desprestigio, tras el nazismo, de las singularidades étnicas, aunque éstas se mantengan en sordina es forzoso aferrarse al elemento diferencial lingüístico. Cuando en Bélgica, país bastante artificial y de reciente creación pero eficazmente organizado, la riqueza estaba en la industria y minas de carbón de la parte valona la flamenca reivindicaba poco y el bilingüismo era habitual, coexistían el francés, propio de la zona sur fronteriza con Francia, y el neerlandés, variante del holandés, de la zona norte. Existe, además, una pequeña comunidad de habla alemana. La prosperidad del sur declinó, cambiaron las tornas, nuevas energías, técnica e informática oscilaron hacia la parte septentrional que, generadora de buena parte de los ingresos del país, hizo rápidamente bandera del nacionalismo lingüístico hasta dividir por barrios la pequeña Bruselas y lograr que los flamencos eviten cuidadosamente el empleo del francés, por lo que, dado que la proyección mundial del neerlandés es más bien escasa, se ven forzados a recurrir al inglés. De manera semejante en Escocia, bella pero hasta épocas recientes extremadamente pobre y encantada de sumarse a la revolución industrial comenzada en Inglaterra, coinciden hoy sus reivindicaciones independentistas con la reciente prosperidad económica y las fuentes de energía que promete el Mar del Norte. Afortunadamente no se les ha pasado por la imaginación (otro es el caso en latitudes más meridionales) la estupidez oceánica de imponer el gaélico como lengua nacional. A las clientelas en general nunca les falta un rasgo típico de todas ellas, nacionalistas o no: El rechazo de que tiene un precio aquello de cuanto disfrutan, la voluntaria ignorancia de que las ventajas incluyen siempre contrapartidas. El imperio romano lo fue durable y extensamente no por la fuerza bruta sino por la capacidad de organización, oferta de seguridad y obras públicas. Irlandeses y escoceses no han dudado, con sentidos práctico, cívico y de la grandeza muy británicos, en contar entre sus tesoros la lengua inglesa y dar a esa literatura algunos de sus mejores escritores. En el extremo opuesto se encuentra la variante perversa del small is beautiful, el vivero de envidias y de intereses creados agraciado con grandes porciones de espacio escénico en virtud de la estética de la tribu indomable, variante étnica de los parias de la tierra. Pantallas, ondas, discursos, cuadros y poemas se llenan mejor con la imagen de un revolucionario independentista que con la de un empleado del común. La estética desborda inevitablemente sobre la ética, lo llamativo y apasionante desplaza por fuerza a lo verídico en la era del reino de la comunicación visual. Ocurre con el mito español como con todos los mitos. El rasgo diferencial contemporáneo podría ser la creación de una clase de adoradores en nómina.

Dos ficciones se miran: Desde el resto de Europa, la que se tiene del parque temático español, mezcla de sesentayochismo, de una alegre y socialista Cuba a este lado del Atlántico y de micronaciones encantadas de que les paguen para serlo. Desde España se fija la vista dirección norte, en algo que tiene aún mucho del ¡Vente a Alemania, Pepe!, del inalcanzable dios del aprobado en modernidad y desarrollo del que hay que hacerse perdonar, a base de diezmos y primicias, Leyenda Negra, Franco, Catolicismo e Inquisición. Los corresponsales extranjeros pasean, y son paseados, por la imagen prefabricada, hemipléjica y acomodaticia del zurcido tribal que siempre espera el beneplácito del club U. E. y paga las copas para ganárselo.

Los aguerridos etarras gozaron de trato preferente tanto ético como estético; para eso está la excitación de la lucha, por persona interpuesta, en defensa de naciones oprimidas. No hay color entre el quasi nulo espacio dedicado a la descripción de los cadáveres, las torturas y la dictadura del miedo obra de los terroristas vascos y las entrevistas, exposiciones y análisis de lo que se presenta como conflicto bélico en una contienda heredada hasta la eternidad contra un dictador difunto. No se expone el simple, y poco glamuroso hecho, de que en España no existieron nunca dos bandos armados frente a frente, que las desdichadas víctimas son sin duda las únicas –y merecedoras al menos del Guinness de los récords- que no se han tomado jamás la venganza por su mano. Ellas esperaron, de forma ilusoria, que la justicia y el Estado de Derecho cumpliera su deber. Y se engañaron, mientras en el resto de Europa jugaban a ver sucedáneos del IRA o de tribus valerosas y maltratadas. La verdad es que tiene mucho más gancho periodístico hablar de Transiciones maravillosas, defensa de guerreros aborígenes, protección de de ballenas y de miuras y riesgo de dictaduras fascistas que ofrecer al lector la receta de la concordia al hispánico modo: Clientelas utópicas subvencionadas + mito negativo fundacional + red parásita tribal. Con un coulis abundante de diálogo, paz infinita y no menos infinito robo legalizado.

La utilización de una España ficticia, manejable y rentable como mito, tiene una doble vertiente: Ha habido y hay, por supuesto, la logística interna, indispensable para disponer de ella como botín. Pero la utilización externa es de suma importancia, con buena voluntad, ignorancia e inconsciencia por una parte, y por razones financieras sustanciosas por otra. Las tribus internas dan la mayor importancia a la imagen ofrecida al exterior porque ésta debe legitimarlas, y no han reparado en gastos para ello. Curiosamente un periódico español, y uno solo, emblemático en sus orígenes de la Transición en sí y que luego mutó en defensor de la Transición B y su lobby parásito, es el que se encuentra siempre en quioscos y hasta en pueblos perdidos de Europa, el que aparece traducido en diarios internacionales, se reparte en organismos y entidades diversos y se asocia al rostro moderno del país. El resto de la prensa española tiene escasa presencia en el exterior, aunque la informática está cambiando rápidamente el panorama. El periódico insignia, que tuvo su momento real de gloria cuando defendía Constitución, democracia y libertades, fue presta y hábilmente sustituido. Pasó a ser mascarón de proa de clanes para los que el mantenimiento del mito de las dos Españas Buenos/Malos era esencial porque no podían definirse sino a contrario y sorbían sin contrapartida la sustancia vital de los bienes sociales. Resulta imperativo para ese bloque mediático y sus representados identificarse con una única oposición a la difunta dictadura, y prolongar la lucha post mortem contra el villano.

Pero hasta los cadáveres se gastan; las generaciones se suceden y para continuar hay que cambiarse. Ha habido una negra Providencia en el desarrollo de los hechos, que se han acelerado en el siglo XXI. España era un país próspero e integrado, ya con peso internacional, en el área de Occidente Pero se invierten finanzas y política en horas veinticuatro, véase 2004 y años sucesivos. Lustro y pico después el cofre está vacío, la nación cada vez lo es menos y destaca, donde antes se distinguía de forma positiva, por lo endeble, confuso y vergonzante de su imagen e instituciones. El expolio, sin embargo, se difumina en una crisis financiera global que, paradójicamente, salva a los responsables autóctonos de la culpabilidad del desastre y coloca en muy segundo plano cuanto no sea recuperación o al menos subsistencia económica. La generalizada crisis providencial ha hecho disminuir la talla, de por sí gigantesca, de cohechos, malversaciones, corrupciones, mordidas, gabelas, extorsiones, robos, fraudes, rapiña, derroche, estupidez e ineficacia locales. No queda a los patrocinadores de la Transición B sino repetir esquemas, en una especie de Transición C donde son indispensables nuevos enemigos, englobados en el Gran Mal. Se está en ello.

La Transición nació cargada de buena voluntad, al menos en su base, en lo mejor de la mejor gente y en algunos de los que la pergeñaron. Se quería, ya antes de la muerte del dictador y con auténtica ansiedad a partir de ésta, verse y ser vista como país moderno europeo, democrático y semejante a sus vecinos respecto a estructura e instituciones. No sabía cómo librarse del lastre de la diferencia. Desde el extranjero, se la contemplaba con una visión fruto de la inercia del folklorismo romántico, El imaginario gustaba del primitivismo decimonónico a pocos kilómetros de sus fronteras, de la cabila africana sin serlo, del resort playero que ofrecía a la vez las razonables seguridades de Occidente y un subdesarrollo que abarataba precios y añadía excitación, y alcohol barato, a la vida. Las simpatías se canalizaron hacia ese guerrillero, anarquista, fundador de comunas, socialista generoso, comunista valiente, enemigo de Iglesia, Rey, Patrón y Dueño que el correcto ciudadano de latitudes más septentrionales lleva dentro y que sale a flote en la melancolía de novelas, copas y reflexiones sobre la juventud pasada y lo que pudo ser y no fue. Poco importaban los hechos. En el cuadro desentonaba que los valerosos muchachos de ETA fueran torturadores que dejaran morir de hambre y sed entre sus propios excrementos a los secuestrados, que vivieran implantando un clima de terror y chantaje en el norte de España, que mataran hombres, niños y mujeres, que descerrajaran tiros por la espalda en un país con democracia, parlamento y partidos. Que en Cataluña se ponga a calles el nombre de terroristas que prefirieron a los votos el método de poner bombas en el pecho a los secuestrados de manera que hubiera que recuperar luego sus trozos pegados a las paredes no tenía gran audiencia en foros europeos. Estas noticias ocupaban bien poco espacio en la prensa extranjera La doctrina del crimen simpático podría resumirse en el chiste publicado en un diario madrileño: “Ayer yo era simplemente un asesino, pero ahora tengo una teoría”. Poca tinta se ha gastado la prensa foránea en describir algunas hazañas bélicas de los liberadores vascos, la bomba en un gran supermercado, los tiros por la espalda, la mujer rematada delante de su hijo pequeño en plena fiesta popular, tras la que autoridades y lugareños no menos heroicos que los pistoleros continuaron con el festejo procurando no pisar la sangre. Tal vez los cronistas británicos redimían así otras omisiones, como la matanza nunca bien esclarecida ni juzgada, de Omagh, cuyas víctimas aún están pidiendo saber la verdad, y los alemanes los oportunos suicidios en cadena y en la cárcel, y Francia las alianzas de todo tipo con la hez de los dictadores africanos.

La inversión propagandística cara al exterior fue fenomenal, y todo un éxito. En la España recreada por necesidades foráneas se recuperaba en el extranjero la romántica Guerra Civil perdida, se enterraba el turbio colaboracionismo frente al ejército nazi y la deuda respecto a la intervención salvadora de Estados Unidos, se trazaban consoladores paralelos con una IRA y demás grupos que nada tenían que ver con el caso hispánico. No convenía saber, ni reflexionar, sobre aquella contienda, preludio de la Mundial, y cuál hubiera sido el destino de la Península de haber impuesto su régimen Stalin, el jefe último de las bienintencionadas Brigadas Internacionales. Con España podía vivirse de manera vicaria un socialismo que de ninguna forma se hubiese querido en tierra propia. Allí era lícito, fácil y agradable apoyar a ese comunismo ideal y fraterno que había formado parte de los sueños de juventud y respecto al que, cuando la cruda realidad de los millones de muertos llamó a las puertas del conocimiento y de la Historia, se había preferido cerrar los ojos. Era el Edén de las tribus felices para aquéllos que habían escupido en tierra propia la amarga fruta del independentismo insolidario y que, sin embargo, reservaban un resquicio sentimental para el culto a la raíz primigenia y la bandera de las ocasiones. En la España moderna, reflejada en el periódico insignia, las leyes eran benignas con delincuentes y niños descarriados que delinquían cientos de veces o violaban y quemaban vivas niñas en un comprensible arrebato de juventud. Estaba a un paso del Edén de pacífico diálogo entre el lobo y el cordero, el que todo país hubiera querido para sí pero, ¡ay!, sabía imposible. Ladrones de todo pelaje entraban y salían de la cárcel sin romperla ni mancharla. Las víctimas de terroristas, de la lenidad de las leyes, de la generalizada inhibición de jueces y políticos, no ocupaban, por poco atractivas y estéticas, espacio externo mediático. Y a falta de himno se cantaba España, por favor.

Con la Transición también el resto de Europa saldaba una deuda antigua de apoyo necesario a la dictadura de Franco y de olvido selectivo de los estragos, cesiones y componendas con el comunismo mundial. Se añadía el siempre agradable ingrediente de anticlericalismo y la sustitución de las fidelidades tradicionales, de los esquemas viejos, por una religión laica de corrección política y tentadora ingeniería social. En España todo despropósito, por nocivo y absurdo que fuera, podía gozar de buena prensa si se presentaba por y en el medio adecuado. La añoranza del tiempo en que se creyó en el Hombre Nuevo, antisistema, ex nihilo velaba con rosado beneplácito las ocurrencias, desastres, corrupciones y lamentables complacencias del sistema español. Era la utopía gratis total.

Aunque no a la hora del reparto. Porque de panorama tan agradable emergió, en lógica consecuencia, un país troceado, esquilmado por sus propios clanes mientras duró la bonanza estacional y comprado luego a precio de saldo por firmas foráneas una vez vaciada la caja y anunciada la ruina.

Es comprensible que los corresponsales extranjeros oscilen entre la copa en el madrileño Ritz, el Ave, la admiración por los bravos y primitivos guerreros del País Vasco y las referencias a Barcelona (que, casual pero quizás no gratuitamente, esmaltan sin venir a cuento numerosas películas), junto con incursiones folklórico-festivas en algún otro punto. Se vive, y viven, bien en Iberia. Lo que sería insólito allende fronteras pirenaicas no merece aquende atención: Que los fondos europeos de cohesión y para el desarrollo hayan venido desapareciendo sin que produjeran oficio ni beneficio, que los pueblos andaluces lleven décadas siendo un damero de cacicatos sociosindicales, que las familias de la rancia prosapia catalana tengan por uso acumular euros incontables procedentes de la extorsión ritual propia de sus cargos, que los escolares no puedan estudiar en español en buena parte de España, que se prohíba el uso de esa lengua en la señalización de carreteras y en los organismos públicos, que se multe a los que la usan o se les cierre el camino a empleos, son detalles que se omiten o minimizan. Es una nueva España del XIX pero informatizada, repartida en vistosos cotos de bandoleros, aldeanizada, cada vez con menor presencia y peso en los foros internacionales y más ignorante, gracias en buena parte a los sistemas educativos, de la geografía, historia y situación del mundo.

La práctica mafiosa se efectúa in Spain europea y elegantemente, con maneras y apariencias muy distintas de las sicilianas, aunque el botín sea mucho mayor, como lo es el número de los damnificados para los que no existe recurso alguno ni denuncia posible. Su indefensión es la de los peculiares parias habitantes de la zona de sombra donde nunca se posa el foco, la del ciudadano del común al que no asiste privilegio tribal ni mediático alguno. Porque de regiones como Cataluña se emigra porque no es posible escolarizar en español a los hijos y no todo el mundo puede pagarse el colegio privado y el máster. Porque son legión las obras inútiles, semiabandonadas y ruinosas excepto para quienes se embolsaron subvenciones y comisiones. Porque en esa misma Andalucía donde los líderes de los trabajadores se zampan mariscadas con las ayudas al paro muere un hombre con vómitos fecales tras días de obstrucción intestinal a causa de que se le negaron en el hospital las pruebas, tratamiento e intervención supuestamente por falta de presupuesto, y no ha habido más denuncia legal que la promovida por su hijo. Todo muy desagradable y poco noticiable. No cuadra en la foto. Mientras se mantenga la fachada de modernidad y consumo las incómodas máculas en el rostro de la Transición democrática sobran. Basta con las versiones reproducidas, a veces a golpe de corta y pega, a base de las fuentes del verdadero núcleo oficioso de asuntos exteriores, véase diario insignia del establishment y brigada de la cultura preceptiva, acompañados como guarnición por toques de esa acracia asambleísta con aderezo de terrorismo light e independentismo comarcal que queda tan bien en las fotos, y tan mal en la residencia propia.

Hay poca memoria de críticas en la prensa extranjera a la ausencia de división de poderes española, o sobre la justificada certidumbre de desamparo del ciudadano sin apoyos, la impunidad de los criminales reincidentes que se pasean por las calles, la lenidad de los sucesivos Gobiernos en la aplicación de las leyes, la miseria de los planes de estudio amputados de asignaturas fundamentales y empapados de consignas y manipulación de la historia. Igualmente difícil sería hallar análisis y denuncias foráneas sobre los fondos europeos malversados, la ruinosa prepotencia durante décadas de los dos sindicatos amalgamados con el régimen postransicional, los inmensos e inútiles dispendios, perfectamente legales e infinitamente peores que cualquier corrupción puntual, de los que nadie responde jamás con explicación, disculpas y devolución a cuenta de su propio patrimonio.

En sus veloces desplazamientos en el AVE no ha lugar a que los corresponsales que cubren la información sobre la extensa piel de Iberia se detengan a observar los vastos páramos dejados de lado en inversiones e industrialización. La más elemental constatación de las realidades que, en los distintos pueblos y territorios, van surgiendo ante sus ojos desmontaría por sí misma los victimismos y localismos rentables a los que ellos en sus columnas  miman y de los que su visión española se nutre, salpimentada ésta con entrañables incursiones estéticas, folklóricas y paisajísticas en algún lugar desértico o mesetario en el que fijan temporalmente su atención para solaz de los lectores.

En general la Transición prolongada ha sido una especie de indefinida tregua respecto a las exigencias de cumplimiento real con los parámetros de las naciones avanzadas de la esfera occidental. Desde el extranjero España gozaba de la muelle condescendencia del agradable lugar en donde se pasan las vacaciones y de la expectativa indefinida de los vagos sueños de ideales asociaciones de tribus felices y semisocialismos humanísimos gratis total. Gratis sólo en apariencia. En lo inmediato es más fácil endosar baratijas en el trueque a los jefecillos de diecisiete tribus que a los representantes de una nación fuerte. Sin embargo el precio en inevitables facturas muy reales dista de reportar los esperados beneficios, porque un socio comercial débil y fragmentado puede ser deseable pero a más largo plazo su fiabilidad es escasa.

Fiel a la delicadeza en el trato de sus fuentes informativas, la prensa extranjera ha sido de una discreción ejemplar en lo que respecta al expolio generalizado y oficializado de gran parte de la población española, a su indefensión de facto y a la extorsión  multiuso y multiforme obra del bloque Parásito, a las grandes zonas de impunidad y a los cabezas de lista –que tienen nombres, apellidos y muy desahogado pasar- del próspero club del chantaje Nosotros o los Malos de Antaño. Es más rentable, más rápido y más simpático obrar por inercia; se conservan más amigos, confidentes y puertas abiertas entre los que, al fin y al cabo, están en el candelero. Y los lectores adoran esa ruidosa espuma de floración y permisividad (que se confunde sin esfuerzo con la bondadosa tolerancia) de movimientos antisistema y ocupaciones de lo privado y de lo público. Mientras lo paguen otros.

Todo ello se mezcla a los naturales evolución y crecimiento biológicos, a la modernidad imparable que, con la transformación fundamental producida desde hace tres décadas por la revolución tecnológica y las comunicaciones, ha extendido una capa de merengue y tomatina sobre la estructura social toda y rellenado en apariencia huecos y zonas oscuras, de forma que la superficie evoca aún la homogénea blancura de la Transición, de una Constitución desde muy pronto –y en la mayor impunidad- no cumplida y que se pretende cambiar precisamente para acelerar el desguace del país y evitar que se cumpla.

En el siglo XIX los bandoleros gustaban, pero lejos, en óperas, relatos y dibujos costumbristas. Sigue gustando, amén de para las vacaciones, la España de las utopías verbales, de las ruidosas minorías festivas, del todo a cien y de la nación débil que nunca hará a las otras la competencia comercial y cuyo coste de Transición impecable empezó a pagarse a partir de los años ochenta al precio de mantener una inmensa red de clientelas improductivas. Por supuesto, Gran Bretaña, Francia u Holanda están muy lejos de la perfección y en sus armarios no falta la inevitable cuota de esqueletos, pero la defensa ciudadana frente al poder establecido, fático o fáctico, es mucho mayor que en España y el blindaje legal y social de los nuevos caciques, apoyado en el chantaje verbal guerracivilista, es allí inexistente. Esto es clave en el porcentaje, abrumador, de indefensos a este lado de los Pirineos, caracterizados además por situarse en una especie de limbo mediático, por carecer hasta de instrumentos verbales de denuncia e incluso de conceptualización respecto a lo que les ocurre debido a la censura interiorizada, el temor al rechazo social, la deformación cultural temprana y por la muy material, aunque silente, presión que ejerce la capilaridad de la red clientelar. El ciudadano español si no tiene dinero e influencias se sabe inerme ante el abuso y las leyes, no puede recurrir, como en Londres, al asesor legal gratuito de su zona que le garantiza, sin gastos, la denuncia y trámite de daños y robos de escasa –pero no para él- cuantía, ve como caso extraordinario y excepciones que simplemente confirman la regla el enjuiciamiento de un político, su desigualdad ante la ley es sensación asumida, cotidiana y sin común medida respecto a franceses o británicos. El hispano ha interiorizado la trampa del nosotros, que mete en el mismo saco a honrados y delincuentes, tramposos y veraces, bribones y gente honrada; en su mayoría acepta el así somos aunque ni él ni los suyos pertenezcan al grupo de los que, de una manera u otra, viven de la mentira y de lo ajeno, acepta mansamente el reflejo de ineficacia y falta de fiabilidad que con mayores o menores dosis de caridad compasiva ofrece de él la opinión foránea. Se refugia en su propia debilidad identitaria, que cultiva para beneficio propio el bloque parásito, y asume el estado de Transición eterna hacia una democracia y nación plenamente europeas como situado de forma inevitable en un inalcanzable horizonte.

El mito de la España Imposible es tentador, y no sólo como juguete filosófico y tema de tertulia en círculos escogidos. Presenta, además, indudables y muy materiales atractivos de consumo interno. Cuanto más se niegue lo que la ha conformado como nación más fácil es repartírsela por parcelas en un apetecible y mesurado desguace. Romanización, cristianización y todo lo que comparta una idea transcendente y un funcionamiento conjunto es antagónico de las aspiraciones a comunidades infinitas, sea de divinas acracias, sea de mercaderes al por menor (no tan lejanos éstos de aquéllas como pudiera parecer). Los buenos del mito de la España Imposible serán forzosamente las sucesivas bandas musulmanas, los reinos de Taifas, los altivos bandoleros y, en fin, cualquiera de categoría suficientemente agresiva y, a la vez, menor.

La Guerra Civil española no fue romántica, aunque la nombraran tal los amantes del que se apuntaba como último idealismo. La sintieron como romántica cuantos fueron a ella impulsados por sentimientos de solidaridad, antifascismo y nobleza. Pero la cruda realidad es que Stalin y el bloque soviético apoyaban y proyectaban un monstruo cuya implantación en la sociedad española hubiera representado la catástrofe, el gulag y la servidumbre que han sido ampliamente documentadas y realizadas en los países del antiguo bloque del Este y en cualquiera de las sociedades comunistas de las que persisten algunos ejemplos particularmente siniestros hasta el día de hoy. La desdichada república se transformó pronto en el peor de los dilemas entre el nacionalcatolicismo de Franco, que derivó afortunadamente pronto en formas de economía abiertas y unidas al bloque occidental, y el totalitarismo comunista que aún hoy se intenta obviar y minimizar en los libros de texto. La España carne de mito goza de excesivos amigos del parque temático, de una Marca de distinta, entre atrasada y folklórica, que ha sumado a sus casetas de feria, amén de las de la acracia festiva y la gratuidad indefinida del botellón y los clanes vistosos con attrezzo a cargo del Ministerio de Hacienda, la de la Transición como se quisiera que hubiese siempre sido. Al dicho oriental de que los dioses nos libren de vivir tiempos interesantes convendría añadir que también nos libren de vivir tiempos románticos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La catarsis de la tomatina

 

Que se haya erigido en icono español de renombre mundial la lucha de todos contra todos a base de tomates no deja de ser adecuada metáfora del país. Aquí moros y cristianos, toreros y miuras son reemplazados por el sanguíneo producto hortícola que encuentra así una muerte más honrosa que acabar en una lata, como ya lamentaba la sabiduría popular. Bienvenida la fiesta. Pero tal vez bajo ella hay sustratos que añoran, aunque lo saben imposible, pasar de la potencia al acto. La vieja dualidad Malos/Buenos basada en premisas guerracivilistas y exhumación de forzosos y eternos antagonismos sociales, vocabulario incluido, se sabe a sí misma una impostura. Pero la representación continúa, en foros políticos y televisiones mientras algo se espere obtener de ella y reparta generosas dosis de legitimidad.

Sin embargo, para llevar al extremo lógico sus consecuencias, habría que empeñarse en hazañas que se revelan imposibles, a causa de la molesta y terca complejidad de las realidades, que hace acompañar siempre los beneficios a sus precios y obliga a salvaguardar obras y hechos de épocas y autores detestables. La Revolución Cultural maoísta se propuso muy seriamente acabar con Lo Viejo, comenzar una página en blanco pues nada más igualitario que la nada. Los guardias rojos propusieron cambiar el color de los semáforos puesto que era reaccionario detenerse ante el símbolo de la revolución. La iniciativa ni siquiera en ambiente tan enfervorizado prosperó. La Revolución Cultural China, de la que nunca faltan en otras latitudes patéticos remedos, abrió brecha aboliendo la música clásica y sustituyéndola por la difusión por altavoces de himnos a todo volumen. En España, para ser por completo consecuentes, los Buenos del joven hombre nuevo deberían dinamitar los pantanos, construidos por orden del Jefe de la era predemocrática, purgar minuciosamente calles y ciudades, no ya de nombres alusivos a los Malos de la Guerra Civil, sino de cuanto se hizo, publicó, inauguró y legisló (leyes sociales incluidas) durante los casi cuarenta años de dictadura y, a ser posible, sembrar de sal las zonas contaminadas.

La consecuencia entre palabras y actos exige una labor mucho más exhaustiva en lo que a un adecuado anticlericalismo se refiere. Porque Iglesia y cristianismo son una trama de hilos históricos blancos y negros de imposible separación para la que no basta la consabida catarsis de matar al cura. El Estado habría de hacerse cargo de todas las tareas de asistencia y educación que durante siglos y hasta el momento actual efectúan religiosos, incluyendo las que se llevan a cabo en el Tercer Mundo. La erradicación de todo lo relacionado con el Mal no puede menos de incluir la titánica empresa de dinamitar, quemar, destruir cuantas obras están inspiradas en motivos cristianos. El inventario monumental y artístico del país experimentaría una reducción fácilmente imaginable proporcional a los solares donde hubo antes templos, las salas de los museos serían una sucesión de huecos y el patrimonio nacional cabría en espacio reducido. Por supuesto habría que eliminar toda la música sacra, empezando por Bach, para marcar postura, y continuando con el resto: Gregoriano, Misa Luba, Stabat Mater, Schubert,. Mozart, Haendel…Es dudoso que gracias a ello desaparecieran la pedofilia, la simonía en sus variantes de chantaje político, la irracionalidad y la raza prolífica de los inquisidores, los cuales, como miembros de iglesias ideológicas, no toleran competencia.

Necesariamente el proceso se decantaría en nuevas dualidades, con espectacular revival de variantes periclitadas de guerrilleros de Cristo, defensores sin paliativos del nasciturus desde el minuto uno con pena de muerte para las mujeres que no continúan el embarazo no deseado, partidarios de la abolición del color morado por su implicación feminista, brigadas para la erradicación de la palabra socialista, fans de la abolición de los servicios públicos y amigos de la distribución de armas para defender el derecho a la venta de armas.

Nada de esto es gratis et amore, sino un filón para la floreciente, como quizás nunca antes (ni siquiera, ni por asomo, con dictaduras periclitadas) especie de los censores. Ahí es nada: asesores, equipos, consejeros, unidades para la detección y persecución de antiecologistas, pacifistas, homófobos, ofensores del género (obviamente femenino), burgueses confesos, ciudadanos tibios en su entusiasmo hacia ciclistas y maratones y reaccionarios de toda calaña. En lo que concierne a esta especie no hay paro. Nunca gente con menos méritos había progresado tanto.

El organigrama no sería completo sin el Cuerpo de Fabricantes de Víctimas para que las víctimas se sientan tales y los voten. La variante visceral –en el sentido etimológico de la palabra- del nacionalismo es el gregarismo de género, el halago untuoso y ridículo hacia las mujeres entendidas por una grey y tan sólo por el hecho de serlo. Los indefensos morfemas –o y –es van directamente al paredón porque no cumplen suficientemente con la diferenciación sexual ya que se supone que las mujeres precisan de todo tipo de muletas, discriminaciones positivas y exhibiciones genitales para hacer valer como simples seres humanos su existencia. En la política llamada “de género” toda estupidez tiene su asiento. Para gran detrimento de los individuos, mujeres, hombres o viceversa, que valen y se hacen valer por sí mismos, y son, por tanto, el enemigo a abatir.

Afortunadamente, con la crisis económica se han reducido los dineros para pagar las mesnadas, hay una gran rebatiña en torno a cofre y, para mayor desdicha, ya no cabe en la arena pública ni en la nómina ni una víctima más.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Variantes del Cui prodest?

 

El romanticismo resiste mal la prueba del Cui prodest?, que consiste en observar prosaicamente el por qué, a quién y en qué han beneficiado las iniciativas que se creían fruto de impulsos idealistas más o menos loables y generosos aunque con frecuencia fallidos. No hay tales nobleza de miras ni inocencia; ni siquiera (si bien se hallan cantidades apreciables) torpeza o estupidez. Las obras inútiles, los dispendios millonarios y absurdos, las proclamas nacionalistas, los monumentos pretenciosos tan caros como antiestéticos obedecen ex ovo a la voluntad de cobrar y embolsarse cantidades ingentes, apariencia de poder y prestigio y potenciales votantes. No se trata de algunos casos esporádicos. Lo significativo en España es su número, el de los integrantes del clan, que los eleva durante las décadas posteriores a la sufrida Transición, de excepción a norma, categoría en sí, blindada a cualquier crítica seria, al ajuste de cuentas, a la responsabilidad del autor, no digamos a la devolución al erario público de las enormes cantidades malgastadas. Nadie paga nunca por los aeropuertos sin viajeros, por las instalaciones desiertas que caen lentamente en ruinas, por los museos y centros culturales que funcionaron justo el día de su inauguración, por el recorte en servicios públicos mientras que se ha cuadruplicado desde 1977 el número de funcionarios. Todo se ha creado, por las correas de fidelización de clientelas que son los dos sindicatos oficiosos, por los dos partidos que juegan alternativamente a poli malo poli bueno más por la red de las múltiples autonomías y virreinatos administrativos para sorber presupuesto y mantener las propias huestes, tan improductivas como fieles.

Si se conformaran con cobrar y ser mantenidos los efectos del mal no serían tan perversos, pero el parásito con cargo es una subespecie de la clientela singularmente peligrosa porque necesita justificar su puesto. El inquilino de los reductos de especies protegidas, sean de género, número, ideología o militancia, no se conforma con el mantenimiento a cargo del prójimo. El necio es incansable en sus fidelidades, el indigente intelectual trabaja como tal a todas horas excepto las del sueño, el ignorante descubre con rapidez el valor de la consigna, y con tal bagaje desplaza a cuanto y cuantos le superan. Éstos son su enemigo natural, y le es imprescindible atacarlos y neutralizarlos desde las raíces mismas sociales. La armada de necios profesionales no hace prisioneros y es letal, y particularmente peligrosa porque ellos consideran que deben hacerse valer en los despachos en los que les ha colocado la fidelidad ideológica y el amiguismo militante. El peligro de los corderos no es el silencio, sino que se empeñen en hablar. Un tonto con iniciativas eliminará como el eucalipto cuanto crezca a su alrededor, dejará moho y la hierba más rala, exigirá cuanto signifique la huida del conocimiento y el refugio en lo gregario, véase equipos, reuniones, asesores de asesores, coordinaciones tutoriales, controles de fidelidad a los preceptos ecopacifistas y nanonacionalistas, a las campas de igualdad, amor ambiental, paz universal, discriminación positiva de género. Antropológicamente hablando, han hallado el nicho ecológico que les ofrece la era de la selección inversa en forma de clones autonómicos, sindicales, provinciales, municipales, estatales, administrativos transformados en múltiples agencias de empleo.

Lo trágico es que no se trata de estulticia inevitable por congénita sino fabricada. Existe un empeño real, desde la guardería hasta las más altas esferas, en podar cuanto sobresale, tiene posibilidades, cumple, se esfuerza. Al tonto se le crea y mantiene en ese estado prodigándole generosas raciones de alabanzas a la mediocridad preceptiva y a la irresponsabilidad victimista. De ahí la temprana y persistente toma de territorios culturales clave y la infusión intravenosa de la pequeñez intelectual, del horizonte romo y de las miserias ética y estética como norma.

Nada ha sido ideal ni gratuito. Cada iniciativa ha correspondido al fervor de la colocación y el reparto, al mordisqueo al presupuesto gratis total y con perspectivas indefinidas de jugoso acomodo. La ley de 1990 que acabó con la Enseñanza, no hubiera existido como tal jamás de no servir como botín de reparto para el partido entonces en el poder y el tándem de sus dos sindicatos. Las innumerables instituciones autonómicas de defensa lingüística no deben asimismo su permanencia en el ser sino a lo que los integrantes cobran por ello. No sólo en dinero, que por supuesto también es bienvenido y procede del odiado Estado central, sino que parte importante de la remuneración consiste en parcelas y parcelitas de poder y prestigio, de sopa social nutricia y halago mediático con el que se retroalimenta el clan contento, aferrado al pezón de colectivos y entelequias gregarias, míticas y telúricas, incapaz de existir como individuo y ciudadano objeto de derecho y amparado por la libertad de la Constitución en una nación donde todos son libres, iguales e hijos de sus obras.

La versión romántica y exportable se desmorona ante el sencillo y eficaz análisis del Quién cobra por qué y Quién paga qué. Aparecen las poco gloriosas sagas de familias millonarias gracias a la ubre del nacionalismo, sagas tratadas con ejemplar consideración por la prensa extranjera. Se dibuja, por este simple método, un mapa de Iberia plagado de líneas rojas del propio interés que los aspirantes, no a padres pero sí a herederos de la legítima de la postransición, han traspasado sin el menor empacho y en las más perfectas discreción e impunidad. Se revela entonces una ya vieja trama de intereses creados tan capilar, extensa y firmemente hincada a todos los niveles que resulta descorazonadora y rezuma para quienes -que los hay- aspiran a un país pasablemente avanzado y limpio una indefensión sin nombre, enemigo ni forma que sólo se materializa en las carencias, en la percepción instintiva del fraude y de lo injusto, en la certidumbre de mejores sistemas posibles, en la rabia impotente, en el desconcierto respecto a la supuesta responsabilidad que al votante atañe en el estado de cosas y en la certidumbre, en la práctica, de que su capacidad de control, respuesta y cambio es nula y que lo que se le vende bajo el sagrado icono de democracia no pasa de ser una forma de expoliarle mientras él bracea a diario bajo un torrente de información y aparente omnipotencia comunicativa que se esfuma falta de formación sólida y espacio crítico.

 

 

El filtro inverso

 

La realidad es bastante menos romántica que sus versiones bipolares al estilo del cómic. Desde muy pronto la Transición, indefinida y abierta por sus propias definición y naturaleza, comenzó a generar cultivadores, defensores y gestores de lo más bajo en formas de ser y de actuar de individuos y de sociedad, en una imposición de la fealdad, la inanidad profesional y formativa y la banalidad, ignorancia y grosería como normas; una especie de clubes de orgullos agresivos, marginales y gratuitos que han impuesto la dictadura urbana y exigen de un Estado acobardado la coima y la inoperancia legal, con el enorme volumen de indefensión ciudadana que esto significa. Nada, en tal contexto, es más encomiable que el analfabetismo funcional, la abolición de las burguesas normas de ortografía y la obligatoriedad en las pantallas de todos los tamaños de esmaltar los diálogos con un taco cada diez segundos. La imposición del gregarismo y del grito, la micción en público y la apropiación de lo ajeno forman parte de la misma dinámica notablemente acelerada en 2015. Porque ese bloque de personas, devenidas masa y aglutinadas por la facilidad del rencor hacia cuanto posee valor y aspira a calidad y altura, es el escalón perfecto para que se lancen quienes aspiran a conseguir, amén de bienes de consumo y categoría social sin esfuerzo, jugosas porciones de poder político. Confían, y no sin razón aunque el reinado es fatalmente efímero, en que ese mínimo común denominador de la especie humana es lo bastante extenso y durable como para sustentarlos.

El punto al que se ha llegado en España, con marchamo oficial, en cuanto a imposición consciente de la dictadura de lo peor y los peores por el hecho de serlo carece de parangón civilizado. Sólo puede quizás explicarse por el largo chantaje dual previo, por la sacralización de lo mísero y negativo; una especie de cinco estrellas gastronómicas en la guía Michelín de la coprofagia. Difícilmente se comprendería si no el texto recitado en un acto oficial en Barcelona, promocionado y aplaudido por las autoridades. El vocabulario empleado en el supuesto poema “de género” era coño, vagina, útero e hijos de puta en una parodia del Padrenuestro que a nadie denigraba tanto como a las mujeres mismas. Esto a principios del año 2016 y patrocinado por el partido que en aquella ciudad rige los destinos municipales.

Las tropas de la actual caricatura de las revoluciones Francesa, la de Octubre y algunas más se distinguen por su afán de gratuidad e impunidad, su nula afición al riesgo y su oferta libérrima de paraísos todo a cien. Los líricos defensores de la vida en microcomunas selváticas se guardarían de ir, en vez de al dentista, al brujo local, no suelen enviar a sus hijas a educarse en países islámicos, no parecen haber considerado la posibilidad de renunciar a guardar sus ahorros en el banco y se guardan de repartir entre los sin techo los metros cuadrados de su vivienda.

Lo que todavía, por comodidad, falacia o inercia, gusta de definirse como sectores y medidas progresistas, representativas, democráticas frente al turbio enemigo poderoso heredado del pasado, así como sus supuestos adversarios, quienes, por otra parte, ponen todo su interés en contemporizar y conservar sus puestos, no pasa de ser actualmente una cuestión de ineficacia, torpeza y estulticia, sin necesidad de profundos análisis ideológicos. Se ha ido a menos y menos de una forma y manera espectaculares. La estadística sobre la formación, niveles y currículum de los personajes públicos y sus adláteres durante las últimas décadas revela, con la crudeza terca de los datos, un descenso paralelo a la promoción de los bloques parásitos, una pobreza intelectual que destiñe sobre los medios de comunicación y la supuesta cultura, y, por ende, sobre la población de cuyas necesidades y gustos pretenden ser espejo. Cuesta encontrar en la arena política (aunque haberlas haylas, y son objeto de feroces ataques) personas hermosas en su rebeldía que corren con los gastos y los riesgos de sus actos. El Parlamento emplea la mayor parte de su tiempo en puras cuestiones personales cuya  posible faceta delictiva utilizable contra el adversario paladean unos y otros como una chocolatina. Los temas de envergadura, la situación mundial, las líneas maestras a seguir en problemas y en proyectos importantes, el horizonte económico global previsible, la gran, enorme indefensión ciudadana ocupan un espacio mínimo de minutos y de palabras. Y, de forma semejante, la proyección de la actualidad y lo que no lo es, que suele ser mucho más importante que lo meramente actual, es la de una dictadura de lo peor y los peores en el horizonte de un patio de vecinos. Se ha vuelto a unos niveles de provincianismo a los que sin duda no es ajeno el hervidero ratonil de los virreinatos autonómicos, pero desde luego ellos no son la única razón. La calidad del discurso es tal que a su lado los debates de la República del 31 parecen el Areópago de Atenas. Ocurre que la calidad simplemente humana ha descendido, se ha degradado de forma notable y que, a la inversa, los intereses creados han aumentado en pareja proporción. Todavía hoy el viejo manto de las falsas dualidades y la orfandad de referencias de los defensores de lo simplemente bueno, dotado de fundamento y de sentido común silencian el proceso y mantiene una sutilísima mordaza y un muy justificado temor ante la violencia y el poder fáctico, oficioso –y ahora oficial- de los conglomerados parásitos. Los mismos que vetan el acceso a presupuesto, bienes y servicios a aquéllos que intentan honradamente salir adelante y los necesitan.

No hay, como gustarían de creer los postrománticos nacionales y extranjeros, una réplica española del cuadro de Delacroix “La Libertad guiando al pueblo”, ni existen esas masas de oprimidos, víctimas, hambrientos y pobres de solemnidad a los que la élite de malvados explotadores pretende apagar la luz de la antorcha. Hay un largo mural de brochazos sucesivos que empezó con aportaciones múltiples de pintura y con buenos deseos y que se ha ido degradando según cada cual tiraba del lienzo para aprovechar sus fragmentos. La pericia de los pintores deja actualmente que desear, son equipos contratados a empresas externas según subasta a la oferta más barata. Los marcos se reutilizan o almacenan según el comité de limpieza ideológica, generosamente retribuido, ordena que se retiren personajes, temas y épocas. Y no falta quien proponga, en adecuación a los nuevos tiempos, a propuesta de los sindicatos y en alabanza de las masas, una sucesión de fotocopias-reproducción de los equipos de la limpieza. Porque en este caso la muchacha de la antorcha guía al pueblo hacia abajo.

 

 

De transiciones y de muñecas rusas

 

Aunque el conflicto español entre la realidad y el deseo subvencionado (parafraseemos al poeta) es de peculiar gravedad no es único. Europa y por extensión el área de forma de vida con tradición occidental viven una sucesión de transiciones que encierran las unas a las otras como muñecas rusas. La ignorancia histórica de un pasado bastante reciente y que no debería ser olvidado junto con el halago popular en periodos gubernamentales de cuatro años ha impuesto la gratificación inmediata y la exigencia del Estado, no ya de Bienestar, sino Benéfico, en un mundo igualmente benéfico por arte de birbirloque, un Estado Vigilante del la Dicha Generalizada y por lo tanto autorizado a la intromisión en la intimidad de los individuos, que deambulan felices unidos al soma por el cordón aislante del audio musical.

En algún momento se perdió la conciencia del precio de las situaciones y las cosas, se impuso una amplia y voluntariosa ceguera y se pasó, del compromiso con valores concretos y de beneficio probado, a la componenda fugaz y momentánea según la ley del mínimo esfuerzo y la fe inconsciente en el musculoso primo transatlántico. Pero el primo, aparte de no querer ya serlo en lo que a Europa concierne, también tiene sus propias muñecas rusas por las que transita, las múltiples alianzas que le hacen apetecible un bajo perfil. También él, Estados Unidos, dejó de lado las personas y los grandes principios universales y la insobornable solidez de los hechos en pro de las tribus, el show coyuntural y las etnias. Por primera vez se eligió Presidente en virtud del color de la piel y no del programa y los méritos. En cuestión de unos años se perdió la sustancia final que alimenta y conforma las actividades humanas y su producto, es decir, las ideas, se incluyó en el apartado de la inoportunidad y el mal gusto la defensa, al menos verbal y explícita, de principios que deberían regir en todo el planeta, derechos ciudadanos, y denuncia de su ausencia. En su lugar se mezcló con el plano ético el de las alianzas puntuales, la floración de núcleos de potencia comercial y la reorganización y volatilidad del comercio, el mantenimiento de un Ejército bueno para gastar dinero en él y para intervenciones sin previsión ni seguimiento abocadas al fracaso en la mejora de la vida de las poblaciones. A la opinión pública se le servía un predigerido de relativismo en dos lecciones: todo el mundo es (casi) bueno, las culturas (cualquier cosa, de los piojos a dinamitar imágenes y machacar al débil, es cultura) son sin excepción respetables, no hay que arriesgarse lo más mínimo a dar juicios de valor, no digamos a defender principios ni a oponer, llegado el caso, la fuerza a la barbarie. Es la definición del Paraíso para el criminal, el dictador, el terrorista y el cobarde. En su nombre, se abandonó a las capas más ilustradas, liberales y ansiosas de modernización del mal llamado mundo árabe (en realidad plural y complejo), se favoreció a fanáticos integristas, teócratas impresentables y hordas salidas de una edad media mucho más oscura que ninguna de Europa y amamantadas de irracionalidad, codicia agresiva y muy justificado complejo de inferioridad, gentes sometidas a los usos y costumbres religiosos más aburridos del planeta que tal vez no encuentran mejor distracción que suicidarse llevándose de paso por delante a cuantos puedan.

La excitación del Mal y el placer que produce infligirlo, la facilidad con la que puede obtenerse, aunque sea por un muy breve lapso de tiempo, la vivencia de superioridad y poder es, por doquier, comparable al chute de droga, más asequible que la heroína e incomparablemente más rápida que los métodos de dominación tradicionales. En los países islámicos en ella se decanta la tremenda y soterrada violencia diaria que genera la segregación de sexos, la anulación social y pública del femenino, la repugnancia  y temor masculinos, incrustados como un reflejo condicionado, a la suciedad inherente a la percepción y sugerencia del cuerpo de mujer, a la humillación de que esa cosa reservada a la reproducción y placer del dueño se ofrezca a libre disposición visual. Tal caudal invisible de frustración, aburrimiento feroz, absurdo blindado por el temor y el dogma, percepción inevitable de inferioridad respecto a las personas libres toma formas metafísicas, místicas, bélicas, normalmente arropadas de una capa de pureza extrema y completo desdén por las uvas siempre verdes e inalcanzables.

El Mal, su realización placentera y su embriaguez son incomprensibles pero exportables, tienen su público allende el área islámica y gozan en Occidente del beneficio del estupor, de la carencia de instrumentos mentales y léxicos con los que manejar realidades que se creían lejanas y superadas, que sólo hallan afines en las pasadas guerras mundiales, en buena parte desconocidas por la generalizada ignorancia histórica. El Mal se suponía enfermedad, defensa, fruto de opresiones de clase, simple diferencia de criterios. Hasta verse confrontados con su real existencia, sin disculpas ni paliativos y sin posibilidad de alianzas, buenismos ni pactos. Y el Mal es tal que se nutre y crece en primer lugar a base de los habitantes de su lugar de origen, los más débiles, los inermes, para buscar luego la saciedad en esas sociedades occidentales despreciadas por su pasividad y carencia de principios.

En ese panorama, la indefensión de la gente del común es total, aunque la velen y maquillen el buen vivir cotidiano y la aparente lejanía (hasta que algún atentado los sienta a la mesa) de los conflictos. En un ambiente de rendición preventiva sólo quedan el halago a los bárbaros y la espera de que pasará la mala racha como ocurre con los fenómenos meteorológicos. La comparación con una Historia que se desconoce revela sin embargo la fractura y diferencia abismal entre un ideario básico, no tan lejano, de principios sometido, evidentemente, a las servidumbres de la práctica y la fluidez turbia de paisaje actual, carente de portulanos excepto el generalizado e inconsciente convencimiento del derecho a la gratuidad y la disolución en colectivos diversos y agresiones ancestrales de las responsabilidades de cada individuo. Una Transición notable, a la medida de la servidumbre que genera; y del reparto de placebos.

Estados Unidos ocupa todavía, sin duda por inercia y por falta de referente de recambio, el papel de polo negativo y mascarón del proa del Capitalismo en la dualidad izquierda buena/derecha mala sin la cual ni el lenguaje ni el cerebro parecen, en su gran mayoría, ser capaces de funcionar. Y, como en Europa, también los norteamericanos han adoptado, en lugar del análisis de hechos e individuos concretos, la perversa clasificación usada por el enemigo, la de los sucesivos miembros del club de la irracionalidad y del grupo parásito, y optan por la distante y torpe visión del mundo, con esporádicas cargas de elefantes que dejan los territorios intervenidos en peor situación que la previa al salvamento. Apuestan además por un distanciamiento respecto al Viejo Mundo comprensible porque éste último lleva décadas haciendo méritos para ello, mientras aquéllos pagaban en dinero y en muertos. Sin embargo la nueva estrategia, a la que no es ajena la reciente independencia petrolífera, es de corto alcance de miras porque ignora el valor más real, exportado y exportable a la mínima oportunidad que la gente tiene de adoptarlo: Los fundamentos en los que se basa el modo de vida occidental. Su defensa sólo cuesta, para empezar, la recuperación de la palabra, de, al menos, la denuncia verbal incansable, independiente de los necesarios acuerdos diplomáticos y de la esfera del comercio. Porque los justos términos ante la obviedad de hechos, discriminaciones, dictaduras, bondadosa estulticia, expolio cotidiano son los instrumentos en los que se encapsulan las ideas que a su vez producen cambios, logros, invenciones y el mejor progreso.

Las transiciones se llevan haciendo desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI en sentido contrario, alejándose a toda velocidad de cuanto significa compromiso, obviando las incómodas verbalización y precio de los actos. Crímenes, robos, apartheid femenino, violencia, destrozo y ocupación de lo público, no son tales  ni reprobables; dependen de quién los haga, de sus circunstancias, intenciones y latitud.

El proceso en curso sería el de muñecas inversas, es decir, la introducción de las muñecas más grandes, los principios y valores de envergadura, en la muñeca más pequeña, la del aparente beneficio puntual de elementos anónimos aglutinados en el grupúsculo del agravio, la carencia y la intemporal referencia a la tribu, normalmente servidos con una guarnición irracional de vago paraíso futuro y ubicua conjura presente contra el bien común. A corto plazo esto es exactamente el mister Hyde de la democracia, el alter ego más oscuro, y más nocivo, de un sistema de Derecho con Constitución, Parlamento y votaciones periódicas, corrupciones inevitables pero, también, leyes, responsabilidad penal, prensa libre y separación de poderes. Según se produce el deslizamiento hacia la pseudodemocracia se acelera la técnica de ingeniería social: El denominador mínimo al más corto plazo es el que hay que ganarse y manejar en un clima de continua medida, composición y recomposición de la opinión, a la que se riega con irracionalidad y grandes dosis de adhesión sentimental en forma de asambleísmo y participación instantáneos, pero que al menor enfrentamiento con el efecto real de las utopías subvencionadas clamaría amargamente contra el deterioro y la pérdida de su actual forma de vida. Y descubriría que la única dualidad contra la que luchar es la del tejido productivo por una parte y por otra el tejido parásito que se procura mantener incrustado en aquél por todos los medios. Que fallen suministros esenciales, cajeros, policía, seguridad viaria, aviones, trenes, barcos, carreteras, farmacias, y el destinatario del discurso del paraíso gratuito virtual acaba descubriendo que vivir aceptablemente es una lucha mucho más trabajosa y menos nítida de lo que pensaba, que el Mal no es el gran dios del Dinero, el Satán bancario y el poderoso y rico por el hecho de serlo, sino que en cada caso, individuo y momento se impone un juicio de los actos y un reconocimiento de la legalidad y de las Leyes, que éstas valen lo que el coraje de las poblaciones de velar por ellas, que a nadie se le garantiza por el acto de nacer otra cosa que, si hay suerte y lo hace en una zona civilizada, la igualdad de derechos, y que, efectivamente, las ideas, encapsuladas para su actuación en las palabras, son las que producen cambios, inventos, degradación o progreso.

El eficaz utensilio ideológico de la falsa dualidad preceptiva está en directa relación con la trampa del pensamiento positivo forzoso, el sonríe o muere que ya están denunciando no pocos filósofos, que ha sido de rigor en Estados Unidos y ha desteñido sobre Europa. Se consiguen pocos votos con la descripción de las situaciones ingratas y la crudeza de las verdades, no se lleva la obligación de asumir la responsabilidad que es la médula de un sistema democrático decente, es cómodo el olvido de la simple existencia del Bien, de la necesidad ética y práctica de defenderlo. El estudio de Hannah Arendt sobre la banalidad del Mal no ha perdido un ápice de vigencia y, por el contrario, se ha diluido en dosis de fácil digestión por la mayoría. Y el ciudadano del común camina con un pie en el voluntarioso buenista del todo es relativo y otro pie en la explosión del antisistema alimentado por la ira de haber llegado tarde al reparto.

El fraccionamiento y minimización de los territorios, desde la floración de pseudonaciones aferradas al eterno victimismo hasta los viveros de mafias y tribus urbanas que ejercen el chantaje de la desproporción mediática, es el arma más eficaz contra el individuo libre, su trabajo, su seguridad y sus recursos. Todo para él dependerá de las consignas aplicadas en la estrechez del reducto, el lenguaje sufrirá un vuelco que despoje a los términos de su recto significado, desaparecerán, y serán incluso objeto de oprobio, las jerarquías elementales de bondad, verdad y belleza, las simples evidencias fruto del sentido común, de la decencia instintiva y primaria. Fuera de la pertenencia a alguno de los colectivos agraciados con patente de corso hay poca salvación.

Véase una simple pincelada a título de mínimo ejemplo: Festivo, y casi idílico, pueblito del País Vasco. Plaza, baile, música. Disparos. Cae muerta, en plena calle y delante de su hijo pequeño, una mujer. En tiempos perteneció a un grupo independentista que lleva cometiendo, en plena democracia española, numerosos asesinatos. La prensa extranjera los ha tratado con mimo y simpatía porque España parece condenada a ser el parque temático de utopías de nacionalismo terrorista que en el propio país sin embargo el resto de Europa prefiere ver lejos. En el pueblito idílico se ha formado un charco de sangre en el suelo. Los antiguos compañeros de la mujer han abandonado tranquilamente la escena. Los protege, y protegerá, un manto de temor, vileza asumida y olvido inducido, y ese manto cubre todo el pueblo. Retirado el cadáver, se echa serrín y no se suspenden canciones ni orquesta. Los bailarines procuran no pisar la zona. de serrín con sangre. De igual manera, la palabra crimen no existe en las mentes, se cubre, se rodea. Y continúa la fiesta. El nivel de vida es excelente en el País Vasco, no se pagan apenas impuestos, el perfil, convenientemente exportado, es el del cromo rural, la comida rica y los recios norteños.

No hay mejor ceguera que la selectiva. Se lleva sorteando mucho serrín empapado en incómodas materias. Y quien lo ha hecho y lo hace cada vez lo sabe.

 

 

Del esperpento a la tragedia

 

El totalitarismo parcelario de España es el del esperpento. Véanse proclamas entusiastas cuya incongruencia es de una estupidez tal que es difícil creer que se hayan pronunciado en serio: Alianza de Civilizaciones, según la cual tanto valdría la lapidación pública como el hábeas corpus, Prefiero morir a matar en boca de un Ministro de Defensa que, por supuesto, está cobrando por serlo, Oficina de Ideología de Género conveniente y lujosamente instalada en la ONU, Ministerio de Igualdad en el frontispicio de un edificio público (que no en una página de Orwell). Pero el volumen mismo de la estulticia oculta el del dinero que esto permite atesorar a los rentistas del invento. Nada hay de inocente, y la irremediable mediocridad de los dueños del lucrativo montaje postfranquista español no impide el suficiente grado de habilidad como para copar hacia el interior y el exterior buena parte de los medios de comunicación y dominar la propaganda. Porque en el escenario de la Transición guión y actores fueron prestamente sustituidos por la oferta de gratis total y facha el último. Aquí ha sido, y es, franquista, y aterrorizado del epíteto, cualquiera que negara el derecho de los dos sindicatos del sector partido socialista y aledaños, a ser fastuosa y perpetuamente mantenidos por el erario, es reaccionario e infame el que constata que los escolares no puedan estudiar en lengua española en amplísimas zonas, es un burgués deleznable y un conservador ultramontano el que afirma que los programas lectivos son desastrosos y abismalmente inferiores respecto a los de hace décadas, y merece la hoguera el que denuncia la manipulación histórica.

El esperpento ofrece escenarios para todos los gustos, que, curiosamente, hasta ayer no llamaron la atención de la prensa local ni de la foránea. Ahí están los fastuosos polideportivos en pueblos con población escasa y de edad provecta, la ratio demencial de universidades por habitante, las artísticas escombreras con pretensiones de decoración urbana. Forman parte de un vasto escenario ocupado por la fábrica de indemnizaciones, comisiones, dietas, pensiones vitalicias, retiros precoces, ayudas a festejos reivindicativos, pluses a minorías ofendidas, cacerías, hoteles, gorras, pancartas, carrozas, cenas, transporte, banderas, silbatos, folletos independentistas, tarjetas de crédito, indignados manifiestos, puñetas jurídicas subastadas al mejor postor, denuncias televisivas del capitalismo, clamores radiofónicos por la paz y el diálogo con el ladrón y asesino recuperados al efecto, coronas embargadas en Suiza y virreinatos dispuestos a que les corone y pague la enseña el Gobierno del que fue país común. Abonado todo ello por lo que se exprime del sueldo del infeliz ciudadano espectador quien, además, debe aplaudir obra y actores porque no hay más teatro ni función a donde ir.

Los ingredientes del caso español no son originales. Lo son su proporción y su orden temporal. Robos, fraudes, corrupción, populismo los hay por doquiera, pero no en cantidades industriales, no como estructura paralela, permanente, regular y básica del edificio nacional, que se va transformando a ojos vistas en una cáscara cuyos despojos del país que fue se disputan los clanes afanados en el reparto político-financiero y territorial. Desde luego esos ingredientes en normales sistemas democráticos no preceden y conforman los planos del edificio, la creación de organismos, los proyectos de obras, la normativa y las leyes. En España, en olas sucesivas de mayor o menor degradación, han sido creados ad hominen, para beneficiar a contratistas, receptores de comisiones, jeques locales, afiliados al sindicato, la asociación o el partido. Desde que comenzó, en los años ochenta, la degeneración de la que aparecía como transición ejemplar, se entró en un original proceso no lineal sino acelerado o contenido según clan en el poder y apetito y exigencias tribales. De ahí la sorprendente inutilidad, la palmaria estulticia, el derroche estéril de inversiones, el aprendizaje para la ignorancia, los microgobiernos autonómicos. La inutilidad es sólo aparente. Su creación, encarnizada defensa y mantenimiento adquieren pleno sentido porque son garantía de empleos, sueldos, gratificaciones, cohechos y ocupación de parcelas oficiales de libre disposición y manipulación. Indispensables para el proceso son el miedo y el control, generosamente subvencionado, de la opinión interna y externa. Para ello ha sido, y aún es, agente indispensable el chantaje verbal, dual y sociológico anteriormente descrito.

Se entiende mal la situación de la Península, la extraña sumisión que permea su ambiente, si no se considera ese invisible campo de minas que, en forma de iconos verbales, ha sido sembrado en su territorio. Se trata de un puñado de palabras en la que los significantes han sido vaciados de su normal significado para rellenarlos de otro llamativo, asociado a elementos rechazables, diseñado para la inmediata repulsa. España es desde luego el primero de ellos; no de otra forma podría explicarse la extraña orfandad de símbolos y de expresiones nacionales de este país en el conjunto de Europa, su ansiosa búsqueda de una identidad vicaria. Bajo la palabra no hay, sino en una minoría honrada e ilustrada, su auténtico significado de nación de ciudadanos libres e iguales en derechos y oportunidades. Para la gente del común, y por todos los medios, el término mismo es evitable, asociado con el negativo mito originario cuidadosamente criado al efecto. España, tras este vaciado y relleno del referente, debe ser, junto con banderas, escudos e himno, un ente que bordea el fascismo, el franquismo póstumo pero mantenido por exigencias del guión en el candelero, España será sólo gente bien vestida en calles y plazas de la zona rica, adolescentes pulcros enarbolando enseñas de otrora, niñas de buena familia, intelectuales de catolicismo, orden y naftalina. Todo ciudadano moderno que se precie huirá del icono y de las banderas como vampiro del ajo, y mostrará su repugnancia de buen gusto ante los símbolos patrios, que sólo serán aceptados cuando se trate de cobrar de un puesto, de beneficiarse de un acto en el que necesariamente figuran. El icono vergonzante ha recubierto por completo al primigenio, el de igualdad y libertades, aquél sinceramente querido con el afecto simple de lo ancestral y lo próximo, con la estima hacia territorios distintos pero comunes por los que no ha tanto se deambulaba sin conciencia de animosidades y fronteras. El significante verbal había de ser transformado en su contenido, reducido mitad a anatema mitad a una sustancia amorfa para cuya mención se utiliza todo tipo de pseudosinónimos, de forma que pueda ser troceado para su reparto.

La finalidad sociotribal es que el vocablo España no exista. Un espacio nacional de igualdad y libertades, de historia y horizontes amplios es incompatible con el ansioso reparto del botín y la justificación de la propia existencia por parte de los clanes. Éstos han trabajado con el mayor encono en destruir, de forma retroactiva, el contenido del término. El símbolo verbal que con esa forma agitan es el común enemigo al que se ha enseñado convenientemente a odiar y ridiculizar desde la escuela primaria. Cuando esto sucede sus habitantes no tienen más refugios que el círculo local y familiar inmediato y el cacique y líder que, al menos, les sirve de parapeto contra el complejo de inferioridad del europeo dudoso. Pasado el acné juvenil de ciudadano del cosmos, el adulto siente que la patria existe y que su deseada ciudadanía mundial se ejerce a través de ella, que no hay antagonismo sino extensión entre el conocimiento y los afectos del país en el que ha nacido y lo que más allá de las fronteras va encontrando. Pero le han provisto de un icono falso, al que apenas puede nombrar.

Ningún grito más agudo que el del silencio. En Hispania todo iba pasablemente en el más pasable de los mundos posibles, porque se vivía bien, con esa salsa acogedora condimentada con sol, buena dieta y paz turbada tan sólo por balazos esporádicos en la zona noreste. La Transición B se mantenía sin esfuerzo a flote e incluso bogaba sin problemas, sacando velamen. Los disidentes de la estricta corrección dual política desaparecían de foros televisivos, radios, charlas y periódicos, eran degradados en sus trabajos, eliminados de listas y promociones, pero no aparecían seguidamente con un tiro en la nuca en las cunetas. Gozaban del ostracismo light, de cierto estatus de apestado leve. Uno menos en el reparto de las mil y una recompensas al hervidero de tribus. Sin embargo del Callejón del Gato ya se había pasado a sombrías bocacalles laterales en las que podía pisarse un charco de sangre, por omisión de criminales no adecuadamente perseguidos, liberados en aras del buenismo con ellos y el malismo hacia sus antiguas y nuevas víctimas, por un caso, el GAL, de escuadrones de la tortura y de la muerte contratados por y en las cloacas del Estado, por un maridaje justicia-política-negocios incorporado a los menús habituales. Pero la gran línea roja se pasó más tarde.

Hasta entonces se había costeado por un mapa al estilo de los portulanos antiguos, en parte real y en parte fabuloso, en cuya cartografía se alternaban monstruos resucitados o creados según exigencias del guión y datos que se querían eficaces para llegar a la deseada cota del progreso europeo. A partir del 11 de marzo de 2004, y antes de él ya en sus preludios, se entró en las aguas abiertas, calmas y de una negrura profunda de la banalidad del Mal [3]

 

 

 

El Monumento al Olvido

 

Quien salga de la Estación de Atocha, en pleno centro de Madrid, tal vez repare, aunque es poco probable, en que en la plazoleta se alza un cilindro de poca altura. No pasará junto a él porque está fuera del acceso de los peatones y del tránsito habitual. Se alza sobre un reborde de hormigón mordido por el tráfico y su fealdad de superficie envejecida contrasta con sus vecinos, la hermosa planta de la antigua estación remodelada y el airoso frente del que fue Ministerio de Agricultura. Podría ser el respiradero de alguna obra subterránea, el acceso a un parking o la gran funda en plástico de burbujas de algún contenedor. Incluso, aguzando una imaginación ya castigada por pavorosas y onerosas decoraciones urbanas, un gigantesco bote desteñido de bebida refrescante obra genial del sobrino de algún concejal.

Es gris, mate y polvoriento. Se confunde, en los días nublados, con el fondo y sobre él resbala, sin advertirlo, el ajetreo. Carece de elementos figurativos. Su diseño se diría que corresponde a la voluntad de no atraer atención alguna, una gigantesca lata desechable de continente y contenido amorfos, en el tono indefinido del humo de los escapes y la indiferencia.[4]

Es simplemente perfecto como ejemplo de la plasticidad de la arquitectura, siempre molde de la voluntad de los líderes y del bovino asentimiento de las sociedades. Ambos lo segregaron como el molusco la concha. Sólo el conocimiento previo informa de que el grueso cilindro fue erigido en conmemoración del mayor atentado terrorista de la historia de España, la matanza del 11 de marzo de 2004. Esa mañana, a la hora punta en que la gente venía al trabajo, se hicieron explotar con bombas los trenes, con el saldo de doscientos muertos y más de un millar de víctimas cuyos nombres oculta y mimetiza con el asfalto el sudario aislante.

Es improbable que, de observar el cilindro, cosa que prácticamente nadie hace, el curioso  coincida con la visita oficial de algún político. Tales eventos ocurren muy raramente y a una velocidad vertiginosa. Se cumple el expediente de un preceptivo homenaje a las víctimas sin la menor ceremonia llamativa y con ese ritmo que delata, antes de entrar en el recinto, la premura de salir. Más allá, en uno de los bordes del Parque de El Retiro, un bosquecillo dedicado a la misma conmemoración y llamado, sin duda en un lapsus freudiano, “del Recuerdo”, permite también los perfectos anonimato y  lejanía de la opinión pública. Si el viajero quiere matar el tiempo y pregunta, hallará, perfectamente disimulado en el gran hall central de la estación, el recinto subterráneo situado bajo el cilindro y que constituye todo el Monumento del 11 M. Normalmente se pasa de largo ante la pared opaca azul oscuro con indicación minúscula de contenido y horarios. Se trata simplemente de una mesa de folletos y algunas flores, un pasillo, los nombres de los asesinados en un azul pálido levemente iluminado en el muro y la sala circular sobre la que se levanta el cilindro externo a la que sirve de techo una cúpula semitransparente con frases. Por aquí no ha pasado la Historia, no hay explicaciones de ningún tipo, carecen de rostro y de leyenda matadores y muertos. Por no existir, no existe ni la insistente y preceptiva versión oficial de la autoría islamista, como si un último rubor hubiera impedido, una vez alcanzados los fines de los que manipularon la matanza, llevar la impostura hasta el epitafio. El folleto es asimismo breve, átono y con un texto dedicado mayormente a la arquitectura de la obra cuyo resultado, en verdad, plasma de maravilla en su burbuja la voluntad de borrar de la memoria, no ya el dolor, que al no haberse esclarecido realmente la masacre sigue, sino la vergüenza de aquella semana, del mes de marzo de 2004 y de las rendiciones incontables que a él siguieron.

El Monumento al 11 M -y demás víctimas del terrorismo puestos a aprovechar- es una tirita azul pálido con funda de plástico de color sucio colocada sobre una llaga abierta de las dimensiones de un cuerpo puesto a continuación del otro. Podría al menos, en un alarde figurativo, haberse dibujado bajo ella una gran boca sellada.

Había elecciones generales en España tres días después del atentado, y la víspera debía ser, según la legislación vigente, jornada de reflexión. En las jornadas que mediaron entre la matanza, el estado de shock de la población y las urnas todo el afán de los dos sindicatos y el partido de la oposición y sus afines se concentró en excitar la animosidad de los ciudadanos, no contra los autores del sabotaje, sino contra los políticos y el Presidente todavía en ejercicio. Los vagones de tren fueron desguazados y destruidos prácticamente en horas veinticuatro, en parte de la prensa, la que no pertenecía al sólido bloque mediático de los nuevos ricos del régimen, hubo pronto denuncias de que se había sembrado la investigación de pruebas falsas, destruido las auténticas como enseres de las víctimas, maquinaria, metales, y que se había ocultado el arma del crimen, el tipo de explosivo. Militantes, políticos y movimientos de oposición se lanzaron, aún calientes los muertos, a una actividad frenética de agitación y propaganda según la cual los criminales no eran los que habían puesto las bombas sino el partido por entonces en el poder. Ocurrió lo que no había sucedido en país alguno: En respuesta a una masacre ciudadana se llamó asesino, no a los que mataron, sino al Presidente democráticamente elegido, se cercaron las sedes de su partido, se infundió en la opinión, en nombre de la paz a toda costa, la rendición a los criminales, se culpabilizó la presencia española en la guerra de Irak, como si, contra toda lógica y obviedad de los hechos, el país nunca hubiera participado ni fuera jamás a participar en acción militar alguna, se violó la jornada de reflexión y se montaron grandes manifestaciones, acoso e insultos con un agiprop en toda regla que, desde luego, logró en tres días, contra todas las expectativas de voto anteriores, el cambio del gobierno por otro singularmente favorable al mosaico de intereses tribales, al nacionalismo rapaz, al grupo terrorista ETA, que había acabado con las vidas de casi mil personas en plena democracia, y a la doctrina de la blanda sumisión en política exterior.

La apoteosis de agitación-propaganda de 2004 fue precedida, mucho antes del 11 M, por un clima diario de rechazo y denuncia de la intervención en Oriente Medio y por la nada pacífica exaltación de una paz universal y, como el resto de los bienes, gratuita y garantizada. En los centros de enseñanza llevaban largo tiempo campeando sin rebozo, ante los niños y adolescentes, carteles, llamadas a concentraciones y pintadas contra los miembros del Gobierno, a los que se tachaba de fascistas, nazis y criminales, pintadas y proclamas que desaparecieron como por arte de magia desde el día siguiente a las elecciones. Con celeridad vertiginosa, los militares fueron repatriados desde sus misiones en el extranjero en medio de una lluvia de plumas de gallina que les enviaban los soldados en plaza de otras nacionalidades, el nuevo Presidente levitaba en su toma de posesión proclamando su afán de paz infinita, el Ministro del Ejército afirmaba (sin dar ejemplo pero cobrando puntualmente su sueldo) que prefería morir a matar.

El objetivo era revitalizar, en el imaginario popular, el mito dual indispensable, el que hacía décadas se vertía, fuese a base de lluvia fina o de bombardeo, desde los púlpitos oficiales y oficiosos: La existencia del Gran Enemigo, la España A, Mala, frente al País B, mosaico de tribus felices y seres benéficos cuyo camino hacia el edén fue truncado por la Guerra Civil.

La oposición obtuvo el poder a los tres días del 11 M, arruinó y desguazó la nación en los años siguientes y, lo más grave, hizo a la población partícipe de la maniobra por medio del sabio uso de la vileza compartida. Los españoles habían votado y participado en un cambio de régimen que fue un claro éxito para los que planearon inmediatamente antes de las elecciones la matanza. La gente sabía que había cooperado masiva, miserablemente en la vasta manipulación y su chantaje, que no en el reparto de un botín más amplio y menos visible que el simple manejo del erario público. Así pues forzoso era olvidar, aceptar y tragar rápidamente, de una pieza, la apresurada y tajante versión oficial. Por mucho que se proclamara la autoría islámica nunca se supo quiénes fueron los autores de la matanza, quién el cerebro de la operación. Siempre se supo a quienes había beneficiado, aquende y allende fronteras.

Tras un cierre claramente en falso del proceso, se extendió sine die, una extraña y significativa ley del silencio que es quizás la prueba más clara en contra de la versión oficializada. El 11 M debía borrarse de la mención verbal o escrita y hasta de la memoria, De citarse, se presentaría siempre, en los exorcismos periódicos, como el atentado islamista que, en realidad, nunca se probó que hubiese sido. Cualquier otra alusión, calificación, petición de investigación, hipótesis estarían anatematizadas e incluidas en el acostumbrado bloque del Mal (fascistas, franquistas, derechas, etc.). El gran atentado de la estación de Atocha  sirvió y sirve a aquéllos para los que era imprescindible remozar el mito dual Progresistas/Reaccionarios, la España mala frente a la buena, la perpetua guerra civil pendiente sin la cual el avejentado clan parásito carecería de justificación y subsistencia. La matanza útil y utilizada no fue, ni mucho menos, tan sólo asunto de victoria y derrota de dos partidos políticos. Tuvo probablemente bastante de acuerdo de franquicias y de negocio conjunto, amén de una gran proyección externa en la que se repitió, con curiosa homogeneidad y probablemente a bastante coste, la versión islamista preceptiva.

A partir de ahí planeó sobre la ciudadanía, junto con el silencio, el temor a la repetición de actos similares, la certidumbre de la cesión ante la fuerza brutal bien organizada y la existencia de oscuros, antiguos e intocables centros de intereses y de poder. Y, desde luego, aquello marcó un antes y un después en la historia española; también en la europea, inaugurando, con la alianza de indefensión, desconcierto y cobardía, la estrategia de la Rendición Preventiva y la anulación de valores, Ley, Estado de Derecho y análisis de hechos y responsabilidades individuales: El Gran Culpable de aquel crimen, de cualquier crimen, ni habría sido ni sería su autor, sino la ancestral e intemporal injusticia del Sistema, el Leviatán capitalista, imperialista, derechista, eterno, lo que permitiría seguir una apacible rutina sin darse por enterado de agresión, delito ni violencia alguna. Bastaría con alternar dos paraguas: El de la revolución pendiente, a cargo del erario público puertas adentro, y el multicolor de la Alianza de Civilizaciones más allá. Simplemente cumplía recostarse en el derecho a ser mantenido y en la buena conciencia fruto de la amnesia selectiva y la irresponsabilidad personal. Sumergidos en un estado de cosas opresor per se desde el origen de los tiempos, no cabe hablar de jerarquía ni universalidad de valores; tan sólo confiar en la bondad de los bárbaros, en la innata virtud de los indigentes y en la pureza de los marginados. Y refugiarse en la tribu de víctimas más cercana.

La censura y la autocensura respecto al tema del 11 M alcanzó cotas de virtuosismo, su simple mención olía a azufre, rompía la superficie de las aguas del dorado estanque del bienestar y el asunto zanjado. Como hojas que se cortan de un árbol, fueron cayendo las de los periódicos que osaron tratarlo de forma crítica, los libros sobre el tema que aparecieron tenían algo de clandestino y muy escasa difusión, se apartó a directores de diarios y a columnistas. Alguno en el mundo de la prensa hubo que, tras investigar durante años el atentado y las clamorosas contradicciones de la versión oficial, optó sin embargo luego por publicar rectificaciones de corta y pega abjurando de su error y confesando la islámica autoría. Fue ascendido, pero para ser cesado al poco tiempo. Quizás porque Roma no paga a los traidores.

Hubo algo en extremo patético en las cinco líneas de rectificación de todas sus investigaciones anteriores en las que el conocido periodista abjuraba de su error al buscar en los causantes de los atentados de Atocha a otros que no fueran los islamistas. Éstos aparecían, además luego en noticias de prensa en lugares dispares, Serbia, Marruecos, Siria, preferentemente ya muertos. Ninguna versión en medios de amplia audiencia contraria a la preceptiva de autoría islámica, pero sí una lluvia de artículos diversos, sin relación con Madrid pero abundando en historias del radicalismo musulmán, de manera que la opinión se impregnaba, por proximidad, de la relación entre éste y la matanza madrileña. La exaltación de los sentimientos corría paralela a la ausencia de datos fiables, pruebas concretas, culpables confesos y a la demonización de los muy pocos –y muy valientes- que se atrevieron a poner en entredicho la versión oficial.

Sólo hay, y no por azar, otro tema que despierta animosidad semejante cuando se quebranta la ley del silencio: La denuncia de que el espacio cultural está prácticamente copado por el marchamo Izquierdas reservándose para los otros, englobados en Derechas por supuesto, el ostracismo y el rechazo. Sin embargo la afirmación es simplemente cierta y basta para demostrarlo un simple análisis estadístico y proporcional de temas de películas españolas, series televisivas, discursos, declaraciones, obras diversas. El que denuncia al clan Progresista por decreto, al lucrativo monopolio de la ética, debe prepararse a ser incluido en “la caverna”, los conservadores reaccionarios por definición, y ello con una animosidad y violencia verbales que por sí solas son prueba fehaciente de la veracidad del discurso del denunciante.

El cilindro de Atocha es el apropiado monumento porque su cerrada superficie encierra bajo llaves que podrían no ser las suficientes dos tesoros: Por una parte la España desconocida, minimizada o ausente de libros de texto y de medios de comunicación, hoy insólita, pero que fue, que quizás podría ser. Y, por otra parte, cuanto debió ocurrir, y no ocurrió, en el 11 M. Allí se encontrarían, como el cliché posible de aquella interminable fotografía, las manifestaciones de un país unido, en su clase política y su ciudadanía, llamando asesinos a los asesinos, estarían los responsables guardando cuidadosamente las pruebas, preservando hasta la última chapa, clavo, sustancia impregnada en las ropas y los cadáveres. Se hallarían todos ennoblecidos por la doble fraternidad de la indignación y el dolor, pisoteando el mito de las dos Españas, liberados al fin de canalla y parásitos. De abrirse la puerta del cilindro deberían salir los sindicalistas que olvidaron su sueldo gubernamental para ponerse en primera fila de los que exigían claridad y justicia, estarían los que limpiaron, por vergonzosa en momentos tales, toda pintada sectaria y condenaron la manipulación en los centros de enseñanza. Allí aparecerían los valientes chicos de la prensa, insensibles a las presiones del club de los ricos del régimen, atentos tan sólo al horror y al minucioso esclarecimiento del caso. Y no podrían faltar los jueces y fiscales que, desdeñosos de los políticos que los nombran, con ejemplares eficacia y discreción, no tendrían más preocupación que la búsqueda de la verdad. Pero no están, no ocurrió, estuvieron, no ya a la altura, sino al otro extremo de la circunstancia. No hay vacío, sino materia oscura en el espacio que el cilindro abarca.

Para acceder al segundo tesoro, el del conocimiento, hay que ascender a la terraza del edificio, porque desde ella podría observarse, con cierto esfuerzo, el panorama de una España que hoy parece insólita y sin embargo existió no ha tanto y podría en el presente haber existido. Aguzando la vista en el espacio y en el tiempo se descubre que hace pocas décadas España era un país como los demás de Europa y la generalidad del mundo, con bandera, himno y una lengua que se enseñaba y podía aprenderse en todos sus centros de enseñanza y con libros de texto que narraban su historia y hablaban de sus grandes figuras, de sus hechos notables y de sus monumentos. Vería el observador en la distancia gentes, millones de personas, que se desplazaban y residían sin distinción alguna de privilegios ni trato de un extremo a otro de su país y para las que el apego al terruño no era sino un aditamento más al natural afecto por la propia tierra en el sentido lato. El cilindro se habría vuelto, por entonces un peldaño de la alta torre de las grandes vistas, que hace parecer ridículas las torrecillas de imitación marfileña y despreciables a aquéllos con vocación de habitantes de termitero empeñados en hacerse con bienes comunes para su uso exclusivo durante su propio, interminable invierno. La España de las amplias vistas, la similar a sus homólogas de Europa, existió realmente, aunque la cubra y la sofoque una gran ficción del Paraíso perdido y el hervidero de víctimas insaciables. Hoy por hoy, se divisa un Madrid-Pompeya, cubierta la ciudad de mullida ceniza que apaga los sonidos y tan sutil que ni se advierte su presencia ni se añora que hubo cielos de mayor limpidez.

El Monumento al Olvido lo es más por contraste con la envergadura de los actos conmemorativos de los grandes atentados en otros países de Europa, como Gran Bretaña o Francia, la unidad en ellos de gobiernos, ciudadanía y oposición en el homenaje a las víctimas y la repulsa de las muertes que sí, en su caso y no en el español, reivindicó el terrorismo islámico. Lo que en el Reino Unido es unión y común impulso en España no es sino el instrumento para perpetuar en el poder, real o en la sombra, al Clan de la Bondad, al de la Transición B o más bien P de Parásita, a los beneficiarios de la nómina vitalicia, la eterna deuda  y la eterna guerra.

Se ha consumado el proceso totalitario de la No Persona, la modificación, borrado, cortado y pegado de la Historia: El 11 M no existe, su mención ha entrado en la rampa que conduce al averno verbal, en este caso un pequeño limbo azul, sellado y frío, donde revolotean y se consumen hasta la insignificante transparencia víctimas y victimarios. Nadie intente aludirlo porque le protege, amén de la coraza de plástico, el estigma Reaccionario que su simple mención lleva consigo. El que exprese sus dudas sobre el proceso y la autoría islámica, su repugnancia por la utilización vomitiva que se hizo de la masacre, ingresará en el grupo de los parias de la España segregada por los secuestradores de la Transición.

 

 

 

Galería

 

En el Parlamento español, Las Cortes, faltan retratos. De las salas cuelgan los de cada presidente y ministro, pero frente por frente, en la pared opuesta, podrían alinearse otros; aunque, por el desprecio cosechado, tal vez hallarían mejor hueco en el dibujo de la alfombra. Sobrenada en el imaginario, por su insignificancia, el de un señor pequeño y nada joven. Va vestido con aseo, peinado hacia atrás el escaso pelo gris sin implantes. Lleva con esfuerzo una bandera española. Hay poca gente en la plaza madrileña, es una de tantas manifestaciones de víctimas del terrorismo. El señor está solo, y digno, con una pequeña insignia en la solapa y la mirada atenta a los oradores y a la espera de los acordes del himno nacional. Es la antítesis del cantautor de éxito, dinero y progresismo, del intelectual desdeñoso, del joven enérgico de papá generoso y del que se ha hecho un provechoso hueco en algún clan de minorías agraviadas y protegidas. El señor lleva trabajando muchos años, robar no entraba en sus cálculos, quería justicia, ley y orden. Han matado a la gente buena, y por eso acude. Quiere a su patria y por eso lleva una bandera. Ignora con qué desprecio, con cuánto desapego y a cuánta distancia le miraría la clase dominante, la superioridad inmensa desde la que probablemente ni le ve el cantautor ingenioso que se apunta a grandes hazañas como tirar de madrugada la estatua del dictador muerto. El cuadro del señor bajito, con su bandera roja y gualda, no va a colgar en el muro de Las Cortes. Ni tampoco el de Remedios, la señora que se ha pasado media hora entre las papeletas, el día de las votaciones, porque no sabe a quién votar. Ella, y toda su familia, se han ido enquistando en el hogar humilde, de clase baja-media, en la misa del domingo y el belén de Navidades, como los católicos practicantes que siempre han sido, en las fidelidades a familia, honradez y palabra dada, a la cartilla de ahorros y la amortización de la hipoteca. Las corrientes externas tocaban a antifranquismo, pero ellos sólo querían trabajo, seguridad social y que hubiera menos robos en la calle. Ahora resulta que el partido conservador al que Remedios siempre votaba apoya a los adversarios y no defiende sus principios, que el sindicalista liberado, bien pagado y vocinglero irrumpe en su despacho y en su ordenador con consignas en las que ella no cree, resulta que meten en el Ministerio con contratas precarias a gente superflua y le quitan a ella y a sus compañeros, los de oposición, sus tareas habituales. Ella no se ha atrevido nunca a casi nada, no se ha enfrentado a casi nadie. Tiene el patriotismo de las clases populares y el armazón moral, estrecho pero seguro, de los usos y creencias tradicionales conservados en un medio muy reducido, que es el de las paredes de la oficina y de su casa. No ha hecho mal a otros, ha trabajado siempre, reivindica los viejos principios. Y ahora se encuentra conque la han timado, que la engañó el periódico que siempre compraba su padre, que la estafan los representantes de un gobierno que se decía defensor de ella, de su familia, de un país que se disuelve, se compra y malbarata, de una moral que ahora parece vergonzante y es el único techo ideológico que ella conoce. ¿Qué hacer? ¿Qué queda a la gente del común sino las urnas y, si acaso, una manifestación de víctimas en la que se firma un manifiesto, se escucha y se grita? Remedios, con la indignación y el desamparo pintados en el semblante y la papeleta de voto inútil en la mano, no tendrá cuadro en las paredes de la sala.

Tampoco habría espacio en la nueva galería por hacer para víctimas recientes, entre las que no faltan las que creyeron, amaron y defendieron buenos ideales y proyectos llenos de sentido, que en un tiempo correspondieron a los iconos originarios. Un polvo espeso hace, además, inidentificables los retratos del sindicalista que trabajaba, combatía por los trabajadores  y nada tiene hoy que ver con los mastines a sueldo de la plataforma parásita, y las telarañas cubren alegremente la efigie del socialista con deseos de mundo solidario y vidas mejores, el profesor que defendió la enseñanza pública y el saber y se opuso a la peste logsiana, los catedráticos eliminados de un plumazo porque eran una élite del saber y por lo tanto sobraban y los compadres ladraban por sus puestos. No habrá ni rastro de la que debería ser muy larga hilera de asesinados, heridos, afectados doblemente por el terrorismo y por el silencio y la complicidad. En esta sección de la pinacoteca se impondría el collage, porque así se reproduce adecuadamente en el lienzo la dispersión de los miembros, los fragmentos de órganos y extremidades que saltaron por los aires con las bombas-lapa, los balazos a quemarropa, las explosiones en los trenes de Atocha, los vehículos dinamitados, el atentado en los grandes almacenes. Convendría que estos cuadros de motivos fragmentados propios de una vanguardia de casquería se mirasen con las figuras correctamente vestidas de la pared de enfrente, entre las que no pueden faltar caballeros togados y magistrados dependientes en todo del gobierno que los nombra, condecora y recompensa.

Es preferible que la galería se abra en el lateral a una pequeña sala circular que fue, en los tiempos anteriores a la Corrección Política, de fumadores. Aquí habrán venido a refugiarse los retratos de otra clase de víctimas, las de la dualidad contraria, aquéllas que, por reacción mimética, han adoptado el armamento verbal del adversario y caído de hoz y coz en la trampa de la aceptación de la falsa realidad maniquea. Hartas de presenciar el servil acatamiento del monopolio del Bien ligado al término Izquierdas, del temor perruno a ser tachados de Derechas, Franquistas o Fascistas, de la continua danza del chantaje para hacerse perdonar pecados originales e imaginarios, personas inteligentes, valientes y valiosas se han empeñado en la reivindicación del polo opuesto. Como si el mundo se redujera a uno u otro icono.

Hay algo patético, y difícilmente comprensible en gente de enjundia intelectual, en esa inconsciente rendición al Enemigo. Son, serán la Derecha, proclaman con la exaltación del converso y del sometido al abucheo diario. Hay dos, ellos y las Izquierdas, porque hay que tener orgullo de ser de uno y no del otro. Como si se renovara eternamente la lucha de Dioses y Titanes, Ángeles y Demonios, Fuerza Buena y Fuerza Oscura. De nuevo, pues, los hechos desaparecen, la observación  se mediatiza, los juicios se amputan y tuercen para introducirlos en el molde dual. El proceso es doloroso y forzado, porque traiciona la simple lucidez, la verdad y los impulsos generosos y solidarios que se teme podrían ser confundidos con el lenguaje de la Izquierda. El movimiento pendular lleva a individuos normalmente razonables a la defensa de un paraíso incompatible con el servicio público, a la cruzada para la privatización de cuanto existe y se mueve, al vago ideal de un nuevo Estados Unidos en formato pequeñito donde, en feliz régimen de contratación libérrima y variadísima, se migra de un extremo a otro de la piel de toro, parando media hora al día para tragar un sándwich en la cadena de comida rápida. Desaparecida la Enseñanza Pública y el currículum general básico, los niños deambularán, cheque escolar en mano, según sus padres consideren que les conviene saber o no geografía o física; si el pater familias es musulmán devoto las niñas sólo asistirán, con otras niñas, a labores y cocina. Se abrirán, con el cheque, a los escolares de barrios desfavorecidos las puertas de centros en el corazón de zonas residenciales, con el pequeño inconveniente de que se encontrarán algo desplazados a la hora de inscribirse a las numerosas, y costosas, actividades extraescolares de ballet, golf, violín y ski de fondo. La liberalización completa y redentora suprimirá inútiles autobuses urbanos, que no abarrotaban veinticuatro horas al día los pasajeros así como todo tipo de transportes prescindibles, por lo que languidecerán y perecerán en sus domicilios aquéllos que los precisaban, con el consiguiente ahorro de medios y energía para la capa activa, solvente y emprendedora de los ciudadanos. La Derecha Liberalísima que parece añorar el año 0 de organización autónoma de Atapuerca se complace, con masoquismo ejemplar, en asumir la caricatura que le han asignado sus adversarios; por ello ejerce con frecuencia un papismo mucho más allá que el conciliar, saca a pasear proclamas antiaborto sin venir a cuento y frunce el ceño cuando la prensa tiene el mal gusto de denunciar desfalcos al abrigo de la Corona. Naturalmente con estos enemigos el club Izquierda Parásita no necesita amigos: Nadie lo apoyaría mejor.

Es probable que la estética de los retratos de la que fue Sala de Fumadores deje que desear. De hecho, los de la pared opuesta los observan, desde el largo corredor al que la entrada da acceso, con desdén. Los padres y demás familiares de la Patria suelen posar con la tranquilidad de quien lo hace para la Historia, mientras que su puñado de vecinos lo haría con la boca abierta de asombro y cólera, la indignación y el desconcierto pintadas en el semblante, las manos en gestos nada convencionales. Ellos eran de izquierdas, ellos eran buenos, y…lo siguen siendo, pero se han caído desde muy alto del caballo, no se recuperan de las múltiples contusiones. Es lo que tiene imaginar solamente dos cabalgaduras, la blanca y la negra, como el bueno y el malo de las películas. Los desconcertados tienen marcos modestos, e incluso soportes a la pared precarios que se desprenden con frecuencia. No ganaron para más. En cambio sus vecinos del ala noble disponen de cada vez mejor estructura con los años porque, bajo diversos títulos, se han votado a sí mismos y a sus homólogos durante más tiempo, sin que importara la etiqueta política sino las reciprocidades esperadas. La dualidad queda para la plebe. Se habla de nombres nuevos, de recién llegados que intentan sortear el blindaje que alrededor de sí han segregado los clanes parásitos, que ni son dos, ni son dos partidos ni corresponden a dualidad alguna.

En la habitación del fondo, siempre en obras, hay un olor a recién pintado. Allá se encuentran los apresurados lienzos en los que falta por añadir cabeza y manos, que se ponen y quitan, como en los muñecos de feria, ajustados al espacio vacío. Son tantos y tan imprevisibles los cargos, los títulos diariamente creados, la clonación autonómica indispensable de funciones y puestos, con sus consiguientes pensiones vitalicias, la multiplicación exponencial de representantes, presidentes y ministros que el departamento de protocolo no ha encontrado mejor método que la fabricación y almacenamiento en serie, con figuras adaptables según las circunstancias.

La mostra transicional cumpliría que se cierre por pequeños grabados, entre goyesco y simbolista, en los que encuentren acomodo especies en grave peligro de extinción: La vieja hermosura de la necesaria utopía, la libertad no sólo de asignación de impuestos, el cariño patrio sin peaje de odio previo, y la negrura de Goya en pleno para recibir en el oscuro recinto de un aquelarre cerrado a cal y canto a cuantos roban a golpe de ley y cargo, a los que ordenan poner bombas y a los que viven y medran a base de halagar a los dueños del miedo. A los vistosos Desastres de las Guerra puede corresponder su versión actualizada Los Desastres del Silencio, cuyas víctimas, no menos muertas ni maltratadas que las de Goya, nunca disfrutarán de audiencia ni justicia. Se las ha entregado, una y otra vez, a criminales reincidentes por la premura escénica de autoridades y próceres para dar una imagen de benignidad y obedecer al que manda. Sería muy difícil hallar en Europa un país donde la reiteración en el robo sea tan impune en la práctica como en España, o donde el asesinato múltiple salga más barato. Las víctimas de un Gobierno ansioso de ceder al chantaje son muchos cientos de gentes sin poder, sin fuerza, sin riqueza, sin armas. Podrían hallar acomodo al final de la galería, en una llama al Ciudadano Desconocido para la cual bastaría la caja de cerillas del cuento de Andersen.

La pinacoteca del Parlamento español no es la del Museo del Prado, pero con estas modificaciones es susceptible de aportar preciosa información sobre la evolución del país durante los siglos XX y XXI.

También, quizás, los retazos de algún diario:

 

He tenido un estrecho contacto con un Ministro, el que quiere inmortalizarse alicatando en plan hortera Madrid en dorado y hasta el techo. Había una concentración de apoyo a las víctimas del terrorismo. Debieron decirle que estaba allí la líder y a él le dio el ataque de cuernos y se presentó de repente. Pasó rodeado de guardaespaldas, impasible el ademán y a toda marcha. Y, sin detenerse ni mirar, me aplastó el pie. Llegó a tiempo de fotografiarse con los que presidían el acto.

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Están soltando asesinos de ETA mezclados con presos comunes de la peor ralea para mejorar el conjunto.

Hoy ya han anunciado, tanto el partido en el Gobierno como el de la  oposición, diálogos para reformar el texto constitucional.

Comienza a cerrarse el broche del golpe de Estado blanco.

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Voy a una manifestación, quizás la última, pero en todo caso final de una época, de víctimas del terrorismo. Por primera vez se anuncia de forma oficiosa el cambio de la Constitución de libertad e igualdad para dar paso al acuerdo de tribus, la regresión, derrota y el intenso regusto canalla.

 

Valió la pena ir.

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Parafraseando:

Primero vinieron para expulsar a los que se manifestaban por los mismos derechos ciudadanos en toda España. Ni palabra de protesta porque los manifestantes eran de los otros, de Derechas.

Después llegaron para condenar a los que denunciaban que no se pudiera estudiar en castellano ni aprender materias fundamentales. Nada en contra porque los condenados eran conservadores retrógrados, es decir, de los otros, Derechas.

Ayer se presentaron para eliminar de la vida pública y de los medios de comunicación a los que reprochan la excarcelación masiva y fulminante de terroristas, asesinos y violadores. Nada que decir porque los descontentos eran gente de los otros, de Derechas, que lleva banderas chillonas y se concentra incómoda y ruidosamente.

Hoy han venido a quitarme mis derechos, que ya no son iguales en todo el país porque éste no existe, a consagrar la enseñanza sin aprender, sin estudiar y sin lengua española, a robarme para mantener a sus clanes, a silenciarme, denunciarme y multarme si protesto.

Siempre vinieron a por mí.

A por mí, que no estuve en ninguna parte, porque los que protestaban eran los Otros, llevaban banderas y hacían manifestaciones de mal gusto.

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Madrid, 6-XII-2113 (por escribir. O quizás no)

Diversas manifestaciones de apoyo a la última Constitución han discurrido por las calles autónomas, a razón de una docena de individuos en cada vía pública. Los intentos de unanimidad en las enseñas han sido, una vez más, vanos. Predominó la bandera que hace el número quince de las diseñadas sucesivamente durante el último siglo, blanca con diversos motivos geométricos, pero fue abucheada por los partidarios de la nueva propuesta, el rectángulo con tres docenas de cabezas de ratón, inspirada, según se dice, por la de los Estados Unidos.

El Ministerio del Interior y Exterior (la delimitación no está clara) ha enviado, desde el Caserío que comparte la capitalidad y gestión hispánica con la Masía, fuerzas del orden violentas y semiviolentas para vigilar el acto. La rama independentista habla de entregar algunas armas, previo aumento de sus honorarios como Guardianes de las Esencias. El Ministerio de Finanzas Asimétricas se ha encargado, desde su sede noreste, del cobro a los manifestantes por el permiso de participación en el acto constitucional. No acudieron, como de costumbre, Intelectuales Hastiados ni Artistas Comprometidos. Se cursó invitación, aún sin respuesta, a la Unión Euroasiática, con la que Hispania tiene un convenio en tanto que franquicia vacacional asociada.

Se estudia la apertura de treinta y seis embajadas autonómicas  en las islas Fiji.

Se prepara la celebración de los Cien Años de Paz.

 

 

 

El ciudadano de Piranesi

 

La sensación de omnipotencia discurre, actualmente, paralela al peculiar, difuso, continuo sabor a indefensión profunda. Tal cosa parece, en principio, imposible por lo contradictorio: No lo es. Ambas corrientes coexisten. Todo puede saberse, mucho está al alcance de la mano, más todavía espera, en cuestión sólo de tiempo, ser clasificado y puesto en su casillero. Cada día es el final de la Historia, universal y propia, incluso la del recorrido mental por un cosmos cartografiado y datado en años luz. Se ha averiguado la edad del Universo, millones de espejos mágicos responden a cualquiera a cualquier pregunta. Dios está en la cola del paro.

Jacques Dutronc, un cantante francés de los años sesenta, del siglo XX, venía a resumir la pregunta común agazapada en el fondo del alma, o, en el recoveco de neuronas: Sept cent millions de Chinois, et moi, et moi, et moi? (Setecientos millones de chinos, ¿Y yo?,¿Y yo? ¿Y yo?). Y continuaba pasando revista a las grandes cifras de la demografía de la Tierra e intentando afirmar, frente a ellas, su pequeño mundo. Actualizado: Miles de millones de años luz de edad del cosmos, cadenas genéticas modificables, paseos virtuales por la Luna ahora tan conocida como el parque de la urbanización, inventario de los tipos de estrellas, razones químicas de los comportamientos. ¿Y yo, y yo, y yo? Yo, a quien ya me pueden dar respuestas para todo, ¿dónde, por qué y para qué estoy donde creo, aunque no me siento muy seguro, estar? Mientras el universo se expande y multiplica el ciudadano de Piranesi vive su agorafobia con mayor intensidad cuanto mayores son las dimensiones del recinto en que se halla.

Pese a la omnipotencia y omnisciencia, en los pequeños lugares y países, en las pequeñas vidas, la conciencia de sentirse inerme, sin embargo, es cierta. Quizás porque ha sido muy largo el período sin exigencias de pagar un precio, esos precios sin los cuales carecen de raíces los logros. Hay un instintivo reflejo de huida hacia la célula familiar, más o menos ampliada, hacia lo inmediato, incluidas ficciones de pertenencias ancestrales que ofrecen una acogedora tibieza de refugio. Pero resulta que el enemigo está en casa, en la facilísima felicidad, ocurre que el mejor o menos malo de los mundos posibles con toda su oferta de deseos satisfechos podría ser una máquina de continuas falsificaciones, que lo pequeño no es necesariamente beautiful sino que, por el contrario, puede lanzar sobre las sociedades, aprovechándose de la superioridad del número, una red gris de cuyas múltiples celdas la escapatoria parece imposible. El Tiempo de Tribus prohíbe, arrincona, barre al Tiempo de Ideas. El camino recorrido puede ser, y es en grandes, peligrosas parcelas, el contrario al de la Ilustración; va de la persona a los casilleros de cada clan.

Con todo su progreso, con la mutación social inigualable que suponen la informática y el inmenso avance tecnológico, esto conlleva, sin embargo, un enorme volumen de indefensión. Es el precio. La Revolución industrial, la técnica, permitían todavía cierta influencia y control del usuario, una proximidad física, una imagen mental abarcable. Nada semejante puede decirse del ambiente que rodea a los humanos en el momento actual. Nunca han disfrutado, ni imaginado, una omnipotencia virtual semejante, un conocimiento potencial de tales calibre e instantaneidad. Simultáneamente, jamás han sido tan dependientes de un corte de suministro, de una caída de la red, de una avería del automóvil, tan ignorantes de aquello que es vital para su existencia y que no pueden controlar en absoluto. En la grande y nueva etapa que representa el mundo cibernético, los canales, constituyen por sí mismos el mensaje y además, dado el espacio temporal que su recepción ocupa, están inseparablemente acompañados por el hecho de que las correas de transmisión son el Líder. No el único porque no impera, ni ya es necesario, un régimen de completo y exclusivo dominio del poder, pero los clanes parásitos se han asegurado de buena parte del control de esos cauces por donde fluye la materia visual y verbal que les garantiza, por cesión en su favor de la sociedad, un flujo de prestigio, dinero y especial rango en la jerarquía moral y en cuantos elementos culturales conforman la percepción que los ciudadanos tienen de sí y de su medio.

Las fronteras y lenguas ondean y se difuminan porque en la aldea global es necesario que el mensaje vaya más allá. Sin embargo la necesidad de referencias cercanas, propias, comunitarias, el temor instintivo a los grandes espacios y las entidades anónimas e inalcanzables y la falta de distancia crítica producen a la vez miedo y euforia ante la infinita libertad, inacción ante lo que sobrepasa y brotes fugaces de excitación que tienen la fugaz duración propia del escaso conocimiento y juicio personal reflexivo en los que se asientan. La rapidez de la mutación ha impedido tomar aliento, calibrar, situarse, Ha dejado, además, en el limbo de aquéllos que son objeto de una especial explotación a legiones de jornaleros de pantalla y teclado que carecen de bagaje intelectual propio. Habitan un terreno dual, entre el olimpo de jefaturas que planean sobre sus cabezas mientras, por debajo, se sitúa la ignorante, contrita y sumisa masa ante la que pueden mostrar desdén y prepotencia. No en vano, según se comenta, ya hay escuelas alemanas donde no se permite a los alumnos llevar ordenadores a clase hasta los doce años y en las que se aprende a escribir a mano e incluso a pluma y con caligrafía. También se cuenta que existen grandes empresas que escogen para directivos a gente que ha cursado Filosofía porque la visión en profundidad y en altura se ha hecho un valor en alza. El envés sería países donde se pretende desde la infancia, en vez de transmitir conocimientos, “formar para la vida”, es decir, fabricar seres adaptados a la coyuntura y el mercado laboral, buenos para hostelería, servicios y exportación medianamente calificada.

La revolución cibernética que se impuso en pocas décadas de forma irreversible, inexcusable y perentoria, fue utilizada en España de forma particularmente espuria por los grupos parásitos. Vieron en ella la oportunidad de eliminar social y laboralmente a los poseedores de conocimientos y categoría intelectual de la que ellos carecían. Necesitaban acaparar en breve espacio de tiempo la imagen de modernidad, europeísmo y eficacia, y enviar a las tinieblas del rancio país retrógrado a los que les estorbaban. La informática reinó suprema, no con la necesaria y encomiable finalidad de incorporarla y universalizar su manejo, sino como instrumento calibrado para segregar, expulsar y apoderarse con rapidez de territorios de adquisición normalmente laboriosa. El último de la clase poseía de repente la varita mágica que le transformaba en príncipe del encanto instantáneo. Su Alteza disfrutaba de derecho de pernada sobre los horarios lectivos, desplazaba o eliminaba asignaturas fútiles como Literatura Universal, leía el Periódico-Insignia y acaparaba cargos que le rescataban de la molesta tarea de enseñar. Mientras un partido, el socialista, imponía y otro, el popular, consentía leyes educativas que consagraban la ignorancia, la idiocia y la pereza, llovían sobre los centros de enseñanza caros equipos informáticos en su mayor parte inútiles o apenas utilizados. Eran los juguetes caros que regalan los padres para así compensar su falta de atención debida a la progenie. La manada, no de los alfa sino de los arroba @, aprovechó ávidamente la coyuntura para llevar a cabo una especie de limpieza cronológica suave y descafeinada en la que no se eliminaba físicamente. Sólo se desplazaba a la cuneta de la sociedad a los individuos que no habían cogido con suficiente rapidez el tren de la única modernidad posible. Se creó una clase dominante (y a su vez dominada por quienes la dirigían) de llamativa prepotencia, un clero que poseía las claves del saber sin el cual no había salvación. Y la limpieza fue eficaz mediante una especialísima toma de poder que deja a la población en un estado obligatorio de dependencia profunda, cotidiana, irremisible y reduce al silencio, la incomunicación y la invisibilidad a ciudadanos que pasan a ser daños colaterales.

La indefensión ha fermentado en España poco a poco dentro de la sopa primordial de optimismo, confianza, solidaridad, nobles ideas y horizontes ilimitados. En los años ochenta y antes, aún en vida de Franco, había cuajado la energía de hacer futuros mejores y no había eclosionado el gratis total. La libertad desteñía naturalmente desde la esfera privada a la generalidad de las costumbres, y en nada fue el cambio tan presto y radical como en las mujeres, que ya desde los sesenta se emancipaban de la sumisión biológica gracias a los anticonceptivos. Se creía en la Transición y en sí mismos como sujetos de una mejora que parecía segura, progresiva e irreversible. Apenas se prestaba atención al peaje de los nuevos territorios. Hubo pocas o ninguna crítica cuando las cárceles se abrieron y dejaron en las calles un puñado de presos políticos y un torrente de criminales, muchos con delitos de sangre. Fueron Saturnales largas y ruidosas, que las gentes de orden sin otro delito ni franquismo que su apego a lo conocido, al puesto de trabajo y a las tradiciones miraron desde la orilla en la que se sentían marginadas, años donde la fiesta se prolongaba en los interminables brindis patrocinados por el Estado de Bienestar y en los que no había transgresión, reivindicación, localismo y fuero que no se viera aclamado, declamado y festejado con pólvora del Rey.

Al tiempo se producía la gran mutación de las comunicaciones adscrita al universal vértigo de la segunda mitad del siglo XX. De repente todo podía saberse, todo era posible, si no ahora y ya, desde luego sí en el futuro inmediato, en una lógica del instante incompatible con la reflexión y el espacio crítico. Se desvanecían la soledad, la individualidad y la creación estrictamente personal junto con las grandes figuras, que eran reemplazadas por sus iconos, su plasma figurativo, el lugar simultáneo que podían ocupar en un momento dado en la lluvia múltiple de formas y mensajes. Con las inocuas fugacidad y brevedad y el esfuerzo nulo de rozar una tecla. La falsa libertad y la ocupación del espacio cognitivo con falso conocimiento son peajes probablemente necesarios, de la era informática incluidos en el conjunto de las muchas ventajas que de ella se obtienen. Pueden digerirse convenientemente pasada la fase inicial, pero se trata de una mutación que se produce a una velocidad que sobrepasa a la de cualquiera de los cambios que han afectado a la especie humana. La lógica del instante, de la comunicación permanente y comunitaria, puede ser utilizada para invalidar formas de reflexión y de existencia por su naturaleza exclusivas del repetido y largo esfuerzo individual. Desparecerían o se minimizarían como anecdóticas a un paso de reprobables la soledad, responsabilidad y creación personales. Adiós a las grandes figuras y bienvenidas las leyes mordaza que tacharán de retrógrado, caduco, inadaptado y estúpido a quien disienta. La falsa libertad de la pantalla global se resolvería en la okupación del espacio y del tiempo cognitivos con placebos de conocimiento. Se estaría en la dictadura de lo moderno, en la aceptación preceptiva del cambio como óptimo, sean los hechos cuales fueren, una especie de neofascismo futurista al que no es ajena la insistencia en dar por muerta a la prensa, al papel, a la lectura, y, con ello, eliminar espacio crítico.

De forma coyuntural, esto puede ser utilizado, tal ha sido el caso, como el instrumento perfecto para promocionar nulidades, obviar la ignorancia, infundir prepotencia a aquéllos  cuyo único diploma es el del cursillo coyuntural. Muchos vieron en ello su oportunidad para expulsar, dominar, invadir espacios, cargarse de suficiencia inapelable en nombre de los vigorosos dioses telemáticos. En muchos rasgos la nueva dictadura recuerda a las vanguardias del Hombre Nuevo de principios del siglo XX, al culto de lo moderno, lo joven, lo actual y lo fuerte, y, como los seguidores de Marinetti, desprecia lo anterior como caduco y propugna un sometimiento devoto al cambio continuo que, en sí, es necesariamente para el individuo concreto fuente de sometimiento e indefensión, potenciados ambos por el miedo a ser tachado de retrógrado, incapaz, caduco y prescindible, Nada más fácil, por otra parte, para el neovanguardismo del siglo XXI que el ejercicio virtual, e indoloro, por pantalla interpuesta, del vivir peligrosamente de los seguidores de Nietzsche, que sí se arriesgaban y lo pagaban muy caro. En un país de democracia socialmente débil, como es el caso español, inmerso en la desorientación identitaria, esta situación es particularmente grave porque se deja al individuo a la merced de sucedáneos de referencias orientativas y trampas duales, que utilizan ávidamente, a fines de robo organizado, los clanes parásitos.

Llegados a este punto, bueno es rechazar la nueva trampa dual. Es cómodo caer en la facilidad del razonamiento maniqueo. Lejos de existir el Bien y el Mal en forma de Modernos y Retrógrados, jóvenes agresivos y viejos desfasados, hay en el siglo XXI una vibración prometedora que abre cada día al descubrimiento, a la admiración y a la curiosidad horizontes de una extensión y profundidad cuajadas de posibilidades. E, invariablemente, también ahí funciona la lógica de los precios. Con la pantalla, la genética y el átomo, como con el hacha de sílex, se puede sobrevivir y alzarse hacia un mejor destino o sacar el corazón al enemigo. Las opciones no son fáciles cuando se ha alcanzado, en tan poco tiempo, tanto poder.

El ciudadano vaga, voto futurible en mano, como un homúnculo de Piranesi, por espacios que no controla en absoluto e incluso le son desconocidos y ajenos. El suelo se mueve bajo sus pies, el mapa del país en el que creía estar se ha fraccionado en múltiples grietas que se empeñaba antes en ver como simples fisuras y en realidad se han ido ahondando, en el transcurso de las décadas, hasta hacerse espacios intransitables erizados de peajes, fronteras, listas de espera y coimas. Descubre con estupor que el erario no es inagotable y que cebar a las clientelas significaba desnudarle a él.

El españolito de Piranesi es una especie nueva que vagamente soñó tiempos mejores y que ahora, cogido en la pinza de partidos que aspiran a repartirse y a repartir en exclusiva los beneficios que el poder procura, sólo se esfuerza en capear malas rachas y arañarse un mediano pasar. Presencia, con entrada obligatoria al incómodo patio de butacas, una nueva, peligrosísima farsa, la variante de la simpática mascota que saca las uñas y los dientes. Es un espectáculo nuevo, la Democracia Esperpéntica, blindada incluso a la crítica por su coraza parlamentaria que, ejercida como arma dual, concede como única antítesis la Dictadura. Sin embargo el hombrecito hispánico, aunque todo se ha hecho para que siga comulgando con la propaganda bipolar izquierda/derecha, progresismo/reacción del franquismo post mortem, siente que flota entre grandes bloques de organismos subvencionados desde la cuna, jueces mercenarios del político de turno y chantajistas de un pelaje que va del pistolero montaraz al aliado tribal previo pago de su importe. Lo que se le presenta como única organización social aceptable hace imposible la democracia real porque se ha convertido en un sistema hecho para garantizar la impunidad de los peores y para atemorizar y explotar al ciudadano. Y en eso, en la indefensión garantizada, parece haberse resuelto la ejemplar Transición.

No hay trabajo, ni el dinero fácil que antes cubría la fragilidad del entramado y permitió, hasta el minuto antes de la crisis, el reparto de sobras y dádivas. El voto cuatrienal no consuela de la realidad precaria, la cultura escasa, confusa y fragmentaria, el desvanecimiento de valores establecidos. Hecho a la inercia de los dos grandes clanes gubernamentales, expoliado y traicionado por ambos, el ciudadano de una democracia aprendiz que parece estar repitiendo siempre curso se siente robado por todos los frentes, y no halla punto de referencia. Adiós herencia cultural, que se fue por el sumidero de una enseñanza copada por consignas y por huestes del nuevo régimen ansiosas de hacer méritos para que les confirmaran puestos y mando en plaza. Ya no tiene historia, ni  héroes, ni reyes, ni romanos, ni cristianismo, ni tradición, ni descubrimiento de América, ni aspiraciones, fracasos y victorias. Tiene una imitación, gris y fallida, de más hábiles vecinos del norte. Adiós a la libertad económica provechosa que prometían los unos porque, cuando entraron en escena los otros, se apresuraron  a sobreañadir a la clientela anterior la propia, a sangrar la Administración del Estado y a arrinconar y presentar como inútiles a los funcionarios de a pie. El procedimiento es sencillo: Se imponen por doquier equipos de contratas temporales para que hagan tareas que corresponden a los empleados en plaza pagados por ello y capaces de ello. Los himnos al liberalismo y la externalización, a veces entonados en sordina para camuflar el negocio que para un puñado de amigos del dinero ajeno representan, se acompañan de aparente celo por el aprovechamiento de recursos y la disminución del sector público. Los nuevos jornaleros de ordenador, escoba o escritorio reciben, por el mismo trabajo, la mitad de sueldo que los de nómina, son despedidos a los pocos meses y contratante y contratador extraen del proceso jugosas mordidas duplicando así los costes de un cada vez más denostado sector Se consigue por lo tanto pésima atmósfera laboral, ninguna profesionalidad ni interés por parte de los trabajadores, derroche institucionalizado y descrédito del funcionariado ante una ciudadanía a la que se hace creer que toda asignación del presupuesto a servicios generales es ruinosa, educación, medicina y transportes públicos una antigualla y los minutos del cafelito mañanero la causa final de la desastrosa situación de las finanzas del país.

El ciudadano, pequeño, ocupado en la supervivencia y sometido a la desmemoria del mensaje prescindible fugaz e inmediato, se esfuerza por esquivar uno y otro bloque, conserva la añoranza de situaciones que fueron mejores y no sólo porque el dinero corriese más libremente, convive con la neta conciencia del engaño. Y, como gracias a la eliminación del almacén de datos y de la cultura personales, se está volviendo a la memoria fugaz primitiva, propia de la aurora de nuestra especie, el homo privado de Google se encuentra inerme, carece de acervo de conocimientos propios, estructurados, universales, cronológicos, en los que hallar seguridad, defensa, alimento y referencias. Ha aprendido que vive, y vivirá durante más tiempo que generación pasada alguna, en el mejor de los mundos posibles. Si el sistema informático no se cae de repente, si los servicios que da por inmarcesibles están ahí, si la energía eléctrica no le abandona. Y no recuerda, como raíces, más que la tonadilla que acompañaba a los dibujos de su infancia en la tele. Quizás el peaje de haber aceptado una educación-placebo en la que se pasaba sin saber de un curso a otro, quizás el banderín de tribu diminuta, las tabletas de la ley adaptables según consumo no hayan sido tan buen negocio después de todo.

El habitante actual de ese vago territorio llamado Hispania tuvo un mito, y aun varios, que incluían la dictadura extinta y una Transición ejemplar. Los bloques parásitos nacieron, engordaron y se instalaron sin ser apercibidos, infinitamente más peligrosos que los clásicos espectáculos de corrupción, carecen de nombre, su materialización requiere visualizar un cliché de intereses satisfechos que no se refleja en los órganos de información-propaganda que fueron en un tiempo lejano bandera de esperanza y libertades. Se ha perdido la costumbre de juzgar por individuos y por hechos. Y quien no tiene poder económico, social, mediático está por completo inerme y con toda razón amedrentado. La Justicia, el Estado en sus ramificaciones diversas pueden empobrecerle, arruinarle, dejarle en el limbo de un proceso durante largos años, obligarle a convivir con asesinos, a sufrir innumerables robos, a temer abusos, agresiones e intimidaciones sin que su débil status de ciudadano de a pie le ofrezca amparo. El hombrecito de Piranesi se ha acostumbrado a la censura preventiva, y sin advertirlo la ha interiorizado de forma mucho más eficaz que la vieja y tosca del régimen franquista. La ilusión de los setenta, y aun de los ochenta, ha dejado paso a un hueco a la medida del pasado impulso. Va buscando, con su papeleta en la mano como gran logro democrático, y se tropieza con populismo que corea clichés caducos y se acalla con la distribución gratuita de algunos bienes. Él sigue la rutina, de supervivencia, de los días. Mira sobre las desdibujadas fronteras. Europa. Quizás hay ilusión. Pero, ¿y si al fin y al cabo es también allí lo mismo? Ah, no. Allá el hombrecito crece y tiene la estatura normal de los ciudadanos. Sabe de buena tinta, por compañeros que lo vivieron, que, por ejemplo, en Gran Bretaña hay un servicio de asistencia jurídica gratuito para los que son víctimas de pequeños abusos y robos, aquéllos ante los que en su país de origen él está particularmente indefenso. Esos abogados británicos le escuchan y defienden sus derechos. Allí la justicia independiente existe, no está al albur, como en España, del partido que la nombra y de la importancia, cargo y riqueza del que, gracias a ello, no pisará la cárcel y ni siquiera será acusado. Tal vez sería una opción esperanzadora que Inglaterra desbordase Gibraltar y ocupara más terreno de la Península. O que esa Francia donde en todos los colegios los niños pueden estudiar en francés y se tienen las mismas leyes tanto se habite en la Normandía como en Marsella se desperece hacia el sur.

Porque aquí, en este país que por no tener no tiene apenas ni nombre, le han quitado mucho y pueden quitarle cualquier día cualquier cosa, como si el atracador se cruzara a su acera desde la acera de la impunidad y, después de hacer lo que le viniera en gana respaldado por una ley que sólo protege a los criminales y a los fuertes, volviera a cruzar la calle con su botín, con las manchas de sangre en su chaqueta, que no tiene por qué esconder y que no esconde, mientras es recibido con aplausos por sus homólogos y la prensa local y foránea se hace lenguas de la extraordinaria protección y desvelos gubernamentales de la que gozan ladrones habituales, violadores, asesinos y terroristas (valga la redundancia) en la España de las transiciones maravillosas.

La Historia se la han quitado en bloque. Ni Descubrimiento de América ni navegaciones de increíble riesgo, valor y audacia por el Pacífico. Ni héroes –serlo está mal visto- ni figuras señeras de las que brillan en el cedazo de las épocas. Las conmemoraciones de 1492 las hace de rodillas, pidiendo excusas y trajinando por los caminos con una cerda. Las defensas en mar y en tierra, por su honor y sus principios, no merecen mención en los libros; si acaso algún análisis del psicoanalista. Incluso los monumentos se ignoran, a las no-personas del pasado las acompañan obras de perdida autoría, la ciudad y los recuerdos son despojados de cuanto les daba significado, tradición y grandeza, se cierran tiendas y cafés seculares que en otras capitales se preservan como oro en paño. La fina red grisácea ignora cuanto sobrepasa el tamaño minúsculo de sus celdas. El ciudadano de Piranesi flota en un vacío de referencias que le proporciona una engañosa sensación de libertad.

Puestos a robar, le han robado hasta el término nacionalismo, que ahora es una abominación vergonzosa en cada una de sus facetas excepto en la tribal. Él tenía ese cariño instintivo por su patria que, por mucho que renegara de ella, era un sabor recurrente en las ausencias, en los paisajes, en la masa de finas raíces mezcladas con la vida propia. Estaba tan lejos de transformarlo en instrumento de estupidez y odio como de declarar la guerra a todos los pueblos en los que él no había nacido. Lo de ciudadano del mundo le parecía muy bien, quedaba estupendamente, pero tenía un algo de irreal y sofisticado que no se compadecía con la parte más cálida y veraz de su persona. Adoptó, sin embargo, esa jaculatoria como el resto, puesto que el dios de la indefinición exigía de continuo sacrificios y adhesiones y convenía que todo fuese vago, difuso, postmoderno, relativo y transitorio, desde el sexo a la nacionalidad pasando por moral, religión, estado civil y preferencias en cuanto a países, usos y valores. Del intelectual sabio al último presentador televisivo o actor en boga, todos denuestan ese sentimiento nacional que el ciudadano tenía tranquilamente integrado a sus afectos. No puede tenerlo en España, es, por activa y por pasiva, abominable. Sólo resulta digno de mención, aprecio y loa en otros lugares, también si se refiere a épocas distintas, o en la proclama deportiva ocasional. Dado que le arrebataron, desde la escuela, su propia herencia cultural y los más elementales conocimientos de filosofía e historia, el ciudadano expoliado nada puede alegar en su defensa. De lo contrario, le sería posible decir que el nacionalismo no sólo fue el monstruo de los desfiles de antorchas nazis, los genocidios balcánicos y los ensueños racistas del terrorismo vasco, sino que también existe y ha existido otro generoso y noble, del que es fragmento el suyo y su pequeña bandera y que existe como una perla entre materia espuria. El nacionalismo, muy bien acompañado por la rebeldía ante la opresión, impulsó al pueblo de Madrid el 2 de Mayo, mantuvo en pie bajo los bombardeos alemanes a la democrática Inglaterra, caminó hombro con hombro con los guerreros de Maratón que invocaban y defendían, para ellos y para nosotros, la más noble palabra, ¡Eleuzería!, en griego clásico libertad.

No le han robado sólo cultura y conceptos filosóficos: Le han robado la cartera. Se le supone protegido por la más nutrida batería de derechos que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros, pero cada uno esconde innumerables cláusulas en implacable letra pequeña, que le hacen transgresor potencial de normas incontables, sobre las que se depositan cada día otras nuevas como las hojas del otoño. Le han vendido una ilusión tal de completa seguridad que nunca ha advertido que el precio consistía en todas sus libertades y en todo el dinero del que les plazca apropiarse a los señores del feudo. A día de hoy, la ley penaliza ya, no los actos, sino los juicios de valor, la expresión de opiniones, el crimental (crimen mental) que diría el llorado Orwell. En la práctica, cualquier línea, gesto o frase es susceptible de multa, denuncia, reproche, escarnio puesto que se camina por un pavimento cruzado por la apretada cuadrícula de la corrección y de la delimitación de los territorios microtribales. Imposible explicar a jóvenes desprovistos de información veraz retrospectiva y de espacio crítico que la libertad individual que viven como un vasto supermercado es mucho menor que antaño, aunque otrora fuese la existencia más precaria, incluso si había dictaduras, porque contra las dictaduras se lucha, el enemigo es limitado, ofrece agarre al oponente. Pero en la tibia sopa de indecisión e inconsistencia no hay enemigo posible. Puede inventarse un gran fantasma llamado Sistema, y hacerlo objeto de las iras, aunque el rostro espectral se componga de los de buena parte de los iracundos.

A falta de un París luminoso siempre quedará el consumo. Desdichadamente hay que pagarlo, y las tribus llevan roída hasta la última migaja de la caja. Son innecesarios el antiguo ejército de las asonadas decimonónicas y la moderna policía política. Los supera con creces, como instrumento de sumisión, el miedo difuso al robo aleatorio oficializado y la falta de alternativas a un sistema que, en nombre de la legítima representación popular, es omnipotente, omnipresente e inatacable. El sujeto se rige por la regla del menor de los males y el horizonte inmediato, él y lo suyo y los suyos, sobre los que se sitúa la esfera de los nuevos señores que se conformarán con ritos de ingeniería social y tributos siempre y cuando el vasallo no les resulte molesto. Porque, si esto último ocurriera y el ciudadano no gozara de respaldo alguno, carnet de algún club de víctimas oficioso ni de finanzas que paguen su defensa, entonces lo empobrecerán impunemente y amargarán su vida, mientras como el resto, presencia el espectáculo cotidiano de criminales libres, jueces a la orden de quien les nombra y fortunas amasadas al abrigo de cargo, título y rango.

El hombrecito se pasea con su inseparable buitre, que vuela en círculos cansinos sobre su cabeza y desciende de cuando en cuando para arrancar la libra de carne y depositarla en las arcas oficiales, de donde pasará al departamento de trinchado y reparto entre el ocioso enjambre tribal. La gente del común cuenta con un carroñero por persona y es fácil, si se aguza el oído, oír su planeo, aunque el ave se confunda con el aire de los días grises. Las buenas gentes se esfuerzan, sin embargo, en pasarlo bien, en sacar partido de lo que parece todavía coloreado, disponible, con luces, de aquello que tal vez mejore. Capean la larga mala racha envueltos parcialmente en los reflejos virtuales de sentimientos, experiencias, placeres vicarios; levemente embriagados por visiones y sonidos que aparecen y se disuelven sin consecuencias pero que llenan huecos y, sobre todo, abrigan y aíslan del frío de la cruda realidad. Saben que les han robado cosas, muchas cosas además de la extracción cotidiana de múltiples impuestos y la amenaza continua de diezmos, penas, castigos burocráticos inapelables que no  tendrán más rostro que la respuesta mecánica de una línea telefónica y el aviso que incluye un número de pago y cláusulas imposibles. Regularmente el buitre baja, hunde el pico y sube, con su porción de carne, la coloca en la mano enguantada del cetrero y reanuda el vuelo circular sobre la cabeza que le corresponde.

Esas gentes advierten, por ejemplo, que les han robado la Navidad, y no la foránea del trineo y los renos. Los cérvidos representantes de la esfera nórdica no hubieran sufrido, ni sufren, en el país vergonzante del sur, menoscabo alguno. El robo se concentra en la imaginería milenaria propia del cristianismo. Jadeantes por el afán de parecerse a la ideal Europa moderna, los señores que ordenan el diseño del Hombre Nuevo han implantado el Advenimiento Geométrico y desterrado previamente, en una limpia ejemplar, belenes, estrellas, angelitos, campanas, reyes magos, misterios y pastores. En espera de que se imponga universalmente la Fiesta del Solsticio con los ritos correspondientes (el neopaganismo hitleriano podría ser una fuente de inspiración), las escuadrillas del Bloque Parásito han hallado una meta provisional con la que justificar su sustento y su existencia. Por supuesto, se favorecen incondicionalmente las expresiones y festejos religiosos de cualesquiera otras confesiones, sean judías, budistas o musulmanas. Las lucecitas, de una palidez insulsa, lagrimean en los escasos árboles que las cobijan, las decoraciones festivas son un homenaje a Fermat y Pitágoras y los belenes se acogen al sagrado de recintos cuyas paredes impiden que la mirada del ateo y del agnóstico sufran con su roce. Hay una premura tan provinciana y patética en demostrar desapego de las propias raíces y obtener el beneplácito de un invisible juez supraeuropeo asistido por un comité progresista del buen gusto que la representación antinavideña rezuma la tristeza del espectáculo sin público. Apoyado en el tenaz sentido común, el viandante mira, y sabe que le han robado algo.

Ese algo puede ser tan vasto como la realidad misma, incluso la que transciende fronteras, porque le han privado de la fresca posibilidad de percibirla según su saber y entender. No puede juzgar; los juicios de valor están mal vistos fuera de los carriles de lo conveniente y adecuado. El ejercicio libre del pensamiento, las categorías de malo y bueno tienen que obtener, como requisito previo a la clasificación definitiva, el pase de la correcta percepción, según a quién, dónde, cuándo y para qué sirven. Nada será, pues, per se aberrante, nefasto, injusto, peligroso, falaz, idiota, bárbaro, absurdo. Para extender sobre cuanto acontece el manto acolchado del distanciamiento sonriente se ha creado una doctrina como la Alianza de Civilizaciones, que se vende en diferentes tallas y cuya estupidez sólo es superada por la específica maldad inherente a un peligroso tipo de estulticia que le es propio. Espontáneamente, un juicio sano rechaza prácticas opresoras y repulsivas, pero no si se halla sometido a la implacable lluvia de consignas como la igualdad de culturas y el relativismo universal. En su nombre, se pueden contemplar sin condenar ni siquiera de palabra -o incluso tampoco de pensamiento, tal es la autocensura actual- las mayores aberraciones. El velo obligatorio o la ablación de clítoris son únicamente algunos ejemplos; podría tratarse de la estrella amarilla de los judíos de haber triunfado los nazis. Nada más cómodo que fotografiar y hacer lo que vieres. En ayuda del oportunismo y de todas las alianzas se ha extendido el dogma implícito de la intemporalidad de las situaciones. ¿Cómo rechazar usos que, por culturales –y todo lo es- gozan de patente de corso y están establecidos y aceptados por las poblaciones desde el comienzo de la eternidad? La premisa es de una falsedad patente, pero funciona, apoyada en el general anatema contra los juicios de valor y la timidez inconsciente ante el riesgo de rechazo.

Junto a lo que no debe percibir le han robado también la cronología, los acontecimientos insertados en su tiempo real. Los pequeños seres de Piranesi ignoran que lo que les presentan como ancestral, inmutable, casi eterno, jamás lo fue. Basta con echar un vistazo a fotografías no tan antiguas para observar que ha habido regresiones, empeoramientos, avances súbitos, que la Historia no es un relato lineal y lento sino que, como el Tiempo en sí, no pasa de ser una abstracción y sólo consiste en lo que los hombres hacen, de manera que ese tejido de omisiones y actos a cada instante dibuja el mapa de la realidad, El cambio que no ocurre en siglos sucede en pocos meses y el salto a la barbarie o a formas mejores de ser puede darse en muy breve espacio o no producirse en absoluto.

Como la virtual omnisciencia de la era telemática produce el espejismo del poder sin límites y la garantía  informativa, el sujeto de a pie se sorprende cuando alguien le dice que en absoluto ha sido esclarecida la masacre del 11 de Marzo de 2004 y que los que la planearon y/o aplaudieron gozan de manera patente de sus frutos, se extraña de que en las calles de Irán o Afganistán parecieran  mucho más modernas que en la actualidad en fotografías de hace no tantas décadas, y que por ellas caminaran mujeres vestidas libremente y con la cabeza descubierta. Él creía que, en una geografía cultural de espacios temáticos tan intemporales como las reservas zoológicas, los cambios en usos y costumbres no se producían sino a un lentísimo ritmo geológico con el que no cabe interferir de modo alguno. Al individuo abrevado cotidianamente con los clichés de la corrección le sorprende saber que, de no prohibirlo los ingleses, la costumbre hindú de quemar a las viudas en la pira del marido hubiese continuado felizmente por tiempo indefinido, o que la ancestral práctica china de escupir sobre el pavimento a diestro y siniestro, que parecía inscrita en sus genes, haya desaparecido con sorprendente rapidez en Singapur tras la imposición de elevadas multas. Tales intromisiones en ajenas estructuras étnicas tienen un insoportable perfume de herejía. Cuando se ha perdido el hábito de mirar de frente a los hechos, llamar a las cosas por su nombre y dejar libres las neuronas, es inquietante encontrarse en un universo sin balizas ni folleto de modo de empleo, en el que se desvanecen las consoladoras certidumbres en un lento e ineluctable progreso por medio de la taumaturgia educativa.

Ya se tratara del futuro de mañanas cantarines, ya de la victoria final de la clase laboriosa, ya de la parusía del entendimiento global, todo confluía en crear un cómodo estar con muelles seguridades garantizadas por la abstracción situada en el porvenir. Gracias a ella, los amables gestores de entelequias de consenso pueden enriquecerse hoy por hoy. Futuro y Tiempo forman parte, junto con las Leyes de la Historia, del mito forjado por los estafadores del presente. La pequeña figura de los grabados de Piranesi se encuentra rodeada por un medio aún más temible que los altos muros y las imposibles escaleras: flota en un vacío semejante al que rodea a los astronautas y, de repente, se ve obligada a procurarse, a base de observaciones y deducciones personales, la ley de su propia gravedad.

Tierra a tierra, el ciudadano mira en torno suyo. Reduce, sensatamente, su campo de visión al país que primero le nutrió y que le alberga. Y observa, una vez desvanecido el mito, que simplemente se está llamando Democracia a la Dictadura de los Peores. Ve pasar defraudadores de todo pelaje y jaez. Son el mascarón de proa de la nave capitana y de la flota que la sigue, forman un grupo escultórico de docenas de cuerpos en los que se quintaesencia y simboliza la tripulación a la que preceden. Como una estatua horizontal, constituyen el pináculo de una espesa base amalgamada de clientelas, menos vistosas, toscas y violentas que el bandolero tradicional pero, por acumulación y extensión temporal, mucho más dañinas. El tropel no pasa de ser la última secreción de la resaca larga, hay quienes luchan por librarse de su peso.

Y, vivo símbolo de su tiempo, el hombrecito se pasea por el país de la indefensión.

 

 

 

La postmodernidad universal

 

Al menos el pequeño ciudadano no está solo. Nunca se encontró más acompañado y su angustia vital correspondería a l’embarras du choix, como dirían los franceses, a la dificultad de elegir entre las múltiples ofertas para emplear el ocio, los cientos de amigos virtuales, los senderos que se ramifican ante él a cada paso ofreciéndole algo, y alguien, mejor que lo que tiene. La disponibilidad infinita de un medio que se abre ante él como la barra libre en un inmenso supermercado choca frontalmente con las limitaciones del día a día, de la falta de medios, de trabajo, de afectos, certidumbres, seguridad, y con la caducidad caprichosa de su propio código corporal de barras. Algo en su yo ancestral echa de menos el espacio medido que tenía su planeta en el centro, ahora un sistema solar que a su vez se columpia en los bordes de la franja de la Vía Láctea. De repente parecen haberse acabado, no ya la Historia, sino nada menos que las dimensiones siderales sin más cartografía que la incógnita. La datación del principio y fin del océano de galaxias en la que la propia ocupa un modestísimo lugar es cosa hecha. Su recorrido es imposible mientras no se descubran atajos dimensionales pero está plasmado en cifras. Algo de magia se ha perdido pero la compensa la belleza abrumadora de los objetos celestes. El terráqueo, en el estrato más hondo de su corteza primitiva, rezonga que ya era bastante conque la Tierra se moviera bajo sus pies, conque además lo hiciera con el conjunto de los planetas en torno a un Sol que tampoco está fijo. Y, como si tal cosa no bastara, ahora cuanto contempla en el cielo, junto con él mismo, se sabe lanzado en la proyección de una explosión espacial a cuyo origen debe la existencia.

Anteriormente él podía imaginar un antes y un después, un enorme círculo no por inaccesible y remoto menos sujeto que él a las leyes básicas de la existencia y, ¿por qué no?, dotado de una finalidad semejante a la que el humano siempre ha soñado para su propia persona. Sociedades y relaciones tenían así un sentido, los actos una transcendencia, el azar no era árbitro único del insignificante, pero personalmente fundamental, fenómeno de la vida.

Asoma entonces el universo-esponja, la posibilidad de un infinito y simultáneo conglomerado de entes posibles que aparecen y desaparecen en una alternancia de materia/energía, vivo/muerto, fin/comienzo. Deslumbrado pero abandonado a sí mismo, advierte que no hay más referencias, normas, jalones orientativos que los que él quiera establecer como tales. La observación no tiene nada de nueva: La muerte de un Gran Patrón de la ética había sido proclamada en diversas ocasiones, pero no con el amparo de la Física, con la solidez comprobada de la Ciencia. Porque la nueva, y aparentemente definitiva, postmodernidad es la Era del Relativismo Cósmico, la de la Gran Lotería en la que simplemente las favorables condiciones que han permitido el desarrollo de la vida en un planeta óptimamente situado y dotado para ello no son sino la combinación de cifras premiada entre todas las bolas y vueltas del bombo posibles, y por ello, y no al revés, se da la especie consciente que reflexiona sobre su existencia, porque paralelas a ella se han dado todas las otras que no podían producir el fenómeno.

El Universo-Lotería ofrece, en la práctica, una plataforma de impunidad a cualquier habitante del pequeño planeta azul del extrarradio. En las burbujas espaciales cada posibilidad de acción de su ente paralelo puede estar realizándose. Sus yos matan a su mujer, nunca la conocieron, hacen la carrera que él siempre soñó, aprueban la oposición, roban bancos, se dedican a la política, toman cada uno de los senderos de aquéllos cruces en los que él optó por la dirección opuesta. El relativismo redivivo y avalado por buena parte de la Ciencia ofrece un resquicio privilegiado a una clientela sin escrúpulos ya avezada en su uso. Si la lotería es la ley no puede haber regla alguna excepto el capricho del azar que, como los dioses de los griegos, se ríe cruelmente de los avatares de los seres diminutos.

En un plano más pedestre, ante este panorama, no ya galáctico sino pluricósmico, el ser humano medio siente una especial indefensión afín a la de “Marx ha muerto, Dios ha muerto y yo no me siento nada bien”. El dogma de la Santísima Trinidad era simplicísimo al lado de los arcanos de la física y matemáticas que rigen cuanto existe, astros y dimensiones incluidos. La longevidad que le prometen en breve no resultará jamás suficiente para abarcar una ínfima parte de los saberes. Virtualmente ha alcanzado la ubicuidad y su libertad no tiene límites (con mayor razón si ésta y su ser todo son resultado de la cifra casualmente salida del bombo), sin embargo lo malo de la omnipotencia es que todos los otros son también omnipotentes, lo cual dificulta bastante en el día a día la comprensión y relación con el mundo cercano.

Siempre habrá, sin embargo, aquéllos que piensen que, lotería o no, vale la pena creer y defender un marco de valores, con mayor razón si aparentemente nada los avala sino un precario consenso. Como las luchas en las guerras perdidas.

 

 

 

Hay vida ahí fuera

 

En un vertiginoso descenso tierra a tierra, se descubre que la  indefensión y sus variantes, el Clan Parásito, el Gran Hermano Dual, el Chantaje Zurdo, en el que se atribuye el monopolio metafísico del Bien a un ente llamado Izquierda, la especial negatividad centrífuga que, como una maldición genética, parece cebarse con España no son sino fenómenos coyunturales y perecederos cuya dimensión agiganta la ausencia de competidores explícitos, la reiteración de los tópicos y el aparente fatalismo del pensamiento fácil. Las técnicas para su erradicación son simples.

La primera consiste en bajar a la calle sin artilugios que corten los sentidos de la realidad. Ahí están unas ofertas cotidianas, un vivir de todos los días que tienen un valor extraordinario, porque nada es tan importante como lo que constituye reiteradamente la mayor parte de los tejidos del ahora y del hoy. Se encontrarán con aceras, coches y gente, con establecimientos públicos, con islas de charla y compañía en forma de vasos de bebida y su inseparable condumio, con platos calientes y guisos en su debido orden a precios asequibles. Hallarán a distancia abordable aguas, montañas, llanuras y playas. Verán de norte a sur los paisajes diversos y palparán en monumentos que persisten siglos, e incluso milenios, arte e historia. Estarán en fin, a no ser que se encierren y se resistan, en uno de los ambientes más a la medida de lo humano. Con los peligros que ello conlleva, de los que no es el menor la dificultad de abstraer el pensamiento de los requerimientos y fáciles dulzuras del simple dejarse vivir. Algo saben de ello los millones de turistas cuyo número anual supera al de la población entera del país (afortunadamente no están todos a la vez) y que, desde los visitantes nórdicos a las cigüeñas, vuelven e incluso establecen residencia permanente.

El de España es un entorno en el que, como en el resto del mundo, pueden darse y se dan crueldades, enfrentamientos, crímenes, guerras, pero es un cuenco en el que han confluido las suficientes migraciones como para estar pasablemente vacunados contra veleidades de xenofobia organizada. Es difícil imaginar en estas latitudes fríos exterminios, satánicas conjuras en aisladas comunidades cuyo semanal esparcimiento es la confesión a voces entre cantos religiosos y cuyas opciones gastronómicas varían entre la ausencia o no de cebolla, queso y pepinillos. En Iberia se vive al aire, con nocturnidad e intercambio de expresiones físicas de camaradería y saludo que resultan inusitadas en otras latitudes y los puntales de las sanidad gratuita y atención urbana a urgencias se siguen manteniendo, como barcos en medio de las andanadas de los que, en crispada respuesta defensiva al monopolio ético de la socialización, han caído torpemente en el extremo contrario: la demonización de cuanto es público y las loas a una generalización de lo privado que se diría calcada de las primeras poblaciones del Far West.

La sustancia de España, sus ásperos sabores, parecen por una parte suavizarse y diluirse con las aguas cercanas del Mediterráneo mientras que, por otra, es aventada por las corrientes que vienen del norte y de las lejanías del océano, mientras al tiempo –geografía obliga- mantiene con África una frontera necesariamente porosa, conflictiva y por ello de necesario contacto. En estas latitudes se tiene la querencia por lo propio arraigada hasta el punto de sentirse en la obligación de negarla continuamente. El español suele ser un renegado profesional del país en el que ha nacido y un apasionado defensor del terruño familiar. La popularización de los viajes le ha permitido ver, admirar, comparar y acto seguido disfrutar a la vuelta, en silencio, con mayores convicción y empeño, de las buenas, simples, habituales y asequibles cosas de su medio, de los dos platos con pan a manteles, como bien aconseja Sancho Panza, postre y vino a un precio y calidad que son rara avis en buena parte de los países que visita. Ese español que, aunque no lo diga por vergüenza, aprecia lo que tiene, rechaza convertirse en la figurita de maqueta pseudomoderna objeto de los sueños de líderes presuntuosos, de sempiternos ricos que juegan, como en su privilegiada clase es preceptivo, a construir en la capital un Ámsterdam ciclista, una Venecia manchega, un huerto peatonal en el que se deshoje a su favor la margarita de las elecciones. A él le gusta su vida, de la que, naturalmente, abomina en público y no pierde ocasión de manifestarlo al que sabe está engordando con sus impuestos. Y detesta a los que, de la mañana a la noche, le inundan con mensajes sobre los males de la era moderna y pretenden imponerle las sanas costumbres, sin sombra de vehículos, vicios ni comercios, del neolítico.

Ha comenzado a percibir las cadenas con las que se le ha venido atando a la obligación de mantener, nutrir, sumarse a las ofrendas a falsos dioses que se alimentaban de la promoción, todos gastos pagados, de utopías a cargo del indefenso contribuyente. Viaja, compara, ve. Los paraísos ya no son lo que eran. Instintivamente reconoce que los pequeños edenes, siempre perecederos, se encuentran de puertas adentro y de puertas afuera de su casa, que hay un camino largo, y con empinadas cuestas, para quien opta por pagar el precio en esfuerzo y riesgos de distintos manjares y que las navegaciones se hacen entre islas separadas por mares de angustia, penalidades e incertidumbre que son el peaje de la singladura. Y precisamente por ello advierte que ya no está de moda despreciar lo que tiene.

Hay muchas lucecitas al final del túnel, y no son el tren. Una de ellas, prueba de que la vitalidad de la gente del común sobrenada a los escombros parasitarios, es el saludable rechazo, no a la totalidad del cine español, sino al elaborado en las últimas décadas según el patrón bien definido de la revolución permanentemente subvencionada y la cutrez máxima. Se sigue pagando el peaje al mínimo común denominador intelectual, al mal gusto y a la zafiedad, no ya ocasional, humorística y festiva, sino normativa y servida en grandes dosis, como el mal vino y las palomitas en cubos gigantes. Pero se han producido, y se producen, algunas películas españolas excelentes y series televisivas que, precisamente por su notable calidad, no alcanzan cotas rentables de audiencia y son retiradas en beneficio de las generosas dosis de basura. La oferta cultural es amplia y de alto nivel en exposiciones, convocatorias, conferencias, la percepción de ciudadanía europea, de desplazamientos lejanos previsibles, de distancia respecto al pequeño espacio, mental y físico, propio de sus mayores es en los jóvenes intensa e irreversible. Si bien les robaron, con la Enseñanza, conocimientos, tradición y calidad de la cultura, sin embargo la generación reciente tiene la mejor de las maestras: La necesidad. Tras la certidumbre inculcada de la indefinida guardería no les es fácil orientarse en la nueva jungla, pero en cada uno de sus retos y peligros están también el desarrollo personal y la esperanza. Desaparecidas las dualidades y sus profetas, tienen ante sí un horizonte carente de chantajes y abierto al conocimiento El saber que se les robó, los valores, jerarquías, calidades no han desaparecido, están ahí para redescubrirlos, para que ellos se acerquen por vez primera a clásicos que ayudaron a vivir a otras generaciones, y pueden hacerlo con la llave de una ciencia que abre ventanas desde su mesa hasta los límites del espacio profundo donde se hallan las ondas que proyectó en su comienzo el Universo Se extiende ante los historiadores un amplísimo campo en el cual deberán, antes de ponerse a explorar e investigar, limpiar el terreno de la espesa maleza de intereses, tópicos, autocensura. Tendrán que ser cartógrafos de las fronteras entre la comunicación real y la ficticia, entre la virtualidad y la realidad de sensaciones, aspiraciones, sentimientos. Cuanto han dado por hecho porque se les ofrecía con entera facilidad comenzará a pasar facturas, a mostrar las tarjetas de sus precios. Y es muy posible que la infelicidad, la desdicha, la soledad, el silencio se desvelen, tras la pantalla de excitaciones coyunturales y satisfacciones inmediatas y obligatorias, como sustancia inseparable de lo humano. Será un mapa vital nuevo, de nuevos y también muy antiguos recorridos, que deberán, y les valdrá la pena, descubrir. A todos ellos corresponde de ahora en adelante el salvamento de las utopías. Mal podrían vivir si ellas no existen. Las utopías sin clientelas, las que no están pagadas con la piel de otros.

Finalmente, ellos y cualquiera deberán enfrentarse al conflicto de Aquiles entre intensidad de las vivencias y duración de la vida, la vieja apuesta a un solo número del caudal limitado de energías y tiempo o la prudente dosificación para alargar el consumo de las porciones y con ellas el de la existencia. Es una lucha antigua del mundo de la Física que se lleva a cabo continuamente y por millones en el corazón de las estrellas, la tensa pugna entre la presión de la de la materia externa y la energía irradiada por su núcleo, que finaliza, roto el equilibrio, con la compresión o con la explosión que implican la victoria, bastante pírrica, de una de las partes. Tal vez procesos semejantes hijos de la misma ley cósmica se den en cuerpos vivos, humanos incluidos, enzarzadas mente y materia en hallar un fiel de la balanza en forma de proyecto y en mantener su materia sin que se extinga el rescoldo que las anima. Para esos dilemas no habrá respuestas instantáneas ni mapas virtuales, pero sí habrá una sustancia cotidiana en función de lo que se vaya haciendo cada día de la vida.

 

 

Liberación

 

La pobreza del discurso es inseparable de la pobreza política, intelectual y social. Es inimaginable un Winston Churchill que se moviera con las muletas izquierdas/derechas. Si se hiciera pagar prenda en tertulias, televisiones, radios, aulas, editoriales y redacciones de periódico cada vez que se utilizan las palabras derecha, izquierda, progresista y reaccionario sin explicar a qué actos corresponden se habría dado un primer paso para la necesaria eliminación del gran tirano anónimo que lleva décadas viviendo de la sustancia productiva ajena.

Indispensable en el caso español añadir la explicación minuciosa del empleo de franquista y fascista, términos en cuyo uso toda mediocridad ha tenido su asiento, para gran detrimento de aquéllos que en su momento sí lucharon por la libertad.

Tan modesto procedimiento equivaldría a la lima que comenzara a operar sobre uno de los barrotes de la jaula que encierra la opinión, más allá de la cual se extiende el inmenso y variado campo de las realidades. Y la liberación, como un inmenso soplo de aire fresco, dejaría fluir la autonomía de expresión y de juicio. No procuraría grandes riquezas pero sí arrancaría de manera perdurable al bloque parásito un botín que corresponde a quienes, por verdadero ejercicio de la solidaridad, lo precisan y, al tiempo, abriría cauces y corrientes de recursos a quienes saben y quieren sacar partido de ellos.

A grandes males grandes medios. En el manual de primeros auxilios para librarse de las largas extorsión e imposición hay que dar prioridad a la erradicación de la iconografía dual, del chantaje verbal y mental basado en Derechas/Izquierdas y sucedáneos. Esto debería llevarse a cabo con el mayor rigor, bajo pena de inmediata condena y posterior ostracismo, obligando a quienes los empleen a explicar cada vez, inmediatamente, qué acto, sujeto y hecho concreto califican como tal y por qué y cubriendo de desdén y vilipendio a cuantos –ardua tarea. Son legión- los empleen para justificar superioridades o/y (siempre es , van unidos) privilegios. La terapia debería incluir una hucha de multas instalada en cada estudio radiofónico, plató televisivo, redacción de periódico y empresa editora, de forma que el uso de tales términos se reduzca exclusivamente a los ámbitos histórico y sociológico en casos y épocas bien determinados y de forma limitada y precisa. El chantaje dual generalizado, instrumento de opresión y de acaparamiento de bienes inmerecidos, perdería todo su poder, se revelaría huero y primario, un burdo pero eficaz método de interesada manipulación. Desde el instante en que la temida balística de facha, reaccionario, burgués, centralista y la reluciente armadura de progresista, izquierdista, nacionalista, revolucionario cayeran a tierra disolviéndose volvería a respirarse el aire fresco de la realidad y de la capacidad de nombrarla, juzgarla y cambiarla en función de sí misma y de la evidencia y la lógica individuales. Llamar a las cosas por su nombre no es pequeño antídoto.

No se trata, sin embargo, de una tarea fácil por el inmenso peso de la inercia, el hábito y los intereses creados, pero resulta indispensable como reactivo contra la indefensión a causa del poder que en sí poseen las palabras, mucho mayor en la vaga y fluctuante topografía del totalitarismo light del que vive y prospera, en perfecta, oficial y oficiosa impunidad, la peligrosa clase de las clientelas de la utopía subvencionada, el rentable club de víctimas agraviadas y los sempiternos y agresivos defensores de la socialización, en su favor, de lo ajeno. Por ello, amén de la eliminación profiláctica del chantaje dual Buenos/Malos, los primeros auxilios exigen una pedagogía intensiva de la ley del precio, es decir, de la inexistencia de la gratuidad como derecho, de la conciencia de que alguien, si no es uno mismo, está pagando por el bien del que se disfruta, de la certidumbre de que, lejos de moverse en un mundo estático de Poderosos Malvados y de Desprovistos (véase Pueblo, Gente y demás colectivos) Buenos, de Ratas Urbanas nutridas con el queso que arrebatan a los inocentes ratones rurales, por el contrario cada cual es hijo de lo que, en gran parte, puede hacer y deshacer según sus actos, sus dotes personales y la energía y el tiempo invertidos, y se construye a sí mismo en un proceso de sucesivas elecciones. Los defensores de genéricos, colectivos y clanes de tierra, raza o lengua como dotados de bondad per se en realidad están privando a cada individuo tanto de la protección de las leyes y derechos comunes e iguales como de la indispensable e intransferible responsabilidad personal que es la base de la existencia.

Esta terapia ni es popular ni promete grandes audiencias de pantalla. Sin víctimas el vengador carece de público, el gurú de creyentes, el cruzado anticlerical de su moderna y agresiva parroquia, la Inquisición de combustible, el predicador antisistema de fieles dispuestos a corear las consignas pero nunca a renunciar a sus ventajas. Una vez el tratamiento aplicado con éxito y desaparecidas las formas de chantaje dual y gratuidad obligatoria, entonces sí se pueden y deben cubrir las necesidades de quien verdaderamente lo precisa y defender los servicios públicos, atacados por ambos frentes tanto por quienes no ven la salvación sino en la empresa individual y la ley de la jungla informatizada como por los que suspiran por el advenimiento de un estatalismo siglo XXI en el que volcar sus viejas añoranzas del comunismo pretérito y se ahorran la molesta tarea de pensar dividiendo a la población en Poderosos y Pueblo. La corriente nutricia de dinero y bienes, desviada por la fuerza del chantaje hacia capas de población parásita, quedaría libre para fluir por los cauces y hacia los sujetos adecuados. Simultáneamente el caudal de la indignación legítima, que actualmente se desangra y desvía al dirigirse hacia sujetos de poca monta y hacia escándalos coyunturales que no representan ni la milésima porción del daño ocasionado por la clase parásita, se emplearía con eficacia. Y el ciudadano medio se vería liberado de buena parte de la indefensión y el desconcierto que gravitan sobre él.

El tratamiento incluye la desactivación de una de las mercancías más rentables y, por ello, menos fáciles de eliminar: el Miedo. No el agradable escalofrío del relato de terror, sino la difusión regular en una sociedad permeable del temor por medio de elementos negativos que representan el Enemigo y tienen mayor o menor categoría según guión y circunstancias. Hay una ocupación diaria del espacio perceptivo y mediático por parte de múltiples adversarios de cuanto resulta deseable y grato en pro de paraísos de salud perfecta, juventud perdurable y perfección física ejemplar. Bienvenidas son a efectos de audiencia las catástrofes, las futuras exterminaciones planetarias, los alimentos cancerígenos, las variaciones climáticas. De la rentabilidad del miedo dan fe las ventas de productos naturales, primigenios, exentos del roce corruptor de la química, de espacios dotados de multiplicadores de energía, potencia, tersura, virilidad, de cuidadas selecciones de terremotos, tifones y tsunamis que permiten paladear el contrapunto de la propia seguridad y adquirir detectores climatológicos y sísmicos.

En otro plano, el chantaje dual sirve a la comercialización del miedo de maravilla por la latente y bien mantenida animosidad de clase que convierte a cualquiera en posesión de algo en presa potencial del que no lo tiene y divide en dos bandos irreconciliables a una Humanidad siempre al borde de la solución final. El dualismo –Capitalistas/Trabajadores, Creyentes/Infieles, Minoría/Masa- es un mecanismo mental tan simple, tan propicio a la delegación del propio albedrío y a la adquisición gratuita de conciencia de superioridad sobre el prójimo, que brota y se expande con la virulencia y ferocidad del Ébola.

 

 

Yihadismo y nueva dualidad

 

El terrorismo islámico llega para ser coronado como Rey antisistema, la antítesis vengadora de Estados Unidos, adornado de la fascinante y simple pureza del guerrero que sólo aspira a matar y a destruir la organización existente, que ofrece la seguridad de un credo de sumisión absoluta, la embriaguez de esa forma suprema de placer que es el poder de infligir terror y sufrimiento. Ocupa el hueco de iconos ya ajados de las esferas comunista, anarquista y neonazi. La aparición, en carne y hueso, del enemigo perfecto de Civilización y Occidente, la Yihad islámica en todas sus formas de IS, Al Qaeda, Daesh, etc., es, de cierta manera, providencial como Gran Enemigo y era, desde luego, previsible. Porque su absoluta barbarie, cultivada por esas mismas élites europeas a las que hoy aterroriza y que durante décadas se han guardado de criticar sus actos y han armado unas contra otras a milicias sanguinarias, concentra en sí la percepción del Mal y presenta el riesgo para las sociedades abiertas de dejar libres y en la impunidad a los múltiples males, usuales, diarios, los que Hannah Arendt denunció de la forma más certera como consanguíneos del totalitarismo, es decir, la inhibición ante el delito, la silenciosa aceptación de la vileza por parte de las gentes del común, el ama de casa, el padre de familia, el vecino y los colegas, la cohabitación con la injusticia, el salvajismo y la estupidez criminal, de la que en España hay, por cierto, ejemplos clarísimos en el País Vasco. El IS se enfrenta a una rendición programada por incomparecencia del adversario, a un tupido telón no ya de acero sino de un material más consistente: la firme voluntad de no defender principio alguno excepto la exigencia de bienestar total o parcialmente gratuito. El Telón Acolchado, con aspecto de edredón confortable, sustituye al de Acero y limita un espacio ficticio que rasga a veces, con gran sorpresa de los inquilinos del recinto, el principio de realidad.

Ya tienen un dios al que orar los que sólo se preocuparon, tras el 11 S, de la reacción del Gobierno de Washington y el 11 de marzo de 2004 de utilizar en España, en uno de los casos de miseria política más vomitiva que se recuerdan, los muertos de una masacre para ganar elecciones. Había que ser antinorteamericano a toda costa. Y vender propaganda, ganar dinero y colocarse. La banalidad del Mal tiene hoy un peligroso aliado en el IS, a cuya cuenta pueden cargarse todo tipo de actos de terrorismo encubierto, golpes de Estado blancos o negros, eliminación de oponentes, agitación de la opinión pública. En su saldo es posible apuntar cualquier acción, cualquier amputación de las libertades, cualquier estado de excepción presentándolos como destinados a combatirlo. El Gran Satán de Oriente Medio impediría así, con la negrura de su brillo, percibir las dejaciones occidentales en la defensa de los derechos humanos, el vacío informativo sobre sistemas autocráticos y crueles en nombre de la diplomacia y el petróleo, la ausencia de condenas de una segregación femenina que supera a cualquier apartheid racial y rezuma como tinta de continuo en esas comunidades la inevitable violencia fruto de su modo mismo de vida. Son ya muchas décadas de silencio cómplice respecto a la regresión progresiva de toda el área islámica aplaudida desde Europa en nombre de alianzas de civilizaciones y relativismos culturales. Los jóvenes y no tan jóvenes no tienen ni idea de que lo que les presentan como comportamientos milenarios y rasgos poco menos que genéticamente determinados en el mundo árabe no son tal ni han sido tales hace cuarenta años, que por las calles pasaban las mujeres libres de los trapos que ahora las cubren desde la infancia, que países como Túnez abolieron la poligamia y dictaron una Constitución inspirada en la de Suiza, que Turquía rompió radicalmente con pasados califales e implantó el estado laico, que la dictadura del Shah de Persia, pese a serlo y a mantener su temible policía política, introdujo el derecho y obligatoriedad de la educación para las niñas y fue, con mucho, mejor que el régimen mimado por París que le sucedió. La Francia de las Luces sostuvo y aupó al poder a una teocracia siniestra, madre de todos los fundamentalismos, en la persona del ayatolá Jomeini, la Norteamérica faro de la Democracia armó en Afganistán a la flor y nata de los talibanes para frenar a la Unión Soviética, la Holanda del liberalismo total expulsó de su Parlamento y obligó a exiliarse a la etíope luchadora y crítica en sus denuncias de la segregación femenina Ayaan Hirsi Ali, la aristocracia periodística compitió en cobardía marcando distancias y descalificando sus actos y escritos en los obituarios de Oriana Fallaci, escritora incansable en la denuncia de la violencia islámica y en la valiente lucha por la libertad.

No hay “mundo árabe” sino turcos, bereberes, iraníes, egipcios que en su momento prefirieron identificarse con sus jefes de las tribus de Arabia. Hasta la actualidad, esa aristocracia de jeques saudíes ha impuesto y monopolizado la interpretación wahabista, la de la más extrema intransigencia, del Corán, y ello con impunidad completa gracias a su poder financiero, de forma que países como España y Francia aceptan que construyan en su territorio mezquitas mientras que a la inversa no se permite ni el menor asomo de libertad de cultos. La violencia, externa e interna, impregna la sociedad islámica como un cáncer, ha adquirido su máxima expresión y barbarie en el IS pero éste es el fruto lógico, exacerbado, de un proceso que ya hizo evidente hace años el retroceso en la situación de la mujer, tratado en Occidente como asunto menor. La más mínima segregación e imposición social y de vestimenta a la población femenina, sea pañuelo, chador o completo fúnebre de cabeza a pies, no se merece el menor respeto, la menor concesión, en nombre de religión y cultura, Y no porque sean muchos individuos y muy violentos los que lo practican es lícito ni decente contemporizar con tal estado de cosas y no llamarlo por su nombre, que nada tiene de halagador.

Sin separación religión/Estado y sin erradicación forzosa, desde la infancia, de la misoginia institucionalizada no hay civilización ni futuro algunos. La supuestamente árabe hoy es tan sólo el último mito totalitario, el de la Gran Patria Musulmana, la Umma, una fantasmagoría a efectos de propaganda y agitación. Nada valen las vagas esperanzas cobardes, cómodas y buenistas de progresivas y lentas evoluciones. En el mundo árabe, islámico, tal como se proclama, no hay lugar para el desarrollo, nada tienen que esperar los débiles sometidos a la fuerza más primaria, no puede haber ni asomo de Estados de Derecho en un conglomerado encerrado en confusas cárceles religiosas e incapaz de ver en primer lugar en sus propios actos al enemigo causa de sus desdichas y de su justificado y soterrado complejo de inferioridad. Hay cosas que no admiten componendas, como matar un poquito, estar ligeramente embarazada o disfrutar de democracia los días pares. Por muchos millones que se sea, no puede aspirarse a modernización ni mejora alguna si no separa religión y Estado, de forma que la creencia, o no, y la práctica del Corán pertenezcan exclusivamente a la esfera personal, privada y libre del individuo. Occidente los contempla con desánimo a causa de su número, que hace sentir como imposible la solución del problema que representan, porque parecen condenados a defender las rejas de su prisión.

La palabra “misoginia” no refleja adecuadamente el fenómeno del trato y consideración de la mujer en el área islámica. Se trata de algo ajeno a lo que se entiende en el mundo occidental por el término, no de una simple diferencia de grado. A lo que más se parece es a una enfermedad arraigada, como la peste, mezcladas psiqué y materia corporal hasta resultar indistinguibles como si de una infección contagiosa y endémica se tratara. El hombre aprende, se empapa de la certidumbre de que el cuerpo de la hembra es una fuente de impureza cuya visión, insinuación  o roce le producirá secreción de suciedades que empañaran su limpieza viril. La mujer es carne, carne necesaria pero bien medida. La expresión de los que comentan la visión de las bañistas playeras es que ellas son “shish kebab”, es decir, pinchitos morunos, trocitos de ternera o cordero que llenan la boca de saliva. Ese cuerpo femenino hay que cubrirlo lo más posible, ocultar cualquier vestigio de la piel, no permitir que sus formas se marquen, no rozarlo ni menos aún saludar dándole la mano. Y esto desde la etapa de la vida más indefensa, que marca de manera perdurable,.desde la niñez, con pañuelos que nada tienen de folklóricos ni de vistosos si son obligatorios todos los días del año y condenan a no dejar ya jamás que el pelo sienta la caricia del viento y del sol. Esta lepra patológica sólo admite ser erradicada, con rapidez (cosa perfectamente posible; otras situaciones supuestamente milenarias se ha visto cambiar en meses)  porque sólo con ella desaparecerá una fuente continua de violencia cotidiana nacida de una situación antinatura cuya frustración e irracionalidad buscan cauce, excusas y víctimas.

Pocos habrán expresado la situación del mundo islámico con la claridad, lucidez  y valentía –que a los europeos les falta- del escritor sirio-libanés Ali Ahmad Said Esber, conocido como Adonis: Para él, sin separación entre religión y estado político, cultural y social nada puede lograrse. Es imposible hablar de revolución positiva, cambio de régimen, “primaveras árabes” sin que se libere a la mujer de la ley religiosa, se renuncie a la sharia, y se funden sociedades de individuos apoyadas en la defensa de los derechos humanos. Adonis ve a los árabes en plena regresión, impotentes para crear futuro e integrarse en el concierto de naciones libres, sumidos en el oscurantismo, la ignorancia, la agresividad y la misoginia. Podrían forjar una sociedad distinta, pero no sin separar religión y Estado y centrarse en el ser humano actual y concreto, no en el pasado, las tradiciones, los cultos. Adonis habla de los movimientos y personajes laicos, dentro de las sociedades árabes, que no han tenido apoyo ni por parte de Occidente ni, por supuesto, muy al contario, por parte de la rémora de los ricos países petroleros.[5]

Estamos de nuevo ante la cuestión del precio. Todo lo tiene, y no hay gratuitos progreso, humanización, mejor vivir sin conciencia clara del esfuerzo, actitud, cambio, peaje que esto exige, tanto para Occidente como para Oriente. Pero en el área “árabe” emerger a la superficie implica una batalla tan difícil como radical e imprescindible.

 

 

El mundo “árabe” y su indefensión.

Yihadistas honorarios.

 

La mayor parte de los europeos ignoran que, lejos de hundir sus raíces en la noche de los tiempos, los usos medievales, primitivos, crueles y discriminatorios del área de mayoría musulmana estaban, hace medio siglo, en franco proceso de modernización y mejora, que en los países mal llamados por extensión árabes se estaba tejiendo una clase media deseosa de derechos semejantes a los de sus vecinos del norte, defensora de la separación Estado/Clero, de la igualdad educativa y el abandono de los velos. Por cada asesinado por el terrorismo islámico en suelo europeo ha habido diez, cien, mil en mercados, cementerios y lugares públicos de Oriente Medio. Y es precisamente esa gente, la más débil, la más vulnerable, la que fue vendida a la bestialidad de los fundamentalistas por un Occidente en cuyos valores esas personas creyeron, pero tales valores nada valen sin ayuda ante el imperio bruto de la fuerza. Gobiernos y empresarios prefirieron favorecer a la hez de jerarcas y a los proveedores de mano de obra. Demagogos baratos de tercermundismo todo a cien y liturgia de la cutrez se deleitan –y cobran- en el oprimido musulmán redentor. La prensa occidental no muestra a los jordanos, tunecinos, egipcios que se quieren tan pacíficos y normales como cualquiera. Reserva, por el contrario, sus primeras páginas para el asesino brutal.

No se trata de hacer tabla rasa e instaurar en horas veinticuatro sistemas justos y democráticos en países donde no los había en absoluto; no es cuestión de renunciar a las necesarias relaciones diplomáticas y comerciales, que se sitúan en planos diferentes. Pero el cambio era y es posible manteniendo estructuras, ofreciendo defensa en el lugar mismo frente a las agresiones y amenazas, salvaguardando esos derechos y libertades individuales que en toda civilización que merezca tal nombre siempre ha sido necesario imponer frente al crudo reino de la jungla y el más fuerte. Hay un vacío vergonzante, babeante en esas manifestaciones europeas feministas, pacifistas, laicistas que nunca alzaron susurro, titular ni pancarta contra lo que rozara al Islam porque era la esperanza antisistema, el gran guerrero vicario de los indignados virtuales, el Amigo Talibán frente al adversario imprescindible que, de manera creciente a falta de otros, es, más allá de Norteamérica, Capital y Libre Mercado, la Civilización en sí.

No ya por razones morales sino por simple eficacia y elemental ejercicio del raciocinio se podía y debía describir situaciones, esgrimir el arma temible de la propiedad lingüística, negar la invisibilidad mediática a las viejas formas de tiranía, exhibir y reivindicar con natural estima los propios principios en la certidumbre de que con ellos, y pese a todos sus errores y defectos, se han construido sociedades más habitables. Era perfectamente factible evitar el silencio cómplice, exigir reciprocidades y conminar a los inmigrados a que, si querían vivir en Europa, acataran todas sus reglas. No en vano se ha inaugurado el siglo XXI con el enfrentamiento, en orden de batalla, contra un ejército de acrónimos que no son un ejercicio de sinonimia sino que reflejan la progresión de estrategias muy concretas. La yihad en sí es la guerra, conversión o matanza de los infieles a la que exhorta abundantemente el Corán desde sus comienzos, como religión muy de este mundo y definida por la materialidad, la fuerza y la conquista. Nada nuevo al respecto. Pero sí lo es el armamento moderno, la fluidez de inversiones y petróleo aderezada con dosis de narcotráfico, el Vichy interminable de la rendición preventiva y de los pactos con las guerrillas del Daesh, que pasa lógicamente a transformarse en IS (Estado Islámico), en ISI (Estado Islámico de Irak) y luego, como es natural, en ISIS, con Levante añadido, es decir, un imperio desde España hasta China (lo cual, dicho sea de paso, es alentador si comienzan por el Este, dada la acogida que les aguarda en el Celeste Imperio).

La explosión y expansión terrorista bajo la negra bandera del fundamentalismo puede encerrar, en su voluntad califal de apoteosis, la muestra de su definitivos derrota y declive. Se halla en plena “hybris”, en la vertiginosa desmesura producto fatal de la huida hacia delante de sociedades, credos y ritos inviables, encerrados en su gran juguete que no puede vestirse ya sino de terror, dolor y armas. Se han lanzado, como último recurso, en un estado supremo de la impotencia y la envidia, a la conquista de cuanto existe y es mejor que ellos. Con el furor agónico que anuncia el fin.

Entre un amplio sector de Occidente encantado con las rendiciones preventivas y la apoteosis kamikaze, de corte netamente fascista, de la yihad se extiende una masa humana compuesta por millones de personas en un estado de indefensión muy peculiar. Se trata de “árabes” que no son forzosamente árabes, sino egipcios, iraníes, malayos, bereberes, que no son fundamentalistas musulmanes o ni musulmanes tampoco, pero que carecen de horizonte, de identidad ideológica, de autoestima a causa de la frustración, silenciada pero obvia, en su incorporación al desarrollo y el mundo moderno. El IS ha exhibido ante ellos una bandera perfectamente falsa compuesta de orgullo impostado, mitología y acción directa. Ante ella y ante la inapelable crudeza de los hechos, de las muertes y la barbarie, el mundo “árabe”, una vez más, no se atreve a romper el círculo vicioso de su atraso y arrancar la raíz de su servidumbre, no se decide a manifestarse en contra, a elegir, al fin, ponerse del lado de los que defienden esos sistemas libres y modernos en los que, por una parte, ellos saben que quieren vivir, pero que, por otra parte, les hacen sentir por su mera existencia el fracaso y el atraso propios. No han condenado masivamente las masacres terroristas, las han vitoreado incluso en ocasiones en lo que es una trágica prueba de impotencia e indefensión. Se saben detenidos en el andén de los trenes de la Historia, no ignoran la irracionalidad de la guerra santa contra grandes satanes, ni la oscura vergüenza –nunca confesada de forma explícita- de su largo fracaso y el terror a perder de nuevo su oportunidad de saltar al fin al mundo moderno, a la vida libre y con derechos. Es su hora de romper la indefinición, la falsa identidad global, el silencio que equivale, ante los terroristas, a un apoyo activo, de escapar de la prisión de la Umma concebida, no como vivencia personal religiosa, sino como un proyecto político totalitario. Y el tren pasa, sin que se atrevan a levantar la vista más allá de la cárcel social permanente que a cada uno le rodea. Plasmada en esa continua manifestación de lealtad que es la visible segregación femenina.

No puede faltar, en el contexto de fingimiento y apariencia generalizados que, por fuerza, caracteriza a sociedades de tal fundamentalismo puritano la típica exaltación de la mujer reina intra muros. De las odaliscas de Ingres a las sensuales e ingeniosas princesas de las Mil y Una Noches, de las matriarcas y las regentes en la sombra a las protagonistas de conjuras de harem, pintores, escritores y sociólogos se complacen en reivindicar ese poder femenino oculto. Abundan, además, dentro del mundo islámico, las intelectuales que afirman, con no poca imaginación, la existencia de derechos igualitarios para ambos sexos explícitos en el Corán y que, por supuesto, lamentan la ceguera occidental respecto a las escondidas virtudes de tan excelentes formas de vida. Resaltan éstas en contraste con las que sí reflejan, en toda su crudeza estadística y no ateniéndose a una élite urbana, la situación real. No se trata sólo en aquéllas del síndrome de Estocolmo o de una manera de medrar y de contemporizar. Dicen y escriben lo que buena parte de Occidente ha deseado oír y leer, ellas y su clase social en Oriente incluidas. Pero ni los datos ni la observación mienten. Los matriarcados de puertas adentro significan, y no sólo en el Islam, que la mujer cuenta bien poco de puertas afuera, en todas las dimensiones de la vida pública, y su reino por un día limita con las bofetadas, la entrega a un marido de mucha mayor edad y el animado coloquio con un móvil mientras, aislada del entorno por la opacidad de la tela de la frente al pie, empuja un carrito de bebé, sujeta a otro con la mano y lleva el que será penúltimo en el vientre. Novelas románticas y relatos novelescos aparte, la inmensa mayoría vive existencias vigiladas, enclaustradas y sórdidas, con bastante pocos magia, gasas, brocados y ojos fascinantes entrevistos con la irresistible atracción de lo prohibido. La belleza sensual de las Mil y Una Noches vela tal vez la constatación de que su protagonista, el sultán Shahriar, es el mayor asesino en serie de toda la historia mundial de la Literatura; basta con multiplicar las vírgenes decapitadas, una por noche tras desflorarlas, por los días de varios años y sumar a la cifra igual número de muertes ordenadas por su hermano. Hipérbole oriental sin duda, pero significativa como buque insignia nacional literario.

El to have or have not la cabeza cubierta por un pañuelo no es un detalle baladí ni pertenece al rango muy menor de asuntos de familia y cosas de mujeres: Es un medio de identificación instantánea, un medidor de fidelidades que permite mantener continuamente a la vista el dominio que se posee sobre la población toda y llevar en permanencia registro de su sumisión. Las mujeres y su vestimenta son la marca pública y controlable. La total o parcial invisibilidad femenina es cuño de pertenencia al especial conglomerado religión-estado, bandera de unos jefes tanto más peligrosos y violentos cuanto menos reducidos sólo a la esfera de la política. Si ellas muestran su piel o sus formas, si llevan la cabeza alta descubierta y no permanentemente en la sombra, si se ponen la prenda de ropa que les plazca serán inmediatamente vistas y denunciadas, para comenzar por sus vecinos y por cada uno de los supuestos creyentes, convertidos en infinitos delatores. Es la conocida trama de los estados totalitarios transpuesta a formas de oscurantismo protomedieval y normas tribales vestidas de profesión de fe y credo único. Lo que se llama Islam tiene muy poco de religión. Es en realidad una vasta organización de control ciudadano que precisa asegurarse, visual y continuamente, de la fidelidad de sus miembros. Sus ritos son preferentemente, gregarios, públicos. La parte propiamente espiritual, de moral interna, apenas existe, se resume a un puñado de jaculatorias y a la repetición, preferentemente en voz alta, del invariable texto sagrado. El componente místico, sufí, es mínimo y reservado a una élite del intelecto. La hipocresía y la apariencia imperan, son inseparables de un sistema tan inviable como único por su carácter de teocracia estatalizada, mal calificada de medieval porque no hubo tal fusión Iglesia-Estado jamás en la Edad Media, ni siquiera en las épocas más oscuras. Lo que aquí se llama religión consiste en actos públicos de afirmación de sumisión incondicional casi siempre conjuntos, como la peregrinación, las cinco oraciones diarias cuerpo a tierra, las llamadas a la plegaria a todo decibel o el callo en mitad de la frente que muestra la devoción en las postergaciones del orante. Nada más visible, en todo momento, que una comunidad sin mujeres, cubiertas ellas y preferentemente mudas cuando aparecen. El rápido cambio de indumentaria de las hembras veladas cuando pasan a zona libre, en la frontera, en la carlinga del avión, en la escapada al extranjero, es espectacular y patético, tiene mucho del gesto del judío que esconde la estrella amarilla, del negro que al fin ocupa en el autobús un asiento al lado de los blancos. Transplantadas las familias a naciones no musulmanas por emigración laboral, comienzan a vivir de forma libre hasta que, mientras las autoridades del país de acogida hace oídos sordos, se instalan en el barrio numerosos compatriotas, madrasas y mezquitas que reproducen la célula de control, de forma que la pakistaní de Cataluña y la turca de Düsseldorf esté tan enclaustrada y vigilada como en la aldea de origen. Lejos de ser esta segregación sólo una cuestión de género, concierne a todos por entero, hombres incluidos, puesto que la parte más lúcida, avanzada  y decente de ellos no puede sino sentir la opresión ambiental. De ahí la importancia de romper esa red de totalitarismo social y de asegurar, con la completa libertad en la vestimenta y en la presencia pública, la igualdad de autonomía y de criterio. Porque, sin paliativos supuestamente culturales, de ello depende la posibilidad de acceder a un Estado moderno de Derecho para el conjunto de la población.

En Europa fue muy cómodo, y tan oportunista como cobarde, dejar que se establecieran microestados islámicos dentro de los países de acogida, admitir so pretexto de respeto religioso el sometimiento de las mujeres, su negra cárcel ambulante, el control por los imanes, la discriminación y manipulación de niños y adolescentes en los colegios. Mientras turcos, pakistaníes, magrebíes trabajaran sin dar molestias nada había que objetar. Entre tanto, los medios de comunicación y una élite supuestamente intelectual optaban por la alabanza en nombre de la cultura distinta y el relativismo. Nada de esto fue siempre así. Todo pudo, y puede, ser de otra manera, pero el secuestro de la Historia es, junto con el de la Enseñanza, una de las armas más eficaces en manos de los amigos del terrorismo purificador y de sus tiernos, comprensivos, líricos compañeros de viaje.

Ahora no sólo es factible sino urgente crear en esos países mismos zonas liberadas civilizadas provistas de defensas y de soldados y de la tropa local de la que pueda progresivamente disponerse. En ellas confluiría y se iría estableciendo una parte creciente de la población por el mismo motivo que impulsó otrora a los vasallos a buscar protección contra las tiranías feudales en los fueros y tierras del Rey. Allí deberá haber escuelas a las que se acudirá, por imperativo legal, desde la infancia en igualdad de sexos, aulas limpias de la tara que significa impregnar a las pequeñas con la convicción de que la feminidad provoca y ensucia a los hombres y que deben ocultar y disimular su cuerpo desde la cabeza hasta la forma de las piernas y la piel de las manos. Pronto su estrella amarilla, la imposición de velarse continuamente, se hundirá en el pasado, se verá como lo que realmente fue: El ronzal de sumisión y diferencia, el cuño de una segregación social que jamás debió tolerarse.

Incluso animada de las buenas intenciones con las que se pavimenta el infierno, es llamativa la estulticia de intelectuales que postulan, en Occidente, la irrelevancia de la imposición del pañuelito y que defienden la autoridad suprema de los padres por encima de los derechos de los hijos. En esas escuelas donde los menores gocen de protección contra discriminaciones se ejercerá la libertad de cultos, que puede y debe diluir los seculares y sangrientos enfrentamientos en las distintas sectas del Islam y que dará fe ante la opinión pública de una real tolerancia en paralelo con la que exigen los musulmanes en Occidente, de manera que exista reciprocidad en el derecho a erigir templos de distintas creencias en unos países y otros. Tales cambios nada tienen de utópicos, han existido y luego han dejado de existir por pura dejación y flaqueza en la defensa de los fundamentos de estados civilizados. Los burladeros para la inacción son un puñado de lugares comunes a cual más falso y más endeble, véase la necesidad de grandes espacios temporales para que, con geológica lentitud, los pueblos cambien. No hay tal. Los cambios se producen, cuando lo hacen, con gran rapidez, o, por el contrario, se puede estar estancado en una situación durante siglos, o entrar en regresión.

De la mano de la excelente maestra que es la necesidad y mediante la percepción de mejoras accesibles y leyes, multas y recompensas, la gente muda sus hábitos milenarios con sorprendente presteza, las crisis son vistas como oportunidades y los usos ancestrales pasan al museo a una velocidad pasmosa. Para desolación de los amigos de la fotografía étnica, los rituales mayas, la ablación de clítoris, la esclavitud y la sana y ecológica –aunque breve- existencia de los hombres del neolítico. Millones de asiáticos han experimentado una mutación vertiginosa y la satanización del capital, la modernidad, el dinero, el trabajo y el patrimonio, de moda entre las élites occidentales, es un lujo que escapa a su comprensión, véanse la ausencia de mendigos chinos en las calles del Viejo Continente y la celeridad de esos países en especializarse en tecnología puntera.

Los mantras como la lenta evolución hacia el progreso y la no interferencia en otras culturas se han repetido, a falta de datos contrastados y análisis crítico, como verdades incuestionables. El más simple estudio comparativo hubiera echado por tierra los dogmas de los adoradores de la diosa Estulticia. Basta con ver cómo, dada la oportunidad, las sociedades supuestamente condenadas a enquistarse han evolucionado en breve espacio de tiempo sin perder por ello personalidad y usos que les son caros. Fue el caso de Singapur, Corea del Sur, Taiwán, y, antes de la regresión, de buena parte de las poblaciones de esos países de Oriente que hoy parecen condenados a la peor edad media por los siglos de los siglos. No deja de ser llamativo que, por ejemplo, Taiwán esté hoy en cabeza de Asia en igualdad sexual respecto a educación, trabajo y todos los ámbitos públicos de la vida, que la enseñanza tenga el peso –incluso excesivo- que tiene y que budismo, junto con confucianismo y taoísmo, y ritos tradicionales florezcan con mayor ímpetu que en décadas anteriores. La tecnología, que en otras latitudes ha servido para sembrar fundamentalismo y odio, en los jóvenes tigres asiáticos ha ayudado a la difusión de fiestas y celebraciones.

La civilización, la libertad, la igualdad de derechos, la protección de los débiles precisan del ejercicio de la fuerza legal, y si se renuncia al precio que esto comporta se está participando por omisión en la desgracia de las víctimas. La quema de las viudas en la pira del marido se hubiera continuado practicando alegremente en la India de no prohibirlo y perseguirlo los británicos, las mujeres de Uzbekistán se animaron a hacer una hoguera en la plaza con sus velos alentadas por los soviéticos y por la perspectiva de la liberación femenina, pero sólo para ser degolladas por sus hermanos, maridos y padres cuando regresaron a sus casas sin que nadie las protegiera. Los pequeños parques temáticos de la barbarie incrustados en Europa son fruto y obra tanto de la selección política inversa que llevó al poder a los más duchos en la demagogia como de las clientelas de la utopía, deseosas de disponer de culturas alternativas como fuerzas de choque.

La civilización es un mejor vivir, una etapa en el proceso de humanización, y la nacida en el Viejo Continente no se ha extendido por azar, ni sólo por el imperio de la fuerza, la técnica y el dinero. Lo ha hecho porque cada vez más personas preferían adoptar las formas de ella que les eran más beneficiosas y gratas en su existencia cotidiana, en el medio en que esperaban vivieran sus hijos. No pertenece a Occidente ni a su lugar de origen sino, como cualquier descubrimiento, a la Humanidad. El odio al progreso, la envidia del bienestar logrado por otros, el amor a la muerte siempre parecen imponerse en un principio por su crudeza, estrépito y violencia. Pero los vencen la tenacidad del número, semejante a la del agua, las opciones, los cambios uno a uno de ciudadanos que construyen la materia de sus días. No hay ningún arma comparable a la voluntad y a la idea, que no es el Pensamiento Único del Líder Máximo y el Gran Hermano sino un edificio de hallazgos ensamblados que hacen el mundo más habitable. Cuando los individuos descubren cómo se puede vivir mejor ése es el gran enemigo del terrorismo, sea islámico, comunista o nazi.

Diez años antes de la revolución de 1917 Joseph Conrad describe este proceso a la perfección en su novela “El agente secreto”, excelente y eclipsada por el poder y fascinación de “El Corazón de las Tinieblas” y dedicada, muy significativamente, a H. G. Wells. En ella, en su tiempo, los anarquistas sueñan, planean y a veces ejecutan atentados para que maten, indiscriminadamente, al mayor número de personas, de forma que el terror deje expedito el camino hacia la Nueva Sociedad, el nuevo mundo. Pero se les opone un terrible ejército, la grande y creciente cantidad de seres empeñados en afanes, afectos y tareas, la tenacidad de la vida, de la búsqueda de felicidad cotidiana, los pequeños y esenciales placeres y rutinas, las necesarias imperfección, cambio, variedad, albedrío que hacen de cada ser humano que lo sea y que se alzan por millares frente al soberbio profeta de la idea política radical única, salvadora y exterminadora por tanto en su letal pureza. Y ante la conciencia de esto el terrorista ve sus armas diluirse y cae en una profunda depresión. El libro, que pudo inspirarse en un sabotaje en el Observatorio de Greenwich en 1894, es de innegable actualidad.

El proceso de abandono de las capas de población más avanzadas, tolerantes, abiertas y deseosas de modernización y cambio discurrió en Oriente Medio en el siglo XX en paralelo con el abandono simétrico en Occidente de los ideales de civilización, libertad y derechos como principios universales dignos de ser mantenidos y defendidos en tierra propia y ajena. Desaparecieron los precios, el necesario peaje para vivir mejores existencias en sistemas mejores. Estos beneficios se daban por adquiridos, debidos y perdurables. Blanco por lo tanto de la denigración y el amargo reproche de los cada vez más numerosos adeptos al buen salvaje redivivo y la paz planetaria sin intromisiones en culturas foráneas. Para la defensa y protección si fueren necesarias –como lo fueron- siempre estaba el odioso Amigo Americano con su escudo tras el que se acurrucó durante la interminable postguerra una Europa encantada de que otro firmara los cheques en soldados y dólares. La retirada del escudo por la comprensible atención prioritaria de Estados Unidos al área del Pacífico ha dejado a la vista, como si se desmochara un termitero, el desconcierto del Viejo Continente confrontado al principio de realidad, a los resultados de una descolonización desordenada y prematura, a una estrategia militar norteamericana y europea lamentables de torpeza y estupidez inauditas que ha sumido en el caos y la fragmentación tribal países enteros sin previsión ni planificación algunas y sin proporcionarles estructuras, orden y cuerpos administrativos y defensivos. Lo que podría haber sido un progresivo establecimiento de zonas liberadas y renovadas en las que se afianzaran, y fueran defendidas, por tropas in situ las capas sociales más avanzadas de los países en conflicto se transformó en pretensiones de construir democracias a base de bombardeos por ordenador que, con su siembra, prometen una eficaz cosecha de terroristas y guerrillas.

Dejando las cimas gubernamentales, por su parte los que se creían a sí mismos la flor del progreso y la rebelde vanguardia social que vive cómodamente en la sociedad occidental han otorgado, a cuanto al Islam se refiere, afectuosa comprensión y han mostrado un oportunismo tan populista como criminal, halagando el egoísmo más lerdo e ignorando todas las violaciones de derechos humanos. La remozada religión dual les ordenaba concentrarse en alancear al moro muerto de la iglesia cristiana, manifestarse contra Sudáfrica y la violencia de género pero estar mudos, ciegos y paralíticos en lo que respecta a millones de mujeres musulmanas en peor situación que lo estuvo jamás negro alguno, a leyes brutales, al control cotidiano y la sumisión teocrática a los textos coránicos.

También en los medios  occidentales se admitió el mito enemigo según el cual existiría, siempre había existido y siempre debería existir el imperio de la Umma, el gran estado totalitario fundamentalista islámico, de un extremo a otro del mapa, indiferente a fronteras y pueblos, con el Gran Jefe Califa y sus sucesores y asesores a la cabeza. Esto es pura ficción que las reiteraciones y la falta de oponentes impuso como realidad. Se cubrió con ese manto de la Gran Madre Musulmana, la Umma, a multitud de gentes que no profesan esa religión de esa forma, que practican otras o ninguna, a capas sociales y niveles de enorme diversidad, a emplazamientos que oscilan entre la aldea primitiva y la urbanización completa, a una variedad inmensa de historia e historias, de aspiraciones, orígenes, migraciones y asentamientos. Al hablar, haciendo inconscientemente el juego a los propagandistas de la yihad, de los árabes, de la Umma como entidad política, se cubre con el velo de una homologación ficticia y letal a millones de seres a los que se encierra en un ente colectivo forzoso con derivas totalitarias megalómanas del tipo del Comunismo, Nazismo o Maoísmo. Su misma irracionalidad le asegura el momentáneo éxito, y por ello ha prendido con gran rapidez en el terreno reseco de la frustración envidiosa y, allende fronteras, en la falta de firmeza en la creencia y defensa de los valores propios y en la molicie de quien no ha pagado el precio de aquello de lo que disfruta.

El séquito de yihadistas honorarios ha sido en Europa variopinto, numeroso y rebosante de pacifismo fraternal. Puestos a renunciar a armamento, han renunciado incluso al de la palabra, de manera que actos dañinos, situaciones lamentables y condiciones de vida opresivas y denigrantes de los países árabes se presentasen como el peaje necesario para la acogida de los nuevos bonísimos salvajes que, pese a las apariencias, traen entre los pliegues de la túnica impoluta el soplo de aire puro del anticapitalismo y antiimperialismo redentor. En el séquito occidental del fundamentalismo islámico virtual se encuentran muchachas seducidas por el glamour diferencial del velo, jóvenes integrados en el nuevo juego de guerra y vastos sectores en busca de profeta vía Internet. Mientras, en un plan menos militante y más cotidiano, son legión los que simpatizan y empatizan, a través de la pertenencia al club de víctimas vitalicias, con estos recientes y prósperos damnés de la terre sin fronteras, que no dudan en golpear de manera suicida y ubicua a la corrompida civilización. No ha habido, durante larguísimos años, escándalo, denuncia ni condena del inmenso peligro que representaba la práctica del fundamentalismo islámico y la radical incompatibilidad de sus usos con una existencia libre y civilizada. En lugar de lucidez y críticas se lanzaban diatribas a cuantos estamentos osaban disentir del coro de afable comprensión. Es el mismo mecanismo que ha venido exculpando, e incluso alabando, actos terroristas anteriores, como los de ETA o de cualquiera que asesinara revestido de una teoría.

El dualismo ha encontrado un nuevo Rey, el drogadicto ha hallado en bandeja el más barato de los éxtasis: el supremo placer del poder de infundir pánico y muerte. Mientras, en las tímidas y desconcertadas democracias una tropa de compañeros de viaje de la yihad honoraria sigue su senda: Por el hecho de ser marginal, quien nada había hecho y nada era se ve en posesión de una cantera de votos y financiaciones. El yihadismo se presenta ahora por políticos y periodistas como un reducto irracional y, por lo tanto, puede cobijar sin mayores explicaciones las más diversas zonas de sombra, permitir manipulaciones y recortes de las libertades. El Mal, en forma de IS, ha ido, como en el cuento de terror, llamando a la puerta cada vez más cerca. Y cada uno de sus pasos se ha apoyado en la cobardía de los partidarios de la discreción respecto a males cotidianos con los que, según ellos, era preciso convivir y dialogar.

 

 

En busca del individuo perdido

 

La irracionalidad confortable está bien provista de armas no por toscas menos eficaces. Con profusión, por su carácter de bandera gregaria ajena al análisis concreto se airean regularmente los banderines de enganche de palabras-icono del tipo de paz, guerra, aborto, género (en el sentido sexual). Su finalidad, ajena por completo al examen específico de problemáticas y  a la toma beneficiosa y correcta de decisiones, no tiene más fin que precipitar en el líquido social elementos que se precisa, para manejarlos, que sean contrarios, antagónicos y empapados de la adrenalina adecuada a la exhibición de apoyo. Su completa imprecisión e inoperancia en el enunciado generalista como tal los hace perfectos para la fabricación y manejo de bloques de fieles. Los argumentos que se pretende acompañen a la exhibición de los iconos son de una completa inanidad reflexiva, pertenecen al terreno de la consigna al estilo del ¡Dios lo quiere! de las Cruzadas, del gurú y el salvador pacifista de turno o de las féminas que se consideran perpetuamente agraviadas, y merecedoras de compensaciones infinitas, por el hecho de serlo. A las que se suma la plétora de los que dicen sentirse orgullosos por su pertenencia, sin mérito alguno pero como si esto lo tuviera, al grupo, homo, bisexual, a los que pesan de cien kilos en adelante o a los vegetarianos vocacionales. La religión planetaria New Age suma sus banderines en tonos de verde a los de variadas combinaciones del arco iris y ya defiende las sensibilidades, y pronto los derechos, de las plantas, acogidas a los indiscutibles dogmas sobre el cambio climático y las encíclicas sobre el calentamiento global. Todo coincide en una negación del individuo y de sus actos y responsabilidades concretos. Los argumentos del batallón de la irracionalidad son de una puerilidad gregaria conmovedora y se recitan con la convicción del catecismo de aldea y el anticlericalismo de salón: Unos han hecho cuentas y calculado que, de no existir jamás aborto alguno, el problema de la baja demografía europea se resolvería en horas veinticuatro. Otros acuden en peregrinación periódica, flor en mano, ante las bases norteamericanas, o se ponen alegremente al servicio de la nueva inquisición destinada a borrar las diferencias de género y organizar quemas de belenes y símbolos navideños al estilo de Fahrenheit 451.

Los banderines de enganche que sirven simplemente para excitar y congregar a las huestes, blindar la dicotomía Izquierdas/Derechas y castrar la libertad y juicio personales tienen poco que ver con las banderas de nuestros padres. Responden más bien a la técnica televisiva del verdadero/falso, excitación/audiencia, al reino de la comida perceptiva rápida y el pensamiento débil. Sería conmovedor, de no resultar trágico, ver a supuestos defensores de la vida a toda costa condenar sin pestañear, a muerte, a la cárcel o a la desdicha a las mujeres que se quedan embarazadas sin desearlo. El no al aborto se utiliza políticamente, con los mayores oportunismo y desvergüenza, como inyección de adrenalina sectaria, de forma que caigan en una trampa de irracionalidad y el fanatismo personas de buena voluntad que sin embargo no dudan en sacar niños en manifestaciones de clara intencionalidad política y cuya actitud produce el efecto contrario, puesto que favorece a los partidarios prácticamente del infanticidio, de la banalización del consumo de anticonceptivos,  e impide el establecimiento de una normativa legal de consenso que es la única posible, ajena a la privada opción religiosa. La servidumbre del determinismo biológico, atento sólo a la reproducción de la especie, se enfrenta en este caso a la humanidad, peculiaridad y albedrío de los individuos, que no son úteros dotados de extremidades sino mujeres, y el conflicto entre la libertad de éstas a disponer, no ya sólo de su cuerpo sino de su vida toda, y la protección del nasciturus no tiene solución ideal posible excepto que la especie sufra una mutación hacia la gallina ponedora. Ni existe para el tema del aborto más salida que leyes, plazos, reflexión y consenso ni fue jamás más evidente el lema de que lo mejor es enemigo de lo bueno.

El bloque irracional, que se transforma en depredador y enemigo cuando se dan las circunstancias favorables; se alimenta del silencio del público y de la ausencia de individuos, que pasan a transformarse en piezas de un conjunto idealizado y justificado por referencias globales externas. Enfrentada la gente libre a tal coyuntura, los primeros auxilios se rigen por una regla de base: No subestimar al enemigo, al parásito que ha engordado, prosperado y se ha multiplicado a base del armamento dual y ha logrado implantar a lo largo y a lo ancho de la población un decálogo preciso en lo que a percepción de la realidad y formas de conducta se refiere. El microcosmos español es un buen ejemplo de creación de clones de la práctica totalidad de los organismos que financia el presupuesto nacional. Los clones, que no sus originales, están desprovistos de cualquier finalidad que no sea nutrirse del erario público y han sido creados específicamente para justificar gastos y distribuir prebendas. Programas e idearios no son sino simples aditamentos.

A efectos de captación de votos, voluntades y de recursos productivos, es y ha sido indispensable la utilización con destreza de las dos cadenas imaginarias de opresiones: vertical y horizontal, social e histórica, de manera que nadie escape, consciente o inconscientemente, al sentimiento de ser un eslabón de ambas y, por lo tanto, se sienta ajeno a la responsabilidad de su vida. La mercancía es de fácil venta: los agentes del mal son siempre externos y los actos inocentes y blindados por el aura de la reivindicación. Nunca se hará bastante hincapié en la tentadora facilidad de la explicación del mundo que esto ofrece. La iconografía dual da forma y presta metodología a la impostura no por burda menos halagadora y eficaz. Según su credo, no habría individuos ni decisiones propias, riesgos que se asuman, obras que se ejecuten. No existiría el puro y simple juicio inmediato de lo que percibe la vista y el razonamiento elemental y el sentido común imponen. Semejante proceso es percibido como culpable y carece de hueco en el cerebro compartimentado por el pensamiento dual. Las explicaciones historicistas y de clase sustituyen por entero a la realidad cambiante de las personas y de sus existencias, anulan los principios morales, los universales y las jerarquías de excelencia y de degradación. No se estudia ni adquieren conocimientos ni se crea ciencia, labor bien hecha ni arte. Por el contrario, se escuchan y se repiten las consignas gregarias que clasifican forzosamente en dos grupos, garantizan la homogeneidad mediocre y otorgan votos, empleos absolutamente improductivos y sueldos vitalicios a quienes se erigen en administradores de la inagotable cantera del agravio.

Pasamos de los filosóficos, clásicos, imperecederos (y muy socorridos) principios bipolares Luz/Tinieblas, Dios/Satán/ Orden/Caos, Vida/Muerte al simple A versus B que impone, en función del auge de los medios de comunicación, su ley. Se trata de iconos útiles, significantes vaciados de su original significado histórico y sociológico que sirven para configurar, previos reiteración verbal y etiquetado, la aceptación o el rechazo, la prosperidad, la medianía o la satanización pura y simple. Los elementos pueden intercambiarse, pero la dinámica y el modo de empleo son los mismos y la finalidad idéntica en cuanto a lo que a las enormes dimensiones del fenómeno parásito se refiere. Esta labor procura frutos nada despreciables que consisten en extraer de los sectores y elementos productivos bienes y privilegios sólo justificables por el antagonismo interesado y la teórica defensa, no de individuos y sus libertades y derechos, sino de grupos afectados por un mal que hunde sus raíces en el espacio y en el tiempo y que, por ello, les hace embarcarse en una lucha prácticamente infinita que garantiza la infinita y privilegiada subsistencia de los rabadanes del rebaño.

Aunque por inercia mental y analogía es explicable el instintivo impulso de transponer al proceso intelectual el de la acción, con su Sí y No como opciones únicas, hay un salto inmenso en la imposición generalizada e intemporal de un Buenos y Malos tan inmutable como las leyes físicas. Ya no se trata de enjuiciar actos y personas según coyunturas políticas y religiosas, de implicarse y arriesgarse en empresas y decisiones que pueden ser benéficas o nefastas, acertadas o torpes, pero que en cualquier caso responden de sí y son una canalla o generosa inversión vital. En el siglo XX adviene un fenómeno nuevo: En torno a las grandes y nobles causas se arraciman los que van a vivir, estable y durablemente, del uso de sus invocaciones y se hacen con poder para imponerse como élite al resto. Se pasa a la gran ingeniería de masas, a la autocensura de una eficacia tanto mayor cuanto más profundo es el convencimiento de que se gozan de grandes libertades de información y de juicio.

El reverso de este proceso es exactamente el inverso del que los términos sugieren, la antítesis de solidaridad, derechos, igualdad y libertades. Al actuar de una forma zoológica, agrupando a los humanos en categorías que se dirían inmutables y pertenecientes a especies distintas, un miembro de los Pobres, el Pueblo o el Proletariado no puede aspirar a mejorar y a ser rico, y ello por razones semejantes a las que hacen descartar que un buey se plantee estudiar para caballo de carreras. El Rico lo es por perversos determinantes de la genética, el colegial se guardará muy bien de aprender a leer antes que su vecino y el ambicioso, inteligente y culto disimulará su vergonzosa propensión a distinguirse y elevarse. El parasitismo que vende utopías y cobra, generalmente del Estado, el monopolio de su uso se apodera de la sustancia de realidades positivas, véase democracia, derecho, equidad, educación pública, protección legal, y las capitaliza pero transformándolas en sus opuestos, en la impunidad de los que se blindan con rasgos diferenciales, en la ignorancia compulsiva impartida en aulas donde el tiempo lectivo sirve para que cobre y medre el enjambre de zánganos, en la inmensa indefensión del que carece de recursos, dinero, influencias y de discurso incluso, porque oponerse a la dualidad moral y verbal dominante le situaría de inmediato en el ostracismo y le produciría un incómodo sentimiento de confusión y de orfandad de referentes. Una larga cola de acreedores espera a diario para pasar factura por las ancestrales y menos ancestrales deudas, por la marginación, carencia, diferencia, deficiencia exhibidas como hazañas propias y defendidas por el capataz que cosecha la parcela correspondiente. Esa misma cola bloquea el paso a los individuos que real y justamente sí necesitan y merecen ayuda, atención y apoyo.

El chantaje es inseparable de la eliminación de la propiedad de las palabras, de la difuminación y maquillaje de causas y actos: Nadie y nada es sino según situación, clasificación motivación y explicación previa. De hecho, el terrorismo ocupa el lugar extremo en el arco de disociación entre los actos en sí mismos y la pura constatación de éstos y el calificativo que merecen. El crimen dejaría de serlo según el motivo que para cometerlo se alegue. Basta con mencionar la palabra guerra, con atenerse a términos militares, para que los muertos no hayan sido asesinados, los trenes hechos explotar correspondan a logística y represalias y el ametrallamiento de seres indefensos y la masacre por bombas en supermercados al paisaje después de la batalla. Esta guerra de un solo bando armado, en un país democrático en el que cualquier grupo podía formar su partido y presentarse en las urnas, ha sido la tónica en España durante décadas, y ha impuesto en buena parte de la opinión extranjera y en no poco de la autóctona su falsa lógica bélica. El terrorismo es en estos casos el máximo exponente del bloque parásito. Reúne sus rasgos pero va más allá: Vive sustancialmente del mito, la muerte y el miedo que crea y actúa, de manera no explícita pero sí necesaria y fáctica, como agente colateral de las tribus que simplemente aspiran a sorber la mayor materia posible de cuanto y cuantos les rodean sin los riesgos e incomodidades del asesinato. La gratificación que ETA y afines más o menos platónicos obtienen es menos material pero más excitante y poderosa que el dinero. Sin relevancia personal alguna, el terrorista se siente elevado, entre el clan, al más alto rango, vive la ebriedad de la Causa, se erige ante sí y ante la opinión como el que ha elegido caminar por las cimas más allá del Bien y del Mal. Tiene el poder, y la libertad, de matar. En un plano más cerca de tierra, menos absoluto, la peculiaridad, el rasgo diferencial con su habitual corolario de subvencionado, especialmente favorecido, situado respecto al resto en la aristocracia, es el reducto de la irracionalidad más prolija y repetidamente razonada, al mejor estilo nazi por cierto, pues durante el III Reich, a la par que la tradicional eficiencia y lógica alemanas, se dio un sorprendente fervor por esoterismos, neopaganismos, mitologías y todo tipo de ensoñaciones que se iban convirtiendo prestamente en grandes monstruos. Probablemente quien mejor lo ha escenificado es, en España, Albert Boadella, dramaturgo y cómico genial durante su monólogo, solo en escena y todas las luces apagadas. Inspirado por la situación en su Cataluña natal, anunciaba su singularidad, repetía Yo soy singular y ustedes no y terminaba conminando al auditorio a acatar la consecuencia lógica: Paguen ustedes, paguen. Y es que el “Pagad, pagad, malditos” es el motto del club de la queja. La singularidad reivindicada nunca es la de los individuos, libres e iguales en derechos, sino exactamente su opuesto, el orwelliano de unos muchísimo más iguales que otros entre sí mismos, en el coto favorecido.

Hay una clase de nuevos ricos, de élite postmoderna, que nace muy concretamente en la Europa y países similares ultramarinos del pasado siglo y que pretende a continuación vivir de la mala conciencia de las sociedades del, aunque maltrecho, estado de bienestar y de la publicidad que les procuran los medios de comunicación, que otorgan una dimensión desmesurada a su importancia real. Las nuevas élites revolucionarias coinciden, y muy probablemente no por casualidad, con los años setenta, como una réplica del movimiento sísmico, que se saldó con millones de muertos, de la Revolución Cultural maoísta. La época fue viendo nacer y extenderse diversas guerrillas, deificadas y pasablemente asesinas, en Italia, Alemania, Perú, Argentina, España, unificadas por la franquicia ideológica de la creencia en el estado de guerra permanente contra el sistema opresor, la cual permite a cualquiera cualquier crimen contra la existencia y propiedad ajenas con buena conciencia y generosa prima de publicidad. De este maná social han bebido hasta la fecha aquéllos que, por sus propios merecimientos, carecerían de peso profesional y vital alguno.

En el proceso de creación de una especie de antimateria verbal, nacionalismo y utopía son ingredientes imprescindibles, dobletes de cuanto los términos originales abrigaron y abrigan de contenido positivo, abierto, noble. Han pasado a ser refugio de los canallas, motores de exclusión y de agresión, membrete de lucrativos negocios, apropiaciones y desfalcos, atractivo cartel de propaganda. Y sus principales víctimas son los referentes genuinos, el cálido afecto hacia el suelo propio que, cuando es de buena ley, desborda hacia el interés y aprecio por los ajenos, el nervio solidario y desinteresado de indignación ante la maldad y la injusticia, la búsqueda del ideal, el recuerdo de que los avances se han ido produciendo a partir del luminoso círculo de las buenas ideas. De cuyo brillo se apropiaron los clanes parásitos para construir el empedrado de su infierno.

El armazón que sostiene la defensa de la aristocracia diferencial tiene una gran ventaja: encierra en su misma esencia su antídoto porque está hilado con pura fantasmagoría que no resiste la primera embestida neuronal, la confrontación más leve con la realidad.

 

 

Rescate

 

El edificio dual tiene como preludio la Revolución Francesa, pero empieza probablemente con la difusión de los conceptos de Lucha de Clases y Sentido de la Historia. Entrados en esta dinámica, aparentemente dialéctica pero en realidad bipolar, los ideales de igualdad ciudadana se difuminan; persona, análisis concretos, civilización como resultado acumulativo de logros que generan un mejor vivir pasan a muy segundo plano, son cubiertos por el manto homogéneo de la necesaria pertenencia a uno de dos bloques antagónicos. Ambos son simples entes de razón, construcciones mentales, no realidades indiscutibles. Las” Clases” carecen de existencia excepto como término concreto aplicado a sectores en un marco y momento definidos. No hay “Historia” con un proyecto, movimiento y leyes propias en el que estarían fatalmente insertos todos los individuos como las gotas en un torrente. Sin embargo la trama verbal dual ha descendido como una red sobre lengua y cultura, encerrado en sus mallas comunicación y pensamiento. Y de ello vive quien no podría vivir, ni prosperar, de otra cosa, a partir de un fenómeno nuevo: La construcción de los Estados de Bienestar, en sí un enorme logro pero que ha producido la ruinosa y peligrosa excrecencia de las utopías subvencionadas, grupos que se vuelven pronto de presión, adquieren gran fuerza como palanca electoral y exigen del Estado vivir en un régimen de manutención completa porque representan ideales por los que sus miembros nada arriesgan. Y ello en una época en la que se vive pendiente de aparatos que, de apagarse súbitamente, sumirían en la mayor indefensión y desconcierto a aquéllos mismos que reivindican la vuelta a las condiciones naturales que procuraban a nuestros antepasados una esperanza de vida de treinta años y un cuerpo en el que cualquier deterioro físico era irreversible. El petróleo de esta maquinaria de poder tribal es la canalización y explotación de la envidia, la más antigua, y estéril, de las pasiones criminales. Con ese estiércol se abonan, con una mano, vastos campos de victimismo mientras que se extiende la otra para recibir del Estado los fondos necesarios para continuar la tarea y ser elegido como gestor del acceso al indiscriminado reparto y al Reino de la Completa Gratuidad.

Los siglos XX y XXI, inundados de mensajes, técnica y millones de millones de población, están muy lejos de un uso primero de las dualidades, que, fuera del mundo de la acción, probablemente obedeció en su raíz a la necesidad de entender el universo, de dar un sentido a lo que en sí no tiene sino el que se quiere creer o se le presta. El final de la idea del sentido de la Historia, de la eterna Lucha de Clases, ha sido reciclado, con mayor o menor fortuna, según países y conveniencias. Hay casos en que, lejos de vitalizar el sentimiento e ideal de Civilización como memoria acumulativa de progresos de la especie humana, de alejamiento de la irracionalidad y aprecio de la cultura, el oportunismo ha ganado, momentáneamente, la partida y ha seguido imponiendo, incluso con mayor empeño, dualidades ficticias de Mal y Bien como únicas formas de interpretar la realidad. Izquierdas y Derechas es probablemente el caso más representativo en la edad contemporánea. Y España un ejemplo de manual. Pero sólo aún, apenas, todavía. El desprecio terapéutico de las tripulaciones de ratas del barco político ha comenzado a actuar. Hay una Resistencia simplemente armada de desdén y lejanía. Las dualidades preceptivas, y su manejo, están desapareciendo, se dispersan, con las invocaciones e intereses de sus fieles, en el nuevo aire exterior, perecen de pura vejez y están destinadas, como los viejos dioses, a difuminarse en el olvido, la anonimia y la indiferencia.

Y aquí se alza la gran cuestión: ¿Pueden defenderse causas nobles, luchar por la igualdad de derechos y contra la injusticia, proteger a los más débiles, salvar el muy necesario servicio público –y en él se incluyen sanidad y educación- y desfacer entuertos sin los viejos andadores duales? El comodín bipolar ofrecía el confort de la ropa muy usada, los zapatos amoldados al pie, la etiqueta fija, el precocinado listo en minutos. ¿Puede, sin estos maîtres à penser, sin estos dueños de la batuta de la orquesta social, haber oposición, movimientos de protesta, denuncias, sindicatos, alternativas, cambios? Sí, porque los ha habido y siguen siendo necesarios. Hubo individuos de valor y con decencia, que obraron con mayor o menor fortuna, cometieron errores pero invirtieron esfuerzo, corrieron riesgos y quemaron tiempo en la empresa. Su enemigo es justamente quienes usurparon sus nombres en beneficio propio, hicieron de la contestación y reivindicación un empleo fijo y se empeñan en mantener, con amenazas, la cárcel de los dos tipos de etiquetados.

La receta para la liberación y contra la impostura es de preparación fácil, Basta con añadir al instantáneo rechazo de quien se justifica (o descalifica al contrario) con los anatemas-icono antes citados un rechazo no menos automático de cuanto se ofrece sin precio y de aquéllos que prometen gratuidades inmerecidas, véanse diplomas, cargos, bienes, servicios y la seguridad, alojamiento y manutención garantizadas, de la cuna a la lápida, por el simple hecho de existir. Es importante tener en cuenta, en la preparación de la receta, la expulsión vomitiva y vomitable de todo tipo de transposición de la responsabilidad individual a aglomeraciones de sujetos gregarios. Tras esta saludable tarea de filtrado quedarán personas y hechos desprovistos de cortezas y ataduras y capaces de planear y construir parcelas de futuro.

No tardarán en encontrar, tras el vértigo del aparente vacío inicial, el aliciente inconfundible de la libertad y de esa superación de las ficciones que es el mundo real, cada vez más conectado, más cercano y, al tiempo, más asombroso en la variedad de sus formas, un mundo, un universo ciertamente crueles, pero cuya belleza supera toda ponderación.

 

 

 

Tiempo de Ideas

 

Es tiempo de ideas versus tiempo de tribus. La red ratonil es aún voraz pero también caduca. Antes de la plaga de las clientelas de la utopía, las utopías existieron. Como indicara Leonardo, cuanto se distingue y no pertenece a la Naturaleza ha sido primero una idea en una mente, para ir materializándose luego en lo que forma, con sus luces y sus sombras, cultura y civilización. Todo fue creación en alguien, en algún momento, proyección de voluntad y deseo, antes de germinar, prosperar e ir cambiando lo que conforma el medio vital y teje ciencia, técnica, arte, filosofía e historia. El Renacimiento, el Humanismo, la Ilustración, los Estados de Derecho, los valores universales y los derechos humanos han impulsado cada vez, con millares de palabras, intentos, instituciones, leyes y empresas henchidas de ilusión sociedades mejores cuyos logros sobrenadan a los naufragios, las aberraciones y los monstruos creados en el camino. La conciencia de esa universalidad de valores cara al Siglo de las Luces es extraordinariamente importante, pero de nada sirve sin su verbalización, sin que se encapsule en las palabras adecuadas y sea expresada por cualquiera en cualquier ocasión que lo requiera, aunque no existan medios materiales de cambiar las situaciones y se transija, acuerde y pacte según el peso económico y diplomático. Esto no impide que se eluda la denuncia y la defensa de lo que debe ser defendido. Muy por encima de un supuesto respeto a la pluralidad de religiones y costumbres que no es sino oportunismo, ignorancia y tibieza se alza la universalidad de los derechos, la responsabilidad en los actos, la insobornable realidad. Cada expresión, pública y privada, de desacuerdo, cada análisis y juicio claro desprovisto de consignas son un medio de socavar situaciones que, lejos de ser eternas e inalterables, son vulnerables en extremo a la imagen externa, el común sentido y la fluidez global de datos. El dos y dos son cuatro y no cinco de Orwell sigue teniendo toda su vigencia.

La idea de espacios de igualdad de Derecho fue invadida por la ola parásita de clientelas a cargo del contribuyente, las cuales, mientras se nutrían del huésped, seguían el mandato de multiplicaos y poblad la tierra mientras en ella quede algo que roer. Sin embargo se está invirtiendo el desdichado proceso que, en dinámica inversa a la de Las Luces, ha llevado de la persona a la tribu. Y es tiempo de recobrar el camino anterior y opuesto, el de la tribu a la persona, ese indispensable espacio de la nación como sede de ciudadanos y de ciudadanía, de gentes libres e iguales con derechos en nada condicionados a rasgos localistas, lingüísticos, raciales o históricos, un perímetro de seguridad legal desinfectado de superioridades míticas, amante de lo propio y precisamente por ello abierto a la apreciación de lo ajeno, día a día más propio también en una sucesión de círculos perceptivos que cada vez se extienden a mayores distancias.

Una vez desinfectado el panorama del chantaje Izquierdas/Derechas quedan otras dualidades, no por subrepticias y en apariencia inocuas menos peligrosas. Son las hermanas menores, las damas de honor del grande y engañoso atajo hacia supuestas verdades superiores y globales que liberan de la enfadosa tarea de pensar, de asumir las propias responsabilidades y de reconocer que el mundo ni es justo ni gratuito ni fuente de felicidad por decreto ley y que cada día representa un esfuerzo de lucidez y de solidaridad procurar que, en parte, lo sea. El Gran Enemigo puede adoptar tantos nombres como la legión satánica, véase Sistema, Estado, Capital, Conjura de Poderosos u Organizaciones Mundiales. El sujeto puede variar pero la dinámica es siempre la misma: Situar a un lado al diabólico dueño del poder y al otro al pueblo caracterizado por su inocencia y por el daño que el reino infernal le ocasiona. Poco importa, sorprendentemente, que se viva, con todas sus imperfecciones y fallos, en Estados de Derecho y sistemas democráticos con políticos y partidos electos. Entre otras dualidades que el Gran Enemigo cobija bajo sus alas se encuentra el mito del buen vasallo, tópico literario castellano en tiempos con base real apoyada en la noble figura del Mío Çid, pero luego amplia, oportunista y anacrónicamente asumido. Ocurre que los vasallos ni son desde hace largo tiempo vasallos ni son homogéneos ni son buenos por definición. Como todos los colectivos, éste también es una trampa, semejante al empleo del “Todos somos….Todos hacemos…Todos queremos….” cuando se hace participar a otro de rasgos y comportamientos que no tiene. Lo que se reprocha al sistema educativo, a los nacionalismos tribales, al sindicalismo de nómina estatal es lo que se ha apoyado, subvencionado, contemplado con indiferencia, admitido con la vaga permisividad de la cobardía y el pensamiento mínimo. Cuanto ocurre no es ineluctable resultado de alguna catástrofe meteorológica; llega arropado por el lenguaje impropio y tibio, por la dejación en el cumplimiento de las leyes, por el cansino asentimiento con tal de garantizarse la aceptación social y recibir los restos de la tarta dejados en el mantel.

 

 

Tiempo de precios

 

Por supuesto que las utopías valen la pena, pero no las pagadas con la piel de otros. Las actuales piden implicación personal mucho más que llanto y mito y su ejercicio incluye un incómodo peaje en el recorte de parcelas de comodidad y no poca modestia en la aceptación de las mejoras obra de otros, sean quienes fueren, y la constatación de que lo mejor es enemigo de lo bueno. La costumbre de pagar, o al menos reconocer, el precio de cuanto bien se desea o se disfruta está tan oculta por ofertas electoreras de felicidad todo a cien, por el interesado dogma de la gratuidad extendido por las clientelas utópicas y por la doctrina, incrustada en la opinión, de la eterna deuda injusta que el rescate del principio de realidad no es tarea fácil. Se ha extendido el consumo de una peligrosa droga: La irresponsabilidad personal a todos los niveles, desde el niño-rey al criminal siempre producto de frustraciones sociales pasando por los visires autonómicos con exigencias de califa. En planos más globales, de repente Europa se encuentra conque el amigo americano no va a pagar más sus facturas sino que se vuelca hacia la activa y emprendedora cuenca del Pacífico. Gran desconcierto y apresurado reciclaje de las pancartas Americans, go home en Americans, come home, please.

Hay una búsqueda desesperada de enemigos. La retirada de escena del Poderoso Número Uno deja un vacío vertiginoso en la iglesia política mental de buena parte de Occidente. Los que carecían de poder, de influencia, de éxito tenían hasta ahora, por contraste, el certificado de garantía de su inocencia y su bondad. Esto ya no es válido. Hay pendiente una enorme tarea de desescombro, de disociación de los términos social y público del de parásito y explotador de la sufrida y pagana clase media. Cumple aprender a pensar y a orientarse en un terreno desconocido carente de señalización ideológica y de consignas. En la Antigüedad y en la Edad Media, incluso en el Antiguo Régimen, todo era más fácil, la dependencia, saqueos, recompensas, castigos y servidumbres se enmarcaban en el nítido reino de la fuerza, del jefe, responsable del bien y del mal, de vidas y haciendas. No cabían asociaciones reivindicativas del mérito de la diferencia, ni del especial orgullo de los arqueros zurdos, tampoco los domadores de pulgas podían reclamar compensaciones a su secular postergación social respecto a los cetreros, ni menudeaban las comisiones para la sustitución del Latín por el caló como lengua de la diplomacia sin fronteras. Pero llega la democracia a enturbiarlo todo, a distribuir a cada ciudadano un fardo de albedrío e implicación en normas, leyes y tipo de gobierno del que éste procura desembarazarse por diversos medios, de los que el más común es buscar al grande, ancestral, a ser posible lejano, colectivo e incluso abstracto enemigo.

El colectivo suplente está en las redes, en su oferta ilimitada de solidaridad y compañía, con el mínimo esfuerzo que permite decantarse con suma facilidad por lo más vil, lo menos exigente desde el punto de vista ético e intelectual, por el placebo de acción directa que no en vano se ha hecho indispensable para los adeptos al terrorismo. En el mundo real y de las buenas intenciones

 

 

 

Transición final de trayecto

 

Adiós, Transición, adiós. Fue hermoso mientras duró quizás por el empeño en creer que lo era. Es posible que a la inocencia y afán de ese empeño se debe el paso franco ofrecido pronto a la vileza. Tuvo el atractivo de la juventud, del principio de algo que es un simple umbral, una promesa no avalada por los actos, asentada en la negación infantil de lo existente, en los ritos de afirmación de guerrilla urbana, de valientes desafíos que no habían existido. Y en España su parte más noble de solidaridad e ilusiones fue rápidamente secuestrada por los que pretendían, y lograron, hacer de ella su durable y provechosa parcela. Enseguida todo lo fue cubriendo, como el merengue en una tarta, el radical y vertiginoso cambio técnico de las últimas décadas del siglo pasado, el buen vivir, semejante a los felices veinte, la prosperidad que se creía lineal y segura y, pronto, la mutación de la Era de las Comunicaciones, el aparente poder del saber instantáneo y las grietas, inesperadas, sorprendentes y sin embargo previsibles en algo en lo que se vivía con blandura y con la seguridad de lo permanentemente adquirido, y que, por lo tanto, se denigraba y que se llamaba civilización.

Las utopías piden un rescate, son, finalmente, un mosaico de ideales, de pequeñas empresas, de intentos tan ajenos a la conveniencia personal como el estudio de las galaxias del universo. En la Tierra y en lo que a sus habitantes humanos concierne, no se trata de su final, sino del final de las utopías gratis total y de las exhibidas como requisito para ponerse en nómina. Retos y disyuntivas son nuevos. No habrá diplomas de pertenencia al club dual adecuado, ni se ofrecerán lotes de placa solar, pancarta antiimperialista y bicicleta de última generación. El panorama es a la vez sencillo y complejo: Transportes y difusión informativa han puesto al alcance de quien lo desee la vivencia de cualquier etapa y cualquier variante de la evolución de la especie. Un anhelo tribal puede realizarse con la simple incorporación a cuantos aún viven de tal manera, pero para ser consecuentes esto incluye, llegado el caso, el recurso al brujo de la tribu en vez de al odontólogo. Por primera vez en el planeta se ofrecen simultáneamente la edad de piedra, los cazadores y recolectores y Silicon Valley. Con un pie en el paro y otro en las visitas virtuales por el cosmos, la orientación ideológica, e incluso física, no son fáciles ante tal oferta. Sobre todo cuando las referencias básicas se han reducido a la conveniencia del rechazo a lo conocido, lo tradicional, lo perteneciente al confuso y denigrado vocablo Civilización.

El panorama se clarifica no poco cuando se pasa por el cedazo del interés y se ve en qué quedan proclamas, manifestaciones y gestos cuando desaparece el beneficio al que venían siendo asociados, una rentabilidad no siempre económica y sí un mucho social. Han amarilleado y muestran fecha de caducidad los carnets imaginarios, ya no permiten la entrada a los clubes que solían. Para beneficio de los que, al menos, a partir de ahora crearán sus propias filiaciones teniendo como referencia el principio de realidad. Esa desaparición abre las puertas a una percepción más amplia y a unos actos sopesados según el riesgo, energía y tesón invertidos en ellos.

 

 

Un mundo de transiciones

 

España no es ciertamente la única embarcada en cambios perceptibles de etapa, ni tiene el copy right del producto Transición. Aquello a lo que ella se enfrenta con la sensación inconfundible de paso a otra época sucede también en diversas medidas en el área occidental a la que pertenece, mientras que en el resto del mundo cada cual intenta resolver a su vez contradicciones que recuerdan a los dolores de crecimiento de los adolescentes. Tal vez se trata del fin de la infancia del que hablaba Arthur C. Clarke, del paso de la omnipotencia infantil al sano, y a la larga mucho más gratificante, principio de realidad. La imparable globalidad actual, tejida en buena parte por la espesa red de comunicaciones, podría equivaler a una primera etapa de esa mente común en la que en el relato de Clarke se resuelven las individualidades de los seres del planeta Tierra bajo la supervisión del enviado por una superior especie galáctica. En la práctica del aquí y ahora, es dudoso que los humanos quieran desterrar la personalidad distinta de sus vidas, aunque el precio de ella, y de la libertad, sean la tristeza, el error, la angustia y el fracaso. Final y fatalmente siempre se alza en el horizonte el Árbol de la Ciencia, el alto peaje que pagar por el conocimiento y el ansia de alcanzarlo, y la agudeza de las pasiones que, como las sensaciones directas, no admiten simulacros.

A España se le ha acabado el tiempo de descuento, ha agotado la tregua entre una tiranía que le permitía ser irresponsable y la utilización del edificio propiedad de la cooperativa. Se enfrenta a sus propias cosechas, que incluyen la peligrosa mezcla de amplísima clase parásita, cesiones al terrorismo y nihilismo de vanguardia; tres elementos presentes en otros países pero no en semejante proporción ni protegidos por los mismos blindajes. En vez servir de parque temático de un romanticismo trasnochado y de un revolucionarismo light mediterráneo puede valer para naciones más consolidadas de cierto ejemplo negativo por lo que a ella tienen éstas de afín en lo que respecta a utopías de nómina y sectores improductivos cuyo mantenimiento, a cargo estatal, sirve de coartada para las fechorías financieras, siempre impunes. La cantidad en los ingredientes alcanza en España calidad significativa. Su red de intereses y sus financiaciones inútiles (excepto para sus beneficiarios) carece en Europa de parangón, como tampoco existe allende fronteras chantaje comparable al que aquende ha permitido el expolio. El sometimiento al terrorismo tras la matanza del 11 M y la colocación de miembros de ETA en puestos públicos ocupa un nada honroso solitario puesto. Es, además. España imbatible en el odio y denigración de sus símbolos, véase himno y bandera, de sus rasgos identitarios, como la propia historia, lengua y territorio, y del nombre mismo que la designa. Siempre parece tener una ansiosa lista de espera de enemigos autóctonos esperando repartirse su desguace, pero éstos, a diferencia de las guerras balkánicas, se guardan muy bien de arriesgar patrimonio o empleo.

En el resto de Europa un amplio sector significativamente presente lleva largo tiempo embarcado en una cuidadosa demolición de lo que civilización occidental representa. Entre otras razones porque el producto tiene las ventajas de la comida rápida y es rentable: A más comunicación instantánea menos reflexión y más autosatisfacción, por ahorro neuronal y por sensación de pertenencia a un grupo. Esa caricatura de la democracia que es la mezcla de populismo victimista, miedo y asambleísmo de luces cortas vende. El terrorista cuenta con una generosa cuota de comprensión, relativismo y todo tipo de argumentos que impidan al público la acción defensiva y ofensiva, la toma de posición y el riesgo. El interés por países lejanos y la afectuosa atención, con ejemplar solicitud y modestia, hacia sus culturas se utilizan como arma y argumento contra la propia. La bien pagada burocracia de organizaciones internacionales colabora activamente en esta dinámica de todos sois formidables con el reparto de títulos de herencia cultural, y lo hace con tal largueza que no sería extraño que se nombrara a la tradición de los cazadores de cabezas Patrimonio de la Humanidad.

Hay una curiosa virulencia indiscriminada en el movimiento que se proclama pacifista, parecida a la infinita sed antisistema de negación de cuanto existe precisamente porque tiene calidad, valor, peso. Se cultiva una añoranza de tierra quemada y punto cero porque los  habitantes de ese páramo carecerían de puntos comparativos y disfrutarían de la sensación de que nadie poseerá lo que ellos no han logrado. La nueva Edad Dorada mítica habría sido la del igualitarismo perfecto y sus antagonistas, en bloque, son desde Aquiles hasta el último de los héroes de la Aliada, Tersites –que al fin y al cabo tenía sus aspiraciones- incluido. La diferencia con el Hombre Nuevo o el Buen Salvaje rousseauniano es que ahora se trata de nihilistas bien instalados en la sociedad cotidiana, de la que extraen un estatus ventajoso y por la que se hacen pagar, y con frecuencia admirar. Como sin dualidad aparente no hay acción ni movilización, el cansino maniqueísmo tradicional se ve reemplazado por un inmenso Club de Víctimas, que sería el Pueblo (en absoluto el individuo ni el ciudadano de un Estado parlamentario de Derecho) enfrentado a los Poderosos, la Conjura y el indispensable Mal. El catecismo siglo XXI podría definirse como un Adanismo singularmente peligroso que reivindica para sí toda la legitimidad del fin que justifica los medios frente a un estado de cosas maligno, injusto y coercitivo. Se trata del adanismo de las clientelas parásitas del sistema cuya destrucción propugnan, dispuestas a trocear y repartirse como botín legítimo sencillamente cuanto existe mediante el monopolio de las utopías y la propaganda potenciada como nunca anteriormente por los medios de comunicación.

Como los dioses castigan a los hombres concediéndoles sus deseos, resulta que el Enemigo habitual, los malos de nómina, siguen el consejo de tantos graffiti Americans go home y se van a su casa. Estados Unidos, y Canadá, tienen las grandes reservas y la técnica para extraer de nuevas fuentes cuanto combustible necesitan, dan la espalda al viejo, conflictivo, siempre pedigüeño continente y estrechan lazos con las enérgicas y laboriosas naciones del Pacífico, en las que, por haber vivido la experiencia, tienen poco predicamento las veleidades utópicas gratis total. El pistoletazo de salida lo dio el Presidente Obama, a poco de ser nombrado, en su discurso en El Cairo, ignorando a la población con aspiraciones a un estado moderno laico egipcio y adulando a los islámicos. No está siendo una digna retirada, y es probable que tampoco el abandono de Europa, en ambos sentidos, sea una medida inteligente que impulse la afirmación de naciones más libres y prósperas en un mundo mejor, pero al menos hará patente e insoslayable la conciencia del precio de cuanto se posee y la necesidad de esforzarse y de pagar por vivir cómo se vive, con la grave consecuencia de dejar en el paro a las capas parásitas de las utopías vicarias.

Mientras tal cosa ocurre, proliferan los temas de sujeto neutro, indefinido, de irresponsabilidad difusa, que generan redes de intereses y permiten crear fuentes de beneficios sin méritos probados y sin pérdidas patrimoniales. Dado que el futuro, como el papel, lo aguanta todo, los sujetos individuales, responsables por lo tanto de sus actos, han desaparecido de escena. Los aquiles han menguado de talla a velocidad pasmosa y no aspiran a mayor gloria que al puñado de minutos televisivos. Ya no hay héroes, ni aspirantes a serlo, que para bien o para mal al menos se arriesguen en empresas y deban rendir cuentas en el presente confrontados al principio de realidad. Se ha creado un mundo de abstracciones sin culpables, un horizonte planetario anónimo que se constituye en nueva religión, la más reciente de las temibles religiones laicas, con sus dogmas, ritos y, sobre todo, oneroso clero. Los dioses antiguos están sin duda encantados ante la segunda oportunidad que, tras milenios de olvido, se les ofrece. Gea, Urano, Odín, Cibeles, Cernunnos, Isis, Zeus, Ra, la Pachamama y demás personificaciones de elementos naturales y leyes físicas disfrutan de la nueva juventud que les brindan los adoradores de la Madre Tierra, los cruzados de la salvación del Planeta, los convencidos del solícito amor con el que la Naturaleza los distingue, sin reparar en que la amorosa madre se rige por la selección natural y la supervivencia de la especie, no la del individuo y menos aún la del débil, el de avanzada edad (más de 35 años) o el enfermo. Toda irracionalidad y todo dispendio y abuso tienen barra libre en el culto futurible al uso, en nombre de dogmas tan indiscutibles como de imposible comprobación. Brilla de nuevo, en el horizonte de los partidarios del mínimo esfuerzo mental el sol de la autocensura. Imposible rebatir y ni siquiera cuestionar las predicciones, catastrofistas todas, de diversas y merecidas desdichas de las que será víctima la especie humana, culpable por el hecho de existir y, mientras alienta, en estado de pecado original e imperativa necesidad de arrepentimiento público, disculpa y expiación. Cuando el comisariado bienpensante veía con inquietud disminuir el terreno propicio para sus fieles, peligrar los chantajes duales y con ello los diezmos y primicias de su clero gloriosamente laico, aparece la gran empresa de la salvación planetaria, con filones inextinguibles de víctimas que reivindicar desde la aurora de los tiempos. Todo un respiro.

Y sin embargo la cartografía de la indefensión y de las transiciones es precisamente la que permite avanzar hacia muy diferentes panoramas, la que, por contraste con el Lado Oscuro, delimita el perfil de territorios de claridad y, una vez abandonadas las cadenas duales, se abre a opciones,  hechos, individuos. Queda atrás, como un traje viejo, la cárcel lingüística, el lenguaje interesada o estúpidamente pervertido. Cada día es distinto, y la tarea, al principio trabajosa y desacostumbrada de juzgar por los hechos y actuar según el juicio propio, adquiere el atractivo de quien explora países a la vez familiares y desconocidos. Una limpieza a fondo de populismo permite descubrir las posibilidades personales, el rescate de la herencia cultural y el esfuerzo del saber aporta la inconfundible sensación de alimento no perecedero, el denigrado cariño por la tierra propia pasa a ser puerta hacia la percepción y aprecio de las ajenas, que crecen a su vez  y toman altura cuando, necesariamente, hay que rendirse a la belleza que acompaña a la crueldad del mundo. Y se vuelve a la vieja pregunta fundamental ¿Vale más vivir que morir? ¿Vale más el ser que la nada? cuya respuesta es siempre solitaria.

Tras las opciones hay puertas, con frecuencia muy materiales. La del abandono, que probablemente no será largo ni será tal, de un Washington volcado hacia el oeste podría atraer la atención del Viejo Mundo hacia una zona de posibilidades: la Eurasia más allá del mar Caspio. La nueva Ruta de la Seda revive su vocación comercial, se sabe crucial por el uranio, el oro y muy especialmente por las arterias de gas y de petróleo con proyectos cada vez de mayor importancia. Europa tiene ahí su Pacífico, su oportunidad y su salida, en países como Uzbekistán, con una gran ambición de modernidad, con vitalidad y dinamismo. Estos territorios situados en el centro del círculo antigua Unión Soviética-China y al sur de fundamentalismos islámicos de confesiones diversas, no desean integrarse en las áreas de sus vecinos, pese a los requiebros de Arabia Saudí y el peso de la China y la Rusia inmensas.[6] Su  historia, enterrada en la arena, habla de épocas más amplias, de un fluir paralizado y anegado en sangre, como en Merv (Mary), en 1221, por Tolui, el hijo de Gengis Khan, que la arrasó y exterminó con un saldo quizás de un millón de muertos y puso fin a la mítica Ruta. El pasillo de Asia central se reabre, los uzbecos miran hacia Occidente, en Tashkent se perciben la energía y el cambio. Una calle en Samarcanda recuerda a Ruy González de Clavijo, enviado por Enrique III de Castilla en 1404 como embajador en la corte del emperador mongol Tamerlán, que es Timur Lang, es decir, Timur el Cojo. El oasis de Fergana, en las puertas de China, es una moderna ciudad de tipo soviético y buen nivel. Las dictaduras de Turkmenistán puede que sigan el ejemplo –es decir, que desaparezcan- de uno de sus jefes supremos, amante de las estatuas de oro que se hacía erigir en la capital, Ashgabad, y que los congresos que le deseaban miles de años de Presidencia no impidieron que falleciera súbitamente de un infarto. Es muy probable que, esquivando el poco atractivo ejemplo iraní –por no hablar del de Afganistán y Pakistán-, estos países busquen alianzas semejantes a las aspiraciones de Turquía al ingreso en la Comunidad de países mediterráneos.

La Europa de Europa hoy por hoy es Eurasia, sus perspectivas de alianzas, comercio y progreso se encuentran también en Extremo Oriente, en sociedades vacunadas contra el comunismo por vecindades y por experiencias terribles, que han sabido alzarse hasta la modernidad en pocas décadas, en las que la sociedad civil hierve de iniciativas y deseos de instruirse y ha rechazado sabiamente el victimismo y el complejo respecto a Estados Unidos. Vietnam, Singapur, Malasia en buena medida, lo que podrá ser en breve Myanmar, la Birmania de otrora, Japón cada vez más alejado de un culto de tipo fascista al honor que parecía genético, Corea del Sur, Taiwán limpia como los chorros del oro, amable, vital, educada, sonriente y segura, y los que se van sumando configuran el amigo asiático por méritos propios. Los temidos amarillos no son un peligro sino una esperanza y una ventana al futuro para la Europa desorientada, regresiva, aldeana, temerosa. Los países musulmanes, encerrados en el problema del único juguete de una cultura y religión fallidas por la impotencia para separarse del Estado, lo resolverán o no, pero Europa tiene que dar el sorpasso, sobre ellos y comunicarse y establecer lazos con los que, en un mundo en todos los lugares asequible por los transportes, han optado por vivir vidas civilizadas, dichosas, prósperas. Sociedades punteras en informática pero sabiamente tradicionales en los usos que valía la pena preservar, donde hombres y mujeres salen, entran, van juntos, en las que los templos están abiertos a cualquiera y las aulas no dan abasto con el afán de aprender, poblaciones con arte y técnica, parejas enlazadas, niños, tradiciones amorosamente conservadas, con su color, bullicio y al tiempo su tolerancia y paz, para disfrute de propios y extraños.

Esos millones en los que Occidente ve temible masa por la simple razón del número no son hormigas homogéneas e implacables en la sumisa dedicación al trabajo. Son gentes, como los del otro lado de Eurasia, de una de gambas pero pagándosela ellos, de mercadillos con rica comida fresca, de competiciones de fuegos artificiales, bailes y música, de ir de tiendas, de pedir favores en los templos a sus santos patronos, vestirse a la última y aprovechar hasta el último minuto de sus ocios. Ellos han tenido de todo en cuestión de vicisitudes en los siglos XX y XXI, saben de la virtud de la modestia, la observación, la tenacidad, y se desviven por alcanzar altos niveles educativos, sufrieron agresiones, manifestaciones y muertos, conocen los precios de la libertad, del respeto y la fragilidad de los sistemas de Derecho y la democracia, sus vecinos próximos son dictaduras tan enemigas de los individuos y de la vida buena en Asia como en Europa o América. Tienen, por lo tanto, mucho que ofrecer, observar, compartir, intercambiar y disfrutar en el mejor sentido de las globalizaciones.

La mercancía que Europa tiene para ofrecer, su oro, su uranio, su petróleo y su seda es su modo de vida, algo que parece banal, imperceptible por lo cotidiano, pero muy real, hasta el punto de que permea el planeta y se ha extendido por una aceptación que no es la del caballo ni la espada, amalgamándose cada vez con formas lejanas y diversas pero en todas reconocible, en especial cuando falta. Y responde al simple deseo de libertad, de saber, de pensar y de disfrutar de la existencia.

 

 

 

 

[1] La realidad hispánica no decepciona: acaba de ofrecer, en marzo de 2016, un remedo de semáforo maoísta versión de género, con muñequitos con femenina falda.

[2] Véase La Secta Pedagógica, de Mercedes Ruiz Paz. UNISÓN EDICIONES.

[3] Véase Hannah Arendt: Los Orígenes del Totalitarismo.

[4] Estas líneas fueron escritas algunos meses antes de que se desprendiera, arrugara y quedara desatendido e ignorado como un papel viejo el panel dedicado a los mensajes sobre las víctimas. No hace falta mucha agudeza para prever que la posible reparación se aprovechará para diluir el 11 M en sí en condenas al terrorismo en general.

[5] Ali Ahmad Said Esber, “Adonis” ha publicado en España (Ed. Ariel) Violencia e Islam, serie de entrevistas con la profesora y psicoanalista Huria Abdeluahad.

[6] Nombres Árabes. Mercedes ROSÚA. Editorial Alegoría. Sevilla 2012.

05/21/15

Las Clientelas de la Utopía:-TEXTOS ESCOGIDOS.

Rosúa, M. (2006). Las Clientelas de la Utopía. Madrid: Grupo Unisón ediciones, 220 pp. ISBN: 84-932459-7-6.

Las clientelas de la UtopíaDe la sustancia de la utopía se han forjado las pesadillas, los sueños y quizás gran parte de aquello por lo que el mundo es mejor y la vida vale la pena. Pero el afelpado reducto de las sociedades protegidas, el maleable tejido de comunicaciones, presiones, adhesiones virtuales y sustitución del contenido por el volumen y difusión de las palabras han creado una clase nueva para la que la utopía es su vehículo, la lona que recubre sólidos edificios de intereses, la contraseña que permite el acceso a zonas deseables y bienes restringidos y que incluso procura el lujo de la superioridad de valores. Ninguno de estos rasgos es original pero su conjunto ha generado algo, por sus dimensiones, nuevo, que se extiende por el siglo XX y el XXI y tiene como base el terreno propicio de las democracias, las libertades y los más o menos prósperos estados de bienestar: Se trata de los inversores de la Utopía, entendida ésta como lejana profesión de fe ausente de precios y de riesgos, icono rentable y hábil mecanismo que garantiza tanto la ceguera selectiva como la legitimación del secuestro verbal y cultural que vienen caracterizando la época.

Sobre el fenómeno, específico de nuestra época (siglos XX y XXI), de las utopíassubvencionadas. Consideraciones sobre las utopías en general. Relación con la sociedad debienestar garantizado y gratuidad. Clases parásitas. Papel de la comunicación y del dominio y manipulación del lenguaje. Cegueras selectivas, fabricación de iconos y simulacros dedemocracia, libertades y cultura. La Educación-consigna: erradicación de conocimientos, enseñanza y patrimonio cultural, anulación de libertad y del individuo. De la persona a la tribu. Horizonte.

ÍNDICE

  1. Introducción
  2. Cui prodest?
  3. ¡Bienvenido, Mr. Mao!
  4. Acuerdo en la granja
  5. La cárcel verbal
  6. 11 de Marzo
  7. El efecto Aleph
  8. Horizonte

Introducción. Textos escogidos

Días de clientelas

… la tesela educativa pertenece a mosaicos más amplios, a la época postotalitaria en sí, a los diezmos pagados por amedrentados dirigentes a cambio de espacio para sus proyectos prioritarios, al desconcierto temeroso con que se observa la mudable bestia de la opinión pública, su transformación imprevisible en violento o sabio centauro. Días de clientelas y de …

Cui prodest?. Textos escogidos

España, Educación

Ha ocurrido en la Educación española de las últimas décadas del siglo XX un curioso fenómeno que, por su entidad, transciende a sector-con ser importante éste-e implicados, que posee rasgos diferenciadores respecto a la crisis educativa en otros países europeos y que, más allá de un capítulo de la historia universal de la infamia, da pie a muy interesantes reflexiones sobre la justificación de los movimientos sociales, no por supuestas metas ideológicas, sino por la clientela y sectores de los que precisan adueñarse. En este sentido, Marx estaría tan acertado como el sacerdote de la película protagonizada por los Beatles que necesita recuperar el anillo porque sin anillo no hay sacrificio y sin sacrificio se queda él en el paro.

La bolsa unificada de personal era, y es, la garantía de arbitrariedad y promociones, de colocación, manipulación, sumisiones y dependencias.

El tercer pilar, sumado a la clientela así creada y al partido que patrimonializaba a ritmo vertiginoso las estructuras del Estado y a sus dos sindicatos, fue las Autonomías,…

* * *

… de ahí el ahínco en hacerse, a imagen y semejanza de la superior clase de los nuevos ricos de la Transición, un hueco al sol que más calienta y al que los accionistas de la izquierda de nómina y del progreso social no van a dejar extinguirse.

Cuando se ha construido una red de intereses tal, de la que comen tantos y a la que tantos consideran ya terreno comunal de disfrute por derecho, la situación es prácticamente irreversible y el mecanismo se lleva por delante a varias generaciones antes de que el principio de realidad, la evidencia del desastre cultural que aflora a la superficie sólo con el curso de los años y la añoranza del razonamiento levanten cabeza.

Los que, por mayor horizonte intelectual, por honestidad, lógica y por rechazo instintivo ante esta larga explosión de irracionalidad oportunista, se han aferrado a la resistencia pasiva y a la disidencia desaparecen para ser sustituidos por una clientela de perfil profesional voluntariamente borroso que, procedente de la docencia generalista y de taller, se siente satisfecha con la promesa, al precio que sea, de indefinido hueco laboral. La terminología obrerista resulta muy útil….

* * *

La infantilización forzosa, la negación de esfuerzo, excelencia y saber pueden con facilidad revestirse, cara a los demás y a sí mismo, de la mímica del misionero social y del estajanovista incansable, de la sutil soberbia de la sufrida y ejemplar humildad en los más bajos menesteres, de la orgullosa modestia de apoyar, sea cual fuere la irracionalidad y perversidad de los hechos, al bloque de los Buenos (izquierda, progresistas, socialistas, democracia, sector público) frente al tradicional bloque de los Malos(derecha, reaccionarios, liberales, oligarquías, sector privado). Es, en procesos como éste, importante que la vileza asumida….

* * *

Los dos sindicatos… se han constituido en clan fáctico extremadamente virulento que vive de los réditos de una supuesta condición, sagrada e indispensable, de agente y mediador. Les es vital el halago de asociaciones no profesionales, que se reducen con frecuencia al manipulable club vecinal o al grupo de estudiantes a los que se sigue prometiendo gratis pan, aprobado y circo y que representan fáciles plataformas de control y propaganda. Precisan adueñarse del espacio mediático, la amenaza, el ruido y la calle, y mantienen así territorio y pretorianos. Es ésta una clase que tiene mucho que defender porque nunca antes, a cambio de la llamada paz social, les había otorgado el Gobierno ventajas materiales semejantes. La idea de volver a sus puestos como soldado raso les resulta impensable, comulgando en ello con la espesa costra de ricos de concesión y corrupción, artistas subvencionados y políticos sin más oficio, porvenir ni beneficio que los otorgados por su partido. La tenacidad y virulencia son estrictamente proporcionales a la certidumbre de que su suerte está ligada a la del ecosistema de mediocridad preceptiva…

¡Bienvenido, Mr. Mao! Textos escogidos

Revolución Cultural Celtibérica

Hacía falta un andamiaje sobre el que ondease al viento el conveniente y gigantesco telón publicitario, unificado e impermeabilizado con el dogma de las bondades del igualitarismo. El proceso…

… autoctonía imaginados por las supuestas nacionalidades históricas de primera división para justificar sus clientelas políticas, ventajas, exenciones, prebendas y fueros respecto al resto de los ciudadanos. Los representantes de un nuevo régimen curiosamente esquizofrénico habían de definirse a contrario, dado que la realidad en la que también ellos estaban gozosamente instalados y de la que sólo abominaban en el discurso -era capitalista, burguesa, de propiedad privada, libre mercado, mundo occidental y democracias parlamentarias. Eso era lo que funcionaba y, sin lugar a dudas, el sistema al que tanto ellos como sus votantes aspiraban en el futuro. Para mantener la ilusión de autoctonía ideológica revolucionaria les era imprescindible un firme control y anclaje en los medios de comunicación, la pasarela cultural y, de forma más durable como vivero y reserva, en la enseñanza.

… el Tiempo y Hombre Nuevos indispensables para el enfrentamiento generacional tan caro a cualquier totalitarismo que se precie y tan emblemático en la estrategia, durante la Revolución Cultural china, de acoso y destrucción de las capas adultas más formadas, maduras y críticas. Esto equivalía a podar la Historia,…..

… es fácil vender el ideal de un hijo eternamente mantenido por esa versión mejorada del Estado de Platón que le hará pasar a la guardería desde la incubadora, le acogerá, llegado el caso, vacaciones y fines de semana, le ofrecerá indefinida matrícula gratuita en estudios sin aprobado ni provecho y le asignará en la edad adulta un salario de paro.

La ola de regresión medieval se retroalimenta con enemigos y agravios. Las sucesivas concesiones, mimos y pudorosos silencios por parte de ministerios y gobernantes, la ausencia de precios por los privilegios recibidos, la continua impresión transmitida por los medios de comunicación de que se les debe dar todo por nada llevan décadas potenciando la espiral. Porque la línea del chantaje es por naturaleza ascendente e indefinida.

El nuevo clero juega a la imposición de su criatura presentándola como la obvia y lógica alternativa a lo existente: Una teoría y método benéficos que no se han aplicado antes por la simple opresión de las fuerzas de ese Mal en el que se engloban la reacción, el capitalismo, la derecha y demás satanes de los que cobran nómina los profesionales del exorcismo. En Camboya o China pudieron permitirse el lujo de aniquilar élites, junto con ciudades, vías de comunicación, bancos, hospitales y obras de arte. En estas latitudes europeas hubo que contentarse con esa materia vulnerable, esa gaseosa experimental que son la Educación y la Cultura.

Acuerdo en la granja. Textos escogidos

La Ley Implacable del Economato

El Gobierno del PP, que no era (como tampoco lo fue su antecesor) de profesores, rindió el acostumbrado tributo verbal platónico a la Cultura pero, a la hora de firmar el Boletín Oficial del Estado y de entrar en liza con los orcos que imperaban en la Tierra de Enseñanza Media, mandó tocar a subasta. Quedaba para el PSOE, y sus dos sindicatos, el feudo acostumbrado,

¿Cómo resistirse a generalidades de tan obligado asentimiento como la erradicación del fracaso escolar, la generosa oferta de mayores sumas que garanticen el porvenir de los hijos, la indignada denuncia de la desigualdad y el elitismo?. Cada tópico nutre al gran gusano de la ceguera complaciente y el rencor ante el esfuerzo, el logro y la excelencia ajenos. El sufrido vocabloconsenso, por su parte, carga con el reparto, plasmado en la última escena de Rebelión en la granja,de Orwell, de cuantos, en el poder o en la oposición, aspiran, sobre todo, a conservar sillones y sueldos. Naturalmente esto se hace siempre a un precio, al de dejar intacta la maquinaria que de la situación anterior se ha heredado.

todo el sistema, y no sólo las autonomías, está condicionado por una descentralización oficial que va produciendo, en lo que a educación y a otros temas se refiere una floración de minifundios cuyas cosechas se inspiran en las de Lilliput. Lejos de defender el derecho de los ciudadanos a recibir un porcentaje de saberes comunes y de adecuada envergadura, el Gobierno hizo dejación de sus funciones y entregó a su suerte a los más inermes, que no tenían más garante que él. Los distintos cacicatos…

la prolongación, aberrante pero lógica, de la Ley Implacable del Economato, es, llegados al punto de reparto del Hoy por ti y mañana por mí que subyace en el discurso parlamentario, la clonación de entidades, controles, cargos y organismos. Porque sólo así se puede mantener en sus puestos a la clientela del partido anteriormente en el Gobierno y satisfacer a la propia.

La cárcel verbal. Textos escogidos

Encarcelados y contentos

Existe un lenguaje del imperio, que se vale como mecanismo de legitimación de la denuncia de otros usos del lenguaje, lo mismo que existe una Iglesia que, a diferencia de la de confesión religiosa a la cual utiliza como enemigo del que defender a la ciudadanía, unifica a Dios y al César en el Estado de Intervención encarnado en los miembros del Partido y en el círculo intereses del que aquél no es sino expresión.

Los gestores y los inquilinos de la cárcel verbal no utilizan el anticlericalismo por motivaciones liberadoras ni por fundamentales razones ideológicas. Lo suyo es simple exhibición de postura y vértigo de vacío, celos de posibles competidores y codicia electoral. La dualidad antagónica que constituye el cotidiano rancho de este recinto no es social ni filosófica o política. Es un hábito puramente sectario, que hace, no libres, sino impunes y, con suerte, algo más ricos y famosos.

Este lenguaje se mueve forzosamente por abstractos, por incorpóreas referencias en las que los actores carecen de circunstancia, época, adscripción, responsabilidad y rostro; son masas corales, al estilo de los viejos carteles de propaganda maoísta o soviética, Obreros, Indios, Catalanes, Sur, Norte. Principios e idearios participan de la misma condición intemporal y etérea que exime del trabajo intelectual e impide cualquier análisis, son puras llamadas a la adhesión gratuita no lejanas del Estoy por la Bondad Universal o Nunca más la Gripe.

El viraje reaccionario-en el sentido más puro del término-de la clase que ha optado por la explotación indefinida del maniqueísmo y la Guerra Civil como cantera de votos diferencia a España de países que han seguido el camino contrario y a ello deben su prosperidad y buenas perspectivas actuales

Las movilizaciones de 2003 contra la guerra de Irak ofrecieron una interesante muestra, para la que basta describir el ambiente-que puede generalizarse sin duda-en un instituto de Madrid…

… la guerra será rentable, mórbida y grata cuando sirva para justificar al luchador contra el sistema de opresión burguesa (es decir, aquel en el que se vive), pero se volverá metafísico delito (e incómoda y costosa práctica) cuando de la defensa de principios y de compromisos internacionales se trata. No en vano España produce la más abundante cosecha de antiamericanismo de Europa y la más intensiva explotación partidista de la guerra de Irak. La legitimidad gregaria es, en este escenario, recurso fundamental, e implica en todas sus manifestaciones la anulación u homogeneización del individuo, al tiempo que propugna un marginalismo vistoso de fin de semana, exabruptos chocantes y escándalo fácil. La conciencia de la responsabilidad individual no tiene razón de existir en un marco siempre determinado por condicionantes externos frente a los que no se pasa de ser un miembro más de la jauría de Pavlov. Es lo que se vende, desde la educación temprana hasta la política nacional e internacional en la edad adulta.

… cierta navegación de buenos salvajes rousseaunianos a los que dañan periódicamente las fuerzas del ancestral enemigo. La lucha de clases, como otros fundamentalismos, es una dinámica explicativa de reconfortante sencillez frente a la turbia, compleja y solitaria corriente de la existencia en la que, sin embargo, la razón y la aceptación del libre albedrío es unos de los pocos asideros sólidos. El ataque contra esto, al diluir al individuo, lleva al viejo problema del Mal y su aceptación, a la frontera entre éste y el Bien, cuya naturaleza desazona a Solzhenitsyn.

Solzhenitsyn apunta en su libro No me gusta eso de “derechas” e “izquierdas”: me parecen convencionalismos intercambiables y carentes de contenido. Probablemente nunca reflexionó sobre que de ese convencionalismo comían muchos.

El tejido social suele resolver, con mayores o menores altibajos, sus afecciones totalitarias cuando éstas aparecen en sistemas de afianzadas libertades democráticas. No así los individuos. Del Gulag no se vuelve; se sobrevive. Y sus efectos, sea la prisión física, el rechazo social o la privación de la propia cultura, roban al que los padece de un patrimonio irreemplazable, trozos enteros de esa limitada vida que es su única posesión. El chalán de turno predica…

El programa sea bueno y feliz sin esfuerzo transmitido por múltiples canales es de una sencillez evangélica, del tipo que, en medios menos religiosos y más críticos, recibe apelativos afines a la debilidad mental, pero precisamente por ello resulta tan atractivo y…

… el adepto al totalitarismo light del Nuevo Régimen hace estragos; sus respuestas, a las cuestiones más diversas, a las más concretas observaciones, son, invariablemente, previsibles. Cuando de moverse en el mundo de literatura, cultura, manifestaciones artísticas se trata, su pensamiento y discurso se encarrila de entrada -y de manera casi visual- por las vías férreas de su pequeño libro rojo, cuyos capítulos, negritas y subrayados le alivian de la enfadosa tarea de pensar por sí mismo y le proporcionan sin embargo la ilusión de pertenecer al clan intelectual y estar enunciando juicios propios. Es feliz cuando halla asideros para la clasificación inmediata (como racista, machista, imperialista) del tema, obra o suceso tratado, y enfila el rail de la corrección ideológica con la satisfacción que producen la ausencia de conflictos, la general aceptación del coro y la alta imagen de sí mismo devuelta, como espejos, por el asentimiento cordial de sus colegas. Cuando…

El adolescente, menos indiferente de lo que parece y con una superficie de comodidad y hastío bajo la que laten la generosidad y el ímpetu propios del crecimiento y de la energía acumulada, busca metal entre la ganga, quiere futuro, recorre, siempre con brusquedad, a saltos, el trecho entre la edad adulta y la infancia. Saca cabeza en ocasiones del medio pueril en el que se le sumerge, avista, más allá del almacén vigilado, asomos de la robada herencia, de la identidad sobre la que, sin saberlo, él se levanta, las sucesivas capas de individuos de su especie que, como las hojas homéricas, se han ido depositando para construir la altura que pisa y ofrecerle sentido, explicaciones, horizonte. Siente la querencia oscura de raíces y de grandes pensamientos, seres, palabras y obras cuya envergadura proclama a gritos que no todo vale lo mismo, alimentos para el viaje de sesenta, cincuenta, setenta años que ineludiblemente le espera.

Pero cuando se les da la oportunidad, cuando por instinto algunos huelen la libertad, la ciencia, la grandeza y la belleza, entonces surge el hambre reprimida y soterrada de manjares intelectuales sólidos, rechazan el sabor dulzón del pienso y sorben como papel secante cuanto sobre ellos se vierte. Todavía no participan del triste juego de intereses de sus mayores, de la agradable servidumbre y del hábito antiguo del engaño; han crecido a su sombra, pero ignoran el origen y causas del chantaje…

Es el muro que, tras la caída del otro, ha quedado sin derribar, como trinchera ubicua y multiforme de tropas cuyo ardor bélico se alimenta de la propagación de cantidades fabulosas de rencor social aderezadas con horizontes ficticios de etnias agraviadas, virtuosa miseria, asesinos honestos y dictadores que posan para la eternidad y para las camisetas de la rebelión urbana.

11 de Marzo. Textos escogidos

Siempre fue ayer

En ilustración cristalina del fin justifica los medios, el partido socialista y aliados ocasionales mostraron, en cuestión de horas, las dotes que en otros terrenos-economía, cultura, educación, trabajo-les habían faltado. Su eficacia fue, como siempre había sido, extrema en un aspecto: movilización, coacción, creación de grupos de presión, demagogia oportunista, difusión de consignas, manipulación de comunicaciones y mensajes; recurso, en fin, a métodos históricamente inseparables del fin justifica los medios. La mañana misma de las congregaciones para los minutos de duelo y de silencio la pared frente al instituto de enseñanza secundaria donde se encontraba quien esto escribe mostraba…

El de marzo de 2004 fue un decorado de despliegue rápido y puntual retirado tan pronto como se cerraron las urnas. La mañana del quince no existía. Una de las primeras cosas que los alumnos vieron al entrar al instituto fue las insignias ZP del nuevo presidente socialista, que lucían en su ropa los conserjes del centro.

Se recurrió en el tratamiento de la masacre del 11 de marzo a dos procedimientos que son un clásico de las metodologías de corte totalitario: Uno la insistente afirmación de una falacia que la repetición transforma en certidumbre, por lo que se comenzó, de manera casi simultánea-curiosamente simultánea-a los hechos, a acusar al Ministerio del Interior de ocultación de datos que omitirían la autoría islámica en beneficio de la etarra, más proclive ésta última a favorecer a un gobierno que llevaba ocho años combatiendo el terrorismo vasco con mucha más eficacia y éxito que sus predecesores.

Las dos hipótesis de autoría se presentaron por lo general desde el principio como excluyentes, y ello pese a que era notorio que ETA se había entrenado en países como Argelia y Libia, que existían lazos con sus compañeros de milicia y aprendizaje y que el intercambio logístico, informativo y operativo entre grupos terroristas de diversos signos pero unidos por el antiamericanismo, los fundamentalismos nacionales o religiosos y la animadversión a las sociedades libres era de pura lógica. En España, en horas veinticuatro, ya estaba en marcha la explicación por venganza, término que implica causa-efecto justiciero, según el paralelo, lanzado a la opinión pública, de los bombardeos sobre Irak y la catástrofe de la estación de Atocha, y en horas setenta y dos se había producido un vuelco electoral de una claridad inconfundible para los autores del atentado y para cuantos los dirigieran, apoyaran o imitaran su métodos: Rendición ante el golpe terrorista, sumisión a sus condiciones, retirada…

Los fines se cumplieron escrupulosamente. La matanza de Madrid fue un completo éxito para sus organizadores.

Los jóvenes y muy jóvenes han tenido papel preponderante en el proceso. La facilidad de su manipulación a nadie escapa, y de ella habían dado abundantemente prueba las manifestaciones en pro de la logse y contra cualquier mecanismo de mejora. , exigencia y selección. La masacre llevó a las urnas a un sector totalmente permeable al difuso mensaje pacifista, dispuesto a gritar consignas y culpabilidades, proclive a la acción inmediata y el ataque al enemigo próximo. Irak pasó a ser un icono útil para una bien definida clientela. Los proyectiles para el derribo político del oponente fueron seleccionados con extremo cuidado…

Tras lo que se presenta como bloque izquierdas hay un reaccionarismo profundo, una regresión hacia territorios míticos de seráfica bondad. Y, tras la adhesión apasionada a la mitología, existe un peligrosísimo abandono de valores universales, de responsabilidad personal, de conciencia del precio de las cosas y de la factura implacable de la realidad. El edén de las tres, o trescientas mil, culturas ofrece refugio y camuflaje a gentes caracterizadas por el oportunismo financiero y sociopolítico y por el cultivo y explotación de la inexperiencia generosa de la juventud. La utilización de los jóvenes como vivero doctrinal, reserva y fuerza de choque es un clásico recurrente de la metodología totalitaria. En los sucesos del marzo del 2004 la comparación de cifras, por edades, y la participación de nuevos votantes dejan pocas dudas sobre el diseño de la intensiva movilización electoral.

Detrás del decorado edénico, y sojuzgada por él, se extiende la vasta clase de las víctimas, un Tercer Mundo que no es, ni quiere ser, el de la postal rústica y el cromo sino que se ha compuesto de sectores con aspiraciones a la mejor vida y al progreso, a la modernización y las libertades,…

La ensordecedora brutalidad de los atentados de Madrid rompe la superficie de una materia largamente preparada para ello, trabajada para convertirse en porosa caja de resonancia y edificio sin más cohesión que los instintos de salvación y de ayuda y la necesidad, a cualquier precio, de refugio contra el pánico.

El profiláctico recurso al Cui prodest? actúa como instantáneo clarificador de la espumosa maraña de apariencias y el estruendo de los sucesos. Respecto a los acontecidos entre el 11 y el 14 de marzo del 2004, subyace una innegable radiografía de beneficiarios que no implica planificación consciente por parte de la totalidad de los sujetos, pero que desde luego presenta la indiscutible realidad del saldo beneficios-pérdidas.

En términos de dinero y cargos, ofrece una multiplicación exponencial de cortes, cortesanos, subsecretariados, ministerios, consejerías, delegaciones, asociaciones subvencionadas y cuantas mitosis vayan produciendo (con el nombre de retoques constitucionales, cesiones y nuevas transferencias) las sucesivas sangrías, mordidas y repartos del presupuesto, con su corolario de nepotismos, cacicatos, aldeanismos, pretendientes, acompañantes y clientelas, los cuales segregarán himnos, identidades culturales y rasgos diferenciales a la misma velocidad que fueros, particularismos y agravios retrospectivos. En el debe quedarán nada menos que el bienestar, la igualdad ante la ley, la solidaridad, la amplitud intelectual, el mérito y los derechos individuales.

En primera línea del cui prodest? y listos para ingresar en cuenta se sitúan, por supuesto, los grupos terroristas más variados, porque en la dinámica de cesión al chantaje caben todos y necio sería renunciar a cosecha que se anuncia tan favorable. El cambio de bandera de los perejiles, ceutas y melillas servirá de simple aditamento a la imposición de que los escolares musulmanes queden por completo sometidos a los usos del islam, y muy en especial las hijas, hermanas y futuras esposas y madres de los creyentes del Profeta, e incluirá de forma consecuente la repoblación, dialogada y negociada, de las zonas del Al-Ándalus que corresponda. En cuanto a ETA, lo lógico es que se limpie su honor a efecto retrospectivo, se califiquen sus asesinatos de hechos de guerra y se apresure la firma del acuerdo que consagre el reconocimiento de sus derechos y aspiraciones por parte del gobierno de Madrid. Camino semejante, en buena lógica, debería seguirse en Cataluña, tanto con el general reconocimiento de su larga y heroica lucha contra la invasión del castellano como en el establecimiento de partidas monetarias que deberá abonarle, a título de compensaciones de guerra, lo que, tras estos procesos, todavía persista del Gobierno central. En ambos casos será de obligado cumplimiento, mientras queden en el fondo de la caja euros para ello, el establecimiento y subvención de entes y departamentos autonómicos y locales que dupliquen y tripliquen los ya existentes.

El manipulador político de larga trayectoria ha adquirido, además, notable virtuosismo en el empleo de la técnica de la vileza asumida, la creación de amplias fraternidades que, por activa o por pasiva, apoyan sus actos. La certidumbre de lo que han vivido, visto y saben, empujada hasta el fondo de la conciencia de capas amplísimas de la población y amalgamada a su credulidad y su ira, forma en esa tácita alianza un sólido caparazón de defensores por cuanto, si no forzosamente receptores de los beneficios cosechados, sí les hace partícipes, dentro de un sistema democrático, de la paternidad del proceso…

En los españoles se produjo un cambio… La manipulación preelectoral, la inmediata cesión ante el terrorismo, les robó su dolor para transformarlo en vergüenza, lo que fue valor y generosidad se volvió, en la imagen difundida hacia el exterior, inconfundible cobardía, rendición inmediata.. Una vez más se utilizó la técnica de la vileza asumida, se les hizo partícipes, y cómplices, y se les despojó, por los motivos  más turbios, de la nobleza de su actitud.

… copiando a Orwell sin saberlo, es presumible que se creen Ministerios de Convivencia, en vez de Interior, de Fraternidad en vez de Exteriores, de Pacificación y Amor en lugar de Defensa, y que se sustituyan las clases de arte, lengua, historia y filosofía por Igualdad de Sexos, Hablas Segregadas, Erradicación de la Violencia y Multiculturalidad Positiva (recibidas sin duda con gran alborozo por parte de los sectores de pocos méritos académicos y grandes apetitos de promoción profesional, por los editores amigos y por los maquilladores de las cifras de creación de empleo). Toda estupidez es posible mientras se pague,

En su larga carta a los odiados reyes magos de Occidente, uno de los articulistas egipcios, ex-embajador en Washington, les pedía, con la amargura de quien precisa creer sus propias palabras y desde luego no puede decir otras, mejor futuro, justicia, cooperación, pero mantenía echado el piadoso velo de la imprecisión sobre las muy concretas responsabilidades, autocracias y formas de actuar en los países de Oriente Medio. Ni uno sólo de los periodistas planteaba una posición crítica responsable. Todos se agrupaban en la autocomplacencia, la ortodoxia temerosa de excitar el religioso celo, la velada mendicidad de fondos, ayudas, protección, soluciones y subvenciones. Quedaba descartada en la expresión verbal la responsabilidad de cada agente terrorista en sus actos, de cada régimen notoriamente fundamentalista y retrógrado en las ayudas a los integrismos.

Los países de la Umma eran incapaces de prescindir del precioso recurso al enemigo externo, y habían encontrado en su querencia un aliado tan confuso como entusiasta, encarnado en sectores occidentales nutridos de la seguridad social, los adelantos científicos y las libertades burguesas en dosis suficientes como para permitirse festines de exaltación tercermundista y ejercicios periódicos de guerrilla antisistema. Con escasos cambios de topónimos, nombres y citas y mayor derroche de prosa, los artículos de la prensa árabe reproducían fielmente textos extraordinariamente similares a aquéllos en los que, en España, se había acusado de asesinos, en vez de a los terroristas, a los miembros de un gobierno legítimo.

El efecto Aleph. Textos escogidos

El aula global

… en el marco de tácticas más amplias dirigidas a capas de población particularmente vulnerables, forma parte de la estrategia de utilización de menores y jóvenes en tomas de la calle y manifestaciones, en una mezcla en la que se unen epígonos del maná antibelicista y la guerra de Irak a los gritos contra exámenes, pruebas de conocimientos, control de estudios y reválidas. Se integra en la dinámica con la que los grupos de presión les incitan a evitar materias de solvencia intelectual y a escoger optativas folklóricas de nulo esfuerzo y pase automático y les condicionan para ver en el supuesto bloque de derechas innecesario rigor, ordenancismo y el elitismo causante de las injusticias sociales.

El diminuto efecto mariposa ordena que esos alumnos, cuya ignorancia a ninguno de los señores de la nueva clase dominante importa, se agrupen con otras víctimas, silenciosos compañeros de cama cuya existencia no sospechan. Contra lo que podría parecer, los jóvenes españoles, sus coetáneos europeos y la considerable masa de adultos adscritos a la cómoda esquizofrenia que permite separar conductas públicas de intereses personales, evidencias de adhesión verbal, consignas de actos, tienen más en común de lo que creen con otras zonas del planeta, con lejanas y variadas dictaduras. La deriva irracional es de regazo ancho. También en los países árabes unas clases tan parásitas como populistas viven, y esperan vivir eternamente, de una Historia inventada e impuesta, de un mito de autoctonía ficticio y de unas batallas y enemigos cultivados y preservados para su exhibición periódica. A ellas corresponde el dudoso honor de haber inventado el reclutamiento de adolescentes suicidas.

… han experimentado una regresión al fanatismo sombrío al lado de cuyas teocracias los intentos modernizadores autoritarios de shahs y presidentes son islas de progreso. Su violencia, inflamada por la juventud de su demografía, brota de la frustración colectiva y de la impotencia de construir la deseable modernidad, de la mezcla de envidia y complejo respecto a Occidente, mal disfrazada de jihad y devociones, del vasallaje que sobre ellos ejercen dictaduras tradicionales, reyezuelos, califas y patriarcas que, por supuesto, se ceban en los sectores más desprotegidos y que gozan del apoyo y ditirambo de amplísimas esferas de la ciudadanía europea. Los estudiantes occidentales, ayunos de conocimiento histórico pero adoctrinados, en su lugar, en el dogma de que la problemática presente es fruto exclusivo del colonialismo, el imperialismo y la arrogancia USA (una especie de mito de las dos Españas extendido al resto del planeta) ignoran que hoy se han multiplicado los mantos negros, los velos y la aplicación de la sharia en las comunidades musulmanas, y desconocen que el panorama era mucho más esperanzador y liberal hace muy pocas décadas.

Horizonte. Textos escogidos

El atentado del 11 de marzo de 2004 ha dado los frutos idóneos y puede calificarse de éxito. Pasado el tiempo adecuado para que se enfríe el clamor y se cierren, aunque en falso, las heridas, todo apunta al advenimiento de una Era de Clientelas, tanto a nivel nacional como en la zona geopolítica de parte de Europa. Al cabo de pocos años, la bajamar del apaciguamiento descubrirá en España lo que fue un país transformado en una federación cortada según las apetencias de los diversos caciques. El actual maximalismo alfombrará las concesiones futuras, los pactos con la oposición amordazarán y atarán las manos a los de por sí medrosos militantes de ésta, las clientelas liberales se sentarán a la mesa de Rebelión en la granja para reclamar, con cierta premura, lo que aún quede de botín y habrán de aplaudir la corona de paz ceñida por el terrorismo de turno a las sienes del maniquí sonriente que, en el parlamento español, garantice la amnistía y ascenso legal de los expresidiarios. La fila de víctimas abandonará mientras el comedor por la puerta de servicio. Una caricatura de Camelot en cuya Mesa Redonda se va a situar a codazos lo más granado del aldeanismo del privilegio y la aristocracia de los agentes sociales.

… con la valentía propia de alancear moro muerto, se ataca el fantasma de las sotanas y la represión cristiana con la seguridad de la ausencia de riesgos y el aplauso fácil, pero todo miramiento multicultural y subvención son pocos para alabar chilabas y engrasar imanes que enseñarán el desprecio hacia la mujer y la persecución del laicismo, que actuarán como inquisidores, confidentes y vasallos del rey, el ayatollah y el jeque que los sostienen y que mantendrán bajo espionaje y servidumbre a los inmigrados. La valiente prensa se guardará, como hasta ahora, muy bien de criticar a los que tienen  por el mango la sartén del cuchillo y del petróleo. ¿Cuántas solidaridades explícitas ha habido con el amenazado Salman Rushdie, el asesinado Theo Van Gogh o con Oriana Fallaci, también amenazada de muerte…..

Las utopías en sí mismas han pasado a reducirse al icono, de manera semejante a la asimilación del mensaje con el medio transmisor. El logotipo cargado de energía movilizadora y dotado de atractivo plástico ha usurpado el espacio del referente, el contenido del signo. Con la generosa ayuda de la ignorancia generalizada de conocimientos y de la impropiedad lingüística. De ahí la facilidad y ligereza en el empleo de términos de cuyo real sentido histórico o conceptual se  ha perdido conciencia; o ésta no se ha tenido, gracias al desastre de la educación, jamás. En su acepción más al uso, la palabra utopía es una vaga aspiración a la extensión del bienestar, le ha ocurrido algo semejante a filosofía cuando se habla de Nuestra filosofía en la venta de platos congelados…

Hay orfandad de iconos, amenaza de camisetas blancas en las que no se sabe qué ponerse porque los motivos impresos en las actuales proceden en buena parte de tiempos pretéritos y reproducen rostros y signos ya desprestigiados por los hechos, aunque la plástica conserve su garra. La estrella roja, el Ché, la svástica se pasean sin gran convencimiento o han sido definitivamente reemplazadas por la moda heavy y la necrofilia versión agresiva. Camisetas, insignias y viejas guerras no bastan a personas, sobre todo jóvenes, que no se resignan a la extinción de los ideales y que acarrean como un peso las exigencias de unas inteligencia y generosidad faltas de cauces. Para ellos vale la pena, todavía, rescatar del secuestro en el que clientelas y secta los mantienen a Antonio Machado y a Miguel Hernández, para que aprendan a identificar a los que aquí y ahora van apestando la tierra.

La cronología de paraísos utópicos paseados bajo palio por la parroquia occidental tiene, en el siglo XX y este comienzo del XXI, claras etapas… URSS, la China de Mao, el Irán de Jomeini desde la revolución de 1979 (seguida ésta muy de cerca por el estallido del Líbano en 1982) y, por fin, el Islam de Osama Ben Laden, en el que se llega, con el terrorismo omnipresente y difuso, a la mayor cercanía de una abstracción ideal basada, desde el comienzo, en la negación de los valores y civilización occidentales. En Osama no hay país, argumentos, economía ni estado; es el perfecto icono, despojado de las adherencias de la realidad excepto en demostraciones de simple fuerza. Y tiene mucho dinero, que compra esa apetecible tecnología del mundo moderno (una cosa es el suicidio y otra vivir con modestos medios los años de la vida). La religión del no, de la destrucción y de la queja necesita, a la vez, de avances científicos y de ignorancia, de enemigos virtuales y de inagotables reservas de víctimas a las que hay que vengar. El fedayin y el guerrillero resultan positivos, no por sus finalidades, hechos y proyectos, sino como iconos de lucha, acción en estado puro como la que sedujo a las Vanguardias a principios del siglo XX. La vasta fábrica de victimismo…

… la palabra poderosos, que se complace en mezclar cierta religión laica de la marginalidad y la carencia con una estrategia, bastante organizada, de su manejo como instrumento de extorsión. Naturalmente, de tal proceso quedan fuera la solidaridad, anhelo de justicia, la caridad y la honestidad genuinas; se ignora, del mismo modo, la atención concreta a necesidades precisas excepto si éstas gozan del beneficio del escándalo callejero. Sólo hay en estas bienaventuranzas unos dioses: los inmediatamente rentables, y, por muchas utopías que se invoquen, de lo que se trata es de que David no crezca y de poder acusar y derribar indefinidamente a Goliat.

Es, en realidad, esta afirmación por la negación de valores una faceta más de la característica huida de la racionalidad que ha marcado el pasado siglo y busca continuarse en el actual.

El régimen de clientela es hereditario, y así la prole ha sido desde la infancia adoctrinada para rechazar la explotación (que incluye cualquier trabajo en cualquier entidad o empresa), lo que la aboca a vagos estudios indefinidos y pervivencia agarrada a las ubres del paro y las formas de asistencia social aunque se trate de mozos en la plenitud de la vida y con dos manos capaces de ganársela. Las jaculatorias de corte reivindicativo e idílico sustituyeron, con ventaja, al antiguo catecismo, los partidos hallaron en aldeanismos de corte romántico una mitología adaptable a las ambiciones de la oligarquía local. De estas carreras fulminantes hacia la irracionalidad ninguna quizás tan pedagógica e ilustrativa como, extramuros, la mal disimulada admiración por el terrorista que hace saltar autobuses junto con su humano contenido…

Magias, etnias, conjuros, regresión y usos ancestrales, viscosidad de las prácticas de los don Juan de Castaneda, de sus poderes, vibraciones y pócimas; chamanes, imanes, animales sagrados, plantas, fluidos, Naturaleza, grey, fe, tradiciones, veneración, exaltaciones, asentimiento, dualidad, adhesión, grito e imagen. Y enemigos, necesidad imperiosa de enemigos, y de lejano Edén guardado por un ángel que extiende cheques en blanco a los que son sus herederos y defensores por derecho.

Sade y Masoch no pueden vivir el uno sin el otro. La utopía sórdida, de oportunismo acomodaticio, manipulación mediática, réditos cercanos y proclamas vaporosas, vive en extraño maridaje, con una utopía sádica cristalizada en el fundamentalismo islamista, que, en tres décadas de silencio cómplice de los medios occidentales, ha ido alumbrando por una parte clientelas más exigentes respecto al producto del maná petrolífero; por otra, acompañadas por millones de figurantes, dictaduras teológicas que son un paradigma del oscurantismo y la servidumbre. El culto a la muerte es una de las señas de identidad totalitarias y ejerce sobre el público occidental la fascinación del terror puro, de la cruda existencia de una ávida barbarie

El ¡Viva la muerte! luce hoy los atributos de un suicidio aplazado, de una dulce rendición que permita alargar indefinidamente la tregua de la grata existencia.

Por eso todas las armas se dirigen contra la guerra, aunque sea justa y el único recurso ante la agresión, la aniquilación o el sometimiento. No se apunta contra la Muerte, contra el suicidio, la autodestrucción programada, los crímenes impunes, la paz silenciosa de los cementerios. Se apunta contra cuanto pueda implicar esfuerzo, actuación, toma de postura.

A las agradables perspectivas de un indefinido disfrute de los bienes y servicios mediante, llegado el caso, un intercambio de buenas palabras con quienes practican la violencia en estado puro se apuntan en Europa gobernantes y gobernados, con tanta mayor facilidad cuanto que se han sembrado juventudes enteras con la sal del desconocimiento. Éstas ignoran, por supuesto, la geografía e historia más elementales del mundo árabe, la frágil formación de sus estados, y, sobre todo, el dato clave de la relativamente reciente aparición del fundamentalismo islámico, de su estrecha relación con el abandono, por parte de Occidente, de capas amplísimas de población de esos países que pretendían incorporarse al mundo moderno, laico y civilizado al ritmo esforzado de la formación de sus clases medias, de la extensión del comercio, de sus movimientos cívicos y de sus intelectuales. Nada han aprendido en esta orilla del Mediterráneo acerca de la venta de esas gentes a los más oscuros regímenes clericales y los déspotas más impresentables a cambio de octanos, contratos, fuerza de trabajo y ausencia de problemas. Por supuesto, los estudiantes de Europa, y mayormente de España, no tienen la menor idea…

Occidente, por su parte, no da para dictadores porque los monstruos ya no son lo que eran, aunque el progresismo de nómina está haciendo grandes esfuerzos para propiciar la resurrección de grupos de extrema derecha y de izquierda extremísima. El Enemigo es por lo pronto legión ratonil cuyo programa se resume, en la práctica, a engullir graneros fruto del esfuerzo ajeno, o es el club de fans del Osama purificador que colme, en su destructora y vindicativa Parusía, las expectativas, entre masoquistas y amantes de las sensaciones fuertes, de una tribu que literalmente babea ante el robusto vengador islámico y se apresura a rendirle honores. En este sentido, España se invistió desde marzo del 2004 con la dudosa distinción de abanderado de claudicaciones y rendiciones  preventivas;

El fundamentalismo islámico-el cual no está ni mucho menos formado en su núcleo rector por suicidas ni por parias de la Tierra- sabe que el caso español ha sido, sin lugar a dudas, su mayor victoria estratégica, hasta el punto de favorecer la disgregación, y quizás desaparición de ese lugar como país y de dar el pistoletazo de salida para la aplicación de un mapa en el que la libertad, la razón y los estados de derecho no tendrán cabida.

Siglo XXI, precedido de la mitología de los milenios, enmarcado, como una puerta, por las Torres Gemelas de Nueva York y el avión como un cuchillo; un edén florecido con nuevas plantas de metralla y fuego que tachonan, al albur, un paisaje que se creía conocido o previsible y que adquiere, de forma repentina, la topografía angustiosa del volcanismo inesperado. Con la perspectiva del primer lustro, puede aventurarse la apariencia de la Bestia apocalíptica: Será discreta, equidistante de la sonrisa inocua y del colectivo retrato de blandos gestores intercambiables.

Será cosa de dulces corderos, de tranquilos defensores de la indefensión y de la nada, de varones beatíficos y matronas satisfechas del advenimiento de la igualdad aritmética. Porque hay algo infinitamente inquietante en la propagación, fuera de contexto, de la imagen del león junto a la oveja, en la utilización mundana del lenguaje evangélico, en la usurpación electoral de la colina de las Bienaventuranzas. Las albas túnicas, la representación del péplum esmaltado de impecable religiosidad laica, la exhibición de indefensas bondades, de parusías al alcance de la mano y planes urbanísticos de Jerusalén Celeste resultan tanto más inquietantes cuanto que, inevitablemente, el envés de la blanca toga es forzosamente el rudo (pero sincero) mundo material de intereses encontrados, de quién paga qué,…

… individuos invalidados por la existencia de pueblo, multitud, masa, etnia, autonomía, los cuales son los únicos sujetos en una historia vaga, desprovista de significado, simple añadido, sucesivo y momentáneo, de fragmentos ocasionales que los intereses y corrientes del momento crean y retiran luego de escena como si jamás hubiesen existido.

La inquietud se torna en alarma cuando el discurso vaga por espacios éticos de imposible cuestionamiento y se habla de paz, amor, justicia y atención a los humildes mientras, junto a Jekyll, se sienta, en dualidad permanente, Hyde, cuando el agitador propagandista y el dueño de las palabras y las pantallas son la inseparable sombra y la sustancia del presidente electo.

El peligroso Ángel de la Humildad forma dúo inseparable con el de la Soberbia, y, en un medio no de arte, literatura o filosofía, sino de actos y de intereses enfrentados, la llamada a la Gran Paz se adscribe en la más vidriosa de las estrategias. La figura angélica y la tenebrosa son un tándem necesario, necesidades del guión, como ocurriera otrora en España, en los ochenta, cuando fue preciso construir a la imagen y semejanza de las aspiraciones de cambio, juventud y modernidad de un país que salía del franquismo un líder que representara a los dioses (socialismo, obrerismo) a los que no se quería servir pero que era hermoso invocar.

Su utopía es la imposición de una retícula de recaudadores e inquisidores que les aseguren la gratuidad ilimitada del buen pasar y la sumisión al totalitarismo light plasmado en leyes por gobiernos amorfos y populistas en nombre de la defensa de las minorías, la discriminación positiva y la relatividad de los principios. Sobre esta utopía de subsuelo, y en paralelismo no por antagónico menos consecuente, se extiende un fanatismo musulmán de amplio espectro y largo alcance que proporciona a su nueva parroquia europea la indispensable droga del enfrentamiento (virtual) respecto a Estados Unidos y la civilización occidental. Se trata, en cierto modo, de una antiutopía, caracterizada por la perfecta ausencia de libertad, a la que los adeptos del exotismo árabe a distancia se guardarían muy bien-como ya ocurrió con el comunismo-de enviar a sus hijas pero que ofrece el atractivo contestatario del desafío a los poderosos y la aureola de lo irracional.

Los brujos, que siempre han vivido de abominar de penicilina y vacunas y denigrar universalidades y razonamientos para explotar así a sus anchas el baratillo de pócimas y sortilegios, proliferan y prosperan, en ideas como en política, en fueros como en doblones que llegan a su bolsa. Se trata de un todo barato, e incluso por nada, de gobiernos compuestos de sociedades anónimas de demagogos a los que su misma insignificancia procura las simpatías de un público adiestrado para rehuir cualquier forma de rigor, carácter, riesgo y excelencia.

España es particularmente vulnerable. Ha hecho falta que se llegue a la zona oscura de la democracia, que se alcancen en el reparto, el soborno y el trueque insospechadas cotas de indignidad, para que comiencen a parpadear en el inconsciente colectivo las lucecitas rojas de las alarmas y se advierta la tan eludida desnudez del emperador. Y el tiempo de chantaje pasa a ser tiempo de peligro.

Sin embargo el horizonte podría ser otro…

05/3/15

LIBROS

Libros

LA GENERACIÓN DEL GRAN RECUERDO- 1977.

 

 

 

 

 

 

 

DIARIO DE CHINA. 1-SIAN. 1979

 

EL VIAJE. 1991

 

 

 

 

 

 

EL SOL. 1997.

 

EL ARCHIPIÉLAGO ORWELL. 2OO1

 

 

 

 

 

 

 

LAS CLIENTELAS DE LA UTOPÍA, 2006

 

DIARIO DE CHINA.

 

 

 

 

 

 

NOMBRES ÁRABES. 2012

 

 

 

 

 

 

DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN. Y VICEVERSA. 2016

 

 

DIARIO DE A BORDO. 2019

11/30/10

PRÓLOGO A » EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS»

Portada del libro

Portada del libro

PRÓLOGO A «EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS», de Joseph Conrad.

(El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad. Col. Castalia Prima. Ed. Castalia. 2010. Madrid. ISBN: 978-84-9740-353-5)

M. Rosúa

¿Te atreverías con el horror? El auténtico, el total, el absoluto. Más allá de asesinos y aparecidos, de relatos sanguinolentos e historias de fantasmas. El horror que puede residir-que probablemente reside-en tu interior, en el de cada uno de los otros, como un monstruo que hiberna cubierto por el pelaje de las civilizadas circunstancias, allá en el fondo, ignorado como un alien, pero capaz cuando se alza de ocupar la persona toda.

Este libro es un viaje hacia ese último punto, más allá del gran río y de los seres-animales, humanos, vegetales-que preceden al final torbellino al que, como los acompañantes de Kurtz y el testigo de sus últimos días, Marlow, el lector llega a asomarse intentando no precipitarse en él. En El Corazón de las Tinieblas hay aventuras, caníbales, selva virgen, hechiceros, flechas y fusiles. Pero nada es esto comparado con la llegada ante el rostro desnudo del verdadero espanto. El que, una vez visto, se instala para siempre en el recuerdo.

 

 

LA ÉPOCA

 

En el último año del siglo XIX, que es cuando se escribe esta novela, África no era ya la “tierra de leones” que vagamente cartografiaban los antiguos, pero aún había en ella espacios ignotos y era recorrida por exploradores que buscaban territorios míticos: las fuentes del Nilo, los cementerios de elefantes, las minas del Rey Salomón, las nieves del Kilimanjaro. De manera menos poética, era ese continente de fronteras artificialmente trazadas a escuadra y cartabón (como revelan todavía los mapas) por las grandes potencias europeas, de guarniciones y de puestos comerciales que, desde la costa, se encaramaban por las únicas rutas de los grandes ríos hacia un interior que era la pura imagen del “Otro”, de un espacio, una humanidad y un ambiente ajenos en todo al mundo civilizado.

En 1868 un niño de nueve años, Conrad, señala en el mapa el territorio en blanco-que será Stanley Falls-al que cuando sea mayor se propone ir. El explorador que dará nombre a tal lugar ha recorrido la jungla de África ecuatorial, trazado el curso del río Congo y hallado en 1871 a un explorador misionero que se creía perdido, a quien dirige el saludo que quedará para la Historia: ¿El doctor Livingstone, supongo?. Por Europa circulan los libros de Stanley A través del Continente Negro y En lo más negro de África. Navegación y comercio, junto con ferrocarriles, técnica y auge demográfico, impulsaban la Revolución Industrial, y las compañías inglesas, francesas, holandesas, belgas extraían con avidez materias primas, productos exóticos y un elemento, el marfil, que se había convertido en fetiche y símbolo de la riqueza. España, mientras, languidecía en el recuerdo de sus perdidas provincias americanas. Mucho antes, en 1482, el portugués Diego Câo había sido el primer europeo en explorar la zona y establecer en el Congo puestos comerciales. Bélgica, independiente sólo desde 1831, se modernizó con rapidez y su rey, Leopoldo II, dirigía desde Bruselas, como propiedad personal, un vasto territorio africano, el Congo Belga, luego Zaire. Lo que el Rey presentaba como empresa civilizadora y cristiana pasó a ser, en la práctica, una franquicia de explotación sin escrúpulos que esclavizó y diezmó a los nativos. Hasta que el movimiento de denuncia de tales atrocidades, impulsado por gentes de la talla de Morel, Casement (a quien conoció Conrad en el Congo), Sheppard y Williams, tuvo fruto y puso las bases de futuras asociaciones pro Derechos Humanos. El corazón del mundo industrializado era en el siglo XIX Londres, la “Madre de las Ciudades” en palabras de la época, y su sangre las vías fluviales y marítimas cuyo libre tránsito se consideraba esencial. El globo terrestre se hacía familiar a ojos vistas, tentaba, ofrecía oportunidades, apremiaba con la necesidad de establecer nuevas esferas de influencia y acción. Y en él habitaban, a la vez, todas las etapas de la evolución, y adaptación, de la especie, hombres para quienes era magia el pitido de un barco y el humo de una chimenea, plantas semejantes a la vegetación intacta de cuando los bosques eran señores de la tierra, depredadores blancos ansiosos de practicar el tiro con un grupo indígena de las márgenes del río, depredadores negros deseosos de organizarse un festín caníbal con los miembros (en todos los sentidos de la palabra) de otra tribu.

Pensadores, geógrafos, filósofos, misioneros, políticos, investigadores, intelectuales de todo tipo y simples individuos con inquietudes, sentido común, humanidad, inteligencia y escrúpulos también habían emprendido una búsqueda de referencias, datos, teorías e ideas que proporcionaran un marco de referencia, un proyecto moral, una jerarquía de valores distintos al expolio, la agresión, la violencia y el abuso de las poblaciones nativas. El siglo XIX se cierra, y el XX se abre, con un conflicto entre torpe colonialismo y proyecto de civilización y progreso, universalidad de los valores humanos y facilidad del retroceso a la barbarie, conflicto que, de hecho, continúa hasta el día de hoy.

 

 

MOVIMIENTO LITERARIO

 

El siglo XIX es la época de las grandes novelas, de las narraciones de aventuras que corresponden, en la vida real, a la expansión de los europeos por los cinco continentes, a la descripción de las vastas extensiones vírgenes y a la curiosidad y sed literaria de una población en rápido crecimiento de su demografía, su curiosidad y expectativas y su poder de compra. La aventura y la descripción distan de ser sólo físicas: Se proyectan en todas direcciones, hacia el interior de las vidas y relaciones sociales, en las profundidades de la conciencia y del inconsciente, en los conflictos sentimentales y las cuestiones religiosas, científicas políticas y filosóficas.

Es, además, época durablemente impregnada por el realismo y el naturalismo, por la descripción amarga de unos seres humanos estrictamente condicionados por su medio y herencia. Sin embargo los individuos tienen papel esencial y contradicen el excesivo determinismo de quienes buscan en las circunstancias la explicación de todo. En las novelas aparecen personas de notable capacidad de juicio y de movimientos, caracteres muy marcados capaces de pasión y, a la vez, de distanciamiento, y dotados de una carencia de trabas intelectuales y verbales que otorga credibilidad a sus palabras y contrasta con el temor actual a expresar lo políticamente incorrecto.

En dirección contraria al realismo se encuentran el relato fantástico, el cuento de terror y el folletín sentimental o el de crímenes, que irán creando algunas obras excelentes y grandes cantidades de otras de simple entretenimiento.

En los umbrales del siglo XX, la novela moderna significa la fragmentación e introspección del relato, el manejo subjetivo del tiempo, la diversidad en los recursos estilísticos que centran la atención en distintos puntos de vista, seres, lugares e incluso elementos naturales y objetos que adquieren personalidad y ocupan el primer plano. Ciudades y aldeas, campos y ríos, costas y montañas pasan, de marcos de una acción, a seres determinantes en el desarrollo y rasgos esenciales de la trama. El retrato de los personajes se realiza, por otra parte, con gran frecuencia con trazos muy someros que recuerdan a la pintura impresionista; y más importante que las largas descripciones físicas es el apunte sobre gestos, menudos detalles, comportamientos, fruto de una rápida visión y de un rápido esbozo. El esquema tradicional de planteamiento, nudo y desenlace desaparece, pasa a ser tan diverso como el escritor y el tema lo requieran, y se somete por entero al fragmento de vida y de experiencia que se pretende transmitir, al mensaje o al sentimiento, a la pretensión científica o al simple deseo de entretener al lector con una sucesión de peripecias y una serie de descripciones con frecuencia exóticas.

La novela moderna es también la de tesis, aquélla que expone, abierta o veladamente, una teoría, una idea, un intento de comprensión y de explicación de los sucesos, condiciones y existencia que al narrador le ha tocado vivir. Es, por lo mismo, con frecuencia de final abierto e inquietante, despegada y solitaria como sus desarraigados protagonistas y sus autores. Aparecen subgéneros que corren paralelos a la actividad de los desplazamientos humanos y a las exploraciones geográficas; tal es el caso de las novelas de navegaciones, de la presencia insistente en la literatura de barcos, carruajes y ferrocarriles, del nacimiento de la ciencia-ficción y de la presencia de cazadores, guías, exploradores, colonos y  viajeros.

La novela de esta época florece y reina en un momento, quizás irrepetible, de rara libertad: Sus autores no dependen sino de la creciente demanda de los lectores, se expresan con la tranquila audacia del individuo hijo de sus actos, no sienten la coacción de múltiples medios comunicativos e insistentes mensajes subliminales. Y por ello dejan en el lector el sabor inconfundible de la expresión carente de consignas, de la sustancia literaria aún no tocada por la autocensura; capaz, por ello, de transmitir calidad y de introducir en el centro del “otro” y su experiencia.

 

 

EL AUTOR

 

A los diecisiete años Conrad decide, en el puerto de Marsella, el curso de una vida que ya sabía de deportaciones, orfandad y desplazamientos. Ha nacido en 1857 en Berdyczów, la Ucrania actual, y es un polaco cuya familia, culta, aristócrata y nacionalista, se rebela contra la opresión rusa, lo que los llevará a todos a las penurias de la persecución, la cárcel, la enfermedad y el exilio. El ambiente de su infancia es culto, intelectual y apasionado. Su padre es poeta, traductor y dramaturgo, y paga con salud y vida la defensa de sus ideales independentistas polacos. Además de políglota, Conrad será un autodidacta con amplios conocimientos tanto literarios como de los nuevos descubrimientos geográficos. En 1865, a los once años, tras la muerte de su madre, Ewa, a la que siguió la del padre, Apollo, en el 69, el niño pasó a la tutela de su tío. El alto nivel cultural de sus padres es visible en el temprano aprendizaje del inglés y las variadas lecturas. Tras una breve estancia en Suiza, desciende a Italia, llega por primera vez al mar y, en el 74, busca trabajo en los barcos mercantes que zarpan de Marsella rumbo a África, Asia y las Indias Occidentales.

Los años que siguen son de navegaciones, empresas diversas, como el transporte ilegal de armas para los carlistas españoles, amistad con personajes que formarán parte luego de su universo literario, pasión por el juego, grandes deudas y un intento de suicidio en el que la bala le atraviesa de parte a parte a ras del corazón. Pero ese disparo en el pecho marca el pistoletazo de salida de una nueva y duradera etapa: la del navegante de carrera y la gestación del escritor. En los libros de Conrad hallarán cobijo algunos personajes y lugares que pertenecen al material de acarreo y recuerdo de su primera y turbulenta juventud. Con veintiún años, en 1878 llega por vez primera al Reino Unido, donde trabaja en un vapor costero. A continuación aprueba el examen de oficial de Marina, logra la ciudadanía británica, continúa su carrera, se hace capitán y se instala por completo en la que será ya, probablemente, su patria real: la lengua inglesa. Ha cambiado su nombre original polaco, Józef Teodor Konrad Korzeniowski, de difícil pronunciación para extranjeros, por Joseph Conrad y no escribirá libros en polaco jamás. Redacta su primera historia, The Black Mate. Durante sus primeras vacaciones largas en Londres, a los treinta y un años, de los que ha pasado casi la mitad en el mar, comienza a escribir La locura de Almayer. En 1890 firma un contrato como capitán de un barco fluvial con la Sociedad Anónima Belga para el Comercio del Alto Congo. La iniciativa responde a una larga fascinación infantil por-en sus propias palabras-El corazón blanco de África. Lo que debían ser tres años se reduce a seis meses en la zona, tras los que debe volver, enfermo y profundamente decepcionado, a Inglaterra. Más tarde, en su ensayo Geografía y algunos exploradores, define aquella situación como La más vil rebatiña en busca de botín que ha desfigurado jamás la historia de la conciencia humana y la exploración geográfica. El principal botín de Conrad será, amén de las secuelas físicas, una carga de escepticismo y amargura que le acompañaría el resto de su vida.

La experiencia del trópico colonial, el contacto con la apariencia de orden y el imperio del absurdo y la degradación, los altos principios e ideales civilizadores que se defendían en Europa y la sórdida y rapaz estulticia en tierra africana, le produjeron una especial impresión tan disolvente en lo moral como abrumadora en lo psicológico y en lo físico. En su viaje al interior del Congo, tras costear hasta Boma, navegó hasta Matadi y de allí fue por tierra 370 kilómetros hasta Stanley Pool (hoy Kinshasa), para navegar de nuevo río arriba hacia Stanley Falls (Kisangani). En el trayecto se embarcó a  un agente muy enfermo, que moriría durante el viaje. Éste tenía un apellido alemán, Klein y ninguna relevancia; también oyó hablar de otro agente que pretendía luchar contra el salvajismo y costumbres bárbaras y que fue asesinado.

Tras restablecerse, Conrad volvió al mar, pero ya por poco tiempo. El trópico había dejado huellas y en 1894, a los treinta y siete años, renunció a su carrera de marino. Anclado definitivamente en tierra, se casa a los treinta y nueve con Jessie George y se dedica plenamente a la literatura. En 1899 acaba El corazón de las tinieblas. En cierto momento una organización humanitaria internacional, el Movimiento para la Reforma del Congo, que luchaba contra el atentado contra los derechos humanos que era moneda corriente en aquella región de África durante el reinado de Leopoldo II de Bélgica, solicitó su adhesión. A la asociación pertenecían, entre otros, el norteamericano Mark Twain y el británico Arthur Conan Doyle. Pero Conrad, aunque apoyaba sus principios, declinó la oferta. Siguió publicando durante la Primera Guerra Mundial, en la que uno de sus dos hijos quedó en el frente seriamente dañado por los gases. Su mujer padeció una penosa enfermedad. Él murió de un ataque al corazón en 1924.

 

 

LA OBRA

 

En la breve novela que es El corazón de las tinieblas se concentra el largo, inacabado y más trágico de los relatos: el que enfrenta con el auténtico horror que se cobija en lo más profundo de cada cual, aquél impredecible y cuya manifestación sólo depende de agentes oscuros y de las circunstancias. Durante una noche de espera forzosa del cambio de marea, anclados en el Támesis, unos marineros escuchan a su compañero Marlow, que, invisible y sentado en la popa del barco, reducido por las sombras a una pura voz, les cuenta una de sus historias. Se trata de su viaje a África central, de la visión decepcionada, asqueada e irónica del comportamiento respecto a la población indígena de los agentes de la compañía comercial, de la paradoja entre la humanidad insoslayable y el aspecto y las prácticas de los nativos, y del contacto con una naturaleza misteriosa y temible. Todos los esquemas morales y referencias del narrador se van desmoronando con lentitud ante la inmensidad desconocida, en la que poco a poco se sumerge. El hilo conductor de la trama es un personaje, el agente Kurtz, elevado a la categoría de mito por las tribus, que lo adoran, y por los europeos, que envidian sus logros y sus dotes y que no soportaban su ardiente defensa de ideales civilizadores. El encuentro entre él y Marlow sólo se produce al final, de forma que el suspense de la novela reside, sin perder tensión en ningún momento, en las referencias diversas a Kurtz, al poder de su voz, a la magia de su elocuencia, en la incógnita sobre la extraña fuerza que posee, en los recuerdos dispersos, las críticas y los temores de los que lo trataron, cuya mezquindad se ve resaltada por la talla del ausente, en la probabilidad de su muerte. Con un telón de fondo que es, de por sí, protagonista y corresponde a una selva omnipotente, inmemorial, gigantesca, tan ajena a la presencia, historia, leyes y efímero mundo de los blancos como dotada de formas de comportamiento y vida que pertenecen al magma primordial y a las eras remotas de la feroz supervivencia.

No se trata de una novela de aventuras. Éstas constituyen tan sólo su primera capa visible, el marco de una acción cuyas etapas principales transcurren de forma paralela en el interior y exterior de los personajes. Tampoco es una novela de tesis destinada a denunciar el colonialismo. Marlow constata abusos y atrocidades con la mirada distante de quien se mantiene al margen y la honestidad individual que hace sus observaciones infinitamente más creíbles que las frases dictadas por consignas. Lo hace en un largo monólogo precedido por los juegos de luz y sombra de la luz sobre otro gran río y concluido en el mismo río horas más tarde. En ese bucle de espacio y de tiempo se desarrolla una técnica de contrastes ciudades/selva, Roma clásica/Britania salvaje, Támesis/Congo, luz/tinieblas, muros, calles y recintos opresivos/espacios, como el mar y el cielo, limpios, libres y amplios, amante africana/prometida belga, crueldad/filantropía . Caído, por la superioridad de su carácter e ideales, desde mucho más alto que sus sórdidos compatriotas, Kurtz se precipita en una profundidad mucho mayor, en los abismos de la ambición, el crimen y la barbarie, gusta del ilimitado poder personal que ignora morales y leyes, y acepta, en una regresión vertiginosa, el abrazo de la selva. Descubre así la monstruosa y postrera lógica, el dios negro del vacío, la atracción suprema del horror de la que únicamente se salva quien, como Marlow y tantos otros, acierta a echar el pie atrás en el último momento.

Hay en toda la historia un sentimiento evidente de peregrinación iniciática tanto hacia lo desconocido, el entorno salvaje y las eras remotas de la Tierra, como hacia el núcleo tenebroso que yace en el interior del ser humano. La narración, voluntariamente vaga respecto a nombres de lugares y personas, es plástica, lineal, con elementos surrealistas y saltos en el tiempo que corresponden a la agudeza o banalidad de las percepciones y a la general presencia del absurdo que llevará a Marlow a la vivencia del pánico en estado puro. Su rescate de Kurtz y el atisbo de su alma en la agonía le harán leal para siempre a su recuerdo porque es la pesadilla que el marinero ha escogido. No hay en el relato exotismo, ni descripción superflua, ni la adjetivación, abundante y muy sensorial, es gratuita. Existe un uso del detalle que sirve de contrapunto, a manera de metáfora directa, de lo ridículo y minúsculo frente a la grandeza: el cubo agujereado, las moscas, los disparos a la selva. El ambiente es de obsesión, niebla, fiebre y vértigo ante la intuición, como respuesta final, de las grandes tinieblas definitivas.

Los personajes son netos y pintados con rápidos trazos impresionistas, según su comportamiento y algunos rasgos físicos. Kurtz es la grandeza vencida por la opción del lado oscuro y es una Voz. Marlow es el marinero reservado y solitario que mantiene una honestidad distante. Los demás europeos desfilan al ritmo de la navegación y su pequeñez de espíritu resalta la personalidad mítica del agente objeto de la búsqueda; colectivamente recuerdan a los esperpentos de Valle-Inclán, son patéticas y dañinas bandas de “peregrinos” jactanciosos, torpes, ruidosos y vulgares, que contrastan con la silenciosa eficacia del marino y la dureza y adaptabilidad de los africanos. Tipos como el mecánico, el contable o el joven ruso son introducidos de manera breve pero lograda. Las mujeres corresponden al prototipo victoriano y a la imagen idealizada y lejana que de ellas, en un mundo de hombres, se tiene. Amante africana, prometida europea y tía del narrador se valoran y definen en función del hombre, objeto de su fidelidad y cuidados, y se sitúan en una esfera ajena a las realidades de este mundo y en la que se considera deben permanecer.

Pero el gran personaje antagonista que se alza tras el precario decorado occidental  de los asentamientos ribereños es la Selva, y el hechizo de su lejano, indescriptible corazón.

 

 

10/3/09

ENTREVISTA EN FORO EDUCACIÓN Nº 11-2009

Charla con Mercedes Rosúa-Foro de Educación nº 11 (Ejemplar dedicado a Razón y Libertad) p.p. 227-240. Ed. J. L. Hernández Huerta. Salamanca. 2009

ISSN: 1698-7799, ISSN-e1698-7802

 

Cuestiones generales sobre educación

Foro de Educación (FE): Antes de comenzar, agradecerle su participación en Foro de Educación. Comencemos. A su parecer, ¿cuáles son los principales problemas del sistema nacional de enseñanza –en los grados de primaria y media-?, ¿por qué cree que son causados?, ¿qué soluciones posibles propondría?

Mercedes Rosúa:

Gracias a ustedes, y a los lectores de Foro, por juzgar de interés mis apreciaciones. Los problemas siguen siendo los mismos que en los años ochenta, cuando comenzó a implantarse la LOGSE, en principio experimental (aunque en la realidad resultaba obligatoria) y luego con rango de Ley a partir de 1990. Pero se han ahondado, generalizado, extendido y dado sus lógicos frutos, que afectan ya a más de una generación. Se ha afianzado una red de intereses casi indestructible, de la que vive una clientela sociopolítica tan extensa como rapaz y mediocre. El mayor problema reside ahí: La Transición y el miedo al chantaje de ser acusado de reaccionarismo postfranquista han entregado Educación, Cultura, Comunicación, Administración y buena parte de la Economía a una clase parásita sin otros méritos que la fidelidad tribal y el dominio de clientelismo, agitación y propaganda. Los contenidos de programas de estudio, metodologías, perfiles profesionales y control de resultados se diseñan en función de a quienes deben servir de plataforma, vivero de votos y modus vivendi; no por utilidad, valor y racionalidad.

Los conceptos de la importancia de la adquisición de conocimientos, de la jerarquía, universalidad y envergadura de éstos se han eliminado de forma perfectamente programada. También se ha procurado, y en buena parte logrado, hacer desaparecer cuanto concierne al individuo como sujeto: La reflexión y esfuerzo intelectual, el empeño, el mérito, las diferencias de capacidades y de trabajo realizado y la conciencia del precio y del valor de los bienes culturales. Irresponsabilidad e infantilismo, canon de la facilidad y mentalidad gregaria que disuelve la responsabilidad personal en grupos, tribus, nacionalidades y clases sociales constituyen el filtro para tamizar la materia educativa que se proporciona al alumnado.

El igualitarismo que, como consigna, preside desde la ley de 1990 hasta su virulenta continuación actual, ha tenido efectos letales al imponer la mediocridad preceptiva. Pero la fachada verbal (con todos sus tópicos sociales, socialistas y sus veleidades de maoísmo) no pasa de ser un simple telón que cubre una realidad mucho más sórdida y simple: Las normas, programas, disposiciones y plantillas por las que se rige desde hace más de veinte años la Educación se crearon en función de la clase de personas a la que se quería colocar en ella, de las clientelas sociales y sindicales a las que había que fidelizar y favorecer y de los votos que era preciso garantizarse. Los cuerpos profesionales, las pruebas externas y fiables, la solvencia de los diplomas, la estructuración adecuada de adquisición de conocimientos según edad y nivel de los alumnos, de asignaturas impartidas por profesores especializados en ciclos y materias, el rigor y valía académicos, todo esto es incompatible con la arbitrariedad y vaguedades que precisaba el sector, de alto poder propagandístico, de los autores de la LOGSE. Necesitan una bolsa global de Trabajadores de la Enseñanza en la que cualquiera pueda enseñar cualquier cosa a cualquier nivel y donde aquéllos de menores calificación académica y rango profesional se vean promocionados, se instalen en puestos  inmerecidos mientras representantes sindicales, afines al Gobierno, distribuyen, y se distribuyen, subvenciones y cursillos.

Todos estos rasgos, que hacen de la Educación española un problema casi insoluble por la impotencia de llevar a cabo una buena política de personal y de programación de conocimientos y exámenes, se multiplican y concentran en la mediocridad estanca de las diversas Autonomías-tribus, a las que se transfirieron –y éste es problema mayor- tales competencias.

 

FE: Las Humanidades han ido perdiendo progresivamente terreno en los currículos, ¿puede responder esta medida a algún interés particular?, ¿qué consecuencias puede acarrear?, ¿por qué?

MR:

Las Humanidades son el enemigo a abatir, instintivamente, por todos los propensos a la deriva totalitaria, que es muchísimo más común de lo que se cree en el cambiante archipiélago de lo que recubre el mantra democracia. El conocimiento de historia, filosofía, lenguas clásicas, geografía, literatura, idiomas, arte, y, en general, de los productos del espíritu humano es alimento y fortaleza, inalienable patrimonio personal y ventana a todos los horizontes. Las dictaduras, francas o camufladas, no soportan la dignidad que estos conocimientos aportan, la capacidad crítica que proporcionan, el compromiso y esfuerzo  intelectual que exigen, la excelencia que mantienen a lo largo del tiempo y del espacio. La dictadura mediocre, que promociona e impone a sus pares, necesita eliminar, eliminando estas materias, la conciencia del necesario elitismo de la calidad y del esfuerzo, de las infinitas diferenciaciones individuales, de la jerarquía de hechos, personas, actos, obras y valores. No es extraño que hoy importantes empresas, con muy buen juicio, valoren en quienes contratan para altas responsabilidades los conocimientos de filosofía y otras ciencias humanas, calificadas de inútiles por el político que repite que la enseñanza es algo para la vida, de rentabilidad práctica inmediata. Éste pretende (y logra) privar del esfuerzo conceptual, la aproximación al sentimiento de grandeza y la herencia cultural al alumnado.

El desguace, fragmentación y jibarización de la Historia es objeto de particular atención por parte de clientelas que viven del muy rentable cultivo del hecho diferencial y sus mitos originarios (clase, etnia, nacionalidad, raíz, terruño filiación guerracivilista, Buenos/Malos, progresistas/reaccionarios,). Su estudio real es incompatible con la espesa trama de ficciones imprescindible tanto para la parroquia en nómina como para hornear a diario los nuevos adictos al credo del que la tribu vive. La Historia es desdichado sujeto de dos filtros: uno el del Gobierno español actual, al que esta materia sobra porque precisa sustituir lo que era España por una amalgama confusa de clanes y dependencias, sin tradición, civilización occidental (ni, por supuesto, ninguna otra excepto un puñado de rancios clichés tercermundistas) ni milenarias señas de identidad europeas. El auténtico sujeto histórico sería un territorio al que rodean multiculturalismos infinitos de valor equivalente, y que se ha distanciado, por obra de la recta línea política actual y el advenimiento del luminoso Líder, de eras desdichadas en las que los Pobres eran vencidos por Mal y Poderosos. Amanece la Jerusalén Terrestre, Laica e Igualitaria. Tras ese recuelo primordial, del que han desaparecido Roma, Grecia, Cristianismo, Edad Media, Renacimiento e Ilustración y en el que los siglos XX y XXI son objeto de selección rigurosa y bipolar por exigencias del guión, los diecisiete filtros autonómicos y los subfiltros asociados se encargan de racionar y colorear las migajas históricas restantes.

FE: ¿Qué entiende usted por igualdad de oportunidades en educación?

 

MR:

La que hubiera consistido en extender a todos los alumnos, sin detrimento de la calidad, el excelente sistema público de enseñanza media que había antes de su destrucción, a finales de los años ochenta. Éste permitía a quien no tenía medios económicos, pero si voluntad de trabajo y/o capacidad intelectual, hacerse con una buena formación, progresar en la vida en función de sus propios méritos y salir de las aulas con un diploma que avalaba conocimientos reales. En lugar de esto, se hizo algo profundamente antidemocrático, que es el sistema actual: un aparcamiento donde impera la ley de los peores y la enseñanza pública va quedando como el obligado y degradado recurso de quien no puede ir a centros de pago ni permitirse el máster en el extranjero .

FE: ¿Cree que es beneficioso que exista la enseñanza privada?, ¿por qué?

MR:

Creo que la pluralidad de opciones respecto a los centros de enseñanza, sean públicos o privados, es buena siempre y cuando haya control de niveles, contenidos y profesionalidad de los docentes y que no interfiera la confesionalidad con la Constitución y los Derechos Humanos, especialmente en cuanto a igualdad y respeto a la mujer se refiere. Estoy, además, convencida de la importancia de que exista una muy buena enseñanza pública gratuita cuyas competencias residan, en gran medida, en el Gobierno central.

FE: ¿Cómo conciliar el derecho a la educación y la libertad de enseñanza?

MR:

Con un claro programa general en el que se dé prioridad a las asignaturas de base y se haga hincapié en la adquisición de conocimientos y exámenes, pruebas de paso de ciclo y cuerpos profesionales especializados por edades, materias y niveles, cuya competencia avalen formación académica y oposiciones abiertas. Dentro de este marco, son perfectamente legítimas y viables tanto la libertad de cátedra como la confesionalidad, las asignaturas opcionales y los diferentes tipos de financiación. En este momento, y desde la LOGSE, en España no tiene derecho real a la educación gratuita nadie porque la han destrozado hasta en su concepto. Y menos que nadie los estudiantes que provienen de familias modestas.

FE: ¿Qué le sugiere la expresión «enseñanza neutral»?

MR:

No más que si habláramos de alimentación neutral: Nada mientras no se acote el significado del término. Excelente si se refiere a recuperar la enseñanza como transmisión de saberes y no de adoctrinamiento sociopolítico y catecismos pedagógicos. Actualmente se está empleando de una manera sectaria, como si la única enseñanza buena posible fuera la que sustituye los conceptos y temas de la tradición moral y religiosa tradicional por las consignas de una iglesia estatal laica que se quiere única. Un ejemplo plástico reciente sería la febril sustitución oficial de los adornos navideños por una decoración, que se quiere aséptica y resulta de una profunda estupidez. Hay una mezquindad infinita, que avergüenza a cualquier agnóstico que se precie, en el afán del actual gobierno español y sus socios por destruir toda referencia cultural cristiana. Es lo propio del acomplejado rencoroso que sólo imagina como método de alcanzar altura erguirse sobre un erial. Pensemos en lo que quedaría de una Europa, de una España, de las que se habrían eliminado absolutamente todas las catedrales, música, cuadros, literatura, fiestas, monumentos de inspiración religiosa.

Dos cosas están claras: que, en el caso de que Dios exista, estará diciendo Ladran, luego cabalgamos; y que para los sidosos sin esperanza, los enfermos terminales o los ancianos sin recursos más les vale arrimarse a los que creen en Él.

FE: ¿Qué opina sobre la polémica suscitada en torno a la enseñanza de la religión en la escuela? ¿Qué propondría para zanjar de una vez este conflicto, ya histórico?

MR:

Dejaría un margen bastante abierto a la pluralidad de centros y de opciones de los padres. Ello teniendo en cuenta que a los alumnos de enseñanza pública no se les estaba obligando en centro alguno a estudiar religión católica si no lo deseaban. De elegirla, debería ser una asignatura evaluable, tanto más cuanto que quien ignora, en Europa, la Biblia es, como quien ignora la mitología grecorromana, un analfabeto incapaz de descifrar y apreciar arte, filosofía, lengua y literatura. Basta con imaginar a qué se reduciría el patrimonio cultural de España, y de Europa, si desapareciera la herencia material y espiritual del cristianismo y su labor asistencial para hacerse una idea de lo que significa privar a los jóvenes de este conocimiento. Por otra parte las clases de religión, sea ésta la que fuere, deben estar condicionadas al respeto por los derechos humanos y la igualdad de sexos y a que exista estricta reciprocidad con los países de origen de los que aquí las soliciten, en el sentido de que en esos países, exactamente en la misma medida que se reclama en España, puedan erigirse templos, funcionar comunidades e impartirse enseñanzas cristianas.

FE: ¿Considera necesario que en la escuela se proporcionen conocimientos suficientes y verdaderos sobre las raíces ético-religiosas de los valores en los que se funda nuestro actual sistema democrático occidental?, ¿por qué? ¿Cuáles son esas raíces, brevemente?

MR:

Me parece indispensable que se proporcione, desde un punto de vista histórico, filosófico y no confesional (de manera independiente a las clases de religión para quienes las deseen) un acervo de conocimientos sobre las bases de la cultura occidental y concretamente de la española, como, por ejemplo, la filosofía griega, el derecho romano, el cristianismo (que es el primero, convendría recordarlo, que explícitamente defiende la igualdad de los seres humanos en cuanto tales), las Luces y la revolución industrial, científica y tecnológica. Es particularmente necesario resaltar la aparición y desarrollo de conceptos como la libertad individual, el valor de la persona, los derechos humanos, la igualdad ante la ley la búsqueda de verdad, belleza, ética y transcendencia.

FE: ¿Qué valoración haría sobre el estado actual de la Universidad?, ¿cree que la reforma de la educación superior, según las pautas dadas por la Unión Europea, mejorará dicha institución?

MR:

España es el hombre débil y enfermo de Europa, por su inseguridad nacional y destrucción de signos identitarios. De esta destrucción, y del reparto del desguace, viven las clientelas parásitas. Los estudiantes llegan a la Universidad con un nivel mínimo. No existe una previa formación generalista, las lagunas culturales son enormes, no hay aprendizaje estructurado, cronológico y lineal de materias importantes, de personajes y sucesos de envergadura ni de valores y universales. Los conocimientos recibidos son arbitrarios, fragmentados, liliputienses y carecen de fiabilidad ni exigencia, puesto que los diplomas se han otorgado por simple pase, sin exámenes reales. Con tal panorama de ignorancia básica y debilidad intelectual, la inserción de los estudiantes españoles en un sistema común europeo basado en créditos según temas muy concretos y especializados resulta en extremo peligrosa.

FE: La educación, en la actualidad, ¿necesita más dinero o, por el contrario, requiere de unos principios sólidos?, ¿por qué?

MR:

Dar más dinero al sistema educativo actual –que significa darlo a sus interesados defensores- es contraproducente, porque equivale a ahondar el hoyo repartiendo a los que viven de demoliciones más picos y palas. Los dos sindicatos –UGT y CCOO- del gobierno logse (el del PSOE) y los que medran gracias a la ruina de la enseñanza y a la general indigencia intelectual precisan continuamente acaparar fondos y parcelas de poder; aspiran al monopolio de cursillos de capacitación, en buena parte basados en consignas, porque son alérgicos a oposiciones abiertas, títulos académicos y profesionalidad. Las empresas suspiran por que a cada alumno se le dé por ley un juguete electrónico. Nada peor que alimentar el chantaje de la representatividad de comisarios pedagógicos y la medrosidad de los que, desde una oposición política que en realidad no existe, deberían enfrentarse a la situación y a sus causantes pero prefieren el absentismo, la cobardía, el reparto de territorios y el parche de los juguetes caros. El Partido Popular nada cambió cuando, desde el Gobierno, tuvo la ocasión, y el deber, de hacerlo. El vuelco hacia la recuperación de la calidad de la enseñanza pasa por presentar batalla a la clientela parásita, asumir el ruido mediático y callejero y centralizar competencias, no por el dinero invertido en desmenuzar horarios y grupos, justificar nóminas, aparcar adolescentes, llamar igualdad a la ignorancia y crear diversidades a la carta para su clientela.

FE: ¿Qué valoración le merecen, brevemente, la LOGSE, la LOCE y la anunciada LOE?

MR:

La LOE es una fuga hacia delante del obvio desastre de la LOGSE. No es extraño que el PSOE la anunciara nada más llegar al poder, tras las elecciones a los tres días del atentado del 11 M. La juventud, mantenida en la ignorancia, adulada y regada de consignas, es el vivero de votos ideal. La Ley de Calidad, LOCE, fue, por parte del Partido Popular, un muy tardío y medroso intento de mejorar algo la situación educativa. La única iniciativa válida, honesta y eficaz fue la de Esperanza Aguirre para la recuperación del estudio de las Humanidades. La asistían razón, valentía y ética, pero fue atacada por los demás partidos y el suyo propio, el PP, que la dejó a los pies de los caballos.

FE: Los libros escolares, ¿deberían ser gratuitos o no? ¿Por qué?

MR:

Para quienes tengan dificultades para adquirirlos desde luego (actualmente no es así; son muy insuficientes ayudas y becas de este tipo). Para toda la población, no es iniciativa que se pueda tomar hoy mismo y de golpe por, en el ambiente actual de intereses creados, el margen a la especulación que dejaría y por el elevado e innecesario coste de los libros, que podrían ser mucho más baratos, ligeros y de impresión más modesta. Esto sin olvidar que, hoy por hoy, tal gratuidad podría ser la de un reparto de potitos ideológicos. Habría que ir por etapas y ampliar los sistemas de becas y ayudas teniendo muy en cuenta, además de la situación económica de las familias, las calificaciones, comportamiento y trabajo del alumno.

FE: ¿Son asignaturas pendientes la falta de autoridad de los profesores, la indisciplina y el acoso en la escuela? ¿Cómo solventar estos problemas?

MR:

Con disposiciones legales que acaben con la actual impunidad del matón del aula, el padre que amenaza, el alumno que hace perder el tiempo al profesor y a todos. Hoy esas disposiciones no existen y la indefensión de profesores y de alumnos que sí querrían estudiar es la norma. Hay que tener en cuenta que uno de los pilares del populismo, esencial para el Gobierno logse, es la oferta del gratis total, en todos los órdenes, del nivel intelectual al pelotazo autonómico y de género, pasando por la seguridad económica de por vida, la energía limpísima, inagotable y abundante, la satisfacción sexual, la paz con tiranos y dictadores y los aprobados garantizados.

Cuestiones sobre política general y sobre actualidad social

FE: ¿Existe, en la actualidad, un pensamiento único?, ¿por qué?; ¿están monopolizados los medios de comunicación?, ¿qué papel desempeñan éstos a la hora de configurar el sentir colectivo?

MR:

No existe un pensamiento único porque quien quiere hacer el esfuerzo puede informarse y disentir, pero sí existe una censura interiorizada más fuerte y peligrosa que las tradicionales y externas. Es la de una especie de iglesia laica con aspiraciones al monopolio ético que, en realidad, sirve al mito dual Buenos/Malos, Derechas/Izquierdas, etc., y se vale de términos y temas, tipo mantra, de obligada aquiescencia, como paz, diálogo, tolerancia, multiculturalismo, ecologismo, cambio climático y demás señas verbales de pertenencia al club de la Modernidad, el Pluralismo y el Progreso. El auténtico Partido de los Malos es el MP, la Mafia Parásita (no confundir con su homónimo británico)), caracterizada por erigirse en controlador, burócrata y sancionador de cuanto es individual y libre: flora, fauna, senderos, placeres, comida en el plato, uso de la lengua y hasta el lavado de dientes. Viven de pagar y organizar asesores, vigilantes, equipos, ministros; y manejan cleros particularmente policiales y virulentos en nombre del medio ambiente, la ecología, la salud, el sexo y la estricta igualdad.

FE: ¿Cuál es el principal problema nacionalista en España? ¿Por qué?

MR:

El problema principal es la intención de permanencia en un interesado, y rentable, limbo sociojurídico de múltiples naciones que se valen de la Nación como referente de agravios y de obtención de privilegios y de dinero, dotadas de todas las ventajas pero sin las obligaciones, estructuras y gastos a los que obliga una completa independencia o, al menos, un auténtico federalismo. Tal sistema de clientelas está dejando España reducida a la cáscara. La proporcionalidad parlamentaria y el sistema de listas cerradas da desmesurado margen de representatividad a muy pocos y diluye en el grupo tribal las responsabilidades individuales. La fragmentación localista educativa y la actual y múltiple bancarrota económica dan fe de la inviabilidad de la deriva del sistema autonómico español.

FE: ¿Cree que la competencia en educación de las Comunidades Autónomas puede ser utilizada para el beneficio político de los grupos nacionalistas?

MR:

No ha sido, prácticamente, utilizada por éstos para otra cosa. Ha sido vivero del terrorismo etarra, de las formas más agresivas de independentismo y del rechazo de la nación común, y es responsable de un hecho único en Europa y tan insólito como hasta la fecha impune: En amplias zonas de España los alumnos no pueden estudiar en español en colegios ni institutos, la Constitución se transgrede y los escritos públicos están sólo en la lengua autonómica, los castellanohablantes se ven hostigados y excluidos. Nadie, ningún  inspector de Educación o de otras áreas, osa ir allí y denunciarlo.

FE: El concepto tradicional de familia está cambiando radicalmente, ¿cuáles son, a su juicio, los principales cambios y qué consecuencias pueden acarrear para la sociedad española y, particularmente, para la educación?

MR:

El problema cardinal es la insignificante protección y apoyo material, estatal, al hecho de tener hijos, el envejecimiento de una población agotada en la búsqueda de la obtención del máximo placer por día y hora, según disponen los cánones publicitarios y la cotidiana lluvia de mensajes, y hecha a considerar la dedicación a nuevos seres –o a seres en el último periodo de su existencia- tarea molesta, prescindible y nociva. El Gobierno, además, fomenta y subvenciona las banderías sexuales para distraer la atención de los gravísimos problemas nacionales que él ha ocasionado.

FE: ¿Cree usted que es posible de hecho la «Alianza entre civilizaciones» propuesta?, ¿por qué?, ¿Qué valoración le merece tal idea?

MR:

Los sujetos de deberes y derechos no son las etnias, grupos, tierras, civilizaciones ni culturas, sino los individuos. Las alianzas se hacen con éstos en cuanto pertenecen a o son representantes de sistemas cuyos usos y valores están, o al menos pretenden estar, en un marco de libertades. Para lo demás están la diplomacia, los acuerdos coyunturales sobre puntos concretos y las relaciones bilaterales. Nunca son aceptables las pretensiones a que hechos reprobables, atropello a los individuos, opresión y barbarie gocen de patente de corso en virtud de su pertenencia a civilizaciones. En la práctica, la tal Alianza es una forma de cobardía occidental, una mezcla de necedad y oportunismo de sus valedores y, por parte oriental, una táctica de infiltración y asentamiento en Europa de formas contrarias a derechos humanos y principios universales.

Cuestiones sobre historia

FE: ¿Cree que la historia reciente de España está siendo manipulada y falseada?, ¿en qué?, ¿qué intereses políticos subyacen en tal actitud?, ¿qué peligros encierra la mentira histórica y qué consecuencias puede acarrear ésta?

MR:

El bloque parásito que, en España, debe a la Transición, y no a sus méritos, la posición de la que goza precisaba de legitimación, de autoctonía, de la lucha contra el Dictador que nunca llevaron a cabo, de falsa Guerra Civil maniquea ganada a posteriori, de un mito dual Buenos/Malos e Izquierdas/Derechas permanente. Esto se ha agudizado con la segunda generación de clientelas que piensan seguir viviendo de los réditos de esta manipulación histórica y social. Es una inquisición rigurosísima en su imposición del catecismo de la tribu y en el manejo de la coreografía propagandística y los coros de la cultura oficial. La Historia es simple instrumento, trillado, coloreado y recortado según los intereses del clan en el poder educativo y mediático. El peligro es obvio y sus frutos están ahí.

FE: ¿Por qué es necesario que se abra un debate público, serio y riguroso sobre la historia reciente de España?, ¿cree que será posible en un periodo de tiempo breve?, ¿por qué?

MR:

La censura de la supuesta corrección política ha sido y es tan severa, la manipulación histórica tan descaradamente selectiva y el horizonte intelectual tan limitado y temeroso que se ha acumulado una enorme masa crítica de historia contemporánea por airear, sacar a la luz, discutir sin censura ni autocensura, abordar con una libertad cuyo gusto casi se había olvidado. Es el gran momento de los nuevos historiadores, que no pueden ya tardar en distanciarse con desdén de las amenazas del clan.

FE: Se ha difundido con denuedo, y con éxito, la idea de la convivencia fraternal en España del cristianismo, el judaísmo y el islamismo. ¿Qué intereses subyacen en la defensa de tal postura? ¿Qué consecuencias puede tener para el devenir de la nación española?

MR:

A una población tan anémica de conocimientos históricos se le puede hacer creer cualquier cosa. Lamentablemente para los neófitos, no hay más que ver en el Magreb y Oriente Medio los brillantes resultados de la adopción del Islam para imaginarse cuál hubiera sido el destino de España de no lograr, tras una muy larga lucha, expulsarlo. Los admiradores platónicos –o vacacionales- de esos paraísos suelen, por cierto, (como es en occidente costumbre) pagarse las utopías con piel ajena. Nadie coge las pateras en dirección Marruecos. Ni lee, en documentos del XV y XVI, el comprensible temor que había entre los reyes cristianos (acostumbrados a las invasiones venidas del norte de África y apoyadas por los musulmanes hispanos) al papel de quinta columna de las comunidades judía y morisca en posible entendimiento con la gran potencia enemiga de la época: la Sublime Puerta, el imperio turco.

FE: Para usted, ¿cuál ha sido el mejor educador de la historia? ¿Podría recomendar tres obras clave de la historia sobre educación?

MR:

Carezco totalmente de conocimientos al respecto. De forma estrictamente personal, según la experiencia de alguien que no es en absoluto pedagogo, puedo citar, porque los encuentro muy buenos, Los límites de la educación y La secta pedagógica, ambos de Mercedes Ruiz Paz, en extremo ilustrativos del caso español. Por otra parte, me interesaron y conmovieron las páginas de El primer hombre, obra póstuma e inacabada de Albert Camus, en las que el autor describe la importancia que tuvieron en su formación, durante una infancia de niño de familia extremadamente pobre, las enseñanzas de su maestro de primaria.

Cuestiones sobre inmigración

FE: ¿Es preocupante el índice actual de inmigración?, ¿por qué?, ¿qué política en materia de inmigración se debería seguir?

MR:

Lo preocupante es la irresponsabilidad e indiscriminación en la acogida y el asentamiento de grandes contingentes de extranjeros porque eso perjudica a los más débiles, honrados e indefensos, tanto autóctonos como foráneos, y abre las puertas al racismo y a la bancarrota de los servicios sociales. La premisa para conceder permisos de estancia tiene que ser el conocimiento y aceptación explícita, por parte de los solicitantes, de las leyes, constitución, derechos humanos y normas civiles del país en el que pretenden instalarse y el estudio por ambas partes de las posibilidades en el mercado laboral. La rápida expulsión de delincuentes, aun de delitos menores, y la protección a los inmigrantes que no desean sino vivir honradamente de su trabajo y son víctimas de mafias y criminalidad es el mejor antídoto contra actitudes racistas. Nunca se debería, so falacia de respetar su cultura, sacrificar principios y libertades que el sistema del país de acogida garantiza y que para muchos de esos inmigrantes son la oportunidad de vivir en sociedades más libres, justas y avanzadas que las que dejaron

FE: No hay duda de que para el sistema nacional de enseñanza la inmigración es un serio problema, al que hay que poner solución sin demora, ¿cómo debe afrontarse el problema, desde una perspectiva educativa?

MR:

Nada peor que mantener artificiales viveros de diferencias (de las que viven, por cierto, infinitos parásitos y demagogos españoles y extranjeros, amén de comisarios sociorreligiosos a sueldo de dictadores), Los hijos de inmigrantes, una vez escolarizados, son una gran riqueza laboral, intelectual y humana para el país de acogida; ellos tienen conciencia del valor del esfuerzo porque proceden de familias trabajadoras y de vida dura, poseen el respeto por educación y educadores que los mimados retoños autóctonos han perdido y les es particularmente indispensable una buena enseñanza pública, gratuidades, integración, información y ayudas.

 

FE: Oriana Fallaci sostiene en su libro: «La fuerza de la razón» que la Izquierda ha contribuido de manera decisiva a islamizar Italia. ¿Podría hablase de una situación similar en nuestro país?

MR:

Desde luego, y no sólo en España e Italia. Gran parte de cuantos se identifican a sí mismos como bloque de izquierdas (no comparto el uso de estos términos; son tácticas de filiación dual y tribal destinadas a secuestrar ética, lenguaje y consideración social), en su afán de antiamericanismo, apoyan lo peor de las peores dictaduras. Lo hicieron con las comunistas y lo hacen con las más reaccionarias, segregadoras, oscurantistas y violentas, que son las islámicas. Oriana Fallaci expone hechos comprobados y ciertos. Al no ser una simple religión, sino una estructura capilar de control de la sociedad civil, el Islam (que, entre otras lindezas que lo distinguen de los demás credos, castiga a los que lo abandonan con la muerte) sigue en Occidente la táctica de aprovecharse de las ventajas que le ofrecen los países democráticos, pastorea a un ganado femenino preceptivamente sumiso y velado destinado a parir lo más posible, se hace conceder edificios, terrenos, exenciones y cotos especiales y ha programado así la infusión lenta y aparentemente pacífica de una dictadura medieval y teocrática en los países de acogida. Cuenta con el apoyo, por intereses energéticos, ignorancia culpable y por simples estupidez y cobardía, de políticos y de amigos de los paraísos diferenciales (siempre y cuando estén lejos). Esto significa claro peligro respecto a libertades y derechos individuales trabajosamente logrados por las democracias. Las primeras víctimas son las capas más débiles, tanto de la población española como de los inmigrados con deseos de vivir en sistemas de respeto hacia los individuos.

Cuestiones sobre democracia

FE: ¿Puede la educación socavar el sistema democrático y la convivencia de nuestro país?, ¿qué entiende usted por «educación para la democracia», en qué debe consistir ésta?

MR:

La educación que se imparte en las Autonomías hace tiempo que está socavando el sistema democrático, por cuanto lleva lustros defendiendo el rechazo, cuando no el franco odio, hacia España como país común. El pilar cardinal, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, no existe. La solidaridad en el reparto presupuestario pertenece a un pasado cada vez más remoto. El común estado constitucional hace tiempo que desapareció en la marejada de exigencias, fueros, alianzas estratégicas y privilegios. La palpable hostilidad entre regiones españolas, la aceleración de una dinámica de improperios, abusos y reproches son patentes. Por otra parte, el partido actualmente en el Gobierno siempre ha basado su estrategia en alimentar el guerracivilismo retroactivo, el maniqueísmo dual. De ahí su afán en erradicar el estudio de las Humanidades y en sustituir conocimientos por consignas. Un discurso de Pericles enseña más sobre la democracia que la repetición cotidiana de docenas de jaculatorias sobre la igualdad de género y la discriminación positiva.

FE: A su parecer, ¿existe peligro de que el gobierno, el actual o cualquier otro, mediante la «educación para la ciudadanía», monopolice la idea de democracia, que oficialice ésta, y que sea difundida como única «verdad» en las escuelas? ¿Puede responder esto a aspiraciones homogeneizadoras y totalitarias?

MR:

Hace bastante tiempo que el espacio que ocupaban, y que deberían ocupar, las asignaturas de base se viene rellenando con los clichés del comisariado del actual régimen, servidos por el clero de la nueva, y muy peligrosa, parroquia del Advenimiento del Progreso. Por supuesto, la idea es inmiscuirse hasta en los recodos más profundos del comportamiento individual. La palabra democracia puede ser tranquilamente –de hecho ya lo ha sido con las peores dictaduras, las democracias populares- el comodín de las arbitrariedades, el símbolo, justificación y sacralización de una iglesia laica estatal con clara aspiración a única (la política y propaganda del partido español en el Gobierno desde 2004 es un ejemplo de libro) y el manto igualitario y buenista de lo que en realidad es una clase extraordinariamente virulenta y nociva de nuevos ricos. Por supuesto, ésta abomina de los que juzga rivales en la ocupación de un intelecto y una moral que considera sus territorios por derecho propio. La imposición por decreto de la ignorancia y del mínimo común denominador intelectual es tarea preparatoria y luego simultánea a la distribución e impregnación del catecismo estatal.

FE: ¿Cree que las democracias actuales están en crisis, especialmente la española?, ¿por qué?

MR:

La democracia vale lo que valen los ciudadanos en sus decisiones. Si éstos optan por aceptar masivamente la rendición o el pacto ante el terrorismo, el servilismo respecto a las dictaduras, la indiferencia ante el fracaso escolar y la muelle creencia de que las libertades y beneficios de que disfrutan son gratuitas, entonces no se está ante una crisis (en sí, la catarsis puede ser muy saludable), sino ante la degeneración en populismo barato, demagogia y sometimiento de lo que fue un noble ideal.

FE: ¿Qué actualidad tiene el libro de Alexis de Tocqueville «La democracia en América»? ¿Y «Los orígenes del totalitarismo» de Hannah Arendt? ¿Qué le sugieren estas obras?

MR:

Ambos títulos son de una rabiosa actualidad, y la lectura y comentario de, al menos, algunos de sus fragmentos serían ciertamente más instructivos que todos los libros, cursos y clases de educación para la ciudadanía.

FE: La elección de Barack Obama como presidente de los EEUU ha modificado el cuadro de relaciones internacionales, ¿qué balance haría de los meses de la Administración Obama?, ¿qué puede deparar el futuro?

MR:

Yo no soy racista, y entonces rechazo juzgar al señor Obama de una manera condicionada al hecho de que es negro. No creo que esto determine (e incluso pienso que sería insultante para él) la obligación de una actitud laudatoria. Sus valores personales sin duda no precisan de tales muletas. En cuanto a sus actuaciones políticas, el discurso de El Cairo fue inquietante, repleto de inexactitudes y de francas falsedades históricas, y no se vio completado por otro discurso dirigido a esos amplios y variados sectores del mundo árabe que pretenden ser modernos, libres, separar la religión del estado y lograr el respeto a las libertades, la igualdad femenina y la vida privada de los individuos. Al asimilar a todos con los islámicos y defender la imposición segregadora del velo a las mujeres, desde luego Barak Obama ha dejado en mucho peor situación que estaban a los más inermes, débiles y oprimidos. Por otra parte, está claro el cambio estadounidense de focos de atención y de gastos, el desplazamiento de las prioridades hacia el Pacífico y Asia y la tibieza y componendas respecto a regímenes y principios agresivos, totalitarios y fanáticos. Europa tendrá que aprender (no le vendrá mal) a defenderse por sí misma. Es sintomático que tiranos tan peligrosos como los de Corea del Norte, Irán o Libia se hayan crecido en desafíos, decisiones nucleares y proclamas en la ONU tras las manifestaciones del señor Obama.

FE: En su último libro, «Las clientelas de la utopía», se ha desmarcado de sus temas habituales, ¿a qué se debe ese cambio?, ¿a qué se refiere con las clientelas de la utopía?

MR:

Las clientelas…era un ensayo sobre el fenómeno, exclusivo de nuestra época, de los grupos defensores de utopías a cargo del erario público. Luego, en plena redacción del libro, ocurrió la matanza del 11 M. Nada fue ni ha sido igual desde entonces, los cadáveres siguen ahí, en medio de una sociedad que los sortea para no pisarlos y que elude el hecho como si jamás hubiera ocurrido. Nunca antes había experimentado vergüenza de mi nacionalidad, de ser española. Se aprovechó el asesinato de doscientas personas para ganar unas elecciones, se llamó criminal, no a los criminales, sino al Presidente legítimo de la nación. Se hizo lo que los terroristas querían que se hiciera. Algo tan ignominioso no lo había vivido, respecto a mi país, jamás. Se utilizó la técnica de la vileza asumida por una población que hizo bueno el proyecto de poner las bombas. Ahora bien, justo es reconocer la inigualable eficacia de ejecutantes y diseñadores de la matanza de Atocha. El cambio que produjo en la política española nada tiene que envidiar a muchos tradicionales golpes de Estado. Los atentados terroristas en otros países han podido producir más muertos, pero en ninguno se ha dado el radical cambio español, que incluye la virtual destrucción de la unidad nacional, el distanciamiento de las democracias, la aproximación a las tiranías y –lo que ya raya en el virtuosismo –el haber en cuestión de cinco años borrado, no sólo el Gobierno que había en marzo de 2004, sino hasta a la posterior oposición. Un hito en el éxito terrorista.

No recuerdo, hasta el día de hoy, una sensación de vergüenza semejante. Fue difícil salir del hoyo y terminar el libro.

FE: Finalmente, al margen de todo lo dicho hasta el momento, como escritora, ¿ qué será su próxima publicación?, ¿cuál es su tema? Y, por último, ¿qué proyectos tiene en mente?

MR:

Deseo publicar el último libro que escribí, Nombres Árabes, en el que se conjugan experiencias temporales, geográficas y biográficas de bastante amplitud, narrativa, descripciones y reflexiones sobre ese magma abusiva y falsamente denominado mundo árabe o islámico. Me interesan países, y personas, que conozco por haber vivido en ellos o viajado, y me fascina, con no poca indignación y horror, el snobismo filoislámico y el mapa tembloroso, incierto, del siglo XXI.

Y estoy escribiendo un nuevo libro que, una vez más, es de búsqueda por un mundo y unos seres en y con los que, pese a todo , vale la pena vivir.

Por último, hay algo que deseo añadir, una pregunta-respuesta  Porque, si no, el desesperanzado lector podría opinar que esta entrevista parece un homenaje a la Virgen de las Angustias: ¿Hay visos de solución, expectativas de mejora para los problemas de Educación y, en general, de la España actual?

M.R.:

Haylos, mientras se vaya extendiendo la conciencia de que existen. La virulencia misma de las clientelas parásitas que imponen maniqueísmos e historias falsas, que han amordazado la ética con propaganda, robado herencia cultural y saber a los jóvenes y que y no tienen otro horizonte que su propio interés habla de la inseguridad y del pavor del club parásito a que se les derrumbe bajo los pies el entramado del que llevan largos años viviendo. Han acumulado demasiadas facturas pendientes, y no sólo las de la bancarrota económica del país. El tiempo de ficción, chantaje y clientelas tiene fecha de caducidad. Puede, se puede hacer, con mejor gente, mejor futuro.

11/30/08

Prólogo a «Frankenstein o el moderno Prometeo

PRÓLOGO A «FRANKENSTEIN O EL MODERNO PROMETEO»,

Portada

Portada

DE MARY SHELLEY

  • (Frankenstein o el moderno Prometeo. Mary Shelley. Col. Castalia Prima. Ed. Castalia. 2008. Madrid. ISBN: 978-84-9740-260-6)

M. Rosúa.

LA ÉPOCA. “Y seréis como dioses” (Génesis, capítulo III).

 

Esto promete la serpiente a Eva si come la manzana, que es la sabiduría, el peligro, el bien y el mal. El final del siglo XVIII y comienzos del XIX es el albor y despegue del mundo moderno, el de la ciencia, los derechos universales del hombre, la exploración ilimitada e infinita, la filosofía de la Ilustración y las grandes esperanzas en la mejora de la condición humana; es época de tolerancia y terror, del avance hacia lo desconocido y del vértigo de la libertad. Se especula sobre el origen de la vida y Luigi Galvani, físico italiano muerto en 1798, introduce el galvanismo, la idea de que en la chispa eléctrica reside el poder de animar materia inerte; el conde Alessandro Volta inventa la pila que lleva su nombre; Erasmus Darwin, abuelo del Darwin de la en su momento escandalosa teoría de la evolución de las especies, es físico y poeta y difunde su creencia en la posibilidad científica de dominar desde la génesis de seres humanos hasta las leyes del vasto universo. De hecho, el gran sir Isaac Newton, filósofo natural y matemático inglés que vive de 1642 a 1727, ya ha enunciado la Ley de Gravitación Universal, descubierto la composición de la luz, anticipado la teoría de los cuantos y establecido la dinámica que rige la evolución de los cuerpos celestes. Es tiempo de electricidad y magnetismo, Naturaleza y cambio, experimentos y revoluciones cuyos altos ideales de forjar un edén en la tierra pueden desembocar en terror, exterminio y fanatismos no menos peligrosos que los de épocas pasadas. Los fervientes defensores de la Razón conviven con el torbellino de exaltación romántica de la bondad primigenia, de abolición de límites, de conquista de la energía que es, a la vez, fuego divino, recurso inagotable, amor materializado y principio vital.

Pero ¿cómo crear dioses sin crear demonios? ¿Cuál es el precio del peaje hacia el maravilloso mundo que, por medio de la ciencia, apunta en una lejanía que pueden hacer próxima la simple decisión y voluntad humanas?. Estamos, en esa época-y en la nuestra-ante los hombres de diseño, a los que, por medio de la educación, la física, la química, la electricidad, la política, se puede fabricar. El filósofo francés Rousseau (1712-1778) ha plasmado en el Emilio la educación perfecta y defendido la idea del Buen Salvaje, el hombre todavía no corrompido por la sociedad, pero él mismo ha ido entregando sus propios hijos al orfanato. Robespierre, en la revolución francesa de 1789, ha instaurado eficazmente el terror en nombre de la igualdad, dirigido las matanzas, para acabar siendo guillotinado a su vez. Brilla el espíritu prometeico, el mito del Titán que robó el fuego a los dioses para llevárselo a los hombres y que, en su versión romana, volvió a recrear la humanidad modelando figuras de arcilla. El mundo moderno hunde sus raíces en el Renacimiento, la exégesis de la Biblia, los clásicos, la sabiduría acumulada por las Edades Antigua y Media, y lo edifican gentes muy cultivadas, de sólida formación humanística. En los gabinetes del investigador (de los que se denominaban filósofos naturales) y del estudioso, en los incómodos laboratorios, se trabaja con la ilusión y la inquietud del futuro inminente y de la adquisición de la verdad, con la meta del paraíso terrestre, con el temor a los monstruos y dioses que podrían quizás residir en ellos mismos.

 

 

 

 

 

 

MOVIMIENTO LITERARIO.-Nuestros monstruos.

 

Siempre ha habido monstruos rondando la literatura, el floklore, el arte; proyecciones de la imaginación individual y del inconsciente colectivo, explicaciones fabuladas de lo inexplicable, dragones, minotauros, esfinges y quimeras. Existe en la Edad Media la historia del Golem, leyenda judía sobre un sirviente modelado con arcilla y al que se infunde vida con invocaciones especiales del nombre de Dios. Pero la era moderna será la de nuestros monstruos, casi de la misma especie o de especies inteligentes, cercanas. Sus predecesores son híbridos: arpías, licántropos, centauros Produce especial terror la semejanza humana, el cadáver animado, el engendro bestial pero reconocible como producto abortado de la Humanidad. El relato de Mary Shelley recoge, asimila, transforma y proyecta a gran altura un género literario llamado al éxito y el consumo del gran público: la novela de terror. En el siglo XVIII aparece la que se llama novela gótica, que suele desarrollarse en castillos medievales en una atmósfera de misterio, seres sobrenaturales, doncellas en peligro, esforzados amantes, estancias lóbregas, tormentas nocturnas, sucesos pavorosos y secretos terribles. Buena parte de sus cultivadores proceden del mundo anglosajón, como A. W. Radcliffe, H. Walpole, W. Godwin, padre de Mary, o M. Lewis.

Pero la novela gótica no es sino un ingrediente menor en la confluencia de géneros literarios que se dan cita en la obra que nos ocupa. Lejos de enmarcarse en el simple relato fantástico, Frankenstein es fiel a su época: apasionadamente ilustrado y apasionadamente romántico. El Romanticismo vibra en cada página con la plasticidad de una pintura. La literatura de ese movimiento se caracteriza por la pasión y la desgracia, por la rebeldía y la soledad del individuo, por la ruptura con los convencionalismo, por la fe en el poder del valor, el genio y la voluntad. Sus historias transcurren en grandes paisajes en los que la naturaleza avanza majestuosa para ocupar el primer plano; sus protagonistas, de por sí extraordinarios, vagan por espacios desiertos, salvajes, tenebrosos o melancólicos, y, como los héroes de la tragedia griega, están abocados a un destino fatal.

Esto sin embargo coexiste con la herencia del Racionalismo y de las Luces por mucho que los románticos pretendan huir a lugares exóticos, lejanos, ajenos al mundo moderno. Se habla de galvanismo, medicina, astronomía, física; se discute en largas tertulias sobre esa misteriosa fuerza eléctrica que hace reaccionar a cadáveres. Se comenta, con toda inocencia, que, mediante descargas, al parecer se había logrado dotar de movimiento a un puñado de fideos. Con la literatura nueva cuyo terror nada tiene de simple, que no recurre sistemáticamente a lo maravilloso, podríamos hablar de una proto-ciencia ficción, de un precedente de ese género literario; mezclado con otro que es la novela filosófica, la fábula moral pero de final totalmente abierto a la consideración de cada lector. Todo esto nutrido de los grandes géneros de las literaturas y mitologías clásicas grecolatinas, de la Biblia y de las epopeyas de descubrimientos geográficos, y penetrado de los escritos e ideas revolucionarios sobre los derechos humanos, el desarrollo del hombre, la lucha contra la superstición, el atraso y la injusticia y la reflexión sociopolítica.

Frankenstein inaugura la genealogía de monstruos inquietantemente próximos, producto de sabios creadores o de un suceso trágico, mucho más terroríficos por su componente humano. Ya en 1816 lord Byron había dejado inacabada una historia que sugirió a Polidori su “The Vampyre”. Luego vendrán el Drácula de Stoker, el Mister Hyde de Stevenson, el horror en estado puro de Edgar Allan Poe, los monstruos inteligentes de Wells, procedentes de otro planeta. Llega a continuación el tiempo de la beatificación del pobre monstruo, de cualquier monstruo, sólo por ser marginal, minoritario y distinto, con perfecta indiferencia respecto a sus crímenes y víctimas, por parte de una sociedad acobardada ante el mundo y ante sí misma. Y hoy se abre el imprevisible horizonte de la ingeniería genética, de la clonación, imitación, infusión de la vida.

 

 

 

 

 

 

LA AUTORA.-Ser un genio a los dieciocho.

 

Se trata de una adolescente que ha huido a los dieciséis años de su hogar enamorada de uno de los mejores poetas de Inglaterra, Percy Bysshe Shelley (1792-1822), él también muy joven. Su esposa, Harriet tendrá el segundo hijo de Percy en 1814 y se suicidará en 1816, poco después de que lo hiciera Fanny, hermanastra de Mary. Mary, que había conocido a Shelley a los catorce años, podría haber disfrutado entre los suyos de un cómodo bienestar, pero eligió el azar, la audacia y el sendero que sus sentimientos le indicaban; vivió un amor grande y apasionado que la marcó de por vida, en un entorno maravilloso y rodeada de poetas excelentes, pero estuvo, desde muy pronto rodeada de muertes. En el verano de 1816 la pareja, otro gran poeta ya de prestigio, lord Byron, (cuya amante, Claire Clairmont, es hermanastra de Mary y la acompañó en su huida de Londres) y el médico y ayudante de éste, Polidori, pasan los días de lluvia y las noches tormentosas en la villa Diodati, junto al lago Leman. Las montañas de Suiza despliegan a su alrededor el magnífico paisaje que el grupo recorre en excursiones cuando el tiempo lo permite.. Durante las largas tertulias se habla de filosofía y medicina, de literatura y galvanismo, del origen de la vida y de los descubrimientos científicos. Pese a su juventud, Mary posee una muy seria formación humanística y una extraordinaria capacidad receptiva. En una velada Byron propone que cada uno escriba un cuento de terror. Sólo ella llevará la tarea a término. Tiene un sueño: Ve al pie de su cama a un trágico, espantoso monstruo al que se había infundido artificialmente vida. Al tiempo se gestaban en el vientre de ella hijos: se le ha muerto un bebé prematuro el año anterior y le ha nacido en enero de 1816 William, que morirá pocos años después y al que seguirá una niña, Clara, muerta al año. En su inconsciente yace el recuerdo de que su madre falleció tras darla a luz. Despierta y escribe, sin descanso. Y surge Frankenstein, profunda, estructurada, densa, muy lejos de la simple historia de terror. Desde el cruce de caminos y movimientos en los que ya la sitúan sus lecturas y estudios y su época, teniendo como rampa de lanzamiento la experiencia inmediata y la riqueza intelectual de aquéllos con quienes se mueve y el valor de su iniciativa individual, Mary ha sido elevada súbitamente a esa cumbre creativa a la que sólo se accede con la chispa del genio, tan misteriosa como la de la vida que pretende infundir Víctor Frankenstein.

Mary Wollstonecraft (1797-1851) es hija única de un escritor y filósofo político materialista, racionalista y anarquista, William Godwin, autor de “Investigación sobre la justicia política” y “Aventuras de Caleb Williams”, y de la escritora Mary Wollstonecraft, que fallece como consecuencia del parto y era autora de una “Reivindicación de los Derechos de la Mujer” que constituye el primer gran documento feminista. El viudo se volvió a casar con una chica de escasa cultura mucho más joven que él, con la que la hija no tuvo trato, y que acabaría poniendo fin a sus días. Mary contrajo matrimonio con Shelley en Londres, en diciembre de 1816, tras el suicidio de la primera esposa de éste. Percy morirá ahogado en 1822; poco antes había salvado con su pronta asistencia la vida a Mary, que se desangraba por un aborto. La viuda tiene veinticinco años. Siempre rechazará a los que pidan su mano; pasa penurias económicas, vive en Italia, viaja con el hijo que le queda, Percy Florence, por Alemania y muere a los 53 años en su Inglaterra natal. Además de encargarse de la publicación de las obras de Shelley, relató sus viajes y experiencias y compuso poemas y novelas, como “Valperga”, “The Last Man”, “Perkin Warbeck”, “Falkner” y “Rambles in Germany and Italy”, pero sus escritos de madurez nunca alcanzaron la altura de aquella obra de juventud concebida en los momentos más intensos de su existencia.

 

 

 

 

 

 

LA OBRA.-Monstruo malo/monstruo bueno.

 

Podría haber sido uno más entre los miles de cuentos de miedo, una historieta de fantasmas, seres diabólicos o bestias insólitas aderezada con las indispensables gotas de aventura amorosa, desafío, torreones y tesoros. Pero resultó una obra de esa envergadura que traspasa la línea del buen oficio para situarse en el selecto círculo de la excelencia y la fama. Frankenstein o el moderno Prometeo pertenece por derecho propio a la galería de personajes que, salidos de la ficción, han adquirido una entidad que sobrepasa a la de sus autores y a los seres reales, como también ocurre con don Quijote, la Celestina, Julieta, Otelo, don Juan o Hamlet. Y ello no es casual ni reside en una faceta o en algunas páginas; es el fruto de un equilibrio entre el fondo y la forma, de una adecuación del elemento narrativo y de la disposición de las palabras que sorprendió y sorprende en una obra primeriza y se encuentra a veces en poesía pero raramente en prosa.

El título procede de una antigua ciudad de Silesia (hoy Zabkowice Slaskie), hogar histórico de la familia Frankenstein. Mary conoció a uno sus miembros y el recuerdo fue lo suficientemente poderoso como para dar nombre a su relato (es dudoso que la familia haya apreciado que su nombre pase a la posteridad como el de un monstruo horrendo). La novela se extiende en círculos concéntricos autobiográficos en boca de distintos personajes, que toman a veces forma epistolar y engloban diálogos, descripciones, meditaciones, monólogos, historias dentro de historias, y cuyo punto central es la voz del monstruo cuando pasa, en los capítulos situados en la mitad del libro, a relatar su propia biografía desde el instante de su iniciación vital. La narración se va apoyando en dualidades de las que la principal y más trágica es la tensión entre el monstruo y Víctor, las tragedias simétricas de creador y criatura, perseguidor y víctima. El primer círculo que encierra al resto es las cartas y anotaciones de Walton, semejante al Víctor joven (y a Clerval) en audacia, nobleza, ilusión y juventud. Él es albacea y testigo de cuanto la novela contiene pero no es un mero recurso literario; tiene personalidad, meta y aventura personal, pronto eclipsadas por la fuerza de la historia del doctor Frankenstein. A través de Walton toma aquél la palabra, y a través de Víctor la toma el monstruo. La segunda mitad del libro sigue, a la inversa, el mismo proceso, de forma que el narrador que la abrió cierra la historia. A lo largo de ella se ha sabido mantener el suspense, la certidumbre del final fatal pero la incertidumbre respecto a su progresión, la cadena de asesinatos y el desenlace. El todo está presidido por la idea de la fracasada creación, un remedo de la función divina, una copia del Génesis en la que Víctor es Dios y su criatura una mezcla del Hombre expulsado del Paraíso y de Satán, el ángel caído.

Con toda su carga de referencias religiosas, mitológicas, griegas, latinas, científicas, literarias, esta obra es sin embargo totalmente original, avanza hacia la pesadilla, hacia los ojos del monstruo, y entra en él para descubrir una bestia que lee y razona, un infierno de soledad y horror de sí mismo, una tragedia cuyo desenlace no puede ser sino la destrucción de todos los implicados.

 

 

03/29/07

Gaceta de los negocios-Entrevista-2007

Entrevista en LA GACETA DE LOS NEGOCIOS, por Alfredo Urdaci. Jueves, 29 de marzo de 2007

 

 

LA GACETA

 

 

MERCEDES ROSÚA, PERIODISTA Y ESCRITORA

 

“La Logse fue una opereta para que los mediocres acapararan el espacio”

 

 

CODOS Y BECAS

Nació en Chamberí en 1943. Y allí vive todavía, a pesar de que ha viajado por todo el mundo. Antes de que el 68 despertara la curiosidad por Europa en su generación, ya vivía en París. Confiesa que se fue por un impulso de conocer. Fue una niña enfermiza en una familia de clase media. Estudio gracias a codos y becas. Se fue a París a servir y a estudiar; pronto estaba dando clases. Y luego fue dando saltos: a Túnez, Bruselas, China. La China de Mao, la del 73, en plena revolución cultural. Es catedrática de Lengua. Ha escrito “El Archipiélago Orwell” y “Las clientelas de la utopía” (Ed. Unisón).

 

 

Alfredo Urdaci

 

Antes de que uno termine la pregunta ya lleva dos minutos de respuesta. Habla claro. Primo Levi comparó a los seres humanos con los elementos de la tabla periódica. Rosúa sería un gas, por su capacidad de estar en todas partes, por una curiosidad que la lleva a ocupar todo el espacio. Al término de la entrevista es ella la que comienza a preguntar. Pero de momento a ustedes y a mí nos interesa lo que cuenta de su experiencia del totalitarismo.

 

¿Qué demonios hacía usted en China el año 73?

Fui a dar clases de español. Estaba en Bruselas y formaba parte de una asociación de amistad con China. Me seleccionaron para ir a Xian. Pasé un año. Me echaron. Tenía demasiada curiosidad y decía lo que pensaba. Nunca he visto nada igual. El totalitarismo en todo su esplendor. Era un ansia desmedida por crear una religión laica, que son las más peligrosas.

 

La realidad según Orwell.

Exacto. En el totalitarismo las palabras significan lo contrario de lo que dicen. Se rapta el lenguaje. Lo que vivimos ahora es heredero de aquello. La paz no significa paz, el progreso es una involución…

 

Y regresa a España, se hace profesora y vive la evolución de la enseñanza pública.

La enseñanza pública ha sido destruida. Antes había profesores especializados por materias. Teníamos un bachillerato de calidad. Se impuso la Logse y se acabó. Todos podían hacer de todo. Fue una reforma para satisfacer a las clientelas políticas de la izquierda, a los sindicatos.

 

Algo tendría la ley para que se aceptara…

Una fachada de revolución cultural. La Logse fue una opereta antielitista, una forma de aplastar todo para que la gente más mediocre y peor preparada ocupara todo el espacio. Hemos privado a una generación de su herencia cultural.

 

El profesorado se queja, dicen que tienen poco dinero.

Nunca han tenido tanto como ahora. La Logse fue un enorme negocio para algunos. Se editaron textos malísimos. He tenido en mis manos un texto de Lengua Española en el que no había una línea de Mío Cid y sin embargo se dedicaba una página al esquema de la espinilla.

 

Leo en sus libros que usted no cree en el cheque escolar.

¿Se imagina a los musulmanes enviando a sus hijos a escuelas coránicas? La crisis de la enseñanza a quienes más perjudica es a los inmigrantes y a las clases bajas. Cuando yo era niña mi contacto con la antigüedad clásica se dio gracias al latín, el griego y el arte. En mi casa no había enciclopedias.

 

¿Cómo se nota esa boba ideología de la Logse?

Por ejemplo, cuando en una redacción un alumno habla de la tigresa como de “la compañera sentimental del tigre”.

 

Fantástico.

Antes la gente se arriesgaba a la utopía. La cultura vive en nómina del Estado. Y regalan el oído a la gente. Evitan decir cualquier cosa que inquiete a los electores, no vaya a ser que pierdan la subvención.

 

Pero parecemos más tolerantes.

No. Nuestra tolerancia es pobreza ética. Los más pobres son los que terminan por pagar memeces como la Alianza de Civilizaciones y el multiculturalismo.

 

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11/28/06

Prólogo a «La Guerra de los Mundos»

Portada

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PRÓLOGO A «LA GUERRA DE LOS MUNDOS», DE H. G. WELLS.

  • (La Guerra de los Mundos. H. G. Wells. Col. Castalia Prima. Ed. Castalia. 2006. Madrid. ISBN: 84-9740-182-4)

M. Rosúa

LA ÉPOCA

 

¿Qué son esos marcianos? pregunta el desconcertado párroco al protagonista de La Guerra de los Mundos en el capítulo 13 de la primera parte, y éste le responde ¿Qué somos nosotros?. La respuesta resume una época. Es vieja como el hombre en el mundo, pero a finales del siglo XIX adquiere una nueva dimensión. La revolución industrial y técnica, que ha cambiado como ninguna otra después del descubrimiento de la agricultura, la faz histórica (e incluso, en parte, la física) de la Tierra, parecía haber comenzado a entregar, en un proceso imparable, las claves del universo, la felicidad y prosperidad infinitas, para todos, para unas multitudes que, gracias a los avances de higiene, alimentación y medicina, se multiplican con cifras demográficas vertiginosas. Y he aquí que esta hermosa manzana de descubrimientos y de ciencia guarda un corazón amargo, da mucho que pensar, tiene un precio, que es la pérdida de la vieja seguridad de ser los elegidos de Dios, los reyes de la Naturaleza, el centro, en fin. El ser humano se ve lanzado, con la pequeña esfera en la que vive, a un oscuro espacio infinito en el que pueden haber existido, existir o aparecer seres semejantes, distintos, superiores a él.

Londres es el centro-al que se suma a gran velocidad Estados Unidos-de redes de comunicación, comercio, flota marítima y experimentación aérea, ferrocarriles, exploraciones de zonas del planeta todavía no cartografiadas. Las ciudades comienzan a iluminarse con gas y electricidad, a tomar el perfil del futuro gracias a la ingeniería. Se logra dominar epidemias y enfermedades, como hará Sir Alexander Fleming, quien, con el descubrimiento de la penicilina en 1928, salva cada año millones de vidas. Con sus estudios de neurología, Santiago Ramón y Cajal sienta las base del estudio del funcionamiento del cerebro mientras Sigmund Freud se adentra en los subterráneos de la conciencia y del psicoanálisis. Es tiempo de exploración infinita, de dudas que no impiden la iniciativa, la fe en la razón y en el esfuerzo. T. H. Huxley se declara agnóstico y defensor de Darwin; pone en tela de juicio cuanto no se sabe por experimentación científica y análisis lógico, pero sitúa la ética por encima del materialismo y cree que el progreso puede obtenerse mediante el control humano de la evolución. Su nieto, Aldous Huxley, publicará en 1932 un libro profético sobre un siglo XXV regido por la manipulación genética: Un mundo feliz. Albert Einstein cambia para siempre la Física y nos sumerge en un universo relativo donde el tiempo está ligado a la velocidad y la masa a la energía. Se rompe el núcleo atómico.

Se extienden los sistemas de gobierno abiertos, representativos y parlamentarios, pero al tiempo crecen de forma amenazadora militarismos y nacionalismos. Simultáneos a la esperanza en el progreso, la justicia, los derechos humanos, la democracia y los grandes movimientos sociales, surgen, en los siglos XIX y XX, las ideologías y sistemas totalitarios (fascismo, comunismo) que van a desembocar en ruina, guerras, represión, millones de muertos y completa negación del individuo y su libertad. Las utopías del Superhombre, de la Raza Elegida, de la Clase Social Justa e Infalible, de la Vanguardia del Proletariado y el Igualitarismo forzoso arrasan las vidas y las conciencias.

En este final del siglo XIX de grandes prodigios y de grandes preguntas se escribió La Guerra de los Mundos.

 

 

 

 

EL MOVIMIENTO LITERARIO: LA CIENCIA-FICCIÓN

 

Expresión, vanguardia y fruto de la época de los inventos y de la configuración del mundo contemporáneo, surge en el siglo XIX un género de narrativa que deja volar la fantasía pero que se vale de los materiales científicos que tecnología, investigación y experimentación le ofrecen. No carece de precedentes esporádicos, de relatos que sueñan con ciudades utópicas, viajes astrales, reinos perdidos y aventuras submarinas, pero éstos no tienen pretensión alguna de rigor y en ellos la trama sirve con frecuencia de metáfora y soporte para ideas de tipo filosófico, religioso o político, o constituye un simple divertimento para el lector. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, aparecen a comienzos del siglo XVIII, Sir Thomas More (Tomás Moro) ha descrito dos siglos antes la ciudad-estado ideal, Utopía, ya tratada por Platón en su República y presente en los mitos de la desaparecida Atlántida y de la Edad de Oro. No falta tampoco la contrapartida catastrófica, comenzando por la inmensa influencia, desde el siglo I, del Apocalipsis, de San Juan, la visión de un periodo final en el que monstruos descendidos del cielo destruirán a los habitantes de la Tierra. Hay algo de esta ansia persistente de anticiparse al futuro que llega, desde entonces, hasta nuestros días.

Pero la ciencia ficción como tal es fenómeno literario de una época precisa, que no en vano es también la de la novela realista y naturalista, y responde a la curiosidad y voracidad de millones de lectores, a una sociedad que cambia a ritmos vertiginosos y en la que, sobre todo desde mediados del siglo XIX, la ciencia ofrece en cascada maravillas que superan a los más atrevidos vuelos de la imaginación. El término ha adquirido hoy, con la proliferación y banalización del uso, un tinte superficial que no refleja ni su valor real ni sus orígenes. Los grandes escritores que se dedicaron a él eran lectores incansables, pensadores con frecuencia profundos, emplean en la recopilación de información científica, social, técnica y geográfica buena parte de su tiempo y siguen con pasión el ritmo de descubrimientos, exploraciones, experimentos y aplicaciones prácticas. Hay un gran componente de razonamiento, aporte de datos, afán pedagógico e informativo y reflexión política y filosófica en sus obras. Más que de ciencia ficción, el escritor Jorge Luis Borges gustaba de hablar de fantasías de carácter científico o imaginación razonada. Julio Verne, de quien se cumple en 2005 el centenario de la muerte, fascina desde 1863 (Cinco semanas en globo) con una larga serie de títulos inolvidables: Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna, Viaje al centro de la Tierra, La vuelta al mundo en ochenta días, La isla misteriosa…Verne describe minuciosamente naves, submarinos, máquinas, paisajes e instrumentos, ofrece cálculos, sitúa, proporciona referencias, y lee a diario todo tipo de revistas y libros especializados en las diversas ramas del saber. El término anticipación o futurista no es en esta literatura exacto, porque generalmente lo que hacen estos autores es prolongar, con los elementos que ofrece su época, las posibilidades humanas y darles un perfil previsible, se trata de un futuro que está, generalmente, ahí y ahora.

Wells nace ya más cerca del siglo XX , le separan de Verne, entre otras cosas, una notable diferencia generacional (muy importante en periodo de tal aceleración histórica) y una hondura intelectual realzada por el talento literario. Ambos son los grandes escritores de este tipo de literatura, pero llueven a continuación libros y autores. Son importantes revistas como Amazing Stories (que aparece en 1926) y Astounding Science Fiction (1937). El estilo periodístico, favorecido por las corresponsalías de las Guerras Mundiales, se mezcla a las fantasías y especulaciones sobre un desarrollo tecnológico que coloca en primer plano la conquista del espacio exterior, el microcosmos atómico y la ingeniería genética. Es el territorio de escritores de ciencia ficción ya clásicos, como Isaac Asimov, Stanislaw Lem, Arthur C. Clarke o Ray Bradbury. El británico George Orwell, inspirado por la manipulación partidista de la Guerra Civil española y por el totalitarismo comunista silenciado por la mayor parte de los intelectuales de su tiempo, describe el presente en forma de fábula en Rebelión en la granja (1945) y el futuro próximo en 1984, que en su momento-aparece en 1949-era una novela de anticipación.

Los relatos de ciencia ficción pasarán inmediatamente a la radio y al cine. En 1902 se estrena la versión cinematográfica del Viaje a la Luna de Verne, producida por Mélies y en 1953 La Guerra de los Mundos, del realizador Byron Haskin, obtiene el óscar de efectos especiales. Metrópolis, 2000 la odisea del espacio, Alien, La Guerra de las Galaxias, son otros tantos hitos de un género al que el progreso del conocimiento científico y el aporte tecnológico de datos reales no han privado de la fascinación que evidentemente continúa ejerciendo sobre espectadores y lectores.

 

 

 

 

EL AUTOR

 

A finales del siglo XIX un profesor británico, tras licenciarse en Biología, continúa ganándose la vida en el oficio de la enseñanza, pero la patada, al parecer no fortuita, de un alumno le produce una lesión en los riñones que, para bien de la literatura, le hace abandonar las aulas. El nombre del agredido (la Historia no recoge el del agresor) es H. (Herbert) G. (George) Wells. Ha nacido en el pueblecito de Bromley, condado de Kent, en 1866, ejercido algún oficio y obtenido, por su brillantez intelectual, una beca en la Normal School of Science de South Kensington, donde imparte clases T. H. Huxley. En Londres sale adelante los primeros tiempos con gran dificultad, abriéndose camino en el periodismo, historias cortas y libros de texto de Biología y Fisiografía, pero la publicación de La Máquina del Tiempo, en 1895, inaugura su carrera de escritor. Suceden a esta obra La isla del doctor Moreau (1896) y La Guerra de los Mundos (1898). Aunque lo más conocido de Wells son las novelas de ficción científica y relatos breves, escribe también libros de realismo social, una autobiografía y varias obras de corte filosófico y educativo como la Breve Historia del Mundo. Una parte importante de su trabajo se centra, sobre todo desde 1900, en ensayos sociológicos y políticos como Anticipaciones o Una utopía moderna. Su optimismo sobre un socialismo liberal generalizado y un gobierno mundial se ensombrece con la observación de las tensiones y grandes crisis que prometen conflictos de creciente envergadura. Wells, que posee una sólida formación científica, notable inquietud social y profética visión del XX, prevé la bomba atómica en El mundo liberado, publicada en 1914, y la gravedad del peligro que la Humanidad corre en La mente al borde del abismo, que aparecerá en 1945, un año antes de su muerte.

Es hombre que practicó, enfrentándose a los prejuicios de su época, tanto la libertad intelectual como la personal. Divorciado de su primera esposa, su prima Isabel, se fugó con una de sus alumnas, Amy Catherine Robbins, con la que luego contrajo matrimonio, y mantuvo más tarde, para gran escándalo de la conservadora sociedad británica, una relación notoria con Rebecca West, de la que tuvo un hijo. Fue ésta una mujer singular, escritora angloirlandesa autora de novelas psicológicas, periodista y crítico literario.

Mientras que Julio Verne es el brillante divulgador apto para todos los públicos, con Wells estamos ante un pensador y escritor de calado que analiza su época presente y traza proyecciones pasadas y futuras, hasta el postrero y mortecino atardecer de una vieja Tierra donde ya ha desaparecido hace millones de años el último ejemplar de la especie humana. Tiempo y darwinismo son esenciales en su visión de una evolución continua regida por la adaptación al medio, la memoria acumulada y la supervivencia. Sin embargo él, y sus protagonistas, se yerguen contra el determinismo material, presentan batalla y luchan, pese a todo, por lo que consideran necesario, valioso y humano.

 

 

 

 

OBRA: LA GUERRA DE LOS MUNDOS

 

Desde su aparición, en 1898, La Guerra de los Mundos ha ejercido fascinación indudable primero en los lectores, después en todos los medios de comunicación. Es célebre la anécdota de su retransmisión en Estados Unidos durante la noche de Halloween ,en 1938, en un programa de radio, por el célebre actor y director cinematográfico Orson Welles. Resultó tan convincente que causó pánico generalizado, huidas, atrincheramiento en refugios y cientos de llamadas a la emisora por parte de ciudadanos persuadidos de la realidad de la invasión marciana. La fascinación, como lo prueban las adaptaciones cinematográficas, continúa.

La Guerra de los Mundos es una narración para la que se ha escogido el estilo autobiográfico de un intelectual (que tiene mucho de Wells mismo) al que las circunstancias han convertido en corresponsal de guerra. Las consideraciones generales se mezclan con los hábitos privados, algunos muy british (en plena conmoción por la caída del objeto extraterrestre el protagonista se va a su casa a tomar el té). Está estructurada con una arquitectura cuya perfección contrasta con el aparente descuido de una escritura rápida, de léxico repetitivo e hincapié en las mismas imágenes literarias. La habitual práctica en la época de publicar relatos por entregas en prensa y revistas se refleja en esta obra, de capítulos breves y suspense final mantenido en espera del número siguiente.

La Madre de las Ciudades, como en la obra se la denomina, Londres, enorme en habitantes, peso político y actividad comercial e industrial, constituye de por sí un protagonista de la novela, y los capítulos centrales, en los que se relata el precipitado éxodo de seis millones de personas, son con razón considerados una de las mejores descripciones que nunca se han hecho del pánico y huida de masas. Wells se supera a sí mismo en la hábil, progresiva y minuciosa descripción del colapso del edificio social, de la ruina material y moral de una sociedad altamente civilizada confrontada, en un tiempo récord, a la amenaza incontrolable de la muerte que, de forma apocalíptica, llueve del cielo y se concreta en armas invencibles. En los individuos afloran los peores y más bajos instintos, pero también existen altruismo, nobleza y espíritu de lucha, como se ve en la actitud del hermano respecto a las mujeres que ayuda, en el carácter práctico y valiente de una de ellas (contrapuesto a la histeria inútil de la otra mujer, para la que cualquiera ajeno a su pequeño medio ambiente es casi un marciano) y en el intento de los poderes públicos, gobierno y ejército por oponerse, pese a todo, al invasor y por ayudar a la población civil. Hay también esperanza en la capacidad humana de rápida recomposición, tras la muerte de los extraterrestres, del tejido social.

La obra se cierra como comenzó, con una larga reflexión (en forma aquí de epílogo) sobre la experiencia vivida y sus secuelas, el lugar del Hombre en el Universo y la definitiva pérdida de la inocente seguridad en la protectora evolución del Progreso. Un final muy propio de una época en la que Wells percibe la oscura gestación de las utopías y conflictos asesinos que arrasarán el siglo XX.

 

10/6/89

LA BALSA (CUBA, 1989)-INÉDITO

LA BALSA  (CUBA, 1989)

(LA BALSA perteneció, y pertenece, al limbo de los libros no publicados. Es fácil, leyéndolo, comprender por qué).

PRESENTACIÓN DE LA BALSA

Perspectiva interna.

Perspectiva interna.

 La Balsa es el relato, tan verídico como literario, de un lento y hondo viaje por Cuba. Hay algo terrible en su intemporalidad, en el hecho de que los calendarios deshojados desde entonces no le hayan restado un ápice de vigencia. Porque nunca es inocua la suspensión del tiempo: Sea se efectúa un salto al territorio puro-y deshabitado excepto por el pensamiento-de la poesía, la ciencia o la metafísica; sea el barco se encenaga con su indefensa tripulación en un limbo sin puertas plagado de naves varadas y de espejos furiosamente rotos.

La autora de La Balsa decidió dar la vuelta a la isla pagando con dinero local, en transporte público y alojándose en casas que iba encontrando al hilo de los encuentros. Desde el primer momento el hecho de saltar del status turístico y sus circuitos bien establecidos y engrasados, y zambullirse en la vida de la gente corriente significó pasar a otra dimensión, en todo ajena a los folletos publicitarios y a las alegres historias de vacaciones caribeñas, ron, zafras divertidas, canciones revolucionarias y mulatas. De uno a otro extremo, del interior hasta las playas, por la jungla y por las plantaciones esquilmadas de la isla, la constante-mortecina, ansiosa, indolente, ruidosa pero apagada por la falta de expectativas-se repetía como un hilo gris que enhebrase lugares y personas y los uniera, sin saberlo ellos, con otros conocidos por la viajera, separados por miles de kilómetros pero semejantes en el sistema, en el blando e implacable entramado de su cárcel. Allí, en Centroamérica, la concha oscura se ajustaba a un extremo y otro y a la breve cintura del país que se extendía sobre el cálido mar. El cielo era también un techo bajo; irradiaba hacia el exterior la luz inagotable del trópico pero mantenía cubierta a una masa viva cansina y hecha al trapicheo y a la inexistencia de aire libre, maestra en sorber y aprovechar la misma sustancia, acostumbrada a recibir en forma de eco las noticias del espacio exterior.

La puerta es el mar

La puerta es el mar

Cuba resultó ser, de todos los países, el más triste. Los había más trágicos, más hambrientos, mutilados, herméticos, peligrosos. Pero Cuba era la más triste precisamente por su calor, su afinidad y su cercanía, por su cordialidad y sus sonrisas, porque estaba programada para el gozo y pintada a la medida de los consumidores de mitos ajenos, por el contraste entre el paraíso multicolor y la rutina sin esperanza que la impregnaba entera, por la capa de engaño y servidumbres, por la humillación mendicante que a sus habitantes imponía la presencia allí mismo, siempre al lado, de un nivel de vida y de bienes al que sólo el extranjero y la divisa tenían acceso, por los huecos enormes, nunca mencionados, de fracaso, muerte y ausencia de cuantos huyeron o se hundieron en el mar.

La tristeza de la percepción de Cuba se quedó pegada a la piel de la visitante, permaneció en su lengua como un inconfundible sabor que todas las frutas y mojitos del mundo no bastarían para disipar, se unió, indisoluble, a la especial vergüenza de la percepción de la desgracia de un vecino tan semejante en aspecto y en lengua que podría ser uno mismo, ése cuya desgracia (obra de muy concretos culpables) ignoran y sobre el que mienten los que visitan fugazmente su casa, aquéllos para los que siempre montarán las dictaduras una fiesta.

Nombres-Ciego de Ávila, Holguín, Baracoa, Camagüey, Santiago, Trinidad-, personas, ojos, frases, manos, miradas. Carreteras y lentas paradas en ruta. Risa y relatos menos risueños que discurren en la duermevela de los autocares o el cuarto de estar de las viviendas, mientras se hojean libros de texto que ofrecen como historia una curiosa mezcla de tebeos de hazañas bélicas y de enfrentamiento galáctico de las fuerzas del Bien y del Mal, con Inmortales Salvadores incluidos. Y por todos los lugares una realidad que los visitantes, empeñados en preservar (eso sí, lejos) el deseable paraíso simplemente no veían, una Cuba cuya dimensión simplemente atravesaban ignorándola.

La balsa continúa bogando, quieta, sin llegar a sitio alguno jamás.

 Rosúa

 

 

LA BALSA

 

 

 

Mercedes Rosúa Delgado

                                   INTRODUCCIÓN

 

Hay viajes alrededor del mundo, caminatas minuciosas por el más amplio círculo de la Tierra en las que, al final, se vuelve a poner el pie en la huella que al partir se dejó. Hay incursiones de desigual extensión, vagabundeos lánguidos, flechazos en la lejanía. Sin hablar de la oferta, creciente y generosa, de túneles del tiempo, pasillos de acero que depositan bruscamente al espectador y su cámara frente a la Alta Edad Media, la horda cazadora, el temeroso rito mágico, las heladas aguas del regato donde sumergen las mujeres una colada intemporal.

Os he recorrido, caminos de las canciones y de la pura sed que sólo el bebedor de distancia conoce. He marchado en dirección al sentido de las agujas del reloj y al contrario, he seguido el desfase insomne de los meridianos, los soles tardíos, las noches como un suspiro entre rosa y rosa. Otros también se desplazaban. Y los rozabas y los perdías en el cabeceo sobre las crestas y en los senos de las olas, en el chapoteo sobre un espacio y un tiempo por fuerza amargamente limitado.

Muchos sumaban, plegaban y guardaban experiencias, rostros, perspectivas. Cabrían circuitos fotográficos organizados según el más puro respeto a la ecología étnica y al pluralismo cultural en los que recobraría el visitante el perdido gusto de antiguas prácticas sepultadas por la invasión insípida de la técnica y la civilización: lapidaciones en Afganistán, animadas y multitudinarias mutilaciones de fiesta fin de semana en Arabia Saudí, sensuales y ancestrales ablaciones e infibulaciones en el Cuerno de África, sacrificios de quinceañeras en el rincón más lejano de la espesa selva maya. En estas giras, que probablemente ya se hacen aunque con discreción, el público se sentará muy cerca pero en total silencio sólo roto por el funcionamiento de las cámaras, y le llegará a los labios, como un recuerdo de generaciones pretéritas, el sabor de la sangre, de los cultos y las sumisiones antiguos, del dolor, el  temor y lo desconocido.

En mi caso la fiebre de la partida llegó con la puntualidad de las aves, como se alzan los ojos al cielo y se descubre la única patria -la inexistente-, aventurándose hacia allí. Nunca los viajes son ya el primer viaje, el que sabía a cuero, a humo, a cuenco con un líquido desconocido. Por él se caminaba con las manos extendidas, no para asir el vídeo, sino para romper, cambiar, llegar al corazón de las cosas, sorber su zumo, compartirlo, con violencia, paciencia y torpeza. Alrededor del mundo se iba cuando éste era una gran esfera vaporosa, mezcla de sombras y luz, surcada por tiempo y espacio. Luego, como una estrella que se comprime, la Tierra condensó su materia en atajos, mensajes y cartografía, se colapsó en el escaso perímetro de las necesidades personales, las evasiones y quizás los sueños. Hoy el viaje es alrededor de una experiencia individual.

Cuba fue otra cosa. Primero sació momentáneamente el hambre de desplazamiento y camino. Luego, enseguida, impuso una presencia tan cercana que impedía las descripciones, me guió con una brusquedad no exenta de ternura, con un deje irresistible de gracejo familiar. No fue un viaje en el sentido anterior de la palabra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El avión era una fiesta.

 

 

Bruselas, con su neblina, parece tan aburrida como siempre, en el aire y en tierra, y su verano habitual, opaco, tapa piadosamente el no deseado perfil de mis recuerdos.

-Vamos a Cuba, hermano.

Eso dice Arlette, una parisina que, sin venir mucho a cuento, explica, en la obligada espera del embarque, que es pintora, que busca lo genuino, la luz, los colores. Enseña un cuaderno de dibujo; también a “su hombre”, un veinteañero. Y se cree obligada a añadir que las diferencias de edad -ella se aproxima a los cuarenta- no importan porque lo que cuenta es el corazón. Su hombre asiente, asiente mucho, con gestos de seguridad para mostrar el lugar que ocupa en esa nueva vida adulta de pareja. Qué maravilla empaparse de libertad y ritmo, qué ganas de llegar y unirse a los compañeros como los muchos amigos latinos que tienen en París. Jean Eric toca el bongo. A su mujer le encanta la música afroantillana. Arlette abre el cuaderno; quizás dibuja, en fondo naranja, un brillante jarrón nuevo con un ramo de rosas de otoño.

Advertí entonces la peculiaridad del destino de mi viaje: Cuba no existía  ni había existido jamás. Era una larga interrogación que flotaba en el mar, una balsa ardiente, horizontal, geografía de ideas, proyección de sueños, la más cercana lejanía que se habían podido pagar los modestos degustadores de la comunidad idílica. De entre todos los países exóticos que anteriormente había recorrido, Cuba era el único a la vez familar y ajeno, enormemente otro pero desde luego vecino de patio. Estaba allí para saciar la sed de diferencias, rebeldías e insumisiones; un mojito de desafío a los grandes de este mundo. A Cuba, una vez nombrada -sin duda a su pesar- buque insignia, no le cupo más que ver pasar el tiempo para ella detenido, cabecear dulcemente amarrada a los bajíos, presa de los interminables discursos y el agua caldosa. Era una isla cruzada por mil caminos que a la viajera de rutas largas y remotas le parecía sin embargo inexplorada. Se trataba de buscar su existencia, levantar la alfombra con dibujos del Caribe. Tenía que recorrerla sola, penetrar bajo su piel pagando en dinero cubano, buscando alojamiento en casas particulares, moviéndome en ese terreno de vagos confines del que no es ni nacional ni extranjero, delatada por mi castellano adusto, protegida por la casa común de las palabras.
 

En Cubana de Aviación desaparecía la Europa de los ochenta para comenzar el salto hacia muchos años atrás. El avión, de asientos y redecillas desvencijados, rezuma vapor de forma que el pasillo adquiere perfiles angélicos, con la nube de la presurización a media altura. No hay instrucciones –ciertamente inútiles- para emergencias.

-El cristal de la ventanilla está roto- indico a la azafata.

-Siempre viajamos así. No hay cuidado. Es doble.

Me dirige una gran sonrisa tranquilizadora y tamborilea en la claraboya con los nudillos. Me ajusto más el cinturón de seguridad.

El aparato se eleva, milagrosamente, y mantiene su vuelo con un silbido atronador. Hay presión en los oídos y zarandeo. El pasaje incluye una gama de deportistas y músicos que va del negro ébano a los ojos azules y los nombres vascos. Escala técnica en Alemania del Este.

Película en blanco y negro: el aeropuerto de Berlín como podría haber sido en los mejores tiempos de la Guerra Fría, un aeropuerto siniestro bajo el siniestro cielo, surcado por escasas naves grises con nombres de países cerrados y tristes. Se posa un aparato de China Popular, transitan camiones y jeeps del ejército, se perfila una lejana construcción átona de dos piezas. Podría haber espías con gabardina y sombrero flexible, bogarts y leCarrés que miran el último avión desaparecer por la pista.

Aunque un tanto escatológico como indicador, el papel higiénico es un índice indudable de la penuria o prosperidad económica. La España de la postguerra estuvo largo tiempo empavesada de los ásperos rollos de El Elefante, que marcaban tristes atajos entre la harina de almortas y el olor a zotal. En Berlín Este los lavabos tienen en el w.c. un papel increíblemente desagradable y fuerte rosa-pardo, los cubículos son estrechos, sucios, con puños de pelusa en los rincones e instalaciones rotas; las jaboneras están vacías, el secador de manos es simbólico, la tienda libre de impuestos depauperada y el restaurante ofrece un plato único de salchichas y mostaza con una lonja de pan rancio y cerveza caliente.

Nadie hubiera dejado de saltarse el muro.

(A la vuelta me enteraré de que una masiva ola de transfugas ha aprovechado la apertura y la ocasión para pasar a Berlín Oeste. Sabré luego que el Muro ha dejado de existir).

Despegamos de nuevo. Jolgorio general. A Cuba me voy, hermano. A Cuba me voy. El avión lanza ciertamente extrañas señales a la pantalla de seguimiento y a la caja negra: Su parte trasera está ocupada, durante horas, por una multitud de cubanos -y aficionados- que cantan, bailan, tocan reales e improvisados instrumentos (¡Qué ritmo el del portaequipajes golpeado por un mulato, el de la lata de coca-cola tecleada con dos dedos, el de esa maraca como un armadillo de madera rallada!). El pasaje va profusamente regado con ron, que corre, no ya en cubatas, sino en botellas generosas. Ingleses emocionados hasta las lágrimas por la libertad de la barra libre, alemanes aspirantes a cooperar en alguna zafra, espontáneos de Guantanamera y la Bamba, todos se zambullen en la anticipación de la conga. Arlette, con entusiasmo evidente, y bastante mala sombra, baila de pie sobre su butaca. El avión es una fiesta y se bambolea al ritmo de los pies.

Última escala. Gander, en su isla de Canadá Newfoundland, avanzadilla de la Península de Labrador, se revela como un panorama de lagos y un encaje de tierra lleno de belleza y aire claro, euforizante, delicioso, toda espacio y horizonte vasto, solitario y puro, con franjas de árboles verde-azulado en anchas, lejanas ondas. Las nubes son también horizontales, el sol ártico, el aeropuerto tranquilo pero acogedor, neto y sonriente.

Voy hacia su opuesto, no sin la melancolía que su simple vista, el adivinado sabor de su extensión, me dejan en el alma. Allí habrá siempre nieve que nadie haya pisado jamás, habrá plantas sedosas de pétalos celeste. Allí no hay recuerdo alguno, ni bocas que llamen a las cosas con mis mismos nombres. En ella me esperaba una copa transparente, un licor  de altura y cristal.

Gander es un primer escalón de países impolutos, blancos y azules, de zonas de gran pesca y pequeñas flores y tiene un nombre límpido y hermoso.

 

 

 

 

 Las dos Cubas

 

La Habana

-Esto es una cárcel., toda la isla es una gran cárcel.

Este hombre no está para congas. Es un tipo sacado de novelas, que habla de novelas y como en las novelas, de mediana edad y ojos inquietos, brillantes y tristes, que continuamente exhala un análisis amargo del presente, un balance insatisfecho del pasado y, empero, esperanzas de huida y vida nueva en el futuro.

Estamos en La Bodeguita del Medio, a la que el parentesco con Hemingway incluye en todos los intinerarios de visita de la capital. Allí iba este hombre a ver extranjeros, que era su única forma de viajar. Yo me iniciaba en la ciencia de los trueques, que, durante más de un mes, me permitiría vivir y sobrevivir en la Cuba real y cotidiana. Se trataba de hacer pedir mi consumición a un nativo, pagándole yo en pesos cubanos. para evitar que el establecimiento, al observar el acento foráneo, me exigiera dólares. En ese momento vivía una versión tropical del ¿Dónde dormirá esta noche? El día había transcurrido en inútil peregrinación por las agencias oficiales:

-No podemos facilitarle billete de autobús o tren para salir de La Habana.

Aseguraron Cubatur y Turismo Individual. En un país de monopolio estatal de transportes y áspera lucha, como para cualquier otra mercancía, para lograr plazas aquello era un augurio de inmovilidad.

-Está completo.

Los hoteles asequibles repetían la consigna de lleno total, sumándose a la estrategia de ignorar desdeñosamente al viajero que rechazaba deslizarse por el mundo del lujo para él previsto. La policía se preparaba para perseguir a los infractores de las normas de inmigración según las cuales se prohibe a los extranjeros el alojamiento privado.

-Ven a dormir a mi casa.

La oferta de Alfonso llega entre dos mojitos de hielo, menta y ron.

-Puedes tener problemas.

-Se verá.

En la bodeguita contó que era dramaturgo, escritor y director teatral, que tenía una compañera y un hijo de cuatro años, más dos adolescentes de su primera mujer, que murió como resultado de las quemaduras por la explosión de una cocina. Yo me pregunto si no es un turbio capo de la mafia local dispuesto a extraerme hasta la última de las preciadas divisas.

La calle de Alfonso se beneficia de la proximidad del casco histórico-turístico y de una visita de Fidel a la que precedió un somero pintado de fachadas. El edificio ha defendido su sólida arquitectura pero la escasez endémica no da a este espacio, de aceptable confort, un definitivo aire de hogar. En la nevera hay sólo dos botellas de leche, una patata pelada y abandonada – sin duda como cebo- hace varios días, medicamentos y un gran bloque de hielo. Las sábanas de la cama han sido remendadas hasta el infinito y el ajuar es somero, desparejo y usado. Nada parece haber sido nuevo ni querido jamás. Los enseres contrastan con la vasta estructura antigua de la casa y de algunas piezas de mobiliario, de la más noble madera y estilo español, que, cubiertas de rayaduras y roces, parecen sobrevivir a un naufragio.

Por la noche Alfonso saca, no armas ni estupefacientes, sino cuadernos de obras de teatro. Sobre libertad, barcos y palomas. Acordamos un razonable sistema de trueque a cambio del precioso alojamiento que me proporcionan. Sólo entonces, poco a poco y de dentro afuera, comienza la visión del exterior, porque entre Ávida Dólars, la isla de cara al turismo, y la que se vive sorteando el control de extranjeros hay bien poca relación. Pagar en pesos cubanos ha sido deslizarse al otro lado del espejo, al envés sudoroso y cauto del triste paraíso.

En la casa se vive al día y con lo que se encuentra, que es escaso y depende de la racha. Faltan condimentos, no hay ajo ni cebollas, desaparecieron las especias, escasea el café. La supuesta política de educación alimenticia del Gobierno incitando a la población a introducir en su dieta pescado en vez de cerdo es de una ironía feroz cuando se piensa que apenas se encuentra un pez en las pescaderías, que el marisco brilla por su total ausencia rumbo a la exportación, figurando en primer lugar las inalcanzables langostas y las gambas.

Sin embargo las costumbres alimenticias ciertamente se han cambiado: durante cinco días no he visto la carne en la mesa de la gente que me acoge, ni de cerdo ni de mamífero o ave alguno. Hará falta que llegue la abuela, la magnífica y voluntariosa María Lucina, para que ella despliegue su sabiduría de tres generaciones y tres regímenes políticos, sus manos de costurera y sus pies de buscadora de vituallas inexistentes en tiendas que apenas lo son. Entonces y sólo entonces, precedida de la consigna de balcón a balcón emitida por otra anciana “A la calle X llegó carne”, veré en la nevera un plato de filetes.

-Sí, mi hija, con todos he trabajado. Yo cosí brazaletes para los de la revolución, y con todos me ha tocado luchar para sacar a mi familia adelante.

Sigue mi mirada, que va hacia su marido, sentado en una silla en el balcón viendo la gente que pasa.

– Él no está para nada, mi hija, el pobrecito. Y Alfonso, desde pequeño, con ese problema de salud.

Una enfermedad recurrente parece exacerbar el mimo hacia el hijo, que no desaprovecha ninguna ocasión de recibirlo.

Conozco a esta mujer, la eterna Cibeles de los países pobres, la fuente de todos los frutos, las manos de todos los trabajos. De vez en cuando alza los ojos de la costura y los ojos deformados por los gruesos cristales de las gafas cubren con una mirada atenta al marido taciturno y pálido, a la hermosa nuera, visiblemente ajena al núcleo familiar, al nieto, que le parece maravilloso y es un niño insoportable, lleno de caprichos y rabietas en las que aúlla los mejores insultos de su joven vocabulario.

Me pregunto si aquí también se da la relación entre apatía y tipo de alimento. Los cubanos tienen la gordura de la mala dieta a base de féculas; los “moros y cristianos” (arroz con judías, también llamado congrí) es la base diaria con la que flirtean algún huevo, panceta (el magro del cerdo siempre parece haber escapado dejando tras de sí la grasa) y, quizás, boniato o patata. Las pocas cafeterías son un desierto con, en el mejor de los casos, algunos bocadillos de mortadela y cerdo. La mayor parte del día su oferta se reduce al gesto desabrido de los camareros y a vasos de agua. No hay papel higiénico, no hay artículos de tocador, no hay zapatos ni juguetes, no hay nada.

Por eso por la noche volvemos a hablar de compras y de dólares. (El fajo de los que tengo en reserva parece, en este ambiente, una riqueza desmesurada que justificaría cualquier locura. Trocearme, sin ir más lejos, y dispersar mis restos). Mecida por estos pensamientos, me duermo en mi camita del salón.

Y sueño con el verde, sedoso y satinado compañero Sam, centro de comadreos, proyectos y chistes en medida curiosamente superior a ningún país socialista de los muchos que conozco. La razón sin duda obedece en buena parte a que en Cuba se ha dado, de forma absoluta, la eliminación del comercio privado, llevando, en su reducido espacio, a extremos claustrofóbicos la impresión -y la realidad- de carencia. El dólar monopoliza el mercado de divisas y es la moneda fuerte, real, obligatoria para cualquier objeto o servicio de mediana calidad. Pasa un dólar y vuelan tras él las botellas y los manteles, el camarero y la dependienta, vuela la quinceañera ofreciendo sus encantos por unos productos de cosmética y vuela el funcionario que anhela un vídeo, y el modesto currante que quiere casarse con zapatos decentes, y, bajo la engañosa capa de música y cordialidad caribeña, bajo el discreto y secreto entramado de los jerarcas políticos y la vigilancia policial, vuelan los pobres diablos, la masa abundante de delincuentes, en proporción significativa jóvenes, de piel atezada, que acechan al turista para cambiar, estafar o robar y contra los que María Lucina no se cansa de ponerme en guardia. Ella ha visto, desde su balconcito de La Habana Vieja, como espectáculo integrado a la rutina cotidiana, numerosos tirones de bolso, gritos y carreras.

-Son muchachos, morenos que vienen de Oriente. Mucho cuidado si va a Santiago, mi hija, mucho cuidado.

En este ambiente de escasez y de trueque todo objeto foráneo es apetecible: desaparece la ropa de la cuerda de tender y los zapatos son sorbidos del equipaje por el personal de tierra del aeropuerto en los vuelos nacionales, se sisa en las vueltas y se escamotea un peine, un frasco de colonia. Las zonas de sombra de la delincuencia, el paro y la prostitución quedan difuminadas bajo el común adjetivo de “contrarrevolucionarias” en los discretos casos en que se acepte su existencia. El doble lenguaje y el doble comportamiento orwellianos son la regla. Unos argentinos me cuentan sus aventuras:

-Fuimos a un hotel con unos amigos de aquí, pero a los cubanos no los admitían si no pagaban con divisas, cuya posesión es ilegal para ellos, así que por fuerza tenían que figurar como invitados nuestros.

-Está visto que la segregación va por colores: Sólo billetes verdes.-puntualiza el amigo.

-Dormimos en otro hotel del que se acababa de echar a una pareja cubana que estaba en su luna de miel para hacer sitio a los turistas, con dólares, de la Martinica.

Naturalmente el Gobierno apoya en realidad  la profusión de mercado negro porque éste, a través de las tiendas especiales, revierte finalmente en las arcas del Estado. El clima de ilegalidad obligatoria y continua es, además, un útil mecanismo de control. Los dirigentes han cultivado con asiduidad la imagen de la “alegre revolución”, de la sencilla y cordial gente siempre dispuesta a contentarse con la guitarra, la canción y la danza. Pero detrás del telón de ron y de palmeras, bajo las caderas cimbreantes y la música salsera, hay las palabras a media voz, las precauciones en el trato con los extranjeros, el rosario de esperas, colas y trapicheos que constituye la vida diaria, el hastío de un horizonte que no ofrece salidas, hay desconfianza, miedo y policía.

Y hay…..

La Habana.

¿Cómo te he olvidado?

Tanta preocupación y tanta ocupación buscando, rechazando, inquiriendo; tantos y tan agotadores recorridos por oficinas, portales, aceras, por rostros en rápido desfile y por los bancos de los parques, la sombra de los árboles, las hojas de los periódicos. Sabiendo mucho en poco tiempo, pero sin ir al comienzo, a la primera etapa del viaje, al contacto esencial en el que se posa, como un apretón de manos, la vista sobre el país nuevo. Ahora había que olvidar los libros, esquivar las largas conversaciones y el vicioso curso de los pensamientos.

Descendí a la calle que hasta entonces apenas había podido mirar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Habana

 

La Habana.

Había el borde del mar, el malecón, la fortaleza que miraba melancólicamente al Atlántico, una costura de piedra en la espalda de la isla, con sus tres castillos -de la Fuerza, de la Punta, del Morro- tan expresivos en sus nombres, marcando límites a invasores y piratas y observando simplemente hoy el rosario de las Bahamas y a la lejana y cercana Miami. De forma opuesta a todos los otros viajes, a las llegadas y primeros paseos y descubrimientos, Cuba había sido una zambullida inicial en su materia interna, en la carne encerrada y viva del molusco, sin atenerse a ninguna de las normas del sensato viajero. Sólo tras ese aterrizaje accidentado seguido de un sudoroso ballet bajo las mallas de la burocracia turística, únicamente cuando el alojamiento en casa de Alfonso permitió un respiro de organización y paz, me fue posible emerger al tremendo calor y a la belleza de la ciudad detenida en el tiempo, maquillada, y apareció La Habana.

El pequeño centro histórico, arracimado junto al puerto, hablaba, en sus calles, de desidia y ofrecía alternativamente jirones de arte, subsistencia y olvido. Allí estaba, como en todas las ciudades de Hispanoamérica, la Plaza de Armas, también la de San Francisco, y la recoleta de la Catedral, que había gozado de un remoce reciente. El barroco Palacio de los Capitanes Generales es, desde su reconversión a fines civiles, museo histórico. En general los edificios de alguna envergadura supervivientes a la ruina que va borrando lentamente del mapa urbano a otros alojan todos a organismos estatales, en ocasiones enfocados al turismo. Es también el caso de algunos restaurantes y contados cafés y salas de espectáculos de cierta solera, como El Patio, junto a la Catedral. Deambulando por ellos, entre sus músicos, público y cantantes, se siente algo de novela. Porque Cuba, tan carnal, no es física, es un cuerpo cubierto de retazos de literatura y música y cuelgan de sus fachadas, surgen de sus esquinas, páginas de Carpentier, versos de Guillén, paraísos de Lezama Lima, ritmos sincopados y lánguidos, y ondean por todas partes, desgarrados, los velos de la literatura del exilio, los ecos sucesivos e innumerables de tanta despedida y añoranza. Como si todo el mundo hubiera construido, utilizado, soñado con fabricar una balsa para lanzarse al mar del que separa el largo muro del malecón.

Por ahí mismito

Por ahí mismito

La Habana habla perfectamente, en su pequeño espacio, de la sucesión de las épocas: fortalezas del XVI, iglesias y conventos del XVII, auge del edificio público y del palacete privado en el XVIII, industrialización y comercio del XIX, con sus avenidas y zonas de encuentro y fiesta como El Prado o la Alameda, que fueron también escenarios de manifestaciones, atentados y asesinatos. El siglo XX deja a su vez, en esa perfecta plasticidad de la Arquitectura respecto a la Historia, la plaza monstruosa que nunca falta en los regímenes totalitarios, la de la Revolución, más grande que la de la Concordia de París y destinada al millón de oyentes de los discursos de seis horas de Fidel Castro. Su contrapunto quizás sea la casa natal de Martí, un piso modesto en un pequeño edificio azul y blanco cercano al puerto, amueblado con los recuerdos del idealista y generoso poeta de la independencia de Cuba, a la que ofreció su vida y sus versos.

Suavemente la tarde comienza a poblarse de la principal, conmovedora riqueza de esta tierra familiar y lejana, viene gente, con colores del oscuro denso al marfileño, cuerpos de infinitas mezclas y andar lento y gracioso, transeúntes sin finalidad ni rumbo fijo, que se acodan frente al mar, recorren la misma avenida, entablan conversación, preguntan, hablan fuerte, parecen soñar. Son indolentes y cordiales, cuentan historias, se quejan como si no importara, proponen como si condescendieran. Sus apellidos y rasgos vienen en buena parte directísimamente de España, su conversación está salpicada de las reservas, incongruencias y clichés inseparables del área socialista pero las relativizan una humanidad y simpatía irresistibles, cierta ignorancia y curiosidad cándidas, de seres acostumbrados a andar en círculos en un mundo pequeño. Y esa indolente gracia ha librado quizás a Cuba, pese a su megalómano Líder Máximo y a su corte, al gran hermano de los misiles y a la utlización incansable del discurso de la guerra, de los horrores más llamativos del socialismo real.

Y de aquellos lejanos siboneyes ¿qué queda, aparte de un bolero?. La vitrina del museo me muestra la ampliación de un pictograma encontrado en una cueva de Punta del Este. Sus líneas ocre parecen pura geometría pero se trata de un calendario en el cual los taínos trazaron las órbitas del Sol y de la Luna. Los siboneyes les precedieron quizás desde el s.IV a.C. y desaparecieron, tras la llegada de la nueva ola de población, en el XIII de nuestra era: Cien años antes habían desembarcado, procedentes del continente, tribus pescadoras de técnicas más avanzadas. A estos taínos encontró Colón, el 28 de Octubre de 1492, en la bahía de Baracoa, pintados de rojo y desnudos como su madre los parió y con tocados de plumas, y de ellos relatan los españoles la extraña costumbre de fumar hojas de un tal tabaco. Menos de un siglo después la población indígena de la isla había prácticamente desaparecido, arrasada por las nuevas enfermedades y el choque social, o se había mezclado con los pobladores. La historia de Cuba ha guardado, como símbolo de independencia, la imagen del caudillo indígena Hatuey. En la Isla de los Pinos, rebautizada de la Juventud, las cuevas preservaron los últimos recuerdos de aquellos observadores del cielo.

Cuba fue la plataforma de la conquista americana, el centro urbano y la sede de los gobiernos que disponían expediciones posteriores. En 1515 se habían fundado ya siete ciudades, la primera Baracoa por Diego Velázquez, y en 1552 La Habana era su capital. En la isla desembarcaron a esclavos negros procedentes de las costas africanas cuyo número llegaba en el s. XIX casi al medio millón. Hubo una ocupación británica, revueltas, ataques de piratas, intervenciones de Estados Unidos, guerrillas e independencia. Cuba guardó su aura romántica, aventurera, cierta leyenda áurea. No en vano una historia de botín enterrado por el pirata Pieterson Heyn en sus costas sirvió de modelo a Stevenson para su Isla del Tesoro.

Hacia el malecón y el oeste está Vedado. Es la prolongación amplia y cuadriculada de La Habana, su crecimiento hacia la modernidad y la expresión de épocas prósperas y hermosas casas que son hoy una sombra y asoman sus caras desconchadas, muros que fueron tersos, rastros de colores pastel, en una mirada fija hacia jardines asilvestrados y el mar. Salvo los islotes reconvertidos por la estatalización en entidades del Gobierno, la graciosa y elegante arquitectura civil de los viejos palacetes y chalets se ha perdido, se desmorona lenta en la corrosión del trópico. En cambio se alzan los hoteles, las grandes incubadoras de divisas como el Habana Libre, el mundo exclusivo, quizás en ningún lugar tan exclusivo como aquí, apiñado en torno al eje de La Rampa. En su lujoso corazón de Marianao, auténtico ministerio oficioso de Asuntos Exteriores, reina el gran club Tropicana. En una táctica habilísima, el Gobierno ha sabido basar gran parte de su estrategia de buena imagen internacional en la sabia dosificación y oferta del acceso a lo más granado de la sexualidad caribeña a los representantes extranjeros de la prensa, la política y las finanzas.

La vuelta, la lenta vuelta a lo largo del Malecón y hacia la Punta, mientras las luces eléctricas y los ruidos disminuyen y ganan espacio los murmullos de innumerables conversaciones perdidas y la oscuridad del brusco anochecer. No hay el pequeño bar, el café refugio. Hay portales, iluminados caprichosamente, interiores de Piranesi con puertas arrancadas y escaleras truncas. La gente se reúne en las aceras y mira salir a escena en el cielo a un disco primero cremoso y rojizo, luego pálido. Hay música. Siempre hay música. Junto a un conocido café y apoyados en la placa conmemorativa de un monumento, algunos mulatos ofrecen negocios: trueque, cambio, transacción. De cualquier cosa. Luego se olvidan, charlan de otros temas, cuentan sus historias, cantan a media voz y acompañan el ritmo con instrumentos improvisados. La imprescindible, ubicua palabra negocios les viene grande, es una caricatura casi enternecedora de los grandes negocios reales que se gestan y consuman en el barrio de hoteles, entre los financieros de ultramar y el Gobierno, que alquila a su gente y se embolsa la mayor parte de los sueldos dejándoles unos centavos como salario oficial estatalizado. El viaje no es sólo la vuelta a la isla; también resulta profundamente instructiva la vuelta a la manzana de los cinco estrellas, los alegres salones donde en una atmósfera tibia de ron añejo, frutas y belleza física se firman contratos con cordiales funcionarios en guayabera.

Los mulatos del claro de luna han reunido público, pero cantan bajo y el español se pierde en tonos lejanos, antiguos. Y en torno de ellos se extiende el sueño de la ciudad sin luces.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Incursión al oeste

 

Pinar del Río

 

-¡Es estupendo!

-¡Qué marcha!

-¡Qué gente!

– Mirad el fuerte.

-Jean Eric, después quiero ir a tomar algo a la Habana Vieja.

-Pásame los prismáticos.

Vista con, de por medio, el espacio movible del mar, la ciudad parece más ella misma. Así la vieron las oleadas de inmigrantes, así la recordaron los expatriados y los indianos que decidieron volver a la tierra de origen. La lejanía hermosea sus fortalezas y le da un aspecto intemporal.

Arlette y su chico están encantados y en plena fiebre de descubrimiento. La conga en el pasillo del avión se ha prolongado en cordiales veladas.

– Me han facilitado rápidamente una reunión con artistas revolucionarios. Nada que ver esto con los países del Este- La pintora parisina ha reencontrado el colorido naif de sus propios cuadros en los violentos contrastes solares ofrecidos por Cuba. -Te sientes en toda confianza con los compañeros.

Jean Eric y ella han pisado tierra considerándose amigos fraternos del bloqueado país y vagamente embajadores del otro lado del Atlántico. A cada una de sus sonrisas la acompañan cierta excusa por la incomprensión externa y una agradecida conciencia del perdón que los cubanos les ofrecen por su vida confortable en París y su comparativa riqueza. Desde el comienzo de su estancia les ha acunado la inmediata simpatía de los representantes de turismo.

-Yo quiero ir a tomar una copita a la Habana Vieja- Arlette se cuelga, mimosa, del brazo de Jean Eric.

-¿Te interesaría una excursión?- me proponen.

Acepto y les acompaño a tomar la copa. En consonancia con su papel de tímida y reciente esposa, Arlette está en plena regresión, no ya a su juventud veinte años atrás sino a los linderos de la infancia y todo son mimos, pucheros y caprichos, mientras que su compañero adolescente se aplica con fervor al papel inverso de maduro y protector cónyuge.

-¿Podrían ustedes tocar lo de anoche?- pide Arlette a los muchachos del bongo, en el fondo del bar.

-Cómo no.

-¡Genial!- Ella bate palmas para animar el ritmo.

Ah, los latinos, tan cerca, tan relajados y generosos, dispuestos a guiar, a acompañar y a ofrecer la sustancia, en otros países fría y disecada, de la vida misma.

El viaje se concreta:

-Vamos nosotros y un amigo cubano, un jugador de baloncesto de los que venían en el avión. Claro, él no paga, nos ayudará para conseguir mejores tarifas. Los gastos los repartiríamos entre nosotros tres.

Así surgió la oportunidad de compartir el coche alquilado en la primera y corta incursión por el cuerpo alargado de la isla, hacia el oeste, entre los tabacales de Pinar del Río.

 

Al fin salir. Lo primero fue la impresión de ventana abierta, la necesidad de romper el círculo, que ya lentamente iba coagulándose, de la dificultad de salir de La Habana. Porque aquellos 111.111 km2 de superficie del país me estaban esperando, alineados como impacientes soldaditos en la redondez de su algo tramposa cifra, si non vera -por una escasa diferencia-, si ben trovata. Sin contar los flecos de los cayos, esas espinas rocosas que constelan el mar, lugares de soledad, de aves marinas y de sueños de tesoros ocultos en sus cuevas. Hubiera sido hermoso recorrer  en un barco diminuto de tripulación lacónica y patibularia los cuatro archipiélagos: Colorados, Canarreos, Jardines del Rey y Jardines de la Reina, nombrado así por Colón en honor de Isabel de Castilla. Tal vez  bajo calaveras, doblones y los viveros de esponjas y coral duerme, enterrado en profundos cofres de bosques extintos, el petróleo.

Comienzo del recorrido. Las metáforas abruman a la isla: llave, cocodrilo, perla. En realidad hoy su paisaje no justifica ningún éxtasis estético. Es un terreno domesticado, igualado, insistentemente transitado por los diez millones de población que son su gracia real. Hay cascadas, macizos montañosos, lagunas y manglares, pero es sobre todo una serie de pueblos, ciudades, llanuras, pantanos y cultivos y carece de la Naturaleza estremecedora de los Andes o de la selva tropical. No hallaré fieras, ni ese choque inconfundible que produce en los europeos el contacto con seres ajenos al hombre, hostiles o indiferentes a su especie, empeñados en ciclos de subsistencia que forman una trama ante la cual sólo cabe la observación silenciosa. Como mucho, quizás veremos en Pinar del Río los jabalíes y ciervos que atraen a los grupos de cazadores. Ni siquiera acecha en la jungla la muerte rápida de las serpientes venenosas. Hay sin embargo mosquitos de fiereza extraordinaria, ranas diminutas y pájaros que exhiben insolentes entorchados de bandera. La isla es, en fin, para bien y para mal, una trillada y parcelada provincia de España, de Europa. Pero siempre queda el mar. Con tiburones.

El grupo y su coche habían aparecido providenciales, para facilitar la primera zambullida, que fue en el verdor de los campos de tabaco. Las sierras, de los Órganos, del Rosario, se perdían como un puente en el extremo occidental y en el mar. Quién diría que en este paisaje suave e inofensivo instaló la Unión Soviética en 1962 las rampas de misiles de ojivas nucleares a las puertas mismas de Estados Unidos y que el azar, y la necesidad, eligieron este escenario para hacer vivir al mundo el momento más peligroso de la Guerra Fría. Decididamente el apocalipsis puede esconderse en la más seráfica postal.

Comento el asunto a mis compañeros de viaje pero éstos parecen no haberme oído; el tema desentona con el paraíso trópicosocial al que han ido de vacaciones y deciden ignorar su existencia. Parada en Viñales. Es un terreno de extraños montes chatos y amazacotados, los mogotes, como los de Kweilín en China.

-Aquí dormiremos. Es un centro de alojamiento muy lindo.

Edy, el jugador de baloncesto, nos conduce a la recepción, en la que nos recibe un empleado cuyas  largas chupadas a su veguero recuerdan inmediatamente a ese primer retrato de un fumador facilitado por Colón cuando habla de los indios de Pinar del Río, que llevaban siempre su tizón y sus hierbas en la mano.

Comienza una negociación laboriosa para pagar una tarifa intermedia entre la astronómica cantidad de dólares solicitada y la práctica gratuidad para la burocracia oficial.

-No, hermano. Hacemos una excepción. Fíjese que tenemos un grupo que llega de Puerto Rico el fin de semana. Mire lo que van a pagar. No; en pesos ni soñarlo.

Nuestro Viernes financiero llega a un compromiso medianamente asequible para que nos instalemos y se nos proporcione una comida cara, floja y rácana.

El complejo turístico Agua Clara ofrece sus lindos bungalows de ladrillo en lo que fue la finca de un médico, con árboles espléndidos de los que un letrero dice los nombres. Hay un estanque lateral en cuyas aguas oscuras fermenta una espesa sopa biológica y en el que sobresaltan los bramidos de la rana toro, que muge como una vaca entre las hierbas. Al final, en una glorieta de losas y césped alto que prácticamente la cubre, hay una estatua, la mitad de un esbelto cuerpo femenino semicubierto por un velo. Es todo un monumento y un símbolo a la venus latinoamericana, a la obsesiva tapada que tienta, evoca y cubre. Alrededor de este islote neoclásico la naturaleza vuelve por sus fueros. Los árboles, entretejidos en la copa con otras plantas, forman un casco bajo el que sólo se oye ese ruido y ese silencio propio de la selva, sólo se ve el color de luz nubosa, de sombra vegetal, un sordo fermento que empieza en el lodo y las plantas grises y sube por los troncos. De vez en cuando se perciben los chasquidos de una existencia no controlada.

Los viajeros antiguos afrontaban peligros naturales e indígenas diversos; los modernos se encuentran con un enemigo nuevo: El grupo del fin de semana prepara su desembarco. Hay que sortear la invasión de los tour operators todo comprendido que hacen del viajero individual el molesto representante de una especie intrusa. Más arduo que desfiladeros y comanches es evitar brutales facturas, reservas millonarias, clubs privados, y encontrar, pese a todo, lecho y sustento. Los franceses se han provisto, en la persona del jugador de baloncesto invitado a efectos fraternales y económicos, de un transformador de tarifas, que, conectado a las facturas, producirá, al convertirlas en precio para nacionales, una sustanciosa rebaja.

Pocos viajeros se resisten a la atracción del faro, el extremo, el finis terrae y el último tramo de carretera. Confieso que languidezco por seguir y seguir al oeste, tomar la senda que bordea el mar y llegar a Punta Cajón, frente por frente con Yucatán. El golfo tiene un nombre aromático, Guanahacabibes, de círculos de humo escapados de un tabaco exquisito. Cuba parece estarse fumando esta península pequeña y alargada, y enviar un soplo despectivo al resto del mundo.

Pero la parcial inclusión en las vías oficiales nos destina a los circuitos turísticos. Subimos y bajamos las colinas de Soroa. Los franceses piden caballos y se establece un plan de sanas galopadas a cascadas, valles y cimas además de la visita a una finca estatal, granja del pueblo, de cuyos logros ganaderos y agrícolas se hace lenguas el funcionario acompañante. Mi fidelidad al cuerpo de infantería me salva de las excursiones pedagógicas ecuestres y me permite cierto margen de observación y de meditación, favorecido por los solitarios paseos y las charlas con la gente que voy encontrando. En una de ellas trabo conocimiento con el jardinero Eugenio Buenaventura. Es un caballero de edad avanzada, seco, nervudo y cordial, que se esfuerza en andar erguido y observa al interlocutor con ojos que la edad parece haber velado de gris. Le miro hacer entre las plantas, inclinada la cabeza de pelo corto y blanquísimo y hábiles las manos del mismo color que los terrones de tierra oscura que maneja.

-¿Y a usted qué le parece la vida ahora y antes?.-pregunto.

-Antes, cuando la Revolución, dice… Fue bueno, al principio fue bueno. Mire, con mi color, sin estudios, poco porvenir yo tenía. Planeando estaba irme. Ya me habían dicho los amigos que en Estados Unidos bien no te trataban, pero se podía ganar.

-Pero no se fue.

-Me falló primero un apaño, un buen amigo, creía, que me hacía el puente y me metía a trabajar con un lote de peones. Además, con veinte años ya estaba casado y mi señora esperando el bebé.

-Razón de más.

-Eso fue mucho antes, la primera vez que me quise ir. Y volver luego para instalarnos como es debido, con todo. Hubo cosas, cosas de familia. Tuve que aplazarlo. Vinieron algunos que me contaron cómo era lo de Norteamérica. El trabajo bien, pero el ambiente…A mí me gusta esto, ya ve.

-¿Había mucha pobreza?. ¿Hambre?.

-Pobres éramos, pero no tanto como para pasar hambre. Tampoco tan pobres; los que conocía, por más y por menos, iban a quedar por un igual. Cuando vino lo de la Revolución enseguida la apoyé.

-¿Por qué’.

-Quería que mis hijos fueran iguales que todos, y se decía que íbamos a vivir mejor que en Estados Unidos. Sí, quería un porvenir, una consideración, un trato.

Eugenio se inclina y se alza, aparta malas yerbas. Viste una guayabera inmaculada que el agua lodosa parece respetar.

-¿Fue un éxito la Revolución?.

-No. No me lo parece.

Me sorprende sólo de forma relativa su falta de circunloquios. Eugenio Buenaventura tiene la libertad de expresión de los ancianos, goza de ese privilegio de quien nadie puede arrebatarle ya el camino, se expresa con una tranquila ausencia de ambición y de miedo.

-Lo de la igualdad se hizo, pero luego nos han mantenido todo el tiempo abajo y mírelos -señala al horizonte-, allí están, los del Estado. Puedo ir a cualquier parte, y mis hijos, tenga el color que tenga, pero vamos a muy pocos sitios, no te sientes con libertad.

-Usted es muy libre- le aseguro.

Me sonríe y mueve la cabeza. Luego dice:

-Espere. ¿Le apetece algo?.

Vuelve con dos vasos y una botellita con buen ron, amarillo y espeso. Brindamos por sus hijos y por él. Al despedirnos me sorprende:

-No crea, todavía pienso en hacer ese viaje que se me quedó pendiente a los veinte años. Pero sin trabajar.

De regreso, el lujo vespertino del marco del hotel resulta de cierto surrealismo brutal. En este decorado perfectamente elitista, cribado por el filtro verde del Tío Sam, las conversaciones de anfitriones y europeos adquieren un tono gloriosamente irreal, divinamente absurdo. El intercambio se sitúa en términos de camaradería igualitaria y progresista, de compañeros, victorias y bloqueos pertenecientes a una dimensión que sólo existe en la propaganda de los representantes de la hostelería gubernamental y en el gusto de los viajeros por las revoluciones vicarias. Es difícil determinar las proporciones de ingenuidad, pereza ética y crítica, snobismo o ansias apostólicas recicladas que existen en la percepción occidental del fenómeno cubano. El caso no es único; se inserta en la conocida tendencia a mediatizar las evidencias incómodas y las concretas servidumbres de los individuos anulándolas por comparación con los horizontes absolutos de las insondables desdichas del Tercer Mundo y los necesarios precios de la igualdad básica. Con ello el grupo logra, a mínimo coste, un reconfortante marchamo de progresía que compensa, a la vuelta a casa, de las concesiones y turbias relatividades cotidianas. El tratamiento de las situaciones del área socialista y de Cuba en concreto es, en este sentido, ejemplar.

Existe además aún el complejo de Rousseau de muchos occidentales, según el cual los habitantes del Tercer Mundo guardan necesariamente las virtudes perdidas por el hombre moderno: son espontáneos, abiertos y generosos, divertidos y sociables, y la música y el ritmo laten en ellos, junto con el afecto desinteresado, como algún oculto gen. Pasa desapercibido el que vivir en una casa estrecha, oscura y pobre echa a la gente a la bulla callejera, y que la charla, la danza y el canto son -junto con hacer el amor- las diversiones más baratas que hay.

Cuba figurará como ejemplo de manual de revolución vicaria por parte de los que defienden las utopías siempre que sean por país interpuesto y estén lejos. El aislamiento y desafío de Fidel respecto a Estados Unidos son además sumamente reconfortantes para países y poblaciones que dependen inevitablemente de la economía norteamericana y que no tienen la menor intención de apearse del nivel de vida conocido como carro de la modernidad. Queda que estas buenas intenciones no han empedrado precisamente paraísos, que con ellas se ha hecho un flaco servicio a los cubanos de a pie y que éstos necesitan, están esperando hoy otra cosa.

El gobierno de La Habana lleva en Europa varias décadas gozando de un bienaventurado silencio crítico. Cuba era pese a y se justificaba en relación al adversario y en comparación con los sectores más negros de su pasado y de su entorno. Sin embargo, como a los demás países de historia colonial, también le ha llegado al régimen el turno de ser medido por sus propios hechos, de abandonar el cálido útero del victimismo. La alfabetización completa y el sistema sanitario han anulado, y culpabilizado, cualquier análisis serio de la política exterior e interior de Castro. Tras ese burladero a la crítica, ¿qué Cuba hay?. En España el régimen cubano habrá gozado hasta prácticamente su final del incienso temperado de gran parte de los medios de comunicación e información, de la indulgencia popular, de la admiración de los huérfanos de grandes líderes, habrá vivido a base del aura de un revolucionarismo rebelde a los Estados Unidos, tanto más grato cuanto que resulta compensatorio para la Península Ibérica de su propia dependencia respecto a la economía norteamericana y proporciona a la clase política aderezos ocasionales de socialismo internacional.

En breve los cubanos necesitarán de España algo muy distinto de las calurosas adhesiones a revoluciones remotas y vicarias.

 

 

 

 

 

 

  

Iconografía y paisaje urbano.

 

Los retratos de Fidel, Camilo y el Che, a fuerza de repetirse, difuminados por el sol y las lluvias, han llegado a confundirse -los tres con sus barbas, sus ojos iluminados y las auras de sus cutis claros- en un solo y único icono semejante al Sagrado Corazón de Jesús, omnipresente e intemporal. De vuelta a La Habana, los franceses me han dejado en la ciudad vieja tras intentar, sin éxito, que suscriba una peregrina y muy gala teoría según la cual ellos, al ser pareja con un fondo común, pagarían los gastos del coche como si fueran una sola persona. La plaza me recibe idéntica en la luz y en la disposición de los seres al día en que la vi por vez primera. Aquí está el grupo de mulatos sin ocupación aparente, aquí el de viejecitos de origen peninsular –los gallegos– que hablan con poco deje cubano y comentando pasan el tiempo. En cualquier momento se puede emprender el viaje a la semilla o transcurrir cien años en un instante de soledad. El parque tiene toda la indolencia del rosario de plazas de armas a través de América Latina. Hay la estatua central, las palmeras y un curioso tramo empedrado con adoquín de madera. Se exhiben, posadas en el pavimento, campanas de diversas épocas, orfebrería de plata en el museo, plantas y azulejos en los patios, y piraguas nuevas hechas al estilo indio para probar las migraciones precolombinas desde el continente a las islas del Caribe.

Me dirijo hacia ese alojamiento de fortuna que también imagino adormecido en sus entrañas frescas de piso antiguo.

-Es espiritual.

Dicen en un susurro cuando hallo la casa de Alfonso silenciosa, misteriosa, llena de murmullos, de conversaciones a media voz que se centran en lo que ocurre en el dormitorio del fondo. Ha llegado el cuñado militar y una enferma que no explican bien si lo es del cuerpo o del alma. El marido de Lucina, que es espiritual, como dice ella, que tiene poderes, como afirman, se inclina sobre la figura echada en la cama. Habitualmente es un anciano cansino, de evidente mala salud, que se sienta en su silla de enea en el balcón y parece distraido, al margen de los problemas y levemente triste. Hoy sin embargo es la figura principal en un rito que tiene todo el sabor de santerías milagrosas. De repente Cuba está muy lejos, en África negra, en la selva remota, tribal y ajena a historia y evolución. Impresiona más este escarceo en épocas anteriores a la razón que la ordenada visita a las salas dedicadas a dioses, orishas, vudú y magia en el museo local. Aquí no hay alharacas ni fetiches, gritos o contorsiones. Sólo la mirada fija del abuelo, palabras, pases de manos, agua, hierbas y un lienzo.

-Levántale la cabeza.

Los ayudantes aproximan al perfil de cera del oficiante el rostro pálido y fatigado de la mujer.

– Descubridle el costado. Que ella no se mueva.

El humo trepa suave por su propia sombra en la pared.

Acabado todo, hay saludos y presentaciones. Han llegado la hija quinceañera de Alfonso, que ya es jovencísima esposa, y su marido. Zenia es una morenita esbelta, linda, de piel muy blanca y ojos muy negros, que ensaya su papel de recién casada con el muchacho de veintiúno. Las bodas precoces, y los divorcios numerosos, son legión en el país, muchachas que celebran a la vez el cumpleaños de los quince y su casamiento y que mezclan, en un cuerpo que ha comenzado con la menstruación a los once años o antes, los gestos de la mujer y la imprecisión, todavía en crecimiento, de la adolescente La conversación de esta pareja choca frontalmente con el tío militar, hombre del régimen, de consignas y de influencias. Zenia y Marcos ven sólo ante sí el futuro, parecen flotar sin pasado, como hierbas marinas, en el Caribe que les llevará a otras costas, se ven en el país próximo al que ya nadie considera Eldorado pero que figura desde luego en todos sus planes. Su claridad irónica se acompaña de un perfecto distanciamiento respecto a la situación que les rodea. Su única patria es el entorno inmediato.

Ahora viven apegados a la burbuja acogedora del clan familiar. Marcos estudió mecánico de aviación pero el empleo que le han dado es de soldadura; ella continúa en la escuela y ambos aseguran que abunda el paro en numerosos sectores de jóvenes que terminan sus estudios, médicos o profesores que trabajan en campos nada relacionados con su carrera, son enviados a países árabes o africanos o no tienen empleo en absoluto. La pareja quiere irse de Cuba porque no hallan aliciente ni futuro y bregan con la imposibilidad de salir del país excepto si son reclamados por un pariente en el extranjero. Muy a contracorriente e impermeabilizado ante las críticas, él se niega a cotizar para el sindicato y organizaciones paraestatales (el CDR, Comité de Defensa de la Revolución, uno en cada manzana; las MDR, milicias de Tropas Territoriales, el Poder Popular).

-Dicen que es voluntario pero si hay un problema y no estás con ellos te sacan del trabajo. Con el Poder Popular se supone que el delegado plantea pero nada se resuelve, decide el Partido. Y si les contradices te tachan de contrarrevolucionario.

-¡Ganas de protestar! ¡Insolidaridad ante el bloqueo y los malos tiempos!- y el cuñado se vuelve hacia mí para añadir -Nunca me ha faltado cómo conseguir unas cervezas o un pollo.

Hay algo benéfico, necesario en la ausencia de raíces, en el limpio corte con todo de esta fresca generación, en su nitidez de acero y de página en blanco, de vela dispuesta al mejor viento y a la que no engañarán palabras ni apariencias. Zenia lleva un corpiño fruncido que deja el cremoso escote y los brazos al descubierto. Se diría que acaba de salir de la crisálida. Todo es nuevo en la tersura de esos hombros que rechazan cargar con fardos ajenos y pasadas hipotecas. Su juventud les libera de remordimientos y del viscoso manto de las melancolías, en su historia no ha habido tratos ni compromisos. Sin saberlo, buscan ciegamente la tierra mejor en la que detenerse a sembrar.

Alfonso me propone un negocito. Oyéndole se pensaría haber caído en las redes de un capo de la Mafia. No hay tal y los bisnes, tras su secretismo y circunloquios, se reducen a conmovedoras, patéticas dimensiones. Se trata de ir a comprarles, en las tiendas de divisas, calzado y cosméticos, en parte destinados a la reventa y en parte a su consumo. Aida, su mujer, languidece por un par de zapatos de salón; es una real hembra con poca afición a la vida casera y a la que comienza a aburrir el matrimonio que tiene ya la edad del hijo: cuatro años. El tiempo ha desgastado el aura intelectual con la que se le presentó Alfonso a dar charlas de animación cultural en su pequeña ciudad de provincias.

-Cuando tomé la palabra lo primero que les dije fue: Miren, desde que llegué y tomamos contacto tenemos una buena relación, pero lo que no les perdono es que no me hayan presentado todavía a esta mujer.

Y Aida se rió entonces con esa boca generosa que muestra la pulpa blanca y azucarada de su interior. Vivieron juntos, le acompañó a otras charlas, vinieron a La Habana.

En la casa la he oído reír poco. .Lo que ahora ve es un hombre mayor que ella y con tendencia a la gordura, aprensivo y acostumbrado a recibir los cuidados de su madre, la cual recuerda con frecuencia la grave enfermedad que tuvo de niño y las secuelas que le llevan periódicamente al hospital. Cada vez las largas piernas de Aida dan pasos más largos hacia el umbral de la puerta, que un día traspasará con sus zapatos de charol negro y tacón alto.

El alojamiento en la casa ha sido una zambullida en un mundo de cambalaches, arreglos, extraños tratos y ambivalencias. El barrio lo da, y desdobla a los padres de familia y a la gente del común en chamarileros, contrabandistas e ilegales. Pero me han acogido.

-Hoy hay fiesta.- me dicen. -Vaya al malecón . Es carnaval.

– La acompaño.

Ofrece caballeroso el cuñado militar, experto en apaños y vagamente desconcertado por la desenvoltura e independencia de las mujeres extranjeras.

En busca de un restaurante, deambulamos por la ciudad, pasamos frente a sus casas desvencijadas rosas, azules, amarillas, sus chalets que fueron soberbios y muestran sus ruinas como bocas desdentadas. La declaración de La Habana Vieja por la UNESCO como patrimonio artístico de la Humanidad salva quizás in extremis algunos edificios, revaloriza la noble piedra de sillería en la que los españoles construyeron la catedral, los castillos y las alcaldías y palacios y comienza a poner andamios y algo de pintura en un desastre urbano en su mayoría probablemente no recuperable. Como todo lo oficial en el país, las reparaciones tienen algo de marco de foto, de decorado del que se sale uno al menor paso, y en seguida es la calle y su cañería rota, el portalón en migajas, la visión de un interior compartimentado en eternas divisiones provisionales.

Acabamos en el malecón, junto al que se alza un estrado. Largas filas de gente esperan conseguir en los kioskos platos de picadillo, calamares, cerdo, arroz y vasos de papel con abominable cerveza aguada. La fiesta supone el consumo ávido de un manjar que no se repetirá. También puede conseguirse un ron rebajado y de última calidad, la “ginebra de la victoria” orwelliana, que no es bastante buena para la exportación y ante cuyos despachos los bebedores hacen cola y hacen horas. Con ella y las canciones inacabablemente sensuales se emborrachan, y con los mitos y las llamadas al nacionalismo, a la patria y al honor.

Sepan, señores imperialistas, que no les tenemos absolutamente ningún miedo reza un gran panel en el que un Tío Sam torvo retrocede ante los desplantes que le hace, al otro lado de la franja de agua, un cubano fresco y sonriente. Las continuas alusiones a la independencia, los desafíos a Estados Unidos, pueriles por lo insistentes, dicen a voz en grito lo dependiente que Cuba es, la fragilidad de su situación y la aguda bancarrota económica. Amén de que la antigua dependencia norteamericana se ha cambiado por otras dependencias, ocurre que al padrino se le hace el ahijado cada vez más pesado e incómodo. Curiosa mezcla: el arrendatario de Cuba es la Unión Soviética, el patrón el dólar y el gestor el Líder carismático que se deleita en su pequeño reino colonial sin fronteras ni posibilidad de huida. En él Fidel Castro, desde su eterna Sierra Maestra, que es hoy, en la mejor tradición del secretismo, una residencia de enclave desconocido, redacta sus discursos de dos, tres, seis horas, a un público forzosamente presente; desde allí envía su multiplicada imagen en pósteres, chapas, libros, cubre la t.v. y la insoportable monotonía de la prensa, identifica la fidelidad a sí mismo y a los suyos con la dignidad y el valor personales de cada uno de sus oyentes. Al lado de esta apoteosis de completo poder, de esta fruición del dominio, los burdos placeres del dictador convencional, sus diamantes, sus queridas y sus lujos resultan desvaídos y banales.

-¿Qué tal le fue, hermano?.

-Bien. ¿A divertirse en la fiesta?.

-A divertirse.

Están probando altavoces y hay escolares con pañuelos rojos que colocan filas de asientos. El mar lame sin violencia los flancos del malecón, en el que se apoyan los paseantes para consumir la ración de calamares en salsa y el cubilete de una cerveza clara, sin espuma y sin fuerza. De la mano de sus padres, los niños caminan haciendo equilibrios por el borde del muro. Hasta el final y vuelta atrás. Los movimientos, las charlas, el mismo ritmo del paseo suceden en cámara lenta; hasta el sol duda en proseguir su itinerario y se deja llevar por la inercia hasta ese precipicio brusco de los anocheceres tropicales. Las conversaciones son fáciles, se repiten.

-La compañera no es de acá. ¿De dónde viene?.

-De España.

-¿De España? Qué lindo.

-Yo tengo un pariente en Orense. ¿De qué ciudad es usted?

-De Madrid.

-Mi tío vive en Madrid; igual lo conoce. Francisco se llama, Francisco Figueira.

-No me suena…

-Por una calle que se llama Soria vive, un tipo alto.

-¿Le gusta Cuba?.

-¿Vino a pasear?

Y al atardecer comienza el discurso del Hermano Grande.

La voz del Líder Máximo es histérica y algo afeminada. Durante horas resuena por las callejas sembradas de charcos y basura, rebota en fachadas patéticas, carcomidas, roídas por la incuria más total, por el uso triste y la humedad apática. La voz es exhalada, mezclada con un vaho a inmundicias, por los portalones desvencijados de umbrales reventados y cables al descubierto, por las cañerías que gotean y son cubiertas a veces por una arpillera. La voz sale de pasillos lóbregos, de escaleras en cuyos rellanos el polvo se arrincona como harina y que tienen el pasamanos remendado con cuerda; se derrama desde balcones sin alegría ni colores y se ensarta en el amasijo de hierros corroídos que un día fuera airosa baranda o coqueto esquinazo con farol.

También suena la voz en los restaurantes que no ofrecen apenas nada y no tienen pan porque no hay harina. Y en los omnipresentes olores a orín, carencia y óxido. La voz desafía a imperialismos, promete resistir a bloqueos, se esfuerza visiblemente en crear un ambiente bélico y numantino que maquille la tiranía local y la escasez, que justifique como economía de guerra la infinita incuria y la grisura; la voz reina tras las paredes de agua y ron de la isla.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prensa

 

Revuelo en la plaza. Hay novedades, noticias en los periódicos, grandes titulares de hechos que sin duda van a cambiar el destino de los ciudadanos, o que cuentan sucesos que estremecen al mundo y reajustan la estrategia de economías y naciones.

-¡Mire!.

El señor pone ante mis ojos una página y subraya con el dedo algunas líneas: Cuba no aceptará más revistas rusas, se suspenden Sputnik y Novedades. Y añade para completarme la información, con un guiño de entendimiento:

-Ayer la televisión dijo que la URSS iba a arrendar las empresas estatales a particulares, que se pasa al capitalismo, vamos.

Y en el tono hay una capa, una ligerísima capa de la preceptiva indignación oficial, y debajo una indudable ensoñación de cambio propio, una esperanza.

En esta placita del mentidero, bajo los árboles y el calor, la gente busca claves de posibles cambios en el desciframiento de los medios de comunicación de la isla, todos gubernamentales. Semejantes en esto a cualquiera de las democracias socialistas de otros lejanos puntos del planeta, los cubanos se entregan al deporte de la lectura entre líneas.

-Fidel no cederá.- Comenta moviendo la cabeza un segundo lector.

Castro se distancia, en altivo caballero solo del comunismo. De sus súbditos, ninguno se atreve a disentir abiertamente, nadie osa criticar en voz audible su política. Esperaron durante la visita de Gorbachov un principio de liberalización y se encontraron con un refuerzo de las cerraduras. Los cubanos, conocedores de una forma fragmentaria y brumosa del planeta que los rodea, de su evolución, problemas y cambios, se entregan en su espacio claustrofóbico a los negocios con los que raspar algo del mundo de los dólares, compran, revenden, queman energía en las frustraciones, las colas y las quejas en sordina, gritan consignas antiimperialistas y valoran según la divisa norteamericana. Esto introduce varios niveles de mendicidad respecto a los extranjeros, un abanico de comportamientos que va desde el robo, la estafa y -raramente- el ataque, hasta la continua trampa de supervivencia. Produce sobre todo un generalizado sentimiento de indignidad, envidia, temor y degradación personal. El maduro padre de familia, el profesional respetable, se encuentran suplicando al turista, a cualquier turista en cualquier circunstancia y ocasión, una ayudita, un cambio, el aval de su pasaporte para comprar en la diplo o en el shopy zapatos, colonia, gafas de sol. La negativa produce con frecuencia un drástico descenso en la cordialidad caribeña y la desaparición súbita de solícitos amigos.

Junto a la muralla, protegidos del sol por un tejadillo de madera, tres carteles con letras azul, naranja, rosa envían sus mensajes desde  un fondo blanco amarillento: banderas, defender, territorio, esfuerzo, mantener, obligar, agresión, seguir, fuerza, no, ni, ninguna, victoria, futuro. En la mayoría se repite la glosa : ¡Marxismo-leninismo o muerte.! ¡Patria o muerte!. ¡Revolución o muerte!. Las consignas gubernamentales no dejan, a decir verdad, a los ciudadanos un gran margen de elección, ni suelen los líderes adeptos a ellas ir en vanguardia con un suicidio ejemplar. Yo o el caos resultaba menos drástica que las continuas consignas estatales tanatofílicas. Mejor que ser numantinos forzosos los cubanos preferirían vivir bien, al menos con fruta y verduras frescas, servicios que funcionen y derechos humanos y políticos. El Líder Máximo ha atacado al revisionismo húngaro y polaco y se escandalizó de las nefastas tendencias liberalizadoras y de los problemas internos en China y la URSS. Su política tiene la crispación de las épocas finales y se adecúa con el aire de atraso y estancamiento que impregna el país entero. La prensa sigue describiendo, en el monolítico lenguaje estalinista de hace cuarenta años, un mundo blanco-negro de comunismos triunfantes e imperialismos capitalistas al acecho. La manipulación informativa es, en la prensa cubana, sólo comparable quizás a los periódicos de Albania o Corea del Norte. Panamá sirve para que se clame contra la injerencia del Tío Sam en Centroamérica, pero se silencian las implicaciones de Noriega en el narcotráfico, su fraude y abuso electoral y su terror entre la población porque importa al Partido Comunista Cubano enardecer a la opinión contra enemigos externos, recabar nacionalismos y soberanías y omitir la mención a las tiranías internas y a la situación real de seres concretos.

-¡Con estas manos cosí yo brazaletes clandestinos cuando la revolución!.

La canción de la abuela Lucinia, el disco brillante por el uso de su existencia entera, gira de nuevo. Sus manos de costurera trabajan sin cesar, llevan haciéndolo toda la vida. Nos sentamos junto a la luz, ella con sus agujas y sus hilos, yo con mis mapas y mis notas.

-Del dinero por lo que hago, el Estado se queda con el sesenta por ciento. Me explotan, mija, como me explotaron los dos regímenes anteriores. Sí; con el castrismo mis hijos estudiaron. Y, ya ves, en la nevera comida poca, pero algunas medicinas guardamos dentro.- reconoce.

Pero se queja de que actualmente muchos de sus hijos y todos sus nietos sueñan con salir del país o con un cambio que dé alicientes al estudio de una carrera o al ejercicio de una profesión. El benjamín vuelca sus esfuerzos en la compra de unos pantalones vaqueros, el cuñado militar sigue sin comentarios las mutaciones de la economía rusa, se declara convencido de que la alternativa es o el marxismo castrista o los niños mendigando y las masas analfabetas y bendice la red de conocidos y colegas que le permite el acceso a cervezas, carne y ron, el primo mecánico cuenta chistes sobre los inalcanzables filetes y utiliza apodos irónicos cuando habla del Presidente y su poderoso clan familiar, los que escaparon a Miami gestionan la ayuda para que otros de la familia den el salto y envían zapatos, la oveja negra comercia en la Habana Vieja con turbios dólares.

La descomposición del bloque socialista, el desmigajamiento del Este y el reconocimiento general de la rentabilidad de la democracia pluralista coloca a Fidel y a su grupo en una imposible alternativa que han resuelto con la huida hacia delante, la purga entre los delfines del poder, la vuelta de la tuerca del estalinismo económico y de la represión. La fijación en su imagen de hace décadas tiene en el Líder Máximo algo de trágico complejo de Peter Pan guerrillero, célibe, solo. Lleva treinta años lanzando a la muerte, con el mismo fervor con que los vacuna y alfabetiza, a cubanos de diecisiete, en Irak, en Venezuela y Colombia. Lo que más puede temer tal sistema es la vida civil, las exigencias de la gestión pacífica, de la administración y la política. Su pesadilla es aquella frase de un estratega norteamericano dirigida a la Unión Soviética en los comienzos de la Perestroika: “Vamos a hacerles a ustedes algo horrible. Vamos a privarles de enemigo.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Oda a los jefes de turno

 

Hay una institución nunca bastante alabada que practica, en el anonimato y sin remuneración ni mordida, el auxilio al viajero: son los misericordiosos jefes de turno, gracias a cuyo auxilio he logrado ir recorriendo la larga geografía de la isla. Ellos son los responsables de las estaciones de autobuses de línea en las que el público, como en cualquier otro servicio, hace cola durante días. La tarea de desplazarme al margen de los circuitos turísticos, de los mágicos billetes del Tío Sam y de la policía, hubiera resultado imposible de no ser por la buena voluntad, el desenfado, la iniciativa personal de esta gente, impensables en otros regímenes de burocracia socialista. Equipaje al hombro, aprendí a repetir el mismo ruego, a preguntar en cada oficina por el jefe o la jefa de turno, a exponerle mis anhelos de solitaria viajera, sin excesiva insistencia. Ellos escuchaban, eran parcos en comentarios, me indicaban que esperara, y tarde o temprano me introducían en un vehículo provista del precioso y diminuto boleto.

El mapa del país ha quedado para mí jalonado de estos San Cristóbal negros, blancos y mestizos que me tendían la mano para saltar entre las dos postales y echar a andar por la cálida marejada de lo cotidiano. Porque Cuba limita con dos postales no excluyentes: la turística y la política. A aquélla pertenece el paraíso dorado caribeño, las mulatas -y mulatos- azucarados, el merengue y el ron. A ésta la simpática democracia proletaria hispanoahablante provista de médicos, maracas y barba. Las orillas de ambas tarjetas se alejan irremisiblemente tras la zambullida en la vida diaria; tan rápidas como mis posibilidades de poner otra vez pie en ellas. Y me hallo con una imposición caótica, no elaborada, de la realidad, en toda su materia bruta, sin censura ni cinceles.

Desde la delegación simpatizante hasta la pareja en luna de miel pasando por el intelectual en vacaciones de progresismo latinoamericano, el viaje era, desde el avión, un plato semicocinado, que se espolvoreaba ligeramente de detalles entrañables durante la estancia para luego ponerlo directamente al horno y consumirlo a la vuelta dentro del menú habitual de las buenas conciencias y las posturas rentables. Sólo cumplía superponer la isla a su modelo, quizás con unas gotas -la indispensable espina en la rosa- de suave crítica respecto a cierto posible apego al poder personal refiriéndose a las décadas de Partido y Jefatura únicos de Fidel Castro. Si, durante la gira, algo desentonaba, se saltaba ágilmente fuera del tiesto recurriendo a la miseria en Calcuta o a los asesinatos en Brasil.

Los jefes de turno figuran en cada nudo de un mapa de nombres espléndidos por cuyo solo hechizo hubiera valido la pena recorrer distancias: Ciego de Ávila, Sancti Spiritus, Esmeralda, Santa Clara, Cienfuegos. Ellos me han ido abriendo las puertas de los rincones de umbría, las playas aplastadas por el sol, el verde extenso de las plantaciones, las ciudades que aguardan el comienzo del día con los primeros claros de la amanecida, la intimidad del salón y la velada en una casa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Camino al sur

 

Cuando se viaja, se viaja también por el mapa. Hay un diminuto doble del viajero que recorre, previamente, con pasos microscópicos, las líneas punteadas, los guiones, que salta sobre el pálido trazo azul de los ríos y que se sitúa dubitativo en la punta del lápiz que reposa sobre las cifras de la altura de una montaña. Mi material es precario y poco fiable, carece de la precisión y el acabado de la cartografía germánica y las exhaustivas guías anglosajonas pero tiene el encanto del rudimentario atlas de las escuelas de mi infancia, y los pequeños manuales con los que lo complemento son un dechado de propaganda castrista enmarcado por la beatífica admiración de la intelligentzia europea. Entre ataque y ataque de indignación, disfruto bastante con el rosario topográfico de maravillas revolucionarias.

El itinerario que, desde La Habana, me dibujo promete dichas sin cuento porque, obediente -en parte- a las agujas del reloj, me iré primero hacia el sur de la provincia de Matanzas, que tal vez hace honor a su nombre con emociones inolvidables, y luego, siguiendo fielmente la curva que la isla marca, iré hacia el Oriente, por su ancha medialuna al final de la cual me esperan las primeras bahías que vio Colón.

Además de una fe inconmovible en el régimen, los redactores de los libros que manejo disponían ciertamente de esos medios de avanzada técnica burguesa que permiten alcanzar, en breves días, todos los rincones disfrutables y remotos sin la servidumbre de transportes colectivos, amplias masas populares y avituallamiento precario. Poco importa. El viajero microscópico reconoce en el precario papel y las escasas tintas del plano local las modestas ilustraciones de sus textos escolares y recupera la certidumbre de que cada paso al otro lado de los guiones que marcaban fronteras significa adentrarse en espacios de diferente color. Así del amarillo Estados Unidos desciendo al verde México, sorteo el ocre insulso de Belice, paso por el carmesí de Guatemala y el blanquecino El Salvador y, desde Honduras violeta y Nicaragua naranja, oteo en un mar azul pálido Antillas de todas las tallas, Puerto Rico como un dedal de oro, Santo Domingo castaña con la cabellera de Haití todavía agraz, Jamaica cereza al ron, y por fin Cuba, señorial y fina, con un cinturón de provincias que unen los broches sonoros de estas ciudades.

Por la ventanilla abierta del desvencijado autocar llega, con el aire, la palpable certeza de que el viaje al sur ha comenzado.

Por la noche, un hálito fermentado y dulzón se mezcla al calor sofocante y recuerda que al extremo meridional de Matanzas cuelga un infierno. La provincia se deshace en las ciénagas de la península de Zapata donde, como en un escenario de las primeras edades de la Tierra, son los saurios reyes absolutos. Algo se les ha empujado con valientes cultivos de frutales y cocoteros pero la vecindad del mar ensancha su imperio aunque ahora estén empadronados en un parque nacional de cría de cocodrilos que hace la competencia a su homólogo de Tailandia. Estos futuros bolsos y zapatos sonríen malignos en espera de su ración cotidiana más las propinas que puedan caer y tal vez planean vacaciones, y una saludable variación gastronómica, en los territorios de sus salvajes primos que residen al pie de Sierra Maestra.

Un lugar tan inhóspito, al que los mosquitos hacen cuanto pueden para volver netamente invivible, debe tener por fuerza la compensación de un tesoro y, quizás por ello, existe una laguna con este nombre en la que un jefe taíno perseguido por los españoles habría lanzado sus sacos de oro. Es muy posible que el cacique indio planeara así una refinada venganza póstuma, o que esta riqueza, como la olla del arco iris, pertenezca a la extensa familia de los espejismos del oro inalcanzable.

Mortificados suficientemente por la estancia en la Ciénaga de Zapata, los turistas pueden entregarse a la meditación revolucionaria e histórica en las vecinas Bahía de los Cochinos y Playa Girón.

En 1961 desembarcaron en esta zona tropas cubanas opuestas a Fidel a las que apoyaba logística estadounidense. El Gobierno de La Habana contraatacó y venció con la ayuda de la Unión Soviética. El lugar es hoy un gran museo a cielo abierto con monumentos a los caídos, restos de barcos y aviones y pabellones en los que se explican los tres días de batallas.

Esta es toda una zona bélica, de grandes luchas y victorias decisivas. Santa Clara abría las puertas hacia la capital y el centro de la isla; en ella se enfrentaron las tropas de Batista y los guerrilleros del Che, surgidos de las sierras de Escambray para cortar las comunicaciones gubernamentales con la zona oriental; y lo consiguieron con el ataque a un tren blindado y la reunión con la columna de Camilo Cienfuegos en 1958.

La tradición militar viene de largo porque toda la vecina provincia, al sur de Villa Clara, debe su nombre al gobernador español José Cienfuegos, que favoreció en el siglo XIX la inmigración de familias francesas procedentes de Burdeos y la Florida. Cienfuegos ya no es, sin embargo, la Perla del Sur, ha perdido su oriente. La capital de nombre tan luminoso es en realidad una ciudad pequeña encajonada en su bahía y volcada en la actividad del puerto mercantil de donde parte la cosecha de azúcar. Hay algo sin embargo en ella de aura romántica, bajo la capa impersonal de los bloques de viviendas en los que no queda prácticamente aire colonial alguno, si se exceptúan contadísimos edificios. Cienfuegos recibía las frecuentes atenciones de los piratas y de los mercaderes de esclavos, de manera que llegó a distinguirse por una población negra particularmente numerosa que el gobernador intentó quizás cortar con los pálidos colonos franceses. Se habla en ella de la segregación que mantuvo hasta mediados de este siglo la zonas de blancos y de negros, pero la mezcla con criollos y mestizos es tal que por fuerza tales medidas tuvieron que tener mucho de simbólicas.

He apuntado, cuidadosamente, la visita al Jardín Botánico que está entre Cienfuegos y Trinidad. Es sin duda cita obligada para los especialistas en palmeras y bambúes, pero a mí me atrae la presencia en él de la Lucy de los árboles antillanos, una palmerita-alcornoque que vio nacer, hace millones de años, a todos demás los habitantes de estas tierras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Trinidad

 

No, Trinidad no tiene nada que ver con frías e incomprensibles abstracciones teológicas. Contra historia y cronología, el primer paseo por sus calles blancas recorridas despacio por muchachas morenas, la pausa ante la ventana de reja andaluza, el descanso en la majestuosa Plaza Mayor, todo me lleva a creer firmemente que su nombre es el de alguna mulata que volvió loco al jefe de los conquistadores. Porque la ciudad es antigua y femenina, recoleta y con sabor a zumo de caña, carne ondulante y prieta, plantas de patio y almidón. Diego Velázquez la escogió en 1514 como una de las primeras poblaciones de la conquista por su topografía, su pequeño puerto de Casilda y las escasas pepitas de oro que se hallaron en algunos arroyos, eclipsadas luego por las riquezas de la Nueva España. De Casilda partieron las naves de Hernán Cortés, rumbo a las desconocidas tierras de Méjico y de un continente entero cuya inmensidad aún no se vislumbraba. Trinidad prosperó como centro mercantil de azúcar y de esclavos, cruce de caminos y residencia criolla, adornada por preciosos edificios y orgullosa de su alegre vida social. Con el siglo XIX llegó el ocaso; el comercio se desplazó al puerto de Cienfuegos, la esclavitud fue abolida, los plantadores se instalaron en otros puntos de la isla. Hoy es en su conjunto un monumento de refinada elegancia colonial con lo que fueron hogares de grandes familias y se han transformado en museos, como el Romántico o la Casa de Iznaga. La pequeña ciudad también recuerda su tradición de centro cultural con el Museo de Ciencias Naturales Alexander von Humboldt y el Arqueológico.

Desde la profundidad de un espejo ovalado con marco de orfebrería, suspendido en la pared sobre una mesita de ébano con camafeos y adornos de concha, me mira, reflejado, el retrato de una mujer de otro siglo, severa en su traje gris de cuello alto, insensible al tremendo calor de Cuba, a la calle de fuego de la que la defiende el balcón entreabierto. La habitación es larga, los muros son anchos y el suelo de losa un estanque de frescura. Alguien pasa al otro lado de la reja blanca, a través de la cual la señora habrá mirado en largas, interminables tardes, con sentimientos contradictorios de satisfacción por su seguro refugio y nostalgia del exterior imprevisto y ardoroso. Esta mujer del retrato es blanca, como las paredes y el aire de la estancia cerrada y fresca, y está metida en su marco, metida en su espejo, frente a las luminosas rejas que impiden al tiempo pasar a la casa colonial.

El extremo opuesto de la decoración solemne y tradicional de esta casa patricia son sin duda los cuadros de Benito Ortiz. Trinidad tiene en él a su Douanier Rousseau, un zapatero que, a la madura edad de setenta y cinco años, se dedicó en 1964 a pintar paisajes y escenas de su ciudad en cuadros naif. La clave de su éxito reside sin duda, no sólo en el valor pictórico de sus telas, sino en el hecho de que éstas desprenden la atmósfera intima, tierna y afectuosamente coloreada de la ciudad sureña.

 

Israel, apodado El Moro, es un vitalista extrovertido y calculador que maquina, discute y propone continuamente a su alrededor relaciones y negocios. Le acompaña El Sirio, astuto mercader de nariz y labios carnosos y contextura gruesa y fornida.

-Con nosotros todo le costará más barato.- me aseguran.

-Pagará tarifas cubanas.

-Encontrará habitación en el hotel, en nuestro mismo hotel. Venga.

Y se empeñan en ayudarme con mi equipaje, dialogan en la recepción, buscan agua, son todo solicitud.

El pago de servicios esa tarde consiste en acompañarles a la shopy y efectuar para ellos con mi pasaporte compras que luego revenderán. Algo ven en mí de las pepitas de oro que ilusionaron a Diego Velázquez.

Pero mi filón es escaso, no está a la altura del panorama de bisnes que ambos vislumbran. Como son gente hábil, agradecen la primera inversión de cuatro pares de zapatos y, antes de abordar nuevas peticiones, pasan en la cena al capítulo de las confidencias. El Sirio se dice divorciado y con un hijo que, por haberlo sacado del país la familia de la mujer a los seis años de edad en lo del Mariel, no ha visto a su padre desde hace nueve ni podrá verlo hasta 1991. El Moro, de unos cuarenta y cinco años, algo ajado pero aún bien parecido, profesor de deporte y más discreto, apura su ron y asiente.

-Lo de su billete de tren a Santiago délo por resuelto.

-Con un adelanto de veinte pesos basta.

-Ya verá. Ningún problema. Como yo viajo también con usted, me encargo de buscarle el hotel allá.- afirma El Sirio.

Aunque empezaron invitando ahora la cuenta llega y es empujada suavemente hacia mí. En el desayuno ambos se declaran bruscamente insolventes. Han visto sin duda las limitaciones del filón. Intentan un postrero y persuasivo:

-Calcule los dólares de hotel que ya, gracias a nosotros, se ha ahorrado.

-¿No cree que podríamos ir a comprar unas colonias?.

-Por interés en realidad no lo hacemos. Más que nada la intención era ayudar. Pero podríamos….

Se impone el cambio de planes. En vez de intentar ir directamente a Santiago, echaré primero un vistazo a los alrededores y luego me dirigiré a Holguín, en donde tengo la dirección de un viejo amigo de Alfonso.

Emprendo la ruta, la quebrada y polvorienta ruta de accidentes imprevisibles y previsibles ayunos.

¿De qué me quejo?. Ha venido a visitarme el fantasma de Humboldt, para que me avergüence de mi raquítico espíritu de aventura, de mi simulacro de osadía y de mi flaca resistencia. Es un hombre señorial que, sin perder su porte de caballero germano y su seriedad de científico, recorrió el ecuador y los trópicos, fatigó América con el minucioso inventario de sus especies, sistematizó en los comienzos del XVIII el mapa biológico de la corteza terrestre. Los milagros ocuparon un lugar en sus esquemas, fueron medidos y clasificados: la luz, las distancias, la longitud y latitud, el magnetismo, la electricidad, el calor, la humedad, la transparencia. Él deshojó y fue leyendo los estratos y supo, en ellos, de la vida de los fósiles, trilló el mar, las corrientes y los ritmos del océano, distinguió las migraciones de los vientos y cuantificó el lejano resplandor de las estrellas. Este hombre de las Luces en las que confiaron los nuevos países de Hispanoamérica con tan ingenua devoción ha dejado un profundo recuerdo en estas tierras a las que dedicó buena parte de su vida y por cuya naturaleza sintió fascinación. Su fantasma, inclinado sobre vagos mapas, acampado en la jungla que cierra con silbidos y venenos el paso a la existencia humana, me reconforta. Sube, con sus cuadernos de notas, sus instrumentos y sus frascos, por las aguas y las alfombras de mosquitos del Orinoco, del Amazonas, apunta bajo la luz escasa y el aguacero, escribe, observa, escribe.

En la oscuridad de la selva, en el pequeño y agitado camarote de un barco que busca islas y mares extraños, otros acompañan, preceden, suceden a Alexander von Humboldt. Algunos pertenecen al triste grupo de los ignorados que maltrató con su desdén España. Desde otras latitudes llega Alejandro Malaspina, que traía relatos de horizontes australes y fue recompensado con exilio y prisión. Y con él la sucesión de los que encerraron en dibujos perfectos los animales y las plantas.

Hay una extraordinaria nobleza en esa cruzada física, sin banderas, santos ni devociones, absorta en el saber y el cerebro. ¿Cómo observar sin añoranza aquel amanecer lejano de la Edad de la Razón?. ¿Cómo no envidiar su esperanza, su futuro preciso, la pasión con la que quemaban su cortas vidas, puesta la vista en las luminosas riberas del porvenir?. De ellos sorbieron las jóvenes naciones de América la alegre certidumbre del camino amplio, la confianza en el propio poder; con ellos aprendieron a ignorar la religión y la magia, a vivir la exactitud comprobada del presente y a olvidar sumisiones y oscuros miedos, como ellos descubrieron su mundo, y diseñaron banderas geométricas de vivos colores en las que reflejaban esa voluntad sin la que ningún Estado existe.

Humboldt me ha abandonado. El futuro ya no es lo que era y me enfrento al retorno de los brujos. Habré de fingir sometimiento al ritual y el conjuro, retroceder a las fangosas tierras de la incertidumbre en las que mi época se complace, dejar que, fragmentado, vuele el cerebro, avergonzado de tenacidad y referencias, abdicado de sí mismo. Y lo irracional se elevará como una vasta e impenetrable selva con muchos menos exploradores que adeptos. Aunque quizás Humboldt continúa, siempre continúa, instalando en la playa turbia de un río de nombre desconocido su tienda de campaña.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Camino al centro

 

El autobús se ha alejado del mar, de los todo terreno y los barcos alquilados que permiten conocer las blancas y solitarias playas, los hermosos rincones remotos por los que no pasaremos ni mis cubanos compañeros de viaje ni yo. Con el vehículo, rodamos obedientes por las rutas sin derecho a postal, pero algo se otea de la zona montañosa y dura que hacia el este va descendiendo. La sierra de Escambray llega a la aquí extraordinaria cota de los mil metros, con la belleza propia de la vegetación tropical de altura. Parece que en estos vallecitos hay testigos de Jehová, también iguanas, aunque ni los unos ni las otras se dejan ver. Ya no quedan, sin embargo, guerrilleros malos, grupos anticastristas que resistieron en estas asperezas. La capital homónima de la provincia, Sancti Spiritus, tiene dimensiones muy moderadas y un tranquilo aire colonial en su plaza y su iglesia del XVII. No puede menos de añorarse ese tiempo detenido de las pequeñas poblaciones, el movimiento ondulante como una respiración en el que no parece haber desplazamiento alguno sino tan sólo el balanceo circular de objetos que flotan en las olas. Es, sin embargo, y lo sé, lugar de inquietudes dormidas, de libertades mínimas repartidas de forma harto desigual. Bajo su aparente placidez hay estancadas regiones de angustia, de obligada permanencia, rutina y vagas miradas a la distancia y hacia el cielo. Cabalgaron, emigraron los hombres; se quedaron las mujeres y los esclavos, luego sólo ellas, en casas grandes y frescas pero sin caminos. Ahora el autobús pasa de una población a otra similar y rompe, sin saberlo, burbujas de tiempo detenido, de mujeres en posturas de eterno servicio, de eterna espera, inmortalizadas una y otra vez, muy a su pesar, por poetas de frutos en sazón, por escritores de realismos tan mágicos como sórdidos.

Desde su estatua en la iglesia, una Virgen sujeta a su peana me mira con un rostro regado de cristalinas lágrimas y rodeado de ricos encajes.

 

Ciego de Ávila. Me alegro de pasar por aquí al menos por el nombre, y por la añoranza de un tren que las circunstancias me impiden ahora tomar y la une a San Fernando, en la costa norte que tal vez podré recorrer a la vuelta. Entonces tomaré un sorbito de la famosa agua de Morón e incluso puede que encuentre un lugar solitario y propicio para soñar con los vecinos cayos. Acostumbrada a los méridas, madrides, toledos y trujillos que salpican Hispanomérica, Ávila, en Cuba, resalta por su soledad entre topónimos de adaptación local. Aquí no vieron los conquistadores sus patrias chicas de origen, no experimentaron la necesidad de alzar duplicados de la ciudad natal. Probablemente se debe a que la isla fue una plataforma de tránsito, embarcadero, cala y base para expediciones hacia territorios ricos, extensos y estables, a la defensiva contra los piratas y, pese al dominio oficial español, obligada a entenderse con naciones influyentes, grandes vecinos y grupos numerosos de inmigrantes.

No hay tampoco en Cuba esa innumerable población indígena y mestiza que marca con su sello los países del Continente. La peculiaridad de la isla está en algo muy distinto, en cierto cosmopolitismo en olas sucesivas que rompían en esta avanzada atlántica con su marejada de costumbres, aspecto e ideas. Los supervivientes de las tribus autóctonas están totalmente diluidos en españoles, africanos, franceses y colonos de diversos orígenes. Sin olvidar el breve pero significativo contacto con Inglaterra: en 1762 los ingleses ocuparon La Habana y obligaron al Gobierno español a abrir su puerto a todas las rutas y naves comerciales. Aunque se retiraron, en dirección a la Florida en 1763, dejaron tras ellos las semillas de las logias masónicas y de la libertad de cultos de las que se nutrirían, un siglo más tarde, los progresistas e independentistas. El siglo XVIII fue también en América la época efervescente de la general Muerte del Padre: el Rey, España, la Iglesia Católica, el pasado criollo. Estos asesinatos tan saludables suelen dejar de serlo cuando pasan de ideológicos a físicos. En el caso de Cuba, difícilmente podría la Madre Patria -enfangada en sus propios problemas del paso a la modernidad- haber llevado a cabo el proceso de independencia con mayores dosis de estupidez patriótica y egoísmo cerril y criminal de los grande propietarios criollos, contra los que clamaron vano el puñado de ilustrados tardíos y la Generación del 98

 

Qué lejos se ha quedado el mar y con él las costas del sur y la barrera de coral que probablemente no veré. Formo con sus referencias un claro recuerdo imaginario, sigo su perfil con el pensamiento y las guardo desnudas, cubiertas tan sólo por la belleza de sus nombres: el Golfo de Ana María, el archipiélago de los Jardines de la Reina, el Laberinto de las Doce, los cayos de las Doce Leguas y de las Cinco Balas, salidos todos de un cuento medieval, y respondidos tierra adentro por nombres indígenas con sonoridad de ave selvática: Jíbara, Sanguily, Guasimal, Júcaro, Guayacanes, Majagua. Ahora nos adentramos en las caderas anchas de Cuba, una lisa extensión que se abre hacia el este y en la que la carretera traza una línea monótona. Su lustroso aspecto de llanura fértil explica la incursión en el siglo XVII del pirata Henry Morgan. Es zona de granjas y pastos, cuadrículas verdes y establos. El inefable librito que, inasequible al desaliento y a la hilaridad que su devoción por el régimen me produce, hojeo me informa de que aquí se ha logrado una importantísima victoria al sustituir los latifundios azucareros por la ganadería con éxito tal que Cuba está a punto de llegar a ser uno de los mayores productores mundiales de leche y carne por habitante. Serán sin duda los habitantes de otros países a cuyos felices mercados, neveras y restaurantes se destinan. Ya quisieran mis compañeros de viaje entrar en relación intensa y directa con un bistec, aunque éste fuera del cebú importado de Asia al que, con escaso respeto por la Tríada hindú, los campesinos llaman brahma. A las gloriosas perspectivas cárnicas añade mi libro una versión perfectamente literal del cuento de la lechera según la cual Cuba sobrepasará en breve, en el consumo de ese líquido, a los países escandinavos. Por supuesto las gallinas tampoco se quedan atrás en este vertiginoso y exponencial frente de la producción.

A veces divisamos un pequeño bohío que, con sus palmeras, sus flores y su huerto, parece dibujado a pincel para romper la igualdad de este paisaje solitario y tiene el engañoso aire idílico de toda casita campesina a través del rosado filtro de una conveniente distancia. El autobús lleva un tiempo sorprendentemente largo sin sufrir ninguna avería. Mis vecinos de asiento se han despertado de la siesta y charlan con animación, dos señoras hacen labor, el chófer y su ayudante conversan y los kilómetros se desperezan hacia la todavía lejana población.

¿Cuánto hace que salí de Trinidad?. ¿Cómo pueden ser tan largos, tan sinuosos y fragmentados los caminos que atraviesan la isla?. El tiempo se ha disuelto, triturado, en noches insomnes, centrales de autobuses, largas conversaciones, regateos, rostros que se concretan unos instantes y después desaparecen en la oscuridad. En la pequeña población de paso ha corrido la consigna de hotel en hotel local para que no me den alojamiento con el fin de forzarme a aceptar el de extranjeros a muchos dólares la noche. No lo hago y, de rechazo en rechazo, oigo en las casas particulares que de muy buena gana me alquilarían habitación pero temen las represalias de la policía.

 

Non le diesen posada;

Si non perderíen los haberes

E más los ojos de la cara.

 

Menos melodramático pero bastante incómodo.

El paisaje se reduce a olor a gasolina, calles, fruta, pan, lo que se encuentra, salas de espera, bancos, ceremonias rituales de súplicas al jefe o la jefa de turno -que responden con eficaz benevolencia-, transbordos, casas y árboles que huyen y se hunden silenciosos en la lejanía y la cálida noche, sueños de viajeros tendidos en asientos desfondados, insomnios de pasajeros mientras mordisquean una galleta y levantan de cuando en cuando la cortinilla.

Mi compañera de asiento es una mujer cordial, joven, encantadora, cuyo marido fue muerto en Angola -era de las FAR, soldados a los que el Gobierno envía a quien le parece oportuno y por cuyos servicios cobra sumas nada despreciables- hace dos años. Él había estado antes en Etiopía y Libia. Ambas nos estancamos, mugrientas, en Camagüey hasta que la jefe de turno, una maternal negra teñida de rubio, me proporciona un billete para Holguín. El último tramo del viaje es polar, con frígido aire acondicionado. Espero, amarrada a bolso y mochila, dormitando, el amanecer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Holguín

 

La ciudad es, en este momento, semejante a todas las del planeta, queda, cerrada y distante, envuelta en el fino celofán de la hora que precede al primer claro del día. Sus gentes yacen inermes y ajenas, inalcanzables en su sueño, carentes de sonido y de color.

Que mientras se duerme todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos.

Nada ha comenzado todavía, no hay un paso en la calle que rasgue la superficie gris y transparente que recubre las puertas, las copas de los árboles, la acera y los tejados. Aguardo, ante la casa del amigo de Alfonso, a que se despierten.

La vivienda es una construcción de dos pisos inacabada y habitada tal cual como muchas otras. No hay materiales de obra, falta el yeso, el cemento, la pintura, los ladrillos. Se va poniendo lo que se encuentra y se vive como el molusco que genera desde el interior las sucesivas capas de su concha. La familia me acoge con generosa cordialidad.

-Te alojas aquí, cómo no.

-¿Y si tenéis problemas?.

-Tranquila. Ya se verá.

El amigo de Alfonso, Gustavo, es un hombre flaco, con bigote negro, reservado y serio pero con sentido del humor e independencia de criterio. Tiene dos preciosas hijas que preparan la gran fiesta de los quince años, ese rito esencial en toda Hispanoamérica. La mujer de Gustavo es suave, muy blanca. La abuela dirige en la cocina, entre las jaulas del corral y la gran mesa con mantel de hule, todas las operaciones. Al clan se suman las dos hermanas casadas, Marta y María, que llegan a la visita diaria, y sus respectivos maridos, que aparecerán más tarde.

Me han dicho que descanse, tras mis noches de viaje, en la cama del cuarto de arriba. El techo es de chapa y su efecto de horno se manifiesta en una brusca pérdida del oxígeno, un cortacicuito en el cuerpo tendido bajo el aire caliente y el metal. Sólo me recuperaré de la asfixia mojándome la cabeza y huyendo abajo.

Hay tertulia, numerosa, sentados a la mesa rectangular que ocupa casi toda la cocina.

-La situación es pésima.- dice Rogelio, uno de los cuñados.

-Antes las cosas no iban tan mal- objeta Marta, que fue pionera del Partido y tuvo una juventud militante.

-Mis hijas todas estudiaron, pero de poco les vale- tercia la abuela.

-Yo hice mi carrera- afirma Marta.

-Pero ¿qué porvenir tiene mi hijo? – pregunta María.

Gustavo interviene poco en la conversación. Tiene un bigote expresivo que habla por él, encierra divagaciones, se curva con preguntas sin respuesta, absorbe dudas y oculta el esbozo de una sonrisa. A veces retuerce las puntas como para escurrir gotas de información. Pide noticias de Alfonso y su gente.

-¿Y el niño?. ¿Y Aida? No sé cómo le irá, tanta ilusión como tenía por La Habana.

Y luego:

-Ahora cuente, ¿qué se dice de Cuba en España?.

También ellos, en Holguín como en el resto, imaginan un mundo pendiente de su isla, atareadas las noticias de cada día con los cambios de humor de los dirigentes, las insinuaciones en las entrevistas, las sugerencias veladas de la prensa.

-Yo tuve juguetes españoles, tuve una muñeca quemada, de aquel barco que mandaron.

Marta recuerda. Hubo un Trafalgar de los juguetes. En los tiempos más crudos del bloqueo España osó enviar un barco con regalos para los niños cubanos, por Navidad. El barco fue atacado, pero parte de su cargamento, aunque estuviera chamuscado o roto, llegó a sus destinatarios y, a través del tiempo, ha pervivido el recuerdo de coches, osos, rompecabezas y muñecas que desafiaron el bloqueo de Cuba y alcanzaron como náufragos sus playas para refugiarse en unas manos que los recibieron como los mejores juguetes del mundo.

-Vamos a dar una vuelta para que veas el pueblo.

Gustavo se desplaza en un cascarón de óxido, sin cristales ni accesorios, que en su día fue coche. El parque móvil cubano ha servido con buenas razones a un publicista norteamericano para rodar un corto que es un canto de alabanza a la increíble resistencia y apego a la vida de estos modelos y estas marcas que siguen rodando con cuarenta años de chapuza y uso. El vehículo, de color indefinido suma de brochazos diversos, es su orgullo y su medio de vida, con él hace portes y recados, trapichea y subsiste en ese paro medio encubierto mezclado con quimeras e inercia que es la forma de vida de buena parte de la población. Guardo la visión, en unos almacenes abandonados, de un precioso descapotable blanco, el radiador y el parabrisas bordeados de negro y los faros con una seriedad aristocrática de monóculo. Allí estaba, con su matrícula azul H 2191, escapado de los años treinta, como un copo de nieve entre las paredes grises y el desconchado techo. En el de Gustavo, azacaneada bestia de carga y pariente pobre del noble deportivo recluido en su retiro, recorro la población, rectangular y monótona, y sus alrededores.

Situada en un eje de carreteras, la central oeste-este y los enlaces norte-sur, Holguín tiene tráfico, aeropuerto e instalaciones hoteleras cercanas que dirigen el turismo a las playas de Guardalavaca. Pero la maquinaria abandonada, los railes que se pierden en la tierra y las plantaciones y las viejas refinerías hablan de la decadencia de lo que fue el centro económico del azúcar. Aquí instalaron en tiempos los soviéticos las plantas de modernización agrícola, que lentamente corroe el tiempo y el abandono y se suman a ruinas de fábricas del siglo XIX cubiertas por la vegetación. El azúcar ha sido el emblema de la isla, que ha dejado de ser sistemáticamente su primer productor y ve su competitividad cada vez más mermada. La caña constituía antes de 1959 más del 80% de sus exportaciones, que adquiría mayoritariamente Estados Unidos según un acuerdo preferencial que permitía a la isla vender ventajosamente a su vecino tres millones de toneladas de azúcar al año por encima del precio mundial. Descontento con la política de Castro, el gobierno norteamericano se negó en 1960 a comprar el resto de su cupo azucarero, 700.000 Tm. La Unión Soviética entró rápidamente en liza presentándose como comprador a cambio de petróleo, que las compañías estadounidenses rehusaron procesar. Como respuesta Fidel Castro ordenó la nacionalización, sin indemnización alguna, de las refinerías y bienes norteamericanos en la isla. Se abría la fractura que continúa hasta la fecha y que se consumó en 1961 con la ruptura total de relaciones entre ambos países. Hoy lo que fue un polo de desarrollo económico tiene el aura inconfundible de la decadencia, de la incertidumbre y del voluntarismo, un viejo olor a melaza y consignas, y la visión huidiza de una venerable locomotora definitivamente estacionada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jineteros de provincias

 

-Tenemos proyectos.

-Queremos poner un negocito.

-Las cosas están cambiando.

Gustavo y su amigo Cesáreo parecen poseídos de auténtica emoción cuando explican su vasto plan para embarcarse nada menos que en el sector todavía inexistente en Cuba: el privado. Justamente lo que da a la isla esa especial apariencia, ese tono insufrible de carencia y monotonía, es la absoluta inexistencia de comercio, el monopolio completo del Estado en la economía que se plasma en los largos muros sin restaurantes, bares ni tiendas, en la ausencia de vitalidad y ritmo, en el aire expectante, cansino, flotante y resignado de una población que vive, sin grandes esperanzas y ningún incentivo, a lo que sale. El marxismo castrista ha tenido un curioso efecto: se ha librado, por la idiosincracia de su gente, del totalitarismo gélido de sus colegas de ideario, pero es económicamente el especimen más puro, sólo en competencia, quizás, con Albania o Corea del Norte, de erradicación del comercio privado. De ahí el marasmo palpable, la general carencia. China, por poner un ejemplo, es a su lado, desde mucho antes de su apertura económica, un hervidero de productos de consumo y pequeño mercado. También, en menor medida, Rusia, y los Países del Este. Pero el caso de Cuba es distinto. Ella es un producto de probeta, absolutamente dependiente de factores externos, de un padrino que durante todos estos años de proclamaciones de orgullo nacional, dignidad e independencia ha sido la base, el sustento y la razón de ser y perdurar del régimen castrista. Nada se explica sin su soledad y dependencia de satélite, lejano y sin embargo rígidamente soldado a la Unión Soviética.

Cesáreo y Gustavo proyectan fabricar y vender bisutería de plástico en la calle, en acuerdo con los disminuidos físicos, a los que el Gobierno permite tal actividad. Es la máxima incursión en la economía privada y la libre empresa que por lo pronto vislumbran. Se les ve ilusionados a rachas, con la energía de quien se pasea por su jaula; luego les viene la melancolía, al atardecer, como en nuestra pequeña excursión campestre.

-Dicen que nos faltan cosas, que la economía no va porque estamos bloqueados por Estados Unidos, pero yo creo que nuestro bloqueo es mayor desde dentro que desde fuera.

El hombre es amargo. Ha pasado los cuarenta, ha recorrido la isla, sus posibilidades de trabajo, sus medios de vida, y este domingo, en el que el valle de Mayabe se tuesta bajo el insoportable calor tropical, salió con tres amigos a los restaurantes y cafés del parque, las terrazas del mirador, en un vano intento de divertirse y romper la monotonía de los días. Desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde el grupo ha intentado ofrecerme y ofrecerse lo que aquí se considera un festín: pollo y cerveza. Y se ha acabado el domingo sin encontrar ni uno ni otra, sin comer y sin beber gota. Los unos no han abierto, los otros no van a abrir, los que abrieron parecen haber nacido repletos y sin esperanza de asiento y servicio, los que iban a comenzar a servir aprovechan con avidez una tormenta para cerrar el kiosko y dejar a la cola hambrienta y defraudada. Alguien, en la atmósfera súbitamente ennegrecida por las nubes y en una mesa en la que ningún camarero pondrá jamás nada, ofrece un cuarto de botella de ron, fuerte y barato, que se va tragando con el estómago vacío.

El hombre tiene el pelo gris y un aire de cansancio, de búsqueda por inercia y continua petición vaga de algo. Masca en sordina las protestas Se autobloquean; nos bloquean. El ron no es suave ni aromático, rasca tripas adentro y se acompaña de truenos y de unas ráfagas desaforadas de lluvia que aquí se catalogan como simple chaparroncito. Nos bloquean…Estamos bajo un templete, en una de las colinas, rodeados de flecos de agua tras los que se transparenta el verde espeso. Machacona, irritante en un final de domingo que se asemeja a todos los del mundo, vuelve la misma canción del Estado policial defensivo y la endémica penuria cotidiana.

Peregrinación por comida. Larga cola. No hay cerveza, es una obsesión la cerveza que se acabó, que no llega, que se vende sólo acompañada de un plato malo y caro. La policía en la carretera. Uno de mis compañeros de búsqueda comenta con rencor: Pero ellos lo tienen todo. Cola de una hora. ¡Pollos!. ¡Cerveza!. Aguacero, corte de luz que aprovechan los del restaurante para no servir, aunque ya sólo chispea, y ni siquiera vender al público en el mostrador.

-¿Qué les importa?- dice mi vecino de espera, que engaña la necesidad con cigarrillos. -Cobran una miseria y se comerán al volver a su casa un huevo.

Las camareras miran como esfinges, teniendo como telón de fondo el mostrador apagado, al público hambriento y desesperado que se va retirando con miradas acusadoras porque no se atreven a protestar.

-Aquí han desaparecido ya muchos. Cinco, diez años de cárcel, escándalo público. No te matan, pero te privan del poco movimiento que te queda.

Cesáreo se había puesto una camisa negra impecablemente planchada. Me siento entre él y Gustavo. Quieren ser caballerosos, lo son, pero la tentación es demasiado fuerte y acaban vaciando mi cajetilla de cigarrillos. De repente la conversación, la compañía, la repetición de las situaciones, las quejas me exasperan. ¿Dónde está el jolgorio, las bromas y la salsa, el cimbreo de las bellas mulatas, el tipo más guapo del lugar, la canela del cóctel y los brazos tostados?, ¿dónde las aguas transparentes y las playas de harina, el sabor de una vida instantánea, de una sensualidad extraordinariamente asequible?. El ron no calma sino que agudiza mi ataque de hastío, mi irritación que clamaría a todo el grupo y más allá de la colina, para que bailen y se callen, para que me cuenten otras historias y me enseñen la vegetación tropical, el acuario y las fábricas de tabaco. Ahí está Cesáreo, mortecino, acodado en la mesa junto a su copa, con la expresión de siempre querer decir algo, y están los demás, con gestos cansinos y escasez de chistes, ni siquiera dotados para el humor negro que sería el recurso de mis compatriotas.

-Miren.

Ha roto el cielo y hay en la distancia un arco iris. Se ha asentado el polvo y la vista es amplia, sobre un paisaje de lomas y ciudad baja. El calor no da tiempo a los regatos para llegar al valle y son absorbidos por la esponja de la maleza y el velo de vapor. El coche de Gustavo, lavado por la tormenta, es una gloriosa ruina. Volvemos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De compras por Las Antillas

 

Hay aberrraciones en las que nunca pensé detenerme, fangosos terrenos aceptables sólo por la literatura en casos de necesidad imperiosa, incursiones en el plúmbeo reino de los pelmas. Estoy escribiendo sobre raciones, precios, consumo y salarios, y con ello me siento ahogarme, empujada por mi cadena de moralina hacia el fondo, en un estanque de formol. Encerrada definitiva e irremisiblemente en el circuito de la vida cotidiana, segregada por mis propios esfuerzos de los rincones dorados y apasionantes que sin duda Cuba ofrece, alejada de esa novela erótica de café, azúcar y piel que añoro y me hubiera correspondido narrar, me sumo en páginas tan torpemente depravadas como las que he elaborado en mis salidas de compras con Marta y María. María está embarazada y el bombo le da prioridad en las colas aunque no le sirve de mucho teniendo en cuenta lo que ofrece el mostrador. Esta expedición, que recuerda a las frustradas cacerías de un felino torpe, comienza con un coro de lamentaciones sobre la falta de agua en las casas, de electricidad en las bombillas y la generosa abundancia de cucarachas, ecológicamente protegidas por la inexistencia de insecticidas. Cuando pregunto por compresas o algodón quirúrgico la hilaridad es general.

Vamos al supermercado el lunes y ahí ya el espectáculo alcanza las cimas de la desolación: cada estantería vacía -que son casi todas-, cada uno de los cajones sin más relleno que polvo y churretes, aúlla la bancarrota del sistema. Algunos botes oxidados y difícilmente identificables tienen aspecto de ser los restos invendibles de envíos: crema de almejas, mermelada de tomate…La carnicería despacha solamente costillar salado de cerdo. En productos lácteos hay unos bloques pequeños de mantequilla y queso blanco. No existe el pescado, ni la fruta excepto un puñado de mangos, ni las verduras salvo algunos pimientos de tercera calidad y tomates diminutos, amarillos y duros. No hay, por supuesto, bolsas de plástico y prácticamente, excepto para la carne, tampoco de papel.

En las tiendas del Estado que sirven el cupo mensual corresponden a cada cubano, con ciertas diferencias según casos y regiones, algunos bienes básicos de consumo, que se le venden en la cantidad fijada por el racionamiento y a precios asequibles. Lo que se quiera adquirir a más de esto, si se encuentra, es como mínimo cuatro veces más caro. Por persona y por mes corresponden:

– Una pastilla de jabón.

– Medio tubo de pasta de dientes (la ración es uno para dos personas).

– Cinco libras de arroz.

– Tres onzas de carne ( una onza equivale a 28 gramos).

– Pescado: su compra es libre pero prácticamente no hay.

– Leche: Sólo para niños de hasta siete años. Luego, de los siete a los catorce, condensada, cuatro latas al mes.

– Fríjoles (judías): cuatro onzas.

– Mantequilla: una libra.

– Pan: un cuarto de libra diario.

– Patatas: Una o dos libras en tiempo de cosecha. Luego no hay.

– Plátanos: sólo por niño y dieta salvo excepciones (antes había pluses de comida de ancianos).

– Zapatos: un par al año.

– Bragas: cuatro al año.

– Camisetas, calcetines y medias: no hay en cupo. Quizás en mercado libre.

– Pantalones, faldas, vestidos, etc.: el día que se recibe alguna partida de prendas de vestir hay colas desde la madrugada anterior.

– Cigarrillos. Una cajetilla a la semana.

– Puros: dos cada quince días (sólo para hombres).

Respecto a los salarios, como el cupo está lejos de cubrir las necesidades en cantidad y en calidad, la mayor parte de los cubanos se queja de la carestía de la vida. El salario medio es unos ciento cincuenta pesos. El mínimo cien, el máximo parece difícil de averiguar (la equivalencia del peso al cambio real es de unas veintidós pesetas, es decir, un peso sería la séptima parte de un dólar en la calle. El cambio oficial, un peso a 0,85 centavos de dólar, es perfectamente ficticio).

También me he entretenido anotando precios:

– Un plátano: un peso en el mercado libre, es decir, sin bonos de racionamiento).

– Un boniato: veinticinco céntimos la libra (mercado estatal fijo).

– Ñame: no se encuentra a ningún precio.

– Papa: quince céntimos la libra (mercado estatal fijo).

– Calabaza: Dieciocho céntimos la libra (mercado estatal fijo).

– Carne de primera (bistec): setenta  céntimos la libra en el mercado estatal fijo y ocho pesos la libra en el mercado libre.

– Carne de segunda: cincuenta y cinco céntimos la libra (mercado estatal).

– Carne en picadillo: seis pesos la libra (mercado libre).

– Pollo: setenta céntimos la libra (mercado estatal) , un pollo entero vale unos diez pesos en el mercado libre.

– Pescado: setenta y cinco céntimos la libra en el mercado estatal cuando se encuentra, que es casi nunca.

– Bacon: cuatro pesos la libra (mercado estatal).

– Cerdo (pata): cuatro pesos con cincuenta la libra (mercado libre).

– Cerdo (resto): tres pesos con cincuenta la libra (mercado libre).

– Café: veinte pesos la libra (mercado libre). Se entiende café mezclado con otro grano. El puro no se vende al público cubano y sólo se adquiere con divisas.

Cuba recuerda intensamente a “Rebelión en la granja”, de Orwell. En la isla no hay nada de lo que ella misma abundantemente produce, no hay mercados, ni barcas que exhiban el producto de su pesca al llegar al puerto; en Cuba, la tropical, no hay fruta ni verduras, no hay papas, ni malanga, no se pueden hacer ensaladas ni sazonar con especias ni animar el guiso con un sofrito, el cacao existe en la planta y huye luego misteriosamente para aterrizar en mesas foráneas convertido en chocolate, el café mismo es caro y nunca se vende puro. De los animales no se ve aquí sino la periferia: flanco, pata, rabo. Y, por no haber, no hay ni chicle, que reciben a veces los cubanos de sus amigos de ultramar por carta.

Cuentan que existió durante dos años un mercado campesino libre, en período de prueba, y que la población encontraba cuanto quería. El Estado, aunque recibía una parte, sin embargo lo suprimió. Actualmente no se puede vender absolutamente nada directamente al consumidor, todo debe ser canalizado por el Gobierno, excepto una pequeña parcela de autoconsumo y algunos animales domésticos. Como resultado el campesino prefiere trabajar lo mínimo e incluso no sembrar.

Tras escuchar tantas quejas de la gente con la que me voy encontrando, la pregunta inmediata es si hay una oposición organizada. Y las respuestas suelen ser:

-No. Hay demasiada vigilancia, mucha represión.

-¿Y huidas?.

-Nuestras fronteras son de agua. No tenemos donde ir. Las costas más asequibles están muy vigiladas.

-¿Por qué no aprovechó más gente lo del Mariel, en 1980, para salir del país?.

-Mucha lo pidió, había que ver las colas, y mucha más se hubiera ido si Fidel no hubiese cerrado el caño. Además, por entonces las cosas no se habían deteriorado tanto como ahora, aún creíamos.

-Cuando Fidel planeó dejar salir a algunos en lo de Puerto Mariel calculaba en unas veinte mil las peticiones. Un militar fue destituido por falta de confianza en la Revolución porque, al preguntarle sobre las previsiones, contestó que, en su opinión, un millón de personas querría marcharse. Oficialmente salieron ciento veinticinco mil y tuvieron que cortar y disculparse con el tipo del ejército, que no andaba descaminado suponiendo que se hubiera permitido marcharse a todos los que lo deseaban.

-Yo no quería juntarme con los del Mariel; sacaron a la escoria de las cárceles, criminales, pervertidos, subnormales, dementes. Eso mandaban a Estados Unidos. Uno tiene su dignidad.

Dignidad, una palabra que se repite en las conversaciones. Ella y el temor ante lo desconocido y la separación de los suyos retiene a los descontentos. Alguna gente se echa al tranquilo mar del sur, en botes hechos de cualquier cosa, hacia la cercanísima costa continental. La mayoría vegeta y espera.

Las manifestaciones de la oposición interna difícilmente llegan a ser percibidas por extranjeros. Alguien me dice, con la mayor inocencia, que entre los deberes del equipo de su amigo el comisario del distrito se cuenta quitar los carteles contra Fidel y el Partido; luego existen, aunque durante muy breve espacio de tiempo, en las paredes, y su elaboración, en un país de tal vigilancia y escasez, requiere considerable empeño.

De forma legal, es muy difícil salir del país, empezando con que este tipo de paraísos, como sus afines, son obligatorios y sin derecho a pasaporte, ese pasaporte que envidian a los visitantes, suspirando, los súbditos del Líder Máximo. Viajan los deportistas y viajan los músicos, viajan ancianos que tienen parientes en el extranjero -normalmente en Estados Unidos- que pagan por ellos al Gobierno de La Habana una jugosa cantidad en dólares. Los demás ven la televisión, se imaginan visitando España, visitando México, acumulan los puntos de los muy poco espontáneos trabajos voluntarios para que un día se les conceda un viaje a la U.R.S.S. (ahora ni eso) y critican  la situación en voz baja y tras asegurarse de que no hay nadie alrededor. Recuerdan que el telón hubo de levantarse en abril-mayo del 80 por la presión de miles de refugiados en la embajada de Venezuela y en la Oficina de Asuntos de Estados Unidos; que, como se hizo desde el principio del régimen, importaba asimilar a todo cubano no castrista con un gusano y que el Gobierno tiñó la disidencia con todos los delincuentes de derecho común de las cárceles. Esa misma dicotomía blanco/negro, tan cuidadosamente cultivada por el régimen, ¡Revolución (=castrismo) o muerte!, ¡Patria (=situación establecida) y honor!(=fidelidad al régimen), Nosotros (=dignos), Gusanos (=cubanos no castristas), esto, con su falsedad maniquea tan alegremente aceptada muchas veces por la opinión europea (¡Ah, la dulzura de las revoluciones hechas con piel ajena), obliga continuamente a la doble expresión y al doble pensamiento Porque son legión los que tienen parientes que huyeron a Estados Unidos, los que viajarían si pudiesen y aún más los que cambiarían el Estado, el país.

El control interno de esta población de diez millones de habitantes confinados en su isla parece eficaz; consiste, a más de la policía, en los delatores civiles y en las células de barrio, y se apoya en el espíritu clánico de los cubanos, que no les permitirá huir sino con la familia a rastras o para ser acogidos por ella al llegar a su destino, y en la usura diaria de energía en colas, arreglos, esperas, intentos frustrados, horas y expectativas estancadas, esfuerzos que no llegan a ninguna parte.

Gustavo y Cesáreo me llevan de un sitio a otro en su desvencijado coche. En él recorremos el itinerario cotidiano de sus diversos apaños, desde él me muestran un hotel en construcción, una fábrica desafectada, oficinas públicas, casas de amigos, la esquina donde piensan albergar su prometedor negocio de bisutería. Y Cesáreo se presenta siempre con su camisa planchada, de colores oscuros, el cabello gris bien peinado, los vaqueros, y un aire perpetuo, trenzado de frases incompletas y silencios, de quien quiere decir y no dice nada.

-No se pasa tan mal- sonríe Gustavo.

-Igual un día cambia- añade el amigo.

-O se van ustedes.- sugiero.

-Salir no es fácil…- Cesáreo busca algo en la guantera.

-Yo sin mi vieja no me voy.- afirma Gustavo.

-Hacen falta papeles, que te den los papeles.- insiste Cesáreo.

Hemos parado en un control. Gustavo les enseña algo y continuamos sin dificultad.

-¿Policía?.

-No tiene importancia. Buscan otras cosas.- Gustavo se encoge de hombros. -Por ahí hay una cárcel.- señala.

-Bueno, por lo menos aquí no hay escuadrones de la muerte ni aparecen cadáveres en las cunetas.- digo, y me dan la razón.

Pero se nos estropean hasta los modestos amagos de juerga, las alegrías que comenzamos con la búsqueda del pollo y la cerveza perdidas, las páginas que deberían estar miniadas por los colores del trópico y el meneíto del mulato danzón. Ellos se mueven sólo hasta donde alcanza la cuerda que los retiene, los contiene y endereza, si es preciso, su rumbo. Una vez se ha visto esto, palidecen las congas, el cha-cha-cha y el color.

Mi pasaporte pasa de uno al otro, es examinado con curiosidad.

-Está bueno tenerlo; está bueno.

-Ustedes lo tendrán, no son peligrosos, no están perseguidos. Acabarán teniéndolo. Y, además, tampoco por ahí la vida es fácil.

-Ya quisiera yo tenerlo, ya. Pero hacen falta trámites, unos trámites…- Cesáreo siempre deja las frases en suspenso y mira de soslayo, con aire pesaroso.

Ninguno de los que he conocido se ha presentado como activo oponente del régimen. Tampoco han mostrado el temor silencioso típico de los Países del Este. Se quejan, hablan. No son de cielos ni infiernos; viven en un limbo de tibia hartura, flotan blandamente en círculos llevados por su hastío, chocan sin estruendo con las esquinas de cristal de su pecera.

El Gobierno de Cuba asimila automáticamente disidente al criminal de derecho común, así pues no existen los presos políticos. Hay, al decir de la gente, miles de prisioneros en centros penitenciarios en los que se puede uno encontrar con facilidad simplemente por criticar en voz demasiado alta el estado de cosas. Lo que parece haberse evitado -y no es poco mérito en contraste con vecinos como Guatemala- es el recurso sistemático al asesinato o la tortura. Las desapariciones o eliminaciones afloran, esporádicas, en el clima mezcla de cierta permisividad y temor. Se comenta que se desconoce la suerte de aquel cantante o de ese periodista, hay fusilamientos en la cúpula del poder, pena de muerte, tiroteo de emigrantes sin más pasaporte que su balsa, no se permiten observadores internacionales en penitenciarías; se tacha de lacayos del socorrido imperialismo a los miembros de la Asociación de Derechos Humanos y se les persigue con procesos, las campañas de represión alternan, al ritmo de cierta moda política, con repentinas muestras de benignidad. Y los cubanos giran, en la repetición simétrica de los días, miran al mar y reanudan su existencia flotante en la que costean puertos a los que parecen destinados a no llegar jamás.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Saturno

 

-Muerto el perro, se acabó la rabia.

Decía con acento convincente de certidumbre personal un hombre que charlaba con otros de su grupo la tarde de fiesta y discurso, junto al malecón de La Habana.

-¿Sabe lo que le digo, compadre? Que muerto el perro se acabó la rabia.

Afirmaba, como fruto de su definitiva conclusión, otro al que le mostraban un periódico sus dos amigos.

-Muerto el perro, se acabó la rabia.

Recitaban a coro, sin advertirlo, múltiples interlocutores. Porque esa era la respuesta correcta, el comentario adecuado respecto al fusilamiento de un alto cargo militar, Ochoa.

Como sus homólogas, la cúpula del poder ha devorado ya en la revolución cubana a muchos de sus hijos y el apetito del dios voraz aumenta con su senilidad. La familia Castro -Fidel, Raúl, su mujer- dominan el panorama; cayó Ochoa y últimamente ha caído el Ministro del Interior. Caerán otros. De estas podas el mismo carismático líder surge siempre en el ápice, derramando sus luces, sus inapelables directivas y sus lágrimas por la penosa obligación de fusilar a los traidores. Las muertes de Ochoa, el veterano de prestigio, y de sus, según la versión oficial, cómplices en el tráfico de droga han despertado en Cuba numerosos comentarios pero las conversaciones callejeras sobre el tema tienen más de charla sobre la noticia del día en un país de prensa singularmente monocroma que de debate. Por la calle, en voz alta, se afirma la adhesión, se zanja el tema (“Muerto el perro, se acabó la rabia”). En tono menor, se alude a la personal oposición a la pena de muerte. Más que el tráfico de heroína, lo que parece incalificable es que los condenados hubieran hecho llorar al Guía Máximo. En privado y a solas se expresan dudas sobre los cargos y sobre las maniobras del clan Castro en la eliminación de los que podían hacerles sombra.

No son las únicas vidas de las que el régimen ha dispuesto. La política interior enfatiza las atenciones a la juventud y a la infancia, su salud y su alfabetización. La exterior, a continuación, dispone de esa juventud y lleva décadas mandándola regularmente a la muerte en nombre de los ideales de un Fidel mitad Peter Pan guerrillero y mitad Trotsky. Cuba compensa su cerrazón física e ideológica con una supuesta apertura al mundo exterior de la que la población no participa sino para pagar, refunfuñando, en vidas y en gastos. En el marco de un servicio militar largo y obligatorio y de un voluntariado en el que no serlo sería francamente incómodo, se envía a contingentes de soldados de diecisiete, de veinte años de edad, a Irak, Angola, Mozambique, Venezuela, Colombia, Etiopía, a los campos de entrenamiento de Libia y, en sus tiempos, a las reuniones con el IRA y con ETA. La Habana cede o alquila a sus soldados según las posibilidades del país de destino. El Líder Maximo también manda fuera cuanto falta a sus ciudadanos: mercancías, alimentos. La gente asiente por necesidad, oye en los interminables discursos las cifras de su fabulosa ayuda a los países del Tercer Mundo, y se va a casa a enfrentarse con la más absoluta escasez. En paredes sin cornisas ni pintura palidecen los carteles del Che Guevara y las llamadas a la revolución permanente, a crear uno, dos, múltiples Viet-Nam. Esa doctrina es la que permite, de hecho, perpetuar estados de emergencia, racionamiento, plenos poderes del Partido Comunista Cubano en el Gobierno y una opinión volcada hacia la amenaza exterior.

Cuba mantiene cuidadosa, insistentemente, el síndrome de bloqueo y defensa. No es que los enemigos no hayan sido reales y que la Bahía de los Cochinos fuera un sueño; es que sin esos enemigos el Partido y su política no tendrían razón de ser en cuanto que se definen por lo negativo: defensa, rechazo, nacionalismo, diferencia. África, Asia, el mundo son grandes y darán perpetuamente materia y terreno para la lógica bélica y los enfervorizamientos y reclutamientos masivos. Es significativo como las consignas hacen hincapié en el inmovilismo, en los principios inquebrantables.

Nosotros nos merecemos otra cosa. La frase llega de gente como Cesáreo, Gustavo o Marita. El hombre de la calle, la persona de mediana edad y cierta experiencia y nivel crítico, difícilmente se resignan a su mortecino horizonte cotidiano. La ausencia de posibilidades de huida, la usura diaria de la lucha por unos tomates o una bolsa de patatas, el arte de construir sin materiales y la exasperación de colas interminables han roído los ardores de la población. Pero sobre todo se encuentra ésta emasculada por la conciencia apática de impotencia y por la claustrofobia, por la falta total de incentivos individuales, por la ausencia de futuro.

Porque los cubanos no han llegado a este régimen desde una tribu primitiva amazónica autosuficiente sino desde una sociedad capitalista desigual y con sectores de miseria, la dictadura de Batista, pero irremediablemente ya moderna y entrada en el siglo XX, y la persona de a pie piensa merecer otra cosa que el que le sacrifiquen los días y los años de su única e irreemplazable vida para quemarlos en cenizas que abonen las utopías futuristas comunitarias de sus líderes. Nosotros nos merecemos otra cosa. Nosotros no nos merecemos esto, dicen, y piensan que ahora algo va a cambiar. Ocurre que el régimen es tan monolítico que si algo cambia realmente cambiará todo, y de ahí el miedo del Partido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Petición de mano

 

La casa, en esta mañana de la partida, está esforzándose por ofrecerme una comida digna de tal nombre. Gustavo ha conseguido bajo cuerda, en un restaurante caro y a cuyo cocinero conoce, ¡dos pollos!, que yo le pago y con los que invito. El matrimonio sube a la terraza, con las hijas, a explicarme los proyectos que tienen para continuar la construcción. Los cuatro quedan ahí, marcados para el recuerdo por la luz del mediodía: Él, flaco, pausado, enérgico, con un humor tranquilo extraordinario, su casa -palomas, olor de pimientos fritos, corriente de aire-, su mujer, con ojos verdes también de paloma. Después nos hemos hecho una foto en el parque: la familia extensa y la visitante en el medio, una foto de adiós porque me voy de Holguín y, aunque Gustavo me haya dicho, con no poco sentimiento, Volveremos a vernos., nada es más improbable. Es un día de fiesta, semejante a cualquier parque de cualquier sitio, la imagen, tan cercana, de una salida dominguera a los alrededores de Madrid. Ni me encuentro en una isla ni hay Atlántico, porque este país es quizás, para un español, el más próximo de América, lo suficiente como para que su percepción inmediata dificulte la visión de su ser real.

El cuñado toma posiciones para fotografiarnos; un muchachito negro se interpone y se queda mirando la escena hasta que le hacen señas de que se aparte.

-¿Qué hace ahí en medio esa cabeza negra?- bromea Gustavo.

Porque, en efecto, su familia es toda ella blanca, sin mestizaje, lo cual es bastante común en la zona, y tendré que irme al este para encontrar los núcleos de población de mayoritaria ascendencia africana.

Ya está la foto. Una línea larga de generaciones en la que los niños se apoyan perezosa y cariñosamente en la abuela y ella comenta con orgullo: Que no digan que he venido sola. Tampoco ellos se irán solos. Se pararán frente al mar, reflexionarán sobre balsas en la playa, pero los lazos de familia son como anclas, fortísimos, extensos, y sus largas cuerdas les tirarán del pecho, les harán sentir, incluso si cruzan el brazo de agua, los movimientos de los que quedaron, les mandarán dinero, planearán, mientras dan sus primeros pasos en la tierra de acogida, cómo prepararles para el salto.

-Hola, Cesáreo.

-¿Qué tal?. ¿Damos un paseíto?.

El hombre con pelo gris y cierta apostura plantea con brusquedad vergonzosa, y retira con el mismo sonrojo, su propuesta.

-Aquí sólo casándote con un forastero te dejan salir sin problemas…. Tú prodrías ayudarme si quisieras….Tener un pasaporte…Irme…

Cesáreo tiene el gesto más amargo que nunca, las palmas abiertas, y mira al suelo. La humillación pesa sobre todo este intento desesperado de huida, sobre el tono de ruego. Es difícil bromear sorteando los límites claros de esa rabia tirante que le asoma a las comisuras de la boca y a los hombros. Divorciado, quemando los últimos cartuchos de una vida absolutamente sin ninguna expectativa.

-¿Por qué no te fuiste en lo del Mariel?- pregunto. Pero conozco bien la respuesta.

– Dignidad. No ponerme a la altura de cierta gente. Sacaron a los criminales para embarcarlos. Además, hace diez años todavía creía en algo, todavía les creía algo.

Jineteros de provincias. Muy lejos del cinturón de hoteles y de Tropicana. Tímidas ofertas de un producto en las antípodas de la mulata jugosa. No se ha molestado en representar a don Juan, en llamar en su ayuda a la sensualidad. Él vino, planchado y peinado, a esperar el sortilegio en el que no cree.

He conocido ya muchos casos. En Cuba se pide la mano, que echen una mano el extranjero o la extranjera, porque ésa es una de las pocas formas de salir del país, de conseguir un billete de avión y un pasaporte. Ellos y ellas intentan, y a veces consiguen, matrimonios de conveniencia con extranjeros de paso, bodas que les sirven simplemente para escapar y que se disuelven nada más dejar el país. Pocos turistas van solos; los que lo hagan ciertamente pasarán por la experiencia de la petición de mano, de esa mano que el pretendiente espera que le arrastre, salvadora, al otro lado del mar.

 

Y de nuevo en ruta, gracias a los jefes de turno, hacia Santiago. El autobús -la guagua- pincha. Pasa un camión como un largo paisaje. Una mujer sudorosa con su hijo de unos diez años y paquetes llega a la cafetería, que sólo tiene café, pan con mantequilla y suciedad. Pide agua, como de costumbre no hay. Grita:

-¡Cuba se muere de sed y de asco! ¡Qué desprestigio!

Y sale. Tras no poca espera, llega el autobús reparado. Durante kilómetros, como el bolero de una fiesta de quince años, el adolescente sentado a mi derecha me confía el caudal intacto de sus ilusiones y amores.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Santiago

 

En la noche, Santiago es una ciudad en la que se desemboca tras un hermoso paisaje tropical de lomas. Algo recuerda a una Shanghai de Cuba: la gente mejor vestida y con más gusto, las casas menos deterioradas y más señoriales, plantas, menor sentimiento de ruina y escasez, viveza mercantil al menos en potencia, movimiento de calle, apertura. Santiago es la puerta primera, el extremo puerto del Oriente. Aquí, comenzando por Baracoa, se fundaron las primeras ciudades españolas y aquí se encontraba la capital del gobernador, Diego Velázquez.

La casa en que me alojan es extraordinaria; un recinto de altísimos techos y paredes gruesas, enlosado, todo ello hecho para arremansar frescura. La luz entra a través de cristales de colores y celosías de yeso, filtrando el sol de su agresividad y su ardor y trayendo los perfiles, contra el amanecer, de las grandes hojas de las plantas.

Comienzan los ruidos de la casa, las habitaciones que comunican con cuartos de baño igualmente amplios y pintados de color mar. La señora, una mujer mulata, de mediana edad, con gusto por los objetos finos y los perfumes y su hija por los libros de Lenin y Dostoievsky, trajina por la alcoba, se hace café. A esta hora, hace años, su tatarabuela probablemente se deslizaría a hurtadillas de la cama del amo y recogería al pasar el justillo y la pollera dejados en el aseo.

Huele a plantas y a lluvia, a las pocas cosas aún puras al comienzo del día.

-Acompáñeme y le indico dónde tiene que bajarse del autobús. Salgo ahora para el trabajo.

Me dice la señora, con cierta condescendencia distante. Va bien vestida, lleva carpetas y se ha maquillado de naranja los labios y de azul plomo los ojos sobre la oscura piel. El pelo está enroscado en rulos de peluquería que no se quita, sino que sale a la calle con ellos, y con ellos y su pañuelo de gasa que los cubre piensa, evidentemente, ir tocada en sus actividades diarias.

Entablo conversación, sentados ambos en un banco, con un señor con aspecto de oficinista, y saco a relucir el, para nosotros, curioso hábito de las mujeres cubanas de ir a todas partes con los rulos puestos. Inmediatamente mi interlocutor me responde con un cliché político-social cuyo automatismo resulta delicioso:

– Yo, personalmente, estoy en contra de los rulos por la calle, pero, en efecto, la mujer cubana se cubre la cabeza y hace sus actividades con ellos. Antiguas costumbres.

En la que fue Plaza de Armas, mientras espero al profesor de español conocido el día anterior, que me proporcionó cobijo esta noche y que va a buscarme hotel hoy, los finos cuervos mulatos aletean alrededor de mí y de mi mochila para proponer negocios, el consabido trueque de los dólares.

-El abanico está para los defectos.

Dice el impecable y sardónico portero del restaurante 900. El lugar pide poco menos que etiqueta. Mis sandalias y la mugre del viaje distan de ornar el sitio más elegante de Santiago. Pero llevo -continuamente en Cuba- mi abanico azul.

Por fin, pasadas las cinco de la tarde, Tucídides, el profesor de español, me deposita en una habitación de hotel ganada a base de oscuras influencias y en la que figuro como cónyuge de alguien a quien no conozco, para que pueda pagar en pesos cubanos, esto en un Santiago que jura tener todos los hoteles llenos y ningún cuarto libre. Por el método de extrañas influencias que aquí impera, con sus contubernios, sobornos y conspiraciones, estoy inscrita en la habitación doscientos once del hotel Bayamo como esposa de Tucídides Caballero. El truco ya fue usado en Trinidad, sé, pues, que es una fórmula. Aun así barajo la posibilidad de entradas nocturnas, chantajes, violaciones, robos y abusos. Me da cierta confianza el conocimiento real de Tucídides de la Historia de España y el hecho de que como más útil le soy es en la tienda, comprando por dólares.

La habitación es de lujo oriental, si se tienen en cuenta los baremos cubanos: muebles sucios pero enteros, radio ronca y polvorienta pero radio, agua en el cuarto de baño, no en los grifos pero sí en dos cubos, aire acondicionado que no funciona y lámparas con bombillas de veinticinco.

Pese al lujo comparativo de la estancia, no duermo. El ruido de la calle, de los escapes que apestan cuesta arriba, y el desnivel central profundo en la cama, en el que descubro una gran mancha de sangre en el colchón, son notables. Pienso en quién pudo ser la cubana desflorada en esta habitación de estos hoteles que también se alquilan con tal fin por horas.

 

Santiago. He entrado en la otra cara de Cuba, la cara Este, que mira hacia España, a Europa, que se despeña por los escalones de las Pequeñas Antillas hasta las broncas aguas del Atlántico, aquélla cuyo perfil se vuelve a la lejana África. La cara Oeste de esta isla bifronte es la que mira a Estados Unidos, al Nuevo Mundo, la que se extiende como una llave hacia el Golfo de México, La Habana que habla a gritos con su vecina Miami. Por la cara Este, el Oriente, ha entrado la Historia; la lujuria de su vegetación, de su húmedo terreno, ha sorbido migraciones, las ha mezclado, aquí comenzó un relato de amor y de violencia, de víctimas y de supervivientes que se multiplicaron con tanta profusión como las plantas y que mantuvieron un lazo tenaz con la lejana y seca península al otro lado de una larguísima navegación. Y aquí han continuado las épocas fermentando y estremeciéndose, se han firmado pactos, declarado independencias y guerras, expulsado e impuesto dictaduras, formado gobiernos, hasta ayer.

Las naves españolas acostaron en Baracoa, pero rápidamente buscaron refugio en el excelente puerto de Santiago y establecieron allí la primera capital americana con tanta vocación de tal y tan clara conciencia de población y pervivencia que a los ocho años de fundarse, en 1522, ya se alzaba en ella la catedral que, a través de incendios, ataques de piratas y terremotos, sobrevive hoy.

Aquí empezó todo– pienso, sumergida en el canto de los pájaros que gorjean sin descanso y llenan las ramas reduciendo el parque Céspedes a una gran vibración. –Aquí empezó la aventura de América, de aquí partió el primer alcalde de Santiago, Hernán Cortés, para jugarse el todo por el todo en la conquista de Méjico.

La mañana es dulce y las hermosas fachadas señoriales destilan languidez colonial. En uno de los lados está la casa del gobernador Diego Velázquez, de 1516, la más antigua de la América hispana. Sus maderas magníficas han conservado cuatro siglos la dureza y el color del corazón de los bosques. Alrededor las calles lucen los forjados de sus balcones y ventanas y descienden en largos pasillos de tonos pastel. Al fondo está el puerto, fondeadero de las naves sin retorno de Cortés, de los barcos de esclavos, de los tristes representantes del Gobierno español que firmaron la capitulación del 98, de los petroleros soviéticos. Aquí -no en vano estamos al pie de Sierra Maestra- crecieron, lucharon, fueron enterrados víctimas y héroes de las luchas por la independencia, en su cementerio duermen José Martí, Manuel de Céspedes, de ella procedían los hermanos Maceo, a ella llegaron los sublevados contra la dictadura de Batista que transformarían luego el Cuartel Moncada, en memoria del intento de asalto del 53, en un museo y la carretera que conduce a él en un viacrucis revolucionario jalonado por los recuerdos de los caídos en la lucha.

Sin embargo la bahía es toda paz y luz en el reflejo ardiente de la mañana que avanza. En su extremo vigila la costa la fortaleza del Castillo del Morro. Sentados junto al mar con sus guitarras dos muchachos cantan, rasguean y se contestan. Tal vez ensayan las trovas que la ciudad ha hecho famosas y que por la noche se escuchan en El Tívoli o Mejiquito.

La reina es la noche. En ella se cubren las calles de los desfiles de carnaval, se ríe con las comparsas, resuenan las congas y las rumbas, y se elige, como se ha hecho cada año pese a las rachas de puritanismo comunista, a las estrella de la belleza y a su corte de damas de honor. Tarea nada sencilla porque se dice que las mujeres de Santiago son las más hermosas de Cuba. Tiene en efecto la gente de esta zona esa perfección y gracia físicas que sólo se dan en regiones de variado mestizaje y hacen una delicia de la simple observación de lo que puede hacer con un cuerpo la Naturaleza. Esta noche es tranquila, sólo habitada por la vida habitual de la calle, por el paseo indolente de la población, que flota en un aire cálido, gira en él, se encuentra, se desliza, vuelve a encontrarse. Hay la variedad de colores y matices de un desordenado vivero. Son descendientes de españoles y africanos, pero también de la ola de franceses expulsados de Haití que llegaron en 1791; la cara Este de cuba tiene a veces perfiles de Nueva Orleans.

En el portalón de una casa se desarrolla una escena que tiene mucho de santería: velas pintadas y moldeadas con formas de objetos y figuras, sonajas, pequeños tambores, altarcillos, devotos vestidos de blanco. Desde la gran África ¿quiénes fueron los que llegaron?. Pienso en los yorubas, en las antiguas civilizaciones de Benín y Nigeria, en los nok, que fabricaban máscaras de arcilla en el s. V a.de.C., en los perfectos y serenos retratos de cobre y bronce que esculpían hace ochocientos años los artesanos de la ciudad sagrada de Ifé. También, en su miseria, los esclavos llevaron al Nuevo Mundo sus dioses, los orishas que habían bajado en una época lejana a su centro del mundo, el oeste de África, y que desde entonces los yoruba veneraban y reproducían en tallas de madera y marfil. Esos dioses que, aderezados con el santoral cristiano, reciben el culto de sacrificios, danzas y oraciones.

Por razones quizás muy próximas, también ha sobrevivido al ateísmo oficial la Virgen de la Caridad de El Cobre, en su santuario a una veintena de kilómetros de la ciudad y en el corazón de una región a la que dan nombre sus grandes minas. Este metal, junto con algo de oro, fue en principio fuente de esperanza y de ingresos para la joven población. Hoy sigue siendo centro de peregrinaciones y devociones, como dan fe los numerosísimos exvotos y la continua visita de creyentes.

Discretamente observo esta fiesta, en Santiago, en la que hay algo más que la música, algo más que la danza. En el campo sé que hubiera podido hallar otra cosa; cuentan que todavía se practica el vudú entre los descendientes de los esclavos llegados de Haití. Aquí hay un ritmo, una seriedad y cierta expectación uniforme que indican la búsqueda del éxtasis, la borrachera de la completa sugestión en oficiantes y público. Recuerdo una escena semejante en todo, excepto en el lugar y en el tiempo: estoy en Argelia, las mujeres, solas, bailan al son de las darbukas, hacen corro a una de ellas que se destaca en la violencia absorta de su danza, gira, pone los ojos en blanco, acaba dando manotazos, balanceándose y gimiendo. Las otras le sujetan los brazos cuando parece haber alcanzado un peligroso paroxismo, una de ellas acerca una botella de colonia y un pañuelo para refrescarle la cara pero la posesa arrebata la botella de un zarpazo y bebe largos tragos del perfume. Siento el mismo profundo impulso de huida que sentí aquella vez, no quiero fotografías, ni descripciones de amable relativismo cultural, ni deseo probar ese gusto de oscuridad, temor y vieja sangre. Echo de menos a Humboldt y a los viajeros solitarios del cuaderno y la certidumbre. La mujer de Argelia estaba lívida y el cabello escapaba de su pañuelo en mechones empapados. El rostro de los bailarines está aquí perlado de sudor pero consciente aunque la rigidez aumenta en algunos por instantes. Intento identificar al babalao, el sacerdote principal, aunque puede que ellos y ellas sean simplemente babalochas e iyalochas, ayudantes enviados por él.

Tomo unos sorbos del aire fresco de la noche y vuelvo para intentar superponer lo que veo a las imágenes del pequeño e interesante museo sobre cultos y ritos. La hagiografía yoruba y la católica han producido al mezclarse una extraordinaria corte de orishas: San Francisco de Asís es Orula, viejo adivino malcasado con la sensual y fogosa Ochún, cruce la venus africana y de la Virgen de la Caridad del Cobre. Ochún engaña a su marido con frecuencia y de sus encuentros con Chango -que curiosamente corresponde a Santa Bárbara- queda embarazada de los gemelos Santos Cosme y Damián. Otro de los amantes de la orisha es el temible herrero y guerrero Ogún. Hay personajes más sombríos o más lejanos: el dios creador, Olofi, no suele ser invocado, en cambio Yemayá, asimilado a la Virgen Negra o Virgen de la Regla, es un mediador de las profundidades, dirige las aguas y el origen de la vida y puede llevar hasta las puertas del Más Allá, donde reina Olokún, cuya vista si se expresa en el rostro de uno de los oficiantes significa la muerte.

Es tiempo de buscar otros lugares donde el riesgo de éxtasis se reduzca a un mojito de ron.

Anochece, en El Rincón de la Trova, con Tucídides, que me agenció cama, hotel, taxis, y que actuó como un guía simpáticamente especializado en la corrupción menor, general y dispersa de su ecosistema. Las paredes de este bar de atmósfera densa de café azucarado están tapizadas de fotografías, retratos y acuarelas. Alguien improvisa acordes, una fila de viejos sueña y fuma, sentados en un banco.. Desde allí, con este Tucídides que parece nacido en una novela de Cortázar y que tiene un hijo al que le están saliendo los dientes (el padre los tiene larguísimos), fuimos con la orquesta al sitio siguiente donde debían tocar, que era un barrio pobre. Frente al estrado, un montón de niñas y algunos niños bailaban. Me cuentan la historia. Antes del cincuenta y nueve era un suburbio de negros, con chabolas de madera y calles de tierra. Tras la revolución, se les dieron materiales y ellos reconstruyeron el lugar, cimentaron, arreglaron y ahora son viviendas en firme, acera y asfalto.

Los niños son numerosos, inquietos, con todas las gamas del tono de piel, del rubio al charol pasando por aclarados varios, están sanos, bien desarrollados y se les ve alegres. Su sentido innato del ritmo sobrepasa toda ponderación. Las niñas rumbean desde las edades más tiernas en las que prácticamente acaban de aprender a andar. Un grupito, la mayor de no más de ocho años, con las cabezas juntas en corro y la grupa hacia el público, el brazo por el suelo, imitan los movimientos de las esclavas al fregar. Luego se mantienen sobre una pierna y dan vueltas a la otra, se apoyan con las manos extendidas en la plataforma de la orquesta y cimbrean como caballitos los traseros A continuación danzan, boca arriba, manteniendo el tronco en vilo: con las piernas dobladas, las palmas apoyadas en el suelo y abiertas las rodillas, mueven circularmente la pelvis en una danza erótica y antigua como si se hubiera encarnado en sus cuerpos una bayadera de veinte años. Conviene recordar que las mujeres del trópico son lo más parecido a Pancho López: ensayan sus primeros guiños en la cuna, gatean con un insinuante movimiento de caderas, la gran fiesta de sus quince años es antesala segura -si éste no se ha producido ya- del matrimonio, y a los veinte están de vuelta de los tramos más azarosos de la vida sentimental.

Averiguo por los niños la existencia de un negocio ilícito de fabricación y venta de caramelos: una vecina del barrio hace obleas de azúcar transparente teñida de rojo, menta y naranja, a diez centavos. Doy a Tucídides tres pesos para comprar treinta y los adquiere con enormes dificultades, la señora niega, asustada de que sea un policía y descubra su criminal esbozo de comercio privado. Finalmente la posibilidad de tan fabulosa venta es más fuerte que sus reparos. Tucídides vuelve con treinta caramelos verdes envueltos en Granma, el periódico del Partido. Me los arrancan de las manos, y, no ya los niños, sino también adultos y viejos vienen a pedirme uno con la avidez de la carencia de todo.

Volvemos, charlando animadamente, a últimas horas de la madrugada. El pesimismo no tiene cabida en mi guía, es un Virgilio que hubiera encontrado grandes ventajas a las dependencias del Tártaro, que animaría a los condenados con perspectivas teológicamente imposibles y que propondría, en espera del fin de los tiempos, compensaciones razonables a cambio de sus buenos servicios.

-¿Qué tal vive usted, Tucídides?.

-Me las arreglo, me las arreglo. Claro que…- consulta el reloj -mañana su bus no sale hasta las doce. Nos daría tiempo a pasar por el shopy.

-¿Más zapatos?.

-Hombre, ya que lo propone…Estaba pensando en unos conjuntos para el niño.

Tucídides me dice adiós en la estación y acepta graciosamente algunos dólares.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fósforos

 

Las cajas de cerillas están, según reza el pie que las acompaña, listas para la defensa; pero no para encenderse en una de cada tres. Representan bien a la economía de la isla, al aspecto de fósil de la postguerra en sus instalaciones y servicios, e ilustran la omnipresencia de una semántica defensiva gubernamental que se está crispando día a día con los vientos de glasnost y el cambio de intereses de la URSS. Hasta la Revolución, Estados Unidos era el comprador preferencial -como cliente y en precio garantizado al vendedor- del azúcar y del tabaco cubanos y el proveedor y refinador del petróleo consumido en Cuba. La Unión Soviética ocupó, a partir de 1960, su lugar y desde entonces le ha comprado cada año más de la mitad de su cosecha azucarera a un precio cuatro veces más alto que el de ese producto en el mercado mundial. Cuba tiene petróleo en su plataforma marina y el tratamiento se realiza en gran parte con instalaciones soviéticas [1]Las continuas afirmaciones del Gobierno de La Habana sobre su independencia y soberanía son, como vemos, muy relativas. Ha habido un cambio de dependencias y las nuevas son más estrechas y estrictas que las anteriores. De hecho la diferencia fundamental entre Cuba y sus correligionarios del bloque socialista se halla en la especial supeditación material, física, completa, al Gran Hermano soviético, en su naturaleza de colonia geopolítica. Por ironías del destino o de la situación geográfica, cada uno de sus intentos de romper ataduras ha abocado en el sometimiento a un amo más poderoso y exigente que el anterior.

En el rapidísimo viraje de Cuba del 59 al 62 se observan grandes cantidades de intransigencia y de torpeza por parte de Washington y de La Habana, agravadas por la prepotencia hiriente de Estados Unidos y por la decidida oposición de Fidel al pluralismo democrático. Él, su Partido y su grupo monopolizaron en exclusiva el poder y el control de las directivas políticas e ideológicas. La nacionalización por Castro de todas las compañías petrolíferas estadounidenses, que se negaron en 1960 a refinar el petróleo soviético, y a continuación la expropiación de todos los bienes norteamericanos, junto con la convocatoria masiva a la satanización y condena de Estados Unidos, no podían llevar sino a la ruptura de relaciones diplomáticas. Con paralela rapidez ocupaba la URSS puestos en la más envidiable plataforma que hubiera podido imaginar, frente por frente a escasos kilómetros de su potencia rival. En 1962 la Unión Soviética instala en Cuba rampas para el lanzamiento de misiles nucleares. El Presidente Kennedy exige su retirada y decreta el bloqueo. Nunca el mundo había estado tan cerca de una guerra atómica.

Las cerillas no se encienden. Pero cuando lo hacen, influidas quizás por la vecindad de los libros en mi bolsa y por una lejana y bella historia infantil, iluminan el recuerdo de esos papeles desplegados y leídos en la mesa de un cuarto de estar y tomados luego como extraña lectura viajera. No tienen nada de valiosos documentos secretos. Son simples, expresivos manuales escolares y un modelo de manipulación del pasado. En la Historia de Cuba-9º grado, para niños de catorce años, se lee:

En agosto de 1962, los gobiernos de cuba y de la URSS suscribieron un acuerdo a solicitud de Cuba para fortalecer la capacidad defensiva de nuestra Patria. La Unión Soviética envió a Cuba el material bélico necesario, incluyendo armamento estratégico de alcance intermedio y especialistas soviéticos para manipularlo.

Inmediatamente se desató una histérica campaña propagandística antisoviética y anti-cubana por parte de Estados Unidos, ante la cual la Unión Soviética reafirmó sus intenciones de prestar a Cuba la ayuda militar necesaria en caso de agresión, a la vez enfatizó que únicamente en este caso se utilizarían por Cuba los medios de defensa (…)

El imperialismo norteamericano puso al mundo ante el peligro de una guerra termonuclear (…). El gobierno soviético, que había enviado a Cuba armas con carácter defensivo, planteó estar dispuesto a retirarlas siempre que USA se comprometiera a suprimir el bloqueo a Cuba y a dar garantías contra cualquier invasión. El gobierno norteamericano accedió ante tan justas proposiciones

Leo recortes de prensa, fragmentos de viejos discursos. Y me abruma un pequeño detalle inmenso al que la prensa occidental no dio, al parecer, relevancia alguna: En todo este proceso Fidel Castro animó insistentemente a la URSS para que siguiera adelante, no cediera, para que diese el paso nuclear. En aras de su ego político, de su megalomanía personal, desde luego el líder cubano hubiera embarcado al planeta en una confrontación atómica. A fin de cuentas es la lógica del ¡Patria o muerte! que no ha cesado de repetir, llevado, si los dirigentes rusos se hubieran prestado a ello, hasta sus últimas consecuencias.

Moscú accedió a retirar sus cohetes pero obtuvo a cambio garantías de continuar él y su protegida en la situación actual.

Pero han pasado muchos años, los suficientes para que la URSS no necesite ya esa plataforma en las puertas de USA. Las potencias no piensan en guerras mundiales y tienen sobradas preocupaciones con su economía y su política interior. Ha cambiado la logística y el alcance y operatividad del nuevo armamento. Cuba empieza a ser una carga incómoda para unos brazos que deben sostenerla desde tanta distancia, y la bancarrota de la isla agrava su peso, que no mejora un líder vociferante contra Hungría y Polonia, contra -por país interpuesto- cualquiera de las reformas de Gorbachov. Es quizás más fácil ganar un imperio que librarse de él.

En el apretado libro de texto, las consignas y las citas, en su mayoría de Fidel, ocupan más espacio que los datos históricos. Y su contenido deja poco lugar a dudas respecto a la inexistencia de la más leve voluntad democrática en el Líder Máximo y su grupo:

Creo que todos deberíamos estar en un sola organización. (Fidel, discurso de Colombia 8-I-59).

Da una lista cronológica del proceso:

1-Principio de los años 60: O.R.I. (Organizaciones Revolucionarias Integradas).

2-1962: PURSC (Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba).

3- 1965: El citado Partido cuenta con cuarenta y cinco mil miembros y es el Partido Comunista Cubano.

Hemos llegado ya al punto afortunado de la historia de nuestro proceso revolucionario en que podemos decir que sólo hay un tipo de revolucionario. (Fidel, discurso de 1965).

Fidel Castro es el Primer Secretario del Partido.

Las condiciones en que triunfó la revolución cubana llevaron a la implantación de la dictadura del proletariado (…). La transición de la dictadura democrático-revolucionaria a la dictadura del proletariado en Cuba sería consecuencia de la consolidación del papel hegemónico de la clase obrera en la alianza con los campesinos y demás trabajadores.

En 1976 se proclama la primera Constitución, que consolida el Estado socialista dirigido por el Partido Comunista.

El Partido lo resume todo. En él se sintetizan los sueños de todos los revolucionarios a lo largo de nuestra historia (…) en él desaparecen nuestros individualismos y aprendemos a pensar en términos de colectividad. (Informe Central al Primer Congreso, presentado por Fidel).

El objetivo final de la clase obrera cubana y del pueblo trabajador es la construcción del socialismo y el comunismo1

A este panorama de monopolio del poder se añade la poda que supone la desaparición primero de Camilo Cienfuegos, en una catástrofe aérea en 1959, luego del Che en la selva boliviana, por último de Ochoa, fusilado, sin olvidar al que fue Presidente nominal, Osvaldo Dorticos, que es dimitido y anulado políticamente.

Paralelamente, toda la presión política va hacia la fusión por el pueblo de la dignidad invidual con el mantenimiento de las posturas del Gobierno de Fidel cristalizadas en Revolución, Patria, honor, marxismo-leninismo. La clave es identificar la propia estima con la inalterabilidad y el cambio con la concesión vergonzosa, con el rajarse ante Estados Unidos.

Y así se dedicaron a su noria, se adentraron en círculos en su propio laberinto de la soledad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Parada sin fonda

 

Desde la Santiago porteña, marina y africana, me voy hacia el extremo este, a la costa en la que, por las únicas carreteras que eran los ríos, se adentraron en primer lugar los españoles, la que describió Colón y tomó Diego Velázquez; voy hacia Baracoa.

Pero los caminos son siempre largos, dan hambre y aguzan la inspiración. Tras la edificante lectura del libro de texto escolar, preciso algo más sustancioso. El pasaje suspira por un desayuno. El coche de línea para, a tal efecto, con resultados que, una vez reanudada la marcha, transmuto en materia dramática.

 

 

 

AL RITMO DEL SOCIALISMO TROPICAL

SAINETE

 

 

Escenario: dos cafeterías a dos niveles simultáneos. La de arriba, hacia un lado y retirada ligeramente hacia el interior, presentará una actividad y aspecto casi normales, con camareros que limpian los vasos, salen y entran, preparan y sirven. Habrá dos anuncios de neón en amarillo y naranja, Cafetería-bar. Hotel Tropical, y un público con aspecto extranjero, rubio, moreno, con cámaras de fotos, que viene y va, habla entre sí, pide y consume. Se oirá perfectamente el tintineo de las monedas, que son todas divisas, grandes dólares resplandecientes que resuenan como un gong majestuoso cada vez que se produce un pago de consumición al tiempo que las luces de la barra y las sonrisas de los camareros se acentúan. Con acordes entre marcha militar y habanera se canta a dos voces el ¡Bote!. ¡Gracias! cuando las relucientes monedas, del diámetro de un plato de postre, se encestan en el receptáculo preparado al efecto.

Abajo: Cafetería para el público de la calle anunciada con un pálido neón, Hotel Tropical, y un Cafetería en rojo casi gris de polvo. Son las ocho quince de la mañana. No hay nada comestible ni bebible a la vista. Los camareros se esconden en la cocina. Los clientes, gente del país, otean ansiosos, ocupan las banquetas, se colocan en segunda fila detrás de éstas, de pie.

La música consistirá en los boleros La última vez que te comí, Si tuviera un filete, Aquel almuerzo y Dos cervezas para ti.

Los clientes (todo se refiere a la barra de la cafetería local, de abajo, excepto indicación específica) aventuran posibilidades:

-¿Hay leche?.

-¿Hay café con leche?.

-¿Hay bocaditos de jamón?. (bocadillitos de cerdo)

-¿Hay bocaditos de mortadela?.

-¿Hay agua?.

Expectación: aparece la primera camarera, una mulata oscura, entrada en carnes, con la boca torcida en un perpetuo rictus de desagrado y ojos bajos para no mirar al público. Pasa, arrastrando los pies, y frota la barra con un trapo sin contestar a las preguntas anhelantes de la clientela.

-¿Hay bocaditos de jamón?.

-¿Hay leche?.

-¿Hay yogurt?.

En ningún caso pasa por la imaginación de nadie que puedan existir otras perspectivas gastronómicas. En la barra de la cafetería superior veremos mientras un trasiego de zumos, tostadas, huevos, vasos y botellas con líquidos de diferentes colores y bandejas de frutas y de bollos. Los movimientos se puntearán con el gong de los dólares.

La mulata de la cafetería del nivel inferior se retira con desdén y en silencio. Sale de nuevo y distribuye a la media barra más cercana de la cocina platos y tazas. La otra media barra se altera:

-Compañera, ¿van a servir sólo media barra?.

-Compañera, llevamos tanto tiempo…

La mulata levanta por primera vez los ojos para decir con enfado y frialdad:

-Yo no puedo hacer las dos barras. Preguntaré al administrador.

(la barra tiene pocos metros)

Se va. Pasa mucho, mucho tiempo. Hay cuchicheos en la cocina y murmullos en el público:

-Claro, si está sola la pobre…- dice alguien conciliador, con ánimo de atraerse las simpatías de la camarera.

-¡Que pongan otra más si la compañera no puede!.

Los murmullos apenas cuajan en protestas y el tono oscila entre la consigna de solidaridad con la camarada trabajadora en el frente de producción de la barra y la desesperación ante la certidumbre, según marca el reloj, de que van a quedarse sin desayunar.

Arriba se oye un firme:

-Por favor, páseme un poco más estos huevos, que están casi crudos, y añádales jamón.

-Sí, señor.

-Y se cobra.

Hay un tintineo estrepitoso, sonrisas, guiños del neón y cantos de ¡Bote!. ¡Gracias!.

Abajo, el tic-tac ostensible del reloj marca las nueve menos diez. La mulata sale y sirve con gesto sombrío bocaditos de mortadela -lo único que hay- y café con leche a media barra. La otra media sólo consigue, por la intercesión de amigos zalameros, tres vasos de leche.

Desaparición de la mulata. Larguísima pausa. Murmullos amargos. Aparece de nuevo, sólo para retirar los vasos y pasar el trapo por la barra. Espeta, airada:

-¡Yo estoy en prácticas.!

Al irse hacia la cocina con aire definitivo, se lleva una bandeja que descubre, al ser retirada del muro en el que se apoyaba, un cartel: III Semana de la Gastronomía.

La clientela empieza a retirarse. Al bar de arriba llega un grupo de chicos altos y morenos, con ropa de deporte en la que se lee Delegación Pelotera de Baluchistán. Vienen saltando y riéndose y encargan inmensos sandwiches. Dos chicas y un chico joven que visten los tres camisetas con grandes frases sobre Cuba tipo ¡Listos para la defensa!, ¡Patria o muerte! brindan mientras discuten con ardor sobre el país y sobre el Tercer Mundo, encargan otros cócteles y vuelven a brindar.

Sobre la barra de abajo se han colocado seis vasos de agua. Un señor apura uno despacio y dice en tono confidencial a un camarero que hace cuentas junto a la cocina:

-Compañero, si tuviera por ahí algunos bocaditos de mortadela…

-Se acabó el lote.

-Si le quedara alguno y fuera tan amable…

El señor, que viste con dignidad, desliza un billete al otro, que lo coge, se mete en la cocina y sale furtivamente con un envoltorio grasiento, que mantiene por debajo del nivel de la barra hasta pasárselo rápidamente al señor. Éste lo mete en una bolsa de plástico que desentona con su compuesta figura. Se va. Vienen unas mujeres y un hombre:

-¿Queda algo?.

-Nada.- responde el de las cuentas sin alzar la cabeza.

Se ponen a beber los vasos de agua.

Arriba se oye un

-¡Baja el toldo, que ya empezó el calor!.

Simultáneamente, en el bar de arriba se va bajando un toldo a rayas con palmeras y maracas. Abajo cubre la barra una lenta y gran telaraña con la misma forma de toldo que arriba. Y, con el despliegue final de ambos toldos, cae también el

 

TELÓN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

U.S. Guantánamo

 

Inaccesible y ajena, situada en su rincón de costa, de espaldas a las plantaciones que deja a nuestra derecha el autobús, está la zona donde habitan unos extraños guantanameros: la base norteamericana de Guantánamo. El enclave, de 116,5 km2, es perfecto, una espléndida cala protegida por los contrafuertes de Sierra Maestra, entre las pinzas de Caimanera y Boquerón, donde atracan, a pocos metros de sus rivales estadounidenses, los cargueros soviéticos. Las alambradas y la tierra de nadie marcan, más allá, el comienzo de la base americana, que encierra todo lo necesario para la vida, el trabajo y el ocio de los residentes y sus familias, incluidos campos de deportes, hipódromo, templos, salas de espectáculos, centros comerciales y grandes almacenes que garantizan su subsistencia.

Su historia es antigua. El tratado de París, en diciembre de 1898, marcó el final de la Cuba española y colocó a la isla bajo la protección y administración provisional del gobierno norteamericano representado por un destacamento militar de ocupación que residió en ella hasta 1902. Llegado el momento de la total independencia, Estados Unidos introdujo en la Constitución de la República de Cuba la enmienda bautizada con el nombre del senador Platt. Uno de sus artículos estipulaba que el gobierno de Cuba concede a los Estados Unidos el derecho a intervenir para garantizar la Independencia y para ayudar a todo gobierno a proteger las vidas, la propiedad y la libertad individual. Esto incluía el disfrute de la base y otros privilegios. En virtud del acuerdo los marines estadounidenses avanzaron en 1917 hasta Camagüey para sostener al general Mario Menocal. Washington esperaba, según la enmienda Platt, obtener otras bases, como la de Cienfuegos, a las que se vieron obligados a renunciar en la firma del tratado permanente de 1903.

Guantánamo concentra toda esa historia de amor y desamor, admiración y envidia, rebelión y dependencia que es la de Cuba con Estados Unidos. Las Antillas se mueven entre unas fortísimas y lejanas raíces culturales de signo sureño y las exigencias de la vida práctica y la cohabitación con su gran vecino, al que recurrieron para librarse de sus gobernantes antiguos. Mientras, la coctelera no cesa de agitarse y el melting pot que Norteamérica es transforma, con su vigor y su mosaico de emigraciones, territorios más allá de Miami y el Golfo de Méjico.

La presencia anglosajona tiene siempre, por lo visto, en Cuba unos curiosos antecedentes caracterizados por el aislamiento, la relevancia y la brevedad; son acciones de gran importancia pero física y temporalmente reducidas a espacios y duración bien delimitados. En esta misma bahía de Guantánamo establecieron los ingleses, en 1741, la efímera ciudad de Cumberland; dos décadas más tarde ocuparían durante un año La Habana. Eran los siglos de la ley de la acción directa y el derecho consagrado posteriormente por la fuerza y el uso. Donde en realidad los hombres del norte se han manifestado con mayor insistencia, como un homenaje reiterado y lejano a sus primos vikingos, ha sido en las variadas formas de la piratería. La Historia de Cuba lo es de ataques, defensas y medidas contra los piratas. La Habana y Santiago eran el París de los filibusteros célebres, las ciudades sin cuyos tesoros ningún corsario podía pretender ser tomado en consideración, y este ritmo de saqueos, incursiones y acosos se extendió desde el siglo XVI hasta principios del XIX. Las aguas hervían con un tráfico intenso de piratas, que robaban por cuenta propia, corsarios -entre los que se contaron como pioneros los piadosos hugonotes franceses- , que lo hacían en nombre de gobiernos como el de Su Majestad británica, bucaneros y filibusteros de todo tipo. Éstos se aliaban a veces en hermandades como la de la Costa y solían recibir acogidas triunfales en Holanda, Francia o Gran Bretaña cuando regresaban con el botín producto del saqueo de las ciudades y barcos comerciales españoles. La nómina comprendía nombres como Francis Drake, Henry Morgan, Pieter Hayn. Tras asolar plantaciones y pueblos, se refugiaban en los múltiples cayos o en su base central de la Isla de los Pinos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Baracoa

 

Desde el mar, de un azul tan duro que las naves parecían resbalar sobre él, Colón vio Baracoa un 27 de Octubre de 1492. La luz brillante marcaba en el horizonte un alto cerro montañoso de un corte perfecto al que inmediatamente llamó El Yunque. Tras las asperezas de la costa este y la soledad inhóspita y rocosa de sus puntas, los marineros hallaban al fin una abrigada y pequeña bahía en la que la desembocadura del río Macaguanigua ofrecía agua dulce y comunicación hacia el interior.

Desde la selva le miraban llegar los indios taínos. Los saludos iniciales dieron pronto paso a los enfrentamientos. Tras varios ataques al fuerte que servía de defensa a los españoles, éstos lograron capturar al caudillo indígena Hatuey, que fue condenado a morir en la hoguera y se dice que rechazó el cielo que le prometía el sacerdote para no estar en compañía de los tales cristianos. Hatuey ha sido convenientemente beatificado, junto con sus compañeros mártires, en los ritos nacionalistas de culto a los orígenes. Los indios son en general pintados, en la historia actual, como seres angélicos modelo de pacifismo y armonía ecológica y no se pierde ocasión para citar que la palabra Caribe la tomaron los españoles del vocablo indígena caribal, que significa “valeroso”. No estaría de más recordar que de caribe también viene, por el mismo proceso de asociación con las costumbres de las tribus antillanas, el español “caníbal”.

Para Cristóbal Colón la isla no lo era. Lo que veía ante sus ojos llenos de las maravillas de Marco Polo, de relatos de navegantes y exploradores de las rutas de la seda y las especias, eran los territorios del Gran Khan de la China. La inmensidad e identidad del Nuevo Mundo fue un descubrimiento dentro del Descubrimiento, y quizás hubo un punto de decepción y desconcierto cuando en 1509 Sebastián de Ocampo completó la vuelta de la costa verificando su condición insular. Los nuevos pobladores dieron el nombre de Cuba a la isla que los aborígenes llamaban Colba, bautizaron el asentamiento primero como Puerto Santo y luego como Asunción de Baracoa, construyeron en 1512 una catedral que es hoy la iglesia más antigua de la isla y fundaron con gran rapidez otras ciudades como Santiago y Batabanó.

Pero este extremo oriental cerrado por montañas y de accesos marítimos escasos siempre fue de difícil acceso desde el interior, con el que hasta fines de 1960 careció apenas de comunicaciones viarias; así Baracoa ha permanecido lejana, somnolienta y silvestre, rodeada de un paisaje que conserva zonas de naturaleza intacta, solitarios bancos de arena, los tibaracones, en las desembocaduras de los ríos, regiones áridas y desérticas al sur, costa rocosa y bosques. Los valles y llanuras se plantaron prontamente primero de maíz, frutales y yuca, luego de café, cacao, plátano, nuez de coco, más tarde de caña de azúcar, para cuyo cultivo se trajeron miles de esclavos negros, que reemplazaban a los indios, decimados por las nuevas enfermedades y los ritmos de trabajo que se les pretendía imponer. La rebelión de Haití favoreció que Cuba se alzase con el primer puesto como proveedor de azúcar a Estados Unidos. En esta riqueza creciente y desigual germinaron las luchas sociales que desembocarían en la independencia bajo protección norteamericana de forma que, tras la retirada española de 1898, se izó en la isla la bandera de Estados Unidos.

Todo esto parece lejos en la Baracoa cara al mar y pacífica, pero también podría haber ocurrido ayer, porque aquí el tiempo es pausado, sin más incidencia que el golpe de las olas, y hasta la población actual, como una marea baja, refleja una tasa de crecimiento demográfico curiosamente débil: 1,7 por 100 en 1976. Pese a que se halló en ella algo de oro, Baracoa no estaba destinada a grandes liderazgos y crecimientos vigorosos. Aunque Diego Velázquez la dotó rápidamente de fortificaciones y vigías contra los ataques de los piratas, muy pronto los muchos incendios minaron su desarrollo económico y la topografía hizo el resto. Durante las luchas de la independencia fue asediada por Antonio Maceo y en 1958 se agrupó en sus bosques un importante movimiento guerrillero en torno a Raúl Castro; pero no es tierra de ambiciones, lo que añade melancolía a la mirada de bronce de la estatua de Hatuey.

Tengo la impresión de llegar en ella, al fin, al extremo de algo puro, quizás porque tiene el más bello paisaje que he visto en Cuba, la corona que la aisla y que contiene, como joyas desiguales, una sucesión de alturas desérticas y pedregosas y de oasis espesos de verdor y palmas, hasta cruzar la cresta de Las Farolas, con el espejo del río y los manojos de cocoteros. Es una diadema de distintos niveles en torno a esta bahía que maravilló a los españoles de Colón y de Diego Velázquez por su belleza. Sus playas son solitarias, de arena un poco gruesa y oscura, algunas rocas y las desembocaduras de los ríos -el Toa, el Yumurí, el Miel- que permitieron la penetración de los descubridores. La zona es rica en asentamientos precolombinos de taínos y siboneyes y posee pinturas rupestres y petroglifos. En su escudo figura una de las primeras imágenes que impresionaron desde el mar a Colón, y que anotó en sus diarios: el Yunque, la montaña trunca que se yergue sobre la población.

En sus orlas secas y despobladas, el azul de la costa es quizás el más intenso que haya visto jamás, un añil-violeta denso, pulido, límpido, con la textura de las piedras semipreciosas.

 

Pero mi llegada distó de ser gloriosa. Indudablemente ese día el protector San Antonio se tomó unas vacaciones; en lenguaje de Peter Fleming, cuyo viaje a Tartaria leía, me tocó el slice of bad luck y las cosas adquirieron un tinte particularmente nefasto. La noche fue pavorosa. Como en Belén, en Baracoa no había posada en ningún sitio porque éstos eran estatales, escasísimos, estratégicamente en obras y la población, como en el resto de Cuba, aunque suspiraría por hacerlo, no podía alquilar habitaciones ni poner hostales. Fallaron las recomendaciones a amigos de Tucídides. Encomendada a un conocido suyo que también iba en el autocar, éste se desvivió por verme instalada, cenada y sana y salva, ello con gran bondad y no menor estupidez. Así, cuando ya se había acordado en el museo provincial que me dejarían dormir allí, él se empeñó en llevarme a casa de una familia que se había ofrecido a mostrarme la generosidad obrera. Con una mirada melancólica hacia el silencioso sofá del museo, acompañé al amigo de Tucídides.

La estancia fue en verdad edificante. El padre, tripudísimo y abotargado por el ron, no cesaba de alardear de pobreza y honradez proletarias. Vivían en condiciones infernales; tres espacios separados por mamparas de madera en una enorme nave que restaba en pie. El resto del edificio estaba derruido y en el patio se apilaban los cascotes y basuras, con los servicios en unos cubículos de madera a los extremos. Me pusieron un catre en la entrada, en el cuarto de estar, donde, por supuesto, no podía acostarme hasta que todos se cansasen de ver la televisión. Como en Holguín y demás hogares, se seguían con atención religiosa las peripecias de un lacrimoso culebrón. En el salón pululaban cucarachas inmensas que se subían hábilmente por las paredes. La casa de la cultura vecina entendía como labor formadora poner una atronadora música heavy para que la juventud se divirtiese apiñada a las puertas y ensordecer de paso al resto del vecindario. Me rellené, inútilmente, de algodón los oídos. En el salón se emitía la novela brasileña televisiva El derecho de amar, que desgranaba el vigésimo de sus ochenta abominables capítulos. En la forzada vigilia, los sentimientos del día oscilaban entre racional agradecimiento y odio africano hacia el conocido de Tucídides.

El catre era tremendo, curvado, chico y mal cubierto el entramado metálico por una colcha. Las servidumbres biologicas dieron por amenizar, con el tibio toque femenino, las horas interminables. No me atrevía a mover pie ni mano a causa de las cucarachas. Sin olvidar, oh, no, los ronquidos infernales, probablemente triplicados, del dueño de la casa, con su vientre inmenso, sus ojos turbios y su estruendosa caridad, los del hijo gordo y tripudo, con los primeros botones de su short desabrochados, y quizás también los de la madre.

Amaneció Dios y medré. La inagotable benevolencia de los cubanos me ofreció nuevo cobijo en la casa de una señora de la limpieza que trabajaba en el Museo de Historia. Comencé la gira por la ciudad y asumí mi identidad acostumbrada de posible fuente de mercancías inaccesibles. En Baracoa, como en el resto pero quizás incluso de forma más acentuada por la distancia, el abastecimiento era penoso y tenía los rasgos habituales de clandestinidad y contrabando. Las botellas de ron no se encontraban sino en las afueras de la población mediante mañosos arreglos con los chiringuitos. La cerveza ni verla; sólo agua como bebida en los restaurantes o algún refresco en lata. Las hojas de afeitar, inexistentes, se encargaban a los parientes de otras provincias. No había compresas ni algodón ni, obviamente, se conocía el támpax; para la regla las mujeres cortaban paños con los viejos mosquiteros. En las colas de la carnicería llegaba a haber navajazos. La leche fresca no se dejaba ver y el cacao se encontraba en las plantas abundantes y en la fábrica, pero jamás en una taza o una onza de chocolate. A diferencia de La Habana, sí se conseguía alguna fruta -plátano, mango, aguacate- y también café, malanga (especie de yuca) y tomates. La pequeña villa tenía la atmósfera de carencia y atonía habituales, pesquera y costera sin mercado ni lonja, sin un café ni una cafetería ni una terraza ni un bar. Lo máximo eran los despachos estatales, a horas y mercancías contadas, de lo poco que a veces llegaba, ante los que se formaba rápidamente la inevitable cola. En el restaurante jamás había servilletas ni cucharillas y la mugre se acumulaba a falta de detergentes, ganas de limpiar y simplemente de agua. En la casa donde habito la señora soñaba con lencería y dedales, lo que no impedía que, con cierto automatismo, introdujera en la conversación abundantes referencias a los logros de la Revolución, repetidos como un estribillo invariable que parece acompañar hasta a las observaciones sobre la amplitud de las mareas.

 

También yo me había hecho al curioso ritmo de las percepciones: primero un asentamiento azaroso, con ojos que no ven sino la proximidad, los obstáculos y la epopeya microscópica de lo cotidiano; luego los contactos, las peticiones, los relatos; después la ciudad, la belleza, los hechos, ordenados sin la implicación de lo inmediato, sin el temblor de querencias ni desagrados. En aquella población largamente olvidada encontré la hermosura y el sentimiento de la lejanía, la disposición de joya de las alturas que la rodeaban y la espesa jungla tropical, los restos de pequeños y grandes sueños en el relicario de cruz encristalado en la iglesia, en las historias de guerrilleros montaraces, en las divagaciones sobre imprevisibles y modestos cambios futuros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Filemón y Baucis

 

En Baracoa, ella trabaja de limpiadora y guardiana en el Museo de Historia. Es una mujercita que empieza lentamente a envejecer, regordeta, baja, ojos claros, el rostro redondo, pelo entregris. Me he presentado de nuevo ante ella y Melquiades, conservador del museo, a los que conocí el día anterior. Ambos parecen apesadumbrados por mi situación, hablan entre sí y finalmente la señora me lleva a su casa ofreciéndome alojamiento y ayuda. Una vivienda modesta, muy limpia, en el cuarto piso. Desde el dormitorio que me asignan -la cama y apenas nada más- se ve el mar.

Por el camino me cuenta su historia: la madre dejó a sus hijos en el pueblo y se fue para cuidar los de su marido en el segundo matrimonio. De ella dijo que cuando fuese señorita -las menstruaciones son en este clima tempranas- se la mandaran. Se crió con su abuela, como sus hermanos, y no quería ir con la familia nueva de su madre. Tenía un enamoradito, algo deforme del pecho. La infancia de ella fue dura. Cuando aquel enamoradito, quince años mayor que ella, le propuso que, antes de que la mandasen con su madre, se fuera con él, ella aceptó. Y se casó al estilo informal cuando, en efecto, era una señorita y le faltaban once días para cumplir trece años ( Él me crió, dice riéndose). Hubo alguna reclamación familiar pero la cosa se acalló con dinero. Cuando ya tenían dos hijos se casaron legalmente.

-¡Tan joven! ¿Y qué tal se llevan?.

-Estupendamente. Nos queremos cada vez más.

Llego a la casa y allí está, echado en un canapé, el hombre que crió a esta señora. Es un completo lisiado, de un metro de altura y pecho en cartabón, el rostro ancho, con ojitos vivos y una sombra de bigote. Tiene un gran sentido del humor en sentencias cortas y bien plantadas. De sus tres hijos, uno es policía, el otro estudia en Checoslovaquia, el tercero, de doce años, se ha ido de vacaciones.

-Estuvimos con la revolución desde un principio, en la clandestinidad. También ella.- explica el marido- Antes había que penar mucho y a mí, con mi color de piel (la mujer es muy blanca, él aindiado) no me hubieran dejado entrar en muchas familias. Ahora estamos bien.

El marido está jubilado, reparte el tiempo entre las colas y las partidas de dominó y no comprende a las impacientes y malhumoradas amas de casa ni parece advertir el que haya golpes cuando a la tienda llega una partida de carne. Ni siquiera advierte su propio y cándido reconocimiento de que les es imposible hallar los medicamentos o la ropa que precisan, y esto cuando aún están frescas sus alabanzas al sistema. Ellos no me piden que les compre cosas en el shopy, que quizás no existe en esta ciudad adormecida, tampoco quieren hacer negocios ni tienen dólares. Solamente, la víspera de mi marcha, ella me rogará por favor que, si me es posible, le envíe desde España medicinas, para sus males y sobre todo para los de su marido, porque allí ni aspirinas se encuentran. Luego, enjugándose las manos en un paño de cocina, añade:

-Y…si pudieras…Siempre he querido…Me haría tanta ilusión que me mandaras…unas bragas rojas.

El matrimonio es ferviente partidario del régimen, se han acomodado a las carencias y se encuentran seguros. Tienen la inocencia de las especies protegidas en su parque. Con este marido lisiado, en este marco invariable, la mujer de ojitos brillantes y cutis rosado ha sido feliz y la pareja lo es, poseen el sorprendente don de la felicidad y rezuman afecto que cae sobre mí, a quien adoptan y ofrecen gratuitamente comida y cama, la malanga, el arroz, el huevo, el poco de pescado y la fruta de las ocasiones, el pequeño dormitorio de sábanas cosidas y limpias adornado únicamente con el frescor y la visión del mar.

A estos pájaros de un nido, que no harán el mundo moderno y para los que la sociedad de mercado libre es una suelta de aves depredadoras, tendrá que garantizarles el régimen que sustituya al castrismo un buen lugar bajo el sol.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Norte

 

Parecía todo terminado, un apretado ciclo de personas, de frases, de carteles, y el mapa no tenía más colores que recorrer, las carreteras carecían de alternativas, me resignaba a la vuelta sin incentivos, en sentido inverso y por la sucesión de panoramas recortados por la ventanilla del autobús. Entonces vino la bendición del Norte.

No quería parar en Holguín, me molestaba repetir las despedidas y temía que Cesáreo pensase que había reconsiderado su proposición. Pasaría lo más rápido posible hacia Las Tunas enfilando la ya conocida, y única, carretera central hacia La Habana. Un sentimiento de finitud y desánimo me impedía considerar nuevos derroteros. Pero hice noche, vi el tráfico que hacia un alto en el cruce y luego continuaba ruta hacia la costa norte, a menos de cincuenta kilómetros, me vino, mientras leía sentada a la puerta del hostal, el aire de espacio salino y más grande. No pude evitar ir hacia allí.

Las rutas se volvieron sendas pedregosas y difíciles. Fueron muy pocos días de un recorrido irreal, con múltiples cambios de vehículo, y largos periodos de tiempo en los que las conversaciones fueron contadas, utilitarias y ocasionales. Intenté la aventura de una lancha que, como conclusión de un trabajoso regateo, me llevó para que pudiera rozar los cayos, la costa desmenuzada, sumergida, atrincherada tras la barrera de coral. Supe de playas parameras guardadas por destacamentos de enormes cangrejos azules, y de lagunas en las que los flamencos rosas trillaban sus pastos de agua cálida. Ésta era la soledad, la vida indiferente al hombre cuya vista había añorado desde el comienzo, cuando consideraba con melancolía cuán domesticada y familiar la isla era.

La costa norte, de Nuevitas a Sagua, es un perfil de vértebras de cayos y bahías. Hay playas blancas y tranquilas, calas diminutas y extrañas cuevas. En el interior, en la Sierra de Cubitas, se visita una gruta con pinturas rupestres en las que los indígenas narraron la llegada de los españoles. Frente a la costa los islotes forman el archipiélago de los Jardines del Rey, más allá aflora el laberinto de las Bahamas; luego, únicamente, la inmensidad del Atlántico.

En la noche llega el especial eco del rompiente, en el que los navegantes de siglos pasados probablemente escucharon el estruendo de las grandes cataratas en las que el mundo conocido terminaba. Éste es el cielo del trópico de Cáncer, el vivero de vientos rabiosos, destructores, que emprenden desde aquí su fanática danza de derviches y dejan las palmeras llorosas de aves muertas y cieno. Ahora todo es paz en la costa desierta. Por fin no estoy en parte alguna.

Las grandes islas, Cayo Coco, Cayo Romano, quedan atrás, con su espejismo de vergeles marinos y caballos salvajes. El archipiélago se va reduciendo a cadenas de arena y rocas, las carreteras se aproximan a la general y confluyen en Matanzas.

Aquí, ya en plena zona turística, las grutas han sido transformadas en discotecas con decorado filibustero. Las luces y la música tienen un brusco efecto deslumbrante en el recién llegado que pone pie de nuevo en la Cuba actual.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cambio de postal: Varadero.

 

Aunque me quedan todavía doce días de vacaciones que intentaré pasar en parte en la playa de Varadero y los tres últimos en La Habana, el viaje aventura-lucha-vuelta a la isla lo siento como terminado. Lo he hecho, pese a todo, en pesos, en guaguas, y ahora en tren. Mi ropa está relavada, descolorida y sudorosa. Me ha crecido un hermoso eczema en un pie y algo en las manos. El bolso se ha desgarrado en parte, voy con la mochila ya sucia. Me cambio como puedo en servicios siempre sin agua con dedos pringosos, suelo encharcado y puertas que jamás cierran.

Y se supone que voy a pasar al mundo de la postal, al paisaje del cocotero caribeño en el que hace infaliblemente su entrada el camarero con el cóctel de ron, el mundo del dólar, como quien se cansa de nadar y se sube al bordillo de la piscina. Varadero. En minutos, en metros, el salto de la incuria, la suciedad desganada y la escasez crónica al confort, los estándares aceptables, la limpieza y la atención. El hotel de Varadero, pagado en -muchos- dólares, no plasma ninguno de los múltiples y habituales aspectos de la ruina nacional. Para él sí ha habido pintura, reparaciones, alicatados, cañerías, grifos y agua. En Cuba sí se ha descubierto que puede haber otra cosa distinta del w.c. atascado y sin cisterna, de los cestos de viejo papel higiénico usado, de las esperas de una hora para conseguir, quizás, un desayuno, del eterno gesto de mal humor y desdén de camareros y camareras, de las cucarachas, la grisura y las colas.

Varadero: Hospitalario para sus amigos, inexpugnable para los enemigos. reza el cartelón. Ni aquí cesa el complejo de defensa, los grandes paneles moralizadores o incitadores a la resistencia y al combate que reemplazan a la publicidad de artículos de consumo y difunden -distinta de la comercial pero no menos profusa y sí más autoritaria y menos placentera- la alienación estatal.

El color del mapa ha cambiado del gris al dorado resplandeciente. Al extremo de la franja de playas de Varadero está el complejo de lujo, el Hotel Internacional con sus ciento veinte dólares la noche y sus ofertas múltiples y millonarias de langosta, ron y cóctel de coco. La playa es de una belleza ejemplar, como un modelo de playas, con su arena harinosa, el agua tibia celadón y malaquita en una mansa e inmensa piscina de poca profundidad.

La red aquí para extraer del turista el máximo de divisas es implacable porque ese ganado es el monocultivo de Varadero, su especialización regional. Los cubanos también aspiran a su parcela de paraíso. En la caseta de turismo nacional hacen colas de semanas y de meses – colas reales, en las que deben ingeniárselas para aparecer y firmar todos los días y hay repaso mañana y tarde de la lista de espera- para conseguir unas cortas vacaciones o los ansiados tres días preferenciales de la luna de miel. Único caso en la isla, los habitantes de Varadero pueden alquilar habitaciones siempre y cuando no sea a extranjeros. Huyendo del astronómico hotel donde la oficina turística pretende confinarme, me deslizo en una de ellas por mediación de Olivia, que trabaja en un restaurante.

Vista tras la barra, con sus maneras naturalmente elegantes y su tipo fino de belleza madura y sufrida, es difícil imaginarla en un marco peor que el que en su trabajo la rodea. Me invita a su casa. Olivia vive en una especie de chabola construida, como otras familias, a base de ampliar vivienda con los medios de a bordo. Hay un único dormitorio en el que duermen el matrimonio y los dos hijos de once y diecisiete años. Aunque el marido se supone que tiene un cargo en turismo, no le han dado nada mejor y es angustioso ver deambular a esta mujer de porte esmerado entre tal miseria de fregadero, pobreza e  hijos.

-Ya no me queda dolor que pasar- comenta.

Olivia ha sido y aún es hermosa, con buen tipo, muy delgada, espléndidos e inquisitivos ojos azules y a las espaldas un rosario de desgracias que ya no resulta conmovedor de puro abigarrado: a los dieciséis años, embarazada, busca un trabajo después de que su madre la eche de casa. El padre de este niño y del otro que vendrá -ahora tienen once y diecisiete años- es un agente de la policía secreta que trabaja en prisiones. Aunque se acaban casando Olivia no hallará la dicha en su matrimonio; el oficio de delator policial le resulta a él insoportable y le llevará a un trágico final. Mientras, cuando ella está embarazada y van los cuatro en el coche, el vehículo vuelca y pierde el niño. Más tarde se le morirán dos bebés de tres y seis meses. El marido, incapaz de seguir adelante con su trabajo, se suicida ahorcándose. En el rosario de desdichas de Olivia se incluye una quemadura con el hornillo y la muerte de su padre y de dos hermanos. Se casa de nuevo con un responsable de hostelería, lo que no impide que continúen viviendo en esa especie de chabola mínima. Su pareja se divorcia para casarse con otra mujer y Olivia cae en una depresión y anemia que la llevan al hospital al borde de la muerte. Su apego por este hombre es extremo y continúa siéndolo en su actual y paradógica situación: él se reparte entre sus dos hogares, vive unos días con su mujer actual y otros con Olivia y sus hijos, que le rodea de atenciones y le recibe con avidez.

Mi casera sin embargo es la Marta del amor, la mujer práctica con tres matrimonios a sus riñones, la que tranquilamente se enorgullece de que ha conseguido todo de los hombres sin trabajar jamás, empezando con sus tíos desde los dieciocho años, que la hicieron heredera, continuando por la cosecha de cadenas de oro, pulseras y maridos, hasta llegar al actual, treinta años mayor que ella y del que va a heredar la casa en la que viven, que les renta jugosas cantidades con el alquiler por habitaciones.

-¡Hay que pensar con esto, no con esto!.

Y esta buena y enérgica fenicia se golpea primero la cabeza y luego el pubis.

-¡Si piensas con el coño estás perdida!. Con él sólo hay que pensar mucho después.

La ilustración gráfica de sus teorías es muy poco trovadoresca pero en extremo sólida. Casi analfabeta y profundamente letrada en la vida, habla con una especie de lujuria del dinero y las joyas conseguidos, del testamento de su marido actual hecho a su favor, y de las posesiones de que disfruta. Siempre consiguió lo que ha querido, siempre -de padre a tío, de tío a maridos- ha logrado que la mantuvieran. Tras el cambio de régimen en Cuba, se apuntó a todas las organizaciones de cooperación vecinal revolucionaria habidas y por haber en una especie de tratamiento de choque homeopático de la delación y las purgas, y sobrenada con pericia manteniendo en seco haberes y artículos de importación. Hay algo en esa mezcla de generosidad, codicia satisfecha, miras escasas y presunción que, por su franqueza descarada, resulta simpático, y más al lado de la helada suficiencia de la policía y la estulticia cándida de los incondicionales.

¡A la defensiva!. Carteles, proclamas, consignas. ¿Qué haría este régimen sin enemigo?. Hasta ahora no puede decirse que haya preparado al país para integrarse en el conjunto normal de las naciones de un mundo moderno. Sus políticos – empezando por el Líder Máximo- son un desastre sólo digno de despido. Hay un empecinado anclaje en otro mundo, el de cuarenta años atrás, un mundo de carencia y guerra fría. Al duchar a una población, aislada e incomunicada excepto por los raros y perfectamente controlados canales del Estado, con continuos excitantes y motivantes bélicos, al hacerla identificarse emocionalmente con su verboso e iluminado líder en el que se mezclan el caudillismo endémico vitalicio, el paternalismo y patriarcalismo y el empecinamiento añadido de la edad, al producirse esta identificación, las críticas son siempre culpabilizadoras, las rupturas traumáticas, los cambios peligrosos, mayormente si cada cual debe creerse un bastión inexpugnable, un David frente al Goliat estadounidense. Los davides sin embargo suspiran por las monedas, las camisetas, los pantalones vaqueros y los electrodomésticos de Goliat. El dólar es la única moneda fuerte, la moneda de referencia de Cuba, que arrastra la cada vez más pesada cola de una fabulosa deuda exterior y el secreto a voces de su bancarrota interior. ¡Creemos enemigos externos!.

Miremos los billetes. El de veinte pesos: el guerrillero Camilo Cienfuegos por una cara, desembarco de los guerrilleros del Granma por la otra. Diez pesos: discurso de Fidel a la multitud  ( Declaración de La Habana de 1960 ) por una cara y el militar Máximo Gómez por la otra. Cinco pesos. El militar Antonio Maceo por un lado y una invasión de guerrilleros por la otra. Tres pesos: el Che por un lado y el mismo cortando caña por el otro.

Y mientras, en la antología de José Martí, -del que Fidel copia el estilo patrístico, el mesianismo y la insistencia en los valores viriles y bélicos- se augura la unión inexorable que producirá el comercio y se da vueltas, con rechazo pero con inquietud, a la alternativa de asociación a Estados Unidos. Hay mucho en Castro de los tonos evangélicos de Martí, y la reiteración de éste en utopías celestes patrióticas, en excelsos futuribles, transmutada por Fidel en términos marxistas, es cuanto menos peligrosa para las felicidades concretas de los seres reales. La soberbia apostólica en el poder es temible, en esta Iglesia atea como en las que no lo son. Entre la copia envidiosa de Miami y los peanes a Esparta, Cuba se bambolea con una tripulación de náufragos a los que falta material para fabricar lanchas salvavidas.

 

Varadero es el punto de aterrizaje turístico por excelencia y lo fue desde los años treinta, en los que el industrial Dupont comenzó a comprar terrenos y a construir. Su situación es perfecta: una lengua de tierra con más de veinte kilómetros de playas, al noreste de La Habana, bien comunicada con ésta por carretera y por aeropuerto al resto del mundo. Es una prolongación marina de la península de Hicacos, en la provincia de Matanzas. Cuando se observa el panorama futurista de sus cadenas hoteleras perfilándose en exclusiva en el plano horizonte resulta difícil imaginar que hace siglos también aquí hubo una historia, que en algún profundo nivel, bajo la arena, yacen los indios que hallaron los españoles a su llegada, cuando instalaron en Punta Hicacos un centro de aprovisionamiento de carbón y de cerdo salado. Era una región hermosa y solitaria hasta que, con el descubrimiento del contacto con el agua del mar, se construyeron en 1910 las primeras villas de vacaciones.

Los años treinta, cuarenta, cincuenta, vieron un desarrollo acelerado. Varadero, semejante pero infinitamente más bella que su vecina Miami, recibía desde a los millonarios que volaban desde Florida hasta a un turismo fiel y numeroso de cubanos con posibles. La revolución de 1959 paralizó la zona y vació los grandes edificios hasta que, al principio de los setenta, el Gobierno decidió recuperar tan rica fuente de divisas. Al final de la fina punta de la península, todavía puede visitarse el Museo Dupont de Nemours en lo que fue la villa, playa privada y aeropuerto del millonario. También subsiste, como simple lavadero, la casa del presidente Batista

Es lugar de largos paseos dando la espalda a torres y restaurantes. Me siento al atardecer como quien acude cotidianamente a ver una película. Es un horizonte tan amplio que da impresión de infinitud, una hemiesfera de agua y otra de arena, la franja de esta delgada península marina. Los cubanos, como la mayoría de los pueblos realmente del sol, gustan de bañarse a la puesta y la superficie, plateada en rasante, del agua está llena de cabezas negras y cuerpos oscuros contra un escenario caótico de las más variadas nubes: finas, altas y planas, salomónicas y tubulares en vertical, en gajos y en copos, agrupadas en rebaños que pacen hacia el sur. Siempre hay un rincón del cielo en el que brillan relámpagos, y una fragua tardía del sol sumergido en el horizonte y cogido con desesperación a las nubes más altas.

Esa noche hubo eclipse total de luna.

 

El dinero llueve a las manos de la hacendosa fenicia que me hospeda, desde las habitaciones alquiladas a lo largo de todo el año, pero no sabe en qué gastarlo. La gordura de ella y de su familia es la de la dieta exclusiva de alubias, arroz y panceta, aliñados cuando se puede con unos trocitos de pimiento, cebolla o ajo, y completada por un plátano, si lo hay, o un huevo. La casa está limpia hasta donde lo permiten la ausencia de todo artículo de droguería, y los insectos, inatacados excepto por la esporádica fumigadora municipal, tienen bien delimitados sus senderos y territorios. No existen estropajos ni balletas ni detergentes ni abrillantadores; tampoco apenas artículos de baño. Hay algún fósil de loción de partidas pretéritas para las que hubo que hacer cola un día entero, y el trozo áspero de jabón y el abominable dentífrico soviético de la cuota.

Frente a esa gente, a pocos metros de distancia, la llamada “área dólar”, con sus restaurantes y cafeterías en los que hay de todo; frente a su porche, los cristales de la tienda con divisas: medias, camisetas, perfumes, chicle.

 

Varadero noche. Estación de autobuses.

 

Hace una hora estaba sentada bañándome a la puesta del sol en un mar oscuro y bajo un cielo incendiado que se resolvía en cenizas rápidamente. Ahora la policía me ha obligado a empaquetar mis cosas; los de emigración habían ido a buscarme a la casa y me ordenaron dejar el alojamiento privado. Querían llevarme a Cubatur para colocarme en un hotel a los dólares consiguientes.

Era un agente rubio, el típico policía convencido y serio que me había hecho la prolongación de tres días de mi estancia. Presentarme a ellos e intentar estar perfectamente legal fue mi error. El eficaz policía de ojos claros y discursos sobre la legislación pertenecía a esa especie que ha alcanzado el gran logro de que la gente, en cualquier situación, se sienta culpable y que se deleita en ver el miedo en los ojos del interlocutor.

El agente, cuando dejé el hotel para alojarme en la afable casa de la señora, me había seguido la pista, y ahora, sin darme tiempo a secarme, Estamos esperándola, me había embarcado en su coche patrulla; un espectáculo perfectamente llevado.

-¿La ayudo con la mochila?.

-No, no.

Empujo la mochila al fondo del coche sin mirarle. Con toda sequedad, y con cierta repugnancia, pongo cuidadosamente su gorra atrás.

-¿Quiere que la ayude a conseguir billete en la terminal?.

-No quiero que usted me ayude absolutamente a nada.

-Lo decía por si puedo rendirle un servicio.

-Considero que ya me ha ayudado usted bastante.

-Ya ve que se han hecho las cosas como se debía.

-No se preocupe, que saco la adecuada impresión.

Salgo en la terminal de autobuses. La policía se va con su prepotencia y su mirada verde tinta de tampón y póliza.

Mi vecino de asiento, en un autocar virtualmente llevado a pulso por las cucarachas, es en extremo locuaz y tengo fundados motivos para creer que le impulsan a ello mis divisas y no mis amores. Su conversación gira rápida y exclusivamente en torno a los shopy, las tiendas especiales en las que espera convencerme para que le compre artículos, los pequeños cotos de consumo en los que puede encontrarse lo inalcanzable fuera, desde un desodorante a una fruta. Le corto con aburrimiento, aspereza y cansancio:

-¿Dónde va la producción de Cuba?. ¿Dónde va el dinero?.

Mi vecino responde con rabia:

-¿Dónde va?. A las delegaciones extranjeras invitadas que tenemos todo el año, a las estupendas donaciones que hacemos a países africanos, va quién sabe a dónde. En los discursos el Gobierno siempre se vanagloria de la ayuda que prestamos y aquí parece que han puesto la isla boca abajo y la han sacudido. No tenemos nada.

Pasamos carteles: Reforzar y reparar las trincheras de nuestra moral y nuestro honor. Producción y defensa. ¡Hasta la victoria!. El autobús nocturno atraviesa una horrenda plaza, que es la de la Revolución, con un monumento fálico gigantesco, coronado por una estrella de lucecitas, en todo semejante a la nunca bastante bien llamada Merdeka (Independencia) en Yakarta. Hojeo un Granma. El periódico es un memorial al estilo fósil del lenguaje totalitario más arcaico, con una selección peregrina y estultísima de noticias mundiales en la que se trillan las catástrofes del área capitalista y se pule el logro más mínimo de la socialista.

Y en plena madrugada decido intentar, desde La Habana, volar a la Isla de los Pinos, cojo un transporte nocturno y me voy al aeropuerto de nacionales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nueva Gerona. Isla de los Pinos o de la Juventud

 

Los benéficos jefes de turno, y equivalentes como el de tráfico del aeropuerto, siguen funcionando de maravilla, ayudados por la intercesión de San Antonio y el factor pago de pasaje en dólares. A la llegada, tras esta larga noche de policía, autobuses, avión, alba neblinosa en un paisaje nuevo, todos los establecimientos estatales están, como de costumbre, llenos, pero por la calle, a través de alguien que conoce a alguien, alquilo una habitación en la pequeña capital, Nueva Gerona.

El lugar se siente como isla. Tiene mármol, vegetación plana y bruscos salientes de colinas, paisaje monótono pero al que se ha sacado partido, falsas montañas que no son sino dispersas elevaciones, naranjos -¿a dónde irá esa fruta?-, embalse. Antes lugar de destierro, Fidel la rebautizó con el nombre de Juventud para destinarla a centro de formación y estancia de muchachos del Tercer Mundo y de encuentros socialistas. Abundan los carteles, el enemigo norteamericano y el amigo ruso, Los pueblos están a la ofensiva, África en rojo entre continentes en verde, internacionalismo. Hablo con un muchacho nicaragüense que empezó a ser soldado a los nueve años. Otro narra una conversación con una norcoreana que no decía tener nombre sino número.

Las playas, incluida la famosa de Bibijagua, aunque acondicionadas, resultan repugnantes, y tanto más cuando se viene de Varadero. La arena es negra y pasablemente sucia, con restos de detritus. El agua, muy baja y con escaso movimiento, sólo rizada en la superficie, tiene un color verde lívido por el fondo legamoso y de algas. Es esta corona caldosa de agua muerta la que repele. En realidad la isla no es sino uno de estos bajos fondos marinos que casi unen Cuba al continente y que aquí se alza, escasamente, sobre el nivel del mar.

Paseo siempre entre conjuntos de personas, familias, grandes grupos de niños. Es ésta una sociedad fuertemente tradicional, de raros, si los hay, solitarios y de solitarias inexistentes. El calor machaca como un martillo en la cabeza fuera de la línea de la sombra y ataca incluso adentro de ella a ráfagas alternativas de horno, no mejoradas por las canciones mejicanas de dos enormes altavoces.

La isla tiene, tuvo, como tantas otras partes del país, obras de acondicionamiento social con el aspecto de haber funcionado correctamente el día de su inauguración y no haber sido reparadas desde entonces. Los grifos carecen de agua y de abridores -ciertamente hurtados dada su inexistencia en el mercado.-; por la misma razón no hay bombillas, los cables y tomas asoman patéticos, se oxidan las piezas, los mostradores y las máquinas, los muros recuerdan vagamente su color original y losas y azulejos están atacados por la lepra.

Pero se mira al mar y allí está Stevenson. Porque esta perezosa isla a la que se ha comparado, de forma muy poco lírica, por su plana redondez con una galleta es La Isla del Tesoro, y tuvo calas llenas de sueños y, probablemente, todavía hoy su archipiélago de los Canarreos, sus costas que miran a Yucatán, sus bajíos pastosos, sus ciénagas de cocodrilos evocan peligros, oscuras muertes, sed de oro. Emboscados en este rosario de cayos, los filibusteros esperaban a los galeones españoles y hallaban en las cuevas escondite para su botín.

Pero hay más antiguos recuerdos. Las paredes de las grutas de Punta del Este están cubiertas de pictogramas rojos y negros en los que los primitivos pobladores dejaron mensajes indescifrables. Eran indios siboneyes, que habían abandonado el lugar doscientos años antes de la llegada de Colón y que llamaban a la isla Camaraco, mientras que los tainos se referían a ella como Siguanea. Cristóbal Colón desembarcó en sus playas en 1494, durante su segundo viaje a América, y la bautizó como Evangelista. Siempre fue un lugar solitario, quizás de simple paso o varadero de grupos perseguidos. De los siboneyes y su origen se sabe tan poco como de sus pictogramas. Al parecer se alimentaban de grandes moluscos, utilizaban sus conchas y hablaban una lengua distinta a todas las de las Antillas. La pantanosa isla, poco afectada por el descubrimiento y bautismo de Colón, continuó durante siglos su olvidada existencia y sólo en 1830 decidió el gobierno español construir allí la primera ciudad, Nueva Gerona. Llamada finalmente de los Pinos por la abundancia de estos árboles de los que hoy queda bien poco rastro, se destinó a penitenciaria. Allí residió el deportado José Martí y en ella estuvo encarcelado diecinueve meses Fidel Castro hasta que en 1955 Batista concedió una amnistía a los presos políticos. Hoy la antigua cárcel es un centro de visita turística. En el tratado de París de 1898, Estados Unidos había excluido la isla del territorio del nuevo Estado cubano pero en 1925 se reconoció la soberanía de La Habana sobre ella, que la administra con un régimen de comuna especial.

Esta galleta partida en su mitad por la Ciénaga de Lanier no es bella pero sí extraña, con el aura negra que le proporciona una historia de piratería, exilio remoto y un singular esqueleto rocoso de puro mármol, al que acompañan vetas de oro y wolframio. Tras la revolución, fue sometida a una ducha pedagógica, probeta del trabajo voluntario para el que se enviaron brigadas de jóvenes que vivían en un sistema de colectividad espartana gratuita. El experimento se abandonó algunos años más tarde. Hoy la isla tiene una población estable y dedica sus tierras más fértiles al cultivo de cítricos.

La señora que limpia y hace las veces de guardiana de la modesta galería de exposiciones titulada, con notoria desproporción, Reproducciones de Arte Universal aprovecha, como tantos otros, su charla con una española para escuchar, embelesada, noticias de ese país de jauja visto en las series de telefilmes, noticias de ese mundo exterior en el que, oh milagro, hay de todo, hay donde elegir, es posible escoger. Porque aquí, en Cuba, no se escoge nada. La señora se aburre y es locuaz:

-Cobro cien pesos al mes. Por la casa pago nueve con cincuenta mensuales, más el gas y la luz. La cuota de arroz no llega y la de carne no da para nada. Allí, en el mercado libre, vamos, el que no va por cuota, hay mucho (mucho significa cerdo, con suerte quizás pollo, arroz, judías, alguna lata, sobrecitos de café mezclado, tal vez chocolate, y poco más) pero es muy caro. Una pierna de puerco cien pesos, mi sueldo entero; un pollito quince, diez pesos. ¿Quién puede pagar esas cosas?. Y lo mismo con la ropa….

La señora tiene una revista de moda rusa que resulta patética en este calor y en la oferta inexistente.

-La ropa del Estado es cara y muy mala de calidad, veinte pesos unos zapatos que no valen nada. Lo que se compra de lo extranjero, por ejemplo, a los estudiantes angoleños, que traen ropa bonita, buenos zapatos, es carísimo.

La señora trabaja ocho horas pero luego hay las de trabajo voluntario, no remuneradas, a las que negarse significaría estar mal visto y perder puntos de los que permiten un día tener un televisor en color, mejor casa, incluso quizás -rarísimo- un coche. Luego hay el domingo rojo anual, que la señora cree general en el planeta, en el que todo el mundo trabaja gratis. Ella no ha salido de Cuba jamás, no conoce del mundo sino esos melosos telefilmes y las noticias trilladas que da la televisión, pero tiene claro, con su lógica de ama de casa, que quisiera escoger la tienda, lo que come y cuándo trabaja.

La revista de moda rusa recuerda a las de España años cuarenta, un formato blanco y negro y papel grisáceo. La señora repasa sus páginas usadas y alterna a veces con un vistazo al periódico en el que se anuncian en tintas blancas y rojas las visitas de varias delegaciones extrajeras. La claustrofobia de la isla contrasta con su población flotante de toda África (Angola, Namibia, Malí, Etiopía, Mozambique, Sahara, etc) a la que miran los indígenas con distanciamiento. El poder manda que los cubanos acojan en su suelo, eduquen, paseen y nutran a múltiples grupos, representaciones, equipos y estudiantes, mientras los nominales y esforzados anfitriones carecen de casi todo. Como el mundo se divide entre imperialistas-capitalistas y socialistas, la consigna es ayudar a éstos contra aquéllos, pero el gallardo papel que tan bien queda en los discursos y consignas de Fidel se siente como una sangría inútil e inacabable de soldados, armas y dinero.

Paseo por Nueva Gerona. De nuevo las tiendas, los restaurantes, las cafeterías grises, lamentables y vacías; la librería ofrece una mayoría de libros sobre marxismo-leninismo y poco más, nada sobre historia de la isla y sus peculiaridades. Los restaurantes tienen un público predominantemente africano y masculino que contrasta, en su forma de vestir y de gastar, con la visible restricción de los cubanos.

La iglesia, frente a la que truenan marchas, consignas y boleros los altavoces del parque, es pequeña, con un escaso pero constante hilillo de gente, casi toda de color, que sale y entra. El cura es un hombre rubio, francés, sudoroso e irónico. Señala, en un gesto vago, hacia las oleadas de música militar y de bailables que penetran a raudales en el templo:

-Han estado conectando los altavoces a todo volumen cada domingo a las seis y media de la mañana, cuando comenzaba la misa y no había un alma en la calle. Durante meses. Aquí las guerras son de resistencia. Al final he logrado que no me pongan el altavoz durante la misa. El precio es una insistencia cotidiana y una usura que agota. La asistencia de feligreses no es grande pero sí continua; en su mayor parte son estudiantes africanos. Los cubanos jóvenes no saben qué significa el hombre puesto en una cruz.

El cura francés ha venido por un tiempo limitado y, como los cirios, algo sugiere que el calor tropical le va quemando lentamente, que la piel se acerca a los huesos raspada por una insomne estrategia de resistencia. En Cuba se supone la libertad de cultos, pero él sufre la obstaculización rutinaria, el bloqueo del material que se le envía, y carece de papel y de Biblias. Fabrica pues sus textos. El país le parece una bancarrota absoluta disimulada por un ritmo de vida vegetativo: la gente se aloja en barracas, come los cuatro alimentos habituales y nada fresco porque no hay red de transporte y almacenaje, el clima no exige calefacción, buena ropa ni zapatos; día a día, a niveles de subsistencia y mantenimiento, la existencia se prolonga, limitada en altura y en anchura al circuito endémico de la consigna y la escasez.

-Pero lo peor no es eso.- continúa el cura, que se levanta de cuando en cuando para atender a las personas jóvenes que entran- Lo peor es que en este sistema a la gente le matan el alma. Nadie osa protestar organizadamente ni siquiera porque el pan no llega a su hora, porque las colas desde el amanecer son a veces inútiles y se ríen de ellos. Intenté explicarles que, si no les traían el pan a su tiempo, si les dejaban sin él horas sin explicaciones, bastaba con que se pusieran de acuerdo para no comprarlo nadie un día y verían como la situación cambiaba. Tuvieron miedo; nadie se atrevió. Cualquier oposición, por banal que sea, lo es al sistema. Puede que no haya asesinatos ni torturas, pero el Estado sí ejerce la tortura psicológica, en ocasiones los malos tratos, hay alguna desaparición o aplicación de la pena de muerte y, sobre todo, se encarcela.

Las conversaciones sobre el tema de las cárceles, mantenidas con gentes muy diversas, revelan la existencia de numerosísimas colonias penitenciarias pero no hay forma de saber el número de detenidos, aunque se habla por miles; es imposible investigar sobre ello para ninguna organización de derechos humanos, y más imposible aún resulta distinguir entre los que están encarcelados por delitos políticos y de opinión y los criminales de derecho común.

La iglesia tiene un aspecto de islote y resistencia en el mar de consignas monocordes y pequeñas agresiones cotidianas; su situación minoritaria y oprimida le atrae actualmente un respeto del que en épocas de prosperidad no hubiera gozado. Tradicionalmente la religión católica no tuvo en Cuba gran ascendencia, mediatizada por la masonería aliada al progresismo y movimientos independentistas e ilustrados. Sin embargo persisten ritos espiritualistas y mágicos y sectas como los testigos de Jehová. Éstos últimos están absolutamente prohibidos pero algunas personas parecían muy dispuestas a prestarles atención; les encontraban más puros en comparación con las concesiones a la propaganda estatal que hace la Iglesia.

Esperan probablemente a las Iglesias inesperados renaceres. La persecución las ha depurado y dignificado en los regímenes totalitarios que han impuesto el materialismo y la economía como dogmas de fe junto con el culto absoluto al Partido. E incluso en sistemas pluralistas por una parte el espiritualismo ha surgido como una reacción contra la censura implícita que silenciaba y ridiculizaba cualquier tipo de actividad y sentimiento religioso. Por otra parte son muchos los que, de optar por una adscripción religiosa, prefieren algo que signifique un cambio violento, que ofrezca una diferencia apreciable de existencia. En este sentido, es más tentador una secta radical y fanática que las discretas vivencias y exigencias morales de credos más solventes.

Pero la corriente de la vida es lenta hoy por hoy en Cuba, lenta y, aparentemente, dulce y de poco fondo. Vuelvo a la plaza. Según cede el calor, los bancos se llenan de gente con helados. Para obtenerlos hay que esperar largo tiempo pero el tiempo abunda. Hay fantasmas de kioskos y de frutas cuya ausencia pesa en el paisaje. Crecen en los parques muchachas que se fotografían con largos vestidos de tul rosa, que se casan a los quince años, a los diecisiete años, y que están decididas a ser hermosas; y crecen, arracimándose, hombres que en veinticuatro horas prometen ser esclavo y amante, que en doce horas más olvidan, que se casan y se descasan. Crecen grandes tragedias pasionales, familias entramadas como hiedras, y sueños de viandas y cerveza que acaban en la tristura de un mal iluminado despacho de ron. En bancos muy bajos para sus piernas se sientan africanos melancólicos. El cura pone a su público en el vídeo una película sobre Jesús de Nazaret. Las amas de casa calculan la hora del comienzo en la televisión de un capítulo más del inacabable drama brasileño en el que una bondadosísima joven posa para fotos pornográficas con el único fin de sacar fondos para el orfelinato. Salsa y charanga penetran hasta el sagrario de la iglesia, se deslizan en los rulos bajo la redecilla, impregnan el cucurucho de galletas.

El tipo de situaciones eternas que pueden quebrarse bruscamente en cualquier instante.

Alzo los ojos. Porque me han dicho que en esta esquina del Caribe donde se rozan los dos hemisferios se pueden ver al mismo tiempo la Estrella Polar y la Cruz del Sur.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La constante gris.

 

Hagamos abstracción de palmeras, de charangas, del sudor tropical y de las playas, de los libros de Historia y de los ojos oscuros. Podría estar en otra parte. Es la misma constante gris de Polonia, Albania, China, Moscú, este mortecino cansancio, esa emasculación psicológica típica de estos regímenes doquiera que sean. Porque, contra todo lo que se dice de las peculiaridades nacionales, climáticas, étnicas, una descubre, tras años de viajar y comparar, que los sistemas asemejan más a las sociedades que los condicionamientos de su latitud y su piel. Y que -la constatación tantas veces durante tantos años rechazada, culpable, autocensurada en quien se creía del lado progresista, de los buenos– las democracias del proletariado, repúblicas populares, estados socialistas, comunistas, etc, son las dictaduras más profundas y ávidas del zumo de las raíces de la libertad humana que se han inventado jamás. Si se quita la espuma de sones caribeños, danzas africanas, hieratismos orientales y brindis eslavos, resultan constantes de admirable homogeneidad de un extremo a otro del planeta: parálisis burocrática, pobreza, carestía, grisura, lenguaje empedrado de clichés, falseado y rígido en la bien definida neolengua de Orwell, miedo a cualquier tipo de libre expresión y control social a base de una red de observadores-informadores civiles, ineficacia, apatía, desprecio en los servicios hacia el pueblo al que se dice estar dedicado, bancarrota encubierta y subsistencia precaria a base de racionamiento, culto al Líder y al Partido único, inexistencia de derechos humanos y libertades civiles, incluida la de tener un pasaporte y poder salir del país, usura cotidiana en las magras cuotas de bienes físicos o morales que van desde las patatas a las posibilidades de información y de expresión, confusión intencionada de toda protesta con un delito sin que, por otra parte, exista el preso político puesto que todos reciben la denominación de criminales de derecho común a poco que no muestren entusiasmo por el sistema.

En Cuba se da todo ello como en otras partes del planeta de regímenes similares. Y, pese a las pesimistas observaciones de Huxley sobre el futuro de nuestro mundo feliz, en Cuba como en otros regímenes totalitarios se siente que la capacidad de supervivencia del deseo de libertad individualizadora es en la especie humana inextinguible y que, aquí como en China y como en la Unión Soviética y Alemania del Este, bastará un desplazamiento de las placas carcomidas del sistema para que irrumpa hacia la superficie, desde una masa aparentemente apática, doblegada y gris, un múltiple estallido de vitalidad y de rechazo. Quedarán para los individuos que no han vivido nunca bajo un Estado que ha impuesto las doctrinas de Marx y Lenin como reglas y la igualdad como dogma las disquisiciones sobre la diferencia entre comunismo auténtico, benéfico socialismo futurible y falsos comunismos. Para los que lo han experimentado y para los que sean capaces de analizar sin mentalidad religiosa, lo que ha existido es lo único real, la materialización -durante largas décadas y en varios puntos del planeta- de un sistema de ideas, con su balance de desilusión y de fracaso, con lo que supone de participación en un lote de tácita culpabilidad, con su saldo de desamparo que sólo ilumina, a veces, la chispa de un imperativo de búsqueda.

Cuán trágica, pues, la desaparición de enemigos exteriores. Anuncia, para sociedades e individuos, una implacable desnudez frente a la soledad del razonamiento, el momento cercano en el que deberán asumir la personal responsabilidad de sus respectivas situaciones. Si se erosiona, como está ocurriendo, el clima psicológico por el que las naciones podían achacar sus carencias y males a sus antiguos colonizadores, los estados más pobres a los más ricos, los individuos menos satisfechos a otros individuos mejor situados, entonces quedará un vacío de enemigo y una necesidad de asumir las responsabilidades propias en la propia suerte que resulta espinoso solventar, sobre todo cuando se ha perdido la práctica y aún existe la bien arraigada costumbre de deslizar el fardo de las causalidades hacia los hombros de entidades ajenas, envidiadas y distantes.

Pero la situación actual en Latinoamérica es lo bastante catastrófica como para proporcionar a regímenes como el cubano una aparente legitimación moral. En Cuba no se recurre sistemáticamene a la tortura y a la eliminación física y los escuadrones de la muerte no dejan por las mañanas una cosecha de cuerpos mutilados y balazos en la nuca. Un juicio fácil y externo se contenta de la ausencia de libertades con la ausencia de sangre. Un análisis no. Pese a la alternativa ofertada por el Gobierno cubano de igualdad y de seguridad, a sus puertas no se agolpan refugiados de las bandas militares de ultraderecha de Guatemala y El Salvador. Poca dificultad constituiría para una decidida voluntad de mejora la distancia marítima, pero los que huyen lo hacen hacia la frontera de países que les ofrecen, al tiempo que una vida mejor o simplemente el derecho básico a la vida, también libertades.

Para regímenes como el de Fidel Castro la existencia de enemigos es providencial, como lo es para países e individuos la existencia de vecinos -en el espacio o en el tiempo- prósperos y fuertes a los que jamás se perdona su bienestar y su grandeza. El victimismo siempre es política y personalmente rentable; a corto plazo. Pero el momento de asumirse como resultado de las propias capacidades y de los propios hechos admite, en el mundo de hoy en día, cada vez menos aplazamientos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

María Lucina atraviesa tres regímenes y sigue adelante.

 

Es una viejita sumamente peligrosa, no hay más que ver el brillo de los ojos que se impone a la miopía y a las gafas, los brazos que manejan como garras amables la organización de la comida y el hogar, las labores, el bolso y las tijeras, las piernas que arrastran inmisericordes la espalda cheposa a través de recados, gestiones, distancias, papeles. María Lucina pertenece a esas mujeres forzosamente matriarcas de América Latina que remiendan cada día la pereza, la violencia y la barahúnda inútil de los hombres, que sostienen, silenciosamente solas, el tenaz entramado de la vida.

Cuando voy hacia ella, único ser iluminado por la lámpara de mesa en el rincón del salón sombrío, tengo la tentación de introducirle una moneda entre las gafas y la frente. Porque sé que en su máquina de recuerdos la aguja ya se ha levantado y desciende sobre el disco colocado en la plataforma, el disco de sus batallas y el de su guerra

Ahora, a las doce de la noche, mientras el marido duerme, el hijo militar se emborracha, el hijo intelectual se queja y las nietas añoran amores y un conjunto de ropa interior de encaje, ella deja en el regazo la labor que venderá el viernes a la tienda del Estado, suspira, se pone a charlar conmigo, que he llegado de lejos y me marcharé pronto, que le recuerdo un tiempo de visitas, presentaciones, movimiento, nuevos rostros.

-Ay, sí. Echo de menos las reuniones, las fiestas que teníamos. Había que ver esa calle los sábados …¡Y los días grandes ni te cuento!

Enhebra la aguja y se queda con ella en el aire, oyendo conversaciones, carcajadas y músicas que desaparecieron muchos años atrás.

-Ahora no se puede ofrecer a una visita ni un triste refresco, no digamos una cerveza, a veces ni café. La Nochebuena no existe, está prohibida porque cuando la Revolución hubo unas Pascuas sangrientas. No hay Día de Reyes, se acabó hacia los años setenta.

Ni mención de las celebraciones oficiales, en las que el pueblo goza del acceso a cerveza aguada y raciones de cerdo y pescado. La viejita ironiza:

– Fidel decía que había que acabar con la explotación del hombre por el hombre, y ahora tenemos la explotación del hombre por el Estado. Lo único que falta es que racionen lo que hace una con el marido.

Se saca el dedal, que le baila en el dedo y ha rellenado con un trapo. Los dedales no se encuentran y éste es pieza rara, que coloca junto al acerico.

Giran suavemente los primeros acordes de su canción.

-Yo fui revolucionaria. Mi casa era un nido de la Revolución, hacíamos brazaletes, banderas, guardábamos medicinas, mi familia se fue para la sierra. Creíamos necesario y decente acabar con esa situación en la que vivíamos. Luego vinieron las decepciones; al principio confiamos y ayudamos, se pasó por las privaciones que hizo falta, pero Fidel y los suyos se pusieron a planificar, acabaron con todo y no nos dejan ni respirar.

María Lucina tiene una de esas vidas de desgracias desmesuradas, abundantes como los fenómenos naturales y los enormes ríos en América: operaciones, enfermedades destructoras, suicidios familiares, recuperaciones milagrosas, videntes, médiums, pasiones y desamores entre los suyos, compasiones, ataques. Todo ello ha pasado sobre su cuerpo nudoso pelándolo hasta dejarla en un solo y grueso nervio resistente.

Acompaño a María Lucina, que lleva a alguien, al otro lado de La Habana, objetos y vituallas indispensables colocados en una caja de cartón. El autobús pasa renqueando y expulsando un humo apestoso por las calles de la capital. Letrero: Máximo Gómez, pero en nada se distingue de la calle Pérez o López. Las casas, las avenidas -excepto los raros islotes presentables por motivos de turismo o prestigio- son como una sucesión de cadáveres en largo estado de descomposición. Carecen del discreto encanto de la decadencia, de la dignidad franca de la ruina y de la limpieza prometedora de las fundaciones y los comienzos. No es sino la plasmación de un desastre, de la degradación ininterrumpida de decenios. Los pórticos columnados, antiguas tiendas, galerías, balcones, son un recuerdo leproso del abandono de décadas, todo es una costra gris, parda, hierros, cuerdas, un trozo de cornisa, muros semiderruidos y mordidos a grandes dentelladas por el desinterés, el anonimato de inquilinos de paso, ennegrecidos por el desamor y la carencia de materiales. Los huecos ofrecen espectáculos de notable sordidez, espacios parcelados por divisiones de biombos y mamparas, objetos deslavazados, ropa tendida, gallinas, una mecedora, maderas, charcos, cordeles y alambres enroscados a  la caja de una escalera que antaño fue graciosa, a una greca de escayola, a los restos amputados de una fuente. Mucho me temo que, para la tropa de casas modestas e iglesitas como la de San Francisco, transformada en garaje, la declaración de la UNESCO llega con retraso.

María Lucina superpone al panorama paisajes urbanos de su recuerdo:

-Antes aquí había un bloque entero de tiendas; era bonito, muy bonito. Allá -señala una fachada de cartones y tablas en la que se arremolinan los papeles- había una zapatería, y no era cara. Más arriba una tienda de ropa, y terrazas de refrescos a cada rato. Todo esto eran galerías y encima se ponían plantas. Era muy lindo.

Ya no hay apenas plantas en los balcones, ni siquiera en la terraza de María Lucina. Se suceden, entre nubes de carbono y peatones que cruzan cuando buenamente pueden porque los semáforos no brillan sino por su ausencia, portales cavernícolas, letreros herrumbrosos de los que un día fueron establecimientos, escaparates cubiertos de cartón, alguna tienda indefinida con cuatro solitarios objetos y dependientas de gesto amargado y huidizo entre estanterías de género inexistente, cafeterías de largo mostrador solitario en las que se acabó el cupo de bocadillos de mortadela y refresco químico, camareros como viejos envases polvorientos y sin sentido. En el estancamiento y la mugre ni siquiera la belleza ocre del olvido.

Oscurece rápidamente en la calle sin apenas iluminación. Los vanos, con bombillas débiles, algún neón, no tienen más alegría que la música excesivamente estruendosa. Hasta los carteles de consignas, de campañas, de propaganda política, están rotos, caídos por las puntas, descoloridos y roídos. Y su mensaje es así exacto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nihil novum…

 

Quiero mi Cuba perdida, la que todos disfrutan, la que al volver a Europa traen en el equipaje como un perfume de frutas, como un sombrero de Carmen Miranda. Quiero mi ración de alegría y juerga. De repente me he sentido centenaria, sentada al lado de la abuela, con la luz mortecina de la bombilla tísica y la pila de libros, viejos periódicos, recortes de discursos, en el regazo. Quiero vacaciones, sin historia general ni historias ajenas. Me estoy viendo en el avión, sin más bagaje que un puñado de escritos que atufan atrozmente a moralina sociopolítica y que ningún lector soportaría excepto si lo ato de pies y manos. Yo misma me hallo impregnada de cierta grisura de misionero cenizo, de predicador polvoriento. Me ha subido al cuello la urgencia del agua corriente y los cócteles, de la maldad, las frivolidades y el despilfarro. Querría dejar, no ya mi equipaje y mis papeles, tan funcionales, austeros y correctos como un recibo del gas, querría dejarme a mí misma, ante la que me sonrojo por esa Cuba y esa rumba perdidas, por los recuerdos que no llevaré de vuelta. Y me dejo. Decido con la firmeza de la desesperación exprimir mis días últimos, gastar sin rebozo, huir a la playa turística más cercana en la que purgaré mis pecados plomizos en la juguetona superficie del mar.

 

Encuentro con el socorrista playero, la treintena larga, casi dos metros. Tras atenderme solícitamente para que encuentre dónde cambiarme, deje mi ropa, beba y coma -previo pago de su importe en dólares-, me propone sus atenciones sexuales. Lo que no sabe él es que el african, el arabian y, en tiempos, el griego, el malagueño y el sicilian lovers dicen exactamente lo mismo y que su promoción de la excelencia del producto puede resumirse en los puntos (que enuncia el socorrista a coro, involuntariamente, con sus homólogos del planeta):

  • Con él conseguiría cotas de placer nunca imaginadas.
  • Los cubanos son el número uno, como es notorio en el mundo entero, de la potencia y del erotismo.
  • Viva el presente y la espléndida – y rara- oportunidad que ofrece el día de hoy.
  • Un mordisco en el cuello y unos lengüetazos en la oreja cambiarían mi ser.
  • Él se ha casado y divorciado varias veces, y es que las mujeres no le comprenden y sólo saben joder.
  • El hombre casado que -siguiendo la lógica de sus enseñanzas sobre la virilidad y el sano goce del presente- va con varias mujeres es un mujeriego y ello no es grave porque su esposa no se entera.
  • La mujer que va con varios hombres es una puta. (Entiéndase haciendo lo mismo que me está proponiendo a mí. Su expresión al llegar a este terreno se ha hecho menos festiva y la voz incluso cavernosa.)

(No caigo en sus brazos deslumbrada ante el récord de felicidad y disfrute que se me ofrece y ello tiñe progresivamente los tópicos que desgrana de agresividad y rudeza.)

  • Una vez un homosexual (español, mira por donde) se le insinuó y él le rechazó con cajas destempladas conteniéndose para no machacarle a puñetazos. –Los hombres son hombres, las mujeres son mujeres y los gansos (homosexuales) son gansos.- dice.
  • Habiendo comprobado que no me llena de alegría romper con él las tres camas que, a las dos horas de conocerle, me propone, se instala cómodamente en su territorio habitual y apenas se molesta en levantarse de la mesa, cuando digo que me voy, para desearme buen viaje.

Éste no ha leído Maestra voluntaria, me digo mientras vuelvo, caminando por el lado del mar. Me ha venido a la memoria una joyita bibliográfica de los tiempos en los que también Cuba propugnó -sin duda con poco éxito.- el puritanismo estalinista. El libro había sido probablemente lectura edificante para jóvenes revolucionarios. Era el relato de la experiencia pedagógica de una muchacha muy joven, pero madre ya de una niña, alistada en un grupo para la alfabetización del campesinado. Estaba narrado en primera persona y la joven, volcada en pasiones ideológicas, trataba  limpiamente de desdichada prostituta a una compañera que alababa, no la labor revolucionaria, sino los viriles encantos de los alfabetizadores. Los tiempos, y las lecturas del socorrista, han cambiado.

Esto no tiene remedio. Además de rechazar la inmersión en el atávico frenesí del Caribe, sorprendo al yo que había dejado a buen recaudo en La Habana caminando traicionero a mi lado, con sus insípidos hábitos pardos de largos caminos y enfrascado en las reflexiones a que ha dado lugar el socorrista y su profusa e inmisericorde exhibición de méritos. Me entretengo en desdoblarme en un misionero, quizás franciscano, y entonces lo lapido con cuanta piedra y concha encuentro, hasta que lo veo desaparecer bajo las aguas de la orilla con la satisfacción del hedonismo vengado.

Los fantasmas atacan sin embargo por otros frentes, véase el literario. El socorrista hacía de sí, enconadamente, un prototipo. Me fascina la prisión de los tópicos, los supuestos realismos mágicos, las novelas cuyas protagonistas hacían poco y se dejaban hacer mucho, los violentos edenes que deslumbraron al mundo desarrollado. La tendencia al relativo modo fue reinvindicar instintos y primitivismo, fenómenos sobrenaturales y las sanas tendencias del animal sano para así amalgamar una cultura del buensalvajismo y aureolar de diferente cuanto pudiera ser sentido como inferioridad. A falta de técnica, raíces ancestrales; a falta de producto nacional bruto, culturas específicas; a falta de desarrollo, invasión demográfica. Con esta halagüeña receta mezclada a vaguedades socialistas se ha tejido un gran cliché de necesidad virtuosa, de coloreado latinoamericanismo, apoyado el proceso en la mala conciencia occidental y en los vates locales.

Como la naturaleza imita con desesperación al arte, he aquí a los individuos intentando encajar en el tópico, no ser Rodríguez ni Pérez sino la mujer apasionada y fecunda, el insaciable amante, el bravo varón latino, los alegres caribeños, las indomables víctimas de la felonía exterior; y qué penoso vivir en un realismo que tiene muy poco de mágico y mucho de mísero y de inseguro. Cuba posee su lote obligatorio de Edén, de pieles morenas salpicadas de coco, de potencia viril, de ardor femenino, de alegría y de estruendo. El uniforme de metáforas es gratuito y aparente pero no cómodo y es muy probable que, en el futuro, antes de las reuniones con los demás países, Cuba deba dejarlo en el guardarropas.

Y cuando iba sumida en tales pensamientos, tan poco acordes con mi determinación lúdica, me encontré con Luis Antonio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Adiós, Tarzán, adiós.

 

-¡Luis Antonio! ¿Qué haces aquí? Me alegro, pero cuánto me alegro.

– Chica, anda que no hace tiempo.

– Desde la Facultad, ya ves. ¿Llevas mucho de vacaciones?.

– No estoy de vacaciones; vivo aquí, desde hace medio año, con un programa de cooperación.

-¡En plan diplomático!

– Más quisiera. Qué va. Es una especie de lectorado, das clase en la universidad y preparas un trabajo. Me apetecía viajar. ¿Tomamos algo?.

Luis Antonio, Luis Antonio Vallejo Gris. Recuerdo el nombre de corrido como sólo se recuerdan los de los compañeros de estudio a los que se ha visto en las listas junto al propio. Encontrarle me ha producido una inesperada sensación de alivio y felicidad. Está cambiado pero es él indudablemente.

Nos sentamos cara al mar y por primera vez sorbo un vaso de colores sin mirar a nada más, sin analizar nada de nada. Me he tirado sobre la ocasión como sobre una hamaca y advierto hasta qué punto echaba en falta esta especie de afinidad de familia. Porque Luis Antonio no es un turista de paso sobre el que aleteo, ni un indígena con el que indago. Él me sorprende, desde las primeras frases, contándome su indignación cotidiana -¿hay alguna virtud menos práctica y más meritoria?- mientras va de casa al trabajo y de ahí a ver a los conocidos, en La Habana, con su bolsita de supervivencia con la que remedia la carencia de vituallas y establecimientos callejeros.

-¿Has visto qué miseria?. Pero si no hay nada.

-A mí me lo vas a contar. Ya me he ido acostumbrando; salgo comido, me llevo mi bocata; como nunca sabes dónde y cuándo tendrás oportunidad de pescar algo.

– Oye, y ellos ¿qué dicen, qué te cuentan en tu trabajo?.

– Se los tienen muy medidos los comentarios. Depende si están a solas contigo o no.

– Pero tú te lo pasas bien.

– Hombre, la gente es majísima, se han hecho a todo, se adaptan. Los ves que están renegando, poniendo verde al sistema, y a los cinco minutos ellos mismos se ríen de las situaciones. Pero a ti, que sabes que no tienen opción y que ves a los de arriba, cómo viven, te pone negro, claro.

Nos vamos a cenar, a procurarlo al menos, con nuestros flamantes dólares y la poca gracia que tenemos gastándolos. Cuando baja la cabeza, a Luis Antonio le reluce una calva limitada por pelo gris y finito. Es un hombre bajo, que nos sacaba poca altura en aquella foto que nos hicimos cuatro chicas con él en el bar. Está igual de delgado y sin pancita, los vidrios de las gafas son más gruesos. Tiene los ojos de esos colores que no se recuerdan nunca.

-¿Cerdo asado con moros, con judías negras?.- propone.

– Muy bien.

Siguen intercambios de recuerdos. Los de un compañero, el primero de los nuestros que murió, de asma. Las oposiciones, desplazamientos, trabajos, matrimonios, los pocos que hicieron carrera política y sindical, los muchos que costearon los cabos de los treinta y de los cuarenta agarrados a una nómina, los que saltaron -saltamos- entre tierra firme y las aguas procelosas, las chicas que iban con tacones a clase, el profesor que obligó a un repetidor a exiliarse para aprobar.

Los dos costeamos, sin tocar tierra y a prudente distancia, los islotes de la vida privada, en un acuerdo tácito en el que me pregunto si también él preferirá omitir el fracaso asumido, la insensible novela de terror de lo cotidiano.

Hablamos de nuestras impresiones del país, en voz discreta, saciados con el plato abundante en el que los moros confraternizan con los cristianos en forma de blanco arroz.

-¡Qué sinvergüenzas, pero qué sinvergüenzas!.

Repite en estribillo cuando se refiere a todos los estamentos del poder isleño. Lo dice inclinándose hacia la mesa y hacia mí. Tarzán, ya recuerdo. Cuando fuimos, en la Facultad, distribuyendo apodos, le correspondió Tarzán. Pero no cuajó mucho. Otros fueron duraderos e incluso perdurables, como el de Caracalla a Manuelito, que boxeaba en sus horas libres. Los apodos caían de forma surrealista y súbita, como la lluvia, y fui personalmente responsable de muchos de ellos. Ahora Luis Antonio-Tarzán me parece realmente medir dos metros y ser el rey de la selva; él lo ignora pero tras mi pasaje por el caribian lover de la playa estoy literalmente rendida a sus pies, con un agradecido descanso que es en parte el del guerrero y en parte el de quien pone pie en un territorio conocido. Me he rendido, sin la menor intención de lucha, a su modesta ausencia de atributos.

Pero volvemos a Cuba. Miramos a nuestro alrededor. Planteo una de mis grandes incógnitas:

-¿Por qué nadie dice nada?. ¿Porqué vinieron, vienen y van periodistas, políticos, artistas, gente importante, y prácticamente nadie denuncia lo que ve?. ¿No lo ven?.

-Los tienen agarrados por…-hace un gesto perfectamente ilustrativo-…el sexo. A los visitantes se los maneja muy bien el Gobierno. Yo los he visto, en los hoteles, en los cabarets. No entra ahí cualquiera, las chicas son las que la policía filtra, tías estupendas, y les enrollan con esto, les tienen comiendo en la mano, les cuentan la milonga. Aquí el sistema se ha montado un control de la propaganda exterior a base de sexo muy elaborado, llegan los tipos y enseguida te los acompañan, que si Tropicana, que si la copa con ellas, el hotel. Y además el recurso sentimental, Compañero, tú nos comprendes.

El asunto tiene en realidad el gusto del déjà vu. ¿De qué me extraño?. ¿No disfrutaron otros regímenes similares antes que Cuba, durante largos años y contra toda evidencia, del mismo apoyo por parte de los intelectuales de visita?. ¿Acaso no gozaron, primero la Unión Soviética y después la R. P. China, del mismo silencio cómplice, de la misma cordial adhesión en un curioso proceso en el que participaron escritores, artistas, pensadores y políticos de Europa y Estados Unidos?. Pocos se resistieron a tan halagadoras, controladas y agradables dosis de utopía. Además, hacía demasiado frío fuera del club.

-Ni aun así se entiende que en la isla no haya nada, que el desastre sea de esas proporciones. ¿Dónde va, dónde ha ido el dinero?.- pregunto.

-A…- Baja la voz y mira alrededor- No lo sé. Te cuento algo con el café.

Tomamos un café de despedida en La Habana Vieja, tan inalterable como penetrar en una postal comprada al principio de mi estancia y que reposará largos años en un cajón. Estamos a un extremo de las mesas instaladas en el exterior y llegan hasta nosotros algunos acordes de lo que tocan dentro y el halo débil de una bombilla.

– Una vez –prosigue Luis Antonio- estuve hasta muy tarde tomando copas, bastantes, con un tipo que trabajaba en el aeropuerto. Me dijo que, en los aviones españoles, se llevaba años sacando de Cuba, sin declarar ni asegurar y como carga, lingotes de oro para depositarlos, junto con divisas, en cuentas en Europa, donde tienen sus fondos los clanes del Gobierno cubano.

-¿Será verdad?.

-Imposible saberlo. El tipo pudo inventárselo aunque no veo para qué. Que en alguna parte debe estar lo sacado de la isla durante tantos años es de lógica, porque aquí no hay nada y era riquísima. Han corrido rumores bastante bien fundados sobre la forma de llevárselo.

-No he leído publicada ni una palabra al respecto.

-Ahí sí que se la jugaría el que lo hiciera. Todo el mundo se guarda muy mucho.

-¿Los que trabajan contigo no te han hablado nunca del tema?.

-Serían los últimos en enterarse o, si son de arriba, están demasiado bien enterados. No; esto se sabrá un día, bastante después de cambiar el régimen. Hace casi frío a esta hora, ¿verdad?. Me recuerda a Levante.

Ha alzado la voz, al cambiar bruscamente de tema, y mira de soslayo. Acaba de darse cuenta de que una de las mesas próximas lleva unos minutos ocupada por un muchacho y un hombre mayor y grueso.

Nada ya es banal, chistoso ni anecdótico. El miedo se ha sentado con nosotros. Justo a nuestros pies, a unos centímetros del borde del mantel, se ha desplegado una zona oscura, similar a otra de un submarino mapa del más profundo gris. Un soplo frío penetra el aire cálido del trópico. Como un folleto turístico que se pliega, la corteza de Cuba desaparece y quedan décadas de mercenarios alquilados, de servicios terroristas, de confidentes, de poder bruto y de ricas corrientes de metal precioso que se deslizan hasta el seguro remanso de otras fronteras.

-¿Nos vamos?.- propone.

Observamos que nadie más ha salido del café. Sólo se escuchan nuestros pasos en la calle por cuya pendiente sube la humedad de las zonas bajas.

Aprovecho la compañía para dar un paseo nocturno por el Malecón. Es más de medianoche, que aquí es tan tarde, y el cielo se refleja dócilmente en las aguas oscuras. Sobrenadan en ellas, durante breves instantes, llamadas, intentos, ecos de palabras, y los cubre una leve marejada de silencio con silencio. Se va hundiendo lentamente en la masa gélida de los años pasados un mosaico de gestos y frases, de rostros anodinos que descienden y forman en el olvido del fondo una geografía del fracaso. Hay un crucero varado lejos, un ascua de luz. La ciudad, a nuestra espalda, sólo está punteada por la débil claridad de algunos faroles. Y sueñan, sueñan con balsas, sueñan con barcos.

Entonces me encuentro, que es el gran peligro de todos los viajes, encuentro a mi yo que guarda, viva e intacta, la angustia de un conocimiento inolvidable, que adivina en éstas los rasgos de otras latitudes, el perfil de cerradas fronteras. Vienen a mí, del fondo, con sus quejas, las formas más oscuras y el deseo irrefrenable de huida. Encuentro mi viejo temor, que acude con una recurrencia de malaria, el fresco recuerdo de los territorios del miedo, que la mayoría desconoce, disfrazados hoy en el mapa pero en los cuales en otro tiempo viví.

Vuelvo a ver los grandes carteles, mojados por el relente, que reproducen las consignas y la imagen del Jefe de Gobierno. Es el otoño del Papá Grande. El Líder, aunque hayan cantado su risa olímpica grandes trovadores dotados del don de contar pero no del de pensar, se mueve en un régimen que hace tiempo entró en su crepúsculo, en un otoño patriarcal y vegetativo, de límite tan difuso como probablemente breve. O no. Quizás en vez de, por la fuerza de la evidencia de la bancarrota, pararse a reflexionar, componer con el principio de realidad y cambiar de rumbo, el Compañero Máximo acelere, como si siguiese aquel famoso dicho de “Ayer estábamos al borde del abismo pero hoy hemos dado un gran paso hacia delante.” A la esperanza de que Gorbachov embarcaría hacia la Perestroika a su Guía vitalicio e infalible se agarraron los cubanos como náufragos, sólo para ver con pasiva desesperación como Fidel respondía con nuevas vueltas al torniquete del control y la exigencia dogmática. Vegetan, pues, bajo mínimos, gracias a un clima sin el rigor del frío, trafican como pueden bajo cuerda, suspiran por el más modesto respiro cotidiano, por la mítica cerveza, el brillante espejismo del par de zapatos, la calle animada y habitable, y no saben cómo expresar sus aspiraciones porque el régimen les ha robado hasta el lenguaje y los términos de razonamiento.

La adaptación a la libertad no será fácil, y los vientos que provoque la descompresión, cuando se abran, tras varias décadas, las escotillas, prometen ser violentos. Las consignas internacionalistas, el vivir en todo el mundo, han servido al régimen para no vivir en sitio alguno. Salían los soldados, iban y venían las delegaciones, y la mayoría de la población permanecía aislada con los relojes detenidos en los tiempos de la Guerra Fría. Como naipes, caen sobre los cubanos los endebles edificios con los que pretendieron confinarles en ficciones ajenas a una vida mejor, desaparecen, empujados hacia las cunetas y el agua, los ditirambos sobre la independencia que nunca existió, el latinoamericanismo y sus esencias, el socorrido recurso a la irracionalidad, las proclamas vacías y gigantescas, la loa a las facultades mágicas e instintivas, la demagogia a base de determinismo geográfico y étnico, y quedan amontonados, sólo útiles para la fábula, el bolero y la artesanía.

Se balancea sobre las olas el último farol del puerto. Luis Antonio me acompaña hasta la calle estrecha. Intercambiamos direcciones en España. No nos volveremos a ver. Adiós, Tarzán, adiós.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mojito largo

 

No llego al portal. Un Alfonso desmadejado y pálido se incorpora del poyete de piedra que le ha servido de asiento y me agarra del brazo con la urgencia de asuntos importantes. Luego se queda mirándome, los ojos vidriosos de enfermedad o de vino, olvidado de la urgencia, receloso de interrupciones, de vecinos, hasta de perros que olisquean trapos a unos metros.

-Vamos a hablar. Vamos a hablar en otro sitio. Aquí…nos oyen. Nunca me escucharon, pero, eso sí, a la hora de oírte cuando no deben, ahí no fallan.

Y vuelve a derecha, izquierda y a lo alto una mirada que se ha vuelto extraña, que busca enemigos o culpables.

Alfonso está empapado en alcohol y fiebre, y quiere que comparta ambos. Nos alejamos, hacia ninguna parte, por el otro extremo de la calle, para no encontrarme quizás de nuevo con Tarzán, que se ha batido en retirada e ignora que he sido raptada por la grande y locuaz bestia de la melancolía.

-Tienes que tomar algo. Se acerca tu vuelta a España y dirás que los cubanos ni te sacaron, ni te ofrecieron una copa.

Se empeña en buscar bares. Va vestido con una camisa arrugada y el pantalón que se pone para estar en casa. Lleva bajo el brazo una bolsa. Y cuenta, y cuenta:

-Aida…mi madre no lo ve. La viejita, con sus gafas, tan aguda, no ve aunque la tenga delante. Aida es joven, necesita amigos, sale con amigas. Cuando yo estrene y la gente hable de mí y vengan a verme, cuando vayamos de tertulia en tertulia de nuevo, entonces se divertirá y le brillaran los ojos, como hace unos años, no muchos, ¿sabes?, no muchos.

No, lo suyo no es despego. Mi madre, la pobre, con eso se engaña. Las madres siempre están pendientes y creen que todos los cariños deben ser igual. Aida me quiere, me quiere como entonces, más que entonces, pero no soporta que la gente haya dejado de reconocerme el genio, que no vayamos a los estrenos, ni demos reuniones, ni nos inviten a cenas. Se hizo el traje para el extranjero, porque la gira que me prometieron estaba lo que se dice acordada y en cualquier momento nos plantábamos en el avión. Europa…La ilusión que le hacía. No nos llevaríamos al chico. Como recién enamorados íbamos a ir. Era el viaje de bodas.

¿Por qué está todo cerrado?. Mira la calle; es como un pasillo, un templo triste, como la canción decía, abandonado hace no sé cuánto tiempo. A fuerza de estar con el cerrojo echado las cancelas, de no tener gente, el barrio se ha vuelto gris, se ha vuelto noche larga. Pero tuvo colores, imagina: pilares, balcones celeste y rosado, rejas en rojo y en verde, mucha luz dentro caída en flecos hacia fuera, y el suelo todo brillante, del mismo color. Así eran mis escenarios, las plazas que yo pintaba. Dibujaba edificios con terrazas al fondo y hasta se soltaban palomas. Perdido ponían el decorado, pero yo a lo poético, sin bajarme a detalles.

Aún veo a Aida aplaudiendo y riéndose. No sé qué daría yo ahora por que se riera conmigo. Ya me ha comentado más de uno que se ríe a gusto cuando sale por su cuenta, pero le digo a mi madre que eso no está mal.

Ella se esperaba otra cosa de La Habana. ¿Y…? Una casa, bien grande, para todos, eso es lo que hay, y un hombre que tiene que pasarse por el hospital de vez en cuando. Mi mamá ha ido conmigo allí siempre, desde que tuve aquella enfermedad de chico, y nunca me ha fallado en llevarme lo que yo le pedía: que si jabón, que si champú, algún dulce. Aida decía que no quería meter entre enfermos al niño. En realidad estuvo lo menos posible la vez primera, puso la cara larga cuando pedí, como de costumbre, que me hospitalizaran y a partir de ahí bien poco pisó la sala.

En el hospital se está bien. Se ha puesto difícil que acepten a cualquiera por la cola de gente que está deseando entrar para pasarse sus buenos días sin problemas, unas vacaciones de la cartilla de racionamiento. Claro, allí tienes la comida asegurada y no falta que si fruta, que si un pescado a veces, una carne. A mí me admiten porque soy un crónico y tienen la ficha desde chico, cuando mi madre me empezó a llevar a revisiones después del tratamiento. Se está bien, pero antes se comía mejor y además no puedes tomar ni un trago.

Mamá dijo a Aida que una mujer tiene que ocuparse de su marido. A ella ni le replicó pero a mí, una noche que me echó de lado, me dijo que, además de gordo, estaba empachado de mimos y dengues.

Voy a llamar. Aquí nos abren seguro. Había un bar con tertulia, ¿o era más abajo?. Hice una lectura previa de mi obra, la segunda, “El robo de los pájaros”, en el salón de atrás. Nos juntábamos estupenda gente, venía Néstor, el del Comité de Cultura que me arregló la gira por media isla y sacó mis diálogos en el semanario.

No conozco a ese tipo que grita desde el balcón que nos vayamos. Un grosero. Voy a explicarle la mala impresión que da de la patria a una visitante. No; tienes razón. Mejor ni se lo explico. Está borracho, estarán todos borrachos, bebiendo en el fondo, y por eso no quieren abrir. ¿Has oído la música? A mí me puso acompañamiento el amigo de Néstor. ¿No es la misma? ¿Me están copiando?. ¡Ah, no, eso sí que no!. Van a llevarse mis obras, las llevaran a Europa, a Norteamérica, dirán que son suyas y, si yo no estoy allí, si al final resulta que nunca salgo, ¿cómo me defiendo?.

Sí, mejor nos vamos, a tomar la copa a otro sitio y a pensar un plan. Tanto andar da sed. Pero…Acércate la puerta. Esa risa…Aida se está riendo con ellos, así ella se reía. No me engañan. Están todos ahí.

Mejor ni me doy por enterado. Para lo que importa. Panda de gusanos, de fracasados que estarán conspirando. Vamos a donde el Chico Pérez, que recitaba mis versos de maravilla. Fueron mis primeros diálogos en verso porque eran más pegadizos, hacían gracia. Aunque tenía mucho fondo, se trató de una obra para niños que le dediqué a mi hija. Zenia era chiquita y tan blanca, un dulce de leche. En mi familia todos somos muy claros, igual que la gente de Gustavo, ya los viste. En cambio el pequeño salió bien moreno. Los de Aida vienen del Oriente, de Santiago; por eso.

Hay que darse prisa porque, si aquí no abren, en otro lugar será. Un mojito de despedida, un mojito bien bueno, con su menta, y que nos canten historias de amor, historias tristes. Se parecen a lo que empecé a escribir después de “El robo de los pájaros” y “La rebelión de Lucho García”. Con los años te cambia el estilo, evolucionas, se te desarrollan otros gustos. Me entusiasma, por ejemplo, “Un tranvía llamado deseo”, aunque sea decadente, me es igual. He escrito unas cosas con historias mías, lo de Aida, lo de mi mujer anterior, pero ésa es tan trágica que no va, ya me lo dijeron: Muy bien “El robo de los pájaros”, con la paloma liberada y los cuervos echados al mar, pero nada de desgracias sin solución, que desmovilizan y dejan al público sin ganas de aplaudir, apático.

Néstor, la última vez que conversamos, y ya hace tiempo, me lo dijo claro: “Tienes que encontrar el tono, el nervio de tus primeras obras”. No vayas a creer; no tengo éxito porque no quiero. Bastaría conque me pegase otra vez a la receta. Es lo que voy a hacer cuando me reponga y Aida vuelva a tratarme como debe. Y que se preparen los de Cultura porque les va a costar convencerme para que dirija más coloquios y seminarios. Además tendrán que pagarme como es debido, se acabaron el idealismo y los abusos. Me van a oír. Te explico el argumento que estoy esbozando para mi nueva obra, pero primero tenemos que apresurarnos y encontrar un sitio abierto, rápido; tengo la boca muy seca para hablar.

No, no me he caído. Ha sido un resbalón, lo húmedas que las piedras se ponen por la noche, ¿o está lloviendo?. Mira, hay gente en la esquina, bajo los soportales. ¿Tienes cash en dólares?. Yo no llevo suelto y en pesos no nos venden la botella. ¿Tienes?. Ah, está bien. Te lo devuelvo en la casa. ¿Invitas por la despedida?. Bueno, lo acepto sólo por eso. A ver qué nos venden. Hay turistas. Si te parece, mientras tratas lo de la botella yo me tomo un mojito.

La cara que puso el mono de la barra. Se creen alguien porque tratan con gente de arriba. ¿Te la vendió?. ¿Sólo media?. ¿Le digo…?. Vale, vale. Está bien así.

La rubia del fondo, ¿la viste?, de las dos la más pequeña. Me ha recordado a mi mujer, la anterior, Gladys, la madre de Zenia. Ella tenía un pelo como ése. ¿Creerás que no la recuerdo casi, que no la reconocería por la calle?. Sin embargo ahora esa mujer se me ha parecido ella, por el pelo que me gustaba tanto, que se le quemó hace tanto tiempo.

¿Nos sentamos a descansar un poquito.? Ya habrás visto bien La Habana con este paseo. Una hermosa ciudad, ¿no?. Yo, la verdad, no he visto otras, París, Roma, en el extranjero, pero estuve a punto varias veces, hace años. Estoy seguro de que bastaría con tener una oportunidad de estrenar, una sola vez, una de mis obras allá y me cambiarían completamente las cosas. Así es la vida: un golpe de dados, una ocasión, un hueco, y llegaste arriba, respiras, puedes empezar a subir cada vez más alto, hablan de ti, triunfaste.

Me ha dado frío, no sé qué me pasa, aquí no hace frío nunca. Es de estar sentado en la piedra, del relente. El viento cambia a esta hora y, si escuchas bien, se oye el mar. Yo hice una obra sobre una sirena que salía de las aguas del puerto para hablar con un tipo sentado cada noche en el amarradero, junto a su barco.

¿Qué pasa? ¿Qué nos piden? ¿A quién estorbamos?. Ya hablo yo con ellos. No estoy molestando a nadie, no busco nada con ningún extranjero. Deja, que lo arreglo rápido. No soy un cualquiera. Les valdría más ocuparse de los que están en el bar traficando y no viven de otra cosa. Éstos son los de control cívico popular, los conozco, y ¿sabes lo que controlan?. Que nadie haga la competencia a su gente para repartirse luego los dólares. Ahí van las rubias, a continuar con esos tres la fiesta en el bar del hotel. No, ahora que la veo de pie la pequeña no se parece a Gladys tanto como creía. Sí, de acuerdo. Bajemos hacia el malecón.

Ya no tengo frío, basta con resguardarse un poco y se siente uno bien. ¡Qué oscuro está todo!. Aquí se murió mi sirena. Las sirenas no se mueren, sólo en los cuentos, se lo expliqué al público. Mi sirena tenía las cejas y las pestañas rubias, el pelo azul y la cara blanca como una concha de nácar. Se murió cuando supo que el marinero la quería para traerle perlas nada más. La obra gustó mucho. El decorado era este mismo fondo pero con barcos, luna, estrellas y luces. En realidad el argumento era sentimental, pura fantasía, pero en los arreglos le pusieron una coletilla sobre el egoísmo y la avaricia. Todas las perlas, al final, vuelven a caerse al mar.

Aquí vine desde siempre. Con los amigos a beber y a cantar, a contar proyectos, a tomar el aire a la salida de las fiestas. Me hicieron una grande cuando publicaron la primera obra mía. También vine con muchachas. Una vez, me encontré charlando en la media luz a Zenia, mi hija, con su primer enamorado de la escuela, y yo con una compañera de paso por La Habana con la que había salido en Holguín. Pues no sé qué me dio que me quería morir y todo mi afán era que la niña no nos distinguiese. Me parecía que Zenia iba a ver a su padre como nunca lo había visto, como un viejo acurrucado allí, a lo oscuro de las piedras. Ella estaba empezando todo, con su jovencito y su traje de colegiala, y yo no tenía nada que empezar. Las cosas cambian poco para lo que cambia uno. El mar, el malecón, la roca, el faro los mismos, y mis compañeros y yo flotando como puede cada cual con lo que le queda de barco, tan cambiados que si nos encontráramos otra vez aquí no nos reconoceríamos ni por el olor de las pavesas.

¿Quieres un trago? Queda poco. Te explotaron cobrándote eso; ni siquiera era media botella. Se está muy bien. ¿Volver?. Enseguida vamos, pero despacito. Un rato corto, apuramos el resto y caminamos para la casa. No, mamá no estará preocupada; me paseo muchas noches, ella sabe, y además le comenté que había que celebrar tu salida para España. ¿Te gustó Cuba?. ¿Volverás otras vacaciones?. Para entonces pueden haber cambiado mucho las cosas. Tal vez incluso nos veamos antes. ¿Y si me presento en España para estrenar allí? Vaya sorpresa.

Llegaré cuando amanezca.

Llegaré cuando amanezca.

Las piedras. Me gusta el ruido que hacen en el agua. De chico las tirábamos por encima, raspando las olas. Una vez un tío mío me dijo que las ilusiones son como los guijarros: en la mano te brillan, los acaricias, les buscas colores, formas raras, vetas de oro, y cuando los echas al agua y se hunden sabes que no volverán a subir nunca jamás. No sé, pero lo he recordado muchas veces, como si con aquella frase él me dijera algo que iba a marcarme la vida, que siempre había sabido, antes de que me lo dijese, y luego hecho como que olvidaba. ¿No te pasa saber de repente que, en realidad, ya lo has vivido todo, vivido y acabado, desde antes, desde el mismo momento en que estabas empezando?. No soy viejo, sin embargo sé que me he hundido y que de ahí no se vuelve, que miro las olas como quien espera que suba flotando la piedra, que esta conversación la tenemos los dos quizás en el fondo, con la ventaja de que el agua de arriba no la vemos y hablamos de luz y de aire y de fiestas olvidándonos de los mares que tenemos por encima, los mares por los que hemos bajado tan suave que ni el roce del agua se siente.

¿Gladys?. ¿Contar algo de Gladys?. La verdad es que hablo bien poco de ella. Mi hija se le parece excepto por el color del pelo, que salió a mí. Cuando lo de Gladys yo era muy joven, aquí las parejas van deprisa. Zenia ya viste, antes de los quince me planteó que, o se casaba o, de todas formas, se iba con él, que es lo que hace la mitad de las muchachas. Además por entonces ya había venido a hablar muy seriamente conmigo otro que estaba loco por mi hija, pero ella prefería a Marcos. Total, que era mejor tenerla casada y que siguiera estudiando. Me parece que los dos se irán a Miami a la primera ocasión, aquí no tienen porvenir.

¿La madre, Gladys?. Casi tenía yo la edad de Marcos cuando nos casamos. También estaba muy loco, era la edad de estar loco con las muchachas. Le hice poemas, les puse letra, con su nombre, a canciones. Cambiamos mucho de casa mientras yo me buscaba trabajo, me presentaban a unos y a otros, me hacía un hueco. Vino la niña, y menos mal que ahí paramos, porque mi familia tenía apariencias pero de dinero siempre anduvo mal.

Gladys era de cuerpo muy fino, más que la americana del bar, y blanca como Zenia. Le sentaba mal el sol y siempre hablaba de vivir en un sitio fresco, con aire y montañas. A saber, de no haber pasado aquello, si estaríamos aún juntos. Por entonces conocí a mucha gente, salía con muchachas. Pero, como mi madre dice, cuida a la mujer que de viejo te cuide.

Cuando el accidente Gladys estaba sola, gente abajo y arriba pero ella sola en la casa, cocinando. Ya sabes como son los apartamentos, ¿no?. Viviendas parceladas en pisos más grandes. Las instalaciones de tuberías, de servicios fueron fallando, daban problemas se hacían viejas y peligrosas, no se reparaban, faltaban piezas, no existían repuestos. Las casas funcionaban, como ahora, a fuerza de chapuzas, como los coches que ves rodando sin una sola pieza original. Te desayunabas con roturas, fugas, derrumbamientos y cortacircuitos. Ha habido más muertos en Cuba en las cocinas que en las guerras.

Fue una explosión grande. Se incendió todo de repente. Gladys parece que estaba de pie, junto al hornillo. Los vecinos entraron con mantas y la encontraron todavía viva, casi sin ropa, el pelo convertido en una bola de fuego. Menos mal que sufrió poco, no vio la mañana siguiente. Y suerte que la niña aquella tarde no estaba con ella.

Es curioso cómo he olvidado todo. Tal vez porque esas cosas, en el fondo, uno se esfuerza por olvidarlas. El olor del hospital sí, eso no se me va. A Gladys en realidad no la vi. Estuvo todo el tiempo inconsciente y cubierta de vendas. Esperé. No volví a verle los ojos. Luego estuve con gente, bebiendo, y ya no recuerdo más.

Vámonos a la casa. Se ve mal el faro, ¿verdad?, ¿Hay neblina o amanece?. ¿Todavía no?. Es que cuando me canso no veo bien. Andemos despacio. Que no olvide el paquete. Tengo que hacerte un pequeño encargo. En esta carpeta hay unos escritos, he seleccionado mis mejores obras, la que se estrenó, las dos últimas y un cuento. No tienes más que presentarlo en España. Me parece que allá sabrán apreciar. He hecho una buena selección. Es material revisado en algunos detalles para actualizarlo, sin tocar a la calidad literaria. Estaré a la espera de noticias y, en cuanto me digan que lo publican, que van a estrenarlo, me pongo a preparar la ida. Bastará con un adelanto de unos cientos de dólares y algunas cartas para apurar la gestión del pasaporte. Con los primeros contratos y los beneficios buscaré casa, iré trayéndome a toda mi gente y, una vez me haya hecho un nombre allí, será cosa de traducir la obra cuando me la pidan para estrenarla en Roma, en París.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Balsas

 

-¿Dónde está Aida? – pregunto al abuelo, impasible y suspenso, un gran lagarto verde pálido en su lugar del balcón. – No la he visto desde que llegué.

– Se fue a la playa unos días, a pasear, con el niño. Conoce a amigos.

La ausencia del niño, ese mal bicho en el que sólo la alienación temporal de las abuelas podría ver atractivos, es bienvenida.

Alfonso es hombre de grandes olvidos. No recuerda sino muy vagamente la noche transcurrida dando tumbos por las calles húmedas de La Habana. Se ha levantado de la cama ese día muy tarde, con expresión hastiada y gris. Su madre le lleva tisanas y propone incluso, inquieta, acompañarle otra vez al hospital. Probablemente le oyó llegar aquella madrugada, aunque aparentó estar dormida. También es probable que escuchara las propuestas, dichas con lengua espesa, de que durmiera yo, si quería, en su cuarto, puesto que había espacio, y no en el sofá. Y me oiría luego acomodarme en el sofá y a su hijo en el cuarto del fondo, cara a su soledad y al recuerdo de los reproches de Aida y de su desdén. Luego también la abuela Lucina se dormiría, teniendo como última y principal preocupación al nieto.

Hago mi equipaje para la partida, un saco somero, adelgazado por dones y trueques y nada engordado por las inexistentes compras en la isla.

Alfonso está mortecino. Propone, sin gran convencimiento, unos negocios como epílogo de mi estancia e inquiere con ansiedad sobre sus posibilidades de publicar en España. Vacía, en un rincón, veo la caja de los zapatos nuevos que compré a su mujer. Tal vez Aida ya dio la gran zancada, la que auguraban sus rechazos de por la noche, su mohíno deambular por el piso sombrío, y ahora, en un bar de la playa en el que al menos las sillas están disponibles para el público, expone a la brisa las rodillas y deja reflejarse la tarde en sus punteras de charol.

Hay una meta, una sola, que la une a Zenia y a Marcos, al matrimonio casi infantil: los tres tienen la vista fija en un punto del horizonte, en una superficie líquida que transforman en carretera y avenida por la que corren hacia días futuros en los que nada se parece a lo que dejaron atrás.

Y sin embargo son gente llena de anclas, se levantan con padres, madres, compadres y abuelos adheridos. Viven, en buena parte, de sonidos, hábitos y sabores que reproducirán invariablemente doquiera que vayan. Si es que van.

Miro el alto espacio del cielo candente, ese sol enemigo que puede fabricar, de las tierras llanas y salinas, un infierno. Me viene a la memoria la arquitectura anónima de Holguín, Gustavo y Cesáreo dando vueltas en su coche histórico, Cesáreo aventurando peticiones de mano a la turista fortuita que acierte a embarcarse en su milagroso vehículo. Ninguno de los dos tiene aún la edad de haber perdido la esperanza de futuro, los dos guardan un tizón por quemar, unos años que vivir. Pero no son hombres de aventuras sino de ataduras, les falla el afecto, esa madeja del clan de la que, arrancados, se desangran. Sólo les libra el mar cuando, en cortas excursiones, se van a la costa, y por la noche, en la orilla, se cuentan historias de fugados y las viven como propias en la grande y acogedora soledad de la oscuridad amiga.

Marta no; para Marta el mar es un cementerio infantil lleno de muñecos que descendieron de las tripas aventadas de un barco español y se hundieron con los recuerdos de su infancia, acompañados luego en su lento descenso por experiencias posteriores, pañuelos rojos, himnos, marchas, el mundo a su alcance, países vibrantes que nunca vio. Marta se resiste a perder el viaje adolescente de su ilusión. Ya no hay muñecos nuevos en el mar.

En todas estas corrientes sobrenadan Filemón y Baucis, insensibles al diluvio cuyos ecos, sin embargo, les traen sus hijos, refugiados los dos en su piso alto y pobre, atentos el uno al otro, temerosos de las grandes distancias y de los escualos. Los demás hablan, protestan, se agitan. Ellos tienen, siempre han tenido, un puerto.

Ignoro si Olivia habrá quizás convencido a uno de esos hombres que tan mal supieron amarla para que la lleve a otra costa, donde pasee su porte pálido de princesa rusa y chispee al fin la risa en sus ojos claros y resignados. A veces la veo alejarse, junto con otros que he encontrado al filo de los días, en equilibrio sobre una precaria embarcación. Convendría que el mañoso Tucídides les acompañara, que la voluntariosa casera de Varadero se aprestase a desplumar a más maridos incautos, que la gente joven empujara las velas con el solo soplo de su ilusión. Ésos mismos que un día volverán, con las velas hinchadas de olvido, acostumbrados a otra lengua y curiosos de su propio pasado y sus recuerdos.

 

 

Cuando salí de Cuba…

 

María Lucina me acompañó al aeropuerto para hacerse cargo, tras confirmarse mi partida, del remanente de dinero cubano. Asumía, hasta el último momento, su papel de jefe del clan. Corrían lágrimas de gente que se despedía de su familia, pasaban grupos, cargados de botellas y cajas de puros, que habían conseguido un bronceado ejemplar. La abuela y yo desentonábamos por falta de emoción y de equipaje. En las paredes, desde los carteles, sonreían rostros y paisajes de dientes y arenas blanquísimos y espejeaba el frescor de bebidas transparentes en vasos empañados por el hielo.

Como un alegre emblema de colores clavado a su vez en un gran vaso, la bandera de Cuba ondeaba en la salida internacional. Hay algo ingenuo en el resumen que reflejan sus tonos, un feliz sueño de esperanza plasmado en el siglo XIX por su diseñador, el poeta Miguel Teurbe: Tres franjas azules de mar, dos de la paz, un triángulo teñido de sangre de luchas por la independencia que encierra en su centro la blanca estrella de la libertad. Y, bordeando el triángulo, el Libertad, Igualdad, Fraternidad que, desde los Estados Unidos y Francia, representó el ideal de las nuevas naciones. Tras esta bandera están la Ilustración, la Masonería, el temblor del cambio de época, la certidumbre del progreso; en su brillo que buscaba símbolos y rechazaba las águilas y los leones rampantes se lee la conmovedora juventud de una ilusión.

Y llegaron.

Y llegaron.

Ha terminado el viaje. Subí la escalerilla, ocupé mi asiento en el avión, vástago sin duda del gran hermano ruso. Despegamos. Abajo la isla flotaba, extensa, inclinada hacia el continente, bogando, como una balsa más.

 

 

 

 

 

 

 

 

Índice

Pág.

-Introducción. ……………………………………………………………………………2

-El avión era una fiesta. ………………………………………………………………5

-Las dos Cubas. ………………………………………………………………………….9

-La Habana. ……………………………………………………………………………..15

-Incursión al oeste. ……………………………………………………………………20

-Iconografía y paisaje urbano. …………………………………………………….28

-Prensa. ……………………………………………………………………………………35

-Oda a los jefes de turno. ……………………………………………………………39

-Camino al sur. …………………………………………………………………………41

-Trinidad. …………………………………………………………………………………45

-Camino al centro. …………………………………………………………………….50

-Holguín. ………………………………………………………………………………….55

-Jineteros de provincias. …………………………………………………………….59

-De compras por Las Antillas. …………………………………………………….63

-Saturno. …………………………………………………………………………………..70

-Petición de mano. ……………………………………………………………………..73

-Santiago. ………………………………………………………………………………….76

-Fósforos. ………………………………………………………………………………….84

-Parada sin fonda. ………………………………………………………………………89

-U.S. Guantánamo. …………………………………………………………………….94

-Baracoa. …………………………………………………………………………………..97

-Filemón y Baucis. ……………………………………………………………………102

-Norte. ……………………………………………………………………………………..105

-Cambio de postal: Varadero. ……………………………………………………..107

-Nueva Gerona. Isla de los Pinos o de la Juventud. ………………………..115

Pág.

-La constante gris. …………………………………………………………………..122

-María Lucina atraviesa tres regímenes y sigue adelante. ……………..125

-Nihil novum. ………………………………………………………………………….129

-Adiós, Tarzán, adiós. ………………………………………………………………133

-Mojito largo. …………………………………………………………………………………..139

-Balsas. …………………………………………………………………………………..147

 

[1] Hablamos de un viaje que se realizó en 1989; es significativa su actualidad.

1 Las citas pertenecen al libro de texto mencionado anteriormente.

03/21/77

LA GENERACIÓN DEL GRAN RECUERDO

La Generación Del Gran Recuerdo

Rosúa, M. (1977). La Generación del Gran Recuerdo. Madrid: Cupsa/Planeta. Colección Goliárdica, nº 7, 208 pp.

ISBN: 84-390-0017-0

La generación del gran recuerdo   La Generación del Gran Recuerdo es la de los jóvenes chinos que vivieron y participaron en esa enorme coreografía que dirigió Mao Tse-tung durante la Revolución Cultural. Como profesora de español en la República Popular durante el curso 1973-74, la autora estuvo en contacto con aquella generación de ex-guardias rojos y pudo compararla con la de sus colegas, los profesores chinos de más edad.

Destinada primero a Sian y luego a Pekín, viaja por algunas ciudades del país y estudia el significado de la Revolución Cultural, la visión del mundo y la existencia concreta (al otro lado de los arquetipos oficiales y de los clichés verbales) de la gente del país.

ÍNDICE

  • I. Los chinos y su visión del mundo exterior
  • II. Los ex-guardias rojos
  • III. Revolución y postrevolución cultural
  • IV. La revolución educativa
  • V. China y la Unión Soviética
  • VI. El plan «5-7-1»
  • VII. ¡Pi-Lin, Pi-Kon! (Criticad a Lin Piao, criticad a Confucio)
  • VIII. El Oeste también es rojo.

Capítulo I: Los chinos y su visión del mundo exterior. Textos escogidos

En cierto museo chino una pintura antigua reproduce a los embajadores y extranjeros en el acto de rendir pleitesía al Emperador. Son caricaturas: enormes narices y mostachos, ojos y cabellos de llameantes colores insólitos. En otra ocasión hojeamos en mi despacho del instituto de Lenguas Extranjeras de Sian un libro de láminas de arte. Una nos muestra una vasija de metal en forma de cabeza de macho cabrío. El joven profesor Chou, que nunca se distinguió por su diplomacia, exclama:

—¡Parece un europeo!

Me llevo la mano a la cara y le interrogo con la vista….

* * *

…el emperador Chin Shih-huang, al que Mao admiró perdidamente en su juventud, soñó con imitar, y presentó a la devoción popular como su lejano alter ego. Shih-huang, duque de Tsin en la provincia de Chensí antes de fundar la dinastía Chin, reinó al parecer del 221 al 210 antes de Cristo. Hizo edificar la Gran Muralla, alzó un palacio cerca de Sian. Gran gobernante, férreo dictador, eficaz, imperialista, aglutinó en un reino gigantesco los principados, ordenó unificar los sistemas de monedas, pesas y medidas; hizo quemar libros y enterrar vivos, habiéndoles amputado los pies y las manos, a los letrados, eliminando así toda influencia que no fuera la suya propia. La palabra «China» viene de Chin (de la dinastía Chin) y del sufijo -a, en sánscrito «tierra».

* * *

Los pabellones habían sido completamente devastados por los guardias rojos durante la revolución cultural, no quedaba sino el recuerdo de esculturas y pórticos. Como hubiera mostrado a un funcionario deseos de visitar el monasterio de la dinastía Sung, llamado Las Cinco Terrazas del Oeste, e insistiera en su demanda, el funcionario acabó por contestarle que no quedaba nada por ver en el monasterio después de que los guardias rojos lo habían quemado.

Por fortuna, entre la multitud de templos, museos, etc., cerrados tras la revolución cultural no se incluía el Museo Histórico de Sian, uno de los más bellos del mundo, no sólo por su inestimable contenido, sino por estar instalado en un conjunto de pabellones alzados durante los Tang, que fueron templo de Confucio, e incluir en su recinto una graciosa casa de té del siglo VIII.

La primera sala es la provincial, y guarda, entre otras piezas, una estatua de caballo de piedra del siglo IV y una campana  de  bronce  del  VIII.  La  segunda  sala  contiene bronces, cerámicas, porcelanas, estatuas Han, Wei, Tang. Este museo guarda además cuatro de los cinco caballos Wei, mundialmente célebres. Quien ha visto —de ellos— el que, de la carrera, ya pasó al vuelo y apoya uno de sus cascos en el dorso de una golondrina, que vuelve sorprendida la cabeza, quien vio esta maravilla, vio la libertad misma.

* * *

Notas de mi diario

Sian, 8 de noviembre de 1973

   Durante la clase pido ejemplos de explotación del hombre por el hombre. Uno habla de un conocido que trabajó en las peores condiciones en una fábrica en manos de los japoneses. Otro, de la opresión ejercida por un terrateniente contra los campesinos.  Una muchacha dice:

—Yo pienso en los niños-obreros europeos que los capitalistas emplean para pagarles la mitad y rendir como un adulto.

Le indico:

—Esa situación pertenece más bien al pasado. En Europa no hay sistemáticamente ahora niños-obreros.

Desconcierto.

—¿Y si los capitalistas quieren escoger niños para sus fábricas?

-No pueden tan fácilmente. Está prohibido por la ley. Los niños deben ir a la escuela hasta los catorce o dieciséis años. Naturalmente hay excepciones y abusos.

Ni me creen ni pueden convencerse a sí mismos de que miento.

—¿Y si los pobres no pueden pagar la escuela?

—La escuela es gratuita hasta cierta edad. Depende de los países. Hay excepciones y carencias, por supuesto.

Asombro. Incredulidad. Y un algo hostil. Estoy tomando ante ellos la imagen del defensor del sistema abominable, que choca con mi imagen real, familiar.

—Pero ¡los capitalistas no van a hacer una escuela gratuita para los obreros! —La muchachita parece indignada y pensando a gritos «¿Qué clase de mentiras nos está contando usted?»

—Es que el proletariado ha luchado ya mucho en Europa y ha conseguido cosas. Tampoco los capitalistas pueden ahora hacer la ley como a principios de la industrialización. Y ocurre que, por evolución económica, ellos mismos necesitan un proletariado instruido. Además, los partidos de izquierdas hacen pasar leyes progresivas, los obreros presionan, se declaran en huelga…

—¿Los capitalistas permiten partidos?, ¿y huelgas? —preguntan incrédulos.

¿Cómo explicar a estos marxistas de la aurora de la industrialización la pluralidad de partidos, el derecho a la huelga —cosas que, por cierto, en mi prehistórico país ibérico aún están en el tablero—, el desarrollo de las clases medias, el nivel de la clase obrera europea, su género de reivindicaciones?

La visión maniquea del mundo que se proporciona al chino medio es quizá su fuerza: un mundo blanco y negro en el cual les ha correspondido ser los valientes cruzados de la blancura. Pero, como Europa es realmente muy compleja, los conocimientos de los chinos dan un rodeo, al topar con ella, para llegar al Tercer Mundo, que sobrevuelan a la suficiente-altura como para no distinguir sino los grandes trazos, fijos los ojos en el paraíso comunista futuro.

* * *

He llevado a cabo encuestas minuciosas —56 preguntas en el número irrisorio de cuatro sujetos, máximo que me ha sido permitido. Los cuatro son buenos amigos, profesores de español de mi sección. (…)

—«Las costumbres de los extranjeros son distintas a las de los chinos. Me llama la atención su carácter activo, dinámico, entusiasta y su franqueza (…)

En los extranjeros me llama mucho la atención el carácter abierto. Dicen lo que piensan, sobre todo tú (…)

—«Pienso que los extranjeros son amigos que trabajan con entusiasmo, aunque algunos a veces se muestran poco amistosos. Su sexualidad es diferente de la nuestra; siempre necesitan estar juntos el marido y la mujer, los jóvenes tienen relaciones sin casarse, hay putas por la calle. Los extranjeros tienen mayor vigor y salud física. Gozan de mucha más energía que nosotros. También tienen mayor curiosidad por saber cosas, entusiasmo por conocer

* * *

—«Trabajé bastante con soviéticos y practiqué el ruso. Había muchos hasta 1960. Existía una gran intimidad entre ellos y nosotros. Yo iba con frecuencia a casa de una familia rusa. Como era aún bastante joven, la mujer me trataba como una madre. No querían marcharse cuando llegó la orden de Moscú. Ella lloraba cuando les acompañé al tren. Muchos chinos se casaron en aquellos años con rusas. Luego hubo bastantes divorcios. Los rusos eran buena gente, pero estúpidos. Me gustaría conocer España y algunos otros países» (H., profesor de treinta y seis años).

* * *

Se quiere controlar cuanto hago en clase con los alumnos, estos alumnos de veintitantos años cuya puerilidad me asombra y me asusta. Tuve la desafortunada idea de comentar con el profesor de alemán, Berth:

—Me preocupa la mentalidad de los alumnos. Parecen, salvo excepciones, de un nivel de madurez bajo. Creo que, si se les sometiera a un test, darían una edad mental cinco o siete años menor que la física.

Berth sacude la cabeza con una sonrisa angelical:

—No. Eso es un fenómeno corriente en los países del Tercer Mundo. Los jóvenes parecen más infantiles. Ya sabes que los test son en realidad reaccionarios, sobre todo el de C.I. (coeficiente intelectual). Los test están cargados de connotaciones culturales,  ideológicas,  etcétera.

—Sí, lo sé. No digo que un test reflejaría el C.I. real ni que haya inferioridad intelectual, sino una falta de madurez de juicio, de análisis, que me preocupa. Se diría que tienen catorce años.

— Ya lo discutiremos otro día.

Y Berth, por confesión posterior propia, me excomulga desde ese instante. Sin embargo, lo que yo veo cualquiera puede verlo: una puerilidad real que debe ser analizada sin prejuicios, guste o no guste, y que viene forzosamente del tipo de educación, de la carencia de iniciativa, de responsabilidad. La inhibición absoluta del factor sexual tiene sin duda un papel importantísimo en lo que se presenta para mí como comportamiento pueril. Los cambios de impresiones con los demás profesores extranjeros han dado un panorama parecido

* * *

No por ello era cuestión de tirar la esponja. Ni podía librarme de mis condicionamientos ni quería aseptizarme hasta caer en la voluntaria frigidez mental que observaba en algunos de mis colegas extranjeros. Ante ellos se manifestaban cosas que les hubieran hecho poner el grito en el cielo de ocurrir en sus países, de atañerles a ellos o a los suyos directamente, pero allí se estaba en China, y China pertenecía a otra dimensión estelar. Cualquier juicio en contra del sistema era hacerle el juego al capitalismo. Entonces mis colegas callaban y aceptaban, ponían entre ellos y los seres humanos que tenían delante una hojarasca de libros, máximas, consignas, teorías, del «cómo debe ser», del «cómo será en la sociedad luminosa que se aproxima», todo menos un acercamiento sencillo y directo hacia esas personas vivas y concretas, hacia sus vidas reales en su escenario cotidiano.

* * *

En otro tiempo era de uso el acercamiento de los europeos hacia los asiáticos y africanos según el modelo paternalista. Ahora la muralla seguía nuevas técnicas de construcción, se apuntalaba en la creencia necesaria de la bondad fundamental de todo lo emanado por el sistema social, político, maoísta; en la diferencia específica, venida de oscuras raíces históricas, de los chinos. Mejor dicho: no había chinos, sino Mao identificado a la China, la China como debía ser, como convenía que fuera. Los chinos también colocaban, por supuesto, entre ellos y nosotros la doble pantalla de la imagen de la República Popular para la exportación y la aséptica hacia el mundo extranjero que representábamos, paganos aún no tocados por la divina luz de la revelación maoísta. Pero en el caso de los chinos esta pantalla se había hecho crecer con ellos, incrustada en sus retinas; mientras que los extranjeros sabían que la usaban.

(…)

esa patética esquizofrenia voluntaria practicada con la firme convicción de que todo juicio negativo sobre algo de China era socavar los cimientos del socialismo.

(…)

Por aquel entonces yo ya sabía que5 en China para visitar cualquier cosa —fábrica, escuela, una ciudad, para desplazamientos a más de 20 kilómetros de Pekín—, para obtener una entrevista, un dato, para todo en fin es necesario pasar por un canal oficial. No puede esperarse investigar por su cuenta. Poco importa que se conozca la lengua o no. La desconfianza es general, las consignas respecto al trato con extranjeros, estrictas. En la República Popular un corresponsal extranjero sólo puede hacer carrera si se hace ver bien por las autoridades, de las que depende absolutamente para conseguir la información que requiere su oficio. Ni los chinos ni los corresponsales ignoran, sin embargo, que un estilo tan ausente de matices y crítica como es el de la prensa interior china es inaceptable en Occidente, y cuidan de aderezarlo.

(…)

Es probable que lo que en educación, arte, vivienda, no le arrancaba en China sino alabanzas le hubiera entusiasmado menos de serle impuesto a él mismo. Es muy posible en todo caso que su estrategia fuera la única inteligente para especializarse en China, pero su pasión cerebral translucía al hombre de orden, de etiqueta, de programación, en detrimento de las existencias puntuales. Puede que, para un mínimo de seriedad científica, de conocimiento sistemático, fuera justa la distancia que él tomaba a lo vivo, pero lo cierto es que jamás criticaba y que sus razones tampoco tenían quizá la pureza —estúpida, pero pura— de los devotos que creían defender en Mao el ideal del socialismo.

Los profesionales de la pluma se han fabricado así el puesto de comentadores privilegiados de China Popular; se han preparado para ocupar el espacio dejado por los grandes interlocutores como Snow, como Karol, para ser llamados por Mao Tse-tung, Chou En-lai, sus sucesores, para darles las primicias de una declaración. Una postura diplomática, realista, inteligente e interesada.

* * *

Me era posible «ver» con perfecta claridad su mapa interno del mundo: en el centro del mapa universal y bien coloreado en rojo, Chung Kuo, el Imperio del Medio, China. El mundo exterior a ella eran dos grandes monstruos imperialistas: Estados Unidos y U.R.S.S. (este último más monstruo y más cercano), como dos venenosas manchas de ácido. Entre ambos monstruos, una Europa gastada, capitalista, ex colonialista y corrompida, pero no imperialista, atenazada por ambos lados. A través de ella y de los Estados Unidos deambulaban sombrías muchedumbres de parados, los ricos reinaban despóticamente y los niños, obligados a trabajar en las fábricas, desfallecían junto a sus máquinas. Era un dibujo en tiza y con muy pocos colores, y una Europa decimonónica, de Dickens y de Marx, mezclados y simplificados.

Capítulo II: Los exguardias rojos. Textos escogidos

… mi intérprete me comunica que sólo se me permite hacer una encuesta oral y con tres alumnos. Intenté explicar los fundamentos de una encuesta, la importancia del número de sujetos. Para los responsables chinos era incomprensible mi empeño en someter al cuestionario a los 25 alumnos.

—¡Pero si los veinticinco te iban a contestar lo mismo de todas formas! -me respondió la delegada con el más espontáneo convencimiento.

Cierto. Veinticinco millones de alumnos que fueran me hubieran proporcionado veinticinco millones de respuestas idénticas.

* * *

»Me impresionó mucho el ver al presidente Mao en persona en Pekín en  1966.»

«En otros lugares de Sian hubo durante la revolución cultural muertos y heridos, pero no en el instituto, porque no tuvimos lucha armada. Las masas atacaron a veces, sin embargo, a gente que no era reaccionaria. Era difícil distinguir, porque cada cual quería expresar más que el otro su amor al presidente Mao. Para ello cantábamos y hacíamos danzas mostrando nuestra admiración y fidelidad al pensamiento maotsetung. También decíamos nuestros buenos propósitos por la mañana ante su retrato y nuestros errores por la noche.»

(Hago un inciso. Preguntó si a nadie se le ocurría que todo eso era una  exageración.)

«Tú no puedes comprender lo que nosotros hemos pasado. En ese tiempo no se podía rehusar, sin ser acusado de no seguir la línea correcta del pensamiento maotsetung.

* * *

—¿Qué hace en sus horas y días libres? ¿Cuál es su pasatiempo favorito?

«En las horas libres estudio las obras de marxismo-leninismo-pensamiento maotsetung. También leo novelas sobre historia de China y de otros países. Los días de fiesta siempre voy a la ciudad, al parque, a exposiciones, museos, etc., con mis amigas. Algunas veces voy a casa de mis amigas. Me gusta mucho cantar o tocar el violín.»

«Aprovecho el tiempo libre para estudiar las obras de marxismo-leninismo y del presidente Mao, también para lavar y ayudar a mis padres y compañeros. Charlo con mis compañeros sobre la situación del mundo.»

«Dedico una hora y pico a estudiar las obras de Marx, Lenin y del presidente Mao. Aprovechamos las demás horas libres para jugar, leer, ver películas, teatro, etc., y para descansar. Los días de fiesta visito parques y monumentos. Asisto a veladas, etc. Mi diversión favorita es leer novelas.»

«En mis horas libres estudio las obras de Marx, Lenin y del presidente Mao, hago deporte y descanso. Los días de fiesta voy al cine, al teatro, al parque, a visitar lugares interesantes, juego, asisto a veladas, etc. Mi diversión favorita es jugar al ping-pong.»

«En las horas libres me gusta jugar al baloncesto, leer o escuchar la radio y ver la televisión. Los días de fiesta podemos ir al cine, al teatro y al parque. Mi diversión favorita es escribir.”

* * *

—¿Le gustaría vivir solo, con amigos, con su familia? ¿Piensa casarse? ¿Cuándo? ¿Cuántos hijos quisiera tener?

«Prefiero vivir con los míos y con amigas. Haré lo que me preguntó de acuerdo con las enseñanzas del presidente Mao y las directivas de nuestro Partido.»

«Me gustaría vivir con mi familia. Haré lo que me preguntó de acuerdo con las necesidades del trabajo futuro y las directivas de nuestro Partido.»

«Ahora soy una estudiante, por eso tengo que estudiar con mucha aplicación para cumplir la tarea del estudio que me ha dado el Partido. De esta forma podré servir a los pueblos del mundo con mis conocimientos. Ese es mi único deseo; por ello no tengo mucho tiempo ni quiero pensar en otra cosa. Así pues, no puedo contestar a su pregunta.»

«Estoy muy contento de vivir en esta gran familia revolucionaria, llena de cariño, junto con los hermanos de clase.

»Ahora no pienso en esas cosas. Sólo pienso en hacer mayores esfuerzos para cumplir bien las tareas de estudio que nos ha dado el Partido, y servir de todo corazón al pueblo chino y a los pueblos del mundo.”

«Me gusta mucho vivir en el instituto, que es una gran familia revolucionaria, junto con los hermanos de clase.»

«Siento alegría de vivir junto con los camaradas, pues nos cuidamos entre sí, nos tenemos afecto y nos ayudamos mutuamente como si fuera una gran familia cariñosa. Ahora no es el momento de pensar en casarse. Debemos aprovechar toda oportunidad para estudiar y trabajar.»

* * *

La estricta fidelidad con que estos jóvenes responden, según las consignas oficiales, a las preguntas «¿piensa casarse?», «¿cuántos hijos quisiera tener?», es perfectamente representativa de una realidad: la enorme represión sexual existente en China. No es ésta exclusiva de los jóvenes que todavía no han alcanzado la edad terminantemente aconsejada por el Partido para casarse. Su manifestación más brutal se halla en la separación por largos años de matrimonios. Me atengo a ejemplos muy concretos: de las seis profesoras de español que, junto con cuatro profesores, formaban la sección de castellano del Instituto de Lenguas Extranjeras de Sian, sólo una habitaba con su marido: Mei, miembro del Partido, la veterana, con cuarenta años de edad. Su esposo era técnico, tenían un hijo de quince años. Sólo iba, sin embargo, a su casa de Sian los fines de semana, permaneciendo el resto del tiempo en su habitación del instituto. De las otras profesoras, Yan, con veintiocho años, se había casado hacía tres meses. Su marido era maestro en otra ciudad, a más de mil kilómetros, y se veían en los quince días de vacaciones anuales que el Gobierno da a las personas separadas de su familia —normalmente en China los trabajadores no tienen otras vacaciones que los domingos y los muy escasos días de fiesta—. Otra profesora, L., de treinta años, con dos hijos pequeños, residía con los niños y su madre en el instituto, mientras que su marido trabajaba en Pekín. Otra profesora que se incorporó tardíamente a la plantilla, W., vivía también separada de su esposo. Una profesora más joven, y a la que, de hecho, apenas llegué a conocer, había estado en el campo durante una temporada de trabajo manual. No llegué a saber con claridad si su esposo vivía o no en Sian.

El caso más patético era el de una pequeña profesora, Hu, una muchacha aquejada de asma y con una seria lesión cardíaca. Tenía un niño, y mi llegada al instituto de Sian coincidió con la vuelta de ella a su puesto, tras las vacaciones de maternidad, en las que dio a luz a una niña. Había estado en una población cercana de Shanghai, en la que residían su marido, su madre y sus hijos, y había vuelto al instituto, a miles de kilómetros, tras dejar con su madre y su esposo al nuevo bebé. Estaba separada de esta forma de su marido desde hacía ocho años.

Los ejemplos son múltiples y se resumen a una completa supeditación del individuo al Estado. Me permito, pues, un inciso dedicado a esa faz oculta de la luna china: la condición sexual:

* * *

Hao, durante nuestras largas conversaciones nocturnas, no dudó en hablarme de la terrible vigilancia de la presión social: «…sí, algunos lo hacen, pero van de noche, en la oscuridad, como ladrones. Las paredes tienen ojos, oídos. La presión social es terrible»; y me contó, con voz de gran escándalo, cómo, hacía tres años, un alumno y una alumna del instituto de Sian habían sido sorprendidos haciendo cosas «muy malas» —¡Qué muy malas! —le respondí— No. Buenísimas.

—Muy malas —insistió Hao, moralista. Y luego me explicó que el chico y la chica habían sido enviados a lugares distintos.

Otro ejemplo del que soy testigo es Chung, profesor de Sian, veintiocho años, que jamás había besado a una mujer (no digamos el resto).

(…)

La opresión en todo lo que se refiere al sexo y al placer es extrema y se ejerce sobre ellos y ellas con mecanismos de conocido corte religioso, que operan tan temprano y tan profundo que impiden la formulación misma de un rechazo consciente, la toma de conciencia de la represión como tal.

Capítulo III: Revolución y postrevolución Cultural. Textos escogidos

Los dos tadzupaos más célebres de la revolución cultural son, sin duda, el que fue colocado en la Universidad de Pekín el 25 de mayo de 1966, redactado por estudiantes y profesores de la misma, y el tadzupao compuesto por Mao Tse-tung mismo con el título: ¡«Fuego sobre el cuartel general!», redactado por el Presidente durante la IX sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista chino, que tuvo lugar del 1 al 12 de agosto de 1966. (…)

Wu Han pasó a formar parte tempranamente de los muchos intelectuales que fueron atacados, degradados, durante la revolución cultural, bajo acusaciones de derechistas, revisionistas, burgueses, opuestos al invencible pensamiento maotsetung y al proletariado. En ellos, diana próxima y visible, cristalizó fácilmente el encono de una juventud muy joven y, por diversos factores, muy reprimida, y también contra ellos se dirigieron con rapidez las críticas de los menos jóvenes que anhelaban marcarse tantos políticos, de aquellos a los que desazonaba la existencia de un sector con cierto potencial de crítica propia y raciocinio, por humilde y mesurado que éste fuera.

(…)

Todos estos cargos importantes en el Partido esperan satisfacer a Mao Tse-tung con un ataque generalizado contra los intelectuales, campañas de educación ideológica y destitución de responsables medios. No se salvarán por ello. Con una táctica que le era bien propia, el Presidente les ha inducido a ocupar los puestos de mando de un movimiento cuyos resortes deben volverse, llegado el momento, contra los mismos que los manejan como una bomba de relojería. El hecho de que ellos sean los responsables de las decisiones y medidas tomadas respecto a la revolución cultural, permite criticarles y atacarles posteriormente. Al exhortarles a encargarse de la revolución cultural, Mao les entrega la materia prima de sus propias destituciones y muerte político-social futura. En ellos lógicamente se fijarán las iras de jóvenes multitudes que degustan por vez primera el delicioso licor de poder atacar a sus superiores, a altos cargos, de alzar la voz… Ante ellos, el Presidente simboliza la pura luz de la revolución, velada por los múltiples «burócratas» y «traidores»

(…)

uno de los diez mariscales del Ejército, había emprendido ya hacía tiempo la tarea de transformar el Ejército chino en «una vasta escuela del pensamiento maotsetung», preludio de la consigna de la revolución cultural de hacer de China una gran escuela del pensamiento maotsetung. Lin Piao inició en el seno del EPL el movimiento de masas de estudio de las citas de Mao en 1960. En 1964 el Departamento Político General del EPL recopiló y publicó las «Citas de Mao Tse-tung», que pasaron a circular entre el pueblo. El prestigio y la fuerza de Lin en el Ejército, por su calidad de miembro del Buró Político y el más maoísta de los maoístas, era enorme. Lin en persona preparó y puso en circulación para uso de todos los soldados el Pequeño Libro Rojo.

La revolución cultural estaba, pues, bien y sabiamente organizada. Dijimos que el Grupo de los Cinco se había encargado, por sugerencia de Mao, de ésta

(…)

Lo cierto es que en el Gran Salto Adelante, en 1958, China a poco estuvo de dislocarse las dos piernas al aterrizar en la dura realidad de la situación de crisis económica de los años 59, 60, 61, producida por los ímpetus voluntaristas y autocráticos del Presidente y por las calamidades naturales y la retirada de los expertos rusos ordenada por Kruschef. Con harto dolor, sin duda, Mao debió conformarse con el papel de ideólogo supremo y único y líder indiscutible, y dejar que, en otros campos, responsables más a ras de tierra se ocuparan de los asuntos prácticos, económicos. China fue saliendo del bache, y en 1966 el Presidente podía, sin duda, permitirse la eliminación política de equipos de cuadros del Buró Político, susceptibles de ser presentados fácilmente a las masas, y sobre todo a los estudiantes, como reos de economicismo, de apoyo a la técnica y la especialización, cortos de fe en la potencia todopoderosa del pensamiento de Mao y en la eficacia arrolladora de los movimientos de masas.

(…)Los muchachos y muchachas se dividen en grupos, cada cuál preciándose de ser más rojo que el otro y más maoísta. Se condena y ataca todo lo que puede ser burgués, extranjero o tradicional; se destruyen obras de arte y monumentos, templos y esculturas, discos de música clásica y obras literarias; es incendiada la cancillería británica en Pekín. Van cayendo cuadros altos y medios. La purga culmina con Liu Shao-shi, durante largo tiempo designado con perífrasis. Liu era presidente de la República, vicepresidente del Partido Comunista chino y miembro del Buró Político.

Primero para reemplazar a los grupos directivos de las entidades, luego para codirigir con ellos, se van formando los llamados comités revolucionarios, con nuevos responsables del Partido y representantes de las masas y soldados. Estos comités revolucionarios se definían como los nuevos órganos de poder creados durante la revolución cultural, que funcionaban según el sistema de triple unión, es decir, con una repartición del poder y la responsabilidad en tercios iguales entre militares, cuadros del Partido y representantes de las masas.

En cuanto al término de «revolucionario», que se usa con profusión en China Popular, significa él o lo que sigue la línea del presidente Mao.

(…)

…sólo él, ocupa un lugar permanente en la pantalla: estatuas de yeso, retratos gigantes, retratos medianos, retratos portátiles, hagiografías en colores pastel, estatuas iluminadas por dentro para mejor aureolar al gran hombre, el martilleo incesante de sus citas gritado por los altavoces callejeros desde las seis de la mañana en adelante. «El presidente Mao tiene una experiencia práctica mucho mayor que la de Marx, Engels y Lenin, que no han dirigido personalmente y durante largo tiempo una revolución proletaria… El camarada Mao es el más grande marxista-leninista de nuestra época», dice Lin en el discurso del 18 de mayo de 1966 durante una reunión ampliada del Buró Político. Y durante meses y años estos temas y este tono serán repetidos ad infinitum por los «mass media». En el prefacio a la segunda edición de «Citas del presidente Mao Tse-tung» (el pequeño Libro Rojo), Lin tampoco se muerde la lengua: …«la tarea más fundamental en el trabajo político-ideológico de nuestro Partido es mantener siempre en alto la gran bandera roja del pensamiento de Mao Tse-tung, armar a todo el pueblo con el pensamiento de Mao Tse-tung y, en todo tipo de trabajo, colocar resueltamente el pensamiento de Mao Tse-tung en el puesto de mando… Es preciso que todos estudien las obras del presidente Mao, Sigan sus enseñanzas, actúen de acuerdo con sus instrucciones y sean buenos combatientes del presidente Mao…; es necesario estudiar una y otra vez los muchos conceptos fundamentales del presidente Mao. Conviene aprender de memoria sus frases clave, estudiarlas y aplicarlas reiteradamente. En la prensa deben insertarse constantemente citas del presidente Mao, de acuerdo con la realidad, para que la gente las estudie y aplique… Una vez dominado por las vastas masas, el pensamiento de Mao Tse-tung se convierte en una fuerza inagotable, en una bomba atómica espiritual de infinita potencia.»

(…)

El 1 de marzo de 1967 las escuelas e institutos abren de nuevo sus puertas. Se intensifica el proceso destinado a que la revolución cultural sea controlada por el Estado y por el Comité Central del Partido. Estos, y Lin a través del EPL, difunden ahora la necesidad de vuelta al orden, de meditación, autocrítica y estudio del pensamiento maotsetung. A la muchedumbre adolescente y juvenil se le indican nuevos horizontes: deben ir a construir el socialismo a los campos, al interior, educarse ideológicamente por el trabajo manual y el estudio en las granjas del Ejército o similares. Profesores e intelectuales se lavarán durante años de sus ideas burguesas trabajando en comunas, fábricas, en los centros de reeducación del Ejército llamados «Escuelas del 7 de Mayo». Unos ocho millones de jóvenes se fueron al campo durante la revolución cultural.

Que para la juventud la revolución cultural fue una gran catarsis, de eso no cabe la menor duda. Estrechamente encuadrada en sus estudios por el entramado de la burocracia del Partido, y con el invariable telón de fondo político de la gerontocracia en el poder desde el 49, el lazo pasional que Mao supo establecer entre ella y su persona, lazo apoyado en el inmenso carisma totalitario del Presidente, galvanizó a la juventud china. Se gritó y se lloró hasta la saciedad, y se atacó por todo lo que jamás se había atacado en los diecisiete años de régimen. Mao fue ante ellos el Padre, el Dios, el Gran Hermano, el Bondadoso Rey semisecuestrado en su palacio por las intrigas de cortesanos pervertidos. Fue —y quiso ser, como bien lo demuestra la imaginería oficial— el Sol resplandeciente, el Gran Ideal de la Gran Cruzada llevada al grito de «¡Mao lo quiere!», el joven anciano de geniales y justos ideales rodeado de maduros jerarcas altivos que ni le comprendían ni le secundaban.

(…)

«Vine. Aclamé. Condené. Volví» podrán decir los muchachos y muchachas que cubrieron cada centímetro de T’ien An-Men, armados de un ideario de bolsillo, de un bagaje cultural extremadamente reducido y filtrado, nutridos diariamente por entusiasmantes y revulsivos destinados a crear, como en los perros de Paulov, poderosos reflejos teledirigidos de amor y odio, regados a diario por los «mass media» con abundantes chorros de algo que no tiene otro parentesco con el marxismo, con el materialismo dialéctico, que la nomenclatura empleada, que pertenece al tiempo a esos fenómenos multitudinarios religiosos que ya han descolorido los siglos en otras latitudes, y que es simultáneamente una inmensa premonición materializada de lo que podrá conseguir en sus súbditos un sistema de control total en todos los terrenos.

…durante la revolución cultural se acusó a Liu Shao-shi de dirigirse más hacia el postulado socialista «De cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo», que hacia el comunista «De cada uno según su trabajo, a cada uno según sus necesidades». Ahora se condena, haciendo de Lin Piao y de algunos dirigentes sus representantes, el «ultraizquierdismo» (hoy tachado de esta manera, mientras que, durante la revolución cultural, fue la recta línea de Mao), los excesos igualitarios de la línea de Lin «sin contar con la capacidad ni la producción» (es decir, ahora impera «a cada cual según su trabajo»). En Liu y en Lin se han concentrado sucesivamente el mal y la negrura. Sólo Mao permanece inmaculado e infalible.

* * *

La traducción de «Wuchan Zhiezhi Wenjua Ta Renmin» como «revolución cultural» no deja de estar preñada de ironía. Uno de los efectos más marcados y perdurables de esta revolución ha sido el cierre de museos, bibliotecas, monumentos. En 1973 los inmensos Museo de Historia y Museo de la Revolución, que se alzan frente a T’ien An-Men, continuaban cerrados, e igual suerte corren diversos lugares, símbolos o depósitos de cultura, por toda China. Durante el Gran Exorcismo, sus neófitos, inflamados de celo y ansiosos por demostrarlo a ojos de los demás, han destruido total o parcialmente cultura y arte, y, lo que es peor, han marcado con un reflejo de temor y repulsa la pecadora inclinación hacia la belleza que no trabaja bajo contrato gubernamental.

Me pregunto si la Historia ha visto jamás un desierto cultural más grande, más esterilizado y raso que los efectos culturales de la «gran revolución cultural proletaria», en la que el proletariado participó tan poco.

En 1967, cuando el movimiento estaba en toda su gloria, la única actividad cultural y recreativa que se ofrecía a los chinos era la lectura de los tadzupaos, con sus críticas, caricaturas y chistes políticos sobre tal o cual responsable, y la lectura, meditación, memorización, declamación, canto, danza y mimo de las citas de Mao Tse-tung. Para facilitarles el trabajo, altavoces incansables y omnipresentes las gritaban al máximo de volumen. Ni cine, ni teatro, ni ópera, ni reuniones, ni deportes. Por supuesto el baile moderno, al que la juventud china comenzaba a tomar gusto, fue fulminado como perversión occidental.

La desculturalización se ha llevado a cabo simultánea e intensivamente en dos dimensiones: la exterior, material, y la interior, mental. Sobre los cascotes de la cultura se colocó luego una tarta de yeso de estatuas de Mao y guindas de libros de citas. Sobre las neuronas se instaló un circuito de aspiradoras que engullían los brotes de espíritu crítico.

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sería demasiado morboso, demasiado fácil, triste y exhaustivo ir desgranando más muestras de la gran castración cultural, de este nuevo gran salto en el que se ha aterrizado con los dos pies en el cerebro. Cualesquiera que sean las disquisiciones políticas sobre este movimiento, los grandes ecos pasionales que sus bellas y puras máximas habrán levantado en las tierras allende las fronteras de China, entre hermanos espirituales de los guardias rojos; cualesquiera que sean los doctos estudios sobre la justicia y oportunidad del movimiento, reclinados sobre las páginas y las frases de Mao Tse-tung, siempre quedará lo esencial, la realidad desarmante de un gran culto montado a escala infinita, en el que se han llevado a sus últimas consecuencias métodos terriblemente empobrecedores de las facultades humanas, la realidad flagrante de una megalomanía sin medida, que llevó a Mao, quizá plenamente convencido de la legitimidad de su propósito, a borrar cuanto no era él y sus obras, a autoencarnarse como la Verdad y a obligar a la vista y al oído a que, para ir a cualquier parte, hubieran previamente de atravesarle y teñirse de su persona.

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La expresión que los obreros, sin primas y sin sindicatos, habrán puesto ante el regreso de los cuadros reeducados, se asemejará, sin duda, a la de los jóvenes que marcharon al campo a construir el socialismo en 1969 con todo su bagaje de entusiasmo, y que, algo menos jóvenes, de vuelta del campo y quizá de más cosas, han sido testigos del apretón de manos con Nixon, de las inevitables servidumbres y filigranas del ballet diplomático, de cómo Lin Piao, «el mejor alumno…, el más fiel…, etc.», se ha transformado en monstruo en una noche de luna llena. Si estos jóvenes se han salvado de la esquizofrenia será por la salvadora adquisición de una serie de reflejos defensivos cerebrales, por la secreción de una espesa membrana mental aislante, o porque en algunos —no todo van a ser fracasos— se ha logrado la tan suspirada castración del espíritu crítico.

Capítulo IV: La Revolución Educativa. Textos escogidos

Escribo. Fotografío a los alumnos leyendo los carteles. Mis notas se enhebran día a día sobre los blocs de papel de cartas del hotel, hojas muy finas, rayadas en rojo. Mojo la plumilla de metal en el tintero y la hago rasguear, con un regusto de infancia. Son apuntes con la mayor exactitud que me es posible. Son recuerdos e impresiones. Son los grandes silencios de la noche. La pluma rasguea. El papel se entibia bajo la lámpara.

Dos días después Mei me comunicó, de parte de Tao, que no me era posible mandar artículos sobre la revolución educativa fuera de China, por considerarse este asunto interno en experimentación. Tampoco podía tomar fotos de tadzupaos

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Hao acudía a mi departamento del hotel después de la cena, con los documentos, en chino, que extraía de su gastada cartera y me iba leyendo y traduciendo dificultosamente, mientras yo tomaba notas. Eran textos largos, y ocurría que nos daban las doce de la noche. Yo estaba tan feliz por la presencia humana como por la información, y casi más por lo primero. Hao había ido estableciendo hacia mí una corriente positiva, mutua por cierto. Durante aquellas largas veladas servía té, mirábamos fotos, charlábamos de todo, y más que nada de él y de su vida. Era algo increíble —y que nunca en Pekín fue creído más tarde—, pero Hao me dio, simple, sencilla, totalmente, su confianza. Por supuesto entre los extranjeros de Pekín aquello pertenecía al dominio de la fábula: «¡Vamos! ¡Serás ingenua…! En todo caso estaría disimulando a ver qué te sacaba y qué postura tenías, o convenciéndote para que te quedaras en Sian. Sabes perfectamente que ni en años de trato hay con los chinos semejante confianza.»

Yo en aquel momento no sabía nada. Generalmente buena detectora de hipocresías, en Hao no veía ninguna, ni siquiera se empeñaba en llevar a cabo concienzudamente su papel. Le gustaba venir, le gustaba hablar conmigo, y lo hacía sin reserva, cada vez con más placer; y en verdad lo acogían toda mi sed de relación individual humana, todo mi agradecimiento y mi confianza, y, pronto, una sólida amistad.

—Hao, vamos a empezar con el documento, anda.

—Dentro de un rato, Rosúa; hay tiempo, sigamos hablando.

—Que no hay tiempo, hombre. Que después nos dan las tantas.

—Hablamos un poco más y empiezo a traducir luego.

Más tarde, al fin, suspirando, se ponía a traducir. Me gustaba su forma convencida de hacerlo y sus paréntesis autobiográficos; cuando llegamos en una ocasión a la que él llamaba campaña de los intelectuales contra el Partido Comunista en 1957, diciendo «Los profesores deben llevar las riendas. Los especialistas deben dirigir en todos los aspectos y el Partido Comunista debe retirarse de las universidades», Hao, cesando de traducir, exclamó indignado:

—¡La lucha era terrible, se lo aseguro, Rosúa! Alumnos, hijos de antiguos terratenientes, pegaron tadzupaos en mi casa del instituto, a espaldas de mi cama, pidiendo que yo me fuera de la escuela porque era miembro del Partido.

A aquellas veladas debo dos largas e interesantes relaciones sobre la revolución cultural y la revolución educativa, y también debo a ellas y a Hao el gozo y el calor de aquella amistad individual, aquella amistad que hoy me llena de esperanza en los seres humanos, sean cuales fueren, y de tristeza porque, ¿para qué engañarse?, jamás volveremos a conversar como entonces ni nos volveremos a ver jamás.

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Liu Shao-shi, presidente de la República Popular China, fue el principal capote presentado a las iras de los guardias rojos durante la revolución cultural, en 1966. En él se personificaron los demonios del revisionismo, economicismo, etc.

De la misma manera que Liu Shao-shi y un numeroso cuerpo de cuadros habían sido útiles e indispensables para una política económica y pragmática al principio de los sesenta, para bruscamente convertirse en 1966 y 1967 en el blanco de todas las baterías y la personificación del mal de derechas, así también a continuación el péndulo de la política maoísta se pone en marcha en sentido contrario para hacer de Lin Piao —cuyo papel de arcángel militar había sido indispensable durante la revolución cultural— la personificación del mal de izquierdas, el chivo expiatorio de cuanto reprochable pudiera hallarse en la revolución cultural. Se logra así dejar siempre la figura del Presidente al margen de toda sombra de error o de exceso, envuelta en un carisma sin mácula, pleno y solo poseedor de la infalibilidad y de la pureza del dogma.

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Lo realmente sorprendente de todo esto no eran los hechos en sí mismos, ni la presentación de ellos. Lo raro era la actitud de los chinos cuando se les hacía una observación sobre ciertas contradicciones históricas o lógicas del texto que contaban. No parecían comprender. Tras un leve descarrilamiento mental, repetían el argumento ya citado y continuaban como si la realidad y la lógica mismas palidecieran y se eclipsaran ante la fuente que les suministraba la información y las directivas. Sin embargo, Hao y los demás forzosamente habían leído en otros tiempos declaraciones y artículos de los dirigentes criticados, que se contradecían totalmente con las versiones oficiales en boga, pero las aceptaban sin mayor esfuerzo. Quizá sencillamente tomaban la senda cuesta abajo, la menos conflictiva, eliminando de forma casi inconsciente lo incompatible con la última versión dada. La parte que había en este comportamiento de pura hipocresía necesaria y acomodaticia no la sé. Sí sé que no se trataba en todo caso de hipocresía solamente, ni siquiera principalmente. Era un proceso en el que se combinaban la inhibición temporal y ocasional de zonas de memoria, y el rechazo de la realidad, en un grado muy superior y cualitativamente —no sólo cuantitativamente— mayor que el de una vivencia religiosa.

Capítulo V: China y la Unión Sociética. Textos escogidos

El gobierno y el pueblo chino, regado diariamente por una copiosa lluvia de anatemas contra la Unión Soviética, consideran que su gran vecino del norte supera por varias cabezas de ventaja al imperialismo americano. Razón: el imperialismo U.S.A. es capitalismo declarado y agresión evidente, mientras que el caso de la U.R.S.S. tiene el agravante de malignidad y alevosía por disfrazarse de socialismo.

La mejor forma hoy de congraciarse a bajo coste a interlocutores chinos es criticar a la U.R.S.S. y dejar así, explícita o tácitamente, la antorcha revolucionaria en manos exclusivas de China.

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Entre las pilas de obras dedicadas a la querella chino-soviética me viene la voz de Hao

«…nos llevábamos muy bien con los rusos, como hermanos. Ellos estaban contentos de trabajar aquí. Eran cordiales. Yo tenía pocos años por entonces, un muchacho, y la mujer de un experto ruso fue para mí como una madre, siempre me invitaban a su casa. Por aquella época muchos chinos se casaron con rusas…»

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había desacuerdos, aún hoy nada claramente esclarecidos, entre los dirigentes rusos y el Gobierno chino respecto a la fabricación de la bomba atómica china con ayuda soviética y quizá la posibilidad de bases mixtas o, en el plano de la defensa, ciertos acuerdos que hubieran podido ser juzgados por los chinos como injerencia. El caso es que el 16 de julio de 1960 llega de Moscú la orden de regreso inmediato a la Unión Soviética para todos los expertos rusos que trabajaban en China en ese momento.

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Mao ha manejado siempre con enorme pericia los resortes de la psicología de masas, ha sabido halagar como nadie el feroz y ferozmente humillado orgullo nacional chino, y para este orgullo fue sin duda mucho más fácil y consolador creer en traiciones y abandonos que en los propios fracasos. Mao había embarcado a China en el Gran Salto Adelante, en 1958, en medio de una apoteosis de propaganda voluntarista cuasi mística que no guardaba más relación con el marxismo-leninismo que el uso verbal de algunos términos. Los chinos, embriagados de afirmaciones sobre la omnipotencia del gran pueblo chino, la gran revolución china, el gran líder Mao Tse-tung, no debían de ser ni alumnos ni aprendices fáciles para los expertos rusos, técnicos y materialistas prudentes. Esto está claro sobre todo tras haber observado el «Segundo Gran Salto Adelante»: la revolución cultural. Los expertos rusos que trabajaban en China en 1958 se quejan de la nula atención que se prestaba a sus consejos, de la convicción de los chinos de que, por el hecho de serlo, podían aprender, hacer cualquier cosa, en la mitad del tiempo científicamente indicado, sin el menor aprecio de las reglas de seguridad y de las normas técnicas, lo cual dio lugar a pérdidas enormes en material, tiempo y vidas humanas. Al cabo, en el frenesí general de «los chinos lo podemos todo, el pueblo todo lo puede con Mao», los expertos rusos se vieron arrinconados y tratados en carteles de «revisionistas», «derechistas», etc., hombres de poca fe en Mao, vamos. La revolución cultural de 1966-69, con sus exorcismos chovinistas de masas y sus fanatismos, abona en favor de los testimonios de los expertos rusos en China durante los años 1958-60.

Según los rusos, la ruptura de 1960 era consecuencia inevitable y previsible de una situación que degeneraba por momentos, en la que los chinos se mostraban cada vez más intratables, más poseedores únicos de una verdad que, distribuida y racionada por el Partido y el presidente Mao, era una energía imparable y todopoderosa. Forzosamente la cauta y pragmática política de sus vecinos, que ya se encontraban en una etapa económica superior, no podía inspirarles sino desprecio y rechazo.

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Una cosa es la presencia o la influencia de la U.R.S.S. en las fronteras de China, y otra la atmósfera de eterna movilización y estado de excepción que el Gobierno chino crea tanto en el interior como en el exterior de su territorio, para lo cual precisa de manera indispensable de enemigos. En todo caso las sucesivas purgas que han eliminado política y socialmente a veteranos del P.C.C. se han apoyado en el «prosovietismo» de esos hombres: Kao Kang, Wang Ming, Chang Kuo-tao, Peng Te-juai, Huang Ke-sheng…, y así hasta cualquiera caído en desgracia, porque Mao no se mostró en absoluto avaro en otorgar a los excolmulgados de turno automáticamente la Gran Orden del prosovietismo.

Y los alumnos de ruso continúan estudiando esa lengua con afán para, como me dijeron, poder interrogar en su día a futuros prisioneros.

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lo que sí puede constatarse es la utilización por parte del Gobierno chino del antisovietismo, con razón o sin ella y desde luego sin grandes preocupaciones de análisis; cómodo anatema y cómoda justificación cuando de condenar a un cuadro o apoyar a un régimen reaccionario se trata. Una cosa es el peligro soviético real y otra la utilización que de él hace Pekín para crear una atmósfera de eterno estado de excepción, de movilización continua.

Capítulo VI: El Plan 5-7-1. Textos escogidos

Comenzó entonces en China la eliminación social de Lin, semejante a la de Liu, pero más violenta. El «mejor alumno del presidente Mao» fue presentado por los medios de información como el símbolo del Mal. Lin había sido traidor prácticamente desde la infancia y arrastrado sus perversos instintos durante medio siglo gracias a la magnanimidad del Presidente, siempre propicio a perdonar a la oveja arrepentida. En realidad se emplearon en la labor de denigración las mismas técnicas del culto con sentido contrario. Los excesos de la revolución cultural, las fiebres de la ultraizquierda, la adoración desmedida al Presidente, las insignias, estatuas, citas, todo se puso en la cuenta negativa del traidor Lin, que se valía de ello para mejor disimular su complot. Mientras tanto, los encargados y simpatizantes de los centros de amistad con China repartidos por Europa quedaban ante los paganos que les preguntaran en tiempos sobre el asunto Lin Piao en el mayor de los ridículos. Recuerdo la expresión y la ironía de un amigo al que yo le había respondido, cuando me citaba artículos de la prensa del otoño de 1971 sobre la desaparición de Lin, con mi mejor suficiencia de iniciada en el maoísmo, que «en China no pasaban ese tipo de cosas». Recuerdo, pues, bien su tono al comentar el asunto un año más tarde. En los centros de amistades con China se hicieron horas extras arrancando el prefacio de Lin Piao del «pequeño Libro Rojo», cortando su imagen de las películas chinas. Generalmente, los chinos juzgan el nivel crítico de la gente en Europa según el de su país, y les preocupa poco armar con versiones lógicas y hechos convincentes a sus incondicionales de Occidente, ni tampoco se ocupan de irles teniendo al tanto de los cambios, así que los amigos de China (léase del Gobierno chino) suelen hacer periódicamente el ridículo. Por lo general, mientras ellos están aún corriendo en la dirección indicada por las últimas consignas con las orejeras puestas, ya hace tiempo que los chinos dieron una vuelta de ciento ochenta grados. Los incondicionales, sin tiempo de tomar la curva, se estrellan, rectifican como mejor pueden en ansiosa espera del documento oficial chino que les ahorrará las angustias de la duda y de la pecadora crítica, se reajustan las orejeras, y se embalan de nuevo.

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Dentro de unos meses, o unos años, la próxima campaña estatal difundirá las consignas del momento, pintará de blanco lo que hoy es presentado como negro, y viceversa, y lo hará como si siempre hubiera sido así y como si la explicación no pudiese ser otra que la que en ese momento se ofrece. Habrá mítines, reuniones, carteles, muchas consignas, ningún análisis; muchos anatemas y juicios categóricos, ninguna prueba; muchos artículos de exégesis, ninguna información real. Los traidores se presentarán como traidores desde siempre. Se rectificará una vez más la Historia, se expurgarán los libros, se borrarán acontecimientos como si jamás hubiesen existido. Y, lo que es estremecedor, nadie parecerá extrañarse, nadie hablará del fresco pasado, nadie se hará preguntas; y se competirá en mostrar a cual mejor su adhesión y su comprensión de los documentos oficiales.

Capítulo VII: ¡PI-LIN, PI-KON! ¡Criticad a Lin Piao, criticad a Confucio!. Textos escogidos

Durante un buen rato dudo de mis ojos, de mis oídos, de mi comprensión. No. Por muy acríticas que sean las reuniones políticas, no pueden llegar a esto. Pero sí, ya lo creo que llegan, y pasan. Lo que tengo ante mí es una prueba irrefutable de hasta qué punto pueden dislocarse, invertirse términos, desmigajar la realidad, desdentar la masa gris. Frases, frases aisladas de todo contexto, ayuntadas alegremente con otras supuestamente pronunciadas por Lin, escritas en su correspondencia privada o pintadas en bandas de tela en su cuarto. Y la explicación oficial de cada una. Es para llorar. Aquí quisiera yo ver a los que me decían que los chinos son el pueblo más politizado del mundo.

Y en efecto, casi lloramos cuando me encuentro con Joseph y Lucie, que también han participado en su escuela en una reunión parecida. Joseph tiene la sinceridad de su juventud excitada:

Todavía no me lo puedo creer. ¡Es demencial! En frasecitas, sin contexto, sin originales, sin análisis, sin pruebas… Todo se lo tragan  —se desploma en una silla — . Estoy hecho polvo.

Son capaces de decir cualquier cosa, de repetir cualquier cosa  —añade Lucie, mohína.

Silencio.

—Me haría falta un buen vaso de vino tinto. ¿Tenemos, Lucie?

Con el índice, Joseph dibuja caracteres en el polvo de la mesa. Me dice:

—Imagínate que yo he estado trabajando todo el tiempo en Amistades Franco-Chinas. ¿Cómo vuelvo allí? ¿Cómo explico todo esto? Yo soy amigo de China, continúo siendo un amigo de China, pero… quién nos iba a decir…

—Y si nos lo hubieran dicho no lo hubiésemos creído. Diriamos que era un embuste reaccionario de la burguesía —respondo.

—Seguro. Había que verlo con nuestros propios ojos, que vivir esta experiencia… —Lucie ordena maquinalmente sus papeles de las clases.

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el caudal de indignación amasado pacientemente, día a día, exhaustivamente, será dirigido en su momento contra enemigos más próximos que Confucio y Lin Piao, pero esto aún tardará. Primero se irá afinando la puntería, condenando implícitamente. Los pertenecientes a la camarilla de Lin Piao y Confucio sólo serán nombrados al final, si llegan a serlo. Se trata a fin de cuentas de una depuración en el seno del Partido en un momento de lucha por el poder. La táctica de acusación china —con su práctica usual de la delación-, si bien tiene sus ventajas, produce un clima muy vivamente sentido y muy especial de prudencia, reserva, introversión y toda una serie de tácticas de salvaguardia y cautela, pero procurando combinarlas con las necesarias muestras de entusiasmo.

Capítulo VIII: El Oeste también es rojo. Textos escogidos

Los individuos pasan a ser abstracciones, soportes nominales de epítetos e inventivas, catalizadores del gran exorcismo, piezas en torno a las cuales cristalizan, durante las sucesivas purgas, los clichés intercambiables. «Conspirador», «antipartido», «traidor», «burgués», «contrarrevolucionario», «seguidor del capitalismo», «archicriminal», «subversor de la dictadura del proletariado», «derechista», «revisionista», «hierba venenosa», «monstruo», «demonio», «ultraizquierda», «prosoviético», etc., no son sino el acompañamiento acostumbrado de los políticamente eliminados; mientras que «revolucionario» traduce el defensor y seguidor de las consignas oficiales, «manifestación» significa un desfile y recitado de slogans programado por la células del Partido,

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El líder absoluto es fruto necesario y lógico de un régimen absoluto de partido único. Independientemente de que las directivas de ese partido y ese cuerpo rector reducidísimo hayan sido o no encomiables, su naturaleza de estructura piramidal y autoritaria debía llevarle por necesidad a introducirse en los moldes del antiguo sistema burocrático-imperial. En torno al Presidente se aglutina y disputa el Buró Político, tras los muros de la Ciudad Prohibida en la que residen. De allá emanan directivas y campañas que, por un sistema de esclusas, escogidas y dosificadas, deben, a través de las células del Partido, impregnar al pueblo, bien encuadrado por la tupida red burocrático-social. Radio, prensa, publicaciones, forman un todo homogéneo en el que no existen prácticamente filtraciones del exterior ni oposición interior, sino expansión de una tesis gubernamental. El Verbo sustituye a la realidad objetiva en un universo cerrado en el que el Gobierno crea la objetividad. Ni la lógica ni las pruebas tienen razón de ser.

Es simplemente increíble la alegre ignorancia o voluntaria ceguera con que la prensa occidental en su mayor parte, y en pluma de editorialistas de fama, ha comentado la nueva constitución  china del  17 de enero de  1975.  El hecho macizo, innegable, de que en ella se elimine todo vestigio de derechos civiles, de derechos humanos, para dejar el país sometido por completo a la Seguridad Pública, se pasa prácticamente por alto. En la nueva constitución se anula, respecto a la de 1954, el derecho a la inviolabilidad de la correspondencia, a la libertad religiosa, a la libertad de emprender por cuenta propia trabajos de investigación científica y literaria, cultural y trabajos de creación. Por oportunismo profesional o por sumisión religioso-patológica al orden y al Gran Líder, la inmensa mayoría de los comentaristas occidentales han despreciado olímpicamente de la forma más segura, es decir, canonizándolos, a los chinos.

(…)

este martilleo sobre el presidente Mao, este wagnerianismo, esta iconografía, hablan por sí solos, por lógica pura si se reflexiona y observa, de algo que ya está entrando en el pasado, que sale de la vida cotidiana para entrar irremediablemente al museo con todos los honores. Ya no es un brillante amanecer, sino una esplendorosa puesta de sol. La religión maoísta entra en el bizantinismo.